Исторический доклад о ходе событий восстания Хосе Габриеля Тупак-Амару в провинциях Перу 1780 года (Документы).
Relación histórica de los sucesos de la rebelión de José Gabriel Tupac-Amaru, en las provincias del Perú, el año de 1780 (documentos)
Índice
Relación histórica de los sucesos de la rebelión de José Gabriel Tupac-Amaru, en las provincias del Perú, el año de 1780
o Discurso preliminar a la revolución de Tupac-Amaru
o Relación histórica
o Otro oficio al Cabildo del Cuzco
o Otro oficio al mismo Cabildo
o Copia de carta fecha en el Cuzco, en 10 de enero de 1781, remitida con propio a la Paz
o Vista del fiscal del Virreinato de Buenos-Aires
o Providencia del excelentísimo señor virrey don Juan José de Vértiz
o Diario de las tropas que salieron del Cuzco, al mando del mariscal de campo, don José del Valle, dirigidas a operar contra el rebelde Tupac-Amaru, y su prisión
o Aviso, 22 de marzo
o Aviso, 8 de abril
o Estado en que se apuntan los nombres y las graduaciones de los comandantes de las columnas destinadas a operar contra el rebelde José Gabriel Tupac-Amaru; las fuerzas y tropas de que se compone cada una, y las provincias por donde deben seguir su marcha, hasta el punto de reunión prevenido
o Oficio del visitador general don José Antonio de Areche al Virrey de Buenos Aires, participándole la prisión de José Gabriel Tupac-Amaru
o Lista de los principales rebeldes que se hallan presos en este cuartel del Cuzco, y de los que han muerto en los combates que han presentado a nuestras columnas las sacrílegas tropas del traidor que se expresa, con las notas que irán al pie
o Representación del Cabildo y vecinos de Montevideo
o Sentencia pronunciada en el Cuzco por el visitador don José Antonio de Areche, contra José Gabriel Tupac-Amaru, su mujer, hijos, y demás reos principales de la sublevación
o Castigos ejecutados en la ciudad del Cuzco con Tupac-Amaru, su mujer, hijos y confidentes
o Distribución de los cuerpos, o sus partes, de los nueve reos principales de la rebelión, ajusticiados en la plaza del Cuzco, el 18 de mayo de 1781
o Pastoral del obispo de Buenos Aires, del Consejo de Su Majestad, etc., a sus diocesanos
Nos, don Sebastián Malvar y Pinto, por la gracia de Dios y de la Santa Sede, obispo de Buenos Aires, del Consejo de Su Majestad, etc.
o Relación del cacique de Puno, de sus expediciones, sitios, defensa, y varios acaecimientos, hasta que despobló la villa de orden del señor inspector y comandante general don José Antonio del Valle. Corre desde 16 noviembre de 1780 hasta 17 de julio de 1781
o Capítulo de carta de Lima, 5 de agosto de 1781
o Copia de capítulo de carta de Lima, también de 5 de agosto
o Bando que se encontró en los papeles de Tupac-Amaru
o Otro
o Edicto de Diego Tupac-Amaru
o Bando del Virrey del Perú y Chile
Don Agustín de Jáuregui, caballero del Orden de Santiago, del Consejo de Su Majestad, teniente general de sus Reales Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de los Reinos del Perú y Chile, y presidente de la Real Audiencia de esta capital
o Carta del Virrey de Buenos Aires
o Carta particular del inspector don José del Valle a dos amigos de Lima, don José de Aramburú, y don Alfonso Pinto
o Informe
o Documentos, número 1
o Documentos, número 2
o Documentos, número 3
o Documentos, número 4
o Tratado celebrado con Miguel Tupac-Amaru
o Otra carta
o Carta
o Carta
o Copia de carta escrita por el comandante de columna, don Ramón Arias a Diego Tupac-Amaru
o Contestación de Tupac-Amaru
o Edicto del mismo
o Carta escrita por Diego Tupac-Amaru al oidor Medina, acompañándole copia de un informe hecho al Virrey de Lima
o Tratado de Paz celebrado con Diego Tupac-Amaru
o Carta del ilustrísimo señor obispo del Cuzco, doctor don Juan Manuel de Moscoso y Peralta, al dicho don Ramón Arias
o Carta de Diego Cristóval Tupac-Amaru al dicho señor comandante, don Ramón Arias
o Exposición de Diego Tupac-Amaru
o Carta del señor comandante general don José del Valle a don Ramón Arias
o Oficio del inspector de Lima, don José del Valle, al Virrey de Buenos Aires, en que le da aviso de una nueva sublevación en las Provincias de Omasuyos y Larecaja, por Pedro Vilca-Apasa
o Carta del ilustrísimo señor doctor don Juan Manuel Moscoso, obispo del Cuzco al de la Paz, doctor don Gregorio Francisco del Campo, sobre la sublevación de aquellas provincias
o Oficio del comandante don Ignacio Flores al Virrey de Buenos Aires, manifestándole que reconocida la causa de Miguel Bastidas, nada resulta contra él
o Oficio del comandante don Gabriel de Avilés al corregidor de Azangaro, don Lorenzo Zata y Subiría
o Nota de los individuos de la familia de los Tupac-Amaru, arrestados por mí, el coronel don Francisco Salcedo, corregidor y comandante de las armas de esta provincia de los Canas y Canches Tinta
o Oficio del mismo Avilés a don Sebastián de Segurola
o Bando del Virrey del Perú y Chile
Don Agustín de Jáuregui, caballero del Orden de Santiago, del Consejo de Su Majestad, teniente general de los Reales Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de los reinos del Perú y Chile, y presidente de la Real Audiencia de esta capital
o Bando de Felipe Velasco, Inca
Copia
o Sentencia contra el reo Diego Cristóval Tupac-Amaru y demás cómplices, pronunciada por los señores, don Gabriel de Avilés, y el señor don Benito de la Mata Linares
o Oficio de don Felipe Carrera, corregidor de Parinacochas, al Virrey de Buenos Aires, dándole aviso de una nueva sublevación que acaba de extinguir, con la prisión y justicia de los dos principales caudillos y otros
o Sentencia dada por el Virrey de Lima contra los reos que señala el oficio de don Felipe Carrera
o Oficio del Virrey de Buenos Aires al ministro de Indias, don José Gálvez, manifestando los motivos de la sublevación de Chayanta
o Instrucción de lo acaecido con don Joaquín Alós, en la provincia de Chayanta, de donde es corregidor, y motivos del tumulto de ella
o Sentencia de once reos que se ahorcaron el día 17 de marzo de 1781 en la ciudad de la Plata
o Confesión y sentencia de Dámaso Catari, principal motor de la sublevación de la provincia de Chayanta
o Oficio
o Sumaria informativa seguida contra Nicolás Catari, y otros reos de la sublevación de Chayanta, y sentencia promulgada contra ellos
o Oficio del Virrey de Buenos Aires, al señor don José de Gálvez
o Oficio del Regente de la Audiencia de Charcas al Virrey de Buenos Aires, con inclusión del informe del cura de Chayapata, en que da noticia de la muerte que dieron los indios de Paria a su Corregidor
o Informe
o Oficio del Oficial Real de Carangas a la Audiencia de Charcas, en el que avisa haber muerto los indios a su corregidor, don Mateo Ibáñez Arco
o Oficio del corregidor de Oruro, don Ramón de Urrutia, al Virrey de Buenos Aires, noticiándole la rebelión de aquella villa
o Parte de don José Reseguín al Virrey de Buenos Aires, sobre la sublevación de Santiago de Cotagaita
o Otro parte de don José Reseguín al Virrey de Buenos Aires, sobre la sublevación de la provincia de Tupiza
o Partes de oficio del gobernador de Salta, don Andrés Mestre, al Virrey de Buenos Aires, sobre la revolución de su Provincia
o Sentencia contra los reos de la población de Jujuy
Discurso preliminar a la revolución de Tupac-Amaru
Las extorsiones de los corregidores, y la impunidad de que disfrutaban en las Audiencias, produjeron en 1780 una fuerte conmoción entre los indios del Perú, capitaneados por José Gabriel Tupac-Amaru2, cacique de Tungasusa en la provincia de Tinta3; que, altivo por carácter e irascible por genio, miraba con rencor la degradación de los indígenas. Último vástago de los incas, y reducido ahora a prosternarse ante el más vil empleado de la metrópoli, no pudo su ánimo sobrellevar en paz estos ultrajes.
Había frecuentado las universidades de Lima y del Cuzco, donde aprendió lo bastante para descollar entre sus iguales. No -II- contento con el cacicazgo, que era hereditario en su familia, solicitó ser reconocido como descendiente legítimo de los antiguos dinastas del Perú, y había ya conseguido reasumir el título de Marqués de Oropesa4 que habían llevado sus antecesores.
Preocupado con sus ideas de venganza, sintió la necesidad de adquirir renombre, y derramó sus caudales para hacerse de clientes. Se puso también en contacto con las personas más influyentes del clero, a quienes pintaba con los más vivos colores los vejámenes que sufrían los indios. Movidos por sus quejas, los obispos de la Paz, del Cuzco, y otros prelados del Perú, las habían transmitido al Rey por medio de Santelices, gobernador de Potosí, muy inclinado a favor de los naturales, y cuyos sufragios eran de un gran peso por el crédito que disfrutaba en la corte. Carlos III, príncipe justo y magnánimo, había acogido con interés estas súplicas, y para atenderlas con acierto había llamado al mismo Santelices a ocupar un puesto en su Consejo de Indias.
Con tan prósperos auspicios, don Blas Tupac-Amaru, deudo inmediato de José Gabriel, fue a Madrid a solicitar la supresión de la mita y los repartos. Todo anunciaba un feliz desenlace, cuando la Parca truncó la vida de estos filántropos, no sin sospecha de haber sido envenenados.
Solo, y expuesto al resentimiento de los que habían sido denunciados, se resolvió Tupac-Amaru a echar mano de un arbitrio violento. Hallábase de corregidor en la provincia de Tinta un tal Arriaga, hombre ávido e inhumano, que abusaba del poder para saciar su inextinguible sed de riquezas. Hecho odioso al pueblo a quien tiranizaba, fue esta la primer víctima que le fue inmolada. Bajo -III- el pretexto de celebrar con pompa el día del Monarca, el cacique le atrajo a Tungasuca, donde en vez de las diversiones que esperaba, fue condenado a expiar sus crímenes en un cadalso. Igual suerte estaba reservada al corregidor de Quespicancha5, que salvó la vida, abandonando sus ricos almacenes, y más de 25.000 pesos que tenía acopiados en las arcas del fisco.
Estos despojos, repartidos generosamente entre las tropas, dilataron la esfera de acción de estos tumultos. Los funcionarios públicos, siguiendo el ejemplo de los corregidores, que eran el blanco principal de la animadversión de los pueblos, desamparaban sus puestos, y dejaban libre el campo a los amotinados. Sus filas, que se engrosaban diariamente, presentaron pronto una masa imponente para emprender mayores hazañas. Al sentimiento de venganza, que brotaba espontáneamente de todos los corazones, quiso Tupac-Amaru hermanar otro que lo afirmase y ennobleciese. Dos siglos y medio, pasados en la servidumbre, no habían podido borrar de la memoria de los indígenas los recuerdos del gobierno paternal de los incas: grabados en las ruinas del Cuzco, donde moraban sus dioses, y descansaban sus héroes, hacían de esta ciudad el objeto de una supersticiosa veneración; y aquí fue donde se dirigió Tupac-Amaru para inflamar el ardor de sus soldados. Trabado en sa marcha por una fuerza de milicianos que se había organizado de Sangarará, los atacó, y obligó a asilarse del templo, donde se defendieron hasta sepultarse bajo los escombros del edificio, que se desplomó sobre sus cabezas.
Esta ventaja, poco considerable en sí misma, dio alas a la anarquía, que se propagó hasta la provincia de Chichas. El foco principal de esta nueva insurrección era Chayanta, donde dominaban los Catari, hombres populares y atrevidos, que estaban quejosos por -IV- la indiferencia con que el virrey Vértiz y la Audiencia de Charcas habían oído sus reclamos contra la escandalosa administración de Alós, corregidor de aquel partido entonces, y promovido después al gobierno del Paraguay. Tomás, el mayor de sus hermanos, desairado por el Virrey, cuya justicia había venido a implorar personalmente a Buenos Aires, regresó a su provincia, esparciendo la voz de haber conseguido más de lo que había solicitado: y este ardid sublevó contra Alós a todos los indios, que se resistían a pagar los tributos y a admitir sus repartos.
El corregidor se vengó por una perfidia, que hizo más arriesgada su posición. Imputó a Catari la muerte de un recaudador de rentas, y le envió preso a la Audiencia de Charcas. Desde este momento la sangre corrió a torrentes, y la pluma del historiador se retrae de trazar el cuadro espantoso de tantos excesos. En Oruro, en Sicasica, en Arques, en Hayopaya, fueron innumerables las víctimas. En la iglesia de Caracoto la sangre de los españoles llegó a cubrir los tobillos de los asesinos. En Tapacari, pequeño pueblo de la provincia de Cochabamba, se quiso obligar a un padre a desgarrar el corazón de sus hijos a la vista de la madre: y la repulsa a tan inicuo mandato, fue la señal de su común exterminio. Nada fue respetado: ni la edad, ni el sexo, ni las súplicas, ni los lamentos libraban de la muerte, y una parte de la población sucumbía al furor de la otra.
Entretanto los virreyes de Buenos Aires y de Lima trabajaban de consuno para sofocar la insurrección del Perú. Varias tentativas de los rebeldes se habían malogrado por la impericia de los jefes en quienes Tupac-Amaru había depositado su confianza. Su mujer le había obligado a volver a Tungasuco, para calmar los terrores que le había causado la noticia de la salida de las tropas de Lima. ¡Triste y singular presentimiento! Con el mariscal Valle, que mandaba esta expedición, venía el visitador Areche -¡ese hombre feroz, que, conculcando los derechos de la humanidad, y ultrajando al siglo en que vivía, debía renovar las escenas de los tiempos bárbaros, en la época en que aún vivían Becaria y Filangeri!
-V-
La ausencia de Tupac-Amaru, aunque momentánea, fue señalada por grandes reveses. Sus tropas, que no habían podido penetrar al Cuzco, fueron rechazadas de Puno y de Paucartambo. Estos contrastes, y la expedición de Lima que se avanzaba a marchas redobladas, le hicieron advertir todo el peligro de la inacción en que estaba, y de la que le importaba salir cuanto antes.
Su reaparición excitó el más vivo entusiasmo, y las poblaciones se agolpaban en el tránsito para aclamarle. Esta vez ciñó las ínfulas, (llantu) que, según Garcilaso, eran las insignias de la dignidad real entre los incas. Inexperto en el arte de mandar los ejércitos, se enredó nuevamente en el sitio del Cuzco, del que tuvo que desistir segunda vez, no por la resistencia que le oponía la ciudad, sino por el miedo de ser atacado por la fuerza de Valle. En este estado no le quedaba más alternativa que salir al encuentro de la columna auxiliadora, o retirarse: ¡prefirió este último arbitrio, teniendo a su disposición un ejército de 17.000 hombres!
Se replegó hacia la provincia de Tinta, donde no tardó en alcanzarlo Valle al frente de 16.000 hombres. Le aguardó Tupac-Amaru con 10.000, que fueron arrollados en las inmediaciones de Tungasuca. Hecho prisionero con toda su familia, fue llevado al Cuzco, donde expió de un modo atroz el deseo de restablecer la dominación de los incas, o más bien de sustraer a los indios de la baja e intolerable tiranía de los corregidores.
No por esto cesaron los males del Perú. Diego, y Andrés, el uno hermano, y el otro sobrino de Tupac-Amaru, secundados por Julián Apaso, sucesor de Tomás Catari, continuaron hostilizando a las tropas y a los pueblos. Los sitios que pusieron a Puno, a Sorata y a la Paz, forman los episodios más interesantes de este drama. La última de estas ciudades sostuvo dos cercos, que duraron 109 días, a pesar de hallarse la ciudad embestida por 12.000 indios, dueños de las avenidas, y de todas las alturas que la dominan. En este teatro de desolación brilló el genio activo de don Sebastián Segurola, sobre el cual gravitaba la responsabilidad de conservar un numeroso vecindario, reducido a perecer de hambre, o a entregarse al -VI- cuchillo de una horda feroz. Solo la firmeza de este jefe pudo librarlo de tan grande infortunio.
Ni fue menos honrosa la conducta de Valle, Flores, y del más esforzado de todos, Reseguín. Cuando pasó la frontera de Salta, se halló este oficial en el centro de una gran insurrección que devoraba la provincia de Chichas. Suipacha, Cotagaita, Tupiza, estaban en manos de los insurgentes, que en esta última ciudad habían imitado el ejemplo de Tupac-Amaru, ahorcando a su corregidor. Reseguín, con un puñado de bravos, restablece el orden, escarmienta a los indios, y los pone en la imposibilidad de volverse a lanzar contra la autoridad pública. Su marcha hasta el Cuzco fue una serie continuada de combates y triunfos. Llegó en circunstancias que el sitio de Sorata había tenido un horrible desenlace. Irritado Andrés Tupac-Amaru de la obstinada resistencia que le hacían sus habitantes, a quienes amagaba con un ejército de 14.000 hombres, recoge las aguas del cerro nevado de Tipuani, y cuando las vio crecer en el estanque que había formado en un nivel superior a la ciudad, rompe los diques, e inunda la población, destruyendo de un modo irresistible todos sus medios de defensa.
Quedaba la Paz, cercada por segunda vez por la famosa Bartolina, mujer, o concubina de Catari. Valiéndose del arbitrio empleado contra Sorata, los sitiadores hacen represas en el río que pasa por la ciudad, y forman una inundación que rompe sus puentes, y causa los mayores estragos. Talvez hubiera tenido que ceder su intrépido defensor Segurola, sino hubiese aparecido Reseguín, que venía a socorrerle con 5.000 hombres, llenos de entusiasmo por un triunfo que acababan de reportar en Yaco.
Tantos trabajos habían postrado a este incansable oficial, que por primera vez desde su salida de Montevideo, se veía forzado a interrumpir sus tareas. Aún no había convalecido de una grave enfermedad que le había asaltado, cuando llega a la Paz la noticia de una fuerza que Tupac-Catari organizaba en las Peñas. Débil, y extenuado por sus padecimientos, Reseguín halla en su alma vigor bastante para reanimar sus fuerzas abatidas. Empuña su espada, alcanza a -VII- los rebeldes, los derrota, y cual otro mariscal de Sajonia en la batalla de Fontenoi, entra al pueblo de las Peñas, cargado en hombros de sus soldados.
Tan leal como valiente, respetaba las personas de los que se habían amparado del perdón ofrecido por el Virrey de Lima. Pero un oidor de Chile, que le acompañaba en calidad de consultor, complicando a los indultados en el proceso que seguía de oficio contra Tupac-Catari, mandó prender a todos, e hizo destrozar vivo en la Paz a este caudillo.
De todas las cabezas principales de esta revolución no quedaba más que Diego Cristóval Tupac-Amaru, a quien estos rasgos de perfidia hacían desconfiar de las promesas de los españoles. Pero, arrastrado de su destino, se dejó persuadir a entregarse voluntariamente al general Valle en su campamento de Sicuani; y no tardó en arrepentirse de esta confianza. Vivía retirado y tranquilo en el seno de su familia, cuando se le asechó y prendió para someterle a un juicio, en que, por crímenes imaginarios, se le condenó a perecer bárbaramente en un cadalso.
Areche, Medina y Mata-Linares, autores de tantas atrocidades, recibieron honores y aplausos; pero el aspecto de las víctimas, sus últimos lamentos, sus miembros palpitantes, sus cuerpos destrozados por la fuerza de los tormentos, son recuerdos que no se borran tan fácilmente de la memoria de los hombres6; y debe perpetuarlos la historia para entregar estos nombres a la execración de los siglos.
Pocos ejemplos ofrecen los anales de las naciones de una carnicería tan espantosa. No solo se atormentó, y sacrificó a Tupac-Amaru, su mujer, su hijo, sus hermanos, tíos, cuñados, y confidentes, sino que se proscribió en masa a todo su parentesco, por más -VIII- remotos que fuesen los grados de consanguinidad que los unían. Solo se perdonó la vida a un niño de once años, hijo de Tupac-Amaru, que después de haber presenciado el suplicio de sus padres y deudos, fue remitido a España, donde falleció poco después. Así es que debe tenerse por apócrifo el título de Quinto nieto del último Emperador del Perú, que asumió Juan Bautista Tupamaru, para conseguir del Gobierno de Buenos Aires una pensión vitalicia7.
El único resultado útil de este gran sacudimiento fue la nueva organización que la Corte de España dio a la administración de sus provincias de ultramar, y la abolición de los repartimientos. De este modo quedó legitimado el principio que invocó Tupac-Amaru para mejorar la suerte de los indios, que hallaron después en sus delegados, administradores más responsables, y por consiguiente más íntegros que los corregidores.
Buenos-Aires, 2 de setiembre de 1837.
Pedro de Angelis
-3-
Relación histórica
Aunque las crueles y sangrientas turbaciones, que han excitado y promovido los indios en las provincias de esta América Meridional, han sido la causa total de tantas lamentables desdichas, como se han seguido a sus habitantes, es no obstante preciso confesar que el verdadero y formal origen de ellas no es otro que la general corrupción de costumbres, y la suma confianza o descuido con que hasta ahora se ha vivido en este continente. Así parece se deduce de los propios hechos, y lo persuaden todas sus circunstancias.
De algunos años a esta parte se reconocían en esta misma América muchos de aquellos vicios y desórdenes que son capaces de acarrear la más grande revolución a un estado, pues ya no se hallaba entre sus habitadores otra unión que la de los bandos y partidos. El bien público era sacrificado a los intereses particulares; la virtud y el respeto a las leyes, no era más que un nombre vano; la opresión y la inhumanidad no inspiraban ya horror a los más de los hombres acostumbrados a ver triunfar el delito. Los odios, las perfidias, la usura y la incontinencia representaban en sus correspondientes teatros la más trágica escena, y perdido el pudor se transgredían las leyes sagradas y civiles con escándalo reprensible.
Tal era el infeliz estado de estas provincias en punto a disciplina, y no mejor el que se manifestaba en orden a la seguridad y defensa de ellas; pues no se encontraban armas, municiones ni otros pertrechos para la guerra, carecían de oficiales y soldados que entendiesen el arte militar; porque, aunque en las capitales de este vasto reino, como son Lima y Buenos Aires, se hallasen buenos e inteligentes, como el fuego de la rebelión se encendió en el centro de las mismas provincias y casi a un mismo tiempo en todas, y la distancia de una a otra capital es mil leguas, cuando menos, no dio lugar a otra cosa que a hacer inevitables los estragos, pues aunque tenían nombrados regimientos de milicias, cuya fuerza se hizo crecer en los estados remitidos a la Corte, reconoció después que solo existían en la imaginación del que los formó, -4- talvez con miras poco decorosas a su alto carácter, por la utilidad que producían los derechos de patentes y otras gabelas.
Los corregidores, poseídos de una ambición insaciable con cuantiosos e inútiles repartos, cuyo cobro exigían por medio de las más tiranas ejecuciones, con perjuicio de las leyes y de la justicia, se les había visto en algunas provincias hacer reparto de anteojos, polvos azules, barajas, libritos para la instrucción del ejercicio de infantería, y otros géneros, que lejos de servirles de utilidad, eran gravosos y perjudiciales. Por otra parte se veían también hostigados de los curas, no menos crueles que los corregidores para la cobranza de sus obvenciones que aumentaban a lo infinito, inventando nuevas fiestas de santos y costosos guiones con que hacían crecer excesivamente la ganancia temporal: pues si el indio no satisfacía los derechos que adeudaba, se le prendía cuando asistía a la doctrina y a la explicación del evangelio, y llegaba a tanto la iniquidad, que se le embargaban sus propios hijos, reteniéndolos hasta que se verificaba la entera satisfacción de la deuda, que regularmente se la había hecho contraer por fuerza el mismo párroco.
En algunas ocasiones habían manifestado anteriormente los indios estos justos resentimientos, que ocasionaron la alteración de varias provincias, resistiendo y matando a sus corregidores, como sucedió en la de Yungas de Chulumani, gobernándola el Marqués de Villahermosa, que se vio precisado, después de haberle muerto a su dependiente Solascasas, a contenerlos con las armas, a cuyo acto le provocaron. Así también en la de Pacajes y Chumbilvicas, en donde quitaron las vidas a sus corregidores, Castillo y Sugastegui, cometiendo otros excesos, que indicaban el vasto proyecto, que con mucho tiempo y precaución iban meditando, para sacudir el yugo.
Ya fuese fatigados y oprimidos de las extorsiones y violencias que toleraban, o insultados y conmovidos con un espíritu de sedición que sembró el reo Tomás Catari, con el especioso pretexto de haber conseguido rebaja de tributos, se alzaron con tan furioso ímpetu, que en breve espacio de tiempo el incendio abrasó todas las provincias. En el pueblo de Pocoata, provincia de Chayanta, se declaró la sedición, y dando los indios muerte a muchos españoles, prendieron a su corregidor, don Joaquín de Alós, que retuvieron en el pueblo de Macha, como en rehenes, para solicitar insolentes la libertad de su caudillo Catari; y como presentándose la necesidad armada en toda la fuerza del poder, es irreparable el daño de la resistencia, fue forzoso que por salvar aquella vida, se libertase del castigo el delincuente Catari, logrando prontamente soltura de la prisión en que se hallaba: ya fuese porque en tiempo que el peligro -5- aprieta, la prudencia induce a no detenerse en formalidades, ni aventurar la quietud pública por los escrúpulos de autoridad, o ya porque, poco acostumbrados los oidores de Charcas al perdimiento del respeto tenido a sus personas, recelaban pasase adelante el atrevimiento, y se viese disminuida la sumisión fastidiosa y excesiva que siempre han pretendido.
Por otra parte, desde los principios del año de 1780 se vieron en todas las ciudades, villas y lugares del Perú, pasquines sediciosos contra los ministros, oficiales y dependientes de rentas, con el pretexto de la aduana y estancos de tabaco. De modo que el vulgo, a quien se atribuyó esta insolencia, se despechó tanto en algunas partes, que hicieron víctima de su furor a algunos inocentes: como en Arequipa, donde perdiendo el respeto a la justicia, saquearon la casa del corregidor don Baltazar Semanat, le precisaron a ocultarse para salvar su vida, atropellaron las casas destinadas a la recaudación de estos derechos reales, persiguieron a los administradores, y estuvo la ciudad a pique de perderse; trascendiendo hasta los muchachos el espíritu sedicioso, con juegos tan parecidos a las veras, que habiendo nombrado entre ellos a uno, con el título de aduanero, se enfurecieron después tanto contra él, que a pedradas acabó su vida, costándole no menos precio el fingido empleo con que le habían condecorado.
Como suelen las enfermedades de la naturaleza, originadas de pequeños principios, llegar al último término, así en las dolencias políticas sucede muchas veces, que nacidas de leves causas, suben a tan alto punto, que es costoso su remedio. Experimentose esta verdad en Macha; pues logrando en aquel engañado pueblo, Tomás Catari, todos aquellos rendimientos que son gajes de la autoridad, y olvidado del no esperado beneficio de su libertad, dio agigantado vuelto a sus ideas, por la desconcertada fantasía de los indios, graduando la soltura de su caudillo por efecto del temor que había infundido con sus insolencias; y persuadidos por el nuevo método que se seguía con ellos, no era la piedad la que obraba, para atraerlos suavemente a sus deberes, se creyeron autorizados para ejecutar las más sangrientas crueldades, siendo como consecuencia, se vean estas sinrazones donde no se conoce ni domina la razón.
La Real Audiencia de Charcas, al paso que sentía la conmoción de tantas poblaciones, deseaba con ansia el remedio, pero no acertaba con el oportuno, porque sus miembros, poco acostumbrados a este género de acontecimientos, se mantenían tímidos e irresolutos, sin atreverse a tomar providencia, que cortase en sus principios el peligroso cáncer que amenazaba al reino, haciendo algún castigo que escarmentase a los sediciosos, -6- y arrancase en su nacimiento la raíz de rebelión, que comenzaba a sembrarse: único remedio, cuando ya de nada servía la hinchazón de sus personas, que con servil acatamiento se había venerado hasta entonces. Y desengañados de que eran inútiles en estos casos las fórmulas del derecho y preeminencias de la toga, descendieron con tanto exceso a contemporizar con los rebeldes, franqueándoles el perdón de sus excesos y otras gracias, que no les fue dificultoso conocer que la suma condescendencia de unos ministros, que en las felicidades de su absoluto gobierno habían sido tan engreídos, nacía del terror y confusión en que se hallaban.
Bien convencidos los indios de esta verdad, apenas había poblaciones de ellos, que no se abrasase en la trágica llama del tumulto, porque a poco después alborotose la provincia de Paria, dando en el pueblo de Challapata cruel muerte al corregidor don Manuel Bodega, ejecutándose lo mismo en la de Chichas, Lipes y Carangas, siguiendo el mal ejemplo la de Sicasica, parte de las de Cochabamba, Porco y Pilaya, siendo en todas iguales los excesos, y parecidos los insultos de muertes, robos, ruinas de haciendas, sacrílegas profanaciones de los templos. Y como era uno el principio del desasosiego, reglaban sus movimientos por el teatro de la de Chayanta, donde, después de muchos tormentos y ultrajes, quitaron la vida a don Florencio Lupa, cacique del pueblo de Moscani, falleciendo víctima de la lealtad a manos de una plebeya indignación, la que no satisfaciéndose con juntar la muerte a la ignominia, le cortaron la cabeza, y tuvieron el arrojo de fijarla en las inmediaciones de la Plata, en una cruz, que se nombra Quispichaca, tremolando con esta audacia la bandera de la sedición.
Este suceso cubrió a la Plata de horror y de susto, temiendo con razón, que estos principios tuviesen consecuencias muy tristes. Fue este día el 10 de setiembre de 1780, y como se esparció en la ciudad, que en sus extramuros se hallaba una multitud crecida de indios para invadirla y saquearla, fue notable la confusión que se originó. Presentáronse en la plaza mayor los ministros de la Real Audiencia, en compañía de su regente, para dar algunas disposiciones, que en aquella necesidad pudieron graduarse oportunas, para rechazar la invasión del enemigo, y desde aquel momento se empezaron a reglar compañías, alistándose la gente sin excepción de clases; pero con tal desorden y confusión, que si hubiese sido cierta la noticia, indefectiblemente perece la ciudad a manos de los rebeldes: llegando la turbación de aquellos togados a tales términos, que uno de ellos pregonaba en persona el ridículo bando de pena de muerte, y 10 años de presidio al que no acudiese a la defensa, y no hallándose el pregonero para hacer igual diligencia con otra providencia, se ofreció el mismo regente a ejecutarlo, añadiendo la circunstancia de que tenía buena voz.
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¡Oh temor de la muerte, cuánto puedes con las almas bajas!, pues unos hombres, que poco antes se consideraban poco menos que deidades, les obligas a ejercer los oficios más viles de la república, haciéndose irrisibles de los mismos que los tenían por sagrados.
Aunque el rebelde Catari, desde el pueblo de Macha, aparentaba sumisión y respeto a la autoridad de la Real Audiencia, no se ignoraba que secretamente escribía cartas, convocando las provincias para una general sublevación, coligado con el principal rebelde José Gabriel Tupac-Amaru, indio cacique del pueblo de Tungasuca en la provincia de Tinta, del virreinato de Lima, quien pretendía ser legítimo descendiente de los incas del Perú.
Este, pues, dio principio a sus bárbaras ejecuciones el 4 de noviembre de 1780, prendiendo a su corregidor, don Antonio de Arriaga, en un convite que le dio, con el pretexto de que quería celebrar el día de nuestro Augusto Soberano. Asegurado el tirano de su propio juez, que sorprendió inopinadamente cuando estaba comiendo, publicó se hallaba autorizado con una real Cédula para proceder de aquel modo, y substanciándole la causa en pocos días, el 10 del propio mes le quitó la vida en una horca, en la plaza pública de su pueblo, y apoderándose de todos sus bienes, pasó a hacer la misma ejecución con el de la provincia de Quispicanchi, que no tuvo efecto por haber huido a la ciudad del Cuzco, adonde llevó la noticia del suceso de Tinta. A contener este alboroto, salieron de aquella ciudad 600 hombres tumultuariamente dispuestos, los más del país, y entre ellos algunos europeos y a pocas leguas que anduvieron, avistaron al rebelde en el paraje llamado Sangarara, con un considerable trozo de indios y mestizos de aquella comarca; y como al mismo tiempo experimentasen una cruel nevada, se refugiaron en la iglesia; y más poseídos del miedo, que resueltos a acometer al enemigo, le despacharon un emisario que le preguntase cuál era su intento, y el motivo que había tenido para levantar gente y turbar la tierra: y la respuesta fue, que todos los americanos pasasen luego a su campo, donde serían tratados como patriotas, pues solo quería castigar a los europeos o chapetones, corregidores y aduaneros.
Esta orden, que mandó notificar José Gabriel Tupac-Amaru a los que le habían hecho el mensaje, con apercebimiento de no reservar a ninguno de los que la contradijesen, excitó entre ellos una especie de tumulto, y tratando sobre lo que se había de resolver, fueron unos de parecer que se embistiese al enemigo, y otros que no; de modo que, divididos en los dictámenes, sintieron bien presto los efectos de la discordia, que paró en herirse recíprocamente. A esta fatalidad sobrevinieron otras, cuales fueron -8- la de haberlos cargado el enemigo, haberse pegado fuego a la pólvora que tenían, y caídoles un lienzo del edificio en que se alojaban: y muertos unos, otros abrasados, y no pocos envueltos en la ruina de la pared, fueron todos consumidos y disipados, y el rebelde se aprovechó de las armas de fuego y blancas, reforzándose con los despojos de sus mismos enemigos.
Tanto cuanto este suceso desgraciado pudo ofrecer de turbación a la ciudad del Cuzco, tuvo de feliz y ventajoso para Tupac-Amaru, con el cual, dueño de la campaña, la corrió y saqueó, haciendo destrozos en los pueblos, haciendas y obrajes de los españoles, y avanzándose hasta la provincia de Lampa, entró en Ayavirí sin oposición; porque aunque en este pueblo se habían juntado algunos vecinos españoles de aquella y otras provincias comarcanas, conducidos de sus corregidores, al aproximarse al enemigo, tomaron la fuga: con lo que, difundiéndose la confusión, el sobresalto y el temor, y prófugos los curas y corregidores, quedaron abandonados, y a discreción de los indios, los pueblos y provincias, excepto la de Pancarcolla, en que su corregidor, don Joaquín Antonio de Orellana, lleno de heroicos sentimientos, formó poco después el proyecto de mantenerla a costa de su vida, y buscando por asilo la villa de Puno, se fortificó en ella con pocos de los suyos. La desenfrenada codicia de los bárbaros usurpadores los empeñaba en pillarlo todo, sin respetar los templos; en ellos derramaban la sangre humana sin distinción de sexos, ni edades. Pocas veces se habrá visto desolación tan terrible, ni fuego que con más rapidez se comunicase a tantas distancias, siendo digno de notar, que en 300 leguas que se cuentan de longitud, desde el Cuzco hasta las fronteras del Tucumán, en que se contienen 24 provincias, en todas prendió casi a un mismo tiempo el fuego de la rebelión, bien que con alguna diferencia en el exceso de las crueldades.
Siguió José Gabriel Tupac-Amaru las huellas de todos los tiranos, y conociendo cuán fácilmente se deja arrastrar el populacho de las apariencias con que se le galantea, porque no penetra los arcanos del usurpador, comenzó publicando edictos de las insufribles extorsiones que padecía la nación, las abultadas pensiones que injustamente toleraba, los agravios que se repetían en las aduanas, y estancos establecidos: que los indios eran víctima de la codicia de los corregidores, quienes buscaban todos los medios de enriquecer, sin reparar en las injusticias y vejaciones que originaban, cuyas modestas quejas, con que muchas veces les representaron sus excesos, no sirviesen de otra cosa que de incitar la ira y la venganza; y en fin que todo era injusticia, tiranía y ambición; que su intento estaba únicamente reducido a buscar el bien de la Patria, con exterminio de los inicuos y ladrones. Así se explicaba este rebelde, para seducir a los pueblos, engrosando su partido, y con mano armada pasando a los filos de su cólera -9- a cuantos se le oponían, invadió las provincias de Azangaro, Carabaya, Tinta, Calca y Quispicanchi, que por fuerza o de grado se declararon sus partidarias, a cuyo ejemplo siguieron el mismo rumbo las de Chucuito, Pacajes, Omasuyos, Larecaja, Yungas y parte de las de Misque, Cochabamba y Atacama. Siendo ya general la sublevación, se experimentaron trágicos e inauditos sucesos, para cuya descripción era necesario sudase sangre la pluma, y fuesen los caracteres nuestras lágrimas.
Con los muchos indios que se habían juntado a Tupac-Amaru, y las armas de que ya se había apoderado, resolvió ir sobre el Cuzco, con el fin de posesionarse de esta ciudad, y logrado su intento, coronarse en ella, por ser la antigua capital del imperio peruano, con todas las solemnidades que imitasen la costumbre de sus antiguos poderes. Se habían acogido a esta población muchos fugitivos de las provincias inmediatas, que atemorizados de los estragos que ocasionaba el tirano, no pensaban sino en salvar sus vidas por aquel medio; y cuando estaban imaginando abandonar la ciudad, y que era en vano intentar resistir al rebelde, lo impidió don Manuel Villalta, corregidor de Abancay, que había servido en el real ejército con el grado de Teniente Coronel. Este animoso oficial, despreciando los temores, y con la experiencia de su profesión, levantó aquellos espíritus abatidos, echó mano de las milicias, y ordenó las cosas de manera que dificultasen el proyecto del rebelde; a que contribuyeron mucho los caciques de Tinta y Chicheros, Rozas y Pumacagua, cuya lealtad y la de los Chuquiguancas, brilló como un astro luminoso en medio de la negra oscuridad de la rebelión, ofreciendo en obsequio de su fidelidad el digno sacrificio de algunas vidas de los de sus familias y todas las haciendas que poseían.
Conocido por el tirano lo difícil que le era tomar el Cuzco, desistió del empeño, después de algunos ataques, en que fue rechazado gloriosamente por sus vecinos, dirigidos y gobernados por Villalta, quien le quitó de las manos una presa con que ya contaba, y perdida aquella esperanza, se contrajo a continuar las correrías y robos contra los españoles. Declarada ya en todas partes la guerra, y las poblaciones y campaña sin resistencia, los que pudieron escapar de los primeros insultos, se refugiaron a las ciudades y villas que les fueron más inmediatas. En la de Cochabamba solo, de las partes de Yungas (con quienes confina por los valles de Ayopaya), entraron más de 5.000 personas de ambos sexos y de todas edades, que condujo su corregidor, don José Albisuri. No porque en los pueblos de españoles faltase la alteración y recelo que ofrecía el numeroso vulgo, sino porque el riesgo parecía menos ejecutivo, aunque diariamente se fijaban pasquines y se oían canciones a favor de Tupac-Amaru, contra los europeos y el gobierno.
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Agitado el cuidado de los virreyes de Lima y Buenos Aires, los excelentísimos señores, don Agustín de Jáuregui y don Juan José de Vértiz, pensaron seriamente al remedio de tantos males. El primero dispuso pasase al Cuzco el visitador general, don José Antonio Areche, con el mando absoluto de hacienda y guerra, nombrando también al mariscal de campo, don José del Valle, inspector de las tropas de aquel virreinato, al coronel de dragones, don Gabriel de Avilés, y otros oficiales, para que tomasen el mando y dirección de las armas que habían de obrar contra los rebeldes; y el segundo confirmó la elección que había hecho el presidente de Charcas, del teniente coronel don Ignacio Flores, gobernador que era de Moxos, declarándole comandante general de aquellas provincias, y demás que estuviesen alteradas en la jurisdicción de su mando, con inhibición de la Real Audiencia de la Plata, concediéndole muchas y amplias facultades, para obrar libremente. Los oidores, poco conformes con esta disposición, manifestaron su resentimiento en distintas ocasiones, dificultando las providencias del Comandante, oponiendo obstáculos a sus determinaciones, criticando su conducta de morosa, calumniándole de pusilánime e irresoluto, fundándose en que no tomaba partido con prontitud, y suponiendo que si hubiese obrado con actividad ofensivamente contra los rebeldes, hubiera podido sofocarse con el escarmiento de pocos el atrevimiento de los demás. En cuyas alteraciones y etiquetas, suscitadas indebidamente en tan críticas circunstancias, pasaron algún tiempo: hasta que fue creciendo el cuidado, con motivo de haber mandado la Audiencia secretamente, y sin el conocimiento que le correspondía a Flores, prender al reo Tomás Catari, lo que ejecutó don Manuel Álvarez en el Asiento de Ahullagas, en virtud del auto proveído en acuerdo reservado que se celebró, con todo sigilo, atropellando las prudentes disposiciones del Virrey, y desairándole cruelmente, porque tal proceder era opuesto a sus providencias y a las facultades que tenía concedidas a aquel Comandante.
Este suceso llenó de regocijo a la ciudad de la Plata, y no fue de poca satisfacción a sus ministros, porque todos creían que cortada aquella cabeza, pasase la inquietud, y que un hecho de esta naturaleza podía servirles de escudo para cubrirse de sus primeros yerros y desacreditar la conducta del Comandante militar; porque no solo había concurrido a él, sino que tenía significado, no era conveniente en aquella ocasión, antes bien proponía se empleasen los medios políticos que eran más oportunos en tan críticas circunstancias, en que se debía sacar todo el partido posible de la autoridad y fuerzas que ya había adquirido el delincuente, en tanto se acopiaban armas y municiones para resistirle, motivos porque ocultaron su determinación. -11- Pero a poco tiempo se desapareció aquella alegría, desvaneciéndose sus concebidas esperanzas con las desgraciadas muertes del dicho don Manuel, y del Justicia Mayor, don Juan Antonio Acuña, que con una corta escolta conducían preso a aquel rebelde; quienes, viéndose inopinadamente atacados en la cuesta de Chataquilay, y que era muy dificultoso conservar su persona con seguridad, determinaron matarle antes de intentar la resistencia, sin que bastase después el esfuerzo a salvar ninguno de los que le conducían; creciendo el espanto y susto con haberse acercado inmediatamente los indios agresores a la ciudad para cercarla, campando dos leguas de ella, en los cerros de la Punilla, más de 7.000, capitaneados por Dámaso y Nicolás Catari, hermanos del difunto Santos Achu, Simón Castillo y otros caudillos. Con cuyo hecho desgraciado varió el modo de pensar de la Audiencia, que empleó todos los recursos imaginables para ocultar había sido suya aquella providencia, significando que Álvarez había ejecutado la prisión de motu propio; pero Flores, que no se descuidaba en cubrirse de sus resultas, tuvo modo de conseguir copia de todo lo acordado sobre aquel hecho. Así perpetuamente se eslabonan los fracasos con las dichas, teniendo en continua duda nuestros afectos, para que busquen en su centro la verdadera y estable felicidad.
Aún no bien se supo estaban acampados los indios en aquel cerro, proyectando el asalto de la ciudad, se infundió en todos sus vecinos la generosa resolución de defenderse, hasta derramar la última gota de sangre; y porque fuesen iguales el valor y la precaución, ganando los instantes, se colocaron puestos avanzados para observar desde más cerca los movimientos del enemigo, y cortando las calles con tapias de adobes, que impropiamente han llamado trincheras, se destacaron algunas compañías de milicianos para que guarnecieran sus extramuros. El Regente en una continua agitación expedía providencia sobre providencia, y los ministros, disimulando el miedo que los dominaba con el celo y amor al Soberano, se hicieron cargo con las compañías formadas del gremio de abogados, de rondar y patrullar todas las noches, reconociendo las centinelas avanzadas. Pero como todos carecían de los principios del arte de la guerra, servían de confusión más que de seguridad sus diligencias, que también contribuyeron no poco a suscitar nuevas disputas sobre sus pretendidas facultades, y las que tenía el Comandante de las armas. Sin embargo de todo esto, se notaba en los vecinos buena disposición, por más que se haya querido disminuir después, abultando desconfianzas para cubrir la negligencia, y el error de no haber acudido con resolución y actividad a cegar el manantial de donde nacían estas alteraciones; siendo fácil comprender, que si en sus principios se hubiese obrado -12- con el valor y determinación que piden semejantes casos, se hubieran evitado tantos estragos, como siguieron, y la muerte de más de 40.000 personas españolas, y mucho mayor número de indios, que han sido víctimas de estas civiles disensiones.
Insolentes los rebeldes en su campamento, dirigieron a la Real Audiencia algunas cartas llenas de audaces amenazas, pidiendo las cabezas de algunos individuos, y asegurando hacer el uso más torpe de las mujeres del Regente y algunos ministros, ofreciendo emplearlas después en las tareas más humildes del servicio de sus casas. En esta ocasión fue sospechado cómplice en las turbaciones el cura de la doctrina de Macha, el doctor don José Gregorio Merlos, eclesiástico de corrompida y escandalosa conducta, de genio atrevido y desvergonzado, que fue arrestado por el oidor don Pedro Cernadas en su misma casa, y depositado en la Recoleta con un par de grillos, y después en la cárcel pública con todas las precauciones que requerían el delito que se le imputaba, y las continuas instancias que hacían los rebeldes por su libertad, quienes aseguraban entrarían a sacarle de su prisión a viva fuerza; cuyo hecho se ejecutó también sin consentimiento del Comandante militar, aprovechando la Audiencia, para proceder a su captura, del pretexto de hallarse ausente, para un reconocimiento en las inmediaciones de la ciudad. El cuidado se iba aumentando con continuos sobresaltos que ocasionaba la inmediación de los sediciosos, y aunque no llegaron nunca a formalizar el cerco, se empezaba a sentir alguna escasez de víveres, que fue también causa de aumentarse las discordias, por la libertad de pareceres para el remedio.
Solicitaron los abogados, unidos con los vecinos, se les diese licencia para acometer al enemigo, pero luego que entendieron que se disgustaba el Comandante por esta proposición, se apartaron de su intento. El director de tabacos, don Francisco de Paula Sanz, sujeto adornado de las mejores circunstancias y calidades, se hallaba en la ciudad casualmente, y de resultas de la comisión que estaba a su cargo para el establecimiento de este ramo, movido de su espíritu bizarro, y cansado de las contemplaciones que se usaban con los rebeldes, quiso atacarlos con sus dependientes y algunos vecinos que se le agregaron, y saliendo de la ciudad con este intento, el día 16 de febrero de 1781 llegó a las faldas de los cerros de la Punilla, en que estaban alojados los indios, que descendieron inmediatamente a buscarle para presentar el combate, persuadidos de que el poco número que se les oponía, aseguraba de su parte el vencimiento. Cargaron con tanta violencia y multitud aquel pequeño trozo, que se componía de solos 40 hombres, que no bastó el valor para la resistencia, -13- y cediendo al mayor número y a la fuerza, fue preciso pensar en la retirada, en que hubieran perecido todos por el desorden con que la ejecutaron, a no haber salido a sostenerlos la compañía de granaderos milicianos, no pudiendo evitar perdiese la vida en la refriega don Francisco Revilla, y dos granaderos que le acompañaron en su desgraciada suerte; pues aunque después salió Flores con mayor número de gente, sirvió poco su diligencia, por haber entrado la noche.
El genio dócil y el natural agrado del director Sanz, acompañados de su generosidad, le hacían muy estimado de todos, menos de Flores, con quien había tenido algunos disgustos por el diverso modo de pensar. Sanz, todo era fuego para castigar la insolencia de los sediciosos, y Flores, todo circunspección y flema en contemplarlos, cuya conducta, mormurada generalmente, ocasionó pasquines denigrantes a su honor, tildándole de cobarde, atreviéndose a decir, era afecto al partido de la rebelión; y llegó a tanto la osadía del público, que expresó sus sentimientos con satíricos versos y groseras significaciones, enviándole a su casa, la misma noche del ataque del 16, una porción de gallinas, sin saber quién había sido el autor de este intempestivo regalo. Al siguiente día se presentaron los vecinos por escrito, manifestando estaban prontos y dispuestos a ir en busca del enemigo. Todos clamaban se anticipaba su última ruina, gritaban descaradamente, que si no se les conducía al ataque, saldrían sin el Comandante: y ya obligado de tantas y tan repetidas eficaces insinuaciones que se aumentaron con el desgraciado suceso del Director, determinó para el 20 del mismo febrero atacar a los indios de la Punilla. Serían las 12 de aquel día, cuando se pusieron en marcha nuestras tropas, y llegando al campo se presentó al Comandante un espectáculo agradable, que le anunciaba la victoria, y fue reconocer que un crecido número de mujeres, mezcladas y confundidas entre la tropa, deseaba con ansia entrar en función; este raro fenómeno, cuanto lisonjeaba el gusto, arrancó lágrimas de aquel jefe, que ejercitó toda su habilidad para disuadirlas se apartasen de tan peligroso empeño, con el cual únicamente habían conseguido ya una gloria inmortal; y aunque se les mitigó el ardor, nunca se pudo lograr se retirasen, y permanecieron en el campo de batalla, o bien para que su presencia inspirase aliento a los soldados, o para que sirviesen de socorro en cualquiera infortunio.
Las dos de la tarde serían cuando se tocó a embestir al enemigo, que se hallaba apostado en las alturas de tres montañas ásperas y fragosas, cuya ventaja hacía peligrosa la subida; pero esta -14- dificultad empeñó el valor de los nuestros, que estaban tan deseosos de venir a las manos, y acometiendo con heroico denuedo, sufrieron los indios poco tiempo el asalto, ganando airosamente las cumbres de aquellos empinados cerros, llevándose con los filos de la espada a todos los que no retiró la fuga; dejando en el campo de batalla 400 cadáveres, con poca o ninguna pérdida de nuestra parte, y de sus resultas libre la ciudad del bloqueo en tan breve espacio de tiempo, que pudo el Comandante General exclamar con Julio César: Veni, vidi, vinci. Celebrose esta victoria con festivas aclamaciones de Viva el Rey; e iluminándose la ciudad por tres noches, se rindieron al Todopoderoso las debidas gracias, manifestándose la alegría con todos aquellas señas con que acredita el amor, la sinceridad del afecto. Este destrozo de los enemigos trajo las más favorables consecuencias, y hubieran sido mayores si se hubiese adelantado la acción; pues asustada la provincia de Chayanta, depuso toda inquietud, y para comprobar su arrepentimiento, entregó a los principales autores, que fueron Dámaso y Nicolás Catari, Santos Hachu, Simón Castillo y otros varios, que todos murieron en tres palos: que así burla la Divina Providencia las esperanzas de los delincuentes, disponiendo caigan a manos de la justicia, cuando se creen más exentos de su rigor.
Este hecho acredita cuán conveniente era ganar los instantes, y obrar con actividad contra los insurgentes, aprovechando la consternación en que se hallaban por el dichoso suceso de la Punilla, antes que depusieran su espanto; pues los recelos y desconfianzas del Comandante, y su carácter más político que militar, le hacían observar una lentitud perjudicial a la causa pública. Y como vacilaba en un mar de dudas, pasó el tiempo en hacer prevenciones, con que disimulaba su manejo, que pudiera haber variado con las repetidas pruebas de fidelidad y bizarría que le tenían dadas los vecinos de la Plata, que justamente se han quejado del concepto que le merecieron, porque consideraba no eran capaces de sostener operaciones ofensivas en campo abierto sin el auxilio de los veteranos que se esperaban; lo que debiera haber tentado sin esta circunstancia, pues algo se ha de aventurar en los casos extremos, en que no se presenta otro recurso. Estas detenciones ocasionaron no pocos males, particularmente en las provincias de Chichas y Lipes, que se sublevaron después de aquel suceso, porque conocieron la superioridad que tenían, y les manifestaba semejante conducta, y que no eran muy temibles el Comandante y armas que se hallaban en la ciudad de la Plata, cuando aún después de vencedoras se contentaban con volver a encerrarse en los términos de su recinto, sin pensar al remedio de las calamidades ajenas; -15- a que contribuyó también el haber seguido el mismo sistema la imperial villa de Potosí, que creyó llenaba su obligación con poner a cubierto sus preciosas minas.
Cuando estaba para celebrarse en casa del comandante, don Ignacio Flores, con un banquete, el buen éxito que tuvo la acción de la Punilla, se recibió la infausta noticia del horroroso hecho acaecido en la villa de Oruro, con lo que se consternaron los ánimos de todos los convidados, y se llenaron de amargura, convirtiéndose en pesar el placer que tenían prevenido. Y como es uno de los acaecimientos más notables de esta general sublevación, no podrá ser desagradable se refiera con extensión, y con todas las circunstancias que requiere un hecho de esta naturaleza.
El origen, pues, y las causas de esta funestísima tragedia, fueron haberse divulgado en aquella villa las fatalidades acaecidas en las provincias de Chayanta y Tinta, con un edicto que expidió José Gabriel Tupac-Amaru, en que expresaba todas sus crueles y ambiciosas intenciones; lo que, llegado a noticia del corregidor, don Ramón de Urrutia, juntamente con los estragos que causaba en las provincias de Lampa y Carabaya, le determinaron a prevenirse para cualquier acontecimiento. Formó compañías de los cholos y vecinos, para disciplinarlas en el manejo de las armas, destinando diferentes sitios para la enseñanza, donde concurrían semanalmente dos veces, y aprendían con gusto la doctrina de sus maestros: algunos desde luego no aprobaron esta diligencia, o porque eran adictos al principal rebelde Tupac-Amaru, cuya venida deseaban con ansia, o lo más cierto, porque eran sus confidentes. Estos tales solamente concurrían a aquel acto para emular a los que enseñaban, que eran europeos, y a formar diferentes críticas sobre sus operaciones, al mismo tiempo que con insolencia fijaban pasquines opuestos a la corona, censurando el gobierno del Corregidor y demás jueces. Entre ellos amaneció uno el día 25 de diciembre de 1780, en que se anunciaba el asesinato, que después ejecutaron con los europeos, y zaherían la conducta de don Fernando Gurruchaga, alcalde ordinario, que acababa aquel año, con dicterios denigrativos a su persona, y de la justicia. También prevenían en él a los individuos del Cabildo, se abstuviesen de elegir alcaldes europeos, porque si tal sucedía, no durarían ocho días, porque se sublevarían y serían víctima de su enojo, por ser ladrones; y que para evitar tan funesto suceso, habían de nombrar precisamente de alcaldes a don Juan de Dios y a don Jacinto Rodríguez.
El Corregidor, cuidadoso con estas públicas amenazas, e insolentes -16- pretensiones, obraba vigilante en la averiguación y pesquisa de los autores, pero por más exactas diligencias, así judiciales como extrajudiciales que practicó, nunca pudo saber la verdad para castigar a los delincuentes, a fin de mantener a todos con la quietud y buena armonía, a que siempre propendió desde el ingreso a su corregimiento.
Llegado el día de la elección, para el año de 1781, propuso a los vocales nombrasen a sujetos beneméritos y honrados, de buenas costumbres y amantes de la justicia, para que así pudiesen desempeñar con acierto los cargos, con la madurez y juicio que previenen las leyes, y requerían las críticas circunstancias, en que se hallaba el reino. Para este efecto les propuso a don José Miguel Llano y Valdez, patricio, a don Joaquín Rubis de Celis, y don Manuel de Mugrusa, europeos, con la mira de que saliese la vara de la casa de los Rodríguez, que pretendía hacerla hereditaria, y que ni ellos ni ninguno de sus parciales y domésticos, fuese elegido, pues hacían 18 años que estos sujetos estaban posesionados de aquellos empleos, sin permitir jamás que fuesen nombrados otros, por la desmedida ambición de gobernar que los dominaba; y también para evitar las injusticias, extorsiones y violencias, que con título de jueces ejecutaban con toda clase de gentes, validos del despotismo sin límite que habían adquirido, con el cual protegían todo género de vicios, de que adolecían sus dependientes y criados.
Trascendida por los Rodríguez esta idea, previnieron algunas alteraciones y diferencias para el día de la elección; no obstante prevalecieron los votos a favor de la justicia, y salieron electos los propuestos por el Corregidor, que aborrecían cruelmente los Rodríguez, por la desemejanza de costumbres y nacimiento; y no pudiendo ocultar la ponzoña que encerraban sus corazones, al ver se les había quitado el mando, que tantos años tenían como usurpado, se quitaron la máscara, para dejarse ver a todas luces sentidos contra él. Don Jacinto estuvo para morirse con los vómitos que le ocasionó la cólera del desaire, y Don Juan salió de la villa para su ingenio a toda priesa, dejando prevenido en su casa, que ninguno de sus clientes saliese a las corridas de toros, que regularmente celebran los nuevos alcaldes para festejar al público, ni que a estos se les prestase cosa alguna que pidiesen para los refrescos acostumbrados. En este mismo día empezó a descubrirse la liga que había formado con ellos el cura de la iglesia matriz. Sucedió pues, que siendo costumbre de tiempo inmemorial, que acabadas las elecciones, y confirmadas por el corregidor en la casa capitular, pasaba todo el Cabildo a la iglesia mayor -17- a oír la misa de gracias, se dirigieron los cabildantes a esta pía demostración, pero estando ya a las puertas de la iglesia, salió al encuentro el sacristán para decirles que no había misa, porque ninguno había dado la limosna.
Estaban las cosas en este crítico estado, cuando llegó la noticia de la muerte de Tomás Catari; y creyendo el corregidor de Paria, don Manuel Bodega, que quitado este sedicioso perturbador de la quietud pública, le sería fácil sujetar la provincia, cobrar los reales tributos y su reparto, determinó ir a ella con armas y gente. Pidió para esto a Urrutia le auxiliase con soldados, que le negó, previniendo no podían resultar buenas consecuencias; pero Bodega mal aconsejado, juntó 50 hombres, pagados a su costa, y emprendió la marcha al pueblo de Challapata, donde él y los más que le acompañaban, pagaron con la vida su ligera determinación.
Con este hecho, persuadidos quedaron los indios de Challapata, Condo, Popó y demás pueblos inmediatos, que el corregidor de Oruro había auxiliado al de Paria con armas y gente para castigarlos, desde aquel día amenazaban la villa y el corregidor, protestando asolarla, y dar muerte a todos sus habitantes. Agregose a esto, que un religioso franciscano, llamado fray Bernardino Gallegos, que a la sazón se hallaba de capellán en los ingenios de don Juan de Dios Rodríguez, solapando su malicioso designio, decía había oído, que los indios de Challapata estaban prevenidos para invadir a Oruro, y que el principal motivo que los impelía, era saber que se hacía diariamente ejercicio, por lo que consideraba conveniente se suspendiese; pues sin más diligencia que esta, se sosegarían los ánimos de aquellos rebeldes, porque su resentimiento nacía únicamente de aquella disposición. El corregidor, ya fue que no dio asenso a los avisos de aquel religioso, o porque penetrase su interior, no alteró sus providencias, de que nacieron continuos sobresaltos y cuidados; porque, resentido de esto, no cesó de esparcir en adelante funestas noticias, que amenazaban por instantes el insulto ofrecido por los indios circunvecinos. En este conflicto se dudaba el medio que debía elegirse: no había armas, ni pertrechos; hacíanse cabildos públicos y secretos; nada se resolvía por falta de dinero en la caja de propios, o por decirlo con más propiedad, por no haber tal caja, porque hacía muchos años se había apoderado de su fondo don Jacinto Rodríguez. Tampoco podía acudirse a las cajas reales, porque lo resistían sus oficiales, alegando no serles facultativo extraer cantidad alguna, sin orden expresa de la superioridad; y por último recurso, se pensó en que los vecinos contribuyesen con algún donativo, que tampoco tuvo efecto, por la suma -18- pobreza en que se hallaban. En estos apuros se manifestó el celo del tesorero don Salvador Parrilla, dando de contado 2.000 pesos de sus propios intereses, para que se acuartelasen las milicias, y se previniesen municiones de guerra, entre tanto se daba parte a la Audiencia, para que deliberase lo que tuviese por conveniente. Con esta cantidad se dio principio a los preparativos; pusiéronse a sueldo 300 hombres; se nombraron capitanes y demás oficiales, para hacer el servicio; don Manuel Serrano, formó una compañía de la más infame chusma del pueblo, y nombró por su teniente a don Nicolás de Herrera, de genio caviloso, que después fue uno de los que más sobresalieron en esta trágica escena.
Acuartelada así la tropa, se suscitaron muchas disensiones por la poca subordinación de los soldados, la ninguna legalidad en los oficiales para la suministración del prest señalado, y otros motivos, que se originaban, más por la disposición de los ánimos, que por las fundadas quejas.
El día 9, a las diez de la noche, salieron del cuartel algunos soldados de la compañía de Serrano, pidiendo a gritos socorro a los demás; y preguntada la causa, respondió en voz alta Sebastián Pagador: «Amigos, paisanos y compañeros, estad ciertos que se intenta la más aleve traición contra nosotros por los chapetones; esta noticia acaba de comunicárseme por mi hija; en ninguna ocasión podemos mejor dar evidentes pruebas de nuestro amor a la patria, sino en esta; no estimemos en nada nuestras vidas, sacrifiquémoslas gustosos en defensa de la libertad, convirtiendo toda la humildad y rendimiento, que hemos tenido con los españoles europeos, en ira y furor, y acabemos de una vez con esta maldita raza». Se esparció inmediatamente por todo el pueblo este razonamiento, y la moción en que estaban las compañías milicianas, no descuidándose don Nicolás Herrera en atizar el fuego, contando en todas partes con los colores más vivos, que su malicioso intento pudo sugerirle, la conjuración de los europeos.
Sebastián Pagador había sido muchos años sirviente en las minas de ambos Rodríguez, y en aquella actualidad concurría a ellas por las tardes con don Jacinto, donde este se ponía ebrio, mal de que adolecía comúnmente. Entre otras producciones de la borrachera, salió con el disparate que el corregidor le quería ahorcar, juntamente con sus hermanos, a don Manuel Herrera y otros vecinos. El calor de la chicha, que tenía alterado a Pagador, le hizo facilitar el asesinato que después ejecutaron, tratándolo con don Nicolás de Herrera, sujeto muchas veces procesado por ladrón público y salteador de caminos. A este no sólo le constaba -19- género de pensiones a mi nación, el perdón general de mi aparentada deserción del vasallaje que debo, y el total abolimiento de las aduanas, de la extensión de los resortes de la visita del reino, luego me retiraré a una Tebayda adonde pida misericordia, y Vuestra Señoría Ilustrísima me imparta todos los senderos documentos para mi glorioso fin, que mediante la divina misericordia espero, a cuyo fin aspiro, a quien clamo con los mayores ahíncos de mi alma por la importante vida de Vuestra Señoría Ilustrísima. Tungasuca, 12 de diciembre de 1780.
JOSÉ GABRIEL TUPAC-AMARU, Inca.
Otro oficio al Cabildo del Cuzco
MUY ILUSTRE CABILDO:
Desde que di principio a libertar de la esclavitud en que se hallaban los naturales de este reino, causada por los corregidores y otras personas, que apartadas de todo acto de caridad, protegían estas extorsiones contra la ley de Dios, ha sido mi ánimo precaver muertes y hostilidades por lo que a mí corresponde. Pero, como por parte de esa ciudad se ejecutan tantos horrores, ahorcando sin confesión a varios individuos de mi parte, y arrastrando otros, me ha causado tal dolor, que me veo en la precisión de requerir a ese cabildo contenga a ese vecindario en iguales excesos, franqueándome la entrada a esa ciudad; porque si al punto no se cumple esto, no podré tolerar un instante de tiempo mi entrada en ella a fuego y sangre, sin reserva de persona. A este fin pasan el reverendo padre lector fray Domingo Castro, el doctor don Ildefonso Bejarano y el capitán don Bernardo de la Madrid, en calidad de emisarios, para que con ellos se me dé fija noticia de lo que ese Ilustre Cabildo resolviese en un asunto de tanta importancia; el que exige rindan todas las armas, sean las personas de cualquiera fuero, pues en defecto pasarán por todo el rigor de una justa guerra defensiva. Sin retener por ningún pretexto a dichos emisarios, porque representan mi propia persona, sin que se entienda sea mi ánimo causar la menor extorsión a los rendidos, sean de la clase que fuesen, como ha sucedido hasta aquí. Pero si obstinados intentan seguir los injustos hechos, experimentarán todos aquellos rigores que pide la divina justicia, pues hasta aquí la he visto pisada por muchas personas.
La mía es la única que ha quedado de la sangre real de los incas, reyes de este reino. Esto me ha estimulado a procurar por todos los medios posibles a que cesen en el todo las abusivas introducciones, -20- que por los mismos corregidores y otros sujetos se habían plantificado; colocándose en todos los cargos y ministerios unas personas ineptas para ellos, todo resultante contra los míseros indios y demás personas, y disposiciones de los mismos Reyes de España, cuyas leyes tengo por experiencia se hallan suprimidas y despreciadas, y que desde la conquista acá, no han mirado aquellos vasallos a adelantarlas, sino que su aplicación es a estafar esta mísera gente, sin que respiren a la queja. Esto es tan notorio, que no necesita más comprobante sino las lágrimas de estos infelices que ha tres siglos las vierten sus ojos. Este estado nunca les ha permitido contraerse a conocer el verdadero Dios, sino a contribuir a los corregidores y curas su sudor y trabajo; de manera que, habiendo yo pesquisado por mi propia persona en la mayor parte del reino el gobierno espiritual y civil de estos vasallos, encuentro que todo el número que se compone de la gente nacional, no tiene luz evangélica, porque les faltan operarios que se la ministren, proviniendo esto del mal ejemplo que se les da.
El ejemplar ejecutado en el corregidor de la provincia de Tinta, lo motivó el decirme que yo iba contra la Iglesia, y para contener los demás corregidores, fue indispensable aquella justicia. Mi deseo es, que este género de jefes se suprima enteramente; que cesen sus repartimientos; que en cada provincia haya un alcalde mayor de la misma nación indiana, y otras personas de buena conciencia, sin más inteligencia que la administración de justicia, política cristiana de los indios y demás individuos, señalándoseles un sueldo moderado, con otras condiciones que a su tiempo deben establecérseles: entre las que es indispensable una, comprensiva a que en esa ciudad se erija Real Audiencia, donde residirá un virrey como presidente, para que los indios tengan más cercanos los recursos. Esta es toda la idea por ahora de mi empresa, dejándole al Rey de España el dominio directo que en ellos ha tenido, sin que se les substraiga la obediencia que le es debida, y tampoco el comercio común, como nervio principal para la conservación de todo el reino.
Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría muchos años. Campo de Ocororo8, 3 de enero de 1781. Besa la mano de Vuestra Señoría su muy seguro servidor.
JOSÉ GABRIEL TUPAC-AMARU, Inca.
Muy Ilustre Cabildo y Ayuntamiento de la gran ciudad del Cuzco.
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Otro oficio al mismo Cabildo
MUY ILUSTRE CABILDO:
Sin embargo de que con fecha de 3 del que corre, expuse a Vuestra Señoría mi deseo, propenso siempre a evitar las muertes, destrozos e incendios de casas, que no se pueden evitar si la guerra defensiva sigue de mi parte; ayer 8 del mismo, habiéndose adelantado esta tropa con el ardor que acostumbra, fueron ganando algún terreno sin hacer ofensa, hasta que la tropa de esa ciudad declaró invasión ofensiva. Las funestas consecuencias que es preciso se sigan, me obligan a representar a Vuestra Señoría, ponerle a la vista, que me instan mis indios a que les conceda permiso para entrar a saco esa ciudad. Si así sucede, quedará arruinada, y convertidos sus habitantes en pavesa, que es la intención que les he penetrado, pues me ofrecen entregarla a mi disposición; y que por compensativo solo esperan poblarla ellos mismos, sin permitir otro vecindario. Persuadirase Vuestra Señoría que esta expresión la dicta el temor; pero no es así; porque tengo a mis órdenes innumerable gente, que solo espera la que les diese para cumplir lo que prometen. Prevéngolo así a Vuestra Señoría, para que esté en inteligencia de que mi ánimo deliberado es, que no se cause hostilidad a ninguno, ya que esos naturales y vecindario están impuestos en lo contrario por personas que debían informarles de la verdad; mayormente cuando nunca me he acomodado a las resoluciones atentadas de esta gente, que anhela por la consumación de su idea, y recelo pasen a su ejecución por aquellos términos que suele dictar la irreflexión. Para que ni ante Dios ni el Rey se me pueda inferir cargo, lo pongo en noticia de Vuestra Señoría, para que por medio del conductor don Francisco Bernales me comunique su deliberación, para ajustar la mía a lo que sea más conveniente.
Bien penetrado tengo se habían hecho críticas reflexiones sobre adelantar el real patrimonio, cesando los repartimientos por el señalamiento y alcabala de su tarifa; pero también estoy impuesto de que los mestizos y españoles no gustosos contribuirán, a correspondencia de sus fondos, aún más cantidad que el rédito de la tarifa. Es bastante prueba de esta verdad hallarse a mis órdenes, sin violencia, crecido número de ellos, como lo tengo representado a los tribunales que corresponde.
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Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría muchos años. Altos de Picchu, y enero 9 de 1781. Besa la mano de Vuestra Señoría su seguro servidor.
JOSÉ GABRIEL TUPAC-AMARU, Inca.
A los Señores del Ilustre Cabildo y Ayuntamiento de la gran ciudad del Cuzco.
Copia de carta fecha en el Cuzco, en 10 de enero de 1781, remitida con propio a la Paz
Después que regresó el indio Tupac-Amaru de Lampa, a Tungazuca su cacicazgo, determinó tomar la derrota de bajar a esta ciudad; y de Quiquijana empezó a ir sacando toda la gente para Urcos, dejando en el camino todas las haciendas saqueadas hasta Paylla, a excepción de Lucre, y en parte Pucuto, de que solo sacó los caballos y mulas que allí había. De Urcos pasó a Andaguailas, y es de allí a Oropesa, siendo recibido en las respectivas iglesias con palio, cruz alta y repiques, como así lo confiesa el conductor, que ha sido el ayudante de cura de Oropesa. Estas correrías las hizo con parte de su gente en la quebrada, dejando el tercio mayor en las Punas con su mujer, hijos y familia, el que enderezaba a salir para Oropesa por el camino blanco; pero se volvió al alto, y fue a descansar en Yanacocha, en las cercanías de la Pampa de Ocororo, y altos de Yaurisqui, cosa de tres y media leguas de esta ciudad; de donde envió su embajador, que lo fue La Madrid, Bejarano y un fraile franciscano para el señor Obispo y la Junta, diciendo que se entregasen a buenas, o que de lo contrario a sangre y fuego derrotaría la ciudad. La Madrid tuvo el atrevimiento de decir a Su Ilustrísima que el señor gobernador, don José Gabriel Tupac-Amaru, le remitía un pliego por su embajador, ordenándole le entregase en mano propia; pero lo echó fuera Su Ilustrísima, y lo puso de vuelta y media. De Urcos se despidió el hermano de Tupac-Amaru, Diego, para la parte de la quebrada, con determinación de arrastrar toda la gente, la de Catea, Paucartambo, provincia de Calca y Urubamba, para entrar en el Cuzco por la caja del agua por la fortaleza. Pero antes entró en estos lugares un comisionado del indio, que empezó a destruir todas las haciendas, la de Velasco, Astete, Camara y Capana, que hay por allí, con tal iniquidad, que solo les ha quedado el casco. Bajaron los indios a Caycay, y apenas escapó don Ramón Tronconis a pie para Oropesa, aunque su hija libró, poco antes del asalto, el dinero, plata labrada y vestidos en la Quebrada.
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Todas estas haciendas quedan saqueadas hasta dicho exclusive; siendo la mayor lástima de que estos pícaros tuvieron el atrevimiento de matar en Calca todas las mujeres españolas, sin reserva de criaturas; y muchas de ellas las degollaron en la misma iglesia, con la brutalidad de usar de ellas, antes y después de muertas, en el templo; y al pobre viejo Valdés lo mataron en el mismo sagrario; y últimamente, no ha quedado persona alguna que parezca español. En Pisaca no se hizo tanto, pero también hubo muchas muertes.
Guayllabamba se escapó, porque bajó el cacique de Chinchero con toda su gente, e hizo una cruel matanza en los alzados, derrotándolos, sin permitir pasasen adelante, en las inmediaciones de Guayocarí. Bien es verdad que para ello tuvo la ayuda de cosa de cien soldados de estos parajes; pero este cacique ha estado muy fiel, y se vino después a guardar la ciudad, y acuarteló su gente en el cerro de Sagsaguamán, y a su inmediación, el de Anta y Rosas han hecho lo mismo con 2.500 indios que pusieron en Picchu.
En este estado de hallarse toda la ribera conmovida, ha pasado el dicho hermano, y no ha resollado más: hasta que se apareció el 6 del que corre Tupac-Amaru por Puquin, en donde mató quince mulatos, de veinte y ocho que habían llegado de Lima, los que se despacharon a contener el tumulto de los indios.
El día 8 amaneció con su gente, acordonado desde el alto de Puquin, hasta el último cerro inmediato al de Piccho, y presentó la batalla a los indios que aquí estaban acuartelados: bien que apenas puso cien hombres con solo lanzas y un pedrero. Dicho día empezó la batalla a la una de la tarde, y se acabó a las 6, con mucha pérdida de los nuestros, porque los jefes que mandaban tres compañías dieron orden de que solo la del comercio fuese hasta el alto; y los cholos del Cuzco, al sonido de las hondas, se huyeron; de los que compuso un ejército, y por milagro de Dios no se apoderó del cerro de Picchu, y venida la noche, ambos quedaron en sus sitios; y hoy 9, algunos de Chumbivilcas, y los indios de Chinchero, que ayer como a las 5 fueron a socorrer a los de Anta, con algunos de la compañía de comercio y cholos del Cuzco, han hecho retirar al indio, le han quitado muchas mulas, y algunas cargas, caballos y borricos, hasta su cama; tan empeñados, que hasta Puquin lo siguieron, haciéndolo retroceder por este camino, y en el empeño, me acaban de decir, revolvieron contra ellos los alzados, viendo la osadía de que solo 300, o 450 arreaban a más de 4.000 de ellos.
Se presume que va a lo de su mujer, a traer el auxilio que dejó -24- en Yanacocha; pero ya van tras él 400 de Paruro; y en fin, creo que parará en tragedia: debiéndose todo a la Providencia, pues no hay uno que mande formalmente en los combates y pueda precaver los peligros, que así sería menos nuestra pérdida y mayores los triunfos; y ayer lunes, hasta las 6 de la tarde, con solo piedras le estuvieron haciendo frente los nuestros, aunque los contrarios tenían algunas armas de fuego.
La plaza del Cuzco ya está bien guardada, con todas las armas, y 600 fusiles, y otros tantos chafarotes que nos han llegado de Lima; y los caudales se han puesto en la Compañía, que está segura, y la custodian los dueños.
El comandante que traen los mulatos de Lima, es Avilés. Al Visitador se le espera por Arequipa dentro de doce días, con más de mil hombres. Esta tarde acaba de zafarse Figueroa de la tropa de Tupac-Amaru, y la artillería de este ya queda por nuestra. A la llegada del Visitador habrá bien que hacer por el mal gobierno que han tenido los de la Junta formada para la defensa.
Aquí, mejor que los mulatos, lo hacen algunos frailes y clérigos con sus fusiles, y estos quedan alistados con los viejos, y han estado aprendiendo los movimientos de la milicia sobre mes y medio, en el palacio y Colegio de Nuestro Padre, que hoy queda de cuartel de los indios de Oropesa.
El Deán, el día de Santo Tomás, tenía prevenido su caballo para ir a San Francisco a la adoración de la Bula; luego que oyó decir que había indios por los cerros, se vistió de militar, y muy bien armado salió por las calles en busca de sus soldados los clérigos; y se acabó con esto la procesión, que ya estaba empezando, y en este mismo instante se presentó con esta compañía del modo posible a las 11 del día, sin más prevención que hacerles quitar los capotes, y ponerles los sombreros a tres picos para manejar las armas.
Vista del fiscal del Virreinato de Buenos-Aires
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
El abogado fiscal de este Virreinato, en vista de los testimonios que acompañan los Corregidores y Justicia Mayor de las Provincias de -25- Azangaro, Larecaja y Chucuito, a sus correspectivas representaciones o informes, sobre la sublevación principiada en la provincia de Tinta, correspondiente al Virreinato de Lima, el día 10 de noviembre último, continuada y propagada por arbitrio y fomento de su autor, el cacique del pueblo de Tungasuca, José Tupac-Amaru, dice: Que los documentos y diligencias en copia contenidas, no solo ministran mérito suficiente para graduar y declarar a los comprendidos en este horrible alzamiento, especialmente al cacique Tupac-Amaru, por verdaderos reos de Estado, rebeldes, traidores al Rey, en fuerza de las Leyes 1.ª, título 2.º, Parte 7.ª, y 1.ª, título 18, libro 8.º de las Recopiladas de Castilla, con sus concordantes de uno y otro derecho; sino también para que, sin la precisa observancia de todos los requisitos dispuestos por las Leyes 6.ª y 8.ª, título 4.º, libro 3.º de las Recopiladas de Indias, u otros algunos reparos, se les persiga y ataque como a enemigos, al menos hasta lograr la prisión o muerte del referido autor de tan escandalosa, perjudicial e infame conjuración.
Son los motivos que ejecutan la celeridad de este arbitrio, tan urgentes como manifiestos por el expediente, en cuya serie de noticias y sucesos no deben ocupar tanto la atención la lastimosa muerte del corregidor don Antonio de Arriaga, la usurpación de su caudal, la ocupación de las armas que tenía en su casa, ni las convocatorias y excesos que sucesivamente fue perpetrando el pérfido Tupac-Amaru, como la astucia, la cavilosidad y prometidas ideas con que arbitró cometerlos, y sublevar aquella y demás provincias, poniéndolas en estado de llevar adelante los reprobados designios que ocultaba.
Para prender al corregidor Arriaga en su misma casa, parece haberle dispuesto un banquete. Para convocar los cabos militares, caciques o indios de la provincia, se cree haber compelido al infeliz corregidor preso a expedir o firmar órdenes citatorias. Para sacarle a la horca a presencia de la multitud, sin movimiento ni alboroto, mandó publicar bando, afectando que procedía en virtud de órdenes de Su Majestad. Con el mismo pretexto pasó a consecuencia de este sensibilísimo espectáculo a la provincia inmediata de Quispicanchi, a ejecutar iguales atrocidades con el corregidor don Fernando Cabrera y cuantos europeos encontrase; expidiendo, bajo el mismo supuesto criminal concepto de figuradas comunicaciones del Rey, luego que se restituyó a su pueblo de Tungasuca, las que le parecieron, a los caciques de las provincias inmediatas, para que cada uno a su imitación perpetrase iguales atentados.
Y aunque en las dos de Azangaro y Carabaya, pertenecientes a este Virreinato, no surtieron efecto sus depravados arbitrios, por la lealtad con que su comisionado, el cacique gobernador del pueblo de Azangaro, -26- don Diego Chuquiguanca y sus hijos, hicieron manifestación de los pliegos que se hallan copiados en el expediente, ofreciendo sacrificarse por el Rey; lo cierto es del caso, que la provincia de Quispicanchi, verificada la fuga del mencionado don Fernando Cabrera, su actual corregidor, está subordinada al rebelde Tupac-Amaru, y él mismo asegura en uno de los papeles escritos a Chuquiguanca, que otras cuatro provincias más estaban a sus órdenes. Porque, conociendo este perverso la suma deferencia que aquellos naturales están acostumbrados a prestar a las órdenes del Rey, y el horror con que suelen mirar a los corregidores que les gobiernan, y europeos que por lo regular les acompañan, no le habrá sido difícil mover los ánimos de ellos a la ejecución de las supuestas órdenes del Rey, con tan criminal pretexto.
Mas el fuego de la cavilosidad y perfidia del nominado traidor, consiste en que, habiendo repetido tantas veces las órdenes reales con que se hallaba autorizado para proceder contra los corregidores y europeos, en sus bandos, cartas, oficios, y en los edictos que dirigió al coronel cacique y gobernador de Azangaro, don Diego Chuquiguanca, para arrastrar aquella provincia y la de Carabaya, ya silencia los mandatos del Rey, y procede como el más distinguido indio de la sangre real de los incas y tronco principal, a libertar a sus compatriotas de los agravios, injusticias y servidumbre en que los habían tenido los corregidores europeos, sin haberse atendido a sus quejas por los tribunales superiores para proveer de remedio. De cuya consecuencia se sigue, que el nombre de Rey, proferido indeterminadamente, sin especificar el señor don Carlos III actualmente reinante, solo le repitió para reducir los ánimos de los naturales de aquellas provincias a tolerar las violencias ejecutadas con Arriaga, e inducirlos a que se ejecutase lo mismo con otros corregidores. Y considerando verificadas en parte estas ideas, se convirtió de comisionado en redentor de injusticias y gravámenes, sin más impulso que el de su conmiseración por sus compatriotas, abriéndoles ya camino a la aclamación por su Rey, o cuando no, vinculándoles a su obediencia para sostener a su benefactor con las armas, hasta elevarle al trono extinguido de los infieles tiranos reyes del Perú, que es sin duda el blanco de sus conatos.
Y con efecto, por lo que el expediente ministra, tuvo ya la satisfacción de juntar el crecido número de indios, que el coronel don Pedro la Vallina, (prisionero que fue suyo) expresa en la contenida carta; y con el auxilio de ellos, se refiere, haber rebelado y muerto a 300 y tantos hombres, que salieron a contenerle del Cuzco, adonde se enderezaba, ocupándoles las armas para armar a los rebeldes que le siguen. Con que, si sobre estos primeros progresos de su tiránica empresa se reflexiona haberlos alcanzado en consecuencia de la sublevación experimentada en la -27- ciudad de Arequipa con motivo del establecimiento de aduanas; la que con menos fundamento estalló en la ciudad de la Paz; por el mismo motivo en la de Chayanta, y los rumores de que en otras provincias se hallaban los naturales algo inquietos; si se considera que el rebelde Tupac-Amaru, enterado de estos sucesos, les ofrece la libertad no solo de derechos de aduana, sino de alcabalas, tributos y servicios de minas, es preciso conceptuar en estos ofrecimientos un aliciente poderoso en los naturales a seguirle, y un inminente riesgo de que aumente sucesivamente el partido de los rebeldes, si con la mayor vigilancia no se aprende a dar muerte a tan insolente rebelde, para que, extinguido el motor, se corte el conato a otros de incorporarse a los conjurados, y se les precava la ocasión de precipitarse al despeñadero de su infidelidad a su legítimo Monarca y Señor natural, con perjuicio de ellos mismos y de la República.
Los Corregidores de las provincias de este virreinato, inmediatas a la de Tinta, y principalmente el de la de Azangaro, penetraron luego los designios del pérfido Tupac-Amaru, y la dificultad de apagar el fuego de la conjuración, si con tiempo no se cortaba; por lo mismo este, sin pérdida de momentos, comenzó a exhortar a los de Carabaya, Lampa, Chucuito, Puno, Larecaja, y demás circunvecinas de este virreinato; verificando lo mismo con los del Cuzco, Arequipa, y otros del virreinato de Lima. Y aunque el de Arequipa respondió no poderse desprender de las dos compañías de soldados, que por la Capitanía General de Lima se le remitieron, en ocasión de haberse sublevado aquella ciudad, y el de Larecaja representa los fundamentos que le retraen de concurrir a la convocatoria, los demás de Azangaro, Carabaya, Chucuito, etc., parece que estaban prontos a salir inmediatamente reunidos, con sus armas y municiones, a la raya de Vilcanota, divisoria de ambos virreinatos, a contener a los conjurados, en caso que pretendiesen difundirse hacia esta parte, y aun a perseguir al rebelde, aunque fuese en el virreinato de Lima, sin más substanciación de causa, en que no halla desde luego repugnancia el Fiscal; porque la guerra justa, como es la que se dirige contra las provincias rebeladas, o tiranos, no respeta jurisdicciones, máxime siendo territorios de un mismo Monarca, ni en casos tan urgentes y circunstanciados como el presente, se necesita más substanciación de causa para atacar a los enemigos, que la subsistencia de la rebelión, que es el conocimiento más notorio de este delito cuya odiosidad y horror deben excitar el celo, no solo de los ministros encargados del gobierno de las provincias, sino también de todos los vasallos, sin excepción de personas, para ocurrir en tan críticas circunstancias, sin más mandato del Rey o inmediato jefe, que la cierta noticia de conjuración, a apagar la propagación de -28- tan temible fuego, y sofocarle en su origen, como oportunamente se ordena en la Ley 3, título 15, Parte 2.ª
De suerte que, aunque en cuanto al modo de proceder en la subyugación de los rebeldes, ponen tropiezo las Leyes enunciadas 6 y 8, y con más especificación la 9, siguiente, título 4, libro 3 de las Recopiladas de Indias, anteponiendo todos los medios de suavidad, dulzura y amor, y aun la franqueza de todos gravámenes a los de la guerra, y que si fuese necesaria esta, se anticipe primero aviso a Su Majestad en su Real y Supremo Consejo; sin embargo, en el caso que en el día se presenta, parece que sin forzosa aligación a la letra de estas leyes, puede procederse conforme a su espíritu, y al tenor de las facultades que a los señores Virreyes concede la Ley 2, título 3 del precitado libro, abreviando toda resolución o empresa, hasta dificultar al autor de la rebelión que pueda hacer progreso. Y así, si a las primeras reconvenciones que se le hagan en conformidad de las predichas leyes, no se entrega con los rebeldes que les siguen, antes persiste en su rebelión, incitando a los naturales con edictos, a semejanza de soberano, a seguir su partido, no debe perderse instante de atacar al partido rebelde, proponiéndole al mismo tiempo, que si entregan a su caudillo Tupac-Amaru, se suspenderá contra ellos la guerra, y se les condonará sus delitos, oyéndoles en justicia sobre cualesquiera quejas o agravios, por los tribunales a que corresponda; pues faltándoles el autor de su conjuración puede fácilmente extinguirse, y sosegarse el reino, como con efecto han sosegado otros, en que se ha tomado este arbitrio, siguiendo la regla o ejemplo que ofrece la Escritura Sagrada en el capítulo 20 del 2 de los Reyes, sobre la rebelión que expresa.
Por la misma regla, y la de otros ejemplares, cree el Fiscal poderse declarar por rebelde al cacique Tupac-Amaru; y en caso que no se entregue, o le entreguen sus partidarios a las reconvenciones o requerimientos que permitan las situaciones de cada partido, autorizarse a todo vasallo del Rey, tanto del partido rebelde como del que pase a subyugarle, para que le aprendan o maten. Pues, a más de que esta autoridad la tiene cualquier vasallo que pretenda hacer tan importante servicio, sin riesgo de incidir en el enorme delito de regicidio, que no se verifica en la muerte de un traidor contumaz, rebelde y pretendido tirano, autorizándose a cualesquiera, cesa todo escrúpulo, pudiendo justamente ofrecerse premio para el efecto; con la calidad de que, en cuanto sea posible, se procure aprenderle vivo; y en este caso, que sea mayor que no entregándole muerto.
