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Луис Велес де Гевара. Царствовать после смерти. Luís Vélez de Guevara. Reinar después de morir

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Луис Велес де Гевара. Царствовать после смерти.
Vélez de Guevara, Luís. Reinar después de morir

Луис Велес де Гевара. Царствовать после смерти.
Vélez de Guevara, Luís. Reinar después de morir

REINAR DESPUÉS DE MORIR

Personas que hablan en ella:
• El REY don Alonso de Portugal
• El PRÍNCIPE don Pedro
• BRITO, criado
• Doña Blanca, INFANTA de Navarra
• Doña INÉS de Castro
• ELVIRA, criada
• VIOLANTE, criada
• El CONDESTABLE de Portugal
• NUÑO de Almeida
• EGAS Coello
• ÁLVAR González
• ALONSO, niño
• DIONÍS, niño
• MÚSICOS
• CAZADORES
________________________________________
ACTO PRIMERO
________________________________________

[En el palacio real de Lisboa]

Salen MÚSICOS cantando, el PRÍNCIPE vistiéndose, y el
CONDESTABLE

MÚSICOS: “Soles, pues sois tan hermosos,
no arrojéis rayos soberbios
a quien vive en vuestra luz,
contento en tan alto empleo.”
PRÍNCIPE: La capa.
MÚSICO 1: El príncipe sale.
MÚSICO 2: Prosigamos.
PRÍNCIPE: El sombrero.

Cantan

MÚSICOS: “Vuestra benigna influencia
mitigue airados incendios,
pues el raudal de mi llanto
es poca agua a tanto fuego.”
PRÍNCIPE: ¡Ay, Inés, alma de cuanto
peno y lloro, vivo y siento!
Proseguid, cantad.
MÚSICO 1: Digamos
otra letra y tono nuevo.

Cantan

MÚSICOS: “Pastores de Manzanares,
yo me muero por Inés,
cortesana en el aseo,
labradora en guardar fe.”
PRÍNCIPE: Parece que a mi cuidado
esa letra quiso hacer,
lisonjeándome el alma,
eterna en mi pecho a Inés.
Volved, volved por mi vida
a repetir otra vez
aquesa letra, cantad,
que me ha parecido bien.

Cantan

MÚSICOS: “Pastores de Manzanares,
yo me muero por Inés,
cortesana en el aseo,
labradora en guardar fe.”
PRÍNCIPE: Pues los pastores publican
que tanta hermosura ven
en la deidad de mi amante,
con justa causa diré
que en perderme fui dichoso,
en tan soberano bien.
Siempre que llega al Mondego
parece que sólo al ver
a mi Inés bella, las aves
quisieran besar su pie.
Las plantas de su deidad
reciben fruto. No hay mes
que en viéndola no sea mayo;
no hay flor que a su rosicler
no tribute vasallaje.
Si aquesta es verdad, si es
dueño de aves y plantas
y de todo cuanto ve
el cielo en la tierra hermosa,
no la lisonjeo en ser
también yo su esclavo, amor;
pues a mi Inés me humillé,
pues me rendí a su hermosura
a voces confesaré,
diciendo con toda el alma
a los que amantes me ve:
“Pastores de Manzanares,
yo me muero por Inés,
cortesana en el aseo,
labradora en guardar fe.”

Sale BRITO, de camino

BRITO: Déla vuestra alteza a Brito,
príncipe, a besar sus pies.
PRÍNCIPE: Brito, seas bien venido.
¿Cómo dejas a mi bien?
BRITO: Déjame alentar un poco
y luego te lo diré,
que aun no pienso que he llegado,
que un rocín de Lucifer
que el portugués llama posta,
que jebao llama el francés,
y el bridón napolitano
algunas veces corsier,
de tan altos pensamientos,
que en subiendo encima de él,
anda a coces con el sol
y a cabezada después,
me trae sin tripas, que todas
se me han subido a la nuez,
a hacer gárgaras con ellas,
sin lo que toca al borrén
que viene haciéndose ruedas
de salmón.
PRÍNCIPE: Calla, no des
suspensión a mi cuidado
sino, dime, ¿cómo fue
tu viaje? Cuenta, Brito,
que ya deseo saber
nuevas de mi hermosa prenda.
Habla, Brito.
BRITO: Bueno, a fe,
para contarlo quedamos
solos los dos.
PRÍNCIPE: Dices bien.
Condestable, despejad;
y a estos músicos les den,
cuando no por forasteros,
porque han celebrado a Inés,
mil escudos.
CONDESTABLE: Despejad.
PRÍNCIPE: Id con Dios.
MÚSICO 1: El cielo dé
a vuestra alteza, señor,
un siglo de vida, amén.
PRÍNCIPE: Id con Dios.
MÚSICO 1: ¡Qué gran valor!
MÚSICO 2: ¡Qué cordura!
MÚSICO 1: Octavio, ven.
No es señor quien señor nace,
sino quien lo sabe ser.

Vanse los MÚSICOS y el CONDESTABLE

PRÍNCIPE: Ya, Brito, quedamos solos;
dime, ¿cómo queda Inés?
¿Cómo la dejaste, Brito?
Responde presto.
BRITO: A perder
el sentido cada instante
que entre tus brazos no esté.
PRÍNCIPE: ¿Y Alonso y Dionís?
BRITO: El uno
es jazmín y otro clavel,
y cada cual es retrato
de los dos.
PRÍNCIPE: Has dicho bien;
prosigue, prosigue, Brito.
BRITO: Oye y te la pintaré
si de tanta beldad puede
ser una lengua pincel.

Llegué a Coímbra apenas
ayer, cuando al blasón de sus almenas
a un tiempo hicieron salva
los músicos de cámara del alba,
el sol, y luego el día,
y primero que todos mi alegría.
Guié los paso luego
a la quinta, Narciso del Mondego,
que guarda en dulce empeño
la beldad soberana de tu dueño,
cuando, dando al Aurora
celos, el sol parece que enamora
el oriente divino
de Inés, sol para el sol más peregrino.
que aun no he llegado creo,
piso el umbral y en el zaguán me apeo.
(Que gustan los amantes Aparte
que les vayan contando por instantes,
por puntos, por momentos,
las dichas de sus altos pensamientos,
que brevemente dichas
no les parece que parecen dichas).
Al fin al cuarto llego,
alborozado, sin aliento, y luego
a las cerradas puertas,
sólo a tu amor eternamente abiertas,
dos veces toco en vano,
que en este oriente aun era muy temprano;
si bien tu hermoso dueño,
rendida a su cuidado más que al sueño,
voces dio a las crïadas,
menos de mi venida alborozadas.
Perdóneme Violante,
a quien más debe el sueño que su amante,
mas yo, como es mi vida,
la quiero bien dormida y bien vestida,
esté ausente o presente
porque mi amor es menos penitente.
PRÍNCIPE: Pasa, Brito, adelante
y con mi amor no mezcles a Violante,
ni burlas con mis veras,
que espero nuevas de mi bien.
BRITO: Esperas
las que siempre procuro
yo traerte, ¡vive Dios! Al fin el muro,
el oriente dorado
de aquel sol, de aquel cielo, franqueado,
sin reparo ninguno,
corro los aposentos uno a uno
y no paro hasta donde
está la esfera que tu sol esconde;
su amor me desalumbra,
y sin la permisión que se acostumbra,
verla y hablarla trato,
que el alborozo precedió al recato.
Entro, al fin, sin sentido,
y en el dorado tálamo que ha sido
teatro venturoso
más de tu amor que del común reposo,
amaneciendo entonces
y enamorando mármoles y bronces,
los ojos en estrellas,
en nieve y nácar las mejillas bellas,
en claveles la boca,
la frente y manos en cristal de roca,
en rayos los cabellos,
entre Alonso y Dionís, tus hijos bellos,
asidos a porfía
–por maternal terneza o compañía–
del cuello de alabastro,
deidad admiro a doña Inés de Castro;
aurora en carne humana,
taraceado abril con la mañana,
todo un cielo abreviado
y al sol de dos luceros abrazado.
Quedé tierno y dudoso,
que, como de aquel árbol generoso
tan hermoso pendían,
racimos de diamantes parecían;
ella, amor ostentando,
aunque de honestidad indicios dando
a la nieve divina,
de púrpura corriendo otra cortina,
que de tales mujeres
siempre son los recatos sumilleres;
más encendida aurora,
sobre las almohadas se incorpora,
y ya, como embarazos,
deja a Dionís y Alonso de los brazos,
que de sentido ajenos,
favores y ternezas no echan menos,
tanto en tan dulce empeño
pueden los pocos años con el sueño;
y con ansia infinita,
antes que una palabra me permita,
ni besarla una mano
–recato portugués o castellano–
me dijo: “¿Cómo dejas
a Pedro, Brito?” Y con celosas quejas
prosiguió, más hermosa
que lo está una mujer que está celosa,
porque han dado los celos
hasta el color que viste a los cielos,
tu tardanza culpando
en Santarén con doña Blanca, cuando
tu padre la ha traído
para tu esposa.
PRÍNCIPE: Perderé el sentido,
Brito, si Inés no fía
todo su amor a toda el alma mía.
Primero verá el cielo
su vecindad de estrellas en el suelo,
verá la noche fría
que puede competir al claro día,
que falte la firmeza
con que yo adoro a Inés.
BRITO: Oiga tu alteza.
Basta, basta, no ofusques
mi relación ni imposibles busques
mal guisados, ni modos,
que yo los doy por recibidos todos,
y lo mismo hará el dueño
por quien me he puesto en semejante empeño.
Al fin escucha atento.
PRÍNCIPE: Prosigue.
BRITO: Como digo de mi cuento…
PRÍNCIPE: Acaba.
BRITO: Ven conmigo;
la tal Inés, en la ocasión que digo,
finezas y ansias junta,
y entre falsa y celosa me pregunta;
“Dime, Brito, ¿es bizarra
doña Blanca la infanta de Navarra,
de Pedro nueva empresa,
que viene a ser de Portugal princesa?”
Yo la respondo entonces,
haciéndome de pencas y de gonces:
“Aunque Blanca no es muy fea,
es contigo muy poca taracea,
moneda mal segura
que no puede correr con tu hermosura,
y si intenta igualarse
contigo, muy de noche ha de pasarse.”
En esto despertaron
Dionís y Alonso, y juntos preguntaron
a una vez por su padre;
enternecióse oyéndolos la madre;
o fuese amor o celos,
tocó a anegar en lágrimas dos cielos,
y en lluvias tan extrañas,
sartas de perlas hizo las pestañas
que en sus luces hermosas
de perlas se volvía mariposas,
y abrasándose en ellas
granizaron los párpados estrellas;
y viendo contra el día
que abajo tanto cielo se venía,
calmando sus recelos
dile tu carta y serenó sus cielos.
Cedióse a su alegría,
convaleció de su tristeza el día,
quedó el sol sin nublado,
porque del desperdicio aljofarado
al último suspiro
mucho cristal sobró para zafiro.
Tomó el pliego y besóle,
y tres o cuatro veces repasóle
con señas diferentes
–que es costumbre de espías y de ausente–.
Pidió la escribanía,
volvió otra vez a perturbarse el día,
los cielos se cubrieron,
a la tinta las lágrimas suplieron
y mientras escribía,
un alma en cada lágrima cabía,
siendo en tantos renglones
las almas muchas más que las razones;
cerró llorando el pliego,
sellóle, despachóme y partí luego
otra vez por la posta,
pareciéndome el mundo senda angosta,
y con el “fuera, aparta,”
entré por Santarén y ésta es su carta.

