Сборник документов по истории Мексики. Том первый. Часть первая. Colección de documentos para la historia de México.Tomo Primero

Сборник документов по истории Мексики. Том первый.

Colección de documentos para la historia de México.Tomo Primero
publicada por Joaquín García Icazbalceta

Índice
Colección de documentos para la historia de México
o Prólogo
o Noticia de las piezas contenidas en este volumen
 Itinerario de Grijalva
 Vida de Hernán Cortés
 Carta del licenciado Zuazo
 El conquistador anónimo
 Carta de Diego Velázquez al licenciado Figueroa
 Pesquisa de la audiencia de la española
 Probanza en la villa Segura de la Frontera
 Probanza hecha en la Nueva España del mar Océano, &c.
 Carta del ejército de Cortés al emperador
 Demanda de Ceballos
 Ordenanzas de Cortés
 Lo que pasó con Cristóbal de Tapia
 Instrucción a Francisco Cortés
 Carta inédita de Hernán Cortés
 Cartas de relación
Ediciones en castellano
Traducciones
 Escritos sueltos
 Carta del contador Albornoz
 Memoria de lo acaecido en esta ciudad &c
 Carta de Diego de Ocaña
o Noticias de la vida y escritos de Fray Toribio de Benavente, o Motolinía, por Don José Fernando Ramírez
 Primera Parte
Biografía
 Segunda parte
Bibliografía
 – I –
De Moribus Indorum
 – II –
Adventus duodecim Patrum, qui primi eas regiones devenerunt, el de eorum rebus gestis
 – III –
Doctrina christiana, mexicano idiomate
 – IV –
Guerra de los Indios de la Nueva España
 – V –
Camino del espíritu
 – VI –
La Vida y Muerte de Tres Niños de Tlaxcala que murieron por la confesión de la fe: según que la escribió en romance el Padre Fray Toribio de Motolinía, uno de los doce religiosos primeros &c.
 – VII –
Traducción de las Vidas y Martirios que padecieron Tres Niños principales de la ciudad de Tlaxcala, la cual practicó el intérprete general de esta Real Audiencia (Don Vicente de la Rosa Saldivar), en virtud de lo mandado por el Exmo. Sr. Conde de Revillagigedo, Virrey, Gobernador y Capitán General de este Reino. -México, por Vicente García Torres, 1856, fol., apud «Documentos para la Historia de México», Tercera Serie, Tomo I.
 – VIII –
Calendario Mexicano
 – IX –
Memoriales
 – X –
Relación del Viaje a Guatemala
 – XI –
Ritos antiguos, sacrificios e idolatrías de los Indios de la Nueva España, y de su conversión a la fe, y quiénes fueron los que primero la predicaron. – Impreso apud «Antiquities of Mexico», by Lord Kingsborough. Vol. IX. London, published by Henry G. Bohn, York Street, Covent Garden. MDCCCXLVIII. Fol. máx.
 – XII –
Carta al Emperador Carlos V
 – XIII –
Fragmentos
o Historia de los indios de la Nueva España
 Epístola proemial de un Fraile menor al Illmo. Señor Don Antonio Pimentel, sexto conde de Benavente, sobre la relación de los ritos antiguos, idolatrías y sacrificios de los Indios de la Nueva España, y de la maravillosa conversión que Dios en ellos ha obrado. Declárase en esta Epístola el origen de los que poblaron y se enseñorearon de la Nueva España
 Tratado primero
Aquí comienza la relación de las cosas, idolatrías, ritos y ceremonias que en la Nueva España hallaron los españoles cuando la ganaron: con otras muchas cosas dignas de notar que en la tierra hallaron
 Capítulo I
De cómo y cuándo partieron los primeros frailes que fueron en aquel viaje, y de las persecuciones y plagas que hubo en la Nueva España
 Capítulo II
De lo mucho que los frailes ayudaron en la conversión de los Indios, y de muchos ídolos y crueles sacrificios que hacían: son cosas dignas de notar
 Capítulo III
En el cual se prosigue la materia comenzada, y cuenta la devoción que los Indios tomaron con la señal de la cruz, y cómo se comenzó a usar
 Capítulo IV
De cómo comenzaron algunos de los Indios a venir al bautismo, y cómo comenzaron a deprender la doctrina cristiana, y de los ídolos que tenían
 Capítulo V
De las cosas variables del año, y cómo en unas naciones comienza diferentemente de otras; y del nombre que daban al niño cuando nacía, y de la manera que tenían en contar los años, y de la ceremonia que los indios hacían
 Capítulo VI
De la fiesta llamada Panquetzaliztli, y los sacrificios y homicidios que en ella se hacían; cómo sacaban los corazones y los ofrecían, y después comían los que sacrificaban
 Capítulo VII
De las muy grandes crueldades que se hacían el día del dios del fuego y del dios del agua; y de una esterilidad que hubo en que no llovió en cuatro años
 Capítulo VIII
De la fiesta y sacrificio, que hacían los mercaderes a la diosa de la sal; y de la venida que fingían de su dios; y de cómo los señores iban una vez en el año a los montes, a cazar para ofrecer a sus ídolos
 Capítulo IX
