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Инка Гарсиласо де ла Вега. “Подлинные комментарии (История государства Инков)” (El Inca Garcilaso de la Vega. COMENTARIOS REALES)

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Инка Гарсиласо де ла Вега. “Подлинные комментарии (История государства Инков)”
El Inca Garcilaso de la Vega. “COMENTARIOS REALES”

COMENTARIOS REALES
El Inca Garcilaso de la Vega

INDICE
PROEMIO AL LECTOR
ADVERTENCIAS ACERCA DE LA LENGUA GENERAL DE LOS INDIOS DEL PERÚ
PARTE PRIMERA
SI HAY MUCHOS MUNDOS. TRATA DE LAS CINCO ZONAS
LA DESCRIPCIÓN DEL PERÚ
EL ORIGEN DE LOS INCAS, REYES DEL PERÚ
LA FUNDACIÓN DEL COZCO, CIUDAD IMPERIAL
PROTESTACIÓN DEL AUTOR SOBRE LA HISTORIA
TESTAMENTO Y MUERTE DEL INCA MANCO CÁPAC
DE ALGUNAS LEYES QUE LOS INCAS TUVIERON EN SU GOBIERNO
LA DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO DEL SOL Y SUS GRANDES RIQUEZAS
DEL CLAUSTRO DEL TEMPLO, Y LA DE LOS APOSENTOS DE LA LUNA Y ESTRELLAS, TRUENO Y RELÁMPAGO
DEL FAMOSO TEMPLO DE TITICACA, Y DE SUS FÁBULAS Y ALEGORÍAS
LA CASA DE LAS VÍRGENES DEDICADAS AL SOL
LOS ESTATUTOS Y EJERCICIOS DE LA VÍRGENES ESCOGIDAS
NUEVAS PROVINCIAS QUE EL INCA SUJETA, Y UNA ACEQUIA PARA REGAR LOS PASTOS
LA FÁBRICA Y ORNAMENTO DE LAS CASAS REALES
CONTRAHACÍAN DE ORO Y PLATA CUANTO HABÍA PARA ADORNAR LAS CASAS REALES
CÓMO ENTERRABAN LOS REYES: DURABAN LAS OBSEQUIAS UN AÑO
POSTAS Y CORREOS, Y LOS DESPACHOS QUE LLEVABAN
CONTABAN POR HILOS Y ÑUDOS: HABÍA GRAN FIDELIDAD EN LOS CONTADORES
LO QUE ASENTABAN EN SUS CUENTAS, Y CÓMO SE ENTENDÍAN
LA DESCRIPCIÓN DE LA IMPERIAL CIUDAD DEL COZCO
CONTABAN POR HILOS Y ÑUDOS: HABÍA GRAN FIDELIDAD EN LOS CONTADORES
LO QUE ASENTABAN EN SUS CUENTAS, Y CÓMO SE ENTENDÍAN
LA DESCRIPCIÓN DE LA IMPERIAL CIUDAD DEL COZCO
LA FORTALEZA DEL COZCO. EL GRANDOR DE SUS PIEDRAS
TRES MUROS DE LA CERCA, LO MÁS ADMIRABLE DE LA OBRA
TRES TORREONES, LOS MAESTROS MAYORES Y LA PIEDRA CANSADA
DEL MAÍZ, Y LO QUE LLAMAN ARROZ, Y DE OTRAS SEMILLAS
DE LAS LEGUMBRES QUE SE CRÍAN DEBAJO DE LA TIERRA
DE LAS FRUTAS DE ÁRBOLES MAYORES
DEL ÁRBOL MULLI Y DEL PIMIENTO
DEL ÁRBOL MAGUEY Y DE SUS PROVECHOS
DEL TRIGO
DE LA VID, Y EL PRIMERO QUE METIÓ UVAS EN EL COZCO
SEGUNDA PARTE
EL VALOR DE LAS COSAS COMUNES ANTES DE GANAR EL PERÚ
LA SANGRIENTA BATALLA DE LAS SALINAS
EL MARQUÉS HACE REPARTIMIENTO DEL REINO Y PROVINCIA DE LOS CHARCAS, Y GONZALO PIZARRO VA A LA CONQUISTA DE LA CANELA
LA MUERTE DEL MARQUÉS DON FRANCISCO PIZARRO Y SU POBRE ENTIERRO
DON DIEGO DE ALMAGRO SE HACE JURAR POR GOBERNADOR DEL PERÚ, ENVÍA SUS PROVISIONES A DIVERSAS PARTES DEL REINO, Y LA CONTRADICCIÓN DELLAS
EL AUTOR DICE CÓMO SE HABÍA GONZALO PIZARRO CON LOS SUYOS. CUENTA LA MUERTE DE VELA NÚÑEZ. LA LLEGADA DE FRANCISCO CARVAJAL A LOS REYES. EL RECIBIMIENTO QUE SE LE HIZO
LOS CAPITANES QUE JUSTICIARON, Y CÓMO LLEVARON SUS CABEZAS A DIVERSAS PARTES DEL REINO
LA VENGANZA QUE AGUIRRE HIZO DE SU AFRENTA, Y LAS DILIGENCIAS DEL CORREGIDOR POR HABERLE A LAS MANOS, Y CÓMO AGUIRRE SE ESCAPÓ
CÓMO CELEBRAN INDIOS Y ESPAÑOLES LA FIESTA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO EN EL COZCO. UNA PENDENCIA PARTICULAR QUE LOS INDIOS TUVIERON EN UNA FIESTA DE AQUÉLLAS
DE UN CASO ADMIRABLE QUE ACAECIÓ EN EL COZCO
LA EJECUCIÓN DE LA SENTENCIA CONTRA EL PRÍNCIPE. LAS CONSULTAS QUE SE HACÍAN PARA PROHIBIRLA. EL VISORREY NO QUISO OÍRLAS. EL BUEN ÁNIMO CON QUE EL INCA RECIBIÓ LA MUERTE

PROEMIO AL LECTOR

Aunque ha habido españoles curiosos que han escrito las repúblicas del Nuevo Mundo, como la de México y la del Perú, y la de otros reinos de aquella gentilidad, no ha sido con la relación entera que de ellos se pudiera dar, que lo he notado particularmente en las cosas que del Perú he visto escritas, de las cuales, como natural de la ciudad del Cozco, que fue otra Roma en aquel imperio, tengo más larga y clara noticia que la que hasta ahora los escritores han dado. Verdad es que tocan muchas cosas de las muy grandes que aquella república tuvo: pero escríbenlas tan cortamente, que aun las muy notorias para mí (de la manera que las dicen) las entiendo mal. Por lo cual, forzado del amor natural de patria, me ofrecí al trabajo de escribir estos Comentarios, donde clara y distintivamente se verán las cosas que en aquella república había antes de los españoles, así en los ritos de su vana religión, como en el gobierno que en paz y en guerra sus reyes tuvieron, y todo lo demás que de aquellos indios se puede decir, desde lo más ínfimo del ejercicio de los vasallos, hasta lo más alto de la corona real. Escribimos solamente del imperio de los Incas, sin entrar en otras monarquías, porque no tengo la noticia de ellas que de ésta. En el discurso de la historia protestamos la verdad de ella, y que no diremos cosa grande, que no sea autorizándola con los mismos historiadores españoles que la tocaron en parte o en todo: que mi intención no es contradecirles, sino servirles de comento y glosa, y de intérprete en muchos vocablos indios que como extranjeros en aquella lengua interpretaron fuera de la propiedad de ella, según que largamente se verá en el discurso de la Historia, la cual ofrezco a la piedad del que la leyere, no con pretensión de otro interés más que de servir a la república cristiana, para que se den gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a la Virgen María su Madre, por cuyos méritos e intercesión se dignó la Eterna Majestad de sacar del abismo de la idolatría tantas y tan grandes naciones, y reducirlas al gremio de su Iglesia católica romana, Madre y Señora nuestra. Espero que se recibirá con la misma intención que yo le ofrezco, porque es la correspondencia que mi voluntad merece, aunque la obra no la merezca. Otros dos libros se quedan escribiendo de los sucesos que entre los españoles en aquella tierra pasaron, hasta el año de 1560 que yo salí de ella: deseamos verlos ya acabados, para hacer de ellos la misma ofrenda que de éstos. Nuestro Señor, etc.

ADVERTENCIAS ACERCA DE LA LENGUA GENERAL DE LOS INDIOS DEL PERÚ

Para que se entienda mejor lo que, (con) el favor divino, hubiéramos de escribir en esta Historia (porque en ella hemos de decir muchos nombres de la lengua general de los indios del Perú) será bien dar algunas advertencias acerca de ella. La primera sea que tiene tres maneras diversas para pronunciar algunas sílabas, muy diferentes de como la pronunciaba la lengua española, en las cuales pronunciaciones consisten las diferentes significaciones de un mismo vocablo: que unas sílabas se pronuncias en los labios, otras en el paladar, otras en el interior de la garganta, como adelante daremos los ejemplos donde se ofrecieren. Para acentuar las dicciones, se advierte que tienen sus acentos casi siempre en la sílaba penúltima, y pocas veces en la antepenúltima, y nunca jamás en la última, esto es, contradiciendo a los que dicen que las dicciones bárbaras se han de acentuar en la última, lo que dicen por no saber el lenguaje. También es de advertir que en aquella lengua general de Cozco (de quien es mi intención hablar, y no de las particularidades de cada provincia, que son innumerables) falta las letras siguientes: b, d, f, g, j, l sencilla, que no la hay, sino ll duplicada; y al contrario no hay pronunciación de rr duplicada en principio de parte, ni en medio de la dicción, sino que siempre se ha de pronunciar sencilla. Tampoco hay x; de manera que del todo faltan seis letras del a, b, c, español o castellano; y podremos decir que faltan ocho con la l sencilla y con la rr duplicada: los españoles añaden estas letras en perjuicio y corrupción del lenguaje, y como los indios no las tienen, comúnmente pronuncian mal las dicciones españolas que las tienen. Para atajar esta corrupción me sea lícito, pues soy indio, que en esta Historia yo escriba como indio, con las mismas letras que aquellas tales dicciones se deben escribir; y no se les haga de mal a los que las leyeron ver la novedad presente en contra del mal uso introducido, que antes debe dar gusto leer aquellos nombres en su propiedad y pureza, y porque me conviene alegrar muchas cosas de las que dicen los historiadores españoles para comprobar las que yo fuere diciendo, y porque las he de sacar a la letra con su corrupción como ellos las escriben: quiero advertir que no parezca que me contradigo escribiendo las letras (que he dicho) que no tiene aquel lenguaje, que no lo hago sino por sacar fielmente lo que el español escribe. También se debe advertir que no hay número plural en este general lenguaje; aunque hay partículas que significan pluralidad. Sírvense del singular en ambos números. Si algún nombre indio pusiere yo en plural, será por la corrupción española, o por el buen adjetivar de las dicciones, que sonarían mal si escribiésemos las dicciones indias en singular, y los adjetivos o relativos castellanos en plural. Otras muchas cosas tiene aquella lengua, diferentísimas de la castellana, italiana y latina, las cuales notarán los mestizos y criollos curiosos, pues son las de su lenguaje, que yo harto hago en enseñarles con el dedo desde España los principios de su lengua, para que la sustenten en su pureza, que cierto es lástima que se pierda o se corrompa, siendo una lengua tan galana, en la cual han trabajado mucho los padres de la Santa Compañía de Jesús (como las demás religiones) para saberla bien hablar, y con su buen ejemplo (que es lo que más importa) han aprovechado mucho en la doctrina de los indios. También se advierte que este nombre vecino se entendía en el Perú por los españoles que tenían repartimiento de indios; y en este sentido lo pondremos siempre que se ofrezca. Asimismo es de advertir que en mis tiempos, que fueron hasta el año de mil quinientos y sesenta, ni veinte años después, no hubo en mi tierra moneda labrada: en lugar de ella se entendían los españoles en el comprar y vender pesando la plata y el oro por marcos y onzas: y como en España dicen ducados, decían en el Perú pesos o castellanos: cada peso de plata o de oro, reducido a buena ley, valía cuatrocientos cincuenta maravedís. De manera que reducidos los pesos a ducados de Castilla, cada cinco pesos son seis ducados. Decimos esto, para que no cause confusión al contar en la Historia por pesos y ducados. De la cantidad del peso de la plata al peso del oro, había mucha diferencia, como en España la hay; más el valor todo era uno. Al trocar el oro por plata, daban su interés de tanto por ciento. También allí había interés al trocar de la plata ensayada por la plata que llaman corriente, que era la por ensayar.
Este nombre de galpón no es el de la lengua general del Perú, debe de ser de las islas de Barlovento: los españoles lo han introducido en su lenguaje con otros muchos que se notarán en la Historia. Quiere decir sala grande. Los reyes Incas las tuvieron tan grandes, que servían de plaza para hacer sus fiestas en ella, cuando el tiempo era lluvioso y no daba lugar a que se hiciesen en las plazas; y baste esto de advertencias.

PARTE PRIMERA

CAPÍTULO I
SI HAY MUCHOS MUNDOS. TRATA DE LAS CINCO ZONAS

Habiendo de tratar del Nuevo Mundo, o de la mejor y más principal parte suya, que son los reinos y provincias del imperio llamado Perú, de cuyas antiguallas y origen de su reyes pretendemos escribir, parece que fuera justo, conforme a la común costumbre de los escritores, tratar aquí al principio si el mundo es uno solo, o si hay muchos mundos, si es llano o redondo, y si también lo es el cielo redondo o llano. Si es habitable toda la tierra o no, más de las Zonas templadas: si hay paso de la una templada a la otra; si hay antípodas y cuáles son; de las cuales y otras cosas semejantes los antiguos filósofos muy larga y curiosamente trataron, y los modernos no dejan de platicar y escribir, siguiendo cada cual la opinión que más le agrada. Mas porque no es aqueste mi principal intento, ni las fuerzas de un indio pueden presumir tanto; y también porque la experiencia, después que se descubrió lo que llaman Nuevo Mundo, nos ha desengañado de la mayor parte de estas dudas, pasaremos brevemente por ellas por ir a otra parte, a cuyos términos finales temo no llegar; mas, confiado en la infinita misericordia, digo que a lo mejor se podrá afirmar que no hay más que un mundo, y aunque llamamos Mundo Viejo y Mundo Nuevo es por haberse descubierto éste nuevamente para nosotros, y no porque sean dos, sino todo uno. Y a los que todavía imaginaren que hay muchos mundos, no hay para qué responderles, sino que se estén en sus heréticas imaginaciones hasta que el infierno les desengañe dellas. Y a los que dudan, si hay alguno que lo dude, si es llano o redondo, se podrá satisfacer con el testimonio de los que han dado vuelta a todo él, o a la mayor parte, como los de la Nao Victoria, y otros que después acá le han rodeado. Y a lo del cielo, si también es llano o redondo, se podrá responder con las palabras del real profeta: Extendens coelum sicut pellem, en las cuales no quiso mostrar la forma y hechura de la obra, dando la una por ejemplo de la otra, diciendo: que extendiese el cielo así como la piel, esto es, cubriendo con el cielo este gran cuerpo de los cuatro elementos en redondo, así como cubriste con la piel en redondo el cuerpo del animal: no solamente lo principal dél; mas que afirman que de las cinco partes del mundo que llaman Zona no son habitables más de las dos templadas, y que la del medio, por su excesivo calor, y las dos de los cabos, por el demasiado frío son inhabitables, y que de la una Zona habitable no se puede pasar a la otra habitable, por el calor demasiado que hay en medio, puedo afirmar, demás de lo que todos saben, que yo nací en la Tórrida Zona, que es en el Cozco, y me crié en ella hasta los veinte años, y he estado en la otra Zona Templada, de la otra parte del Trópico de Capricornio, a la parte del Sur, en los últimos términos de los Charcas, que son los Chichas; y para venir a estotra templada de la parte del Norte, donde escribo esto, pasé por la Tórrida Zona y la atravesé toda, y estuve tres días naturales debajo de la línea equinoccial, donde dicen que pasa perpendicularmente, que es en el cabo de Pasau; por todo lo cual digo que es habitable la Tórrida también como las templadas. De las Zonas frías quisiera poder decir, por vista de ojos, como de las otras tres: remítome a los que saben dellas más que yo. A lo que dicen que por su mucha frialdad son inhabitables, osaré decir con los que tienen lo contrario que también son habitables como las demás; porque en buena consideración no es de imaginar, cuanto más de creer, que partes tan grandes del mundo las hiciese Dios inútiles, habiéndolo criado todo para que lo habitasen los hombres; y que se engañan los antiguos en lo que dicen de las Zonas frías, también como se engañaron en lo que dijeron de la Tórrida, que era inhabitable por su mucho calor. Antes se debe creer que el Señor, como padre sabio y poderoso, y la naturaleza como madre universal y piadosa, hubiesen remediado los inconvenientes de la frialdad con templanza de calor, como remediaron el demasiado calor de la Tórrida Zona con tantas nieves, fuentes, ríos y lagos como en el Perú se hallan, que la hacen templada de tanta variedad de temples; unas que declinan a calor, y a más calor, hasta llegar a regiones tan bajas, y por ende tan calientes, que por su mucho son casi inhabitables, como dijeron los antiguos della. Otras regiones que declinan a frío, y más frío, hasta subir a partes tan altas, que también llegan a ser inhabitables, por la mucha frialdad de la nieve perpetua que sobre sí tienen, en contra de lo que de esta Tórrida Zona los filósofos dijeron, que no imaginaron jamás que en ella pudiese haber nieve, habiéndola perpetua debajo de la misma línea equinoccial, sin menguar jamás, ni mucho, ni poco, a lo menos en la Cordillera grande, si no es en las faldas o puertos della. Y es de saber que en la Tórrida Zona, en lo que della alcanza el Perú, no consiste el calor ni el frío en distancia de regiones, ni en estar más lejos ni más cerca de la equinoccial, sino en estar más alto o más bajo en una misma región, y en muy poca distancia de tierra, como adelante se dirá más largo. Digo, pues, que a esta semejanza se puede creer que también las zonas frías están templadas y están habitables, como lo dicen muchos graves autores, aunque no por vista vista y experiencia, pero basta haberlo dado a entender asimismo Dios cuando crió al hombre y le dijo: “Creced y multiplicad, y henchid la tierra y sojuzgadla”: por donde se ve que es habitable, porque si no lo fuera, ni se podría sojuzgar, ni llenar de habitaciones. Yo espero en su omnipotencia que a su tiempo descubrirá estos secretos (como descubrió el Nuevo Mundo) para mayor confusión y afrenta de los atrevidos que con sus filosofías naturales y entendimientos humanos quieren tasar la potencia y sabiduría de Dios, que no pueda hacer sus obras más de como ellos las imaginan, habiendo tanta disparidad de un saber al otro cuanta hay de los finito a lo infinito, etc.
CAPÍTULO II
LA DESCRIPCIÓN DEL PERÚ

Los cuatro términos que el imperio de los Incas tenía cuando los españoles entraron en él son los siguientes: al Norte llegaba hasta el río Ancasmayu, que corre entre los confines de Quitu y Pastu, quiere decir en la lengua general del Perú, río azul; está debajo de la línea equinoccial, casi perpendicularmente. Al mediodía tenía por el término al río llamado Maulli, que corre Leste hueste, pasando el reino de Chili, antes de llegar a los Araucos, el cual está más de cuarenta grados de la equinoccial al Sur. Entre estos dos ríos ponen pocas menos de mil trescientas cincuenta leguas de largo por tierra, desde el río Ancasmayu hasta los Chichas, que es la última provincia de los Charcas, Norte y Sur; y lo que llaman reino de Chile contiene cerca de quinientas cincuenta leguas, también Norte Sur, contando desde lo último de la provincia de los Chichas hasta el río Maulli.
Al Levante tiene por término aquella nunca jamás pisada de hombres, ni de nieves, que corre desde Santa Marta hasta el estrecho de Magallanes, que los indios llaman Ritisuyu, que es banda de nieve. Al Poniente confina con la mar del Sur, que corre por toda su costa de largo a largo. Empieza el término del imperio por la costa, desde el cabo de Pasau, por do pasa la línea equinoccial, hasta el dicho río Maulli, que también entra en el mar del Sur. Del Levante al Poniente es angosto todo aquel reino. Por lo más ancho, que es atravesando desde la provincia Muyupampa, por los Chachapuyas, hasta la ciudad de Trujillo, que está a la costa de la mar, tiene ciento y veinte leguas de ancho, y por lo más angosto, que es desde el puerto de Arica a la provincia llamada Llaricosa, tiene setenta leguas de ancho. Éstos son los cuatro términos de lo que señorearon los reyes Incas, cuya historia pretendemos escribir, mediante el favor divino.
CAPÍTULO III
EL ORIGEN DE LOS INCAS, REYES DEL PERÚ

Viviendo o muriendo aquellas gentes de la manera que hemos visto, permitió Dios nuestro Señor que dellos mismos saliese un lucero de alba, que en aquellas escurísimas tinieblas les diese alguna noticia de la ley natural, y de la urbanidad y respetos que los hombre debían tenerse unos a otros, y que los descendientes de aquél, procediendo de bien en mejor, cultivasen aquellas fieras y las convirtiesen en hombre, haciéndoles capaces de razón y de cualquiera buena doctrina, para que cuando ese mismo Dios, sol de justicia, tuviese por bien de enviar la luz de sus divinos rayos a aquellos idólatras, los hallase no tan salvajes, sino más dóciles para recibir la fe católica, y la enseñanza y doctrina de nuestra Santa Madre Iglesia Romana, como después acá la han recibido, según se verá lo uno y lo otro en el discurso desta historia. Que por experiencia muy clara se ha notado cuándo más prontos y ágiles estaban para recibir el Evangelio los indios que los reyes Incas sujetaron, gobernaron y enseñaron, que no las demás naciones comarcanas, donde aún no había llegado la enseñanza de los Incas; muchas de las cuales se están hoy tan bárbaras y brutas como antes se estaban, con haber setenta y un años que los españoles entraron en el Perú. Y pues estamos a la puerta deste gran laberinto, será bien pasemos adelante a dar noticias de lo que en él había.
Después de haber dado muchas trazas, y tomado muchos caminos para entrar a dar cuenta del origen y principio de los Incas, reyes naturales que fueron del Perú, me pareció que la mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en mis niñeces oí muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tíos, y a otros sus mayores, acerca deste origen y principio; porque todo lo que por otras vías se dice dél viene a reducirse en lo mismo que nosotros diremos, y será mejor que se sepa por las propias palabras que los Incas lo cuentan, que no por la de otros autores extraños. Es así que residiendo mi madre en el Cozco, su patria, venían a visitarla casi cada semana los pocos parientes y parientas que de las crueldades y tiranías de Atahuallpa (como en su vida contaremos) escaparon; en las cuales visitas, siempre sus más ordinarias pláticas eran tratar el origen de sus reyes, de la majestad dellos, de la grandeza de su imperio, de sus conquistas y hazañas, del gobierno que en paz y en guerra tenían, de las leyes que tan en provecho y favor de sus vasallos ordenaban. En suma, no dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiese acaecido que no la trujesen a cuenta.
De las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presentes: lloraban sus reyes muertos, enajenado su imperio y acabada su república, etc. Éstas y otras semejantes pláticas tenían los Incas y Pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido, siempre acababan su conservación en lágrimas y llanto, diciendo: trocósenos el reinar en vasallaje, etc. En esta pláticas, yo como muchacho entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oír, como huelgan los tales de oír fábulas. Pasando, pues, días, meses y años, siendo ya yo de diez y seis o diez y siete años, acaeció que estando mis parientes un día en esta su conversación, hablando de sus reyes y antiguallas, al más anciano dellos, que era el que me daba cuenta dellas, le dije: “Inca, tío, pues no hay escritura entre vosotros, que es la que guarda la memoria de las cosas pasadas, ¿qué noticias tenéis del origen y principio de nuestros reyes? Porque allá los españoles, y las otras naciones sus comarcanas, como tienen historias divinas y humanas, saben por ellas cuándo empezaron a reinar sus reyes y los ajenos, y el trocarse unos imperios en otros, hasta saber cuántos mil años ha que Dios crió el cielo y la tierra, que todo esto y mucho más saben por sus libros. Empero vosotros, que carecéis dellos, ¿qué memoria tenéis de vuestras antiguallas? ¿Quién fue el primero de nuestros Incas? ¿Cómo se llamó? ¿Qué origen tuvo su linaje? ¿De qué manera empezó a reinar? ¿Con qué gente y armas conquistó este gran imperio? ¿Qué origen tuvieron nuestras hazañas?”.
El Inca, como que holgándose de haber oído las preguntas, por el gusto que recibía de dar cuenta dellas, se volvió a mí (que ya otras muchas veces le había oído, mas ninguna con la atención que entonces), y me dijo: “Sobrino, yo te las diré de muy buena gana; a ti te conviene oírlas y guardarlas en el corazón (es frasi dellos por decir en la memoria). Sabrás que en los siglos antiguos toda esta región de tierra que ves eran unos grandes montes y breñales, y las gentes en aquellos tiempos vivían como fieras y animales brutos, sin religión, ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no sabían labrar algodón ni lana para hacer de vestir. Vivían de dos en dos, y de tres en tres, como acertaban a juntarse en las cuevas y resquicios de peñas y cavernas de la tierra; comían como bestias yerbas del campo y raíces de árboles, y la fruta inculta que ellos daban de suyo, y carne humana. Cubrían sus carnes con hojas y cortezas de árboles, y pieles de animales; otros andaban en cueros. En suma, vivían como venados y salvajinas, y aun en las mujeres se habían como los brutos, porque no supieron tenerlas propias y conocidas”.
Adviértase, por “que no enfade el repetir tantas veces esta palabras”, Nuestro Padre el Sol, que era lenguaje de los incas, y manera de veneración y acatamiento decirlas siempre que nombraban al Sol, porque se preciaban descender de él; y al que no era Inca, no le era lícito tomarlas en la boca, que fuera blasfemia y lo apedrearan. Dijo el Inca: “Nuestro Padre el Sol, viendo los hombres tales, como te he dicho, se apiadó, y hubo lástima dellos, y envió del cielo a la tierra un hijo y una hija de los suyos para que los doctrinasen en el conocimiento de Nuestro Padre el Sol, para que lo adorasen y tuviesen por su dios, y para que les diesen preceptos y leyes en que viviesen como hombres en razón y urbanidad; para que habitasen en casas y pueblos poblados, supiesen labrar las tierras, cultivar las plantas y mieses, criar los ganados y gozar dellos y de los frutos de la tierra, como hombres racionales, y no como bestias. Con esta orden y mandato puso Nuestro Padre el Sol estos dos hijos suyos en la laguna Titicaca, que está a ochenta leguas de aquí, y les dijo que fuesen por do quisiesen, doquiera que parasen a comer o a dormir, procurasen hincar en el suelo una barilla de oro, de media vara en largo y dos dedos en grueso, que les dio para señal y muestras que donde aquella barra se les hundiese, con sólo un golpe que con ella diesen en tierra, allí quedaría el Sol Nuestro Padre que parasen y hiciesen su asiento y corte. A lo último les dijo: “Cuando hayáis reducido esas gentes a nuestro servicio, los mantendréis en razón y justicia, con piedad, clemencia y mansedumbre, haciendo en todo oficio de padre piadoso para con sus hijos tiernos y amados, a imitación y semejanza mía, que a todo el mundo hago bien, que les doy mi luz y claridad para que vean y hagan sus haciendas, y les caliento cuando han frío, y crío sus pastos y sementeras; hago fructificar sus árboles, y multiplico sus ganados; lluevo y sereno a sus tiempos, y tengo cuidado de dar una vuelta cada día al mundo por ver las necesidades que en la tierra se ofrecen, para las proveer y socorrer, como sustentador y bienechor de las gentes; quiero que vosotros imitéis este ejemplo como hijos míos, enviados a la tierra sólo para la doctrina y beneficio de esos hombres, que viven como bestias. Y desde luego os constituyo y nombro por reyes y señores de todas las gentes que así doctrináredes con vuestras buenas razones, obras y gobierno.” Habiendo declarado su voluntad Nuestro Padre el Sol a sus dos hijos, los despidió de sí. Ellos salieron de Titicaca, y caminaron al Septentrión, y por todo el camino, doquiera que paraban, tentaban hincar la barra de oro, y nunca se les hundió. Así entraron en una venta o dormitorio pequeño, que está siete u ocho leguas al Mediodía desta ciudad, que hoy llaman Pacarec Tampu, que quiere decir venta, o dormida, que amanece. Púsole este nombre el Inca porque salió de aquella dormida al tiempo que amanecía. Es uno de los pueblos que este príncipe mandó poblar después, y sus moradores se jactan hoy grandemente del nombre, porque lo impuso nuestro Inca; de allí llegaron él y su mujer, nuestra reina, a este valle de Cozco, que entonces todo él estaba hecho montaña brava.
CAPÍTULO IV
LA FUNDACIÓN DEL COZCO, CIUDAD IMPERIAL

La primera parada que en este valle hicieron -dijo el Inca- fue en el cerro llamado Huanacauti, al Mediodía desta ciudad. Allí procuró hincar en tierra la barra de oro, la cual con mucha facilidad se les hundió al primer golpe que dieron con ella, que no la vieron más. Entonces dijo nuestro Inca a su hermana y mujer: “En este valle manda Nuestro Padre el Sol que paremos y hagamos nuestro asiento y morada, para cumplir su voluntad. Por tanto, reina y hermana, conviene que cada uno por su parte vamos a convocar y atraer esta gente, para los doctrinar y hacer el bien que Nuestro Padre el Sol nos manda.” Del cerro Huanacauti salieron nuestros primeros reyes cada uno por su parte a convocar las gentes, y por aquél lugar el primero de que tenemos noticia que hubiesen hollado con sus pies y por haber salido de allí a bien hacer a los hombres, teníamos hecho en él, como es notorio, un templo para adorar a Nuestro Padre el Sol, en memoria desta merced y beneficio que hizo al mundo. El príncipe fue al Septentrión, y la princesa al Mediodía; a todos los hombres y mujeres que hallaban por aquellos breñales les hablaban y decían cómo su padre el Sol les había enviado del cielo para que fuesen maestros y bienhechores de los moradores de toda aquella tierra, sacándoles de la vida ferina que tenían, y mostrándoles a vivir como hombres; y que en cumplimiento de lo que el Sol su padre les había mandado, iban a los convocar y sacar de aquellos montes y malezas, y reducirlos a morar en pueblos poblados, y a darles para comer manjares de hombres, y no de bestias. Estas cosas y otras semejantes dijeron nuestros reyes a los primeros salvajes que por estas tierras y montes hallaron; los cuales, viendo aquellas dos personas vestidas y adornadas con los ornamentos que Nuestro Padre el Sol les había dado (hábito muy diferente del que ellos traían), y las orejas horadadas, y tan abiertas como sus descendientes las traemos, y que en sus palabras y rostro mostraban ser hijos del Sol, y que venían a los hombres para darles pueblos en que viviesen, y mantenimientos que comiesen; maravillados por una parte de lo que veían, y por otra aficionados de las promesas que les hacían, les dieron entero crédito a todo lo que les dijeron, y los adoraron y reverenciaron como a hijos del Sol, y obedecieron como a reyes; y convocándose los mismos salvajes unos a otros, y refiriendo las maravillas que habían visto y oído, se juntaron en gran número hombres y mujeres, salieron con nuestros reyes para los seguir donde ellos quisiesen llevarlos.
Nuestros príncipes, viendo la mucha gente que se les allegaba, dieron orden que unos se ocupasen en proveer de su comida campestre para todos, porque la hambre no los volviese a derramar por los montes; mandó que otros trabajasen en hacer chozas y casas, dando el Inca la traza cómo las habían de hacer. De esta manera se principió a poblar nuestra imperial ciudad, dividida en dos medios que llamaron Hanan Cozco, que, como sabes, quiere decir Cozco el alto, y Hurin Cozco, que es Cozco el bajo. Los que atrajo el rey quiso que poblasen a Hanan Cozco, y por esto le llamaron el alto; y los que convocó la reina, que poblasen a Hurin Cozco, y por eso le llamaron el bajo. Esta división de ciudad no fue para que los de la una mitad aventajasen a los de la otra mitad en exenciones y preeminencias, sino que todos fuesen iguales como hermanos, hijos de un padre y de una madre. Sólo quiso el Inca que hubiese esta división de pueblo y diferencia de nombres alto y bajo, para que quedase perpetua memoria de que a los unos había convocado el rey, y a los otros la reina; y mandó que entre ellos hubiese sola una diferencia y reconocimiento de superioridad: que los del Cozco alto fuesen respetados y tenidos como primogénitos hermanos mayores; y los del bajo fuesen como hijos segundos; y en suma, fuesen como el brazo derecho y el izquierdo en cualquiera preeminencia de lugar y oficio, por haber sido los del alto atraídos por el varón, y los del bajo por la hembra. A semejanza desde hubo después esta misma división en todos los pueblos grandes o chicos de nuestro imperio, que los dividieron por barrios o por linajes, diciendo Hananayllu y Hurinayllu, que es el linaje alto y el bajo; Hanan suyo y Hurin suyo, que es el distrito alto y el bajo.
Juntamente poblando la ciudad enseñaba nuestro Inca a los indios varones los oficios pertenecientes a varón, como romper y cultivar la tierra, y sembrar las mieses, semillas y legumbres que les mostró que eran de comer y provechosas; para lo cual les enseñó a hacer arados y los demás instrumentos necesarios, y les dio orden y manera como sacasen acequias de los arroyos que corren por este valle del Cozco, hasta enseñarles a hacer el calzado que traemos. Por otra parte, la reina industriaba a las indias en los oficios mujeriles, a hilar y tejer algodón y lana y hacer de vestir para sí y para sus maridos e hijos; decíales cómo habían de hacer los demás oficios del servicio de casa. En suma, ninguna cosa de las que pertenecen a la vida humana dejaron nuestros príncipes de enseñar a sus primeros vasallos, haciéndose el Inca rey maestro de los varones, y la Coya reina maestra de las mujeres.