PRÍNCIPE: Levanta, Brito, del suelo,
que sólo tú puedes dar
tal alivio a mi pesar,
tal fin a mi desconsuelo.
Toma esta cadena, Brito,
en tanto que a besar llego
las letras de aqueste pliego
que Inés con el llanto ha escrito.
BRITO: Besa muy enhorabuena,
mientras que, tomada a peso,
primero yo también beso
las letras de esta cadena.
¡El rey!
PRÍNCIPE: ¿Mi padre?
BRITO: Señor,
él mismo.
PRÍNCIPE: El pliego guardaré
de Inés.
BRITO: Y yo a guardar iré
mi cadena, que es mejor.

Sale el REY don Alonso

REY: ¿Príncipe?
PRÍNCIPE: ¿Señor?
REY: ¿Qué hacéis?
PRÍNCIPE: ¿Vos aquí?
REY: No hay que admiraros
de que venga yo a buscaros,
Pedro, pues vos no lo hacéis.
Yo os quisiera hablar despacio.
PRÍNCIPE: (Hoy corre mi amor fortuna). Aparte

A BRITO

REY: ¿Quién sois vos?
BRITO: Señor, soy una
sabandija de palacio.
REY: ¿De qué al príncipe servís?
BRITO: De mozo fidalgo.
REY: Bien,
¿de camino estáis también?
BRITO: Soy su maza.
REY: ¿Qué decís?
BRITO: Que voy siempre con su alteza
adonde quiera que va.
REY: Y aun donde no va.
BRITO: Esa es ya
maliciosa sutileza.
REY: Algo desembarazado
sois.
BRITO: Sí, señor poderoso,
que en palacio al vergonzoso
siempre el refrán ha culpado.
REY: ¿Cómo os llamáis?
BRITO: Brito.
REY: ¿Vos
sois Brito? Quien sois sé,
sois hombre de mucha fe.
BRITO: Eso sí, señor, por Dios,
porque con ella he servido
a su alteza, como ya
de mí satisfecho está.
PRÍNCIPE: Es Brito muy entendido,
con razón le estimo y quiero,
téngole notable amor.
REY: Para que le hagáis favor
no habrá menester tercero,
que en esto debe tener
gran maña y agilidad.
BRITO: Mintió a vuestra majestad
quien fe de ese parecer,
que a su alteza no le han dado
tan poca parte los cielos,
que haya menester anzuelos
en el ardid del crïado.
No me ha menester a mí
para ninguna facción,
porque los méritos son
siempre terceros de sí;
y cuando en alguna se halle
dificultosa de obrar,
no ha de ir, ni es justo, a buscar
alcahuetes a la calle.
Porque el príncipe es humano
y alguna vez se enamora,
aunque a esta plaza hasta agora
no le he tomado una mano.
Vuestra real majestad
perdone estas baratijas,
porque hasta en las sabandijas
la defensa es natural.
Y adiós, que contra cautelas
de palacio asisto en mí,
que estoy indecente así
con botas y con espuelas.

Vase BRITO

REY: Pedro, los que hemos nacido
padres y reyes, también
hemos de mirar al bien
común más que al nuestro.
PRÍNCIPE: Ha sido,
padre y señor, atención
debida a esa majestad.
¿Qué me mandáis?
REY: Escuchad.
Veréis que tengo razón.

Yo os he casado en Navarra
con la infanta, que Dios guarde;
y en Lisboa, a vuestras bodas
se han hecho fiestas y tales
que todos nuestros fidalgos
procuraron señalarse
dando muestras con su afecto
de ser nobles y leales.
Después que llegó la infanta
he reparado que sale
a vuestro rostro un disgusto
que os divierte de lo afable,
os retira de lo alegre,
y sólo pueden llevarse
aquestos extremos, Pedro,
con el mucho amor de padre.
Doña Blanca disimula,
y aunque la causa no sabe,
piensa sin duda que es ella
causa de vuestros pesares.
Hacedme gusto de verla
con amoroso semblante;
príncipe, desenojadla,
que es vuestra esposa, no halle,
cuando con vos tanto gana,
el perderse en el ganarse.
Yo os lo ruego como amigo,
os lo pido como padre,
os lo mando como rey,
no deis lugar a enojarme.
Ella viene, aquí os quedad,
prudente sois, esto baste.

Vase el REY

PRÍNCIPE: ¡Ay Inés, cómo por ti,
loco, rendido y amante,
ni admito la corrección
ni hay ventura que me cuadre!

Sale la INFANTA

INFANTA: Guarde Dios a vuestra alteza.
PRÍNCIPE: ¿Señora?
INFANTA: ¿Príncipe?
PRÍNCIPE: Dadme
la mano a besar.
INFANTA: Señor,
deteneos. No es galante
acción que beséis mi mano,
cuando advierto que no sale
ese cortesano afecto
de marido ni de amante.
Yo, señor, soy vuestra esposa
y debéis considerarme
reina ya de Portugal
si fue de Navarra infante.
PRÍNCIPE: (Eso no, viviendo Inés). Aparte
Señora, sólo un instante
os suplico que me deis
audiencia; sentaos y hable
el alma, que muda ha estado
hasta poder declararse.
INFANTA: Decid.
PRÍNCIPE: Atended.
INFANTA: Ya oigo.
Pasad, Príncipe, adelante.
PRÍNCIPE: Casé, señora, en Castilla,
obedeciendo a mi padre,
primera vez con su infanta,
que en globos de estrellas yace.
Tuve de esta dulce unión
un hijo, y puesto que sabe
vuestra alteza estos principios,
paso a lo más importante.
Cuando mi difunta esposa
vino conmigo a casarse,
pasó a Portugal con ella
una dama suya, un ángel,
una deidad, todo un cielo;
perdóneme que la alabe,
vuestra alteza, en su presencia,
que informada de sus partes
importa, porque disculpe
osadas temeridades
cuando advertida conozca
las causas de efectos tales.
Era al fin por acabar
la pintura de esta imagen,
el retrato de este sol,
de este archivo de deidades,
doña Inés de Castro Coello
de Garza, que con su padre
pasó a servir a la reina,
mejor dijera a matarme;
y aunque siempre su hermosura
fue una misma, ni un instante
me atreví, señora, a verla
con pensamientos de amante,
que a sola mi esposa entonces
rendí de amor vasallaje,
hasta que crüel la Parca
le cortó el vital estambre.
Muerta mi esposa, trató
casarme otra vez mi padre
con vuestra alteza, señora,
que el cielo mil siglos guarde,
sin que este segundo intento
conmigo comunicase;
yerro que es fuerza que agora
vuestro decoro le pague,
y le sienta yo, por ser
vuestra alteza a quien se hace
la ofensa; que el sentimiento
no será bien que me falte
a tiempo que por mi causa
padecéis tantos desaires.
(Confusa, hasta ver el fin, Aparte
será fuerza que se halle.
Mas supuesto que es forzoso
el decirlo y declararme,
rompa el silencio la voz
pues que no puedo excusarme).
Muerta, señora, ya mi esposa amada,
querida tanto como fue llorado,
pasados muchos días de tormento,
difunto el gusto y vivo el sentimiento,
en un jardín, al declinar el día,
mis imaginaciones divertía,
mirando cuadros y admirando flores,
archivos de hermosuras y de olores.
Al doblar una punta de claveles,
de esta hermosa pintura los pinceles,
al pasar por un monte de azucenas,
que mirar su blancura pude apenas,
porque la candidez de su hermosura
la vista me robó con la blancura;
y en una fuente hermosa,
que tendía el remate de una rosa,
para su adorno un fénix de alabastro,
vi a doña Inés de Castro,
que al margen de la fuente
se miraba en el agua atentamente;
y olvidado de mí, viendo mi muerte
en su deidad, la dije de esta manera:

“Nunca pensé que pudiera,
muerta mi esposa, querer
en mi vida otra mujer,
ni que otro cuidado hubiera
con que el dolor divirtiera
de mi pena y mi dolor;
pero ya he visto en rigor,
advirtiendo tu deidad,
que aquello fue voluntad,
y aquesto sólo es amor.
¿Cómo puede ser –¡ay cielos!–
que en mi casa haya tenido
el mismo amor escondido,
sin que remontase el vuelo
a su atención mi desvelo?
¿Cómo este bien ignoré?
¿Cómo ciego no miré,
cómo en esta luz hermosa
no fui incauta mariposa,
y cómo no te adoré?”
Hice este discurso apenas,
cuando a mirarme volvió
el rostro, y entonces yo
puse silencio a mis penas.
Heladas todas las venas,
quedé, mirándola, helado;
ella, el aliento turbado,
quiso hablar, hablar no pudo,
quedó suspensa y yo mudo,
en su imagen transformado.
El alma al verla salió
por la puerta de los ojos,
y a sus plantas, por despojos,
las potencias le ofreció;
el corazón se rindió
sólo con llegar a ver
esta divina mujer,
y ella, viéndome rendido
y en su hermosura perdido,
pagó con agradecer.

Desde este instante, señora,
desde aqueste punto, infanta,
hicimos tan dulce unión
reciprocando las lamas,
que girasol de su luz,
atento a sus muchas gracias,
vivo en ella tan unido
debajo de la palabra
y fe de esposo, que amor
cuando perdido se halla,
para poderla cobrar
se busca entre nuestras ansias.
En una quinta que está
cerca del Mondego, pasa
ausencias inexcusables,
solamente acompañada
a ratos de mi firmeza
y siempre de mi esperanza.
Tenemos de aqueste logro
de Cupido, de esta llama
del ciego dios, dos infantes,
dos pimpollos y dos ramas,
tan bellos, que es ver dos soles
mirar sus hermosas caras.
Querémonos tan conformes,
son tan unas nuestras almas,
que a un arroyo o fuentecilla
adonde algunas mañanas
sale a recibirme Inés,
todos los de la comarca
llaman, por lisonjearnos,
el Penedo de las ansias.
En fin, señora, mi amor
es tan grande que no hay planta
que para amar no me imite,
no hay árbol que con las ramas
esté tan unido como
lo estoy con mi esposa amada.
Y aunque parezca desaire
a vuestra alteza contarla
aqueste empleo, he advertido
que es mejor, para obligarla,
cuando engañada se advierte,
decirlo y desengañarla,
pues cuando de Portugal
no sea reina, en Alemania,
en Castilla y Aragón,
hay príncipe que estimaran
saber aquesta ventura
que habéis juzgado a desgracia;
y porque me espera Inés
y culpará mi tardanza,
dadme licencia, señora,
que a verme en su cielo vaya,
pues es bien que asista el cuerpo
allá donde tengo el alma.

Vase el PRÍNCIPE

INFANTA: ¿Han sucedido a mujer
como yo tales desaires?
¿cómo es posible que viva
quien ha oído semejante
injuria? ¡Al arma! ¡Venganza!
Despida el pecho volcanes
hasta quedar satisfecha.
Muera conmigo quien hace
que a una infanta de Navarra
el decoro le profanen.

¡Que una mujer celosa y agraviada
sola consigo mismo es comparada!
¡Que si la aflige amor y acosan celos,
aun seguros no están de ella los cielos!