De los sacrificios que hacían en los ministros Tlamacazques, en especial en Tehuacán, Cozcatlán y Teutitlán; y de los ayunos que tenían
 Capítulo X
De una muy gran fiesta que hacían en Tlaxcallán, de muchas ceremonías y sacrificios
 Capítulo XI
De las otras fiestas que se hacían en la provincia de Tlaxcallán, y de la fiesta que hacían los Chololtecas a su dios; y porqué los templos se llamaron teocallis
 Capítulo XII
De la forma y manera de los teocallis, y de su muchedumbre, y de uno que había más principal
 Capítulo XIII
De cómo celebran las pascuas y las otras fiestas del año, y de diversas ceremonias que tienen
 Capítulo XIV
De la ofrenda que hacen los Tlaxcaltecas el día de Pascua de Resurrección, y del aparejo que los Indios tienen para se salvar
 Capítulo XV
De las fiestas de Corpus Christi y San Juan que celebraron en Tlaxcallán en el año de 1538
 Tratado segundo
De la conversión y aprovechamiento de estos indios; y cómo se les comenzaron a administrar los sacramentos en esta tierra de Anáhuac, o Nueva España; y de algunas cosas y misterios acontecidos
 Capítulo I
En que dice cómo comenzaron los Mexicanos y los de Coatlichán a venir al bautismo y a la doctrina cristiana
 Capítulo II
Cuándo y adónde comenzaron las procesiones en esta tierra de la Nueva España, y de la gana con que los Indios vienen a bautizarse
 Capítulo III
De la prisa que los Indios tenían en venir al bautismo, y de dos cosas que acontecieron en México y en Tetzcoco
 Capítulo IV
De los diversos pareceres que hubo sobre el administrar el sacramento del bautismo, y de la manera que se hizo los primeros años
 Capítulo V
De cómo y cuándo comenzó en la Nueva España el sacramento de la penitencia y confesión y de la restitución que hacen los Indios
 Capítulo VI
De cómo los Indios se confiesan por figuras y caracteres; y de lo que aconteció a dos mancebos Indios en el artículo de la muerte
 Capítulo VII
De donde comenzó en la Nueva España el sacramento del matrimonio, y de la gran dificultad que hubo en que los indios dejasen las muchas mujeres que tenían
 Capítulo VIII
De muchas supersticiones y hechicerías que tenían los Indios, y de cuán aprovechados están en la fe
 Capítulo IX
Del sentimiento que hicieron los Indios cuando les quitaron los frailes, y de la diligencia que tuvieron que se los diesen; y de la honra que hacen a la señal de la cruz
 Capítulo X
De algunos Españoles que han tratado mal a los Indios, y del fin que han habido; y pónese la conclusión de la segunda parte
 Tratado tercero
 Capítulo I
De cómo los Indios notaron el año que vinieron los Españoles, y también notaron el año que vinieron los frailes. Cuenta algunas maravillas que en la tierra acontecieron
 Capítulo II
De los frailes que han muerto en la conversión de los Indios de la Nueva España. Cuéntase también la vida de Fray Martín de Valencia, que es mucho de notar y tener en la memoria
 Capítulo III
De que no se debe alabar ninguno en esta vida; y del mucho trabajo en que se vieron hasta quitar a los Indios las muchas mujeres que tenían; y cómo se ha gobernado esta tierra después que en ella hay Audiencia
 Capítulo IV
De la humildad que los frailes de San Francisco tuvieron en convertir a los Indios, y de la paciencia que tuvieron en las adversidades
 Capítulo V
De cómo Fray Martín de Valencia procuró de pasar adelante en convertir nuevas gentes, y no lo pudo hacer, y otros frailes después lo hicieron
 Capítulo VI
De unos muy grandes montes que cercan toda esta tierra, y de su gran riqueza y fertilidad, y de muchas grandezas que tiene la ciudad de México
 Capítulo VII
De los nombres que México tuvo, y de quién dicen que fueron sus fundadores; y del estado y grandeza del señor de ella, llamado Moteuczoma
 Capítulo VIII
Del tiempo en que México se fundó, y de la gran riqueza que hay en sus montes y comarca, y de sus calidades, y de otras muchas cosas que hay en esta tierra
 Capítulo IX
En el cual prosigue la materia de las cosas que hay en la Nueva España, y en los montes que están a la redonda de México
 Capítulo X
De la abundancia de ríos y aguas que hay en estos montes, en especial de dos muy notables fuentes; y de otras particularidades y calidades de estos montes; y de cómo los tigres y leones han muerto mucha gente
 Capítulo XI
En el cual prosigue la materia, y nombra algunos grandes ríos que bajan de los montes, y de su riqueza; trata algo del Perú
 Capítulo XII
Que cuenta del buen ingenio y grande habilidad que tienen los Indios en aprender todo cuanto les enseñan; y todo lo que ven con los ojos lo hacen en breve tiempo
 Capítulo XIII
De los oficios mecánicos que los Indios han aprendido de los Españoles, y de los que ellos de antes sabían
 Capítulo XIV