CAPÍTULO V
PROTESTACIÓN DEL AUTOR SOBRE LA HISTORIA

Ya que hemos puesto la primera piedra de nuestro edificio (aunque fabulosa) en el origen de los Incas, reyes del Perú, será razón paremos adelante en la conquista y reducción de los indios, extendiendo algo más la relación sumaria que me dio aquel Inca con la relación de otros muchos Incas e indios, naturales de los pueblos que este primer Inca Manco Cápac mandó poblar y redujo a su imperio, con los cuales me crié y comuniqué hasta los veinte años. En este tiempo tuve noticia de todo lo que vamos escribiendo, porque en mis niñeces me contaban sus historias como se cuentan las fábulas a los niños. Después, en edad más crecida, me dieron una larga noticia de sus leyes y gobierno; cotejando el nuevo gobierno de los españoles con el de los Incas, dividiendo en particular los delitos y las penas, y el rigor dellas, decíanme cómo procedían sus reyes en paz y en guerra, de qué manera trataban a sus vasallos, y cómo eran servidos dellos. Demás desto, me contaban como a propio hijo toda su idolatría, sus ritos, ceremonias y sacrificios; sus fiestas principales y no principales, y cómo las celebraban; decánme sus abusos y supersticiones, sus agüeros malos y buenos, así los que mirban en sus sacrificios como fuera dellos. En suma, digo que me dieron noticia de todo lo que tuvieron en su república; que si entonces lo escribiera, fuera más copiosa esta historia. Demás de habérmelo dicho los indios, alcancé y vi por mis ojos mucha parte de aquella idolatría, sus fiestas y supersticiones, que aún en mis tiempos, hasta los doce o trece años de mi edad, no se habían acabado del todo. Yo nací ocho años después que los españoles ganaron mi tierra, y como lo he dicho, me crié en ella hasta los veinte años, y así vi muchas cosas de las que hacían los indios en aquella su gentilidad, las cuales contaré, diciendo que las vi. Sin la relación que mis parientes me dieron de las cosas dichas y sin lo que yo vi, he habido otras muchas relaciones de las conquistas y hechos de aquellos reyes; porque luego que propuse escribir esta historia, escribí a los condiscípulos de escuela y gramática, encargándoles que cada uno me ayudase con la relación que pudiese haber de las particulares conquistas que los Incas hicieron de las provincias de sus madres; porque cada provincia tiene sus cuentas y nudos con sus historias, anales y la tradición dellas; y por esto retiene mejor lo que en ella pasó que lo que pasó en la ajena. Los condiscípulos, tomando de veras lo que les pedí, cada cual dellos dio cuenta de mi intención a su madre y parientes; los cuales, sabiendo que un indio, hijo de su tierra, quería escribir los sucesos della, sacaron de sus archivos las relaciones que tenían de sus historias, y me las enviaron; y así tuvo la noticia de los hechos y conquistas de cada Inca, que es la misma que los historiadores españoles tuvieron, sino que ésta será más larga, como lo advertiremos en muchas partes della. Y porque todos los hechos deste primer Inca son principios y fundamente de la historia que hemos de escribir, nos valdrá mucho decirlos aquí, a lo menos los más importantes, porque no los repitamos adelante en las vidas y hechos de cada uno de los Incas sus descendientes; porque todos ellos generalmente, así los reyes como los no reyes, se preciaron de imitar en todo y por todo la condición, obras y costumbres deste primer príncipe Manco Cápac; y dichas sus cosas, habremos dicho las de todos ellos. Iremos con atención de decir hazañas mas historiales, dejando otras muchas por impertinentes y prolijas; aunque algunas cosas de las dichas, y otras que se dirán, parezcan fabulosas, me pareció no dejar de escribirlas, por no quitar los fundamentos sobre que los indios se fundan para las cosas mayores y mejores que de su imperio cuentan; porque en fin, destos principios fabulosos procedimientos las grandezas que en realidad de verdad posee hoy España; por lo cual se me permitirá decir lo que convieniere para la mejor noticia que se pueda dar de los principios, medios y fines de aquella monarquía, que yo protesto decir llanamente la relación que mamé en la leche, y la que después acá he habido, pedida a los propios míos, y prometo que la afición dellos no sea parte para dejar de decir la verdad del hecho, sin quitar de lo malo ni añadir de lo bueno que tuvieron; que bien sé que la gentilidad es un mar de errores, y no escribiré novedades que no se hayan oído, sino las mismas cosas que los historiadores españoles han escrito de aquella tierra, y de los reyes della, y alegaré las mismas palabras dellos donde conviniere, para que se vea que no finjo ficciones en favor de mis parientes, sino que digo lo mismo que los españoles dijeron; sólo serviré de comento para declarar y ampliar muchas cosas que ellos asomaron a decir, y las dejaron imperfectas, por haberles faltado relación entera. Otras muchas se añadirán que faltan de sus historias, y pasaron en hecho de verdad, y algunas se quitarán, que sobran, por falsa relación que tuvieron, por no saberla pedir el español con distinción de tiempos y edades, y división de provincias y naciones, o por no entender al indio que se la daba, o por no entender el uno al otro, por la dificultad del lenguaje; que el español que piensa que sabe más dél, ignora de diez partes las nueve, por las muchas cosas que un mismo vocablo significa, y por las diferentes pronunciaciones que una misma dicción tiene para muy diferentes significaciones, como se verá adelante en algunos vocablos que será forzoso traerlos en cuenta.
Demás desto, en todo lo que desta república, antes destruída que conocida, dijere, será contando llanamente lo que en su antigüedad tuvo de su idolatría, ritos, sacrificios y ceremonias, y en su gobierno, leyes y costumbres, en paz y en guerra, sin comparar cosa alguna de éstas a otras semejantes que en las historias divinas y humanas se hallan, ni al gobierno de nuestros tiempos, porque toda comparación es odiosa. El que las leyere podrá cotejarlas a su gusto, que muchas hallará semejantes a las antiguas, así de la Santa Escritura como de las profanas y fábulas de la gentilidad antigua; muchas leyes y costumbres verá que parecen a las de nuestro siglo, otras muchas oirá en todo contrarias; de mi parte he hecho lo que he podido, no habiendo podido lo que he deseado. Al discreto lector suplico reciba mi ánimo, que es de darle gusto y contento, aunque las fuerzas, ni el habilidad de un indio, nacido entre los indios y criado entre armas y caballos, no puedan llegar allá.

CAPÍTULO VI
TESTAMENTO Y MUERTE DEL INCA MANCO CÁPAC

Manco Cápac reinó muchos años, mas no saben decir de cierto cuántos: dicen que más de treinta, y otros que más de cuarenta, ocupado siempre en las cosas que hemos dicho; y cuando se vio cercano a la muerte, llamó a sus hijos, que eran muchos, así de su mujer la reina Mama Ocllo Huaco, como de las concubinas que había tomado, diciendo que era bien que hubiese muchos hijos del Sol. Llamó asimismo los más principales de sus vasallos, y por vía de testamente les hizo una larga plática, encomendando al príncipe heredero y a los demás sus hijos el amor y beneficio de los vasallos, y a los vasallos, la fidelidad y servicio de su rey, y la guarda de las leyes que les dejaba; afirmando que todas las había ordenado su padre el Sol. Con esto despidió los vasallos, y a los hijos hizo en secreto otra plática, que fue la última, en que les mandó siempre tuviesen en la memoria que eran hijos del Sol, para le respetar y adorar como a dios y como padre; díjoles que, a imitación suya, hiciesen guardar sus leyes y mandamientos, y que ellos fuesen los primeros en guardarles, para dar ejemplo a los vasallos; y que fuesen mansos y piadosos, que redujesen los indios por amor, atrayéndolos con beneficios y no por fuerza, que los forzados nunca les serían buenos vasallos, que los mantuviesen en justicia, sin consentir agravio entre ellos; y en suma, les dijo que en sus virtudes mostrasen ellos; y en suma, les dijo que en sus virtudes mostrasen que eran hijos del Sol, confirmando con las obras de lo que certificaban con las palabras, para que los indios les creyesen; donde no, que harían burla dellos si les viesen decir uno y hacer otro. Mandóles que todo lo que les dejaba encomendado, lo encomendasen ellos a sus hijos y descendientes de generación en generación, para que cumpliesen y guardasen lo que se padre el Sol mandaba, afirmando que todas eran palabras suyas, y que así las dejaba por vía de testamento y última voluntad. Díjoles que le llamaba el Sol, y que se iba a descansar con él; que se quedasen en paz, que desde el cielo tenía cuidado dellos, y les favorecía y socorrería en todas sus necesidades. Diciendo estas cosas y otras semejantes, murió el Inca Manco Cápac; dejó por príncipe heredero a Sinchi Roca, su hijo primogénito, y de la Coya Mama Ocllo Huaco, su mujer y hermana. Demás del príncipe dejaron estos reyes otros hijos y hijas, los cuales casaron entre sí, unos con otros, por guardar limpia la sangre, que fabulosamente decían descender del Sol; porque es verdad que tenían en suma veneración la que descendía limpia destos reyes, sin mezcla de otra sangre, porque la tuvieron por divina, y toda la demás por humana, aunque fuese de grandes señores de vasallos, que llaman curacas.
El Inca Sinchi Roca casó con Mama Ocllo o Mama Cora (como otros quieren), su hermana mayor, por imitar el ejemplo del padre, y el de los abuelos Sol y Luna; porque en su gentilidad tenían que la Luna era hermana y mujer del Sol. Hicieron este casamiento por conservar la sangre limpia y porque el hijo heredero le perteneciese el reino, tanto por su madre como por su padre, y por otras razones que adelante diremos más largo. Los demás hermanos, legítimos, y no legítimos, también casaron unos con otros, por conservar y aumentar la sucesión de los Incas. Dijeron que el casar destos hermanos unos con otros lo había ordenado el Sol, y que el Inca Manco Cápac lo había mandado porque no tenían sus hijos con quien casar, para que la sangre se conservase limpia; pero que después no pudiese nadie casar con la hermana, sino sólo el Inca heredero; lo cual guardaron ellos, como lo veremos en el proceso de la historia.
Al Inca Manco Cápac lloraron sus vasallos con mucho sentimiento: duró el llanto y las obsequias muchos meses. Embalsamaron su cuerpo para tenerlo consigo y no perderlo de vista; adorándole por dios, hijo del Sol; ofreciéronle muchos sacrificios de carneros, corderos y ovejas, y conejos caseros, de aves, de mieses y legumbres, confesándole por señor de todas aquellas cosas que les había dejado. Lo que yo, conforme a lo que vi de la condición y naturaleza de aquellas gentes, puedo conjeturar el origen deste príncipe Manco Inca, que sus vasallos, por sus grandezas, llamaron Manco Cápac, es que debió de ser algún indio de buen entendimiento, prudencia y consejo, y que alcanzó bien la mucha simplicidad de aquellas naciones, y vio la necesidad que tenían de doctrina y enseñanza para la vida natural, y con astucias y sagacidad para ser estimado, fingió aquella fábula, diciendo que él y su mujer eran hijos del Sol, que venían del cielo, y que su padre los enviaba para que doctrinasen y hiciesen bien a aquellas gentes; y para hacerse creer debió de ponerse en la figura y hábito de trujo, particularmente las orejas, tan grandes como los Incas las traían, que cierto eran increíbles a quien no las hubiera visto, como yo, y al que las viera ahora (si las usan) se le hará extraño imaginar cómo pudieron agrandarlas tanto; y como con los beneficios y honras que a sus vasallos hizo, confirmase la fábula de su genealogía, creyeron firmemente los indios que era hijo del Sol venido del cielo, y lo adoraron por tal, como hicieron los gentiles antiguos, con ser menos brutos, a otros que les hicieron semejantes beneficios; porque es así que aquella gente a ninguna cosa atiende tanto como a mirar si lo que hacen los maestros conforma con lo que les dicen; y hallando conformidad en la vida y en la doctrina, no han menester argumentos para convencerlos a lo que quisieren hacer dellos. He dicho esto porque ni los Incas de la sangre real, ni la gente común, no dan otro origen de sus reyes, sino el que se ha visto en sus fábulas historiales, las cuales se semejan unas a otras, y todas concuerdan en hacer a Manco Cápac primer Inca.

CAPÍTULO VII
DE ALGUNAS LEYES QUE LOS INCAS TUVIERON EN SU GOBIERNO

Nunca tuvieron pena pecuniaria ni confiscación de bienes, porque decían que castigar en la hacienda y dejar vivos los delincuentes no era desear quitar los malos de la república, sino la hacienda a los malhechores, y dejarlos con más libertad para que hiciesen mayores males. Si algún curaca se rebelaba (que era lo que más rigurosamente castigaban los Incas) o hacía otro delito que mereciese pena de muerte, aunque se la diesen, no quitaban el estado al sucesor, sino que se lo daban, representándole la culpa y la pena de su padre para que se guardase otro tanto. Pedro de Cieza de León dice de los Incas a este propósito lo que se sigue, capítulo veinte y uno: “Y tuvieron otro aviso para no ser aborrecidos de los naturales, que nunca quitaron el señorío de ser caciques a los que les venía de herencia y eran naturales; y si por ventura alguno cometía delito, o se hallaba culpado en tal manera que mereciese ser desprivado del señorío que tenía, daban y encomendaban el cacicazgo a sus hijos o hermanos, y mandaban que fuesen obedecidos por todos, etc.” Hasta aquí es de Pedro de Cieza. Lo mismo guardaban en la guerra, que nunca descomponían los capitanes naturales de las provincias de donde era la gente que traían para la guerra; dejábanles con los oficios aunque fuesen maeses de campo, y dábanles otros de la sangre real por superiores; y los capitanes holgaban mucho de servir como tenientes de los Incas, cuyos miembros decían que eran siendo ministres y soldados suyos; lo cual tomaban los vasallos por grandísimo favor. No podía el juez arbitrar sobre la pena que la ley mandaba dar, sino que la había de ejecutar por entero, so pena de muerte, por quebrantador del mandamiento real. Decían que dando licencia al juez para poder arbitrar, disminuían la majestad de la ley, hecha por el rey con acuerdo y parecer de hombres tan graves y experimentados como los había en el consejo; la cual experiencia y gravedad faltaba en los jueces particulares, y que era hacer venales los jueces y abrirles puerta para que, o por cohechos o por ruegos, pudiesen comprarles la justicia, de donde nacería grandísima confusión en la república, porque cada juez haría lo que quisiese, y que no era razón que nadie se hiciese legislador sino ejecutor de lo que mandaba la ley, por rigurosa que fuese. Cierto, mirado el rigor que aquellas leyes tenían, que por la mayor parte (por liviano que fuese el delito, como hemos dicho) era la pena de muerte, se puede decir que eran leyes de bárbaros; empero considerado bien el provecho que de aquel mismo rigor se le seguía a la república, se podrá decir que eran leyes con tanta severidad, y de amar los hombres naturalmente la vida y aborrecer la muerte, venían a aborrecer el delito que la causaba; y de aquí nacía que apenas se ofrecía en todo el año delito que castigar en todo el imperio del Inca; porque todo él, con ser mil y trescientas leguas de largo, y haber tanta variedad de naciones y lenguas, se gobernaba por unas mismas leyes y ordenanzas, como si no fuera más de sola una casa; valía también mucho para que aquellas leyes las guardasen con amor y respeto, que las tenían por divinas; porque como en su vana creencia tenían a sus reyes por hijos del Sol, y al Sol por su dios, tenían por mandamiento divino cualquiera común mandamiento del rey, cuando más las leyes particulares que hacía para el bien común. Y así decían ellos que el Sol las mandaba hacer, y las revelaba a su hijo el Inca; y de aquí nacía tenerse por sacrilegio y anatema el quebrantador de la ley, aunque no se supiese su delito; y acaeció muchas veces que los tales delincuentes, acusados de su propia conciencia, venían a publicar ante la justicia sus ocultos pecados; porque demás de creer que su ánima se condenaba, creían por muy averiguado que por su causa y por su pecado venían los males a la república, como enfermedades, muertes y malos años, y otra cualquiera desgracia común o particular; y decían que querían aplacar a su dios con su muerte, para que por su pecado no enviase más males al mundo; y destas confesiones públicas entiendo que ha nacido el querer afirmar los españoles historiadores que confesaban los indios del Perú en secreto, como hacemos los cristianos, y que tenían confesores diputados; lo cual es relación falsa de los indios, que lo dicen por adular los españoles y congraciarse con ellos, respondiendo a las preguntas que les hacen conforme al gusto que sienten en el que les pregunta, y no conforme a la verdad: que cierto no hubo confesiones secretas en los indios (hablo de los del Perú, y no me entremeto en otras naciones, reinos o provincias que no conozco), sino las confesiones públicas que hemos dicho, pidiendo castigo ejemplar.
No tuvieron apelaciones de un tribunal para otro en cualquier pleito que hubiese civil o criminal, porque no pudiendo arbitrar el juez, se ejecutaba llanamente en la primera sentencia la ley que trataba de aquel caso, y se fenecía el pleito; aunque según el gobierno de aquellos reyes y la vivienda de sus vasallos, pocos casos civiles se les ofrecían sobre qué pleitar. En cada pueblo había juez para los casos que allí se ofreciesen; el cual era obligado a ejecutar la ley, en oyendo las partes, dentro de cinco días. Si se ofrecía algún caso de más calidad o atrocidad que los ordinarios, que requiriese juez superior, iban al pueblo metrópoli de la tal provincia, y allí lo sentenciaban; que en cada cabeza de provincia había gobernador superior para todo lo que se ofreciese, porque ningún pleitante saliese de su pueblo o de su provincia a pedir justicia. Porque los reyes Incas entendieron bien que a los pobres, por su pobreza, no les estaba bien seguir su justicia fuera de su tierra ni en muchos tribunales, por los gastos que se hacen y molestias que se padecen, que muchas veces monta más esto que lo que van a pedir; por lo cual dejan perecer su justicia, principalmente si pleitan contra ricos y poderosos, los cuales con su pujanza ahogan la justicia de los pobres. Pues queriendo aquellos príncipes remediar estos inconvenientes, no dieron lugar a que los jueces arbitrasen, ni hubiese muchos tribunales, ni los pleitantes saliesen de sus provincias. De las sentencias que los jueces ordinarios daban en lo pleitos hacían relación cada luna a otros jueces superiores, y aquéllos a otros más superiores, que los había en la corte de muchos grados, conforme a la calidad y gravedad de los negocios; porque en todos los ministerios de la república había orden de menores a mayores, hasta los supremos, que eran los presidentes o visorreyes de las cuatro partes del imperio. La relación era para que viesen si se había administrado recta justicia, porque los jueces inferiores no se descuidasen de hacerla; y no la habiendo hecho, eran castigados rigurosamente. Esto era como residencia secreta que les tomaban cada mes. La manera de dar estos avisos al Inca y a los de su consejo supremo era por ñudos, dados en cordoncillos de diversos colores, que por ellos se entendían como por cifras, porque los ñudos de tales y tales colores decían los delitos que se habían castigado, y ciertos hilillos de diferentes colores, que iban asidos a los cordones más gruesos, decían la pena que se había dado y la ley que se había ejecutado; y desta manera se entendían, porque no tuvieron letras; y adelante haremos capítulo aparte, donde se dará más larga relación de la manera del contar que tuvieron por estos ñudos, que cierto muchas veces ha causado admiración a los españoles ver que los mayores contadores dellos se yerren en su aritmética, y que los indios estén tan ciertos en las suyas de particiones y compañías, que cuanto más dificultosa, tanto más fáciles se muestran; porque los que las manejan no entienden en otra cosa de día y de noche, y así están diestrísimos en ella.
Si se levantaba alguna disensión entre dos reinos y provincias sobre términos o sobre los pastos, enviaba el Inca un juez de los de la sangre real, que habiéndose informado, y visto por sus ojos lo que a ambas partes convenía, procurarse concertarlas, y el concierto que se hiciese diese por sentencia, en nombre del Inca, que quedase por ley inviolable, como pronunciada por el mismo rey. Cuando el juez no podía concertar las partes, daba relación al Inca de lo que había hecho, con aviso de lo que convenía a cada una de las partes, y de lo que ellas dificultaban, con lo cual daba el Inca sentencia hecha ley, y cuando no le satisfacía la relación del juez, mandaba se suspendiese el pleito hasta la primera visita que hiciese de aquel distrito, para que habiéndolo visto por sus ojos, lo sentenciase él mismo. Esto tenían los vasallos por grandísima merced y favor del Inca.

CAPÍTULO VIII
LA DESCRIPCIÓN DEL TEMPLO DEL SOL Y SUS GRANDES RIQUEZAS

Uno de los principales ídolos que los reyes Incas y sus vasallos tuvieron fue la imperial ciudad del Cozco, que la adoraban los indios como a cosa sagrada, por haberla fundado el primer Inca Manco Cápac, y por las innumerables victorias que ella tuvo en las conquistas que hizo, y porque era casa y corte de los Incas sus dioses. De tal manera era su adoración, que aun en cosas muy menudas la demostraban; que si dos indios de igual condición se topaban en los caminos, el uno que fuese del Cozco y el otro que viniese a él, el que iba era respetado y acatado del que venía, como superior del inferior, sólo por haber estado e ir de la ciudad, cuanto más si era vecino della, y mucho más si era natural. Lo mismo era en las semillas y legumbres, o cualquiera otra cosa que llevasen del Cozco a otras partes; que aunque en la calidad no se aventajase, sólo por ser de aquella ciudad era más estimada que las de otras regiones y provincias. De aquí se sacará lo que habría en cosas mayores. Por tenerla en esta veneración la ennoblecieron aquellos reyes lo más que pudieron con edificios suntuosos y casas reales, que muchos dellos hicieron para sí, como en la descripción della diremos que algunas de las casas; entre las cuales, y en la que más se esmeraron, fue la Casa y Templo del Sol, que la adornaron de increíbles las grandezas de aquella casa, que no me atreviera yo a escribirlas si no las hubieran escrito todos los españoles historiadores del Perú; ni lo que ellos dicen, ni lo que yo diré, alcanza a significar las que fueron. Atribuyen el edificio de aquel templo al rey Inca Yupanqui, abuelo de Huayna Cápac, no porque él lo fundase, que desde el primer Inca quedó fundado, sino porque lo acabó de ordenar y poner en la riqueza y majestad que los españoles lo hallaron.
Viniendo, pues, a la traza del templo, es de saber que el aposento del Sol era lo que agora es la iglesia del divino Santo Domingo, que por no tener la precisa anchura y largura suya, no la pongo aquí; la piedra, en cuanto su tamaño, vive hoy. Es labrada de cantería llana, muy prima y pulida.
El altar mayor (digámoslo así para darnos a entender, aunque aquellos indios no supiesen hacer altar) estaba al Oriente. La techumbre era de madera muy alta, porque tuviese mucha corriente; la cubija fue de paja, porque no alcanzaron a hacer teja. Todas las cuatro paredes del templo estaban cubiertas de arriba abajo de planchas y tablones de oro. En el testero, que llamamos altar mayor, tenían puesta la figura del Sol, hecha de una plancha de oro, al doble más gruesa que las otras planchas que cubrían las paredes. La figura estaba hecha con su rostro en redondo, y con sus rayos y llamas de fuego, todo de una pieza, ni más ni menos que la pintan los pintores. Era tan grande, que tomaba todo el testero del templo de pared a pared. No tuvieron los Incas otros ídolos suyos ni ajenos con la imagen del Sol en aquel templo ni otro alguno, porque no adoraban otros sino al Sol, aunque no falta quien diga lo contrario.
Esta figura del Sol cupo en suerte, cuando los españoles entraron en aquella ciudad, a un hombre noble, conquistador de los primeros, llamado Mancio Sierra de Leguizamón, que yo conocí y dejé vivo cuando me vine a España, gran jugador de todos los juegos, que con ser tan grande la imagen la jugó y perdió en una noche. De donde podremos decir, siguiendo al padre M. Acosta, que nació el refrán que dice: “Juega el sol antes que amanezca”. Después el tiempo adelante, viendo el cabildo de aquella ciudad cuán perdido andaba este su hijo por el juego, por apartarlo dél lo eligió un año por alcalde ordinario. El cual acudió al servicio de su patria con tanto cuidado y diligencia (porque tenía muy buenas partes de caballero), que todo aquel año no tomó naipe en la mano. La ciudad, viendo esto, le ocupó otro año, y otros muchos en oficios públicos. Mancio Sierra, con la ocupación ordinaria, olvidó el juego, y lo aborreció para siempre, acordándose de los muchos trabajos y necesidades en que cada día se ponía. Donde se ve claro cuánto ayude la ociosidad al vicio, y cuán de provecho sea la ocupación a la virtud. Volviendo a nuestra historia, decimos que por sola aquella pieza que cupo de parte de un español, se podrá sacar el tesoro que en aquella ciudad y su templo hallaron los españoles. A un lado y a otro de la imagen del Sol estaban los cuerpos de los reyes muertos puestos por su antigüedad como hijos de ese Sol, embalsamados que (no se sabe cómo) parecían estar vivos; estaban asentados en sus sillas de oro, puestas sobre los tablones de oro en que solían asentarse. Tenían los rostros hacia el pueblo; sólo Huayna Cápac se aventajaba de los de más, que estaba puesto delante de la figura del Sol, vuelto el rostro hacia él, como hijo más querido y amado, por haberse aventajado de los demás; pues mereció que en vida le adorasen por dios por las virtudes y ornamentos reales que mostró desde muy mozo. Estos cuerpos escondieron los indios con el demás tesoro, que los más dellos no han parecido hasta hoy. El año 1559, el licenciado Polo descubrió cinco dellos, tres de reyes y dos de reinas. La puerta principal del templo miraba al Norte, como hoy está, sin la cual había otras menores para servicio del templo. Todas éstas estaban aforradas con planchas de oro en forma de portada. Por defuera del templo, por lo alto de las paredes del templo, corría una azanefa de oro de un tablón de más de una vara en ancho en forma de corona que abrazaba todo el templo.

CAPÍTULO IX
DEL CLAUSTRO DEL TEMPLO, Y LA DE LOS APOSENTOS DE LA LUNA Y ESTRELLAS, TRUENO Y RELÁMPAGO, Y ARCO DEL CIELO

Pasado el templo, había un claustro de cuatro lienzos; el uno dellos era el lienzo del templo. Por todo lo alto del claustro había una azanefa de un tablón de oro de más de una vara en ancho, que servía de corona al claustro; en lugar della mandaron poner los españoles, en memoria de la pasada, otra azanefa blanca de yeso, del anchor de la de oro; yo la dejé viva en las paredes que estaban en pie y no se había derribado. Alrededor del claustro había cinco cuadras o aposentos grandes, cuadrados cada uno de por sí, no trabado con otros, cubiertos en forma de pirámide, de los cuales se hacía los otros tres lienzos del claustro.
La una cuadra de aquéllas estaba dedicada para aposento de la Luna, mujer del Sol, y era la que estaba más cerca de la capilla mayor del templo; toda ella y sus puertas estaban aforradas con tablones de plata, porque por el color blanco viesen que era aposento de la Luna; teníanla puesta su imagen y retrato como al Sol, hecho y pintado un rostro de mujer en un tablón de plata. Entraban en aquel aposento a visitar la Luna y a encomendarse a ella, porque la tenían por hermana y mujer del Sol, y madre de los Incas y de toda su generación; y así la llamaban Mamacullia, que es Madre Luna: no le ofrecían sacrificios como el Sol. A una mano y a la otra de la figura de la Luna estaban los cuerpos de las reinas difuntas, puestas por su orden y antigüedad. Mama Oclla, madre de Huayna Cápac, estaba delante de la Luna, rostro a rostro con ella, y aventajada de las demás por haber sido madre de tal hijo.
Otro aposento de aquellos, el más cercano a la Luna, estaba dedicado al lucero Venus, y a las Siete Cabrillas, y a todas las demás estrellas en común. A la estrella Venus llamaban Chasca, que quiere decir de cabellos largos y crespos; honrábanla porque decían que era paje del Sol, que andaba más cerca dél, unas veces delante, y otras veces en pos. A las Siete Cabrillas respetaban por la extrañeza de su apostura y conformidad de su tamaño. A las estrellas tenían por criadas de la Luna, y así les dieron el aposento cerca del de su señora, porque estuviesen más a mano para el servicio della, porque decían que las estrellas andan en el cielo con la Luna como criadas suyas, y no con el Sol, porque las ven de noche, y no de día.
Este aposento estaba entapizado de plata también como el de la Luna, y la portada era de plata; tenia todo lo alto del techo sembrado de estrellas grandes y chicas, a semejanza del cielo estrellado. El otro aposento junto al de las estrellas era dedicado al relámpago, trueno y rayo: estas tres cosas nombraban y comprendían debajo deste nombre Illapa, y con el verbo que le juntaban distinguían las significaciones del nombre, que diciendo viste la Illapa, entendían por el relámpago; si decían oíste la Illapa, entendían por el trueno, y cuando decían la Illapa cayó en tal parte, o hizo tal daño, entendían por el rayo.
No los adoraron por dioses, mas de respetarlos por criados del Sol. Lo mismo sintieron dellos que la gentilidad antigua sintió del rayo, que la tuvo por instrumento y armas de su dios Júpiter. Por lo cual los Incas dieron aposento al relámpago, trueno y rayo en la casa del Sol como a criados suyos, y estaba todo él guarnecido de oro. No dieron estatua ni pintura al trueno, relámpago y rayo, porque no pudiendo retratarlos al natural (que siempre lo procuraban de imágenes), los respetaban con el nombre de Illapa, cuya trina significación no han alcanzado hasta ahora los historiadores españoles, que ellos hubieran hecho dél un dios trino y uno, dándoselo a los indios, asemejando su idolatría a nuestra santa religión; que en otras cosas de menos apariencia y color han hecho trinidades, componiendo nuevos nombres en el lenguaje, no habiéndolas imaginado los indios. Yo escribo, como otras veces he dicho, lo que mamé en la leche y vi y oí a mis mayores; y a acerca del trueno queda atrás dicho lo que más tuvieron.
Otro aposento (que era el cuarto) dedicaron al arco del cielo; porque alcanzaron que procedía del Sol, y por ende lo tomaron los reyes Incas por divisa y blasón, porque se jactaban descender del Sol. Este aposento estaba todo guarnecido de oro. En un lienzo dél sobre las planchas de oro tenían pintado muy al natural el arco del cielo, tan grande que tomaba de una pared a otra con todos sus colores al vivo; llamaban al arco Chuycu, y con tenerle en esta veneración, cuando le veían en el aire cerraban la boca y ponían la mano delante, porque decían que si le descubrían los dientes los gastaba y empodrecía. Esta simplicidad tenían entre otras sin dar razón para ello. El quinto y último aposento estaba dedicado para el sumo sacerdote y para los demás sacerdotes que asistían al servicio del templo, que todos habían de ser Incas de la sangre real. Éstos tenían aquel aposento, no para dormir ni comer en él, sino que era sala de audiencia para ordenar los sacrificios que se habían de hacer, y para todo lo demás que conviniese al servicio del templo. Estaba este aposento también, como los demás, guarnecido con oro de alto abajo.

CAPÍTULO X
DEL FAMOSO TEMPLO DE TITICACA, Y DE SUS FÁBULAS Y ALEGORÍAS

Entre otros templos famosos que en el Perú había dedicados al Sol, que en ornamento y riqueza de oro y plata podían competir con el del Cozco, hubo uno en la isla llamada Titicaca, que quiere decir sierra de plomo; es compuesto de Titi, que es plomo, y de Caca, que es sierra; hanse de pronunciar ambas sílabas Caca en lo interior de la garganta, porque pronunciadas como suenan las letras españolas quiere decir tío, hermano de madre. El lago llamado Titicaca, donde está la isla, tomó el mismo nombre della, la cual está de tierra firme poco más de dos tiros de arcabuz; tiene de circuito de cinco a seis mil pasos, donde dicen los Incas que el Sol puso aquellos sus dos hijos, varón y mujer, cuando los envió a la tierra para que doctrinasen y enseñasen la vida humana a la gente barbarísima que entonces había en aquella tierra. A esta fábula añaden otra de siglos más antiguos. Dicen que después del diluvio vieron los rayos del Sol en aquella isla y en aquel gran lago primero que en otra parte alguna. El cual tiene por partes setenta y ochenta brazas de fondo, y ochenta leguas de contorno. De sus propiedades, y causas por que no admita barcos que anden encima de sus aguas, escribía el padre Blas Valera, en lo cual yo no me entremeto, porque dice que tiene mucha piedra imán.
El primer Inca Manco Cápac, favorecido desta fábula antigua y de su buen ingenio, inventiva y sagacidad, viendo que los indios la creían y tenían el lago y la isla por lugar sagrado, compuso la segunda fábula, diciendo que él y su mujer eran hijos del Sol, y que su padre los había puesto en aquella isla para que de allí fuesen por toda la tierra doctrinando aquellas gentes, como al principio desta historia se dijo largamente. Los Incas amautas, que eran los filósofos y sabios de su república, reducían la primera fábula a la segunda, dándosela por pronóstico o profesía, si así se puede decir. Decían que el haber echado el Sol en aquella isla sus primeros rayos para alumbrar el mundo, había sido señal y promesa de que en el mismo lugar pondría sus dos primeros hijos para que enseñasen y alumbrasen aquellas gentes, sacándolas de las bestialidades en que vivían, como lo habían hecho después aquellos reyes. Con estas invenciones y otras semejantes, hechas en su favor, hicieron los Incas creer a los demás indios que eran hijos del Sol, y con sus muchos beneficios lo confirmaron. Por estas dos fábulas tuvieron los Incas, y todos lo de su imperio, aquella isla por lugar sagrado, y así mandaron hacer en ella un riquísimo templo, todo aforrado con tablones de oro, dedicado al Sol, donde universalmente todas las provincias sujetas al Inca ofrecían cada año mucho oro y plata, y piedras preciosas, en hacinamiento de gracias al Sol por los dos beneficios que en aquel lugar les había hecho. Aquel templo tenía el mismo servicio que el templo del Cozco. De las ofrendas de oro y plata había tanta cantidad amontonada en la isla, fuera de lo que para el servicio del templo estaba labrado, que lo que dicen los indios acerca de esto más es para admirar que para lo creer. El padre Blas Valera, hablando de la riqueza de aquel templo, y de lo mucho que fuera dél había sobrado y amontonado, dice que los indios trasplantados (que llaman Mitmac), que viven en Capacavano, le certificaron que era tanto lo que había sobrado de oro y plata, que pudieran hacer dello otro templo desde los fundamentos hasta la cumbre, sin mezcla de otro material; y que luego que los indios supieron la entrada de los españoles en aquella tierra, y que iban tomando para sí cuanta riqueza hallaban, la echaron toda aquella a aquel gran lago.
Otro cuento semejante se me ofrece, y es que en valle de Orcos, que está seis leguas al sur del Cozco, hay una laguna pequeña que tiene menos de media legua de circuito; empero muy honda, y rodeada de cerros altos. Es fama que los indios echaron en ella mucho tesoro de lo que había en el Cozco, luego que supieron la ida de los españoles; y que entre otras riquezas echaron la cadena de oro que Huayna Cápac mandó hacer, de la cual diremos en su lugar; doce o trece españoles moradores del Cozco, no de los vecinos que tienen indios, sino de los mercaderes y tratantes, movidos de esta fama hicieron compañía a pérdida o ganancia para desaguar aquella laguna y gozar de su tesoro. Sondáronla y hallaron que tenía veinte y tres o veinte y cuatro brazas de agua, sin el cieno, que era mucho. Acordaron hacer una mina por parte del oriente de la laguna, por do pasa el río llamado Yucay; porque por aquella parte está la tierra más baja que el suelo de la laguna, y por las otras partes no podían desaguarla porque está rodeada de sierras; no abrieron el desaguadero a tajo abierto desde lo alto (que quizá les fuera mejor) por parecerles más barato entrar por debajo de tierra con el socavón. Empezaron su obra el año de mil quinientos y cincuenta y siete, con grandes esperanzas de haber el tesoro, y entrados ya más de cincuenta pasos por el cerro adelante, toparon con una peña; pedernal, y porfiando con ella, vieron que sacaban más fuego que piedra, por lo cual, gastados muchos ducados de su caudal, perdieron sus esperanzas y dejaron la empresa. Yo entré por la cueva dos o tres veces cuando andaban en la obra. Así que hay fama pública como la tuvieron aquellos españoles de haber escondido los indios infinito tesoro en lagos, cuevas y en montañas, sin que haya esperanza de que se pueda cobrar.