Vase la INFANTA

[En la quinta cerca del Mondego]

Salen INÉS, en traje de caza, con escopeta,
y VIOLANTE, criada

VIOLANTE: ¿No estás cansada, señora?
INÉS: Sí, Violante, y triste estoy;
hacia el Mondego me voy,
que el sol el ocaso dora;
y antes que sea más tarde,
pues Pedro no viene, quiero
retirarme.
VIOLANTE: Siempre espero
que hagas de tu gusto alarde,
sin cuidados amorosos.
INÉS: Violante, no puede ser,
que en la que llega a querer
no hay instantes más gustosos
que los que da a su cuidado.
¿Qué será no haber venido
mi Pedro?
VIOLANTE: Le habrá tenido
el rey, su padre, ocupado;
desecha ya la tristeza
que te aflige.
INÉS: No te asombre;
que, aunque Pedro es rey, es hombre,
y temo olvidos.
VIOLANTE: Su alteza
sólo en ti vive, señora,
sólo tu amor le desvela.
INÉS: Como el pensamiento vuela,
hizo este discurso agora.
Violante, advierte mi pena;
que no temo sin razón,
ni esta profunda pasión
es bien que la juzgue ajena;
el príncipe, mi señor,
aunque amante le he advertido,
se ve, Violante, querido,
y esto aumenta mi temor;
advierto que está delante,
contrastando mi fortuna,
una hermosa Venus, una
Blanca, de Navarra infante;
su padre quiere casarle,
aunque casado se ve,
y puede ser que mi fe
llegue, Violante, a cansarle;
mira tú si mi fortuna
infelice puede ser,
que a la más cuerda mujer
se la doy de dos la una;
toma la escopeta allá,
ya que ésta la quinta es.
VIOLANTE: Descansa, señora, pues.
INÉS: Todo disgusto me da.
VIOLANTE: ¿Quieres, señora, que cante,
para divertir tu pena,
una letra nueva y buena
que te alegre?
INÉS: Sí, Violante;
canta, y no por alegrar
mi pena te lo consiento,
sino porque a mi tormento
quisiera un rato aliviar.

Cantan

VIOLANTE: Saüdade minha,
¿cuándo vos vería?
INÉS: Diga el pensamiento,
pues sólo él siente,
adorado ausente,
lo que de vos siento;
mi pena y tormento
se trueque en contento
con dulce porfía.
Saüdade minha,
¿cuándo vos vería?
VIOLANTE: Minha saudade
caro senhor meu
¿a quem direi eu
tamanha verdade?
Na minha vontade
de noite e de dia
siempre vos veria.
Saüdade minha,
¿cuándo vos vería?

Sigue hablando

Parece que se ha dormido,
y con paso diligente
vuelve atrás la hermosa frente,
todo el curso suspendido.
Dejarla quiero al beleño
de este descanso, entre tanto
que da tregua a su llanto,
árboles guardadla el sueño.

Vase y sale el PRÍNCIPE don Pedro con BRITO

PRÍNCIPE: Gracias a Dios, Brito amigo,
que he salido a ver mi bien.
¿Quién fue más dichoso, quién
pudo igualarse conmigo?
¿Posible es, Brito, que estoy
donde pueda ver mi esposa,
entre cuya llama hermosa
simple mariposa soy?
BRITO: Tan posible, que llegamos
a la quinta que está enfrente
del Mondego.
PRÍNCIPE: Aguarda, tente.
BRITO: ¿Has visto algo entre los ramos?
PRÍNCIPE: ¿No ves a Inés celestial
que aquí a la vista se ofrece?
BRITO: Que está dormida parece
al margen de aquel cristal
que la fuente vierte. Calla.
No la despiertes, señor.
PRÍNCIPE: Díselo, Brito, a mi amor.
BRITO: Luego, ¿quieres despertalla?
PRÍNCIPE: Quiero, Brito, y no quisiera
impedirla el descansar.
BRITO: Será lástima inquietar
su sosiego.

Soñando

INÉS: Tente, espera…
PRÍNCIPE: Parece que habla.
BRITO: Estará,
señor, entre sueño hablando.
PRÍNCIPE: ¿Qué estará mi bien soñando?
BRITO: Contigo el sueño será.
INÉS: ¡Que me mata, tente, aguarda!
¡Alonso, Dionís, Violante!
PRÍNCIPE: Deja, Brito, que adelante
pase, porque ya se tarda
mi deseo en ver despierto
mi hermoso sol.
BRITO: Llega pues,
pero despertar a Inés
será grande desacierto.
INÉS: No me maten tus rigores;
¿por qué me quitas la vida?
Pedro, Pedro de mi vida,
esposo, mi bien.
PRÍNCIPE: Amores,
mucho he debido al pesar
que en ti ha ocasionado el sueño,
pues te trajo, hermoso dueño,
en mi pecho a descansar.
INÉS: ¡Pedro, señor, dueño amado!
PRÍNCIPE: ¿Qué tienes, Inés?

Despierta

INÉS: Soñaba
que la vida me quitaba…
PRÍNCIPE: ¿Quién?
INÉS: Un león coronado,
y a mis dos hijos, –¡ay cielo!–
de mis brazos ajenaba
y airado los entregaba
–aun no cesa mi recelo–
a dos brutos que inhumanos
los apartaron de mí.
PRÍNCIPE: ¿Eso, Inés, soñaste?
INÉS: Sí.
PRÍNCIPE: Fueron tus recelos vanos,
desecha, Inés, el dolor,
cóbrate más valerosa,
si bien estás más hermosa
con el susto y el temor.
INÉS: ¿Eres mío?
PRÍNCIPE: Tuyo soy.
INÉS: Y tuya me fe será.
BRITO: ¿Adónde Violante está?
A pedirla celos voy.

Vase BRITO

INÉS: Nunca como hoy, dueño mío,
temí de mi amor mudanzas,
no porque de ti no fío,
sino por ser desdichada.
Apenas de nuestra quinta
salí a caza esta mañana,
cuando vi una tortolilla
que entre los chopos lloraba
su amante esposo perdido.
Yo, de verla lastimada,
llegué a temer que mi suerte
no me trajese a imitarla.
Vi luego que de una vid
un olmo galán se enlaza,
y envidiosa de sus dichas
también se me turbó el alma.
Pues un tronco bruto goza
posesión más bien lograda,
yo apenas gozo el bien
cuando todo el bien me falta.
Y como en la tortolilla
he visto más declaradas
mis sospechas temerosas,
siendo yo tan desdichada,
no es mucho, Pedro, que tema
llegar a imitar sus ansias.
PRÍNCIPE: Inés, si el sol en la tierra,
como produce las plantas,
infundiera en cada flor
una deidad, y llegara
a reducir las bellezas
con las de tu hermosa cara
–que es la mayor, dueño mío–,
en otra mujer, palabra
te doy que siendo tuyo
en mi corazón no hallara
ni un cortesano cariño,
ni una amorosa palabra,
ni un pequeño ofrecimiento,
ni un afecto en que mostrara
átomos de la afición
con que te adoro, que tanta
fuerza tiene tu hermosura
desde que está retratada
en mi pecho, que tu nombre
tiene por objeto el alma.
¿Alonso y Dionís, adónde
están?

Sale ALONSO, niño

ALONSO: ¿Padre?
PRÍNCIPE: ¡Prenda amada!
¿Y vuestro hermano?
ALONSO: Señor,
ahora merendando estaba,
¿quieres que vaya a llamarle?
PRÍNCIPE: Sí, mi vida.
INÉS: Espera, aguarda.

Salen BRITO y VIOLANTE alborotados

BRITO: ¡Señor! ¡Señor! Oye.
PRÍNCIPE: Brito,
¿qué dices?
VIOLANTE: ¡Señora!
INÉS: ¡Cielos!
¿qué es esto? Dilo, Violante.
VIOLANTE: Dilo, Brito, que no puedo.
PRÍNCIPE: ¿De qué os turbáis? Hablad ya.
BRITO: Por la orilla del Mondego
y el camino de la quinta
tres coches se han descubierto
y del rey parecen.
INÉS: ¿Hay
más desdichas?
PRÍNCIPE: Ve en un vuelo
y reconoce quién es.
BRITO: Yo ya he visto, aunque de lejos,
que el rey y la infanta vienen
y Alvar González con ellos
y Egas Coello.
PRÍNCIPE: Ambos son
dos traidores encubiertos.
VIOLANTE: Ya llegan.
INÉS: Pues yo me voy
a retirar.
PRÍNCIPE: Deteneos,
señora, que estando yo
con vos, no hay que temer riesgos.

Salen el REY don ALONSO, la INFANTA, ÁLVAR González, EGAS
Coello y acompa¤amiento

REY: Aquesta es la quinta, entrar.
¡Pedro!
PRÍNCIPE: Señor, ¿qué es esto?
INFANTA: Ahora empieza mi venganza. Aparte
INÉS: Ahora empiezan mis celos. Aparte
REY: Ahora empieza mi castigo. Aparte
PRÍNCIPE: Ahora empieza mi tormento. Aparte
ÁLVAR: Ahora se enoja el rey. Aparte
EGAS: Ahora se quieta el reino. Aparte

Aparte los dos

VIOLANTE: Ahora te echan a galeras.
BRITO: Ahora te dan ducientos
por alcahueta, Violante.
VIOLANTE: Miente y calle.
BRITO: Callo y miento.
REY: No sé cómo reportarme.
En fin, príncipe don Pedro,
¿ocasionáis a que haga
vuestro padre estos excesos
de salir para buscaros
fuera de la corte?
INÉS: (Cielos, Aparte
temiendo estoy su rigor,
pero con todo yo llego).
Déme vuestra majestad
a besar su mano.
REY: (¿El cielo Aparte
mayor belleza ha formado?
De mirarla me enternezco).
¿Cómo os llamáis?
INÉS: Doña Inés
de Castro.
REY: Alzaos del suelo.
INÉS: Quien a vuestros pies se ve
goza, señor, de su centro,
pues en ellos…
REY: Levantad.
INÉS: …toda mi ventura tengo.
REY: (¡Qué honestidad, qué cordura!) Aparte
¨Quién es esto caballero?
PRÍNCIPE: Un deudo cercano mío.
REY: También debe ser mi deudo.
Lindo es. ¿Cómo os llamáis?
ALONSO: Alonso, al servicio vuestro.
REY: Por vuestro abuelo será.
INÉS: Tiene muy honrado abuelo.
REY: Y muy hermosa y muy noble
madre.
INFANTA: (¿Qué ha sido esto, cielos?) Aparte
REY: Vamos.
INFANTA: (¿A esto el rey me trajo? Aparte
Perderé el entendimiento).
REY: Venid, Infanta.
EGAS: Señor,
ved que para vuestro reino
este inconveniente es grande.
ÁLVAR: Y con este impedimento
de doña Inés, doña Blanca
no logrará su deseo
de casar en Portugal.
REY: Ya lo he mirado, Egas Coello;
mas no es ocasión agora
de salir de tanto empeño.
ALONSO: Dadme la mano, señor,
y la bendición.
REY: ¡Qué bueno!
¿Hay más gracioso muchacho?
INFANTA: (Mis desdichas voy sintiendo). Aparte
REY: Adiós, doña Inés.
INÉS: Señor,
guarde mil años el cielo
a vuestra real majestad,
para mi señor y dueño
de mi albedrío.
REY: ¡Inés!
¡Cuánto con el alma siento,
no poder aquí, aunque quiera,
mostrar lo mucho que os quiero!
BRITO: Violante, adiós; que me voy.
VIOLANTE: Brito, adiós; que lo deseo.
PRÍNCIPE: Adiós, Inés de mi vida.
INÉS: Adiós, adorado dueño.
PRÍNCIPE: ¡Muerto voy!
INÉS: ¡Yo voy sin alma!
PRÍNCIPE: ¡Qué desdicha!
INÉS: ¡Qué tormento!