De la muerte de tres niños, que fueron muertos por los Indios, porque les predicaban y destruían sus ídolos, y de cómo los niños mataron al que se decía ser dios del vino
 Capítulo XV
De la ayuda que los niños hicieron para la conversión de los Indios, y de cómo se recogieron las niñas indias, y del tiempo que duró, y de dos cosas notables que acontecieron a dos indias con dos mancebos
 Capítulo XVI
De qué cosa es provincia, y del grandor y término de Tlaxcallán, y de las cosas notables que hay en ella
 Capítulo XVII
De cómo y por quién se fundó la ciudad de los Ángeles, y de sus calidades
 Capítulo XVIII
De la diferencia que hay de las heladas de esta tierra a las de España, y de la fertilidad de un valle que llaman el Valle de Dios; y de los morales y seda que en él se cría, y de otras cosas notables
 Capítulo XIX
Del árbol o cardo llamado maguey, y de muchas cosas que de él se hacen, así de comer como de beber, calzar y vestir, y de sus propiedades
 Capítulo XX
De cómo se han acabado los ídolos, y las fiestas que los Indios solían hacer, y la vanidad y trabajo que los Españoles han puesto en buscar ídolos
o Carta de Fray Toribio de Motolinía al Emperador Carlos V
o Varios documentos del siglo XVI
 Itinerario de la armada del rey católico a la isla de Yucatán, en la India, el año 1518, en la que fue por Comandante y Capitán General Juan de Grijalva
Escrito para su alteza por el capellán mayor de la dicha armada
 Itinerario de larmata del re catholico in india verso la isola de Iuchathan del anno m. D. XVIII. Alla qual fu presidente & capitán general Ioan de Grisalva
El qual e facto per el capellano maggior de dicta armata a sua altezza
 Vida de Hernán Cortés
Fragmento anónimo
 De rebus gestis Ferdinandi Cortesii
Incerto auctore
 Carta del licenciado Alonso Zuazo al padre Fray Luis de Figueroa, prior de la Mejorada
 El conquistador anónimo
Relación de algunas cosas de la Nueva España, y de la gran ciudad de Temestitán México; escrita por un compañero de Hernán Cortés.
 II.- De los animales
 III.- De los soldados
 IV.- De sus armas ofensivas y defensivas
 V.- Vestidos de los hombres
 VI.- Vestidos de las mujeres
 VII.- Del hilo de labrar
 VIII.- Las comidas que tienen y usan
 IX.- Las bebidas que usan
 X – Cómo se hace el Cacao
 XI.- Otra clase de vino que tienen
 XII.- Del orden del gobierno
 XIII.- De su religión, culto y templos
 XIV.- Cómo son estas torres
 XV.- De los sacrificios
 XVI.- De las ciudades que hay en esta tierra, y descripción de algunas de ellas
 XVII.- La laguna de México
 XVIII.- De la gran ciudad de Temistitán México
 XIX.- De las calles
 XX.- Las plazas y mercados
 XXI.- De los templos y mezquitas que tenían
 XXII.- De las habitaciones
 XXIII.- De los matrimonios
 XXIV.- De los entierros
Relatione di alcune cose della nuova Spagna, & della gran città di Temestitán Messico; fatta per uno gentil’homo del signor Fernando Cortese
 Carta que Diego Velázquez escribió al licenciado Figueroa, para que hiciese relación a sus majestades de lo que le había hecho Fernando Cortés
 El proceso y pesquisa hecho por la Real Audiencia de la Española e tierra nuevamente descubierta
Va para el consejo de su majestad.
 Probanza hecha en la Villa Segura de la Frontera por Juan Ochoa de Lejalde, a nombre de Hernán Cortés
Sobre las diligencias que el dicho capitán hi Probanza hecha en la Nueva España del mar Océano a pedimento de Juan Ochoa de Lejalde, en nombre de Hernando Cortés, Capitán General e Justicia Mayor de la dicha N. España por SS. MM. zo para que no se perdiese el oro e joyas de SS. MM. que estaban en la ciudad de Temistitán
 Primera pregunta
 Segunda pregunta
 Tercera pregunta
 Cuarta pregunta
 Pregunta cinco
 Pregunta seis
 Pregunta siete
 Pregunta ocho
 Pregunta nueve
 Pregunta diez
 Pregunta once
 Pregunta doce
 Pregunta trece
 Pregunta catorce
 Carta del ejército de Cortés al emperador
 Demanda de Ceballos en nombre de Pánfilo de Narváez, contra Hernando Cortés y sus compañeros
 Ordenanzas militares y civiles mandadas pregonar por don Hernando Cortés en Tlaxcala, al tiempo de partirse para poner cerco a México
 Lo que pasó con Cristóbal de Tapia acerca de no admitirle por gobernador, con los procuradores de México y demás poblaciones, y los de Hernán Cortés
 Instrucción civil y militar a Francisco Cortés, para la expedición de la costa de Colima
 Carta inédita de Hernán Cortés
 Carta del contador Rodrigo de Albornoz, al emperador
 Memoria de lo acaecido en esta ciudad después que el gobernador Hernando Cortés salió della, que fue a los doce días del mes de octubre de mil e quinientos e veinte e cinco años
Carta de Diego de Ocaña

Prólogo
Quem bene, alii judicabunt, magno certe cum labore.