CAPÍTULO XI
LA CASA DE LAS VÍRGENES DEDICADAS AL SOL

Tuvieron los reyes Incas, en su gentilidad y vana religión, cosas grandes dignas de mucha consideración, y una dellas fue la profesión de perpetua virginidad que las mujeres guardaban en muchas casas de recogimiento, que para ellas en muchas provincias de sus impero edificaron; y para que se entienda qué mujeres eran éstas, a quién se dedicaban, y en qué se ejercitaban, lo diremos cómo ello era; porque los historiadores españoles que desta tratan pasan por ello conforme al refrán que dice: “Como gato por brasas”. Diremos particularmente de la casa que había en el Cozco, a cuya semejanza se hicieron después las que hubo en todo el Perú.
Es así que un barrio de los de aquella ciudad se llamaba Acllahuaci, quiere decir casa de escogidas; el barrio es el que está entre las dos calles que salen de la plaza mayor y van al convento de Santo Domingo, que solía ser Casa del Sol. La una de las calles es la que sale del rincón de la plaza, a mano izquierda de la iglesia mayor, y va Norte Sur. Cuando yo salí de aquella ciudad el año de mil y quinientos y sesenta, era esta calle la principal de los Mercaderes. La otra calle es la que sale del medio de la plaza donde dejé la cárcel, y va derecha al mismo convento dominico, también Norte Sur. La frente de la casa salía a la plaza mayor, entre las dos calles dichas, y las espaldas della llegaban a la calle que las atraviesa de oriente a poniente; de manera que estaba dicha isla entre la plaza y las tres calles; quedaba entre ella y el Templo del Sol otra isla grandísima de casas, y una plaza grande que hay delate del templo. De donde se ve claro la falta de relación verdadera que tuvieron los historiadores, que dicen que las vírgenes estaban en el Templo del Sol, y que eran sacerdotisas, y que ayudaban a los sacerdotes en los sacrificios, habiendo tanta distancia de la una casa a la otra, y siendo la principal intención de aquellos reyes Incas que en ésta de las monjas no entrasen hombres, ni en la del Sol mujeres. Llamábase Casa de Escogidas, porque las escogían o por linaje, o por hermosura. Habían de ser vírgenes, y para seguridad de que lo eran las escogían de ocho años abajo.
Y porque las vírgenes de aquella casa del Cozco eran dedicadas para mujeres del Sol, habían de ser de su misma sangre, quiero decir hijas de los Incas, así del rey como de sus deudos, los legítimos y limpios de sangre ajena; porque de las mezcladas con sangre ajena, que llamamos bastardas, no podían entrar en esta casa del Cozco, de la cual vamos hablando; y la razón desto decían que como no se sufría dar al Sol mujer corrupta, sino virgen, así tampoco era lícito darle la bastarda con mezcla de sangre ajena. Porque habiendo de tener hijos del Sol como ellos imaginaban, no era razón que fueran bastardos mezclados de sangre divina y humana. Por tanto, habían de ser legítimas de la sangre real, que era la misma del Sol. Había de ordinario más de mil y quinientas monjas, y no había tasa de las que podían ser.
Dentro, en la casa, había mujeres mayores de edad que vivían en la misma profesión, envejecidas en ella; que habían entrado con las mismas condiciones, y por ser ya viejas, y por el oficio que hacían, las llamaban Mamacuna, que, interpretándolo superficialmente, bastaría decir matrona; empero, para darle toda su significación, quiere decir mujer que tiene cuidado de hacer oficio de madre, porque es compuesto de mama, que es madre, y desta partícula cuna, que por sí no significa nada, y en composición significa lo que hemos dicho, sin otras muchas significaciones, según las diversas composiciones que recibe. Hacíales bien el nombre, porque unas hacían oficio de abadesas, otras de maestras de novicias para enseñarlas, así en el culto divino de su idolatría, como en las cosas que hacían de manos para su ejercicio, como hilar, tejer, coser. Otras eran porteras, otras provisoras de la casa para pedir lo que habían menester, lo cual se les proveía abundantísmamente de la hacienda dél porque eran mujeres suyas.
CAPÍTULO XII
LOS ESTATUTOS Y EJERCICIOS DE LA VÍRGENES ESCOGIDAS

Vivían en perpetua clausura hasta acabar la vida con guarda de perpetua virginidad; no tenían locutorio ni torno, ni otra parte alguna por donde pudiesen hablar ni ver hombres ni mujer, sino eran ellas mismas unas con otras; porque decían que las mujeres del Sol no habían de ser tan comunes que las viese nadie; y esta clausura era tan grande, que aun el propio Inca no quería gozar del privilegio que como rey podía tener de las ver y hablar, porque nadie se atreviese a pedir semejante privilegio. Sola la Coya, que es la reina y sus hijas, tenían licencia de entrar en la casa y hablar con las encerradas así mozas como viejas.
Con la reina y sus hijas enviaba el Inca a las visitar, y saber cómo estaban, y qué habían menester. Esta casa alcancé yo a ver entera de sus edificios, que sólo ella y la del Sol, que eran barrios, y otros cuatro galpones grandes que habían sido casas de los reyes Incas, respetaron los indios en su general levantamiento contra los españoles, que no las quemaron (como quemaron todo lo demás de la ciudad) porque la una había sido casa del Sol su dios, y la otra casa de sus mujeres, y las otras de sus reyes. Tenían entre otras grandezas de su edificio una calleja angosta, capaz de dos personas, la cual atravesaba toda la casa. Tenía la calleja muchos apartados a una mano y a otra, donde había oficinas de la casa, donde trabajaban las mujeres de servicio. A cada puerta de aquéllas había porteras de mucho recaudo; en el último apartado, al fin de la calleja, estaban las mujeres del Sol, donde no entraba nadie. Tenía la casa su puerta principal, como las que acá llaman puerta reglar, la cual no se abría sino para la reina y para recibir las que entraban para ser monjas.
Al principio de la calleja, que era la puerta del servicio de la casa, había veinte porteros de ordinario para llevar y traer hasta la segunda puerta lo que en la casa hubiese de entrar y salir. Los porteros no podían pasar de la segunda puerta, so pena de la vida, aunque se lo mandasen de allá dentro, ni nadie lo podía mandar so la misma pena.
Tenían para servicio de las monjas y de la casa quinientas mozas, las cuales también habían de ser doncellas hijas de los Incas del privilegio que el primer Inca dio a los que redujo a su servicio, no de los de la casa real, porque no entraban para mujeres del Sol sino para criadas. No querían que fuesen hijas de alienígenas, sino hijas de Incas, aunque de privilegio. Las cuales mozas también tenían sus mamacunas de la misma casta, y doncellas que les ordenaban lo que debían hacer. Y estas mamacunas no eran sino las que envejecían en la casa, que llegadas a tal edad les daban el nombre y la administración, como diciéndoles: ya podéis ser madres y gobernar la casa. En el repartimiento que los españoles hicieron para sus moradas de las casas reales de la ciudad del Cozco cuando la ganaron, cupo la mitad deste convento a Pedro del Barco, de quien adelante haremos mención; fue la parte de las oficinas, y la otra mitad cupo al licenciado de la Gama, que yo alcancé en mis niñeces; y después fue de Diego Ortiz de Guzmán, caballero natural de Sevilla, que yo conocí y dejé vivo cuando vine a España.
El principal ejercicio que las mujeres del Sol hacían era hilar y tejer y hacer todo lo que el Inca traía sobre su persona, de vestido y tocado, y también para la Coya, su mujer legítima. Labraban asimismo toda la ropa finísima que ofrecían al Sol en sacrificio; lo que el Inca traía en la cabeza era una trenza llamada Llautu, ancha como el dedo merguerite y muy gruesa, que venía a ser casa cuadrada, que daba cuatro o cinco vueltas a la cabeza, y la borla colorada, que le tomaba de una sien a otra.
El vestido era una camiseta que descendía hasta las rodillas, que llaman Uncu. Los españoles le llaman Cusma; no es del general lenguaje, sino vocablo intruso de alguna provincia particular. Traía una manta cuadrada de dos piernas en lugar de capa, que llaman Yacolla. Hacían asimismo estas monjas para el Inca unas bolsas que son cuadradas, de una cuarta en cuadro; tráenlas debajo del brazo asida a una trenza muy labrada de dos dedos de ancho, puesta como tahalí del hombro izquierdo al costado derecho. A esas bolsas llaman Chuspa; servían solamente de traer la yerba llamada Cuca, que los indios comen, la cual entonces no era tan común como ahora, porque no la comía sino el Inca y sus parientes, y algunos curacas, a quien el rey, por mucho favor y merced, enviaba algunos cestos della por año.
También hacían unas borlas pequeñas de dos colores, amarillo y colorado, llamado Paycha, asidas a una trenza delgada de una braza en largo, las cuales no eran para el Inca, sino para los de su sangre real; traíanlas sobre su cabeza, caían las borlas sobre la sien derecha.

CAPÍTULO XIII
NUEVAS PROVINCIAS QUE EL INCA SUJETA, Y UNA ACEQUIA PARA REGAR LOS PASTOS

El Inca Páhuac Mayta y sus tíos, habiendo dado fin a su jornada y dejado los gobernadores y ministros necesarios para instruir los nuevos vasallos, se volvieron al Cozco, donde fueron recibidos del Inca con muchas fiestas y grandes favores y mercedes, cuales convenían a tan gran conquista como la que hicieron, con la cual acrecentó el Inca Viracocha su imperio hasta los términos posibles, porque al Oriente llegaba hasta el pie de la gran Cordillera y Sierra Nevada, y al Poniente hasta la mar, y al Mediodía hasta la última provincia de los chancas, más de doscientas leguas de la ciudad; y por estas tres partes ya no había qué conquistar, porque por la una parte le atajaba la mar, y por la otra las nieves y grandes montañas de los Antis; y al Sur le atajaban los desiertos que hay entre el Perú y el reino de Chili. Mas con todo esto, como el reinar sea insaciable, le nacieron nuevos cuidados de la parte de Chinchasuyu, que es al Norte; deseó aumentar su imperio lo que pudiese por aquella banda; y habiéndolo comunicado con los de su consejo, mandó levantar treinta mil hombres de guerra, y eligió seis Incas de los más experimentados que fuesen con él. Proveído de todo lo necesario, salió con su ejército por el camino de Chinchasuyu, dejando por gobernador de la ciudad a su hermano el Inca Páhuac Mayta. Llegó a la privincia Antahuylla, que es de la nación Chaca; la cual, por la traición que hicieron al Inca Yáhuar Huácac al rebelarse contra él, fue llamada traidora por sobrenombre; y dura este apellido entre los indios hasta hoy, que jamás dicen Chanca que no añaden Auca, que quiere decir traidor. También significa tirano, alevoso, fementido, y todo lo demás que puede pertenecer a la tiranía y alevosía todo lo contiene este adjetivo Auca; también significa guerrear y dar batalla, porque se vea cuánto comprende el lenguaje común del Perú con una palabra sola.
Con la fiesta y regocijo que como gente afligida pudieron hacer los chacas, fue recibido el Inca Viracocha. El cual se mostró muy afable con todos ellos, y a los más principales regaló, así con palabras como con dádivas que les dio de vestido y otras presas, porque perdieron el temor del delito pasado, que como no había sido el castigo conforme a la maldad, temían si había de llegar entonces o después. El Inca, demás del común favor que a todos hizo, visitó las provincias todas; proveyó en ellas lo que le pareció convenir. Hecho esto, recogió el ejército, que estaba alojado en diversas provincias. Caminó a las que estaban por sujetar. La más cercana, llamada Huaytara, grande y muy poblada de gente rica y belicosa, y que había sido del bando de los rebelados. La cual se rindió luego que el Inca Viracocha envió sus mensajeros, mandándoles que le obedeciesen; y así salieron con mucha humildad a recibirle por señor, porque estaban escarmentados de la batalla de Yahuarpampa. El Inca los recibió con mucha afabilidad, y les mandó decir que viviesen quietos y pacíficos, que era lo que más les convenía.
De allí pasó a otra provincia llamada Pocra, por otro nombre Huamanca, y a otras que se dicen Asancaru, Parco, Picuy y Acos, las cuales todas se dieron con mucha facilidad, y holgaron ser de su imperio, porque el Inca Viracocha era deseado en todas partes por las maravillas que habían hecho. Habiéndolas ganado, despidió el ejército. Ordenó lo que al beneficio común de los vasallos convenía, y entre otras cosas que mandó hacer, fue sacar una acequia de agua de más de doce pies de hueco que corría más de ciento y veinte leguas de largo; empezaba de lo alto de las sierras que hay entre Parcu y Picuy, de unas hermosas fuentes que allí nacen, que parecen caudalosos ríos. Y corría el acequia hacia los Rucanas, servía de regar los pastos que hay por aquellas despoblados, que tienen diez y ocho leguas de travesía, y de largo toman casi todo el Perú.
Otra acequia semejante atraviesa casi todo Cuntisuyu, y corre del Sur al Norte más de ciento y cincuenta leguas por lo alto de las sierras más altas que hay en aquellas provincias, y sale a los quechuas, y sirve o servía solamente para regar los pastos cuando el otoño detenía sus aguas. Destas acequias para regar los pastos hay muchas en todo el imperio que los Incas gobernaron; es obra digna de la grandeza y gobierno de tales príncipes. Puédese igualar estas acequias a las mayores obras que en el mundo ha habido, y darles el primer lugar, consideradas las sierras altísimas por donde las llevaban, las peñas grandísimas que rompían sin instrumentos de acero, ni hierro, sino que con unas piedras quebrantaban otras a pura fuerza de brazos, y que no supieron hacer cimbras para sobre ellas armar arcos y puentes con que atajar las quebradas y los arroyos. Si algún arroyo hondo se le atravesaba, iban a descabezarlo hasta su nacimiento, rodeando las sierras todas que se le ofrecían por delante. Las acequias eran de diez o doce pies de hueco por la parte de la sierra a que iban arrimadas. Rompían la misma sierra para el paso del agua, y por la parte de afuera les ponían grandes losas de piedras labradas por todas sus seis partes de vara y media, y de dos varas de largo, y más de vara de alto, las cuales iban puestas a la hila, pegadas unas a otras, y fortalecidas por la parte de afuera con grandes céspedes y mucha tierra arrimada a las losas, para que el ganado que atravesase de una parte a otra no desportillase la acequia.
Ésta, que viene atravesando todo el distrito llamado Cuntisuyu, vide en la provincia llamada Quechua, que es al fin del mismo distrito, y tiene todo lo que he dicho, y la miré con mucha atención; y cierto son obras tan grandes y admirables, que exceden a toda pintura y encarecimiento que dellas se pueda hacer. Los españoles, como extrenajeros, no han hecho caso de semejantes grandezas, ni para sustentarlas, sin para estimarlas, ni aun para haber hecho mención dellas en sus historias; antes parece que a sabiendas o con sobra de descuido, que es lo más cierto, han permitido que se pierdan todas. Lo mismo ha sido de las acequias que los indios tenían sacadas para regar las tierras de pan, que han dejado perder las dos tercias partes que hoy y muchos años atrás no sirven ya, sino las acequias que no pueden dejar de sustentar por la necesidad que tienen dellas. De las que se han perdido, grandes y chicas, viven todavía los rastros y señales.

CAPÍTULO XIV
LA FÁBRICA Y ORNAMENTO DE LAS CASAS REALES

El servicio y ornamento de las casas reales de los Incas, reyes que fueron del Perú, no era de menos grandeza, riqueza y majestad que todas las demás cosas magníficas que para su servicio tenían; antes parece que en algunas dellas, como se podrá notar, excedieron a todas las casas de los reyes y emperadores que hasta hoy se sabe que hayan sido en el mundo. Cuanto a lo primero, los edificios de sus casas, templos, jardines y baños, fueron en extremo pulidos, de cantería maravillosamente labrada, tan ajustadas las piedras unas con otras, que no admitían mezcla; y aunque es verdad que se la echaban, era de un barro colorado (que en su lengua llaman Lancac Allpa, pues es barro pegajoso), hecho leche, del cual barro no quedaba señal ninguna entre las piedras; por lo cual dicen los españoles que labraban sin mezcla. Otros dicen que echaban cal, y engáñanse; porque los indios del Perú no supieron hacer cal ni yeso, teja ni ladrillo.
En muchas casas reales y templos del Sol echaron plomo derretido, y plata, y oro por mezcla. Pedro de Cieza, capítulo noventa y cuatro, lo dice también, que huelgo alegar los historiadores españoles para mi abono. Echábanlo para mayor majestad, lo cual fue la principal causa de la total destrucción de aquellos edificios; porque por haber hallado estos metales en algunos dellos, los han derribado todos buscando oro y plata, que los edificios eran de suyo tan bien labrados de tan buena piedra, que duraran muchos siglos si los dejaran vivir. Pedro de Cieza, capítulo cuarenta y dos, sesenta y noventa y cuatro, dice lo mismo de los edificios, que duraran mucho si no los derribaran. Con planchas de oro chaparon los templos del Sol y los aposentos reales, donde quiera que los había; pusieron muchas figuras de hombres y mujeres, y de aves del aire y del agua, y de animales bravos, como tigres, osos, leones, zorras, perros y gatos cervales, venados, huanacus y vicuñas y de las ovejas domésticas, todo de oro y plata vaciado al natural en su figura y tamaño, y los ponían por las paredes, en los vacíos y concavidades, que yendo labrándolos dejaban para aquel afecto. Pedro de Cieza, capítulo cuarenta y cuatro, lo dice largamente.
Contrahacían yerbas y plantas de las que nacen por los muros, y las ponían por las paredes que parecía haberse nacido en ellas. Sembraban las paredes de lagartijas y mariposas, ratones y culebras grandes y chicas, que parecían andar subiendo y bajando por ellas. El Inca se sentaba de ordinario en un asiento de oro macizo que llaman Tiana. Era de una tercia en alto, sin braceras ni espaldar, con algún cóncavo para el asiento. Poníanla sobre un gran tablón cuadrado de oro. Las vasijas de todo el servicio de la casa, así de la mesa como de la botillería y cocina, chicas y grandes, todas eran de oro y plata, y las había en cada casa de depósito para cuando el rey caminase, que no las llevaban de unas partes a otras, sino que cada casa de las del Inca, así las que había por los caminos reales como las que había por las provincias, todas tenían lo necesario para cuando el Inca llegare a ellas, caminando con su ejército o visitando sus reinos. Había también en estas casas reales muchos graneros y horones, que los indios llaman Pirua, hechos de oro y plata, no para encerrar grano, sino para grandeza y majestad de la casa y del señor della.
Juntamente tenían mucha ropa de cama y de vestir siempre nueva, porque el Inca no se ponía un vestido dos veces, que luego lo daba a sus parientes. La ropa de la cama toda era de mantas y frezadas de lana de vicuña, que es tan fina y tan regalada, que entre otras cosas preciadas de aquella tierra, se la han traído para la cama del rey don Felipe segundo. Echábanlas debajo y encima. No supieron o no quisieron la invención de los colchones; y puédese afirmar que no la quisieron, pues con haberlos visto en las camas de los españoles, nunca los han querido admitir en las suyas, por parecerles demasiado regalo y curiosidad para la vida natural que ellos profesaban.
Tapices por las paredes no los usaban, porque, como se ha dicho, las entapizaban con oro y plata. La comida era abundantísima, porque se aderezaba para todos los Incas parientes que quisiesen ir a comer con el rey, y para los criados de la casa real, que eran muchos. La hora de la comida principal de los Incas y de toda la gente común era por la mañana, de las ocho a las nueve; a la noche cenaban con luz del día livianamente, y no hacían más comidas que estas dos. Fueron generalmente malos comedores; quiero decir de poco comer; en el beber fueron más viciosos; no bebían mientras comían, pero después de la comida se vengaban, porque duraba el beber hasta la noche. Esto se usaba entre los ricos, que los pobres, que era la gente común, en toda cosa tenían escasez, pero no necesidad. Acostábanse temprano y madrugaban mucho a hacer sus haciendas.

CAPÍTULO XV
CONTRAHACÍAN DE ORO Y PLATA CUANTO HABÍA PARA ADORNAR LAS CASAS REALES

En todas las casas reales tenían hechos jardines y huertos donde el Inca se recreaba. Plantaban en ellos todos los árboles hermosos y vistosos, posturas de flores y plantas olorosas y hermosas que en el reino había; a cuya semejanza contrahacían de oro y plata muchos árboles y otras matas menores al natural, con sus hojas, flores y frutas; unas que empezaban a brotar, otras a medio sazonar, otras del todo perfeccionadas en su tamaño. Entre éstas y otras grandezas hacían maizales contrahechos al natural, con sus hojas, mazorca y caña, con sus raíces y flor, y los cabellos que hecha la mazorca eran de oro, y todo lo demás de plata, soldado lo uno con lo otro. Y la misma diferencia hacían en las demás plantas, que la flor o cualquiera otra cosa que amarilleaba la contrahacían de oro, y lo demás de plata.
También había animales chicos y grandes contrahechos y vaciados de oro y plata, como eran conejos, ratones, lagartijas, culebras, mariposas, zorras, gatos monteses, que domésticos no los tuvieron. Había pájaros de todas suertes, unos puestos por los árboles, como que cantaban; otros como que estaban volando y chupando la miel de las flores. Había venados y gamos, leones y tigres, y todos los demás animales y aves que en la tierra se criaban, cada cosa puesta en su lugar como mejor contrahiciese a lo natural.
En muchas casas o en todas tenían baños con grandes tinajones de oro y plata, en que se lavaban, y caños de plata y oro, por los cuales venía el agua a los tinajones. Y donde había fuentes de agua caliente natural, también tenían baños hechos de gran majestad y riqueza. Entre otras grandezas tenían montones y rimeros de rajas de leña, contrahechos al natural de oro y plata, como que estuvieron de depósitos para gastar en el servicio de las casas.
La mayor parte destas riquezas hundieron los indios, luego que vieron los españoles deseosos de oro y plata; y de tal manera la escondieron, que nunca más ha aparecido, ni se espera que aparezca si no es que se hallen acaso, porque se entiende que los indios que hoy viven no saben los sitios do quedaron aquellos tesoros, y que sus padres y abuelos no quisieron dejarles noticias dellos porque las cosas que habían sido dedicadas para el servicio de sus reyes no querían que sirviesen a otros.

CAPÍTULO XVI
CÓMO ENTERRABAN LOS REYES: DURABAN LAS OBSEQUIAS UN AÑO

Las obsequias que hacían a los reyes Incas eran muy solemnes, aunque prolijas. El cuerpo difunto embalsamaban, que no se sabe cómo quedaban tan enteros que parecían estar vivos, como atrás dijimos de cinco cuerpos de los Incas que se hallaron año de mil y quinientos y cincuenta y nueve. Todo lo interior dellos enterraban en el templo que tenían en el pueblo que llamaron Tampu, que está el río abajo de Yucay, menos de cinco leguas de la ciudad del Cozco, donde hubo edificios muy grandes y soberbios de cantería, de los cuales Pedro de Cieza, capítulo noventa y cuatro, dice que le dijeron por muy cierto que se halló en cierta parte del palacio real o del Templo del Sol oro derretido en lugar de mezcla, con que juntamente con el betún que ellos ponen quedaban las piedras asentadas unas con otras; palabras son suyas sacadas a la letra.
Cuando moría el Inca o algún curaca de los principales, se mataban y se dejaban enterrar vivos los criados más favorecidos y las mujeres más queridas, diciendo que querían ir a servir a sus reyes y señores a la otra vida; porque como ya lo hemos dicho, tuvieron en su gentilidad que después desta vida había otra semejante a ella corporal, y no espiritual. Ofreciánse ellos mismos a la muerte, o se la tomaban por sus manos, por el amor que a sus señores tenían. Y lo que dicen algunos historiadores que los mataban para enterrarlos con sus amos o maridos, es falso; porque fuera gran inhumanidad, tiranía y escándalo que dijera que, en achaque de enviarlo con sus señores, mataban a los que tenían por odiosos. Lo cierto es que ellos mismos se ofrecían a la muerte, y muchas veces eran tantos, que los atajaban los superiores, diciéndoles que de presente bastaban los que iban, que en adelante poco a poco, como fuesen muriendo, irían a servir a sus señores.
Los cuerpos de los reyes, después de embalsamados, ponían delante de la figura del Sol en el Templo del Cozco, donde les ofrecían muchos sacrificios, como a hombres divinos que decían ser hijos de ese Sol. El primer mes de la muerte del rey le lloraban cada día con gran sentimiento y muchos alaridos todos los de la ciudad; salía a los campos cada barrio de por sí, llevaban las insignias del Inca, sus banderas, sus armas y ropa de su vestir, la que dejaban de enterrar para hacer las obsequias. En sus llantos, a grandes voces recitaban sus hazañas hechas en la guerra, y las mercedes y beneficios que había hecho a las provincias de donde eran naturales los que vivían en aquel tal barrio. Pasado el primer mes, hacían lo mismo, de quince a quince días, a cada llena y conjunción de luna; y esto duraba todo el año; al fin dél hacían su cabo de año con toda la mayor solemnidad que podían, y con los mismos llantos, para los cuales había hombres y mujeres señaladas y aventajadas en habilidad, como endechaderas, que cantando en tonos tristes y funerales decían las grandezas y virtudes del rey muerto. Lo que hemos dicho hacía la gente común de aquella ciudad, lo mismo hacían los Incas de la parentela real, pero con mucha más solemnidad y ventajas, como de príncipes a plebeyos.
Lo mismo se hacía en cada provincia de las del imperio, procurando cada señor della que por la muerte de su Inca se hiciese el mayor sentimiento que fuese posible. Con estos llantos iban a visitar los lugares donde aquel rey había parado en aquella tal provincia, en el campo, caminando, o en el pueblo para hacerles alguna merced; los cuales puestos, como se ha dicho, tenían en gran veneración; allí eran mayores sus llantos y alaridos, y en particular recitaban la gracia, merced o beneficio que en aquel tal lugar les había hecho. Y esto baste de las obsequias reales, a cuya semejanza hacían parte dellas en las provincias por sus caciques; que yo me acuerdo haber visto en mis niñeces algo dello. En una provincia de las que llaman Quechua, vi que salía gran cuadrilla al campo a llorar sus curaca; llevaban sus vestidos hechos pendones. Y los gritos que daban me despertaron a que preguntase qué era aquello, y me dijeron que eran las obsequias del cacique Huamampallpa, que así se llamaba el difunto.

CAPÍTULO XVII
POSTAS Y CORREOS, Y LOS DESPACHOS QUE LLEVABAN

Chasqui llamaban a los correos que había puestos por los caminos para llevar con brevedad los mandatos del rey, y traer las nuevas y avisos que por sus reinos y provincias, lejos o cerca, hubiese de importancia. Para lo cual tenían a cada cuarto de legua cuatro o seis indios mozos y ligeros, los cuales estaban en dos chozas para repararse de las inclemencias del cielo. Llevaban los recaudos por su vez, ya los de una choza, ya los de la otra; los unos miraban a la parte del camino, y los otros a la otra, para descubrir los mensajeros antes que llegasen a ellos, y apercibirse para tomar el recaudo, porque no se perdiese tiempo alguno. Y para esto ponían siempre las chozas en alto, y también las ponían de manera que se viesen las unas a las otras. Estaban a cuarto de legua, porque decían que aquello era lo que un indio podía correr con ligereza y aliento sin cansarse.
Llmáronlos chasqui, que quiere decir trocar, o dar y tomar, que es lo mismo, porque trocaban, daban y tomaban de uno en otro, los recaudos que llevaban. No les llamaron cacha, que quiere decir mensajeros, porque este nombre lo daban al embajador o mensajero propio que personalmente iba del un príncipe a otro, o del señor al súbito. El recaudo o mensaje que los chasquis llevaban era de palabra, porque los indios del Perú no supieron escribir. Las palabras eran pocas, muy concertadas y corrientes, porque no se trocasen, y por ser muchas no se olvidasen. El que venía con el mensaje daba voces llegando a la vista de la choza, para que se apercibiese el que había de ir, como hace el correo en tocar su bocina, para que le tengan ensillada la posta, y en llegando donde le podían entender daba su recaudo, repitiéndolo dos, y tres, y cuatro veces, hasta que lo entendía el que lo había de llevar; y si no entendía, aguardaba a que llegase y diese muy en forma su recaudo; y desta manera pasaba de uno en otro hasta donde había de llegar.
Otros recaudos llevaban, no de palabra, sino por escrito, digámoslo así, aunque hemos dicho que no tuvieron letras, las cuales eran ñudos, dados en diferentes hilos de diversos colores, que iban puestos por su orden, mas no siempre de una misma manera, sino unas veces antepuesto el un color al otro, y otras veces trocados al revés; y esta manera de recaudos eran cifras, por las cuales se entendía el Inca y sus gobernadores, para lo que había de hacer, y los ñudos y los colores de los hilos significaban el número de gente, armas, o vestidos, o bastimento, o cualquier otra cosa que se hubiese de hacer, enviar o aprestar. A estos hilos añudados llamaban los indios quipu (que quiere decir añudar, y ñudo, que sirve de nombre y verbo), por los cuales se entendían en sus cuentas. En otra parte, capítulo de por sí, diremos largamente cómo eran y de qué servían. Cuando había prisa de mensajes, añadían correos, y ponían en cada posta ocho y diez y doce indios chasquis. Tenían otra manera de dar aviso por estos correos, y era haciendo ahumadas de día de uno en otro, y llamaradas de noche. Para lo cual tenían siempre los chasquis apercibido el fuego y los hachos, y velaban perpetuamente de noche y de día por su rueda, para estar apercibidos para cualquier suceso que se ofreciese. Esta manera de aviso por los fuegos era solamente cuando había algún levantamiento y rebelión de reino o provincia grande, y hacíase para que el Inca lo supiese dentro de dos o tres horas cuando mucho (aunque fuese de quinientas o seiscientas leguas de la corte), y mandase apercibir lo necesario para cuando llegase la nueva cierta de cuál provincia o reino era el levantamiento. Éste era el oficio de los chasquis y los recaudos que llevaban.

CAPÍTULO XVIII
CONTABAN POR HILOS Y ÑUDOS: HABÍA GRAN FIDELIDAD EN LOS CONTADORES

Quipu quiere decir añudar y ñudo, y también se toma por la cuenta, porque los ñudos la daban de toda cosa. Hacían los indios hilos de diversos colores; unos eran de un color solo, otros de dos colores, otros de tres, y otros de más, porque los colores simples y los mezclados, todos tenían su significación de por sí; los hilos eran muy torcidos, de tres o cuatro liñudos, y gruesos como un huso de hierro, y largos de a tres cuartas de vara, los cuales ensartaban en otro hilo por su orden a la larga, a manera de rapcejos. Por los colores sacaban lo que se contenía en aquel tal hilo, como el oro por el amarillo, y la plata por el blanco, y por colorado a gente de guerra.
Las cosas que no tenían colores iban puestas por su orden, empezando de las de más calidad, y procediendo hasta las de menos, cada cosa en su género, como en las mieses y legumbres. Pongamos por comparación las de España; primero el trigo, luego la cebada, luego el garbanzo, haba, mijo, etc. Y así también cuando daban cuenta de las armas, primero ponían las que tenían por más nobles, como lanzas, y luego dardos, arcos y flechas, porras y hachas, hondas y las demás armas que tenían. Y hablando de los vasallos, daban cuenta de los vecinos de cada pueblo, y luego en junto los de cada provincia. En el primer hilo ponían los viejos de sesenta años arriba; en el segundo, los hombres maduros de cincuenta arriba, y el tercero contenía los de cuarenta; y así de diez a diez años, hasta los niños de teta. Por la misma orden contaban las mujeres, por las edades.
Algunos destos hilos tenían otros hilitos delgados del mismo color, como hijuelas, o excepciones de aquellas reglas generales, como digamos en el hilo de los hombres o mujeres de tal edad, que se entendían ser casados; los hilitos significaban el número de los viudos o viudas que de aquella edad había aquel año, porque esta cuentas eran anuales, y no daban razón más que de un año solo.
Los ñudos se daban por su orden de unidad, docena, centena, millar, decena de millar, y pocas veces o nunca pasaban a la centena de millar; porque como cada pueblo tenía su cuenta de por sí, y cada metrópoli la de su distrito, nunca llegaba el número destos o de aquellos a tanta cantidad que pasase al centena de millar, que en los números que hay de allí abajo tenían harto. Mas si se ofreciera haber de contar por el número centena de millar, también lo contaran, porque en su lenguaje pueden dar todos los números del guarismo como él los tiene; mas porque no había para qué usar de los números mayores, no pasaban del decena de millar. Estos números contaban por ñudos dados en aquellos hilos, cada número dividido del otro; empero los ñudos de cada número estaban dados todos juntos debajo de una vuelta, a manera de los ñudos que se dan en el cordón del bienaventurado patriarca San Francisco, y podíase hacer bien porque nunca pasaban de nueve, como no pasan de nueve las unidades y decenas, etc.
En lo más alto de los hilos ponían el número mayor, que era el decena de millar, y más bajo el millar, y así hasta la unidad. Los ñudos de cada número y de cada hilo iban parejos unos con otros, ni más ni menos que los pone un buen contador para hacer una suma grande. Estos ñudos o quipus los tenían indios de por sí a cargo, los cuales llamaban quipucamayu, quiere decir el que tiene cargo de las cuentas; y aunque en aquel tiempo había poca diferencia en los indios de buenos o malos, que según su poca malicia y el buen gobierno que tenían, todos se podían llamar buenos; con todo eso elegían para este oficio y para otro cualquiera los más aprobados y los que hubiesen dado más larga experiencia de su bondad. No se los daban por favor ajeno, porque entre aquellos indios jamás se usó favor ajeno sino el de su propia virtud. Tampoco se daban vendidos ni arrendados, porque ni supieron arrendar, ni comprar, ni vender, porque no tuvieron moneda. Trocaban unas cosas por otras, esto es, las cosas de comer y no más, que no vendían los vestidos, ni las casas, ni heredades.
Con ser los quipucamayus tan fieles y legales, como hemos dicho, habían de ser en cada pueblo conforme a los vecinos dél, que por muy pequeño que fuese el pueblo había de haber cuatro, y de allí arriba hasta veinte y treinta, y todos tenían unos mismos registros; aunque por ser los registros todos unos mismos, bastaba que hubiera un contador o escribano; querían los Incas que hubiese muchos en cada pueblo y en cada facultad, por excusar la falsedad que podía haber entre los pocos; y decían que habiendo muchos habían de ser todos en la maldad o ninguno.