Vanse todos

FIN DEL PRIMER ACTO
________________________________________
ACTO SEGUNDO
________________________________________

Salen la INFANTA y ELVIRA, criada

INFANTA: Esta ya es resolución,
no me aconsejes, Elvira.
ELVIRA: Infanta, señora, mira
que aventuras tu opinión.
INFANTA: Aunque lo advierto no ignoro
también que en desprecio tal,
una mujer principal
atropella su decoro.
Deja ya de aconsejarme
y repara que, agraviada,
ofendida y despreciada,
he de morir o vengarme.
A muchas han sucedido
desprecios de voluntad,
mas no de la calidad
que yo los he padecido.
Bien que Inés es muy bizarra,
y aunque hermosa llegue a verse,
no es justo llegue a oponerse
a una infanta de Navarra,
que compitiendo las dos,
aunque es grande su belleza,
para igualar mi grandeza
el sol es poco, ¡por Dios!
ELVIRA: El rey sale.
INFANTA: Pues, Elvira,
déjame sola, que agora
he de hablar claro.
ELVIRA: ¿Señora?
INFANTA: Obedece, calla y mira.
ELVIRA: Ya me voy, y ruego al cielo
que se acabe tu cuidado.

Vase ELVIRA

INFANTA: El agravio declarado
no admite ningún consuelo.

Sale el REY, y COELLO

REY: Déjenme solo, Coello,
que a solas pretendo hablarla;
quisiera desenojarla.
INFANTA: (Pues mE ofrece su cabello Aparte
la Ocasión, quiero lograr
mi intento). ¿Señor?
REY: ¿Infanta?
INFANTA: ¿Tanto favor? ¿Merced tanta?
¿Que vos me vengáis a honrar:
¡Gran ventura!
REY: Blanca hermosa,
tanto os estimo y venero,
tanto, bella Infanta, os quiero,
que fuera dificultosa
la acción que para serviros
no emprendiera; y este afecto,
hijo de vuestro respeto,
me obliga siempre a asistiros
con un mudo afecto, y tal,
que en lo entendido y bizarra,
dudo si sois en Navarra
nacida, o en Portugal.
INFANTA: Con tanto favor tratáis
mi fe, que ciega os adora,
que confusa el alma, ignora
el modo con que me honráis;
pero advierte mi cuidado,
viendo estos extremos dos,
que me habéis querido vos
hablar como desposado,
y advertido del rigor
que el príncipe usa conmigo,
como padre y como amigo
me mostráis en vos su amor.
REY: ¿En qué estaba divertida,
hija mía, vuestra alteza?
INFANTA: Sólo en pensar la presteza,
gran señor, de mi partida.
REY: ¿Cómo? ¿Con tal brevedad,
infanta, queréis partir?
INFANTA: Eso le quiero decir;
oiga vuestra majestad.

Por concierto de mi hermano
y vuestros mudos pesares,
–hoy hable la estimación,
los demás afectos callen–
a este mar de Portugal
de nuestros navarros mares,
en una ciudad de leños,
en una escuadra volante
de delfines que volaban
a competencia del aire,
llegué, señor, –¡ay de mí!–
un lunes, para mí martes,
que en el dueño y no en el día
se contienen los azares.
Fue tan próspero y feliz
este deseado viaje
que parece que anunciaban
tan venturosas señales
presagios de la desdicha
que ahora llega a atormentarme.
Salió vuestra majestad
a recibirme y honrarme
con su persona y amor, hijo
de los afectos de padre.
Y cuando al príncipe, –¡ay cielos!–
esperaba para darle
entre la mano de esposa
tiernos requiebros de amante,
posesión del albedrío
uniendo las voluntades,
supe que quedó en Lisboa
sin que su cuidado pase
siquiera a saber con quién
su alteza pasa a casarse.
Este cuidado o descuido
cuidadoso fueron parte
para empezar, –¡qué desdicha!–
el alma a alborotarme,
y a temer lo que lloré
dentro de pocos instantes.
Cuatro veces murió el sol
en los brazos de la tarde,
por cuya muerte la noche
vistió luto funerable,
primero que de su cuarto
fuese al mío a visitarme,
si fue agravio a mi decoro,
júzguelo quien amar sabe.
Al fin vuestra majestad
fue a visitarle una tarde;
lo que le mandó no sé,
mas buen puedo asegurarme
que en defender mi justicia
sería todo de mi parte.
Al fin me fio, y los empeños
que tuve en sólo un instante
que le di audiencia, no es bien
que mi lengua los relate;
báteme, siendo quien soy,
que los sepa y que los calle.
Que a no ser dentro de mí
tan bizarra y tan galante,
¿cómo pudiera pasar
por el tropel de desaires
que me han sucedido? ¿Cómo,
sin que abortara volcanes
que en cenizas convirtieran
a quien intentó agraviarme
atrevido y poco atento?
Vamos, señor, adelante,
y perdonad que los celos
llegan a precipitarme,
y el corazón a los labios
se asomó para quejarse.
Pasadas muchas injurias,
que es bien que en silencio pase,
a una quinta del Mondego
fui, porque vos me llevasteis,
a volver más despreciada
que me había mirado antes,
pues se siente más la ofensa
cuando delante se hace
de quien, mirando el desprecio,
llegará a vanagloriarse;
esto, señor, que parece
que es sentimiento que hace
mi persona en exterior,
según os muestre el semblante,
no es sino que así he querido
de mi suceso informarle,
porque sepa que no ignoro
lo que vuestra alteza sabe.
Que a no ser así, es sin duda
que no pasara el desaire
de ir a requebrar los nietos,
cuando me ofreció vengarme;
y a no ser así también,
¿cómo pudiera llevarse
que doña Inés compitiera
–aunque muchas son sus partes–
conmigo? Que no lo hermoso
puede igualar a lo grande.
Decid al príncipe vos,
no como rey, como padre,
que sus empeños disculpo;
que ha acertado al emplearse
en quien tan bien le merece,
y que mire cuando agravie,
que no todas, como yo,
podrán desapasionarse.
Este pliego es a mi hermano,
donde le pido que trate
de enviar por mí, sin que sepa
lo que ha podido obligarme;
que no es bien que le dé cuenta
de semejantes desaires.
Con mi partida, señor,
pongo fin a mis pesares,
principio al gusto de Inés,
y medio para que trate
don Pedro su casamiento,
sin que yo pueda estorbarle;
que, aunque ya lo está en secreto,
como llegó a declararme,
parece que aumenta el gusto
saber que todos lo saben.
Adiós, señor; no me tenga
tu majestad ni me trate
jamás sino de partirme;
porque sería obligarme
a que haga, por detenerme,
lo que no por despreciarme;
que, aunque agora soy prudente,
no sé, en llegando a enojarme,
si me valdrá la prudencia
para no precipitarme.
No detenerme es cordura;
a mi cuarto voy, que es tarde.
No hay, señor, de qué advertirme;
que, pues llegué a declararme,
todo lo habré ya mirado
¡Voy muriendo! Dios le guarde.
REY: Oye, infanta.
INFANTA: Alonso invicto,
vuestra majestad no mande
que un instante me detenga,
o vive Dios, que a esos mares
Parténope desdichada,
me arroje para anegarme.

Vase la INFANTA

REY: ¡Alvar González! ¡Coello!

Salen ÁLVAR González y EGAS Coello

ÁLVAR: ¿Señor?
REY: Partid al instante,
y detened a la infanta.
ÁLVAR: Ya voy.
EGAS: El príncipe sale.
REY: No sé cómo de mi enojo
agora podrá librarse.
¡Que así me empeñe mi hijo!
Irme quiero sin hablarle,
que si le hablo sospecho
que no podré reportarme.

Sale el PRÍNCIPE solo

PRÍNCIPE: Señor, ¿vuestra majestad
conmigo airado el semblante?
¿La espalda volvéis, señor,
a vuestra hechura?
REY: Dejadme,
no me habléis, que estoy cansado
de ver vuestros disparates.
Príncipe, no me veáis.
Egas Coello, aquesta tarde
de Santarén al castillo
le llevad preso, allí pague
inobediencias que han sido
causas de tantos males.
EGAS: ¡Qué príncipe tan prudente!
PRÍNCIPE: Pues yo, señor… ¿por qué?
REY: ¡Baste!
Agora veréis si es mejor
obedecer o enojarme.

Vase el REY
PRÍNCIPE: En fin, Coello, ¿que voy
preso a Santarén?
EGAS: Así
lo manda su alteza. A mí,
que noble crïado soy,
me toca el obedecer.
PRÍNCIPE: ¿Sois vos mi alcalde?
EGAS: El cuidado
y el guardaros ha fïado
a mi noble proceder
y a sola la lealtad mía,
y así es forzoso el hacello.
PRÍNCIPE: Si agora anochece, Coello,
mañana será otro día.
EGAS: En cualquier aurora es
mi lealtad muy de español.
PRÍNCIPE: Mil cosas fomenta el sol
que las deshace después.
EGAS: Yo sé que llego a servir
con fe, señor, verdadera,
y así muera cuando muera,
como os sirva con morir.
PRÍNCIPE: Creo que pena os ha dado
el ver que preso voy.
EGAS: Sé que vuestro esclavo soy,
y que sólo mi cuidado
os sirve días y noches
como crïado de ley.
PRÍNCIPE: Coello, sirvamos al rey;
id a prevenir los coches.

Vase COELLO y sale BRITO

PRÍNCIPE: ¿Qué hay, Brito? ¿Qué te parece
de estrella tan importuna?
BRITO: De esto nos da la fortuna
cada día que amanece.
PRÍNCIPE: ¡Qué doloroso trasunto!
Muerto estoy, estoy perdido.
BRITO: Sólo Belerma ha vivido
con el corazón difunto.
PRÍNCIPE: Parte, Brito; dile a Inés…
¿Así te vas?

Hace BRITO que se va

BRITO: ¿Por qué no?
PRÍNCIPE: ¿Qué le dirías?
BRITO: ¿Qué sé yo?
Ya te lo diré después.
Quisiera, señor, ponerme
en la iglesia de San Juan
porque esperezos me dan
de que el rey ha de prenderme.
PRÍNCIPE: ¿Y esto temes, Brito? Vete;
mas ¿por qué te ha de prender?
BRITO: Fácil es de conocer;
porque he sido tu alcahuete;
y en ocasión semejante
llegara a sentir de veras
ir a bogar a galeras,
como me dijo Violante.
PRÍNCIPE: Brito, ve a la esposa mía,
y dila que pierdo el seso
hasta que la vea.
BRITO: Y tras eso,
¿cómo el rey preso te envía?
PRÍNCIPE: Que a explicar mi sentimiento
no basto, y si a eso te obligo,
di todo lo que no digo,
pues no cabe en lo que siento.
BRITO: Diréle que partes ciego
por su amor, lo que la adoras,
lo que suspiras y lloras,
cuánto te abrasa su fuego.
PRÍNCIPE: A mucho te has obligado;
que el mal a que estoy rendido
bien cabe en lo padecido;
mas no cabrá en lo contado.
Dila que el rey inhumano…
Oye, Brito, y no la aflijas,
y aquellas dos perlas, hijas
de aquel nácar castellano…
BRITO: No te enternezcas, señor;
mira que llorando estás.
PRÍNCIPE: ¡Ay, Brito! No puedo más.
BRITO: ¿Adónde está tu valor?
Préndate el rey, que el proceso
podrás romper algún día.
PRÍNCIPE: Mas si preso me quería,
¿para qué dos veces preso?