Bien que, no debiendo entenderse el ofrecimiento del premio que se -29- señale, sino limitadamente, y con restricción al caso que el rebelde se halle con las armas en las manos, continuando su rebelión; y aun en este pudiera no convenir que se publicase, si el partido de rebeldes tiene proporciones de aumentarse con esta noticia, precaverse o irritarse y desesperar. Para que con concepto a todo esto se obrase con el mayor acuerdo, le parece al Fiscal, que habiéndose autorizado por esta Capitanía General, con motivo de la sublevación de Chayanta, con título de comandante en jefe de las armas, al teniente coronel don Ignacio Flores, residente hoy en las provincias del Perú, se le podía escribir carta, en inteligencia de lo resuelto, o con copia de la providencia, a efecto de que, publicando las circunstancias que deben considerarse, resolviese lo conveniente. Asimismo, aunque los corregidores de Azangaro, Carabaya, Larecaja, Chucuito, Lampa y demás, estén distantes, parece que están subordinados a la comandancia del expresado Flores, por el tenor de su título; y de no, convendría que se declarase expresamente, y que se dirigiese a sus órdenes el indispensable auxilio de tropa arreglada que solicitan los corregidores, para que, bajo la dirección del citado comandante, pasase a aquellas provincias confinantes con otras cualesquiera milicias que haya juntado, según lo pide el caso. Contestándoseles a los nominados corregidores que han escrito, en el concepto de aprobarse por ahora su convocatoria, y las providencias que tomó el de Azangaro, o escribiéndose carta circular a todos los que por la inmediación puedan concurrir, y la correspondiente de gracia por su lealtad al coronel cacique y gobernador de Azangaro, don Diego Chuquiguanca, para que todos unidos, y bajo las órdenes del comandante enunciado, procedan a contener cualquiera irrupción de los rebeldes en las provincias de este virreinato, que no puedan avanzar más con la gente y armas que tengan. Y en tal caso, que se arreglen a lo expuesto, estrechando al partido rebelde con las menos posibles muertes y estragos, y fijando la atención en que se les entregue al cacique Tupac-Amaru, o en aprenderle, sin embargo que se halle en el territorio del Virreinato de Lima; pues una vez que pretendió sublevar las provincias de este virreinato, está sujeto al rigor de sus providencias; a más de que por el de Lima es regular que se hayan expedido algunas. Y para la más cabal inteligencia de aquel excelentísimo señor Virrey, y que las tropas de una y otra parte procedan con la mayor armonía, convendría asimismo hacer expreso, noticiando a Su Excelencia lo que se acuerde en el particular, o particulares contenidos. Sobre que la superior comprensión de Vuestra Excelencia resolverá lo que sea más de su superior agrado, justificado arbitrio, dando cuenta a Su Majestad por el próximo aviso. Buenos Aires y enero 15 de 1781.
Doctor PACHECO
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Providencia del excelentísimo señor virrey don Juan José de Vértiz
Buenos Aires, 15 de enero de 1781.
Con presencia de lo que expone el Abogado Fiscal, de lo que informan los corregidores de Azangaro, Lampa y Chucuito, y documentos con que se hacen constar los horrendos y escandalosos delitos en que ha incurrido el indio José, que se apellida Tupac-Amaru, que abusando del real nombre, y afectando falsamente tener comisión del Soberano, dio muerte públicamente a su corregidor don Antonio de Arriaga, se manifiesta la rebelión contra la Majestad, y se hacen constar las hostilidades con que ha invadido los estados, provincias y vasallos fieles y de mi mando, y emisarios y espías que ha dirigido para revolverlos y pervertirlos, turbar la paz de los pueblos, e introducir en ellos el fuego de la guerra; con reflexión a lo que el derecho de gentes en semejantes casos previene, y el real y municipal de estos reinos ordena, y a la inminencia del peligro y necesidad de acudir a los gravísimos daños y sumos males que amenaza al Estado, y de cortar en el tiempo preciso el rápido curso con que la malicia introduce en los corazones sencillos el contagio pernicioso de dicha revolución: he resuelto declarar, como por las presentes letras declaro, al enunciado José por rebelde a la Majestad y enemigo del Estado, y mandar, como mando, se le haga a él y a todos los que su partido siguen, la guerra y cuantas hostilidades y daños puedan los fieles vasallos del Rey, en sus personas y bienes. Apruebo las providencias a este fin tomadas por los corregidores de Azangaro, Lampa y Chucuito, don Lorenzo Zata y Zuviría, don Vicente Hore Dávila, y don Ramón de Moya y Villareal, a quienes se les corresponda y prevenga lo conveniente, y recomiende la fidelidad y buen servicio del cacique gobernador del pueblo de Azangaro, coronel don Diego Chuquiguanca; y porque el más importante de la salud pública y más eficaz medio para reponer en tiempo y de un solo golpe de mano diestra, el buen orden y estado pacífico, consistiría en extirpar el ambicioso origen de todos los males que padecen los pueblos, segando la cabeza del rebelde José, he ordenado, se sitúen, y tengan a disposición de cualesquiera de los fieles vasallos u otra persona que este servicio haga, 10.000 pesos corrientes de plata, acuñada en cualesquiera de las cajas de este Virreinato, en que haga constar haberlo ejecutado, y 20.000 de la misma moneda, al que lo entregase prisionero; de manera que se pueda hacer justicia en su persona para el escarmiento y ejemplo de los demás rebeldes sus secuaces. Y si cualquiera de estos, arrepentidos de sus errores y descamino, -31- ejecutare el mismo servicio, a más de la retribución pecuniaria, se le concederá el perdón de su culpa y pena por ella merecida. Lo que mando se publique y haga notorio en la manera conveniente.
VÉRTIZ
El Marqués de Sobremonte
Diario de las tropas que salieron del Cuzco, al mando del mariscal de campo, don José del Valle, dirigidas a operar contra el rebelde Tupac-Amaru, y su prisión
Cuzco, 19 de marzo de 1781.
Las medidas tomadas para prender la persona del vil traidor José Gabriel Tupac-Amaru, y sus indignos auxiliadores, van saliendo muy bien con nuestras tropas. Estas salieron de esta ciudad los días 7 y 8 del corriente, en número de 17.116 hombres, en seis columnas, y dos destacamentos, como parece por menor de la razón del plan que se acompaña. Con este motivo, y un bando de perdón, publicado por el Visitador General, se pasaron muchos de los rebeldes, y se cree lo hagan todos, luego que nuestras tropas o columnas se acerquen. A esto se agrega, que el mismo Tupac-Amaru ha escrito a los reverendos padres de estas religiones, y a este ilustrísimo señor Obispo, pidiéndoles que antes se duelan, y se dediquen a interceder por su melancólica situación, que ir contra él. Al Visitador General parece que también ha escrito muy sumisamente bajo el propio concepto, o el que admita su penitencia, para que no se derrame más sangre, pagando él por todos, con la pena condigna, los crímenes y culpas que ha ejecutado en hechos tan execrables. Dicen que la casa de este desgraciado y mal hombre, está hecha una confusión de pena; que su mujer llora sin cesar, y que lo mismo hacen sus hijos; que su hermano Diego está en extremo melancólico, y que en Tinta, donde se halla, tiene hecho un zanjón para su resguardo, y más de 1.200 hombres que lo custodian, con buenas ganas de entregarle o matarle luego que se acerquen nuestras tropas. Dios nos lo conceda para que estas tristes provincias queden tranquilas y libres de tantos males como han padecido, que son infinitos. Esto es por mayor lo acaecido hasta la fecha, por lo que no me detengo más.
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Aviso, 22 de marzo
Esta noche acaba de llegar propio del señor Inspector General, en que noticia haberse puesto el rebelde en un cerro, entre Tinta y Sangarara, con 6 a 7.000 hombres que ha juntado de los que tiene esparcidos por aquellos lugares con sus capitanes, que es el último esfuerzo que hace. Que ya tenía reunidas tres columnas para cercarlo; por lo que de un día a otro esperamos resultas favorables, mediante Dios.
Aviso, 8 de abril
(DE MADRUGADA)
La noche del día 7 del que corre, poco antes de las 8 hemos tenido la plausible noticia de la prisión del rebelde José Gabriel Tupac-Amaru, con su mujer e hijos que le acompañaban, y con quienes nos ha hecho la guerra que hemos experimentado. Hacer a usted prolija relación de las acciones entre los nuestros y los rebeldes, sería obra muy larga, que no permiten los pocos instantes que median entre escribir esta, y la salida de un soldado de caballería que despacha el señor Visitador a esa capital con noticia tan feliz; y así solo diré a usted lo principal.
El día 31 del próximo pasado marzo, se condujeron a esta ciudad las cabezas de dos famosos capitanes del rebelde, apellidados Parvidra y Bermudes, los que fueron muertos en una acción entre los nuestros y un cuerpo rebelde de 5 a 6.000 hombres, en la que fueron pasados a cuchillo más de 1.000 y derrotado el resto enteramente. Estos dos capitanes sostuvieron el encuentro con tanto vigor, que murieron al pie de un cañón con que nos batían; y esta acción sucedió en los términos de la provincia de Chumbivilcas confinantes a Tinta. El señor Inspector, que dirigió su marcha por otro camino a esta provincia, con un cuerpo considerable de tropa, al que se habían de unir en las inmediaciones de Tungasuca, pueblo que tenía por corte el rebelde, otras cuatro columnas, las que compondrían un ejército de 16.000 hombres, entró en el pueblo de Quiquijana, en donde hizo prisionero al Justicia Mayor del rebelde, y otro cacique, nombrado Pomaica, -33- los que fueron ahorcados inmediatamente. De allí dirigió su marcha a Tungasuca, y en las inmediaciones del pueblo nos presentó batalla; pero de aquellas artificiosas que él presenta, con mucha viveza y esfuerzo, haciendo una descarga de seis cañones y alguna fusilería, que por mal servida, solo mató tres hombres de nuestro cuerpo. Uno nuestro, de 300 a 400 hombres que estábamos inmediatos al enemigo, le acometió con tanto ardor, que los deshizo enteramente, haciendo una carnicería que horrorizó a Tupac-Amaru; cuyo asombro creció, viendo que le tomaban sus cañones, pertrechos, municiones, equipajes y cuanto había robado. Él escapó de ser prisionero en la acción por el buen caballo en que iba montado, y viendo todo perdido, envió orden a su mujer e hijos que huyesen como pudiesen, y se arrojó a pasar un río caudaloso a nado, lo que logró. Pero a la otra banda el coronel de Langui, que la era por su orden en este pueblo, por ver si indultaba su vida, le hizo prisionero, y le entregó a los nuestros, habiendo tenido la misma suerte, como llevo dicho, su mujer, hijos y demás aliados. Mañana saldrá de esta ciudad el señor Visitador a nuestro campo, para conducir estos personajes aquí, y para que reciban el premio conforme a su mérito.
A las 6 de la mañana de este mismo día se condujo prisionero a Francisco Tupac-Amaru, tío de José en consorcio de otro cacique, nombrado Torres, uno y otro famosos capitanes del rebelde. El primero traía vestiduras reales, de las que usaban los incas, con las armas de Tupac-Amaru bordadas de seda y oro en las esquinas.
Esta ciudad se ha llenado de regocijo con la prisión de Tupac-Amaru y su familia; actualmente hay un repique general de campanas, y lo común del lugar está lleno de júbilo; aunque dos baúles de papeles que se le han encontrado, no dejarán de quitar el sueño a algunos de aquí. Los bienes encontrados al rebelde son reducidos a doce petacas de plata labrada, muchas alhajas de oro y diamantes, y de lo demás no se puede dar razón, porque del campo avisan que los inventarios durarán muchos días.
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Estado en que se apuntan los nombres y las graduaciones de los comandantes de las columnas destinadas a operar contra el rebelde José Gabriel Tupac-Amaru; las fuerzas y tropas de que se compone cada una, y las provincias por donde deben seguir su marcha, hasta el punto de reunión prevenido
Jefe principal de la expedición, el mariscal de campo don José del Valle.
Mayor general, el capitán don Francisco Mellar.
Ayudantes de campo, los tenientes de caballería, don Antonio Donoso, don Isidro Rodríguez, y el subteniente de infantería, don José Antonio López.
Comandantes de la primera columna
El sargento mayor de caballería, don Joaquín Balcárcel 1.º
El coronel de milicias, Marqués de Rocafuerte 2.º
Deben dirigir su marcha por las provincias de Paucartambo, Quispicanchi y Tinta.
Fuerzas de esta columna
Dragones de caballería 100 2.310
Ídem de Calca 60
Ídem de Urubamba 100
Ídem de Alamay 25
Ídem de Andaguaylas 25
Indios de Tambo, y Quebrada de Calca 2.000
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Comandantes de la segunda columna
El teniente coronel, don Juan Manuel Campero 1.º
El teniente de infantería, don José Varela 2.º
Fuerzas de esta columna
Caballería ligera 200 2.950
Ídem de esta ciudad 150
Ídem de Quispicanchi 200
Ídem de Andaguaylas 200
Infantería de Lima 200
Indios de Maca, Abancay y Chincheros 2.000
Comandantes de la tercera columna
El teniente coronel, don Manuel Villalta 1.º
El coronel de milicias, don Matías Baules 2.º
Pedreros 2
Deben dirigir su marcha por los Altos de Ocororo de Quispicanchi.
Fuerzas de esta columna
Compañía del cacique de Rojas 200 2.950
Infantería de Lima 150
Ídem de Andaguaylas 300
Ídem de Abancay 200
Ídem de Lira 100
Indios de Anta, Guarocondo, Surite y Altos 2.000
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Comandantes del cuerpo de reserva
El coronel, don Gabriel de Avilés 1.º
El capitán de ejército, don José de León 2.º
El coronel de milicias, don Gabriel Ugarte 3.º
Cañones 2
Fuerzas de este cuerpo
Infantería de Lima 300 500
Ídem de Huamanga 200
Comandantes de la cuarta columna
El coronel de Paruro, don Manuel Uries y Castilla 1.º
El coronel de milicias, don Isidro Guisasola 2.º
Dirige su marcha por Paruro, Livitaca, Chumbivilcas, Auri, y Coporaque de Tinta.
Fuerzas de esta columna
Infantería de esta ciudad 100 3.000
Españoles e indios 2.900
Comandantes de la quinta columna
El coronel, don Domingo Marnara 1.º
El corregidor de Cotabambas, don José María Acuña 2.º -37-
El corregidor de Chumbivilcas, don Francisco Laisequilla 3.º
Dirige su marcha por las provincias de Chumbivilcas hasta Livitaca.
Fuerzas de esta columna
Infantería 100 3.000
Españoles e indios 2.900
Comandantes de la sexta columna
El coronel don José Cavero 1.º
El justicia mayor de Paucartambo, don Francisco Celorio 2.º
Fuerzas de esta columna
Dragones de aymaraes 560 560
TOTAL 15.270
Además de la fuerza que comprende el presente estado, han salido dos destacamentos compuestos de 1.846 hombres con sus respectivos oficiales y comandantes, dirigidos a guarnecer los puestos de Urubamba y Calcaylares, para evitar la fuga del rebelde por aquella parte, que con los 15.270 de arriba, componen 17.116 hombres.
La tropa que quedó de guarnición en el Cuzco se componía de 1.000 hombres, a saber: el regimiento de infantería de milicias de aquella ciudad; una compañía de pardos de Lima de 100 hombres, y otra de los voluntarios de Huamanga de otros 100 hombres.
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Oficio del visitador general don José Antonio de Areche al Virrey de Buenos Aires, participándole la prisión de José Gabriel Tupac-Amaru
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Muy señor mío: Tengo el gusto de participar a Vuestra Excelencia, que ya está preso desde el día 6 próximo, el vil insurgente José Gabriel Tupac-Amaru, su mujer, dos hijos y los capitanes y aliados que explica la adjunta nota, después de haberle desbaratado la mayor parte de su execrable y sacrílego ejército, en las inmediaciones del pueblo de Tinta, provincia de su nombre, donde, y en el de Tungasuca de que fue cacique, se le ha cogido una gran porción de lo robado en templos, poblaciones, haciendas, obrajes y caminos, que es de bastante valor, con los pertrechos de guerra que también se ponen para noticia de Vuestra Excelencia.
Consecuente a este suceso es el de quedar pacificadas, como lo están, las provincias de Condesuyo, Arequipa, Chumbivilcas, Cotabambas, Paruro o Chilques, y Márquez, Paucartambo, Quispicanche, Calca y Lares, Urubamba y la citada de Tinta, perteneciente a este virreinato, que tenía en lo más por suyas este traidor; y ahora seguirá esta tropa haciendo lo mismo con las de ese, conviene a saber: Lampa, Carabaya, Azangaro, Oruro, Carangas, Porco, Paria, Chayanta, y otras que estén en el propio melancólico caso; para lo cual aviso con esta fecha lo oportuno al señor don Fernando Márquez de la Plata, con el fin de que la tropa formada en la Paz, y la que me consta ha remitido Vuestra Excelencia a extinguir esta rebelión, obre ofensiva y defensivamente; en el concepto de que la de aquí pasará a las primeras provincias de la línea muy en breve, o dentro de pocos días, según lo espero, pues se va a poner en Lampa y Carabaya, formándose en divisiones, y de modo que obre sin riesgo, o sin desampararse por las distancias unas a otras.
Yo tengo dicho a Vuestra Excelencia desde Lima, y en los instantes de partir para ponerme en esta ciudad, que venía con el señor inspector general, mariscal de campo, don José del Valle, y 600 hombres de aquella casi informe tropa, a disponer una expedición seria, y capaz de deshacer en breve este alzamiento; y por hallarse cerrada la comunicación -39- de estas provincias con las de ese mando, no me ha sido posible continuarle la noticia de mi llegada, ni la de que conseguida esta, a pesar de la incomodidad y afanes que son comunes a caminos de una tierra tan quebrada como la del virreinato del Perú, en sus serranías, y ásperas y elevadas cordilleras, formamos aquí en estos contornos fieles, y pusimos en marcha en poco menos de 14 días, 17.000 hombres, divididos en siete columnas principales, para batir y prender al enunciado traidor, pacificando de paso las provincias que tenía puestas en su partido: como todo se ha logrado en casi igual tiempo que el que impendimos en disponerlo. Y ya abierto el paso en lo principal, me tomo el gusto de comunicar a Vuestra Excelencia estas noticias con aspecto menos sensible, y con la confianza de que en un corto periodo quedará tranquila toda la tierra que nos alborotó este malvado, cuyas inicuas proezas son bien públicas, y me hacen que no se las detalle con alguna particularidad a Vuestra Excelencia.
Preso pues este traidor, y los principales de su alianza, a quienes voy a imponer los serios castigos que merecen, y que tengan una ajustada correspondencia con lo raro, inhumano, sacrílego y horroroso de sus crímenes, luego que les tome las declaraciones oportunas a inquirir el origen, y otros cómplices que puede haber encubiertos, se me hace fácil la pacificación de lo que resta, y la prisión de los emisarios que tiene en los territorios de ese gobierno; y lo aviso a Vuestra Excelencia, ganando los instantes para que entre en esta satisfacción, y alivie sus cuidados, procurando también que para que logre nuestro venerado Amo la misma, se sirva pasarle esta noticia, según le ruego, en unión de la carta adjunta, que me tomo la libertad de suplicar a Vuestra Excelencia la haga aprovechar igualmente los momentos, dándome a mí sus apreciables órdenes, con la seguridad de que los recibiré y cumpliré con la obediencia más pronta, ínterin tengo nuevos motivos de participarle el resto de esta feliz expedición, en que me propongo desde ahora, como tengo anunciado a Vuestra Excelencia, puesto que pasa a su territorio y mando, obrar todo lo que obraría siendo de este, sin reparo alguno, no obstante que ofrezco no excederme en cosa que no aconsejen las circunstancias, y pienso que Vuestra Excelencia haría lo propio, hallándose a la vista; en lo que, repito, que procuraré ser escrupuloso, con todo el extremo que me debe exigir esta materia.
Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia los muchos años que le pido. Cuzco, abril 12 de 1781. Excelentísimo señor besa la mano de Vuestra Excelencia. Su más atento y seguro servidor.
JOSÉ ANTONIO DE ARECHE
Virrey de Buenos Aires, don Juan José de Vértiz.
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Lista de los principales rebeldes que se hallan presos en este cuartel del Cuzco, y de los que han muerto en los combates que han presentado a nuestras columnas las sacrílegas tropas del traidor que se expresa, con las notas que irán al pie
José Gabriel Tupac-Amaru, cabeza principal.
Micaela Bastidas, su mujer, natural de Abancay.
Dos hijos suyos, uno de 11 años, y otro de 20.
Francisco Tupac-Amaru, tío de José.
Marcos Torres, cacique de Acomayo.
José Mamani, indio de Tinta, su coronel.
Diego Berdejo, español de Macari, yerno de Francisco Noguera, su comandante.
Tomasa Tito Condemayta, cacica del pueblo de Acos.
Melchor Arteaga, español, natural de Layo, mayordomo y cuidador de ganados.
Ramón Ponce, español, natural de Libitaca, comandante y custodiador de pólvora y balas.
José Hunda, español, natural del Cuzco.
Manuel Galleguillos, español, natural de Oruro, escribiente.
Diego Ortigosa, español, de Arequipa, asesor.
Patricio Noguera, español de Purimana, primo del rebelde.
Estevan Vaca, español, del Cuzco, fundidor.
Blas Quiñones, mestizo, de Tinta, confidente.
Mariano Cataño, español, de Huancavelica, sargento mayor.
Andrés Castelo, capitán.
Felipe Mendizábal, capitán.
Isidro Poma, comandante y cacique.
Úrsula Pereda, criada del rebelde.
Miguel Zamalloa, capitán.
Pedro Mendigure, capitán.
Cecilia Tupac-Amaru, media hermana del traidor.
Manuel Quiñones, capitán.
Pascual Mancilla, ídem.
Manuel Ferrer, ídem.
Rafael Guerra, ídem.
Antonio Valdés, ídem.
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Lucas Herrera, ídem.
Francisco Herrera, ídem.
Mateo Avellaneda, ídem.
Gerónimo Andia, portero.
Lucas Colqui, cacique de Pomacanche, comisario y alcalde.
Francisco Torres, confidente, y comisionado en varios asuntos.
José Manuel Yepes, esclavo del cura de Pomacanche.
Antonio Oblitas, esclavo, y el que ahorcó a Arriaga.
Pedro Pablo, esclavo de don Manuel Tagle.
Miguel Landa, esclavo de don Tiburcio Landa.
Los siguientes hace tiempo se hallan presos en este cuartel
Mariano Banda, español, del Cuzco, escribiente del difunto Arriaga, y después del rebelde.
José Estevan de Escarbena y Villanueva, natural de Arequipa, escribiente también del rebelde.
Francisco Castellanos, que trajo los edictos y convocatorias del rebelde, al Cuzco.
Dionisio Medrano.
Jacinto Inquillupa, cacique, de la parroquia del hospital de esta ciudad, acusado por partidario del traidor.
Muertos en las batallas y ahorcados
Juan de Dios Valencia de Velille, capitán.
Tomás Parbina de Colquemarca, famoso capitán y justicia mayor por el rebelde, en la provincia de Chumbivilcas.
Felipe Bermudes, español, del Cuzco, cajero que fue de Arriaga; después secretario, comandante principal, y uno de los cinco que componían la Junta privada del rebelde.
NOTA. Estos tres que mantenían la rebelión de Chumbivilcas, y mandaban las tropas que tenía allí el rebelde, fueron muertos por la columna de Cotabambas, en las cuatro batallas que les presentó desde 19 a 22 de marzo; y las cabezas de los últimos, que se trajeron -42- al Cuzco, estuvieron de orden del señor Visitador General, expuestas en la horca dos días, y después se han quedado fijadas en los caminos principales de las entradas de la ciudad.
Pomainca, cacique de Quiquijana, y justicia mayor de ella por el rebelde, fue baleado allí por las espaldas, por falta de verdugo.
En Tinta se ahorcaron el día 8 de abril, 60 cómplices, no de tanto delito como los antecedentes.
Las columnas de Paruro y Cotabambas han tomado, en los diferentes encuentros que han tenido, tres cañones, entre ellos uno de a seis.
En Tinta, que tenía fortificada y amurallada con adobes, y sus fosos al rededor, se le encontraron seis cañones, y bastante pólvora y balas, con otras armas y municiones, y una gran porción de lo robado en pueblos, iglesias, haciendas, obrajes y caminos.
No se ponen otros muchos que tenía ajusticiados la Junta de esta ciudad, antes que llegase el señor Visitador e Inspector General, los 600 hombres de Lima, y 200 de Guamanga, con el tren de municiones y armas de todas clases, que condujeron sus señores, por ser esta nota de solo su tiempo y mando. También queda ya preso Antonio Bastidas, cuñado del rebelde.
Representación del Cabildo y vecinos de Montevideo
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Señor: Contestando como fieles vasallos, de las turbulencias causadas en las provincias de arriba, por la innata adversión con que los indios sus naturales han siempre mirado la cristiana y dulce legislación del mejor y más católico de los soberanos, y que todo este fatal acontecimiento recae, ya para la consideración, cuanto para el debido remedio sobre la justificada superioridad de Vuestra Excelencia, a quien toda esta ciudad, como nosotros, que tenemos por ahora el honor de representarla, tan tiernamente veneramos, conducidos de los piadosos empeños con que Vuestra Excelencia -43- solo anhela y desea nuestra común y particular felicidad, reunidos con aquella uniformidad de sentimientos que nos inspira el vasallaje y respetuoso reconocimiento a los muchos motivos con que Vuestra Excelencia sabe obligarnos, antes que mandar a los que somos sus más rendidos súbditos, creímos por muy propio de nuestro ministerio acordar en pleno Cabildo, sobre cuáles, en tan funestas circunstancias, deberían ser las demostraciones de este leal pueblo, para acreditar de un modo el más indeficiente el verdadero ánimo que nos asiste, de sacrificarnos en obsequio de la causa pública, del Rey, y de Vuestra Excelencia, que por dicha nuestra tan cabalmente le representa.
Pensada la materia, avaloradas nuestras cortas fuerzas, y sinceramente manifestadas cuantas facultades nos eran propias, tenemos la desgracia de que no haya más que ofrecer que nuestras personas, hijos y pobres haberes, suscribiendo, con firme pecho todos los vecinos bien opinados esta nuestra deliberación, como tan adecuada al espíritu de fidelidad que los anima.
Con la más constante fe y verdaderas palabras hacemos a Vuestra Excelencia esta corta obligación, que si bien no corresponde al grande deseo que nos unió para protestar en concurrencia tan solemne, la suma lealtad de que nos gloriamos, Vuestra Excelencia, ante quien estamos prontos para ratificarla, sabrá, con su sabio y diestro pulso, hacerla útil al estado, instrumento, aunque débil, del acierto en los sucesos y testimonio eterno del amor y fidelidad con que sacrificaremos el último aliento, con cuanto esta reciente población posea de más estimable.
Dios guarde la importante vida de Vuestra Excelencia muchos años, que hemos menester. Sala capitular de Montevideo, 14 de mayo de 1781. Besan la mano de Vuestra Excelencia sus más atentos súbditos.
Francisco Larrobla. Miguel Herrera. Francisco Lores. Ramón de Cáceres. Martín José Artigas. José Bermudes. Antonio Valdivieso. Mateo Vidal. Bruno Muñoz. Manuel Méndez. Andrés Yáñez. Ramón Ximénez. Juan de Echenique. Bartolomé Varela y Montoto. Manuel Gato. Marcos Pérez. José Mas. Dionisio Fernández. Juan Antonio Guzmán. Manuel Vázquez. Félix Mas de Ayala. Roque Fernández de Ibarra. Melchor de Viana. Don Juan Pedro Aguirre. Juan Balvín de Valejo. Fernando Martínez. Plácido Antonio Gallardo. Matías Sánchez de la Rozuela. Miguel de Larraya. Joaquín de Chopitea. José Cardoso.
Es copia de la representación del Cabildo y vecinos de la ciudad -44- de San Felipe de Montevideo, dirigida al excelentísimo señor virrey don Juan José de Vértiz, y mandada imprimir de orden de dicho señor excelentísimo, para que fuese aún más pública su lealtad constante y fiel ofrecimiento.
(Firma del escribano.)
Sentencia pronunciada en el Cuzco por el visitador don José Antonio de Areche, contra José Gabriel Tupac-Amaru, su mujer, hijos, y demás reos principales de la sublevación
En la causa criminal que ante mí pende, y se ha seguido de oficio de la Real Justicia contra José Gabriel Tupac-Amaru, cacique del pueblo de Tungasuca, en la provincia de Tinta, por el horrendo crimen de rebelión o alzamiento general de los indios, mestizos y otras castas, pensado más ha de cinco años, y ejecutado en casi todos los territorios de este virreinato y el de Buenos Aires, con la idea (de que está convencido) de quererse coronar Señor de ellos, y libertador de las que llamaba miserias de estas clases de habitantes que logró seducir, a la cual dio principio con ahorcar a su corregidor don Antonio de Arriaga. Observados los testimonios de las leyes en que ha hecho de acusador fiscal, el doctor don José de Saldívar y Saavedra, abogado de la Real Audiencia de Lima; y de defensor, el doctor Miguel de Iturrizarra, también abogado de la propia Audiencia; vistos los autos y lo que de ellos resulta: FALLO, atento a su mérito, y a que el reo ha intentado la fuga del calabozo en que se halla preso, por dos ocasiones, como consta de fojas 188 a fojas 194 vuelta, y de fojas 231 a fojas 235; e igualmente a lo interesante que es al público y a todo este reino del Perú, para la más pronta tranquilidad de las provincias sublevadas por él, la noticia de la ejecución de la sentencia y su muerte, evitando con ella las varias ideas que se han extendido entre casi toda la nación de los indios, llenos de supersticiones, que los inclinan a creer la imposibilidad de que se le imponga pena capital por lo elevado de su carácter, creyéndole del tronco principal de los incas, como se ha titulado, y por eso dueño absoluto y natural de estos dominios y su vasallaje; poniéndome también a la vista la naturaleza, condición, bajas costumbres y educación de estos mismos indios, y las de las otras castas de la plebe, las cuales han contribuido mucho a la mayor facilidad en la ejecución de las depravadas intenciones del dicho reo José -45- Gabriel Tupac-Amaru, teniéndolos alucinados, sumisos, prontos y obedientes a cualquiera orden suya; habiendo llegado los primeros hasta resistir el vigoroso fuego de nuestras armas contra su natural pavor, y les ha hecho manifestar un odio implacable a todo europeo o a toda cara blanca, o pucacuncas, como ellos se explican, haciéndose autores él y estos de innumerables estragos, insultos, horrores, robos, muertes, estrupos, violencias inauditas, profanación de iglesias, vilipendio de sus ministros, escarnio de las más tremendas armas suyas, cual es, la excomunión; contemplándose inmunes o exentos de ellas, por asegurárselo así, con otras malditas inspiraciones, el que llamaban su Inca; quien, al mismo tiempo que publicaba, en las innumerables convocatorias, bandos y órdenes suyos, (de que hay bastantes originales en estos autos) que no iban contra la Iglesia, la privaba, como va dicho, de sus mayores fuerzas y potestad, haciéndose legislador en sus más sagrados arcanos y ministerios; cuyo sistema seguía del propio modo contra su legítimo Soberano, contra el más augusto, más benigno, más recto, más venerable y amable de cuantos monarcas han ocupado hasta ahora el trono de España y de las Américas; privando a una y a otra alta potestad de sus más particulares prerrogativas y poder; pues ponía en las doctrinas curas, se recibía en las iglesias bajo de palio, nombraba justicias mayores en las provincias, quitaba los repartimientos o comercio permitido por tarifa a sus jueces, levantaba las obvenciones eclesiásticas, extinguía las aduanas reales y otros derechos que llamaba injustos; abría y quemaba los obrajes, aboliendo las gracias de mitas, que conceden las leyes municipales a sus respectivos destinos; mandaba embargar los bienes de los particulares habitantes de ellas, y no contento con esto quería ejecutar lo mismo, tomando los caudales de las arcas reales; imponía pena de la vida a los que no le obedecían; plantaba o formaba horcas a este fin en todos los pueblos ejecutando muchas; se hacía pagar tributos; sublevaba con este miedo y sus diabólicas ofertas las poblaciones y provincias, substrayendo a sus moradores de la obediencia justa de su legítimo y verdadero Señor, aquel que está puesto por Dios mismo para que las mande en calidad de soberano; hasta dejar pasar en sus tropas la inicua ilusión de que resucitaría, después de coronado, a los que muriesen en sus combates; teniendo, o haciéndoles creer que era justa la causa que defendía, tanto por su libertador, como por ser el único descendiente del tronco principal de los incas; mandando fundir cañones, como fundió muchos, para oponerse a la autoridad del Rey, y sus poderosas y triunfantes armas, reduciendo las campanas de las iglesias, y cobre que robó a este uso. Asignaba el lugar de su palacio, y el método de su legislación para cuando fuese jefe universal de esta tierra, y quería hacer patente su jura a toda su nación, atribuyéndose dictados reales, como lo comprueba el papel borrador de fojas 139, que se encontró en su mismo vestido, que lo convence. Se hizo pintar y -46- retratar en prueba de estos designios torpes, con insignias reales de unco, mascapaicha y otras, poniendo por trofeos el triunfo que se atribuía haber conseguido en el pueblo de Sangarara, representando los muertos y heridos con las llamas que abrasaron la iglesia de él, y la libertad que dio a los que se hallaban presos en sus cárceles; y últimamente, desde el principio de su traición mandó, y mandaba como rey, bajo el frívolo y falso pretexto de ser descendiente legítimo y único, según va indicado, de la sangre real de los emperadores gentiles, y con especialidad del Inca Felipe Tupac-Amaru, cuya declaración se usurpó desde luego sin facultad; pues el tribunal de la Real Audiencia de Lima, donde pendió esta causa, no le había declarado ningún derecho a esta descendencia, antes por el contrario había fundamentos bien seguros para denegársela, cuyas presunciones de entroncamiento, no obstante de hallarse en este tan dudoso estado, han hecho tal impresión en los indios, que llevados de esta, le hablaban y escribían en medio de su rudeza, con la mayor sumisión y respeto, tratándole a veces de Señoría, Excelencia, Alteza y Majestad, viniendo de varias provincias a rendirle la propia obediencia y vasallaje; faltando en esto a las obligaciones tan estrechas de fidelidad y religión que tiene él y todo vasallo con su rey natural; prueba clara, evidente y dolorosa del extraviado espíritu con que se gobierna esta infeliz clase, y también de cuán poco conoce la subordinación y acatamiento debido a la legítima potestad de nuestro adorable Soberano; dejándose persuadir maliciosamente de los ofrecimientos de este traidor ingrato, y mal vasallo suyo, de quien, y de su Real Audiencia de Lima, de su excelentísimo señor Virrey y de mí, fingía que tenía órdenes para ejecutar lo que tan bárbaramente ejecutaba, y debió no creer lícito el más idiota; fuera de que en cuanto a sus ofertas, no podían ignorar los indios que los repartimientos o enunciado comercio de Tarija, permitido a sus jueces territoriales, se iba a quitar tan en breve como ha señalado la experiencia, constándoles así esto, como que nuestro respetable Soberano deseaba y procuraba, según ha deseado y procurado siempre, su alivio. También sabían que las obvenciones no las pagan ni han pagado, sino por su propia voluntad, libre y espontánea, apeteciéndolo y anhelándolo muchos de ellos mismos, por los entierros de pompa, y uso de los demás sagrados sacramentos, con la ostentación que les ocasiona crecidos gastos; pues a sus respectivos doctrineros o curas, se les satisface y ha satisfecho el correspondiente sínodo, sin que tengan estos derecho o acción a emolumentos u obvenciones. Tampoco ha debido ignorar este insurgente, y sus malvados secuaces, para unírsele por sus promesas, que, conforme a la ley del reino, están exentos de alcabala, según se observa escrupulosamente en lo que es de su crianza, labranza propia, e industria de estas; pero de suerte, que para este beneficio y liberalidad no la conviertan, como lo suelen convertir, en agravio de nuestro Rey y Señor, sirviendo ellos -47- mismos de defraudadores del derecho de alcabala, llevando en su cabeza o a su nombre, con guías supuestas, a las ciudades o pueblos de consumo y comercio, lo que no es suyo y no les pertenece, siendo de otros no exentos; contraviniendo en esto a todas las leyes de cristianos, de vasallos, y de hombres de bien o de verdad, justicia y rectitud. A cuyo fin, y para que cumplan con estas cualidades y aquellas soberanas decisiones, se ha procurado siempre que dichas guías se examinen y vean con cuidado, y las saquen, las lleven, y se las den, sin costo ni detención alguna, los ministros recaudadores de este real derecho, y celadores de tales fraudes, que ha cometido y comete con repetición esta clase de privilegiados, cuyo celo justo y diligencia debida llama este traidor escandalosamente opresión y gravamen, sin conocer que son los indios quienes le han formado, si es que lo es, y no se mira a que de otro modo están aventurados los caudales, o sagradas rentas del Estado. Sabiendo igualmente él y los de su mal educada nación, que ningunas otras pensiones reales pagan, y aun cuando las pagaran, la religión y el vasallaje les dicta, enseña y demuestra el cumplimiento de lo mandado en este punto por los legítimos superiores, atendiendo a que estos no anhelan a otra cosa, que a subirlos a su mayor y más completa felicidad, y que estos derechos son precisos e indispensables para la defensa de nuestra amada y venerada Santa Iglesia Católica, para amparo de ellos, y de los otros, sus convasallos, manteniéndolos en justicia, o para defenderlos contra toda potestad enemiga, o cualesquiera persona que les insulte o insultase, perjudique o perjudicase en sus vidas, en sus bienes, en sus haciendas, en su honra, y en su quietud o sosiego. Considerando, pues, a todo esto, y a las libertades con que convidó este vil insurgente a los indios y demás castas, para que se les uniesen, hasta ofrecer a los esclavos la de su esclavitud; y reflexionando juntamente el infeliz y miserable estado en que quedan estas provincias que alteró, y con dificultad subsanarán, o se restablecerán en muchos años de los perjuicios causados en ellas por el referido José Gabriel Tupac-Amaru, con las detestables máximas esparcidas, y adoptadas en los de su nación y socios o confederados a tan horrendo fin; y mirando también a los remedios que exige de pronto la quietud de estos territorios, el castigo de los culpados, la justa subordinación a Dios, al Rey y a sus ministros, debo condenar, y condeno a José Gabriel Tupac-Amaru, a que sea sacado a la plaza principal y pública de esta ciudad, arrastrado hasta el lugar del suplicio, donde presencie la ejecución de las sentencias que se dieren a su mujer, Micaela Bastidas, sus dos hijos Hipólito y Fernando Tupac-Amaru, a su tío, Francisco Tupac-Amaru, a su cuñado Antonio Bastidas, y algunos de los principales capitanes y auxiliadores de su inicua y perversa intención o proyecto, los cuales han de morir en el propio día; y concluidas estas sentencias, se le cortará -48- por el verdugo la lengua, y después amarrado o atado por cada uno de los brazos y pies con cuerdas fuertes, y de modo que cada una de estas se pueda atar, o prender con facilidad a otras que prendan de las cinchas de cuatro caballos; para que, puesto de este modo, o de suerte que cada uno de estos tire de su lado, mirando a otras cuatro esquinas, o puntas de la plaza, marchen, partan o arranquen a una voz los caballos, de forma que quede dividido su cuerpo en otras tantas partes, llevándose este, luego que sea hora, al cerro o altura llamada de Picchu, adonde tuvo el atrevimiento de venir a intimidar, sitiar y pedir que se le rindiese esta ciudad, para que allí se queme en una hoguera que estará preparada, echando sus cenizas al aire, y en cuyo lugar se pondrá una lápida de piedra que exprese sus principales delitos y muerte, para solo memoria y escarmiento de su execrable acción. Su cabeza se remitirá al pueblo de Tinta, para que, estando tres días en la horca, se ponga después en un palo a la entrada más pública de él; uno de los brazos al de Tungasuca, en donde fue cacique, para lo mismo, y el otro para que se ponga y ejecute lo propio en la capital de la provincia de Carabaya; enviándose igualmente, y para que se observe la referida demostración, una pierna al pueblo de Livitaca en la de Chumbivilcas, y la restante al de Santa Rosa en la de Lampa, con testimonio y orden a los respectivos corregidores, o justicias territoriales, para que publiquen esta sentencia con la mayor solemnidad por bando, luego que llegue a sus manos, y en otro igual día todos los años subsiguientes; de que darán aviso instruido a los superiores gobiernos, a quienes reconozcan dichos territorios. Que las casas de este sean arrasadas o batidas, y saladas a vista de todos los vecinos del pueblo o pueblos donde las tuviere, o existan. Que se confisquen todos sus bienes, a cuyo fin se da la correspondiente comisión a los jueces provinciales. Que todos los individuos de su familia, que hasta ahora no hayan venido, ni vinieren a poder de nuestras armas, y de la justicia que suspira por ellos para castigarlos con iguales rigorosas y afrentosas penas, queden infames e inhábiles para adquirir, poseer u obtener de cualquier modo herencia alguna o sucesión, si en algún tiempo quisiesen, o hubiese quienes pretendan derecho a ella. Que se recojan los autos seguidos sobre su descendencia en la expresada Real Audiencia, quemándose públicamente por el verdugo en la plaza pública de Lima, para que no quede memoria de tales documentos; y de los que solo hubiese en ellos testimonio, se reconocerá y averiguará adónde paran sus originales, dentro del término que se asigne, para la propia ejecución. Y por lo que mira a la ilusa nación de los indios, se consultará a Su Majestad lo oportuno, con el fin de que, si ahora o en algún tiempo quisiese alguno de estos pretender nobleza, y descendencia igual o semejante, de los antiguos reyes de su gentilidad, sea, con otras cosas que se le consultarán, reservado este permiso y conocimiento a su Real Persona -49- con inhibición absoluta, y bajo de las más graves y rigorosas penas a cualquiera juez o tribunal que contraviniese a esto, recibiendo semejantes informaciones, y que las recibidas hasta ahora sean de ningún valor ni efecto hasta que el Rey las confirme, por ser esta resolución muy conforme a estorbar lo que se lee a fojas 34, vuelta, de estos autos, reservando del propio modo a su soberana determinación lo conveniente que es y será, atendidas las razones que van indicadas, y a que este traidor logró armarse, formar ejército y fuerza contra sus reales armas, valiéndose o seduciendo y ganando con sus falsedades a los caciques, o segundas personas de ellos, en las poblaciones, el que estas, siendo de indios, no se gobiernen por tales caciques, sino que las dirijan los alcaldes electivos anuales que voten o nombren estas; cuidando las mismas comunidades electoras, y los corregidores preferir a los que sepan la lengua castellana, y a los de mejor conducta, fama y costumbres para que traten bien y con amor a sus súbditos, y dispensando cuando más, y por ahora, que lo sean aquellos que han manifestado justamente su inclinación y fidelidad, anhelo, respeto y obediencia, por la mayor gloria, sumisión y gratitud a nuestro gran Monarca, exponiendo sus vidas, bienes o haciendas, en defensa de la patria o de la religión, oyendo con bizarro desprecio las amenazas y ofrecimientos de dicho rebelde principal, y sus jefes militares; pero advirtiendo de que estos únicamente se podrán llamar caciques, o gobernadores de sus ayllos o pueblos, sin trascender a sus hijos, o resto de la generación tal cargo. Al propio fin se prohíbe que usen los indios los trajes de la gentilidad, y especialmente los de la nobleza de ella, que solo sirven de representarles, los que usaban sus antiguos incas, recordándoles memorias que nada otra cosa influyen, que en conciliarles más y más odio a la nación dominante; fuera de ser su aspecto ridículo, y poco conforme a la pureza de nuestra religión, pues colocan en varias partes de él al Sol, que fue su primera deidad; extendiéndose esta resolución a todas las provincias de esta América Meridional, dejando del todo extinguidos tales trajes, tanto los que directamente representan las vestiduras de sus gentiles reyes con sus insignias, cuales son el unco, que es una especie de camiseta; yacollas, que son unas mantas muy ricas de terciopelo negro o tafetán; mascapaycha, que es un círculo a manera de corona, de que hacen descender cierta insignia de nobleza antigua, significada en una mota o borla de lana de alpaca colorada, y cualesquiera otros de esta especie o significación. Lo cual se publicará por bando en cada provincia, para que deshagan o entreguen a sus corregidores cuantas vestiduras hubiese en ellas de esta clase, como igualmente todas las pinturas o retratos de sus incas, en que abundan con extremo las casas de los indios que se tienen por nobles, para sostener o jactarse de su descendencia. Las cuales se borrarán indefectiblemente, como que no merecen la dignidad -50- de estar pintados en tales sitios, y a tales fines, borrándose igualmente, o de modo que no quede señal, si hubiese algunos retratos de estos en las paredes u otras partes de firme, en las iglesias, monasterios, hospitales, lugares píos o casas particulares, pasándose los correspondientes oficios a los reverendos arzobispos, y obispos de ambos virreinatos, por lo que hace a las primeras; sostituyéndose mejor semejantes adornos por el del Rey, y nuestros otros soberanos católicos, en el caso de necesitarse. También celarán los ministros corregidores, que no se representen en ningún pueblo de sus respectivas provincias comedias, u otras funciones públicas, de las que suelen usar los indios para memoria de sus dichos antiguos incas; y de haberlo ejecutado, darán cuenta certificada a las secretarías de los respectivos gobiernos. Del propio modo, se prohíben y quitan las trompetas o clarines que usan los indios en sus funciones, a las que llaman pututos, y son unos caracoles marinos de un sonido extraño y lúgubre, con que anuncian el duelo, y lamentable memoria que hacen de su antigüedad; y también el que usen y traigan vestidos negros en señal de luto, que arrastran en algunas provincias, como recuerdos de sus difuntos monarcas, y del día o tiempo de la conquista, que ellos tienen por fatal, y nosotros por feliz, pues se unieron al gremio de la Iglesia católica, y a la amabilísima y dulcísima dominación de nuestros reyes. Con el mismo objeto, se prohíbe absolutamente el que los indios se firmen Incas, como que es un dictado que le toma cualquiera, pero que hace infinita impresión en los de su clase; mandándose, como se manda, a todos los que tengan árboles genealógicos, o documentos que prueben en alguna manera sus descendencias con ellos, el que los manifiesten o remitan certificados, y de balde por el correo, a las respectivas secretarías de ambos virreinatos, para que allí se reconozcan sus solemnidades, por las personas que diputen los excelentísimos señores Virreyes, consultando a Su Majestad lo oportuno, según sus casos; sobre cuyo cumplimiento estén los corregidores muy a la mira, solicitando o averiguando quién no lo observa, con el fin de hacerlo ejecutar, o recogerlos para remitirlos, dejándoles un resguardo. Y para que estos indios se despeguen del odio que han concebido contra los españoles, y sigan los trajes que les señalan las leyes, se vistan de nuestras costumbres españolas, y hablen la lengua castellana, se introducirá con más vigor que hasta aquí el uso de sus escuelas bajo las penas más rigorosas y justas contra los que no las usen, después de pasado algún tiempo en que la puedan haber aprendido; pasándose con esta propia idea oficios de ruego y encargo a los muy reverendos Prelados eclesiásticos, para que en las oposiciones de curatos o doctrinas, atiendan muy particularmente a los opositores que traigan certificaciones de los jueces provinciales, del mayor número, de feligreses que hablen en ellas dicha lengua castellana, poniendo en las ternas que remitan a los señores Vicepatronos, esta -51- circunstancia respectiva a cada uno de los propuestos; dándose, para hablarla perfectamente, o de modo que se expliquen en todos sus asuntos, el término de cuatro años, y que los señores Obispos y Corregidores den cuenta en cada uno de estos al respectivo Superior Gobierno, quedando al soberano arbitrio de Su Majestad el premiar y distinguir a aquellos pueblos, cuyos vasallos hubiesen correspondido en las circunstancias presentes a la justa lealtad y fidelidad que le es debida. Finalmente queda prohibida, en obsequio de dichas cautelas, la fábrica de cañones de toda especie, bajo la pena, a los fabricantes nobles, de diez años de presidio en cualesquiera de los de África, y siendo plebeyos 200 azotes; y la misma pena por el propio tiempo, reservando por ahora tomar igual resolución, en cuanto a la fábrica de pólvora que seguirá luego. Y porque hay en muchas haciendas, trapiches y obrajes de estas provincias, variedad de ellos de casi todos calibres, se recogerán por los Corregidores, acabada íntegramente la pacificación de este alzamiento, para dar cuenta a la respectiva Capitanía General, con el fin de que se les dé el uso que parezca propio. Así lo proveí, mandé y firmé, por esta mi sentencia definitivamente juzgando.
JOSÉ ANTONIO DE ARECHE
Dio y pronunció la anterior sentencia, el muy ilustre señor don José Antonio de Areche, caballero de la real y distinguida orden española de Carlos III, del Consejo de Su Majestad, en el Real y Supremo de Indias, visitador general de los tribunales de justicia, y real hacienda de este reino, superintendente de ella, intendente de ejército, subdelegado de la real renta de tabacos, comisionado con todas las facultados del excelentísimo señor Virrey de este Reino, para entender en los asuntos de la rebelión, ejecutada por el vil traidor Tupac-Amaru. En el Cuzco, a 15 de mayo de 1781; siendo testigos, don Fernando Saavedra, contador de visita, don Juan de Oyarzábal y don José Sacín, de que certifico.
Manuel Espinavete López
Asimismo certifico, que por Juan Bautista Gamarra, escribano de Su Majestad, público y de Cabildo de esta ciudad, se dio un testimonio, que agregado a los autos que corresponde, dice así: Yo Juan Bautista Gamarra, escribano de Su Majestad, público y de Cabildo de esta ciudad del Cuzco, certifico, doy fe y verdadero testimonio a los Señores que el presente vieren, como hoy día viernes que se cuentan 18 de mayo, y año corriente de 1781; se ejecutó lo mandado en la sentencia antecedente con José -52- Gabriel Tupac-Amaru, sacándolo a la plaza principal y pública de esta dicha ciudad, arrastrándole hasta el lugar del suplicio un caballo, donde presenció la ejecución de las sentencias que se dieron a Micaela Bastidas, mujer de dicho Tupac-Amaru, a sus dos hijos Hipólito y Fernando Tupac-Amaru, a su cuñado Antonio Bastidas, a su tío Francisco Tupac-Amaru, y a los demás principales de su inicua y perversa tropa. Y, habiéndose concluido por los verdugos las sentencias con todos los reos, en este estado, uno de los citados verdugos le cortó la lengua al dicho José Gabriel Tupac-Amaru, y después le amarraron por cada uno de los brazos y piernas con unas cuerdas fuertes, de modo que estas se ataron a las cinchas de cuatro caballos, que estaban con sus jinetes, mirando las cuatro esquinas de la plaza mayor; y habiendo hecho la seña de que tirasen, dividieron en cuatro partes el cuerpo de dicho traidor, destinándose la cabeza al pueblo de Tinta, un brazo al de Tungasuca, otro a la capital de la provincia de Carabaya; una pierna al pueblo de Livitaca en la de Chumbivilcas, y otra al de Santa Rosa en la de Lampa; y el resto de su cuerpo al cerro de Pichu por donde quiso entrar a esta dicha ciudad; y en donde estaba prevenida una hoguera, en la que lo echaron juntamente con el de su mujer, hasta que convertidos en cenizas se esparcieron por el aire. Lo que se ejecutó a presencia del sargento José Calderón, y un piquete de soldados que fueron guardando los dichos cuerpos muertos. Y para que de ello conste donde convenga, doy el presente de mandato judicial, en dicho día, mes y año. En testimonio de verdad.
Juan Bautista Gamarra,
escribano de Su Majestad público y de Cabildo.
Así consta de dicho testimonio a que me remito. Cuzco y mayo 20, de 1781.
MANUEL ESPINAVETE LÓPEZ
Castigos ejecutados en la ciudad del Cuzco con Tupac-Amaru, su mujer, hijos y confidentes
El viernes 18 de mayo de 1781, después de haber cercado la plaza con las milicias de esta ciudad del Cuzco, que tenían sus rejones y algunas bocas de fuego, y cercado la horca de cuatro caras con el cuerpo de mulatos, y huamanguinos, arreglados todos con -53- fusiles y bayonetas caladas, salieron de la Compañía nueve sujetos, que fueron los siguientes: José Verdejo, Andrés Castelo, un zambo, Antonio Oblitas (que fue el verdugo que ahorcó al general Arriaga), Antonio Bastidas, Francisco Tupac-Amaru, Tomasa Condemaita, cacica de Acos, Hipólito Tupac-Amaru, hijo del traidor, Micaela Bastidas, su mujer, y el insurgente José Gabriel. Todos salieron a un tiempo, y uno tras otro venían con sus grillos y esposas, metidos en unos zurrones, de estos en que se trae yerba del Paraguay, y arrastrados a la cola de un caballo aparejado. Acompañados de los sacerdotes que los auxiliaban, y custodiados de la correspondiente guardia, llegaron todos al pie de la horca, y se les dieron por medio de dos verdugos las siguientes muertes.
A Berdejo, Castelo, al zambo y a Bastidas, se les ahorcó llanamente; a Francisco Tupac-Amaru, tío del insurgente, y a su hijo Hipólito se les cortó la lengua, antes de arrojarlos de la escalera de la horca; y a la india Condemaita se le dio garrote en un tabladillo, que estaba dispuesto con un torno de fierro que a este fin se había hecho, y que jamás habíamos visto por acá; habiendo el indio y su mujer visto con sus ojos ejecutar estos suplicios hasta en su hijo Hipólito, que fue el último que subió a la horca. Luego subió la india Micaela al tablado, donde asimismo, a presencia del marido, se le cortó la lengua, y se le dio garrote, en que padeció infinito, porque, teniendo el pescuezo muy delgado, no podía el torno ahogarla, y fue menester que los verdugos, echándola lazos al pescuezo, tirando de una y otra parte, y dándola patadas en el estómago y pechos, la acabasen de matar. Cerró la función el rebelde José Gabriel, a quien se le sacó a media plaza; allí le cortó la lengua el verdugo, y despojado de los grillos y esposas, lo pusieron en el suelo; atáronle a las manos y pies cuatro lazos, y asidos estos a la cincha de cuatro caballos, tiraban cuatro mestizos a cuatro distintas parte: espectáculo que jamás se había visto en esta ciudad. No sé si porque los caballos no fuesen muy fuertes, o porque el indio en realidad fuese de fierro, no pudieron absolutamente dividirlo, después que por un largo rato lo estuvieron tironeando, de modo que lo tenían en el aire, en un estado que parecía una araña. Tanto que el Visitador, movido, de compasión, porque no padeciese más aquel infeliz, despachó de la Compañía9 una orden, mandando le cortase el verdugo la cabeza, como se ejecutó. Después se condujo el cuerpo debajo de la horca, donde se le sacaron los brazos y pies. Esto mismo se -54- ejecutó con las mujeres, y a los demás se le sacaron las cabezas para dirigirlas a diversos pueblos. Los cuerpos del indio y su mujer se llevaron a Picchu, donde estaba formada una hoguera, en la que fueron arrojados y reducidos a cenizas, las que se arrojaron al aire, y al riachuelo que por allí corre. De este modo acabaron José Gabriel Tupac-Amaru y Micaela Bastidas, cuya soberbia y arrogancia llegó a tanto, que se nominaron reyes del Perú, Chile, Quito, Tucumán, y otras partes, hasta incluir el Gran Paitití, con otras locuras a este tono.
Este día concurrió un crecido número de gente, pero nadie gritó, ni levantó una voz; muchos hicieron reparo, y yo entre ellos, de que entre tanto concurso no se veían indios, a lo menos en el traje mismo que ellos usan, y si hubo algunos, estarían disfrazados con capas o ponchos. Suceden algunas cosas que parece que el diablo las trama y dispone, para confirmar a estos indios en sus abusos, agüeros y supersticiones. Dígolo porque, habiendo hecho un tiempo muy seco, y días muy serenos, aquel amaneció tan toldado, que no se le vio la cara al sol, amenazando por todas partes a llover; y a hora de las 12, en que estaban los caballos estirando al indio, se levantó un fuerte refregón de viento, y tras este un aguacero, que hizo que toda la gente, y aun las guardias, se retirasen a toda prisa. Esto ha sido causa de que los indios se hayan puesto a decir, que el cielo y los elementos sintieron la muerte del Inca, que los españoles inhumanos e impíos estaban matando con tanta crueldad.
Distribución de los cuerpos, o sus partes, de los nueve reos principales de la rebelión, ajusticiados en la plaza del Cuzco, el 18 de mayo de 1781
José Gabriel Tupac-Amaru.
Micaela Bastidas, su mujer.
Hipólito Tupac-Amaru, su hijo.
Francisco Tupac-Amaru, tío del primero.
Antonio Bastidas, su cuñado.
La cacica de Acos.
Diego Verdejo, comandante.
Andrés Castelo, coronel.
-55-
Antonio Oblitas, verdugo.
Tinta
La cabeza de José Gabriel Tupac-Amaru.
Un brazo a Tungasuca.
Otro de Micaela Bastidas, ídem.
Otro de Antonio Bastidas, a Pampamarca.
La cabeza de Hipólito, a Tungasuca.
Un brazo de Castelo, a Surimana.
Otro a Pampamarca.
Otro de Verdejo, a Coparaque.
Otro a Yauri.
El resto de su cuerpo, a Tinta.
Un brazo a Tungasuca.
La cabeza de Francisco Tupac-Amaru, a Pilpinto.
Quispicanchi
Un brazo de Antonio Bastidas, a Urcos.
Una pierna de Hipólito Tupac-Amaru, a Quiquijano.
Otra de Antonio Bastidas, a Sangarará.
La cabeza de la cacica de Acos, a ídem.
La de Castelo, a Acamayo.
Cuzco
El cuerpo de José Gabriel Tupac-Amaru, a Picchu.
Ídem el de su mujer con su cabeza.
Un brazo de Antonio Oblitas, camino de San Sebastián.
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Carabaya
Un brazo de José Gabriel Tupac-Amaru.
Una pierna de su mujer.
Un brazo de Francisco Tupac-Amaru.
Azangaro
Una pierna de Hipólito Tupac-Amaru.
Lampa
Una pierna de José Gabriel Tupac-Amaru, a Santa Rosa.
Un brazo de su hijo a Iyabirí.
Arequipa
Un brazo de Micaela Bastidas.
Chumbivilcas
Una pierna de José Gabriel Tupac-Amaru, en Livitaca.
Un brazo de su hijo, a Santo Tomás.
Paucartambo
El cuerpo de Castelo, en su capital.
La cabeza de Antonio Bastidas.
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Chilques y Masques
Un brazo de Francisco Tupac-Amaru, a Paruro.
Condesuyos de Arequipa
La cabeza de Antonio Verdejo, a Chuquibamba.
Puno
Una pierna de Francisco Tupac-Amaru, en su capital.
NOTA. Fernando Tupac-Amaru de 10½ años, e hijo de José Gabriel, fue pasado por debajo de la horca, y desterrado por toda su vida a uno de los presidios de África.
Pastoral del obispo de Buenos Aires, del Consejo de Su Majestad, etc., a sus diocesanos
Nos, don Sebastián Malvar y Pinto, por la gracia de Dios y de la Santa Sede, obispo de Buenos Aires, del Consejo de Su Majestad, etc.
A todos nuestros diocesanos, salud y paz en Nuestro Señor Jesucristo. Ya sabéis, queridos fieles míos, cómo en el próximo mes de noviembre, y antecedentes, se levantaron en este reino unos hombres traidores a Dios, a la Iglesia y al Rey. También habrá llegado a vuestra noticia, que estos perversos no hubo maldad que no cometieron, delito que no hayan perpetrado, ni sacrilegio que dejasen de hacer. Se abandonaron a sí mismos, se descartaron de la sociedad española, y olvidándose enteramente de los respetos de la humanidad, no perdonaron la vida aun a los más tiernos infantes, y, lo que es más horrible, pusieron sus sacrílegas manos en los sacerdotes del Señor, degollaron a los ministros del santuario, arrastraron las adorables imágenes de los santos, profanaron los vasos sagrados, pisaron el Venerable y Sacrosanto Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, hollaron con sus infames pies las hostias consagradas, e hicieron -58- finalmente a los templos testigos de sus más abominables obscenidades y lascivias. Parece que estas furias infernales, llevadas de su antojo y capricho, iban a acabar con nuestros hermanos, con la Religión y la Iglesia; pero aquel gran Dios, que ha prometido no dormir jamás en la custodia de esta su escogida Raquel, dispuso que cesen los lamentos y tragedias.
El día, pues, de ayer, 23 del corriente, recibimos por el correo de Chile noticias fijas y ciertas, que el 8 de abril próximo fue derrotado y preso el traidor José Gabriel Tupac-Amaru con su mujer, hijos, hermanos y demás secuaces que le acompañaban, e influían a negar la debida obediencia a Dios y a Nuestro Católico Monarca. ¿Y qué vasallo fiel y leal no se alegrará en el arresto de este rebelde? ¿Qué español verdadero no concibe en su pecho una excesiva alegría, por noticia tan plausible? ¿Qué cristiano no se empeñará en tributar a Dios los más rendidos obsequios, por habernos concedido un beneficio tan grande? Sí, amados hijos, este suceso es digno de todos nuestros votos y de las más fervientes oraciones. El amor que debemos al Rey y a la Religión que profesamos, exige que exhalemos nuestros corazones en alabanzas y cánticos. ¿Y a quién mejor se pueden dirigir nuestros sacrificios, que a la Trinidad Beatísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Patrona de esta muy Ilustre Ciudad de Buenos Aires? Sí señores; a la Trinidad Santísima, formaron los más célebres cánticos de agradecimiento Noé y sus hijos, cuando se libertaron del diluvio universal. A la Trinidad Santísima hicieron solemne fiesta los Macabeos, después de haber derrotado el ejército de Antíoco, y quitado la vida a los mejores generales de su reino. A la Trinidad Santísima tributó el pueblo de Israel y su santo rey Exequías, las más rendidas gracias, cuando sacudieron el yugo y tiranía de Senacherib, rey de los asirios. A la Trinidad Santísima adoró el pontífice Joazín y sus presbíteros, cuando la valerosa Judith destrozó el ejército de Holofernes, cortando la cabeza a este aleve tirano, y por tres meses fue celebrado el gozo de esta victoria, ofreciendo todo el pueblo, votos, holocaustos y promesas.
Pues, amados hijos míos, ya que no celebremos la victoria que acabamos de conseguir, por el espacio de tres meses, festejémosla a lo menos con tres o cuatro días de solemnidad. Cantemos en el primero una misa y Te Deum, dando gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Expóngase al mismo tiempo el sagrado cuerpo de Nuestro Salvador, en desagravio de los desacatos, irreverencias y maldades, que contra él, y en su misma presencia cometieron, nuestros falsos -59- hermanos. Téngase por otros tres días patente a este Señor Sacramentado, para que todo el pueblo le alabe, lo bendiga y engrandezca con súplicas, ruegos y ardientes suspiros. Concédase últimamente indulgencia plenaria a los que se confiesen y comulguen en estos tres días, pidiendo a Dios por la salud y vida de nuestro amable Rey, por la de los Serenísimos Señores, Príncipe y Princesa, y demás familia real, por la exaltación de la Santa Iglesia, por la paz y concordia entre los príncipes cristianos, y por todas las necesidades de España. Así, amados hijos, queremos que se haga en todas las parroquias de nuestro obispado; y en virtud de las facultades apostólicas con que nos hallamos de nuestro Sumo Pontífice reinante, concedemos indulgencia plenaria para tres días, que señalarán los párrocos a los que en ellos confiesen y comulguen.
Y por lo que pertenece a esta ciudad de Buenos Aires, rogamos a todos los párrocos, sacerdotes y demás ordenados, concurran el día 28 a nuestra santa iglesia catedral a las diez y media de la mañana. En este día celebraremos de pontifical, expondremos al Santísimo, y entonaremos el Te Deum. El día de nuestro padre San Pedro será el primer día de las cuarenta horas e indulgencia plenaria, y también oficiaremos la misa. El segundo y tercer día celebrarán nuestros hermanos y señores, Deán y Arcediano; y teniendo satisfacción de que todo nuestro clero se conformará con nuestras determinaciones, disponemos, que el primer día de las cuarenta horas pague los gastos de la música, cera, y demás que se ofrecieren, la una parte la fábrica de la iglesia, y la otra la Hermandad y mayordomos de San Pedro. El segundo día los costearemos Nos, y nuestro muy Ilustre Cabildo. El tercero será a cuenta de nuestros muy amados párrocos y clerecía, y también por nuestra parte ayudaremos. A las demás gentes y sagradas religiones no queremos gravarlas con pensión alguna; pero deseamos que procuren acompañarnos a dar gracias al gran Padre de las Misericordias; para lo que a los segundos se les pasará cortés y atento recado, por nuestro secretario de Cámara, y para que llegue a noticia de los primeros, se fijarán edictos en todas las iglesias.
Últimamente, exhortamos a todos nuestros súbditos, a perseverar en la obediencia de Nuestro Católico Monarca, y en el respeto que se debe a sus virreyes, gobernadores y ministros, cumpliendo con el precepto del Apóstol, que nos intima, que toda alma esté sujeta a las superiores potestades.
-60-
Dadas en nuestro palacio episcopal, firmadas de nuestra mano, y refrendadas por nuestro secretario, a 24 de junio de 1781.
FRAY SEBASTIÁN,
obispo de Buenos Aires.
Por mandado de Su Señoría Ilustrísima, el Obispo, mi señor.
Don Francisco González Pardo,
secretario.
Relación del cacique de Puno, de sus expediciones, sitios, defensa, y varios acaecimientos, hasta que despobló la villa de orden del señor inspector y comandante general don José Antonio del Valle. Corre desde 16 noviembre de 1780 hasta 17 de julio de 1781
Un indio, cacique del pueblo de Tungasuca, provincia de Tinta, inmediata al Cuzco, que se nombra José Gabriel Tupac-Amaru, prendió a su corregidor don Antonio Arriaga, y lo mandó asesinar el día 10 de noviembre del año pasado, sin que hasta la fecha hayamos conseguido una noticia cierta y clara de los motivos particulares que acaso le impulsaron a un atentado de esta naturaleza, ni de todas sus circunstancias, que se refieren con variedad.
2. Don Vicente Hore, corregidor de la provincia de Lampa, de la comprensión de este virreinato, y confinante con la expresada de Tinta, con la novedad de este suceso desgraciado, y de que el cacique agresor, después de apoderarse de esta última ciudad, intentase lo propio con las otras de Chumbivilcas y Caylloma, que sin tardanza abrazaron su partido, libró los correspondientes exhortos a los corregidores de Azangaro, Carabaya, Puno, Chucuito, Arequipa y la Paz, con el designio de ahogar en sus principios este incendio, haciendo -61- toda la resistencia posible a sus progresos. Con efecto, luego que llegaron a nuestras manos, con la noticia dolorosa, que se divulgó bien presto, de que había perecido a manos de aquel infame un número considerable de fuerzas que se le opusieron del Cuzco, y contemplando en semejantes circunstancias urgentísima la necesidad del socorro que se nos pedía, dispuse estas milicias con la presteza posible, cuyo número solo llegaba al de 166 hombres armados con brevedad, y la poca pólvora y balas que pudo conseguirse; y marchando con dirección a la de Lampa, concurrieron en su pueblo capital, con el gobernador de Chucuito.
3. Pero como, aún reunidas nuestras milicias, que llevaban pocas armas con las cortas que restaban en dicho Lampa, por el destacamento que se había hecho de antemano, con la idea de fortalecer el de Ayavirí, no se contemplasen bastantes para buscar al enemigo, cuyas fuerzas se creyeron incomparablemente mayores por las noticias que lo aseguraban se tuvo por más oportuno que marchase yo con mis gentes, en calidad de segundo comandante, a reforzar este último pueblo que se reputaba como frontera. No me detuve un punto, y después de dos jornadas, recibí una orden que me pasaron los corregidores de Lampa y Azangaro, y don Francisco Dávila, primer comandante nombrado, con notable distancia, para que regresase al instante con mis tropas, y otros cien hombres más que conducía a mis órdenes en cuya vista no tuve deliberación, sino para retroceder, como con efecto lo practiqué hasta Lampa, al propio tiempo que a los oficiales que estaban en Ayavirí se les había mandado igualmente se retirasen al mismo pueblo; pero estos que lo eran el coronel de milicias de la provincia de Azangaro, y el teniente coronel de las de Lampa, suspendieron la ejecución de esta orden, exponiendo las consideraciones que tuvieron para no obedecerle. No obstante, habiendo comprendido que era absolutamente necesario que reuniésemos nuestras armas y nuestras fuerzas, para resolver de concierto, y con conocimiento de todas ellas, lo que pareciese más acertado para detener al enemigo, se les escribió segunda vez que cumpliesen con lo mandado; cuya orden llegó a sus manos en la misma sazón que aquel y sus tropas estaban tan inmediatas al dicho Ayavirí, que no pudo efectuarse la retirada con el orden necesario. De manera que salieron como les fue posible, cayendo muchos en manos del traidor, a quien se juntaron, o por malicia, o por la lisonjera seguridad de sus vidas y sus personas, que tuvo cuidado de prometer, publicando que su ánimo nunca tenía por objeto el agravio de criollos, sino solo el exterminio de corregidores y chapetones, y quitar repartos, alcabalas y mitas de Potosí.
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4. En esta misma razón se formó un consejo de guerra, para deliberar sobre las resoluciones que convendría abrazar en la situación en que estábamos; y habiendo expuesto el coronel y teniente coronel de caballería de Lampa, se guarde desconfianza en la conducta de los milicianos, en quienes no sirve de gobierno el honor, para el arreglo de sus operaciones, mayormente hallándose provocados con el insidioso atractivo de que no sufrirán la menor violencia o perjuicio, y teniéndose presente, que una mayor parte de la pólvora y balas, dispuestas para nuestras armas, habían caído en poder del indio en el mencionado Ayavirí de que se hizo dueño, juzgamos de que parecía más acertado el retirarnos al pueblo de Cavanilla; y se hubiera practicado, si al mismo tiempo de intentarlo, no se hubiera advertido que las milicias del pueblo de Lampa no verificaron su reunión.
5. Por esta causa el gobernador de Chucuito y yo, después que llegamos al dicho Cavanilla, en compañía del de Lampa, Azangaro y Carabaya, nos dirigimos con nuestras gentes a nuestras respectivas provincias, marchando los otros a la ciudad de Arequipa, en solicitud del auxilio que ya el primero tenía pedido. En este caso, en que podía ya contemplarse la capital de Puno, como barrera de estas provincias de arriba, sujetas al gobierno de este virreinato, y con ánimo de defenderla, pasé revista de mis gentes, que las hallé completas, y solicité que el corregidor de la Paz y el de Chucuito, me franqueasen algún socorro, que no fue posible alcanzarlo, y aun a pesar de los positivos deseos con que el último pretendía unir sus fuerzas con las mías, para que entrambos obrásemos de acuerdo, porque se hallaba sumamente inquieta su provincia.
6. En este estado, que fue sumamente doloroso y sensible a mis deseos, y a vista de que todos los que podían servir en iguales circunstancias determinaban salir ya de esta villa, para retirar sus familias y sus muebles, y sustraerse del furor y latrocinio del traidor y todas sus gentes, resolví retirarme con los que se hallaban capaces de seguirme, a aguardar el auxilio pedido, y evitar a nuestras provincias el delito, de que acaso procurasen redimir los destrozos que recelaban, con el atentado de insultar nuestras personas, para entregarlas a aquel infame. Con efecto, el día 11 de diciembre pasado, después de haber divulgado por cierto, que pasando ya el precitado Lampa, venía marchando hacia esta villa, que solo dista 14 leguas de este pueblo, mandé juntar todos los vecinos que habían quedado, y animando mis expresiones con mucho celo y honor al real servicio, les exhorté vivamente a la mayor fidelidad de nuestro legítimo Soberano, para precaverlos de la seducción y el engaño; y dejando aseguradas las pocas armas, para que no se apoderase de ellas el enemigo, me retiré doce leguas de aquí, donde me mantuve, hasta que -63- se me comunicó la noticia de que, después de mil desórdenes e infamias cometidas en Lampa y sus cercanías, y dejando secretamente una orden para que se me prendiese, y remitiese por mis propias gentes, dirigida por uno que fue cacique de los indios de esta villa, como se me ha comunicado con la mayor reserva, había ya retrocedido, sin dejar penetrar el verdadero motivo que pudo dar impulso a una resolución tan inopinada.
7. Pero, como reflexionase yo con la aplicación que demandaba lo importante de la materia, sobre la que a mí me parecía indolencia en los corregidores del Cuzco, Paz y Arequipa, en retardar y no conceder los socorros que a estos dos últimos se habían pedido, para la recuperación de las nueve provincias que injustamente había abrazado la dominación del traidor, me resolví a pasar personalmente a Arequipa, con el fin de reiterar o acalorar con eficacia las instancias del auxilio tantas veces apetecido, lisonjeándome entretanto con la noticia de que, en virtud de las órdenes que se me habían dado en la capital de Lima, debía marchar el señor Visitador General con suficiente número de tropas y pertrechos necesarios, con el destino de incorporarse con el de estas provincias, para una formal expedición contra los sublevados.
8. Pero, por un extraordinario que llegó después, supimos la repentina determinación del señor Visitador, de no continuar sus jornadas para Arequipa, sino torcer de las mediaciones del camino para el Cuzco, con las tropas que conducía, sin remitir orden alguna al referido corregidor, que sirviese de gobierno a sus resoluciones. Esta novedad, que nos llenó de notable confusión y perplejidad, al paso que me hizo totalmente imposible la consecuencia del socorro que solicité, perfeccionó la idea que ya había formado yo de restituirme a mi capital, aun teniendo presente el peligro que corría mi persona, con ánimo de sacrificarla generosamente al servicio de Su Majestad, en caso necesario, como con efecto verifiqué mi arribo a esta el 10 de enero. Y como fuese yo el primero de los corregidores que regresase a su provincia, contemplando el abandono en que por necesidad de los otros experimentaban las restantes, arbitré valerme de algunas providencias extrajudiciales y reservadas, a fin de adquirir noticias útiles para nuestros designios, y mantener en ellas en fidelidad todos aquellos que se conservaron exentos del contagio, en medio de los débiles que se dejaron seducir por los engañosos artificios de Tupac-Amaru.
9. Nada de esto embarazó la continua y diaria aplicación con que procuré disciplinar las milicias de mi cargo, para adiestrarlas en el manejo de las armas, con el fin de incorporarme con las tropas que se decía -64- conducía el teniente coronel don Sebastián de Segurola, comandante nombrado por el señor presidente de la Plata, para la expedición que por entonces se meditaba, y de que tuvo noticia en aquellas circunstancias; pero para proceder con el arreglo y seguridad necesaria, le consulté sobre la cantidad del sueldo que podía contribuir diariamente para el mantenimiento de estas milicias, que tenía juntas y en ejercicio. Y como por una parte su respuesta no fuese decisiva, por cuanto para darla se remitía a la que él mismo aguardaba sobre los puntos que tenía consultados días antes, y por otra hubiese llegado a mi noticia en aquella sazón misma, que Tupac-Amaru venía marchando por la provincia de Lampa; la estrechez del tiempo y la necesidad de obrar en que me puso esta considerable novedad, me hizo concebir que ya era indispensable juntar el mayor número de tropas que me fuese posible, para guardarle, y defender esta villa, en el caso que intentase atacarla. Y poniendo en práctica, con el mayor calor y presteza, este designio, eché mano del arbitrio de los reales tributos que había recaudado esta provincia, para mantener mis soldados, a quienes señalé un corto sueldo para que subsistiesen, y servirme de ellos en las ocasiones, que ya veía muy cercanas, de oponerme a las operaciones de aquel malvado.
10. Con este pensamiento no dudé ocurrir por un extraordinario, pidiendo al referido comandante de la Paz algún auxilio de gente, armas y pertrechos con que poder sostener con seguridad y desahogo esta importante resolución. Pero, a pesar de mis esperanzas y deseos, me respondió, que en atención a que todavía no había llegado a sus manos las instrucciones que aguardaba, no podía salir de aquella ciudad, ni proporcionarme otra especie de socorro, que el de que, o me auxiliase de las provincias inmediatas, o me retirase del modo conveniente, en el caso de no encontrarme con las fuerzas suficientes para mantener mi provincia y la reputación de nuestras armas. Pero, hallándose las provincias de Lampa, Azangaro y Carabaya, de la comprensión de este virreinato, envueltas en dolorosa confusión, por los destrozos y latrocinios que cometían en ellas los comisionados nombrados por el cacique traidor, José Gabriel Tupac-Amaru, (quien no pasó más acá de las cercanías del pueblo de Lampa) que las infestaban y aniquilaban con osadía y crueldad inaudita, y teniéndose por indubitable, conforme a las últimas y concordes noticias que se comunicaron, que sus malvados designios se encaminaban no solamente a engrosar su partido, reclutando gentes, y recogiendo ganados para su subsistencia, sino también a usurpar a nuestro Soberano sus reales tributos, como lo había ordenado aquel infame, despachando mandamiento expreso para el efecto a don Blas Pacoricona, cacique del pueblo de Calapuja, para fomentar la idea de continuar con el sitio y expugnación de la ciudad del Cuzco; asegurándose por otra parte, como se ha dicho, -65- que estos comisionados intentaban atacar esta villa de Puno, y seguir por la inmediata ciudad de Chucuito, donde ya estaban más de 300 quintales de azogue, que sus oficiales reales habían mandado traer de las cajas de Oruro, para el fomento de estos minerales, cuyo riesgo en aquel caso era evidente. No podía descansar mi espíritu a vista de las funestas consecuencias que derivaba la reflexión de unos principios tan lamentables y extraordinarios.
11. Lleno, pues, de amor y celo por los intereses de Su Majestad, no dudé un instante sacrificar mi persona en su servicio, exponiéndola gustoso a todas las incomodidades y peligros, que pudiesen sobrevenir en la empresa que meditaba, para embrazar, si pudiese, los males referidos. Con este designio libré las órdenes necesarias prontamente, para disponer todas las gentes que tenía alistadas, no solo de mi provincia, sino de las extrañas que tuvieron por conveniente buscar su seguridad en esta villa, y a quienes he contribuido el corto sueldo de dos reales diarios, para su manutención. Entre todos ellos pude juntar 130 fusileros, 390 lanzas de a pie, 140 de a caballo, 84 sables, y unos como 80 hombres armados a usanza del país, de hondas y palos; sin haber excusado fatiga ni diligencia, de las que conocí precisas, para que los artífices concluyesen con brevedad las lanzas que mandé trabajar acá con el mayor calor y presteza, hasta ponerme en estado de poder obrar en la campaña.
12. Luego que tuve preparadas las cosas que parecían necesarias, junté todos aquellos que componían la parte principal de las milicias que se hallaban dispuestas, incluyendo los curas y sacerdotes, a quienes pasé un oficio para escuchar también su dictamen en puntos tan importantes, como de sujetos de instrucción y reconocimiento a los beneficios que confiesan recibidos de la generosa mano de Su Majestad. Propúsele el pensamiento en que me hallaba de salir en busca de los traidores, que arruinaban la provincia de Lampa, con el fin de apartarlos de estas inmediaciones, y embarazar los fomentos que podía recibir su rebelión, si reclutaban gentes, juntaban víveres y ganados y violentaban acaso los reales tributos de nuestro Soberano. Paseles como una revista verbal de las armas y tropas milicianas que ya estaban a mis órdenes, y trasladando la consideración hacia el servicio de Su Majestad que resultaba de la empresa, si el cielo se dignase bendecir y secundar mis sanos designios, el beneficio público, y defensa de estas y otras provincias, universalmente se rindieron gustosos a apoyar como importante la determinación que les había manifestado por vía de consulta, para oír los inconvenientes que podrían estimularme a variarla; y aprovechándome de la buena disposición en que todos se hallaban, y de los deseos en que prorrumpían de salir luego a campaña, di con brevedad las órdenes para la marcha.
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13. En efecto, a pesar de las incomodidades que ofrecía la estación rigorosa de las aguas, ejecuté mi partida el día 7 de febrero, sin detenerme las abundantísimas lluvias que caían, y que opusieron no cortas dificultades y fatigas en el tránsito de los ríos, que pasamos al siguiente día entre los pueblos de Paucarcolla de mi jurisdicción, y el de Caracoto de la de Lampa. Allí tuve noticia fija de que los indios rebeldes, comisionados de su rey Inca Tupac-Amaru, como ellos mismos le llaman, caminaban en trozos o partidas, haciendo sus correrías, y que la primera se hallaba en las cercanías de Samán, Taraco y Pusi, quemando a su entrada las cárceles, matando los españoles, y alistando gentes con violencia, para cumplir los designios de su infame jefe. A vista de esto, continué mis marchas hasta llegar al río, que se dice de Juliaca, y mandé que pasase toda la caballería, con ánimo de sorprenderla; y en esta sazón recibí carta del cura de dicho Taraco, en que me aseguraba que los indios se hallaban pasando al dicho lado del río de Samán; con esta noticia, mandé que pasasen luego 24 fusileros, que incorporé a 62 de caballería, y a su frente marché hacia dichos pueblos. Pero cuando llegué a Samán, que distaba seis leguas, habían ya pasado precipitadamente el río, con la noticia de que yo estaba en Juliaca.
14. No obstante, sin detenerme un momento, mandé embarcar los pocos soldados que llevaba, y a las 2 de la mañana logré acabar de pasar aquel río caudaloso, y marché en busca de los indios, que a las sombras de la noche tenebrosa habían tirado más adelante. Caminé a pie como unas cuatro a cinco leguas, porque no pudo vadear la caballería, y di alcance a un trozo de ellos, hacia las 5½ o 6 de la mañana. Solicité con cuidado las personas del sangriento Nicolás Sanca, indio, que de cantor de una iglesia, había pasado a servir a Tupac-Amaru, con título de coronel en sus tropas, y ejecutaba horribles destrozos en todas partes. Persistieron obstinados sin contestar en el asunto, y después de irritarnos con el oprobio de llamarnos alzados y rebeldes, intentaron y principiaron a acometer con sus palos. Di entonces orden para que los treinta hombres, que a la sazón se hallaban a mi lado, les hicieran fuego, y en un momento quedaron muertos los veinte y cinco que allí estaban. Entre los papeles que se les encontraron, y autos originales y en testimonio, librados por el traidor para alistar gente, y contra los clérigos que se opusiesen, había una carta, que citaba al justicia mayor de Azangaro (por Tupac-Amaru), para que, unidos con Andrés Ingaricona, también comisionado para reclutar gentes en los pueblos de Achaya, Necasio y Calapuja, en la estancia de Chingora, que dista solo dos leguas de Juliaca, me asaltase con dicho Sanca en aquel lugar por donde pasaron mis tropas, y en donde me separé de ellas con el motivo referido. En su vista, marché sin detenerme hasta encontrarlos, y logré -67- hacerlo como a las 3 de la tarde del día siguiente al de la función con los indios, en que ya estaba del otro lado toda mi gente.
15. Mas, con el designio de impedir esta reunión con Ingaricona y Sanca, tiraba hacia el pueblo de Lampa; en cuya sazón, saliéndome al encuentro una india, sumamente afligida, expresó las violencias que sufría en Calapuja, por una partida de 300 indios, mandados por el tal Ingaricona. Con esta noticia, y el pensamiento de frustrar aquella reunión, entrando a Lampa por la parte de Chononchaca, marché al sobrenombrado Calapuja, en donde por entonces no pude absolutamente descubrir ni la situación ni el paradero de los indios, sin embargo de que llevaba incorporado con mis tropas al cacique Pacaricona; lo que me obligó a pensar en hacer noche en las llanuras de Surpo. Entonces un espión, o centinela de aquellos, que se resistía a dar las luces que buscábamos, sacudiéndole algunos azotes, declaró que sus compañeros estaban en la eminencia de una montaña, que se denomina Catacora. Sin otra cosa, resolví marchar con ellos, y poco después les descubrimos con banderas desplegadas, que las batían con insufrible vocería. Al acercarnos, pasaron de allí a otra más elevada, en donde se hallaba la mayor parte de sus tropas, y a pesar de la imponderable aspereza de la montaña, que no admite vereda determinada, buscaba con diligencia algún lado que nos permitiese la subida, en cuyas circunstancias tuvimos que tolerar una tempestad de agua y granizo muy ruidosa y abundante, que duró un buen rato.
16. Mitigose en fin esta furia, y aunque penetraba muy bien la dificultad y los riesgos que se presentaban, tuve que condescender a la animosa instancia de mis tropas, que aguardaban con impaciencia las órdenes de avanzar. Dilas con efecto, y dividida la fusilería, marchó en dos trozos por dos partes distintas, abrigándose algún tanto con las rocas y peñascos, de la viva y continuada descarga de piedras que arrojaban los indios con sus hondas. Los fusileros y sables peleaban, y avanzaban con notable ardor y brío; pero advirtiendo que, siendo corto el número, quedarían sacrificados en la eminencia al furor bárbaro de la grande multitud de los indios que los aguardaban, volví sobre los otros, animándoles con el admirable ejemplo de los primeros, que debían ser sostenidos, sin que mis órdenes y persuasiones lograsen el efecto que deseaba. Por esto, y porque ya se acercaba la noche, hice tocar la retirada, que sirvió a evitar el destrozo de los fusileros. Efectuose sin perder más que dos, que murieron precipitados de una roca, cuando bajaban. Yo mismo recibí entre otros, un gran golpe de piedra, que me rompió la quijada inferior, y pasó a herir igualmente sobre el pecho. Los heridos de consideración fueron cinco, y otros muchos levemente. De -68- los indios murieron hasta 30, y quedaron muchos heridos, tomándoles también algunas cargas, especialmente una de aguardiente, que mandé guardar con cuidado para evitar el desorden de los soldados. Pudimos llegar al cuartel muy entrada la noche, que pasamos con indecible incomodidad y fatiga, y lográndola los enemigos, desalojaron el sitio, y caminaron en busca del coronel Sanca que, abandonando el pueblo de Lampa después de incendiado, había acampado en unos cerros distantes legua y media de nosotros.
17. Con esta noticia juzgué inútil seguir adelante, y resolví retroceder hasta las Balsas de Juliaca, para ocurrir a los insultos que intentasen contra mi provincia, y mantener en respeto a los indios de este pueblo, y a los de Caracoto, Cabana y otros que aún no habían tomado aquel partido. Marché por frente de la estancia de Chingora, donde pasé la noche del 12, y al tránsito por Calapuja, intentó quedar allí el cacique citado Pacaricona, instando mucho alojarme en su casa, y mis gentes en el mismo pueblo. Pero con el aviso que se me comunicó de que en dicha su casa se ocultaban algunos rebeldes, les hice buscar, y con efecto se encontraron dos, debajo de su propia cama; por cuyo hecho, interpretado de traición por la voz pública, le hice prender y conducir con seguridad entre los míos, que ya el día antes le habían observado ciertos movimientos muy claros para desconfiar de su fidelidad. Hice alto el día 13 en aquella misma cercanía de Chingora; y desde allí advertimos que por la cumbre de las montañas venían los indios, formando una división de dos trozos, dirigiéndose el uno de ellos hacia el lugar citado de las Balsas de Juliaca, con el designio, a lo que se deja entender, de apoderarse de las balsas que allí había, para cortarme. Conforme a esto, mandé levantar el campo, y marché dos leguas adentro para aquellas llanuras, deseando con este género de provocación llamarlos a un encuentro, si intentaban embarazar la retirada que supusieron, y me acerqué al pueblo de Coata, donde podía disponer el número de balsas que fuesen necesarias. Mas al continuar nuestra marcha, mandé inclinar parte de mi gente al lugar por donde bajaban los indios inmediatos a las Balsas; pero, retrocediendo al cerro, y el caporal mandando callar a los demás, razonó con uno de mis soldados, extrañando trajésemos preso al Pacaricona, siendo tan cristiano como nosotros, intimándoles que al instante se pusiese en libertad, y se les entregase mi persona, para evitar su ruina, que sería irremediable de lo contrario. Pagaron unos pocos el atrevimiento de bajar de su asilo, y siguiendo nuestra idea, hicimos noche el 13 en las llanuras de Ayaguas, manteniéndonos sobre las armas por el cuidado de los enemigos.
18. Al día siguiente 14, se me presentó el cacique de Caracoto, -69- manifestando una orden del indio Sanca, para alistar la gente de este pueblo, y cortar las balsas sobredichas de Juliaca y Suches, imponiendo la grave pena de muerte al que se opusiese, en nombre de su Inca, Rey y Señor del Perú. Conjeturando de aquí que su pensamiento no era otro que el de hurtarme la vuelta, y dejándome atrás, atacar esta villa y Chucuito, y pasar por Pacages a la ciudad de la Paz, adelanté mi marcha a las cercanías de Coata, acampé a las orillas del río, dando antes orden para que se me trajesen con prontitud 25 balsas de Capachica, y me mantuve allí el 15 para dar descanso a mis tropas, sin omitir la revista de ellas y el conocimiento de las armas, en que gasté la mayor parte del día. Pero al siguiente 16, con el deseo de rastrear con más certeza y claridad la intención de aquella canalla, mandé pasar 200 hombres, que averiguasen si efectivamente habían hecho aquellos lo propio para el pueblo de Juliaca, como se había asegurado.