Si ha de escribirse algún día la historia de nuestro país, es necesario que nos apresuremos a sacar a luz los materiales dispersos que aún puedan recogerse, antes que la injuria del tiempo venga a privarnos de lo poco que ha respetado todavía. Sin este trabajo previo no hay que aguardar resultados satisfactorios, porque la doble tarea de reunir y aprovechar es superior a las fuerzas de un solo hombre. El ingenio más vigoroso consume su brío en la primera parte de la empresa, y está ya rendido antes de comenzar el desempeño de lo que en realidad interesa al país, cual es la obra en que presente el resultado de sus investigaciones. Son además tan distintas y aun opuestas las cualidades requeridas para cada uno de estos trabajos, que viene a ser casi imposible encontrarlas reunidas en una misma persona. [VI]
Convencido de estas verdades, y ya que mi buena suerte, ayudada de activas diligencias, ha traído a mi poder un regular acopio de manuscritos, no quise dejar de contribuir al beneficio público, divulgándolos por medio de la prensa. El poco estímulo que encuentra hasta ahora en nuestro país esta clase de publicaciones, no dejaba esperanza de hallar editor que quisiera encargarse de una empresa que ofrecía pérdida segura: tuve, pues, que tomarla a mi cargo. Me allanaba el camino para la ejecución del proyecto, la circunstancia de tener a mi disposición una pequeña imprenta particular, resultado de mi temprana afición al arte tipográfico; de suerte que la impresión ha sido hecha siempre a mi vista, y en gran parte por mis propias manos. He sido, por consiguiente, colector, editor e impresor del presente volumen, que ha ocupado mis ratos de ocio durante algunos años.
Pensé al principio sujetar a mejor arreglo esta Colección, disponiendo los documentos por orden cronológico y geográfico, sin pasar a nuevo período o distinto suceso, hasta quedar agotado el anterior; pero la imposibilidad de reunir anticipadamente todos los materiales necesarios para tan vasto plan, y sobre todo el temor de que la empresa se frustrase enteramente por quererla demasiado perfecta, me obligaron a conformarme con un mediano orden cronológico, y aun interrumpido a veces para reunir piezas relativas a un mismo suceso o personaje. No he creído conveniente tampoco añadir al título de Colección de Documentos la palabra Inéditos, por no privarme de incluir aquellos que, aunque ya impresos, son excesivamente raros, o están como perdidos en colecciones voluminosas y poco conocidas. [VII] Así sucede con el Itinerario de Grijalva y El Conquistador Anónimo, que van en este volumen, y con los Diálogos de Cervantes y otras piezas que oportunamente tendrán lugar en esta Colección.
Sin predilección particular hacia época alguna de nuestra historia, y proponiéndome abrazarla toda, desde los tiempos más remotos hasta el año de 1810, publico desde luego una serie de documentos del siglo XVI, como el período más interesante de nuestros anales, en que desaparecía un pueblo antiguo y se formaba otro nuevo; el mismo que existe en nuestros días y de que formamos parte. Justo era, pues, asistir ante todo al nacimiento de nuestra sociedad. Nada tan propio para esclarecer aquellos sucesos, como la preciosa crónica del Padre Motolinía, con que da principio el volumen, y a la que hacen compañía las piezas contemporáneas que le siguen. El mismo siglo XVI nos dará materia para el segundo tomo, y en él tendrán cabida otros documentos originales y desconocidos, de que sirve ahora como de muestra la Carta inédita de Hernán Cortés.
Los defectos que indudablemente han de notarse en esta Colección, he procurado redimirlos, hasta cierto punto, con una escrupulosa fidelidad en seguir los originales, y un extremo cuidado en la corrección tipográfica. He preferido a veces dejar cierta oscuridad en los textos, antes que atreverme a sustituir lecciones aventuradas. Y para que el lector gradúe la autoridad que hayan de gozar los documentos, he reunido en una Noticia que va al frente de cada volumen, cuantos datos puedan dar luz acerca de su origen y autores. En esta [VIII] parte he sido algo pródigo de noticias bibliográficas; pero lo he hecho así en atención a la suma dificultad que cuesta a veces el reunir estos datos, y a la utilidad que prestan en corto espacio, una vez reunidos. La parte principal de estos preliminares, es la extensa Noticia de la Vida y Escritos de Fray Toribio de Motolinía, que a ruego mío escribió el Sr. D. José Fernando Ramírez, y que forma por sí sola un opúsculo bien interesante.
Antes de concluir cumplo con un grato deber manifestando que todos mis esfuerzos para adquirir documentos habrían sido estériles, a no haber logrado la inesperada fortuna de merecer las más finas atenciones a dos sujetos tan corteses e instruidos como el distinguido historiador americano Mr. Prescott, y el Sr. D. Francisco González de Vera, residente en Madrid. A uno u otro de estos señores soy deudor de cuanto más precioso encierra mi colección; pues si el primero ha desempeñado siempre con la mayor bondad y eficacia mis molestos y repetidos encargos de copias de manuscritos en su poder, el segundo se ha anticipado constantemente a mis deseos con sus continuas remesas de libros raros, manuscritos originales o copias; todo con un empeño e inteligencia, que no habrían sido mayores si formara una colección para sí propio. Aprovecho, pues, con el mayor gusto esta ocasión de manifestar públicamente a ambos mi reconocimiento.