Vanse los dos

[En la quinta orillas del Mondego]

Salen doña INÉS y VIOLANTE

VIOLANTE: ¿Acabaste ya el papel?
INÉS: No.
VIOLANTE: Pues, ¿cómo?
INÉS: He reparado
que no cabrá mi cuidado
ni mis finezas en él.
VIOLANTE: ¿Leíste la glosa?
INÉS: Sí,
y es tal, que pude llegar
cuando la miré, a pensar
que se escribió para mí.
VIOLANTE: ¿Sábesla ya?
INÉS: Ya lo sé.
VIOLANTE: ¿Toda?
INÉS: Nada hay que te espante;
mientras estuve, Violante,
en mi cuarto la estudié.
VIOLANTE: ¿Quieres decirla, señora?
INÉS: Sí, Violante, aquésta es.
Atiende.
VIOLANTE: Ya escucho.
INÉS: Pues
no te diviertas agora.

“Mi vida, aunque sea pasión,
no querría yo perdella,
por no perder la razón
que tengo de estar sin ella.”

Dichoso y favorecido
me vi, Nise, en un instante,
y luego pasé de amante
a extremos de aborrecido;
mas, aunque airado Cupido,
la flecha trocó en arpón,
no pudo ser ocasión
para desear mi muerte,
que he de querer por quererte,
mi vida, aunque sea pasión.
El alma con que vivía
se fue a ti cuando pensaba
que en mi pecho la hospedaba
como tuya, siendo mía;
y aunque perdida la vía,
sin formar de amor querella,
contento me vi sin ella;
mas a no ser en despojos,
Nise, de tus bellos ojos,
no querría yo perdella.
Gobierno del hombre han sido
voluntad y entendimiento
con que a la razón atento
mientras hombre fui, he vivido;
pero después que Cupido
puso en ti mi inclinación,
puede tanto mi pasión
que jamás, bella mujer,
no te quisiera perder
por no perder la razón.
Cautivo y sin libertad
vivo después que te vi,
y aunque viví en mí sin mí,
rendido a tu voluntad,
esperé de ti piedad;
pero después que a mi estrella
tu imperio, Nise, atropella,
es tan corta mi ventura,
que ella misma me asegura
que tengo de estar sin ella.

Sale BRITO

BRITO: Esconde, Inés, si es posible,
que no será fácil, de esos
peligrosos dulces ojos
los hermosos rayos negros.
Esconde, por vida tuya,
lo canicular, lo fresco,
lo florido, lo nevado,
lo apacible, lo severo,
lo buscado, lo temido,
lo juguetón, lo compuesto,
lo alegre, lo mesurado,
lo lindo, lo más que bello
de esa cara, que un nublado
no le ha de faltar a un cielo
donde hay tantas pesadumbres.
INÉS: ¿Qué dices?
BRITO: Vete de presto,
que viene la Infanta acá.
INÉS: ¿La Infanta acá?
BRITO: Pretendiendo
hallar en esa ribera,
por no perder el trofeo,
una garza que del aire
hoy ha derribado, entiendo
que ha de llegar.
INÉS: Oye, Brito,
¿garza?
BRITO: Sí.
INÉS: ¿Y ella la ha muerto?
BRITO: Ella ha sido, que a volar
con un escuadrón soberbio
de pájaros salió armada.
INÉS: Escuadrón sería de celos,
pues vino a matarme a mí.
BRITO: En un alazán soberbio,
con la rienda en una mano
y en la otra uno de ellos,
la vieras como una Palas,
o la borracha de Venus.
INÉS: Válgame Dios, ¿qué he de hacer?
Quiero retirarme, quiero
que no me vea; mas no,
sin duda es mejor acuerdo
esperarla y ver si pueden
cortesanos cumplimientos
obligarla.
BRITO: Dices bien.
INÉS: Dime agora de mi dueño.
¿Cómo le dejaste, Brito?
¿Tiene el príncipe don Pedro
salud?
BRITO: Aunque de su parte
sólo a visitarte vengo,
para que sepas, señora,
lo que pasa allá de nuevo,
no es posible, sólo digo,
mi señora, que te puedo
asegurar que esta noche
vendrá a verte.
INÉS: ¿Cierto?
BRITO: Cierto.
INÉS: Y dime, Brito, ¿qué hay
de la infanta?
BRITO: Que la veo
ya junto a ti.
INÉS: Enhoramala
venga a estorbar mis intentos.

Salen la INFANTA, ÁLVAR González, EGAS Coello y cazadores

INFANTA: Mucho he sentido perdella.
ÁLVAR: Remontó, señora, el vuelo
tanto, que ha sido imposible
el hallarla.
INFANTA: El aire creo
que en sí la habrá transformado
para volar más ligero,
pues de ella envidiosa pudo
tomar ligereza.
INÉS: El cielo
dé a vuestra alteza, señora,
la vida que yo deseo.
INFANTA: (No me estuviera muy bien). Aparte
Inés, levantad del suelo.
¿Vos aquí?
INÉS: Si esta ventura
de hablaros, señora, y veros,
por estar aquí he ganado,
decir sin lisonja puedo
que sólo he sido dichosa
aqueste instante que os veo.
INFANTA: ¿Cómo estáis?
INÉS: Para serviros
como mi señora y dueño.
INFANTA: (Parece que está triste. Aparte
¿Si ha sabido que a don Pedro
le prendió el rey? Es, sin duda.
Pues, Amor, examinemos
si podéis vivir en mí,
que, aunque ya muerto os contemplo,
para llegarlo a creer
falta el último remedio).
Triste estáis.
INÉS: Señora, ¿yo?
INFANTA: No os aflijáis, que os prometo
que me holgara de poder
daros, doña Inés, consuelo.
El príncipe en asistiros
nunca pudo ser eterno,
siempre ha menester casarse,
ya lo está conmigo.
INÉS: ¡Cielos!
¿Qué decís?
INFANTA: Que a Santarén
como ya sabéis, fue preso,
y saldrá para que así,
en un dichoso himeneo,
junte dos almas que vos
habéis dividido.
INÉS: (Esto Aparte
no se puede ya llevar,
que, fuera de ser desprecio,
son celos, y nadie ha habido
cuerda en llegar a tenerlos.
Responderla quiero).
INFANTA: Inés,
suspended un poco el vuelo
con que altiva, habéis volado,
reducíos a vuestro centro,
y sírvaos de corrección,
de aviso y de claro ejemplo
que a una blanca garza, hija
de la hermosura del viento,
volé esta tarde, y, altiva,
cuando ya llegaba al cielo,
la despedazó en sus garras
un gerifalte soberbio,
enfadado de mirar
que a su coronado cetro
desvanecida intentase
competir. Eso os advierto.
INÉS: (No puedo Aparte
callar ya).
ÁLVAR: Mucho la infanta
se ha declarado.
EGAS: Yo temo
alguna desdicha aquí.
INÉS: Infanta, con el respeto
que a tanta soberanía
se debe, deciros quiero
que no ajéis de mi nobleza
lo encumbrado con ejemplos.
Yo soy doña Inés de Castro
Coello de Garza, y me veo,
si vos de Navarra infanta,
reina de aqueste hemisferio
de Portugal, y casada
con el príncipe don Pedro
estoy primero que vos;
mirad si mi casamiento
será, Infanta, preferido,
siendo conmigo y primero.
No penséis, señora, no,
que es profanar el respeto
que debo, hablaros así,
sino responder que intento
desempeñar a mi esposo;
pues si él asiste en mi pecho,
con él habláis, no conmigo;
y puesto que soy él, debo,
si habláis con doña Inés,
responder como don Pedro.
INFANTA: ¡Oh, Inés, cómo os olvidáis
que la que cayó del cielo
era garza!
INÉS: Y blanca y todo,
según vos dijisteis.
INFANTA: Bueno,
¿vos me respondéis a mí,
equívocos desacuerdos?
INÉS: Mal he hecho yo, señora.
ÁLVAR: ¡Que así perdiese el respeto
a tanta soberanía!
INÉS: Sí, dije –¡válgame el cielo!–
que era blanca.
INFANTA: Bien está;
retiraos.
INÉS: Amor, ¿qué es esto?
EGAS: El rey viene ya.
INFANTA: Mi enojo
quiero reprimir.
INÉS: Yo entro
temerosa y afligida.
Vamos, Violante, que espero
hallar en Dionís y Alonso,
si no remedio, consuelo.

Vanse doña INÉS y VIOLANTE y sale el REY y
acompañamiento
REY: Lograr no pensé el hallaros.
BRITO: Voy a decir a don Pedro
todo cuanto ha sucedido.

Vase BRITO

REY: Hija infanta, ¿qué es aquesto?
¿Cómo ha pasado la tarde
vuestra alteza en el empleo
de la caza?
INFANTA: Gran señor,
en la falda de ese cerro,
que la guarnece de plata
un lisonjero arroyuelo,
descubrimos una garza,
y aunque al remontar el vuelo
perdió la vida, volvió
a vivir, señor, de nuevo,
que no tengo con las garzas
ni jurisdicción ni imperio,
después que una garza a mí
con viles celos me ha muerto.
REY: No os entiendo.
INFANTA: ¡Ay, gran señor,
pues bien podéis entenderlo!
Que no es la enigma difícil
ni es el engaño encubierto.
Doña Inés agora acaba
de decirme que don Pedro,
el príncipe, es ya su esposo;
y aunque él lo dijo primero,
no lo creí, por pensar
que pudiera ser incierto;
mas después que doña Inés,
sin decoro y sin respeto,
se atrevió a decirlo a mí,
ha sido fuerza el creerlo.
REY: ¿Que la modestia de Inés,
virtud y recogimiento,
pudo atreverse a perder
la veneración que os tengo?
Vive Dios, Alvar González,
que el príncipe, loco y ciego
ha de ocasionarme a dar
con su muerte un escarmiento
tan grande, que a Portugal
sirva de futuro ejemplo.
Yo remediaré esta injuria.
INFANTA: Señor, el mejor remedio
es no buscarle, que yo
desde este instante os prometo
olvidar, que sólo olvido
puede ser, si bien lo advierto,
medio para que se acabe
mi enojo, señor, y el vuestro.
REY: ¿Qué os parece, Alvar González?
ALVAR: Señor, si ya todo el reino
espera con alegría
este feliz casamiento,
será grande inconveniente
–así, gran señor, lo entiendo–
que no llegue a ejecutarse;
y así, fuera buen acuerdo
apartar a doña Inés
de Portugal.
REY: ¿Cómo puedo,
si está casada?
ALVAR: Señor,
cuando aqueste impedimento,
que es el mayor, no se pueda
remediar…
REY: Dame consejo.
ALVAR: Me parece que la vida
de Inés…
REY: ¿Qué decís?
ALVAR: Entiendo…
REY: Declaraos. ¿Por qué teméis?
¡Acabad!
ALVAR: Tengo por cierto
que peligrará.
REY: ¿Por qué?
ALVAR: Señor, porque en sólo eso
consistía el que pudiese
gozar la infanta a don Pedro.
INFANTA: Eso no, que mis agravios,
aunque ofendida los siento,
no han de pasar a poder
conmigo más que yo puedo.
Viva mil siglos Inés,
que si hoy por ella padezco,
no es culpada en mis desdichas,
yo sí, pues yo las merezco.
REY: Vamos a mirar mejor
lo que se ha de hacer en esto.
ALVAR: ¿A la ciudad?
REY: No, que estoy
cansado y algo indispuesto.
Vamos a la casería,
Alvar González, de Coello.
INFANTA: ¿Está cerca?
ALVAR: Sí, señora.
REY: Disponed, piadoso cielo,
modo para consolarme,
que si aquesto dura, temo
que me han de acabar la vida,
pesares y sentimientos.
INFANTA: Vamos, señor.
REY: Vamos, hijo.
INFANTA: ¡Qué valor!
REY: ¿Qué entendimiento!
INFANTA: ¡Qué prudencia!
REY: ¡Qué cordura!
Dadme la mano que quiero
ser vuestro escudero yo.
INFANTA: Tanto favor agradezco.
REY: ¡Quién viera de aquesta suerte,
Blanca hermosa, a vos y a Pedro!