19. En esta sazón, un indio de aquellas inmediaciones anunció la novedad de que ya los enemigos venían marchando sobre nosotros. Creílo al momento, porque ya se me empezaban a descubrir por los cerros, e hice retroceder los 200 hombres que había destacado. A la mitad del día habían ya bajado de las montañas, y avanzaban con ademán de atacar nuestro campo; lo que era ventajoso, porque su izquierda estaba cubierta con el río caudaloso del referido Coata, (el mismo que llaman de Juliaca más arriba) su derecha con una laguna, y por las espaldas no permitía sino estrecho pasaje esta misma, y una como península que formaba el propio río, por donde pudiesen intentar quitarnos la caballada y el ganado que allí teníamos como encerrado, y para cuyo resguardo coloqué 25 caballos, que juzgué suficientes para el efecto.
20. Parece que entre los dos comandantes de las tropas enemigas, Ingaricona y Sanca, se suscitó la disputa, que duró hasta más de las 3 de la tarde, sobre si convendría aventurar el combate, resistiéndolo el segundo contra los deseos y esfuerzos del primero, que quería con ansia arriesgarlo; considerando el corto número de los nuestros, que, aunque realmente bien diminuto, comparado con la multitud que conducían ambos, parecioles mucho menos, porque mandé se sentase la infantería, fatigada por haberse formado en batalla muy temprano, y no sin el designio de mandarla levantar, y acometer con ímpetu cuando se nos acercasen mucho los indios. De forma que, esta maniobra practicada en tiempo, por consultar el descanso de las tropas y la idea de recibirlos, les hizo creer en la distancia en que se hallaban, que todas ellas no se componían ya sino del puñado de caballería que tenían a la vista; persuadiéndose que la infantería sentada, no era sino bultos de ropa y camas, -70- que se habían colocado de aquella suerte, para que sirviesen de resguardo y murallas contra sus hondas.
21. Poseídos de este engaño, y agregándose al dictamen de Ingaricona, el de un cacique de la provincia de Carabaya, que se incorporó en aquellas circunstancias con las tropas auxiliares que trajo, y que fueron recibidas con notable regocijo y escaramuzas, resolvieron atacarnos aquella misma tarde con grande confianza de la victoria, y apoderarse de las armas para remitirlas a Tupac-Amaru, antes que con nuestra fuga, que procuraban figurarse, pasando el río hacia esta ribera, les hurtásemos tan bella ocasión de dejar erigidos muchos triunfos a su valor en aquel campo. Hacia esta hora de las 3, el clérigo capellán, don Manuel Salazar, y el teniente de cura del de Nicasio, con algunos otros que le acompañaron, se acercaron a ellos, que distaban cuarto de legua, con el fin de exhortarlos y persuadirlos a que, rendidas sus armas, se aprovechasen con humildad del indulto y perdón que mucho antes había yo mandado publicar en nombre de Su Majestad, para todos los que, conociendo el grave delito de haber seguido el partido de los rebeldes, les abandonasen al instante, y viniesen a someterse otra vez a la obediencia y subordinación de nuestro legítimo Soberano. Adelantose a responder por todos los otros un indio con bastón en la mano, y con escándalo y sacrílega osadía dijo, resueltamente: que no había menester aquel indulto, ni reconocían por soberano al Rey de España, sino a su Inca Tupac-Amaru; añadiendo lisonjeras amenazas, de que aquella misma noche acabarían con todos nosotros, libertando solamente a este eclesiástico para tomarle de capellán.
22. A vista de una obstinación tan ciega de esta canalla, y de que por los movimientos que se daban, se avanzaban para atacar, mandé estar todavía quietos a los soldados, hasta dejarlos acercar un poco más. Con efecto, a las 4 de la tarde, venían ya formando un semicírculo, cuya izquierda gobernaba Sanca, la derecha el Ingaricona, y el centro, a lo que se cree, el referido cacique de Carabaya; pero advertí, que los que venían a las órdenes de dicho Sanca, entraban tibios al combate y con grande repugnancia, comunicada sin duda por su coronel, que se opuso a ello con todas sus fuerzas. Había ya principiado esta acción con los 25 de a caballo que tenía puestos en aquel sitio, que era como la puerta para internar hacia donde teníamos el ganado y caballada que intentaban el quitarnos; corrían por aquel lado los indios, redoblando sus esfuerzos, y para rechazarlos, destaqué otros 25 caballos, que con grande velocidad corrieron al socorro de los primeros.
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23. En esta situación, y al verme como rodeado de la multitud, formada mi gente en orden de batalla, la fusilería en el centro, lanzas, sables y palos, divididos por mitad a la cabeza de una y otra ala, igualmente por la caballería que había quedado, mandé hacer un cuarto de conversión por mitad a derecha e izquierda, con cuya disposición, la primera acometió a Ingaricona, y a Sanca la segunda: el ataque fue vivo e impetuoso, y se peleaba de una y otra parte con vigor. El coronel Sanca, y los que mandaba, sufrieron muy poco, y muertos unos cuantos, los demás tomaron la fuga, atravesando un estero profundo, en donde se ahogaron algunos, siguiendo los demás en el mayor desorden hasta la montaña vecina, de cuya eminencia sirvieron como de espectadores del funesto teatro donde morían sus compañeros. Entonces mandé que la ala izquierda vencedora, dejándoles huir con libertad, reforzasen la derecha, que batallaba con el centro y la izquierda de los enemigos, que comandaba Ingaricona; y aunque peleaban con esfuerzo, prevaleció el orden y la constancia de mis tropas, que empeñadas con el ardor de la acción, mataron muchos indios, los cuales amedrentados con el fuego continuo de la fusilería, huían con confusión y desbarato, siguiendo los nuestros una gloriosa victoria hasta los cerros y collados, que procuraban ganar los infelices para evitar la muerte y el horror que les perseguía por todas partes. Corría hacia todos lados, llevado de su celo y piedad el licenciado Salazar, capellán de los nuestros, exhortando a los que batallaban con las agonías, para que llamasen a Dios en aquel conflicto; pero tuvo que lastimarse mucho su caridad, a vista de la pertinacia e indolencia con que expiraban, sin tomar en los labios el dulce nombre del Señor que les dictaba.
24. Persiguiéronse los fugitivos hasta más de las 6½ de la tarde, sin que mis reiteradas órdenes y persuasiones bastasen a mitigar el ardor de los soldados, que volaban en alcance de los indios; hasta que, usando de aspereza, pude reunirlos de algún modo, y retirarlos al cuartel, distante como una legua, de donde hice saludar por tres veces, a vista de los rebeldes, el augusto nombre de Nuestro Católico Monarca, el señor don Carlos III, que Dios guarde, con notable aclamación y alegría, sazonada con el consuelo de que ninguno de los nuestros hubiese perecido en la acción; de cuyo particular beneficio, atribuido con justicia a la Reina Purísima de la Concepción, que colocada en la bandera y en los corazones, rendimos devotas acciones de gracias, saludándola con ternura el rosario, que todos juntos repetimos en voz alta.
25. Esta es la memorable jornada que puede nombrarse de -72- Mananchilí, por la inmediación a este sitio. Murieron en ella más de 370 indios, inclusas en este número muchas indias, que venían como auxiliares de sus maridos o parientes, a quienes ayudaban con las piedras, de que venían bien cargadas, para alcanzarlos a los hombres; trayendo también consigo como por arma propia, unos huesos de bestias, con las puntas muy agudas y afiladas, para defenderse ellas mismas, como lo intentó alguna contra los míos, que castigaron su obstinación y osadía. Sábese que el número de los indios que entraron en la función, subía hasta el de 5.000, según lo refirió uno de ellos, que, aunque muy herido el día antes, alcanzó hasta el siguiente, en que murió, después de haber confesado y declarado lo que ya queda dicho.
26. Proveí aquella misma noche del 16, en que aconteció este suceso, como queda arriba relacionado, de cartuchos a los soldados, y de lanzas, para suplir el defecto de las que se rompieron o se torcieron al herir a los indios, que traían sus cuerpos como forrados de pieles duras y gruesas para resistir estas armas. La fuga de esta canalla debió de ser continuada por la noche, porque al día siguiente 17, en que me mantuve en el campo, no pareció uno de ellos, y reconociendo por mí mismo hasta el sitio en que estuvieron el día anterior, supe que se habían retirado a las montañas de la mencionada estancia de Chingora.
27. Con esto, mandé pasar el río hacia esta banda, con ánimo de salir el 18 al atajo de los que acaso hubiesen hecho lo mismo por frente de Juliaca; pero no les había quedado mucho deseo de acercarse a nosotros con la refriega pasada, y antes bien, los indios del pueblo de Guaca, o sus inmediaciones, escarmentados en el ejemplo de los otros con este golpe, se presentaron aquel día, pidiendo con humildad indulto y perdón, que tuve a bien de otorgarles en nombre de Su Majestad, en consecuencia del que ya tenía publicado, para llamar a los rebeldes que desampararan el partido del infame traidor, Tupac-Amaru. Con lo cual me restituí el 19 a esta villa, siendo la primera diligencia, a nuestro arribo, el repetir a la Soberana Emperatriz de los Cielos solemnes gracias, por la cuidadosa protección que se ha dignado dispensar a nuestras armas en la expedición que emprendimos, y hemos felizmente concluido bajo su patrocinio y tutela.
28. Los motivos que sirvieron para determinarme a salir contra los indios, quedan apuntados en el que sirve de exordio a esta relación, los cuales, si la superioridad de Vuestra Excelencia lo considera con su notoria -73- penetración, son tan poderosos, que a su vista no podía mantenerse tranquilo y en inacción cualquier vasallo de Su Majestad, que se halla animado del celo con que aspiro a su mejor servicio, para mantener en respeto a los que con sacrílega mano intentan insultar su real nombre, y usurpar los sagrados e inviolables derechos de su soberanía. El fruto que produjo esta empresa no pareció débil, porque se logró el ahuyentar por entonces esta canalla, y retirarla de estas inmediaciones, que corrían el riesgo de envolverse en el horrible incendio de la rebelión, que ha abrasado tantas provincias, con destrucción de ellas mismas, por los destrozos y robos que han cometido los infames comisionados de aquel traidor, como en aquella sazón lo ejecutaban en la de Azangaro, según las cartas repetidas en que se me comunicaron estas infaustas noticias.
29. Terminada de esta forma la campaña contra los indios rebeldes, y restituidos a esta villa, para dar algún descanso a mis tropas, fatigadas con las muchas incomodidades que ofrecía la estación rigurosa de las lluvias, y la necesidad de estar siempre sobre las armas, en el centro de un país enemigo, sin permitirme largo tiempo el sosiego necesario, empezó a difundirse la noticia cierta de que aquellos, irritados con las derrotas que acababan de sufrir, y con dolorosa porfía de llevar adelante sus criminales ideas, se daban grandes movimientos para reunir muchas fuerzas y atacar esta villa, y libres de este embarazo, continuar sus invasiones por la provincia de Chucuito, Pacages y Sicasica, hasta Oruro, que ya estaba abiertamente rebelado.
30. Con este aviso, y contemplando por esta parte como dependiente de la seguridad de este Puno citado, la de aquellas otras provincias referidas, y haciendo la consideración debida a los esfuerzos de los enemigos, rompí fosos, levanté trincheras, en donde parecían más necesarias, me proveí de cantidad de balas y pólvora, y di el mayor calor a la fundición de un cañón del calibre de ocho, mayor que los cuatro que había trabajado de antemano; mandé acopiar aquella porción de víveres, que su misma escasez y lo estrecho del tiempo permitía para la mantención de las milicias y la del propio vecindario, y regulando que eran cortas las fuerzas con que me hallaba, para resistir dilatado espacio a la exorbitante multitud de indios que corrían por todas partes a formar un solo cuerpo para atacarme, tratamos con el gobernador de Chucuito, don Ramón de Moya y Villarroel, que ya se había restituido a su provincia, de reunir en esta capital nuestras milicias, para obrar de concierto contra los enemigos.
31. Y como aún en este estado regulásemos que nuestras -74- fuerzas eran cortas para resistirlos, al propio tiempo que di cuenta al comandante de esta provincia, que se hallaba en la Paz, y a la Junta de Real Hacienda, establecida en dicha ciudad, de la expedición referida que acababa de terminar felizmente, y de la cual esta me dio en su respuesta muchas gracias, le pedimos auxilio de tropas, armas y municiones, y que se nos franquease algún poco de dinero: que es lo único que tuvo efecto, con el libramiento de 10.000 pesos que se nos entregaron, sin que el socorro de tropas que avisó el propio comandante remitir, y debían hacer un grande giro por las provincias de Omasuyos y Larecaja, supiésemos entonces con certidumbre su derrota, ni el lugar fijo donde se hallaban.
32. Se fortalecía entretanto la noticia, de que un ejército de rebeldes, compuesto de 18.000 indios, fuera de otras partidas por Atancolla, Vilque y Totorani, al mando de Diego Tupac-Amaru, mucho peor que su hermano José, el cacique traidor de Tungasuca, se hallaba ya en el pueblo de Juliaca, distante solas nueve leguas de esta villa, dejando funestamente impresas sus huellas en la sangre que derramaba por todas partes, sin distinción de sexo ni edad, con tal que fuesen españoles o mestizos las víctimas que buscaba su crueldad y furor. Finalmente, el 10 de marzo, hacia las 11 de la mañana, se presentaron en las eminencias que dominan esta población, con grande vocería y estrépito de tambores y clarines, con que acompañaban las salvas de fusiles y camaretas, en honor de las muchas banderas que tremolaban, distribuyéndose entretanto aquella inmensa multitud, a la vista, por las montañas que rodean la villa, hasta ocupar una distancia de más de tres leguas de extensión, sin incluirse el cerro elevado, que vulgarmente se denomina del Azogue, que tenían ocupado 120 indios de Puno, que se distinguen por Mañazos, a las órdenes de su cacique don Anselmo Bustinza.
33. No incomodaba poco a los enemigos la posición de este sitio, y para tomarle, atacaron a los nuestros, que no siendo bastantes para disputar el terreno, nos pidieron algún socorro. Pero nuestras cortas fuerzas no admitían destacamento fuera de la plaza, objeto principal de nuestra defensa; y sin embargo, para no dejar sacrificados aquellos pocos indios fieles, se comunicó orden a las cuatro compañías de caballería, que hacían el número de 340 hombres, de marchar con ademán de seguir hasta la cumbre, no para que se empeñasen en guerrilla alguna, sino para que los rebeldes, al ver las marchas por los costados de dicha montaña, recelasen el ataque, y acudiendo a defenderse por aquella parte, dejasen libres a los Mañazos. Era sin duda -75- logrado el intento; pero la falta de puntualidad en sujetarse a lo mandado, causó nueva fatiga, porque, repechando la caballería hacia la cumbre inmediata, trabó un breve choque con los enemigos, que aumentaban con facilidad el número de los que principiaron, y de esta suerte se acaloró la acción de modo que los mismos auxiliares hubieron menester de socorro, y le pidieron al instante.
34. Nos fue demasiadamente sensible la necesidad de concederle, contemplando grave perjuicio la diversión y cansancio de las tropas, que apenas podrían bastar para la defensa del pueblo. Enviose no obstante una compañía de fusileros, con el capitán don Santiago de Vial, con el fin único de apoyar la retirada de la caballería, y aunque a su llegada parecía empeñarse más la acción, por el fuego que se hizo a los enemigos, sin embargo se consiguió felizmente el designio, quedando de aquellos 30 muertos, en la refriega, sin los muchos heridos; sin otro daño en los nuestros que una herida leve al cacique de Pomata, provincia de Chucuito, don José Toribio Castilla, y otra igual de un soldado de la compañía de caballería que comandaba.
35. Retirada la caballería y los fusileros cerca de la noche, se mantenían quietos los indios en sus montañas. Redoblándose luego nuestras guardias, se pusieron centinelas dobles, y mandamos que algunos piquetes de caballería y lanzas de a pie rodeasen la villa, para evitar algún incendio, y que adelantándose lo posible con la mayor precaución y silencio, observasen los movimientos de aquellos. Diéronse por último las providencias necesarias para no ser sorprendidos, y a este tiempo avisó el cacique Bustinza, que repetían el ataque del Cerro del Azogue, y se le mandó abandonar aquel sitio, que ya no podían defender, y le ocuparon al momento.
36. Fue insufrible la vocería de la canalla aquella noche; y al día siguiente 11, entre nueve o diez de la mañana, se movieron todos con ademán de bajar de las eminencias que ocupaban, haciendo jactanciosa ostentación de su propia multitud, con extenderla por las faldas y dilatadas cumbres, que se presentaban a la vista. Adelantábanse algunos de ellos a poner fuego a unos ranchos desviados, aunque poco, de lo restante del pueblo, no sin el abrigo de tales cuales fusiles, disparados contra los nuestros, que ofendían hasta la misma plaza de la villa. Pero seis fusileros, que colocamos en una de las torres de la matriz, y otros piquetes de estos mismos, destacados hacia el sitio; llamado vulgarmente de Oreopata, con una compañía de caballería -76- de Chucuito, impidieron este daño, y embarazaron el que aquellos cortasen el camino real que guía para dicho Chuquito.
37. Pero, como su grande número les daba facultad para rodearnos por todos lados, intentaron el pensamiento, y con efecto se adelantaron hasta las faldas y pie de la montaña de Queroni: de suerte, que el pueblo no tenía otra frente libre de indios que el que descubre la laguna. Por la parte superior inmediata al cerro, nombrado el Azogue, incendiaron algunos ranchos poco distantes de la iglesia de San Juan, se apoderaron del arrabal (si admite este nombre) de Guansapata, rechazando a nuestros indios Mañazos que la defendían, y finalmente colocaron una de sus banderas sobre el peñasco, en cuya mayor altura había también una Santísima Cruz.
38. Irritado el valor de los nuestros con la evidencia del peligro, y recibiendo las órdenes correspondientes, los tenientes de fusileros de las milicias de Puno, don Martín Sea y don Evaristo Franco, con sus respectivos piquetes, acometieron con braveza a los enemigos, y a expensa de su propio riesgo, y del vivo fuego que les hicieron, los rechazaron del puesto en breve rato; y para que lo mantuviesen contra los nuevos refuerzos y socorros que les oponían, fue preciso destacar al capitán don Santiago Vial, y sargento mayor de Chucuito, con otro piquete de fusileros, que no solo contuvieron los indios, sino que los apartaron a una distancia considerable, quedando dueños de un lugar tan importante y pegado a la villa. Logrose el mismo efecto por la parte del cerro de San José, con otro trozo destacado a la conducta del alférez don Juan, la compañía de caballos de Pomata, otra de honderos de Chucuito, y el abrigo de los fusileros que dispararon de la torre.
39. La compañía de caballos de Puno, y la de Tiquillaca, mandadas por don Andrés Calisaya, cacique de este segundo pueblo, y otra tercera de Chucuito, se opusieron a los indios, que intentaban atacar por la parte del cerro citado de Gueroni; pero nunca se empeñó guerrilla con ellos, que acometidos huían hasta las faldas, y bajaban cuando los nuestros se retiraban; no obstante dimos orden para que el capitán don Juan Asencio Monasterio, con el ayudante de órdenes, don Francisco Castillo, y varios oficiales de otras provincias, incorporados en las compañías de fusileros de Puno, avanzase a la frente de estos fusileros, que, apoyados de la canallería referida, les retiramos a la montaña, y quedamos ya tranquilos por todas partes. De este modo se gobernó la acción del referido día 11 del corriente, que duró desde las 10 de la mañana, hasta las 6 de la tarde, en que acometieron -77- esta villa 18.000 indios, comandados por don Ramón Ponce, teniente general de los ejércitos de Tupac-Amaru, y los coroneles Pedro Vargas, y Andrés Ingaricona, que servían bajo las órdenes de aquel mestizo.
40. El número fijo de los muertos, de parte de los enemigos, no ha podido averiguarse con certidumbre por el cuidado de los indios en ocultar sus cadáveres; pero contemplando el fuego vivo y continuado que se les hizo, es menester persuadirse que fueron muchos, y mayor el número de los heridos. De los nuestros salió herido el gobernador de Chucuito, de una bala de fusil que le atravesó el muslo izquierdo, en la acción que se tuvo al pie del cerro referido de Queroni, en que yo me había retirado, para reparar con tiempo la dislocación del pie izquierdo, que me causó un grande golpe que recibí del caballo, cuando pasaba de un lado a otro para distribuir las órdenes convenientes; cuyo incidente, a pesar del dolor y la incomodidad que me ocasionaba esta desgracia, me obligó segunda vez a tomar el caballo, para concluir la función, como se logró felizmente.
41. Entre los oficiales y demás gente, hubo varios heridos, entre ellos algunos de cuidado. La artillería, manejada con actividad por el teniente coronel don Francisco Vicenteli, don Antonio Urbina y don Javier Martín de Esquiros, que causó los efectos que podían aguardarse, porque la escabrosa situación de las montañas inutilizaba la destreza de los que gobernaban; y no obstante sirvió mucho para amedrentar a los indios, que huían el acercarse y acometer con la confianza que podía inspirarles su multitud. Las fuerzas con que las resistimos consistían únicamente en 180 bocas de fuego, ya fusiles, ya escopetas; cuatro cañones pequeños de artillería; 254 caballos con lamas; lanceros a pie hasta 647; honderos 276, artilleros 44; cuyo total número, de 1.401 hombres, parecía insuficiente, y lo es con efecto para batallar con aquel enjambre de bárbaros en campo cubierto, que le permitiese rodearnos por todas partes. Por cuya prudente consideración tuvimos por más conveniente y seguro el defendernos al abrigo de las trincheras y fosos que nos resguardaban; y de esta suerte, prosperando el cielo nuestros celosos designios en servicio del Rey y del Estado, pudimos rechazarlos, de modo que aquella propia noche abandonaron el sitio y retrocedieron en la mayor parte, quedando solo un trozo, que con estratagema manifiesta pudiese dar lugar a la retirada de los otros. Sin embargo de lo cual, se apostaron las centinelas y se distribuyeron los piquetes necesarios, para que, estando vigilantes y con todo el cuidado preciso en iguales circunstancias, no pudieran sorprendernos en manera alguna, y -78- de esta suerte no tuvimos novedad, hasta el día siguiente, que se contaban 12 del presente.
42. En el cual, después que con proposiciones inicuas que osaron establecer con algunos eclesiásticos, entre las que pedían se les entregase la persona del corregidor de Puno, y se publicase el bando que remitieron, mandado tirar por el traidor Tupac-Amaru, entretuvieron alguna parte de la mañana los últimos que habían quedado, desaparecieron finalmente, y partieron en alcance de los primeros, con cuyo motivo nuestras milicias, persuadidas no sin fundamento que como fugitivos llevaban desorden y precipitación en sus marchas, nos pidieron de concierto que les diésemos permiso para salir a picarles la retaguardia. No agradó mucho su propuesta, y en mejores circunstancias no hubiéramos condescendido a ella; pero al fin fue preciso acomodarse a la necesidad, y reservando las compañías necesarias para el resguardo de la plaza, se dieron providencias para que marchase el resto de la guarnición, a la conducta del coronel de milicias de Chucuito, don Nicolás de Mendiolasa, respecto de que ninguno de nosotros nos hallamos en disposición de montar a caballo, por el golpe y herida que uno y otro recibimos el día antecedente, como queda referido.
43. Instruido el citado Coronel de no empeñarse mucho con los enemigos, salió en fin con las compañías de fusileros, lamas y caballería que se señalaron; y a distancia de poco más de una legua y media de esta villa, les dieron alcance en una montaña pequeña, a mano izquierda del camino real para el Cuzco. Al punto que se pusieron inmediatos, apeándose de las caballerías los primeros fusileros, sin aguardar a juntarse con los demás, principiaron a hacer fuego a los indios, que separados del resto de sus tropas, ocupaban y defendían una corta eminencia de piedra viva, de donde en un momento fueron desalojados, y se incorporaron con las demás en lo más alto del cerro, que era el lugar en que tenían sus cargas y las bestias de su servicio. Allí se renovó el combate con increíble ardor de una y otra parte, que, aunque separados nuestros fusileros unos de otros, según creían más a propósito para divertir las fuerzas contrarias, causaban notablemente cuidado y embarazo a los enemigos, que de su parte defendíanse con denuedo y constancia indecible.
44. No obstante, pudo haberse logrado una acción gloriosa aquel día, si las compañías de caballería hubieran correspondido al esfuerzo de aquellos pocos que peleaban con intrepidez y arrojo, digno del concepto que sus acciones les tenían granjeado de antemano; -79- pero a pesar de la actividad y celo con que procuró excitarlas el citado coronel don Nicolás de Mendiolasa, que ocurría hacia todas partes, esforzando su desaliento, no pudo conseguir entrarlas alguna vez al combate, ni con la exhortación, ni con el ejemplo que les dio, poniéndose a su frente y haciendo fuego de pie firme a los enemigos, en medio de un torbellino de piedras que le arrojaban desde cortísima distancia con sus hondas. A vista de lo cual, aunque él mismo y otros oficiales que obraron animados por el honor de nuestras armas y el servicio del Soberano, deseaban mantener el sitio, para continuar o repetir el ataque el día siguiente, les fue preciso llamar a retirada, conformándose a las órdenes que se les habían comunicado, de no empeñarse mucho en función alguna. Hízose por último la retirada, sin que aun en ella pudiese conseguir la vigilancia del Coronel Comandante el orden de disciplina tan necesario en todos acaecimientos; por cuyo motivo perecieron allí a manos del furor de los indios, tres de los nuestros, fuera de igual número que había muerto mientras duró la acción referida. De la parte contraria murieron muchos, aunque ignoramos su número fijo, por la razón que se apuntó más arriba, y sin duda muchos más fueron los heridos, por la continua descarga que hizo por más de dos horas la fusilería.
45. El inmenso y furioso aparato con que vinieron los enemigos a atacar esta villa, llenó de altivez a los de los pueblos inmediatos a su tránsito, y no dudaron que la tomarían, porque solo hacían consideración de su prodigiosa multitud, y sin duda no imaginaban la resistencia que se les preparaba. Poseídos de esta confianza, prorrumpieron aquellos ánimos, y ejecutaron atrocidades inauditas: especialmente en el de Coata, donde exterminaron el propio día 11 a los españoles y mestizos que pudieron haber a las manos, sin distinción de sexo, con toda la libertad y seguridad que les ofrecía la circunstancia de hallarme ocupado a la sazón en la defensa de esta citada villa; cuya atención, siendo la principal que agitaba mi cuidado, no me permitió divertir mis fuerzas, que solo eran suficientes para mantenerme a la defensiva, ni socorrer al otro de Capachica, que pidió auxilio para sostenerse en la laudable resistencia que hizo a los rebeldes que le embistieron.
46. Y como de resultas del golpe que recibí en el pie izquierdo, me hallase imposibilitado a salir de la cama, y el cirujano me dilatase el término de la curación más allá de mi deseo, y de lo que era menester en aquella situación, consultando los medios más oportunos para la seguridad de conservar este Puno, tuve por conveniente ocurrir, como realmente ocurrí, al comandante de la Paz por un extraordinario, y exponiéndole el estado a que me había reducido este incidente, y que me era -80- imposible una aplicación personal, absolutamente necesaria en iguales casos, le propuse, que subrogase en mi lugar otro sujeto, que llevase adelante la importante idea de mantener esta plaza, que servía de notable embarazo e incomodidad a los enemigos.
47. Pero no tuvo algún efecto mi recurso, porque el conductor extraordinario que despachó, no pudo penetrar hasta la Paz, porque la provincia inmediata de Chucuito, con el ejemplo contagioso de la de Pacages, que ya estaba sublevada, abrazó el mismo partido; y declarados primeramente los pueblos del Desaguadero, Copita y Yunguyo, no le permitieron pasar adelante, y volvió con los papeles después de algunos días, en que ya por otras partes se tenía noticia por acá de esta novedad, en cuya consideración y siendo urgentísima la necesidad de obrar, hice los mayores esfuerzos para ponerme en pie y dar personalmente providencias, que de otra suerte no se hubieran ejecutado, y aunque a expensas de grande mortificación y dolor, logré por último este designio, continuando sin intermisión en el trabajo.
48. El gobernador de Chucuito, luego que se supo la alteración de aquellos primeros pueblos de su provincia, solicitaba los medios de aplacarla, y habiéndose hecho junta de guerra, se propuso el de remitir gente armada, que contuviese este movimiento, pero nunca quise convenir a ello, porque siendo la causa general a que se atribuía, y por la cual muy de antemano se tenía esta misma resolución, era preciso que toda ella se conmoviese, y que tomando en medio la corta tropa que se podía únicamente despachar, pereciese sin remedio, como sucedió a la letra, porque destacado por orden privativo de su gobernador el cacique de Pomata don José Toribio Castilla con 25 hombres, fueron todos sacrificados al instante en este dicho pueblo, que con esta ocasión se declaró a cara descubierta.
49. Con nueva noticia de este segundo desgraciado suceso, se resolvió de enviar todas las milicias, y marchando a la conducta del capitán don Santiago Vial, llegaron al pueblo de Julí, en cuyas montañas se hallaban los sublevados, después de haber ejecutado, un día antes del arribo de las tropas, sangriento estrago en todo su vecindario, y un saqueo universal de sus casas, y de lo que habían colocado en el sagrado asilo de los templos, que no se eximieron del furor y de la profanación.
50. Los nuestros, cuando entraron al pueblo, encontraron la plaza y las calles inundadas de sangre, y arrojados los cadáveres por todas partes, sin que hubiese un sujeto racional de quien tomar alguna -81- razón, hasta que con el estrépito de los fusileros, que disparaban en un breve choque con los indios a las faldas de los cerros, salieron los curas y algunos otros que se mantenían en lugares ocultos, sin atreverse antes a manifestarse por el justo temor de la muerte. Entonces el Capitán comandante mandó retirar la gente, y salió afuera con los curas y los demás que tuvieron la felicidad de sustraerse a la cuidadosa pesquisa de los indios. Continuó retrocediendo hasta las cercanías de Ylabe, de donde dio cuenta de lo sucedido, y en su vista se determinó en junta de guerra, que siguiese su retirada, cuya orden, que recibió ya en dicho Ylabe, no obedeció por entonces, fundado en razones que no parecieron las más sólidas. Pero muy poco después, la necesidad le precisó a cumplir con lo mandado, porque el pueblo de Acora, que contiene un gran número de indios, tuvo partido con los rebeldes, y antes de verse cortado, salió de ese pueblo, y vino a este otro citado, en donde le alcancé con la mayor parte de mis tropas, que tuve a bien conducir en persona con los pertrechos necesarios, con el fin principal de apoyar la retirada que la hice ver indispensable, considerando la falta de municiones con que se hallaba para defenderse, y la justa atención de no poder yo desamparar largo tiempo mi capital, por cuyo motivo había yo resuelto regresar.
51. En estas circunstancias recibí carta del expresado gobernador de Chucuito, escrita desde esta villa, en que asegurándome que los indios estaban encima, me llamaba con instancia a socorrerla. Con esta noticia levanté mi campo, y marché a las doce de la noche, y prudentemente receloso de que me sería preciso abrir camino para entrar con las armas en la mano, solo pude franquearles cuatrocientos cartuchos, que parecían suficientes con los demás que tenían, para el efecto de retirarse, que fue lo que les previne a los oficiales comandantes cuando solicitaron de mi consejo la resolución que se debería tomar en aquel estado. En cuya virtud la mañana inmediata, 10 del corriente, se retiraron, siguiendo mis huellas hasta Chucuito, y convoyando el vecindario de dicho Acora, y los que habían escapado de Julí y de Ylabe en su compañía, que huían del furor de los indios; los cuales se apoderaron inmediatamente del pueblo, cuya cárcel y horca incendiaron con algunas cosas de particulares, y saquearon a las iglesias los muebles que creyeron sus infelices dueños salvar a la sagrada sombra de su respeto.
52. Hacia esta otra parte de mi provincia y la de Azangaro había ido destacado desde el 23 de marzo antecedente, don Andrés Calisaya, cacique del pueblo de Tiquillaca, para que, con su compañía de caballería, las gentes de Coata y Capachica y los indios fieles, auxiliase a este último, que no pudo lograr antes socorro, por las razones que quedan apuntadas, contra los esfuerzos de los rebeldes que le habían atacado; -82- y después reparase los de Pusi, Samán, Turaco y Caminaca, que infestaban estos malvados, divididos en muchos trozos. Marchó con efecto el 23, y dio alcance a algunas partidas, que ahuyentó con muerte de algunos pocos, quitándoles el ganado que llevaban. Destaqué igualmente a don Melchor Frías y Castellanos, para que con los indios de Mañazo, Vilque, Cavana y Cavanilla, que se habían presentado ofreciendo sus servicios, y la gente que señalé, hiciese sus correrías por los caminos reales de Arequipa, para limpiarlos de una tropa de ladrones, que bajo la conducta de un malvado indio, Juan Mamani, los habían puesto impracticables. Logrose felizmente el designio con la muerte de este y otros muchos de su infame comitiva, que resistieron mucho; y puestas en libertad 20 mujeres blancas que tenían prisioneras, se apoderaron los indios fieles de nuestra tropa, de un grande despojo y ganado que habían robado aquellos en los pueblos y en los caminos.
53. Retiradas, como queda expuesto, las milicias de Chucuito hasta su capital, el Capitán comandante, y demás oficiales, dieron parte de ello a esta Junta de guerra, y consultaron si deberían seguir su retirada hasta esta villa, o mantenerse en la defensa de aquella ciudad, en el caso de atacarla los indios, que continuaban desde el Desaguadero y Cepita la conquista de toda la provincia; pidiendo que en este caso se les auxiliase con los pertrechos necesarios, en atención a las pocas municiones con que se hallaban. Respondiose por la Junta sin dilación, que caminaría el socorro que pedían, luego que informasen del número de enemigos que les amenazaba, para graduar la cantidad de municiones y fuerzas que se contemplasen necesarias; pero al mismo tiempo escribió privadamente el gobernador de Chucuito al Capitán comandante que marchó a la expedición de orden suya, que procurase retirarse con todas las tropas en este intervalo. Aquel mismo día primero se resolvieron a salir, y de hecho hicieron su salida, con el designio de atacar una partida de indios que se acercaban al pueblo. Encontráronles a distancia de media legua, y aunque embistieron con brío, no lograron la menor ventaja, porque estaban apostados en la cumbre y faldas de una montaña bien difícil y áspera, aunque no muy elevada. Al día siguiente volvieron a salir, y pelearon largo espacio en otra montaña, mucho más inmediata, y también más áspera y pedregosa.
54. Al pie de ella, y a lo último de la tarde, sucedió la desgracia de haberse apoderado los enemigos del pedrero que llevaron, y que dispararon con tan mala disposición, que al momento que aquellos reconocieron el ningún daño que causó a los suyos, avanzaron con ímpetu, y retrocediendo medrosos los que debían defenderle, le dejaron abandonado en el propio sitio de la descarga. Este fue precisamente el punto fatal, -83- desde el cual sobrevinieron los mayores desastres; porque puestos ya en desorden los nuestros, no malograron los indios tan bella coyuntura, y, cargando con fuerza, los trajeron en derrota hasta el mismo pueblo, dejando muchos muertos en el espacio que los siguieron. No obstante, no se atrevieron a penetrar hacia adentro, y se retiraron a la falda de los cerros que dominan, después de haber puesto fuego en unos pocos ranchos de los alrededores; pero la confusión de los nuestros fue imponderable, y sin consultar a sus jefes, ni aguardar otra licencia que la que les inspiraba el temor, desertaron muchos soldados y capitanes, aunque llegaron acá de noche, y rectificaron este suceso con lamentos y exasperaciones indecibles del número de enemigos, que graduaban inmenso.
55. Esta novedad, que se difundió al instante en esta villa, conmovió de tal suerte los ánimos, que temí una deserción universal aquella noche, y para evitarla, tomé personalmente las mayores precauciones, que lograron un buen efecto. La mañana siguiente se hablaba ya con variedad de este mismo suceso, y aunque por la parte de Lampa no faltaban justos recelos de nuevo ataque, hice marchar hasta Chucuito tres compañías de caballería, con el fin de indagar la situación de los indios, que penetrasen hasta la misma ciudad, si el ánimo estaba franco; pero con orden expresa de no empeñarse en función alguna, sino que únicamente apoyasen la retirada de los oficiales y soldados que hubieren restado, como también la de las miserables gentes blancas y niños del vecindario, para sustraerlos del furor de los indios.
56. No hallaron estas compañías el menor embarazo hasta la misma ciudad, y entrando en ella, se disponían todos para salir incorporados; pero como los indios, bajando, mañosamente a ocupar un desfiladero inevitable, hiciesen por momentos mucho más difícil la retirada, les fue preciso retroceder con celeridad; y aun de este modo fue necesario gran fuerza para romper, como rompieron, no sin muerte de algunos de los míos, que ni pudieron libertarse, ni impedir el estrago que hicieron los indios en los hombres, mujeres y niños que intentaban salvarse al abrigo de este socorro. Allí mataron al cura de Santa Cruz de Julí, que pudo salvar del primer riesgo de su pueblo.
57. Los primeros que llegaron acá, refirieron la confusión en que suponían a Chucuito; con cuya noticia mandé preparar mi fusilería, para ir personalmente a su socorro; y ya montaba para marchar, cuando los que posteriormente llegaban variando la relación de los primeros, aseguraron que se había libertado la mayor parte de la gente, la cual venía un poco atrás con mi caballería, y que los que no pudieron vencer el desfiladero, sin duda habían ya perecido. Por lo cual suspendí la resolución -84- de marchar, aunque después tuve infinito que sentir, cuando conocí que era engaño manifiesto, porque faltaban muchos hombres de estimación, y otras personas conocidas. No obstante, aquella noche mandé que se llevasen balsas hasta las orillas inmediatas del mismo Chucuito, para libertar a algunos, que ocultos entre las que llaman totoras, no habían perecido.
58. Luego que salieron de él las compañías citadas de caballería, entraron los indios, y como no encontraron la menor resistencia, ejecutaron atrocidades, que no tienen ejemplar en los hombres. Mataron más de 400 españoles y mestizos, de uno y otro sexo, sin reservar aun las criaturas de pecho. Dentro de la misma casa y de las viviendas del cura de la Mayor que buscaron por asilo, pasaron a cuchillo a muchos infieles, profanaron ambos templos con sacrílega osadía, sin que su veneración y su respeto les contuviese para no extraer y matar a sus puertas a los que allí se habían asilado. En fin el día tercero, que contamos 5 de este, fui yo con mis tropas a impedir si podía tantos horrores; pero volví penetrado de dolor a vista del sangriento espectáculo que encontré por las calles, y las plazas, y de la funesta idea que presentaba toda la población reducida a cenizas. Entonces advertí el servicio que se hizo a Su Majestad en trasladar días antes a esta villa más de 240 quintales de azogue, y cofre de papeles importantes, por la actividad y celo del contador oficial real, don Pedro Feliz Claverán, que se custodiaban en sus reales cajas, que también se envolvieron en el incendio universal de la ciudad. No había en ella otros españoles que ambos curas, y otros que aguardaban aquel día su muerte por la precisión que les intimó el Comandante de aquella tropa inhumana de declarar los caudales que suponían ocultos, y las personas que buscaban todavía sedientos de más sangre; pero finalmente evitaron este riesgo con mi llegada, expresando con lágrimas los sentimientos de su corazón.
59. A mi salida de la ciudad para volver a esta villa, cargaron los indios sobre los desfiladeros que ya he notado, con intento de cortarme por allí, como lo hicieron el día pasado con los que salieron incorporados con la caballería; pero se les frustró el designio con la providencia que tomé de colocar unos fusileros, que los contuvieron a costa de tres o cuatro que mataron los más atrevidos.
60. Al mismo tiempo, con corta diferencia, los indios de esta otra parte de Azangaro y Lampa, redoblando sus esfuerzos, volvieron a atacar el pueblo de Capachica de esta provincia, cuyos indios fieles con algunos mestizos, los habían rechazado a los principios; pero al fin prevaleció la multitud de los enemigos, quienes pasaron a cuchillo a todos los -85- españoles y gente blanca que pudieron haber a las manos. De manera que, ya no hay en estos contornos otras personas españolas que las que con tiempo se procuraron salvar en la villa que forma hoy como una pequeña isla de felicidad en medio de un mar de rebelión que la rodea por todas partes.
61. Los indios que ya habían terminado la conquista de la provincia de Chucuito con la total ruina de su capital, se prepararon para atacar esta villa, y no sin muchos fundamentos; pues que lo intentaban de concierto con los otros que repasaban los pueblos de Azangaro y Lampa. Esta situación, bastantemente riesgosa, me dio lugar a pedir algún auxilio al capitán de granaderos, don Ramón de Arras, y al coronel de milicias, don José Moscoso, que se hallaba en distancia de nueve leguas con un cuerpo de 500 hombres que trajeron desde la ciudad de Arequipa. No lo concedieron, porque decían hallarse sin órdenes de su jefe para el efecto, ni aun me remitieron las municiones y víveres que solicité comprarles, en el caso que regresasen prontamente, como lo hicieron.
62. Finalmente, el 9 de este, siguiente al en que el gobernador de Chucuito había marchado para Arequipa, se dejaron ver por la parte de Chucuito, los rebeldes, y hasta la mañana siguiente fueron desfilando a ocupar las montañas que dominan la población. Me hallaba ya con muchas mejores prevenciones para recibirlos, que las que tuve en el ataque primero, de marzo. Levanté un castillo pequeño en un sitio ventajoso, que denominan Guanzapata, en donde puse una culebrina y un pedrero con los fusiles correspondientes para su resguardo. Dentro de la misma villa reforcé las trincheras y las aumenté, rompiendo nuevos fosos en los lugares que parecían más expuestos. Tenía en uso tres cañones más, que hice fundir con el mayor calor, y procuré proveerme de balas y de pólvora; y con estos preparativos me juzgué suficiente para rechazarlos.
63. Con efecto, la mañana del 10 amanecimos con ellos encima, formados en semicírculo por las cumbres de estos cerros, y con aviso de que intentaban arrear una porción considerable de ganado que conservé en estas cercanías para el consumo diario de la tropa. Destaqué las compañías de caballería para que evitasen este daño, y aunque di orden expresa para que lo practicasen, sin empeñar acción alguna, no se contuvieron, y luego que estuvieron inmediatos, trabaron un choque que fue desgraciado a los enemigos; porque a más de resguardar el ganado, mataron más de 100 de ellos, y los desalojaron del terreno que ocupaban.
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64. Luego que volvió este cuerpo de caballería, le mandé apostar fuera de la población, hacia el rumbo de Chucuito, porque allí se descubría el mayor golpe de los indios, con los cuales formaron por último sus escaramuzas hasta las 2 [de] la tarde; en cuya hora mandé salir parte de la fusilería que hizo un fuego continuado sobre ellos, que ya acometían y retrocedían con su acostumbrada y molesta vocería. Desde el castillo de Guazapata, y de la plaza, se les hizo también bastante fuego con la artillería, lográndose varias descargas a bala rasa con el mayor acierto. Amedrentados con el estrago que padecían, fueron retrocediendo a la parte superior del cerro, que vulgarmente denominan Orcopata, hasta que por último, con la cercanía de la noche, cesó toda hostilidad de una y otra parte, sin que de la nuestra hubiese perecido alguno, y de la suya un número considerable, sin los muchos heridos gravemente.
65. Al lado opuesto, y en el cerro que llaman de Azogue, se había colocado desde por la mañana una partida de enemigos, que se mantuvieron en continuo movimiento con los indios y Mañazos, todo el tiempo que duró la refriega con los otros. Di órdenes para que una parte de la caballería marchase a cortarles la facultad de reunirse con sus compañeros, y logrado el intento con el oportuno arribo de los indios fieles de Paucarcolla, Guaca y la Estancia de Moro, que les tomaron la espalda, destaqué dos piquetes de fusilería para que los apoyasen; pero siendo ya muy tarde, y la subida sumamente áspera y peligrosa, no pudo conseguirse el forzarlos a entregarse, y retirada la fusilería a la plaza, bastantemente maltratada de los honderos, se tomó la providencia de que los referidos de Paucarcolla, Guaca y Moro se mantuvieron aquella noche en el puesto que ocupaban, y que los indios Mañazos de esta villa resguardasen la falda opuesta, y que está frente de la población, para que no tuviesen lugar de zafar hasta la mañana siguiente. Era logrado el intento, sin la torpeza e inadvertencia del cacique Bustinza, que se retiró del sitio que se había señalado; y aprovechándose los rebeldes de tan bella coyuntura, escaparon al instante, dejando burladas las justas medidas que se tomaron para obligarlos a rendirse.
66. De esta suerte se dispuso la resistencia que se hizo a los enemigos en el segundo ataque que ha sufrido esta villa. Su número no fue tan grande como el de los primeros que la embistieron, pero no fue menor en estos la confianza de tomarla: bien que unos y otros encontraron iguales motivos para desengañar su esperanza; habiendo sido también muy semejante el modo de retirarse entrambos; porque, así como aquellos tomaron precipitadamente aquella misma noche la fuga, sin haberles quedado bastante gana de continuar en el sitio, así estos hicieron la misma noche, sin detenerse en parte alguna grande rato, porque temían que les -87- siguiésemos en alcance. Como que en realidad lo practiqué en persona, hasta alguna distancia, para impedir los daños que justamente se recelaron ejecutasen con los indios de Ycho de esta jurisdicción, que se habían preservado de la infamia de imitarlos en su rebeldía; pero como su marcha debió de ser muchas horas antes que yo saliese, tuvieron antes de mi llegada el tiempo necesario para degollar a las indias de dicho pueblecito, en odio de sus maridos que estaban a nuestro servicio en esta villa.
67. Mandaba esta expedición, como primer comandante, un mal indio de la provincia de Paria, nombrado Pascual Alarapita, que despedido de su patria como una maligna peste, emprendió y logró con la mayor rapidez la conquista de las provincias de Sicasica, Pacages, y la última de Chucuito, llenándolas del mayor horror y confusión con los sangrientos destrozos, incendios y latrocinio que ha ejecutado en todos sus pueblos. No obstante, con dependencia de este mismo, venía mandando otro, que se nombraba Isidro Mamani, tan malo y perverso como el primero. He logrado oportunamente su prisión, de cuya persona se apoderaron los indios de Acora al siguiente día de su fuga, y me lo presentaron acá con la de otros capitanes suyos, a quienes conservo en prisiones y seguridad, para tomarles sus confesiones, y proceder a lo demás que convenga con la distinción correspondiente al carácter que representaban entre los suyos.
68. A los que fueron autores e instrumentos de su prisión, y que le condujeron a esta capital, después de agasajarles y tratarlos con la mayor humanidad y blandura, les admití el perdón o indulto que pidieron por haberse contaminado e incorporado con la rebelde tropa que pasó por su pueblo, como se ha dicho. El motivo que los estimuló a esta osada determinación, fue la consideración, de que habiéndoles seducido para hacerles cómplices de su rebelión, y auxiliares de sus maldades, retrocedía con tanta aceleración, dejándoles sin abrigo y abandonados a los golpes que les amenazaban desde esta villa, de donde procuraría yo sorprenderlos para castigar sus delitos, como sin duda lo habría practicado de lo contrario para escarmentar a los otros.
69. Estos mismos indios me dieron noticia de que el pedrero que se perdió en Chucuito, le habían dejado oculto por la priesa con que corrían, como también muchos muebles y plata labrada, de la que robaron a los infelices de dicha ciudad. Di prontamente comisión, para que se recogiese con seguridad, al contador oficial real, don Pedro Claverán, asociado con un eclesiástico de mi mayor confianza, con el fin, como tengo mandado, de que los dueños que existiesen de estos bienes, o sus herederos, puedan recuperar lo que creyeron perdido en mano de aquella comitiva de ladrones: se ha logrado en mucha parte el buen fin de este acto de -88- caridad con los miserables, y también la recuperación del cañón, con la de algunos pocos fusiles que se encontraron.
70. Suspensa algún tanto la atención por esta parte, fue menester aplicarla hacia la obra de Azangaro y Lampa, cuyos indios con los de Carabaya se acercaron a las alturas de esta villa, como en distancia de una legua, después de un encuentro que tuvieron con los de Guaca, Moro y Paucarcolla, ayudados de tres compañías de caballería, con unos cuantos fusileros, que hice marchar para impedir el robo, que ejecutaban de los ganados de estas inmediaciones, con el fin de inducir necesidad a la subsistencia de esta tropa. Su número era crecido, comparándole con los nuestros, cuya retaguardia venía picando, hasta que entraron a esta villa, y me refirieron la vecindad en que estaban. Con este aviso, me resolví a salir contra ellos con mi gente, y lo hice la mañana inmediata.
71. Pero como su designio principal, fuese su reunión con los rebeldes de Chucuito, luego que entendieron la prisión del comandante Mamani, variaron el dictamen, y bien temprano retrocedieron, arreando el ganado que juntaron el día anterior, poniendo fuego al pasar al citado pueblo de Paucarcolla. Cuando llegué a la corta distancia en que estuvieron la tarde antecedente, lo encontré muy en silencio; pero las compañías de caballería que marcharon por delante, les dieron al alcance en las cercanías del cerro de Yupa, de altura portentosa, en donde les entretuvieron con escaramuzas. Llegué yo con el resto de mis gentes, y al instante se acogieron a lo más alto y escabroso de la montaña. Les hice fuego, pero sin mayor efecto, porque se resguardaban con ciertas paredes de piedras que forman grandes atajos.
72. Hacia a las 5 de la tarde, cayó allí mismo la gente de Cavana y Cavanilla, que de mi orden se conducía para Puno, para el caso que sentía por indubitable de que me atacase Tupac-Amaru, hermano del cacique José, con el hijo de este, que traía en su compañía. Llegada aquella con los de Vilque y Mañazo, componían un grande número, y se juzgaron suficientes para rodearles aquella noche. Este fue un grande aprieto para los rebeldes, que fatigados con el ardor del sol de la tarde, su continua vocería y ejercicio, no podía mitigar la sed en aquella cumbre, ni bajar a buscar las fuentes de aguas que los nuestros tenían ocupadas y defendidas.
73. No obstante, con la resolución que inspira una situación desesperada, hicieron sus esfuerzos, y rompieron de manera que pudo escapar la mayor parte, y entre ellos el malvado Ingaricona, uno de los principales instrumentos de todas estas revoluciones. Los que no acertaron a -89- seguirle, quedaron sacrificados al despecho de los mismos indios de los pueblos citados, que batallaron con todo el furor que les inspiraba la memoria de los destrozos que habían sufrido de aquellos, en sus mujeres, hijos, casas y ganado. Murieron muchos, y también gran número de coroneles y capitanes, sin otros que trajeron prisioneros, y de cuyas declaraciones contestes deducimos gran fundamento para tener por indubitable la prisión de dicho cacique José Tupac-Amaru, el viernes 6 del corriente.
74. En estas mismas circunstancias ha llegado a mis manos una carta que me escribe un indio principal de Acora, avisándome que la tropa de rebeldes, que se había retirado hasta Ylabe y Julí, y grandemente aumentada con el auxilio de gentes que les ha llegado de la provincia de Pacages, venía otra vez marchando sobre dicho Acora, con ánimo de vengar en los indios fieles la resistencia que han hecho de abrazar su partido. Tengo ya dispuestas las compañías de tropa que contemplo necesarias para socorrer a estos miserables, y haré que marchen lo más breve y temprano que sea posible, atendida la justicia con que piden y solicitan la protección que han menester de nuestras armas, para no verse expuestos a su ruina, si se mantienen constantemente fieles a nuestro Soberano.
75. Este es el estado en que me hallo, en perpetuo movimiento y cuidado para no ser sorprendido, y ahogado por la multitud que me rodea y me acomete sucesivamente por todos lados, para apoderarse de esta villa, cuya defensa les ha servido de notable incomodidad y embarazo, por la dificultad de juntar sus fuerzas, y obrar de concierto para dar más cuerpo y fortaleza a su rebelión, y emprender unidos otras ideas peligrosas a nuestros asuntos. La importancia de llevar adelante esta misma defensa, fuera de ser manifiesta a una juiciosa reflexión, la dan muy bien a penetrar los mismos traidores, que tantas veces han intentado desvanecerla en los distintos ataques que han emprendido, y en el último que prepara Diego Tupac-Amaru con uno de sus sobrinos, como se tiene por averiguado por la deposición de muchos indios que hablan contestes en este punto.
76. El comandante de la Paz, y la Junta de Real Hacienda, la penetraron muy bien, cuando para sostenerla me proporcionó, esta el socorro de 10.000 pesos de que dejo hecha mención, y aquel el de la tropa que debía conducir, por la de Omasuyos y Larecaja, el coronel de milicias, don José Pinedo; lo cual sin embargo se frustró casi en el todo, después que de resulta del encuentro que tuvo en las cercanías de Guancané de esta misma provincia, con una partida de rebeldes de la de Carabaya, se -90- le desertaron los más, como lo he sabido por las cartas que conservo. De manera que, en la actual situación me mantengo sin otro auxilio que los mencionados, a causa de las dificultades para concedérmelos aun ahora, a pesar de mis repetidas instancias para lograrlos. Puno, y abril 28 de 1781.
77. Concluida esta relación o informe hasta estos términos, he recibido carta del corregidor de Arequipa, don Baltazar de Sentmanac, con fecha 23 del pasado, en que me acompaña una copia autorizada de otra que le dirige el señor inspector, don José del Valle, desde el pueblo de Tinta, dándole aviso de la prisión del cacique rebelde José Gabriel Tupac-Amaru, de sus hijos y mujer, ejecutada el día 6 del corriente; cuya plausible noticia, hemos celebrado en esta villa con solemne misa de gracias al Señor por este beneficio. No obstante esto, los indios de la parte de Azangaro y Lampa, sabiendo con certidumbre la prisión de su jefe principal, como lo han declarado algunos prisioneros que se hicieron en la refriega del 22 que se ha referido, se acercaron a esta villa, con intento de atacarla, y los de la provincia de Chucuito, que no pueden ya ignorarlo, nos amenazan todavía, y se preparan con grandes fuerzas, como lo acredita la esquela original de uno de los capitanes, escrita a un eclesiástico del pueblo de Acora, que hoy se halla en esta villa. Lo cual prueba evidentemente la mala disposición de sus ánimos, y que su rebelión tiene unas profundas raíces, que no podrán arrancarse si no es con violencia; cuya consideración me es sumamente dolorosa, por cuanto, creyendo el señor Visitador desde el Cuzco, que en este collado se halla ya la grande expedición que supone haber salido ya de la Paz, veo muy distante la esperanza de ser socorrido, para sostenerme contra los frecuentes insultos de los indios en la actualidad, en que, cerrados los caminos de comunicación con dicha ciudad, ignoran absolutamente la situación crítica en que me hallo. Mayo 2 de 1781.
78. Teniendo prevenidas las compañías que juzgué necesarias para socorrer a los indios de Acora, conforme a lo que queda apuntado en el número 72 de esta relación, me retraje de este pensamiento por la novedad que sobrevino, de que el designio de aquellos malvados no se contraía únicamente a ejecutar en dicho Acora lo que queda referido, sino también a pasar hasta esta villa, para atacarme segunda vez con todas sus fuerzas. Con esta noticia avivé y traté con calor de que no se omitiese prevención alguna, de las que tenía premeditadas para esperarlos; y para que no faltase lo necesario para la subsistencia de la tropa, reparé nuevamente las fortificaciones, que tenía hechas de antemano.
79. Pocos días antes de esta novedad, me presentó uno de los -91- curas de Acora tres edictos, comprendidos en un solo pliego de papel, librados por Pascual Alarapita y Pedro Ruiz Condori, y dirigidos al común de aquel pueblo por una esquela, con orden de que se remitiesen a esta villa, sin pérdida de tiempo. Aunque su contenido es muy poco perceptible, por el desgreño y desorden con que se concibieron, no obstante, parece que todos se encaminan a la seducción y engaño de las gentes. Traíalos una india que se sorprendió en dicho Acora, y de este modo pudo haberlos el cura, para presentármelos, y luego mandé agregarlos a los autos de la materia.
80. Acercáronse finalmente los enemigos hasta el mismo Chucuito, y se acuartelaron allí algunos días, aguardando sin duda el saber la resolución de Diego Tupac-Amaru, que en la provincia de Lampa comandaba a la sazón una tropa considerable de rebeldes. Con esta noticia resolví escribir a Pascual Alarapita citado, que comandaba aquella tropa; y con efecto lo practiqué el día 6 de este, llamándole a solicitar el perdón e indulto tantas veces publicado a favor de los rebeldes que, detestando su delito, se humillasen a implorar la clemencia de nuestro Soberano; añadiéndole a él la precisa condición, de que antes de todo pacificase la provincia de Chucuito, y me entregase a cualquier malvado que con su influjo intentase destruir en ellos este buen pensamiento. Obstinado en su delito y lleno de soberbia, no quiso contestarme en derechura; pero en esquela que dirigió al prisionero Isidro Mamani, que conseguí sorprender, hace mención de mi carta, para asegurar con desvergüenza, que antes de leerla, la entregó al fuego, agregando muchas amenazas contra mí y todos los demás que defienden esta villa.
81. La inmediación de estos, y la repetición con que aseguraba la venida del referido Tupac-Amaru por la parte de Lampa, me determinaron a ocurrir por un extraordinario, pidiendo socorro de gente, municiones y víveres al corregidor de Arequipa, para resistir y oponerme a la reunión de esta canalla, de cuya instancia aguardo lo más favorable.
82. Abreviando sus marchas, Tupac-Amaru se presentó el día 7 con sus tropas en las alturas de esta villa, no sin grande ostentación y estrépito de los pedreros que trajo para batirla. Puse toda la vigilancia necesaria para no ser sorprendido aquella noche, y al día siguiente, como a la una de la tarde, se movieron de sus puestos, después que consiguieron desalojar a los indios de esta villa del Cerro del Azogue, en donde estaban apostados, bajaron sobre ellos hasta el castillo de Santa Bárbara con grande furia, en el cual, aunque no enteramente concluido por falta de tiempo, tenía colocado una culebrina, cuyo hecho me obligó a auxiliarlos, principiando la acción de aquella suerte hasta hacerse general; -92- con cuyo conocimiento les opuse las compañías de caballería por el lado de la campaña, y destaqué los piquetes de fusileros, que parecían suficientes para contenerlos, por las espaldas de la iglesia de San Juan, por donde se hacían sus mayores esfuerzos; y aunque duraron largo espacio en el choque, fueron al fin rechazados por una y otra parte, con pérdida de algunos de los suyos, y sin daño de consideración en los nuestros.
83. Mantuviéronse el día 9 en las eminencias que ocupaban con grande vocería y algazara, y hacia las dos de la tarde empezaron a descubrirse los que venían de Chucuito que, continuando sus marchas en varias disposiciones, llegaron a acampar bien cerca de esta villa sobre el mismo camino real. Allí estuvieron hasta el día posterior, en el cual, de concierto con Tupac-Amaru y en la misma hora, salieron respectivamente de sus cuarteles, y después que ya tenían acordonada la población, la embistieron por todos lados. El ataque fue impetuoso, y tan osado, que parecerá increíble a cualquiera que no le haya presenciado. Toda su caballería, que fue numerosa, acometió por la parte de la laguna, y logró cortar todo el ganado, que los pastores no tuvieron lugar de arrear a lo interior de la población.
84. De antemano tenía ya colocadas en las trincheras interiores y en las de afuera las respectivas compañías de lanceros, apoyadas de los piquetes de fusileros necesarios para su defensa. Los castillos de Guanzapata y de Santiago, al cuidado del teniente de artillería, don Antonio Urbina, y al del capitán de los mismos artilleros, don Martín Terroba, tenían separadamente una culebrina cada uno; el primero dos pedreros, y el segundo uno, con balas de su calibre, y metralla suficiente para jugarlas según las ocurrencias de los lances; lo que también dispuse en el de Santa Bárbara, que, aunque no enteramente acabado por las razones expuestas, como se ha dicho, le puse al cuidado del alférez de artilleros, don Martín Javier de Esquiros, con una culebrina, señalando para cada uno de ellos los piquetes de fusileros necesarios, con un proporcionado número de lanceros. Las compañías de caballos mandé apostar a las orillas de la población, y contemplándolas diminutas y sumamente deterioradas, por la escasez de forrajes para mantenerlas, les di orden expresa de mantenerse en sus puestos señalados, sin otra maniobra que la de contener la de los enemigos, estándose a la defensiva. Dentro de la misma plaza quedaron otros dos pedreros y una culebrina, al cargo del teniente coronel de Lampa, y comandante de artillería en esta, don Francisco Vicenteli, para ocurrir donde instase más la necesidad.
85. Con estas disposiciones, y la experiencia antecedente del método -93- que se ha observado en los indios, en diferentes ataques que ha sufrido esta villa, me juzgué fuera de cuidado, y me prometía rechazarlos con igual brevedad y fortuna. Pero, animados unos y otros con la presencia de sus primeros generales, y llenos de todo el orgullo y confianza que les inspiraba la fácil conquista de las provincias de Sicasica, Pacages y Chucuito, se arrojaron con braveza y ferocidad, intentaron forzar las trincheras inmediatas al Tambo de Santa Rosa; pero no lo consiguieron, por el fuego que le hizo el castillo vecino de Santiago. Por la parte superior de la población, y bajo del cañón de Guanzapata, se había ya internado hasta la calle de las casas del licenciado Mogrovejo, y al propio tiempo en que daba órdenes para resistirlos y rechazarlos, como se logró felizmente, me vino aviso de que ya entraban otros por la calle principal, cuya novedad me obligó a ocurrir con velocidad, para dar providencia.
86. Por las espaldas de la parroquia citada de San Juan, donde tenía destacado el primer teniente de fusileros, don Martín de Sea, con una compañía de lanceros, y su respectivo piquete de fusileros, acometieron los indios con increíble desesperación y fuerza, y lograron en aquel primer violento ímpetu con que embistieron, el romper a los nuestros, los cuales retrocedieron amedrentados, y con el mayor desorden, a las calles interiores de la villa, poco después que la caballería, acosada de los contrarios, huía del mismo modo, dejando a los fusileros y lanceros, como costados a sus espaldas.
87. Entonces me acerqué a ellos y los detuve, disipando en pocas palabras su temor y desconfianza. Les hice volver sobre los enemigos que ya cruzaban las primeras calles, y en especial la que vulgarmente llaman de Puno, y las otras que atraviesan. Murieron allí dos o tres de los más osados, y recobrados los nuestros de su desaliento, y estimulados con el ejemplo de brío y esfuerzo del citado teniente de fusileros, y de los capitanes de caballería, el cacique don Andrés Calisaya y don Felipe Sea, hijo del primero, cargaron sobre los demás y los rechazaron hasta fuera, matando muchos en el alcance, mientras yo, después de reponerlos al ataque, ocurrí a auxiliar la trinchera citada de Santa Rosa, que defendía valerosamente el alférez de fusileros, don Juan Cáceres.
88. A los principios del ataque, sucedió la desgracia de haberse incendiado por inadvertencia la pólvora que había en el castillo de Guanzapata, con daño de cinco o seis que quedaron muy lastimados; con cuya novedad destaqué al segundo teniente de fusileros, don Evaristo Franco, con su piquete de fusileros que conservaba de reserva en la plaza, para que auxiliase a Urbina, que levemente maltratado, se mantuvo con dos o -94- tres a su lado. Entrada un poco la tarde, avanzaron los indios este castillo con tanta ceguedad, que llegaron casi hasta sus cimientos; pero los retiró bien presto la descarga de un pedrero, que se les hizo con metralla, y les quedó poca gana de acercarse otra vez a él. Pero al de Santiago acometieron muchas veces, y con tanto denuedo, que hiriendo mucho al oficial y soldados que la defendían, se pusieron en términos de socavarlo, aun a pesar del fuego que se les hizo; pero destacado el ayudante mayor, don Francisco Castilla, con su piquete, y ayudado del capitán de rejones, don Juan de Monasterio, los rechazaron con valor, y los retiraron a mucha distancia.
89. Pero antes intentaron segunda vez, y con efecto avanzaron a la trinchera al cuidado de Juan Cáceres, y sin temor de fuego vivo que encontraron, y del escarmiento que debieran tomar con la muerte de muchos de ellos, llegaron a ella, y deshaciéndola por no ser de la mayor consistencia, forzaron a los nuestros que retrocedían, sin que la exhortación ni ejemplo del oficial que los mandaba, los contuviese. Mandelos socorrer con el ayudante mayor y su piquete, (que después auxilió al castillo de Santiago como se ha dicho) y con este refuerzo, incorporados y recobrados, cargaron sobre ellos, y arrojándolos con más celeridad que con la que habían entrado, procuraron reponer provisionalmente su trinchera. De manera que, los increíbles esfuerzos que hicieron por todas partes los enemigos, no pudieron lograr otra ventaja que la de incendiar algunos ranchos y casas de poca consideración, que por estar separadas de lo principal de la población, no podía resguardarles el fuego de las trincheras, del modo que a los demás edificios, que por la igual longitud de las calles que los dividen, se hallan en proporción de no ser ofendidos, sino a costa de los mayores peligros.
90. Finalmente, habiendo peleado con el mayor tesón, y acercándose la noche, se retiraron unos y otros a sus respectivos cuarteles; y como el oficial y soldados que defendieron el castillo de Santiago, quedaron sumamente maltratados de los muchos hondazos que recibieron, y no ocurriéndome de pronto, sujetos proporcionados para confiarles el manejo de los cañones, a causa de que todos los demás tenían trincheras señaladas a su cargo, de cuya defensa pendía la seguridad de la villa, tuve por conveniente que se retirasen dichos cañones, a dirección del comandante, y que usase de ellos según las ocurrencias desde la plaza. Aquella noche durmieron sobre sus mismas trincheras los oficiales, con sus respectivas compañías y piquetes, y circunvalada toda la población por la parte de afuera por los indios honderos de nuestro servicio, se hicieron rondas de a pie hasta el amanecer, para no estropear más los caballos, evitándose de este modo alguna novedad o sorpresa.
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91. Al día siguiente, se mantuvieron los enemigos en sus cuarteles hasta la misma hora (con poca diferencia) en que el anterior nos embistieron, y entonces, saliendo de ellos unos y otros, marcharon sobre nosotros y repitieron el ataque. Tenía tomadas las mismas disposiciones que el día antecedente para recibirlos, y con efecto, aunque acometieron por todas partes, y duraron en el ataque hasta cerca de la noche, fueron siempre rechazados de todos los puestos que avanzaron; pero siempre esforzándose más por las espaldas de la iglesia de San Juan, y al vencer la trinchera que defendió Cáceres con constancia, habiéndola restablecido aquella noche del mejor modo que fue posible, por la escasez del tiempo, y el cansancio de su piquete, y de toda la demás tropa.
92. Tomé aquella noche del 11 el mismo cuidado y precauciones que la precedente, cuando a eso de las 2 de la mañana vino aviso del castillo de Guanzapata, de que bajaban los indios. Ocurrí al instante, y puesta luego la tropa sobre las armas, salí de la plaza, y marchó al castillo sobredicho, para informarme por mí mismo del verdadero designio de los enemigos; los cuales verdaderamente estaban sobre las faldas de las montañas, dando voces que se correspondían. Por cuyo motivo nos mantuvimos atentos hasta las 6½ de la mañana, en cuya hora distribuidos por todos lados, y con un movimiento universal de ambos cuarteles, empezaron el cuarto ataque con la mayor desesperación y ferocidad, y con un ademán exterior que indicaba muy bien la confianza que los animaba de vencernos aquel día.
93. No obstante, aunque el continuado movimiento y cuidado de las noches y días anteriores tenía bien fatigada mi gente, la encontré en buena disposición para ejecutar las órdenes que se les comunicaron; y con efecto, señalando a cada oficial, con sus compañías y piquetes respectivos, los puestos y trincheras en que debían mantenerse, lo cumplieron con brío y puntualidad, y de este modo se consiguió el favorable éxito que se dirá. Los enemigos acometieron por todos lados; pero sus principales esfuerzos los dirigieron a las trincheras del cuidado de don Francisco Barreda, y del capitán don Juan de Monasterio, y el alférez don Juan Cáceres, porque sin duda reconocieron desde el día antecedente, que ya estaba abandonado el castillo de Santiago, como queda referido; cuyo fuego los acobardaba antes, embarazándoles el acercarse demasiado, como lo ejecutaron este día avanzando, y arrojándose a ellas con bravura, aun a vista de las muchas veces que fueron rechazados. Por las espaldas de la iglesia de San Juan, acometieron igualmente con el mayor empeño, pero los contuvo el teniente de fusileros, don Francisco Sea con su piquete, y la caballería de Caracoto y Juliaca, y los honderos de estos mismos pueblos, que mandé apostar allí desde los principios.
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94. A la trinchera de don Juan Cáceres repitieron sus ataques, porque siendo realmente débil, habían logrado deshacerla desde el jueves, y aunque se repuso en alguna manera, se persuadieron que por allí se abrirían la puerta que deseaban para lo interior de la villa. Me fue preciso auxiliarla, y destaqué algunos del piquete del capitán, don Juan Víctores Fernández de la Reguera, (que defendía otra trinchera) con algunos del capitán, don José de Toro, y el ayudante mayor, don Francisco del Castillo, con el que tenía de reserva para iguales ocurrencias. Todos ellos tuvieron mucho que trabajar, para quebrantar la ferocidad de la muchedumbre de indios que les atacaron sin cesar; y aunque encontraban en los nuestros una resistencia que parecía incontrastable, no por eso dejaron de redoblar todos sus esfuerzos, con una porfía y arrojo que no es imaginable, sino a quien estuvo presente para admirarlo.
95. A vista de esto, el capitán de caballería, don Andrés Callisaya, con parte de la suya, y haciendo un giro por la parte superior de la villa y el castillo de Guanzapata, se arrojó en Orcopata por medio de la multitud de los enemigos, y a costa de una acción tan atrevida, consiguió el sorprenderlos, y quedando como atónitos, dieron a los nuestros un breve intervalo para tomar algún aliento de tan continuada fatiga, y volver a ella, como sucedió muy presto; porque, frustrados sus conatos por la misma trinchera, intentaron buscarle la entrada por otra parte, y deshaciendo paredes con barretas, que trajeron para el efecto, penetraron hasta las espaldas del sobredicho Tambo de Santa Rosa, y pusieron fuego a las viviendas de aquel mismo lado, que ya tenían como por suyo. Pero aun de allí fueron desalojados sin tardanza por el ayudante mayor y su piquete, y se cortó el incendio, antes que se comunicase a lo restante del edificio.
96. El comandante de artillería, don Francisco Vicenteli, atento hacia todos los puestos que se veían en mayor peligro, hacía un fuego concertado y vivo desde la plaza, que los amedrentó mucho; y a expensas del escarmiento que les dictaba el estrago de sus compañeros, fueron poco a poco retirándose de las orillas de la población por las faldas de la montaña. Don Antonio Urbina hizo igualmente fuego continuado desde el expresado castillo de Guanzapata, y contribuyó mucho a embarazar que cargase toda la multitud de indios, que se aplicaban a forzar las trincheras de Monasterio y Barreda, que como poco sólidas, se hallaban las más expuestas. La de Santa Bárbara, al cuidado de don Martín de Esquiros, hacía fuego con más frecuencia para el lado de la caballería contraria con la nuestra, ayudada una y otra de los honderos de a pie que ambos traían, con un cuerpo de infantería que apoyaban.
97. De la trinchera o pequeña fuerza de las cuatro esquinas -97- de la casa del cacique don Anselmo Bustinza, se les hizo fuego con un cañón, fundido a su costa, que descubre por la calle recta parte de la campaña; y con esto no solamente no se atrevieron a internarse adentro, sino que se evitó el que incendiasen todo este barrio; como lo hicieron por los contornos del Tambo de Santa Rosa y por las espaldas de la iglesia de San Juan, que por estar no solo fuera, sino distantes de las trincheras, no pude conseguir su abrigo, a pesar del dolor que me causaba el ver este pequeño triunfo que celebraban los enemigos con su acostumbrada y molesta vocería.
98. No obstante, este fue todo y el único fruto que consiguieron aquel día, cortísimo realmente, y que de ninguna suerte correspondía a las esperanzas que les suscitaba la extraordinaria porfía con que me atacaron tantos días consecutivos, asaltando por todas partes la plaza aun con superiores esfuerzos a los que podían aguardarse de su espíritu naturalmente débil e inconstante. Duró esta refriega desde la hora dicha, en que empezó de las 6½ de la mañana, hasta las 3½ de la tarde, con los que comandaba el infame traidor Tupac-Amaru, que se retiraron a su cuartel poco antes que los de la parte de Chucuito, que dilataron media hora más en el combate; pero finalmente, retirados unos y otros, hubo algún lugar para que respirásemos del cansancio, y que pudiesen curarse los muchos heridos que tuvimos, los cuales, según se ha podido reconocer, suben hasta el número de más de 100, sin los muertos de balas que han sido hasta 50, cuyo número exorbitante e increíble, atendidos los pocos que habíamos perdido en otros combates anteriores, da bastante idea para conjeturar la ferocidad con que han peleado, en estos que acabo de referir.
99. Aguardábamos que al día siguiente repitiesen el asalto, sin que en los oficiales y soldados faltase brío para resistirlos; pero aquella noche desapareció Tupac-Amaru, quien marchó con tanta precipitación, que dejó abandonados en su cuartel los quitasoles que usaba, contra los ardores del sol, y algunas otras provisiones de boca que se encontraron por nuestros exploradores bien temprano, sin que entonces pudiésemos conjeturar con alguna certidumbre los motivos que le obligaron a esta inesperada resolución; aunque después lo hemos atribuido a las noticias que empezaron a divulgarse del poderoso ejército con que venía marchando el señor Inspector contra los rebeldes de Lampa y de Azangaro.
100. Los de Chucuito, comandados a lo que se cree por Catari, conforme a un pasaporte que libró en la capital de dicha provincia, -98- se mantienen hasta ahora en distancia de un cuarto de legua de esta villa, con la mayor osadía, saliendo algún otro día a provocar a los de la caballería, con quienes han trabado alguna vez sus escaramuzas. He deseado mucho castigar el atrevimiento de estos malvados, y aunque bien podría lograrlo con un asalto repentino, he tenido por conveniente reservar los escasísimos pertrechos, con que me hallo, para el caso de ser nuevamente atacado dentro del pueblo.
101. El tesón con que los indios me perseguían; el ningún recurso a la Paz, de donde debía esperar cualquiera auxilio; la entera negación de la ciudad de Arequipa de auxiliarme aun con algún dinero para la subsistencia de la tropa, pusieron al Contador oficial real, que en todos mis ataques me acompañaba, y conocía mis necesidades, en la situación de hacer los mayores esfuerzos para proveerme de dinero, no sin bastantes fatigas, a causa de que aun los mismos que debían a aquella real caja, se hallaban ausentes; pero sin embargo, tomó varios arbitrios, y aun contrajo algunos débitos, para que la gente no desmayase por este efecto.
102. En este estado, lleno de bastantes cuidados, recibí inopinadamente una carta (que va al número 1.º) que me dirigió desde el campo de Corpa con fecha de 19 de mayo el señor inspector y comandante general del ejército de Lima, en la que con las expresiones más obligantes me decía Su Señoría, que habiendo sabido por las deposiciones contestes de los prisioneros que el ejército de su mando había hecho sobre el de los enemigos, el ataque de muchos días que sufrió aquesta villa, que intentó tomar por asalto Diego Tupac-Amaru, se había resuelto a marchar con todas sus fuerzas para socorrerme; cuya noticia, como tan plausible, se recibió con las mayores demostraciones de gusto y de agradecimiento. No por esto cesamos de continuar con las mismas precauciones y cuidado, para frustrar los designios de los enemigos que se mantenían a nuestras puertas con osadía, repitiendo sus irrupciones y escaramuzas, con ánimo de sorprender el ganado que se sacaba cada día, para que comiese del poquísimo pasto que había quedado en aquellas inmediaciones. Con efecto, a pesar de sus conatos, no lograron el intento, y se les hizo retirar todas las veces que se acercaron hasta el 23; pero en este día se trabó con ellos en la campaña una acción bastantemente grande, porque salieron los más de su cuartel general contra nosotros.
103. Después de dos horas de refriega, llegó nuevo aviso, de que el referido señor Inspector llegaba ya a los altos de esta villa con todas sus tropas; y con efecto poco rato después se dejaron ver coronando -99- las eminencias, y toda esta gente repitió señales expresivas de su alegría, mientras las compañías de caballería y los piquetes de fusileros que destaqué fuera de las trincheras, continuaban con empeño el choque en los enemigos.
104. Los cuales al caer ya la tarde, empezaron a retirarse, y lo hicieron no solo de la campaña, sino también de los cerros que ocupaban, otros que no entraron en la acción, y que pudieron observar desde allí el ejército que acababa de llegar para socorrernos. Debieron de hacer la estimación que excitaban fuerzas tan superiores, y declarándose con el hecho insuficientes para aguardarlas, huyeron aquella noche, y amaneció en grande silencio todo el campo y montañas, que habían ocupado más de 15 días.
105. Con este conocimiento pude salir de la plaza y marché bien temprano a rendir personalmente al señor Inspector, y demás oficiales de la tropa, que había campado como una legua distante, los debidos respetos a su carácter, como lo había hecho la tarde anterior por medio de uno de los míos. Con esta ocasión y la noticia de la fuga de los enemigos, explicó el expresado señor Inspector su resolución de retroceder; y sin oponer a ella razón alguna, por entonces pedí únicamente a Su Señoría se tomase la molestia de bajar a la plaza, para que se impusiese ocularmente del estado en que se hallaba. No accedió a ello, porque se hallaba indispuesto; pero mandó que bajase el señor coronel de ejército, don Gabriel de Avilés, como lo hizo en efecto aquella mañana, acompañado de otros muchos oficiales de la primera distinción.
106. Después de haber visitado la matriz, y recorrido las trincheras, tomó la vuelta al campamento, y habiendo ido por allá poco después, encontré que muchos de los señores eclesiásticos, que se habían recogido a esta villa, unidos a los curas del lugar, estaban allí, y habían suplicado al señor Inspector se sirviese proporcionar el auxilio que tuviese por conveniente para la defensa del pueblo; con cuya ocasión tuve lugar de proponer de mi parte el pensamiento de perseguir a los enemigos por la provincia de Chucuito, indicando en su apoyo los abundantes abastos que se encontrarían en ella por la tropa, y muchos pastos para la caballería y demás bestias de servicio, y sobre todo la prudente esperanza de que los indios, al verse en los peligros de perecer, y ver tan de cerca los amagos del castigo, entregasen a Catari su jefe, u otro cualquiera que los mandase, como lo ejecutaron en el mes pasado los del pueblo de Acora, con la persona de Isidro Mamani, y otros capitanes suyos que habían puesto -100- en manos de Su Señoría, cuando retrocedieron derrotados después del ataque de esta villa.
107. Sobre cuyo particular mandó Su Señoría juntar los oficiales de la tropa, para oír sus dictámenes en el asunto; y habiéndose discurrido variamente como entendí después, según los diferentes aspectos que presenta la materia, fui por último llamado a la junta, para que diese noticia del estado en que se hallaban las provincias de arriba, y dijese si contemplaba suficiente auxilio el de 100 hombres para continuar la defensa de este pueblo. Respondí claramente que de ninguna manera era bastante tan corto número, mayormente cuando me insinuaba que no podría tenerse en ellos la mayor confianza, a causa de la deserción que recelaba al retirarse el ejército de aquellas inmediaciones. Ya yo había experimentado esto mismo en los de guarnición, que al punto que entendieron la resolución del señor Inspector de no pasar adelante, desertaron muchos, sin arbitrios para contener a los de extrañas provincias que tenía en mi servicio, y que se sujetaban con la próxima esperanza de que, a favor de nuestras armas, podrían restituirse a sus casas, subyugándose los rebeldes.
108. En fuerza de esto, y las dificultades que se tuvieron presentes para la subsistencia de la villa, fueron por último de dictamen de que esta se evacuase, y que las milicias de guarnición y el vecindario saliese de ella al abrigo del ejército, para que no quedasen expuestos a las tragedias y horrores que cometieron los indios en Chucuito y otros pueblos de la misma provincia, concediéndose solo tres días para prepararse a caminar. Fue grande el dolor que me causó esta resolución, pero fue preciso conformarse a ella, y bajé luego para dar las órdenes convenientes para la marcha. Es inexplicable la confusión, el desorden y llanto que se introdujo en el vecindario, sorprendido de tan inesperada orden; pero a pesar de su miseria, tuvieron que aprestarse, para no quedar sacrificados al furor de los indios.
109. Aumentose la confusión, cuando el citado señor Inspector abrevió el tiempo de evacuar la villa, pues únicamente nos concedió el término de dos días en que, a pesar de las lágrimas que por todas partes se veían, procuraron cumplir con la orden, y efectuada, quedó desamparada la villa el 26 de mayo, con universal sentimiento de sus vecinos y demás habitantes, que se refugiaron a su seguridad, en circunstancias de hallarse todos sin una cabalgadura, a causa de haberse apoderado los indios (como se ha dicho) de todas las del lugar; quedando abandonados los muebles y casas en el estado que las -101- poseían sus legítimos dueños, porque la falta de caballerías sujetó a salir a pie hasta las mujeres y niños, para abrigarse de la seguridad de la tropa. Salieron de aquella villa 136 fusileros, 440 lanceros de a pie, 64 artilleros que servían en los fuertes para el manejo de los cañones, 308 hombres de caballería, 1.346 honderos reunidos de los pueblos, que se mantenían fieles.
110. En este estado mandé clavar los cañones en conformidad de lo acordado en la junta, y se echaron en pozos; procuré del modo posible recoger las armas y gente para seguir la tropa, y conseguilo en parte, pero sin el orden necesario, respecto a que, ocupados en conducir cada uno su familia, no pudo permitirse el lugar necesario para las precisas distribuciones de la milicia, cuyas consideraciones no me han dejado dar cumplimiento a las órdenes del seor Inspector, que se dirigían a que me acampase dentro de su mismo cuerpo.
111. El abandono de puesto tan importante hace ver claramente en la siguiente campaña la dificultad de reducir los rebeldes, que unidos con los de la tierra arriba, duplicarán sus esfuerzos, cuya reunión se había impedido mediante la defensa de la villa de Puno, a los que se agregaron los pueblos de Puno, Icho, Paucarcolla, Capachica, Vilque, Mañazo, Atuncolla, Caracato, Guaca, Yasin, Juliaca, Cavana, Cavanilla, Tiquillaca y el Asiento de San Antonio con su ribera, que apoyados de mi existencia en Puno, o temerosos de ella, se mantenían fieles; quedando expuesto el paso a Moquegua, y libres las provincias de Lampa y Azangaro, para repetir sus pensamientos inicuos a la provincia de Tinta y adelante, incitados de su inicuo jefe Tupac-Amaru. Quédales a los indios un continente vasto, de más de 200 leguas, que se reconocen desde Potosí a la raya de Vilcanota, y con el desconsuelo de la imposibilidad de que la ciudad de la Paz logre auxilio, cuando hoy contemplábamos reunida a los rebeldes la provincia de Chucuito, y los pueblos referidos, para invadirla con libertad.
112. Los vecinos y demás gente, que han concebido mejor modo de subsistir en la ciudad de Arequipa, se han retirado a esa, pero la mayor parte sigue sus marchas en mi compañía, con el designio de ofrecer sus servicios en beneficio de Su Majestad contra los rebeldes. Yanarico y mayo 29 de 1781.
113. El 30 seguimos nuestra marcha por la ciudad del Cuzco, incorporando con nuestra tropa toda la harina, coca, arroz y demás provisiones, que había yo con anticipación mandado traer de la ciudad de Arequipa, para el consumo de mi gente y servicio para el -102- ejército, y mientras llegamos al pueblo de Lampa, no experimentamos perjuicio alguno de los pueblos fieles, por donde transitamos; pero en este lugar principiaron a cometer los rebeldes algunas muertes, en los que se separaron del cuerpo del ejército, y no se pudieron evitar, sin embargo de algunas providencias que para este efecto se dieron. Presentábansenos en tropillas en los cerros inmediatos, causando al tiempo de nuestra marcha sumas incomodidades, ya en la retaguardia, ya en los costados, extrayéndonos ganado y cargas, y matándonos gente.
114. De este modo caminamos con indecibles incomodidades por un país enemigo, enteramente desproveído y despoblado; y al paso por la Ventilla, inmediato a Pucara, como sucediese que los miserables que venían a pie, hubiesen tomado el camino recto para Ayavirí, y el ejército acampase separado de aquel, tuvieron que sufrir muchas mujeres, niños y algunos hombres, crueles muertes, que con inhumanidad ejecutaban los indios, que al verlos indefensos cayeron sobre ellos, sus cargas y ganados, con la ferocidad que acostumbran, persiguiéndolos con osadía hasta la raya de Vilcanota, en cuyas inmediaciones nos acometieron con un aire de confianza que les animaba a despojarnos cuando menos de las cargas y ganados; pero como su número, aunque mayor que las otras veces que se nos presentaron, fuese corto, pues juzgo no pasaban de 1.000 indios, a poca diligencia quedamos sin la incomodidad que creyeron causarnos.
115. Como se inteligenciase el señor Visitador General de lo ocurrido en Puno, por la que le dirigí de Yanarico con fecha de 29 de mayo, atento a la necesidad de conservar puesto tan importante a ambos virreinatos y a la seguridad de toda la costa, me alcanzó su respuesta en el pueblo de Quiquijana, llena de piedad y lástima, sumamente consternado de ver el estado en que quedaba el virreinato de Buenos Aires, y las resultas que podrían ocasionarle a este el despueble de la villa de Puno. Se sirvió Su Señoría darme órdenes, para que suspendiese mi marcha en el pueblo de Siquani, con todas aquellas familias que venían expatriadas, para devolverlas a sus casas, siempre que el excelentísimo señor Virrey de Lima no dispusiese otra cosa, y que pasase hasta esta ciudad con toda la gente para asignarles algún estipendio, que sirviese de auxilio a las estrechas necesidades en que las contemplaba. Mas como esta determinación me alcanzase ya tan inmediato al Cuzco, en él participé a Su Señoría lo avanzado de mi marcha, previniendo suspendía esta, mientras nueva orden; al mismo tiempo hice algunas reflexiones que me parecieron oportunas acerca de las disposiciones de las familias, mujeres y niños que venían en -103- mi compañía; en cuya vista se sirvió prevenirme, pasase hasta esta ciudad con toda la gente, para asignarles algún estipendio, que sirviese de auxilio a las estrechas necesidades en que las contemplaba.
116. Efectúose mi arribo el día 5, después de cuarenta días de incesantes incomodidades, a esta ciudad, donde me hallé con carta del excelentísimo señor Virrey de Lima, con fecha 13 de junio, noticiándome la orden que tenía comunicada al señor Inspector y Comandante General, para que me auxiliase con la gente y armas que me fuesen necesarias, la subsistencia de la villa de Puno. Poco después llegó un expreso a esta ciudad, remitido por el mismo excelentísimo señor Virrey, con orden a dicho señor Inspector, de darme toda la gente, armas y pertrechos que me fuesen necesarios para repoblar aquella villa, haciéndose cargo de lo interesante que es a este virreinato su conservación. En cuyo asunto di la respuesta, reducida a manifestar la diferencia de auxilios que son necesarios en el estado presente; y que si cuando me mantuve fortificado en Puno me eran suficientes 500 ó 1.000 hombres con su número correspondiente de fusiles, hoy me era imposible emprender jornada tan peligrosa, sin que se me diesen 4.000 hombres, 800 fusiles, 10 cañones, y lo demás necesario para verificar mi marcha; cuyas resultas ignoro cuáles serán. Cuzco y julio 17 de 1781.