CAPÍTULO XIX
LO QUE ASENTABAN EN SUS CUENTAS, Y CÓMO SE ENTENDÍAN

Éstos asentaban por sus ñudos todo el tributo que daban cada año al Inca, poniendo cada cosa por sus géneros, especies y calidades. Asentaban la gente que iba a la guerra, la que moría en ella, los que nacían y fallecían cada año por sus meses. En suma, decimos que escribían en aquellos ñudos todas las cosas que consistían en cuenta de número, hasta poner las batallas y recuentos que se daban, hasta decir cuántas embajadas habían traido al Inca, y cuántas pláticas y razonamientos había hecho el rey. Pero lo que contenía la embajada, ni las palabras del razonamiento, ni otro suceso historial, no podían decirlo por los ñudos, porque consiste en oración, ordenada de viva voz o por escrito, la cual no se puede referir por ñudos, porque el ñudo dice número, mas no la palabra. Para remedio desta falta tenían señales que mostraban los hechos historiales hazañosos, o haber habido embajada, razonamiento o plática hecha en paz o en guerra. Las cuales pláticas tomaban los indios quipucamayus de memoria, en suma, en breves palabras, y las encomendaban a la memoria, y por tradición las enseñaban a los sucesores de padres a hijos y descendientes, principal y particularmente en los pueblos o provincias donde habían pasado, y allí se conservaban más que en otra parte, porque los naturales se preciaban dellas. También usaban de otro remedio para que sus hazañas, y las embajadas que traían al Inca, y las respuestas que el Inca daba, se conservasen en la memoria de las gentes; y es que los amautas, que eran los filósofos y sabios, tenían cuidado de ponerlas en prosa, en cuentos historiales, breves como fábulas, para que por sus edades los contasen a los niños y a los mozos, y a la gente rústica del campo, para que pasando de mano en mano, de edad en edad, se conservasen en la memoria de todos. También ponían las historias en modo fabuloso, con su alegoría, como hemos dicho de algunas y adelante diremos de otras. Asimismo los haravicus, que eran los poetas, componían versos brevos y compendiosos, en los cuales encerraban la historia, o la embajada, o la respuesta del rey. En suma, decían en los versos todo lo que no podían poner en los ñudos; y aquellos versos cantaban en sus triunfos y en sus fiestas mayores, y los recitaban a los Incas noveles cuando los armaban caballeros; y desta manera guardaban la memoria de sus historias. Empero, como la experiencia lo muestra, todos eran remedios perecederos, porque las letras son las que perpetúan los hechos; mas como aquellos Incas no las alcanzaron, valiéronse de lo que pudieron inventar; y como si los ñudos fueran letras, eligieron historiadores y contadores, que llamaron quipucamayu, que es el que tiene cargo de los ñudos, para que por ellos y por los hilos, y por los colores de los hilos, y con el favor de los cuentos y de la poesía, escribiesen y retuviesen la tradición de sus hechos. Ésta fue la manera del escribir que los incas tuvieron en su república.
A estos quipucamayus acudían los curacas y los hombres nobles, en sus provincias, a saber las cosas historiales que de sus antepasados deseaban saber, o cualquier otro acaecimiento notable que hubiese pasado en aquella tal provincia; porque éstos, como escribanos y como historiadores, guardaban los registros, que eran los quipus anuales que de los sucesos dignos de memoria se hacían, y como obligados por el oficio estudiaban perpetuamente en las señales y cifras que en los ñudos había, para conservar en la memoria la tradición que de aquellos hechos famosos tenían, porque, como historiadores, habían de dar cuenta dellos cuando se la pidiesen, por el cual oficio eran reservados de tributo y de cualquiera otro servicio; y así nunca jamás soltaban los ñudos de las manos.
Por la misma orden daban cuenta de sus leyes y ordenanzas, ritos y ceremonias, que por el color del hilo y por el número de los ñudos sacaban la ley que prohibía tal o tal delito, y la pena que se daba al quebrantador della. Decían el sacrificio y ceremonia que en tales y tales fiestas se hacían al Sol. Declaraban las ordenanza y fuero que hablaba en favor de las viudas, o de los pobres o pasajeros; y así daba cuenta de todas las demás cosas tomadas de memoria por tradición. De manera que cada hilo y ñudo les traía a la memoria lo que en sí contenía, a semejanza de los mandamientos o artículos de nuestra santa fe católica y obras de misericordia, que por el número sacamos lo que debajo dél se nos manda. Así se acordaban los indios por los ñudos de las cosas que sus padres y abuelos les habían enseñado por tradición, la cual tomaban con grandísima atención y veneración, como cosas sagradas de su idolatría y leyes de sus Incas; y procuraban conservarlas en la memoria por la falta que tenían de escritura; y el indio, que no había tomado de memoria por tradición las cuentas o cualquiera otra historia que hubiese pasado entre ellos, eran ignorante en lo uno y en lo otro como el español o cualquiera otro extranjero. Yo traté los quipus y ñudos con los indios de mi padre y con otros curacas, cuando por San Juan y Navidad venían a la ciudad a pagar sus tributos. Los curacas ajenos rogaban a mi madre que me mandase les cotejase sus cuentas, porque como gente sospechosa, no se fiaban de los españoles que les tratasen verdad en aquel particular, hasta que yo les certificaba della, leyéndoles los traslados que de sus tributos me traían y cotejándolos con sus ñudos; y desta manera supe dellos tanto como los indios.

CAPÍTULO XX
LA DESCRIPCIÓN DE LA IMPERIAL CIUDAD DEL COZCO

El Inca Manco Cápac fue el fundador de la ciudad del Cozco, la cual los españoles honraron con renombre largo y y honroso, sin quitarle su propio nombre; dijéronla la gran ciudad del Cozco, cabeza de los reinos y provincias del Perú. También la llamaron la nueva Toledo; mas luego se les cayó de la memoria este segundo nombre, por la impropiedad dél; porque Cozco no tiene río que la ciña como a Toledo, ni le asemeja en el sitio, que su población empieza de la laderas y faldas de un cerro alto, y se tiende a todas partes por un llano grande y espacioso. Tiene calles anchas y largas, y plazas muy grandes, por lo cual los españoles todos en general, y los escribanos reales y los notarios en sus escrituras públicas, usan del primer título; porque Cozco e su imperio fue otra Roma en el suyo; y así se pude cotejar la una con la otra, porque se asemejan en las cosas más generosas que tuvieron. La primera y principal, en haber sido fundadas por sus primeros reyes. La segunda, en las muchas y diversas naciones que conquistaron y sujetaron a su imperio. La tercera, en las leyes tantas y tan buenas y bonísimas que ordenaron para el gobierno de sus repúblicas. La cuarta, en los varones tantos y tan excelentes que engendraron, y con sus buena doctrina urbana y militar criaron. En los cuales Roma hizo ventaja al Cozco, no por haberlos criado mejores, sino por haber sido más venturosa en haber alcanzado letras y eternizado con ellas a sus hijos, que los tuvo no menos ilustres por las ciencias que excelentes por las armas, los cuales se honraron al trocado unos a otros; éstos, haciendo hazañas en la guerra y en la paz, y aquéllos, escribiendo las unas y las otras para honra de su patria y perpetua memoria de todos ellos; no sé cuáles dellos hicieron más, si los de las armas o los de las plumas; que por ser estas facultades tan heroicas corren lanzas parejas, como se ve en el muchas veces grande Julio César, que las ejercitó ambas con tantas ventajas, que no se determina en cuál dellas fue más grande. También se duda cuál destas dos partes de varones famosos debe más a la otra, si los guerreadores a los escritores, porque escribieron sus hazañas y las eternizaron para siempre, o si los de las letras a los de las armas, porque les dieron tan grandes hechos como los de cada día hacían, para que tuvieran que escribir toda su vida. Ambas partes tienen mucho que alegar cada una en su favor; dejarlas hemos, por decir la desdicha de nuestra patria; que aunque tuvo hijos esclarecidos en armas, y de gran juicio y entendimiento, y muy hábiles y capaces para las ciencias, porque no tuvieron letras, no dejaron memoria de sus grandes hazañas y agudas sentencias; y así perecieron ellas y ellos juntamente con su república. Sólo quedaron algunos de sus hechos y dichos encomendados a una tradición, flaca y miserable enseñanza de palabra de padres a hijos, la cual también se ha perdido con la entrada de la nueva gente, y trueque de señorío y gobierno ajeno, como suele acaecer siempre que se pierden y truecan los imperios.
Yo, incitado del deseo de la conservación de las antiguallas de mi patria, esas pocas que han quedado, porque no se pierdan del todo, me dispuse al trabajo tan excesivo, como hasta aquí me ha sido y adelante me ha de ser, el escribir su antigua república hasta acabarla; y porque la ciudad del Cozco, madre y señora della, no quede olvidada en su particular, determiné dibujar en este capítulo la descripción della, sacada de la misma tradición, que como a hijo natural me cupo, y de lo que yo con propios ojos vi, diré los nombres antiguos que sus barrios tenían, que hasta el año 1560, que yo salí della, se conservaban en su antigüedad. Después acá se han trocado algunos nombres de aquellos por las iglesias parroquiales que en algunos barrios se han labrado.
El rey Manco Cápac, considerando bien las comodidades que aquel hermoso valle del Cozco tiene, el sitio llano, cercado por todas partes de sierras altas, con cuatro arroyos de agua, aunque pequeños, que riegan todo el valle, que en medio dél había una hermosísima fuente de agua salobre para hacer sal, y que la tierra era fértil y el aire sano, acordó fundar su ciudad imperial en aquel sitio, conformándose, como decían los indios, con la voluntad de su padre el Sol, que según la seña que le dio de la barrilla de oro, quería que asentase allí su corte, porque había de ser cabeza de su imperio. El temple de aquella ciudad antes es frío que caliente; mas no tanto que obligue a que busquen fueron para calentarse; basta entrar en un aposento donde no corra el aire para perder el frío que traen de la calle; mas si hay brasero encendido, sabe muy bien; y si no lo hay, se pasan sin él. Lo mismo en la ropa del vestir, que si se hacen a andar como de verano, les basta; y si como de invierno, se hallan bien. En la ropa de la cama es lo mismo, que si no quieren más de una frisada, tienen harto, y si quieren tres, no acongojan; y esto es todo el año, sin diferencia del invierno al verano, y lo mismo es en cualquiera otra región fría, templada o caliente de aquella tierra, que siempre es de una misma manera. En el Cozco, por participar, como decimos, más de frío y seco que de calor y húmedo, no se corrompe la carne; que si cuelgan un cuarto della en un aposento que tenga ventanas abiertas, se conserva ocho días, y quince, y treinta, y ciento, hasta que se seca como un tasajo. Esto vi en la carne del ganado que han llevado de España, si por ser la del carnero de acá más caliente que la de allá hará lo mismo, o no sufrirá tanto, que esto lo ví; porque en mis tiempos, como adelante diremos, aún no se mataban carneros de Castilla, por la poca cría que había dellos. Por ser el temple frío, no hay moscas en aquella ciudad, sino muy pocas, y ésas se hallan al sol, que en los aposentos no entra ninguna. Mosquitos de los que pican no hay ninguno, ni otras sabandijas enfadosas; de todas es limpia aquella ciudad. Las primeras casas y moradas della se hicieron en laderas y faldas del cerro llamado Sacsahuaman, que está entre el oriente y el septentrión de la ciudad. En la cumbre de aquel cerro edificaron después los sucesores deste Inca aquella soberbia fortaleza poco estimada, antes aborrecida de los mismos que la ganaron, pus la derribaron en brevísimo tiempo. La ciudad estaba dividida en las dos partes que el principio se dijo, Hanan Cozco, que es Cozco el alto, y Hurin Cozco, que es Cozco el bajo. Dividíalas el camino de Antisuyu, que es el que va al Oriente; la parte septentrional se llamaba Collcampata. Collcam deber ser la dicción de la lengua particular de los Incas, no sé qué signifique. Pata quiere decir andén. También significa grada de escalera, y porque los andenes se hacen en forma de escalera, les dieron este nombre; también quiere decir poyo, cualquiera que sea.
En aquel andén fundó el Inca Manco Cápac su casa real, que después fue de Paullu, hijo de Huayna Cápac. Yo alcancé della un galpón muy grande y espacioso, que servía de plaza en días lluviosos, para solemnizar en él sus fiestas principales. Sólo aquel galpón quedaba en pie cuando salí del Cozco; que otros semejantes, de que diremos, los dejé todos caídos. Luego se sigue, yendo en cerco hacia el Oriente, otro barrio llamado Cantutpata, quiere decir andén de clavellinas. Llaman Cantut a unas flores muy lindas, que asemejan en parte a las clavellinas de España. Antes de los españoles no había clavellinas en aquella tierra. Seméjase el Cantut, en rama y hoja y espinas, a las cambroneras de la Andalucía; son matas muy grandes, y porque en aquel barrio las había grandísimas (que aun yo las alcancé), le llamaron así. Siguiendo el mismo viaje en cerco al Levante, se sigue otro barrio llamado Pumarurcu, quiere decir viga de leones; puma es león; curcu: viga; porque en unas grandes vigas que había en el barrio ataban los leones que presentaban al Inca, hasta domesticarlos y ponerlos donde habían de estar. Luego se sigue otro barrio grandísimo, llamado Tococachi; no sé qué signifique la compostura deste nombre, porque toco quiere decir ventana; cachi es la sal que se come. En buena compostura de aquel lenguaje dirá sal de ventana, que no sé qué quisiesen decir por él, si no es que sea nombre propio y tenga otra significación que yo no sepa. en este barrio estuvo edificado primero el convento del divino San Francisco. Torciendo un poco al Mediodía, yendo en cerco, se sigue el barrio que llaman Munaycenca, quiere decir ama la nariz, porque muna es amar o querer, y cenca es nariz. A qué fin pusiesen tal nombre no lo sé; debió ser con alguna ocasión o superstición, que nunca los ponían acaso. Yendo todavía con el cerco al Mediodía, se sigue otro gran barrio, que llaman Rimacpampa; quiere decir la plaza que habla, porque en ella se apregonaban algunas ordenanzas de las que para el gobierno de la república tenían hechas. Apregonábanlas a sus tiempos para que los vecinos las supiesen y acudiesen a cumplir lo que por ellas se les mandaba; y porque la plaza estaba en aquel barrio de Rimacpampa, está otro al mediodía de la ciudad, que se dice Pumachupan, quiere decir cola de león, porque aquel barrio fenece en punta por dos arroyos que al fin dél se juntan haciendo punta de escuadra. También le dieron este nombre por decir que era aquel barrio lo último de la ciudad; quisieron honrarle con llamarle Cola y Cabo de León. Sin esto, tenían leones en él y otros animales fieros. Lejos deste barrio, al poniente dél, había un pueblo de más de trescientos vecinos, llamado Cayaucachi. Estaba aquel pueblo más de mil pasos de las últimas casas de la ciudad. Esto era el año de mil y quinientos sesenta; ahora, que es el año de mil seiscientos y dos que escribo esto, está ya (según me han dicho) dentro del Cozco, cuya población se ha extendido tanto, que lo ha abrazado en sí por todas partes.
Al poniente de la ciudad, otros mil pasos della, había otro barrio llamado Chaquillchaca, que también es nombre impertinente para compuesto, si ya no es propio. Por allí sale el camino real que va a Cuntisuyo; cerca de aquel camino están dos caños de muy linda agua, que va encañada por debajo de tierra; no saben decir los indios de dónde la llevaron, porque es obra muy antigua, y también porque van faltando las tradiciones de cosas tan particulares. Llaman Collquemachachuay a aquellos caños, quiere decir culebra de plata, porque el agua se asemeja en lo blanco a la plata, y los caños a las culebras, en las vueltas que van dando por la tierra. También me han dicho que llega ya la población de la ciudad hasta Chaquillchaca. Yendo con el mismo cerco, volviendo del Poniente hacia el Norte, había otro barrio, llamado Pichu. También estaba fuera de la ciudad. Adelante deste, siguiendo el mismo cerco, había otro barrio, llamado Quillipata, el cual también esta fuera de lo poblado. Más adelante, al norte de la ciudad, yendo con el mismo cerco, está el gran barrio llamado Carmenca, nombre propio, y no de la lengua general. Por él sale el camino real que va a Chinchasuyu. Volviendo con el cerco hacia el Oriente, está luego el barrio llamado Huacapuncu, quiere decir la Puerta del Santuario, porque huaca, como en su lugar declaramos, entre otras muchas significaciones que tiene, quiere decir templo o santuario. Puncu es puerta; llamáronle así porque por aquel barrio entra el arroyo que pasa por medio de la plaza principal del Cozco, y con el arroyo baja una calle muy ancha y larga, y ambos atraviesan toda la ciudad, y legua y media della van a juntarse con el camino ral de Collasuyu. Llamaron aquella entrada Puerta del Santuario o del Templo porque demás de los barrios dedicados para Templo del Sol y para la casa de las vírgenes escogidas, que eran sus principales santuarios, tuvieron toda aquella ciudad por cosa sagrada, y fue uno de sus mayores ídolos; y por este respeto llamaron a esta entrada del arroyo y de la calle Puerta del Santuario, y a la salida del mismo arroyo y calle dijeron Cola del León, por decir que su ciudad era santa en sus leyes y vana religión, y un león en sus armas y milicia. Este barrio Huacapuncu llega a juntarse con el de Collcampata, de donde empezamos a hacer el cerco de los barrios de la ciudad, y así queda hecho el cerco entero.

CAPÍTULO XVIII
CONTABAN POR HILOS Y ÑUDOS: HABÍA GRAN FIDELIDAD EN LOS CONTADORES

Quipu quiere decir añudar y ñudo, y también se toma por la cuenta, porque los ñudos la daban de toda cosa. Hacían los indios hilos de diversos colores; unos eran de un color solo, otros de dos colores, otros de tres, y otros de más, porque los colores simples y los mezclados, todos tenían su significación de por sí; los hilos eran muy torcidos, de tres o cuatro liñudos, y gruesos como un huso de hierro, y largos de a tres cuartas de vara, los cuales ensartaban en otro hilo por su orden a la larga, a manera de rapcejos. Por los colores sacaban lo que se contenía en aquel tal hilo, como el oro por el amarillo, y la plata por el blanco, y por colorado a gente de guerra.
Las cosas que no tenían colores iban puestas por su orden, empezando de las de más calidad, y procediendo hasta las de menos, cada cosa en su género, como en las mieses y legumbres. Pongamos por comparación las de España; primero el trigo, luego la cebada, luego el garbanzo, haba, mijo, etc. Y así también cuando daban cuenta de las armas, primero ponían las que tenían por más nobles, como lanzas, y luego dardos, arcos y flechas, porras y hachas, hondas y las demás armas que tenían. Y hablando de los vasallos, daban cuenta de los vecinos de cada pueblo, y luego en junto los de cada provincia. En el primer hilo ponían los viejos de sesenta años arriba; en el segundo, los hombres maduros de cincuenta arriba, y el tercero contenía los de cuarenta; y así de diez a diez años, hasta los niños de teta. Por la misma orden contaban las mujeres, por las edades.
Algunos destos hilos tenían otros hilitos delgados del mismo color, como hijuelas, o excepciones de aquellas reglas generales, como digamos en el hilo de los hombres o mujeres de tal edad, que se entendían ser casados; los hilitos significaban el número de los viudos o viudas que de aquella edad había aquel año, porque esta cuentas eran anuales, y no daban razón más que de un año solo.
Los ñudos se daban por su orden de unidad, docena, centena, millar, decena de millar, y pocas veces o nunca pasaban a la centena de millar; porque como cada pueblo tenía su cuenta de por sí, y cada metrópoli la de su distrito, nunca llegaba el número destos o de aquellos a tanta cantidad que pasase al centena de millar, que en los números que hay de allí abajo tenían harto. Mas si se ofreciera haber de contar por el número centena de millar, también lo contaran, porque en su lenguaje pueden dar todos los números del guarismo como él los tiene; mas porque no había para qué usar de los números mayores, no pasaban del decena de millar. Estos números contaban por ñudos dados en aquellos hilos, cada número dividido del otro; empero los ñudos de cada número estaban dados todos juntos debajo de una vuelta, a manera de los ñudos que se dan en el cordón del bienaventurado patriarca San Francisco, y podíase hacer bien porque nunca pasaban de nueve, como no pasan de nueve las unidades y decenas, etc.
En lo más alto de los hilos ponían el número mayor, que era el decena de millar, y más bajo el millar, y así hasta la unidad. Los ñudos de cada número y de cada hilo iban parejos unos con otros, ni más ni menos que los pone un buen contador para hacer una suma grande. Estos ñudos o quipus los tenían indios de por sí a cargo, los cuales llamaban quipucamayu, quiere decir el que tiene cargo de las cuentas; y aunque en aquel tiempo había poca diferencia en los indios de buenos o malos, que según su poca malicia y el buen gobierno que tenían, todos se podían llamar buenos; con todo eso elegían para este oficio y para otro cualquiera los más aprobados y los que hubiesen dado más larga experiencia de su bondad. No se los daban por favor ajeno, porque entre aquellos indios jamás se usó favor ajeno sino el de su propia virtud. Tampoco se daban vendidos ni arrendados, porque ni supieron arrendar, ni comprar, ni vender, porque no tuvieron moneda. Trocaban unas cosas por otras, esto es, las cosas de comer y no más, que no vendían los vestidos, ni las casas, ni heredades.
Con ser los quipucamayus tan fieles y legales, como hemos dicho, habían de ser en cada pueblo conforme a los vecinos dél, que por muy pequeño que fuese el pueblo había de haber cuatro, y de allí arriba hasta veinte y treinta, y todos tenían unos mismos registros; aunque por ser los registros todos unos mismos, bastaba que hubiera un contador o escribano; querían los Incas que hubiese muchos en cada pueblo y en cada facultad, por excusar la falsedad que podía haber entre los pocos; y decían que habiendo muchos habían de ser todos en la maldad o ninguno.

CAPÍTULO XIX
LO QUE ASENTABAN EN SUS CUENTAS, Y CÓMO SE ENTENDÍAN

Éstos asentaban por sus ñudos todo el tributo que daban cada año al Inca, poniendo cada cosa por sus géneros, especies y calidades. Asentaban la gente que iba a la guerra, la que moría en ella, los que nacían y fallecían cada año por sus meses. En suma, decimos que escribían en aquellos ñudos todas las cosas que consistían en cuenta de número, hasta poner las batallas y recuentos que se daban, hasta decir cuántas embajadas habían traido al Inca, y cuántas pláticas y razonamientos había hecho el rey. Pero lo que contenía la embajada, ni las palabras del razonamiento, ni otro suceso historial, no podían decirlo por los ñudos, porque consiste en oración, ordenada de viva voz o por escrito, la cual no se puede referir por ñudos, porque el ñudo dice número, mas no la palabra. Para remedio desta falta tenían señales que mostraban los hechos historiales hazañosos, o haber habido embajada, razonamiento o plática hecha en paz o en guerra. Las cuales pláticas tomaban los indios quipucamayus de memoria, en suma, en breves palabras, y las encomendaban a la memoria, y por tradición las enseñaban a los sucesores de padres a hijos y descendientes, principal y particularmente en los pueblos o provincias donde habían pasado, y allí se conservaban más que en otra parte, porque los naturales se preciaban dellas. También usaban de otro remedio para que sus hazañas, y las embajadas que traían al Inca, y las respuestas que el Inca daba, se conservasen en la memoria de las gentes; y es que los amautas, que eran los filósofos y sabios, tenían cuidado de ponerlas en prosa, en cuentos historiales, breves como fábulas, para que por sus edades los contasen a los niños y a los mozos, y a la gente rústica del campo, para que pasando de mano en mano, de edad en edad, se conservasen en la memoria de todos. También ponían las historias en modo fabuloso, con su alegoría, como hemos dicho de algunas y adelante diremos de otras. Asimismo los haravicus, que eran los poetas, componían versos brevos y compendiosos, en los cuales encerraban la historia, o la embajada, o la respuesta del rey. En suma, decían en los versos todo lo que no podían poner en los ñudos; y aquellos versos cantaban en sus triunfos y en sus fiestas mayores, y los recitaban a los Incas noveles cuando los armaban caballeros; y desta manera guardaban la memoria de sus historias. Empero, como la experiencia lo muestra, todos eran remedios perecederos, porque las letras son las que perpetúan los hechos; mas como aquellos Incas no las alcanzaron, valiéronse de lo que pudieron inventar; y como si los ñudos fueran letras, eligieron historiadores y contadores, que llamaron quipucamayu, que es el que tiene cargo de los ñudos, para que por ellos y por los hilos, y por los colores de los hilos, y con el favor de los cuentos y de la poesía, escribiesen y retuviesen la tradición de sus hechos. Ésta fue la manera del escribir que los incas tuvieron en su república.
A estos quipucamayus acudían los curacas y los hombres nobles, en sus provincias, a saber las cosas historiales que de sus antepasados deseaban saber, o cualquier otro acaecimiento notable que hubiese pasado en aquella tal provincia; porque éstos, como escribanos y como historiadores, guardaban los registros, que eran los quipus anuales que de los sucesos dignos de memoria se hacían, y como obligados por el oficio estudiaban perpetuamente en las señales y cifras que en los ñudos había, para conservar en la memoria la tradición que de aquellos hechos famosos tenían, porque, como historiadores, habían de dar cuenta dellos cuando se la pidiesen, por el cual oficio eran reservados de tributo y de cualquiera otro servicio; y así nunca jamás soltaban los ñudos de las manos.
Por la misma orden daban cuenta de sus leyes y ordenanzas, ritos y ceremonias, que por el color del hilo y por el número de los ñudos sacaban la ley que prohibía tal o tal delito, y la pena que se daba al quebrantador della. Decían el sacrificio y ceremonia que en tales y tales fiestas se hacían al Sol. Declaraban las ordenanza y fuero que hablaba en favor de las viudas, o de los pobres o pasajeros; y así daba cuenta de todas las demás cosas tomadas de memoria por tradición. De manera que cada hilo y ñudo les traía a la memoria lo que en sí contenía, a semejanza de los mandamientos o artículos de nuestra santa fe católica y obras de misericordia, que por el número sacamos lo que debajo dél se nos manda. Así se acordaban los indios por los ñudos de las cosas que sus padres y abuelos les habían enseñado por tradición, la cual tomaban con grandísima atención y veneración, como cosas sagradas de su idolatría y leyes de sus Incas; y procuraban conservarlas en la memoria por la falta que tenían de escritura; y el indio, que no había tomado de memoria por tradición las cuentas o cualquiera otra historia que hubiese pasado entre ellos, eran ignorante en lo uno y en lo otro como el español o cualquiera otro extranjero. Yo traté los quipus y ñudos con los indios de mi padre y con otros curacas, cuando por San Juan y Navidad venían a la ciudad a pagar sus tributos. Los curacas ajenos rogaban a mi madre que me mandase les cotejase sus cuentas, porque como gente sospechosa, no se fiaban de los españoles que les tratasen verdad en aquel particular, hasta que yo les certificaba della, leyéndoles los traslados que de sus tributos me traían y cotejándolos con sus ñudos; y desta manera supe dellos tanto como los indios.