Vanse todos y salen doña INÉS y el príncipe don
PEDRO

INÉS: Digo que no me aseguro.
PRÍNCIPE: ¿Posible es que no conoces
que es imposible engañar,
Inés, tus hermosos soles?
Cese el disgusto, mi bien,
y acábense los rigores;
no me mates con desaires,
basta matarme de amores.
¿Tú enojada? ¿Tú tan triste?
¿Cómo puede ser que borren
nublados de tus discursos
tus hermosos esplendores?
Habla, Inés, dime tu pena,
¿por qué, mi bien, no respondes?
Más vale si he de morir
que me refieran tus voces
la causa por que me matas;
no es bien que sintiendo el golpe,
cuando no ignoro el morir
el por qué, mi bien, ignore.
INÉS: Señor, esposo, mi vida,
dueño mío, Pedro…
PRÍNCIPE: Ahorre
tu lengua, Inés, epítetos
y dime ya quién te pone
a ti con tal desconsuelo
y a mí en tantas confusiones.
INÉS: Tu padre…
PRÍNCIPE: Habla.
INÉS: …pretende…
PRÍNCIPE: Acaba, amores.
INÉS: …dispone…
PRÍNCIPE: ¿Qué te turbas?
INÉS: …que te cases.
PRÍNCIPE: Si aquesos son tus temores,
inadvertida has andado,
pues sabes que en todo el orbe
no he de tener otro dueño.
INÉS: Aunque miro tus acciones,
esposo y señor, dispuestas
a hacerme tantos favores,
es bien que adviertas que ya
la Fortuna cruel dispone
que te pierda, dueño mío,
y que de tus brazos goce
la infanta que te previene
tu padre para consorte.
Y puesto que no es posible
que seas mío ni que logre
más finezas en tus brazos,
será fuerza que me otorgues,
Pedro, dueño de mi alma,
piadosas intercesiones
para que el rey, de mi vida
la vital hebra no corte.
Con tus hijos viviré
en lo áspero de los montes,
compañera de las fieras;
y con gemidos feroces
pediré justicia al cielo,
pues que no la hallé en los hombres,
de quien de tan dulce lazo
aparta dos corazones.
Mis hijos y yo, señor,
con tiernas exclamaciones,
huérfanos y sin abrigo,
daremos ejemplo al orbe
de los peligros que pasa
y a cuántas penas se expone
quien, sin ver inconvenientes,
se casa loca de amores.
Por lo que un tiempo me quiso,
señor, es bien que me otorgue
esta merced, no padezca
quien fue vuestra los rigores
de una injusticia, mi bien,
que mármoles hay y bronces
que harán vuestra fama eterna.
Ahora es tiempo de que note
la mayor fineza en vos;
mostrad, mostrad los blasones
de vuestra heroica piedad,
para que conozca el orbe
que si matarme el rey ha pretendido,
me habéis, heroico dueño, defendido
con valiente osadía y fe constante,
por mujer, por esposa y por amante.

PRÍNCIPE: No creyera, bella Inés,
que jamás desconfiaras
de la fe con que te adoro;
alza del suelo, levanta,
enjuga los bellos ojos,
que las perlas que derramas
parecen mal en la tierra,
en tu nácares las guarda,
que no hay en el mundo quien
se atreva, esposa, a comprarlas.
Si mi padre la cerviz
me derribara a sus plantas;
si la infanta, que aborrezco,
la vida, Inés, me quitara
porque mi padre contento
quedase, y ella vengada,
no sólo fuera su esposo,
pero yo de mi garganta
derribara la cabeza
primero que me obligara
a decir sí, que te adoro
de tal suerte, prenda amada,
que sin ti no quiero vida.
INÉS: ¿Cumplirásme esa palabra?
PRÍNCIPE: Digo mil veces que sí.
INÉS: Pues ya mi temor se acaba.
Dime, ¿cómo has quebrantado
la prisión?
PRÍNCIPE: Esta mañana
a Egas Coello le pedí
me dejase que llegara
a verte, y aunque es traidor,
temiendo que me enojara,
no me impidió.
INÉS: Pues, señor,
volved antes que las guardas
os echen menos, que es tarde,
y volvedme a ver mañana.
PRÍNCIPE: Adiós, Inés.
INÉS: Adiós, Pedro,
no me olvides.
PRÍNCIPE: Excusada
está, esposa, esa advertencia.
INÉS: ¿Si vuestro padre os lo manda?
PRÍNCIPE: No puede tener mi padre
jurisdicción en mi alma.
INÉS: ¿Y si la infanta porfía?
PRÍNCIPE: Aunque porfíe la infanta.
INÉS: ¿Y si el reino se conjura?
PRÍNCIPE: Aunque se perdiera España.
INÉS: ¿Tanta firmeza?
PRÍNCIPE: Soy monte.
INÉS: ¿Tanto amor?
PRÍNCIPE: Sólo le iguala
el tuyo.
INÉS: ¿Tanto valor?
PRÍNCIPE: Nadie en el valor me iguala.
INÉS: ¿Tan grande fe?
PRÍNCIPE: Sí, que ciego
a tus luces soberanas,
no es menester que te vea
para que te adore.
INÉS: Basta;
adiós, mi bien.
PRÍNCIPE: Adiós, dueño,
¡quién contigo se quedara!
INÉS: ¡Quién se partiera contigo!
Muerta quedo.
PRÍNCIPE: ¡Voy sin alma!
INÉS: Adiós, adorado esposo.
PRÍNCIPE: Adiós, esposa adorada.

Vanse todos

FIN DEL ACTO SEGUNDO
________________________________________
ACTO TERCERO
________________________________________

Dicen dentro, como de caza

UNO: ¡To, to por acá! ¡Acudid,
aprisa el sabueso, aprisa!
¡Al valle, al valle, a la fuente,
no se escape, arriba, arriba,
no se nos vaya!
BRITO: Éstos son
cazadores de Coímbra.
OTRO: ¡Subid al monte, subid!
¡Huyendo va la corcilla,
hacia la fuente, acudid!

Salen el PRÍNCIPE y BRITO

PRÍNCIPE: ¡Ay, doña Inés de mi vida!
Parecióme que acosada,
mal hallada y perseguida,
hacia la fuente llegaba.
BRITO: ¿Quién, señor?
PRÍNCIPE: Mi Inés divina.
BRITO: ¿Otro agüerito tenemos?
PRÍNCIPE: Sin duda fue fantasía,
porque a ser verdad, es cierto
que mi esposa no se iría,
Brito, a arrojar a la fuente,
sino a las lágrimas mías.
BRITO: De Santarén has venido
y estamos ya de la quinta
una legua poco más;
pronto la verás muy fina
entre tus brazos.
PRÍNCIPE: ¡Ay, cielos!
BRITO: Y agora, ¿por qué suspiras?
PRÍNCIPE: Porque no llego a sus brazos.
BRITO: Todo esto es azarería.
PRÍNCIPE: Di, Brito, que éste es deseo
de gozar la peregrina
deidad de Inés, que es tan grande
que sólo pudo a ella misma
igualarse.
BRITO: Así es verdad.
PRÍNCIPE: Todas las flores de envidia
suelen quedar…
BRITO: ¿De qué suerte?
PRÍNCIPE: O agostadas o marchitas.
La rosa, reina de todas,
mirando a mi Inés divina
quedó corrida de verla,
pálida y envejecida.
El clavel, Brito, agostado,
cuando miró en sus mejillas
más viva púrpura envuelta
en sangre de Venus fina.
Díjome un bello jazmín:
“Jamás, principe, permitas
que tu Inés vea las flores,
porque en viéndolas, corridas,
no se atreven a crecer;
y tras sí mismas perdidas,
siendo maravillas todas,
dejan de ser maravillas.”
BRITO: ¿Cuándo te ha hablado el jazmín
que te ha dicho estas mentiras?
Ten seso y vamos al caso.
PRÍNCIPE: Advierte, pues yo quería,
porque ninguno me viese
no llegar hasta la quinta.
Y para esto esta carta
de Santarén traigo escrita,
porque desde aquí la lleves;
y otra también prevenida
traigo para el condestable;
llévalas pues.
BRITO: ¿Y me envías
con estas cartas a mí?
PRÍNCIPE: Pues ¿a quién jamás se fía
mi pecho, si no es a ti?
Parte, acaba.
BRITO: Y si por dicha
me encontrase Alvar González
y Egas Coello, que privan
con el rey tu padre agora,
y hecho general visita
de todas las faltriqueras
viesen las cartas, y vistas
me mandasen ahorcar;
pregunto, señor, ¿sería
buen viaje el que hubiera hecho?
PRÍNCIPE: No temas, pues que te anima
mi valor.
BRITO: ¡Qué linda flema!
Si estoy ahorcado por dicha
una vez, ¿de qué provecho
lo que me ofreces sería?
¿Para mí podría valerme
tu valor en la otra vida?
PRÍNCIPE: Brito, llevarlas es fuerza.
BRITO: ¿Pues por qué causa a la vista
de la quinta te detienes?
PRÍNCIPE: Porque mi padre en la quinta
me dicen que está, de Coello,
que a cazar vino estos días,
y no quiero que me vea.
BRITO: Y si prosiguen la enigma
de la garza esos dos sacres
que la prisión solicitan
de Inés, pregunto, señor,
¿qué hará el príncipe?
PRÍNCIPE: ¿Por dicha,
aquestos sacres villanos
se atreverán a mi dicha?
Porque guardada mi garza
y alentada de sí misma,
aunque con tornos la cerquen,
aunque airados la persigan,
remontará tanto el vuelo
que la perderán de vista.
Y los sacres altaneros,
cuando vean que examina
por las campañas del aire
toda la región vacía,
cansados de remontarse
en mirándola vecina
del cielo, que es centro suyo,
y en él a Inés esculpida,
si la buscan garza errante,
la hallarán estrella fija.
BRITO: Lindamente la has volado,
di ya lo que determinas.
PRÍNCIPE: Que partas, Brito, al Mondego,
que yo te espero en la quinta
que está de allá media legua
y una legua de Coímbra.
BRITO: Allí estará escondido
mientras yo aviso a la ninfa
más hermosa de la tierra.
PRÍNCIPE: Sí, Brito; allí determina
mi amor quedarte esperando,
allí la esperanza mía,
hasta que te vuelva a ver,
de un cabello estará asida.
Allí mi amor mal hallado,
aguardará a que le digas
si puede llegar a ver
el objeto que le anima.
Allí, Brito, viviré,
si es que puede ser que viva,
quien tiene, como yo tengo,
en otra parte la vida.
BRITO: Allí puedes esperar
a que luego allí te diga
lo que allí ha pasado, allí;
que has dicho una retahila
de allíes para cansar
con allíes una tía.
¡Cuerpo de Dios con tu allí!
PRÍNCIPE: Dila muchas cosas; dila
que las niñas de mis ojos,
en su memoria perdidas,
si bien como niñas lloran,
sienten también como niñas…
BRITO: ¡Viva el príncipe don Pedro!
PRÍNCIPE: Di que Inés mi dueño viva.
BRITO: ¡Qué amor tan de Portugal!
PRÍNCIPE: ¡Qué verdad tan de Castilla!