JOAQUÍN ANTONIO DE ORELLANA
Capítulo de carta de Lima, 5 de agosto de 1781
Los estragos de Puno eran una forzosa consecuencia de la retirada del Inspector General, Comandante en jefe del ejército del Rey; pero se descarga fuertemente de esta operación precisa, haciendo ver las justas razones que tuvo por la escasez de víveres, los ningunos auxilios que esperaba, y las enfermedades que se padecían en las tropas, en cuyo estado era forzosa la resolución que había tomado; y por remate dice al Visitador, en respuesta a su carta, que no son hijos de un parto el mando de las armas y el de la pluma, y que él no puede pacificar en cuatro días lo que señores y señorías han alborotado en cuatro años. De estas resultas, pretendió el Visitador hacerlo retirar; pero lo resistió, haciendo manifiesto, que la magnitud de su empleo, no está sujeto a su judicatura, como en efecto se ha verificado en el recurso que hizo el Visitador al excelentísimo señor Virrey, alegando haberle conferido sus facultades, y respondiéndole, le remitió un tanto de la cédula que el dicho Inspector presentó del Rey, cuando pasó a este reino, en que se le nombró por inspector de -104- todas las tropas del Perú, y cabo subalterno de las armas, con ausencias y enfermedades de los Virreyes; en cuyo caso no puede cortar estas facultades, sin expresa real orden; con cuya decisión se halla muy sofocado el dicho Visitador. Pero no por esto, que ha parecido a su vanidad desaire, deja de proseguir obstinado en sus establecimientos, de que ha dado últimamente la mayor prueba, intentando establecer la aduana en el Cuzco, a cuyo efecto hizo llevar sujeto de esta ciudad, que sirviese la plaza de administrador. Y habiendo aquel Cabildo secular héchole presente los inconvenientes, por medio de sus alcaldes, que le oraron patéticamente sobre el actual estado del reino, los hizo poner presos en la cárcel, en donde a renglón seguido, ocurrieron aquella misma noche doce enmascarados, forzaron las guardias de la expresada cárcel, la abrieron, y sacaron de ella dichos alcaldes; por lo cual sucedieron muertes de una y otra parte, y aun se dice que al mismo Visitador le dispararon dos fusilazos, pero sin efecto, y quedaba refugiado en San Francisco. Dios tenga misericordia de él y de todos.
Copia de capítulo de carta de Lima, también de 5 de agosto
La tropa al mando del señor mariscal de campo, don José del Valle, volvió al Cuzco muy disminuida por muertos y desertores, y los que entraron en dicha ciudad causaban compasión, viéndolos cubiertos de piojos, muchos o los más descalzos, y otros envueltos en pellejos. Fueron a alojarse en los hospitales, porque de los malos alimentos estaban padeciendo disentería; no tuvieron un colchón, casa de medicina, ni médico para la curación de los enfermos, y las tiendas de campaña estaban hechas pedazos, de podridas y maltratadas. Dicen que no se puede leer sin lágrimas los diarios de los señores Valle y Avilés, y conviene en que aquellos infelices que dejaron el bello temperamento de Lima, la quietud y regalo de sus casas para servir al Rey, como sus buenos vasallos, no han sido pagados.
Bando que se encontró en los papeles de Tupac-Amaru
DON JOSÉ I, por la gracia de Dios, Inca, Rey del Perú, -105- Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires, y continentes de los mares del sud, Duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazonas con dominio en el gran Paitití, Comisario distribuidor de la piedad divina por erario sin par, etc.
«Por cuanto es acordado en mi Consejo por Junta prolija por repetidas ocasiones, ya secreta, ya pública, que los Reyes de Castilla me han tenido usurpada la corona y dominio de mis gentes, cerca de tres siglos, pensionándome los vasallos con insoportables gabelas, tributos, piezas, lanzas, aduanas, alcabalas, estancos, catastros, diezmos, quintos, virreyes, audiencias, corregidores, y demás ministros: todos iguales en la tiranía, vendiendo la justicia en almoneda con los escribanos de esta fe, a quien más puja y a quien más da, entrando en esto los empleos eclesiásticos y seculares, sin temor de Dios; estropeando como a bestias a los naturales del reino; quitando las vidas a todos los que no supieren robar, todo digno del más severo reparo. Por eso, y por los clamores que con generalidad han llegado al Cielo, en el nombre de Dios Todopoderoso, ordenamos y mandamos, que ninguna de las personas dichas, pague ni obedezca en cosa alguna a los ministros europeos intrusos, y solo se deberá tener todo respeto al sacerdocio, pagándoles el diezmo y la primicia, como que se da a Dios inmediatamente, y el tributo y el quinto a su Rey y Señor natural, y esto con la moderación que se hará saber, con las demás leyes de observar y guardar. Y para el pronto remedio de todo lo susoexpresado, mando se reitere y publique la jura hecha a mi Real Corona en todas las ciudades, villas y lugares de mis dominios, dándome parte con toda verdad de los vasallos prontos y fieles para el premio igual, y de los que se rebelaren, para la pena que les competa, remitiéndonos la jura hecha, con razón de cuanto nos conduzca, etc.». Fecho en tantos de tal mes y año, etc. Ítem se dice, se le encontró al rebelde su retrato coronado, y a los pies, por trofeos, los muertos de las primeras batallas que son sabidas desde la rebelión. Es copia a la letra de otro original que se manifestó en esta Presidencia. Plata, 15 de agosto de 1781.
RUEDAS
Es copia. El Marqués de Sobremonte.
-106-
Otro
En nombre de Su Majestad don Carlos III (que Dios guarde) don Andrés de Tupac-Amaru, marqués de Alcalises, Inca, descendiente de la Sangre Real y tronco principal de los monarcas que gobernaron estos reinos del Perú.
Por lo presente hago saber a todos los naturales de la provincia de Pacages, Sicasica y demás lugares donde se viese esta mi providencia, que el Rey Nuestro Señor, informado de los grandes excesos, desórdenes y abusos que se ejecutaban por los corregidores, aduaneros, y chapetones usureros, libró su comisión desde España, dirigida a mi señor padre, don José Gabriel Tupac-Amaru, marqués de Alcalises, Inca, descendiente de la Sangre Real, y tronco principal de los monarcas que gobernaron estos reinos del Perú, que se quiten y castiguen dichos corregidores, aduaneros y chapetones; que se quite al mismo tiempo la mita de Potosí; y estándose entendiendo en esta laudable operación, sucedió que los dichos corregidores, viendo su causa mal parada, fingieron que por parte de la justicia se debía hacer oposición, como lo ejecutaron, juntando muchos vecinos, soldados y criollos; por lo que se castigaron también a muchos de ellos, degollándolos, y derrotando a los propios corregidores, que se fueron fugitivos, sabiendo que en virtud de real orden de Su Majestad se estaban practicando estos actos de justicia. Y porque, con el fin de controvertirla, y confundir tan real precepto, han venido otros mestizos gobernados por otro cholo, panadero de Sicasica, quienes, suponiendo ser orden del señor Virrey, han hecho novedad en los Altos de la Paz, y la misma ciudad, introduciéndose del cuartel del señor don Julián Tupacatari, robándose cuanto allí encontraron, y perjudicando gravemente a los soldados, que por evitar grandes inconvenientes hicieron su retirada, quedando únicamente a guardar el sitio un pequeño número de naturales, y los más fieles vasallos de Su Majestad que antemano habían sitiado la ciudad de la Paz, y largando a los corregidores, aduaneros y chapetones que allí se habían introducido, por libertarse de semejantes inconvenientes en estos términos, y para que se proceda a la prisión y castigo de los referidos enemigos, debo nombrar, y nombro por capitán mayor y coronel a don Matías Novera, natural del pueblo de Laja, provincia de Omasuyos, para que en la provincia de Pacages, Sicasica y demás lugares donde pueda pasar, recoja todos los naturales desde los siete años para arriba, y los ponga en cuerpo de milicia por medio de sus respectivos capitanes, y sus capitanes menores que podrá nombrar, donde no -107- hubiesen electos; y así puestos en orden todos los soldados naturales, se pongan a disposición del señor juez, comisario don Julián Tupacatari, a recibir sus órdenes para los fines de la presente guerra, y que cuanto más antes se concluya con esta empresa de tanta importancia, que cede en beneficio común de todos los naturales. Y en caso de su menor resistencia o repugnancia, los castigará y degollará. Y mando que todos ellos, como sus capitanes menores y demás oficiales, obedezcan, respeten y acaten al referido don Matías Novera por tal capitán y coronel, guardándole todas sus franquezas y prerrogativas que le son debidas, so pena de graves castigos, que se le aplicará a cualquiera contraventor; y por el contrario, prometo a todos mis soldados que con empeño practicasen lo mandado, y degollasen y tomasen presos a dichos enemigos, premiarlos con la dignidad de marqueses y otros empleos de honor, y hacerles participantes de todos los bienes que ganasen de los enemigos, junto con lo que ganasen en la ciudad de la Paz y otros lugares donde los haya; que poseerán todas las tierras y haciendas que gozaban los enemigos y vecinos; y finalmente, quedarán libres perpetuamente de repartimientos, aduanas, mita de Potosí, y otras pensiones gravosas y perjudiciales que cargaban sobra sí, por ser ya esta última voluntad de Su Majestad el señor don Carlos III, que los ha querido eximir, a vista de tantos desórdenes y abusos de que está inteligenciado claramente; descubriéndose la verdad que sobre todo se hallaba oculta, hasta la ocasión en que se dignó librar su real cédula, cometida la ejecución y cumplimiento de su tenor al citado mi señor padre, don Gabriel Tupac-Amaru, su marqués de Alcalises, quien por haber desempeñado bien su comisión se halla ya de Virrey de Lima, donde fue dignamente colocado, y está ejerciendo su oficio, y librando desde allí sus órdenes. En cuya virtud se está prosiguiendo la presente guerra contra los enemigos, para lo cual tengo despachados bastantes soldados, hoy día de la fecha, a los Altos de la Paz, donde estoy para marchar con 50.000 soldados, y el señor don Diego de Tupac-Amaru enviará 40.000 de las partes de Azangaro, aparte de muchos más que se sabe ha enviado mi señor padre; con los cuales se sabrá hay para volver en cenizas a todos los enemigos del reino que anden con las mentiras que vienen los que ahora se verá, a combatir, destruir, Dios mediante, con el empeño de los demás que se han de juntar en virtud de esta comisión. Obedeciéndose lo mismo todas las órdenes que librase el señor don Julián Tupacatari, comisionario de mi propio padre, que puede disponer a su arbitrio cuanto le pareciere conveniente. Y mando igualmente, que si acaso algún natural se allegase o quisiese agregarse a la parte del enemigo, sea luego degollado, averiguada que sea la verdad del caso con el necesario fundamento. Y -108- para que esto llegue a noticia de todos, y ninguno alegue ignorancia, se publicará en las plazas de los pueblos de dichas provincias de Sicasica, Pacages, Paria, y otras adonde pueda llegar esta orden: leyéndose por voz de pregonero, a son de caja y clarín, en concurso de gentes y día festivo; explicándose su contexto a todos los naturales, para que inteligenciados se pongan luego en orden a la ejecución de lo por mí mandado. Lugar de Quincocerca, y julio 13 de 1781.
DON ANDRÉS TUPAC-AMARU, Inca.
Es copia a la letra, de la que acompañó el justicia mayor de Oruro, don Jacinto Rodríguez, con su penúltima carta de 2 de este mes. Plata, 15 de agosto de 1781.
RUEDAS
Es copia. El Marqués de Sobremonte.
Edicto de Diego Tupac-Amaru
En nombre de Su Majestad (que Dios guarde) don Diego Cristóval Tupac-Amaru, Inca, descendiente de la Sangre Real, y tronco principal de los monarcas que gobernaron este reino del Perú, etc. Por el presente hago saber a todos los naturales estantes y habitantes en los pueblos y provincias de este reino del Perú adonde llegase este auto circular incitativo y convocatorio, que mi hermano el señor marqués don José Gabriel Tupac-Amaru, Inca, por la gracia de Dios, estrechado por la obligación que tiene para la defensa, protección y tuición de los vasallos de este reino, informó a Su Majestad el señor don Carlos III, exponiéndole sobre los grandes perjuicios y total ruina que los corregidores causaban con sus excesivos repartos, los aduaneros con sus indebidas exacciones y cobranzas, los chapetones con insufribles usuras y la mita de Potosí con los perjuicios de inmenso trabajo y fatigas que causaba a los naturales ocupados en su labor, con otros inconvenientes que expuso, dignos de la primera atención y correspondiente remedio. En cuya inteligencia, el justificado celo del Rey, Nuestro Señor, se sirvió conferir su comisión en primer lugar a dicho señor marqués mi hermano, don José Gabriel Tupac-Amaru, Inca; en segundo, a mi persona y descendientes de ambos; y en tercero, a don Julián Tupacatari, mandando que todos y cada uno de nosotros quitásemos tan -109- mal gobierno de los corregidores, aduanas, usuras de extranjeros, y perjudicial mita de Potosí. Todo lo que estándose cumpliendo con arreglo a tan superior orden, y porque a su ejecución hubiesen deposiciones por parte de los corregidores que a este proyecto formaron sus tropas militares, no les aprovechó ni sirvió más que su total ruina y la de todos los soldados y sus respectivas familias, como se ha visto, que se han arrasado y extinguido en la mayor parte, quedando muy poco resto de los rebeldes opositores en solo pocos lugares. Para conseguir su total ruina y último exterminio, es preciso que los naturales del reino concurran por su parte y con sus propias fuerzas a los efectos de sus propias conveniencias y utilidades, y para que al mismo tiempo se quiten para siempre jamás las pensiones arriba referidas, como hasta aquí ha sucedido, desde que se puso mano a esta importante operación. En cuyos términos, deseando que de una vez tenga efecto esta empresa, en que cada uno de los comisionados se va ejercitando por la parte que le toca, no puede menos mi paternal amor y acreditada conmiseración, que despachar por otra parte a mi carísimo sobrino, el marqués don Andrés Tupac-Amaru, hijo primogénito del citado mi hermano, el señor don José Gabriel Tupac-Amaru, que se halla colocado y coronado en el virreinato de Lima, para que lleve a debida ejecución lo mandado por el Rey, y así prosigue su marcha para ese obispado de la Paz, arzobispado de Chuquisaca y sus respectivas provincias; a fin de que todos los naturales concurran a auxiliarle con sus fuerzas, para dar batallas y avances a cuantos enemigos se encontrasen rebelados en cualesquiera lugares; especialmente con los que se hallaban bajo de trincheras en la ciudad de la Paz y mestizos auxiliantes, que se sabe haber venido de las partes de Cochabamba o Tucumán, a quienes se ha de castigar y arruinar, conforme ha sucedido con los del pueblo de Sorata y otros parajes, donde no se han reducido a nuestras banderas. Y mando a todos los dichos naturales, estén dispuestos y sujetos a las órdenes de dicho mi sobrino, obedeciendo y venerándole como a mi propia persona, y alistándose para las milicias desde siete años para arriba por sus respectivos capitanes, so pena que de lo contrario serán gravemente castigados y ahorcados los inobedientes; pues deben tener entendido, que por su propio beneficio estoy trabajando, y a este mismo fin despacho al citado mi sobrino, compelido de la obligación, caridad y amor a los vasallos naturales, sin embargo del justo dolor que me causa, desviar de mi compañía a un hijo tierno que todavía no podía ser desamparado de la casa de sus padres, con cuya consideración es preciso que los naturales, con lealtad y buena correspondencia, salgan todos precisa y puntualmente al castigo de la rebeldía de los mestizos enemigos, siendo -110- ellos alzados; pero no a los vecinos que se hallen perdonados, y puestos bajo de mis banderas. Lo mismo se entienda con las mujeres, que siendo incapaces de hacer opinión, ni contradicción alguna, no deben ser castigadas, sino antes bien tratadas con piedad y amor, como infelices, y lo propio se entiende con los señores sacerdotes y curas doctrineros, que han estado sirviendo permanentes en los beneficios y pueblos de sus respectivos destinos, sin abandonarlos como algunos lo han hecho, que dejando las feligresías privadas del pasto espiritual se han remontado juntamente con los alzados. Y últimamente, en el empeño con que mis vasallos naturales se portasen en la destrucción de los enemigos alzados y rebelados, conoceré su ruina, correspondiendo a unas finezas tan generosas y paternales, como las que se ejercitan en obsequio de ellos mismos por nuestra parte; que al tanto de sus esfuerzos se proporcionarán los premios y mercedes de que se hagan dignos los naturales; quienes deberán exhibir y manifestar todas las armas que tienen en su poder, ganadas de los enemigos, o en otra manera adquiridas, por ser ellas muy precisas y necesarias para las guerras en que hoy estamos entendiendo. Y para que llegue a noticia de todos y ninguno alegue ignorancia, se publicará este auto, en concurso de gente y día festivo, en la plaza de los respectivos pueblos. Que es fecho en esta capital de Azangaro, a 20 días del mes de agosto de 1781.
DON CRISTÓVAL TUPAC-AMARU
Concuerda con su original, de donde se ha sacado este testimonio, ante mí el escribano público y de la Nueva Conquista.
Don José Guaina Capac
Bando del Virrey del Perú y Chile
Don Agustín de Jáuregui, caballero del Orden de Santiago, del Consejo de Su Majestad, teniente general de sus Reales Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de los Reinos del Perú y Chile, y presidente de la Real Audiencia de esta capital
Por cuanto debo persuadirme que los naturales de las provincias -111- alteradas, que aún se mantienen rebeldes, sufriendo imponderables incomodidades, además del justo y natural sentimiento, de tener en abandono sus casas, y en la más triste y lamentable constitución a sus pobres familias, no pueden dejar de conocer, que de subsistir en el vil partido que siguen, han de perecer trágicamente, sin el consuelo de auxilio alguno corporal, ni espiritual; defraudándose de los grandes bienes consiguientes al inestimable beneficio que han debido a la inmensa piedad de Dios Nuestro Señor, en haberlos sacados de las tinieblas de la gentilidad e idolatría, que detestaron en el bautismo, y profesión de la Santa Ley Católica, y puesto bajo de la religiosa protección y suave dominio de un Rey sumamente benigno, que imitando a sus gloriosos predecesores en los piadosos sentimientos hacia su nación, los ha colmado de privilegios, y otros beneficios que prodiga y liberalmente les dispensa, en obsequio de la religión y de la humanidad, al fin de que sean perfectamente instruidos en los sagrados misterios de la misma fe, y de que vivan cómodamente en paz y en justicia, exentos y libres de toda otra contribución, que la muy corta y primitiva del tributo, en señal y reconocimiento del señorío y servicio que deben hacer a Su Majestad, como sus súbditos y vasallos; y que no pudiendo tampoco dejar de conocer, que han sido cavilosamente engañados por el principal autor de la rebelión, José Gabriel Tupac-Amaru, cacique que fue del pueblo de Tungasuca, en la provincia de Tinta, sus socios y emisarios, haciéndoles incurrir, por sugestiones fanáticas, en la fea y abominable nota de infieles e ingratos a su legítimo Rey y Señor natural, y en los sacrílegos y horrendos delitos que son notorios, y no pueden indicarse, ni traerse a la consideración sin horror y lástima indecible; debo asimismo persuadirme, que no permanecen en verdadera obstinación y rebeldía, y en sus primeras preocupaciones, y que el no restituirse o haberse ya restituido a la debida obediencia de Su Majestad, procede en los actuales caudillos de la conjuración, del temor del castigo, conociendo sus execrables crímenes, y que no se ha extendido a ellos el perdón ofrecido en los bandos que se han publicado hasta ahora, y en sus partidarios; de las amenazas con que los mismos caudillos los detienen en la rebelión.
Por tanto, deseoso de libertarlos de los imponderables males que padecen, y de remover o apartar todo embarazo, para que puedan gozar los favorables efectos de la tranquilidad, y volver al sosiego de sus casas, haciendas o industrias; usando de conmiseración, concedo desde luego, en nombre de Su Majestad (que Dios guarde), absoluto perdón, no solo a los secuaces, sino también a los caudillos de la rebelión que se restituyan a sus pueblos y casas, protestando vivir en lo sucesivo obedientes y fieles; sin exceptuar de esta gracia a Diego y Mariano Tupac-Amaru, Andrés Noguera y Nina-Catari, a quienes igualmente otorgo el perdón que no merecían de sus detestables delitos, bajo de la misma calidad de retirarse a sus casas -112- y observar fidelidad al Rey, y la debida subordinación a los jueces y ministros que gobiernan en su real nombre. Y atendiendo a sus atrasos, y a la miseria a que han quedado reducidos, con la separación de sus labores, les concede además, libertad de tributos por tiempo de un año; extendiéndose asimismo este perdón, y el de los delitos de rebelión, a todos los que se acogieren o vinieren de las provincias sublevadas a los inmediatos destacamentos de nuestras tropas, y a todos los que han servido en ellos y en el ejército, sin perjuicio de los premios a que se han hecho acreedores, con que se les distinguirá, por su constante fidelidad y amor a nuestro Soberano. Quedando todos en la cierta y segura inteligencia, de que se les cumplirá religiosamente cuanto va ofrecido, y que desde luego, bajo de la salvaguardia del real nombre de Su Majestad y de mi palabra, pueden desde el instante que entendieren, o llegasen a su noticia estas piadosas concesiones, restituirse a sus casas, sin el menor temor ni riesgo.
A cuyo fin debo mandar, y mando a todos los jefes y demás oficiales, así de tropas veteranas como de milicias, a los corregidores y demás jueces territoriales, que con motivo ni pretexto alguno, pena de perpetua privación de empleos y de oficios, y perdimiento de bienes para la Real Cámara y Fisco, infieran el más leve castigo, extorsión, ni vejación a los que, en la debida fe, o crédito de este solemne y circunstanciado indulto, volvieron a sus pueblos, o lugares de su antigua residencia. Y en caso de que, abusando de esta benignidad, y despreciando las gracias expresadas, subsistan en su rebeldía, o repitan las hostilidades, y daños que han hecho en las vidas y haciendas de los españoles, y de los naturales que se han mantenido fieles, se les tratará con todo el rigor que exige su intolerable obstinación.
Y para que llegue a noticia de todos, y ninguno pueda alegar ignorancia de cuanto va expresado, se publique en forma de bando en esta capital, y en las demás ciudades, villas y lugares de las provincias de este virreinato, y parajes donde convenga, imprimiéndose desde luego con este objeto en copioso número de ejemplares, para que se pasen a la Superintendencia General de Real Hacienda, y Tribunal de la Real Audiencia, y se remitan sin pérdida de tiempo por mi Secretaría de Cámara, al señor Comandante General de las armas, a los respectivos gobernadores, corregidores o jueces provinciales, y con oficio oportuno de ruego y encargo a los reverendos obispos y cabildos en sede vacante del distrito de este reino; para que, por medio de los párrocos de sus diócesis, los hagan asimismo entender a los naturales de -113- las doctrinas de su cargo. Que es fecho en la ciudad de los Reyes del Perú, a 12 de setiembre de 1781.
DON AGUSTÍN DE JÁUREGUI
Por mandado de Su Excelencia. El Marqués de Salinas.
En la ciudad de los Reyes del Perú, en 13 de setiembre de 1781. Yo el presente escribano, por voz de Joaquín Cubillas, negro que hace oficio de pregonero, se publicó el bando que contienen estas fojas, a usanza de guerra, en los lugares públicos y acostumbrados de esta ciudad, con un piquete de soldados y su respectivo oficial, y en concurso de mucha gente, de que doy fe.
José Mariano Saavedra,
escribano público de entradas de cárceles.
Carta del Virrey de Buenos Aires
MUY SEÑOR MÍO:
El Regente de la Audiencia de Charcas me ha enviado las dos adjuntas copias, una del bando que había hecho publicar el rebelde José Gabriel Tupac-Amaru, quien ha sufrido el último suplicio en el Cuzco, y otra del que se dice hijo suyo, llamado Andrés, que también ha procurado hacer notoria su infidelidad entre los indios por un término el más propio para seducirlos, haciéndoles creer la existencia de su padre, y que todos sus procedimientos son para poner en práctica las que dice son órdenes de nuestro Soberano.
Por ambos papeles se manifiesta bien el espíritu de rebelión que reina en los mismos indios con una ferocidad increíble, que hace admirar a los que se consideraban más impuestos de su carácter vil y abatido, y todo convence, por su aspecto y por las experiencias de esta guerra de un año cumplido, que ya no se han de sujetar sino con la fuerza; siendo de notar, que el bando del llamado Andrés Tupac-Amaru está datado en 13 de julio, después de otros tantos días de socorrida la ciudad de la Paz, y rechazado en sus alturas, no habiendo tampoco que fiar de los demás que parecen rendidos. Ellos han abusado del perdón, y se han visto entre algunos de los muertos en las acciones los papeles de indultos que habían obtenido en aquellos cortos intermedios de su aparente -114- tranquilidad. Así, no solo las noticias de oficio convencen de esta verdad y concepto, sino que todas las particulares confirman, que sin exageración se refieren las crueldades de estos inhumanos que han jurado verter la sangre de todo español europeo y americano, y son continuos los lamentos de las provincias, en que los vasallos del Rey ven el cuchillo tan inmediato, y temen en cada momento el fin de su vida. En otro oficio, refiriendo expresamente el socorro dado a la Paz por don Ignacio Flores, y los últimos sucesos, expongo a Vuestra Excelencia lo que comprendo en el particular, para que se halle con cuanto puede desear el celo de Vuestra Excelencia por el mejor servicio de Su Majestad, y para instruir su real ánimo.
Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Montevideo, 30 de setiembre de 1781. Besa la mano de Vuestra Excelencia su más atento servidor.
JUAN JOSÉ DE VÉRTIZ
Excelentísimo señor don José de Galves.
Carta particular del inspector don José del Valle a dos amigos de Lima, don José de Aramburú, y don Alfonso Pinto
Amados amigos míos: Ninguno de cuantos militares han merecido hasta ahora la confianza de que se haya puesto a su cargo el mando de provincias y de tropas, es posible que se vea reducido a las críticas y dolorosas circunstancias que yo; porque, cuanto más dedico todos mis desvelos, ansias y fatigas a la anhelada pacificación de este reino, al socorro de la afligida ciudad de la Paz y al señor Virrey, nada adelanto, consigo, ni verifico, porque dispone mi contraria suerte y la de mi idolatrado, que sus más beneficiados vasallos prefieran sus intereses y fines particulares a las ventajas del real servicio. Dirigí en el último correo al excelentísimo señor Virrey el proyecto, con diferentes personas prácticas de estos reinos, a la que asistió el señor don Domingo de Ordozgoytia, subdelegado del señor Visitador general, para que dispusiese el apronto de los caudales respectivos a la empresa, con el objeto de guarnecer a la ciudad de la Paz y unirme con las tropas de Buenos Aires, para continuar las demás operaciones; contando para este logro con las de Arequipa y de sus provincias contiguas, y también con las de estas inmediaciones, para ponerme a su frente y unirme en Puno con aquellas. Pero es tal, y tan desmedida -115- la avaricia de los corregidores de las últimas expresadas; para cobrar sus repartimientos, que únicamente me niegan los auxilios de gente que les he pedido para el fin significado, desatendiendo al respecto de mis empleos, a la urgencia que les manifiesto en mis oficios, al lastimoso estado del reino, y particularmente estas cercanías, por la parte de Urubamba que nos divide de los rebeldes, donde es raro el día que no cometen hostilidades, de que podía referir innumerables sucesos, y el último acaecido la semana pasada, de haber quemado el pueblo de Caycay, pasando a cuchillo 30 personas, después de haber deshecho un pequeño destacamento que guardaba al vado del río. En él permanecieron dos pardos de esa ciudad; pero ha llegado la obstinación y la codicia de los enunciados corregidores a tan increíble término, que me hacen recelar, que si les avisase que ya habían llegado los enemigos a estos arrabales, permitirían su pérdida y nuestro destrozo, antes de desprenderse de un hombre que les debiese seis varas de bayeta. Escribo a Su Excelencia sobre este punto con bastante individualidad, porque conozco que quedo expuesto a la crítica de todo el reino, si no salgo luego a la campaña, como anhelo, con más interés que el de heredar un mayorazgo de 50.000 pesos de renta; pues que todos los que no toquen, ni pueden creer las extrañas dificultades que median para verificarlo, podrán siniestramente persuadirse, que dimana de mi omisión.
Hállome por otra parte sorprendido de la tenaz y maliciosa persecución del comisario de guerra, don José de Lagos, que ejerce el cargo de ministro de la Real Hacienda; porque anhelando sostener sus reprobables fines, envió al señor Visitador general, un estado de la tropa que existía aquí al sueldo acreditado, que ascendió su número a 8.457 hombres, y que se ha divulgado en esa ciudad, en la de Arequipa y en todo el reino, con el intento de criticar mi inacción ocasionando un gasto tan considerable a la Real Hacienda, y teniendo a mi orden un ejército capaz de socorrer la combatida ciudad de la Paz, y de emprender cuanto condujere a las convenientes ventajas de nuestra actual situación. Conseguí esta noticia extrajudicial el correo pasado, y aunque la dudé, pedí al expresado Lagos un estado de la fuerza de este ejército; y aunque me la dilató, alegando, entre otros pretextos, el de sus muchas ocupaciones, le estreché a que me lo remitiese, y no hallando recurso, lo efectuó, verificando que solo ascendía a 1.473 hombres, incluyéndose los que cubren los importantes puestos de Tinta, de Quilquijana, Urcos, Caycay, Tambo y otros. Envié a Su Excelencia el expresado estado que desvanece su falsa imposición, que a esta hora habrá llegado a sus manos, y voy a remitir otro a Arequipa, para que se moderen en la impiedad con que hablan contra mi conducta, llegándose a lo más vivo del corazón, verme en el sensibilísimo caso de haber de dar satisfacciones públicas, invirtiendo -116- el tiempo que necesito para otros asuntos importantísimos sobre unos hechos de que, como los demás que me atribuyen, protesto que estoy sin culpa ante el tribunal de Dios y del Rey. Pues aunque es cierto que creció este ejército, por haber enviado una expedición a los Altos de Auzangate y de Pitumarca, con el poderoso motivo de haber cerrado los enemigos toda comunicación con el Asiento de Paucartambo, y de haberla reducido a términos de apoderarse del dilatado sitio que sufre, pero esta expedición, que la mayor parte se compuso de indios auxiliares, fue únicamente destinada a este fin por un término breve, que concluido, regresaron a sus casas todos los que la compusieron; cuya esencial circunstancia debió explicar Lagos en su indicado estado, y todavía dudo que ascendiese al número que refiere, lo que voy a averiguar.
Este propio sale ganando instantes, únicamente dirigido a que el señor Virrey mande a los corregidores que me envíen gente que les he pedido, para ponerme luego en marcha, y unirme en la Paz con el ejército de Buenos Aires, cuya prisa y la de mi atención a otros innumerables cuidados, me imposibilitan poder contestar a las que recibí de ustedes el correo pasado, lo que ofrezco ejecutar el venidero.
VALLE
M. SS. AA. don José de Aramburú y don Alfonso Pinto. Cuzco, y octubre 3 de 1781.
Informe
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Habiendo recibido el indulto general, que en testimonio impreso, autorizado en pública forma, se me ha dirigido por la Secretaría de Cámara y Gobierno de esa capital de Lima, he reconocido por su literal conteste el perdón y absolución universal, que la justificada superior benignidad de Vuestra Excelencia se ha dignado franquear y conferir en nombre de Su Majestad, que Dios guarde, empeñando su real palabra, y siendo ella tan infalible que no puede engañarse, ni engañar a nadie, como las mismas promesas de Jesucristo que siempre se verifican enteramente, esta cierta consideración y persuasión firme, desde luego, y con particular y segura satisfacción, ha dado bastante material para abrazar tan noble ofrecimiento, que -117- la magnánima generosidad de Vuestra Excelencia se sirve hacer en nombre de Su Majestad y bajo su palabra real, usando de las supremas facultades que goza, para practicarlo y cumplirlo en la forma ordinaria, como lo aguarda mi reverente confianza, y de ser recibido bajo la real protección, juntamente con mis sobrinos carnales legítimos, Mariano y Andrés Tupac-Amaru, con inclusión de nuestras familias, y dependientes, sin la menor excepción, ni limitación de persona en los mismos términos, relacionados por el expresado indulto general.
Este llegó a mis manos el día sábado, 13 del corriente mes, y publicado su contexto el siguiente domingo 14, en forma de bando, con las solemnidades acostumbradas, concurso de bastante gente, a quienes se explicó su tenor y circunstancias, y han quedado sujetos y conformes, entendido, por ministerio de mi persona, lo que es palabra real y sus infalibles circunstancias, que jamás se han dejado de cumplir, prometiendo ser en nombre de Su Majestad, por sus reales ministerios de señores virreyes y presidentes. Si este arbitrio se hubiese tomado antes, por medio de la saludable providencia de perdón general que ahora se ha concedido sin excepción de persona, no hay la menor razón para dudar que hubiera sucedido lo mismo que en la ocasión sucede.
Pero como en otros bandos anteriores, se encargaba mucho y con rara eficacia la captura y aprensión de mi persona y dependiente, prometiendo considerables premios e interés de dinero a los que nos entregasen vivos o muertos, (lo que jamás han querido ejecutar) por este motivo conocido, y contemplando que se propendía a nuestra ruina y exterminio, nos vimos precisados a precaver nuestras personas, cuales éramos yo, el hijo, sobrinos, deudos y dependientes del gobernador y cacique de Tinta que fue, don José Tupac-Amaru, a quien su medio hermano, su padre, su mujer, el hermano de esta, un hijo suyo y jefes principales de la tropa, que habían intentado oponerse, se dice que le castigaron, en carta que recibió de don José del Valle, su fecha 10 del presente mes y año; con cuyo hecho relacionado desde luego quedaría satisfecho cualquier acto, u operaciones que se hubiesen conocido, practicadas con algún desconcierto, y de que daría sus razones, o descargos a los cargos que se le harían, y en que no tuvimos intervención, ni parte alguna los que ahora existimos con vida; la cual precaviendo, y por vía de natural defensa tan recomendada por los derechos, nos habíamos acogido hasta aquí a la parte donde juzgamos ser más favorable, y conveniente para la conservación de la vida, como que es cosa tan amable al más pequeño gusano, y cualquiera está obligado a evitar los peligros y huir de ellos, por más culpado que se considere, y así con mayor razón lo hemos hecho nosotros, los asistentes por no haber reconocido el más leve delito nuestro; y con todo se procuraba nuestra captura -118- y castigo, sin otro fundamento que ser deudos consanguíneos de don José Gabriel Tupac-Amaru.
Este, pues, señor excelentísimo, según se reconoce por sus actuaciones y diligencias obradas que habían corrido y corren, se asegura haber tenido comisión especial y muy particular de Su Majestad el señor don Carlos III, para extinguir el mal obrar y gobierno de los corregidores, que con sus excesivos, extraordinarios y duplicados repartimientos, estaban acabando de aniquilar y destruir este reino de Indias; siendo más notable que en sus distribuciones de justicia no guardaban el debido orden y regla primera de derecho, que es de dar a cada uno lo que le toca, sino que preferían a los facultativos, que la pretendían con razón o sin ella, a trueque de un vil interés con que se portaban los ricos en litigios que tenían con los pobres; quienes no sacaban otro fruto de su demanda, por mucha razón o justicia que tuviesen, que de agregar gastos en sus escritos y decretos, que efectivamente se cobran y pagan, siendo muy raras las excepciones de corregidores, que por partes observan sus obligaciones por providencias puramente divinas, pues por lo regular experimenta la notoriedad, que todos y cada uno de los corregidores vienen a chupar y aprovechar la sangre y sudor de los españoles y naturales del Perú, sin el más pequeño escrúpulo de conciencia: olvidados de la religión cristiana y salvación de sus almas, que deben ser de más atención y aprecio que las comodidades temporales, que deben ser despreciables por ser ligeramente transitorias; y con todo, el objeto es engrosar la bolsa y enflaquecer el espíritu de los corregidores.
La ciega codicia y ambición incomparable de ellos, en verdad que universalmente han causado grande admiración y confusión lamentable, porque estos infelices, abandonando sus ánimas por su codicia, han tenido la desenvoltura y arrojo de repartir por fuerza contra toda voluntad y razón, verbi gratia, las bayetas y cuchillos que valen a dos reales, los daban a peso, como la libra del fierro más inútil y perverso; y a esta semejanza los polvos azules, agujas de Cambray, dedales, alfileres, naipes, trompas, espejitos y sortijas de latón, que no sirven a los naturales, y mucho menos los terciopelos y fardos, con otros efectos de seda y de Castilla, que jamás visten los indios desdichados, que por lo regular viven sujetos a vestir las jergas más ruines del Perú, a dormir en camas compuestas de trapos, y comer o sustentarse de raíces y alimentos los más insípidos de sus países, a causa injusta de que lo más útil y substancial lo aprovechan los corregidores, sus dependientes, familias y allegados, que con capa de sus patrones, y respaldados de su poder absoluto en las respectivas provincias, cometen las mayores extorsiones, agravios y perjuicios que son notorios.
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Igualmente persuade el espíritu de las actuaciones hechas por dicho don José Gabriel Tupac-Amaru, en virtud de informes hechos a Su Majestad, cédula real para cortar de raíz los excesos con que los administradores de aduanas cobraban y aprovechaban entre ellos y sus oficiales, cuanto exigían con violencia y contra justicia, ignorándose la utilidad supuesta al Soberano; que por consiguiente estaba mandado que los chapetones y extranjeros fuesen extrañados de estos dominios, como usureros en ellos, y reducidos a sus destinos, donde debían subsistir en servicio de la Majestad que los dominaba, y de donde habrán venido como apóstatas y prófugos; y que por último se modifiquen los servicios que se hacían en la mita de Potosí, y otra que ejercitaban los naturales con peligros de sus vidas y abandono de sus bienes y todas industrias, en obsequio de los que administraban oficios y empleos públicos, de corregidores, tenientes caciques, curas y demás ministros eclesiásticos y seculares, hacendados y dueños de minas, o ingenieros que hacían trabajar con los indios, sin que ellos reporten sus respectivos jornales y premios de sus fatigas.
A que se agrega, que dichos corregidores tampoco se arreglaban en las porciones o cantidades de repartos asignados a las provincias de su cargo, sino que ordinariamente se excedían: como sucedió en la provincia de Tinta, que se pone por ejemplo; la cual, estando mandado que perciba la cantidad de 112.500 pesos, según tarifa, le encajó 300.000 pesos el corregidor don Antonio de Arriaga, como lo persuaden sus cuadernos y libro de caja formados en esta razón, que se hallan prontos para su manifestación y crédito de los excesos insinuados. Este mismo sistema han seguido los demás corregidores, con la circunstancia de que ningunos al parecer cumplían con la disposición de tarifa, cual era que ellos puedan tener de utilidad una tercia parte de lo que valen los efectos en las plazas de cada lugar: verbi gratia una especie que legítimamente valía dos pesos, darla por tres al fiado, a voluntad de las personas, que con necesidad y sin fuerza la quisiesen tomar, para satisfacer su importe conforme pudiesen, dentro del quinquenio de sus respectivos gobiernos.
Mas sucedía muy al contrario; porque a poco tiempo que por fuerza daban los corregidores sus repartos de géneros superfluos, y en precios sumamente sublimes, procuraban cobrar su importe cuanto antes, con el fin de repetir nuevos repartos por sus mismas personas o justicias mayores, que con este único objeto se nombran y ponen para que lo hagan con título de nuevo corregidor y por consiguiente sucede, que venden lo restante de sus corregimientos, y los compradores siempre hacen su reparto, sin alguna remisión en ello; y de cualquier modo que fuese, siempre era en perjuicio del reino, con que se pospone y atrasa el real patrimonio, que muy poco o nada se atiende -120- por los corregidores, respecto de sus particulares intereses, en que anhelan con villano e inconstante desconocimiento a su benefactor, que como santo y religioso, solo mira por el común bien de sus vasallos.
Como uno de ellos, y el más leal, da a entender por el tenor de sus actuaciones, mi hermano don José Gabriel Tupac-Amaru, que por su aplicación en todo, ha propendido al aumento del real erario, exaltación de nuestra santa fe católica, y divino culto que tanto recomienda en las providencias que se reconocen expedidas; las que vistas, no han podido menos que adecuarme, y a mis dependientes, para haber de proseguir la operación que con mayor fundamento había comenzado el susodicho, pues de lo contrario me hubiera abstenido de la prosecución, dando de mano y suspendiéndola en todas sus partes; no obstante de estar persuadido de que todo lo había obrado por superior precepto de Su Majestad, el señor don Carlos III. En cuyo nombre, mandándose por Vuestra Excelencia la total suspensión y procedimiento, lo pondré en efecto con arreglo al contenido del mencionado indulto general, o bando que se irá publicando en los demás pueblos y lugares, conforme se ha hecho en este de Azangaro.
Y lo que le suplico y pido a la recta e inalterable justificación de Vuestra Excelencia, con mi más reverente y expresivo reconocimiento es, que el presente informe, que por breve contestación le dirijo de paso, como los demás que ofrezco repetir, se sirva irlos encaminando a Su Majestad, a fin de que su rectitud soberana, reconociendo que yo, ni mis dos sobrinos y dependientes, no hemos tenido más parte que proseguir lo principiado por el citado mi hermano, y esto por evitar nuestra persecución, se digne dispensarnos enteramente, según se nos promete en su real nombre, y bajo su palabra real y de otros, por la magnífica persona de Vuestra Excelencia, de quien confío que por su parte nunca permitirá se haga la más leve novedad en lo futuro, que acaso se puede recelar de los ministros y jefes que se hallan en las partes del Cuzco, y algunas del reino que estén conspiradas contra mí, o que ignoren el indulto general, y las grandes circunstancias que contiene una real palabra; y que cualquiera príncipe soberano, primero dejaría de serlo tal, que faltar al más leve punto de cuanto se ofrece en su real nombre; ni lo contrario, se ha visto ni leído en las historias.
Cuyo acto solemne y circunstanciado, la rusticidad de algunos naturales no lo entienden, y están con deseo de ver particular real cédula de Su Majestad en el asunto, que desde luego sería muy conveniente para desimpresionarlos de toda aprensión, que también la pueden tener los naturales de otros lugares; bajo la calidad de que entre tanto se suspendieran las operaciones de guerra en que están; -121- que yo por mi parte, y la de mis sobrinos, quedaríamos satisfechos con el indulto que Vuestra Excelencia ofrece en nombre de Su Majestad con empeño de su real palabra, que se reconoce infalible, según se lleva expuesto. Y sobre este asunto aguardo que la prudente consideración de Vuestra Excelencia nos dé los arbitrios más oportunos, con que dichos naturales queden precaucionados de escrúpulos.
Tampoco puedo menos que exponer a la celosa integridad de Vuestra Excelencia, que dicho mi hermano jamás había intentado perjudicar ni agraviar a los españoles criollos en cosa alguna, según se reconoce y sabe de notorio; porque en cuanto emprendía era franqueando paces, lo que hasta hoy se ha observado proponer primeramente y ante todas cosas. Y si ha habido incendios de casas, muertes de familias y algunos desórdenes de los naturales, aparece haber sucedido esto en algunas partes, por haber experimentado ellos los mismos perjuicios por parte de los españoles, tanto en las personas, mujeres e hijos, cuanto en todo género de bienes, que los exterminaron unidos con los corregidores, aduaneros y chapetones y otras personas contra quien se había librado la real cédula de Su Majestad el señor don Carlos III, que notoriamente se sabe, y se hizo constante por las mismas cartas escritas por don Antonio de Arriaga, corregidor, con quien primero se había hecho la justicia ordenada por Su Majestad.
Y volviendo al punto de corregidores y sus repartos, debo exponer que los curas, y demás eclesiásticos, no quedaban exentos de este gravamen, pues eran de los primeros por evitar la indignación y enemiga que los susodichos llegaban a profesar a los que no los tomaban, tratando de vengarse en todo el tiempo de su gobierno, por cuantos modos y arbitrios les dictaba la ambición. Y de las mulas que se repartían en estas provincias a razón de ellos mismos, se servían de balde regularmente; y si alguna vez pagaban fletes a viajes distantes, sucedía que correspondiendo verbi gratia 200 pesos por una piara de cargas de estos parajes a Potosí, satisfacían mucho menos, de que lo más entraba a cuenta de repartos; con circunstancia de que las cargas se componían de muchos arrieros, y no llegando estos dentro del término de un mes que se daba de plazo, por falta de ganados o escasez de pastos desfalcaban los fletes, y aprisionaban a los arrieros; y lo propio hacían los paisanos y demás personas que de los mismos corregidores se valían para conseguir dichos fleteros, quienes iban padeciendo muchas fatigas y agravios en los caminos, especialmente en los lugares del Cuzco y tránsitos de sus obrajes, cuales son Parrupugio, Pichuychuro y Taray, cuyos presos, porque no se les daba sus salarios, se mantenían robando de todos los viajeros que lo permitían sus dueños, por lo que se quemaron sus oficinas, y quedaron sin permanencia alguna.
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Ellos querían de balde todos servicios, y nunca hacían alguno al Rey que no fuese por salario, que muchas veces lo tomaban doblado; como sucedía en razón de tributos, que percibiendo el cuatro por ciento por sus individuos, también aprovechaban el otro tanto correspondiente a los caciques por sus afanes y fatigas de cobrar, con quienes solamente hacían firmar los recibos que les daban hechos, para con ellos dar cuentas, siendo raros los corregidores que hacían estas atribuciones a los caciques en el todo o en parte. A que se agrega, que en el ramo de tributos usurpaban lo que podían, y habían sabido componerse con los hacendados, que a costa de una composición con ellos, están infinitos engañando a Su Majestad considerable suma de dinero, atendiendo a que son muchísimos los yanaconas de haciendas; como sucede en la provincia de Paucartambo, y otras que muy raras son las comunidades, por ser todas de los españoles, a las que se van huidos los naturales de los aíllos, por librarse de tan legítima, contribución de tributos.
Este recomendable interés no ha merecido aquel aprecio que el usurario de los repartos, que tanto se anhela por sus intereses. A fin de sacar el mayor lucro, rematan y venden los corregidores, como lo mejor de los bienes, muebles raíces, o ganados en precios ínfimos, y a los deudores que no los tienen, despachan como vendidos, o alquilados al inmenso trabajo de obrajes y haciendas distantes, de cocales y cañaverales, donde a la inclemencia de incomodidades, aires y accidentes, mueren los infelices indios, quedando aun a perecer las mujeres, hijos y familias. De modo que, cada corregidor no tira a otra cosa que a hacer y lucrar un opulento caudal en las provincias de su cargo, dejándolas arruinadas y destruidos a todos sus vecinos españoles y naturales. Siendo lo más notable que los mismos deudores, por evitar su encarcelación, se excusaban de ir a oír misa a sus pueblos en los días de precepto, porque estas ocasiones lograban los cobradores de repartos, para estrecharlos, con que se cometía otro error; y lo mismo se practicaba en alquilar o vender anualmente sitios y asientos en las plazas de ciudades y villas por medidas de varas, que Su Majestad jamás había utilizado en ello. Y si algunos de dichos agraviados con excesos de repartos, o por desatenciones y notorias injusticias, hacían sus recursos a otros tribunales, con esto se acababa de aniquilar, y le cortaban la cabeza, único fruto que sacaban de quejarse contra poderosos, a quienes se hace imposible justificar sus graves excesos y desórdenes, en el tiempo de sus corregimientos. Y si aguardan que acabasen sus empleos para demandarles en residencia, queda peor el demandante; pues como los jueces nombrados para tomarlas, y sus respectivos escribanos están indubitablemente cohechados de antemano, les protegen de tal suerte, que les dan cumplidas aprobaciones, haciéndolos dignos para obtener mayores empleos, que solicitan en su virtud; restándoles -123- solamente la canonización, por los milagros y portentos hechos en sus corregimientos, dignos a la verdad de eterna damnación.
Tratando de los aduaneros o sus administradores, también se debe exponer, que estos han cobrado con muchos excesos, atropellamientos y sinrazón; porque al principio de su imposición, no exceptuaban a las infelices mujeres que hacían medias, ni a los que vendían los víveres de la más pequeña consideración, tan preciosos para la conservación de la vida humana. De modo que, cobrándose las aduanas de lo más mínimo, y de algunas especies y otros impuestos, como es el aguardiente, siempre se excedían los administradores para sus utilidades, sin cuidar de los reales adelantamientos; propagándose en tales términos, que solamente el agua nos quedaba libre. Aquí mismo entran los chapetones, que a título de tales han practicado muchas usuras y engaños en este reino, con grave perjuicio suyo y de los naturales y criollos españoles, a quienes trataban con grande vituperio y sonrojo. La prueba de sus engaños es evidente, porque viniendo muchos de la Europa, se encajan y acomodan en los navíos, sin más patrimonio que sus sandalias, su báculo y alforjas, escasamente proveídas de algunos legumbres; sin más ropaje que una camisa, o dos cuando más, del peor género, y su ropón del más ínfimo y ruin; y navegando con el ministerio de pajes de escoba, sustentándose con una escasa ración de alguna cosa, (aquello que solo baste a la conservación de la vida, y nunca a satisfacer la hambre) se desembarcan a mendigar favores, y dentro de un año, dos o tres cuando más, ya son caudalosos en las Indias, y comienzan a pretender corregimientos, para cometer los absurdos que en la menos parte se llevan referidos; y, no habiendo regla sin excepción, se deducen las personas de clases distinguidas, que no son semejantes a los próximamente referidos, y no son de igual obrar.
Los padecimientos de naturales en la mita de Potosí, a beneficio y lucro de los azogueros, y el ningún premio que reportan, son dolorosos y lamentables; y sin embargo, los que no saben, o no pueden ejercitarse en estas labores, ponen en su lugar a otros, pagándoles sus jornales, en que gastan sus facultades en el todo, y en que se consumen y quedan por puertas a mendigar; porque los infelices, dejando de cultivar sus chacras, para el natural sustento, el de sus hijos y mujeres, se encaminan a tan remota distancia, sin que se les paguen los leguajes, y llegados al destino, comienzan con aquellas pesadas labores, desvelándose y aniquilándose en ellas. De tal suerte, que pocos son los que no mueren, o salen con la salud quebrantada y arruinada en el largo tiempo de un año o dos que trabajan; por cuya razón se quedan muchos en él, ya por enfermizos o tullidos, ya por no tener con que costear el regreso, a causa de que sus respectivos patrones no les satisfacen sus jornales, como es correspondiente, -124- y manda Su Majestad; sucediendo lo mismo, con los destinados al trabajo de Guancavélica. Mientras cuyas ocupaciones se agarran los corregidores lo poco que dejan los naturales, y los rematan por repartos, y no por tributos, que los cobran a los caciques; que siendo de buen obrar y no usureros como los otros, salen quebrados y destruidos en pagar por los que no pueden, por diferentes cargos hechos a sus naturales.
Tampoco se pagan a los pongos, mitayos, muleros, ni otros servicios que los naturales hacen a los corregidores, tenientes y caciques, ni menos lo ejecutan los curas, quienes solo andan vigilantes en estrechar por crecidos derechos parroquiales y funerales, que exigen sin arreglarse a los aranceles de sus prelados, porque no mandan ellos la cobranza de 200 pesos, y 300 que muchas veces cobran por entierros; dejando algunos bienes los que mueren, sin tenerse presentes a sus forzosos herederos, e hijos legítimos y deudos, por interpretar, que la más forzosa heredera es su alma; llevando 100 pesos más o menos por las fiestas, de 20 a 30 pesos por los derechos de casamiento, que en algo se han moderado en estos últimos tiempos. Cuyos excesos no se han empleado en culto divino, a que se debían aplicar, sino para las vanidades y fantasías que gastan los curas, sus deudos y familiares, que aparte mandan hilar y tejer con las mitanas solteras, guallpachos y depositadas; sin excusar hacer casamientos involuntarios, atribuyendo ilícitas correspondencias, que muchas veces no las mantienen, y esto es por la percepción de los derechos. Con este mismo fin obligan los curas a los dolientes a beneficiar las ánimas de los difuntos, y a que hagan otras devociones, aun sin tener facultades para ello, ni con que mantenerse a veces; y aunque es verdad que hay algunos curas ajustados, pero estos son tan raros, que de ciento habrá uno o dos cuando más; pero todos ocupan muchos servicios.
La propia infausta fortuna corren los naturales, guardianes de ganados, que con el título de séptimas ocupan los caciques; estos también nombran con demasía indios mitayos para Potosí, los cuales, teniendo algún posible de pagar dinero, por libertarse de este viaje, lo perciben los caciques para su provecho, y despachan otros en lugar de los pagantes; asimismo hacen ocultaciones de tributarios, lo cual si llegan a saber los corregidores por alguna casualidad, se componen con ellos, y van al partir de engaños. Por consiguiente, bajo la apariencia de comunidades, siembran muchas chacras, con que enriquecen, sin pagar tampoco lo correspondiente a los naturales, de quienes con cualquier pretexto les despojan de las mejores chacras; y ofreciéndose pleitos con las partes de las comunidades sobre tierras, con los hacendados, se componen con ellos, para que entren en las que no les tocan, y por eso los originarios no tiende donde cultivar; y por lo mismo, por eximirse de tributos, en muchas partes -125- se van a hacer yanaconas de haciendas, en que viven con más libertad, sin pasar alferazgos, mitas de Potosí, ni de otros empleados en oficios públicos. Todo lo cual consta de haber observado mi hermano don José Gabriel Tupac-Amaru, con motivo de haber sido cacique y gobernador en Tungasuca, según lo acreditan sus mismas actuaciones, a que me remito; en las cuales aparecen otros mayores excesos, que omito para mejores ocasiones, contrayéndome por ahora solamente a los puntos arriba expresados, porque no se detenga por más tiempo este medio informe, que lo hago con la veneración y respeto debido a un señor Ministro superior como Vuestra Excelencia, demostrando ingenua y siniestramente los muchos y diversos padecimientos de los infelices vasallos, por ser dignos de la primera atención, que claman por sumo correspondiente y pronto remedio. Siendo a mi entender el primario, el que quitándose corregidores y sus repartos, con otras pensiones, en que más atesoran ellos y sus administradores, se reconocerá mucho aumento en el real patrimonio de Su Majestad con solo el ramo de tributos, a que aún los españoles se hallan prontos a concurrir gustosos, con tal de libertarse de la pesada carga de corregidores; en cuyo lugar pudieran nombrarse gobernadores para cada provincia, con el objeto de distribuir justicia a las partes, y quedar con la ejecución y cargo de tributos que produjeran muchos adelantamientos a favor del real erario; y esto con la diferencia de los naturales, que en copioso número han arruinado los corregidores, y varios españoles, que por su misma causa habían muerto. Y sin duda que casi se hubieran arruinado, si mi prudencia, a fuerza de castigos y apercebimientos, no hubiese contenido a los naturales ofendidos, lo cual ha sido bastante para aquietarse ellos, y que se haya logrado la existencia y libertad de muchos españoles criollos, de que varios se hallan en mi compañía, sostenidos con paternal amor, y acariciados como a propios hijos, según se manifestarán a su debido tiempo. Y lo que únicamente ha sucedido es el castigo a la obstinada rebeldía de los opositores desobedientes a la ejecución de lo ordenado por Su Majestad el señor don Carlos III, encargando su cumplimiento, según dicho es, a don José Gabriel Tupac-Amaru.
Este sujeto sabría las facultades que se le confirieron para formalizar sus actuaciones, que por precisión me había obligado a proseguirlas con mis sobrinos, tanto por saber que era por superior mandato, cuanto por precaver los riesgos que amenazaban a los jueces o corregidores resentidos contra mi persona y la de mis sobrinos, que en nada habíamos delinquido; pues yo tenía mis intenciones muy separadas del hermano, por quien se nos había procurado molestar hasta la ocasión del indulto y perdón general, que lo hemos abrazado con la mayor satisfacción y gusto, y demostración de nuestra justa gratitud y debido reconocimiento. Quedamos prontos a intervenir con nuestras -126- personas a una revista y numeración general de tributos, que precisamente se deberá hacer por medio de los jueces comisionados, que Vuestra Excelencia podrá nombrar y destinar, pues de otro modo no se sabría la cantidad exequible a que pueda ascender dicho real ramo de tributos, para que se puedan ir pagando, conforme se fuesen reponiendo los sujetos, que los hayan de satisfacer; y solo en la ocasión no les permitirán sus notorios atrasos, por el detrimento universal que todos han sufrido; lo cual debo exponer, como tan leal vasallo de Su Majestad, y ahora más obligado con el nuevo motivo del indulto general, franqueado a todos, que abrazo, y al cual me acojo, implorando humildemente su más exacto cumplimiento y real atención, que se nos amplía con tan real generosidad.
En conclusión por ahora de esta representación, debo exponer a la piadosa rectitud de Vuestra Excelencia, los muchos agravios que padecen los trajinantes arrieros, así por parte de los aduaneros y cobradores de nuevos impuestos, como también de los hacendados, que por razón de yerbajes cobran lo que les parece. Y de esta suerte padecen infinitos agravios, en especial por las partes del Cuzco, donde al pasar y volver por los obrajes de Parupujio, Pichuichuro y Taray, robaban los presos para mantenerse, cuanto podían de los pasajeros, porque jamás los pagaban los jornales, pues todo se los engañaban los dueños de dichos obrajes; y por esta razón, resentidos los naturales, les habían metido fuego a instancias de los mismos presos. Y sin embargo de esta experiencia, corre con más exceso lo practicado de Pomacanchi y otros que subsisten; lo que no siendo conveniente, sería menos mal, que en su lugar solo hubiese chorrillos, como más útiles y menos perjudiciales a los oriundos del reino
En suma, y respecto de que con suma obediencia me he sujetado y acogido al indulto general que Vuestra Excelencia se ha dignado franquear a todos los vasallos de Su Majestad, y bajo su real palabra, suplico rendidamente a su noble generosidad se sirva adjudicarme el marquesado de Urubamba, sito en el valle de Oropesa, con sus respectivas fincas, cuyos instrumentos se hallan en esta capital de Lima, con motivo del injusto pleito que siguió N. García; y asimismo los cocales de San Gaván en la provincia de Carabaya, que todo era perteneciente a mi hermano, don José Tupac-Amaru, y por él a mí, a su hijo Mariano, y sobrino Andrés, que necesitamos para nuestra sustentación. En todo lo cual espero de la protección de Vuestra Excelencia su patrocinio, de que imploramos justamente el remedio de todos males, que clamamos con las voces del profeta Isaías. Domine, vim patior, responde pro me patientibus.
Nuestro Señor guarde la muy importante vida de Vuestra Excelencia, con salud perfecta los muchos años que le ruego, y ha menester este reino para -127- remedio de todos sus males y términos de sus fatigas. Azangaro, y octubre 18 de 1781.
Documentos, número 1
MUY SEÑOR MÍO:
Después de diversas cartas que me ha escrito Miguel Bastidas, que se apellida Tupac-Amaru, Inca, desde el día 27 del pasado, proponiéndome paces, en virtud del ejemplar impreso, librado por el excelentísimo señor Virrey de Lima, con fecha 12 de setiembre, a favor de la familia de estos y sus caudillos, acaba de responderme que mañana, entre nueve y doce de ella, estará en mi campo con sus capitanes, a tratar y conferir las paces para que queden asentadas. El asunto es de la mayor gravedad, pues se trata de indultar a unos hombres inhumanos, que han destrozado estas provincias y sus habitadores; y en una palabra, han sido reos de estado, motivo por que en mis cartas urbanas y cariñosas, nunca les he prometido tácita ni expresamente el perdón en nombre del Rey, sino que solo he dicho: «necesito hablar y conferir vocalmente con él, para asentar la avenencia; y así, sin recelo de que le infieran perjuicio los de mi tropa, puede venir a mi real».
En estos términos suplico a usted se sirva impartirme, con la brevedad posible, las luces necesarias para recabar el asunto pues no dudo que con ellas tendré el acierto que deseo para el mejor servicio del Rey, Nuestro Señor; teniendo presente que el dicho Miguel en sus cartas no ha implorado el beneficio del perdón de sus delitos, sino una sincera paz mediante dicho ejemplar impreso.
Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Patamanta, y noviembre 2 de 1781. Besa la mano de usted su más atento servidor.
JOSÉ DE RESEGUÍN
Señor teniente coronel, don Sebastián de Segurola.
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Documentos, número 2
MUY SEÑOR MÍO:
Al dar las siete de la mañana de hoy, recibo con unos indios de Ayoayo la de usted fecha de ayer, diciéndome de que para entre nueve y doce de esta misma mañana, le había escrito el caudillo de los rebeldes, Miguel Bastidas; estaría con sus capitanes en ese campo, para tratar de paces con usted, y deseaba con este motivo que por mi parte le diese yo aquellas luces que fuesen conducentes al mejor servicio del Rey, Nuestro Señor.
Es natural, que según la distancia y hora no llegue a tiempo esta contestación; pero debiendo yo dar cumplimiento a lo que me previene, y concurrir cuanto esté de mi parte con mis cortas luces al mejor servicio del Soberano, me parece que las voces de paces y cualquiera otra expresión o comedimiento que pueda aparentar igualdad entre partes, y mucho más, sometimiento de la nuestra, se debe omitir. No comprendo dificultad en ratificar cuanto concede el excelentísimo señor Virrey de Lima hasta la fecha de su indulto, pues a más de ir apoyada su operación de usted bajo de aquel respecto, tenemos orden del de Buenos Aires para obedecer recíprocamente las órdenes de ambos. Últimamente, acerca de los que no habla dicho indulto, parece podría concedérseles providencialmente por usted, ofreciéndoles no se les hará guerra ni otro perjuicio, antes sí, se les atenderá con toda aquella benignidad que Su Majestad tiene mandado, si ellos, entregando las armas y retirándose a sus casas, acreditan su fidelidad al Rey, viviendo en ellas con tranquilidad y quietud, y restableciendo el trato y comercio, como antes, con los españoles, y rindiendo a nuestro legítimo Rey, Señor natural, don Carlos III, (que Dios guarde), el debido vasallaje, lo acreditan con sus operaciones; esperando así, que por el excelentísimo señor don Juan José de Vértiz, nuestro Virrey de Buenos Aires, se les ratifique esta y otras gracias, a que se hagan merecedores, y usted les conceda.
Dios guarde a usted muchos años. Paz, 3 de noviembre, a las ocho de la mañana de 1781.
SEBASTIÁN DE SEGUROLA
Señor teniente coronel, don José Reseguín.
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Documentos, número 3
MUY SEÑOR MÍO:
La llegada a este campamento de don Miguel Tupac-Amaru con siete coroneles que le asocian, demostrando no tener el menor recelo de hallarse entre nosotros, con una sumisión de fidelidad a Nuestro Católico Monarca que indican bastantemente sus expresiones, me mueven a manifestarla a usted sin demora, por el singular júbilo que en ello recibirá; y así espero me envíe las respuestas de los dictámenes que he pedido, deseoso, en materia tan importante, de proceder con el mejor acierto, a que me lisonjeo conducir con la asistencia del poderoso Dios de los ejércitos, cuya causa y del Rey propendo atender, y ver desempeñada con las luces que se me suministren.
Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Campo de Patamanta, y noviembre 3 de 1781. Besa la mano de usted su afecto servidor.
JOSÉ RESEGUÍN
Señor comandante don Sebastián de Segurola.
Documentos, número 4
MUY SEÑOR MÍO:
A media noche he recibido el oficio de usted, fecha de ayer, en que me imparte la llegada a ese campo del caudillo Miguel Tupac-Amaru, con siete coroneles suyos y demás que expresa. De este principio tan ventajoso para el establecimiento de la quietud y cesación de tantas desgracias, doy a usted mil enhorabuenas, tomándomelas para mí, por lo que se interesa en este asunto el servicio de Dios, del Rey y del público, como por la parte que me cabe en las satisfacciones particulares de usted; pues con tan buenos principios, su celo y sobresaliente disposición, espero en Dios seguirá el beneficio de la quietud, haciendo usted este notable mérito, que haga conocer lo que se merece, y yo lo deseo.
Ayer respondieron puntualmente a las cartas de usted, el señor -130- Fiscal, el doctor Riva y yo; y marcharon inmediatamente; y porque la del señor Medina se detuvo algo más, marchó después, para cuya remisión hice quedar dos indios, que salieron de aquí a las doce del día.
Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Paz, 4 de noviembre de 1781.
SEBASTIÁN DE SEGUROLA
Señor don José Reseguín.
Tratado celebrado con Miguel Tupac-Amaru
En el campo de Patamanta, término del pueblo de Pucarani, provincia de Omasuyos, en 3 de noviembre de 1781. Ante mí, el escribano de Su Majestad y testigos, parecieron de la una parte, el señor don José Reseguín, teniente coronel de los Reales Ejércitos, comandante general y gobernador de armas del distrito de la Real Audiencia de Charcas, haciendo personería por la Católica Real Majestad de Nuestro Rey, y Señor natural, don Carlos III, (que Dios guarde); y de la otra, don Miguel Tupac-Amaru, Inca, substituto y mandado, que dijo ser, de su tío, don Diego Cristóval Tupac-Amaru, Inca, residente en la provincia de Azangaro, y sus coroneles, don Gerónimo Gutiérrez, don Diego Quispe mayor, don Diego Quispe menor, don Matías Mamani, don Andrés Quispe y don Manuel Vilca-Apasa, todos naturales ladinos en la lengua española; y sin embargo por interpretación del capitán don Nicolás Tellería, versado en la lengua general, y todos siete de mancomum e insolidum, renunciando, como expresamente renuncian, las leyes de la mancomunidad, como en ellas se contienen; y dijeron: Que ha tiempo de un año la nación índica de las provincias de Tinta, Azangaro, Lampa, Carabaya, Larecaja, Pancarcolla, Chucuito, Pacajes, Sicasica, Yungas y esta de Omasuyos, han dado guerras civiles a los españoles europeos y americanos, en tal grado, que de una y otra parte han acaecido fatalidades infinitas, muertes y robos que ascienden a muchos millones de pesos; y deseando Su Señoría, el señor Comandante General, la paz y quietud entre católicos y apostólicos romanos, y que sin efusión de sangre se consigan aquellas, hizo llamar por repetidas cartas a este campamento al dicho don Miguel Tupac-Amaru, Inca, y a sus principales, -131- para conferirles el perdón que proponían, mediante un ejemplar impreso librado por el excelentísimo señor Virrey de Lima, en 12 de setiembre, en que se digna perdonar al dicho don Diego Tupac-Amaru, Inca, y sus caudillos, de los delitos de sublevación y alborotos, y por lo general dispensa a los naturales por un año la contribución de los reales tributos. Y estando confiriendo con sus Señorías la verificación del perdón, ajustan en la forma y con las condiciones siguientes: La 1.ª, que el dicho don Miguel Tupac-Amaru, Inca, ha de entregar dentro del término de 24 horas las armas blancas y de fuego que tiene en su campamento, que son pocas, y toda la munición de pólvora y balas. La 2.ª, que ha de mandar a sus mismos coroneles a las provincias, y si necesario fuere irá en el ejército el propio don Miguel, a persuadir a los naturales, a que obedezcan al Rey, Nuestro Señor, y vivan en la ley cristiana, apartados de juntar alborotos; manifestándoles el perdón librado por dicho excelentísimo señor Virrey de Lima, cuyo testimonio tiene en su poder y protesta manifestarlo. La 3.ª, de que el dicho don Miguel y sus coroneles han de retirar a los naturales de su tropa, dentro del mismo término de 24 horas, a sus respectivas estancias, pueblos y provincias, a labrar sus chacras; amonestándoles que en lo futuro no han de levantar armas contra la soberanía de Nuestro Rey, Señor natural, ni contra los españoles y mestizos; y que los que las levantasen, han de incurrir en el crimen de reincidencia, y han de sufrir las penas de destrucción de sus personas y bienes. La 4.ª, que el dicho don Miguel Tupac-Amaru y sus coroneles, han de abastecer al ejército del Rey con víveres y ganados vacunos y lanares, en los días que pare en esta provincia, para que de este modo se evite el que los soldados salgan a campear y hacer perjuicios a los naturales y hacendados. La 5.ª, propone el dicho don Miguel Tupac-Amaru y sus coroneles, que las dichas provincias alteradas y misiones de Apolobamba han de ser gobernadas por sujetos que fuesen a propósito, y que eligiesen para que Su Señoría el señor Comandante General los apruebe, existiendo aquellos en las capitales de las provincias interinamente, en la administración de justicia, mientras el excelentísimo señor Virrey Gobernador y Capitán General de Buenos Aires, o la Soberanía de la Católica Real Majestad de Nuestro Rey y Señor las provee. Y entretanto las dichas Justicias nombren caciques y mandones, guardando buena armonía y correspondencia con los oficiales del ejército y jueces políticos, de modo que entre todos, y en especial los otorgantes, en sus respectivas provincias estarán sujetos a la obediencia del Rey y de sus jueces. La 6.ª, que desde hoy día de la fecha han de pasar por su parte, el dicho don Miguel Tupac-Amaru, Inca, y sus coroneles, que a la ciudad de la Paz abastezcan los naturales, con todos los víveres, ganados y comestibles necesarios, según y en la misma forma que desde la antigüedad lo hacían: esto es, por la correspondiente paga, y dejarán libres todos los caminos estrechos y parajes, para que libremente -132- transiten los españoles, mestizos, mulatos e indios, que fuesen comerciantes expresos; y en los pueblos y tambos, donde hubieren administradores y maestros de postas de real correo de Su Majestad, harán los otorgantes, que los naturales acudan con las mulas y guías que pidieren y necesitaren, sin exigirles más cantidad ni premio, que aquel que señala el real arancel. Y si así no lo hicieren los dichos naturales, alcaldes, o los otorgantes pusiesen embarazo por aumentar el precio de los fletes, serán castigados conforme a la ley que trata del real correo. La 7.ª, que el dicho don Miguel y sus coroneles, han de hacer los oficios necesarios, para que el dicho don Diego Cristóval Tupac-Amaru comparezca personalmente ante el señor Comandante General a pedir por su parte perdón, y a rendir obediencia al Rey. Y en esta conformidad queda tratado y consumado el dicho perdón, que se obligan a guardarlo y cumplirlo perfectamente, pena de ser castigados severamente y declarados por infames y reos de estado. Y a la firmeza, guarda y cumplimiento de todo lo que dicho es, obligan sus personas y bienes habidos y por haber, y dan poder cumplido a las justicias y jueces de Su Majestad, y militares, para que a todo lo que dicho es, les ejecuten, compelan y apremien, como por juicio y sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada; en guarda de lo cual renunciaron todo derecho y leyes de su favor, con la general que les prohíbe. Y para mayor fuerza y corroboración de esta escritura, por el privilegio de minoridad que gozan, juran por Dios, Nuestro Señor, y a una señal de cruz, según forma de derecho, de hacerla por firme, constante y valedera en todo tiempo.
Y lo otorgaron así los dichos otorgantes, a quien yo el dicho escribano doy fe que conozco: firma Su Señoría el señor Comandante General con el que sabe, y por los que no saben, los testigos, que lo son, el general don Tomás Ayana, el capitán don Francisco Poveda, Ildefonso Cuentas y Vera, Juan Tomás Aparicio, Alejandro Almanza y Mariano Sánchez de Espinosa.
Presentes: José Reseguín. Nicolás Tellería. A ruego de don Miguel Tupac-Amaru, Inca, Ildefonso Cuentas y Vera. A ruego de los dos coroneles, mayor y menor, Alejandro Almanza. Gerónimo Gutiérrez. A ruego de don Andrés Quispe, Mariano Espinosa. A ruego del coronel don Matías Mamani y don Manuel Vilca Apasa, Mariano Espinosa. Ante mí, Estevan Losa, escribano de Su Majestad y Guerra.
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Otra carta
SEÑOR COMANDANTE DON JOSÉ RESEGUÍN
Muy señor mío y de mi más distinguido aprecio: Habiendo recibido la de usted con fecha de 30 del que expira, he celebrado la ocasión de tratar y conferir con usted el negocio de las paces; y para que estas tengan el debido efecto, me es preciso advertir a usted varias cosas. La primera, que de ningún modo es conveniente el que las tropas militares den un paso más adelante del sitio en que se hallan, queriendo internarse por los pueblos, respecto de que los naturales no dejarán en tal evento de alterarse de nuevo, pensando que dichos soldados venían a irrogarles perjuicios en sus vidas y haciendas, y por esto no consentir en la paz y tranquilidad a que se aspira, quedando siempre a mi cargo el hacerles entender el indulto general, así en cuanto al perdón de sus vidas, como de los tributos y repartos, haciéndolo publicar en todos los lugares y provincias de su habitación; sin que, por lo que tengo dicho de que no se internen dichas milicias, se puede recelar el que no se consiga la paz y sosiego, pues mediante mis órdenes y repetidos autos que he proveído, se hallan ya enteramente pacificados, y viviendo en buena armonía y unión con los españoles, y demás vecinos de sus pueblos. La segunda es, de que les dejen a los naturales el paso y conducto libre, para que puedan viajar, y transitar, no solo a la ciudad de la Paz, sino también a cualesquiera otros lugares, sin que en estos y sus caminos, se les infiera estorbo, o perjuicio el más mínimo, castigando severamente a los contraventores; y esta misma libertad disfrutarán igualmente todos los españoles en sus tránsitos, tratos y comercios que hiciesen en los lugares de los naturales, sin que les asista recelo alguno, pues de mi parte serán severamente castigados los que quisiesen perturbar la referida libertad. La tercera, que desde el momento en que usted haga el tratado de las paces con mi sobrino don Miguel y demás jefes, se alzarán en él todos los cercos que tienen hechos los naturales en la ciudad de la Paz, y en cualesquiera otros lugares, dejándoles en libertad, paz y tranquilidad que antes gozaban, ejecutando usted lo mismo de su parte; y si hubiese algunos inconvenientes o reparos que hacer, estimaré a usted que los confiera conmigo, respecto de que el expresado don Miguel es de pocos años, y por tanto de poca experiencia. La cuarta, de que en todas aquellas provincias que expresa usted hallarse honradas por su subordinación a nuestro Rey, Católico Monarca, es muy necesario el que se publiquen los referidos indultos, y se les haga entender a todos los naturales y españoles, y se guarde, cumpla y efectúe fiel y puntualmente su contenido, sin que -134- haya la menor omisión o contravención en ello; pues de esto depende principalmente toda la tranquilidad; quedando advertido usted de que, si no se efectúa así, siempre los naturales me lo han de participar, y por esto subsistirá el alboroto; pues el no haber ejecutado las órdenes y cédulas expedidas por nuestro Rey y Señor en favor de todo este reino, sucedió la conmoción que se ha experimentado. La quinta, que don Ignacio Flores no tiene a qué meterse en estos asuntos y pacificaciones, respecto a ser su conducta igual a una y otra parte, y haber irrogado gravísimos perjuicios a los naturales, como se halla de manifiesto. En días pasados remití al excelentísimo señor Virrey de Lima, por las vías de Arequipa y el Cuzco, un informe con el fin de que llegase a sus oídos piadosos el padecimiento de los naturales, y los motivos que tuvieron para sacudir tanta servidumbre; y porque recelo de que se pueda suprimir, y no llegar a manos de dicho señor Virrey, incluyo un tanto de él, para que usted se digne hacerme el bien de remitirlo por conducto seguro al señor Virrey de Buenos Aires, pues así conviene al beneficio de los naturales; y no dudo de la cristiandad de usted, que así lo ejecutará. Deseo que la salud de usted se mantenga próspera y feliz, y que no deje de comunicarme las órdenes de su mayor agrado, con el seguro de mi puntual afecto, a consecuencia de la buena voluntad que le profeso.
Con la que ruego a Nuestro Señor guarde su vida muchos años. Azangaro y noviembre 5 de 1781.
DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU, Inca.
Carta
Mi querido y amantísimo hijo, Miguel Bastidas: Por tu carta que recibo su fecha 30 del pasado mes de octubre, quedo celebrando en mi corazón goces de salud perfecta; que la mía se halla sin novedad, en compañía de todos los de casa, que se te encomiendan afectuosamente.
Amado hijo mío: He visto la respuesta del comandante don José Reseguín, a quien le repito otra, que verás, y en caso necesario mandarás copiar; para que, con arreglo a su contenido, formalices las paces, gobernándote por los capítulos de la expresada carta, que cerrada despacharás luego al punto, para que se entregue a dicho comandante, cuyas resultas o respuestas deberás aguardar, y según las proporciones harás las contratas y capitulaciones, en compañía de nuestro Juan de Dios Mullupuraca, -135- y otras personas racionales que entre los dos eligieren; quienes puedan dar y tomar los más prudentes arbitrios, sin andar con torpezas, sino por los límites de la razón, y con las posibles precauciones, de modo que haya toda firmeza y formalidad en la contrata de paces. Y para que no se experimente alguna traición, que tal vez puede acontecer, es preciso y muy necesario que los soldados y naturales de nuestra parte estén bien prevenidos con sus armas, y todas las disposiciones correspondientes en semejantes casos, para evitar cualquier fraude o engaño, con que pudieran usar; y como este es un recelo prudente, tampoco les faltará el mismo a los de la otra parte.
Y por fin, todo el negocio consiste, en que te portes con todo juicio, pulso y la más viva eficacia, que confío de tu buen genio, sabrás dirigirte y gobernarte bien y a satisfacción, de modo que las cosas queden firmes, y se suspendan las controversias por una y otra parte, no habiendo algún dolo, fraude o mala fe. Por lo que mira a Lucas Baco Tupa, y el castigo que me significa quieres darle, desde luego lo podrás efectuar; pero es muy necesario y preciso, que antes de efectuarlo, se averigüe muy bien la realidad de la traición que haya hecho, si fue por su voluntad y si tuvo culpa, y en caso de tener delito bastante, desde luego que se castigue; pero si no tuvo bastante culpa, no es dable hacer cualquier castigo; pues no sería de razón que se le aplicase la pena, sin tener evidente culpa, y sobre todo se le debe oír y atender sus descargos, y oírle en ellos; porque tal vez puede ser algún testimonio que le hayan levantado, y así se deben averiguar muy bien las cosas, como lo manda Dios; y jamás mi ánimo y voluntad es castigar la inocencia, sino a los traidores realmente, y que tengan delito bastante; y sobre todo se atenderá a lo que expusiese Juan de Dios Mullupuraca, que como hombre timorato a Dios y buen cristiano, dirá lo que siente, sin gravar su conciencia, de que estoy muy satisfecho. Por lo que, se oirá a las dos partes sus razones y excepciones; y si se te ofrece alguna duda entro el castigar o no castigar, me lo comunicarás, o despacharás al mismo Chuquiguanca o a Baco Tupa, con las razones y motivos que me expondrás, para que yo con vista de todo, pueda dar la providencia que sea de justicia, a que no se debe faltar.
En este estado recibo otra carta tuya, en que me comunicas las paces que habías celebrado ya por muchas instancias de los españoles, que no te dieron lugar para esperar mi orden. Desde luego que doy por bien, una vez que ya se hayan hecho antes de recibir mi carta que escribo al comandante don José Reseguín, proseguirás con arreglo a los capítulos de su contenido, sin discrepar ni apartarse de lo que instruyo, y cerrada dicha carta con la copia de un informe, (que no es necesario -136- te detengas en leerlo) le despacharás prontamente al dicho Reseguín, a quien le advierto no pase ni prosiga adelante, ni tiene a qué, una vez que hay paces. Y en esta inteligencia, si algunos españoles se viniesen a la provincia de Larecaya u otras partes, bien lo pueden hacer, sin que se les haga el menor perjuicio, ni el menos leve agravio, y antes favorecerlos en cuanto sea posible; y lo propio ejecutará don Julián y demás jefes que tenemos, con quienes siempre tratarás y consultarás muy bien cuanto te parezca conveniente, participando todo cuanto se obrase; y las dudas que se te puedan ofrecer, para que te den los arbitrios convenientes. Yo bien quisiera dar un salto a esos lugares, para tratar estos asuntos con presencia de las cosas; pero como estoy próximo a ir para las partes del Cuzco a ejecutar las mismas paces, no puedo ir personalmente, ni tampoco nuestros sobrinos podrán caminar, por la misma razón de bajada por los lugares del Cuzco; de cuya vuelta daremos un salto para esas partes. Y en su ínter, para los asuntos que se ofrezcan hasta la total verificación de las paces, será necesario que los naturales soldados estén sobre las armas, y aun los mismos criollos en unión como antes, para cuando llegue ser llamados, habiendo necesidad; porque no aviniendo en los capítulos que le pongo al Comandante, no se podrán todavía formalizar dichas paces.
Supongo que ya la mujer de don Julián estará con su marido, por ser muy regular que la hayan dado soltura, y cuando no lo hubiesen hecho se le reconvendrá con toda eficacia y empeño al Comandante, para que sin falta le dé soltura y libertad para unirse con su marido.
Y por despacharte cuanto antes esta carta, ruego a Dios Nuestro Señor, te dé acierto en los negocios. Azangaro, y noviembre 7 de 1781. De usted su muy amado padre.
DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU, Inca.
No te responde tu Angelita, respecto de que hay muchas ocupaciones, porque de todas partes me ocupa el continuo remo de cartas.
Carta
Mi querido hijo don Julián Tupac-Amaru: En virtud de la última que me escribió mi hijo don Miguel, avisándome sobre las paces que ya -137- habían celebrado con don José Reseguín, comandante de los españoles, le escribo hasta los puntos y capítulos que se han de observar y guardar; y para su gobierno en todo, llevan abierta dicha carta en que te enterarás, para que tratando sobre todo con dicho don Miguel, se manejen con arreglo a dicha carta que se le enviará luego.
A cerca de tu mujer, como para las disposiciones de soldados, y su prontitud para los asuntos que pudieren ofrecerse, ya escribo a dicho don Miguel, y por eso no me detengo en alargarme más, que lo haré así con don Martín que mañana de la fecha va a salir de esta capital. En cuyo ínter ruego a Dios, Nuestro Señor, te guarde con la salud perfecta muchos años. Azangaro, y noviembre 7 de 1781. De usted, su muy afecto gobernador.
DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU, Inca.
Copia de carta escrita por el comandante de columna, don Ramón Arias a Diego Tupac-Amaru
El excelentísimo señor Virrey de Lima, en quien brillan con admirable igualdad las inestimables prendas de pío y de justiciero, tuvo a bien conceder a usted y a cuantos han seguido en la presente rebelión mis temerarias10 ideas, un perdón general, que borrase cuantos hechos atroces, injustos y disconformes a razón, durante él se han cometido; siempre que, desistiendo de aquellas, corriesen precipitados, llenos de un verdadero arrepentimiento, a acogerse bajo el real pabellón de quien, por fortuna nuestra, y por un efecto de la divina clemencia, se mira sentado hoy en el supremo dosel de la respetable España, siendo inimitable modelo de amabilidad, benignidad y justicia, que por todas partes resplandece en estos vastos dominios, de los cuales es legítimo Señor.
Usted, sabedor de aquel, demostró en todas sus cartas extremosa complacencia, viendo presente una fortuna que talvez no se habría presentado a su imaginación, ni aun en sueños; y desde luego tomó la pluma, (según estoy informado) para dar repetidas gracias a aquel bondadoso jefe, dirigiéndolas por distintas vías, para que llegasen a -138- sus manos, siendo el primer principal conductor, el que, con un atendible carácter, se halla con todas sus facultades en el Cuzco, como comandante general de todas las armas, y a quien acompañó usted una carta descomedida; y distante de ser producida por un hombre que pretende manifestar sumisión, a quien natural y justamente debe tenerla. Por si en el corazón de usted y sus secuaces no tenía buena acogida lo pío, obraba al mismo tiempo lo justiciero, aprontando fuerzas, que puestas en movimiento (y acercándose a usted) por varios lugares, le hiciesen conocer con un severo castigo el horrendo abominable crimen que había cometido, osando ultrajar el soberano respeto a un Monarca, de cuya sacra persona no sostendría usted con aliento ni aun una sola mirada que indicase desagrado. Para aquel fin puso las que habían de obrar por la parte del Cuzco al mando de un valeroso caudillo, que no sabría volver la espalda sin dejar lavada con sangre esa mancha de infidencia con que se habían teñido; y fió a mi dirección las que han salido de Arequipa, que hoy se hallan en este campo.
Puestas ya aquellas en marcha, y prontas a ejecutarlo estas, llegó a la superior noticia del señor Inspector General en la precitada carta, los deseos que ustedes poseían de abrazar el generoso perdón. Lejos de causar aquella en el ánimo de este noble jefe la justa indignación que era casi consiguiente al altanero estilo en que estaba concebido su contexto, determinó desde luego que suspendiese sus marchas la columna que de aquella ciudad se había despachado, (como lo verificó en Velille) y dirigió inmediatamente el pliego que en la referida se incluía para el señor Virrey de Lima. Con atención a su contexto me previene Su Excelencia, que las armas que desde luego debían ser exterminadoras de cuantos han desconocido la Majestad, envolviéndolos para siempre en su ruina, sean auxiliadoras de usted y de los mismos contra cualesquier insulto que en sus vidas y haciendas pudiesen experimentar de los ya perjudicados; pero que era necesario correspondiesen los hechos a las sinceras palabras que en la suya promete usted a Su Excelencia, que asimismo asegura a usted en nombre del Rey, no se le faltará jamás a la buena fe en cuanto el perdón comprende, y que esta valiente, numerosa, bien armada y disciplinada gente que ha confiado a mi mando, no se dirige contra la persona de usted ni de estos naturales, a quienes ofrece subyugar y volver a aquel antiguo sosiego, en que con felicidad han vivido por el dilatado tiempo de casi 300 años; y si contra Tupac-Catari y los de su bando, que hostigando siempre a la invencible ciudad de la Paz, sugiere aún hoy en los ánimos de los naturales inmediatos a ella, seductoras especies, con que, lisonjeando sus ánimos incautos, los atrae -139- a su partido, creyendo por tan despreciable término, llevar adelante sus injustos, necios y voluntarios caprichos. Mas, como el formidable ejército, que oportunamente mandó aprontar el excelentísimo señor Virrey de Buenos Aires, e hizo salir últimamente de la Villa de Oruro su sabio comisionado, el señor don Ignacio Flores, a las órdenes del teniente coronel de los Reales Ejércitos, don José Reseguín, haya destruido a aquel, y aquellos, libertando y auxiliando plenamente dicha ciudad, que era el primario objeto de mi comisión, no me queda otro que llenar, que el de ver verificado lo mismo que usted ha prometido a Su Excelencia, experimentando los efectos de este arrepentimiento, que le granjea y facilita el premio del perdón, siendo uno de los que no me dejarán duda de ser verdadero aquel, el que se me entreguen por usted todas las armas que tenga a su lado, sin distinción de la clase de ellas y gentes en cuyo poder se hallen. Con esta prueba, que nunca puede ser equivocada, gozará usted y cuantos estén a su lado de la prometida libertad; y si tuviese usted que manifestarme otra cosa, puede hacerlo, viniéndose a este campo. En la inteligencia, que le aseguro, por la vida del Rey mi Señor, no recibirá el menor perjuicio ni ultraje, sin prohibirle (si aun todavía desconfía después de semejante protesta) el que venga custodiado en los términos que mejor le parezca, no dudando que en mí hallará siempre un asilo, que corresponda a la bondad con que el excelentísimo señor Virrey ha querido a usted mirarle.
Una proposición de esta clase, un partido tan ventajoso hacia usted, parece no necesita de persuasiones para que con el mayor regocijo la abrace. Sin embargo, persuadiéndome a que no faltará un díscolo que procure inspirar en su ánimo especies abominables que aviven aquellos locos e infundados designios con que usted ha pretendido continuar y concluir la deforme obra que principió su hermano, José Gabriel, me ha parecido decirle, que descienda usted a su corazón, lo examine bien, y hallará, por más que le adulen sus lisonjeras e infundadas esperanzas, ser imposible dejar de mirar con desasosiego y temor el término de ellas, que habría de ser precisamente igual al infeliz y funesto con que acabó aquel sus días.
Ahora es tiempo de que prolongue usted y haga ventajosos los suyos, alejando para siempre de su imaginación seducida esas débiles ideas perturbadoras de un reino tan ejemplar en sosiego, que han sido única causa de la ruina de tantos miserables de sus compatriotas, y también de los que, sin justo fundado motivo, ve usted con tanto aborrecimiento. Yo no dudo mirará con compasión a esos, que ya llevados del afecto, ya de la fuerza, le acompañan, y que deberán -140- irremediablemente ser víctima de estas siempre vencedoras armas, si usted no procura imprimir en sus corazones con sus consejos, y principalmente con su ejemplo, viviendo arrepentido al lugar donde vive muy de asiento la misericordia, el respeto a que es acreedor, y se debe a un Monarca tan poderoso, como el que hoy, imitando a la suprema deidad, olvida la multitud de injurias hechas a su soberano decoro, y franquea a ustedes por medio de su alto Ministro un generoso perdón, convidándoles con la paz, antes que esgrimir contra los que obstinados prosigan, la temible espada de la justicia.