CAPÍTULO XX
LA DESCRIPCIÓN DE LA IMPERIAL CIUDAD DEL COZCO

El Inca Manco Cápac fue el fundador de la ciudad del Cozco, la cual los españoles honraron con renombre largo y y honroso, sin quitarle su propio nombre; dijéronla la gran ciudad del Cozco, cabeza de los reinos y provincias del Perú. También la llamaron la nueva Toledo; mas luego se les cayó de la memoria este segundo nombre, por la impropiedad dél; porque Cozco no tiene río que la ciña como a Toledo, ni le asemeja en el sitio, que su población empieza de la laderas y faldas de un cerro alto, y se tiende a todas partes por un llano grande y espacioso. Tiene calles anchas y largas, y plazas muy grandes, por lo cual los españoles todos en general, y los escribanos reales y los notarios en sus escrituras públicas, usan del primer título; porque Cozco e su imperio fue otra Roma en el suyo; y así se pude cotejar la una con la otra, porque se asemejan en las cosas más generosas que tuvieron. La primera y principal, en haber sido fundadas por sus primeros reyes. La segunda, en las muchas y diversas naciones que conquistaron y sujetaron a su imperio. La tercera, en las leyes tantas y tan buenas y bonísimas que ordenaron para el gobierno de sus repúblicas. La cuarta, en los varones tantos y tan excelentes que engendraron, y con sus buena doctrina urbana y militar criaron. En los cuales Roma hizo ventaja al Cozco, no por haberlos criado mejores, sino por haber sido más venturosa en haber alcanzado letras y eternizado con ellas a sus hijos, que los tuvo no menos ilustres por las ciencias que excelentes por las armas, los cuales se honraron al trocado unos a otros; éstos, haciendo hazañas en la guerra y en la paz, y aquéllos, escribiendo las unas y las otras para honra de su patria y perpetua memoria de todos ellos; no sé cuáles dellos hicieron más, si los de las armas o los de las plumas; que por ser estas facultades tan heroicas corren lanzas parejas, como se ve en el muchas veces grande Julio César, que las ejercitó ambas con tantas ventajas, que no se determina en cuál dellas fue más grande. También se duda cuál destas dos partes de varones famosos debe más a la otra, si los guerreadores a los escritores, porque escribieron sus hazañas y las eternizaron para siempre, o si los de las letras a los de las armas, porque les dieron tan grandes hechos como los de cada día hacían, para que tuvieran que escribir toda su vida. Ambas partes tienen mucho que alegar cada una en su favor; dejarlas hemos, por decir la desdicha de nuestra patria; que aunque tuvo hijos esclarecidos en armas, y de gran juicio y entendimiento, y muy hábiles y capaces para las ciencias, porque no tuvieron letras, no dejaron memoria de sus grandes hazañas y agudas sentencias; y así perecieron ellas y ellos juntamente con su república. Sólo quedaron algunos de sus hechos y dichos encomendados a una tradición, flaca y miserable enseñanza de palabra de padres a hijos, la cual también se ha perdido con la entrada de la nueva gente, y trueque de señorío y gobierno ajeno, como suele acaecer siempre que se pierden y truecan los imperios.
Yo, incitado del deseo de la conservación de las antiguallas de mi patria, esas pocas que han quedado, porque no se pierdan del todo, me dispuse al trabajo tan excesivo, como hasta aquí me ha sido y adelante me ha de ser, el escribir su antigua república hasta acabarla; y porque la ciudad del Cozco, madre y señora della, no quede olvidada en su particular, determiné dibujar en este capítulo la descripción della, sacada de la misma tradición, que como a hijo natural me cupo, y de lo que yo con propios ojos vi, diré los nombres antiguos que sus barrios tenían, que hasta el año 1560, que yo salí della, se conservaban en su antigüedad. Después acá se han trocado algunos nombres de aquellos por las iglesias parroquiales que en algunos barrios se han labrado.
El rey Manco Cápac, considerando bien las comodidades que aquel hermoso valle del Cozco tiene, el sitio llano, cercado por todas partes de sierras altas, con cuatro arroyos de agua, aunque pequeños, que riegan todo el valle, que en medio dél había una hermosísima fuente de agua salobre para hacer sal, y que la tierra era fértil y el aire sano, acordó fundar su ciudad imperial en aquel sitio, conformándose, como decían los indios, con la voluntad de su padre el Sol, que según la seña que le dio de la barrilla de oro, quería que asentase allí su corte, porque había de ser cabeza de su imperio. El temple de aquella ciudad antes es frío que caliente; mas no tanto que obligue a que busquen fueron para calentarse; basta entrar en un aposento donde no corra el aire para perder el frío que traen de la calle; mas si hay brasero encendido, sabe muy bien; y si no lo hay, se pasan sin él. Lo mismo en la ropa del vestir, que si se hacen a andar como de verano, les basta; y si como de invierno, se hallan bien. En la ropa de la cama es lo mismo, que si no quieren más de una frisada, tienen harto, y si quieren tres, no acongojan; y esto es todo el año, sin diferencia del invierno al verano, y lo mismo es en cualquiera otra región fría, templada o caliente de aquella tierra, que siempre es de una misma manera. En el Cozco, por participar, como decimos, más de frío y seco que de calor y húmedo, no se corrompe la carne; que si cuelgan un cuarto della en un aposento que tenga ventanas abiertas, se conserva ocho días, y quince, y treinta, y ciento, hasta que se seca como un tasajo. Esto vi en la carne del ganado que han llevado de España, si por ser la del carnero de acá más caliente que la de allá hará lo mismo, o no sufrirá tanto, que esto lo ví; porque en mis tiempos, como adelante diremos, aún no se mataban carneros de Castilla, por la poca cría que había dellos. Por ser el temple frío, no hay moscas en aquella ciudad, sino muy pocas, y ésas se hallan al sol, que en los aposentos no entra ninguna. Mosquitos de los que pican no hay ninguno, ni otras sabandijas enfadosas; de todas es limpia aquella ciudad. Las primeras casas y moradas della se hicieron en laderas y faldas del cerro llamado Sacsahuaman, que está entre el oriente y el septentrión de la ciudad. En la cumbre de aquel cerro edificaron después los sucesores deste Inca aquella soberbia fortaleza poco estimada, antes aborrecida de los mismos que la ganaron, pus la derribaron en brevísimo tiempo. La ciudad estaba dividida en las dos partes que el principio se dijo, Hanan Cozco, que es Cozco el alto, y Hurin Cozco, que es Cozco el bajo. Dividíalas el camino de Antisuyu, que es el que va al Oriente; la parte septentrional se llamaba Collcampata. Collcam deber ser la dicción de la lengua particular de los Incas, no sé qué signifique. Pata quiere decir andén. También significa grada de escalera, y porque los andenes se hacen en forma de escalera, les dieron este nombre; también quiere decir poyo, cualquiera que sea.
En aquel andén fundó el Inca Manco Cápac su casa real, que después fue de Paullu, hijo de Huayna Cápac. Yo alcancé della un galpón muy grande y espacioso, que servía de plaza en días lluviosos, para solemnizar en él sus fiestas principales. Sólo aquel galpón quedaba en pie cuando salí del Cozco; que otros semejantes, de que diremos, los dejé todos caídos. Luego se sigue, yendo en cerco hacia el Oriente, otro barrio llamado Cantutpata, quiere decir andén de clavellinas. Llaman Cantut a unas flores muy lindas, que asemejan en parte a las clavellinas de España. Antes de los españoles no había clavellinas en aquella tierra. Seméjase el Cantut, en rama y hoja y espinas, a las cambroneras de la Andalucía; son matas muy grandes, y porque en aquel barrio las había grandísimas (que aun yo las alcancé), le llamaron así. Siguiendo el mismo viaje en cerco al Levante, se sigue otro barrio llamado Pumarurcu, quiere decir viga de leones; puma es león; curcu: viga; porque en unas grandes vigas que había en el barrio ataban los leones que presentaban al Inca, hasta domesticarlos y ponerlos donde habían de estar. Luego se sigue otro barrio grandísimo, llamado Tococachi; no sé qué signifique la compostura deste nombre, porque toco quiere decir ventana; cachi es la sal que se come. En buena compostura de aquel lenguaje dirá sal de ventana, que no sé qué quisiesen decir por él, si no es que sea nombre propio y tenga otra significación que yo no sepa. en este barrio estuvo edificado primero el convento del divino San Francisco. Torciendo un poco al Mediodía, yendo en cerco, se sigue el barrio que llaman Munaycenca, quiere decir ama la nariz, porque muna es amar o querer, y cenca es nariz. A qué fin pusiesen tal nombre no lo sé; debió ser con alguna ocasión o superstición, que nunca los ponían acaso. Yendo todavía con el cerco al Mediodía, se sigue otro gran barrio, que llaman Rimacpampa; quiere decir la plaza que habla, porque en ella se apregonaban algunas ordenanzas de las que para el gobierno de la república tenían hechas. Apregonábanlas a sus tiempos para que los vecinos las supiesen y acudiesen a cumplir lo que por ellas se les mandaba; y porque la plaza estaba en aquel barrio de Rimacpampa, está otro al mediodía de la ciudad, que se dice Pumachupan, quiere decir cola de león, porque aquel barrio fenece en punta por dos arroyos que al fin dél se juntan haciendo punta de escuadra. También le dieron este nombre por decir que era aquel barrio lo último de la ciudad; quisieron honrarle con llamarle Cola y Cabo de León. Sin esto, tenían leones en él y otros animales fieros. Lejos deste barrio, al poniente dél, había un pueblo de más de trescientos vecinos, llamado Cayaucachi. Estaba aquel pueblo más de mil pasos de las últimas casas de la ciudad. Esto era el año de mil y quinientos sesenta; ahora, que es el año de mil seiscientos y dos que escribo esto, está ya (según me han dicho) dentro del Cozco, cuya población se ha extendido tanto, que lo ha abrazado en sí por todas partes.
Al poniente de la ciudad, otros mil pasos della, había otro barrio llamado Chaquillchaca, que también es nombre impertinente para compuesto, si ya no es propio. Por allí sale el camino real que va a Cuntisuyo; cerca de aquel camino están dos caños de muy linda agua, que va encañada por debajo de tierra; no saben decir los indios de dónde la llevaron, porque es obra muy antigua, y también porque van faltando las tradiciones de cosas tan particulares. Llaman Collquemachachuay a aquellos caños, quiere decir culebra de plata, porque el agua se asemeja en lo blanco a la plata, y los caños a las culebras, en las vueltas que van dando por la tierra. También me han dicho que llega ya la población de la ciudad hasta Chaquillchaca. Yendo con el mismo cerco, volviendo del Poniente hacia el Norte, había otro barrio, llamado Pichu. También estaba fuera de la ciudad. Adelante deste, siguiendo el mismo cerco, había otro barrio, llamado Quillipata, el cual también esta fuera de lo poblado. Más adelante, al norte de la ciudad, yendo con el mismo cerco, está el gran barrio llamado Carmenca, nombre propio, y no de la lengua general. Por él sale el camino real que va a Chinchasuyu. Volviendo con el cerco hacia el Oriente, está luego el barrio llamado Huacapuncu, quiere decir la Puerta del Santuario, porque huaca, como en su lugar declaramos, entre otras muchas significaciones que tiene, quiere decir templo o santuario. Puncu es puerta; llamáronle así porque por aquel barrio entra el arroyo que pasa por medio de la plaza principal del Cozco, y con el arroyo baja una calle muy ancha y larga, y ambos atraviesan toda la ciudad, y legua y media della van a juntarse con el camino ral de Collasuyu. Llamaron aquella entrada Puerta del Santuario o del Templo porque demás de los barrios dedicados para Templo del Sol y para la casa de las vírgenes escogidas, que eran sus principales santuarios, tuvieron toda aquella ciudad por cosa sagrada, y fue uno de sus mayores ídolos; y por este respeto llamaron a esta entrada del arroyo y de la calle Puerta del Santuario, y a la salida del mismo arroyo y calle dijeron Cola del León, por decir que su ciudad era santa en sus leyes y vana religión, y un león en sus armas y milicia. Este barrio Huacapuncu llega a juntarse con el de Collcampata, de donde empezamos a hacer el cerco de los barrios de la ciudad, y así queda hecho el cerco entero.

CAPÍTULO XXI
LA FORTALEZA DEL COZCO. EL GRANDOR DE SUS PIEDRAS

Maravillosos edificios hicieron los Incas, reyes del Perú, en fortalezas, en templos, en casas reales, en jardines, en pósitos y en caminos, y otras fábricas de grande excelencia, como se muestra hoy por las ruinas que dellas han quedado; aunque mal se puede ver por los cimientos lo que fue todo el edificio.
La obra mayor y más soberbia que mandaron hacer para mostrar su poder y majestad, fue la fortaleza del Cozco, cuyas grandezas son increíbles a quien no las ha visto, y al que las ha visto y mirado con atención le hacen imaginar, y aun creer, que son hechas por vía de encantamiento, y que las hicieron demonios y no hombres; porque la multitud de las piedras, tantas y tan grandes, como las que hay puestas en las tres cercas (que más son peñas que piedra), causa admiración imaginar cómo las pudieron cortar de las canteras de donde se sacaron, porque los indios no tuvieron hierro ni acero para las cortar ni labrar; pues pensar cómo las trajeron al edificio, es dar en otra dificultad no menor, porque no tuvieron bueyes, ni supieron hacer carros, ni hay carros que las puedan sufrir, ni bueyes que basten a tirarlas; llevábanlas arrastrando a fuerza de brazos, con gruesas maronas; ni los caminos por do las llevaban eran llanos, sino sierras muy ásperas con grandes cuestas, por do las subían y bajaban a pura fuerza de hombres. Muchas dellas llevaron a diez, doce, quince leguas, particularmente la piedra, o por decir mejor, la peña que los indios llaman Saycusca, que quiere decir cansada (porque no llegó al edificio), se sabe que la trajeron de quince leguas de la ciudad, y que pasó el río de Yucay, que es poco menor que Guadalquivir por Córdoba. Las que llevaron de más fueron de Muyna, que está cinco leguas del Cozco; pues pasar adelante con la imaginación, y pensar cómo pudieron ajustar tanto unas piedras tan grandes, que apenas puedan meter la punta de un cuchillo por ellas, es nunca acabar. Muchas de ellas están tan ajustadas, que apenas se aparece la juntura; para ajustarlas tanto era menester levantar y asentar la una piedra sobre la otra muy muchas veces, porque no tuvieron escuadra, ni supieron valerse siquiera de una regla para asentarla encima de una piedra, y ver por ella si estaba ajustada con la otra. Tampoco supieron hacer grúas, ni garruchas, ni otro ingenio alguno que les ayudara a subir y bajar las piedras, siendo ellas tan grandes que espantan, como lo dice el M. R. P. José de Acosta, hablando desta misma fortaleza, que yo, por tener la precisa medida del grandor de muchas de ellas, me quiero valer de la autoridad deste gran varón, que aunque la he pedido a los condiscípulos, y me la han enviado, no ha sido la relación tan clara y distinta como yo la pedía de los tamaños de las piedras mayores, que quisiera la medida por varas y ochavas, y no por brazas, como me la enviaron; quisiérala con testimonios de escribanos, porque lo más maravilloso de aquel edificio es la increíble grandeza de las piedras, por el incomportable trabajo que era menester para las alzar. y bajar hasta ajustarlas y ponerlas como están; porque no se alcanza cómo se pudo hacer con no más ayuda de costa que la de los brazos. Dice, pues, el padre Acosta, libro sexto, capítulo catorce: “Los edificios y fábricas que los Incas hicieron en fortalezas, en templos, en caminos, en casas de campo y otras, fueron muchos y de excesivo trabajo, como lo manifiestan el día de hoy las ruinas y pedazos que han quedado como se ven en el Cozco, y en diversas partes de su reino, acudía grandísimo número de todas provincias, porque la labor es extraña y para espantar, y no usaban de mezcla, ni tenían hierro ni acero para cortar y labrar las piedras, ni machinas, ni instrumentos para traerlas; y con todo esos están tan sólidamente labradas, que en muchas partes apenas se ve la juntura de unas con otras. Y son tan grandes muchas piedras destas, como está dicho, que sería cosa increíble sin no se viese. En Tiaguanaco medí yo una piedra de treinta y ocho pies de largo, y de diez y ocho de ancho, y el grueso sería de seis pies; y en la muralla de la fortaleza del Cozco, que es de manpostería, hay muchas piedras de mucha mayor grandeza, y lo que más admira es que no siendo cortadas éstas que digo de la muralla por regla, sino entre sí muy desiguales en el tamaño y en la facción, encajan unas con otras con increíble juntura, sin mezcla. Todo esto se hacía a poder de mucha gente, y con sufrimiento en el labrar, porque para encajar una piedra con otra era forzoso proballa muchas veces, no estando las más dellas iguales ni llanas, etc.”. Todas son palabras del padre Acosta sacadas a la letra, por las cuales se verá la dificultad y el trabajo con que hicieron aquella fortaleza, porque no tuvieron instrumentos ni machinas de que ayudarse.
Lo Incas, según lo manifiesta aquella su fábrica, parece que quisieron mostrar por ella la grandeza de su poder, como se ve en la inmensidad y majestad de la obra, la cual se hizo más para admirar que no para otro fin. También quisieron hacer muestra del ingenio de sus maestros y artífices, no sólo en la labor de la cantería pulida (que los españoles no acaban de encarecer), más también en la obra de la cantería tosca, en la cual no mostraron menos primor que en la otra. Pretendieron asimismo mostrarte hombres de guerra en la traza del edificio, dando a cada lugar lo necesario para la defensa contra los enemigos.
La fortaleza edificaron en un cerro alto, que está al septentrión de al ciudad, llamado Sacsa huaman, de cuya faldas empieza la población del Cozco, y se tiende a todas faldas empieza la población del Cozco, y se tiende a todas partes por gran espacio. Aquel cerro (a la parte de la ciudad) está derecho, casi perpendicular, de manera que está segura la fortaleza de que por aquella banda la acometan los enemigos en escuadrón formado, ni de otra manera, ni hay sitio por allí donde puedan plantar artillería, aunque los indios no tuvieron noticia della hasta que fueron los españoles. Por la seguridad que por aquella banda tenía, les pareció que bastaba cualquier defensa, y así echaron solamente un muro grueso de cantería de piedra, ricamente labrada por todas cinco partes, si no era por el trasdós, como dicen los albañís; tenía aquel muro más de doscientas brazas de largo. Cada hilada de piedra era de diferente altor, y todas las piedras de cada hilada muy iguales, y asentadas por hilo con muy buena trabazón, y tan ajustadas unas con otras por todas cuatro partes, que no admitían mezcla. Verdad es que no se la echaban de cal y arena, porque no supieron hacer cal; empero echaban por mezcla una lechada de un barro colorado que hay muy pegajoso, para que hinchese y llenase las picaduras que al labrar la piedra se hacían. En esta cerca mostraron fortaleza y pulicía, porque el muro eran grueso, y la labor muy pulida a ambas partes.

CAPÍTULO XXII
TRES MUROS DE LA CERCA, LO MÁS ADMIRABLE DE LA OBRA

En contra deste muro, por la otra parte tiene el cerro un llano grande; por aquella banda suben a lo alto del cerro con muy poca cuesta, por donde los enemigos podían arremeter en escuadrón formado. Allí hicieron tres muros uno delante de otro, como va subiendo el cerro; tendrá cada muro más de doscientas brazas del largo. Van hechos en forma de media luna, porque van a cerrar y juntarse con el otro muro pulido que está a la parte de la ciudad. En el primer muro de aquellos tres quisieron mostrar la pujanza de su poder, que aunque todos tres son de una misma obrar, aquél tiene la grandeza de ella, donde pusieron las piedras mayores, que hacen increíble el edificio a quien no lo ha visto, y espantable a quien lo mira con atención, si considera bien la grandeza, y la multitud de piedras, y el poco aliño que tenían para las cortar, labrar y asentar en la obra.
Tengo para mí que no son sacadas de canteras, porque no tienen muestras de haber sido cortadas, sino que llevaban las peñas sueltas y desasidas (que los canteros llaman tormos), que por aquellas sierras hallaban acomodadas para la obra, y como las hallaban así las asentaban, porque unas son cóncavas de un cabo, y convejas de otro, y sesgas de otro. Unas con puntas a las esquinas, y otras sin ellas, las cuales faltas o demasías no las procuraban quitar ni emparejar, ni añadir, sino que el vacío y cóncavo de una peña grandísima lo henchían con el lleno y convejo de otra peña tan grande y mayor, si mayor la podían hallar, y por el semejante el sesgo o derecho de una peña igualaban con el derecho o sesgo de otra; y la esquina que faltaba a una peña la suplían sacándola de otra, no en pieza chica, que solamente hinchiese aquella falta, sino arrimando otra peña con una punta sacada de ella, que cumpliese la falta de la otra, de manera que la intención de aquellos indios parece que fue no poner en aquel muro piedras chicas, aunque fuese para cumplir las faltas de las grandes, sino que todas fuesen de admirable grandeza, y que unas a otras se abrazasen, favoreciéndose todas, supliendo cada cual la falta de la otra, para mayor majestad del edificio. Y esto es lo que el padre Acosta quiso encarecer diciendo: “Lo que más admira es que no siendo cortadas éstas de la muralla por regla, sino entre sí muy desiguales en el tamaño y en la facción, encajan unas con otras con increíble juntura, sin mezcla. Con ir asentadas tan sin orden, regla ni compás, están las peñas por todas partes tan ajustadas unas con otras como la cantería pulida; la haz de aquellas peñas labraron toscamente, casi las dejaron como se estaban en su nacimiento; solamente para las junturas labraron de cada peña cuatro dedos, y aquello muy labrado; de manera que de lo tosco de la haz, y de lo pulido de las junturas, y del desorden del asiento de aquellas peñas y peñascos, vinieron a hacer una galana y vistosa labor”.
Un sacerdote, natural de Montilla, que fue al Perú, después que yo estoy en España, y volvió en breve tiempo, hablando de esta fortaleza, particularmente de la monstruosidad de sus piedras, me dijo que antes de verlas nunca jamás imaginó creer que fuesen tan grandes como le habían dicho; y que después que las vio le parecieron mayores que la fama, y que entonces le nació otra duda más dificultosa, que fue imaginar que no pudieron asentarlas en la obra sino por arte del demonio. Cierto tuvo razón de dificultar el cómo se asentaron en el edificio, aunque fuera con la ayuda de todas las máquinas que los ingenieros y maestros mayores de por acá tienen, cuanto más tan sin ellas, porque en esto excede aquella obra a las siete que escriben por maravillas del mundo; porque hacer una muralla tan larga y ancha como la de Babilonia, y un coloso de Rodas, y las pirámides de Egipto, y las demás obras, bien se ve cómo se pudieron hacer, que fue acudiendo gente innumerable, y añadiendo de día y día y de año en año material a material, y más material, eso me da que sea de ladrillo o betún, como la muralla de Babilonia, o de bronce y cobre, como el coloso de Rodas, o de piedra y mezcla, como las pirámides; en fin, se alcanza el cómo las hicieron, que la pujanza de la gente, mediante el largo tiempo, lo venció todo. Más imaginar cómo pudieron aquellos indios tan sin máquinas, ingenios ni instrumentos cortar, labrar, levantar y bajar peñas tan grandes (que más son pedazos de sierra que piedras de edificio), y ponerlas tan ajustadas como están, no se alcanza; y por esto lo atribuyen a encantamiento, por la familiaridad tan grande que con los demonios tenían.
En cada cerca, casi en medio de ella, había una puerta, y cada puerta tenía una piedra levadiza del ancho y alto de la puerta, con que la cerraban. A la primera llamaron Tiupuncu, que quiere decir puerta del Arenal, porque aquel llano es algo arenoso de arena de hormigón. Llaman tiu al arenal y a la arena. Y puncu quiere decir puerta. A la segunda llamaron Acahuana Puncu, porque el maestro mayor que la hizo se llamaba Acahuana, pronunciaba la sílaba ca en lo interior de la garganta. La tercera se llamó Viracocha Puncu, consagrada a su dios Viracocha; aquella fantasma de quien hablamos largo, que se apareció al príncipe Viracocha Inca, y le dio aviso del levantamiento de los chancas, por lo cual lo tuvieron por defensor y nuevo fundador de la ciudad del Cozco, y como a tal le dieron aquella puerta, pidiéndole fuese guarda della y defensor de la fortaleza, como ya en tiempos pasados lo había sido de toda la ciudad y de todo su imperio. Entre un muro y otro de quellos tres, por todo lo largo dellos, hay un espacio de veinte y cinco o treinta pies; está terraplenado hasta lo alto de cada muro; no sabré decir si el terrapleno es del mismo cerro que va subiendo, o si es hecho a mano; debe de ser de lo uno y de lo otro. Tenía cada cerca su antepecho de más de una vara en alto, de donde se podía pelear con más defensa que al descubierto.

CAPÍTULO XXIII
TRES TORREONES, LOS MAESTROS MAYORES Y LA PIEDRA CANSADA

Pasadas aquellas tres cercas, hay una plaza larga y angosta, donde había tres torreones en triángulo prolongado conforme al sitio. Al principal dellos, que estaba en medio, llamaron Móyoc Marca, quiere decir fortaleza redonda, porque estaba hecha en redondo; en ella había una fuente de mucha y muy buena agua, traída de lejos por debajo de tierra. Los indios no saben decir de dónde, ni por dónde. Entre el Inca y los del supremo consejo andaba secreta la tradición de semejantes cosas. En aquel torreón se aposentaban los reyes cuando subían a la fortaleza a recrearse, donde todas las paredes estaban adornadas de oro y plata, con animales, y aves, y plantas, contrahechos al natural, y encajadas en ellas, que servían de tapicería. Había asimismo mucha vajilla, y todo el demás servicio que hemos dicho que tenían las casas reales.
El segundo torreón llamaron Páucar Marca, y al tercero Sácllac Marca; ambos eran cuadrados, tenían muchos aposentos para los soldados que había de guarda, los cuales se remudaban por su orden; habían de ser de los Incas del privilegio, que los de otras naciones no podían entrar en aquella fortaleza, porque era casa del Sol, de armas y de guerra, como lo era el templo de oración y sacrificios. Tenían su capitán general como alcalde; había de ser de la sangre real y de los legítimos, el cual tenía sus tenientes y ministros, para cada ministerio el suyo; para la milicia de los soldados; para la provisión de los bastimentos; para la limpieza y pulicía de las armas; para el vestido y calzado que había de depósito para la gente de guarnición que en la fortaleza había.
Debajo de los torreones había labrado debajo de tierra otro tanto como encima; pasaban las bóvedas de un torreón a otro, por las cuales se comunicaban los torreones también como por cima. En aquellos soterraños mostraron grande artificio; estaban labrados con tantas calles y callejas, que cruzaban de una parte a otra con vueltas y revueltas, y tantas puertas, unas en contra de otras, y todas de un tamaño, que a poco trecho que entraban en el laberinto perdían el tino y no acertaban a salir, y aun los muy pláticos no usaban entrar sin guía, la cual había de ser un ovillo de hilo grueso que al entrar dejaban atado a la puerta para salir guiándose por él. Bien muchacho, con otros de mi edad, subí muchas veces a la fortaleza, y con estar ya arruinado todo el edificio pulido, digo lo que estaba sobre la tierra, y aun mucho de los que estaba debajo, no osábamos entrar en algunos pedazos de aquellas bóvedas que habían quedado, sino hasta donde alcanzaba la luz del sol, por no perdernos dentro, según el miedo que los indios nos ponían.
No supieron hacer bóvedas de arco. Yendo labrando las paredes, dejaban para los soterraños unos canecillos de piedra, sobre los cuales echaban en lugar de vigas piedras largas, labradas a todas seis haces, muy ajustadas, que alcanzaban de una pared a otra. Todo aquel gran edificio de la fortaleza fue de cantería pulida y cantería tosca, ricamente labrada con mucho primor, donde mostraron los Incas lo que supieron y pudieron, con deseo que la obra se aventajase en artificio y grandeza a todas las demás que hasta allí habían hecho, para que fuese trofeo de sus trofeos, y así fue el último dellos porque pocos años después que se acabó entraron los españoles en aquel imperio, y atajaron otros tan grandes que se iban haciendo.
Entendieron cuatro maestros mayores en la fábrica de aquella fortaleza. El primero y principal a quien atribuyen la traza de la obra fue Huallpa Rimachi, Inca; y para decir que era el principal, le añadieron el nombre Apu, que es capitán o superior en cualquier ministerio; y así le llaman Apu Huallpa Rimachi; al que le sucedió le llaman Inca Maricanchi. El tercero fue Acahuana Inca; a éste atribuyen mucha parte de los grandes edificios de Tiahuanacu, de los cuales hemos dicho atrás. El cuarto y último de los maestros se llamó Calla Cunchuy. En tiempo de éste trujeron la piedra cansada, a la cual puso el maestro mayor su nombre, porque en ella se conservase su memoria, cuya grandeza, también como de las demás son iguales, e increíble. Holgara poner aquí la medida cierta del grueso y alto de ella; no he merecido haberla precisa; remítome a los que la han visto. Dicen los indios que del mucho trabajo que pasó por el camino hasta llegar allí se cansó y lloró sangre, y que no pudo llegar al edificio. La piedra no está labrada, sino tosca, como la arrancaron de donde estaba escuadrada. Mucha parte de ella está metida debajo de tierra que yo la dejé, porque imaginaron que debajo de ella había gran tesoro, y cavaron como pudieron para sacarlo; más antes que llegasen al tesoro imaginado, se les hundió aquella gran peña, y escondió la mayor parte de su grandor; y así lo más de ella está debajo de tierra. A una de sus esquinas altas tiene un agujero o dos, que, si no me acuerdo mal, pasan las esquinas de una parte a otra. Dicen los indios que aquellos agujeros son los ojos de la piedra por do lloró la sangre; del polvo que en los agujeros se recoge, y del agua que llueve y corre por la piedra abajo, se hace una mancha o señal algo bermeja, porque la tierra es bermeja en aquel sitio. Dicen los indios que aquella señal quedó de la sangre que derramó cuando lloró. Tanto como esto afirmaban esta fábula, y yo se la oí muchas veces.
La verdad historial, como la contaban los Incas amautas, que eran los sabios filósofos y doctores en toda cosa de su gentilidad, es que traían la piedra más de veinte mil indios, arrastrándola con grandes maromas. Iban con gran tiento; el camino por do la llevaban es áspero, con muchas cuestas agras que subir y bajar; la mitad de la gente tiraba de las maromas por delante; la otra mitad iba sosteniendo la peña con otras maromas que llevaban asidas atrás, porque no rodase por las cuestas abajo y fuese a para donde no pudiesen sacarla.
En una de aquellas cuestas (por descuido que hubo entre los que iban sosteniendo, que no tiraron todos a la par) venció el peso de la peña a la fuerza de los que la sostenían, y se soltó por la cuesta abajo, y mató tres o cuatro mil indios de los que la iban guiando; mas con toda esta desgracia, la subieron y pusieron en el llano donde ahora está. La sangre que derramó dicen que es la que lloró, porque la lloraron ellos y porque no llegó a ser puesta en el edificio. Decían que se cansó, y que no pudo llegar allá, porque ellos se cansaron de llevarla; de manera que lo que por ellos pasó atribuyen a la peña. De esta suerte tenían otras muchas fábulas, que enseñaban por tradición a sus hijos y descendientes, para que quedase memoria de los acaecimientos más notables que entre ellos pasaban.
Los españoles, como envidiosos de sus admirables victorias, debiendo sustentar aquella fortaleza, aunque fuera reparándola a su costa, para que por ellas vieran en siglos venideros cuán grandes habían sido las fuerzas y el ánimo de los que la ganaron, y fuera eterna memoria de sus hazañas, no solamente no la sustentaron, mas ellos propios la derribaron para edificar las casas particulares que hoy tienen en la ciudad de Cozco, que por ahorrar la costa y la tardanza y pesadumbre con que los indios labraban las piedras para los edificios, derribaron todo lo que de cantería pulida estaba edificado dentro de las cercas, que no hay casa en la ciudad que no haya sido labrada con aquella piedra, a lo menos las que han labrado los españoles.
Las piedras mayores, que servían de vigas en los soterraños, sacaron para umbrales y portadas, y las piedras menores, para los cimientos y paredes; y para las gradas de las escaleras buscaban las hiladas de piedra del altor que les convenía; y habiéndola hallado, derribaban todas las hiladas que había encima de la que habían menester, aunque fuesen diez o doce hiladas, o muchas más. De esta manera echaron por tierra aquella gran majestad, indigna de tal estrago, que eternamente hará lástima a los que la miraren con atención de lo que fue. Derribáronla con tanta priesa, que aun yo no alcancé de ella sino las pocas reliquias que he dicho. Las tres murallas de peñas dejé en pie, porque no las pueden derribar por la grandeza de ellas; y aun con todo eso, según me han dicho, han derribado parte dellas, buscando la cadena o maroma de oro que Huayna Cápac hizo, porque tuvieron conjeturas o rastros que la habían enterrado por allí.
Dio principio a la fábrica de aquella no bien encarecida y mal dibujada fortaleza, el buen rey Inca Yupanqui, décimo de los Incas, aunque otros quieren decir que fue su padre Pachacútec Inca; diciendo porque dejó la traza y el modelo hecho, y recogida grandísima cantidad de piedra y peñas, que no hubo otro material en aquella obra. Tardó en acabarse más de cincuenta años, hasta los tiempos de Huayna Cápac, y aun dicen los indios que no estaba acabada, porque la piedra cansada la habían traído para otra gran fábrica que pensaban hacer, la cual con otras muchas que por todo aquel imperio se hacían, atajaron las guerras civiles, que poco después entre los dos hermanos Huáscar Inca y Atahuallpa se levantaron, en cuyo tiempo entraron los españoles que las atajaron y derribaron de el todo como hoy están.

CAPÍTULO XXIV
DEL MAÍZ, Y LO QUE LLAMAN ARROZ, Y DE OTRAS SEMILLAS

Los frutos que el Perú tenía, de que se mantenáis antes de los españoles, eran de diversas maneras: unos que se crían sobre la tillara y otros debajo della. De los frutos que se crián encima de la tierra tiene el primer lugar el grano, que los mexicanos y los baloventanos llaman maíz. Es de dos maneras: el uno es duro, que llaman muruchu, y el otro tierno y de mucho regalo, que llaman capia. Cómenlo en lugar de pan, tostado o cocido en agua simple; la semilla del maíz duro es la que se ha traído a España; la del tierno no ha llegado acá. En unas provincias se cría más tierno y delicado que en otras, particularmente en la que llaman Rucana. Para sus sacrificios solemnes, como ya se ha dicho, hacían pan de maíz, que llaman zancu, y para su comer, no de ordinario, sino de cuando en cuando por vía de regalo, hacían el mismo pan, que llaman huminta; diferenciábase en los nombres, no porque el pan fuese diferente, sino porque el uno era para sacrificios y el otro para su comer simple; la harina la molían las mujeres en unas losas anchas, donde echaban el grano, y encima dél traían otra losa hecha a manera de media luna, no redonda, sino algo prolongada, de tres dedos de canto. En los cornejales de la piedra hecha media luna ponían las manos, y así la traían de canto de una parte a otra sobre el maíz; con esta dificultad molían su grano y cualquiera otra cosa que hubiesen de moler, por lo cual dejaban de comer pan de ordinario.
No molían en morteros, aunque los alcanzaron, porque en ellos se muele a fuerza de brazos por los golpes que dan; y la piedra como media luna, con el peso que tiene, muele lo que tomaba debajo, y la india la trae con facilidad por la forma que tiene, subiéndola y bajándola de una parte a otra, y de cuando en cuando recoge en medio de la losa con la una mano lo que está moliendo para remolerlo, y con la otra tiene la piedra, la cual con alguna semejanza podríamos llamar batán, por los golpes que le hacen dar a una mano y a la otra. Todavía se están con esta manera de moler para lo que han menester. También hacían gachas, que llaman api, y las comían con grandísimo regocijo, diciéndoles mil donaires, porque era muy raras veces. La harina, porque se diga todo, la apartaban del afrecho, echándola sobre una manta de algodón limpia, en la cual la traían con la mano, asentándola por toda ella. La flor de la harina, como cosa tan dedicada, se pega a la manta; el afrecho, como más grueso, se aparta della, y con facilidad lo quitan, y vuelven a recoger en medio de la manta la harina que estaba pegada a ellas; y quitada aquélla, echaban otra tana, y así iban cerniendo toda la que habían menester; y el cerner la harina más era para el pan que hacían los españoles que no para el que los indios comían, porque no era tan áspero, principalmente el del maíz tierno, que sea menester quitarlo. Cernían de la manera que hemos dicho por falta de cedazos, que no llegaron allá de España mientras no hubo trigo. Todo lo cual vi por mis ojos, y me sustenté hasta los nueve o diez años con la zara, que es el maíz cuyo pan tiene tres nombres; Cancu era el de los sacrificios; Humin, el de sus fiestas y regalo; Tanta (pronunciada la primera sílaba en el paladar) es el pan común; la zara tostada llaman cancha, quiere decir maíz tostado; incluye en sí el nombre adjetivo, y el sustantivo hase de pronunciar con M, porque con la N significa barrio de vecindad o un gran cercado. A la zara cocida llaman musti (y los españoles mote), quiere decir maíz cocido, incluyendo en sí ambos nombres. De la harina del maíz hacen las españolas los bizcochillos y fruta de sartén, y cualquiera otro regalo, así para sanos como para enfermos; para cuyo medicamento, en cualquiera género de cura que sea, los médicos experimentados han desterrado la harina del trigo y usan de la del maíz. De la misma harina y agua simple hacen el brebaje que beben, y del brebaje, acedándolo, como los indios saben hacer, se hace muy lindo vinagre; de las cañas, antes que madure el grano, se hace muy linda miel. Porque las cañas son dulces; las cañas secas y sus hojas son de mucho mantenimiento y muy agradable para las bestias. De las hojas de la mazorca y del matelillo se sirven los que hacen estatuas para que salgan muy livianas. Algunos indios más apasionados de la embriaguez que la demás comunidad, echan la zara en remojo, y la tienen así hasta que echa sus raíces; entonces la muelen toda como está, y la cuecen en la misma agua con otras cosas, y colada la guardan hasta que se sazona. Hácese un brebaje fortísimo, que embriaga repentinamente; llámanle vinapu, y en otro lenguaje, sora. Los Incas lo prohibieron por ser tan violento para la embriaguez. Después acá me dicen se ha vuelto a usar por algunos viciosos. De manera que de la zara y de sus partes sacan los provechos que hemos dicho, sin otros muchos que han hallado para la salud, por vía de medicina, así en bebida como en emplastos, según que en otra parte dijimos.
El segundo lugar de las mieses que se crían sobre la haz de la tierra dan a la que llaman quinua, y el español, mujo o arroz pequeño, porque en el grano y el color se le asemeja algo. La planta en que se cría se asemeja mucho al bledo, así en el tallo como en la hoja y en la flor, que es donde se cría la quinua; las hojas tiernas comen los indios y los españoles en sus guisados, porque son sabrosas y muy sanas. También comen el grano en sus potajes hechos de muchas maneras. De la quinua hacen los indios brebaje para beber, como del maíz. Los indios herbolarios usan de la harina de la quinua para algunas enfermedades. El año de mil y quinientos noventa me enviaron del Perú esta semilla, pero llegó muerta, que aunque se sembró en diversos tiempos, no nació. Sin estas semillas tienen los indios del Perú tres o cuatro maneras de frisoles, del talle de las habas, aunque menores; son de comer, en sus guisados usan dellos, llámanles purutu; tienen chochos, como los de España, algo mayores y más blancos; llámanlos tarvi. Sin los frisoles de comer tienen otros frisoles que no son de comer; son redondos, como hechos con turquesa; son de muchos colores y del tamaño de los garbanzos, en común les llaman chuy; y diferenciándolos por los colores, les dan muchos nombres, dellos ridiculosos, dellos bien apropiados, que por excusar prolilidad los dejamos de decir; usaban dellos en muchas maneras de juegos que había, así de muchachos como de hombres mayores; yo me acuerdo haber jugado los unos y los otros.