México, Diciembre 51 de 1858. [XIII]

Noticia de las piezas contenidas en este volumen
Según queda advertido en el prólogo que precede, este primer tomo se compone en su totalidad de documentos del siglo XVI. Hay dos traducidos del italiano, y uno del latín; los tres llevan al pie el texto respectivo, a fin de que las personas que entiendan la lengua del original no tengan que fiarse de la traducción. El mismo orden ha de seguirse siempre que se publiquen documentos traducidos.
Por regla general se advierte, que cuando ha sido necesario suplir alguna palabra en el texto para perfeccionar la cláusula, se ha cuidado de distinguirla imprimiéndola con letras versalitas, y aunque de esta misma letra se han puesto también las firmas, no hay lugar a equivocación, atendiendo a que estas se hallan siempre al fin de los escritos. De este modo se han excusado infinitas notas, que no harían más que distraer al lector, guardándose al mismo tiempo el respeto debido a los originales.
La Noticia correspondiente a la Historia de los Indios de Nueva España, por Fray Toribio de Motolinía, se halla al frente de dicha obra.

Itinerario de Grijalva
Juan de Grijalva fue natural de Cuéllar, y por lo mismo paisano del adelantado de Cuba Diego Velazquez, de quien era además tan amigo, que muchos les tenían por parientes, aunque en realidad no lo eran. Animado Velázquez con las noticias adquiridas por medio de la expedición de Francisco Fernández de Córdoba (1517), y satisfecho de la conducta de Grijalva en el desempeño de algunas comisiones que le había confiado en Cuba, le envió en 1518 a continuar los descubrimientos en la costa de Yucatán, mandándole entre otras cosas que no fundara ninguna colonia, sino que se limitara a rescatar oro entre los indígenas. La exactitud de Grijalva en el cumplimiento de esta parte de sus instrucciones le acarreó graves disgustos, [XIV] no sólo con la gente que llevaba a sus órdenes, sino aun con el mismo Velázquez, quien a su regreso le reconvino muy injustamente por no haber poblado en tierra que parecía tan rica y feraz. Sin embargo, aquella expedición dio origen a la de Cortés; y así por esto como por haber sido el primero que descubrió las costas del imperio de Moctezuma, y puso nombre a la Nueva España, merece Grijalva un lugar distinguido en nuestra historia.
Años adelante volvió a nuestras costas en la desgraciada expedición de Francisco de Garay, cuya armada tuvo a su cargo, e hizo con ella un papel bien triste, hasta quedar prisionero de los capitanes de Cortés. Pasado algún tiempo le encontramos en Honduras, donde al cabo terminó su carrera en 1526, habiendo sido muerto con otros Españoles en una sublevación de los Indios del pueblo de Olancho. Grijalva era un oficial honrado y obediente; pero sin ninguna de aquellas cualidades que hacen sobresalir a los hombres en tiempos de agitación.
El Itinerario de su expedición a la Nueva España, que ahora publico, si fue escrito por el capellán de la armada, según expresa el título, es obra del clérigo Juan Díaz, que desempeñaba tal cargo en aquella expedición, pero que no debía ser muy amigo del general, a quien censura varias veces con tanta injusticia como dureza. El original castellano no existe, o a lo menos no se ha encontrado hasta ahora, y sólo nos queda la traducción italiana, impresa en una obra antigua de que luego daré noticia. Para la presente edición me han servido de original dos copias manuscritas; una remitida de Boston por el Sr. W. H. Prescott, y sacada de la colección de Don Juan Bautista Muñoz; otra enviada de Madrid, que fue hecha por el célebre Don Martín Fernández de Navarrete, y tiene esta nota al pie:
«Se ha sacado esta copia de un libro en 8º impreso en lengua toscana en Venecia a 17 de Septiembre de 1522, por el heredero de Georgio di Ruscon, que existe con el nº 21, en la Biblioteca -Colombina de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla, rotulado: Itinerario de Varthema. -Además de esta Relación contiene el Itinerario del Egipto, Suria (sic), Arabia Desierta y Feliz, Persia, India y Etiopía, con todas las Islas descubiertas hasta entonces en aquellas regiones de Oriente, usos y costumbres de sus naturales, Religión, Comercio, Navegación &c. Su autor Ludovico de Varthema, Bolognés, que dice anduvo todo: dedicada a la Illma y Exma Señora, la condesa de Albi y Duquesa de Tagliacozzo Madama Agnesina Feltria Colonna. -Confrontose en 28 de Junio de 1793. -Vº Bº. -MARTÍN FERNÁNDEZ DE NAVARRETE».