Aproveche usted, Tupac-Amaru, estos apreciables instantes, de que ya pende, sin duda, el que viva usted feliz, y piense en que se le acercan por la parte del Chucuito unas numerosas tropas, que obrarán con más rigor, y que como constituidas en distinto virreinato, principiarán a hacerlo hostilmente contra sus vidas y haciendas, midiendo sus acciones por las órdenes distintas que allá se le han dado. Piense usted, sin tener duda, en que la inmensa bondad característica de nuestro amabilísimo Rey y Señor le ha de mirar a usted, y a su sobrino Mariano, con una piedad tan grande, que no les quede que desear; y en fin, para su resolución, piense usted, que me hallo aquí con 6.000 hombres armados, con fusiles los 2.000, y los restantes con lanzas, seis cañones de batir, municiones, pertrechos proporcionados, y aun excesivos a hacer esta columna la más respetable que se ha visto en el Perú, después de su conquista. Que la gente fastidiada ya de tantas incomodidades, como se le han originado con estos sediciosos alborotos, desean con impaciencia que se les mande embestir, para volver en cenizas cuantos objetos, por fuertes que sean, se presenten a su vista; pero nunca tema usted rompan el freno de la sumisa obediencia con que venerarán mis órdenes, hasta que positivamente sepa de usted, o que desprecia las piedades del Rey, o rendido las admite; siendo todo amargura y dolor (para cuantos le imiten) en el primer caso, y todo satisfacción y alegría en el segundo.
Usted contésteme, y desde luego espero sea abrazando gustoso mi propuesta; porque, de no, haré conocer a cuantos ingratos han desechado de sí hasta la memoria del sacro nombre del Rey, cuanto poder tiene, y cuanto respeto merecen sus siempre gloriosas armas.
-141-
Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Campo de Cavanilla, 1.º de diciembre de 1781.
RAMÓN DE ARIAS
A Diego Tupac-Amaru.
Contestación de Tupac-Amaru
SEÑOR COMANDANTE DON RAMÓN ARIAS:
Tengo recibida la de usted, su fecha 1.º del corriente, y quedo enterado en su contexto, sirviendo de respuesta a sus principales puntos la que ayer dirigí, sin extrañar me haya usted amontonado las fuerzas que trae, pues estas se distribuyen según las acomoda la Divina Providencia. Muchos cargos me hace usted, en la suya, a los que tengo que responder en el parlamento que se celebrará en breve, siendo Dios servido, en el pueblo de Sicuani con el señor inspector del Cuzco, a quienes rendiré mi persona, armas y mis indios, no como rebelados a la corona de mi Rey y Señor, sino como desagraviados de la tiránica opresión de corregidores en este reino, como es constante al mundo entero.
La inmediación de usted con sus tropas podrá entorpecer el santo designio que tengo, pues los naturales se recelan, se pueda fraguar contra ellos alguna traición, como se verificó con Julián Catari, a quien lo descuartizaron, remitiendo preso a mi sobrino, don Miguel Bastidas y 28 coroneles a la ciudad de la Paz, después de haber celebrado con ellos la merced del indulto general. Esto practicó el coronel Reseguín; con que vea usted si sobran motivos para recelarse en todas operaciones.
Verdaderamente yo estoy resuelto a recibir la paz general; para ella están nuestros tratados pendientes de solo el aviso de los señores inspector y obispo del Cuzco; y será bien que usted y sus tropas -142- no perturben los designios de esta empresa, portándose con la cordura que acreditan sus talentos; que de mi parte ocurriré con los señores eclesiásticos, que están en este pueblo, a las inmediaciones de esa campaña, a tratar lo que convenga al real servicio, saliendo mañana o pasado mañana, sin que extrañe me presente con la guarnición que corresponde al seguro de mi persona y aliados.
Usted vaya rumiando, que el único tropiezo que pueda embarazar nuestras ideas, es la reposición que se pretende hacer en estas tres provincias de sus respectivos corregidores; porque la gente nada menos piensa que recibirlos, por infinitos motivos que a usted expondré, y lo tengo practicado, dando parte al excelentísimo señor Virrey y señor Inspector, quienes vistos los motivos, determinarán lo que hallaren por conveniente a la tranquilidad del reino.
Se me ha imputado siempre de rebelión contra mi Augusto y Católico Monarca (que Dios guarde). Quienes fomentan con más energía este modo de pensar son los corregidores, llamando traición al Rey, mi Señor, tomar las armas, o acometer algún exceso con ellos; cuando este modo de proceder, aunque indebido por falta de jurisdicción en quien se toma la mano, no es más que surtirse de la desesperación, o falta de la debida justicia que se le debe administrar a los pueblos, especialmente a los miserables indios, tantas veces recomendados por Su Majestad. Esta siempre la hemos encontrado atropellada contra nosotros, devueltos diariamente a manos de ellos originales nuestros informes, resultando de ellos nuevos agravios. A todo el mundo es constante, ser estos miserables indios más que esclavos, trabajando toda la vida para el logro de cuatro pícaros, que vienen a formar caudales con la sangre de los pobres; por ellos atrasados los reales haberes; por ellos desnudos sin tener con qué alimentar sus familias; por ellos hoy perdidos, abrasadas sus casas, sin tener de qué sustentarse. ¿Y querrán volver a chupar el último jugo que les queda, y a irrogar nuevos agravios?
Contemple usted, si no son dignos de la mayor lástima, y que les sobran razones para haber entrado en los desafueros cometidos. En fin, todo esto es parlar: llévase el viento todo lo que es razón, y salimos culpados.
Dios todo remediará, y guarde a usted muchos años. Azangaro, y diciembre 4 de 1781. Besa la mano de usted, su afecto servidor.
DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU, Inca.
-143-
Edicto del mismo
Señores coroneles, caciques, capitanes, sargentos y los demás ministros de Justicia. Vista esta, luego luego eche todos sus soldados de sus cargos, como son los pueblos de Juliaca, Caracoto, Atuncolla, Tiquillaca, Morovaca, Paucarcolla, Vilque, Mañazo, Cavana y Cavanilla: dará la vuelta conforme que se manda a los referidos ministros de dichos pueblos. Así ha mandado el Gobernador Inca en su mandamiento, muy fuerte para castigo a los coroneles, capitanes y caciques, sargentos y soldados rebeldes; así mando yo en nombre del gobernador don Diego Cristóval Tupac-Amaru, Inca, por la gracia de Dios, que es para la defensa del Monarca; así les cito a esta capital de Lampa para mañana miércoles. Ayer lunes llegaron las armas de Azangaro; como digo, mañana llega el Inca. Si no lo hiciesen lo mandado, se verán sacrificados en horcas, cuchillo, fuego y sangre: una noche se asolarán a los rebeldes; y este papel siempre llegará a este juzgado.
Dios guarde muchos años. Lampa, y 4 de diciembre de 1781.
ANDRÉS GARCÍA INCARICONA
Es copia de la circular escrita por dicho rebelde, cuyo original queda en mi poder, de que certifico. Campo de Lampa, diciembre 7 de 1781.
Hore
Carta escrita por Diego Tupac-Amaru al oidor Medina, acompañándole copia de un informe hecho al Virrey de Lima
SEÑOR DON FRANCISCO DÍAZ DE MEDINA:
Amigo y Señor: Ahí despacho esos pliegos, que llegaron a las 5 de la mañana, que había despachado del lado del Cuzco, con los propios con que despaché la carta de don Miguel, y dice que el correo se había vuelto por las noticias malas que había dado la gente, -144- y con estos portadores había encontrado y las trajo, y luego que llegó despaché, y no hay más.
Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Achacache, a las 5 de la tarde. Muy señor mío: Besa la mano de usted, su atento criado que servirle desea.
TOMÁS INCA-LIPE
Tratado de Paz celebrado con Diego Tupac-Amaru
En el campo de Lampa, en 11 de diciembre de 1781. El señor comandante de la columna de Arequipa, don Ramón de Arias, se congregó en compañía de varios oficiales suyos a parlar con don Diego Tupac-Amaru, a fin de que por sus partes, y todos los individuos de la columna, se observara y cumpliera religiosamente el perdón e indulto general que la piedad del excelentísimo señor Virrey de Lima tiene concedido al dicho Tupac-Amaru, como igualmente a todos los naturales de ambos sexos y edades, sin excepción de personas, según consta del bando. En cuya virtud prometo en nombre del Rey, el señor don Carlos III, (que Dios guarde), que no ofenderé, ni perjudicaré a ningún natural; que guardaré exactísimamente las órdenes del señor Virrey, dirigidas a tratar con suavidad y blandura a todos los naturales de estas provincias: bien entendido que los dichos naturales deben observar la misma armonía, sin causar insultos, ni extorsiones al ejército de mi mando, ni a ningún español. Y en caso de que no se cumpla por parte de los naturales esta buena correspondencia referida, no se extrañará la defensa natural, y que procure el honor de las armas del Rey.
Al mismo tiempo yo, dicho Tupac-Amaru, ofrezco, como verdadero rendido, que mandaré y no permitiré que ningún natural ofenda a los españoles; y al mismo tiempo que se recojan a sus pueblos y vivan con los españoles en paz y unión como Dios manda, y quiere Nuestro Católico Monarca; de modo que, cesando las hostilidades, y todos perjuicios ocurridos hasta ahora, sea todo tranquilidad y buena correspondencia entre españoles e indios, para que gire el comercio, se repueblen las estancias, se trabajen las minas, se doctrinen los indios por sus respectivos curas, y por último vivamos todos como verdaderos -145- vasallos del Católico Rey de las Españas. En cuya virtud, y para que conste, firmamos este papel, en señal de la buena fe, que ambos debemos observar: lo firmamos con los señores curas, comisarios del ilustrísimo señor obispo del Cuzco, y de varios oficiales de la Plana Mayor, y capitanes de esta columna en dicho campo.
Ramón Arias. Diego Cristóval Tupac-Amaru. Doctor Francisco de Rivera. Doctor José de Zúñiga. Doctor don Antonio Valdez. Maestro, Marcos Palomino. Mateo de Cosío. Francisco Antonio Martínez. Vicente Flores. José Domingo Bustamante. Juan Antonio Montúfar. Vicente Noriega. José Medina. Estevan de Chaves. Eugenio Benavides. Pedro de Echevarría. Doctor Vicente Martínez Atazú, cura de Atonulla. Pablo Ángel de Espana. Ramón Bofill.
Es copia del original que queda en mi poder. Lampa, y diciembre 11 de 1781.
Ramón Arias
Carta del ilustrísimo señor obispo del Cuzco, doctor don Juan Manuel de Moscoso y Peralta, al dicho don Ramón Arias
Muy señor mío, y dueño de mi estimación: De 20 y 30 de diciembre precedente, recibo las de usted con el aprecio debido. En ellas me recomienda el mérito de los curas, don Martín de Zugasti, propio de Lampa, y don Juan Felipe de Portu, coadyutor de Cavanilla, por lo bien que se han manejado en sus feligresías, y especialmente en la reducción de los naturales, que, o seducidos resistían, o espavoridos de un infundado miedo, vagaban aun por los cerros y punas; debiéndose a la solicitud de estos celosos ministros la total sujeción a las banderas de Nuestro Augusto Soberano, como usted con notable complacencia mía lo asegura. Tendré presente estos sujetos para distinguirlos en mi aprecio, y corresponder a sus esmeros, que apoyados del realce con que usted los reconoce, no omitiré oportunidad para solicitarles el debido premio.
Yo celebro la que usted me franquea de su comunicación, para ofrecerme a su obsequio, dándole repetidos plácemes y gracias por lo -146- bien que ha brillado su sagacidad, pericia y talento, para desempeñar, como se ha visto, un asunto de la mayor importancia, que recomienda su persona y la mano que le destinó a negocio de tanta gravedad.
Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Oropesa, y enero 12 de 1782. Besa la mano de usted, su atento servidor y capellán.
JUAN MANUEL, obispo del Cuzco.
Señor comandante, don Ramón Arias.
Carta de Diego Cristóval Tupac-Amaru al dicho señor comandante, don Ramón Arias
SEÑOR COMANDANTE DON RAMÓN ARIAS:
Muy señor mío, y dueño de mi justo distinguido aprecio. Anoche, 17 del corriente mes, entre las 8 de ella, recibí las dos cartas adjuntas, que llegaron del Cuzco, despachadas por el señor Inspector Comandante General, que me recomienda su más pronta efectiva remisión, que pongo en efecto, y lo propio se va a efectuar sobre las paces tratadas en el pueblo de Sicuani.
Asimismo se ha de dignar usted avisarme en respuesta, si las cabezas de ganado se entregaron para el auxilio de esas tropas, cuales son 300 y tantas ovejas, con 30 vacas que han menester.
Y entre tanto ruego a Nuestro Señor me guarde a usted muchos años. Azangaro, y enero 19 de 1782. Besa la mano de usted, su amante y seguro servidor.
DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU, Inca.
Participo a usted como ya estoy próximo para bajar al real fuerte de Sicuani, con el fin de tratar los capítulos de pacificación, con los señores Inspector y Comandante General, y el señor Obispo del Cuzco, que ya deben estar en aquel sitio.
-147-
Asimismo suplico a usted, que en la primera ocasión se digne darle libertad a don Melchor Niña Laura, que ha de estar en aquellos parajes. Y lo mismo haga con cualquiera que se halle en reclusión; y una vez que deben aprovechar el indulto general perdón, me remito a lo mismo.
Exposición de Diego Tupac-Amaru
SEÑOR COMANDANTE GENERAL, DON JOSÉ DEL VALLE
Hoy, que en este ilustrísimo Ayuntamiento representáis la sacra y augusta persona de mi Rey y Señor, don Carlos III (que Dios guarde) que asimismo vais a usar conmigo, mi familia y el resto de errantes vasallos, el más generoso y benigno indulto que se habrá admirado en las edades; señor, postrado a vuestras plantas con el más profundo respeto, aquel escandaloso del Perú, aquel cuyos excesos y errada conducta, pusieron en el grado de caudillo y promotor de las muchas lástimas que llora este reino. Soy, señor, no ignoráis, Diego Cristóval Tupac-Amaru, hermano de aquel infeliz José Gabriel, primer móvil de esta revolución. Su conducta, sus pasos, sus intenciones y motivos él en el vuestro tribunal lo expondría, y por su confesión os lo signifiqué, señor. No ambicioso de honor, no movido de avaricia, menos con ánimo de rebelarme contra mi Rey y Señor, aunque las apariencias lo mostrasen; ignoré absolutamente sus ideas; jamás me comunicó sus proyectos; llamome como a hijo, que así me trataba, y cuando ya tuvo decretado el primer yerro en Tungasuca, me ordenó con pena de muerte lo que había de obrar. Después así lo ejecuté, que es notorio, avasallando el ánimo de los indios, que con la dura opresión de los corregidores, se hallaban prontos a la extirpación de ellos y aun de sus nombres, de que harán presentes sus quejas, y así tengo fabricada con los yerros la cadena que arrastro. En todo me confieso culpado; no pretendo minorar mis delitos, que si ellos son grandes, ha sido mayor la piedad del Rey, mi señor. Disculpad mi flaqueza, y cubrid mis ignorancias con la real clemencia. Acordeme, señor, para engreír mis pensamientos, tener en mis venas algún asomo de Tupac-Amaru, y hoy para anonadarme os traigo a la consideración esto propio, para moveros a lástima, y a mí para mayor confusión, pues no obré como debía. Estas armas son las que ofendieron el acatamiento de mi Rey y Señor. Ahora las rindo con ánimo serio de no volverlas a tomar en mi vida, aunque me sea cierta -148- una muerte. Allá en Azangaro quedan algunas piezas, que no las quise traer, porque los amotinados no presumiesen venía a fomentar más motines. Disponed de ellas lo que fuere del servicio del Rey, mi señor, lo propio de mi persona y familia; solo os suplico, que no sea tan dura mi suerte; que pierda la libertad y honor, que para ello protesto perder la vida, si posible fuere, mil veces en obsequio de la majestad ofendida. Fabricaré nuevos méritos, si me lo permitís, con que sepa granjearme nuevo nombre y séquito a mis operaciones, para que de este modo quede enteramente borrada la mancha que en el público tiene estampada nuestra desviada conducta; asegurando, como debo asegurar, que en lo futuro seré el más fiel servidor de Su Majestad Soberana, como el tiempo lo acreditará. Pues si la piedad del indulto se me antelase, tiempo ha sin duda que hubiera anticipado mi obediencia, de la que solo me retardó el miedo de la muerte, porque por todas partes me amenazaba con edictos, que a mis manos llegaron; creyendo que esta misma merced se ampliase a mi difunto hermano, que tantas veces deseó acaeciese lo propio, pero la Divina Providencia que todo lo dispone rezagó esta dicha para mi felicidad.
Con ella me admitid, señor, arrepentido, y nuevo hombre para la posteridad.
DIEGO CRISTÓVAL TUPAC-AMARU
Decreto
Campo de Sicuani, 26 de enero de 1782.
Admítese el rendido pedimento de esta parte, relativo al indulto concedido por la piedad del excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui, caballero del Orden de Santiago, del Consejo de Su Majestad, teniente general de los Reales Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de estos reinos; y resérvese para el día de mañana la solemnización del juramento de fidelidad y demás órdenes que necesito dar sobre esta materia, para que todo se verifique en consorcio del ilustrísimo señor don Juan Manuel Moscoso y Peralta, del Consejo de Su Majestad y obispo del Cuzco, igualmente autorizado que yo por dicho señor Virrey, para impartir el referido indulto. Y atento a que esta parte y sus secuaces se hallan ligados con la excomunión mayor, con que al principio de la rebelión los castigó dicho ilustrísimo señor -149- Obispo, le pasará este expediente al señor auditor de Guerra, don Gaspar de Ugarte, coronel de milicias de Abancay, y alférez real del Cuzco, a fin de que Su Señoría Ilustrísima se sirva ordenar sobre este asunto lo que fuere conveniente, para no entorpecer por falta de este esencial requisito el curso de las demás diligencias; incluyéndose en esta la de emplazar a Andrés y Mariano Tupac-Amaru, como asimismo el resto de la familia de esta parte, por no haberse presentado en la actualidad.
DON JOSÉ DEL VALLE
Certificación
En el pueblo de Sicuani, provincia de Tinta del obispado del Cuzco, en 26 de enero de 1782. Yo el auditor de Guerra, don Gaspar de Ugarte, en cumplimiento del anterior orden dado por el señor Comandante General, entregué en mano propia este expediente al ilustrísimo señor obispo del Cuzco, de que certifico.
Gaspar de Ugarte
Decreto
Sicuani, 26 de enero de 1782.
VISTOS, dase facultad al señor deán del Cuzco, doctor don Manuel de Mendieta y Leiva, para que absuelva a Diego Cristóval Tupac-Amaru ad reincidentiam, con las solemnidades prescriptas en el ritual romano, y en la misma forma a todos sus secuaces que contritos la impetrasen; y fecha la diligencia, se devolverá este expediente al señor comandante general don José del Valle.
EL OBISPO
Así lo proveyó Su Señoría Ilustrísima, el Obispo mi señor, y lo firmó, de que doy fe.
Ante mí, doctor Antonio de Bustamante, secretario.
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Notificación
En el pueblo de Sicuani, en 26 de enero de 1782. Yo el secretario del ilustrísimo señor doctor don Juan Manuel de Moscoso y Peralta, mi señor, dignísimo obispo de esta diócesis, hice saber el decreto de suso al señor deán, doctor don Manuel de Mendieta, que obedeció y aceptó; y a su consecuencia mandó comparecer en la puerta de la iglesia de este pueblo a Diego Cristóval Tupac-Amaru, y le absolvió, ad reincidentiam; y en el mismo acto a más de 300 de sus parciales partidarios, observando puntualmente las ceremonias del ritual romano. Y para que esto conste, lo firmó dicho señor Deán, de que doy fe.
MANUEL DE MENDIETA
Doctor Antonio de Bustamante, secretario.
En el pueblo de Sicuani, provincia de Tinta, del obispado del Cuzco, en 27 de enero de 1782. Yo don José del Valle, pensionado de la real y distinguida orden española de Carlos III, mariscal de campo de los Reales Ejércitos de Su Majestad, gobernador político y militar del puerto y presidio del Callao, inspector general de las tropas veteranas y milicias del reino, cabo principal de las armas, comandante general de ellas en la actual rebelión de los indios, y lugarteniente general del excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui, caballero del Orden de Santiago, del Consejo de Su Majestad, teniente general de sus Reales Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de estos reinos del Perú. Hallándose en la iglesia de dicho pueblo, en concurso de toda la oficialidad de mi comando, y de crecido número de españoles e indios de esta dicha provincia, y estando en compaña del ilustrísimo señor doctor don Juan Manuel Moscoso y Peralta, del Consejo de Su Majestad y obispo del Cuzco, autorizado igualmente que yo para impartir el indulto concedido por el excelentísimo señor Virrey, a los que verdaderamente arrepentidos se nos presentasen; hicimos comparecer a Diego Cristóval Tupac-Amaru, por haberle ya conferido la absolución con la solemnidad que prescribe el ritual romano, de la censura en que se hallaba declarado incurso, según aparece de las diligencias que anteceden; y después que el coronel de milicias, don Gaspar Ugarte, auditor de Guerra, y alférez real del Cuzco, leyó en voz alta y perceptible a todo el concurso el auto del indulto concedido por dicho excelentísimo señor Virrey, juntamente -151- con el sumiso escrito previamente presentado por el citado Diego, y demás actuaciones posteriormente practicadas, le hicimos la amonestación correspondiente en orden a la firmeza de la fidelidad que protesta. Y sin embargo de haber entregado con antelación las armas que traía consigo, le mandamos practicase la propia diligencia con las que tiene en lugares distantes de este: como son, cañones de artillería, fusiles, escopetas, pistolas, lanzas, rejones, espadas, sables, puñales, pólvora, salitre, banderas y tambores, juntamente con los acopios de plomo, fierro y bronce para fabricar aquellas, y todo cuanto sea respectivo a ofender las armas del Rey, Nuestro Señor; como asimismo los vestuarios, gorras de granaderos y demás insignias militares; para lo cual se le asigna el perentorio término de doce días, como también para que en este mismo comparezcan los sobrinos del dicho don Diego, que son, Andrés y Mariano Tupac-Amaru, y el resto de su familia, a fin de que personalmente ratifiquen el juramento de fidelidad, que después del suyo ha de hacer el referido Diego a nombre de aquellos; no obstante de que sabemos haberse ya rendido dicho Mariano a las banderas del Rey, ante don Sebastián de Segurola, comandante de las tropas de la ciudad de la Paz.
Igualmente mandamos al citado Diego Tupac-Amaru, no pierda momento en coadyuvar de su parte a la pacificación de los pueblos, obediencia y subordinación de estos al poderoso señor don Carlos III, legítimo y único Soberano de estas Américas, que por fortuna nos gobierna, según lo tiene protestado y ofrecido con anticipación en sus cartas dirigidas a Nos, el citado obispo del Cuzco. Asimismo jura a su nombre y de su familia, que verdaderamente se sujetarán a las sabias y bien acordadas leyes de nuestro Soberano, a sus órdenes y a las de sus magistrados y demás ministros; que trataran con recíproca buena armonía y hermandad a los españoles y mestizos de ambos sexos, que van a regresar a sus antiguos domicilios. Y habiendo oído el sobredicho Diego Cristóval Tupac-Amaru, juró por Dios Nuestro Señor, y una señal de cruz de nuestras manos, de cumplir fiel y religiosamente cuanto se le prescribía, y prestando voz y caución de rato grato voluntario, repitió dicho juramento a nombre de sus sobrinos, Andrés y Mariano Tupac-Amaru, y toda su familia; y que en prueba de su fidelidad a nuestro Soberano prometía, que a costa de su sangre y vida pacificaría todos los pueblos que se hallan alterados; y habiendo sacado la espada, que por permiso nuestro traía a la cinta, la entregó a Nos, el citado Comandante General de las Armas, en reconocimiento de su obediencia. Y teniendo consideración a las verdaderas ofertas que en sus acciones y -152- palabras ha manifestado, se la restituimos, exhortándolo a que con ella ayude a reconquistar al Rey los pueblos alterados.
Y hallándose de rodillas en estas circunstancias el predicho Diego Cristóval Tupac-Amaru, en el presbiterio del altar mayor, y postrándose al fin de ellas a nuestros pies, llegó el coronel de milicias don Antonio de Ugarte, y batió tres veces encima del referido Diego, el real estandarte, que es el mismo que sirvió en la conquista de este reino, y consecutivamente practicaron la propia diligencia los abanderados de las tropas veteranas y milicias que se hallaban todas formadas en la plaza de este pueblo, para hacer las salvas y tiros de artillería en las ocasiones que se les ha mandado al mayor general don Joaquín Balcárcel. Y en este estado se le aseguró a dicho Diego, bajo de palabra de honor, que ninguno de los subalternos que sirven a nuestras órdenes, ni persona alguna, de cuantas habitan en estos dominios, lo hostilizará en lo más mínimo, ni perjudicará en esta causa su persona, familia y hacienda, ni las de sus parientes y allegados, siempre que, fieles, verdaderamente subordinados y rendidos a la protección del Rey, Nuestro Señor, cumplan lo que tiene ofrecido bajo la religión del juramento.
Con lo que se concluyó este acto de satisfacción, y lo firmamos, con el expresado Diego Cristóval Tupac-Amaru y los Oficiales y Plana Mayor.
Don José del Valle. Juan Manuel, obispo del Cuzco. Diego Cristóval Tupac-Amaru. Francisco Salcedo, corregidor de Tinta. Don Joaquín Balcárcel, sargento mayor de los Reales Ejércitos, y mayor general del destinado a operar contra los rebeldes. Gaspar de Ugarte, auditor de Guerra, coronel de Abancay, y alférez real del Cuzco. José de Acuña, corregidor de Cotabambas y comandante de las tropas de dichas provincias. Don Matías Baulen, provisto corregidor del Cuzco. Antonio de Ugarte, coronel de milicias del Tucumán y sostituto del Alférez real. José Moscoso, coronel agregado al ejército y edecán del Comandante General. Santiago Alejo Allende, coronel del regimiento de caballería ligera. José Eduardo Pimentel, regidor del Cuzco, coronel agregado al ejército y edecán del señor Comandante General de él. José Meneant, coronel del regimiento de Parinacochos.
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Carta del señor comandante general don José del Valle a don Ramón Arias
Conceptúo a usted informado, por la última que le escribí desde el Cuzco, de la favorable disposición, en que se hallaba Diego Cristóval Tupac-Amaru de darle obediencia al Rey Nuestro Señor en este pueblo de Sicuani, que el ilustrísimo señor obispo de la Santa Iglesia del Cuzco y yo le señalamos para efectuarla; en cuya consecuencia emprendimos nuestra marcha el día 10 del que rige, y la concluimos el 17, escoltados de una columna de 1.500 hombres veteranos y provinciales. Tupac-Amaru llegó ayer con una pequeña escolta de 50 hombres, armados con fusiles y rejones, y tres banderas, las dos blancas, y la una amarilla; pues aunque salió de Maranganí con 200 indios, lo fueron dejando en el camino llenos de temor, hasta averiguar la suerte de su jefe, que creían bárbaramente venía a sufrir el último suplicio. Al acercarse Tupac-Amaru a mi tienda, rindieron sus oficiales las banderas, y apeándose de su caballo, entró en ella tan turbado, que no podía articular una palabra; se iba a poner de rodillas a mis pies, y yo le levanté con mis brazos, asegurándole la protección del Rey, la seguridad de su vida, y que adquiría un gran mérito con Su Majestad, siempre que dedicase la autoridad que tiene sobre los rebeldes, para que se restituyesen a sus casas a vivir pacíficos y perpetuamente subordinados al poderoso, legítimo y único Señor de estas Américas. Ofreciome, con señales nada equívocas de su sinceridad, que emplearía todos sus esfuerzos al indicado fin, y que derramaría la última gota de su sangre, si fuese preciso, por reconquistar todos los pueblos que hasta ahora no se hubiesen sometido a la obediencia del Rey de las Españas, que reconocía por su verdadero Señor, y me entregó el papel, de que acompaño a usted copia certificada.
Pasamos desde mi campo al pueblo de Sicuani, con el objeto de que tributase sus respetos al ilustrísimo señor Obispo, como lo efectuó con la mayor sumisión, postrado a sus pies. Al siguiente día fue absuelto de la excomunión, que desde el principio del alzamiento había impuesto Su Ilustrísima a todos los que siguieron su infame partido, y en la misa de pontifical que el expresado prelado celebró después, hizo el juramento de fidelidad con las ceremonias acostumbradas, al frente del estandarte real de la ciudad del Cuzco, y de dos banderas de este ejército, que se le pasaron por encima, estando tendido en el suelo. Finalizando este acto con repetidos víctores al Rey, -154- y de triplicadas salvas de artillería y fusilería, empezaron a bajar de los montes una multitud de indios, que los coronaban, no solo de las provincias del Collao, sino también de las de Larecaja, Pacajes, la Paz, y hasta de los Andes, a pedir perdón, y dar la obediencia a Su Majestad.
La mujer, madre y sobrinos del expresado Tupac-Amaru deben llegar a este campo, en cumplimiento de las órdenes que les ha dirigido, mañana o pasado mañana, y no lo han efectuado ya por puro temor y desconfianza.
Tupac-Amaru me ha ofrecido en presencia de este Señor Ilustrísimo, con señales ciertas de la realidad de sus promesas, que se sujetará en todo a mis consejos, y a las instrucciones que le prevenga al pronto logro que deseamos de la total pacificación de estos afligidos países.
Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Sicuani, 27 de enero de 1782.
DON JOSÉ DEL VALLE
Señor don Ramón de Arias.
P. D. Tupac-Amaru escribe en esta ocasión a esas provincias, para que imiten el loable ejemplo que les ha dado, de perpetua fidelidad.
Una rúbrica.
Oficio del inspector de Lima, don José del Valle, al Virrey de Buenos Aires, en que le da aviso de una nueva sublevación en las Provincias de Omasuyos y Larecaja, por Pedro Vilca-Apasa
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Muy señor mío: Después que Diego Cristóval Tupac-Amaru -155- con toda su familia, e innumerables indios de las provincias de los dos virreinatos, dieron la obediencia a Su Majestad en el cuartel de Sicuani con todas las formalidades que informé a Vuestra Excelencia por mi última anterior, tuve noticia que el traidor Pedro Vilca-Apasa, uno de los caudillos de más nombre, brío y máximas de la pasada rebelión, después de haber jurado en mis manos solemnemente que acreditaba en lo sucesivo perpetua fidelidad al Rey Nuestro Señor, había tenido la osadía de sublevar nuevamente las provincias de Omasuyos y de Larecaja, y que se dirigía a fomentar otros iguales ruidosos alborotos en la de Carabaya y sus contiguas. Con este informe me puse aceleradamente en marcha el día 30 de marzo último al frente de una columna respetable, produciendo el favorable efecto de haberme presentado preso en el pueblo de Azangaro el citado Vilca-Apasa, que mandé descuartizar entre cuatro caballos, por haberle convencido de sus enormísimos delitos en la causa que le formé; y dirigiéndome inmediatamente a las referidas provincias de Larecaja y Omasuyos, logré dar fin en ellas de los caudillos que fomentaban el alzamiento, Carlos Puma-Catari, Alejandro Callisaya, y de un crecido número de sus inicuos coroneles; consiguiendo al mismo tiempo consolar a la afligida ciudad de la Paz, que se hallaba sumamente consternada y llena de recelo de ser otra vez invadida, por hallarse últimamente empleadas en otros precisos destinos del real servicio las tropas del virreinato del mando de Vuestra Excelencia.
De todos estos felices sucesos di individual aviso al señor presidente de la Real Audiencia de Charcas, don Ignacio Flores, quien se sirvió citarme para el pueblo de Achacache, a fin de que, conferenciásemos en él las reglas y medidas que nos pareciesen más interesantes, y convenientes al logro de solidar la anhelada pacificación del reino; y habiéndolas acordado, y entregádole muy fieles y sumisas al Rey las provincias de Omasuyos, Larecaja, Carabaya, Azangaro y Lampa, estoy de regreso a la ciudad del Cuzco, donde, como en todos mis destinos, anhelo que se digne Vuestra Excelencia franquearme sus apreciables preceptos.
Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Campo de Ayavirí, 14 de julio de 1782.
Excelentísimo señor: Besa la mano de Vuestra Excelencia su más atento seguro servidor.
DON JOSÉ DEL VALLE
Excelentísimo señor Virrey, don Juan José de Vértiz.
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Carta del ilustrísimo señor doctor don Juan Manuel Moscoso, obispo del Cuzco al de la Paz, doctor don Gregorio Francisco del Campo, sobre la sublevación de aquellas provincias
ILUSTRÍSIMO SEÑOR:
Muy señor mío y venerado amigo de todo mi aprecio. La de Vuestra Señoría Ilustrísima de 11 de junio, que he recibido en la ruta de la visita en que me hallo, cuánto me ha consolado por el restablecimiento que ya goza su fatigada salud, me ha llenado de horror al ver dibujada al vivo la tragedia de esa desgraciada diócesis y afligida ciudad; pero bendita la misericordia del Señor que tuvo reservado en sus arcanos deputar a Vuestra Señoría Ilustrísima por pastor de un rebaño que había de llegar al extremo de semejantes padecimientos, y que tocando ya los términos de su ruina, se le deparó un padre que lo fomentase, un médico que con el bálsamo de su caridad lo consolidase, y un prelado que con el pábulo y dirección de su doctrina lo sostuviese. Es verdad que a veces la Providencia, si por una parte busca con el castigo el escarmiento, reparte por otra pródiga los consuelos, valiéndose de la conducta de aquellos que destina para beneficio de los pueblos; y puede ese consternado territorio adorar esos decretos, y tributar gratitudes, pues se libertó del naufragio en que zozobraba, mediante el celo, pulso y piedad con que Vuestra Señoría Ilustrísima le ha llevado como de la mano a la seguridad de que hoy logra.
Sería obra interminable si yo intentase discurrir por los trámites de esa lamentable historia, cuyas lecciones a la posteridad serán más dolorosas que la de la ruina de Jerusalem, ni mi compasión será bastante a seguirla, sin humedecer con lágrimas el papel. Pondero la fortaleza de Vuestra Señoría Ilustrísima a tan duros embates, y tengo por sobrenatural ese sufrimiento, porque es superior a las fuerzas comunes de la naturaleza; ya al ver destrozada su amable grey, profanado el santuario, abolidos los santos estatutos de su doctrina, que en repetidos rescriptos, visitas y pastorales servían de pauta para la eclesiástica disciplina de esos fieles, y la religión introducida en más de dos siglos y medio en estado de proscripción; ya al considerar el poco fruto que rinde a su benefactor la mayor parte de ese cuerpo, que independiente de la relación de súbdito, debe tener la de reconocimiento. ¿Pero, en qué región no abunda esta progenie ingrata, estas duras cervices e incircuncisos corazones? ¿A qué profeta o pastor no han herido estas fieras, que cuanto más beneficiadas -157- corresponden con el tósigo de su maledicencia? Así son, porque así lo han debido a sus mayores, y así será, porque es hereditaria su malicia y resistencia a los consejos del Espíritu Santo. Para tejer, Venerable e Ilustrísimo Hermano, un catálogo de estos hechos, que también produce este fragoso e inculto país, que preparó Dios por calvario, y por lo que aflige el ánimo de su memoria, ciñéndome a los sucesos más notables, y confesando que todos no han llegado a los umbrales de los ominosos que han costeado los padecimientos de Vuestra Señoría Ilustrísima, le significaré el estado a que estuvo reducida esta diócesis, los cuidados, afanes y desasosiegos que me trajo, y el fruto de estos en la situación que hoy tienen las cosas, otros tantos que pueden suscribirse a las anécdotas de la terrible revolución de nuestro continente.
Hallábase este obispado, cuando llegué a él, agobiado como todo el resto de las provincias del reino, por los gravosos repartimientos de los corregidores; y si no movido de los sucesos de Pacajes y otras partes, a lo menos dispuesto con estos ejemplos, según se experimentó en las de Chumbivilcas con la trágica muerte que dieron a su corregidor, don Gerónimo Zugasti, y en la de Urubamba, en que aún palpitaba el reciente alzamiento contra don Pedro Leesdal, de cuya resulta murió mi antecesor. Pedía el reino un freno que contuviese a estos ambiciosos, a quienes no arredraban ni las repetidas cédulas de Su Majestad a favor de los naturales, ni los despachos en los tribunales para sujetarse a las tarifas. Salió de madre el lluvión de la codicia de aquellos, valiéndose del privilegio del ministerio para enriquecer a costa de la sangre de tantos infelices vasallos, y de la misma corona que hemos visto fluctuar; y considerando que los párrocos podían estar tocados de aquel contagio, (que es un mal el de la ambición fácil de contraerse por el ejemplo), entré visitando mi diócesis, y expurgándola de las heces que, bajo el renombre de costumbre, envolvían visos de opresión en algunos entables de las doctrinas. Redújelas a mejor instituto; establecí reglamentos de equidad, alivié a los que se sentían recargados de derechos y contuve a los párrocos en sus deberes, renovando la primordial disciplina de los cánones en aquella parte posible, y que permita el espacio de seis meses de la más helada estación, y que insumí en estos cuidados, para que los oprimidos territorios respirasen de las fatigas que padecían por los corregidores.
Con este conato seguí hasta mi capital, que no bien pisé, cuando comenzó el rumor de sedición que maquinaron los primeros fanáticos, Lorenzo Farfán, y sus compañeros Ascencio Vera, Diego Aguilar, Ildefonso Castillo, José Gómez. Bernardo Tambohuaso, y Eugenio Riva comenzaron a delirar a principios del año de 80; tuvieron conmovido el vecindario, y con él todo el obispado, que talvez estuvo en expectación, -158- hasta ver los efectos que causaba en la ciudad el movimiento. Por un raro accidente se descubrió la conspiración, se cortó el cáncer, y los reos sufrieron el último suplicio.
No sé si el calor de este fuego se comunicó a todas las provincias vecinas, o si la llamarada voló a solo la provincia de Tinta, por hallar en el pérfido José Gabriel Tupac-Amaru mejor combustible; lo cierto es, que se aprovechó este rebelde de las centellas que esparció aquel incendio en los ánimos mal dispuestos, como el que meses antes abrasó la provincia de Chayanta en Charcas contra su corregidor don Joaquín de Alós; y desabrochando Tupac-Amaru la idea, que hasta entonces solo tuvo en pensamientos muchos años, dio principio a su rebelión el 4 de noviembre del propio año, arrestando a su corregidor, don Antonio de Arriaga, y dándole muerte de horca, por haber hostilizado más que otros aquella provincia, y haber apercibido recientemente al traidor sobre la satisfacción del reparto, tributos, y cierta deuda que contrajo en Lima, que no haciéndolo en el término de ocho días, pasaría a ahorcarlo.
Las circunstancias de que se revistió este suceso convencen el despecho con que deliberó el insurgente su designio, y que no fue obra del día el proyecto, sino muy pensada y digerida: son muchas para que discurramos por todas. Él convocó la provincia a nombre del mismo corregidor, haciéndole firmar cartas citatorias para que se congregasen en su residencia de Tungasuca, pretextando el servicio del Rey. Él difirió el suplicio por espacio de seis días, y haciendo ostentación de la notoriedad de su atentado, dio público testimonio de un hecho casi sin cotejo en las historias.
Los vecinos del Cuzco, inflamados con tan horrorosa catástrofe, resolvieron salir a castigar al insolente. No sé si los dirigió el amor al Rey o al Estado; y así los que se sintieron más penetrados de estos motivos, aceleraron la empresa con la corta prevención de pocas armas, y recluta de hombres inexpertos, que no merecían el título de soldados; su ardentía e impericia les precipitó a su desdicha, y a ser víctimas del tirano en el pueblo de Sangarará, en que murieron más de setecientos; a quienes si perdonó la espada y palo, devoró el fuego, que redujo a cenizas aun al templo que tomaron por asilo.
Ensoberbeciose Tupac-Amaru con esta inesperada victoria, porque fue a buscarle a su propia casa el triunfo, que con el sacrificio de sus vidas te ofrecieron unos hombres inconsiderados; y he aquí un principio indisputable de una rebelión, que pudiendo cortarse en tiempo con mejores reflexiones, se hizo general por la imprudencia. Tupac-Amaru se -159- concilió desde este acaecimiento respetos, veneraciones y temor; logró la ocasión del sobresalto de los indefensos; ofreció partidos a los que podía temer; trajo a su devoción a los españoles y mestizos de aquellos pueblos, y comenzó a difundirse su nombre bajo el epíteto pomposo de Libertador del reino, Restaurador de privilegios, y padre común de los que gemían bajo el yugo de los repartimientos; todo lo que apoyaba con el renombre de Inca, y legítimo descendiente de Felipe Tupac-Amaru, rey del Perú, cuyos derechos seguía ante la Real Audiencia de Lima, y hoy renovaba. Nada más hubo menester el novelero vulgo de las provincias para reconocerle protector y aun su rey. En todas fue sucediéndose el contagio, y muy pocas fueron en este obispado las que se preservaron o simularon. No se oían por todas partes sino aclamaciones por su Inca redentor; y a consecuencia de esto, no se vieron más que muertes y desastres de aquellos que no seguían el partido; y en un improviso se subvirtió e inquietó la mejor porción de esta diócesis. La ciudad era el objeto de las insidias del rebelde, con la expectativa de saquearla, y coronarse en ella, por haber sido corte de los que figuraba sus ascendientes; y como lugar de refugio, todos los perseguidos ocurrían a ella. Llenose de gentes, y ya comenzaba el hambre y carestía, y aunque no llegó su necesidad al extremo que esa, pero se sintió bastante, por estar cerrados los caminos de los abastos, por lo que ya se contemplaba muy próxima su final opresión. El insurgente tiró las líneas a su asedio, y congregando sobre 70.000 combatientes, se dirigió a sus cercanías con más de cuarenta mil, desertando los restantes a aquel número por el suceso feliz que tuvieron nuestras armas en el pago de Saylla, de la parroquia de San Gerónimo, distante tres leguas de la ciudad. En efecto puso su campo un cuarto de legua de mi capital, en el cerro nombrado Picchu, que domina la población, y podemos decir que hasta ahora es incomprensible la causa de no haberse resuelto a entrar en la ciudad con un ejército tan poderoso; bastando la cuarta parte para confundir nuestras cortas fuerzas, y contentándose con tal cual escaramuza en la eminencia, y desfiladeros de aquel cerro, en que se trabó el combate que se sostuvo por nuestra parte con menos de trescientos soldados, (y de aquella noche quedaron solo en cincuenta) con dos pedreros, que al primer tiro perdió el uno la cureña; notándose que en el espacio que se tiraba uno de los nuestros correspondía la artillería, del enemigo con doce. Concluyose esta acción al anochecer del día 8 de enero del año pasado de 1781, con once muertos enemigos y cuarenta de los nuestros, quedando heridos más de 100, de que pereció la mayor parte, y sacó una grave contusión al pecho el famoso don Francisco Leysequilla, su comandante, que fue este entre los oficiales el único que defendía y guardó con honor el puesto. El día antecedente murieron a manos de los enemigos, repechando el cerro, 17 pardos de la tropa auxiliar de Lima, con su teniente Cisneros; -160- y cuando esperábamos que lo sangriento del choque se reservase para el día siguiente, inopinadamente levantó su campo Tupac-Amaru, y abandonando su equipaje, salió de fuga al amanecer; y como lo persiguieron algunos de la tropa de caballería, murieron más de 30, oprimidos de los enemigos.
La retirada de los rebeldes no deja de haber sido milagrosa, atendiendo las circunstancias que van indicadas; y más que el pueblo contenía muchos indios y mestizos partidarios de Tupac-Amaru, que esperaban la ocasión de su entrada para declararse, por las inteligencias que con esta mira mantenían. Al fin, yo así lo juzgo, por haber encomendado al patrocinio del Arcángel Señor San Miguel la tutela y defensa de la ciudad, jurándolo por patrón general en pública asamblea, que se formó a todos los estados; y en verdad que desde aquel día llovió el cielo sobre nosotros sus bendiciones.
Contraído este vasto territorio a tanta confusión, fueron consiguientes mis fatigas: por una parte combatían mi ánimo los quejidos de un rebaño que Jesucristo cargó sobre mis débiles hombros, y por otra los sobresaltos de exponerse a perder una porción considerable, que hace el patrimonio de un Soberano por quien subsistimos. Ya se ponía adelante la religión abolida, que se introdujo a costa de tantos sudores, y se ha mantenido a fuerza de desvelos; ya se me representaba el vilipendio del santuario, abrogación de su culto, y profanación de lo más sagrado; los monasterios de vírgenes sin clausura, y en una palabra, sin concierto todo el orden de las cosas. Meditábase la fuga como único medio de salvar las vidas; algunos de menos ánimo las emprendieron, y los más esperaban que yo la determinase para abrazarla. Mis afectos, y los que más se lastimaban al contemplarme víctima del tirano, si no sangrienta, a lo menos de su desprecio y abatimiento, me aconsejaban la deliberase, llevando conmigo el clero secular y regular de ambos sexos, para no exponerle al mayor sacrificio; y sin embargo del ejemplo, que en caso semejante, aunque menos horroroso que el presente dio el señor don Gregorio Montalvo mi predecesor, a nada quise acceder, por la desconformidad que este decía con mi honor, ministerio y servicio del Rey.
En esta situación, no nos quedaba otro recurso que el de impetrar las divinas piedades y dirigir al cielo nuestros votos. En continuas rogativas mantuve la ciudad y sus ocho parroquias, patente el Santísimo Sacramento, practicándose lo mismo en las iglesias de los monasterios y regulares. Cuatro misiones se hicieron, comenzando por mi catedral, que acabaron en una general procesión de penitencia, que movió a compasión, a los fieles. Llenos se veían los templos de penitentes, ocupando yo en mi -161- iglesia el primer confesonario; todos los ministros seguían con edificación el ejemplo, cuyo infatigable ejercicio, se continuó por más de tres meses con mucho fruto.
Al paso que la ciudad se empleaba en estos actos, no perdí de vista las doctrinas de las catorce provincias que encierra este vasto obispado, y fuera de los muchos monitorios, edictos y pastorales que dirigí en los primeros insultos de Farfán, invitando a mis diocesanos al amor y obediencia del Rey, en que interesaba todo el celo de mis curas a esta exhortación, se instauraron nuevamente las mismas diligencias, sin perder ocasión, y sin que me sirviesen de estorbo la dificultad de los tránsitos, e impedimento de las veredas que se hallaban tomadas o cortadas, porque a todo costo transmigraban mis cartas y providencias. Particularmente dirigí por separado mis oficios a los principales caciques y gobernadores de las doctrinas, y se vio el bello efecto de esta diligencia en los célebres hechos de Pumacahua, cacique de Chinchero, Rosas de Anta, Sucacahua, de Umachiri, Huaranca de Santa Rosa, Manco Turpos y Chuquiguancas de Azangaro, Carlos Visa de Achalla, Chuquicallata de Samán, Siñán, Inca de Coparaque, Huambo Tupa de Yauri, Callu de Sicuasi, Aronis de Checacupi, Cotacallapa y Huaquisto de Carabaya, Game y Carpio de Paruro, Espinosa de Catoca, y la Huamanchaco de Coporaque, Chuquicallata, hijo del primero en Turaco, Pacheco Chillitupa y Sahuaraura de Quispicanchi; todos nueve posteriores en sacrificio de su fidelidad, y distinguiéndose Sahuaraura, así en haber sido el que reveló la traición de Farfán y sus compañeros, en la precedente maquinada conspiración del Cuzco, como en haber sufrido valerosamente la muerta en el incendio de Sangará; a cuya expugnación salió con tanto brío, que en carta, que me escribió a su propartida, me dice montaba inmediatamente a caballo, animado de mis persuasiones, y con nuevo espíritu al ver el estímulo de mis cláusulas. De modo que, a excepción de Tomasa Tito Conamayta, cacica de Acoz en la doctrina de Acomayo, de la expresada provincia de Quispicanchi, que sufrió suplicio en público cadalso, se ha notado que ningún cacique de honor siguió las banderas del insurgente José Gabriel; debiéndose reflexionar, que si estos personajes hubieran tenido colusión con aquel infame, hubiera sido insuperable el movimiento.
Este fue uno de los más graves cuidados en las tribulaciones de la rebelión, porque habiendo excomulgado a Tupac-Amaru y sus secuaces por el atroz delito de incendiarios de Sangarará y sus profanadores, (causa principal de que muchos no le siguiesen, que los más se le apartasen, y por lo que todo su conato fue entrar a la ciudad por darme muerte, como lo profirió diversas veces, y a este fin previno se me abocase la artillería, por haber visto que me avancé hasta las inmediaciones -162- de aquel cerro, para animar a los desalentados) no permitían él ni los suyos corriesen mis pastorales con franquía, porque desbarataban sus intentos, según lo experimentaba en la deserción de muchos. Pues de solo la provincia de Chumbivilcas se le separaron más de 600 mestizos, que venían a pedirme absolución y se incorporaron a nuestras tropas; y aun en los indios se vio la espantosa impresión que hizo la censura, pues se reconoció en los que seguían nuestras banderas, que no solamente baldonaban a los contrarios de excomulgados, sino que aun no querían aprovecharse de sus despojos por contaminados, sin embargo de persuadírselo los oficiales. Igualmente ocupó esta pena el ánimo de los indios rebeldes, porque en la reconciliación del pueblo de Sicuani ocurrían a millares a pedirme absolución, y gustosos sufrían la ceremonia del ritual; y por cartas de Tupac-Amaru se sabe la sangre que le hizo esta terrible arma de la Iglesia, aunque no faltaron hoy los que criticaron la capacidad de los indios para sufrirla, cuando nos ha dado a conocer el tiempo su malicia; sobre lo que expuso su dictamen muy juicioso y docto, el reverendo padre provincial, actual de la Merced, fray Pedro de la Sota.
Esta fue la razón de haber padecido muchos curas, que fijaron de mi orden los cedulones; ellos se vieron presos y vilipendiados, fuera de la pérdida de sus bienes; porque a todos los obligué a residir en sus beneficios, y llevar diarios de los sucesos de sus jurisdicciones, para comunicarlos a la Junta municipal de guerra y al excelentísimo señor Virrey; siendo este el único rumbo por donde se adquirían las noticias ocurrentes, de modo que, de este inmenso trabajo se triplicaban las diligencias, y a veces, dice, no bastaban doce plumas; a que se agregaban continuos oficios a los jueces reales de los partidos, tribunales, cabildos, etc., de que es tanto lo que se ha escrito que van gastadas muchas resmas de papel.
El asunto de la residencia de los párrocos, en circunstancias tan críticas, y de sus tenientes, fue uno de mis mayores afanes: ellos resistían mis preceptos; pero unos llevados de las persuasiones de mis reflexiones y promesas, otros de su propio honor y estímulo de sus conciencias, a quienes exponía delante su obligación, y otros compelidos de mis conminaciones, se obligaron a obedecer; debiéndose con propiedad decir que el rebaño era de fieras, porque vivían en medio de tantos lobos. Parecía tirana la orden en semejantes aprietos; así se quejaban, y por la dependencia con los principales de la ciudad talvez me concilié una gran parte de desafectos. Atropellé estos reparos, porque veía que era el único medio de sostener la religión, y no aumentar el número de rebeldes, y se conoció que en los lugares donde no hubo párrocos ni sacerdotes, que fueron pocos, fue mayor la alteración. Dios correspondió a esta, que parecía cruel correspondencia; porque, aunque padecieron mucho -163- los ministros, no quitaron la vida a cura alguno, y a excepción de cuatro presbíteros y un diácono, entre los que se numera un religioso dominico, no se cometió otro sacrilegio de esta especie.
He dicho que parecía cruel providencia haber compelido a los párrocos a su residencia, y no lo fue, porque no debe graduarse por tal, sino ponerles a la vista su obligación. Todos los derechos la recomiendan en la próxima ocasión del peligro inminente de perder la vida espiritual y temporal por sus ovejas, aun con riesgo de la propia. De este sentir son San Agustín y Santo Tomás11 a los que se siguen muchos doctores, que refiere el padre Granados, fundándose todos en el texto de San Juan: «In hoc cognovimus caritatem Dei, quoniam ille pro nobis animam posuit, et nos debemus caritatem pro fratribus animam ponere»12. Y en el de San Pablo: «Ego autem libentissime impendar, et super impendar ipse pro animabus vestris»13. Sobre que dice el padre San Crisóstomo: «quod dicit impendar insinuanti est, si et ipsam carnem suam insumere oporteat non parocho per vestram salutem»14.
Y qué diremos, cuando hay riesgo de perder la religión; así estuvieron los pueblos, porque en muchas partes, no se veneraban ya las imágenes, y en varias se ultrajaban igualmente que los templos, y por lo general se suscitaban y adoptaban errores, y entre ellos fue haber persuadido Tupac-Amaru, que los que muriesen en su servicio resucitarían al tercero día; de que reconvenido por algunas mujeres, cuyos maridos habían perecido en su infame guerra, respondía que eso debía entenderse a los tres días de su coronación en el Cuzco. Estos y otros peligrosos dislates, con la profanación del culto, debían ocupar toda la atención de los párrocos, aunque fuese a costa de sus vidas. Esta doctrina cierta, abraza aun a los que no lo son, como lo sostienen Suárez, Lecio, Valencia y otros. Y para que en tales casos puedan y deban administrarles sacramentos los curas, lo asienta Lecio: «Temere parochos, suos parochianos defendere etiam cum periculo vitæ, ne sacramenta ministrari impediatur». Y que esto obligue aun en tiempo de guerra, lo declara Toledo: «Etiam cum periculo vitæ ne sacramenta ministrare impediantur temporalis, puta si forte inimicus eum insequatur quia tempus est belli»15.
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Si en estos oficios se hubieran contenido solamente mis cuidados, ya podíamos contar menos caudal de zozobras: a más se extendían mis solicitudes. El erario se hallaba exhausto, porque todo el dinero que había en las reales cajas se condujo a las de Lima poco antes; los vecinos se hallaban extenuados, y algunos que tenían proporción, se excusaron con frívolos pretextos, y era indispensable el gasto diario de la contribución a las tropas. Los almacenes jamás tuvieron pólvora, ni otras municiones, porque nunca se meditó esta tragedia; así fue necesario proveer prontamente de estos auxilios, por lo que me pareció justo convocar mi clero y prelados de las religiones, a quienes propuse la obligación de subvenir a las urgencias de la patria y del Monarca; y dándoles yo ejemplo en la erogación de 12.000 pesos a mi nombre, y el de los tres monasterios, fueron todos los cuerpos de regulares, curas existentes en la ciudad y clérigos, ejecutando lo propio según sus facultades; de modo que se recogieron cerca de 30.000 pesos, fuera de más de 14.000 de depósitos eclesiásticos, que hice dar por vía de empréstito, sin interés alguno, y posteriormente el cura de San Gerónimo dio 40.000.
Reconociendo las ventajas del enemigo, y la debilidad de nuestras fuerzas, pues la Junta que se llamaba de guerra, solo se la hacía intestina, en las competencias que entre sí llevaban los que la componían, que todo se disputaba y nada se resolvía; y que si alguna vez se acordó algún expediente favorable a nuestra necesidad, nunca se ejecutó; no perdonando arbitrio, ni medio que contribuyese a defender la patria y cortar la rebelión, me metí a soldado, sin dejar de ser obispo; y así en lo más grave de este conflicto, armé al clero secular y regular, como en el último subsidio, nombré al deán de mi catedral, don Manuel de Mendieta, por comandante de las milicias eclesiásticas, dispuse cuarteles, alisté clérigos y colegiales, seminaristas de ambos colegios, y en cuatro compañías, con sus respectivos oficiales, armas y municiones que costeé, comenzaron el tiroteo militar, sujetándose al ejercicio de las evoluciones, a la voz de un oficial secular, que se encargó de su instrucción. Ya tiene Vuestra Señoría Ilustrísima al clero del Cuzco con espada ceñida y fusil al hombro, esperando por instantes las agonías de la patria, de la religión y la corona, para defenderla del insurgente Tupac-Amaru; ya sale en pública plaza con la bandera que seguía, bajo los jeroglíficos del Cristo de Temblores, imagen del Rosario, retrato del Rey y sus armas, a auxiliar el cuartel general, en el sobresalto que tuvo con el suceso de la Pampa de Chita, una legua distante de la ciudad, en que se vieron los primeros ensayos de los indios, como si fuesen los más aguerridos militares, y con este ejemplo alentada la plebe, con otro espíritu los nobles, y más animadas nuestras pocas tropas.
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Al mismo tiempo que se estableció este auxilio, velaban los clérigos de centinelas en las torres, rondaban las calles, guardaban los puestos más arriesgados, sin omitir la más ridícula ocupación del soldado, cuando los cuerpos religiosos se encargaban de la custodia en sus templos, y de los monasterios de religiosas, en cuyos atrios permanecían en continuas vigilias con las armas en las manos. A todos estos actos se encaminaba mi solicitud, sin perdonar fatiga por ser este mi reposo.
No han faltado críticos que hayan reprobado esta oportuna resolución, y a nombre de Vuestra Señoría Ilustrísima, por autorizar la maledicencia, botaron al público cierta carta, en que querían persuadir, que aun en el caso de rebelión, no podían los eclesiásticos tomar armas. Di al desprecio esta impostura, que también dio mérito a que en la Universidad de Lima se defendiese como sistema seguro, que en semejantes circunstancias podían y debían armarse los eclesiásticos; supongo que sería con las doctrinas que generalmente se ven en canonistas del mayor carácter, pero parece que el impostor carecería de estas luces, y aun de la que ministra la historia. Son muchos los pontífices, que desde San Gregorio II han levantado armas, no por defensa de la fe, sino por motivos puramente temporales, aun contra católicos. Vemos a Julio II a la frente de un ejército no por la causa de religión, sino por defender sus estados; al cardenal Ximénez de Cisneros salir a campaña a la conquista de Orán; a Juan Caramuel, obispo sufragáneo de Praga, defendiendo esta plaza de los suecos el año de 1648, y tiempo antes contra holandeses y franceses, y si queremos subir más arriba, se nos presenta el infante don fray Sancho de Aragón, hijo del rey don Jayme, religioso mercedario, y después arzobispo de Toledo, quien juntó ejército, y salió a pelear en la Andalucía contra moros; y habiendo muerto en la batalla, lo caracteriza el cronista de su religión por mártir. Y dejando otros ejemplares de prelados y religiosos que han comandado ejércitos, y han muerto en ellos, nos contraeremos al caso del doctor don José Dávila Falcón, doctoral de la metropolitana de Lima y su Provisor, que por oficio de aquella Real Audiencia, que gobernaba por muerte del señor Conde de Lemus, alistó 850 clérigos, cuando fue amenazada de ingleses aquella capital.
Se ha visto en esta sangrienta escena que los indios, muy superficialmente o por pura ceremonia, conservan el renombre de cristianos, y que en la realidad son poco menos bárbaros que sus ascendientes, aunque más crueles; por otra parte se han reconocido enemigos irreconciliables de los españoles, y si no incurre en irregularidad el clérigo, que mata por defender al inocente, cuando de otro modo no puede libertarle la vida, como largamente lo sienta Cobarrubias, Lecio, Suárez, Bonacina y otros, teniéndolo por justo, lícito y santo, y se prueba con el -166- Deuteronomio capítulo 9, non inferenda 23, con el ejemplo de Moisés que mató al Egipcio; y capítulo Dilecto de sent. excomunicat, con cuánta más razón diremos no la incurren los clérigos del Cuzco, armándose contra los indios que, independiente de haber dado pruebas nada equívocas de proceder contra la religión, acometieron con inhumana impiedad a tantos inocentes, sin perdonar aun los párvulos; fuera de que, como se lleva indicado, este remedio fue solo subsidiario, porque no llegó el caso de que saliesen a campaña.
Y qué dirá Vuestra Señoría Ilustrísima si supiese que a todas estas inquietudes de ánimo se me agrega la imponderable y ajena de mis facultades, de estar continuamente impidiendo la deserción de las poblaciones, y asegurarlas, como aconteció en Calca, Colla, Lamay, Pisac, San Salvador, etc.; que se custodiasen los puentes, que acompañasen los clérigos las expediciones, por modo de reconquista espiritual, pues no se consideraban seguros y respetables sin el auxilio de la predicación, como lo representaban los comandantes. Todo recaía sobre mí, y lo que más me incomodó fue el preservar la villa de Urubamba y pueblos de su quebrada, por el orden imprudente que se dio para que se quemase el puente de mimbres, que hace todo su tráfico con las provincias vecinas. A que me opuse con la firme resolución de pasar a guardarle con mi clero, porque verificado que fuese, quedaba el enemigo dueño de la inexpugnable fortaleza de Vilcabamba de la provincia de Abancay, y de las demás hasta Lima, cuyos auxilios perderíamos cortado el puente de Apurimac, como lo proyectaba Tupac-Amaru; y finalmente, posesionado de Urubamba, quedaría el Cuzco sin los abastos abundantes de granos que ofrecen sus fértiles campos, y expuestos a frecuentes asaltos cuantas veces lo intentase.
Es notorio lo que trabajaron los curas de dicha quebrada de Urubamba en defenderla de las incursiones de los enemigos; pues aunque llegaron al pueblo inmediato de Incay, fueron rechazados con escarmiento, y no pudieron penetrar lo restante de la provincia. Asimismo es laudable el celo de los curas de Cotabambas en cortar de raíz el contagio que cundía en toda aquella provincia, y la inmediata de Chumbivilca; porque desolados y muertos los sacrílegos Bermúdez y Parbina, caudillos principales de Tupac-Amaru, se extinguió enteramente aquel mal, que no practicaron los clérigos de Paucartambo, tomando las armas y fortaleciendo a los vecinos de esta rica población, sin excepción de las mujeres, que también militaban, para impedir el paso a Diego Tupac-Amaru, primo de José, que procuraba allanarle con un formidable ejército, con el fin de socorrer a este insurgente en el bloqueo del Cuzco; y no lo consiguió, sin embargo de haber mantenido el asedio la primera vez más de tres meses, en cuyo espacio tuvo diez y siete combates. -167- Excuso referir otras particularidades de curas y eclesiásticos en el resto de la diócesis, porque sería dilatarme más.
Como viese cuánto gravaban estos males, que inmediatamente tocaban en la profanación del santuario, cuyas quiebras debía reparar, y que aun los más celosos párrocos habían descaecido de su celo, y cedido a la fuerza con detrimento de la doctrina eclesiástica y cuidado de su feligresía, que con tanto empeño procuré introducir desde mi ingreso a este obispado, determiné salir de la capital a los pueblos rebelados; y participando al excelentísimo señor Virrey de este reino la deliberación con los motivos que me impelían, en carta de 19 de julio del año próximo pasado, me significó con fecha de 10 de agosto, que, no obstante de ser mi permanencia en la ciudad muy útil, y que mi separación, aun a la más corta distancia, sería muy sensible al público, pero que en virtud de las causas que la motivaban, por ser de la mayor gravedad e importancia, debía posponer todo otro respeto, porque se presentaba el de Dios, y me hallaba en el caso de desempeñar las primeras obligaciones de mi ministerio. Lo que no solo me aprobaba, sino me lo rogaba y encargaba, facultándome con la mayor amplitud, para hacer comparecer a los caciques, y me expusiesen las causas que dieron mérito a sus excesos, y por su medio suavizar a los demás y concederles el perdón, si volvían arrepentidos a la obediencia del Rey. Para cuyo efecto les señalase los lugares donde se habían de celebrar los parlamentos de indulto y cuanto me pareciese justo, sin dispendio de las leyes del reino, y sin que los corregidores ni otros jueces tuviesen arbitrio para no observar lo que yo determinase a su nombre, e igualmente se me franqueasen por el señor Inspector General los auxilios de tropa que le pidiese, y de la caja real la plata que necesitase.
Mas reflexionando que esta diligencia no sería eficaz, si no fuesen comprendidos en la gracia del indulto los mismos cabezas de motín, entrando en ellos Tupac-Amaru y sus sobrinos, porque de estos dependían los demás, y bebían como en venenosa fuente el espíritu de sedición, consulté al señor Virrey en oficio de 27 de agosto, si todos estos quedarían indultados, no solo en sus vidas, sino en su libertad y haciendas, si acaso se rendían del modo que se deseaba; y conociendo este benigno jefe la importancia del perdón general, expidió el edicto comprensivo al indulto de las cabezas, que tanto beneficio nos ha traído.
Con este auspicio y facultades, salí el 10 de enero de este año, acompañado del señor Inspector, sin que me arredrase ni lo riguroso de las nieves, ni los enemigos que llevaba por todas partes, hasta el pueblo de Sicuani de la provincia de Tinta, adonde emplacé al insurgente -168- Diego Cristóval Tupac-Amaru, y sus principales mandones y coroneles; parece que se aprovechasen del indulto concedido, después de haberle dirigido muchas pastorales. Sería larga historia, si refiriese a Vuestra Señoría Ilustrísima cuánto me costó convencer a este rebelde, superando las muchas dificultades que ponía su desconfianza o malicia. Mandele varios curas de aquellas provincias, que lo persuadiesen, y entre ellos los de más aprobada conducta, don Antonio Valdez de Coaza, y don José Gallegos de Putina, en que padecieron ímprobos trabajos estos celosos presbíteros; y después de indecibles sustos y fatigas, logré traer a Diego a mi presencia. Afiancele la real palabra en lo prometido por el señor Virrey, y juró en mis manos la fidelidad al Rey y a sus ministros, en todos los demás actos de sumisión y respeto, que se vieron el 27 de enero con la mayor solemnidad en la iglesia de aquel pueblo, donde celebré de pontifical en acción de gracias. A este ejemplo bajaron consecutivamente en los 19 días que allí estuve, más de 30.000 indios, a quienes después de impartirles la absolución de la censura, en que estaban incursos, les conferí el sacramento de la confirmación, sin reservar el descanso de la noche, con lo que se dio principio a la gran obra de la pacificación que hoy disfruta toda la diócesis, y se ha extendido a la de Vuestra Señoría Ilustrísima.
Como fruto precioso de aquellas tareas, tengo la satisfacción de la común tranquilidad. No quiero atribuirme estas glorias, porque son obras puramente de las beneficencias del Señor, que sin mirar las grandes culpas de este su mal siervo y ministro, ha esparcido el rocío general de la paz. Si Tupac-Amaru no asiente a mis consejos, si mis emisarios no trabajan tanto en persuadirle, aun exponiendo sus vidas a la ojeriza de los coroneles, que repugnaban su reducción, y si no tomo la resolución de pasar hasta Sicuani, hubiera durado la inquietud mucho tiempo, y acabarían con nosotros. Más de un año había corrido el movimiento, y en todo él nada más se adelantó que agotarse las poblaciones en los muchos que morían, y otros que se agregaban al enemigo. El erario se veía consumido y no se hallaban caudales para sostener una guerra de hostilidad, que nos iban manteniendo los rebeldes, sin presentar descubiertamente el cuerpo. De cerro en cerro y de quebrada en quebrada nos fatigaban y destruían las expediciones que con frecuencia salían; nada obraban, y solo traían desgracia por triunfo; y en la hipótesis de que hubiésemos aprendido a Diego Cristóval, sería por milagro, como sucedió con su primo José Gabriel, que burlándose del gran ejército que salió en su seguimiento, cayó en manos de una infeliz anciana, vecina del curato de Languí, llamada María Rodríguez, porque por lo natural siempre vencería a causa de las muchas ventajas que nos llevaba en tropas, provisiones y armas, y cuando viniesen de fuera tropas a combatirlo, tomando -169- el asilo de la escabrosa provincia de Carabaya, se pondría en estado de eludirlos.
Sin estas contingencias y nuevas pérdidas, hemos obtenido por el camino de la suavidad, cuanto podía anhelarse. Dejonos Tupac-Amaru libre el paso de las provincias del Collado, sometiéndose a mi patrocinio, y disfrutar las piedades del Rey; y el señor inspector don José del Valle marchó con un corto número de tropas a aquellos lugares, sin obstáculo que le embarazase su pacífico viaje, siguió su ruta por los pueblos de aquella región, lleno de inciensos y pisando flores. Recibíanle con arcos triunfales en obsequio de la paz, como él me lo escribió de Azangaro, en 9 de abril de 1782, otra al corregidor de Tinta, don Francisco Salcedo, con la misma fecha; y a excepción de tal cual relapso, nada tuvo que vencer hasta la provincia de Omasuyos de ese obispado, en cuya capital dejó su campamento a establecer el sosiego, mediante las entrevistas que se tuvieron con el señor presidente de la Audiencia de aquel distrito, y comandante general de sus tropas, don Ignacio Flores, como bien sabe Vuestra Señoría Ilustrísima.
Mientras por aquella vía divulgaba el señor Inspector los privilegios del indulto, regresé a mi capital con los consuelos de dejar en Sicuani verdaderos monumentos de universal quietud, apetecida en Diego Tupac-Amaru, arrepentido de sus pasados deslices, y la mayor parte de su familia. Resistía este mi salida con lágrimas e importunas súplicas, o porque me concebía todo el apoyo de su nueva gracia, o porque recelaba de la fe de los jefes, a cuya disposición quedaba; y para obligarme a que por más tiempo me demorase en aquel pueblo, me hacía memoria de la resistencia que mostró en Surucache y Marangani a su entrada, de que tuvo testimonio el corregidor de Tinta, don Francisco Salcedo, que se adelantó a recibirle, y a quien aseguró que solo afianzado en mis promesas la resolvía. No pude condescender a sus ruegos, porque me llamaba a la ciudad la intempestiva muerte de mi Provisor, y el que me viesen los pueblos del tránsito y vecindario del Cuzco volver con las satisfacciones que no pensaron, asegurando funestamente de este suceso a la salida los que creyeron insuperable la repugnancia de los Tupac-Amaru. Tocaron con la experiencia el desengaño estos incrédulos, y los indios, que o se mantenían resistentes o recelosos de los pueblos altos de Cadea, Ocangate y Lauramarca, que hasta entonces no hubo fuerzas ni arbitrios para reducirles descendieron a las poblaciones de la carrera a recibir la absolución, y lograr del indulto. Así seguí lleno de gozo hasta el Cuzco, sin excusar la visita de 10 curatos desde Sicuani a la ciudad, donde ocurrieron los obstinados de Lares, Pisac, Calca y otras partes, a afirmarse en -170- su perdón, que aun con todo el edicto impreso, no estimaban, si no les añadía la suscripción de mi propio puño.
De este modo se ha propagado la paz, y ya no se oye rumor de sedición. En algunas partes mantenían los indios la posesión de las haciendas y ganados de los españoles; pero arrepentidos, ya las han devuelto a sus legítimos dueños, comprobando la realidad de sus intenciones, con entregar las armas de fuego y blancas, y a los que fueron cabeza de sedición, por algunos indicios que les notaron de nueva complicidad. Así van dando estos infelices las mejores muestras de su reconciliación, y lo que se vio en el estado más lastimoso, y que parecía imposible de remedio, a costa de tantos sudores y penalidades, vemos al presente sin visos de alteración. A este propósito, y que las doctrinas radiquen su antigua quietud, voy visitando las que más lo necesitan, así para que los naturales mantengan la obediencia al Rey, como para que los párrocos no se excedan en sus exacciones; a cuyo fin he formado aranceles de que carecía esta diócesis, siendo la primada del reino, que están ya impresos, y en primera ocasión remitiré un ejemplar a Vuestra Señoría Ilustrísima.
En lo trágico de esta escena, no solo se representó el papel de rey por Tupac-Amaru, y de virrey por Tupac-Catari, sino también el de obispo en Nicolás Villca, indio natural de la hacienda de Pachamachay de la doctrina de Challabamba, jurisdicción de Paucartambo, propia de don Antonio Ugarte, mayorazgo del Cuzco, y situada en una montaña áspera e inaccesible. Se hizo obispo, conformándose su circunspección, proceridad de su persona, y calva extendida desde el cráneo hasta el cerebro, que le hacía espectable con el carácter que figuraba, según se me presentó. Se captaba veneraciones de tal; besábanle las manos, postrábanle la rodilla, distribuía bendiciones, y persuadía a los suyos, que los eclesiásticos no hacían guerra, y solamente debían defenderse; así lo ejecutaron en las invasiones de los rebeldes vecinos, fortificándose con una muralla casi inexpugnable.
Ambos debemos consolarnos en la alternativa de nuestros infortunios, así por lo que toca a las aflicciones de nuestros rebaños y causa pública, como porque nos hieren en nuestras propias personas, pues convertidos en fieras voraces nuestras ovejas, el premio que nos corresponde es intentar destrozarnos el honor, único antemural de la dignidad para su respeto, de que en el exordio de esta carta hablé aunque generalmente a Vuestra Señoría Ilustrísima. Y a la verdad llenaría volúmenes, si le explicase estos justos sentimientos, pero ya que Vuestra Señoría Ilustrísima vierte los suyos hacia esos desconocidos beneficiados, me contraeré a tocar algo de los que me respetan, y ofenden igualmente a Vuestra Señoría Ilustrísima, y son del número de aquellos que no queriendo -171- entender el bien que reciben, por no obrar el con qué debían satisfacer a las obligaciones de agradecidos, obcecados de su malicia, solo abren los labios unas veces, para implicarnos en la rebelión, y otras para hacernos causa de ella. Ya he sabido cuánto se ha extendido en este punto contra Vuestra Señoría Ilustrísima la maledicencia, no solo de la abatida rudeza de la plebe, sino aun de las personas de suposición, y que aparentan juicio, cerrando enteramente los oídos a la justicia de la intención; porque no tiene este linaje de gente vil, más entendimiento que su pasión, ni más ejercicio que los agravios, violencias, acusaciones y calumnias, con que se atreven hasta lo más sagrado, si hemos de hablar con el Crisóstomo.
Pero lo que más me admira, es que ha tomado tanto incremento este vicio, que ya no alcanza para desterrarlo el motivo o remedio que el citado Padre se propone. Él siente que a los magistrados temporales se les da veneración, porque se les teme, negando con impía facilidad el respeto a los obispos, por la contraria razón de solo tener potestad espiritual: «Nam in principibus (habla de los seculares) urget metum in his vero (habla de los obispos) quando timor Dei apud istos valet nihil». Pero ya este, vuelvo a decir, no es remedio, pues, estoy informado que tampoco se ha podido librar de semejantes tiros nuestro digno amigo el señor oidor, don Francisco Tadeo Díez de Medina, sin que lo haya puesto a cubierto de esos infames piratas de la humanidad ni su respeto, ni su heroica conducta, ni su lealtad, ni los recomendables trabajos, que es constante ha experimentado en defensa de esa ciudad, y pacificación de las provincias vecinas, dándole el título como a Vuestra Señoría Ilustrísima y a mí, de Tupac-Amaristas.
Yo he padecido en esta parte tan mortales heridas de la emulación y mordacidad, que tengo ya marchito el corazón, y casi rendido a los golpes de la inexorable detracción. Sé por propia experiencia hasta dónde se avanza este monstruo, y que proviene de la general conspiración de los malcontentos, que viendo atrasados sus designios, formados con arreglo al espacioso plan de los viles intereses que los enriquecían, a costa de las infelices provincias, y de la sangre y sudor de sus infelices habitantes, se hallan hoy en otro mundo, por el trastorno que ha experimentado el reino. Pero como desde los principios formé dictamen de que convenía disponerme para un martirio prolongado, y hacerme víctima de la crítica más sangrienta, no queriendo hacer uso del desahogo, que en semejantes casos nos han enseñado prácticamente los Nazianzenos, los Crisóstomos, los Gerónimos, los Basilios, Pelagio Papa, el Aquino y otros santos, que viéndose infamados prorrumpieron con dolor contra sus enemigos, tratándolos ya de perros rabiosos y de fantasmones, hipócritas, ignorantes, envidiosos, malignos, perversos, y otras agrias expresiones, con que le pareció -172- lícito increpar a sus detractores e inicuos impostores, solo traje a consideración el ejemplo que nos dejó a los obispos el padre San Agustín, en el raciocinio a su pueblo, quejándose de las invectivas que sufría, con cuyas palabras me permitirá Vuestra Señoría Ilustrísima concluya esta, pidiéndole, que si por algún acaso no ha hecho Vuestra Señoría Ilustrísima reflexión sobre ellas, las tome también como lenitivo a sus padecimientos. «Hoy, dice, ha de hablar mi oración con los que me han ofendido, con los que siendo en el mundo fiscales de mis operaciones, hacen conmigo para con Dios oficio de abogados; ellos ignorantes presumen que me lastiman, y yo estoy cierto que me coronan. Sus injurias son para mí beneficios; pues cargándome de oprobios, hacen que crezcan y sean mayores mis méritos; cuando me ultrajan, me encumbran, dándome ocasión de que los perdone, y que con el perdón de sus ofensas, le alcance yo del Señor a quien he ofendido. A vosotros hablo, ya presentes, ya ausentes; porque os enseño la verdad, me tenéis por enemigo; porque os aconsejo lo que os importa, me llamáis intolerable; tomáis por agravio lo que trabajo en vuestro provecho; vosotros aborrecéis al médico, que os cura, y a la enfermedad que os aqueja; no podéis sufrir mi solicitud, ni yo vuestro pestilente olor».
El deseo de dar a Vuestra Señoría Ilustrísima una breve idea de los acaecimientos principales de la rebelión en este obispado, mis cuidados y presente estado de las cosas, en correspondencia de la que merecí a Vuestra Señoría Ilustrísima en su citada, de los que sufrió en el suyo, me ha empeñado hacer más difusa esta carta de lo que pudiera. Y pues Dios nos deparó una misma cruz conviene llevarla con resignación, y en nuestros sacrificios auxiliarnos para fortalecernos. Esto lo pide nuestra confraternidad, y especialmente el pacto con que nos obligamos.
Por mi parte protesto a Vuestra Señoría Ilustrísima, que en los míos siempre lo he tenido muy presente, como el pedir logre su vida muchos años. Huayllabamba, 20 de julio de 1782.
Ilustrísimo Señor: Besa la mano de Vuestra Señoría su amante hermano y seguro amigo y capellán.
JUAN MANUEL, obispo del Cuzco.
Ilustrísimo señor doctor don Gregorio Francisco de Campos.
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Oficio del comandante don Ignacio Flores al Virrey de Buenos Aires, manifestándole que reconocida la causa de Miguel Bastidas, nada resulta contra él
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Muy señor mío: Entre los muchos objetos que en esta ciudad ocupan mi atención, ha sido de los primeros la causa de Miguel Bastidas, cuñado del rebelde José Gabriel Tupac-Amaru, y conocido por Puyo-Cagua. Este es aquel que, después de haber puesto el segundo cerco a este lugar, como emisario al efecto del principal sedicioso su relacionado, se presentó en el santuario de las Peñas ante el comandante don José Reseguín, implorando el beneficio del indulto. Lo ejecutó, trayendo consigo a varios caudillos y secuaces de la rebelión, en que se distinguieron con el título de coroneles. Posteriormente fue sindicado de que se conducía con ánimo pérfido y doble, con designio de reincidencia, en cuya virtud se procedió a la captura de su persona y de la de sus compañeros, manteniéndose presos hasta el día en este cuartel.
La gravedad del caso me ha contraído a hacer prolijas averiguaciones, y un exquisito examen para entrar en el fondo de la verdad; y adquiriendo los necesarios conocimientos de cuantos podían administrarlos, e inspeccionando el proceso que se le fulminó, no encuentro en el acto de perdón que solicitó, se portase con espíritu doloso ni de mala fe; por el contrario, se descubren la sinceridad y sólido arrepentimiento con que detestó sus anteriores errores, restituyéndose a la obediencia del Rey. Juntamente se demuestra que en el tiempo del tumulto, no fue tirano con los blancos y cautivos; señalándose de ese modo entre los demás alzados; y por la poquedad de su ánimo, con otras calidades naturales que manifiesta, tiene a su favor la presunción, resultando por todo ser las cavilaciones, el ardor o la preocupación, la que levantó sobre el infeliz el enunciado gravamen.
Agrégase que en tan crítico estado se expidió por la superioridad de Vuestra Excelencia el prudentísimo, útil y oportuno indulto para cuantos se separasen del partido de la sedición. Yo debo venerar con profundo acatamiento una providencia que ha producido y arrastra -174- tantos provechos; también soy necesitado a puntualizar su observancia con la mayor exactitud, para desprender de los indios algunos temores que injustamente los penetran, de que únicamente es temporal o de pura perspectiva la indulgencia dispensada por la piedad de Vuestra Excelencia. Para deslumbrar esta nueva especie, concebida por la necedad de los naturales, y talvez sugerida por la malicia, procuro enviarles convenientes ideas de su error, y en conformidad he juzgado indispensable tratar suavemente a Bastidas, y aliviándole sus padecimientos, remitirlo a la vista de Vuestra Excelencia, como lo verifico en el día, con la decencia respectiva a su individuo. He tomado esta resolución, porque aunque no lo encuentro acreedor a pena, me parece muy preciso separarlo de estos países y de toda comunicación con los indios. En ninguna parte se logrará mejor la seguridad de este proyecto, que poniéndolo en esa capital, y a la presencia de Vuestra Excelencia, sujeto a las deliberaciones de su integridad.
Los autos obrados en la materia son comprensivos de otros cómplices del alzamiento; las causas están complicadas, y requieren su substanciación previa. Por este motivo no caminan con Bastidas; pero así sucederá luego que se evacue dicha diligencia, y en tanto están prevenidos mis deseos a los superiores arbitrios de Vuestra Excelencia.
Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Paz, 6 de agosto de 1782.
Excelentísimo señor. Besa la mano de Vuestra Excelencia, su más rendido servidor.
IGNACIO FLORES
Excelentísimo señor don Juan José de Vértiz.
Oficio del comandante don Gabriel de Avilés al corregidor de Azangaro, don Lorenzo Zata y Subiría
(Reservada.)
Muy señor mío: Los ingratos Tupac-Amaru, olvidados de que se les concedió vida y libertad, que en ningún modo merecían, y de -175- que no solo se les trató con el mayor amor y agrado, sino que la generosidad del excelentísimo señor Virrey, les dio una pensión de 1.000 pesos a Diego, y 600 a cada uno de los sobrinos, fomentaron nueva sublevación, que principió el 3 de febrero en los Altos de Marcapata, aunque con la actividad de las providencias, se cortó con el arresto de los que se manifestaron jefes de la inquietud. Habiéndose justificado ser todo por órdenes de estos infames, con este justo motivo se toman providencias para su arresto; y como aunque las medidas están bien tomadas, pudiera alguno huirse, lo prevengo a usted con anticipación, así para que esté con cuidado del fermento que pudiera tener esa provincia, como para que se esté con vigilancia; y si pasa algún incógnito o forastero, se sirva mandar lo arresten, o si faltó o no alguno de los reos.
Hasta que esto sepa usted se ha verificado, conviene infinito el secreto, y después conceptúo conveniente que se haga pública la ingratitud de estos viles y su nuevo delito, para que todos conozcan la legalidad de nuestro proceder, y que ellos son la causa de que no se les continuase la libertad y buen trato que hasta aquí han tenido; y para que los que antes procedieron mal, sepan que si continúan fieles, no experimentarán agravio alguno.
La adjunta se servirá usted entregar al expreso que lleva esta; y para que con más seguridad pase a su destino, espero se sirva usted darle sujeto de su satisfacción que le acompañe.
Nuestro Señor guarde a usted muchos años. Cuzco 14 de marzo de 1783. Besa la mano de usted su mayor servidor.
GABRIEL DE AVILÉS
Señor don Lorenzo Zata y Zubiría.
-176-
Nota de los individuos de la familia de los Tupac-Amaru, arrestados por mí, el coronel don Francisco Salcedo, corregidor y comandante de las armas de esta provincia de los Canas y Canches Tinta
Cecilia Tupac-Amaru.
Mariano Mendiguri, hijo de la dicha Cecilia.
Felipa Mendiguri, hija de la dicha.
Juan Barrientos, nieto de Bartolomé Tupac-Amaru, primos hermanos del vil José Gabriel y Diego Tupac-Amaru.
Margarita Castro, hermana de la Marcela, y tía del mismo Diego.
Antonia Castro, ídem ídem.
Paula Castro, ídem ídem.
Martina Castro, ídem ídem.
José Sánchez, cacique del pueblo de Purimana, marido de la antedicha Margarita Castro.
Francisca Castro, mujer de Francisco Noguera, primos hermanos de José Gabriel y Diego Tupac-Amaru.
Lorenzo Noguera, hijo de Francisco Noguera y de Asencia Castro.
Paula Noguera, hija de la dicha Francisca Castro.
Antonio Castro, tío del dicho Diego.
José Castro, tío del enunciado Diego.
Cayetano Castro, ídem.
Bernardo Castro, ídem.
Francisco Castro, hijo del antedicho Antonio Castro, primo segundo de Diego.
Francisco Castro, menor, ídem en todo.
Patricia Castro, prima hermana de Diego.
Manuel Castro, hijo de dicha Patricia.
Asencia Castro, prima de Diego Tupac-Amaru.
María Luque, hija de dicha Asencia Castro.
Silvestre Luque, ídem.
Marcelo Luque, ídem.
Miguel Tito-Condori, padre de Manuela Tito-Condori, mujer de Diego.
Nicolasa Torres, mujer del antedicho Miguel.
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Miguel Tito-Condori, hermano de la mujer de Diego Tupac-Amaru.
Gregorio Tito-Condori, ídem.
Marcelo Tito-Condori, ídem.
Feliciana Tito-Condori, hermana ídem.
Antonia Tito-Condori, ídem.
Manuel Tito-Condori, hermano ídem.
Luis Tito-Condori, ídem.
Mariano Tito-Condori, ídem.
Isidora Escobedo, prima hermana del vil José Gabriel y Diego Tupac-Amaru.
Bartola Escobedo, ídem.
Catalina Guancachoque, madre de las referidas, Isidora y Bartola.
Pedro Venero, marido de la antedicha Bartola.
Ventura Aguirre, suegro de Juan Tupac-Amaru.
Nicolasa Aguirre, cuñada del dicho Juan.
Antolín Ortiz, marido de la Nicolasa Aguirre.
Marcelo Puyucagua, tío de la mujer del vil insurgente, José Gabriel Tupac-Amaru.
Simón Capatinta, consanguíneo con la mujer de dicho José Gabriel.
Martín Capatinta, ídem en todo.
Pascual Cusiguamán, de igual enlace.
Andrea Uscamanco, mujer del antedicho Cayetano Castro.
Juan Belestrán, criado de la dicha Cecilia.
Santusa Castro, hermana de la Marcela, madre de Diego.
María Cruz Guamani, ponga de la citada Cecilia.
Francisco Díaz, su marido.
Pablo Quispe, hermano de Manuela Tito-Condori, mujer de Diego.
Ignacio Quispe, primo hermano de la dicha mujer de Diego Tupac-Amaru.
Gregoria Malque, mujer de Manuel Tito-Condori, tío de la mujer de Diego.
Juliana Tito-Condori, hija de dicho Manuel, y prima hermana de la mujer dicha.
Antonia Cayacombina, mujer de José Castro, tío de dicho Diego.
Paulino Castro, hijo de José, primo hermano de Diego.
Antonia Castro, hija de José Castro, prima hermana de Diego.
Santusa Canque, mujer de Antonio Castro, tío de Diego.
Margarita Condori, tía de la mujer de Diego.
Dionisia Caguaitapa, mujer de Marcelo.
-178-
Puyucagua, tío de José Gabriel Tupac-Amaru y demás.
Diego Ortigosa, secretario consejero de José Gabriel y Diego Tupac-Amaru.
Tomás Araus, confidente y mayordomo de las chacras de Diego.
Margarita Cusi, mujer del antedicho Tomás Araus.
Crispín Guamani, uno de los más inhumanos coroneles de José Gabriel y Diego Tupac-Amaru: el que asoló a Cailloma, y atacó a la columna de Arequipa, al cargo de don Pedro Vicente Nieto, en 27 de mayo del año pasado de 1782.
Tomás Jacinto, famoso coronel de las Punas de San Pedro y San Pablo de Cacha, y el más observante de las órdenes de Diego.
Ocho indios que me fueron remitidos de las Punas de Checacupe y Pitumarca, por los delitos que se les atribuyen en las cartas que, con fecha 21 del que sigue, remití al señor coronel, comandante general, don Gabriel de Avilés.