CAPÍTULO XXV
DE LAS LEGUMBRES QUE SE CRÍAN DEBAJO DE LA TIERRA

Otras muchas legumbres se crían debajo de la tierra, que los indios siembran y les sirven de mantenimiento, principalmente en las provincias estériles de zara. Tiene el primer lugar la que llaman papa, que les sirve de pan; cómenla cocida y asada, y también la echan en los guisados, pasada al hielo y al sol para que se conserve, como en otra parte dijimos; se llama chunu. Hay otra que llaman oca, es de mucho regalo, es larga y gruesa como el dedo mayor de la mano; cómenla cruda porque es dulce, y cocida y en sus guisados, y la pasan al sol para conservarla, y sin echarla miel ni azúcar parece conserva, porque tiene mucho de dulce; entonces se llama cavi. Otra hay semejante a ésta en el talle, mas no en el gusto, antes contraria, porque toca en amargo, y no se puede comer sino cocida, llamada añus. Dicen los indios que comida es contraria a la potencia generativa para que no les hiciese daño; los que se preciaban de galanes tomaban en la una mano una varilla o un palillo mientras la comían, y comida así decían que perdía su virtud y no dañaba. Yo les oí la razón, y algunas veces vi el hecho, aunque daban a entender que lo hacían más por vía de donaire que no por dar crédito a la burlería de sus mayores.
Las que los españoles llaman batatas, y los indios del Perú apichu, las hay de cuatro o cinco colores, que unas son coloradas, otras blancas, y otras amarillas, y otras moradas, pero en el gusto difieren poco unas de otras; las menos buenas son las que han traído a España. También hay las calabazas o melones, que acá llaman calabazas romanas, y en el Perú capallu; criánse como los melones, coménlas cocidas o guisadas; crudas no se pueden comer. Calabazas de que hacen vasos las hay muchas y muy buenas, llámanlas mati; de las de comer, como las de España, no las había antes de los españoles. Hay otra fruta que nace debajo de la tierra, que los indios llaman inchic y los españoles mani (todos los nombres que los españoles ponen a las frutas y legumbres del Perú son del lenguaje de las islas de Barlovento, que los han introducido ya en su lengua española, por eso damos cuenta dellos; el inchic semeja mucho en la médula y en el gusto a las almendras; si se come crudo, ofende a la cabeza, y si tostado, es sabroso y provechoso con miel; hacen dél muy buen turrón. También sacan del inchic muy lindo aceite para muchas enfermedades. Demás destas frutas nace otra de suyo debajo de tierra, que los indios llaman cuchuchu; hasta ahora no sé que los españoles le hayan dado nombre, y es porque no hay desta fruta en las islas de Barlovento, que son tierras muy calientes, sino en el Collao, que es tierra muy fría; es sabrosa y dulce, cómese cruda, y es provechosa para los estómagos de no buena digestión; son como raíces, mucho más largos que el anís. No echa hojas, sino que la haz de la tierra donde ella nace verdeguea por encima, y en esto conocen los indios que hay cuchuchu debajo; y cuando se pierde aquel verdor ven que está sazonando, y entonces lo sacan. Esta fruta y el inchil más son regalos de la gente curiosa y regalada que no mantenimiento de la gente común y pobre, aunque ellos las cogen y las presentan a los ricos y poderosos.

CAPÍTULO XXVI
DE LAS FRUTAS DE ÁRBOLES MAYORES

Hay otra fruta muy buena que los españoles llaman pepino, porque se le parece algo en el talle, pero no en el gusto, ni en lo saludable que son para los enfermos de calenturas, ni en la buena digestión que tienen; antes son contrarios a los de España; el nombre que los indios le dan se me ha ido de la memoria, aunque fatigándola yo en este paso muchas veces y muchos días, y reprendiéndola por la mala guarda que ha hecho y hace de muchos vocablos de nuestro lenguaje, me ofreció por disculparse este nombre cacham por pepino; no sé si me engaña, confiada de que por la distancia del lugar y ausencia de los míos, no podré averiguar tan aína el engaño; mis parientes, los indios y mestizos del Cozco, y todo el Perú, serán jueces desta mi ignorancia, y de otras muchas que hallarán en esta mi obra; perdónenmelas, pues soy suyo, y que sólo por servirles tomé un trabajo tan incomportable como esto lo es para mis pocas fuerzas (sin ninguna esperanza de galardón suyo ni ajeno); los pepinos son de tres tamaños, y los más pequeños, que tienen forma de corazón, son los mejores; nacen en matas pequeñas. Otra fruta que llaman chilli llegó al Cozco año de mil quinientos y cincuenta y siete. Es de muy buen gusto y de mucho regalo. Nace en unas plantas bajas, casi tendidas por el suelo; tienen un granujado por cima como el madroño, y es del mismo tamaño, no redonda, sino algún tanto prolongada en forma de corazón.
Otras muchas frutas hay que nacen en sus árboles altos (que las dichas más parecen legumbres); unas se dan en tierras muy calientes, como las marítimas, y en los Antis; otras se crían en tierras más templadas, como son los valles calientes del Perú; mas porque las unas y las otras se alcanzaban todas y se gozan en todas partes, no será necesario hacer división entre ellas, sino que se diga como salieron; y haciendo principio de la que los españoles llaman guayabas, y los indios savintu, decimos que son redondas, del tamaño de manzanas medianas, y, como ellas, con hollejo y sin corteza. Dentro, en la médula, tiene muchas pepitas o granillos redondos, menores que los de la uva. Unas son amarillas por de fuera, y coloradas por de dentro; éstas son de dos suertes, unas tan agrias que no se pueden comer; otras son dulces, de muy buen gusto; otras hay verdes por de fuera, y blancas por de dentro; son mejores que las coloradas con muchas ventajas, y al contrario, en muchas regiones marítimas tienen las coloradas por mejores que las blancas. Los españoles hacen conserva della y de otras frutas después que yo salí del Perú, que antes no se usaba. En Sevilla vi la del savintu, que la trajo del Nombre de Dios un pasajero amigo mío, y por ser fruta de mi tierra me convidó a ella.
Otra fruta llaman los indios pacay, y los españoles guabas; criánse en unas vainas verdes de una cuarta más y menos de largo, y dos dedos de ancho; abierta la vaina, se hallan unas vedijitas blancas, ni más ni menos que algodón, tan parecidas a él, que ha habido españoles bisoños que, no conociendo la fruta, han reñido con los indios que se la daban, entendiendo que por burlar dellos les daban a comer algodón. Son muy dulces, pasadas al sol se guardan largo tiempo; dentro, en las vedijitas o capullos, tienen una pepita negra como habas pequeñas, que no son de comer.
La fruta que los españoles llaman peras, por parecerse a las de España en el color verde y en el talle, llaman los indios palta, porque de una provincia de este nombre se comunicó a las demás. Son dos y tres veces mayores que las peras grandes de España; tiene una vaina tierna y delgada; debajo della tiene la médula, que será de un dedo en grueso; dentro della se cría un cuesco o hueso, como quieren los muy mirados; es de la misma forma de la pera, y tan grueso como una pera de las comunes de acá; no se ha experimentado que sea de provecho para cosa alguna; la fruta es muy sabrosa, muy saludable para los enfermos; comida con azúcar, es comer de una conserva muy regalada.
Hay otra fruta grosera que los indios llaman rucna, y los españoles lucma, porque no quede sin la corrupción que a todos los nombres les dan. Es fruta basta, no nada delicada ni regalada, aunque toca antes en dulce que en agro ni amargo, ni se sabe que sea dañosa para la salud, más de que es manjar bronco y grosero; son del talle y tamaño de las naranjas comunes; tienen dentro en la médula un cuesco muy semejante a la castaña en el color de la cáscara, y en el grueso della, y en el color blanco de la médula, aunque es amarga y no de comer. Tuvieron una suerte de ciruelas, que los indios llaman ussun; son coloradas y dulces; comidas hoy hacen echar otro día la orina tan colorada, que parece que tiene mezcla de sangre.

CAPÍTULO XXVII
DEL ÁRBOL MULLI Y DEL PIMIENTO

Entre estas frutas podemos poner la del árbol llamado mulli; nace de suyo por los campos, da su fruto en racimos largos y angostos; el fruto son unos granillos redondos del tamaño del culantro seco; las hojas son menudas y siempre verdes. El grano, estando sazonado, tiene en la superficie un poco de dulce muy sabroso y muy suave; pasado de allí, lo demás es muy amargo. Hacen brebaje de aquel grano para beber; tráenlo blandamente entre las manos en agua caliente, hasta que ha dado todo el dulzor que tenía, y no han de llegar a lo amargo porque se pierde todo. Cuelan aquella agua, y la guardan tres o cuatro días hasta que llega a sazón; es muy linda de beber, muy sabrosa y muy sana para males de urina, ijada, riñones y vejiga, y mezclada con el brebaje de maíz lo mejora y lo hace más sabroso. La misma agua cocida, hasta que se espese, se convierte en miel muy linda; la misma agua, puesta al sol, con no sé qué que le añaden, se aceda y se hace muy lindo vinagre. De la leche y resina del mulli dijimos en otra parte cuán provechosa era para heridas. El cocimiento de sus hojas en agua es saludable para lavarse las piernas y el cuerpo, y para echar de sí la sarna, curar las llagas viejas; palillos hechos de las ramas tiernas son muy buenos para limpiar los dientes. Conocí el valle del Cozco adornado de innumerables árboles destos tan provechosos, y en pocos años le vi casi sin ninguno; la causa fue que se hace dellos muy lindo carbón para los braseros; y aunque al encender chispa mucho, después de encendido guarda el fuego hasta convertirse en ceniza.
Con estas frutas de los indios, pudiéramos poner el condimento que echan en todo lo que comen, sea guisado, sea cocido o asado, no lo han de comer sin el que llaman uchu, y los españoles, pimientos de las Indias, aunque allá le llaman axi, que es nombre del lenguaje de las islas de Barlovento. Los de mi tierra son tan amigos del uchu, que no comerán sin él aunque no sea sino unas yerbas crudas. Por el gusto que con él reciben en lo que comen, prohibían el comerlo en su ayuno riguroso, por que lo fuese más riguroso, como en otra parte dijimos. Es el pimiento de tres o cuatro maneras; el común es grueso, algo prolongado y sin punta; llámanle recot uchu, quiere decir pimiento grueso, a diferencia del que se sigue; cómenlo sazonado o verde, antes que acabe de tomar su color perfecto, que es colorado. Otros hay amarillos, y otros morados, aunque en España no he visto más de los colorados. Hay otros pimientos largos de un jeme poco más poco menos, delgados como el dedo meñique o merguerite; éstos tenían por más hidalgos que los pasados, y así se gastaban en la casa real y en toda la parentela; la diferencia de su nombre se me ha ido de la memoria; también le llaman uchu como al pasado, pero el adjetivo es el que me falta. Otro pimiento hay menudo y redondo, ni más ni menos que una guinda con su pezón o palillo; llámanle chinchi ullu, quema mucho más que los otros sin comparación, críase en poca cantidad, y por ende es más estimado. Las sabandijas ponzoñosas huyen del pimiento y de su planta. A un español venido de México oí decir que era muy bueno para la vista, y así comía por postre a todas sus comidas dos pimientos asados. Generalmente todos los españoles que de Indias vienen a España lo comen de ordinario, y lo quieren más que las especies de la India Oriental. Los indios lo estiman tanto, que lo tienen en más que todas las frutas que hemos dicho.

CAPÍTULO XXVIII
DEL ÁRBOL MAGUEY Y DE SUS PROVECHOS

Entre estas frutas podremos poner el árbol que los españoles llaman maguey, y los indios chachau, por los muchos provechos que dél se sacan, de los cuales hemos hecho mención en otra parte. Pero el padre Blas Valera dice otras muchas más virtudes del chachau, y no es razón que se callen, aunque las diremos más brevemente que su paternidad. Dice que es feo a la vista , y que el madero es liviano, que tiene una corteza, y que son largos de a veinte pies, y gruesos como el brazo y como la pierna, el meollo esponjoso y muy liviano, del cual usan los pintores y escultores de imágenes. Las hojas son gruesas y largas de media braza; nacen todas al pie como las del cardo hortense; y por ende lo llaman los españoles cardón, y las hojas, con más propiedad podríamos llamar pencas; tiene espinas también como las hojas del cardo. El zumo dellas es muy amargo; sirve de quitar las manchas de la ropa, y de curar las llagas canceradas o inflamadas, y de extirpar los gusanos de las llagas. El mismo zumo, cocido con sus propias raíces en agua llovediza, es muy bueno para quitar el cansancio al que se lavare con ella, y para hacer diversos lavatorios medicinales. De las hojas que se sazonan y secan al pie del tronco, sacan cáñamo fortísimo, de que hacen las suelas del calzado, y las sogas, jáquimas y cabestros, y otras cosas groseras, de las que cortan antes que se sequen (majadas las ponen a las corrientes de los arroyos para que se laven y pierdan la bascosidad que tienen); sacan otro cáñamo menos grosero que el pasado, de que hacían hondas que traían en al cabeza y hacían ropa de vestir donde había falta de lana o de algodón; parecía al anjeo que traen de Flandes, o la estopa más basta que tejen en España. Otro cáñamo sacan más sutil que los que hemos dicho, de que hacen muy lindo hilo para redes, con que cazan los pájaros; pónenlas en algunas quebradas angostas entre cerro y cerro, asidas de un árbol a otro, y ojean la parte baja los pájaros que hallan, los cuales, huyendo de la gente, caen en las redes, que son muy sutiles y teñidas de verde, para que con el verdor del campo y de los árboles no se parezcan las redes y caigan los pájaros en ellas con más facilidad. Hacen las redes largas, de seis, ocho, doce, quince y veinte brazas y más de largo; las hojas del maguey son acanaladas, y en ellas se recoge agua llovediza; es provechosa para diversas enfermedades. Los indios la cogen, y della hacen brebaje fortísimo, mezclándola con el maíz, o con la quinua, o con la semilla del árbol mulli. También hacen della miel y vinagre. Las raíces del chachau muelen, y hacen dellas panecillos de jabón, con que las indias se lavan las cabezas, quitan el dolor dellas, y las manchas de la cara. Crían los cabellos, y los ponen muy negros. Hasta aquí es del padre Blas Valera; sólo añadí yo el largo de las redes, por ser cosa notable, y porque él no lo dice. Ahora diremos cómo crían los cabellos, y cómo los ennegrecen, que es cosa bárbara y espantable.
Las indias del Perú todas traen el cabello largo y suelto, sin tocado alguno; cuando mucho, traen una cinta ancha como el dedo pulgar, con que ciñen la cabeza, si no son las coyas, que por el mucho frío que en la tierra de ellas hace, la traen cubierta. Son las indias naturalmente amicísimas del cabello muy negro y muy largo, porque lo traen al descubierto. Cuando se les pone de color castaño, o se les ahorquilla, o se les cae al peinar, lo cuecen al fuego en una caldera de agua con yerbas dentro. La una de las yerbas debía de ser la raíz del chachau, que el padre Blas Valera dice que, según yo lo vi hacer algunas veces, más de una echaban; empero, como muchacho y niño, ni pedía cuenta de cuántas eran las yerbas, ni cuáles eran. Para meter los cabellos dentro en la caldera, que con los menjurjes hervía al fuego, se echaba la india de espaldas; al pescuezo le ponían algún reparo porque el fuego no la ofendiese. Tenían cuenta con que el agua que hervía no llegase a la cabeza, porque no cociese las carnes; para los cabellos que quedaban fuera del agua, también los mojaban con ella, para que gozasen de la virtud de las yerbas del cocimiento. Desta manera estaban en aquel tormento voluntario, estoy por decir casi dos horas, aunque como muchacho no lo noté entonces con cuidado, para poderlo decir ahora ajustadamente; mas no dejé de admirarme del hecho, por parecerme riguroso contra las mismas que lo hacían. Pero en España he perdido la admiración viendo lo que muchas damas hacen para cambiar sus cabellos, que perfuman con azufre y los mojan con agua fuerte de dorar, y los ponen al sol en medio del día por los caniculares, y hacen otros condumios que ellas se saben, que no sé cuál es peor y más dañoso para la salud, si esto o aquello. Las indias, habiendo hecho otros lavatorios para quitar las horruras del conocimiento, sacaban sus cabellos más negros y más lustrosos que las plumas del cuervo recién mudado. Tanto como esto y mucho más puede el deseo de la hermosura.

CAPÍTULO XXIX
DEL TRIGO

Ya que se ha dado relación de las aves, será justo la demos de la mieses, plantas y legumbres de que carecía el Perú. Es de saber que el primero que llevó trigo a mi patria (yo llamo así a todo el imperio que fue de los Incas) fue una señora noble, llamada María de Escobar, casada con un caballero que se decía Diego de Chaves, ambos naturales de Trujillo. A ella conocí en mi pueblo, que muchos años después que fue al Perú se fue a vivir a aquella ciudad; a él no conocí porque falleció en los Reyes.
Esta señora, digna de un gran estado, llevó el trigo al Perú, a la ciudad de Rimac. Por otro tanto adoraron los gentiles a Ceres por diosa, y desta matrona no hicieron cuenta los de mi tierra; qué año fuese no lo sé; mas de que la semilla fue tan poco que la anduvieron conservando y multiplicando tres años, sin hacer pan de trigo, porque no llegó a medio almud lo que llevó, y otros lo hacen de menor cantidad; es verdad que repartían la semilla aquellos primeros tres años a veinte y a treinta granos por vecino; y aún habían de ser los más amigos, para que gozasen todos de la nueva mies.
Por este beneficio que esta valerosa mujer hizo al Perú, y por los servicios de su marido, que fue de los primeros conquistadores, le dieron en la ciudad de los Reyes un buen repartimiento de indios, que pereció con la muerte de ellos. El año de mil quinientos y cuarenta y siete aún no había pan de trigo en el Cozco (aunque ya había trigo), porque me acuerdo que el obispo de aquella ciudad, don fray Juan Solano, dominico, natural de Antequera viniendo huyendo de la batalla de Huarina, se hospedó en casa de mi padre con otros catorce o quince de sus camaradas, y mi madre los regaló con pan de maíz; y los españoles venían tan muertos de hambre, que mientras les aderezaron de cenar tomaban puñados de maíz crudo, que echaban a sus cabalgaduras, y se lo comían como si fueran almendras confitadas; la cebada no se sabe quién la llevó; créese que algún grano della fue entre el trigo, porque por mucho que aparten estas dos semillas, nunca se apartan del todo.

CAPÍTULO XXX
DE LA VID, Y EL PRIMERO QUE METIÓ UVAS EN EL COZCO

De la planta de Noé dan la honra a Francisco de Caravantes, antiguo conquistador de los primeros del Perú, natural de Toledo, hombre noble. Este caballero, viendo la tierra con algún asiento y quietud, envió a España por planta; y el que vino por ella, por llevarla más fresca, la llevó de las Islas Canarias, de uva prieta, y así salió casa toda la uva tinta, y el vino es todo aloque, no del todo tinto, y aunque han llevado ya otras muchas plantas, hasta la moscatel, mas con todo eso aún no hay vino blanco.
Por otro tanto como este caballero hizo en el Perú, adoraron los gentiles por dios al famoso Baco, y a él se lo han agradecido poco o nada. Los indios, aunque ya por este tiempo vale barato el vino, lo apetecen poco, porque se contentan con su antiguo brebaje hecho de zara y agua. Juntamente con lo dicho oí en el Perú a un caballero fidedigno que un español curioso había hecho almácigo de pasas llevadas de España, y que prevaleciendo algunos granillos de las pasas nacieron sarmientos; empero tan delicados, que fue menester conservarlos en el almácigo tres o cuatro años, hasta que tuvieron vigor para ser plantados, y para las pasas acertaron a ser de uvas prietas, y que por eso salía todo el vino del Perú tinto o aloque, porque no es del todo prieto como el tinto de España; pudo ser que hubiese sido lo uno y lo otro, porque las ansias que los españoles tuvieron por ver cosas de su tierra en las Indias, han sido tan bascosas y eficaces, que ningún trabajo ni peligro se les ha hecho grande para dejar de intentar el efecto de su deseo.
El primero que metió uvas de su cosecha en la ciudad del Cozco fue el capitán Bartolomé de Terrazas, de los primeros conquistadores del Perú, y uno de los que pasaron a Chilli con el adelantado don Diego de Almagro. Este caballero conocí yo; fue nobilísimo de condición, magnífico, liberal, con las demás virtudes naturales de caballero. Plantó una viña en su repartimiento de indios, llamado Achanquillo, en la provincia de Cuntusuyu, de donde, año de mil quinientos y cincuenta y cinco, por mostrar el fruto de sus manos y la liberalidad de su ánimo, envió treinta indios, cargados de muy hermosas uvas, a Garcilaso de la Vega, mi señor, su íntimo amigo, con orden que diese su parte a cada uno de los caballeros de aquella ciudad para que todos gozasen del fruto de su trabajo.
Fue gran regalo, por ser fruta nueva de España, y la magnificencia no meno, porque si se hubieran de vender las uvas, se hicieran dellas más de cuatro o cinco mil ducados. Yo gocé buena parte de las uvas, porque mi padre me eligió por embajador del capitán Bartolomé de Terraza y con dos pajecillos indios llevé a cada casa principal dos fuentes dellas.

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO I
EL VALOR DE LAS COSAS COMUNES ANTES DE GANAR EL PERÚ

De las cosas comunes diremos en particular solas tres, que bastarán para que sean testigos de lo que vamos probando, y no diré más, por que se excuse la prolijidad que causarían los innumerables que deste jaez pudiéramos decir. El primer testigo sea que una dehesa que hoy es mayorazgo de los buenos de Extremadura, en la ciudad de Trujillo, que vale cada año más de ocho mil ducados de renta, la compraron los antecesores de los que hoy la poseen en doscientos mil maravedíes de principal, y esto fue poco antes que se ganara el Perú. El segundo testigo sea que en esta ciudad de Córdoba, un hombre noble que falleció en ella pocos años antes que se descubrieran las Indias, en su testamento, entre otras cosas, manda que se haga cierta fiesta a Nuestra Señora, y que la misa sea cantada, y que predigue a ella un religioso de la orden del divino San Francisco, y que se le dé de limosna para que coma aquel día el convento treinta maravedíes. La renta de las posesiones que para esta obra pía y para otras dejó mandadas valía entonces cuatrocientos y cincuenta maravedíes. Los cofrades de aquella fiesta, que son los escribanos reales, viendo lo mucho que la renta ha crecido, dan de limosna al convento (de más de cincuenta años a esta parte) cantidad de veinte a treinta ducados, subiendo unos años al número mayor, y otros bajando al número menor; y ha habido año de dar cuarenta escudos en oro, que son diez y seis mil maravedíes, en lugar de los treinta maravedíes que el testador mandó; porque ha crecido tanto la renta, que este año de mil y seiscientos y seis rentan las posesiones en dinero y en dádivas más de novecientos ducados. El testigo tercero sea, que en la ciudad de Badajoz, naturaleza de mi padre, hay cuatro mayorazgos, entre otros muchos que allí hay, los cuales fundó después de viuda una mujer noble en cuatro hijos, la cual fue señora de una villa cercada con siete leguas de término, y de muchas dehesas muy buenas. La villa le quitó el rey Enrique Tercero, por el buen gobierno, a título de que por ser mujer y haber guerras entonces entre Portugal y Castilla, y estar la villa cerca de la raya, no podría defenderla; diole en juro perpetuo cuarenta y cinco mil maravedíes diole en juro perpetuo cuarenta y cinco mil maravedíes de renta, que en aquel tiempo rentaba la villa. Habrá sesenta años que se vendió en ciento y veinte mil ducados, y hoy vale más de trescientos mil. Dirá el que ahora la pose con título de señor lo que vale de renta, que yo no lo sé. Aquella señora dejó este juro al hijo mayor por mejorarle, y a los otros tres dejó a cuatro y a cinco mil maravedíes de renta en dehesas; hoy les vale a sus dueños ducados por maravedíes, y antes más que menos; y al que fue mejorado, por ser su mayorazgo en juro, no le ha crecido una blanca, que si fuera en posesiones no fuera lo mismo. De la propia manera ha crecido el valor y precio de todas las demás cosas que se gastan en la república, así de bastimento como de vestido y calzado, que todo ha subido de precio de la manera que se ha dicho; y todavía sube, que el año de mil quinientos y sesenta, que entré en España, me costaron los dos primeros pares de zapatos de cordobán que en Sevilla rompí a real y medio cada par, y hoy, que es año de mil seiscientos y trece, valen en Córdoba los de aquel jaez, que eran de una suela, cinco reales, con ser Córdoba ciudad más barata que Sevilla. Y subiendo de lo más bajo, que es el calzado, a lo más alto de las cosas que se contratan, que son los censos, digo que aquel año de mil quinientos sesenta se daban los dineros a censo de diez mil maravedíes por mil de renta; y aunque cuatro años después, por buena gobernación, los mandaron subir a catorce mil el millar, este año no los quiere tomar nadie (si son en cantidad y han de ser bien impuestos) menos de a veinte mil el millar; y muchos hombres, señores de vasallos, viendo la barata han tomado y toman censos a veinte mil el millar para redimir los que tenían de a catorce mil. Demás de lo que se ha dicho, es cosa cierta y notoria que dentro de pocos días que la armada del Perú entra en Sevilla, suena su voz hasta las últimas provincias del Viejo Orbe, porque como el trato y contrato de los hombres se comunique, y pase de una provincia a otra, y de un reino a otro, y todo esté colgado de la esperanza del dinero, y aquel imperio sea un mar de oro y plata, llegan sus crecientes a bañar y llenar de contento y riquezas a todas las naciones del mundo, mercedes que nuestro Triunvirato les ha hecho. (Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque).

CAPÍTULO II
LA SANGRIENTA BATALLA DE LAS SALINAS

Rodrigo Orgóñez, como bravo soldado que era, apercibió su gente bien de mañana, y puso en escuadrón los infantes, con sus mangas de arcabuceros a una mano y a otra del escuadrón, aunque sus arcabuceros eran pocos, y muchos de los de su contrario, que fueron los que le destruyeron y vencieron. Los capitanes de la infantería era Cristóbal de Sotelo, Hernando de Alvarado, Juan de Moscoso, Diego de Salinas. La gente de a caballo repartió en dos cuadrillas; en la una fueron Juan Tello y Vasco de Guevara, y en la otra Francisco de Chaves y Ruy Díaz. Orgóñez, como caudillo, quiso andar suelto con su compañero Pedro de Lerma, con achaque de gobernar el campo; pero su intención no era sino tener libertad para pasarse de una parte a otra buscando a Hernando Pizarro para encontrarse con él. Su artillería puso a un lado del escuadrón, donde pudiese ofender a sus enemigos. Puso por delante un arroyo que pasaba por aquel llano y una ciénaga pequeña que allí hay, entendiendo que fueran pasos dificultosos para sus contrarios.
Pedro de Valdivia, que era maese de campo, y Antonio de Villalba, sargento mayor, ordenaron su gente por los mismos términos que Rodrigo Orgóñez la suya. Pusieron el escuadrón con muy hermosas mangas de arcabuceros, que fueron los que hicieron el hecho. Hicieron dos escuadrones de a cien caballos contra los de Orgóñez. Hernando Pizarro con su compañero, que se llamaba Francisco de Barahona, tomó la delantera del un escuadrón de los caballos, y Alonso de Alvarado la de los otros. Gonzalo Pizarro, como general de la infantería quiso pelear a pie. Así fueron a encontrarse con los de Almagro, y pasaron el arroyo y la ciénaga, sin contradicción de los enemigos, porque antes de pasar, les echaron una rociada de pelotas que les hizo mucho daño, y aun los desordenó de manera que con facilidad pudieron romperlos; porque los infantes y caballos se retiraron del puesto donde estaban por alejarse de la arcabucería. Lo cual visto por Orgóñez, desconfiando de la victoria, mandó jugar la artillería, y una pelota que entró por el escuadrón contrario llevó cinco soldados de una hilera, que los atemorizó de manera que si entraran otras cuatro o cinco, desbarataran del todo el escuadrón. Mas Gonzalo Pizarro y el maese de campo Valdivia se pusieron delante, y esforzaron los soldados y les mandaron que con la pelotas que llevaban de alambre tirasen a las picas de los contrarios, que les hacían ventaja en ellas. Porque los de Almagro, a falta de arcabuces, se habían armado de picas, y querían los de Pizarro quitárselas, porque sus caballos rompiesen el escuadrón más de cincuenta picas, como lo dicen Agustín de Zárate y Francisco López de Gómara.
Las pelotas de alambre (para los que no las han visto) se hacen en el mismo molde que las comunes; toman una cuarta o una tercia de hilo de hierro, y a cada cabo del hilo hacen un garabatillo como un anzuelo pequeño, y ponen el un cabo del hilo en el un medio molde, y el otro en el otro medio; y para dividir los medios moldes ponen en medio un pedazo de una hoja de cobre o de hierro delgado como papel, luego echan el plomo derretido, el cual se encorpora con los garabatillos del hilo de hierro, y sale de pelota en dos medios divididos, asidos al hilo de hierro. Para echarlos en el arcabuz los juntan como si fuera pelota entera; y al salir del arcabuz se apartan, y con el hilo de hierro que llevan en medio cortan cuanto por delante topan. Por este cortar mandaron tirar a las picas, como lo dicen los historiadores; porque con las pelotas comunes no pudieran quebrar tantas picas como quebraron. No tiraron a los piqueros por no hacer tanto daño en ellos; quisieron mostrar a sus contrarios la ventaja que en los arcabuces les tenían.
Esta invención de pelotas llevó de Flandes al Perú el capitán Pedro de Vergara con los arcabuces que allá pasó. Yo alcancé en mi tierra algunas dellas, y en España las he visto y las he hecho, y allá conocí un caballero que se decía Alonso de Loaya, natural de Trujillo, que salió de aquella batalla herido de una pelota destas, que lo cortó la quijada baja con todos los dientes bajos y parte de las muelas; fue padre de Francisco de Loaya, que hoy vive en el Cozco, uno de los pocos hijos de conquistadores que gozan de los repartimientos de sus padres. La invención de las pelotas de alambre debieron de sacar de ver echar los pedazos de cadena que echan en las piezas de artillería para que hagan más daños en los enemigos. Volviendo al cuento de nuestra batalla, decimos que Rodrigo Orgóñez y su compañero Pedro de Lerma, viendo el daño que la arcabucería había hecho en los suyos, arremetieron con el escuadrón de caballos en que iba Hernando Pizarro a ver si pudiesen matarle, que era lo que deseaban, porque la victoria de la batalla ya la veían declinarse al bando de sus enemigos. Pusiéronse bien enfrente dél y de su compañero, que por las señas de las ropillas de terciopelo naranjado, eran bien conocidos. Arremetieron con ellos, los cuales salieron al encuentro con grande ánimo y bizarría. Rodrigo Orgóñez, que llevaba lanza de ristre, encontró a Francisco de Barahona, y acertó a darle en el barbote (en el Perú, a falta de celadas borgoñonas, ponían los de a caballo barbotes postizos a la celadas de infantes con que cubrían el rostro); la lanza rompió el barbote, que era de plata y cobre, y le abrió la cabeza, y dio con él en el suelo, y pasando adelante atravesó a otro la lanza por los pechos, y echando mano al estoque, fue haciendo maravillas de su persona; mas duró poco, porque de un arcabuzazo le hirieron con un perdigón en la frente, de que perdió la vista y las fuerzas.
Pedro de Lerma y Hernando Pizarro se encontraron de las lanzas, y porque eran jinetes, y no de ristre, será necesario que digamos cómo usaban dellas. Es así que entonces y después acá, en todas las guerras civiles que los españoles tuvieron, hacían unas bolsas de cuero asidas a unos correones fuertes que colgaban del arzón delantero de la silla y del pescuezo del caballo, y ponían el cuento de la lanza en la bolsa, y la metían debajo del brazo, como si fuera de ristre. Desta manera hubo bravísimos encuentros en las batallas que en el Perú se dieron entre los españoles, porque el golpe era con toda la pujanza del caballo y del caballero. Lo cual no fue menester para con los indios, que bastaba herirles con golpe del brazo y no de ristre. Después del primer encuentro, si la lanza quedaba sana, entonces la sacaban del bolsón, y usaban della como lanza jineta. Damos particular cuenta de las armas defensivas y ofensivas que en aquella mi tierra se usaban, para que se entienda mejor lo que fuéremos diciendo. Volviendo al encuentro de Hernando Pizarro y Pedro de Lerma, es así que por ser las lanzas largas, y blandear más de lo que sus dueños quisieran, fueron los encuentros bajos. Hernando Pizarro hirió malamente a su contrario en un muslo, rompiéndole las coracinas y la cota que llevaba puesta. Pedro de Lerma dio al caballo de Hernando Pizarro en lo alto del copete; de manera que con la cuchillada del hierro de la lanza cortó algo del pellejo, y rompió las cabezadas, y dio en lo alto del arzón delantero, que (con ser la silla de armas) lo desencajó y sacó de su lugar, y pasando delante la lanza rompió las coracinas y la costa, y hirió a Hernando Pizarro en el vientre, no de herida mortal, porque el caballo, del bravo encuentro de la lanza se delomó a aquel tiempo, y cayó en tierra, y con su caída libró de la muerte al caballero que a no suceder así se tuvo por cierto que pasara la lanza de la otra parte. En este paso, loando ambos historiadores las proezas de Orgóñez, dicen casi unas mismas palabras; las últimas de Agustín de Zárate en aquella loa son las que siguen: “Y cuando Rodrigo Orgóñez acometió, le hirieron con un perdigón de arcabuz en la frente, habiéndole pasado la celada, y él con su lanza , después de herido, mató dos hombres, y metió un estoque por la boca a un criado de Hernando Pizarro, pensando que era su amo, porque iba muy bien ataviado”. Hasta aquí es de Zárate. Sobre lo cual es de advertir que quien dio en España la relación desta batalla debió de ser del bando contrario de Hernando Pizarro, porque en su particular la dio siniestra. Que dijo que Hernando Pizarro vistió a un criado suyo con las vestiduras y divisas que había dicho que sacaría el día de la batalla, para que los que le buscasen (mirando por el criado ataviado) se descuidasen dél. En lo cual le motejó de cobarde y pusilánime; y esta fama se divulgó por toda España, y fue al Perú; y el Consejo Real de las Indias, para certificarse deste particular, llamó a un soldado famoso que se halló en aquella batalla de don Diego Almagro, que se decía Silvestre González; y, entre otras cosas, le preguntó si en el Perú tenían a Hernando Pizarro por cobarde. El soldado, aunque de bando contrario, dijo, abonándole, todo lo que de Hernando Pizarro y de su desafío, y de Orgóñez, y de los compañeros, hemos dicho que era la pública voz y fama de aquella batalla. Esto pasó en Madrid en los últimos años de la prisión de Hernando Pizarro, que fueron veinte y tres; y el soldado contó a mí lo que le pasó en el Consejo Real de las Indias. El que echó la mala fama, para darle dolor, dijo que era criado el que decimos que era su compañero. Dijo que iba muy ataviado, y fue verdad, porque llevaba la misma divisa de Hernando Pizarro, que era la ropilla de terciopelo naranjado muy acuchillada. Quitó de la verdad, y añadió de lo falso en hacer criado al que era compañero. Viendo los suyos a Hernando Pizarro caído, entendiendo que era muerto, arremetieron con los de don Diego de Almagro, y los unos y los otros pelearon bravísimamente con mucha mortandad de ambas partes, porque se encendió el fuego más de lo que pensaron, y se hirieron y mataron con grandísima rabia y desesperación, como si no fueran todos de una misma nación, ni de una religión, ni acordándose que habían sido hermanos y compañeros en armas, para ganar aquel imperio con tanto trabajo como lo ganaron. Duró la pelea sin reconocer la victoria mucho más tiempo del que se imaginó, porque los de Almagro, aunque eran muchos menos en números, eran iguales en valor y ánimo a los de Pizarro, y así resistieron la pujanza de los enemigos y la ventaja de los arcabuces, a costa de sus vidas, vendiéndolas bien hasta que se vieron consumidos, muertos y heridos, y los que pudieron volvieron las espaldas. Entonces se mostró más cruel la rabia con que habían peleado; que aunque los vieron vencidos y rendidos, no los perdonaron, antes mostraron mayor seña.
CAPÍTULO III
EL MARQUÉS HACE REPARTIMIENTO DEL REINO Y PROVINCIA DE LOS CHARCAS, Y GONZALO PIZARRO VA A LA CONQUISTA DE LA CANELA