Del cotejo de ambas copias resultan algunas variantes; mas como son pocas y descubren siempre con claridad el vicio de uno u otro texto, me han servido mucho para la corrección previa, sin haber sido necesario expresarlas al pie de las páginas. En lo que ambos manuscritos van enteramente de acuerdo, es en su detestable ortografía, que me he visto obligado [XV] a conservar, por no exponerme a introducir correcciones indebidas. La puntuación, sobre todo, está en completo desorden, pues cuando no falta del todo, es porque va apareciendo donde menos se necesitaba; y si a esto se añade lo anticuado del estilo, y la mezcla de palabras del dialecto veneciano, se tendrá idea de las dificultades que ofrecía la traducción: sirva esto como disculpa de sus defectos. Fue mi ánimo conservar en ella la mayor fidelidad posible, y al mismo tiempo el estilo anticuado del perdido original castellano. -Hay también una traducción francesa de este Itinerario, publicada por Mr. Ternaux-Compans en el tomo X de sus Voyages, Relations et Mémoires originaux pour servir à l’histoire de la découverte de l’Amérique, (París, 1837-41), la que en verdad no me ha sido tan útil como yo me figuraba al emprender la mía, ni puedo elogiar su exactitud. De ella he tomado la nota que va al fin del documento, la cual no se halla en mis copias, e indudablemente es de Muñoz.
El autor de la obra a que corre unido este Itinerario, es llamado Varthema por unos, y Barthema o Varthema por otros: Ludovicus Patritius le dicen los traductores latinos, y Lewes Vertomannus los ingleses. El título de la obra lo hemos visto ya en las notas de Muñoz y Navarrete; y las ediciones de ella son las siguientes, según Brunet (1): Roma, 1510, 4º; ibíd., 1517, 8º, gót.; Venecia, Zorzi di Rusconi, 1517, 8º; ibíd., Matthio Paganini, sin fecha, 8º; (en ésta y las siguientes se encuentra ya el Itinerario de Grijalva); ibíd., Rusconi, 1520 y 1526; ibíd., Bindoni, 1535, 8º, gót.; Milán, Scinzenzeler, 1522 o 1523, 4º. -Nótase desde luego que ninguna de éstas es la de la Biblioteca Colombina. Barcia (2) da al autor el título de monje bernardo; pero lo juzgo error, porque el mismo Varthema dice en su relación, que tenía mujer e hijos. Señala el citado Barcia una edición de Venecia, por Matheo Pagan, 1508, fol., que sería anterior a todas las que cita Brunet; pero atendiendo a las infinitas erratas que afean la Biblioteca Oriental, y a que ese mismo año de 1508 concluyó Varthema su viaje, creo que se trata de la edición de Mateo Paganini, sin fecha, que trae Brunet, debiéndose leer en Barcia 1518 en vez de 1508, aunque resta la dificultad de que uno la pone en 8º y el otro en folio. Ramusio incluyó también la Relación de Varthema en el tomo 1 de sus Navigationi et Viaggi, (Venetia, 1588, fol. 159) con la extraña advertencia de haberse valido de la traducción castellana de Arcos para corregir el texto italiano.
La traducción latina de Archangelo Madrignano se imprimió en Milán, 1511, fol., y se incluyó después en el Novus Orbis de Gryneo (París, 1532, pág. 164; Basilea, 1537, pág. 187; ibíd., 1555, pág. 235). La inglesa fue obra de Ricardo Eden, quien la tomó de la latina, y la publicó en su [XVI] History of Travayles, (Londres, 1577, 4º, gót.): después se incluyó también en el tomo IV de la reimpresión de los Viajes ingleses de Hakluyt, (Londres, 1809-15). Hay traducciones francesa y alemana; la española salió a luz tres veces en Sevilla, 1520, 1523 y 1576: ignoro si en esta última edición se hallará el Itinerario de Grijalva; pero me inclino a lo contrario, porque el licenciado Cristóbal de Arcos, autor de la traducción, la tomó de la latina, por no haber hallado el original italiano, según dice Barcia; y como aquella se imprimió en 1511, no era posible que incluyese el Itinerario. Por otra parte, si este documento existiera en castellano, e impreso en Sevilla, ¿podría haberse ocultado a dos colectores tan diligentes como Muñoz y Navarrete? El haber sacado ambos copias manuscritas del Itinerario de Grijalva, demuestra la suma rareza del impreso: yo no he visto ninguna edición separada del Itinerario de Varthema, y sólo le conozco en las colecciones ya citadas de Ramusio, Gryneo, Eden y Hakluyt.
Del viaje de Grijalva escriben todos los autores de Indias; pero la relación más extensa es la de Oviedo en su Historia General y natural de Indias, lib. XVII, cap. 8-18.