María Ramos, natural del pueblo y provincia de Sorata, concubina de Diego Tupac-Amaru, quien arrestada y apremiada, confesó el agujero donde habían escondido la esquela, que en copia remití a dicho señor Coronel Comandante general.
Quedan por prenderse de esta descendencia
Juan Tupac-Amaru.
Susana Aguirre, mujer de dicho Juan.
Francisco Noguera.
Antonio Capatinta.
Juana Coriyuto (alias Bastidas), tía de Mariano Tupac-Amaru.
Diego Anco, confidente de Diego, en cuya casa ha mantenido su concubina desde que llegó del Collado.
NOTA. Posteriormente a la prisión de los arriba mencionados, se logró aprender en los Altos de Checacupe a Melchor Ramos, célebre partidario de los rebeldes.
Es copia de su original, remitido por don Francisco Salcedo, corregidor de la Provincia de Tinta, el 25 de marzo de 1783.
AVILÉS
-179-
Oficio del mismo Avilés a don Sebastián de Segurola
Muy señor mío: Antes que recibiera Vuestra Señoría la que le escribí con fecha 11 de marzo, supongo habrá llegado a su noticia la prisión de Diego Tupac-Amaru y su familia, que se ejecutó el día 15 del que acaba, por don Raimundo Necochea, corregidor de Quispicanchi; cuyo hecho me causó los mayores cuidados, porque la inconsideración y locuacidad de algunos moradores de esta ciudad, habían divulgado la providencia que se iba a tomar con estos reincidentes traidores. Y aunque yo había manejado el asunto con el mayor sigilo, no pude evitar que sospechasen la determinación; porque siendo público que la conmoción de Marcapata había sido originada por disposición de los Tupac-Amaru, y sabiendo que había regresado el expreso que hice a Lima, dieron por supuesto habría recibido el orden correspondiente, y con su falta de reflexión, me expusieron a malograr tan interesante asunto, que se conmoviese de nuevo el reino, y recayesen sobre mí las resultas, así porque yo había declamado desde la muerte de mi venerado General, que era indispensable se extrajesen de estas provincias a estos infames, como porque últimamente había propuesto su arresto.
Además de los sujetos que expresa la relación que acompaño, se han preso a otros muchos; y aunque Juan Tupac-Amaru es uno de los que faltan, espero en Dios lograremos su arresto, y aunque no se consiga, no es sujeto que puede causar mucho cuidado, porque jamás ha tenido séquito entre los indios; y espero que Vuestra Señoría se sirva dar las providencias convenientes para que si pareciese en alguna de las provincias de esta Comandancia General, se le arreste para evitar contingencias. En inteligencia, que hago igual prevención a los corregidores de Lampa, Azangaro, Carabaya y Puno, y a los de Cailloma y Arequipa.
En todas las provincias de estas inmediaciones reina la quietud, sin que en alguna de ellas se haya notado disgusto por la prisión de estos infames; y antes por el contrario, muchos indios se han alegrado de verse libres de sus sugestiones.
A los tres sobrinos, Mariano, Andrés y Fernando, que estaban en Lima, se les aseguró inmediatamente que se recibió mi expreso, y me persuado que se echó el sello a la quietud del reino.
-180-
Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría muchos años. Cuzco, 31 de marzo de 1783.
Besa la mano de Vuestra Señoría su más atento servidor.
GABRIEL DE AVILÉS
Señor don Sebastián de Segurola.
Bando del Virrey del Perú y Chile
Don Agustín de Jáuregui, caballero del Orden de Santiago, del Consejo de Su Majestad, teniente general de los Reales Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de los reinos del Perú y Chile, y presidente de la Real Audiencia de esta capital
El justo aprecio que merecen la generosidad y buenos servicios de los habitantes de este vasto imperio, que con tanto honor y esfuerzos han aspirado a conseguir su tranquilidad; el interés que todos tienen en afianzarla, como que de ella penden sus vidas y haciendas; el temor de que se renovasen las calamidades pasadas, y lo que es más, la necesidad de asegurar el culto de Dios, el respeto a sus sagrados templos y ministros, y la fidelidad al Rey Nuestro Señor, han obligado al fin a tomar por última resolución la de prender a Diego Cristóval Condorcanqui, sus sobrinos y demás principales, que con el nombre de Tupac-Amaru aspiraban al mantener sus alevosos designios, abusando para ello de la clemencia con que se les ha tratado, de los beneficios que se les han dispensado, y de todos los medios de suavidad con que se ha procurado atraerlos, disimulando las repetidas señales que después del indulto han dado de su perfidia. Desde los primeros momentos en que se les hizo saber aquella piadosa disposición, se advirtió la que manifestaban, de continuar en sus depravadas ideas; pero se creyó pudiesen abandonarlas, convencidos por el tiempo y la experiencia de las ventajas y felicidad que les traía el sosiego de sus casas, el perdón de sus delitos, y la liberalidad con que se proveía a su subsistencia. Y como aquella ocasión algunos hechos que aparentaban la sinceridad del arrepentimiento, aunque siempre se desconfió -181- de ella, pareció prudencia alentarlos, hasta lograr otros testimonios que hiciesen menos equívoca la realidad de su conducta. Lejos de conseguir los que se deseaban y debían prometerse de su verdadera enmienda, fueron repetidos los informes y avisos de la que estos traidores afectaban, para que retiradas las tropas que los habían castigado y contenido, les fuese más fácil renovar sus inquietudes; y por tan justos recelos los jefes y superiores de todas clases han clamado todo el año pasado por la urgente necesidad de sacar de allí, a lo menos las principales cabezas de esta ilusa familia, sin que ni las suaves diligencias, ni los arbitrios que se han practicado, hayan podido vencer la resistencia y fingidas excusas con que Diego Cristóval se ha negado, aun a los partidos y ofertas más ventajosas con que se le ha brindado. Y aunque todos estos motivos justificaban la inalterable bondad del Rey para rendir con su poderoso brazo a los que no se postraban por el agradecimiento a sus beneficios, se disimularon, porque su real palabra empeñada en el indulto, no se creyese olvidada en la resolución que estos antecedentes dictaban como inexcusable.
Avisó al mismo tiempo el excelentísimo señor Virrey de Buenos Aires las justas sospechas que tenía de que este obstinado caudillo había ocultado armas, y que según sus cartas que se cogieron en la ciudad de la Paz, la intentaban sobrecoger, para acabar con sus moradores de todas clases y castas; y posteriormente el venerable prelado de aquella diócesis, su procurador general y otros, manifestaron la desconfianza, que siempre tenían, de sus dobles tratos. Siguiéronse otros no leves indicios de la ocultación que se les imputaba de los caudales y tesoros usurpados, sin que las reconvenciones que se les hacían, bastasen para manifestarlos. Cometió después Mariano, hijo de José Gabriel, conocido por Tupac-Amaru, el atentado de sacar el 9 de setiembre en la noche, con armas, del monasterio de Santa Catalina del Cuzco, a su manceba. Recibiose la sumaria que el corregidor de Quispicanchi había formado contra Andrés Mendigure, sobrino y primo de aquellos, por la construcción de la capilla de Cañiamur, sus objetos, y sediciosas persuasiones con que los declaró a los indios. Pero como muchos de estos hechos, y otros de igual clase, no pasaban de un bien fundado y prudente recelo, viendo que Andrés y Mariano se vinieron después a esta capital, y que a pesar de sus influjos, los indios se mantenían fieles y obedientes, se continuó la condescendencia, y por no privarlos de las piedades que la soberana clemencia del Rey les había dispensado, se dejó al tiempo la resolución, dándoselo para volver en sí, y evitar la que iba haciéndose tan justa como forzosa. Nada se consiguió; pues Diego con osada intrepidez -182- se atrevió a disputar el pretendido apellido de Tupac-Amaru, al tiempo mismo de recibir en las reales cajas del Cuzco el mes de octubre último, la pensión de mil pesos, que liberal y piadosamente se le había asignado. Pretendió los mayores honores, aun para las cenizas de su traidor hermano, y afectando otros visos de autoridad y mando, vivía en Tungasuca de un modo nada conforme a sus delitos, ni a la sumisión y humilde reconocimiento con que debía estar por habérselos perdonado; y redoblando por estos motivos el comandante, don Gabriel de Avilés, sus celosas atenciones, dio parte últimamente del suceso que sobrevino en 30 de enero de este año en Marcapata; y aunque no ha tenido resultas, se ha acreditado con las amenazas hechas a los mestizos y otras castas, el peligro en que todas podían verse, si oportunamente no se precave, tomando las providencias que convengan, para arrancar la raíz de tan pernicioso influjo, como lo solicitan los mismos caciques, que fieles han clamado por la prisión de estas cabezas, conociendo las contingencias a que podrían exponer en lo sucesivo, la incauta credulidad de sus indios, y la subordinación en que hasta ahora los mantienen. Por estos motivos, considerando los riesgos y perjuicios que los moradores y vecinos de todas clases y castas del reino podrían experimentar, si más adelante hicieran a los indios la impresión, que felizmente no han logrado hasta ahora, tan perjudiciales sugestiones; y atendiendo a asegurar a todos la tranquilidad de sus casas, el giro de su comercio, el trabajo de sus minas, cultivo de sus haciendas, y la felicidad que es consiguiente a la paz, quietud y fiel subordinación a nuestro Soberano, y legítimo Señor y dueño; y mirando también por los mismos indios, para que seducidos con tan fanáticas pretensiones, no se priven por una inconsiderada reincidencia de los alivios que ya gozan, ni de las seguridades que les afianza el perdón, se determinó asegurar las personas de Diego Cristóval, sus sobrinos y otros de su familia, para disponer después lo que convenga de todas ellas; y de acuerdo con el señor Visitador General del reino, precediendo también el de esta Real Audiencia, se tomaron las precauciones y providencias que parecieron oportunas. Y habiéndose tenido la gustosa noticia de quedar verificadas dichas prisiones, sin la menor resistencia, alteración, ni desgracia, por el celo, prudencia y talento con que las determinó el comandante don Gabriel de Avilés, y ejecutó el corregidor de Quispicanchi, don Raimundo Necochea, ha parecido justo que esta importante noticia se publique en todo el reino, para consuelo de los fieles vasallos del Rey Nuestro Señor, y ejemplar, que contenga a los que pudieran estar seducidos de esta familia.
Y para que así se verifique, y al mismo tiempo se ratifique -183- a todos, y los indios entiendan que esta disposición, fundada en tantas sospechas y motivos, posteriores al indulto, en nada altera su inviolable seguridad, siempre que, guardando la condición esencial con que se concedió, de no volver a reincidir, ni cooperar en manera alguna a las inquietudes, permanezcan fieles como deben, mando, que todo lo dicho se publique por bando en esta capital y demás pueblos del reino; para cuyo fin se imprimirán los ejemplares necesarios que se remitirán por mi Secretaría de Cámara a los corregidores, comandantes y demás jefes militares y políticos, para que lo hagan publicar en todas partes; dando entender a los indios los justos motivos de esta resolución, y todos los buenos efectos que para ellos mismos debe producir. Lima, 29 de marzo de 1783.
DON AGUSTÍN DE JÁUREGUI
Juan María Gálvez
Es copia del bando original que se halla en esta Secretaría de Cámara y virreinato de mi cargo, de que certifico. Lima, 2 de abril de 1783.
Juan María de Gálvez
Bando de Felipe Velasco, Inca
Copia
DON JOSÉ GABRIEL TUPAC-AMARU, Dios guarde su vida por muchos años. Nuestro Señor, que se halla en el Gran Paitití, colocado en el trono imperial y jurado, que Dios guarde y Nuestro Señor por total Inca, y en nombre de nuestro Inca Tupac-Amaru, mando yo, don Felipe Velasco; Tupac-Inca Yupanqui, señor natural y descendiente por línea recta de los señores Emperadores que fueron de estos reinos del Perú: mando por esta carta a mis señores caciques principales, alcaldes y capitanes, sean requeridos luego, y con prontitud vengan todos y principales a este pueblo de Asención, porque así ha convenido al Señor y su Madre Santísima; para que tomemos las armas defensivas. Así todos los hermanos, señores principales, así como del común, aguardan y aguardamos, cuanto más antes que fuese, para darles a ustedes la disposición y mis descargos que ha causado para esta ejecución, y la nueva orden que ha habido de nuestro Inca Tupac-Amaru; y guardando en secreto, conforme tengo mandado a mis capitanes, incontinenti, sin espera ni ignorancia, -184- pongan en el arreglamento sus gentes: que a los que lo contrario hicieren, serán aplicadas, conforme tenemos dicho, y serán convertidos en ceniza. Mayo 31 de 1783.
FELIPE VELASCO, TUPAC-AMARU, Inca.
Sentencia contra el reo Diego Cristóval Tupac-Amaru y demás cómplices, pronunciada por los señores, don Gabriel de Avilés, y el señor don Benito de la Mata Linares
Yo, don Francisco Calonje, escribano habilitado para la formación de las causas que se están siguiendo a Diego Tupac-Amaru y demás cómplices, por el señor don Benito de la Mata Linares, del Consejo de Su Majestad, su oidor de la Real Audiencia de Lima, y juez comisionado por el excelentísimo señor Virrey de estos reinos, para proceder en ellas de acuerdo con el señor don Gabriel de Avilés, coronel de los Reales Ejércitos de Su Majestad y comandante general de las armas de esta ciudad y sus provincias: certifico, que en la causa formada al referido Diego Tupac-Amaru y demás cómplices, se halla a fojas de ella la sentencia pronunciada por dichos señores, de la que hice sacar y saqué el testimonio que previene, y copiada al pie de la letra, es del tenor siguiente.
En la causa que ante nos pende, por comisión del excelentísimo señor Virrey de estos reinos, y se ha seguido de oficio de la Real Justicia contra Diego Cristóval Tupac-Amaru, Marcela Castro, Manuela Tito-Condori, Simón Condori y Lorenzo Condori, en que ha hecho de solicitador fiscal el doctor don José de Saldívar, abogado de la Real Audiencia de Lima, y procurador del reo, el protector de naturales: VISTA, etc. Fallamos, atento a los autos, y a resultar de ellos los gravísimos delitos, en que ha incurrido el reo Diego Cristóval Tupac-Amaru, acreditando en su conducta la falsedad y engaño, con que admitió el indulto, concedido a nombre del benignísimo Soberano, que felizmente reina por muchos años; pues sin respeto a él mantenía correspondencia con los naturales de estos países, acariciándolos, agasajándolos, ofreciéndoles su patrimonio y defensa, usurpando en las cartas que les escribía los dictados de Padre Gobernador e Inca; atrayéndolos a su partido con el suave y dulce nombre de hijos, con -185- el que y sus promesas engañados le contribuían, no solo los de la provincia de Tinta, sino de algunas otras, con víveres; manifestando en su respeto y sumisión el sumo y perjudicial afecto que le conservaban; dando títulos de Gobernador, Justicia Mayor y otros; administrando cierta especie de jurisdicción entre ellos; introduciendo el que recurriesen a él con sus querellas y pedimentos por escrito; ocultando los caudales substraídos a sus legítimos dueños, sin haber restituido cosa alguna, como igualmente las armas: condiciones precisas bajo las que se concedió y admitió el indulto. Queriendo últimamente substraer a nuestro augusto y legítimo Soberano estos dominios, dando órdenes a los indios, para que guardasen las armas, a fin de estar prontos con ellas, para cuando les avisase; advirtiéndoles desconfiasen de los españoles, a quienes no entregasen las haciendas, por deberse repartir estas entre ellos en ayllos. Que no habría corregidores, sino solos justicias mayores, inspirándoles le ayudasen en cualquier trabajo o prisión en que se hallase, tumultuándose todos, dejándose victorear con los dictados de padre; recordándoles con este motivo los beneficios que le habían debido en exponer su vida por ellos, libertarlos de tantas opresiones, y sacándoles la espina que tenían clavada, permitiendo así las aclamaciones que le daban. Los en que se halla convicta Marcela Castro, por haber presenciado la conversación relativa al alzamiento, verificado en Marcapata, sin haberse opuesto ni dado cuenta, manteniendo en desafecto y desconfianza a los indios, poniendo en sus cartas los dictados de hijos. E igualmente los perpetrados por Simón Condori y Lorenzo Condori, haciendo de cabezas de la rebelión en Marcapata, concitando a los indios a ella, llevando por insignia la banda remitida por Mariano Tupac-Amaru, a fin de que los creyesen mensajeros suyos, y les obedeciesen; poniendo en práctica sus inicuas ideas que han confesado, en las que se hallan convictos y confesos. Atendiendo igualmente a hallarse renovados todos los delitos anteriores al indulto, debemos condenar, y condenamos al referido reo, Diego Cristóval Tupac-Amaru, en pena de muerte, y la justicia que se manda hacer es, que sea sacado de la cárcel donde se halla preso, arrastrado a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos, con voz de pregonero que manifieste su delito; siendo conducido en esta forma por las calles públicas acostumbradas al lugar del suplicio, en el que, junto a la horca estará dispuesta una hoguera con sus grandes tenazas, para que allí, a vista del público, sea atenazado y después colgado por el pescuezo, y ahorcado hasta que muera naturalmente, sin que de allí le quite persona alguna sin nuestra licencia, bajo la misma pena; siendo después descuartizado su cuerpo, llevada la cabeza al pueblo de Tungasuca, un brazo a Lauramarca, el otro al pueblo de Carabaya, -186- una pierna a Paucartambo, otra a Calca, y el resto del cuerpo puesto en una picota en el camino de la Caja del Agua de esta ciudad, quedando confiscados todos sus bienes para la Cámara de Su Majestad, y sus casas serán arrasadas y saladas, practicándose esta diligencia por el corregidor de la provincia de Tinta.
A Marcela Castro debemos igualmente condenar, en que sea sacada de la cárcel donde se halla presa, arrastrada a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos con voz de pregonero que manifieste su delito; siendo así conducida por las calles acostumbradas al lugar del suplicio, donde esté puesta la horca, junto a la que se la cortará la lengua, e inmediatamente colgada por el pescuezo y ahorcada hasta que muera naturalmente, sin que de allí la quite persona alguna sin nuestra licencia; y con ella será después descuartizada, poniendo su cabeza en una picota en el camino que sale de esta ciudad para San Sebastián, un brazo en el pueblo de Sicuani, otro en el Puente de Urcos, una pierna en Pampamarca, otra en Ocongate, y el resto del cuerpo quemado en una hoguera en la plaza de esta ciudad, y arrojadas al aire sus cenizas.
A Simón Condori debemos condenar, y condenamos en pena de muerte, y la justicia que se manda hacer es, que sea sacado de la cárcel donde se halla preso, arrastrado a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al cuello, atados pies y manos, con voz de pregonero que manifieste su delito; siendo conducido en esta forma por las calles públicas acostumbradas, al lugar del suplicio, donde está puesta la horca, de la que será colgado por el pescuezo y ahorcado hasta que muera naturalmente, sin que de allí le quite persona alguna sin nuestra licencia; y con ella será después descuartizado, llevando su cabeza a Marcapata, un brazo a la capital de la provincia de Azangaro, otro al ayllo de Puica, una pierna en Apo, junto al cerro de Quico, y otra en el cerro nevado de Ansongate, quedando confiscados sus bienes para la Cámara de Su Majestad.
A Lorenzo Condori, debemos también condenar, y condenamos en pena de muerte, siendo sacado de la cárcel donde se halla preso, arrastrado a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al cuello, atados pies y manos, con voz de pregonero que publique su delito; siendo conducido en esta forma por las calles públicas acostumbradas de esta ciudad, al lugar del suplicio, donde está puesta la horca, de la que será colgado por el pescuezo y ahorcado hasta que muera naturalmente, sin que de allí le quite persona alguna, sin nuestra licencia; y con ella será después descuartizado su cuerpo, -187- llevada la cabeza al sitio de Acobamba, una pierna a Lampa, otra en la estancia de Chilca, doctrina de Pitumarca, un brazo en el puente de Quiquijana, y el otro en el pueblo de Tinta, confiscados igualmente sus bienes. Ejecutándose todo, sin embargo de apelación, súplica u otro recurso, y de la calidad del sin embargo; remitiéndose copia de esta sentencia a los corregidores de las provincias, a fin de que la publiquen por bando en ellas, y ejecute cada uno, en la parte que le tocare, lo en ella prevenido, de que enviarán testimonio, acusando todos su recibo. Y por lo respectivo a Manuela Tito-Condori, debemos condenarla en perpetuo destierro de estas provincias, reservando su destino fijo a la disposición del excelentísimo señor Virrey de estos reinos, a quien se dará cuenta de todo.
Así lo pronunciamos y mandamos, por esta nuestra sentencia definitivamente juzgando.
GABRIEL DE AVILÉS
BENITO DE LA MATA LINARES
Lo proveyeron y rubricaron los señores, don Gabriel de Avilés, coronel de los Reales Ejércitos de Su Majestad, comandante general de las Armas de esta ciudad y sus provincias, y el señor don Benito de la Mata Linares, del Consejo de Su Majestad, su oidor de la Real Audiencia de Lima: ambos comisionados por el excelentísimo señor Virrey de estos reinos, en 17 días del mes de julio, de 1783.
Francisco Calonje
Inmediatamente hice saber la sentencia antecedente a los reos, Diego Cristóval Tupac-Amaru y Marcela Castro, en sus personas, haciéndosela entender a esta por voz del intérprete nombrado en esta causa, de que doy fe.
Francisco Calonje
Sucesivamente notifiqué e hice saber la sentencia arriba proveída a Simón Condori, y Lorenzo Condori en sus personas, por voz del intérprete nombrado en esta causa, de que doy fe.
Francisco Calonje
Inmediatamente hice saber la sentencia antecedente al protector -188- de naturales Sebastián de Medina y Arenas, en su persona, de que doy fe.
Francisco Calonje
En el mismo día, mes y año notifiqué la referida sentencia al Solicitador Fiscal; nombrado en esta causa en su persona, de que certifico.
Francisco Calonje
Sucesivamente hice saber el contenido de la anterior sentencia en la parte respectiva a Manuela Tito-Condori, en su persona, por voz del intérprete nombrado en esta causa, de que certifico.
Francisco Calonje
Yo, José Agustín Chacón y Becerra, escribano, notario público de esta, certifico, doy fe y testimonio verdadero, en cuanto puedo y haya lugar en derecho, como hoy día 19 de julio de 1783 años, siendo más de las diez horas de la mañana, fueron sacados de la cárcel, donde se hallaban presos los reos, Diego Cristóval Tupac-Amaru y Marcela Castro, igualmente Simón y Lorenzo Condori, indios, (también prisioneros en los calabozos del cuartel principal). Estos fueron conducidos por las calles públicas hasta llegar a la Plaza del Regocijo, donde estaba puesta una horca, y aquellos desde la cárcel, para dar cumplimiento a lo mandado por la sentencia antecedente, con asistencia de mí el presente escribano, y una compañía de soldados de infantería que les custodiaba; habiéndose anticipadamente guarnecido todo el circuito de la plaza con las tropas del regimiento de esta ciudad, a saber; el coronel don Ángel de Torrejón, con su regimiento de infantería de milicias de esta ciudad, con sus correspondientes oficiales, don Mateo Francisco de Orocaín, regidor perpetuo de este Ilustre Cabildo, alcalde ordinario de segundo voto; el teniente coronel del regimiento fijo de caballería con sus compañías montadas a caballo, y el coronel don Santiago de Allende con su regimiento de caballería ligera, desmontada, también con sus respectivos oficiales; los oficiales y soldados veteranos que han quedado de los del presidio del Callao, y todos estos regimientos con toda aquella decencia y lucimiento posible, bajo del comando de los señores, don Gabriel de Avilés, coronel de dragones de los Reales Ejércitos y comandante de esta plaza y sus provincias, y don Joaquín Balcárcel, sargento mayor de los Reales Ejércitos, y segundo comandante. -189- Y para mayor autoridad y respeto de las ejecuciones de justicia, estaban presentes aquellos señores Comandantes ya referidos, y los señores, doctor don Benito de la Mata Linares, del Consejo de Su Majestad, y su oidor en la Real Audiencia de los Reyes, don Matías Banlen de Aponte y Fonseca, maestre de campo de los Reales Ejércitos, comandante de la expedición de los Moxos contra los portugueses, teniente de capitán general, corregidor y justicia mayor de esta dicha ciudad; con el doctor don Gaspar de Ugarte, abogado de la Real Audiencia de Lima, alférez real de este Ilustre Cabildo, y alcalde ordinario de primer voto; el doctor don Francisco Javier de Olleta; el coronel don Pablo Astete; don Francisco de la Serna, y el coronel don José Pimentel, regidor de este Ilustre Cabildo. Los escribanos, Bernardo José de Gamarra, Tomás Gamarra, Tomás Villavicencio, Miguel de Acuña, José Palacios, Ambrosio Arias de Lira y Matías Vásquez; algunos vecinos nobles y honrados de esta república, y los cuatro procuradores de causas; en cuyo estado se dio principio a la ejecución de las sentencias de los indios, Lucas Jacinto y Ramón Jacinto, de quienes por separado y a continuación de su proceso tengo sentada la correspondiente diligencia; y luego Simón y Lorenzo Condori fueron colgados del pescuezo en aquella horca, hasta que naturalmente murieron. A estos se siguió Marcela Castro, a quien los ejecutores de sentencias, en la otra diligencia denominados, acometieron a verificar su muerte en los términos contenidos en su sentencia, colgándola del pescuezo hasta que murió y no dio señal de viviente. Últimamente, hallándose junto a la horca una hoguera encendida con bastante fuego, y una tenaza grande en ella que se caldeaba, precedió el pregón, que hizo Lorenzo Quispe, con voz clara, del tenor siguiente:
«Esta es la justicia que manda hacer el Rey Católico, Nuestra Señor, (que Dios guarde) y en su real nombre los señores don Gabriel de Avilés, coronel de dragones de los Reales Ejércitos, y comandante general de las Armas de esta plaza y sus provincias, y el doctor don Benito de la Mata Linares, oidor de la Real Audiencia de la ciudad de los Reyes, jueces comisionados por el excelentísimo señor Virrey de estos reinos, para conocer de las causas de Diego Cristóval Tupac-Amaru y demás sus cómplices en aquel, Manuela Castro, Lorenzo y Simón Condori, reos; porque estos promovieron la nueva sublevación en la doctrina de Marcapata, y aquellos con falsedad y engaño admitieron el indulto, que se les concedió a nombre de nuestro benignísimo Soberano, queriéndole substraer estos dominios, quebrantando el juramento de fidelidad. Por lo que, han sido condenados en la pena ordinaria de muerte de horca, con la calidad de arrastrados, y Diego Tupac-Amaru -190- atenaceado, y lo demás que se contiene en dicha sentencia. Quien tal hace, que tal pague».
Los dichos ministros ejecutores de sentencias, acercaron a dicho Diego Cristóval a aquella hoguera, y tomando en las manos las tenazas, bien caldeadas, descubriéndoles los pechos acometieron a la operación del tenaceo, e inmediatamente lo subieron a la horca, lo colgaron del pescuezo, hasta que naturalmente murió, y no dio señal de viviente. En cuyo estado se repitió por el dicho pregonero, Lorenzo Quispe, indio, el pregón siguiente:
«Sus Señorías, los enunciados señores Comisionados de estas causas, mandan que persona alguna, de cualquier estado y calidad que fuere, sea osada a quitar de la horca los cadáveres de Diego Cristóval Tupac-Amaru, Marcela Castro, Simón y Lorenzo Condori, que se hallan pendientes de ellas, pena de la vida»; y para que conste lo pongo por diligencia, y de ello doy fe.
Agustín Chacón y Bezerra,
escribano, notario público de Su Majestad.
El infrascripto escribano certifico, en cuanto por derecho puedo y debo, como siendo más de las 4 de la tarde del día de hoy 19 de julio de 1783, de orden de Sus Señorías los señores jueces comisionados de estas causas, Felipe Quinco y Pascual Orcoguaranca, ministros ejecutores de sentencias, para dar cumplimiento a lo mandado en la sentencia antecedente, en mi presencia, y en la del capitán don Estevan Reinoso, teniente de alguacil mayor de esta ciudad, y de los escribanos nominados en diligencia que precede, descuartizaron a los cadáveres de Diego Cristóval Tupac-Amaru, Marcela Castro, Simón y Lorenzo Condori, y así descuartizados se hizo entrega dicho teniente de alguacil mayor, para cada pieza darles puntualmente el destino que se contiene en dicha sentencia: como así lo certificarán los demás escribanos, a que me remito. Y para que así conste, lo pongo por diligencia, y de ello doy fe.
Agustín Chacón y Bezerra,
escribano, notario público de Su Majestad.
Concuerda este traslado con la sentencia original y testimonio de su ejecución, que se halla en los autos a que se refiere en -191- la cabeza de este testimonio, la que va cierta y verdadera, de que certifico. Cuzco, y julio 21, de 1783.
Francisco Calonje
Oficio de don Felipe Carrera, corregidor de Parinacochas, al Virrey de Buenos Aires, dándole aviso de una nueva sublevación que acaba de extinguir, con la prisión y justicia de los dos principales caudillos y otros
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Paréceme que no llenaría el número de mis obligaciones, si no diera cuenta a Vuestra Excelencia de los acaecimientos que me han ocurrido desde mi llegada a la capital de Lima. Fue esta en circunstancias de hallarse todo el reino conmovido por el vil fanático insurgente, José Gabriel Tupac-Amaru; con cuyo motivo se dignó el excelentísimo señor Virrey nombrarme de corregidor de esta provincia de Huarochiri, por haber renunciado el empleo el capitán don Vicente de Gálvez, compeliéndome a que lo sirviese, no obstante la real merced que obtuve para el de Parinacochas, por contemplar necesaria aquí mi persona, para en cualquiera acaecimiento sedicioso de que se recelaba, por el mucho cuidado que han dado siempre al gobierno sus indios.
La provincia me hizo un recibimiento bien desapacible, pues entrando en ella sin repartimiento, y con el corto sueldo de 1.500 pesos, a los tres meses me sobrevino una tan grave enfermedad, que estuve desahuciado de los mejores médicos de Lima que me asistían; pero la divina misericordia quiso mejorarme, concediéndome la vida.
Aún no bien convalecido me hallaba, cuando dispuse regresarme a la provincia a atender a la administración de justicia, y adjuntos del real servicio; como en efecto lo ejecuté el día 1.º del próximo pasado mes de junio.
Apenas había dado principio a algunas actuaciones necesarias el día segundo, cuando al anochecer, recibí un propio con carta del pueblo de Carampoma, uno de los de mi jurisdicción, en que se me avisaba estar -192- sublevados todos los inmediatos a él, a influjo de un indio nombrado Felipe Velazco Tupac Inca Yupanqui, primo del vil rebelde, José Gabriel Tupac-Amaru, que se hallaba allí, a quien rendían obediencia y adoraciones de soberano.
Conociendo cuánto importaba, en tan ardua materia, proceder sin pérdida de tiempo, en el mismo instante, que serían las 6 de la tarde, me puse en camino desde una hacienda mineral de plata, nombrada Pomacancha, donde me hallaba, para el citado pueblo de Carampoma, haciendo un camino de más de 10 leguas por cordilleras y laderas casi inaccesibles, y con solo el auxilio de tres sujetos españoles, y un negro mi esclavo, todos sin armas, por no haber en dicho sitio más que el par de pistolas de mi uso.
Mediante la buena diligencia y celeridad con que anduve, a la una de la madrugada logré entrar en el pueblo de la Ascención, uno de los rebelados, y habiendo aprendido en aquella misma hora al traidor y fanático insurgente, Felipe Velazco Tupac Inca Yupanqui, en la propia lo formé la sumaria, tomé confesión, e hice las demás diligencias que conciernen a organizar una causa criminal, cuyas estaciones tenía finalizadas hasta las 10 del día tercero, en que me puse en marcha para la capital de Lima, conduciendo al reo, con solo el auxilio de los tres españoles dichos, mi esclavo, y un corto número de indios.
Apenas había andado seis leguas de unos caminos demasiadamente ásperos y fragosos, cuando a las cinco y media de la tarde me hallé de repente sitiado por todas partes de más de 1.500 indios, armados con escopetas, palos, armas blancas, rejones y hondas, que intentaban quitarme el reo, y la vida, igualmente que a los que me acompañaban.
Comprendiendo la desigualdad de fuerzas, y que no era prudencia en este caso arrojarse al riesgo, premeditando también cuánto importaba al Rey que este reo llegase con vida a Lima, dispuse apoderarme de una eminencia que ofrecía alguna ventaja para poderse defender, exhortando a la gente que me acompañaba, a que no desmayase, y a que en el último estrecho se quitase al reo la vida, a presencia de los mismos que deseaban sacármelo de las manos, para que fuesen testigos de su castigo.
Situado permanecí, desde las cinco y media de la tarde hasta las nueve y media de la noche, sufriendo el fuego de las escopetas lentamente, y una lluvia continua de piedras disparadas con hondas, esperando la muerte por instantes; en que se aumentaba el riesgo por crecer -193- el número de los alzados, hasta que en aquella hora mandé marchar en retirada, rompiendo a los enemigos que me habían cortado la retaguardia, duplicando en estas jornadas las seguridades del reo, cuya empresa logré felizmente; pues entregados los indios rebeldes al sueño, confiados en tenerme seguro para hacerme víctima de sus crueldades y sacrílegos pensamientos, conseguí pasar por entre ellos sin ser sentido, restituyéndome al pueblo mismo, de donde había salido aquel día. Allí me hice fuerte todo el día 4; y habiéndome en la noche del mismo llegado un corto auxilio de la gente española del mineral, al siguiente día 5 me puse en camino para la capital de Lima, donde tuve la fortuna de entregarlo el 6.º en la noche, a disposición del señor Virrey, habiendo hecho un camino extraviado de más de 40 leguas, y de imponderables malezas.
El séptimo me retiré a la provincia con el auxilio de alguna tropa que puso a mis órdenes el señor Virrey; y habiéndome internado el octavo al pueblo de San Pedro de Casta, que es el centro de los demás levantados, tomé tan oportunas providencias para pacificar la rebelión, que el 20 tuve la satisfacción de hacer retirar la tropa, dejando toda la provincia en quietud y serenidad, sin que hubiese habido una sola muerte, remitiendo presos 16 indios principales, que eran caudillos de la sedición.
En todos parajes he tenido bastantes combates con los indios, y los riesgos de vida han sido diarios. En fin, hoy todo está en tranquilidad, y la gente de la conmoción escarmentada y arrepentida. De los reos se ha hecho justicia en el vil Felipe, y en un indio llamado Ciriaco Flores, que había este nombrado de capitán general, ahorcando a ambos; quemando el tronco del cuerpo del primero, y descuartizando al segundo; y creo que de los 16 últimos que envié, algunos pasarán por la misma pena.
El traidor Felipe descubrió muy en los principios, ser de más audaz espíritu que su primo, José Gabriel Tupac-Amaru, arrojándose a conmover las provincias más cercanas a Lima, y tomando providencias para cortar todos los caminos y puentes; de forma que, si oportunamente no se hubiera puesto remedio, todo el reino se pierde; pues tenía ideada una sublevación general para el 29 de agosto de este año; a cuyo efecto hizo a Ciriaco Flores el nombramiento de capitán general, y escribió carta circular, convocando a toda la gente de mi provincia, como comprenderá la superioridad de Vuestra Excelencia, por las copias que le acompaño. Siendo lo más notable, que el primer objeto de este traidor fue poner presos a los españoles que había en la comarca de los pueblos levantados, contra quienes fulminó sentencia de muerte, igualmente que contra mí, de que -194- se libertaron con mi diligencia, pues su ejecución era el día siguiente a la noche en que aprendí al insurgente.
Nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Excelencia, los muchos años que le pido. Santa Inés, 12 de julio de 1783.
Excelentísimo señor.
FELIPE CARRERA
Excelentísimo señor Virrey de Buenos Aires, don Juan José de Vértiz
Sentencia dada por el Virrey de Lima contra los reos que señala el oficio de don Felipe Carrera
En la causa criminal, que de mi orden ha instruido de oficio el señor alcalde del crimen, dom José Rezábal y Ugarte, contra los rebeldes principales, Felipe Velasco Tupac Inca Yupanqui, y Ciriaco Flores, sobre el detestable crimen de la conmoción y alzamiento que empezó en el pueblo de la Ascención, y se extendió sucesivamente a otros lugares de la provincia de Huarochiri, y contra los demás auxiliadores y cómplices en las juntas clandestinas y sediciosas confabulaciones que se han tenido en esta ciudad, con grave ofensa y perturbación de la quietud y sosiego público; la que, en estado de sentencia respecto a los diez reos que fueron primeramente aprendidos, con reflexión a lo que interesaba la satisfacción de la común vindicta en su más pronto castigo, mandé pasar inmediatamente al Real Acuerdo de Justicia por voto consultivo, para que diese el dictamen que contemplase más arreglado a los méritos que ministraba respectivamente el proceso fulminado contra tan infames delincuentes, y que fuese más propio al mismo tiempo a extirpar, por medio de la justa severidad de la pena, la fanática ilusión de los que, postergando los recomendables e innatos deberes a que suavemente ligan los sagrados vínculos del vasallaje, y abusando con abominable ingratitud de los incesantes y distinguidos beneficios que les ha dispensado liberalmente la próvida clemencia de tan Augustos Soberanos, desde la gloriosa conquista de estos reinos, se atreven, con vilipendio de las leyes y abandono de sus más inviolables obligaciones, a poner sus manos sacrílegas en -195- el santuario, pretendiendo trastornar sus más legítimas y respetables regalías, y conspirando audazmente contra la tranquilidad del Estado, y la subordinación debida a los ministros que ejercen en su real nombre la alta y casi suprema jurisdicción en estos remotos dominios; sin que haya bastado a reprimir el ciego desenfreno de estos espíritus díscolos y revoltosos el horror que debía inspirarles la reciente memoria del ejemplar escarmiento ejecutado en el indigno José Gabriel Tupac-Amaru, ni sido capaces de grabar indeleblemente la más tierna gratitud, las benéficas e indulgentes providencias expedidas a su favor por este superior Gobierno que, a esfuerzos de sus más reverentes intercesiones, logró verlas selladas con la aprobación del más benigno de los monarcas; dejándose vencer su justicia de la piedad y paternal amor, que le han merecido constantemente estos vasallos. Y examinada y leída la causa en el Real Acuerdo, con lo pedido por el señor Fiscal, y lo deducido y alegado en defensa de los reos, con toda la madurez y detenida reflexión que exigían su gravedad e importancia, y con consideración al estado y actuales circunstancias del reino; oído el parecer que me dieron los señores que lo compusieron, con el invariable celo y justificación que tienen acreditada en cuanto cede en servicio de ambas Majestades, conformándome con él en todas partes:
FALLO, atento a los autos y méritos del proceso, que debo condenar, y condeno a Felipe Velazco, Tupac Inca Yupanqui, por haber premeditado tiempos hace el execrable designio de ser jefe de la sedición del reino; proferir expresiones denigrativas a la sagrada persona del Rey y sus más elevados ministros; tenido en sus infames juntas conversaciones ofensivas al Estado; pretendido seducir los caciques y principales de los pueblos de indios, y apartarlos de la fidelidad y obediencia debida al Soberano; intentado inspirar en esta ciudad, y sus provincias inmediatas, ideas directamente contrarias a su buen orden y felicidad; fomentado, por todos los medios que le sugirió la malignidad de su espíritu, la desunión y discordia en los ánimos de los ciudadanos, para facilitar sus empresas; abusado de la débil credulidad de algunos indios, con la extravagante ficción de que estaba vivo el vil José Gabriel Tupac-Amaru, y que se hallaba coronado en el Gran Paitití; supuesto, con la firma de este traidor, una patente de Capitán General de la provincia de Huarochiri, a Ciriaco Flores, para que por este, no menos falso que grosero arbitrio, alucinase la fácil inconstancia de algunos pueblos, y los atrajese a su partido; formado una convocatoria con el mismo odioso nombre, en que se autorizaba para llamar los caciques y mayores a que siguieran las banderas de la rebelión, con amenazas igualmente ridículas que imperiosas; conferido títulos de capitanes y cabos a varios indios, a quienes pudo infundir los desconciertos de su loca imaginación, inflamando su ligereza con las lisonjeras esperanzas -196- de mejorar su suerte; excitado la conmoción en los pueblos de la Ascensión y Carampoma, y turbado al mismo tiempo la lealtad de otros de la provincia de Huarochiri; hecho proclamar por su Inca, o Rey, al fementido José Gabriel Tupac-Amaru, (que fingía ser su hermano) procurando reducir a su obediencia a los pueblos por el halago o el terror; y finalmente, por los demás crímenes horrendos que resultan comprobados de los autos, a que de la cárcel y prisión en que se halla, sea sacado, atado de pies y manos en un serón, y arrastrado por las calles públicas y acostumbradas, con voz de pregonero que manifieste su delito, hasta llegar a la Plaza Mayor, donde estará puesta una horca, de la cual será colgado por el pescuezo hasta que muera, sin que nadie ose quitarlo, pena de la vida. Y verificada esta ejecución, mando que sea descuartizado, y puestos sus cuartos en los caminos, y su cabeza en jaula de hierro, para perpetuo ejemplo, en la Puerta de las Maravillas; y que lo restante del cuerpo sea quemado en una hoguera que habrá encendida fuera de la ciudad, y luego que sea reducido a cenizas, se arrojarán al río por mano del verdugo, sacándole previamente su corazón y entrañas, para darles eclesiástica sepultura. Y ordeno asimismo que se derriben y salen sus casas, y se confisquen todos sus bienes para la Real Cámara de Su Majestad; declarando, como declaro, infames a sus hijos y nietos, e inhábiles en su consecuencia para obtener empleos honoríficos. Y mando igualmente que, sin perjuicio de esta sentencia, y como parte de condenación, se le dé tormento en cabeza ajena, únicamente para averiguación de cómplices; cuya diligencia se comete al señor Ministro que ha formada esta causa.
A Ciriaco Flores, por haberse asociado a los mismos temerarios intentos de Felipe Velazco; cooperado por su parte a imprimir en los indios ideas diametralmente opuestas a la paz y tranquilidad del reino; conspirado a formar un levantamiento general, y meditado ir a provincias distantes con este reprobado objeto; recibido gustoso la patente de Capitán General con el nombre del alevoso José Gabriel Tupac-Amaru, y conservado cuidadosamente este detestable documento, hasta su aprensión coadyuvado con sus falaces sugestiones e influjos a desear sacudir el dulce yugo del blando dominio de nuestro amable Soberano, y preparado con la más seria deliberación todo el plan conducente a la más fácil consecución de su proyecto, le condeno igualmente en la misma pena ordinaria de muerte, que deberá sufrir en la horca; y en que sea arrastrado descuartizado, poniéndose sus cuartos en los lugares acostumbrados, y en que también se le confisquen sus bienes, declarando, como declaro, por infames sus hijos y nietos.
Y por la culpa que se halla respectivamente justificada contra los demás reos, en haber sido sabedores y partícipes de los malignos pensamientos -197- de Felipe Velazco; influido en sus propósitos y maquinaciones receptado su persona, cuando se hallaba prófugo de la justicia; mantenido alianza y correspondencia íntima con aquel traidor; tenido conversaciones turbativas y delincuentes contra el régimen y gobierno de estas provincias; intentado debilitar el amor y fidelidad de los vasallos, con falsas imposturas y discursos insensatos; inspirado a los indios tedio y disgusto a la dominación a que están sometidos para su mayor felicidad, espiritual y temporal, debo condenarles, y les condeno, en esta forma. A Manuel Silvestre Rojas, Nicolás Almendras y Juan Tomás Palomino en 200 azotes, que les serán dados en la forma ordinaria, por las calles públicas y acostumbradas; con 10 años de presidio de África a ración y sin sueldo; con la calidad de que no salgan de aquel a que fuesen destinados por Su Majestad sin su orden, pena de la vida, y en que pasen por debajo de la horca, y presencien el suplicio de Felipe Velazco y Ciriaco Flores, entendiéndose respecto al último reo Juan Tomás Palomino, sin perjuicio de agravar la pena que le corresponda en la causa que se sigue contra Andrés Mendigure y Mariano Tupac-Amaru, en que se halla implicado.
A Felipe González Rimay Cochachin, en 10 años a los presidios de África, y que no salga, cumplido el plazo de su condena, sin permiso de Su Majestad.
A Sebastián Rojas, a 4 años de presidio en Valdivia. A Domingo Fernández, en otros 4 en el del Callao, para que sirvan a ración y sin sueldo en lo que les ordenase el Gobernador; y con apercibimiento de ambos, de que se les duplicará la pena si los quebrantasen.
A Manuela Marticorena, concubina del Felipe Velazco, y María Rodríguez, mujer de Nicolás Almendras, en 10 años de reclusión en un beaterio, cuya sentencia se ejecutará sin embargo de súplica, y de la calidad de sin embargo; desterrándose asimismo a las expresadas Manuela y María, a distancia de 20 leguas de esta capital, perpetuamente, y dándose cuenta a Su Majestad con autos; y se condena a todos los reos mancomunadamente en las costas de esta causa. Y por esta mi sentencia, definitivamente juzgando, así lo pronuncio, firmo y mando.
DON AGUSTÍN DE JÁUREGUI
José Rezábal y Ugarte
Dio y pronunció esta sentencia el excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui, caballero del Orden de Santiago, teniente general de los Reales -198- Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de los reinos del Perú y Chile, y presidente de su Real Audiencia; y la firmó dicho excelentísimo señor, como también el señor don José de Rezával y Ugarte, del Consejo de Su Majestad y su alcalde del crimen de la Real Audiencia, y juez que ha instruido esta causa. En la ciudad de Lima, a 4 de julio de 1783; siendo testigos, don Bernardo Tagle, don Luis Mata y don Gregorio Arteta.
Don Clemente Castellanos
Y habiéndose suplicado de esta sentencia por el señor Fiscal, respecto a algunos reos, substanciado legítimamente la instancia por los breves trámites que permite la naturaleza privilegiada de este atroz delito, se pronunció la sentencia confirmatoria siguiente, con la calidad agravante que de ella aparece.
En la causa criminal, que de mi orden instruyó de oficio el señor alcalde de Corte, don José Rezábal y Ugarte, contra los principales rebeldes, Felipe Velazco Tupac Inca Yupanqui, y Ciriaco Flores, sobre el abominable crimen de la sublevación, que empezó en el pueblo de la Ascención y se extendió sucesivamente a otros lugares de la provincia de Huarochiri, y contra los demás cómplices y cooperadores, en que, con dictamen del Real Acuerdo, a que me arreglé en un todo, pronuncié sentencia definitiva en el día 4 del corriente, condenando a los reos en la forma que de ella aparece; y suplicada por la parte del señor Fiscal, respecto a algunos reos, substanciado legítimamente el recurso, y oído nuevamente el parecer del Real Acuerdo, conformándome igualmente con él:
FALLO, que debo declarar, y declaro, por buena, justa y derechamente dada la sentencia definitiva, pronunciada en esta causa, sin embargo de las razones, a manera de agravios, contra ellas dichas y alegadas; y en su consecuencia la debo confirmar, y confirmo en todo y por todo, según y como en ella se contiene; agregando la calidad de que Felipe González Rimay Cochachin, Domingo Fernández, Sebastián Rojas, Manuela Marticorena y María Rodríguez, salgan a presenciar el suplicio. Y por esta mi sentencia definitiva, en grado de revista, así lo pronuncio, mando y firmo.
DON AGUSTÍN DE JÁUREGUI
José Rezábal y Ugarte
Dio y pronunció esta sentencia el excelentísimo señor don Agustín de -199- Jáuregui, del Orden de Santiago, teniente general de los Reales Ejércitos, virrey, gobernador y capitán general de estos reinos y presidente de esta Real Audiencia, la que firmó; como también el señor don José de Rezábal y Ugarte, del Consejo de Su Majestad, alcalde del crimen de esta Real Audiencia, y juez que ha instruido la causa.
En la ciudad de los Reyes del Perú, en 7 de julio de 1783 años, siendo testigos don Bernardo de Tagle y Torquemada, don Gregorio Arteta y don Luis Mata.
Don Clemente Castellanos
Ejecución de la sentencia
En la ciudad de Lima, en 7 de julio de 1783 años, don José Vicente del Valle, teniente de alguacil mayor de Corte, por ante mí el receptor, en cumplimiento de lo mandado por la sentencia de vista y revista, pronunciada en esta causa, pasó como a horas de las once del día, poco más o menos, con el auxilio necesario, a la real cárcel de Corte, adonde se hallaban los reos contenidos en dicha sentencia, e hizo sacar arrastrados a la cola de dos mulas de albarda, a Felipe Velasco Tupac Inca Yupanqui, y Ciriaco Flores, publicando sus delitos por voz de Joaquín Cubillas, negro que hace oficio de pregonero, y los condujo hasta la Plaza Mayor de esta ciudad, donde se hallaba puesta una horca de tres palos, y en ella fueron ahorcados por el pescuezo, por el ministro ejecutor, Sebastián de Jesús, negro, hasta que quedaron muertos, al parecer.
Asimismo se sacaron de dicha real cárcel, montados en sus mulas de albarda, Nicolás Almendras, Manuel Silvestre, Juan Tomás Palomino, Domingo Fernández Sebastián Rojas, Felipe González Rimay, Manuela Marticorena y María Rodríguez, a quienes se le condujo juntamente con los dos primeros, hasta el lugar del suplicio; donde, después de presenciar la justicia que se ejecutó con dichos Felipe y Ciriaco, se pasaron por debajo de la horca por tres veces, los referidos Nicolás Almendras, Manuel Silvestre y Juan Tomás Palomino, y concluida que fue esta diligencia, se condujeron inmediatamente por las calles públicas y acostumbradas, dándoseles los azotes prevenidos en dicha sentencia, y publicando asimismo sus delitos por voz de dicho pregonero, habiéndose conducido antes a los demás reos a la dicha real cárcel, como se ejecutó con los tres, verificados los azotes. Del mismo modo pasó dicho Teniente al lugar del suplicio, -200- como a horas de las tres de la tarde, y habiendo hecho bajar, con dicho ministro ejecutor, de la horca donde se hallaban colgados, los cuerpos de Felipe Velazco y Ciriaco Flores, mandó descuartizar a ambos al pie de ella, juntamente con la cabeza del primero, y después de entregar el corazón y entrañas de este, con el cuerpo del segundo al mayordomo de la Caridad, se pasó a clavar la cabeza de Felipe, encerrada en una jaula de hierro, en la puerta de las Maravillas, y los demás cuartos, en todas las portadas de esta ciudad.
Asimismo se condujo la caja del cuerpo del dicho Felipe al tajamar del Río Grande, donde, habiendo dispuesto una hoguera, compuesta de mucha leña, lo mandó quemar, hasta que a fuerza de fuego se convirtió en cenizas, las que posteriormente se arrojaron a las corrientes de dicho río por el expresado ministro ejecutor, según se previene en dicha sentencia. Y para que conste, lo pongo por diligencia, la que firmó dicho Teniente, de que doy fe.
JOSÉ VICENTE DEL VALLE
Silvestre de Mendoza, receptor.
Concuerda este traslado, con las sentencias de vista y revista originales, que quedan en el archivo del oficio de cámara de mi cargo; y está cierto y verdadero, corregido y concertado, de que certifico. Lima, 8 de julio de 1783.
Don Clemente Castellanos
-201-
Representación hecha al Rey por don Tomás Catari
SEÑOR:
Don Tomás Catari, indio principal del pueblo de San Pedro de Macha, repartimiento de la provincia de Chayanta, por sí y en nombre de todas las comunidades, puesto a los pies de Vuestra Serenísima Real Majestad, con el mayor rendimiento, dice: que siendo tan diarios y consecutivos los padecimientos, miserias y necesidades que experimentamos los desvalidos indios tributarios, vasallos muy fieles e hijos indefensos de Vuestra Majestad, ya con las tiranías de los corregidores, ya con los perjuicios de los gobernadores españoles o mestizos que nos destinan, para que nos beban la sangre, aniquilen a nuestras mujeres e hijos; pues los ministros o corregidores de Vuestra Real Persona, además de que son coligados con dichos mestizos o españoles caciques, usurpan a Vuestra Majestad ingente caudal de sus reales intereses, nos aniquilan también nuestras vidas, como más claramente patentizan el verse estos en corto tiempo cargados de caudales, los que a todas horas lloran y claman la miseria de los pobres indios. En este estado, Señor, faltándome ya el sufrimiento, me presenté ante el corregidor, don Nicolás Ursainque, legitimando mi persona, acción y derecho al gobierno de cacique; alegando ser llamado al cacicazgo desde mis primeros padres, como igualmente dar aumento a los reales intereses de Vuestra Majestad. Señor, ¿qué resultó de mi justa demanda? Es que sepultaron esta en los más íntimos y retraídos rincones del olvido, me aprisionaron en la cárcel con castigos, como a otro reo criminoso, y habiendo conseguido se me diese soltura, encamineme a buscar tribunal que me favoreciese, lo que me fue imposible. Hasta que, visto que mis padecimientos iban recreciendo, destiné pasar a la ciudad de Buenos Aires, a reclamar justicia al vuestro Virrey, a pie, desde mi pueblo, y pidiendo limosna por todo el camino; quien atendiendo a mi justicia, se sirvió librar un despacho superior, para que yo sea amparado en la posesión de mi empleo, y probase los aumentos de los reales intereses de Vuestra Majestad. Pero sucedió, Señor, que a mi regreso encontré en mi provincia un corregidor ambicioso, de leónicas entrañas, nombrado don Joaquín Alós, quien paniaguado con un mestizo, nombrado Blas Bernal, que obtenía mi empleo, consiguió ocultar los despachos superiores, castigándome con crecidos tormentos de azotes, prisiones, ya en la cárcel de Potosí, ya en la cárcel de corte de la Real Audiencia, consiguiendo ocultar mi justicia, mediante los depravados intentos y cavilaciones de este corregidor, acreedor este al propio nombre de Lutero y Calvino. Hasta que en este estado, faltándoles el sufrimiento a los indios -202- de mi comunidad, e impuestos que el corregidor venía con crecido número de soldados a defender su tirano reparto, entonces se convocó alguna porción de indios en el valle que llaman Guancarani o Guañoma, y le hicieron presentes casi todos los movimientos, y total ruina de la provincia, ya por medio de varios sacerdotes, como por el conducto de otras inteligencias en nuestro idioma; pidiéndole quitase algunos gobernadores españoles o mestizos que atormentaban nuestras desdichadas vidas, sacase de la prisión a don Tomás Catari, nos rebajase el tirano reparto, tanto por los precios tan exorbitantes, cuanto por el mucho y crecido número de cerca de 400.000 pesos, a que ascienden sus repartos. Prometió su palabra así lo ejecutaría en el pueblo de Pocota, al tiempo de despachar la mita; y como todo su fin se encaminaba a usar nuestra humildad y conseguir el cobro de su ambicioso reparto, se desentendió, afianzando sus esperanzas en porción de soldados que comandaba, y en los informes falsos, maliciosos y voluntariosos que hizo el corregidor, acriminando a los indios, y alegando que no querían pagar los reales tributos, ni enviar la mita. En este estado se dio una sangrienta batalla, injusta, leónica, solo por solapar el tirano reparto, muriendo en la batalla algunos españoles parciales del corregidor, y cerca de 300 indios tributarios e hijos de Vuestra Majestad. ¡Es posible, Señor, que la C. R. P. de Vuestra Majestad, nos haya puesto en el centro del olvido en que siempre vivimos, en la inteligencia de que Su Majestad es el único padre y protector nuestro! ¡Valgame Dios, qué pérdida tan exorbitante ha tenido Vuestra Majestad con la muerte de sus tributarios, así en sus reales intereses, como en su real mita!
Es verdad, Señor, que, como dicha es, en Pocoata murieron los citados españoles e indios, mas no por esto debe decirse, ni darle los visos de que los indios se levantaron, porque allí se despachó antes de estas muertes la real mita, y se le dijo al corregidor don Joaquín Alós, que los reales tributos estaban prontos, y que se le entregarían, como es costumbre, en el pueblo de Macha. Y habiendo entrado a pedirle al enunciado corregidor, don Tomás Acho, indio principal del repartimiento de Macha, que diese soltura a don Tomás Catari, que aseguraba lo tenía en aquel pueblo, y que ofreció hacerlo en los valles, el reconocimiento y respuesta fue, tirarle un pistoletazo, y matarlo al expresado Acho. Esta dolorosa muerte inquietó los ánimos de aquellos pobres indios, y usando de la defensa natural, temerosos de morir todos como el infeliz de Acho, se defendieron del modo posible, y con más humanidad que no los españoles, quienes de dentro de la iglesia mataban a los tributarios de Vuestra Majestad, que estaban en el cementerio. Los indios cargaban a todos los heridos para que los curasen, por medio de don José Ulloa, sin acabar con sus vidas. Los indios, por el respeto y veneración a Vuestra Majestad, no le quitaron la vida al corregidor, pudiéndolo haber hecho en el furor; -203- y habiendo visto que ninguno más que el corregidor mataba, como si fueran animales a los pobres hijos, vasallos muy humildes de Vuestra Majestad. Y finalmente los indios han restituido todos los despojos de los soldados, iban entregando con gran rendimiento los reales tributos a su cura, y más pensiones con que nacieron a vuestra soberana real clemencia, lo que prueba más humanidad en los indios que en los españoles; pues los indios no profanaron el lugar sagrado; pero sí los españoles.
El corregidor se ha valido de un especioso pretexto para acriminar a los indios, y especialmente a don Tomás Catari; y es, que el dicho Catari había imprimido en los ánimos de todos los indios, que en la provincia que ganó del Superior Gobierno, les traía rebaja de tributos. Esta es una de las muchas perniciosas mentiras del corregidor, pues si caso negado, don Tomás Catari hubiera esparcido la voz de que los tributos se hubieran rebajado, no se hubieran satisfecho íntegramente en toda la provincia; con que se viene en conocimiento de que esta ha sido una voz viciosa que el corregidor ha esparcido para acriminar a Catari, para no volver a conspirar todas las provincias del reino, con crecidos perjuicios de Vuestra Majestad, y para lograr sus torcidos designios, asegurando con ellos su tirano reparto; por todo lo que se califican las iniquidades, dolo, fraude, malicia, con que el corregidor ha procedido y procede. El corregidor le ha seguido varias causas a don Tomás Catari, haciéndolo reo, pero no delincuente, con testigos confidentes, domésticos y parciales suyos, y enemigos capitales de los indios, contra quienes nunca podía resultar perjuicio, pues son causas seguidas por uno que es juez, reo malicioso y enemigo capital de los indios. En este estado, Señor, hicieron preso al corregidor los indios, para conseguir por este medio la soltura de don Tomás Catari, y la rebaja del tirano reparto, siendo más que notorios nuestros padecimientos, y que solo así se pudiera conseguir amainar el rencor y odio del corregidor, como que verdaderamente se consiguieron los justos deseos a que aspiraban nuestras miserias, y libertar al pobre encarcelado de Catari, de los tormentos que injustamente padecía el desvalido.
Preguntarame, como es justo, Vuestra Majestad, por el origen de estos movimientos y su principio, lo que satisfaré; porque el corregidor está coligado con algunos ministros de la Real Audiencia, don Pedro Cernadas, y el fiscal Pino, y todo se dirige únicamente a oscurecer la verdad, y que los indios inocentes queden indefensos y sepultada su justicia, y el corregidor con sus delitos triunfante. Porque el corregidor, paniaguado con los ministros de Vuestra Majestad, solo se ocupa en averiguar quién favorece a don Tomás Catari y su comunidad, quién les hacía sus escritos, quién les escribía, quién les influía para los movimientos del Valle y Pocoata cuando lo que se debía averiguar, era, si los indios pedían justicia; y el -204- corregidor tenía delito. Pero bien se conoce que el intento ha sido acabar con la inocencia de los indios, e intimidar y oprimir a todas las gentes, para que no haya quien proteja la justicia que ellos tienen. Porque el corregidor con su negra avaricia quiere aparentar y disimular su crecido reparto, con la particular circunstancia que colige nuestra miseria. Es posible, Gran Señor, poderosísimo Rey de las grandiosas Españas y miserables indios, que Vuestra Majestad Clementísima permita que un individuo particular desde su primer principio venga a beber la sangre de sus pobres tributarios indios, humildes e indefensos, y que el corregidor, mediante sus arbitrios y cavilaciones quiera oprimir nuestra justicia, irrogándosenos los agravios que echará de ver la elevada penetración de Vuestra Majestad. Dígalo el doctor don Marcos Ceballos, presbítero, que ha sido perseguido y preso por solo haberse opuesto a los ministros de Vuestra Majestad. Dígalo el doctor don Juan Bautista Ormachea que ha estado preso por la misma injusta sospecha, y que estos me habían fomentado. Dígalo doña María Esperanza Campusano, criada de nuestro actual cura, que la prendieron en la cárcel pública, y con las amenazas de los ministros de Vuestra Majestad casi perdió su vida, sin otro motivo que imputarle falsamente, que por ser criada fue comprendida o coligada con los indios, sin atender a que se hallaba embarazada, y que casi malparió! ¡Vuestra Majestad Clementísima permite que así se atropellen a sus hijos! Dígalo nuestro actual cura, don Gregorio José de Merlos, a quien se la está formando causa siniestra de coligación, únicamente por habernos amparado, por hacer este corto servicio a Vuestra Majestad, y porque tuvieron licencia especial de Dios para darnos a entender y reducirnos a la mayor paz y tranquilidad. En esta segura inteligencia nos hemos movido a pedir el perdón general de nuestros pasados desaciertos; y como los motivos han sido muchos, y el principal hacer ver que los indios no se han levantado, porque los indios han estado prontos, y están a servir a Dios y a Vuestra Majestad, reconozca por los efectos que somos sus más fieles hijos y vasallos.
En repetidos informes hemos pedido a la Real Audiencia el perdón general, con la desgracia que por complacer al corregidor no hemos conseguido ni respuesta para nuestro consuelo, por lo que casi estamos creyendo que Vuestra Majestad nos ha desamparado; lo referido es cierto, Señor, y también lo es que el proyecto se endereza a acobardar e intimidar a todos los vivientes, para que por los respetos humanos no se esclarezca la ignorancia y justicia de los desvalidos indios; cuando el asunto se debía reducir o a enviar el perdón general que con tanta ansia le pedimos en nombre de Vuestra Majestad, o averiguar por medio de un juez imparcial y recto si los indios tenían justicia. Y así, Señor, vivimos muy obedientes y rendidos, pero desconsolados, y con el dolor de que nuestro Rey y Señor se halle muy distante de nosotros para arrojarnos a sus pies, y como -205- nuestro, único padre se duela de nuestras miserias; pues el objeto de los ministros de vuestra Real Audiencia, ha sido enviar miles de soldados para que nos pasen a cuchillo, solo por amparar el reparto tirano de 400.000 pesos, que el corregidor Alós ha repartido, cuando la tarifa solo le permite ciento y tantos mil pesos. Yo, don Tomás Catari, fui conducido de Chuiquisaca a costa y mención de mi actual párroco, doctor Merlos; así que llegamos a nuestro pueblo de Macha, y que oímos las cristianas exhortaciones del citado nuestro cura, toda la comunidad le ofreció la paz y le entregamos al corregidor, que después lo despachó a Chuquisaca a la Real Audiencia. Toda la comunidad le aseguró estar pronta, como siempre, a vivir subordinados a Vuestra Majestad, y perder sus vidas en vuestro servicio; y toda la comunidad, por consejo de nuestro párroco, pasó a pedirle perdón y besarle la mano al corregidor. Al siguiente día tuvimos misa de gracia y sermón, en el que se nos explicaron todas nuestras obligaciones, y olvidados como cristianos y vasallos de Vuestra Majestad todo resentimiento, dimos cuenta a la Real Audiencia de estos acaecimientos. Es verdad que de algunos pueblos fueron los indios trayendo a varios gobernadores parciales del corregidor, y de quienes habían recibido extraños perjuicios; pero también es cierto, Señor, que en el instante que nuestro cura y su teniente, doctor don Mariano Vega, salían a recibirlos, con obsequios y con amor se los entregaban a todos, y los conducían a su casa, dándoles solturas, así que reconocían estos sacerdotes que los ánimos estaban serenados. Y aunque pereció uno de los dichos gobernadores, nombrado don Florencio Lupa, que murió degollado sin saberse los autores de este exceso, pero debe Vuestra Majestad saber, que dicha Lupa era el dilecto de vuestros ministros por los regalos cohechos que les daba; que Lupa había hecho un caudal gigante con la sangre que les había robado a los miserables indios, y que Lupa fue siempre un atropellador de los ministros de Jesucristo.
Confesamos a Vuestra Majestad, que si por desgracia nuestra no tenemos por párroco al doctor Merlos, y por ayudantes al doctor Vega, hoy fuera el día triste, porque el empeño de vuestros ministros era acabar con los infelices indios; y estos por libertar sus vidas, quizás, Señor, hubieran cometido algunos estragos; siendo muy regular nos ayudasen a la defensa todos los indios de vuestro vasto reino, de lo que hubiera Vuestra Majestad hecho el mayor sentimiento, pues la pérdida de tantos millones de pesos y de tantas miserables almas, era regular traspasase el corazón piadosísimo y cristiano de Vuestra Majestad. Pero nosotros creemos firmemente que el ánimo de vuestros ministros y del corregidor ha sido destruir la poderosa y rica corona de Vuestra Majestad. Pues, ¿qué otra cosa quiere decir tanto abandono de los indios, y no permitir se defiendan? Mas, Señor, el santo párroco y ayudante que tenemos, han sido los únicos que nos han consolado, que nos -206- han contenido y sujetado, que nos han enseñado la obediencia ciega, y han sido los únicos que de nuevo han conquistado este vuestro reino; que se hallaba más que inquieto con los robos de vuestros corregidores.
También nos ha servido del mayor consuelo, haber tenido por escribano a un sujeto de sanas intenciones y honrada conducta, que lo es don Isidro Serrano, y que hasta el día se mantiene en nuestra compañía; pues este sujeto nos ha sacado de muchos errores, y nos ha dirigido por los caminos más puros y más suaves. Y conociendo esto vuestra Real Audiencia, ya sabemos que le amenazan con que le cortarán la mano, sin otro motivo que haber explicado nuestros sentimientos y miserias, por varios informes que ha hecho a nuestro nombre, y por nuestra determinación a la Real Audiencia. ¡Qué más pruebas quiere Vuestra Majestad del despecho de sus ministros, que han pretendido con su total ruina defender el caudal de un particular! Don Tomás Catari y toda esta comunidad de Chayanta piden rendidamente a Vuestra Majestad, sean reprendidos los que fuesen culpados. Piden a Vuestra Merced, quite en el todo los repartos. Piden que Vuestra Majestad mande que sus ministros de la Real Audiencia den plena satisfacción a los inocentes que han puesto en prisiones en Chuquisaca; pues ninguno de ellos nos ha influido, ni aconsejado cosa más leve contra ninguna de las dos Majestades. Piden que vuestra real clemencia coloque en una catedral inmediata de esta provincia a nuestro cura, el doctor Merlos, y a su ayudante, el doctor Vega, que así tendremos cercanos unos protectores de nuestra inocencia. Piden que vuestra piedad reprenda a los ministros, por la demora que hemos experimentado en no habernos enviado el perdón general, que con tanta ansia hemos solicitado, y también por no habernos enviado en cerca de cuarenta días un justicia mayor que nos administre justicia, como lo hemos pedido en varios informes, y ya de nuestro doctrinero. Y piden finalmente, que a nuestro escribano, don Isidro Serrano, se le confiera el signo de Escribano Real y Público de toda esta provincia. Nosotros sabemos muy bien que Vuestra Majestad es piadosísimo, y que Vuestra Majestad es el padre especial de los indios, por ello nos arrojamos a sus reales pies a pedirle tantas gracias, afianzados de que las hemos de conseguir, teniendo la gloria de conservarnos vasallos fieles de Rey tan santo, tan justo como Vuestra Majestad, de quien esperamos todos los consuelos que en este sumiso informe pedimos. Sirviéndose Vuestra Majestad mandar a su Real Audiencia nos den aviso de vuestras reales resoluciones, porque justamente recelamos que los oculten y sepulten como acostumbran: así se ve en la última carta de nuestro Virrey.
Nuestro Señor guarde la C. R. P. de Vuestra Majestad los muchos años que necesitan estos reinos para su mayor auge y extensión, en aumento de mayores reinos y señoríos. Paracrani, jurisdicción de San Pedro de Macha, -207- provincia de Chayanta, y octubre 13 de 1780. Queda a los pies de Vuestra Majestad, su hijo.
TOMÁS CATARI
Oficio del Virrey de Buenos Aires al ministro de Indias, don José Gálvez, manifestando los motivos de la sublevación de Chayanta
MUY SEÑOR MÍO:
Por el último correo de la vereda del Perú se recibieron los informes del regente de la Real Audiencia de la Plata; del muy reverendo Arzobispado de aquella iglesia, y del corregidor de Chayanta, que contiene el adjunto testimonio. Estos refieren el levantamiento, que ejecutaron los indios en dicha provincia; siendo tanta la confusión, que aun se creyó propagado hasta Chuquisaca; y los del Regente y Real Audiencia explican también las providencias tomadas para refrenar esta popular sublevación; que he tenido por conveniente no variarlas a tanta distancia, y antes bien auxiliarlas, quedando a la mira de sus resultas, que he ordenado se me comuniquen exacta y prontamente.
Pero, reputando al mismo tiempo más desinteresadas y puras las noticias y reflexiones del Arzobispo; y con reflexión a la falta que este reconoció en aquel caso de un jefe que mandase, sin confundirse, con independencia y autoridad; aunque sugerían la resolución de poner por ahora un presidente militar, lo que he suspendido, mientras no se presente mayor, y más estrecha urgencia, y porque acaso perturbase esta novedad el buen éxito de lo ya determinado y adelantado; con todo lo he dispuesto de manera, que en tal acontecimiento tenga el mismo Regente de quién valerse; y a este fin he remitido a sus manos el título de Comandante de las armas de la provincia de Charcas, que he librado en favor del teniente coronel don Ignacio Flores, oficial el más a propósito por su claro discernimiento, por su buena conducta, edad y espíritu marcial; y el que retirado de la comisión en la ciudad de la Paz a que se le destinó, debe considerarse al arribo del correo, o en la Plata, o en sus inmediaciones, y así más proporcionadamente cercano.
Tomás Catari, indio principal del ayllo Collana, parcialidad de Urinsaya, -208- del pueblo de Macha, a quien se hace autor de este alzamiento, se presentó en esta capital por fines del año pasado de 1778, sin capa, sombrero, camisa ni zapatos, habiendo para ello hecho un viaje como de 600 leguas, que era preciso hubiese andado las más a pie, trayendo en su compañía otro indio, que dice ser hijo de Isidro Acho, otro principal de la misma parcialidad.
Tan desnudo se presentó de ropaje, y de otros bienes, como de documentos que hiciesen conocer en él algún diseño de cultura, instrucción ni ideas políticas, ni ambiciosas, ni aun económicas para su conservación propia, como confiesa. La queja que produjo, y denuncia que acompañó de usurpación de los tributos y rentas reales contra Blas Bernal, cobrador del corregidor de Joaquín Alós que sirve a aquella provincia, no la pudo documentar, expresando que los despachos que había obtenido de la Audiencia y oficiales reales de Potosí, se los había quitado el Corregidor. En esta angustia y penuria, o necesidad que se dejaba considerar, solo fue accesible el proveer, que las providencias dadas por la aduana, y que debían reputarse ajustadas, se pusieron en ejecución; y como era de presumir, y aun preciso conocer, que aquellos miserables, que habiendo, según decían, obtenido providencial de la Audiencia, ocurrían aquí sin documento alguno, hubiesen experimentado mucha frialdad en dicho tribunal a su efecto, y de hacerlas cumplir, para lo que suelen influir los apoyos que en semejantes circunstancias logran los corregidores en los tribunales; pareció justamente conducente al mismo cumplimiento nombrar los comisionados que se pudieron reputar más activos, y cometer a la Audiencia la instrucción y auxilios con que debían proceder sobre la dicha queja; y así mismo prohibir que el Corregidor se introdujese a conocer en un negocio en que se hallaba, y debía estimarse interesado.
Porque debe tenerse presente, que estos cobradores de los corregidores se encargan por lo común al mismo tiempo que de los tributos de las deudas, de los repartimientos; y aun les tiene cuenta a los corregidores esta unión de intereses, porque como para la cobranza de la hacienda real se hallan autorizados de los privilegios de estos créditos y acciones fiscales, se valen de los mismos auxilios para hacer sus particulares cobranzas, y para hacerse jueces de sus propias acciones y derechos contra todos los principios y elementos de las leyes civiles y estado político. De aquí y de las extorsiones que los indios sufren, a causa de los repartimientos y de lo mal que llevan ser gobernados inmediatamente de mestizos, u otras castas, ha nacido sin duda la pertinacia o el sufrimiento de Catari en perseguir los delitos de Bernal.
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El uso que hubiese hecho del despacho que se le libró por este Gobierno en los referidos términos, y para poner remedio a cualquier exceso de Bernal, no lo ha hecho constar Catari en las posteriores representaciones que ha dirigido; ni la Audiencia ha correspondido a la carta que se le despachó con testimonio de la misma providencia; ni se sabe si por ella se movió a proveer lo conveniente, y solamente instruyó sus últimas representaciones con testimonio de una información que produjo ante los oficiales reales de Potosí, en cuyas cajas se hace el entero de tributos de dicha Provincia, producida antes de ocurrir a este Gobierno por la cual obtuvo que aquellos ministros excitasen al Corregidor al remedio que les pareció conveniente, defiriendo a las proposiciones de Catari para evitar el fraude a los tributos.
Tampoco aparece el efecto de esta providencia, ni consta que tuviese otro esta, ni la del Gobierno, que el auto de don Luis Núñez, que se titula Teniente General de la Provincia (sin que por este Gobierno se le haya despachado tal título para administración de justicia), fecho en Pocoata, a 8 de abril de este año, y recibo de Alejo Fernández, de la persona de Catari, prisionera, para conducirla al pueblo de Moscari a poder de don Florencio Lupa, y de allí a Chayanta. De que es de colegir, que así de las providencias de este Gobierno, como de los oficios de los ministros de hacienda de Potosí, no hizo uso Catari, o que acaso, como antes se quejó, se los quitaría al Corregidor.
Se convence también que la opresión y despótico proceder del Corregidor ha excitado aquella sublevación, o movimientos populares; y que si la Audiencia hubiera prestado atención a la carta que le dirigió el Gobierno, no hubieran sobrevenido los conflictos en que le pone la apatía y desatención de unos asuntos tan recomendables, y por cuyo remedio, por la exacta administración de justicia, deben precaverse. Si bien, que aquella Audiencia, muy distante de obtemperar a las órdenes del Gobierno, aun se excede ya a librarlas a este, y dirigir provisiones para tomar conocimiento sobre las que emanan del dictamen de su Asesor, como parece de otro expediente que en la ocasión se dirige.
Se comprende también el poco crédito que merece la carta del corregidor Alós, cuando asienta, que el abuso que hizo Catari, y las imposturas que fomentó con el despacho que consiguió del Gobierno, han sido el origen de estas ocurrencias; porque ni lo hace constar más que por su aserto, ni se combina bien con los documentos, ni con lo que con madurez, y en pocas líneas expone el muy reverendo Arzobispo. La causa que expresa la Audiencia por que ha tenido preso a Catari, que figura ser la de haber pretendido rebaja en los tributos, tampoco se conforma con -210- las diligencias que hizo en Potosí para aumentarlos; y por esto es muy de sospechar, que hoy se pretendan sostener los abusos propios, con la imputación de otros a un sujeto tan flaco. Y de aquí ha emanado la prevención, que conforme a la Ley 11 del título 4.º libro 3.º, de estos dominios, hice a la Audiencia, de no hacer ejecución capital en culpados sin dar primero cuenta; por lo aventurada que contemplo la justicia, la que si no se mantiene con vigor y fortaleza, son de temer muchos inconvenientes. Bien que dudo de la observancia que prestará aquel Tribunal, no determinándome aún en este concepto a otra demostración con deferencia a su carácter, a lo que el tiempo requiere, y a lo que las leyes ordenan. Todo lo que pongo en noticia de Vuestra Excelencia, para que se sirva instruir el real ánimo de Su Majestad, a quien he mandado se dé cuenta como lo ejecuto, con testimonio del expediente.
Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Buenos Aires 24 de octubre de 1780.
JUAN JOSÉ DE VÉRTIZ
Instrucción de lo acaecido con don Joaquín Alós, en la provincia de Chayanta, de donde es corregidor, y motivos del tumulto de ella
Es de suponer que don Joaquín Alós, del orden de San Juan, vino de España, por corregidor de la provincia de Chayanta, donde en espacio de un año hizo crecidos y repetidos repartos, con los que hostilizó y exasperó a los vecinos y naturales, en tal grado, que estos ya le amenazaban con la muerte. Con esta licencia, el Corregidor hizo recurso a la Real Audiencia de la Plata, manifestando el peligro en que se hallaba, y Su Alteza, según se dice, le previno que tratase a los indios con prudencia y sagacidad, para evitar todo alboroto. Pero lo que él hizo fue entrar al pueblo de Pocoata a hacer el despacho de la real mita de Potosí, el día 23 de agosto, con más de 200 hombres armados, que hizo juntar de la provincia y con bandera encarnada, y dio principio a cobrar sus temerarios repartos, de que resultó que los naturales se alterasen, y sucediesen diversas lastimosas muertes de una y otra parte, y al Corregidor lo prendiesen.
Con esta evidencia, los señores de la Real Audiencia, por librar al Corregidor del peligro de la muerte, y evitar mayores daños, dieron soltura -211- de la real cárcel a Tomás Catari, indio del pueblo de Macha, para que con su cura pasase a apaciguar aquellos ánimos alterados; y al Corregidor, y a su teniente general don Luis Núñez, sin hacer mal alguno, y haciéndoles devolviesen cuanto les hubiesen quitado, los despachasen a Chuquisaca, asegurando a los indios que no volverían más a la provincia, y que se les pondría un justicia mayor que los mirase con amor caridad.
En estos términos los señores eligieron por justicia mayor a don Estevan Amescaray, y el señor Presidente y Regente le libró el título o nombramiento correspondiente; mas el dicho don Estevan se excusó con motivos que expuso. En cuyo estado, el dicho señor Presidente, atendiendo a la modestia, suficiencia e imparcialidad de don Manuel de Valenzuela, lo nombró y eligió por justicia mayor de la dicha provincia, para que pasase a ella a administrar justicia, a recaudar los reales tributos, y a apaciguar a los indios sublevados, como aparece de dicho nombramiento librado en 8 de setiembre, que lo aceptó don Manuel, y juró de usar bien y fielmente del cargo; en su virtud expidió cartas circulares a los curas y caciques de la provincia, notoriándoles los buenos fines a que iba a la provincia, y el deseo que le asistía de ver los ánimos quietos y tranquilizados, a mayor honra de Dios, servicio del Rey y alivio del público.
Ya se ve que en aquellos días estaba la provincia de Chayanta más que temible, por las muertes lastimosas, robos y tumultos que habían ejecutado sus naturales, de modo que los españoles mestizos, y aun sus propios caciques habían salido fugitivos por librar sus vidas. Con todo, don Manuel de Valenzuela, dejando a un lado sus crecidos comercios, y en una palabra el claro peligro de su propia vida, admitió el cargo, y dispuso su caminata para la provincia con crecidos gastos, sin más objeto que el servicio a Dios y al Rey, y conseguir la honra de tranquilizar los ánimos de los naturales, pues bien sabían que los sueldos de los corregidores estaban quitados por el Rey, y que en manera alguna habían de repartir en aquella sublevada provincia, mulas ni efectos, supuesto que por los repartos hechos por don Joaquín Alós y su eficaz modo de cobrar, habían hostilizado a los naturales a que se subleven, poniendo en consternación a los señores de la Real Audiencia, y a todos los habitadores de aquella corte; que aun estando sobre las armas creían no estaban seguros de la muerte, según las vocerías que corrían de las temeridades y resoluciones de aquellos indios de Chayanta. Fuera de que, el nombramiento hecho por el señor Presidente Regente, no le abría margen a otra cosa sino a administrar justicia, y a recaudar los reales tributos y demás intereses reales, como parece del testimonio que incluye.
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En este estado don Joaquín Alós, que libró la vida milagrosamente, según dice, tuvo el arrojo de proponer a don Manuel de Valenzuela se hiciese cargo de más de 150.000 pesos que restaba en la provincia de sus repartos, o que los cobrase de su cuenta, por el premio de un tanto por ciento. Don Manuel, que había admitido el cargo de justicia mayor, sin semejante gravamen perjudicial a su honor y a su conciencia, pues sabe que tanto peca el ladrón como el que le ayuda, no solo se excusó de las dos propuestas pecaminosas y peligrosas a su vida, sino que se escandalizó, viendo que don Joaquín Alós, por sus temerarios y repetidos repartos, se había puesto en los últimos términos de la muerte, y que en tan breve trataba de recuperar sus injustos y usurarios intereses.
Viendo Alós la cristiana y ajustada resistencia de don Manuel de Valenzuela, procuró malquistarlo con los señores de la Real Audiencia, y solicitar otro de su facción, para que pudiese ser justicia mayor, y en una palabra cobrador de sus temerarios repartos. Y como la iniquidad siempre tiene cavilosidad contra lo cristiano y formal, consiguió que dichos señores disputasen al señor Presidente Regente la facultad de si pudo o no pudo nombrar por sí solo justicia mayor. Y últimamente, con desaire suyo, nombraron por tal a don Manuel Eraso, vecino de toda honra; y como este justamente se excusó, tuvo lugar don Joaquín Alós para hacer nombrar a toda su satisfacción a don Domingo Anglés, quien a la primera propuesta admitió el cargo sin deberlo hacer: lo primero, por tener causa criminal pendiente en la misma Real Audiencia, por haber condenado a muerte violenta, en el pueblo de Calcha de la provincia de Chichas, a una india preñada; y lo segundo, por no haber dado residencia del tiempo que fue teniente general de dicha provincia. Estos dos impedimentos legales, para que no pueda ser juez el dicho don Domingo Anglés, son constantes a los señores de la Real Audiencia, pero se han desentendido y han hecho vaya a la provincia, que en mucha parte está sosegada mediante las cartas persuasivas de don Manuel.
Bien conocida está la pasión de los Señores, y lo que han querido proteger al Corregidor, que no disimulan a uno lo que no es notable, y hoy piensan a otro lo que es difícil de obscurecerse; así se deja ver, no ser don Manuel a propósito para corregidor, por no asentir a sus disparatados proyectos, y por lo tanto no se le dispensó lo más leve; pero al otro, por entrar en cuanta propuesta y partido le es útil al Corregidor, se le disimulan criminalidades.
Todo lo referido expusiera don Manuel a Vuestra Excelencia, pero lo omite -213- por hallarse rodeado de asuntos de mucho interés, y no exponerse a ser el blanco de la ira de todos estos Señores; y así no lleva por el rigor judicial que le corresponde, y solo lo deja a que Vuestra Excelencia de oficio determine en fuerza de la injuria que se le ha hecho, lo que graduare por más conveniente.
(Es copia de un papel que corre en los autos, y para efecto de agregarla al cuaderno reservado, Su Excelencia mandó sacar este tanto. Buenos Aires, 6 de marzo de 1781.)
SOBREMONTE
Sentencia de once reos que se ahorcaron el día 17 de marzo de 1781 en la ciudad de la Plata
Plata, y marzo 9 de 1781.
AUTOS y VISTOS: constando de la sumaria y juicio informativo que se ha seguido contra los reos apresados el 20 de febrero en el campo de la Punilla, puesto por Nicolás y Dámaso Catari, rebeldes y conspirados contra el estado y sosiego público, y con el fin de asaltar y sorprender esta ciudad, como lo tuvieron practicado para el martes de carnestolendas; siendo notorio el hecho, y necesitarse dar satisfacción para que se verifique, sin dilación de los trámites, el derecho por la notoriedad del caso, y dando por pasados los términos legales, debía de mandar Su Merced traer los autos a la vista, y dar sentencia definitiva habidas por citadas las partes, y por evacuadas todas aquellas diligencias que corresponden a las causas ordinarias.
Así lo proveyó, mandó y firmó, de que doy fe.
SEBASTIÁN DE VELASCO
Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
Sentencia
En la causa criminal, que de oficio de la Real Justicia, ante mí -214- ha pendido y pende contra los rebeldes y amotinados en el lugar de la Punilla, distante dos leguas de esta ciudad, y apresados la tarde del día 20 de febrero de este presente año, en el asalto que se les dio, con el fin de evitar el que tenían premeditado, y de que las reuniones de los indios convocados se verificase e hiciese disputable el éxito; habiéndose seguido el escarmiento, la aprehensión de sesenta reos, y substanciándoles la causa en los términos que piden los casos extraordinarios y de pronto remedio de que en esta mi sentencia se hará mención, con arreglo al extracto que tengo formado y acompañará al informe de remisión: FALLO, atento a los autos y méritos del proceso informativo a que en lo necesario me refiero, que por la culpa que contra ellos resulta de sus propias confesiones, cargos y convencimientos, que debo declarar, y declaro cuatro especies de delitos en el número de los sesenta reos que se han podido coger en el campo de los rebeldes, puesto en el alto de la Punilla, con el objeto al fin que se formaron Nicolás y Dámaso Catari, de asaltar esta ciudad, y se dividen en la forma siguiente: En la primera, a los jefes de la rebelión. En la segunda, los que por su genio inquieto y relajadas costumbres no han necesitado seductores y han entrado voluntariamente en el partido, solo por seguir la voz de la rebelión y aprovecharse del hurto. Los de la tercera, son de aquellos que llevados del interés de no pagar tributos, repartos y otras pensiones se han venido a los Cataris. Y de la cuarta, aquellos pusilánimes, que sin libertad para resistir las amenazas ni emprender la fuga, se hallaron coactos en el campo. En esta inteligencia, debo condenar, y condeno, como comprendidos en la primera división, a Alejo e Isidro Itucana, Diego Chiri, Pedro y Marcelo Gualpa, en pena ordinaria de la vida, y que le sea quitada en horca pública, separándoles después que hayan muerto naturalmente, las cabezas, para que se lleven a los pueblos y lugares de sus habitaciones, o donde más convenga y sirvan de escarmiento y terror a los amotinados que han seguido y siguen el partido de los rebeldes Nicolás y Dámaso Catari, y de satisfacción a la vindicta pública. Y más les condeno en perdimiento de todos sus bienes aplicados en la forma ordinaria, y que sus ranchos y casas sean arrancadas y entregadas al fuego, para espanto y miedo de sus convecinos.
A los de la segunda especie condeno en perdimiento de las dos orejas, mitad de sus bienes, y en 200 azotes, y al trabajo personal por dos años en el real socavón de la villa de Potosí; y son, Mateo Roque, seductor y autor de las dos cartas con que da principio el expediente de fojas 66, Alejo Cardoso, Lázaro Achala, Remigio Crespo, Miguel Gualpa y Cipriano Cardoso.
Los de la tercera especie, son: Juan Colque, Cruz Ehallgua, Ramón -215- Méndez, Agustín Chaves, Diego Quespi, Marcos Flores, Juan Gaigua, Felipe Lobera, Mateo Ticona, José Mamani, Constancio y Manuel Paita, Javier José, Ildefonso Araca, Miguel Saigua, Ambrosio Crespo, y les condeno en perdimiento de una oreja, tercera parte de sus bienes y panadería por un año, con azotes.
A los de la cuarta, Juan Aguilar, Ildefonso Romero, Lucas Vilca, Simón Toribiano, Ramón Gutiérrez, Pascual Sino, Vicente Herrero, Carlos Mamani, Manuel Chaves, Ambrosio Flores, Pedro Méndez, Antonio Sirari, Lorenzo Mamani, Gregorio Condori, Carlos Aguilar, Juan Araca, Silvestre Quespi, Felipe González, Nicolás Araca, Francisco Petrona, Diego Barrios, Estevan Barrios, Andrés Garnica, Pedro Crespo, Lorenzo Cruz, Eugenio Yayo y Diego Calli, indultándoles en mutilación y pena pecuniaria, se les condena a algunos en azotes y panadería por menos tiempo del señalado en la tercera clase de delitos, y a todos en vergüenza pública, y en que se les quite el pelo, como se individualiza, aparece y demuestra en el extracto que acompaña al informe con que se deben remitir estos autos a la Real Audiencia. Y por esta mi sentencia definitivamente juzgando así, lo pronuncio y mando, consultándose ante de su ejecución con los señores Presidente Regente y alcaldes de crimen de la que reside en esta Corte.