Sosegada la guerra, y los indios puestos en paz, hizo el marqués repartimiento dellos en los más principales españoles que se hallaron en aquella conquista; dio un repartimiento muy bueno a su hermano Hernando Pizarro, y otro a Gonzalo Pizarro, en cuyo distrito se descubrieron, años después, las minas de plata de Potosí, en las cuales supo a Hernando Pizarro, como a vecino de aquella ciudad (aunque él estaba ya en España), una mina que dieron a sus ministros para que le enviasen plata della. La cual salió tan rica, que en más de ocho meses sacaron della plata acendrada, finísima, de toda ley, sin hacer otro beneficio al metal más de fundirlo.
Añadimos esta riqueza aquí porque se me fue de la memoria cuando tratamos de aquel famoso cerro en la primera parte de estos comentarios. A Garcilaso de la Vega, mi señor, dieron el repartimiento llamado Tapacri. A Gabriel de Rojas dieron otro mucho bueno, y lo mismo a otros muchos caballeros en espacio de más de cien leguas de término que aquella ciudad entonces tenía, del cual dieron después parte a la ciudad que llamaron de la Paz.
No valían aquellos repartimientos entonces cuando se dieron sino muy poco, aunque tenían muchos indios, y eran de tierra muy fértil y abundante, hasta que se descubrieron las minas del Potosí; entonces subieron las rentas a diez por uno, que los repartimientos que rentaban a dos, tres, cuatro mil pesos, rentaron después a veinte, treinta y cuarenta mil pesos. El marqués don Francisco Pizarro, habiendo mandado fundar la villa que llamaron de la Plata, que hoy se llama ciudad de la Plata, y habiendo repartido los indios de su jurisdicción en los ganadores y conquistadores della, que todo fue año de mil y quinientos y treinta y ocho y treinta y nueve, no habiendo reposado aún dos años de las guerras civiles y conquistas pasadas, pretendió otras tan dificultosas y más trabajosas, como luego se dirá. Con la muerte de don Diego de Almagro quedó el marqués solo gobernador de más de setecientas leguas de tierras que hay Norte Sur, desde los Charcas a Quitu, donde tenía bien que hacer en apaciguar y allanar las nuevas conquistas que sus capitanes en diversas partes hacían, y en proveer de justicia y quietud para los pueblos que ya tenían pacíficos; pero como el mandar y señorear sea insaciable, no contento con lo que tenía, procuró nuevos descubrimientos, porque su ánimo belicoso pretendía llevar y pasar adelante las buenas andanzas que hasta allí había tenido.
Todo nueva que fuera de los términos de Quitu y fuera de lo que los reyes Incas señorearon, había una tierra muy larga y ancha donde se criaba canela, por lo cual llamaron la Canela. Parecióle enviar a la conquista de ella a su hermano Gonzalo Pizarro, para que tuviese otra tanta tierra que gobernar como él; y habiéndolo consultado con los de su secreto, renunció la gobernación de Quitu en el dicho su hermano, para que los de aquella ciudad le socorriesen en lo que hubiese menester, porque de allí había de hacer su entrada, por estar la Canela al levante de Quitu. Con esta determinación envió a llamar a Gonzalo Pizarro, que estaba en los Charcas ocupado en la nueva población de la ciudad de la Plata, y en dar orden y asiento para gozar del repartimiento de indios que le había cabido. Gonzalo Pizarro vino luego al Cozco, donde su hermano estaba; y habiendo platicado entre ambos la conquista de la Canela, se apercibió para ella, aceptando con muy buen ánimo, la jornada, por mostrar en ella el valor de su persona para semejantes hazañas.
Hizo en el Cozco más de doscientos soldados, los ciento de a caballo, y los demás infantes; gastó con ellos más de sesenta mil ducados. Fue a Quitu, quinientas leguas de camino, donde estaba Pedro de Puelles por gobernador. Por el camino peleó con los indios que andaban alzados; tuvo batallas ligeras con ellos; pero los de Huánucu le apretaron malamente, tanto, que, como dice Agustín de Zárate, libro cuarto, capítulo primero, le envió el marqués socorro con Francisco de Chaves.
Gonzalo Pizarro, libre de aquel peligro y de otros no tan grandes, llegó a Quitu. Mostró a Pedro de Puelles las provisiones del marqués su hermano; fue obedecido. Y como gobernador de aquel reino aderezó lo necesario para su jornada: hizo más de otros cien soldados, que por todos fueron trescientos y cuarenta, los ciento y cincuenta de a caballo, y los demás infantes.
Llevó más de cuatro mil indios de paz cargados con sus armas y bastimento, y lo demás necesario para la jornada, como hierro, hachas, machetes, sogas y maromas de cáñamo, y clavazón para lo que por allá se les ofreciese.
Llevaron asimismo cerca de cuatro mil cabezas de ganado de puercos, y de las ovejas mayores de aquel imperio, que también ayudaron a llevar parte de la munición y carguío.
Dejó en Quitu por su lugarteniente a Pedro de Puelles, y habiendo reformado y dado nueva orden en ciertas cosas que tenían necesidad de reformación, salió de Quitu por Navidad del año mil y quinientos y treinta y nueve. Anduvo en buena paz y muy regalado de los indios todo lo que duró el camino, hasta salir del imperio de los Incas. Luego entró en una provincia que los historiadores llamaban Quixos. Y porque en esta jornada de la Canela, Francisco López de Gómara y Agustín de Zárate van muy conformes, contando los sucesos della casi por unas mismas palabras, y porque yo las oí a muchos de los que en este descubrimiento se hallaron con Gonzalo Pizarro, diré, recogiendo de los unos y de los otros, lo que pasó.
Es así que en aquella provincia de los Quixos, que es al norte de Quitu, salieron muchos indios de guerra a Gonzalo Pizarro; mas luego que vieron los muchos españoles y caballos que llevaban, se retiraron la tierra adentro, donde nunca más parecieron. Pocos días desto tembló la tierra bravísmamente, que se cayeron muchas casas en el pueblo donde estaba. Abrióse la tierra por muchas partes; hubo relámpagos, truenos, rayos, tantos y tan espesos, que se admiraron los españoles muy mucho; juntamente llovió muchos días tanta agua, que parecía que la echaban a cántaros; admiróles la novedad de la tierra, tan diferente de la que habían visto en el Perú. Pasados cuarenta o cincuenta días que tuvieron esta tormenta, procuraron pasar la Cordillera Nevada; y aunque iban bien apercibidos (como aquella Sierra sea tan extraña), les cayó tanta nieve y hizo tanto frío, que se helaron muchos indios, porque visten poca ropa, y ésa de muy poco abrigo. Los españoles, por huir del frío y de la nieve, y de aquella mala región, desampararon el ganado y la comida que llevaban, entendiendo hallarla dondequiera que hubiese población de indios. Pero sucedióles en contra, porque pasada aquella Cordillera tuvieron mucha necesidad de bastimento, porque la tierra que hallaron (por ser estéril) no tenía habitadores. Diéronse priesa a salir della, llegaron a una provincia y pueblo que llamaban Zumaco, puesto a las faldas de un volcán, donde hallaron comida; pero tan cara, que en dos meses que allí estuvieron no les cesó de llover jamás ni sólo un día, con que recibieron mucho daño, que se les perdió mucha ropa de la que llevaban de vestir.
En aquella provincia llamada Zumaco, que está debajo de la Equinocial, o muy cerca, se crían los árboles que llaman canela, la que iban a buscar. Son muy altos, con hojas grandes como el laurel, y la fruta son unos racimos de fruta menuda, que se crían en capullos como de bellota. Y aunque el árbol y sus hojas, raíces y corteza huelen y saben a canela, la más perfecta canela son los capullos. Por los montes se crían muchos árboles de aquellos, incultos, y dan fruto; pero no es tan bueno como el que sacan los indios de los árboles que plantan y cultivan en sus tierras para sus granjerías con sus comarcanos; mas no con los del Perú. Los cuales nunca quisieron ni quieren otras especies que su uchu, que los españoles llaman allá ají, y en España pimiento.
CAPÍTULO IV
LA MUERTE DEL MARQUÉS DON FRANCISCO PIZARRO Y SU POBRE ENTIERRO

Sintiendo el ruido que los del Chili llevaban, algunos indios del servicio del marqués entraron donde estaba, y le avisaron de la gente que venía, y de qué manera venía. El marqués, que estaba hablando con su alcalde mayor, el doctor Velázquez, y con el capitán Francisco de Chaves, que era como su teniente general, y con Francisco Martín de Alcántara, su hermano materno, y con otros doce o trece criados de casa, con el aviso de los indios sospechó lo que fue. Mandó a Francisco de Chaves que cerrase la puerta de la sala y de la cuadra donde estaban, mientras él y los suyos se armaban para salir a defenderse de los que venían. Francisco de Chaves, entendiendo que era alguna pendencia particular de soldados, y que bastaría su autoridad a apaciguarla (en lugar de cerrar las puertas como le fue mandado), salió a ellos y los halló que subían ya la escalera. Y turbado de ver lo que no pensó, les preguntó diciendo: “¿Qué es lo que mandan vuestas mercedes?”. Uno dellos le dio por respuesta una estocada. Él, viéndose herido, para defenderse echó mano a su espada; luego cargaron todos sobre él, y uno dellos le dio una cuchillada tan buena en el pescuezo, que como dice Gómara, capítulo ciento y cuarenta y cinco, le llevó la cabeza a cercén, y rodó el cuerpo la escalera abajo. Los que estaban en la sala, que eran criados del marqués, salieron a ver el ruido, y viendo muerto a Francisco de Chaves, volvieron huyendo como mercenarios, y se echaron por las ventanas que salían a un huerto de la casa; y entre ellos fue el doctor Juan Velázquez con la vara en la boca, porque no le estorbase las manos, como que por ella le hubiesen de respetar los contrarios. Los cuales entraron en la sala, y no hallando gente en ella, pasaron a la cuadra. El marqués, sintiéndolos tan cerca, salió a medio armar, que no tuvo lugar a atarse las correas de una coracinas que se había puesto. Sacó embarazada una adarga y una espada en la mano. Salieron con él su hermano Francisco Martín de Alcántara y dos pajes, ya hombres, el uno llamado Juan de Vargas, hijo de Gómez de Tordoya, y el otro Alonso Escandón. Los cuales no sacaron armas defensivas porque no tuvieron lugar de poderlas tomar. El marqués y su hermano se pusieron a la puerta, y la defendieron valerosamente gran espacio de tiempo, sin poderles entrar los enemigos. El marqués, con gran ánimo, decía a su hermano: “Muera, que traidores son”. Peleando valientemente los unos y los otros, mataron al hermano del marqués, porque no llevaba armas defensivas. Uno de los pajes se puso luego en su lugar, y él y su señor defendían la puerta tan varonilmente, que los enemigos desconfiaban de poderla ganar; y temiendo que durara mucho la pelea vendría socorro al marqués y los matarían a todos tomándolos en medio. Juan de Rada y otro de los compañeros arrebataron en brazos a Narváez, y lo arrojaron la puerta adentro para que el marqués se cebase en él, y entre tanto entrasen los demás. Así sucedió que el marqués recibió a Narváez con una estocada y otras heridas que le dio, de que murió luego. Entre tanto entraron los demás y los unos acudieron al marqués, y los otros a los pajes. Los cuales murieron peleando como hombres y dejaron mal heridos a cuatro de los contrarios. Viendo solo al marqués, acudieron todos a él, y le cercaron de todas partes; él se defendió buen espacio de tiempo como quien era, saltando a unas partes y a otras, trayendo la espada con tanta fuerza y destreza, que hirió malamente a tres de sus contrarios; pero como eran tantos para uno solo, y su edad pasaba ya de los sesenta y cinco años, se desalentó de manera que unos de sus enemigos se le acercó y le dio una estocada por la garganta, de que cayó en el suelo pidiendo confisión a grandes voces; y caído como estaba, hizo una cruz con la mano derecha, y puso la boca sobre ella; y besándola expiró el famoso sobre los famosos don Francisco Pizarro, el que tanto enriqueció y engrandeció y hoy engrandece la corona de España y a todo el mundo, con las riquezas del imperio que ganó; como se ve, y como atrás en muchas partes hemos dicho. Y con todas sus grandezas y riquezas acabó tan desamparado y pobre, que no tuvo con qué, ni quien lo enterrase. Donde la fortuna en menos de una hora igualó su disfavor y miseria al favor y prosperidad que en el discurso de toda su vida le había dado.

CAPÍTULO V
DON DIEGO DE ALMAGRO SE HACE JURAR POR GOBERNADOR DEL PERÚ, ENVÍA SUS PROVISIONES A DIVERSAS PARTES DEL REINO, Y LA CONTRADICCIÓN DELLAS

El marqués falleció, como se ha dicho, por la demasiada confianza de Francisco Chaves, que no cerró las puertas como le fue mandado; que a cerrarlas, mientras los contrarios las rompían, tuvieran lugar de armarse los que con el marqués estaban; y quizá sobrepujaran a los de don Diego. Pues siendo no más de cuatro, que eran el marqués, y su hermano, y sus dos pajes, y mal armados, mataron cuatro, como dicen los autores, y hicieron otros; de creer es que si estuvieran bien apercibidos, bastaban los cuatro y los otros que se echaron por las ventanas a defenderse de los enemigos y aun a vencerlos, que cuando no alcanzaran la victoria, pudiera llegar el socorro con tiempo. Mas cuando la desgracia viene, mal se remedia por consejos humanos. El negro que Gómara dice que mataron los de Almagro fue que sintiendo el tropel que traían peleando con el marqués, subió por el escalera arriba y ayudar a su señor, o morir con él; y cuando llegó a la puerta sintió que ya lo habían muerto; quiso echar el cerrojo por defuera para dejarlos encerrados y llamar la justicia; yendo el negro juntando las puertas, acertó a salir uno de los de dentro, y sintiendo la intención del esclavo arremetió contra él y lo mató a estocadas. Fueron siete los que murieron por parte del marqués, y entre ellos un criado de Francisco Chaves. Luego salieron a la plaza los de Almagro con las espadas ensangrentadas cantando la victoria. Así acabó el buen marqués, más por negligencia y confianza de los suyos, que no por la pujanza de sus enemigos. Con el alboroto de su muerte se levantó un gran ruido por toda la ciudad: unos, que gritaban diciendo: “Aquí del rey, que matan al marqués”. Otros que a grandes voces decían: “Muerto es ya el tirano, y vengada la muerte de don Diego de Almagro”. En esta vocería y confusión salieron muchos del un bando y del otro, cada cual a favorecer su partido, y en la plaza hubo muchas revueltas y pendencias, donde hubo muertos y heridos; mas luego cesaron los del bando del marqués con la certificación de que era muerte. Los de Chili sacaron a don Diego de Almagro el mozo a la plaza, diciendo que no había otro rey en el Perú sino don Diego de Almagro. El cual, sosegaba la revuelta de aquel día, se hizo jurar del cabildo por gobernador de la tierra, sin que nadie osase contradecirlo, aunque todos los del cabildo eran del bando contrario; pero no osó nadie hablar ni contradecir lo que pedían los victoriosos. Quitó los ministros que había de la justicia, y puso otros de su bando. Prendió los hombres más ricos y poderosos que en la ciudad de los Reyes había, porque eran del bando contrario; en suma, se apoderó de toda la ciudad. Tomó los quintos del rey, que era una grandísima suma la que estaba recogida. Lo mismo hizo de los bienes de los difuntos y de los ausentes, y bien lo hubo menester todo para socorrer a los suyos, que estaban tan pobres como se ha dicho.
Nombró a Juan de Rada, por su capitán general. Hizo capitanes a Juan Tello de Guzmán, natural de Sevilla, y a Francisco de Chaves, deudo muy cercano del otro Francisco de Chaves que mataron con el marqués; que eso tienen las guerras civiles, ser hermanos contra hermanos. Nombró también por capitán a Cristóbal Sotelo, y nombró otros ministros de guerra. A fama destas cosas acudieron a la ciudad de los Reyes todos los españoles que por tierra andaban vaganzos y perdidos; y así hizo don Diego más de ochocientos hombres de guerra. Envió a todas las ciudades del Perú, como fue al Cozco, Arequepa, a los Charcas y, por la costa abajo de la mar, a Trujillo, y la tierra adentro a los Chachapuyas, a requerir y a mandar absolutamente que le recibiesen por gobernador de todo aquel imperio. En una o en dos ciudades le obedecieron más por miedo que por amor, porque no tenían fuerzas para resistir a cincuenta hombres que don Diego envió a ellas; las demás ciudades resistieron, como luego diremos.
En el Perú es común lenguaje decir la costa abajo y las costa arriba, no porque haya cuesta que subir y bajar en la costa, que en figura redonda no la puede haber, sino que se dice la costa abajo por al nueva navegación que el viento sur hace en aquella mar a los que vienen del Perú a Panamá, que es como decir cuesta abajo, porque corre allí siempre aquel viento. Y al contrario dicen costa arriba yendo de Panamá al Perú, por la contradicción del mismo viento, que les hace ir forcejeando como si subiesen cuesta arriba. Juan de Rada proveía todo lo que se ha dicho, en nombre de don Diego, muy absolutamente, sin dar parte a los demás capitanes y compañeros que habían sido en la muerte del marqués; de lo cual nació envidia y rencor en todos los demás principales, y trataron de matar a Juan de Rada.
Sabido el motín, dieron garrote a Francisco de Chaves, que era el principal de la liga, y mataron a otros muchos, y entre ellos a Antonio de Orihuela, natural de Salamanca, aunque era recién llegado de España, porque supieron que por el camino había dicho que eran unos tiranos; y él fue tan mal mirado en su salud, que habiéndolo dicho se fue a meter entre ellos.
Uno de los ministros de don Diego envió por la costa a tomar la posesión de aquellos pueblos y hacer gente para su valía, y tomar armas y caballos a los vecinos señores de indios, que favorecían la contraria, que todos los más eran sus enemigos, fue un caballero llamado García de Alvarado. El cual fue a Trujillo, quitó el cargo de justicia a Diego de Mora, aunque era teniente de don Diego de Almagro, porque supo que avisaba de todo lo que pasaba a Alonso de Alvarado, que era del bando contrario.
Y en la ciudad de San Miguel degolló a Francisco de Vozmediano, y a Hernando de Villegas, y hizo otros grandes desafueros; y mató en Huánucu a Alonso de Cabrera, mayordomo que había sido del marqués don Francisco Pizarro, porque juntaba algunos compañeros para huirse con ellos al bando del rey.
Otro ministro de don Diego, llamado Diego Méndez, fue a los Charcas, a la villa de la Plata, donde halló el pueblo sin gente, porque los vecinos de él se habían ido por unas partes y por otras a juntarse con los de la ciudad del Cozco para ser con ellos de la parte del rey, como luego veremos. Diego Méndez tomó en aquella villa mucho oro que los vecinos tenían escondido en poder de sus indios; los cuales en común son tan flacos, que por cualquiera amenaza que les hagan descubren todo lo que saben.
Tomó asimismo más de sesenta mil pesos de plata acendrada de las minas que llamaron de Porco, que entonces aún no eran descubiertas las de Potosí. Confiscó y puso en cabeza de don Diego de Almagro los indios y las haciendas que eran del marqués don Francisco Pizarro, que eran riquísimas. Lo mismo hizo de los indios del capitán Diego de Rojas, y de Peranzures, y de Gabriel de Rojas, y de Garcilaso de la Vega, y de todos los demás vecinos de aquella villa, que todos los más eran amigos de los Pizarros. Otro mensajero envió a la provincia de Chachapuya, donde andaba Alonso de Alvarado pacificándola. El cual, luego que vio las provisiones de Diego y sus cartas, aunque en ellas le hacía grandes promesas si le obedecía, y grandes amenazas si le contradecía, dio por respuesta prender al mensajero, y persuadir a cien españoles que consigo tenía que siguiesen y sirviesen a Su Majestad, y con el consentimiento dellos alzó bandera. Y aunque don Diego le escribió con otros mensajeros, nunca le quiso obedecer; antes respondió que no le recibiría por gobernador hasta ver expreso mandato de Su Majestad hasta entonces se había hecho. Todo esto hizo Alonso de Alvarado confiado en la aspereza de aquella provincia, que, como otras veces hemos dicho, es asperísima, y esperaba Alvarado, aunque tenía poca gente, defenderse hasta que se juntasen otros del bando de Pizarro a servir al emperador, que bien sabía que habían de acudir muchos; y así estuvo esperando lo que sucediese, haciendo llamamiento a la gente que por la costa hubiese. Donde lo dejaremos por decir de otros que hicieron lo mismo. Los mensajeros que con las provisiones y poderes de don Diego de Almagro fueron al Cozco, no se atrevieron a hacer de hecho insolencia alguna como habían hecho en otras partes, que aunque en aquella ciudad había muchos de su valía, había más del servicio del rey, y eran hombres más principales, ricos y poderosos que tenían reparticiones de indios; y los de don Diego eran pobres soldados recién entrados en la tierra, que deseaban semejantes revueltas para medrar ellos también. Eran alcaldes a la sazón en aquella ciudad Diego de Silva, ya otra vez por mi nombrado, hijo de Feliciano de Silva, natural de Rodrigo, y Francisco de Carvajal, que después fue maese de campo de Gonzalo Pizarro.
Los cuales, habiendo visto las provisiones, por no irritar a los del bando de don Diego a que hiciesen algún destino, respondieron, y todo el cabildo con ellos, no contradiciendo ni obedeciendo; y dijeron que para hecho tan solemne era necesario que don Diego enviara poder más bastante del que envió, y que luego que lo enviase lo recibirían por gobernador. Esto dijeron con determinación de no recibirle, mas de entretenerle para que hubiese tiempo y lugar de juntarse los que de su bando estaban ausentes, que los más estaban fuera de la ciudad en sus repartimientos y minas de oro, que casi todos los repartimientos del Cozco las tienen.

CAPÍTULO VI
EL AUTOR DICE CÓMO SE HABÍA GONZALO PIZARRO CON LOS SUYOS. CUENTA LA MUERTE DE VELA NÚÑEZ. LA LLEGADA DE FRANCISCO CARVAJAL A LOS REYES. EL RECIBIMIENTO QUE SE LE HIZO

Yo conocí a Gonzalo Pizarro de vista en la ciudad del Cozco, luego que fue a ella, después de la batalla de Huarina hasta la de Sacsahuana, que fueron casi seis meses, y los más de aquellos días estuve en su casa, y vi el trato de su persona en casa y fuera de ella. Todos le hacían honra como a superior, acompañándole doquiera que iba, a pie o a caballo, y él se había con todos, así vecinos como soldados, tan afablemente, y tan como hermano, que ninguno se quejaba de él; nunca vi que nadie le besase la mano, ni él la daba aunque se la pidiesen por comedimiento: a todos quitaba la gorra llanamente, y nadie que lo mereciese dejó de hablar de vuesa merced. A Carvajal, como lo hemos dicho, llamaba padre; yo se lo oí una vez que estando yo con el gobernador, que como a niño y muchacho me tenía consigo, llegó a hablarle Francisco de Carvajal; y aunque en el aposento no había quien pudiese oírle sino yo, se recató de mí, y le habló al oído de manera que aun la voz no le oí. Gonzalo Pizarro le respondió pocas palabras; y una de ellas fue decirle: “Mirad, padre”. Vile comer algunas veces, comía siempre en público; poníanle una mesa larga, que por lo menos hacía cien hombres; sentábase a la cabecera de ella, y a una mano y otra, en espacio de dos asientos, no se asentaba nadie; de allí adelante se sentaban a comer con él todos los soldados que querían, que los capitanes y los vecinos nunca comían con él, sino en sus casas. Yo comí dos veces a su mesa, porque me lo mandó, y uno de los días fue el día de la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora; su hijo del marqués, y yo con ellos, comimos en pie todos tres en aquel espacio que quedaba de la mesa sin asientos , y él nos daba de su plato lo que habíamos de comer; y vi todo lo que he dicho, y como testigo de vista lo certifico. Los historiadores debieron de tener relatores apasionados de odio y rencor, para informarles lo que escribieron. También le notan que llevando todos los quintos, y rentas reales, y los tributos de los indios vacos, y de los que andaban contra él, que todo venía a ser más que las dos tercias partes de la renta del Perú, no pagaba la gente de guerra, y que la traía muy descontenta; y cuando le mataron, no dicen que le hallaron tesoros escondidos: donde se ve adúltero, con gran encarecimiento de su delito, como es razón que se acriminen casos semejantes, principalmente en los que mandan y gobiernan.
Volviendo a nuestra historia, es de saber que en el tiempo que Gonzalo Pizarro estuvo de esta vez en la ciudad de los Reyes, acaeció la desgraciada muerte de Vela Núñez, hermano del visorrey Blasco Núñez de Vela, que la causó el capitán Juan de la Torre, el cual se había casado años antes con una india, hija de un curaca de los de la provincia de Puerto Viejo. Los indios, viéndose favorecidos con el parentesco de aquel español, estimándolo más que a sus tesoros, le descubrieron una sepultura de los señores sus antepasados, donde había más de ciento y cincuenta mil ducados en oro y esmeraldas finas. Juan de la Torre, viéndose tan rico, deseó huirse de Gonzalo Pizarro, y venirse a España a gozar de sus riquezas; mas pareciéndole que según los delitos que contra el servicio de Su Majestad había hecho (porque fue uno de los que pelearon las barbas del visorrey, y se las puso por medalla), no venía seguro, tentó a Vela Núñez para que se huyese con él en un navío de los que en el puerto había, para que en España, él y sus deudos le apadrinasen y favoreciesen, por haberle sacado de poder del tirano, y teniendo ya el consentimiento de Vela Núñez, por hablillas y novelas que se inventaron, de que Su Majestad confirmaba la gobernación a Gonzalo Pizarro, mudó parecer, porque siendo así no quería perder la gracia y amistad de Gonzalo Pizarro, de quien esperaba grandes mercedes; y porque Vela Núñez, o otro por él no descubriese a Pizarro al trato que con él había hecho, que fuera causa de su muerte, quiso ganar por la mano al que lo hubiese de descubrir, y así dio cuenta de ella a Gonzalo Pizarro, por lo cual cortaron la cabeza a Vela Núñez, y hicieron cuartos a otro sobre ello, aunque se murmuró que Gonzalo Pizarro lo había hecho más por persuasión del licenciado Carvajal, que no por gana que tuviese de matarle; porque siempre Pizarro sospechó de la blanda condición de Vela Núñez, que antes había sido incitado que incitador. Así acabó este buen caballero, por culpa de un traidor que lo fue de todas maneras. Francisco de Carvajal, teniendo días antes nuevas de la ida de Gonzalo Pizarro a los Reyes, y mandato suyo, vino de los Charcas a juntarse con él a la misma ciudad. Salió Gonzalo Pizarro, buen rato fuera de ella a recibirle; hízole un solemne y triunfal recibimiento, como a capitán que tantas victorias había ganado, y tantos enemigos había desperdigado. Dejó Carvajal en la villa de la Plata a Alonso de Mendoza por capitán y teniente de Gonzalo Pizarro; trujo consigo cerca de un millón de pesos de plata, de lo que había sacado de las minas de Potosí, y de los indios vacos, de que tuvo bien que gastar Gonzalo Pizarro; donde le repitió Carvajal lo que en la carta le había escrito acerca de hacerse rey. Dejarlos hemos a ellos y todos sus ministros y amigos, particularmente los vecinos de las ciudades de aquel imperio, ocupados en la paz y quietud de los indios y españoles que en él había, y en el aumento de la santa fe católica, en la doctrina y enseñanza de los naturales, y en el aprovechamiento de sus haciendas, y del común de los mercaderes y tratantes, que con las guerras y revueltas pasadas no osaba nadie granjear ni mercadear, porque todo andaba a peligro de que se lo quitasen a sus dueños, como lo hacían; los unos, con color descubierto de tiranos, robándolo; y los otros con decir que lo habían menester para servicio del rey. Que río revuelto (como dice el refrán), ganancia es de pescadores. Pasarnos hemos a España a decir lo que Su Majestad Imperial proveyó, sabida la revuelta y alteración del Perú y la prisión del visorrey Blasco Núñez Vela.
CAPÍTULO VII
LOS CAPITANES QUE JUSTICIARON, Y CÓMO LLEVARON SUS CABEZAS A DIVERSAS PARTES DEL REINO