Vida de Hernán Cortés
En la nota que sigue a este documento (pág. 356) pueden verse las conjeturas de Don Juan Bautista Muñoz acerca del nombre de su autor, que se cree con fundamento haber sido Juan Cristóbal Calvet de Estrella. Allí se registran también cuantas noticias pueden desearse, relativas al documento en sí y a su origen, de modo que sólo me resta advertir, que para la presente edición me han servido dos copias; una remitida de Boston por el Sr. W. H. Prescott, y otra de Madrid por el Sr. Don Francisco González de Vera. Con el auxilio de ambas se ha restablecido el texto, viciado en algunos lugares por descuido de los copistas; penosa tarea de que tuvo la bondad de encargarse el Sr. Don J. Bernardo Couto, así como de revisar detenidamente la traducción que yo había hecho, llegando su eficacia hasta corregir las pruebas de ambos idiomas al tiempo de la impresión. Con tal auxilio no puede quedarme duda del feliz éxito del trabajo; y es de toda justicia advertir que lo bueno que en él se halle no puede pertenecerme; sólo reconozco por míos los descuidos que se noten, porque sin duda estaban en mis primeros borradores, y consiguieron escaparse a la perspicacia del revisor.
La fecha de este fragmento puede fijarse aproximadamente por lo que su autor escribe en la pág. 321. Dice que a la sazón era obispo de Santo Domingo Don Alonso de Fuenmayor; y habiendo ocupado la silla este prelado de 1548 a 1560, entre estos doce años queda dudosa la composición del escrito. Es extraña la coincidencia que se nota entre muchos pasajes [XVII] de él y otros de la Crónica de Gómara, y creo que alguno aprovechó los trabajos del otro. Mas habiéndose publicado por primera vez la obra de Gómara en 1552, no es posible aclarar quién escribió primero: me inclino a favor de Gómara. Muéstrase nuestro autor anónimo sumamente parcial de Hernán Cortés, y no se toma el trabajo de ocultarlo; su latín es bueno, y el estilo agradable. Se habría leído con gusto la obra completa; pero no creo que su hallazgo, si llegó a escribirse, nos hiciera conocer mejor a Hernán Cortés.

Carta del licenciado Zuazo
Nació el licenciado Zuazo en la villa de Olmedo hacia el año de 1466. Pasó a la isla de Santo Domingo con los monjes gerónimos enviados por el cardenal Cisneros a gobernar las colonias españolas, llevando el cargo de administrar la justicia civil y criminal, por ser cosa ajena de la profesión religiosa de los gobernadores. Desempeñó en la isla muchas e importantes comisiones; fue enviado a Cuba para residenciar a Diego Velázquez, y por consejo de éste pasó a México con motivo de las diferencias ocurridas entre Garay y Cortés sobre la gobernación de Pánuco, y para tratar de avenirlos, como amigo que era de ambos. Habiendo marchado luego Cortés a la expedición de las Hibueras, quedó Zuazo por gobernador en compañía de los oficiales reales; y después de varias alternativas fue depuesto por sus compañeros y enviado preso a Cuba, so pretexto de que fuera a dar su residencia. Allí le aguardaba en efecto el licenciado Altamirano para tomársela; pero salió libre y absuelto de todo cargo. Por último el rey, en premio de sus servicios, le nombró oidor de la audiencia de Santo Domingo, donde parece que terminó sus días en 1527 (3).
La carta que ahora publico fue dirigida al Padre Fray Luis de Figueroa, uno de los monjes jerónimos gobernadores de la Española, que ya había regresado a la Península. Del contexto del primer párrafo aparece que al regreso de Grijalva fue el licenciado uno de los que quisieron armar expedición para continuar los descubrimientos, y que Fray Luis se lo estorbó. La mayor parte de las noticias de la carta se encuentran en otros autores coetáneos; pero hay algunas curiosas por su exageración, distinguiéndose entre todas la singularísima de existir entre los Indios el tribunal de la Inquisición. Con razón dice el autor que fue cosa «de que yo más admiración tuve que de todas las pasadas».
El grave letrado no creyó ofensivas a la decencia ciertas expresiones que estampó hacia el fin de su carta; pero no ha sido posible permitir que la [XVIII] imprenta las reproduzca. Fuera de eso se ha seguido fielmente el manuscrito remitido de Boston por el Sr. W. H. Prescott.
En el lugar citado de la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, se encuentra una larga carta de Zuazo al Señor de Xevres (Mr. de Chievres), en que le da noticia de los excesos cometidos contra los Indios de la Española, e indica varios remedios, entre ellos la importación de negros.

El conquistador anónimo
De la célebre colección de Juan Bautista Ramusio he sacado esta breve relación del estado de la Nueva España en la época de la conquista. El original castellano ya no existe, o a lo menos no se conoce hasta ahora; y este precioso documento se habría perdido, como tantos otros, a no haber sido por la traducción italiana que nos ha conservado Ramusio.