SEBASTIÁN DE VELASCO
Dio y pronunció la sentencia antecedente el señor don Sebastián de Velasco, abogado de los Reales Consejos, y juez subdelegado de las comisiones expedidas por el excelentísimo señor don Juan José de Vértiz, virrey, gobernador y capitán general de este reino y Río de la Plata; estando haciendo audiencia en la casa de su morada, en esta ciudad de la Plata, en 9 de marzo de 1781 años. Siendo testigos don Gregorio de Lara, don Pedro Antonio de Bargas, y Domingo Rebollo, presentes ante mí.
Estevan de Losa, escribano de Su Majestad.
Notificación de sentencia
En la Plata, el día 15 de marzo de 1781: Yo el dicho escribano, estando en la real cárcel pública, leí, notifiqué e hice saber la sentencia de enfrente, dada y pronunciada por los señores Presidente, Regente y oidores de la Real Audiencia de esta Corte, a Alejo Itucaña, -216- Isidro Itucaña, Diego Chiri, Pedro Gualpa, Marcelo Gualpa, indios, Cipriano Cardoso, Alejo Cardoso, mestizos, Lázaro Achala, indio, Remigio Crespo, Miguel Gualpa y Mateo Roque, indios, estando segregados de todos los demás presos, por interpretación de don Pedro Rufino y Domingo Rebollo en sus personas, de que doy fe.
Loza
Yo el infrascripto, escribano actuario de las causas contenidas en estos autos, certifico y doy fe en cuanto puedo, y ha lugar de derecho, como hoy día de la fecha, siendo dadas las 9 horas de la mañana, se sacaron los 11 reos condenados a muerte, y los 14 a azotes, por estar el uno gravemente enfermo, y todos fueron conducidos por la compañía de granaderos a voz de pregonero, que manifestó sus delitos hasta la Alameda, donde estaba una horca de tres maderos, y siendo sacados uno por uno por el verdugo de esta ciudad, fueron ahorcados, y degollados, después de que al parecer estaban naturalmente muertos los 11 primeros, siendo auxiliados por varios sacerdotes seculares y regulares; y los 14 fueron vueltos a la cárcel, por ser más de las 12 del mediodía. A todo lo cual asistió el señor Juez de la causa; y por la tarde fueron sacados en jumentos los dichos 14 reos, con otros 22 más, y a voz del mismo pregonero fueron paseados por las cuatro esquinas de esta plaza, y dándoseles a 100 azotes, se les cortaron los cabellos.
Y para que conste, doy la presente en la ciudad de la Plata, en 17 de marzo de 1781.
Signo, Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
Confesión y sentencia de Dámaso Catari, principal motor de la sublevación de la provincia de Chayanta
En la ciudad de la Plata, en 1.º de abril de 1781 años. El señor don Sebastián de Velasco, abogado de los Reales Consejos, asesor general para las causas de la sublevación en todas las provincias que la padecen, nombrado por el excelentísimo señor Virrey del Río de la Plata, don Juan José de Vértiz, y juez subdelegado para la sustanciación de las que ocurran en justicia. Dijo, que hallándose en esta real cárcel el rebelde -217- Dámaso Catari, a quien ha conducido con otros 37 reos la comunidad del pueblo de Pocoata. Y siendo preciso proceder a la averiguación, declaración y confesión de este reo de estado, principal motor de una infinidad de desgracias que han sucedido, así en la provincia como en las demás del distrito de esta Real Audiencia, a quienes ha seducido y engañado con falsas y fingidas promesas, y saber de raíz el origen, causa y motivo que ha tenido para faltar a la obediencia de su Rey y Señor natural; y a la de la Real Audiencia y demás tribunales; y si a ello ha sido movido por algunas personas con todo cuanto sea conveniente averiguar en asuntos de tanta gravedad, y en que se interesa el Estado, la quietud del reino conmovido y el restablecimiento de aquella paz y tranquilidad antigua de que ha gozado; debía mandar y mandó, que sin pérdida de tiempo, y adelantando los instantes, se pase a tomar a dicho rebelde y sus secuaces la correspondiente confesión, teniendo a la vista todos los papeles que sean del caso, así de los aprendidos con su persona, como de los muchos que están en los autos de la sublevación de la provincia de Chayanta, y con arreglo a su tenor hacerle las preguntas y repreguntas que convengan; y en su negativa, estando convencido por los hechos, proceder a la tortura, sin permitir queden en confusión los que pueden servir de regla a las ulteriores diligencias y pesquisas con que se debe llevar adelante una causa de tanta gravedad, y en que está interesada la religión, el Estado, la república y el particular interés de todos los fieles vasallos de Su Majestad.
Y por este su auto así lo proveyó, mandó y firmó, de que doy fe.
SEBASTIÁN DE VELASCO
Estevan de Losa, escribano de Su Majestad.
Luego incontinenti el señor Juez comisionado pasó a la real cárcel y cuarto donde estaba separado Dámaso Catari, y habiéndole hecho comparecer para efecto de tomarle su confesión, yo el presente escribano le recibí juramento, que lo hizo por Dios Nuestro Señor, y una señal de cruz conforme a derecho, so cuyo cargo, y mediante la interpretación de don Pedro Tofiño y Pedro Antonio de Vargas, ofreció decir verdad de lo que supiere y fuere preguntado. Y siéndole mandado exponga su nombre, naturaleza, patria, edad, estado y causa de su prisión, dónde y por qué le prendieron: Dijo, que se llama Dámaso Catari, hermano de Tomás Catari difunto, y de Nicolás; que no tiene más hermanos, pero sí muchos primos, que llevan el mismo apellido de Catari, y viven todos en la estancia de -218- Pacrani jurisdicción de Macha, y solamente ellos componen el pueblecillo de Pacrani; que el confesante tiene estado soltero, indio de naturaleza, y nunca ha pagado tasa; su oficio sastre del ropaje que viste, y aunque no sabe su edad, demuestra tener treinta y cinco años, y que le prendieron en el pueblo de Macha los indios de Pocoata, adonde le llevaron y han tenido preso una semana, y los mismos le han conducido a esta real cárcel, hoy día de la fecha, entre once y doce. Que su prisión dimana de haberle tratado de mentiroso, los dichos Pocoatas, por haber supuesto indultos y papeles que él ni sus hermanos tenían; y responde.
Preguntado: ¿qué papeles son estos, qué contenían, o qué supuso de ellos, y de quién o de dónde los hubo? Dijo: que estos son unos papeles que su hermano Tomás consiguió en Buenos Aires, con nombramiento de tres jueces, para que atajase las disputas que tenían en Macha con el gobernador Bernal, porque no les dejaba a los indios trabajar libremente para pagar sus tasas, y los jueces nombrados fueron el doctor Artajona, doctor don Diego Calancha y doctor don Juan Bautista Marchea, e ignora por qué echaron mano de estos, porque no le oyó al difunto cosa en el particular, ni él ha conocido a los dos primeros; y sí al doctor Ormachea, a quien solicitó ahora un año, para que a nombre del enunciado su hermano, que se hallaba preso en Potosí, le hiciese un pedimento, y se excusó a ello, por lo que se fue a valer del abogado de pobres, que ignora su nombre; y el contexto del escrito se reducía a solicitar, por medio de la protección fiscal, la libertad de su hermano, y no tuvo por entonces efecto, aunque entregó en Potosí al protector de naturales su escrito con decreto.
Preguntado: si los papeles que se citan no contenían otra cosa que las diferencias suscitadas con Bernal, sobre el perjuicio que hacía a los indios, quitándoles el tiempo para su trabajo; ¿por qué ha alborotado a todos los indios de Chayanta, suponiendo así él como sus hermanos que había rebaja de tributos, y que ocultando este beneficio e indulto del Superior Gobierno, han estado los indios contribuyendo más de lo que les corresponde, siendo esta falsedad principio de las conmociones presentes? Responde: que esta ha sido la voz común, bien que él nunca oyó al difunto su hermano de tal rebaja, pero sí se lo oyó al gobernador Churra, y a Santos Acho, su pariente, que fue el compañero que llevó su hermano a Buenos Aires, y no ha sido el confesante el que ha sostenido esta especie.
Reconvenido: ¿cómo niega haberla sostenido, cuando de muchos papeles consta haber convocado así a las comunidades de Chayanta como a otras varias provincias, a que no paguen más que la mitad, y en otras absolutamente -219- nada, publicando bandos en los cementerios de las parroquias, para que no contribuyan el real derecho, el de diezmos, veintenas y otras obvenciones, todo lo que consta dilatadamente en autos, que en caso necesario se le pondrán presentes? Dijo: que el primero que hizo publicar las citadas rebajas, fue su hermano Nicolás Catari, en el pueblo de Macha, y que llevando él adelante la voz, la ha mandado divulgar por escrito y de palabra en diversas partes, como son en su provincia de Chayanta, la de Porco y Paria; y su hermano Nicolás, por medio de un indio de Sicasica, ovejero de Ignacio Salguero, cuyo nombre ignora, y vivía en Arachaca, curato de Pintatora, sabe que su hermano envió convocatorias a Pacajes, Sicasica, Carangas y Yamparáes, y las escribió las de este un indio, que crió Roque Morato de Chayrapata, y las suyas un mestizo llamado Juan Peláez, de la misma provincia de Chayanta, quien se escapó al tiempo que a él lo prendieron, e ignora su paradero, aunque presume se halle en su casa de Chayaca, y que no ha tenido otro escribiente.
Preguntado: ¿si el alboroto de Pocoata, sucedido en el mes de agosto, tuvo el citado origen de rebaja de tributos, o fue otra la causa; quién le movió, si estuvo él presente, cuántos muertos hubo, así de parte de los soldados, como de los indios, quién prendió a su Corregidor; con las demás particularidades que parecieron convenir en el asunto? Dijo: que con el motivo de hacerse la lista de mita en Pocoata o sus inmediaciones, se congregaron varios pueblos; y resueltos a averiguar si era cierta la rebaja, trataron entre sí prender al Corregidor, en caso de que no asintiese, negando ser así, pasando a pedir la persona de Tomás Catari, que suponían tenía preso dentro de una arca, y les desengañaría, haciéndoles verdadera relación de los papeles conseguidos en Buenos Aires; y a este efecto presentó el confesante, pidiendo la libertad; y como no la conseguían, y creyeron que el Corregidor les ocultaba, se alborotaron, y corriendo la voz, se encaminaron a la plaza, de que tuvo principio el motín, sucediendo muchas muertes de una y otra parte. Y a las reconvenciones hechas en el particular, así del número de muertos, indios y españoles, y el motivo de estas desgracias, responde que los de Macha darán mejor razón que él.
Preguntando: ¿si después que pasó su hermano Tomás a la Provincia, se ausentó de ella el confesante, llevando algunos papeles de convocatoria; a quién, o cómo los condujo, y quién se los dictaba, y daba especies para poner en ejecución sus dañados intentos; si alguno de ellos fue remitido a Tupac-Amaru, y qué correspondencias han tenido con este rebelde? Dice: que él no ha conducido ningún papel, ni convocatoria, y sabe que Ventura Cruz, indio, alcalde de Coroma, vino a Macha, y sobre -220- tributos le dio su hermano una carta, e ignora su contexto. Que por lo que hace a Tupac-Amaru, de mano en mano recibieron un papel, sin determinarse en él persona, ni pueblo; que contenía lo mismo que expresa en las cartas que escribió a Potosí; y pedido que fue por Miguel Michala (a cuyo efecto vino desde Condocondo) para publicarle en Pocoata, habiéndole convidado a comer el cura de este pueblo, pudo con maña sacársele, y hace juicio estará en su poder.
Preguntando: ¿dónde mataron al gobernador don Florencio Lupa, quiénes, por qué motivo, de orden de quién se trajo la cabeza y corazón a esta ciudad, y entre quiénes cogieron la plata y demás bienes de este? Dice: que de resultas de las muertes y alboroto de Pocoata, fue preso su corregidor don Joaquín Alós por los indios que causaron el tumulto, y le llevaron a la estancia de Tirina, y estando allí custodiado de muchos indios, le hicieron escribir un papel, llamando para cosa que importaba al gobernador Lupa, y el conductor fue un mestizo, llamado Vega, y que cree le impulsasen a este llamamiento cuatro o cinco indios, que estaban allí de Moscari; y después de haber llegado, conociendo que era para matarle, procuraron evitarlo su hermano Tomás y el clérigo don Gabriel, habiéndose quedado el cura de Macha en su casa; pero los esfuerzos de estos no alcanzaron a que no le quitasen la vida en la abra de Yanayana dos indios mozos de Moscari, cuyos nombres ignora; y al siguiente día, todo el común de Macha dijo que de orden de Tomás Catari su hermano había sucedido dicha muerte; pero el confesante lo duda, porque si así fuera no hubiera pasado con el clérigo citado a pedir por él. Y aunque se le replicó que siendo su hermano el que disponía de la voluntad de los indios, y a quien le miraban como su defensor, no tenía más que mandar, y todo se hubiera hecho, como lo hubiera pedido; mayormente teniendo confesado, que solo 80 indios de Moscari eran los de la oposición, habiendo tantos en Macha a disposición de Catari, y los clérigos; respondió, que en aquella sazón estaban ausentes en sus estancias, y no se podía hacer resistencia. Y sobre los conductores de la cabeza, y el influjo que hubo para traerla, aunque se le ha puesto en el potro, y dado algún tormento en los lagartos, con las amonestaciones necesarias, nada ha declarado conducente al fin de la pregunta, asegurando no ser sabedor de los que la trajeron, inclinándose a que los mismos indios de Moscari serían los autores, y que cuando llevaron el cuerpo a Macha, ya estaba sin cabeza; y responde.
Preguntando: ¿quién tumultuó la gente de Aullagas, y mató al coronel don Manuel Álvarez, se apoderó de sus minas, canchas, metales, aperos, plata labrada, y demás bienes; quién influyó, y la causa y motivo que tuvieron; de dónde fue la gente tumultuada, y qué número, con lo -221- demás que convino preguntarle, sobre alhajas y papeles? Dijo: que su hermano Nicolás fue el convocador por medio de papeles que escribió a todos los pueblos de la Provincia, y se juntaron en pocos días en mucho número, que no puede afirmar; porque a más de los que estaban a la vista, había en las quebradas otras tropas, y que allí se mantuvieron tres o cuatro días, a que no asistió el confesante, porque se quedó enfermo en Lurucachi; y prueba de ello es que el difunto Álvarez, a persuasión de su hermano, le nombró por heredero de todos sus bienes, sin hacer de él mención, cuyo papel, que le tendrá su hermano de letra del citado Álvarez, confirmará su dicho. Que el influjo, causa y motivo de esta muerte, nació de haber apresado a su hermano Tomás, y haberle quitado la vida cuando le conducían a esta ciudad, e irritados los de Macha, creyendo ser culpado el gobernador Chura, le quitaron la vida, habiendo precedido primero la de Álvarez; y a las dos no hubo otro influjo que la voz de la comunidad, la que siguió dicho su hermano para las convocatorias a los pueblos de Moromoro, Pintantora, Sorcopoco, Ayguari, Guadalupe, Chacani, Antoras, Trigo-Guasi, y de estos pagos no fueron capitanes, a excepción de Moromoro, que caminó con la gente Blas Ariguaca, gobernador nombrado por el alcalde de Sicasica, cuyo nombre ignora. (Equivoca los sitios, y confiesa que la concurrencia de Ariguaca no fue a Aullagas, sino a la Punilla; allí entró con toda la gente de Moromoro, pues aunque pudieran haber ido otros al cuidado de ella, él era el principal que los comandaba, y se mantuvo en el sitio, hasta que un clérigo y un religioso fueron a publicar las paces). Que sobre los papeles y plata tomada en el saco de Aullagas, quien podrá dar razón es su hermano Nicolás y Sebastián Colque de Macha, en cuyo poder están dos libros de cuentas, y este repartió la plata labrada y sellada, sin que le hubiese tocado cosa alguna al confesante, porque estaba ausente; pero que de los 5.000 pesos de la remesa de Potosí le dieron 300, y con ellos pagó a Amaral 60, que le debía su hermano Tomás, y el resto se ha entregado por él mismo a los indios de Pocoata, para gastos de su conducción a esta real cárcel. A su hermano Nicolás le dieron 100 pesos, y el residuo de los 5.000 pesos se prorrateó con todos los que asistieron al avance.
Preguntado: ¿si conoce a don Fernando Carrasco, si ha sido escribiente de su hermano, si ha hablado algunas cosas en contra de la quietud pública, y dádole consejos de que mate y degüelle a la gente blanca, en particular a los chapetones, ofreciéndose por su defensor, con lo demás que tenga que exponer sobre el trato, vida, costumbres y ejercicio del citado Carrasco? Dijo: que le conoce, con el motivo de haber ido por tres veces a su casa en solicitud de cebada; que su residencia regular, es en lo de Amaral, y en lo del clérigo don Agustín -222- Arzadum. Que ignora el oficio o ejercicio que tiene, como también su naturaleza, y le parece puede ser chapetón. Que en las tres veces que fue a visitarle ofreció ser su capitán y amanuense, como lo había solicitado en tiempo de su hermano Tomás, antes que Serrano, y por chismes le desechó, y se introdujo el otro. A que le respondió el confesante: ¿Si serás mi capitán? como haciéndole burla; y a la oferta de ser su amanuense, le dijo: «No, que me podrás vender como Serrano a mi hermano». Que también se ofreció ser su defensor, y no sabe si tantas expresiones las vertía de miedo, porque en las tres ocasiones que le visitó, intentaron los indios prenderle, y el confesante le defendió, diciendo: Este pobre a nadie hace daño.
Preguntado: ¿si a más del antecedente ha tenido a su lado otra alguna persona español o mestizo, que le haya dado malos consejos para que lleve adelante las hostilidades que ha cometido, y si hay más cabezas de motín fuera de los Cataris, así en la provincia de Chayanta como en otras; quién los influye, dónde viven, y si de esta ciudad tenían cartas o aviso cuando estaba en la Punilla, o si él pasó a ella de noche aconsejado de algunos? Dijo: que a excepción del citado Carrasco, en los términos que tiene confesado, no ha habido otro español o mestizo que le haya aconsejado en cuanto ha hecho en daño y perjuicio de la provincia y particulares; que su hermano y él son los principales cabezas, y que a los dos ocurrían de Paria, Porco, Carangas y otras partes, expresando los indios sus agravios contra los caciques y otros que les hacían daño, y que por sí los despachaba con un papelito, que le escribía su amanuense Juan Peláez, diciéndoles: andad, que con esto no os harán perjuicio. Pero que en Condo hay un indio llamado Mateo Canaviri, que vive en el Mojón de Macha, que sin orden suya ni de su hermano hizo publicar rebaja de tributos, y que este, para amistarse con ellos, ofreció traer a las órdenes del confesante, para ocurrir donde se le ofreciese, 7.000 indios a Macha, después de la derrota de la Punilla, y que él en persona pasó hasta dicho Macha a hacerle la oferta; y aunque estaba resuelto a pedir paces, como tuvo proporción de usar de este auxilio, y el citado Canaviri le alentase a no pedirlas, le despachó con otro indio compañero de Miguel Michala, que está preso, para que hiciesen la junta, y estando esperando el socorro, le prendieron los indios de Pocoata, sin tener noticia de las resultas. Que el citado Canaviri, para afianzarle en que podía hacer dicha junta, le aseguró que era el cabeza del pueblo de Chayapata, y le enseñó su bandera, que era entre blanco y musgo. Y aunque en este acto le hizo su merced la correspondiente pregunta sobre si era el autor de la muerte del corregidor de Paria, don Fulano Bodega. Dijo: que nada le expresó, por lo que no pudo absolver la pregunta; y llevando adelante el tenor de la oferta -223- de los 7.000 indios, le reconvino y preguntó: ¿Si hubieran llegado antes de tu prisión, qué hubieras hecho con ellos? A que respondió, que en conferencias que tuvo con Miguel Michala acordaron, que primero fuese él con el edicto de Tupac-Amaru a Pocoata, y si estaban corrientes en darle obedecimiento, juntar aquella comunidad con el refuerzo que esperaba, y venir a esta ciudad, y de no embestir contra ellos como inobedientes. Que en conferencia con los principales de Macha, y en agradecimiento de su nuevo Rey, acordó la comunidad hacer un expreso a Tupac-Amaru, rindiéndole obediencia y sus personas, y que los que siguieron su dictamen y hablaron por los demás, fueron Martín Campos, Tomás Romero y Cruz Quespi, y por no haber quien los acusase, no han sido conducidos por los Pocoatas a esta real cárcel; y que el proyecto de escribir a Tupac-Amaru no tuvo efecto, por ignorar el lugar de su paradero.
Reconvenido: ¿cómo podía esperar de la remesa de los 7.000 indios, cuando así el que se los ofreció, como el confesante, no ignoraban que las provincias de Paria y Carangas tenían cercado a Oruro, y no era fácil dejar un objeto más ventajoso para ellos, y dentro de su casa que emprender un viaje contingente y largo como hasta Chuquisaca? Y aquí que exprese cuanta noticia tenga sobre el alboroto de Oruro, muertes, robos y motivo de haber desamparado la coligación que tenían con los naturales de aquella villa. Dijo: que dicho Miguel Michala, Ventura Cruz, indio de Coroma, y cinco que vinieron de Tolapampa, cuyos nombres ignora, le aseguraron que, unidos los indios con los criollos, habían muerto a todos los chapetones en Oruro, donde esperaban a Tupac-Amaru, que estaba cerca con 8.000 criollos y 6.000 indios, que venían matando a todos los españoles europeos que encontraban; y que así sus providencias de rebaja que decía, ya no servían, porque tendrían indulto con su nuevo Rey, y no pagarían tasas ni obvenciones; por lo que le hicieron ver al confesante que destruidos los chapetones en Oruro, y en aquellas inmediaciones por Tupac-Amaru, no había riesgo en que viniesen para acá los 7.000 indios; mayormente cuando le expresaron que el nuevo corregidor de Oruro, cabeza de los sublevados, Fulano Rodríguez, era de su parte, y esperaba a Tupac-Amaru lo más tardar para Pascua; y aunque de pocos días a esta parte ha oído que en dicho Oruro estaban encontrados los criollos y los indios, no sabe cómo ha sido esto, porque el fin era estar unidos con los criollos. Que es cuanto sabe en el particular de esta pregunta.
Preguntando: ¿qué fin tuvo para venir a las inmediaciones de esta ciudad, y qué pensaba cuando se acompañó y acampó en la Punilla; qué indios tuvo en ella, quién le llevaba víveres, quién le escribía de la -224- ciudad, y si de ella pasaron algunas personas al campo de dicha Punilla, al de Chataquila y demás lugares circunvecinos; ¿qué consejos le dieron? Dijo: que con el motivo de haber venido a Quilaquila a ver la sepultura de su hermano Tomás, encontró a los indios de aquella doctrina, remontados y fugitivos, porque se les perseguía, después que mataron al justicia mayor, don Juan Antonio Acuña, y le pidieron se juntase con ellos, y se viniese a la Punilla, desde donde podía pedir una cajuela de papeles que habían recogido de los bienes de dicho Acuña, y en ella estaban los conseguidos por su hermano Tomás en Buenos Aires, a favor de la comunidad; y luego que se vio con bastante gente y le aseguraban llegarían a 7.000, resolvió entrar a esta ciudad el martes de carnestolendas, de día, por consejo de un indio de Tacobamba, que ignora su nombre, y le ofreció acompañarle con toda su gente, pues tenía proporción de juntarla, como que era cacique pasado; y que por todo esto se adelantó a escribir cartas a la Audiencia y señores Ministros, con las provocaciones que, contienen; y leídas, dice son las que él mandó escribir, y que con expresión le encargó al amanuense, Juan Peláez, que quería beber chicha en las calaveras de dichos señores Ministros, y demás groserías y desatenciones en que están concebidas; y que logrando el triunfo, se repartirán casas y bienes, matando a todos, menos al señor Arzobispo, clérigos y monjas. Que ninguna persona les fue a ver, ni envió bastimentos, y se mantenían de los cocabies y prevenciones que llevaron, y de lo que cogieron al clérigo Morales y a Manuel Gueso, cuya razón dará Taguareja, que está preso, como primer autor de este y otros robos. Y las razones que contiene esta pregunta, fueron el influjo, amonestación y persuasión única, que tuvo para la premeditada revolución de entrar en la ciudad, a que no le movían tanto los intereses, caudales y riquezas que se figuraba coger, como rescatar la cajuela de papeles, donde debían estar los conseguidos por su hermano en Buenos Aires, que traía al justicia mayor Acuña; teniendo por insustanciales, diminutos o fingidos, los que entregó el clérigo y religioso, que pasaron a la Punilla al efecto de persuadir a la comunidad que allí estaba, no haber otros que hiciesen a su favor.
Reconvenido: porque asienta que el interés de los papeles solo le traía, cuando tiene confesado, que si se apoderaba de la ciudad, haría repartimiento de sus casas, bienes y haciendas, entre los que le acompañaban, a correspondencia de su mérito y servicio, dejándola poblada de los naturales, acabando enteramente con toda clase de personas, que no fuesen indios; con cuyo modo de pensar no se acomoda el empeño solo de coger la cajuela, porque rescatada y logrado el fin, parece debería retirarse a la Provincia o Provincias de adonde salieron los indios que estaban a su mando; y se descubre que otro espíritu le animaba, y le movía hacer -225- unos juicios y conceptos tan perjudiciales a los miserables que tenía engañados con sus soñadas conquistas; sin reflexionar que, aun cuando causase en la ciudad los estragos que en otros pueblos de corta habitación y ningunas fuerzas, no podían faltar estas, ni diferirse mucho tiempo, sobrándole al Rey vasallos leales que castigasen la ingratitud de sus indios rebeldes. Responde, que uno y otro les movía, aunque a él le estimulaba mucho poder satisfacer a sus soldados con la verdad o proposiciones vertidas en sus convocatorias, de haber conseguido su hermano Tomás en Buenos Aires rebaja de tributos, y que no le tuviesen por embustero y fingidor de gracias que no se les habían dispensado; mayormente cuando el objeto de disfrutarlas era el primer móvil de las inquietudes, oposiciones, resistencias, robos y muertes que han hecho, fundadas en este principio de no concederles el indulto y diminución en aquella cantidad que todos habían aprendido, debía rebajárseles de sus tasas, teniendo esta inobservancia, por opuesta a las órdenes del señor Virrey, que no se habían cumplido ni puesto en uso, aunque las manifestó su hermano; y desde entonces empezaron sus trabajos, prisiones y persecuciones, manteniendo todo el tiempo que las sufrió a Blas Bernal en el Gobierno. Y sin embargo de que se hacía indigno de él por la usurpación de tributos, como lo expuso en Buenos Aires, Potosí y demás tribunales, y porque no era indio y les trataba con tiranía y sin amor, ocupándoles mucha parte del año en sus particulares trabajos y cultivo de tierras de que carecía la comunidad, crecía el esfuerzo de sostenerle, sin que las diligencias y medios continuos que aplicaba su hermano, tuviesen adelantamiento. Que a más de este empeño que contemplaba de honor, le movía saber que su Rey Tupac-Amaru venía a favorecerles, quien se había dignado escribir y despachar edictos al común de las provincias, ofreciéndoles su amparo, y el de tratarlos con mucha suavidad, haciendo un cuerpo entre indios y españoles criollos, acabando a los europeos, a quienes encargaba degollasen sin distinción de personas, clases ni edades, porque en todo debía mudarse el gobierno. Que este sería equitativo, benigno y libre de pensiones; y en agradecimiento del bien que esperaban, y de tener Rey natural, quería esperarle con la conquista de esta ciudad, poniéndola con la obediencia de todos los indios que debían poblarla, a sus pies, y con su llegada esperaban redimirse de tasas, gabelas, repartos, diezmos y primicias, y vivir sin los cuidados que les acarrean estas contribuciones, hechos dueños de sus tierras y de los frutos que producen, con tranquilidad y sosiego.
Estas y otras expresiones irritantes que vertió en la pregunta, conmovieron la quietud de Su Merced; y omitiéndolas por no faltar a la moderación que caracteriza de prudentes a los jueces, excuso extenderlas, mas no el reconvenirle. Porque, abusando de la piadosa intención de su -226- Rey y Señor natural, todo dedicado a derramar gracias, indultos y favores en beneficio de la miserable condición de los indios, como lo tocaron sus padres por experiencia, sin faltarles a ellos en el día comprobante que se lo acredite, pues se les ha convidado repetidas veces con los expedidos por su Alteza, afianzándoles su real palabra, el perdón de tanto exceso, desentendiéndose en mucha parte de las atrocidades, muertes y robos con que han agraviado a la misma naturaleza, sin perdonar sus compañeros, compatriotas y paisanos que no han seguido las máximas de la rebelión; buscan la protección que no cabe en un tirano, y que acostumbrado a ser infidente, desleal e ingrato a Dios y al Rey, no puede ni cumplir sus palabras, ni llevar otro fin que el de hacer notoria su infeliz calidad, demostrándose con tan abominables acciones, no ser otra que la de su infestada naturaleza y perversidad. Dice, que ya tiene dado a entender la causa e interés que le ha movido; y repitiéndole, añade: Que siendo Tupac-Amaru del país y de la naturaleza suya, y habitar en sus mismas tierras, le ha servido al confesante y sus aliados, de celo y empeño, creyendo que por esta alianza y el de ver personalmente sus miserias, las remediaría, siendo igualmente agradecido al esfuerzo que aplican para conseguir sus intenciones; con cuya mira no han rehusado atreverse así a los criollos españoles, como a los indios que han manifestado repugnancia a prestarle la obediencia, dando por prueba de la que le tributan las muertes y robos cometidos en ellos.
Instado, ¿por qué da esta respuesta, cuando del indulto conseguían todos los beneficios que se figuraban con su nuevo Rey, y por repetidas ocasiones se les había brindado con el perdón, como se verificó el día 17 de febrero por medio de un religioso y un clérigo que pasaron al campo, de que no podían dudar ni formar desconfianza, pues en todos tiempos se les han cumplido exactamente las ofertas, y nunca, aunque fuesen mayores las de Tupac-Amaru, serían observadas con la sinceridad que las prometidas a nombre de un Rey cristiano y piadoso, que olvidado de sus ingratitudes, quería como padre perdonarlas? Dijo: que en el día citado, en que aún no había tenido noticia individual de las ventajas de Tupac-Amaru, ni había recibido su edicto, estuvo pronto a desamparar el sitio del acampamento, y admitir los partidos y ofertas que por las cartas conducidas por el clérigo y religioso se le franqueaban, dando prueba de su obediencia y arrepentimiento, con retirarse a Chayanta; pero fue tal la repugnancia y resistencia de muchos, y en particular de las indias, que coactado y lleno de miedo por no perder la vida, se resolvió a permanecer en el puesto, y a no dar asenso a las amonestaciones de los emisarios; y así contra su voluntad los despidió sin el consuelo que imploraban, y allí se mantuvo hasta el martes, -227- que fue la última pelea, y de la que salieron derrotados y con pérdida de muchos indios; pero no puede saber el número, así porque no era fácil de contarlos, como por la violencia y rapidez con que emprendieron la fuga, acompañado de su escribiente Juan Peláez, y no pararon hasta llegar al cerro y montaña de Chataquila, y a la noche siguiente hicieron lo mismo en otra montaña de Guayllas; y que temeroso el compañero de que les diesen alcance, le reconvenía frecuentemente con el error de no haber admitido las paces, y seguido el dictamen que dicho escribiente le dio por tres veces, de que se retirase, y no hay duda lo hubiera practicado; pero el influjo de las mujeres, que eran más de cuarenta, le detuvieron, amenazando le quitarían la vida; y con llantos, alaridos y llenas de furia, le pedían no mostrase cobardía ni desamparase el sitio. Y en este estado, preguntándole Su Merced si conocería alguna de las que allí se hallaron, e hicieron las demostraciones que refiere. Dijo que sí, y en el mismo acto compareció Teresa Quespi, india, mujer de Diego Choquevillca, uno de los que murieron en el último asalto, y que mantuvieron el puesto desde el primer día; y vista, expresó luego que la conocía, y en su cara la sostuvo fue una de las que resistieron junto con su marido el perdón que se les concedía, llenándole de dicterios, porque conocieron estaba inclinado a admitirlo, y con voces y amenazas le separaron de los eclesiásticos, y del buen intento que tenía. Y a esta reconvención calló la citada india, sin negar estuvo presente; pues viéndose apurada, solo tuvo el efugio de culpar a otras; por lo que Su Merced dio por hecho este careo.
Preguntado: ¿por qué ha tomado por instrumento la rebaja de tributos para seducir a los indios de Chayanta, y tener en movimiento a todas las provincias del Perú, suponiendo falsamente haber conseguido su hermano Tomás esta gracia, que pasó a Buenos Aires; siendo así que las justas y cristianas providencias expedidas por el excelentísimo señor Virrey no se extienden a más, que a reparar los perjuicios que experimentaba la comunidad del gobernador Blas Bernal, suponiéndole intruso y usurpador de los tributos de su cargo, como lo demuestra el despacho original, que se le remitió al campo de la Punilla, separado de los autos obrados por esta Real Audiencia, a instancia de dicho su hermano, para que le reconociese e hiciese ver a los indios no se extendía a otro asunto que al citado de tributos, y a redimirle de las vejaciones de Bernal; y que apoyar un engaño y fingimiento con el alto respeto de dicho señor Virrey y Real Audiencia, es un nuevo motivo que acrimina más su delito, y que demuestra en un rebelde la pertinacia de su seducción y mal genio. Declare sin reserva abiertamente cuanto conozca ser correspondiente a satisfacer -228- un punto de tanta gravedad, en que el doblez y la simulación han causado tanto estrago y perjuicio en vidas y haciendas. Responde: que su hermano Nicolás le ha hecho caer en un defecto tan grande, moviéndole a escribir los muchos papeles y convocatorias que se han esparcido por el Reino. Que el confesante bien conoció no había tal rebaja de tributos, ni el despacho hablaba de otra cosa, que en punto a administrarles justicia en las quejas que expuso su hermano Tomás en Buenos Aires; pero el citado Nicolás, llevando adelante su capricho, como que conocía era el más proporcionado medio para tener en inquietud a los indios, y siempre sujetos a la voz de su llamamiento, no quiso dar oídos a lo que en el particular le decía el confesante; y esta es la causa porque los indios no han desistido de aquella primera impresión, manteniéndose tercos y tenaces en que los papeles de la gracia se han ocultado, y los del recurso de Bernal son los que ha remitido la Audiencia; y porque uno y otro pueblo ha conocido el engaño, como es el de Pocoata y parte de Macha, en despique de aquel agravio le han conducido preso; y responde.
Preguntado: ¿quién es Pascual Llave, capitán enterador de las cédulas de Potosí, para el que escribió una carta con fecha de 5 de marzo; inclusa otra para el Gobernador, Capitán Coronel de la gente española criolla, en que le da parte de Tupac-Amaru, relacionándole el tenor de su edicto, y encargándole pase a cuchillo a todo español europeo, sin reservar ninguno, como más altamente se expresa en las citadas cartas que se le leyeron? Dijo: que las cartas que se le demuestran, son escritas de su orden, y por su amanuense Juan Peláez, a las personas que se citan; a saber: la primera a Pascual Llave, capitán enterador de los indios, cédulas de Macha, que mitan en Potosí, y la otra al Capitán, Coronel de los españoles criollos, a quien no conoce ni sabe si existe tal sujeto, pues para escribirla no tuvo más antecedente que haberle dicho un indio de Tinguipaya, que pasó al propósito al de Macha, con orden de su nuevo gobernador, Andrés Tola, que en Potosí había un sujeto conocido por todos los indios, que hacía personería por ellos, y con el nombre de Capitán Coronel sostenía todas las acciones de los naturales; que le escribiese dándole parte de lo que acaecía dentro y fuera de la provincia. Que no desmayase con la derrota de la Punilla en juntar gente, pues lo mismo hacían en la provincia de Porco y en otras. Que a su tiempo le avisase el confesante para reunir unas y otras fuerzas, y avisar a donde habían de acudir, encargándole no dejase de tener correspondencia con dicho Capitán Coronel, por lo que podían importar sus advertencias, y que cuando escribiese, le entregase a él las cartas, para que por mano de sus cédulas pasasen a -229- las de Pascual Llavi, y este, como sabedor del sujeto, se las diese. Que en efecto las escribió en los términos que ellas demuestran, y sabe que no fueron a manos de las personas destinadas; porque el Pascual Llavi, a pocos días se apareció en Macha, y no se dio por entendido de las cartas; antes preguntándole qué motivo le traía de Potosí, le expresó ir en solicitud de las cédulas que se le habían huido, y que volvería a verse con él, lo que no hizo, porque desde su estancia se regresó a dicha villa.
Reconvenido: aclare el tenor de la antecedente pregunta, expresando el nombre del Capitán Coronel de los criollos: qué ejercicio tiene en Potosí, con todo lo demás que supiere en el asunto, bajo del apercibimiento de ponérsele en el potro, y darle tormento hasta que confiese la verdad en un asunto de tanta importancia al servicio de Dios y del Rey; y que no dé lugar a decir con el castigo lo que puede y debe hacer, compelido de la religión del juramento, que hizo al principio de esta confesión. A lo que responde: que no tiene más noticia por el sujeto por quien se le pregunta, que el saber es criollo y protector de todos los indios. Y no absolviéndose en esto la pregunta, se pasó al tormento, encargándosele el peligro, en que por su voluntad se pone. Habiendo sufrido el del embudo más de media hora, no se ha podido sacar cosa fija, pues aunque ha expresado algunos nombres, se conoce son supuestos, y en las ratificaciones, después de sereno y sosegado de las angustias, se retracta, y dice que es falso lo que en el lance de la aflicción expresaba, pero que no lo es, y se afirma y ratifica en que de la mina de Anconassa sacó don Lucas Villafañe, o a nombre suyo y de un sujeto, cuyo nombre expresará Su Merced, o yo el presente escribano en testimonio, cuando sea necesario, dos zurrones de plata sellada y dos petacas de labrada; pues aunque no lo vio el confesante, se lo avisaron Francisco y Laureano Alvarado, que cargaron todo lo expresado, y se interesaron en efectos de coca y ají; y el indio Salvador Vilca, que se halla en esta ciudad, y Bartolomé Estanislao Preso, se interesaron, el primero en plata labrada y sellada, y el segundo, en un espadín de puño de oro, y 100 pesos en plata, fuera de comestibles, coca y otras especies; y Sebastián Colque tomó un bastón con puño de oro, y plata en más cantidad que los antecedentes, como que fue el repartidor de todo lo que saquearon; y que el metal de la Cancha y el que estaba dentro de la mina, lo robaron todo, y encarga el confesante se asegure al dicho Salvador Vilca, que él declarará bastante en el particular, porque en su concepto fue el que más se interesó, por lo que conviene asegurarle antes que se ausente con los Pocoatas.
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Preguntado: ¿si a más de las dos cartas citadas para Potosí, ha escrito otras de gravedad e importancia? Dijo: que por consejo de Justito, el de Marcabí tras de Ocuri, y de Romualdo Viscarra, mestizo, que se halla en esta ciudad, escribió de puño de Peláez a Jacinto Rodríguez, de Oruro, que hace de corregidor y cabeza de los sublevados, ofreciéndosele, y que le avisase dónde estaba Tupac-Amaru, y no le respondió, aunque los dos citados conductores se detuvieron cuatro días, dando por excusa estaba muy ocupado.
Como dice no tuvo respuesta de esta carta, cuando por declaración de don Fernando Carrasco consta la tuvo, sino del citado Rodríguez, de otra persona en su nombre, asegurando que el confesante se la enseñó, y él la leyó junto con otras. Responde: que no es cierto; y para aclarar la verdad mandó, Su Merced comparecer al citado Carrasco, y puesto en su presencia y la de Dámaso Catari, impuesto de la pregunta, dijo: Que en Macha le enseñó Juan Peláez, estando allí el confesante, una carta firmada en Sorasora, por Pedro Miranda, que parece ser dependiente de don Diego Flores, e infiere el declarante que fue arbitrio y estudio para no hacerse sospechoso. Y preguntado qué conexión tiene esta carta, con la que escribió Catari a Rodríguez. Responde aquel, que no habiendo podido conseguir respuesta en cuatro días que la esperaron, se fueron aburridos a Sorasora, y de allí consiguieron la carta que se cita, con el nombre de Pedro Miranda. Que uno de los conductores, llamado Romualdo Viscarra, está aquí, quien podrá dar razón, porque en lugar de traer respuesta de Rodríguez, trajeron la de Pedro Miranda, no habiendo escrito este ni a Flores; pero malicia que, sabedor dicho Flores del tenor de la carta escrita a Oruro, y de no haberse contestado, oficiosamente le dio él por medio de su dependiente, para no desagradar al que se la escribió; y de aquí infiere así el confesante Catari como el declarante haber buena correspondencia entre Rodríguez y Flores. Y con lo que se lleva dicho quedó convencido Catari de ser cierto; y queda evacuado este careo; añadiendo Carrasco que la carta solo contiene generalidades de estar pronto a servirle, sin tocar en punto de rebelión, ni en quien tenga parte en ellos; y que al mismo tiempo que le enseñaron el auto de la Audiencia, en que se ofrece 2.000 pesos al que traiga a cualquiera de los Cataris y Acho, y la mitad por cada cabeza; también le mostraron muchos papeles de nombramientos de caciques y alcaldes en toda la provincia.
Preguntado: ¿si los indios de Condocondo, que salieron de esta cárcel y pasaron a sus residencias, han vivido en ellas, o se han aliado -231- con los rebeldes de Macha, Chayapata, Oruro o Carangas? Dijo: que a la pasada para Condo estuvieron un día en Macha, y después no les ha vuelto a ver, ni ha tenido noticia hayan asistido a los pueblos donde ha habido tumulto, ni sean causa de ellos; y responde.
Preguntado: ¿quién dio muerte a Gregorio Flores, indio, alcalde de Chayrapata, que se le despachó de aquí con papeles y encargos de este juzgado, para que indagase los asuntos de que por entonces convino estar impuesto; y asimismo quién o quiénes causaron la de un indio, a quien él mandó le matasen sus dos hijos, cuyo nombre y lugar se ignora; y quién es el sujeto que con simulación entró en la mina de don Manuel Álvarez, y suponiendo estaba la cancha sin gente, y ya acabado el tumulto le engañó para que saliese, de que resultó su muerte, por haber cargado sobre él los muchos indios que le esperaban? Dice: que a Flores le mataron en Macha, Miguel y Gregorio Guarcaya, indios que residen en la estancia de Llucho, que está adelante de Ocuri, a que asistieron otros, pero los antecedentes hicieron cabeza; que la muerte fue en casa del confesante, y aunque la quiso evitar a empellones, le metieron dentro de su cuarto. Que el indio alcalde de Salina, Melchor Mendoza, es sabedor y autor de las muertes; que por fuerza hizo que un hijo diese a su padre y madre, en el expresado lugar de Salina, cuatro leguas más adelante de Macha, sin otra culpa que suponerle parcial del gobierno de Osinaga; y por lo respectivo al engaño con que sacaron de la mina a don Manuel Álvarez, sabe de oídas que uno de sus indios, llevándole de comer, fue el que le animó a salir. Puede dar razón de su nombre con otras particularidades Sebastián Colque, que está en esta cárcel con nombre de Choque, apuntado entre los del Asiento de Aullagas, distinto de otro Sebastián Colque, que repartió la plata que sacaron de la mina, con otras especies.
Preguntado: cuando salió derrotado y fugitivo de la Punilla, ¿qué consuelo daba a los parciales que encontraba en el camino, y estos qué le decían, pues era natural recelasen que los soldados fuesen adelante contra ellos? ¿qué oferta les hacía, o cómo los consolaba? Responde: haberles dicho lo mal que había salido de la empresa, y que iba derrotado; a lo cual, bastante consternados le rogaban, que pues era regular siguiesen los soldados contra todos, pasando adelante a matarles y consumir sus ganados y bienes, se esforzase a resistir con mayor número de gentes, y que entretanto se -232- escondiera entre peñascos; a que por consolarlos les decía que así lo haría.
Preguntado: con la relación a la once de esta confesión, donde expone, que si hubiera tomado esta ciudad, solo reservaría las vidas del señor Arzobispo, monjas, clérigos, degollando a todos los demás para que se poblase de indios; ¿qué haría si los que indultase no obedecían a él ni a Tupac-Amaru, como se debe creer de unas personas de cristiandad y honor? Dijo: que por su parte cumpliría lo ofrecido, y por lo respectivo a Tupac-Amaru, él vería lo más conveniente.
Preguntado: ¿si su hermano Tomás despachó convocatorias a alguna parte? Dijo: que sí, y las dirigió a Sicasica, a todos los pueblos de Chayanta y otras provincias, con un alcalde; que se perdió dos semanas en esta diligencia, y que su contexto era imponerles en la rebaja de tributos, que estaba suspendida por no haber dado cumplimiento al despacho que había ganado en Buenos Aires, ni haber pasado los jueces nombrados por el señor Virrey a la provincia; de donde le había resultado tantos perjuicios, estando en una cárcel perseguido de los jueces, sin admitirle los servicios que ofrecía al Rey en sus tasas, y que siempre decía dicho su hermano, que volvería otra vez a Buenos Aires a representar lo mal que le había ido con las primeras providencias, que eran causa de sus padecimientos, pues él no tenía otro delito que haber llevado con empeño se cumpliese lo mandado por el señor Virrey.
Reconviniéndosele porque insta, y se recalca tanto en un asunto falso y supuesto, como el de la rebaja de tributos, tomando por asilo de sus inquietudes una gracia que carecía de mérito y de causa, sobre lo que ya Su Merced le tiene en otra pregunta reprendido. Dijo: que también él ha expuesto estar convencido de que no la hay, y que si acaso su hermano se empeñó en hacer que la creyesen los indios, sería porque, como estaba tan perseguido y olvidado en la cárcel, no podía encontrar en ellos mayor protección que proponerles la dicha rebaja, pues de ese modo conseguiría tenerlos de su parte para toda defensa; y acaso no hubiera usado de este medio, si en los principios lograse ser admitida su instancia. No estaría sindicado de rebelde y tumultuante, ni perseguido de sus émulos, hasta acabar infelizmente con su vida, dejándoles por herencias a sus hermanos estas desgracias.
Y en este estado mandó Su Merced suspender esta confesión, -233- para proseguirla siempre que convenga. Y el confesante dijo: que lo que ha expresado es la verdad, bajo del juramento que ha prestado, en que se afirmó y ratificó, mediante la interpretación de los intérpretes nombrados y juramentados en los dos idiomas.
VELASCO
Fernando Martín Carrasco. Pedro Tofiño. Pedro Antonio de Vargas. Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
Certificación
Yo, el infrascripto escribano, certifico, doy fe y testimonio de verdad en cuanto puedo y ha lugar de derecho, a los señores que la presente vieren, que habiendo sido sacados de la real cárcel Manuel Taguarreja, Miguel Michala, Julián Maya, Ventura Nicasio y Teresa Quespi, a voz de pregonero que manifestó sus delitos, fueron ahorcados, hasta que naturalmente murieron en la horca, que está puesta en esta plaza grande.
Y para que conste, doy la presente en esta ciudad de la Plata, en 7 de abril de 1781 años.
Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
Oficio
MUY ILUSTRE SEÑOR PRESIDENTE:
Muy señor mío: Acabo de entender que la Real Audiencia, para mandar ejecutar la sentencia de muerte que debe padecer Dámaso Catari, ha tenido por conveniente que antes de determinar lo que convenga, se adelante la confesión de este reo, bajo la instrucción que ha de formar el señor Fiscal; y respecto a que, de la demora de que se quite la vida a dicho Catari, pueden seguirse considerables perjuicios, pido a Vuestra Señoría se sirva nombrar al señor Fiscal, para que con su asistencia se practiquen las diligencias que se tengan por oportunas, para que no se difiera la ejecución de dicho reo.
-234-
Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría muchos años. Plata y abril 7 de 1781. Besa la mano de Vuestra Señoría su atento servidor.
IGNACIO FLORES
Señor presidente regente don Gerónimo Manuel de Ruedas.
Decreto
Plata, y abril 7 de 1781.
Vista la antecedente representación, nómbrase al señor Fiscal de esta Real Audiencia para los efectos que en ella se expresan. Una rúbrica del señor Regente.
En cumplimiento del decreto antecedente, el señor don Ignacio Flores con su Asesor, y asistencia del señor Fiscal, se pasó a adelantar la confesión hecha de Dámaso Catari, con asistencia de los intérpretes nombrados para el efecto, don Pedro Tofiño y Pedro Antonio de Vargas, los mismos que concurrieron a la confesión que corre en estos autos, y bajo de juramento que unos y otros hicieron, conforme a derecho.
En su conformidad se le preguntó si sabe a influjo de qué persona fue su hermano Tomás Catari a Buenos Aires, para el recurso que hizo en aquella capital ante el excelentísimo señor Virrey. Qué persona o personas le habilitaron con plata, cartas o instrucciones, y si sabe que el dicho recurso fue puramente para solicitar el favor de los naturales en la providencia que consiguió, o con el fin de perjudicar alguna otra persona. Dijo: que no sabe que a su hermano le hubiese influido nadie, ni secular ni eclesiástico, para hacer el viaje a Buenos Aires; que los mismos indios le habilitaron con plata, y entre ellos una tía suya con 30 pesos. Que presume que en Potosí le hubiesen dado alguna carta de recomendación, tal vez por instancia de un Fulano Gómez, vecino del Ingenio de Ayoma, para alguno de Potosí, bien que no lo sabe de cierto. Y que el recurso hecho al señor Virrey fue solo hecho en favor de los indios, sin que hubiese mezclado fin particular de perjudicar al Corregidor, ni a otra persona secular ni eclesiástica.
-235-
Preguntado: si después que su hermano volvió de Buenos Aires con el despacho del señor Virrey, ínterin se practicaron algunas diligencias para su cumplimiento, y luego que empezó a esparcir la voz de que había rebaja de tributos, si sabe que esta voz fuese puro movimiento de su hermano, o influida de alguna persona, con el fin de inquietar la provincia, y sublevar a los indios como se verificó. Dijo: que cuando su hermano llegó a Buenos Aires no echó tan pronto la voz de la rebaja de tributos, sino algunos meses después, por el motivo que antes tiene dicho en su confesión, que fue producción suya, y no de alguna persona otra.
Preguntado: ¿quién fue el agresor en el alboroto del día 26 de agosto del año pasado? Esto es, ¿quién fue el primer motor de él, si los indios violentaron al Corregidor, o este a los indios? Dijo: que en dicho día 26 de agosto, teniendo un escrito Tomás Acho, deudo del confesante y de su hermano Tomás, para presentarlo al Corregidor sobre la soltura de este, agarró Pedro Caypa a dicho Acho, diciéndole: aquí dentro está Catari, señalando la vivienda del Corregidor; y entonces este, viendo aquella acción y la multitud de indios, disparó un pistoletazo y mató a dicho Acho.
Preguntado: ¿si para el alboroto que causaron los indios en dicho día 26 de agosto, tuvieron solo el motivo de solicitar sacar de prisión a su hermano Tomás Catari, por el séquito y estimaciones que le tenían, o se agregó alguno otro que les hubiese dispuesto y preparado para dicho tumulto, como pudo ser? Si el corregidor don Joaquín de Alós los trataba con violencia, cometiendo excesos en el reparto o administración de justicia. Dijo: que el motivo del alboroto fue lo mucho que los indios querían a su hermano, y estar persuadidos a que era cierta la rebaja de tributos, porque a más de haberlo asegurado así dicho su hermano, los puso en la misma creencia Pascual Chura, asegurando había sacado del archivo un testimonio de la providencia, y viendo que después que dicho Pascual Chura llego a ser gobernador, negaba hubiese tal rebaja, creían los indios era por lucrarse del importe de las tasas, y esto más concurrió para el alboroto.
Preguntado: ¿después que su hermano volvió a la provincia, con qué personas se acompañaba, de quiénes tomaba dictamen, y qué proyectos eran los suyos? Dijo: que los proyectos de su hermano no eran otros que cobrar los tributos de San Juan y Navidad, para verificar el aumento ofrecido en Buenos Aires. Que se acompañaba -236- con Salvador Torres y José Molle; y que no sabe que nadie le aconsejase.
Preguntado: ¿de quién se valía su hermano, así para dictar como para escribir todas las cartas, que luego que salió de la prisión dirigía, unas a la Real Audiencia y otras al ilustrísimo señor Arzobispo, sobre los diferentes particulares que constan de los principales autos de la sublevación de Chayanta? Dijo: que desde esta ciudad le acompañó Isidro Serrano a su hermano Tomás, porque le dijeron que era abogado, colegial e instruido en papeles; que ignora por qué conducto se le agregó a su hermano, y que con este despachaba y escribía todas las cartas. Que la casa de Serrano distaba mucho de la del confesante, y que no consentían que allí entrase nadie a observar lo que hacían.
Preguntado: ¿si sabe que alguna otra persona, fuera del común de los indios, hubiese tenido parte, influjo o persuasión en la muerte de don Manuel Álvarez Villarroel, y del gobernador Pascual Chura? Dijo: que por la muerte de Álvarez no hubo más motivo que haber preso a su hermano, ni influjo de otra persona que el común de los indios; y que la muerte de Chura la hicieron los de su parcialidad, resentidos de no haber cumplido la rebaja que hizo publicar en el Río de Comoro.
En cuyo estado, y por ser ya las dos y media de la tarde, y que sin embargo de que estas preguntas se le hicieron con la mayor meditación, a que se añadieron otras, sin adelantar más que lo que lleva declarado, se mandó suspender en ella, y que incontinenti se remita a la Real Audiencia, y lo firmaron todos los dichos Señores, y los intérpretes, de que doy fe.
JUAN DEL PINO MANRIQUE
Ignacio Flores. Sebastián de Velasco. Intérprete, Pedro Tofiño. Intérprete, Pedro Antonio de Vargas. Ante mí, Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
Auto de confirmación
VISTOS: con las diligencias últimamente practicadas, teniendo consideración al oficio que pasó el Gobernador de armas al señor -237- Presidente Regente, y las actuales circunstancias del día, y evitar cualesquiera alboroto que se pudiese originar con la detención, y lo que resulta de la actuación hecha con intervención del señor Fiscal; sin embargo de advertirse no hallarse cumplido el espíritu del auto últimamente proveído por esta Real Audiencia: llévese a debida ejecución la sentencia de muerte pronunciada contra el traidor Dámaso Catari, entendiéndose que sobre la pena impuesta se le declara por infame como a todos sus parientes, e igualmente que todos y cualesquiera bienes suyos se apliquen al Real Fisco, y que derribándose su casa, se siembre de sal; y para todo lo cual y su pronta ejecución, que se hará en la hora, se devuelven estos autos. Cuatro rúbricas.
Certificación de la justicia
Yo, el infrascripto escribano, certifico, doy fe y testimonio de verdad, a los señores que la presente vieren, en cuanto puedo y ha lugar de derecho, como hoy día de la fecha a las cuatro horas de la tarde fue sacado de la real cárcel, el indio reo, a voz de pregonero que manifestó sus delitos, auxiliado espiritualmente de diversos eclesiásticos hasta el pie del cadalso, que está puesto en la plaza, donde fue subido y ahorcado por mano de verdugo, hasta que al parecer naturalmente fue muerto; y al toque de las siete de la noche fue el cuerpo descuartizado en la forma que se manda en la sentencia dada y pronunciada.
Y para que conste, de mandato del señor Comandante General y Gobernador de las armas, doy la presente en esta ciudad de la Plata, en 7 de abril de 1781 años.
Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
Concuerda con los autos originales de donde se sacó esta copia de la confesión del reo Dámaso Catari, que de orden y mandato del señor comandante general y gobernador de las armas y Provincia de Mojos, don Ignacio Flores, he sacado: y así lo firmo en esta ciudad de la Plata, en 13 de abril de 1781 años. Hay un signo.
Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
Sumaria informativa seguida contra Nicolás Catari, y otros reos de la sublevación de Chayanta, y sentencia promulgada contra ellos
En la Ciudad de la Plata, en 10 días del mes de abril de 1781. Su Merced el señor don Sebastián de Velasco, abogado de los Reales Consejos, asesor general por el excelentísimo señor Virrey, para todas las causas de justicia correspondientes a la sublevación de estas Provincias, y juez nombrado para su conocimiento, por el señor comandante y gobernador de las armas don Ignacio Flores; dijo: que hoy día de la fecha, y a esta hora que son las doce, se le avisa por dicho señor Comandante, llega a esta ciudad el rebelde, e infame Nicolás Catari conducido preso por los indios de los pueblos de Macha y Pocoata; y conviniendo proceder contra este reo, como seductor y cabeza principal de las presentes conmociones, tanto de la provincia de Chayanta, como de las muchas infestadas, por la perversa máxima de sus convocatorias, y averiguar radicalmente el origen, causa y motivo, que para ello tuvo y tuvieron sus hermanos Tomás y Dámaso, y si por algunas personas fueron inducidos, aconsejados o favorecidos; debía de mandar y mando, se pase a tomarle su confesión, haciéndole en ella las preguntas y repreguntas que convengan, teniendo a la vista los autos antecedentes, y las confesiones que puedan conducir a las reconvenciones de sus respuestas, y al esclarecimiento de una causa que debe dar pleno conocimiento para reglar en adelante los desórdenes introducidos. Y por este auto cabeza de proceso, así lo proveyó, mandó y firmó dicho señor Juez de que doy fe.
SEBASTIÁN DE VELASCO
Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
Confesión de Nicolás Catari
En la Ciudad de la Plata, en 10 días del mes de abril de 1781. Su Merced, el señor Juez nombrado, estando en esta real cárcel, mandó comparecer a Nicolás Catari indio, para efecto de tomarle su confesión, hallándose presentes los intérpretes nombrados y juramentados, don Pedro Tofiño y Pedro Antonio de Vargas, se le recibió -239- por mí el presente escribano el juramento en derecho necesario, que le hizo por Dios Nuestro Señor, y una señal de cruz; y explicada su gravedad por dichos intérpretes, ofreció decir verdad de lo que supiere o fuere preguntado; y siéndole mandado exponga su nombre, patria, naturaleza, estado, edad, quién, por qué y en dónde le prendieron. Dijo: llamarse Nicolás Catari, natural del pueblo de Chayrapata, provincia de Chayanta, y residente de la estancia de Lurucachi, casado con Mathiasa Agustina, india, de edad al parecer de cuarenta años; que le prendieron los indios de Pocoata, en la estancia de Umohuma, jurisdicción de Moscari, y los mismos le han conducido a esta real cárcel; y que infiere sea su prisión porque fue contra don Manuel Álvarez al asiento de Aullagas a efecto de matarle, porque prendió a su hermano Tomás.
Preguntado: ¿con cuánta gente fue a asaltar al citado Álvarez, de qué partes, pueblos o provincias? Dijo: que llevó toda la gente de Macha, Ocuri, Ayguari, Socopoco, parte de Pocoata, que no pasarían de veinte, y algunos de la provincia de Paria, que por todo llegaría al número de cuatro mil en doblada porción que a la Punilla, y no fueron solo indios, pues también hubo mestizos, en particular de Chayrapata unos, y otros convocados por él.
Preguntado: ¿que cuánto tiempo duró la guerra; para qué juntó tanta gente, y qué ánimo a más de la prisión de Álvarez era el suyo? Dijo: que una semana entera estuvieron acometiendo en pelotones, como toreándole, hasta que un Domingo se juntaron todos y combatieron con violencia; que el lunes hicieron lo mismo, y derrotaron a los que le ayudaban, refugiándose a las minas, y el martes, sus mismos Coyarrunas le sacaron de la Gallota, y se le entregaron, y con el común de indios le pasaron a la abra donde le quitaron la vida, habiendo antes escrito un papel en que dejaba al confesante por heredero de todos sus bienes; que este fue el principal fin que tuvo para asaltarle, y Sebastián Colque de Macha lo haría con el de robarle, y quitarle su caudal, pues fue el que hizo las reparticiones y el que se apoderó de sus intereses que tenía en la mina, a cuyo acto concurrió otro Sebastián Colque o Choque, que está en esta cárcel, fingiéndose coronel, e Hilario Espíndola, alcalde, hicieron el saqueo, y el confesante teniéndoles por ladrones, los puso presos el domingo de tentación en Aullagas. Que el dicho Sebastián condujo coca y aguardiente para regalar a los indios que llevaban a Álvarez, y estaba hecho capitán de ellos. Que él sacó a los Coyarrunas de la iglesia, amenazando al cura que pegaría fuego al templo por cuatro partes. Que los llevó a la mina del Rosario, y los hizo entrar y sacar -240- al dicho don Manuel Álvarez, y le entregaron a disposición de Choque. Y para que por medio de un careo se justificasen los dichos, así del confesante Catari, como de Miguel Guardia, mandó Su Merced sacar al citado Sebastián de la cárcel; y juntos los cuatro, a saber: Nicolás Catari, dicho guardia, el referido Sebastián y Hilario Espíndola, sostuvieron los dos primeros todo el tenor de la relación antecedente; esto es, que Colque sacó de la iglesia a los que se habían refugiado para que de la mina extrajesen a Álvarez; que a esta diligencia pasó con más de doscientos, haciéndose capitán coronel de ellos, y del común; que les regaló aguardiente y coca, y que saqueó luego los bienes ocultados en dicha mina; de que resultó ponerle preso por ladrón, y lo mismo hizo con el Hilario, aunque este no le notó partido de sublevación más que de codicia, y al contrario a Colque o Choque; pues aunque el confesante pidió perdón a todos los españoles después de la muerte de Álvarez, no lo quiso hacer él, y se explicó Catari con estas palabras encarándosele: «Ya que tú hiciste llorar a tantos españoles, por eso os hice llorar a ti, y a tu mujer en la cárcel». Que el Hilario y Agustín Tincuri, también preso, cobraron derrama para los gastos de la Punilla; y hecho comparecer a este, dice no fue él el cobrador, y sí Sebastián Gutiérrez, y que su importe de 130 pesos 3 reales se dieron al teniente de Aullagas; y por lo que hace al otro Sebastián Colque, pide encarecidamente se le traiga de su estancia de Cabeza, jurisdicción de Macha, pues este fue el principal sublevador en Aullagas y Pocoata, y el que se apoderó de los caudales que estaban en la mina, y llevó consigo tres hermanos con sus mujeres, para poder robar más porción; y que sería más conveniente carearse, para descubrir lo mucho que ha hurtado, junto con Andrés Mamani y Lucas Vilca, y también fulano Alvarado de Macha.
Preguntado: si estuvo en el alboroto de Pocoata el día 26 de agosto, quien fue la causa de su origen; si fue premeditado, y a ese fin se juntaron las comunidades, o si fue casual, dando motivo el Corregidor, u otras personas de las que estuvieron presentes. Dijo: que a la sazón se hallaba en esta ciudad, adonde vino a visitar a su hermano Tomás que estaba en la cárcel, y aunque no concurrió, sabe que ya estaba premeditado aquel golpe desde la cosecha antecedente fraguado por el gobernador Chura y Sebastián Colque, teniendo por fundamento que el reparto hecho se rebajase a 12 pesos mula, y respecto de lo demás, y del tributo, la mitad; y que a esto les persuadían los dos citados, diciendo tenían providencia, como lo aseguraban por medio de un papel que consigo llevaban, y decían lo habían sacado de la Real Audiencia, en testimonio del que había ganado -241- Tomás Catari en Buenos Aires; y como esta liga era antigua, no lo ignoró el Corregidor, y se dispuso con soldados que llevó de toda la provincia, para resistir cualquiera determinación de los indios; pues como estos se juntaron en aquel pueblo a hacer las listas de los que habían de pasar a la mita de Potosí, no quiso hallarse el Corregidor sin gente, y ser asaltado de los indios; y le consta que, aunque estaba premeditado el alboroto si no concedía la rebaja, no llegó el caso de que el común se lo propusiera, y así no fue este el origen de aquel motín; y sí dos pedimentos que se presentaron al Corregidor sobre la soltura y libertad de su hermano Tomás, a quien había ofrecido dicho Corregidor sacar de la cárcel de esta ciudad para aquel día. Y como no le llevase consigo, ocurrió con un pedimento de su hermano Dámaso, diciendo se le entregase, pues sabía por relación de Pedro Caypa le tenía dentro de una caja, (dice por relación del común) a cuyo pedimento respondió el Corregidor ocurriese donde le convenía, pues no estaba en su mano la libertad que pedían; y después que Salvador Torres y Pascual Chara se habían presentado en la Real Audiencia, habían mudado las cosas de semblante. Que presentó otro pedimento Tomás Acho, tocante a la misma libertad, entrando con Pedro Caypa, que por desprecio le dijo: «entra y sacarás a Catari», y así como se vio en presencia del Corregidor le disparó con la pistola que tenía encima de la mesa, dejándole allí muerto. Y como esto llegase a noticia de los indios que estaban acampados en el pueblo y fuera de él, se alborotaron y acudieron con piedras y hondas, y los soldados tomaron las armas para defenderse en la plaza, y en menos de una hora que duraría la refriega murieron catorce indios y diez y ocho soldados, libertándose los demás en la iglesia. Que toda esta noticia la sabe por relación que le hizo su hermano Dámaso y otros; pues, como tiene confesado, él estaba ausente; y los mismos le contaron la prisión del Corregidor, y que de su voluntad escribió desde su estancia del Tambillo o Tirina, donde le tenían asegurado, un papel para que Sebastián Colque con treinta indios pasase a prender a Pedro Caypa, suponiéndole autor de aquellas desgracias, y revolvió después de dos días sin traerle, por lo que los indios le pusieron preso, que porque le había embarazado no le trajo.
Preguntado: diga con qué motivo pasó su hermano Tomás a Buenos Aires, en compañía de quién, qué negocio llevaba, qué instrucción, quién se las dio y habilitó de plata, o fue consejero para esta resolución. Dijo: que cuando su hermano se resolvió al viaje de Buenos Aires no estaba el confesante con él, y así no tuvo noticia por entonces de su resolución, y después de algún tiempo se impuso -242- que, acompañado de Santos Acho su primo, fue contra del gobernador Bernal de quien estaba resentido por haberle azotado y hecho azotar por el teniente Núñez, a cuarenta en cada vez, teniéndole en la cárcel dos meses. Que el motivo para esto nació de queja que dio a Bernal su manceba, porque no la permitía que sus carneros entrasen en un cerco que tenía Catari. Que resentido este del ultraje que tenía padecido por Bernal y el teniente, halló el despique con la evidencia que tenía de aumentos de tributos usurpados por el Gobernador en el pueblo de Macha, y recogiendo los padrones y algunos pachacas, pasó a poner demanda de denuncia a las cajas de Potosí, donde ganó providencia, para que el corregidor de Chayanta admitiese la propuesta de Catari, reducida a que si se le ponía de gobernador haría el entero en todos sus aumentos, dando fiador; cuya providencia, aunque estuvo auxiliada por la Real Audiencia, no se cumplió, y como no se ponía todo esfuerzo en el complimiento del despacho, ni le hacían justicia, emprendió el viaje para Buenos Aires, ignorando si le dieron plata, recomendaciones, o consejos para aquella ciudad.
Preguntado: ¿puesto su hermano en Buenos Aires, qué providencia consiguió del señor Virrey, si solo eran dirigidos a la queja particular que tenía con Bernal, o se extendía al aumento de tributos que él ofrecía enterar en cajas; y siendo así que él prometió mayor interés al Rey, cómo después echó la voz, de que solo la mitad de dichos tributos se mandaba pagar a los indios? Dijo: que cuando volvió su hermano de aquella capital, le anotició traía providencia contra Bernal en punto a los agravios referidos, y también sobre el aumento de tributos, cometido a tres sujetos: que el uno ya le había hallado ordenado, y los otros dos eran un fulano Calancha y Hormachea, a quienes no conoce e ignora si su hermano tenía trato con ellos, o de oficio en Buenos Aires los destinaron, y no pusieron en ejecución el dicho despacho, ni logró por medio de él esclarecer su denuncia, y él se pasó a la provincia, donde el corregidor don Joaquín Aloz le puso preso, habiendo antes intentado el cumplimiento de las providencias que había ganado. Y en este intermedio echaron la voz de haber muerto a Bernal, su yerno y un negro, que fue la causa que dio mérito para que el Corregidor le prendiera, suponiendo el confesante que el dicho corregidor no tuvo denuncia, y que lo hizo de oficio; llegando al término de informar a Su Alteza, y trasladándole de una prisión a otra, le libertaron los indios de Ocuri, y regresó a esta ciudad, y consiguió se sobrecartase la primera providencia. Mas conociendo que tendría igual efecto la segunda que la primera, porque el Corregidor no le volviese a prender, extraviando camino se fue a su estancia de Pacrani, y juntándose -243- con los indios de Majapicha, recogieron los tributos de aquel ayllo, y en persona, acompañado de Santos Yapura pasó a Potosí con la plata, e ignora si la entrega fue al apoderado del Corregidor o a la misma caja. Y en aquel tiempo le prendieron por requisitoria, despachada por el Corregidor, manteniéndole más de siete meses en la prisión, hasta que fue entregado a los mestizos de Macha, que le condujeron de noche a la provincia, y al pasar por Pocoata, un sábado, le libertaron de la prisión los de aquel pueblo. Pero, suponiendo estos que dicha prisión nacía por ladrón, le hicieron largar de ella, y continuando su viaje le volvieron a rescatar los indios de Macha; y a cosa de un mes se presentó en esta ciudad, y estando un día a la puerta de la Real Audiencia, le metieron en la cárcel. Que toda esta es la relación que debe hacer sobre los trabajos de su hermano, después que vino de Buenos Aires, en cuyos parajes y estaciones nunca habló de tributos; hasta que puesto en libertad de resultas del motín de Pocoata, y conseguido el título de cacique por Su Alteza, para alentar a los indios al todo de la paga de sus tasas de San Juan y Navidad, y que en adelante habría rebaja; lo que se hizo saber leyendo un papel ante muchos indios en Macha, que seguramente fue el título de cacique, librado por Su Alteza; pues aunque el confesante no lo expresa así, lo da a entender, con decir que la Real Audiencia mandaba le prestasen obediencia.
Preguntado: ¿qué mérito dio su hermano para haberle puesto en la cárcel luego que llegó a esta ciudad, huyendo de la persecución que padecía en la provincia? Dijo: que el Corregidor instó con representaciones a que se le asegurase, como se hizo, llevando adelante el engaño de haber muerto a Bernal y su yerno Rivota; pues los indios de comunidad, viendo que no había mejor prueba para desvanecer la impostura, que presentar al mismo que suponían muerto, le trajeron a esta dicha ciudad, y le entregaron sin haber conseguido la libertad de su hermano, hasta que se hizo la prisión del Corregidor, y entonces por libertar a este soltaron al otro, como ya tiene declarado, y se puso en camino para Macha.
Preguntado: ¿puesto en este pueblo, y asegurado propendería a la quietud de toda la provincia, encargando a la comunidad se apartasen de juntas y corrillos, retirándose a cuidar de sus casas, haciendas y sementeras, por qué no lo hizo como lo ofreció, aplicándose a dar pruebas de que eran sinceras sus expresiones? Dijo: que él ignora lo que su hermano hizo después que volvió a Macha, pues vivían separados y en distancia, y no le era fácil imponerse de sus ideas y modo de pensar.
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Reconvenido: ¿cómo podía ignorar si estaba o no mezclado su hermano en las turbulencias de la provincia, cuando de notoriedad se sabe, que lejos de apaciguar estas, con su llegada tomaron mayor cuerpo, pues en este intermedio, y a pocos días de su llegada sucedió la muerte de Lupa, en que seguramente tendría parte, pues le trajeron desde Moscari a Macha, para matarle; también desde entonces empezaron los indios de diversos pueblos y provincias a irle a visitar y tratar sobre asuntos que podía haber repelido, dejando obrar a los jueces reales sin introducirse en materias ajenas de un indio? Dijo: que se ratifica y afirma en lo que tiene confesado, de no serle fácil saber el modo de pensar de su hermano, porque vivían en distintos lugares; pero puede satisfacer a la reconvención de la muerte de Lupa, repitiendo lo que ya en otra parte ha insinuado; y es, que estando en prisiones el Corregidor, coacto y forzado de los indios de Moscari, escribió un papel o mandamiento de prisión, cometido a los mandones de Moscari, para que le apresaran como único motor de los alborotos de la provincia, y que le había aconsejado siniestramente, cuya orden le llevaron varios indios, siendo los principales que hacían cabeza, Ramón de Chiroconi y Eugenio Guaylla, mestizo, de que resultó prenderle; y que el capitán de aquellos alzados, Francisco Ayanoma, conocido por el Adivino, que se halla actualmente en esta real cárcel, ya había echado la voz de que habían de prender a Lupa. Que creyendo estaba todavía en la prisión el Corregidor, le llevaron al Tambillo, que era el lugar donde había estado cuando dio la orden; y así no se debe presumir complicidad en su hermano, porque antes de su llegada se dio mandamiento de prisión, y como ya el Corregidor había venido para esta ciudad, y conociendo que había sido precisado a escribir el papel, hizo todas las diligencias posibles para que le soltasen, y a este fin pasó al lugar donde le tenían, junto con el cura y el ayudante don Gabriel, para redimirle, y no lo pudieron conseguir por más ruegos y exhortaciones que hicieron, y desconsolados revolvieron a casa. Mas de allí a un rato, que ya era casi de noche, volvió el cura a instarle a su hermano Tomás pasase con el mismo eclesiástico a ver si podían reducirles a la entrega; lo que practicaron, y hallándoles tercos se resolvieron a arrebatarle, pero con engaños le retuvieron, diciendo sería mejor traerle a la ciudad, y en inteligencia de que no les engañaban; y como por este medio se lograba el fin de no matarle, se volvieron gustosos a casa del cura, pero aquella misma noche le quitaron la vida, y dejando el cuerpo sin cabeza, enderezaron para Moscari sin entrar en Macha. Que es cierto que muchos indios de diversas partes fueron a visitar a su hermano, y le veneraban como a superior, pero él no admitía estos respetos, y así -245- les despedía aconsejándoles a la quietud y unión, como sucedió con Marcos Soto, cacique de Chayanta, conducido preso por sus mismos indios, con ánimo de pasarle a esta ciudad; y el cura con Catari los redujeron a que no hiciesen semejantes violencias, y consiguieron le dejaran libre; y a esta imitación ocurrieron otros lances en ausencia del confesante. Que con sus hechos de humanidad se destruyó el concepto que tenía formado de su hermano, haciéndole cómplice o causante en los alborotos.
Preguntado: ¿qué sujeto es el que llama Adivino en la antecedente pregunta; qué motivo hay para darle este nombre, y qué parte ha tenido en las conmociones de la provincia, y si por ellos se halla preso, o es otra la causa? Dice: que el dicho adivino, llamado Francisco Ayanoma, le ha conocido por capitán de los alzados de Moscari, y que cuando salió de huida por la prisión de su hermano Dámaso, fue a refugiarse a la casa, que tiene en el paraje de Umauma, donde estuvo escondido cuatro días, y entonces le contó que había adivinado el éxito de la prisión de Lupa. Que para ello había juntado gente, y lo mismo hizo para el asalto de San Pedro de Buenavista, como lo aseguraron los indios de aquella estancia; entre ellos uno llamado Marcos, mestizo, y este le acusó al ayudante Guerra y a los indios de Pocoata, quienes le trajeron preso, y solo con el fin de descubrirle y denunciarle, vino dicho Marcos hasta esta ciudad; y que pueden los mismos reos que hay en esta cárcel hablar de él, que tendrán más noticia que el confesante, y dirán si estuvo en persona en dicho San Pedro, pues de esto no tiene más noticia que el haberlo oído a sus convecinos cuando estuvo en su casa, y entonces vio que todos se habían apoderado de mulas y ponchos; y dos, una chúcara y otra mansa, había conseguido él. Añade que los mismos le noticiaron haber llegado Castillo con otro compañero, ambos a mula en el mismo día que se acabó la guerra en San Pedro.
Preguntado: ¿con quién se aconsejaba su hermano Tomás en la provincia, y en particular en Macha donde más residía, quién le dictaba las cartas y convocatorias que con frecuencia enviaba fuera de la provincia, y si él, su hermano Dámaso, u otros algunos de sus allegados fueron los conductores, y si estuvieron en Oruro, o pasaron adelante en busca de Tupac-Amaru? Dijo: que ignora tuviese persona que le aconsejase en sus asuntos, mas que su escribiente Isidro Serrano, a quien socorría con algunos pesos que pedía prestados a don Estevan Amescarai y don Ramón Urtisberea, y que cuando estaba en esta cárcel le servía de escribiente un fulano Lucero, e ignora quién le servía de conductor de -246- las cartas, o papeles que despachaba, porque se veía con su hermano muy de tarde en tarde.
Preguntado: ¿qué noticia tiene de los negocios de su hermano, supuesto que asienta que Lucero era su escribiente en esta ciudad, y en Macha, Serrano; y forzosamente un hombre que no tenía cargos ni intereses propios, algunas maquinaciones, o asuntos de inquietud promovería una vez que estaba precisado a mantener dos amanuenses? Dijo: que hace juicio mantendría su hermano al escribiente Serrano para avisar sobre rebaja de reparto, y el mismo concepto hace de Lucero, aunque el confesante nada supo con certeza, pues al paso que no ignora que escribían, no sabe en qué asunto asertivamente.
Preguntado: ¿si el cura era sabedor de todas estas revoluciones de su hermano Tomás, qué le decía en punto a las inquietudes que se experimentaban en la provincia? Responde: que dicho cura estaba bien con su hermano, y con el otro gobernador Pascual Chura, y nunca supo tratasen asuntos reservados, y en una ocasión le contó Tomás Romero haber oído decir al cura que habían de quitar las cabezas a los tres Cataris, y no sabe por qué les quería hacer este daño, pues nunca hablaron mal de él, aunque conocían que era desgraciado, y tenía en todos los curatos historia con sus indios; y responde.
Preguntado: ¿si su hermano dio algún motivo con convocatorias, o malos consejos para que fuesen motivo de prenderle en el ingenio del Rosario de don Manuel Álvarez, porque esta resolución algún grave motivo demandaba, y sin causa no se hubiera determinado arrestarle? Dijo: infiere le metería algún chisme el gobernador Pascual Chura por quedarse con todas las parcialidades de Macha, y sabe que en aquella sazón estaba buscando especerías para recibir al justicia mayor don Juan Antonio Acuña que venía desde Chayanta para Macha donde tenían dispuesto el hospicio, ignorando otro principio, ni antecedente para dicha prisión.
Preguntado: ¿por qué asaltó al pueblo de Pitantora y Moromoro, causando los robos, muertes y desgracias que son notorias, saqueando cuanto encontraban de los que no seguían su partido? Dijo: que no fue a Moromoro, ni allí hizo extorsiones por sí, ni por otra persona, y que el que las causó fue Manuel Taguaneja, y otros sus asociados; que por lo tocante a Pitantora es cierto hubo algunos estragos y robos, pues como se hallaba juntando indios para enviar a su hermano, estos comían y destrozaban diciendo, que el gobernador Salguero les debía mucho, y que podían robarle en descuento de varios perjuicios, y de lo que tomaron despachó a su estancia de Lurucachi, treinta y seis reses chicas y -247- grandes, y quince cabezas entre mulas y yeguas, y él se revolvió a su casa llevando igualmente setenta y seis ovejas, y todo confiesa estar existente como tiene ya dada razón a pedimento de los gobernadores Bernal, y Salguero de Pitantora, y no tiene otras cosas en plata ni efectos.
Preguntado: ¿dónde se hallaba su hermano Dámaso a tiempo que él hacía estos robos? Dijo: que cuando el confesante salió para Pitantora, quedaba Dámaso en Macha, y después se enderezó para Quilaquila, con ánimo de visitar la sepultura de su hermano Tomás, y a pedimento de los indios de aquella jurisdicción, que se hallaron en Chataquila y sus vecindades, se encaminaron a la Punilla, desde donde le escribió repetidos papeles pidiéndole gente, y él por sí ninguna envió, aunque los capitanes hicieron algunas remesas.
Preguntado: ¿con qué fin vino su hermano a la Punilla, qué pensaba hacer desde allí, y a qué se dirigían sus ideas?; explique con claridad cuanto sepa en el asunto, bajo la gravedad del juramento que tiene hecho. Dijo: que no supo la resolución de su hermano, pues nunca le comunicó tener pensamiento de cercar a esta ciudad, y lo que tiene entendido es que los indios de estas inmediaciones de Potolo, Margua, Chaunaca, Quilaquila y otras partes, le movieron a que se acampase en dicho lugar de la Punilla, y de allí le escribió cuatro cartas al confesante pidiéndole gente, y a la última le respondió que no podía ni quería juntarle, porque él tenía mujer, hijos y Rey a quien le pagaba sus tributos diez y nueve años, y que habiendo sido derrotado su hermano Dámaso, peleó con el confesante en Macha por no haberle socorrido.
Preguntado: ¿diga quiénes le auxiliaron con gente, víveres y otras cosas en la Punilla a su hermano Dámaso, y si de esta ciudad se le comunicaban noticias para llevar adelante el cerco, y la resolución de asaltarla, como de notoriedad se sabe lo quería ejecutar, y él lo confiesa, como consta de autos? Dijo: que no puede afirmar cuáles eran los capitanes más allegados a su hermano Dámaso en la Punilla, por la razón que ya tiene expuesta, y solo puede añadir que entre los muchos que alentaban sus ideas, así en dicho campo como después de la derrota del día 20 de febrero, para que la volviese a practicar con más premeditación, y mejor éxito, fueron Antonio Cruz de Guaicoma, y Santos Acho de Macha; el primero le juntó porción de gentes, indios y mestizos, los que llevaba a la Punilla con bastimentos; y no tuvo efecto ni uno, ni otro, porque hacia Pocopoco hubo noticia de la derrota, y no pudo llevar adelante su mal intento, y que allí violentó a toda clase de personas que se le resistían, declarando al confesante llevaba hasta setenta sujetos, y que ha sido uno de los más insignes capitanes que ha tenido su hermano, -248- pues por agradarle ha ido dos veces en la cuaresma a ofrecérselos y darles satisfacción, y que el confesante le dijo en la segunda; que respecto no le había él escrito, ni dado órdenes, fuese a lo de su hermano, que con él no tenía necesidad de tratar, y así lo hizo pues se dirigió a Macha, e ignora lo que parló. Que por lo que hace a Santos Acho puede asegurar no estuvo en la Punilla, pero que es notorio acompañó a Dámaso hasta Quilaquila trayendo gente, y que en estos lugares de Chaunaca, Potolo, etc., acordaron el asalto y cerco de la Punilla, según se lo participó dicho su hermano por cuatro papeles, a que le respondió no se metiese en tal empresa, porque la ciudad y la Audiencia no habían dado motivo, y lo atestigua con Carlos Pacaja que está presente; añadiendo que enfadado ya de la tenacidad y empeño, dijo a su gente que le amarrasen, y se le llevaran de su presencia. Que el dicho Santos Acho, ya sabedor de la intención de Dámaso se separó de él en Quilaquila y pasó a Macha a reclutar indios, para el asalto de carnestolendas, y no los condujo porque llegó antes la noticia de la derrota. Mas añade, que no desmayó con las desgracias acaecidas la idea de volver al citado sitio con nuevas fuerzas y crecidos auxilios, solicitando coadyuvase el confesante, con los suyos, para cuyo fin le escribió Acho dos cartas desde Macha a Lurucachi, teniendo presente los días de la fecha, que fueron sábado antes de carnestolendas, y lunes, las que condujo Pedro Díaz, que está presente, a quien se lo sostuvo, y que el tenor de las dos cartas se reducía a decir, que él era gobernador principal de Macha, y el confesante lo sería de las parcialidades de Chayrapata, y que así juntase la indiada como él lo hará con la suya para segunda expedición, destinándole los sujetos que debía de nombrar de capitanes, y los nominaba en la forma siguiente: Santos Flores, Isidro Yapura, y Blas Mollo, y le respondió que hiciese él cabeza con los suyos, que él por sí haría lo que le pareciese. Toda esta relación ha expresado el confesante para que no se dude que el citado Acho es uno de los parciales convocadores, y capitán inmediato de su hermano Dámaso.
Dice: habiéndose despachado en este acto por el señor Comandante un edicto que se publicó en el pueblo de Pitantora, y se fijó en los sitios públicos para que no se pagasen veintenas ni primicias, se le puso por delante a que le reconociese y declarase si se había hecho con su orden: ¿quién era el escribiente, y qué causas le movieron a esta deliberación? Dijo: que era cierto y verdadero, y que le había escrito a nombre suyo el amanuense que sacó de lo de Roque Morato, llamado Bartolomé, a solicitud y pedimento de Carlos Torreaga, mestizo, que vive adelante de Macha, y ha sido convocador junto con sus cuatro hijos y un yerno llamado Manuel, y todos andan armados con espadas, y de Ramón, alcalde que llaman de Sicasica, a cuya persuasión hizo el citado auto o -249- bando, y le decían que así convenía, porque todos se habían de hacer dueños de las haciendas de los españoles, y que antes se quitasen las pensiones. Y por hallarse dicho edicto sucio y lleno de masa, no se agrega a esta confesión.
Preguntado: ¿si entre ellos se ha divulgado alguna noticia, u orden de Tupac-Amaru en que se le comunicase o hiciese alguna prevención de parte de este tirano, y que sea digna de tenerse presente, y si le respondieron o solicitaron contestar, cómo o por qué vía, y de qué persona se valieron? Dijo: que un indio de Chayapata, provincia de Paria, entre los muchos que llegaron en la segunda semana de cuaresma de diversas provincias, llevando siempre adelante el fin de invadir esta ciudad, divulgó que Tupac-Amaru su Rey estaba muy adelantado en sus conquistas, y que venía a toda prisa acercándose hacia Oruro; y que por este mismo tiempo llegó por la parte de Tinguipaya un edicto del dicho Tupac-Amaru, con el cual pasó el citado indio de Paria (ya está ahorcado, llamado Miguel Michala) a Pocoata para publicarle, lo que evitó el cura de aquella doctrina agarrando el papel, y es la única noticia que tuvieron del dicho Tupac-Amaru; y para adelantarla despachó su hermano Dámaso a Justo y Romualdo, dos muchachos de Macha, con carta a Oruro, dirigida al que allí suponía juez, cuyo nombre ignora, aunque el apellido sabe es de Rodríguez, y no trajeron respuesta, sin embargo de que se detuvieron algunos días.
Preguntado: ¿si conoce a Pascual Llaves, y si sabe que por mano de este despachó su hermano dos cartas a Potosí: la una dirigida a un Gobernador, Capitán Coronel que decía ser de la gente española criolla que hay en aquella villa, protector de todos los indios, y con quien comunicaba sus ideas y pensamientos, al que encargaba mucho a Llaves y otros enteradores de la mita le viesen, instruyéndose en los asuntos, así de Tupac-Amaru, como de las ideas de apoderarse de aquella villa, y adelantar las conjuraciones y acabar con los españoles europeos, cuyo nombre se ignora, y no lo confesó el reo Dámaso, suponiendo que la noticia de este Capitán Coronel, y de residir en Potosí, se la anticiparon los gobernadores de Tinguipaya, despachándole al efecto un indio con muy particular encargo de que convenía tener comunicación y correspondencia con una persona tan adicta a la nación de indios? Responde: que del tenor de esta pregunta no ha tenido noticia chica, ni grande, y así ignora su contexto, y que pues se dirigían por mano de Pascual Llaves, enterador de Potosí, a quien conoce, él podrá absolverla.