Vanse y salen a un balcón doña INÉS y VIOLANTE
con almohadillas

INÉS: ¿Qué hora es?
VIOLANTE: Las tres han dado.
INÉS: Trae, Violante, el almohadilla.
VIOLANTE: Aquí está ya.
INÉS: Pues sentadas,
esto que falta del día
estemos en el balcón.
¡Ay de mí!
VIOLANTE: ¿Por qué suspiras?
INÉS: Porque desde ayer estoy
sin el alma que me anima.
VIOLANTE: ¿Cantaré?
INÉS: Canta, Violante.
Divierte las penas mías.

Canta VIOLANTE

“En verdad que yo la vi,
en el campo entre las flores,
cuando Celia dijo así:
¡Ay que me muero de amores,
tengan lástima de mí!”

INÉS: Aguarda, espera, Violante,
deja agora de cantar,
que temo alguna desdicha
que no podré remediar.
VIOLANTE: ¿Qué tienes, señora mía?
¿Hay algún nuevo pesar?
INÉS: Por los campos de Mondego
caballeros vi asomar,
y según he reparado
se van acercando acá.
Armada gente les sigue,
válgame Dios, ¿qué será?
¿A quién irán a prender?
Que aunque puedo imaginar
que el rigor es contra mí,
me hace llegarlo a dudar
que son para una mujer
muchas armas las que traen.
VIOLANTE: Jesús, señora, ¿eso dices?
INÉS: Violante, no puede más
mi temor; pero volvamos
a la labor, que será
inadvertida prudencia
pronosticarmne yo el mal.

Salen el REY, ÁLVAR González, EGAS Coello y gente

REY: Mucho lo he sentido, Coello.
ÁLVAR: Señora, vuestra majestad
por sosegar todo el reino
no la ha podido excusar.
EGAS: Señor, aunque del rigor
que queréis ejecutar,
parezca que en nuestro afecto
haya alguna voluntad,
sabe Dios que con el alma
la quisiéramos librar;
pero todo el reino pide
su vida, y es fuerza dar,
por quitar inconvenientes,
a doña Inés.
REY: Ea, callad.
¡Válgame Dios, trino y uno!
Que así se ha de sosegar
el reino. ¡A fe de quien soy,
que quisiera más dejar
la dilatada corona
que tengo de Portugal,
que no ejecutar severo
en Inés tan gran crueldad.
Llamad, pues, a doña Inés.
EGAS: Puesta en el balcón está
haciendo labor.
REY: Coello,
¿visteis tan gran beldad?
¡Que he de tratar con rigor
a quien toda la piedad
quisiera mostrar!
ÁLVAR: Señor,
si severo no os mostráis
peligra vuestra corona.
REY: Alvar González, callad;
dejadme que me enternezca,
si luego me he de mostrar
riguroso y justiciero
con su inocente deidad.
¡Ay, Inés, cómo ignorante
de esta batalla campal
es poco acero la aguja
para defenderte ya!
Llamadla, pues.
ÁLVAR: Doña Inés,
mirad que su majestad
manda que al punto bajéis.
REY: ¿Hay más extraña maldad?
INÉS: Ponerme a los pies del rey
será subir, no bajar.

Vanse del balcón

ÁLVAR: Ya viene.
REY: No sé dónde
la pudiera, –¡ay Dios!– librar
de este rigor, de esta pena;
mas, por Dios, que he de intentar
todos les medios posibles.
Egas Coello, mirad
que yo no soy parte en esto;
y si es que se puede hallar
modo para que no muera,
se busque.
EGAS: Llego a ignorar
el modo.
ÁLVAR: Yo no le hallo.
REY: Pues si no le halláis, callad,
y a nada me repliquéis.

Salen doña INÉS, los NIÑOS, y VIOLANTE
INÉS: Vuestra majestad real
me dé sus plantas, señor;
Dionís y Alonso, llegad;
besadle la mano al rey.
REY: (¡Qué peregrina beldad! Aparte
¡Válgate Dios por mujer!
¿Quién te trajo a Portugal?)
INÉS: ¿No me respondéis, señor?
REY: Doña Inés, no es tiempo ya
sino de mostrarme airado,
porque vos la causa dais
para alborotarme el reino
con intentaros casar
con el príncipe, mas esto
es fácil de remediar,
con probar que el matrimonio
no se puede hacer.
INÉS: Mirad…
REY: Inés, no os turbéis, que es cierto;
vos no os pudisteis casar
siendo mi deuda, con Pedro
sin dispensación.
INÉS: Verdad
es, señor, lo que decís;
mas antes de efectuar
el matrimonio, se trajo
la dispensación.
REY: Callad,
noramala para vos,
doña Inés, que os despeñáis,
pues si es como vos decís,
será fuerza que muráis.
INÉS: De manera, gran señor,
que cuando vos confesáis
que soy deuda vuestra, y yo,
atenta a mi calidad,
ostentando pundonores,
negada a la liviandad,
para casar con don Pedro,
dispensas hice sacar,
¿mandáis que muera –¡ay de mí!–
a manos de esta crueldad?
¿Luego el haber sido buena
queréis, señor, castigar?
REY: También el hombre en naciendo
parece, si le miráis,
de pies y manos atado,
reo de desdichas ya,
y no cometió más culpa
que nacer para llorar.
Vos nacisteis muy hermosa,
esa culpa tenéis, mas…
(No sé, vive Dios, qué hacerme). Aparte
EGAS: Señor, vuestra majestad
no se enternezca.
ÁLVAR: Señor,
no mostréis ahora piedad,
mirad que aventuráis mucho.
REY: Callad, amigos, callad,
pues no puedo remediarle,
dejádmela consolar.
¡Doña Inés, hija, Inés mía…!
INÉS: ¿Estoy perdonada ya?
REY: No; sino que quiero yo
que sintamos este mal
ambos a dos, pues no puedo
librarte.
INÉS: ¿Hay desdicha igual?
¿Por qué, señor, tal rigor?
REY: Porque todo el reino está
conjurado contra vos.
INÉS: Dionís, Alonso, llegad,
sulpicad a vuestro abuelo
que me quiera perdonar.
REY: No hay remedio.
ALONSO: ¡Abuelo mío!
DIONÍS: ¿No ve a mi madre llorar?
Pues, ¿por qué no la perdona?
REY: Apenas puedo ya hablar,
Inés, que muráis es fuerza,
y aunque la muerte sintáis
sabe Dios, aunque yo viva,
quién ha de sentirla más.

INÉS: No siento, señor, no siento
esta desdicha presente,
sino porque Pedro ausente
tendrá mayor sentimiento;
antes viene a ser contento
en mí esta muerte homicida,
que perder por él la vida
no ha sido nada, señor,
porque ha mucho que mi amor
se la tenía ofrecida;
y cuando tu majestad
quiera quitarme la vida
la daré por bien perdida,
que en mí viene a ser piedad
lo que parece crueldad,
si bien en viendo mi muerte
y mi desdichada suerte
morirá también mi esposo,
pues este rigor forzoso
no será en él menos fuerte.
De parte os ponéis, señor,
del mal, porque al bien excede,
y ayudar a quien más puede
es flaqueza, no es valor;
si el cielo dio a Pedro amor
y a mí –porque más dichosa
mereciese ser su esposa–
belleza de él tan amada,
no me hagáis vos desdichada
porque me hizo Dios hermosa.
Sed piadoso, sed humano;
¿cuál hombre, por lo cortés,
vio una mujer a sus pies,
que no le diese una mano?
Atributo es soberano
de los reyes la clemencia.
Tenga, pues, en mi sentencia,
piedad vuestra majestad,
mirando mi poca edad
y mirando mi inocencia.
No os digo tales afectos
aunque el sentimiento elijo
por mujer de vuestro hijo,
por madre de vuestros nietos,
sino porque hay dos sujetos
que muerto uno, ambos mueren;
que si dos liras pusieren
sin disonancia ninguna
herida sólo la una
suena esotra que no hieren.
¿Nunca, di, llegaste a ver
una nube que hasta el cielo
sube amenazando el suelo,
y entre el dudar y el temer
irse a otra parte a verter,
cesando la confusión,
y no en su misma región?
Pues en Pedro esto ha de ser,
siendo nubes en su ser,
son llanto en mi corazón.
¿No oíste de un delincuente
que por temor del castigo
llevando a un niño consigo
subió a una torre eminente,
y que por el inocente
daba sustento el juez piadoso?
Pues yo a mi Pedro me así,
dadme vos la vida a mí
porque no muera mi esposo.

REY: Doña Inés, ya no hay remedio;
fuerza ha de ser que muráis,
dadme mis nietos y adiós.
INÉS: ¿A mis hijos me quitáis?
Rey don Alonso, señor,
¿por qué que queréis quitar
la vida de tantas veces?
Advertid, señor, mirad
que el corazón a pedazos,
dividido me arrancáis.
REY: Llevadlos, Alvar González.
INÉS: Hijos míos, ¿dónde vais,
dónde vais sin vuestra madre?
¿Falta en los hombre piedad?
¿Adónde vais, luces mías?
¿Cómo que así me dejáis
en el mayor desconsuelo
en manos de la crueldad?
ALONSO: Consuélate, madre mía,
y a Dios te puedes quedar,
que vamos con nuestro abuelo
y no querrá hacernos mal.
INÉS: ¿Posible es, señor, rey mIo,
padre, que así me cerráis
la puerta para el perdón
que no lleguéis a mirar
que soy vuestra humilde esclava?
¿La vida queréis quitar
a quien rendida tenéis?
Mirad, Alonso, mirad,
que aunque vos llevéis mis hijos,
y aunque abuelo seáis,
sin el amor de la madre
no se han de poder criar.
Agora, señor, agora,
ahora es tiempo de mostrar
el mucho poder que tiene
vuestra real majestad.
¿Qué me respondéis, rey mío?
REY: Doña Inés, no puedo hallar
modo para remediaros,
y es mi desventura tal
que tengo agora, aunque rey,
limitada potestad.
Alvar González, Coello,
con doña Inés os quedad,
que no quiero ver su muerte.
INÉS: ¿Cómo, señor, os vais;
a Alvar González y a Coello
inhumano me entregáis?
Hijos, hijos de mi vida;
dejádmelos abrazar.
Alonso, mi vida, hijo
Dionís, amores, tornad,
tornad a ver vuestra madre.
Pedro mío, ¿dónde estás,
que así te olvidas de mí?
¿Posible es que en tanto mal
me falte tu vista, esposo?
¡Quién te pudiera avisar
del peligro en que afligida
doña Inés, tu esposa, está!
REY: Venid, conmigo, infelices
infantes de Portugal.
¡Oh, nunca, cielos, llegara
la sentencia a pronunciar,
pues si Inés pierde la vida,
yo también me voy mortal!

Vanse el REY y los NIÑOS

INÉS: ¿Qué al fin no tengo remedio?
Pues rey Alonso, escuchad.
Apelo aquí al supremo
y divino tribunal,
adonde de tu injusticia
la causa se ha de juzgar.

Vanse todos
Sale el PRÍNCIPE con una caña en la mano

PRÍNCIPE: Cansado de esperar en esta quinta
donde Amaltea sus abriles pinta
con diversos colores
cuadros de murtas, arrayán y flores,
sin temer el empeño,
me he acercado por ver mi hermoso dueño,
a esta caña arrimado,
que por lo humilde sólo la he estimado,
pues al verla me ofrece
que en lo humilde a mi esposa se parece.
Entré por el jardín sin que me viera
el jardinero, pasé la escalera,
y sin que nadie en casa haya encontrado,
he llegado a la sala del estrado.
¡Hola, Violante, Inés, Brito, crïados!
Nadie responde; pero, ¿qué enlutados
a la vista se ofrecen?
El condestable y Nuño me parecen.