Pasados los coloquios referidos, sucedió otro muy diferente con un soldado que se decía Diego de Tapia, que yo conocí de quien hicimos mención en nuestra historia de la Florida, libro sexto, capítulo diez y ocho. El cual había sido soldado de Carvajal, de su propia compañía, y muy querido suyo, porque era buen soldado y muy ágil para cualquier cosa. Era pequeño de cuerpo y muy pulido en todo, y se le había huído a Carvajal antes de la batalla Huarina. Puesto delante dél, lloró a lágrima viva con mucha ternura y pasión, y entre otras cosas de mucho sentimiento, le dijo: “Señor mío, padre mío, mucho me pesa de ver a vuesa merced en el punto en que está; plugiera a Dios, señor mío, que se contentaran con matarme a mí, y dejaran a vuesa merced con la vida, que yo diera la mía por muy bien empleada. ¡Oh señor mío, cuánto me duele verlo así! Si vuesa merced se huyera cuando yo me huí, no se viera como se ve”. Carvajal le dijo que creía muy bien su dolor y sentimiento, y le agradecería mucho su voluntad, y el deseo de trocar su vida por la ajena, que bien mostraba la amistad que le había tenido. Y a lo de la huída le dijo: “Hermano Diego de Tapia, pues que éramos tan grandes amigos, ¿por qué cuando os huisteis no me lo dijisteis, y nos fuéramos ambos?”. Dio bien que reír su respuesta a los que le conocían, y les causó admiración ver cuán en sí estaba para responder a todo lo que se le ofrecía. Todo esto y mucho más pasó el día de la batalla con Francisco de Carvajal. Gonzalo Pizarro estuvo solo, que no le vio nadie, porque él lo mandó así, si no fue Diego Centeno y otros seis o siete soldados principales que estaban con él guardándole.
El día siguiente se hizo justicia de Gonzalo Pizarro y de su maese de campo y capitanes, los que prendieron el día de la batalla, que como dice Gomara, capítulo ciento y ochenta y siete, fueron Juan de Acosta, Francisco Maldonado, Juan Vélez de Guevera, Dionisio de Bobadilla, Gonzalo de los Nidos, a quien dice que le sacaron la lengua por el colodrillo, y no dice por qué; y fue por grandes blasfemias que dijo contra la majestad imperial. A todos éstos y a otros muchos ahorcaron, que aunque eran hijos dalgo no quisieron guardarles su preeminencia, porque fueron traidores a su rey. Después de ahorcados les cortaron las cabezas para enviarlas a diversas ciudades del reino. Las de Juan de Acosta y Francisco Maldonado se pusieron en el rollo de la plaza del Cozco, en sendas jaulas de hierro; yo las vi allí, aunque uno de los autores (que es el Palentino), capítulo noventa y uno, diga que la de Acosta llevaron a la ciudad de los Reyes. La de Dionisio de Bobadilla y otra con ella llevaron a Arequepa, donde se cumplió muy por entero el pronóstico que la buena Juana de Leyton echó al mismo Bobadilla cuando llevó a aquella ciudad la cabeza de Lope de Mendoza, que le dijo que muy presto la quitarían de allí y pondrían la suya en el mismo lugar; así se cumplió muy a la letra. Diéronse priesa a ejecutar la justicia en Gonzalo Pizarro y sus ministros, porque temían, como dicen los autores, que mientras él vivía no estaba segura la tierra. A Pizarro condenaron a cortar la cabeza por traidor, y que le derribasen las casas que tenían en el Cozco, y sembrasen de sal, y pusiesen un pilar de piedra con un letrero que dijese: “Estas son las casas del traidor de Gonzalo Pizarro”, etc.
Todo lo cual vi yo cumplido, y las casas eran las que le cupieron en el repartimiento de aquella ciudad se hizo cuando la ganaron él y sus hermanos; y el sitio en lengua de indio se llamaba Coracora, que quiere decir herbazal. Gonzalo Pizarro, el día de su prisión, como se ha dicho, estuvo en la tienda del capitán Diego Centeno, donde le trataron con el mismo respeto que en su mayor prosperidad y señorío. No quiso comer aquel día, aunque se lo pidieron; casi todo él lo gastó en pasearse a solas muy imaginativo; y a buen rato de la noche dijo a Diego Centeno: “Señor, ¿estamos seguros esta noche?”. Quiso decir si le matarían aquella noche o aguardarían al día venidero, porque bien entendía Gonzalo Pizarro que las horas eran años para sus contrarios hasta haberle muerto. Diego Centeno, que lo entendió, dijo: “Vuesa señoría puede dormir seguro, que no hay que imaginar en eso”. Ya pasada la medianoche, se recostó un poco sobre la cama y durmió como una hora; luego volvió a pasearse hasta el día, y con la luz de él pidió confesor, y se detuvo con él hasta el mediodía, donde lo dejaremos por pasarnos a Francisco de Carvajal, para decir lo que hizo aquel día, que no anduvo tan destinado como uno de los autores le hace, sino muy en contra, como yo lo diré, no por obligación de beneficios que cosa más hubiese recibido de Francisco de Carvajal; antes deseó matar a mi padre después de la batalla de Huarina, y procuró hallar causas para ello sacadas de sus imaginaciones y sospechas; y conforme a esto antes había de decir yo mal dél que volver por su honra; pero la obligación del que escribe los sucesos de sus tiempos para dar cuenta dellos a todo el mundo, me obliga y aun fuerza, si así se puede decir, a que sin pasión, ni afición diga la verdad de los que pasó; y juro como cristiano que muchos pasos de los que hemos escrito los he acortado y cercenado por no mostrarme aficionado o apasionado en escribir tan en contra de lo que los autores dicen, particularmente el Palentino, que debió de ir tarde a aquella tierra, y oyó al vulgo muchas fábulas compuestas a gusto de los que las quisieron inventar, siguiendo sus bandos y pasiones.
Estas cosas que he dicho y otras que diré tan menudas que pasaron en aquellos días, las oí en mis niñeces a los que hablaban en ellas, que en aquel tiempo y años después no había conversación de gente noble en que poco o mucho no se hablase destos sucesos. Después, en edad madura, las oí a persona y personas que fueron guardas de Francisco de Carvajal y de Gonzalo Pizarro, que las tiendas donde estuvieron presos estaban muy cerca la una de la otra, y aquellos soldados que los guardaban, que eran de los principales, se pasaban de la una a la otra remudándose; y así lo vieron todo, y lo contaban en particular, como testigos de vista.
CAPÍTULO VIII
LA VENGANZA QUE AGUIRRE HIZO DE SU AFRENTA, Y LAS DILIGENCIAS DEL CORREGIDOR POR HABERLE A LAS MANOS, Y CÓMO AGUIRRE SE ESCAPÓ

Aguirre no fue a su conquista, aunque los de la villa de Potocsi le ayudaban con todo lo que hubiese menester; más él se excusó diciendo que lo que le había menester para su consuelo era buscar la muerte, y darle priesa para que llegase aína, y con esto se quedó en el Perú, y cumplido el término del oficio del licenciado Esquivel, dio en andarse tras él como hombre desesperado para matarle como quiera pudiese, para vengar su afrenta. El licenciado, certificado por sus amigos desta determinación, dio en ausentarse y apartarse del ofendido; y no como quiera, sino trescientas y cuatrocientas leguas en medio, pareciéndole que viéndole ausente y tan lejos le olvidaría Aguirre; mas él cobraba tanto más ánimo cuanto más el licenciado le huía, y le seguía por el rastro dondequiera que iba. La primera jornada del licenciado fue hasta la ciudad de los Reyes, que hay trescientas y veinte leguas de camino; mas adentro de quince días estaba Aguirre con él; de allí dio el licenciado otro vuelo hasta la ciudad de Quito, que hay cuatrocientas leguas de camino; pero a poco más de veinte días estaba Aguirre en ella, lo cual sabido por el licenciado, volvió y dio otro salto hasta el Cozco, que son quinientas leguas de camino; pero a pocos días después vino Aguirre, que caminaba a pie y descalzo, y decía que un azotado no había de andar a caballo ni parecer donde gente lo viesen. Desta manera anduvo Aguirre tras su licenciado tres años y cuatro meses. El cual, viéndose cansado de andar tan largos caminos y que no le aprovechaban, determinó hacer asiento en el Cozco, por parecerle que habiendo en aquella ciudad un juez tan riguroso y justiciero no se le atrevería Aguirre a hacer cosa alguna contra él. Y así tomó para su morada una casa calle en medio de la iglesia Mayor, donde vivió con mucho recato; traía de ordinario una cota vestida debajo del sayo, y su espada y daga ceñida, aunque era contra su profesión. En aquel tiempo un sobrino de mi padre, hijo de Gómez de Tordoya, y de su mismo nombre, habló al licenciado Esquivel, porque era de la patria, extremeño y amigo, y le dijo: “Muy notorio es a todo el Perú cuán canino y diligente anda Aguirre por matar a vuesa merced; yo quiero venirme a su posada siquiera a dormir de noche en ella, que sabiendo Aguirre que estoy con vuesa merced no se atreverá a entrar en su casa”. El licenciado lo agradeció, y dijo que él andaba rectado y su persona segura, que no se quitaba una cota ni sus armas ofensivas, que esto bastaba; que lo demás era escandalizar la ciudad, y mostrar mucho temor a un hombrecillo como Aguirre; dijo esto porque era pequeño de cuerpo y de ruin talla, mas el deseo de la venganza le hizo tal de persona y ánimo, que pudiera igualarse con Diego García de Paredes y Juan de Urbina, los famosos de aquel tiempo, pues se atrevió a entrar un lunes a mediodía en casa del licenciado, y habiendo andado por ella muchos pasos, y pasado por un corredor bajo y alto, y por una sala alta, y una cuadra, cámara y recámara, donde tenía sus libros, le halló durmiendo sobre uno de ellos y le dio una puñalada en la sien derecha, de que lo mató, y después le dio otras dos o tres por el cuerpo, mas no le hirió por la cota que tenía vestida, pero los golpes se mostraron por la roturas del sayo. Aguirre volvió a desandar lo andado, y cuando se vio a la puerta de la calle halló que se le había caído el sombrero, y tuvo ánimo de volver por él, y lo cobró y salió a la calle; mas ya cuando llegó a este paso iba todo cortado, sin tiento ni juicio; pues no entró en la iglesia a guarecerse en ella teniendo la calle en medio. Fuese hacia San Francisco, que entonces estaba el convento al oriente de la iglesia; y habiendo andado buen trecho de la calle, tampoco acertó a ir al monasterio. Tomó a mano izquierda por una calle que iba a parar donde fundaron el convento de Santa Clara. En aquella plazuela halló dos caballeros mozos, cuñados de Rodrigo de Pineda, y llegándose a ellos, les dijo: “Escóndanme, escóndanme”, sin saber decir otra palabra; que tan tonto y perdido iba como esto. Los caballeros, que le conocían y sabían su pretensión, le dijeron: “¿Habéis muerto al licenciado Esquivel?”. Aguirre dijo “Sí, señor; escóndanme, escóndanme”. Entonces le metieron los caballeros en la casa del cuñado, donde a lo último della había tres corrales grandes, y en el uno dellos había una zahurda donde encerraban los cebones a sus tiempos.
Allí lo metieron y le mandaron que en ninguna manera saliese de aquel lugar, ni asomase la cabeza, porque no acertase a verle algún indio que entrase en el corral, aunque el corral era excusado: que no habiendo ganado dentro, no tenían a qué entrar en él. Dijéronle que ellos le proveerían de comer sin que nadie lo supiese; y así lo hicieron, que comido y cenando a la mesa del cuñado, cada uno dellos disimuladamente metía en las faltriqueras todo el pan y carne, y cualquiera otra cosa que buenamente podían; y después de comer, fingiendo cada uno de por sí que iba a la provisión natural, se ponía a la puerta de la zahurda, y proveía al pobre Aguirre; y así lo tuvieron cuarenta días naturales.
El corregidor, luego que supo la muerte del licenciado Esquivel, mandó repicar las campanas y poner indios Cañaris por guardas a las puertas de los conventos, y centinelas alrededor de toda la ciudad, y mandó apregonar que nadie saliese de la ciudad sin licencia suya. Entró en los conventos, católos todos, que no le faltó sino derribarlos. Así estuvo la ciudad en esta vela y cuidado más de treinta días, sin que hubiese nueva alguna de Aguirre, como si se le hubiera tragado la tierra. Al cabo deste tiempo aflojaron las diligencias, quitaron las centinelas, pero no las guardas de los caminos reales que todavía se guardaban con rigor. Pasados cuarenta días del hecho les pareció a aquellos caballeros (que el uno dellos se decía Fulano Santillán y el otro Fulano Cataño, caballeros muy nobles, que los conocí bien, y el uno dellos hallé en Sevilla cuando vine a España) que sería bien poner en más cobro a Aguirre, y librarse ellos del peligro que corrían de tenerle en su poder; porque el juez era riguroso, y temían no les sucediese alguna desgracia. Acordaron sacarle fuera de la ciudad en público y no a escondidas, y que saliese en hábito negro, para lo cual le raparon el cabello y la barba, y le lavaron la cabeza, el rostro, y el pescuezo, y las mano, y brazos hasta los codos con agua; en la cual habían echado una fruta silvestre, que ni es de comer ni de otro provecho alguno: los indios le llaman vitoc; es de color, forma y tamaño de una berenjena de las grandes; la cual, partida en pedazos, y echada en agua, y dejándola estar así tres o cuatro días, y lavándose después con ella el rostro y las manos, y dejándola enjugar al aire, a tres o cuatro veces que se laven pone la tez más negra que de un Etíope, y aunque después se laven con otra agua limpia, no se pierde ni quita el color negro hasta que han pasado diez días; y entonces se quita con el hollejo de la misma tez, dejando otro como el que antes estaba. Así pusieron al buen Aguirre, y lo vistieron como a negro del campo con vestidos bajos y viles; y un día de aquéllos, a mediodía, salieron con él por las calles y plaza hasta el cerro que llaman Carmenca, por donde va el camino para ir a los Reyes, y hay muy buen trecho de calle y plaza, desde la casa de Rodrigo de Pineda hasta el cerro Carmenca. El negro Aguirre iba a pie delante de sus amos; llevaba un arcabuz al hombro, y uno de sus amos llevaba otro en el arzón, y el otro llevaba en la mano un halconcillo de los de aquella tierra, fingiendo que iban a caza.
Así llegaron a lo último del pueblo donde estaban las guardas. Las cuales les preguntaron si llevaban licencia del corregidor para salir de la ciudad. El que llevaba el halcón, como enfadado de su propio descuido, dijo al hermano: “Vuesa merced me espera aquí o se vaya poco a poco, que yo vuelvo por la licencia y le alcanzaré muy aína”. Diciendo esto, volvió a la ciudad y no curó de la licencia. El hermano se fue con su negro a toda buena diligencia hasta salir de la jurisdicción del Cozco, que por aquella parte son más de cuarenta leguas de camino; y habiéndole comprado un rocín y dándole una poca de plata, le dijo: “Hermano, ya estáis en tierra libre que podéis iros donde bien os estuviere, que yo no puedo hacer más por vos”. Diciendo esto se volvió al Cozco, y Aguirre llegó a Huamanca, donde tenía un deudo muy cercano, hombre noble y rico de los principales vecinos de aquella ciudad. El cual lo recibió como a propio hijo, y le dijo y hizo mil regalos y caricias; y después de muchos días lo envió bien proveído de lo necesario. No ponemos aquí su nombre por haber recibido en su casa y hecho mucho bien a un delincuente contra la justicia real. Así escapó Aguirre, que fue una cosa de las maravillosas que en aquel tiempo acaecieron en el Perú, así por el rigor del Juez y las muchas diligencias que hizo, como porque las tonterías que Aguirre hizo el día de su hecho parece que le fueron antes favorables que dañosas; porque si entrara en algún convento, en ninguna manera escapara, según las diligencias que en todos ellos se hicieron, aunque entonces no había más de tres, que era el de Nuestra Señora de la Mercedes, y del seráfico San Francisco, y del divino Santo Domingo. El corregidor quedó como corrido y afrentado de que no le hubiesen aprovechado sus muchas diligencias para castigar a Aguirre como lo deseaba. Los soldados bravos y facinerosos decían que si hubiera muchos Aguirre por el mundo, tan deseosos de vengar sus afrentas, que los pesquisidores no fueran tan libres e insolentes.

CAPÍTULO IX
CÓMO CELEBRAN INDIOS Y ESPAÑOLES LA FIESTA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO EN EL COZCO. UNA PENDENCIA PARTICULAR QUE LOS INDIOS TUVIERON EN UNA FIESTA DE AQUÉLLAS

Porque la historia pide que cada suceso se cuente en su tiempo y lugar, ponemos estos dos siguientes al principio de este libro octavo, porque sucedieron en el Cozco después de la guerra de Francisco Hernández Girón y antes de la llegada del visorrey que los de aquel reino esperaban. Guardando, pues, esta regla, decimos que la fiesta que los católicos llamamos Corpus Christi se celebraba solemnísimamente en la ciudad de Cozco después que se acabaron las guerras que el demonio inventó en aquel imperio por estorbar la predicación de nuestro Santo Evangelio, que la postrera fue la de Francisco Hernández Girón, y plega a Dios que lo sea. La misma solemnidad habrá ahora, y mucho mayor, porque después de aquella guerra que se acabó al fin del año de mil y quinientos y cincuenta y cuatro, han sucedido cincuenta y siete años de paz hasta el presente, que es de mil y seiscientos y once, cuando se escribe este capítulo.
Mi intención no es sino escribir los sucesos de aquellos tiempos y dejar los presentes para los que quisieron tomar el trabajo de escribirlos. Entonces había en aquella ciudad cerca de ochenta vecinos, todos caballeros nobles, hijosdalgo, que por vecinos (como en otras partes lo hemos dicho) se entienden los señores de vasallos que tienen repartimientos de indios. Cada uno de ellos tenía cuidado de adornar las andas que sus vasallos habían de llevar en la procesión de la fiesta. Componíanlas con seda y oro, y muchas ricas joyas, con esmeralda y otras piedras preciosas. Y dentro en las andas ponían la imagen de Nuestro Señor o de Nuestra Señora, o de otro santo o santa de la devoción del español, o de los indios sus vasallos. Semejaban las andas a las que en España llevan las cofradías en las tales fiestas.
Los caciques de todo el distrito de aquella gran ciudad venían a ella a solemnizar la fiesta, acompañados de sus parientes y de toda la gente noble de sus provincias. Traían todas las galas, ornamentos e invenciones que en tiempo de sus reyes Incas usaban en la celebración de sus mayores fiestas (de las cuales dimos cuenta en la primera parte de estos Comentarios); cada nación traía el blasón de su linaje de donde se preciaba descender.
Unos venían (como pintan a Hércules) vestidos con la piel de león, y sus cabezas encajadas en las del animal, porque se preciaban descender de un león. Otros traían las alas de un ave muy grande que llaman cuntur, puestas a la espaldas, como las que pintan a los ángeles, porque se precian descender de aquella ave. Y así venían otros con otras divisas pintadas, como fuentes, ríos, lagos, sierras, montes, cuevas, porque decían que sus primeros padres salieron de aquellas cosas. Traían otras divisas extrañas con los vestidos chapados de oro y plata. Otros con guirnaldas de oro y plata; otros venían hechos monstruos, con máscaras feísimas, y en las manos pellejinas de diversos animales, como que los hubiesen cazado, haciendo grandes ademanes, fingiéndose locos y tontos, para agradar a sus reyes de todas maneras. Unos con grandezas y riquezas, y otros con locuras y miserias; y cada provincia con lo que le parecía que era mejor invención, de más solemnidad, de más fausto, de más gusto, de mayor disparate y locura; que bien entendían que la variedad de las cosas deleitaba la vista, y añadía gusto y contento a los ánimos. Con las cosas dichas, y otras muchas que se pueden imaginar, que yo no acierto a escribirlas, solemnizaban aquellos indios las fiestas de sus reyes. Con las mismas (aumentándolas todo lo más que podían) celebraban en mis tiempos la fiesta del Santísimo Sacramento, Dios verdadero, redentor y Señor nuestro. Y hacíanlo con grandísimo contento, como gente ya desengañada de las vanidades de su gentilidad pasada.
El Cabildo de la Iglesia y el de la Ciudad hacían por su parte lo que convenía a la solemnidad de la fiesta. Hacían un tablado en el hastial de la iglesia, de la parte de afuera que sale a la plaza, donde ponían el Santísimo Sacramento en una muy rica custodia de oro y plata. El Cabildo de la Iglesia se ponía a la mano derecha, y el de la Ciudad a la izquierda. Tenía consigo a los Incas que habían quedado de la sangre real, por honrarles y hacer alguna demostración de que aquel imperio era dellos.
Los indios de cada repartimiento pasaban con sus andas, con toda su parentela y acompañamiento, cantando cada provincia en su propia lengua particular materna, y no en la general de la corte, por diferenciarse las unas de las otras.
Llevaban sus atambores, flautas, caracolas, y otros instrumentos rústicos musicales. Muchas provincias llevaban sus mujeres en pos de los varones, que les ayudaban a tañer y cantar.
Los cantares que iban diciendo eran en loor de Dios Nuestro Señor, dándole gracias por la merced que les había hecho en traerlos a su verdadero conocimiento; también rendían gracias a los españoles sacerdotes y seculares, por haberles enseñado la doctrina cristiana. Otras provincias iban sin mujeres, solamente los varones; en fin, todo era a la usanza del tiempo de sus reyes.
A lo alto del cementerio, que está a siete u ocho gradas más alto que la plaza, subían por una escalera a adorar el Santísimo Sacramento en sus cuadrillas, cada una dividida de la otra diez o doce pasos en medio, porque no se mezclasen unas con otras. Bajaban a la plaza por otra escalera que estaba a mano derecha del tablado. Entraba cada nación por su antigüedad (como fueron conquistadas por los Incas), que los más modernos eran los primeros, y así los segundos y terceros, hasta los últimos, que eran los Incas. Los cuales iban delante de los sacerdotes en cuadrilla de menos gente y más pobreza, porque habían perdido todo su imperio, y sus casas y heredades particulares.
Yendo pasando las cuadrillas como hemos dicho, para ir en procesión, llegó la de los Cañaris, que aunque la van con sus andas en cuadrilla de por sí, porque hay muchos indios de aquella nación que viven en ella, y el caudillo dellos era entonces don Francisco Cillchi, cañari, de quien hicimos mención en el cerco y mucho aprieto en que el príncipe Manco Inca tuvo a Hernando Pizarro y a los suyos cuando este cañari mató en la plaza de aquella ciudad al indio, capitán del Inca, que desafió a los españoles a batalla singular. Este don Francisco subió las gradas del cementerio muy disimulado, cubierto con su manta y las manos debajo della, con sus andas, sin ornamento de seda ni oro, más de que iban pintadas de diversos colores, y en los cuatro lienzos del chapitel llevaba pintadas cuatro batallas de indios y españoles.
Llegando a lo alto del cementerio, en derecho del Cabildo de la ciudad, donde estaba Garcilaso de la Vega, mi señor, que era corregidor entonces, y teniente el licenciado Monjaraz, que fue un letrado de mucha prudencia y consejo, desechó el indio cañari la manta que llevaba en lugar de capa, y uno de los suyos se la tomó de los hombros, y él quedó en cuerpo con otra manta ceñida (como hemos dicho que se la ciñen cuando quieren pelear o hacer cualquier otra cosa de importancia); llevaba en la mano derecha una cabeza de indio contrahecha asida por los cabellos. Apenas la hubieron visto los Incas, cuando cuatro o cinco dellos arremetieron con el cañari y lo levantaron alto del suelo para dar con él de cabeza en tierra. También se alborotaron los demás indios que había de la una parte y de la otra del tablado donde estaba el Santísimo Sacramento; de manera que obligaron al licenciado Monjaraz a ir a ellos para ponerlos en paz. Preguntó a los Incas que por qué se habían escandalizado. El más anciano respondió diciendo: “Este perro auca, en lugar de solemnizar la fiesta, viene con esta cabeza a recordar cosas pasadas que estaban muy bien olvidadas”.
Entonces el teniente preguntó al cañari que qué era aquello. Respondió diciendo: “Señor, yo corté esta cabeza a un indio que desafió a los españoles que estaban cercados en esta plaza con Hernando Pizarro, y Gonzalo Pizarro, y Juan Pizarro, mis señores, y mis amos, y otros doscientos españoles. Y ninguno dellos quiso salir al desafío del indio, por parecerles antes infamia que honra pelear con un indio, uno a uno. Entonces yo les pedí licencia para salir al duelo, y me la dieron los cristianos, y así salí y combatí con el desafiador, y le vencí y corté la cabeza en esta plaza.” Diciendo esto, señaló con el dedo el lugar donde había sido la batalla. Y volviendo a su respuesta, dijo: “Estas cuatro pinturas de mis andas son cuatro batallas de indios y españoles, en las cuales me hallé en servicio dellos. Y no es mucho que tal día como hoy me honre yo con la hazaña que hice en servicio de los cristianos.” El inca respondió: “Pero traidor, ¿hiciste tú esa hazaña con fuerzas tuyas, sino en virtud deste señor Pachacámac que aquí tenemos presente, y en la buena dicha de los españoles? ¿No sabes que tú y todo tu linaje érades nuestros esclavos, y que no hubiste esa victoria por tus fuerzas y valentía, sin por la que he dicho? Y si lo quieres experimentar ahora que todos somos cristianos, vuélvete a poner en esa plaza con tus armas y te enviaremos un criado, el menor de los nuestros, y te hará a ti y a todos los tuyos. ¿No sabes que en esos mismos días, y en esta misma plaza, cortamos treinta cabezas de españoles, y que un Inca tuvo rendidas dos lanzas a dos hombres de a caballo y se las quitó de la mano, y a Gonzalo Pizarro se la hubiera de quitar si su esfuerzo y destreza no le ayudara? ¿No sabes que dejamos de hacer guerra a los españoles y desamparamos el cerco, y nuestro príncipe se desterró voluntariamente y dejó su imperio a los cristianos, viendo tantas y tan grandes maravillas como el Pachacámac hizo en favor y amparo dellos? ¿No sabes que matamos por esos caminos allí arriba en aquella fortaleza? ¿No fuera bien que miraras todas estas cosas y otras muchas que pudiera yo decir para que tú no hicieras un escándalo, disparate y locura como las que has hecho?” Diciendo esto volvió al teniente, y le dijo: “Señor, hágase justicia como se debe hacer para que no seamos baldonados de los que fueron nuestros esclavos”.
El licenciado Monjaraz, habiendo entendido lo que el uno y el otro dijeron, quitó la cabeza que el cañari llevaba en la mano, y le mandó desceñir la manta que llevaba ceñida, y que no tratase más de aquellas cosas en público ni en secreto, so pena que lo castigaría rigurosamente. Con esto quedaron satisfechos los Incas y todos los indios de la fiesta, que se habían escandalizado de la libertad y desvergüenza del cañari, y todos en común, hombres y mujeres, le llamaron auca, auca, y salió la voz por toda la plaza. Con esto pasó la procesión adelante, y se acabó con la solemnidad acostumbrada. Dícenme que en estos tiempos alargan el viaje della dos tantos más que solía andar, porque llegan hasta San Francisco y vuelven a la iglesia por muy largo camino. Entonces no andaba más que el cerco de las dos plazas Cusipata y Huacaypata, que tantas veces hemos nombrado. Sea la Majestad Divina loada, que se digna de pasearlas alumbrando aquellos gentiles, y sacándoles de las tinieblas en que vivían.

CAPÍTULO X
DE UN CASO ADMIRABLE QUE ACAECIÓ EN EL COZCO

El segundo suceso es el que veremos bien extraño, que pasó en el Cozco en aquellos años, después de la guerra de Francisco Hernández Girón, que por habérmelo mandado algunas personas graves y religiosas que me habían oído contarlo, y por haberme dicho que será en servicio de la Santa Madre Iglesia Romana, madre y señora nuestra, dejarlo escrito en el discurso de nuestra historia, me pareció que yo como hijo, aunque indigno, de tal madre, estaba obligado a obedecerles y dar cuenta del caso, que es el que se sigue.
Ocho o nueve años antes de lo que se ha referido, se celebraba cada año en el Cozco la fiesta del divino San Marcos, como podían los moradores de aquella ciudad. Salía la procesión del convento del bienaventurado Santo Domingo, que, como atrás dijimos, se fundó en la casa y templo que era del Sol en aquella gentilidad antes que el Evangelio llegara a aquella ciudad. Del convento iba la procesión a una ermita que está junto a las casas que fueron de don Cristóbal Paullu, Inca. Un clérigo, sacerdote antiguo en la tierra, que se decía el padre Porras, devoto del bienaventurado Evangelista, queriendo solemnizar su fiesta, llevaba cada año un toro manso en la procesión, cargado de guirnaldas de muchas maneras de flores. Yendo ambos cabildos, eclesiástico y seglar, con toda la demás ciudad, el año de quinientos y cincuenta y seis, iba el toro en medio de toda la gente, tan manso como un cordero, y así fue y vino con la procesión. Cuando llegaron de vuelta al convento (porque no cabía toda la gente en la iglesia), hicieron calle los indios y la demás gente común en la plaza que está antes del templo. Los españoles entraron dentro haciendo calle desde la puerta hasta la capilla mayor. El toro, que iba poco adelante de los sacerdotes, habiendo entrado tres o cuatro pasos del umbral de la iglesia tan manso como se ha dicho, bajó la cabeza, y con una de sus armas asió por la horcajadura a un español que se decía Fulano de Salazar, y levantándolo en alto lo echó por cima de sus espaldas y dio con él en una de las puertas de la iglesia, y de allí cayó fuera de ella, sin más daño de su persona. La gente se alborotó con la novedad del toro, huyendo a todas partes; mas él quedó tan manso como había ido y venido en toda la procesión, y así llegó hasta la capilla mayor. La ciudad se admiró del caso, e imaginando que no podía ser sin misterio, procuró con diligencia saber la causa. Halló que seis o siete meses antes, en cierto pleito o pendencia que el Salazar tuvo con un eclesiástico, había incurrido en descomunión, y que él, por parecerle que no era menester, no se había absuelto de la descomunión. Entonces se absolvió y quedó escarmentado para no caer en semejante yerro. Yo estaba entonces en aquella ciudad, y me hallé presente al hecho; vi la procesión y después oí el cuento a los que lo contaban mejor y más largamente referido que lo hemos relatado.

CAPÍTULO XI
LA EJECUCIÓN DE LA SENTENCIA CONTRA EL PRÍNCIPE. LAS CONSULTAS QUE SE HACÍAN PARA PROHIBIRLA. EL VISORREY NO QUISO OÍRLAS. EL BUEN ÁNIMO CON QUE EL INCA RECIBIÓ LA MUERTE

Determinado el visorrey de ejecutar su sentencia, mandó hacer un tablado muy solemne en la plaza Mayor de aquella ciudad, y que se ejecutase la muerte de aquel príncipe, porque así convenía a la seguridad y quietud de aquel imperio. Admiró la nueva desto a toda la ciudad, y así procuraron los caballeros y religiosos graves de juntarse todos y pedir al visorrey no se hiciese cosa tan fuera de piedad, que la obominaría todo el mundo dondequiera que se supiese, y que su mismo rey se enfadaría dello. Que se contentase con enviarlo a España en perpetuo destierro, que era más largo tormento y más penoso que matarlo brevemente. Estas cosas y otras platicaban los de aquella ciudad, determinados de hablar al visorrey con todo el encarecimiento posible hasta hacerle requerimiento y protestaciones para que no ejecutase la sentencia. Mas él, que tenía espías puestas por la ciudad para que le avisasen cómo tomaban la sentencia los moradores della, y qué era lo que platicaban y trataban cerca dél, sabiendo la junta que estaba hecha para hablarle y requerirle, mandó cerrar las puertas de su casa, y que su guardia se pusiese a la puerta y no dejase entrar a nadie, so pena de la vida. Mandó asimismo que sacasen al Inca y le cortasen la cabeza con toda brevedad, porque se quietase aquel alboroto, que temió no se le quitasen de las manos.
Al pobre príncipe sacaron en una mula con una soga al cuello, y las manos atadas, y un pregonero delante que iba pregonando su muerte y la causa de ella, que era tirano, traidor contra la corona de la majestad católica. El príncipe, oyendo el pregón, no entendiendo el lenguaje español, preguntó a los religiosos que con él iban qué era lo que aquel hombre iba diciendo. Declaráronle que le mataban porque era auca contra el rey su señor. Entonces mandó que le llamasen aquel hombre, y cuando le tuvo cerca le dijo: “No digas eso que vas pregonando, pues sabes que es mentira, que yo no he hecho traición, ni he pensado hacerla, como todo el mundo lo sabe. Di que me matan porque el visorrey lo quiere, y no por mis delitos, que no he hecho ninguno contra él ni contra el rey de Castilla; yo llamo al Pachacámac, que sabe que es verdad lo que digo”. Con esto pasaron adelante los ministros de la justicia. A la entrada de la plaza salieron una gran banda de mujeres de todas las edades, algunas dellas de su sangre real y las demás mujeres y hijass de los caciques de la comarca de aquella ciudad, y con grandes voces y alaridos, con muchas lágrimas (que también les causaron en los religiosos y seculares españoles), le dijeron: “Inca, ¿por qué te llevan a cortar la cabeza, qué delitos, qué traiciones has hecho para merecer tal muerte? Pide a quien te la da que mande matarnos a todas, pues somos tuyas por sangre y naturaleza, que más contentas y dichosas iremos en tu compañía que quedar por siervas y esclavas de los que te matan.” Entonces temieron que hubiera algún alboroto en la ciudad, según el ruido, grita y vocería que levantaron los que miraban la ejecución de aquella sentencia, tan no pensada ni imaginada por ellos. Pasaban de trescientas mil ánimas los que estaban en aquellas dos plazas, calles, ventanas y tejados para poderla ver. Los ministros se dieron priesa hasta llegar al tablado, donde el príncipe subió y los religiosos que le acompañaban, y el verdugo en pos dellos con su alfanje en la mano. Los indios, viendo su Inca tan cercano a la muerte, de lástima y dolor que sintieron, levantaron murmullo, vocería, gritos y alaridos; de manera que no se podían oír. Los sacerdotes que hablaban con el príncipe le pidieron que mandase callar aquellos indios. El Inca alzó el brazo derecho con la mano abierta, y la puso en derecho del oído, y de allí la bajó poco a poco hasta ponerla sobre el muslo derecho. Con lo cual, sintiendo los indios que les mandaba callar, cesaron de su grita y vocería, y quedaron con tanto silencio, que parecía no haber ánima nacida en toda aquella ciudad. De lo cual se admiraron mucho los españoles, y el visorrey entre ellos, el cual estaba a una ventana mirando la ejecución de su sentencia. Notaron con espanto la obediencia que los indios tenían a sus príncipes, que aun en aquel paso la mostrasen como todos los vieron. Luego cortaron la cabeza al Inca; el cual recibió aquella pena y tormento con el valor y grandeza de ánimo que los Incas y todos los indios nobles suelen recibir cualquiera inhumanidad y crueldad que les hagan; como se habrán visto algunas en nuestra historia de la Florida, y en ésta y otras en las guerras que en Chile han tenido y tienen los indios araucos con los españoles, según lo han escrito en verso los autores de aquellos hechos, sin otros muchos que se hicieron en México y en el Perú por españoles muy calificados, que yo conocí algunos dellos; pero dejámoslos de decir por no haber odiosa nuestra historia.
Demás del buen ánimo con que recibió la muerte aquel pobre príncipe (antes rico y dichoso, pues murió cristiano), dejó lastimados los religiosos que le ayudaron a llevar su tormento, que fueron los de San Francisco, Nuestra Señora de las Mercedes, de Santo Domingo y San Agustín, sin otros muchos sacerdotes clérigos; los cuales todos, de lástima de tal muerte en un príncipe tal y tan grande, lloraron tiernamente y dijeron muchas misas por su ánima. Y se consolaron con la magnanimidad que en aquel paso mostró, y tuvieron que contar de su paciencia y actos que hacía de buen cristiano, adorando las imágines de Cristo Nuestro Señor y de la Virgen su Madre, que los sacerdotes le llevaban delante. Así acabó este Inca, legítimo heredero de aquel imperio por línea recta de varón desde el primer Inca Manco Cápac, hasta él, que, como lo dice el padre Blas Valera, fueron más de quinientos años, y cerca de seiscientos. Éste fue el general sentimiento de aquella tierra y la relación nacida de la compasión y lástima de los naturales y españoles. Puede ser que el visorrey haya tenido más razones para justificar su hecho.
Ejecutada la sentencia en el buen príncipe, ejecutaron el destierro de sus hijos y parientes a la ciudad de los Reyes, y el de los mestizos a diversas partes del Nuevo Mundo y Viejo, como atrás se dijo. Qgue lo antepusimos de su lugar por contar a lo último de nuestra obra y trabajo lo más lastimero de todo lo que en nuestra tierra ha pasado y hemos escrito, porque en todo sea tragedia, como lo muestran los finales de los libros desta segunda parte de nuestros Comentarios.
Sea Dios loado por todo.

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