Preguntado: ¿qué muertes se han hecho por su orden, con determinación de personas, expresando los nombres, causa y motivo que tuvo -250- para ellas? Dijo: que por mandado suyo mataron los indios de Salguero en Chayrapata una noche a su gobernadora Lupercia, mujer del gobernador Roque Morato, y a su yerno Martín Valeriano; porque los indios le expresaron que los dos vendieron a su hermano Tomás, y fueron causa que le prendiera don Manuel Álvarez, y el ejecutor de la muerte de la cacica fue Nicolás Acho, que se halla preso; y estando presente confesó ser cierto. Declara asimismo que todos los bienes los robaron los indios sin poder determinar personas. Que también por su orden y causa mató al alcalde de Sicasica, y Manuel Taguareja al gobernador de Moromoro, Blas Aguilar, y a su hermano; y estos con los muchos indios que entraron al pueblo le saquearon, y robaron, causando muchos estragos, daños y perjuicios a todo el vecindario en sus bienes y ganados; y no tiene presente si hayan hecho más muertes que las de los dos citados hermanos en dicho Moromoro.
Preguntado: que sin embargo de tener en otro lugar apuntada la causa que dio principio a los alborotos de la provincia, y de que ha sobrevenido tanta multitud de desgracias, robos, muertes, sacrilegios y cuanto desorden ha podido ejecutar la furia de sus depravadas resoluciones, debiendo adelantarse esta pregunta, poniendo su respuesta con claridad y expresión de sujetos, nombrándolos por su nombre, sean eclesiásticos o seculares, y si por sí o sus dependientes han sido la causa de las riñas mencionadas; dígalo de modo que no se dude de unos agresores dignos de castigo ejemplar, y contra quienes está en obligación la Real Justicia, de proceder breve y sumariamente contra sus personas, vidas y haciendas, según y cómo lo pida la justificación de sus delitos, sirviendo de indicio, luz y aun prueba lo que resultase de su confesión. Dijo: que repite lo anteriormente dicho en la pregunta sobre el suceso del día 26 de agosto, que fue de donde tomaron cuerpo e incremento los sentimientos de la comunidad sobre la prisión de su hermano Tomás, creyendo se les engañaba por el Corregidor, faltando, a la palabra de que en aquel día le presentaría libre en el pueblo de Pocoata, dando a las comunidades que concurrían a la lista de mita el gusto y satisfacción de ponerles presente a Tomás Catari, y desagraviarle de sus quejas y padecimientos; y como no lo hizo, se resolvieron, así su hermano Dámaso como Acho, a presentar los dos pedimentos, uno en pos de otro; y el haber disparado la pistola que tenía encima de la mesa, y quitado la vida al último, motivó la conmoción de todos los indios que a la sazón estaban presentes, y las desgracias de aquel día acaecidas en indios y soldados, de cuyo inopinado suceso nacieron nuevos justos sentimientos y deseos de venganza; no olvidando la causa de violencia que tenían dada al Corregidor y sus dependientes y allegados en la exactitud de las cobranzas de su reparto, y que sufrirían muchas vejaciones -251- y atrasos sin que hallasen remedio proporcionado a su alivio. Y que instando en que la rebaja de tributos era fingida, y la disminución del reparto igualmente no se verificaba, ni menos se dejaba de perseguir a su hermano, pues volvieron de nuevo a prenderle, como lo practicó don Manuel Álvarez, entregándosele al justicia mayor Acuña para traerle a esta ciudad, en cuyo viaje perdió miserablemente la vida; tuvieron nuevo motivo para no olvidar sus quejas, y seguir por una especie de venganza sus vanas ideas y erradas resoluciones, encendiéndose de día en día mayor guerra por los indios, difíciles de deponer su concepto; y confiados en la protección de otras provincias convocadas, se creyeron capaces de mantener sus resoluciones, consiguiendo muchas ventajas; y como a este tiempo les llegó la noticia de Tupac-Amaru, y aseguraban estaba coronado por Rey, entró nueva emulación en reconocerle por tal, y darle obediencia, no dudando mantenerse bajo de su dominación, con menos zozobras, si se conseguía acabar con todos los españoles.
Instado: aclare quiénes son los familiares del Corregidor que les hostigaban en la cobranza del reparto, y si este estaba hecho por el Corregidor con arreglo a su permiso y tarifa, o ellos le habían alterado por sí o a nombre de aquel, causándoles esta nueva pensión, atraso y perjuicio; exponiendo aquí con claridad todo lo que sepa y le conste, o por noticia o de ciencia cierta. Dice: que desde el tiempo del corregidor Urzainqui no se le ha repartido cosa alguna de mulas ni efectos, y ha estado libre de esta pensión, así porque no tuvo necesidad de sacar, como porque no se lo ofrecieron, y aun en este caso se hubiera excusado porque estaba pobre; pero a otros que habían tomado mulas a 25 pesos, y ropa a ocho reales, oía quejar de su exigencia y eficacia del cobrador Manuel Hueso, quien, sin reparar en el precio con que habían tomado, se las volvía a quitar para cubrir el resto de la dependencia, vendiéndolas a 10 pesos. Que ignora si aquellos precios están arreglados a la tarifa, pero ha observado haber sido práctica de la provincia pagarse a lo referido. Que el confesante no puede tener queja del Corregidor, pues nunca le vio ni tuvo necesidad de ocurrir a él; mas el común de los indios llevaba adelante la voz de que estaban molestados con el reparto, y pretendían se rebajase.
Preguntado: ¿si el cura de Macha, doctor don Gregorio Merlos, le ha dado algunos consejos malos, o sabe si los hubiese sugerido, o comunicado a sus hermanos? Dice que le ha tratado muy poco, porque su residencia está distante de Macha, pero le consta que siempre aconsejaba a los indios a la quietud, y a que pagasen por entero sus tributos.
-252-
Reconvenido: como abona en la antecedente pregunta al cura de Macha, cuando en los autos que dieron mérito a su prisión, están muchas cartas escritas por el confesante y la comunidad, notándole de incontinente, y de sujeto no proporcionado para el ministerio de parroquia, con otras expresiones que se notan nada proporcionadas al concepto y expresiones que ahora está hablando de él, en que verdaderamente se contradice poniendo en duda y sospecha a la justicia, de que olvidado del juramento que ha prestado, se explica en esta confesión sin la realidad y pureza que debe. Y a efecto de que recordase el tenor de la carta del día 14 de febrero, que corre a fojas 37 de los autos de la prisión de dicho doctor Merlo, se le leyó y explicó por mí el presente escribano, y los intérpretes. E inteligenciado dijo: que al señor Arzobispo se le escribieron dos cartas por la comunidad, la primera a principios de febrero, y esta la pusieron el ayudante de Chayrapata don Manuel Cabrera, y el padre que asistía en Ocuri; y la segunda, que es la que se le ha leído, la escribió desde Macha la comunidad, valiéndose del amanuense que tenía el confesante, y antes lo fue de Roque Morato, llamado Bartolo, haciendo en ella las expresiones que quiso, y sobre que el confesante no tuvo parte; y como en el acto de escribir la carta llegase Justo, criado del cura de Chayrapata, a notarle pusiese estaba amancebado con su mujer y la de Rivota, como la comunidad no lo contradijo, y el agraviado era el que lo dictaba, no hizo empeño el confesante para que se dejase de poner. Que si esto es cierto, sobre lo que su ánimo no ha sido excusarle ni acusarle tampoco, es en asegurar lo mismo que tiene dicho, de que le ha persuadido a la quietud, y paga de tributos íntegramente; pero que es desgraciado, y en todos los curatos ha tenido que sentir con sus feligreses, sin saber el confesante la causa.
Así mismo se le reconvino como tiene en varias ocasiones declarado, que él no puso los pies en la Punilla, constando de los mismos autos y varias cartas, y en particular de la de 11 de febrero y 15 del mismo, escritas desde la Punilla por él, su hermano Dámaso y Santos Acho, donde se leen las expresiones de amenazas, torpezas y desvergüenzas que están de manifiesto, y corren desde fojas 9 hasta 42, y no conviene lo expuesto en esta su confesión, con dichas cartas escritas a su nombre desde el citado sitio en que se acamparon, para invadir y asaltar esta ciudad. Dijo: que se afirma y ratifica en lo que tiene dicho, de no haber puesto los pies, como lo declararán unánimes y conformes todos los reos que están en esta real cárcel, y uno de ellos será el citado Santos Acho; pues aunque ignora si este acompañó a su hermano Dámaso en el bloqueo, no puede dudar que estaba muy distante, así de concurrir personalmente, como de consentir en una revolución que la tuvo por desatino, y que el haber querido poner su nombre sería por parecerle a su hermano que -253- con aumentar sujetos o firmas se hacían más autorizadas las cartas; y el escribiente de ellas Juan Pelaes es el más culpado, porque fingía nombres de quienes no le mandaban escribir ni estaban presentes, y como de los tres que en ellas se citan, ninguno sabía leer, ponía a su antojo lo que quería, acriminándolos con expresiones que, aunque hubieran sido vertidas por ellos, debía excusarlos con la seguridad de que ninguno le había de notar lo que dejaba de poner.
Preguntado: ¿ya que él afirma no estuvo en el citado sitio, declare si lo estuvo Santos Acho, si acompañó a su hermano Dámaso, si fue su capitán, compañero y consultor en todos sus negocios y revoluciones, o si ha estado o vivido separado de los alzamientos, robos y muertes que han sucedido en el tiempo que se han mostrado rebeldes, y desobedientes al Rey y sus tribunales, despachando convocatorias con fingidas promesas y exenciones que ellos a su arbitrio han querido divulgar?; porque en la pregunta 17 le excusa de la concurrencia de la Punilla, y si es cierto, también será igualmente falso haber escrito las cartas citadas arriba. Dijo: que tiene presente lo declarado en el capítulo 17 de su confesión, esto es, que Santos Acho acompañó hasta Quilaquila a su hermano, cuando pasó a ver la sepultura de Tomás, y a solicitar los papeles que se habían tomado, pero duda concurriese en la Punilla, ratificándose que, aunque no hubiese estado en ella, era sabedor del proyecto de pasar aquel sitio, pues con el ánimo de engrosarle con gente volvió a Macha, bien fuese regresando desde Quilaquila o desde la Punilla, y le escribió dos cartas con que también firmaba Pedro Díaz, encargándole que el confesante por la parte de Lurucachi juntase toda la gente, que ellos harían lo propio por Macha, de donde sería gobernador, dejándole a él el terreno de su estancia y residencia, y que la tuviese pronta para carnestolendas, y recibió con desprecio dichas cartas. Que por lo tocante a si escribía y convocaba junto con su hermano gentes de Chayanta u otras provincias, no lo puede asegurar, y sabe no estaba en Aullagas en el día de la refriega, pero llegó a los dos siguientes con su hermano Dámaso. Y conviniendo en este acto carear a Nicolás Catari y Santos Acho, mandó Su Merced ponerle presente para que uno a otro se reconviniesen, y el citado Nicolás sostuvo el tenor de esta pregunta y la citada del capítulo 17; mandando para mayor comprobación concurrir a Pedro Díaz, y a los dos les reconvino con sus cartas, que las dejó metidas en un agujero de su vivienda; y añade aquí que el portador no fue dicho Pedro, sino dos indios del ingenio del Rosario, lo que se anota y expresa para evitar confusiones entre este y el capítulo citado, donde pudo haberse padecido equivocación, o por el confesante plumario, o el que lo dictaba. Y le reconvino asimismo a Pedro Díaz que por haberse hecho alcalde mayor por sí propio, le quitó el bastón de Macha, y él le dijo que solo ejercía -254- el empleo interinamente por ausencia y encargo de José Molle, que no se ha metido en convocatorias, y Catari confirmó ser así, con lo que se suspendió este careo, y se tendrá presente en las confesiones respectivas de Acho y Díaz. Y mandó Su Merced sobreseer a esta confesión para continuarla siempre y cuando convenga; y lo firmó con los intérpretes, de que doy fe.
VELASCO
Pedro Tofiño. Pedro Antonio de Vargas. Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
Sentencia
En la causa criminal que de oficio de la Real Justicia, ante mí ha pendido y pende sobre la averiguación de los atroces delitos cometidos por los infames caudillos de la rebelión de Chayanta, Nicolás Catari y Simón Castillo, cabezas de la sublevación en sus respectivas parcialidades, y de sus principales, Antonio Cruz, Tiburcio Ríos y los dos Sebastianes Colque y Choque, y Pascual Tola, gobernador del pueblo de San Pedro de Buenavista, destruido y asolado con pérdida de todos los españoles que le poblaban, excediendo las muertes que con inhumanidad ejecutaron, el número de mil, sin exceptuar sexo, edad, estado ni lugar, pues en la misma iglesia y su cementerio mataron al cura, cuatro eclesiásticos y todos los que allí se refugiaron; comprendiéndose asimismo otros reos de menor gravedad, hasta el número de 50, apresados por algunos leales de la provincia de Chayanta, cuyos excesos se hallaron justificados en sus careos y confesiones del modo que permite el derecho, cuando los casos son extraordinarios y de pronto remedio; no permitiendo la multitud de reos que están en esta real cárcel sustanciar el proceso por los términos ordinarios, sin el riesgo de que queden impunes sus delitos, para evitar los casos inopinados que causa la dilación. FALLO; atento a los autos y lo que informan las confesiones respectivas de los delincuentes, que debía de mandar y declaro por reos de estado a los infames rebeldes Nicolás Catari, Simón Castillo, principales motores de los tumultos y alborotos de la provincia de Chayanta; y les condeno a que sean arrastrados vivos por la plaza de esta ciudad, y después de ahorcados, y que naturalmente hayan muerto, se dividirán en cuartos sus cuerpos en un tablado público, y se les cortarán sus cabezas, para que puestas en los caminos, sirvan de escarmiento y terror; mandando asimismo se anote en los libros de la provincia por infame y vil el nombre de Cataris -255- y Castillos, y que sus casas sean quemadas enteramente con confiscación de bienes.
Como a secuaces de los antecedentes y de sus perversas resoluciones, condeno a pena ordinaria de horca, y en confiscación de la mitad de sus bienes, a Pascual Tola, gobernador del pueblo de San Pedro, al fingido coronel Sebastián Choque, a Sebastián Colque, a Tomasa Silvestre, mujer de Bartolomé Vélez, a Antonio Cruz, y a Tiburcio Ríos. A que sean ahorcados y pierdan la tercera parte de sus bienes, condeno a Espíritu Alonso, Diego Chocata, Lorenzo y Nicolás Reyes, Pablo Tito, Bonifacio Causino, Asencio Pacheco, Isidro Looa, Martín Torres, Nicolás Acho, Pascual Canchari, Felipe Ombleto, Francisco Fernández, Francisco Gonzalo, Juan Churata, Pascual Ayanoma, Bartolomé Bello, Gregorio Guanca, Espíritu Bello, Tomás Bello, Gregorio Mamani, Lázaro Alonso, Clemente Vásquez y Ramón Acho.
A la misma pena declaro y condeno a ocho sacrílegos reos que concurrieron a la destrucción del pueblo de San Pedro, sin embargo que no tengan la cualidad de capitanes, mandones o convocadores, así porque no hubo la mayor coacción, y se pudieron huir y separar de la multitud, como por la irreverencia con que trataron al templo, y los que a él se acogieron; son: José Daga, Pedro Pablo, Diego Sosa, Andrés Mamani, Carlos Caunachu, Tomás Molina, Manuel Zaramalla y Francisco Ayanoma.
Últimamente condeno en pena arbitraria a los diez reos siguientes, a saber; Agustín Ventura, Carlos Pacaja, Mateo Colque, José Soto y Lázaro Mamani, en 200 azotes, dos años de panadería, y a que estén presentes a las justicias que se practiquen con los reos de mayor gravedad, quitándoseles el pelo para salir a la vergüenza.
A Sebastiana Mamani, a servir en un recogimiento por dos años, a Miguel Beltrán, Diego Toro, Lucas Quintasi y Nicolás Hueso, a un año de panadería.
Y por esta mi sentencia definitivamente juzgando, así lo pronuncio y mando, consultándose su ejecución con los señores Presidente, Regente y Alcalde del crimen de la Real Audiencia que reside en esta ciudad de la Plata.
IGNACIO FLORES
Sebastián de Velasco. Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
-256-
Certificación de las justicias
Yo, Estevan de Loza, escribano de Su Majestad, y actuario de las causas de guerra; certifico, doy fe y testimonio de verdad, a los señores que la presente vieren, en cuanto puedo y ha lugar en derecho, que hoy día de la fecha en esta plaza pública, estando toda la tropa arreglada, fueron sacados los 41 reos contenidos, de los cuales, Nicolás Catari, Simón Castillo, Pascual Tola, Sebastián Choque, Antonio Cruz, Toribio Ríos y Tomasa Silvestre, fueron ahorcados en una horca, hasta que al parecer naturalmente murieron; y los 34 fueron arcabuceados y muertos.
Y para que conste, doy la presente en esta ciudad de la Plata, en 7 de mayo de 1781 años.
Estevan de Loza, escribano de Su Majestad.
Oficio del Virrey de Buenos Aires, al señor don José de Gálvez
MUY SEÑOR MÍO:
Al mismo tiempo que se han repetido sucesos muy trágicos en unas y otras provincias de ambos virreinatos, y de ser frecuentes estas lamentables noticias, noto y con razón, que limitadas a solo el hecho más o menos individualizado e instruido, no se explica el origen de que proceden. Ello es cierto, que la religión, el vasallaje, la sociedad y cuantos sagrados respetos deben considerarse, todos se han atropellado con osada inhumanidad, que acaso no tiene ejemplar; por lo mismo he repetido las más estrechas órdenes, para que de cada acontecimiento en particular, y de todos en común, se injiera la causa, y con especial cuidado si dimanan de algún extranjero influjo, que los precipita a tantos desórdenes.
Hasta ahora y con generalidad se atribuyen a distintos motivos de opresión, que advierto se varían según los intereses de cada uno. El rebelde Tupac-Amaru, en sus edictos y convocatorias, declama contra los repartimientos de corregidores, en los que, sus especies y cobranzas, según algunos informes, se han gravado sobremanera a los indios, con los tributos, mita, y servicio personal en obrajes; y los diversos pasquines fijados en las más ciudades del virreinato, sin exclusión de la capital, principalmente inculcan sobre las nuevas disposiciones, aduanas, derechos y estancos; -257- que a la verdad han causado un casi general desabrimiento a estos comercios y vecindarios; siendo constante que el movimiento de la ciudad de la Paz fue dirigido contra aquella aduana; si bien influyó mucho el mal método, peores modos, y en aquella oficina, y acaso en otras, no hay otro espíritu que el de engrosar sus ingresos; y así han cobrado derechos a los indios de los frutos de su crianza y labranza, al vecino, aun de lo que saca para el vestuario de su familia, con otras exacciones indiscretamente manejadas, que adelantan poco, y desabren hasta lo sumo.
No ha influido menos la novedad de empadronar los cholos y zambos; asunto que siempre ha causado graves revoluciones en el reino; la de exigir el derecho de alcabala de todos los negros que hay en él, no justificando sus amos haberla satisfecho antes con otras providencias que ha adoptado el Visitador; pues aunque aquellas son justamente conformes a las leyes fundamentales de estos dominios, no era tiempo de remover tales especies; y yo lo que infiero es, que a más de que toda novedad en estos particulares es muy mal recibida, y principalmente precedida la general libertad de tantos años, ha contribuido mucho el no haberse introducido con maña e intermisión.
Creería haber faltado a mi obligación, si a vista de tantas alteraciones no apuntase con ingenuidad las causas a que generalmente se atribuyen, y habiendo auxiliado estos establecimientos por cuantos medios y arbitrios me han sido posibles, tengo por lo mismo confundido cualquier contrario concepto, que solo puede inducirme una constante fidelidad y el justo deseo del mejor servicio del Rey, cuyo real ánimo se servirá Vuestra Excelencia instruir.
Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Montevideo, 30 de abril de 1781.
JUAN JOSÉ DE VÉRTIZ
Excelentísimo señor don José de Gálvez.
-258-
Oficio del Regente de la Audiencia de Charcas al Virrey de Buenos Aires, con inclusión del informe del cura de Chayapata, en que da noticia de la muerte que dieron los indios de Paria a su Corregidor
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Por el adjunto testimonio de la carta escrita por el cura de Chayapata, provincia de Paria, a este ilustrísimo señor Arzobispo, se impondrá Vuestra Excelencia del trágico fin de aquel Corregidor y de su gente. La provincia queda acéfala, sin juez que gobierne a nombre de Su Majestad. El Justicia Mayor que yo pueda nombrar, entretanto que Vuestra Excelencia se sirva elegir persona que ejerza este empleo, dificulto lo pueda hallar; pues el recelo que ahora asiste es de que los demás pueblos de aquella provincia se insolenten mayormente: el fuego de rebelión y de inquietud puede tomar mayor incremento. Solo el brazo fuerte de Vuestra Excelencia puede contener tan perniciosas resultas, proveyendo del necesario remedio. Estos daños no se pueden evitar con solas providencias juiciosas de esta Real Audiencia. Se necesitan fuerzas seguras, y no las contingentes de estas milicias. Vuestra Excelencia enterado de tan lamentable estado, expedirá las providencias que tuviere por más oportunas.
Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Plata, 28 de enero de 1781.
Excelentísimo señor: Besa la mano de Vuestra Excelencia su más atento servidor.
GERÓNIMO MANUEL DE RUEDAS
Excelentísimo señor don Juan José de Vértiz.
Informe
ILUSTRÍSIMO SEÑOR:
El doloroso y extraordinario suceso que se ha experimentado en -259- este su beneficio, me precisa y obliga a darle parte a Vuestra Señoría Ilustrísima cómo el señor corregidor de esta provincia de Paria se condujo a este pueblo con estrépito, trayendo en su compañía cerca de sesenta o setenta soldados, armados con bocas de fuego, y otras muchas armas ofensivas, estando el pueblo sosegado; y teniendo noticia esta gente como el domingo 14 del presente amaneció aquí dicho señor Corregidor, y que había prendido a los Alcaldes pasados, y al Gobernador que la comunidad había elegido, el lunes 15, a cosa de las 9 ó 10 del día, se divisaron muchos indios en el cerro, y que venían tocando cornetas y sonando sus hondas; y viendo esto el señor General mandó a su capitán que arreglase su compañía, poniendo en cada esquina de la plaza un capitán con los soldados que le correspondían, y luego que los indios divisaron que ya los soldados se armaron, me suplicaron interpusiese mi respeto para con el señor General, diciéndole que diese soltura a los presos que tenía, y que ellos se retirarían, y no habría la menor novedad. Al instante pasé para la plaza, en compañía de mi ayudante, y habiéndole suplicado encarecidamente (como decía la gente) que largase a los presos, y que entonces se sosegarían ellos, estando prontos a pagarle su reparto, dicho General luego que le hice esta súplica, se vistió de grande furor, y me respondió que primero daría la cabeza que largar a los presos, y que al instante los ahorcaría y pasaría a cuchillo, como en efecto, al instante mandó poner la horca, y por haber yo suplicado tanto, me perdieron el respeto sus soldados y su capitán, y no hubo forma de largarnos, por más instancias que hicimos. Viendo esta gente su obstinación, empezaron ya a bajar de los cerros con gritería, y rodeando a los soldados por todas partes, empezaron a despedir piedras como granizo, como también los soldados despidiendo sus balazos. En medio de tanto rigor estuve yo siempre sosegando a la gente; pero ya no era posible, y durando el combate con tanta fuerza cosa de dos horas y algo más, viéndose ya los soldados que se perdían, y que ya no tenían valor para sufrir la furia de los indios, (que hasta aquel entonces ya habían muerto diez soldados) ganaron todos los restantes, como el señor General, la iglesia, y luego que se acogieron a ella, saqué a Nuestro Amo a la plaza con la decencia correspondiente, exhortándoles a que se sosegasen, y luego que nos volvimos a la iglesia con el Santísimo Sacramento, mandé cerrar las puertas de ella con toda la madera que tenía. Al instante que nos encerramos, acometieron todos, hondeando las puertas de la iglesia, y ya sacaban muchas astillas con tanta piedra, y por más que les predicaba con el fervor y espíritu que la materia del caso pedía, y que respetasen la casa de Dios, no era posible, diciéndome que solo querían al señor General, y que de lo contrario pereceríamos todos dentro de la iglesia, y que ya intentaban derribar las puertas a pedradas. Y viendo que estaban cometiendo este desacato tan grande, dispusimos sacar segunda vez a Nuestro -260- Amo para ver si se aquietaban; y así se ejecutó, saliendo juntamente con el señor General, que lo teníamos en medio. Luego que salimos a la puerta, el señor General se hincó con mucha humildad, y con las lágrimas en los ojos les pidió a todos los indios perdón, como también les dijo que les perdonaba todo el reparto. Nada les movió a estos, porque nos rodearon por tras el palio muchos indios, y echándole mano del pelo dieron en tierra con el señor General, y con el Padre que tenía el Santísimo Sacramento en las manos, por haber estado el señor General acogido de Nuestro Amo, y yo que estuve con un Santo Cristo predicándoles. Y después de haber cometido este tan lamentable desacato, lo llevaron al señor General a la plaza, donde con tan grande inhumanidad lo mandaron degollar con su mismo esclavo, para cuyo efecto lo habían apresado y amarrado en el rollo a este su esclavo. No hay palabras con que poder explicar tanta inhumanidad, y la más lamentable es no haber tenido estos bárbaros el debido respeto y veneración a tan Soberana Majestad. A los demás soldados que quedaron los perdonaron, por conocer que ellos no tenían la culpa, y que dicho señor General los condujo con engaños, y así los dejaron irse libres, aunque quitándoles cuanto tenían.
No prosigo relacionando todo lo demás acaecido por no molestar los castos oídos de Vuestra Señoría Ilustrísima, y solo dejo a la narración larga que le comunico a mi primo, el señor Deán, quien le participará de todo. También doy noticia a Vuestra Señoría Ilustrísima, cómo un soldado mató a otro de un balazo que había tirado de la iglesia al cementerio, por tirar a un indio, y el soldado que venía a refugiarse a la iglesia cayó muerto. Por cuyo desacato y los anteriores, y que ya no se puede celebrar, he dispuesto mudar al Santísimo Sacramento a la capilla de San Roque, que está en el canto del pueblo, donde continuaré celebrando hasta acabar la que estoy haciendo, que ya la tengo en estado de techarla; y solo espero cesen las aguas, y que esté Nuestro Amo con la decencia debida a tan Soberana Majestad. Para mudarme a la otra capilla pretexté con el mayor disimulo, diciéndoles a estos indios, que la iglesia estaba próxima a caerse; y viendo esta gente que nos mudábamos a San Roque, han tenido mucho sentimiento, diciéndome que todavía la iglesia no estaba en estado de caerse, por haberla yo reparado y compuesto. Entonces les expliqué cómo no se podía decir misa en la iglesia por los desacatos que habían cometido, hollando el respeto del Santísimo Sacramento por los suelos, y al ministro que lo tenía en las manos, y que estaba violada del todo; y les he dicho con claridad que yo no tengo facultad para bendecirla, sino que Vuestra Señoría Ilustrísima la tenía; y que mientras que ocurriese a Vuestra Señoría Ilustrísima (para que moviéndose a piedad de esta miserable gente, espero de su benignidad me la concederá) tuviesen paciencia, y -261- que ya ocurría para practicarlo, según el ritual romano lo manda. No hay tradición de que esta iglesia hubiese sido consagrada por ningún señor Arzobispo ni Obispo, y estoy dispuesto a todo lo que Vuestra Señoría Ilustrísima me instruyese para practicarlo y aquietarlos en alguna manera.
Teniendo el ánimo tan acribillado para poder residir en este su beneficio por tanto alboroto que reinaba, resolví mudarme a uno de los dos anexos; y teniendo la gente noticia de esta mi determinación, vinieron todos los principales y todos aquellos más cristianos varones y mujeres, y postrados de rodillas con lágrimas y alaridos, me impidieron la resolución que tenía; y por aquietar los ánimos, y juntamente el temer el que talvez pase del cariño al rigor, me he quedado sujeto siempre a las superiores órdenes de Vuestra Señoría Ilustrísima, suplicándole por ahora me conceda licencia para irme a curar, que ha meses estoy padeciendo unos dolores extraordinarios del pecho, que creo de su acreditada piedad me la concederá, quedando yo siempre adicto a sus superiores preceptos, con fina obediencia y voluntad; con la que quedo pidiendo a Nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Señoría Ilustrísima muchos años. Chayapata, y enero 18 de 1781.
Ilustrísimo Señor. Besa los pies de Vuestra Señoría Ilustrísima, su más rendido capellán.
Doctor JUAN ANTONIO BELTRÁN
Oficio del Oficial Real de Carangas a la Audiencia de Charcas, en el que avisa haber muerto los indios a su corregidor, don Mateo Ibáñez Arco
MUY PODEROSO SEÑOR:
El día 26 de enero próximo pasado, a las cuatro de la mañana, asaltaron los indios de las doctrinas y pueblos de Urinoeco, Guaillamarca y Totora a vuestro corregidor de esta provincia de Carangas, don Mateo Ibáñez Arco, que se hallaba en el pueblo de Corquemarca, distante 30 leguas de este asiento de Carangas. Lo degollaron con la mayor ignominia; lo mismo hicieron con tres españoles familiares suyos; con los dos gobernadores del pueblo de Corque, y con el de la doctrina de Turco. De 15.000 y más pesos -262- que hallaron en el cuarto del Corregidor, como de los demás muebles y alhajas, hicieron repartimiento entre aquellos comunes. No contentos con esta insolencia, nombraron un indio capitán, llamado Miguel, que dicen ser del pueblo de Andamarca, con orden de que pasase a esta doctrina de Guachacalla y Carangas, y degollase a los gobernadores de ella, y el pueblo de Sabaya, lo que verificó.
De allí pasó a este asiento de Carangas el día 2 del presente mes a las 2 de la tarde, acompañado de más de 400 indios armados de los pueblos de Sabaya, la Rivera, Todos Santos y Negrillos, juntamente con todos los españoles y mestizos vecinos de este dicho asiento, que se hallaban en el dicho pueblo de Sabaya, en donde se venera el devoto santuario de Nuestra Señora de la Purificación, habiéndoles hecho antes prestar obediencia, y vasallaje con juramento a Tupac-Amaru, que dicen otorgaron y firmaron de miedo, y por conservar la vida para mejor ocasión. Pasó este tumulto a buscar a don Teodoro Ugalde, familiar del dicho Corregidor, a quien luego degollaron, dirigiendo su furia infernal a la casa del Contador de estas reales cajas, don Juan Manuel de Güemes y Huesles; y habiéndola forzado, lo ataron de pies y manos, lo llevaron a la cárcel, y sobre el cepo lo degollaron, prohibiendo cuidase ninguno del cadáver, que en aquella noche comieron en parte los perros. Todas estas inicuas y violentas muertes se han ejecutado sin permitírseles a estos infelices ni aun el recurso de la confesión sacramental. Luego que tuve noticia del asesinato hecho en el Corregidor, para asegurar en parte vuestra real hacienda, pasé a la casa del Contador con testigos, y de ella a la de aquel, a la que se pusieron sellos y llaves duplicadas, tomando cada uno de nosotras la que le correspondía, para proceder al inventario que no pudo hacerse desde el siguiente día, porque no había testigos españoles con quienes actuar, por la ausencia que habían hecho a las fiestas.
Incontinenti que concluyeron con los dos homicidios de Ugalde y el contador Güemes, me envió recado el dicho indio capitán, con dos de los citados españoles, que lo fueron don José y don Juan Manzano, que me llegase a la casa del Corregidor, que así importaba. Entonces salí de la mía, y reconocí la sublevación y junta de pueblos: solicitaron que se abriese la casa del Corregidor. Con prudentes razones me opuse a su sinrazón; persuadiles pidiese el común las llaves del difunto Contador que tenía su viuda, y las entregasen a su satisfacción, que con las que estaban en mi poder, y guardia que mandaría poner a aquellas viviendas, hasta que viniese juez competente, estarían seguros aquellos bienes. Al cuarto del difunto, don -263- Teodoro Ugalde también se pusieron dos llaves, de las que tomé una, y otra se dio al común. De allí me llevaron a la casa del Contador, y sacándose de ella aquellos bienes conocidos de su esposa, se hizo la misma diligencia de embargo y duplicación de llaves, reservándose una y entregándoles otra.
Quiso el citado capitán con esfuerzo, y aun el común con violencia, que se abriese la real caja para saber lo que en ella había existente. A costa de mi vida me opuse con el mayor ardor, porque vista por la turba el dinero no les picase la codicia del pillaje; logré el fruto de mis persuasiones, unas veces producidas con razones, otras con amenazas, y se redujo la contienda a que las llaves del Contador se entregasen a don José García Manzano. En estos términos quedamos acordes, y todos los comunes me aclamaron con sus capitanes por corregidor, abogado y defensor: condescendí con aquel furor popular. Al día siguiente se fueron de este lugar para el de Sabaya, llevando a todos los españoles y mestizos, habiendo hecho algunos robos de poca consideración. Tuve noticia querían llevarlos al pueblo de Corquemarca, y mandé orden de que luego incontinenti se restituyesen a este asiento a guardar vuestras cajas, como lo hicieron hoy día de la fecha, y voy tomando algunas oportunas providencias, a fin de conseguir algún sosiego en la provincia que creo conseguiré en el ínterin, si Dios favorece mis buenas intenciones.
No he podido antes dar cuenta a Vuestra Alteza de estos acontecimientos, porque en todos los caminos tienen estos indios puestas espías y guardias, para que no pasen cartas de una ni otra parte; y esta la arriesgo por mano de un cura de la provincia, de cuyo celo y amor a vuestro real servicio, espero la haga poner en vuestras reales manos para el pronto remedio que exige una tan urgente necesidad, en que está peligrando vuestra real hacienda, la ruina total de esta provincia, y la vida, no solo de vuestro fiel ministro, (que con toda veracidad hace esta representación) sino también las de muchos vasallos vuestros que están con el cuchillo a la garganta, para que atendidas seriamente por Vuestra Alteza las coincidencias de tantas provincias sublevadas; lo primero, y con la mayor anticipación posible, se sirva destinar sujeto que gobierne esta, y contador interino que atienda a los asuntos de vuestra real hacienda, como así mismo formar por punto general una resolución que obrase el deseado remedio de todas, pues unánimes conspiran en sus inquietudes a la abolición total de los repartimientos, cosa que las mismas leyes resisten; oblígueseles a que paguen sus salarios a los corregidores respectivamente, según el -264- trabajo y latitud de las provincias, cargándose a cada uno de los indios, extra del tributo asentado, cuatro, seis u ocho pesos, en que esté incluso el dicho salario, y la alcabala de tarifa, que yo aseguro le será muy general, porque así lo tengo oído de ellos mismos; teniendo presente que los corregidores, con sus excesivos repartimientos, les exigen cada año a cada uno de los indios 70 y aun 100 pesos en efectos que no necesitan, y para darles expendio vienen al cabo de mucho tiempo a perder aun más de la mitad del principal. El amor y celo a vuestro real servicio, me ha hecho producir este dictamen, que corregirá el distinguido talento de Vuestra Alteza dándole el mejor resorte para su acierto.
Nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Alteza muchos años. Real Caja de Carangas, 7 de febrero de 1781.
PABLO GREGORIO DE CASTILLA
Oficio del corregidor de Oruro, don Ramón de Urrutia, al Virrey de Buenos Aires, noticiándole la rebelión de aquella villa
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
La conmoción general de indios en todas estas provincias, especialmente en las de Paria y Carangas, donde habían muerto a sus corregidores, me movió justamente, como a tal que soy de la villa de Oruro, a reclutar el número de gente que fue posible en aquel vecindario, distribuyéndoles las armas de lanzas, hondas y cuchillos, previniendo al mismo tiempo a dicho vecindario la presentación de cuantas de fuego tuviesen, como lo ejecutaron, sin descuidar un punto en la fábrica de doce pedreros que se hallaban en sus moldes corrientes para fundirse la noche del día 10 de febrero del presente año, con las demás disposiciones que me dictó la prudencia y situación de las cosas, todas consultivas a precaver el acometimiento de los indios comarcanos.
Así me manejaba, cuando pensando que por ello tenía seguras las armas del Soberano contra los insurgentes, y aquella villa muy resguardada, acaece que la noche del citado 10 de febrero me vi en la más estrecha constitución con la propia gente del país -265- levantada, quemando las principales casas de él, quitando la vida a los europeos, que hasta el día 14 llegaron al número de 26, según últimamente lo ha referido don Santiago Fernández Royo, procurador de la villa, quien aún en aquel día salió fugitivo de ella.
Los principios de este trágico suceso fueron, el que el mismo día 10 corrió una voz vaga de que dichos europeos intentaban destruir y matar a los naturales de aquel lugar. Pero apenas llegó a mi noticia la aprensión de ellos, cuando usando de la mayor sagacidad, hice comparecer aquella misma tarde a la gente acuartelada y demás voluntaria a la plaza mayor, para reprenderles con suavidad y cariño la falta del cuartel que habían cometido, y el vano temor en que habían entrado, concluyendo mis órdenes, con que otra vez se reclutasen, desterrando toda sospecha, para lo cual les afianzaba su indemnidad, no solo con mi palabra y honor, sino con mi vida, trasnochando con ellos acuartelados.
Parece que por entonces de algún modo serenaron sus ánimos, porque habiendo comenzado a distribuirles el respectivo sueldo, lo tomaron demasiado contentos y satisfechos. Mas no acabé con esta diligencia, cuando se levantó una bulla extraordinaria de que entraban los indios, a la que luego acudieron los del cuartel, al paso que sin pérdida de tiempo me encaminé con el último resto de ellos por la parte que tiraron los primeros, donde a poco se nos embarazó el paso, avisándome que dicho alboroto era de los muchachos, sin que hubiese peligro alguno; con esto retrocedí a establecerlos otra vez al cuartel, pasando luego a mi habitación a despachar algunos de a caballo, que reconociesen los campos y cerros.
Aún no habían vuelto estos, cuando se oyó mayor bulla, distinguiéndose en ellas las cornetas que acostumbran tocar los indios; esta acción ya pareció muy digna de ser temida, por la cual inmediatamente salí de dicha mi habitación con 18 ó 20 europeos armados, que habían venido a fortificar la gente en la plaza y sus cuatro esquinas. Así lo verifiqué, cuando a poco rato don Javier Velasco me expresó, que pasase a la casa de don Manuel de Herrera, donde estaban divertidos varios vecinos en el juego, a ordenarles que saliesen, y que su presencia contendría aquel exceso. Luego lo puse en ejecución, insinuándome con aquel cura de Sorasora y otros varios que allí concurrieron, mas mi autoridad y eficaz orden fue muy tibiamente mirada, porque después de tanto alboroto no hicieron la menor novedad.
-266-
A mí que me consternaba en tanto grado esta, por el celo del Soberano, inmediatamente que vi que se me traía un caballo dispuesto, monté en él y salí por la calle, donde al ir a la plaza, lugar en que dejé establecida la gente, ya no pude dar más paso, no por los gritos ni las voces de que maten chapetones, ni las muertes que en ellos hacían, sino por el incendio de la primera casa de dicha plaza, que es en la que habitaba don José Endeiza, con otros varios transeúntes, con un fuerte caudal de 200.000 pesos poco más o menos, en que a este ejemplo iban derrotando las demás casas y robándolas, pues que parece ese había sido el fin principal de aquella conmoción.
En esta hora, que serían más de las diez de la noche, ya me vi desamparado, sin haber persona que comunique mis órdenes, porque los europeos unos iban muriendo, y los más huyendo, ni tampoco quien las obedezca ni oiga, porque el bullicio era tan grande, la confusión y la ferocidad tan extraordinaria, que ya no me quedaba más que esperar la muerte. Pero no obstante, supe contenerme toda la noche, buscando siquiera un solo vecino que me ayudase en aquel lance, y no lo hallé, porque la plebe con furia incendiaba y quitaba las vidas a cuantos encontraba, al paso que yo consolaba mi esperanza en que acabado aquel saqueo, se serenaría la gente. Mas no sucedió así, porque ya llamando aquellos delitos a otros, se mantuvieron en la misma ferocidad, ayudándose aun de las mujeres plebeyas para que alcanzasen piedras.
En este conflicto solo me ocurrió enderezar mis pasos fuera de la villa, en compañía de don Ramón Arias, a auxiliarme a Cochabamba de la tropa necesaria para contener aquel increíble alboroto y rebelión. Así lo ejecuté con los indecibles trabajos que ofrece una extraviada y repentina marcha, con abandono de mi casa e intereses; y luego que fui puesto en aquel lugar, la pedí a su corregidor don Félix de Villalobos, quien me la denegó por el fundamento de que estaba resguardando aquella villa que también estaba amenazada; según que con individualidad consta mi verdad del escrito y decreto manifestado a la Real Audiencia, que sin duda ha informado en esta ocasión a Vuestra Excelencia.
De esta suerte me hallé en esta ciudad, habiendo puntualizado todo lo acaecido a la Real Audiencia por medio de una declaración hecha ante el señor juez comisionado oidor de la Plata, don Manuel García, para la diligencia de la averiguación. Yo, por lo que a mí toca, he hecho presente al comandante don Ignacio Flores, y -267- aun a dicho comisionado la causa de mi trasporte, que es pedir el auxilio necesario, viendo denegado el que solicité del corregidor de Cochabamba; y parece que contemplando que en el particular se tomarán otras providencias más acordadas y prudentes, no han fomentado mi pensamiento, especialmente dicho comandante, expresándome no ser necesario por ahora.
Esto es cuanto pasa, sin poder por mi parte averiguar los ulteriores acaecimientos de aquella villa, porque sus habitantes han cerrado la correspondencia a estos lugares. En este conflicto la superioridad de Vuestra Excelencia tomará aquellas providencias más propias del caso, comunicándome cuantas órdenes fueren de su agrado, que protesto cumplirlas seriamente hasta rendir la vida y sacrificarla con el mayor honor por los fueros del Soberano.
Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Plata, 15 de marzo de 1781.
RAMÓN DE URRUTIA Y LAS CASAS
Excelentísimo señor Virrey de Buenos Aires.
Parte de don José Reseguín al Virrey de Buenos Aires, sobre la sublevación de Santiago de Cotagaita
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Señor: Desde la villa de Tupiza pasé con la tropa de mi mando al pueblo de Santiago de Cotagaita, en donde encontré aprendidos más de 60 reos, por las compañías del regimiento de milicias del mismo pueblo, a quien formé causa, y habiendo hallado confesos y convictos a nueve de haber hecho muertes, ser cabezas de motín y haber publicado los edictos de Tupac-Amaru, los mandé ajusticiar, arreglándome a las instrucciones que me tiene dadas don Ignacio Flores; y a los demás les mandé dar 200 azotes, y para escarmiento los tuve durante el castigo presentes.
En la villa de Tupiza se ajusticiaron 23, y el que menos -268- confesaba dos muertes. Don José Vilar aprendió trece en su destacamento, que habían cometido los delitos más atroces, como son, querer degollar a su propio cura, haber muerto, en la puerta de la iglesia a don Francisco Carbonel, haber saqueado los minerales de Ubina, con otros infinitos delitos. Los principales de este levantamiento fueron tres hermanos que tomaron los nombres, el uno de Tupac-Amaru, y los otros dos de Catari, y como los indios siguen con suma facilidad a cualquiera que levanta el grito, consiguieron formar partido y hacer cuantas atrocidades llevo expuestas, acompañadas de trece muertes.
También fue comprendido en los ajusticiados de Tupiza, Pedro de la Cruz Condori, que se apellidaba Embajador de Tupac-Amaru. Era gobernador del pueblo de Cerrillos y tenía consigo más de 4.000 indios; esparcía edictos bastante arreglados; se hacían respetar con tesón, y los indios le tenían tanta veneración que se arrodillaban y postraban en el suelo cuando le veían. A él estaba unido, según citan casi todas las declaraciones de los reos, el presbítero don José Vásquez de Velazco, el que ha confesado delante de mí haber formado algunos edictos en nombre de Tupac-Amaru; y a dos de los reos que fueron al suplicio, les había puesto los evangelios sobre sus cabezas, para que tuviesen felicidad en las empresas de su nuevo Rey. También le acusó tenazmente el citado gobernador Pedro de la Cruz Condori, de todo lo que di parte, y se me dio la orden del señor arzobispo de la Plata por medio de don Ignacio Flores, para que le formase causa, y lo remitiera a la disposición de Vuestra Excelencia a esa capital; pero como era preciso para esto detenerme mucho, he cometido la comisión a don Antonio de Chava, para que remita a Vuestra Excelencia la causa y el reo.
Con las justicias ejecutadas, las prisiones hechas, y los destacamentos que destaqué a todas partes de la provincia de Chichas, las disposiciones y arreglo de las milicias que he dejado a sueldo, entresacando aquellos mozos de más confianza y vigor, y un destacamento que también ha quedado de tropa veterana, a las órdenes de don Joaquín de Soria en el citado pueblo de Santiago de Cotagaita, queda enteramente pacificada y quieta toda aquella provincia, por donde he tenido la satisfacción de ver transitar por ella los pasajeros sin el menor recelo, cuando a mi arribo nadie salía de sus pueblos, y todos abandonaban sus domicilios, luego que supieron estaba inmediata la tropa con ánimo de seguirla; pero por fin he podido persuadirlos, y hacerlos establecer en sus casas y haciendas con la misma tranquilidad que permanecían antes.
-269-
Lo único que puede recelarse, es, que los rebeldes de la provincia de Lipes intenten algún insulto contra la de Chichas, porque aquella provincia no ha podido sujetarse; pero estoy persuadido que las fuerzas que quedan arregladas, son no solo suficientes para contenerlos, sino para atacarlos, como lo dejé dispuesto y coordinado, para que lo practicase el destacamento veterano que quedó en el precitado pueblo de Santiago, unido con las milicias de Santiagueños, Suipacha, Tarija y Mojo, con el fin de ver si se les puede dar un golpe y libertar a la Corregidora, a la cual tienen vestida de india, atropellada y llena de miserias, habiendo robado más de 40.000 pesos, así al Corregidor como a la real hacienda.
Aseguro a Vuestra Excelencia que he tenido particular satisfacción en ver obrar a la oficialidad y tropa, que han manifestado la mayor constancia convidándose para todo; han sufrido con indecible fortaleza las fatigas de los caminos penosísimos por unas sierras inmensas, muchas veces sin tener qué comer ni beber, y aguantando lo destemplado de sus climas con la mayor serenidad y alegría en el semblante.
A todas estas satisfacciones se me ha agregado el sentimiento de ver atacados de una epidemia de tercianas a más de una tercera parte de mis valientes soldados, de la que no hemos libertado los oficiales. Yo hace más de veinte días que estoy con ellas, y en resumen solo me han quedado sanos don José Villar, don Joaquín de Soria y don Santiago Moreda; por cuyo motivo he desistido de entrar en Yura, pueblo alborotado y separado diez y ocho leguas del camino. Pero según carta que recibo hoy del gobernador de Potosí, me asegura que habían hecho tanta impresión los castigos, y el haberse dejado ver los destacamentos míos en tantas partes, que muchos pueblos que estaban algo conmovidos y que repugnaban pagar los reales tributos, se habían presentado sus gobernadores y curaces, sumisos y obedientes, ofreciendo permanecer quietos y leales.
Esto es cuanto puedo comunicar a Vuestra Excelencia, y deseo infinito restablecer cuanto antes mi antigua salud, para obrar con aquella actividad natural a mi genio, en tanto que pido a Dios dilate la vida de Vuestra Excelencia los muchos y felices años que necesito. Cayza, y abril 15 de 1781.
Excelentísimo señor. Señor.
JOSÉ RESEGUÍN
Excelentísimo señor don Juan José de Vértiz.
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Otro parte de don José Reseguín al Virrey de Buenos Aires, sobre la sublevación de la provincia de Tupiza
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Señor: El día 13 alcancé el destacamento de don Sebastián Sánchez, y a causa de la sublevación de esta provincia, no seguí la posta hasta la ciudad de la Plata. Unido a la tropa, tomé el mando de ella, y continué la marcha hasta el pueblo de Mojo, en que llegué el 16 a mediodía; en él supe todas las circunstancias de la sublevación de este pueblo, acaecida la noche del 6 al 7, en que los amotinados incendiaron la casa del corregidor, don Francisco Xavier de Prado, le quitaron la vida, y al siguiente día continuaron con tanta inhumanidad, que obligaron a desenterrar el cadáver, le sacaron de la iglesia y le cortaron la cabeza, e intentaron llevarla a la ciudad de la Plata. Pero el indio gobernador del pueblo de Santiago, Agustín Solís, se la quitó y le enterró en la iglesia de su pueblo, con la debida solemnidad. También fueron víctimas del furor de los sublevados las vidas de don Luis Velasco, escribano del Corregidor, la de don Francisco Serdio, y la de don Salvador Pasi, hacendado de Salo, a quienes también robaron todas sus haciendas y bienes.
Durante la marcha desde Jujuí a Mojo, encontré al Marqués del Valle de Tojo, con toda su familia, que iba fugitivo de su casa y hacienda, temeroso de los presentes alborotos. A poca distancia me hizo avisar el cura de Cochinoco y Casabindo, lugares pertenecientes al citado Marqués, que ambas poblaciones estaban sublevadas.
El 14 encontré al cura de Santa Catalina, huido, y a poco rato supe que aquel lugar estaba sublevado, y que se publicaban en él bandos y edictos en nombre de José Manuel Tupac-Amaru; lo mismo ha sucedido en las gubernaciones de Estarca y Tarina, aunque el gobernador de la última no ha querido admitirlos ni obedecerlos, y ha logrado contener su pueblo.
Toda esta fermentación, y el haber adquirido noticias de que uno de los Cataris quería invadir esta provincia con un cuerpo considerable de indios, me hicieron determinar la detención de la marcha, -271- y concebir la idea de contener a los rebeldes, hasta que don Ignacio Flores, (a quien he despachado un expreso) me avise de lo que debo ejecutar; con la consideración de que, siendo toda la provincia paso preciso para los correos y demás viajeros de Jujuí a Potosí y la Plata, se interceptaba enteramente la comunicación, y se imposibilitaba poder dar a Vuestra Excelencia los avisos necesarios, y el paso de los víveres que de continuo caminan a las dos ciudades citadas, si los amotinados se apoderaban del tránsito.
Atendiendo, pues, a todas estas circunstancias, y a la necesidad que hay de mantener libre la comunicación, resolví ponerme en marcha para el Tambo de Moraya, adonde llegué el mismo día 16 por la tarde, y teniendo allí anticipadas las caballerías necesarias que me facilitó el citado pueblo de Mojo, se mudaron las en que íbamos montados; y forcé una marcha de diez leguas para amanecer el 17 sobre este pueblo, que hice cercar con cuatro partidas mandadas por oficiales, a fin de que no saliese ni entrase nadie, mientras sorprendía con lo restante de la tropa a los principales agresores del levantamiento. En efecto, antes de las diez del día se había conseguido prenderlos todos, y he mandado a don Santiago Moreda les forme sumaria en términos militares, por carecer este pueblo de sujeto que pueda hacerla con las circunstancias de la justicia ordinaria.
Por don Juan Domingo de Reguera, que ha llegado ahora fugitivo, y por otros avisos, acabo de saber que Dámaso Catari se hallaba en el Ingenio del Oro, distante nueve leguas de este pueblo, y que ha saqueado los minerales de Vetillas, Tatasi, Portugalete y Chocaya, y que en estas correrías ha muerto hasta once personas; pero que habiendo sabido la llegada de la tropa, le iban abandonando sus secuaces, y se disponía a hacer fuga con los pocos que le quedaban; por lo que he dispuesto salga inmediatamente don José Villar con 15 hombres de tropa veterana y 40 de la compañía de la Villa de Tarija, y también el sargento mayor del regimiento de esta villa, con gente de su cuerpo, para que por distintos caminos se reúnan y procuren la aprensión del citado Catari, le destruyan la poca gente que le acompaña, y recuperen, si es posible, la plata y alhajas que haya robado.
Incluyo a Vuestra Excelencia algunos de los papeles que he aprendido esparcidos por los sublevados, y me quedo con los que pueden servir para la formación de la causa; y como estos indios se conmueven con tanta facilidad a vista de cualquiera papel, pienso escribir a todos -272- los gobernadores, segundas y curacas de los pueblos de esta provincia, exhortándoles a que sean leales vasallos de Su Majestad, y que prendan a cualquiera que se presente con semejantes papeles, y que me lo traigan asegurado, porque de lo contrario experimentarán el rigor de las armas del Soberano; con lo que espero hacer aprensión de los autores de ellos, pues con solo saber estaba el destacamento inmediato, se han presentado muchos, y me los han entregado voluntariamente.
También he mandado formar inventario de los bienes que se han podido recoger del difunto corregidor, los que depositaré en poder de don Manuel Montellano, vecino minero de este pueblo, para que sea responsable de todo, cuando Vuestra Excelencia disponga lo que se debe ejecutar con ellos, y remitiría a Vuestra Excelencia copia de dicho inventario, a no ser que no haya podido concluirse.
De todo tengo dado parte a don Ignacio Flores, preguntándole lo que quiere que haga con los reos aprendidos; y en caso sea conveniente pase adelante, la detención solo habrá consistido en cuatro días, pues he mandado seguir los equipajes a Santiago de Cotagaita, con 50 hombres, al cargo de don Joaquín Salgado, a fin de que si acaso debe marchar la tropa, pueda en un día llegar a dicho pueblo, y continuar a la ciudad de la Plata.
Desde luego tengo la satisfacción de poder participar a Vuestra Excelencia, que con solo estas disposiciones he podido contener se sublevasen los pueblos de Mojo, Talina, Tarija, Santiago y los restantes de la provincia y comunidades de indios inmediatas a esta villa, las cuales estaban en el crítico instante de seguir el pernicioso ejemplo de las demás, por lo que espero que Vuestra Excelencia, tendrá a bien la detención que hago en este pueblo, y me aprobará la conducta que he seguido, habiéndome parecido todo preciso en las actuales circunstancias,
Acaban de avisarme que los indios de los Altos quieren juntarse y venir a libertar los reos que tengo asegurados; y sin embargo de que estoy persuadido no se han de atrever a semejante atentado, por el respeto que tienen a la tropa, tomaré las mayores precauciones para evitar todo insulto, y en caso que lo intenten y viese podían hacer fuga por algún accidente, mandaré que les quiten la vida antes que puedan recobrar la libertad.
Inmediatamente que reciba la respuesta de don Ignacio Flores, -273- me arreglaré a sus disposiciones, y continuaré avisando a Vuestra Excelencia las resultas.
Deseo que Dios guarde la vida de Vuestra Excelencia, los muchos y felices años que deseo. Tupiza, 18 de marzo de 1781.
Excelentísimo señor. Señor.
JOSÉ RESEGUÍN
Excelentísimo señor don Juan José de Vértiz.
Partes de oficio del gobernador de Salta, don Andrés Mestre, al Virrey de Buenos Aires, sobre la revolución de su Provincia
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Señor: Los alborotos del Perú se hicieron al cabo trascendentales a mi provincia, en términos que los ejemplares de Paria, Lipes y Tupiza, como tan inmediatos, han llegado a la inteligencia de los tobas, fronterizos del Río Negro, jurisdicción de la ciudad de Jujuy, y habiendo hecho alianza con los matacos, han resuelto atacarla, para cuyo logro han puesto sitio al Fuerte con ánimo de rendirlo por asedio. Esta novedad, y la de la moción de los del Casco, me ha puesto en precisión de despachar al Río del Valle una competente guarnición de milicianos para contener cualquier insulto, poniendo los destacamentos correspondientes en las bocas de las quebradas por donde puede introducirse el enemigo, quedando de resguardo en esta ciudad, el corto número de vecinos y forasteros que contiene. Como esté en estas ocupaciones divertida la gente, no me resolví a despachar socorro a Jujuy, recelando que con esta noticia intentasen los indios descuidarnos y acometer por esta parte; cuya reflexión me obligó a remitir el día de ayer los 200 vallistas y santiagueños, y hacer propio al comandante don Cristóval López, para que anticipase la compañía de granaderos a fin de auxiliar a dicha ciudad, y que sosegado este tumulto y socorrido al Fuerte, pasasen a su destino.
Las cartas del gobernador de armas don Gregorio Zegada, las -274- del Cabildo y Oficiales Reales, aseguran el peligro; mucho más temible por la unión de las gentes de la Isla y Carril, que influidas de las ofertas de los indios, parece se han conjurado, según dan a entender, veinte y siete hombres, que prendió por este mismo recelo. Igualmente se ha acreditado ser el principal caudillo un José Quiroga, a quien no pudo aprender, y que el nombre del rebelde Tupac-Amaru ha hecho en los indios tal impresión, que no habrá cómo disuadirlos de otro modo que con el castigo. En esta inteligencia, y la de las prevenciones que se me hacen en las adjuntas, espero tenga Vuestra Excelencia a bien mi determinación, pues estando el fuego a las puertas, es indispensable cortarlo para que no penetre: me avise de quedar con los 100 hombres que espero aún de Valle y Rioja para cualquier acaso, pues de la ciudad del Tucumán no hago cuenta, en vista de lo sucedido.
Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Salta, y abril 3 de 1781.
Excelentísimo señor. Besa la mano de Vuestra Excelencia su más atento respetuoso servidor.
ANDRÉS MESTRE
Excelentísimo señor virrey don Juan José de Vértiz.
MUY SEÑOR NUESTRO:
Con motivo de los presentes acaecimientos en todo el reino parece que ha sido trascendental, no solo a la mucha gente plebeya de que se compone esta ciudad, sino también a los indios que están en las inmediatas reducciones, pues aunque las primeras noticias que tuvimos no nos enviaron la más cierta especie para el asenso, pero como en la actualidad no son despreciables ningunas, se hicieron algunas diligencias, con las que hemos venido a conocer la preparación en que se halla esta gente para invadir esta ciudad pasado mañana miércoles, aunada toda la gente de Perico, Isla y Carril con los indios tobas, quienes se hallan ya fuera de su reducción encubiertos en los montes del Pongo y sus inmediaciones, y se dice esperar tres naciones más, bárbaras, con quienes han hecho alianza, y se han pactado a juntarse en un cierto punto de reunión para dar el ataque en el citado día.
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Todo esto se ha sabido por haberlo revelado uno de los mismos indios tobas por un recado que le mandó al maestro Albarracín, en que le prevenía no se retirase a Jujuy, porque en su hacienda se libraría; y aun por este conducto, como por otros, ha podido averiguar este eclesiástico la certidumbre del acaso, y acaba de llegar a darnos esta noticia que, junta con otros antecedentes que hemos tenido, se hace preciso darle todo crédito; y más cuando ayer tarde vino un mozo que habita en las Capillas, distante siete leguas de esta, quien expresó haber el día antes ido a su casa, y de paso para la reducción, un hombre a quien no conocía (pero era aindiado) y le previno que para el miércoles estuviese dispuesto con sus caballos, y se disfrazase, untándose de barro la cara, pues él iba a traer su gente, y entre ella a dichos indios. Esto nos tiene con un continuo sobresalto; y justamente recelosos de que acontezca algo, lo ponemos en noticia de Vuestra Señoría para que vea el mejor modo de auxiliar esta ciudad, y que sea con la mayor prontitud, pues la gente que acá tenemos sabe Vuestra Señoría que es muy poca; y como nos recelamos de que sea general la conjuración, no podemos hacer venir a toda la del campo, porque sería peor entrar al enemigo en casa.
Estas consideraciones debe mover a Vuestra Señoría a tomar el más pronto remedio, que ya no puede ser otro sino mandar alguna gente y municiones, pues de todo carecemos, como también de armas, porque en la revista que se hizo de ellas, no llegan a sesenta las que se hallan corrientes. Todos estos son motivos que nos tienen sobresaltados, y solo esperamos el remedio y auxilio de la mano de Vuestra Excelencia.
Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría muchos años. Ciudad de Jujuy, 26 de marzo de 1781.
Besa la mano de Vuestra Señoría sus mejores servidores.
Doctor Tadeo Dávila. José de la Cuadra. Tomás de Incla. Diego de la Corte. Ignacio de Mendizábal, prior general.
Señor gobernador y capitán general, don Andrés Mestre.
MUY SEÑOR MÍO DE MI MAYOR APRECIO:
En este instante recibo la que incluyo a Vuestra Señoría, del comandante -276- del Río Negro, por la que se impondrá de la necesidad que tiene de socorro, pues se halla amenazado de los tobas, quienes han hecho alianza con los matacos; estando Vuestra Señoría cierto que esta alianza para la sedición tan fatal que vemos, estaba fraguada con esta canalla sobre mes y medio hace, y en todos estos contornos se halla gente dispuesta para agregarse a los tobas, luego que tengan noticia de su venida, que creo no pase de mucho tiempo, pues con el motivo de la citación que yo hice, para que fuesen de socorro a dicho fuerte de Río Negro, a cuatro hombres por compañía, y ver que muchos me fallaron, fui averiguando cuál era la causa, y que se habían retirado en los montes por partidos, reuniéndose de 40 y 50, y se mantienen escondidos para salir luego que tengan noticia, pues ellos mantienen sus correspondencias secretas muy corrientemente.
Los indios tobas han esparcido la voz por su intérprete y caudillo José Quiroga, cristiano, que se ha aliado con ellos, diciendo que a los pobres quieren defenderlos de la tiranía del español, y que muriendo estos todos, sin reserva de criaturas de pechos, solo gobernarán los indios por disposición de su Rey Inca; cuyo maldito nombre ha hecho perder el sentido a estos indios, pues muchos de mediana comodidad, y que lo pasaban muy bien, se han hecho a la parte de los tobas, creyendo este desatino y otros semejantes.
Antes de ayer en la noche, 30 de marzo, me dieron noticia cómo se hallaban escondidos en Sapla 60 hombres que se iban juntando de todas estas inmediaciones para unirse con los indios tobas; y ayer a las ocho de la mañana fui a ver si podía tomarlos, y solo 27 pude pescar, y dos más que se me huyeron cerro arriba, y dieron aviso a otra cuadrilla que se hallaba allí inmediata, la que se me escapó sin poderlo remediar, porque el cerro es tan montuoso que se hace intransitable, y he tenido noticia tiraron para Salcedo, extraviando caminos en busca de los tobas para ampararse de ellos, porque ya estas gentes contemplan Jujuy y los Fuertes por suyos; con cuyo motivo, de estos veinte y siete reos hemos averiguado la trama que tienen urdida dichos tobas; y aunque yo he deseado el salir por si podía lograr el lance de darles un buen avance y castigar su insolencia, me ha sido imposible por no desamparar la ciudad, y porque contemplo están divididos los tobas en dos trozos, para luego que yo saliese dar avance a esta ciudad. Por lo que si Vuestra Señoría gusta mandar la tropa miliciana y veterana para su auxilio, y que en tanto que las cargas se preparan yo hiciese una salida a dicha reducción y castigar la insolencia del enemigo, dándome Vuestra Señoría -277- 50 ó 60 de los veteranos, mediante a que dichos tobas se hallan auxiliados de los matacos, espero en Dios se conseguirá el fin; por lo que si Vuestra Señoría determina, puede dar orden para que mañana caigan dichos 50 veteranos al Pongo, en donde yo los esperaré para tomar la madrugada, y pasado mañana, 3 del corriente, estar temprano en el Fuerte, que si lograra la fortuna de hallarlo sitiado de los tobas y matacos, entrarles yo de atrás y darles una buena descarga; en cuya virtud puede Vuestra Señoría ordenarme lo que fuere de su agrado, en inteligencia de que sacrificaré mi vida gustoso en servicio de Dios y del Rey.
Sale el portador a las 5 de la tarde, y le encargo que a las 10 esté ahí, para que mañana a las 12 del día a más tardar esté de vuelta y pueda yo caminar al Pongo a esperar a dichos veteranos, que con estos y el vecindario espero en Dios tendrán castigo. Asimismo conviene el que Vuestra Señoría proporcione el que mañana estén en esta ciudad los veteranos para su defensa, pues de lo contrario se exponía la ciudad a una ruina por tener el enemigo en casa.
Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría muchos años. Jujuy, y abril 1.º a las 5 de la tarde.
Besa la mano de Vuestra Señoría su más atento y rendido servidor.
GREGORIO DE ZEGADA
Señor gobernador y capitán general don Andrés de Mestre.
SEÑOR:
Habiendo precedido la muestra de armas en la Rioja para la remesa de los 50 hombres que Vuestra Señoría me pidió, como me hallase informado aguardaban este acto para rebelarse, arbitré en aquel público antes de pasar a otra cosa, y dije al Cabildo que estaba presente: Hago saber a Vuestras Señorías muy ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento, como estoy cierto que la gente presente, pretende esta vez rebelarse contra las órdenes del excelentísimo señor Virrey, y de Su Señoría el señor gobernador y capitán general de esta Provincia: Por tanto, de parte del Rey Nuestro etc., (Dios le guarde) le exhortaba y requería, y de la misma, como su gobernador de armas, le rogaba y encargaba estuviera a la vela, tanto para el auxilio necesario, cuanto para certificar todo lo que acaeciera. -278- Y luego vuelto al pueblo, dije al concurso, que pena de la vida, traidor al Rey, el que una palabra hablase contra lo recomendable del asunto, y que el que fuese fiel vasallo, cayese tras mí como un rayo contra el que demostrara la mínima resistencia. Y como esta resolución los sujetase, pude sin pérdida de tiempo apartar la compañía; pero luego no sé por qué influjo, pasando yo a darles cuartel, costó triunfo para que me siguieran, pretextando no poder caminar hasta que no les hiciera el gusto de darles capitán a su contento, y de todos los que les nombraba ninguno les agradaba; sino de los sujetos que estaban empleados en servicio de la República, y sino que yo caminara, que entonces morirían con gusto a mi lado, hasta que en estos términos me vi precisado a complacerles, y tomaron conmigo la ruta sin la menor novedad, con particular obediencia y mejor orden hasta llegar a esta jurisdicción del Tucumán, en donde los del motín los habían relajado en tanta manera, que hasta la ciudad tuvieron el atrevimiento de quitarme el camino por dos ocasiones y embarazándome las aceleradas marchas. Y como mis palabras fuesen persuasivas y eficaces a desvanecer los malos consejos y darles valor, y no tuviesen la misma queja de mí, pude pasarlos adelante hasta los Nogales con 21 hombres más que ese día me alcanzaron de un lugar que llaman el Pantano, fingiendo haber sido mandados citar por su cabildo de la Rioja, y que como buenos servidores de Su Majestad, habían salido en mi alcance, de contado sin bajar a la ciudad, y era el caso de que como algunos vinieron en mi marcha de los suyos, se arrojaron de mano armada a volverlos, y lo han conseguido fácilmente; porque como los primeros se hallasen esperando solamente un fomento de estos, se unieron de contado para ejecutar su motín, y fue en esta forma.
El día de ayer por la mañana en el dicho lugar de los Nogales, que ya se habían sosegado las nubes de dar agua para poder pasar adelante, vino a mi toldo un Juan Díaz, uno de los dichos 21 que me alcanzaron, y ha sido notado de antemano de cabeza de motín, y me dijo como la gente pretendía desampararme, y era su sentir se hiciera chasque a Vuestra Señoría, incontinenti, participándole para que tomara las providencias más útiles a su remedio, y en el ínterin parase la marcha en las Trancas, lo que me asentó, y agradecí su comedimiento. Y sin embargo lo comuniqué a mis oficiales y les pareció bien, y aconsejaron fuese el chasque el mismo Juan Díaz; con este me puse a escribir y entreguele el pliego cerrado, leyéndole su contexto, presentes dos soldados, que me pidió para que le acompañaran; y cuando se despidió y salió resultó el motín, que los atajaron, quitaron el pliego y más lo apresaron, y puéstoles guardias, que aunque esto fue fingido, porque resultó ser unos, pasaron a -279- amarrar a unos y otros de mis oficiales, y dándoles golpes y empujones los botaban por el suelo con tal iniquidad que el referirlo todo sería un proceder infinito, y luego pasaron a mí y pretendieron botarme el toldo encima, si no salía y volvía con ellos, porque así convenía, y el común lo decía con estas y otras iniquidades e insolencias, hasta que salí, y esforzado gané una casa inmediata y empecé a predicarles fervoroso; y sin embargo que conocían su desatino, y las razones mías que los convencía, no hubo que tratar se sujetaran ni menos me permitieron pasar adelante con algunos que me siguieran voluntarios o dejaran solo, sino que por fuerza había de volver con ellos, y algunos ya se acercaban como haciendo la demostración de agarrarme, hasta que temeroso de algún absurdo suyo, monté en mula, y dije, el que quisiera sígame para adelante, y tomando el camino me cercaron de tal suerte, que a pechadas me quitaron del camino y volvieron para atrás; y hasta aquí llevo experimentado lo que Dios es servido, con el desorden que puede Vuestra Señoría considerar.
Señor: estaba escrita a deshoras de la noche porque no me dan lugar para cosa alguna, y a todas horas y aun caminando vengo con centinelas de vista, esperanzado en encontrar algún sujeto a quien recomendarle bajo de todo sigilo. Luego que me lleven a la Rioja, pretendo buscar alguna resistencia de hombres voluntarios que me sigan, y caminar por la parte de San Carlos, en cuyo ínter podrá Vuestra Señoría ordenarme lo que podré ejecutar con esta gente, si viva o muerta la deberé aprender, haciéndome de alguna gente y armas ventajosas, pues al presente carezco de uno y otro.
Cerca de los Manantiales del Tucumán, el día de ayer por la tarde, nos encontraron los soldados que van llamados para entregar las casacas y armas, y juntándose con los que me llevan preso, se dieron unos alaridos de vivas, que no había cómo sufrir, y luego viéndome a mí, a mi maestre de campo y ayudante, me pifiaron con decir: aquí están los cautivos; y me hallo tan sumamente avergonzado, que no sé cómo desviarme de esta gente, porque no me dan lugar el más mínimo, y voy gobernado por ellos como les da la gana.
El bizcocho sobrante de vuelta no los veo tocar, a excepción de las mulas, que supongo las tiran a fundir, según corretean en ellas, y hasta aquí no me han dicho qué mira tienen en razón al dinero recibido de sueldo anticipado, según mandó Vuestra Señoría. En logrando la ocasión de libertarme de este cautiverio, comunicaré a Vuestra Señoría -280- por extenso el estado de las cosas, y con la sumaria informar de lo acaecido para resguardo de mi honor y conducta.
Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría muchos años. Río de Arnillas y abril 6 de 1781.
Señor. Besa la mano de Vuestra Señoría, su atento súbdito y apasionado.
JUAN JOSÉ DE VILLAFAÑE Y DÁVILA
Señor gobernador y capitán general, don Andrés Mestre.
EXCELENTÍSIMO SEÑOR:
Señor: Por la última que escribí a Vuestra Excelencia, con inclusión de varias cartas del cabildo, gobernador de armas y oficiales reales de esta ciudad, se impondría de la situación en que se hallaba, y que la mayor parte de la gente común estaba rebelada, y tan en favor de los indios que los empeñaron a poner en ejecución el proyecto de rendir el fuerte del Río Negro, y pasar inmediatamente a tomarla, cometiendo los execrables insultos que premeditaron. Para reparar este peligro libré las correspondientes órdenes, para que se averiguase de qué sujetos procedía este atentado, ínterin yo daba las convenientes disposiciones de que llegase a tiempo un competente socorro; pero como este me fuese imposible anticiparlo con la gente de Salta por estar divertida en la fortaleza del Chaco y otras quebradas, donde debía poner la mayor fuerza para resistir las invasiones de estos indios que se hallaban conmovidos con la noticia de la sublevación de Tupac-Amaru, y armándose me fue forzoso acudir al asilo de los veteranos, que los consideraba en marcha desde el Tucumán, para que doblasen las jornadas despaché al corregidor de Chayanta, capitán de ejército don Joaquín Alós, que se hallaba en Salta, para que expresase al comandante don Cristóval López la urgente necesidad que había de que adelantase la compañía de granaderos, a fin de contener el furor de los indios y crecido número de cristianos que había entre ellos. Y con efecto fue tan eficaz su diligencia, que en tres días y medio caminaron 80 leguas, y habiéndose internado hasta el Río Negro con las dos compañías de milicianos de Santiago, llegaron a tan buen tiempo, que impidieron la reducción del fuerte que estaba cercado, cuyo comandante se hallaba determinado a entregarse por habérsele desertado la mayor parte de -281- los partidarios que tenía de dotación, pasando estos a la facción de los indios, y se consiguió introducirles socorro; y avanzando a los indios mataron hasta 9, entre ellos dos cristianos de los rebeldes, y solo con la desgracia de haber muerto el capitán de las compañías de Santiago don José Antonio Gorostiaga de un golpe de lanza, a los cuatro días de su herida.
Como esta función fuese antes de amanecer, tuvieron tiempo a propósito para hacer fuga y refugiarse con la espesura de un monte que dificultó la aprensión; y sin embargo que se hicieron varias diligencias para hacerlos salir, no pudo conseguirse, porque quedaron tan escarmentados que ninguna oferta fue bastante a reducirlos. Quedando encargado el doctrinero en volverlos a reducción, se puso la tropa en marcha para esta ciudad; pero a pocas leguas que caminamos les alcanzó chasque del comandante del Fuerte para que retrocediesen, por haber llegado una manga de indios matacos que venían convocados de los tobas para unírseles y verificar sus primeras intenciones.
Estas novedades me hicieron apresurar mi salida de Salta, y habiendo llegado a esta el 16, se me dio noticia que el comandante don Cristóval López y gobernador de armas don Gregorio Zegada, habían logrado avanzar a dichos matacos y apresar el número de 65 bien armados, 12 pequeños y 12 mujeres, la vieja que traían por adivina, y que los conducían a la ciudad. Pero considerando el disgusto del vecindario, las ningunas proporciones de asegurarlos y transportarlos al interior de la provincia, sin un crecido costo de la real hacienda, y que en caso de traerlos era inevitable que escapándose uno u otro se volviesen a sus países y sirviesen estos de guía para conducir a los otros por estos caminos que hasta hoy los tienen ignorados, con los que tendrían en continua alteración esta ciudad, y finalmente que la intención de estos fue la de ayudar a los tobas, y poner en obra sus proyectos, incurriendo en la ingratitud que otras ocasiones, sin hacer aprecio de la compasión con que se les ha mirado siempre, manteniéndolos aun sin estar sujetos a reducción, y que su subsistencia sería sumamente perjudicial, los mandé pasar por las armas, y dejarlos pendientes de los árboles en caminos, para que sirva de terror y escarmiento a los demás; y se ha visto el fruto, pues los tobas han dado muestras de arrepentimiento, y se han vuelto la mayor parte de ellos a su reducción.
Conclusa esta diligencia, llamé los autos que se siguieron a 30 cristianos criollos y avecindados en esta jurisdicción, por cuyas confesiones resulta probada la sublevación, y averiguado el proyecto -282- de atacar a Jujuy y apoderarse de las familias y caudales. En cuya vista, con dictamen y parecer de mi asesor doctor don Tadeo Dávila, se condenaron a diez y siete a muerte en los términos que verá Vuestra Excelencia por la copia de la sentencia adjunta, cuya justicia se ejecutó ayer 23, quedándome el desconsuelo de no haber podido merecer al principal caudillo Quiroga, autor de esta máquina, a un Suárez, y a un Eraso, quienes andan prófugos, según se dice, separados de los indios por el recelo que es regular tengan de ellos por haberlos seducido; pero se han despachado las correspondientes requisitorias en su solicitud, y hallados, procederé conforme a su mérito, como también a los demás que se vayan aprisionando.
Estos alborotos, y la poca defensa que puede hacer esta ciudad, así por su corto número de vecinos, como por la poca satisfacción que se tiene del común de los moradores de su jurisdicción, y el fundado temor de juzgarse entre los indios hasta 200 o más criollos, me ha precisado a dejar de guarnición 100 milicianos del Valle; los 50 en el Fuerte del Río Negro, y los otros 50 en esta ciudad, que irán mensualmente relevándose, pues de otro modo no será fácil resistir cualquiera avenida, y presumo que el miedo haga desamparar a muchos sus casas, y trasladarse a otra ciudad.
Bien considero, excelentísimo señor, necesita esta plaza una compañía de veteranos que la custodie por ser fuerza precisa, pero reflexionando el destino que llevan, no me he determinado a tomar resolución, y aunque Vuestra Excelencia me reconviene que, conteniendo mi provincia el número de 20.000 individuos de armas, se admira cómo no puede sacarse el necesario para su defensa, debo representar que solo la experiencia y conocimiento de su condición y calidad, podría acreditar la ninguna confianza que nos prometen, y que a proporción es muy corto el de los sujetos de estimación y vergüenza que sepan servir al Rey, y los demás nos hacen tener más cuidado que los enemigos, sin saber en qué consiste la alteración que ha causado a la gente común el maldito nombre de Tupac-Amaru.
Yo he tomado cuantas providencias me han parecido útiles, a proporcionar las mejores defensas, y aseguro a Vuestra Excelencia que mi pensamiento está en continua guerra para recapacitar los medios más ventajosos a sostener una resistencia capaz de escarmentar al enemigo; pero es poca la gente de honor, y muchos los parajes a que necesita destacarse. Por fin he puesto 200 hombres en la frontera del Chaco, y el fuerte bien municionado; envié 50 a la Quebrada de Toro, y otros tantos a la de Calchaqui para el resguardo de aquellas bocas; y en fuerza de la convocatoria que hizo Dámaso Catari a los pueblos de Rinconada, Cochinoca, -283- Santa Catalina y Casavindo (de que me dio noticia el cura don José Torino), despaché 100 hombres al mando del sargento mayor don Apolinario Arias para que los corriese, y que dando vuelta, viniese a parar hasta la boca de Chichas, a fin de que este refuerzo amedrente a los naturales de dichos pueblos, que sin embargo la prisión de dicho Catari pudieran incomodarnos.
No puedo menos que hacer presente a Vuestra Excelencia el particular mérito que ha contraído en esta ocasión el comandante don Cristóval López, tanto por el empeño que se reconoció en la marcha que hizo desde Tapia a Jujuí, como en el avance del fuerte del Río Negro, que dista de esta 23 leguas; cuyo anhelo y acertadas disposiciones redimieron a estos moradores del furor de los indios y rebeldes, que por instantes esperaban su último fin. Y habiéndole dejado el mando de las armas de esta ciudad al capitán don Mariano Ibáñez, que se adelantó a prevenir las provisiones para la marcha, le desempeñó con honor, tomando las precauciones convenientes a la ciudad, instruyendo, lo mejor que prometía la brevedad del tiempo, a la guarnición miliciana que quedó, en el manejo de las armas.
Aquí quedan quince hombres con un sargento enfermos, que pasarán con el primer destacamento que venga, si hubiesen restablecido. Una compañía que esperaba del partido de Belén jurisdicción del Valle, se alzó con insolencia, y otra de la Rioja que llegó hasta Tapia, jurisdicción del Tucumán, se volvió a ejemplo de los tucumanos, cometiendo las iniquidades que Vuestra Excelencia verá por la adjunta, cuyos hechos harán creer a Vuestra Excelencia que aunque tiene 20.000 hombres la provincia, son los más de esta naturaleza, e inclinados a la libertad y flojera, de que provienen los mayores daños.
Nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Excelencia muchos años. Jujuy, y abril 24 de 1781.
Besa la mano de Vuestra Excelencia, su más atento respetuoso servidor.
ANDRÉS MESTRE
Excelentísimo señor virrey don Juan José de Vértiz.
-284-
SEÑOR TENIENTE DON MANUEL PADILLA:
Muy señor mío: Hoy hace tres días que he llegado de la reducción de Santa Rosa, y de las demás de su circuito, donde he hallado mil novedades de los indios, las que me han puesto en grandísimo cuidado, mayormente la de los atalías donde, han llegado doce indios de tierras adentro, con la novedad que toda la indiada de adentro se halla haciendo flechas y otras armas en abundancia; y dicen estos indios que han sabido que las de adentro caminan río arriba a dar socorro al Rey Inca, todo lo cual lo certifica la carta que escribió el padre Lapa a don Rafael Bacher, dando aviso de dicha novedad o alboroto; a más que a mí me consta de vista todo lo dicho. Pero como no hay que fiar en la verdad de ellos, pueden correr esta voz siniestra para mejor lograr sus traiciones en estas fronteras, con la corta inmediación de 14 leguas líquidas, las que para ellos son 14 cuadras, según se ha reconocido en las averías que han hecho actualmente; pues en una noche han logrado matar en distancias más latas, según tenemos visto en las dos que han habido estos días, hechas por los indios de Santa Rosa. Y haciéndoseme presente el gran cargo en que me dejó Su Señoría de capitán comandante de estas reducciones, le supliqué que para el cumplimiento de dicho cargo era preciso se me agregase las compañías de Quiles, Cortaderas y Tajamar, para con ellas apaciguar cualesquier disturbio o alboroto que entre dichas reducciones pudieran haber; por lo que, teniendo noticia cierta que se halla la compañía de usted citada para socorro para el Río del Valle, he hallado por conveniente que dicha compañía no camine, para que yo auxiliado de ella y de las demás agregadas a mi cuerpo, pueda apaciguar y contener los atrevidos impulsos de dicha indiada; siendo preciso para ello que luego de vista esta, la encomiende al sargento mayor don Juan Vidal y Linares, quien, inteligenciado de su contenido, determine lo que hallare por conveniente, dándome pronto aviso para mi gobierno, de la que dejo un tanto para lo sucesivo en todo acontecimiento.
Yo celebraré que usted se mantenga disfrutando del cabal beneficio de la salud, la que ofrezco a su disposición para que me mande en esta Hacienda del Remate, y marzo 28 de 1781 años.
Besa la mano de usted, su más apasionado servidor.
PEDRO CORBALÁN
-285-
Sentencia contra los reos de la población de Jujuy
Don Andrés Mestre, coronel de los Reales Ejércitos, gobernador y capitán general de esta Provincia del Tucumán: Habiendo visto los autos que se han seguido por las justicias de esta ciudad, por la general sublevación que se ha experimentado en la mayor parte de la gente ordinaria, quienes sedujeron a los indios de la reducción de San Ignacio de Tobas, para que la invadiesen; lo que de facto hubieron practicado a no haber advertido las disposiciones en que se hallaban otros vecinos para contrarrestar sus fuerzas; sin embargo de que dichos autos no se hayan conclusos por los términos de derecho; pero atendiendo a que en causas de esta naturaleza, en que se ejecuta el castigo para que sirva de ejemplar, se contenga la sublevación, no se deben guardar aquellos trámites, sino sentencia, en vista de sus confesiones, las que se hallan tomadas, y por lo que de ellas resulta: FALLO, que debo condenar y condeno a muerte a los siguientes, que fueron los convocadores; unos y otros que voluntariamente se dieron a la parcialidad de los indios para ayudarles a verificar el proyecto de degollar a todos los vecinos de esta ciudad, sin excepción de ninguno, sino solamente a los del sexo femenino: cuales son, Lorenzo Serrano, Juan de Dios Maldonado, Francisco Rangel, Melchor Ardiles, Diego Ávalos, Mariano Galaza, Francisco Ríos, Juan José Almasán, Andrés López, Juan Asencio Mendoza; quienes por la imposibilidad que hay en esta de ejecutar la sentencia que corresponde a sus delitos, serán arcabuceados por detrás como traidores del Rey y la Patria. Por lo que serán sacados a uno de los cantones de esta ciudad, y en las esquinas por donde se transitasen, se publicará su delito y sentencia que se les impone por voz de pregonero; y puestos en dicho cantón en la mayor forma que se dispusiere, se ejecutará en ellos esta sentencia; y cortándoles las cabezas, serán llevadas, la de Francisco Rangel y Melchor Ardiles, al fuerte del Río Negro, y se pondrán en los cubos, para que este espectáculo sirva de escarmiento a todos los demás partidarios que se hallan en dicho fuerte, de donde se desertaron estos dos reos para unirse con los indios.
Asimismo, la de Juan de Dios Maldonado y Andrés López se pondrán en dos picotas, que se fijarán en dicha reducción de indios tobas, donde igualmente eran soldados, y desampararon su plaza para unirse dichos indios.
Igualmente, la de José Alemán se llevará al Fuerte de Ledesma, -286- y se colocará en la propia conformidad; y las restantes, dejándose una en la picota, que se dispusiere donde se hiciere la justicia, y otra en el rollo de la plaza de esta ciudad, se repartirán por todos los caminos de esta circunferencia, poniéndose a dos leguas de distancia en los árboles más prominentes, para que este objeto sirva de recuerdo al castigo que merecen semejantes delitos.
Asimismo ordeno a los restantes que se hallan presos en esta ciudad, que son: Manuel Romero, Miguel Gerónimo Mamani, Martín Vidaurre, Estevan Juárez, Joaquín Jurado, José Toro, Norberto Martínez, Juan Valdivieso, Manuel Flores, Bartolo Ríos, Mariano Basualdo, Bernardo Surapurá, Lorenzo Umacuta, Agustín Sánchez, Bernardo Chaparro, Manuel Bejarano, Francisco Miranda, Nicolás Mansilla, Diego Taristolas, Melchor Cruz y Fernando Rivas, usando de mi conmiseración, a que sean quintados; y con los cuatro que de los veinte saliesen condenados, se ejecutará lo mismo que con los anteriores, y se llevarán sus cabezas al paraje de Sapla, que era el que tenían destinados para sus juntas, y donde fueron presos; y a los 16 restantes se les pondrá una señal en el carrillo, que deberá ser de una R, que indica rebelde o rebelado; la que se hará a fuego para que le sirva de memoria su delito, y para otros se conozca su traición. Y más los condeno a que sirvan por espacio de cinco años en las obras públicas de esta ciudad, y que cuando no las haya, sean conducidos al presidio del Río Negro, u otro que sea más conveniente, hasta que cumplan el término asignado.
Que así lo pronuncio y firmo con mi Teniente y Justicia Mayor, definitivamente juzgando, en 21 días del mes de abril de 1781 años; y ante el presente escribano de Cabildo, quien le hará saber a los reos esta sentencia.
ANDRÉS MESTRE
Doctor Tadeo Dávila. Ante mí, Manuel de Borda, escribano público y de Cabildo.
Notas
1
[Esta edición presenta la siguiente enmienda y corrección respecto a la paginación del original.
En la siguiente relación se recoge la correspondencia entre la página de esta edición y la del original.
Esta edición En el original
226 116
(N. del E.)]
2
Se le da comúnmente el nombre de Tupamaro, corrupción de dos voces de la lengua quicchuá, que significan literalmente, «resplandeciente» (thupac), y «culebra» (amaru). Los antiguos peruanos comparaban los hombres grandes y poderosos a las serpientes, porque, como ellas infunden miedo con su presencia. Uno de los barrios del Cuzco, donde los incas mantenían por magnificencia algunos de estos animales, llevaba el nombre de Amaru-cancha, «corral de las serpientes». (N. del E.)
3
O más bien Ttintti, que en el mismo idioma quiero decir «langosta». (N. del E.)
4
Don Martín García Loyola, sobrino de San Ignacio, y gobernador de Chile en 1593, casó con Clara Beatriz, Coya, hija única y heredera del Inca Sayri Tupac. De este matrimonio nació una hija, que pasó a España, donde se enlazó con un caballero, llamado don Juan Henríquez de Borga, y a quien el Rey concedió el título de Marquesa de Oropesa. De esta rama procedía también Tupac-Amaru. (N. del E.)
5
Escriben comúnmente Quispicanchi, que nada significa. El otro nombre se compone de quespi, que en el idioma aymará corresponde «a cosa que brilla», como cristal, piedra preciosa, etc., y de cancha, «corral». (N. del E.)
6
Areche, que miraba la ejecución de Tupac-Amaru desde una ventana del Colegio de los ex jesuitas del Cuzco, cuando vio que los caballos no podían despedazar el cuerpo de este desgraciado, mandó que le cortasen la cabeza; y a la mujer de Tupac-Amaru la acabaron de matar «dándole patadas en el estómago». ¡Horresco referens! (N. del E.)
7
El título del folleto que este impostor publicó en Buenos Aires, es: El dilatado cautiverio bajo el gobierno español de Juan Bautista Tupamaru, quinto nieto del último Emperador del Perú. (N. del E.)
8
A 3 leguas del Cuzco, en los altos. (N. del E.)
9
Colegio de los jesuitas, donde estaba el visitador Areche mirando las justicias. (N. del E.)
10
[«temerias» en el original (N. del E.)]
11
Libro 1.º de doctrinas cristianas, cap. 27.
12
Cap. 1.ª cap. 3.
13
San Pablo 2.ª ad Corinthos 12.
14
San Chris. hom. 18.
15
Tol. lib. 4. cap. 1. art. 3.º
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