Salen el CONDESTABLE y NUÑO con lutos

CONDESTABLE:¡Válgame Dios!
NUÑO: El príncipe es sin duda.
CONDESTABLE:Yerta tengo la voz, la lengua muda.
PRÍNCIPE: Condestable, ¿qué es esto? ¿Qué hay de nuevo?
CONDESTABLE:Decidlo, Nuño, vos.
NUÑO: Yo no me atrevo.
PRÍNCIPE: ¿Qué tenéis? Respondedme en dudas tantas.
CONDESTABLE:Dénos tu majestad sus reales plantas.
PRÍNCIPE: ¿Mi padre es muerto ya?
CONDESTABLE: Señor, la Parca
cortó la vida al ínclito monarca.
PRÍNCIPE: Pues, ¿adónde murió?
CONDESTABLE: En la quinta ha sido
de Egas Coello, porque había venido
su majestad a caza, y de repente
le sobrevino el último accidente
de su vida, y de suerte nos quedamos,
que con haberlo visto, lo dudamos.
PRÍNCIPE: Aunque con justo llanto
deba sentir haber perdido tanto,
mi mayor sentimiento
–la lengua se desmaya y el aliento–
es no haberme llamado
para verle morir. Mas pues el hado
dispuso –adversa suerte–
que no llegase al tiempo de su muerte,
en sus honras verán hoy mis vasallos
en cuánto al dolor llego a imitallos,
excediendo a la pena de esta nueva
todo el dolor y pena que yo deba.
Y pues mi Inés divina es tan hermosa,
mi muy amada esposa,
ya que alegre y contenta
hoy su grandeza en Portugal ostenta,
todo en aqueste día,
si hasta aquí fue pesar, será alegría.
Llamad a mi Inés bella.
CONDESTABLE: (¡Qué desdicha!) Aparte
PRÍNCIPE: No se dilate, Nuño, aquesta dicha;
al punto llamad a mi ángel bello.
CONDESTABLE:Sepa tu majestad que Egas Coello
y Alvar González a Castilla han ido.
PRÍNCIPE: Sin duda mis enojos han temido.
Alcanzadlos, que quiero
ser piadoso, no airado y justiciero,
y a los pies de mi Inés luego postrados,
de mí y la reina quedarán honrados.
NUÑO: (¡Oh desdichada suerte!) Aparte
CONDESTABLE:(Hoy recelo del príncipe la muerte).

Vanse NUÑO y el CONDESTABLE
PRÍNCIPE: ¡Que ha llegado el día
en que pueda decir que Inés es mía!
¡Qué alegre y qué gustosa
reinará ya conmigo Inés hermosa!
Y Portugal será en mi casamiento
todo fiestas, saraos y contento,
o en público saldré con ella al lado;
un vestido bordado
de estrellas la he de hacer, siendo adivina,
porque conozcan, siendo Inés divina,
que cuando la prefiero,
si ellas estrellas son, ella es lucero.
¡Oh, cómo ya se tarda!
¿Qué pensión tiene quien amante aguarda!
¿Cómo a hablarme no viene?
Mayores sentimientos me previenen.
A buscarla entraré, que tengo celos
de que a verme no salgan sus dos cielos.

Canta una voz

VOZ: “Dónde vas el caballero
dónde vas, triste de ti?
Que la tu querida esposa
muerte está que yo la vi.
Las señas que ella tenía
bien te las sabré decir:
su garganta es de alabastro
y sus manos de marfil.”

PRÍNCIPE: ¡Aguarda, voz funesta,
da a mis recelos y temor respuesta,
aguarda, espera, tente!

Sale la INFANTA de luto y le detiene

INFANTA: Espera tú, señor, que brevemente
a tu real majestad decirle quiero
lo que cantó llorando el jardinero.
Con el rey mi señor que muerto yace,
por cuya muerte todo el reino
hace tan justo sentimiento,
a divertir un rato el pensamiento,
salí a caza una tarde,
haciendo a mi valor vistoso alarde
llegué a esa quinta donde yace muerto,
este dolor advierto
–¡oh cielos, oh pena airada!–
hallé una flor hermosa, pero ajada,
quitando –¡oh dura pena!–
la fragrancia a una cándida azucena,
dejando el golpe airado
un hermoso clavel desfigurado,
trocando, con airado desconsuelo,
una nube de fuego en duro hielo.
Y en fin,–muestre valor ya tu grandeza–
a quitar hoy al mundo la belleza
provocándole a ello
Alvar González y el traidor Coello.
Con dos golpes airados
arroyos de coral vi desatados
de una garganta tan hermosa y bella
que aun mi lengua no puede encarecella,
pues su tersa blancura
cabal dechado fue de su hermosura.
Parece que no entiendes
por las señas quién es, o es que pretendes
quedar del sentimiento
por basa de su infausto monumento;
mas para que no ignores
quién padeció estos bárbaros rigores
ya te diré quién es, estáme atento,
que, su sangre sembrada por el suelo,
murió tu bella Inés.
PRÍNCIPE: ¡Válgame el cielo!

Desmáyase

INFANTA: Del pesar que ha tomado
el nuevo rey, –¡ay Dios!– se ha desmayado.
¡Caballeros, hidalgos, hola gente!
CONDESTABLE: ¿Qué manda vuestra alteza?
INFANTA: Un accidente
al rey le ha dado, remediadle al punto,
pues temo es ya difunto,
que yo, compadecida
de que la hermosa Inés perdió la vida
y de aqueste espectáculo sangriento,
en las alas del viento,
lastimada y amante,
a Navarra me parto en este instante.

Vase la INFANTA

CONDESTABLE: El rey está desmayado.
Rey de Portugal, señor,
cese, cese ya el dolor
que el sentido os ha quitado,
si vuestra esposa ha faltado
no faltéis vos; id severo,
riguroso, airado y fiero
contra quien os ofendió,
quien amante os advirtió
os admire justiciero.

Vuelve en sí el PRÍNCIPE

PRÍNCIPE: Si Inés hermosa murió
¿no fue por quererme? Sí.
¿Muriera mi Inés aquí
si no me quisiera? No.
Luego la causa soy yo
de la pena que le han dado;
¿cómo Pedro, desdichado,
si Inés murió vivo quedas?
¿Cómo es posible que puedas
no morir de tu cuidado?
En fin, Inés, por mí ha sido,
por mí que ciego te adoro
–de cólera y pena lloro
la muerte que has padecido
sin haberla merecido–.
¿Cuál fue la mano crüel
que de mi inocente Abel
–a pesar de mi sosiego–
bárbaro, atrevido y ciego
cortó el hermoso clavel?
¿Qué me detengo? Ya voy;
voy a ver mi muerto bien.
¿Quién, cielos divinos, quién
me ha olvidado de quien soy?
¿Cómo reportado estoy?
Aguarda, Inés celestial,
que también estoy mortal;
no te partas sin tu esposo,
que me dejarás quejoso
si no partimos el mal.
CONDESTABLE: ¿Dónde vas, señor?
PRÍNCIPE: A ver
mi doña Inés hermosa,
a ver mi difunta esposa,
a la que reina ha de ser.
CONDESTABLE: Mirad que podéis perder
la vida, señor.
PRÍNCIPE: Callad;
dejad que la vea, dejad
que en su brazos llegue a verme,
que no hago nada en perderme
perdida ya su deidad.

Sale NUÑO

NUÑO: Ya a Alvar González y a Coello
presos trajeron, señor.
PRÍNCIPE: Mostrar quiero mi rigor
en los dos. ¡Ay, ángel bello!
Quisiera poder hacello
en estos dos inhumanos,
matándolos con mis manos
sin que mi piedad inciten.
Por las espaldas les quiten
los corazones villanos;
y para mayor tormento,
procuren, si puede ser,
que los dos los puedan ver
antes que les falte aliento;
y luego para escarmiento,
con dos crüeles arpones,
entre horror y confusiones,
queden mil pedazos hechos.
¡Oh, si pudiera en dos pechos
caber muchos corazones!
Veamos agora a Inés.
CONDESTABLE: Gran señor, no la veáis;
mirad que así aventuráis
la vida. Vedla después.
PRÍNCIPE: ¿Por lástima tenéis
de mi vida si estoy muerto?
Verla quiero, pues advierto
que no puede ser mayor
mi tormento y mi dolor.
CONDESTABLE: Ya, gran señor, esta abierto.

Descubren a doña INÉS muerta sobre unas almohadas

PRÍNCIPE: ¿Posible es que hubo homicida
fiero, crüel y tirano,
que con sacrílega mano
osó quitarte la vida?
¿Cómo es posible –¡ay de mí!–

cómo, cómo puede ser,
que quien a mí me dio el ser
te diese la muerte a ti?
Por su cuello, –¡pena fiera!–
corre la púrpura helada
en claveles desatada.
¡Ay, doña Inés, quién pudiera
detener ese raudal,
dar vida a ese hermoso sol,
dar aliento a ese arrebol,
y soldar ese cristal!
¡Ay mano, ya sin recelo
ser alabastro pudieras,
que hasta agora no lo eras
porque te faltaba el hielo!
Ya faltó tu hermoso abril,
si bien piensa mi cuidado,
Inés, que te ha transformado
en estatua de marfil.
Si la vida te faltó
tampoco, Inés, tengo vida,
pues me hermosa luz perdida
no estoy menos muerto yo.

Nuño de Almeida, a Violante
de mi parte la decid
que os entregue una corona
que yo a mi esposa le di
cuando me casé, en señal
de que reinaría feliz
si viviera.
NUÑO: Voy por ella.

Vase

PRÍNCIPE: Vos, condestable, advertid
que os encarguéis del entierro,
llevándola desde aquí
a Alcobaza con gran pompa
honrándome en ella a mí.
Y porque yo gusto de ello,
el camino haréis cubrir
de antorchas blancas que envidie
el estrellado zafir
todas diez y siete leguas,
que también lo hiciera así
si como son diez y siete
fueran diez y siete mil.

Vase el CONDESTABLE, trae NUÑO la corona y besa la mano a
doña INÉS

NUÑO: Ésta es la corona de oro.
PRÍNCIPE: De otra manera entendí
que fuera Inés coronada,
mas pues no lo conseguí,
en la muerte se corone.
Todos los que estáis aquí
besad al difunta mano
de mi muerto serafín;
yo mismo seré rey de armas.
¡Silencio, silencio! Oíd:
Ésta es la Inés laureada
ésta es al reina infeliz
que mereció en Portugal
reinar después de morir.

Sale el CONDESTABLE

CONDESTABLE: Murieron los dos, a quien
espalda y pecho hice abrir.
PRÍNCIPE: Cubrid el hermoso cuerpo
mientras que voy a sentir
mi desdicha. ¡Ay, bella Inés!
Ya no hay gusto para mí,
que faltándome tu sol.
¿cómo es posible vivir?
Vamos a morir, sentidos;
amor, vamos a sentir.

Vase el PRÍNCIPE

CONDESTABLE: Ésta es la Inés laureada
con que el poeta da fin
a su tragedia, en que pudo
reinar después de morir.

FIN DE LA COMEDIA

Луис Велес де Гевара. Царствовать после смерти.
Vélez de Guevara, Luís. Reinar después de morir

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Published by
Serhii Kupriienko

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