Clavigero fue, según entiendo, el que por no haber logrado descubrir el nombre del autor de esta relación le llamó «El Conquistador anónimo» y así se le cita comunmente desde entonces. Lástima fue que el anónimo no escribiese una obra más extensa, o que si la escribió se haya perdido, pues sería sin duda uno de nuestros mejores documentos históricos. Los escritores modernos hacen grandes elogios de esta relación, comenzando por el mismo Clavigero, quien dice así: «EL CONQUISTADOR ANÓNIMO. Así llamó al autor de una breve, pero harto curiosa y apreciable relación que se halla en la Colección de Ramusio con este título: Relazione d’un gentilhuomo di Ferdinando Cortès. No he podido adivinar quién sea ese gentilhuomo, porque ningún autor antiguo lo menciona; pero sea quien fuere, es verídico, exacto y curioso. Sin hacer mención de los sucesos de la conquista, cuenta lo que vio en México, de templos, casas, sepulcros, armas, vestidos, comidas, bebidas &c. de los Mexicanos, y nos manifiesta la forma de sus templos. Si su obra no fuera tan sucinta, no habría otra que pudiera comparársele, en lo que toca a antigüedades mexicanas (4). Breve ma sugosa relazione, la llama el docto jesuita Márquez (5), y Mr. Ternaux-Compans habla de ella en estos términos: «El autor, cuyo nombre ignoro, era sin duda uno de los capitanes del ejército de Cortés: la relación es tanto más curiosa, cuanto que dejando enteramente a un lado, las operaciones militares, ya bastante conocidas, se dedicó principalmente el autor a tratar de las costumbres de los indígenas. Era buen observador, y se encuentran en este opúsculo varios pormenores curiosos que en vano buscaríamos en otra parte. Es fácil conocer por muchas [XIX] circunstancias, que esta relación fue escrita muy poco después de la conquista (6).
Cuantas Investigaciones se emprendan para descubrir el nombre del autor, han de ser necesariamente infructuosas, porque en todo el documento no se encuentra la menor indicación que ponga en vía de llegar a la verdad. Los autores antiguos tampoco le mencionan, como expresamente lo dice Clavigero, y así es que el soldado historiador guardaba en paz el anónimo, hasta que en estos últimos tiempos se empeñó en sacarle de su oscuridad uno de nuestros más conocidos escritores. Hablo de Don Carlos María de Bustamante, quien con débiles fundamentos creyó haber descubierto lo que todos ignoraban. Con gran seguridad asentó en varios lugares de sus voluminosas obras (7) que el autor de esta relación fue Francisco de Terrazas, mayordomo de Cortés; mas como lo hizo comúnmente sin exhibir pruebas de su aserto, es preciso limitar el examen a los pocos pasajes en que manifestó las razones que le decidieron a abrazar y sostener esa opinión.
En el libro XII de la Historia del Padre Sahagún, que imprimió por segunda vez el año de 1840 (8), a la pág. 223, se encuentran estas palabras: [XX] «Yo entiendo (descansando en la opinión del Sr. Veytia) y en la de D. Alonso de Zurita (cuyos manuscritos poseo), que era el mayordomo mayor de Cortés llamado Francisco de Tarrazas (sic), el cual escribió en octavas la conquista de México, que no llegó a ver la luz por la imprenta como la de los Araucanos por Don Alonso de Ercilla (9)». Aquí tenemos ya dos autoridades; Veytia y Zurita. En cuanto al primero, aunque he registrado de nuevo su Historia Antigua, incluso el prólogo que falta en la edición mexicana y se publicó luego en la Colección de Kingsborough, nada he encontrado que verifique la cita de Bustamante. Únicamente en el apéndice del editor, Don Francisco Ortega, es donde se ve esta nota: «Llama Clavigero Conquistador anónimo al autor de una relación que se supone escrita por un gentilhombre de Hernán Cortés, cuyo nombre no se ha podido averiguar, porque ningún otro autor lo menciona». (T. III, p. 279). Claro es que nadie como el editor de una obra podía conservar fresco el recuerdo de lo que en ella se contenía; y si Veytia apuntase la más ligera noticia del autor de esta relación, el Sr. Ortega no habría confesado que participaba de la ignorancia general. Leí después los Baluartes de México, del mismo Veytia, sin encontrar nada tampoco; y no conozco otra obra impresa de este autor.
Más curiosa es todavía la historia de la cita del Sr. Zurita, cuyo manuscrito poseía Bustamante. Tenía en efecto un manuscrito anónimo (10), que quiso aplicar al oidor Zurita, y con tal nombre lo citó muchas veces en sus obras, especialmente en las Mañanas de la Alameda; pero el tal manuscrito no es del doctor Zurita, sino la Historia de Tlaxcala, de Diego Muñoz Camargo, que Bustamante halló anónima y bautizó con su acostumbrada ligereza. En este manuscrito de Camargo (el Zurita de Don Carlos), sólo se encuentra relativo a Francisco de Terrazas el siguiente breve pasaje: «… habiendo pasado muy grandes trabajos y sucesos inauditos, él [XXI] (Cortés) y sus compañeros en esta grande y atrevida jornada que hizo de las Higueras, según que más largamente lo tratan los cronistas, y lo refiere en particular Francisco de Terrazas en un tratado que escribió del aire y tierra». (11) Y Bustamante agrega en nota: «Este Francisco de Terrazas fue gentilhombre y mayordomo de Cortés, que llevó un diario de la conquista: llámasele el escritor anónimo, &c». Nótase desde luego que el asunto de la obra que escribió Terrazas, según Camargo, es muy diverso del de la Relación anónima; allí se habla de un tratado del Aire y Tierra, donde se hacía memoria de la grande y atrevida jornada de las Higueras, al paso que en la Relación no se nombra nunca a Cortés, ni se dice palabra de tal expedición (12).
El empeño de Bustamante en hacer a Terrazas autor de la obra que nos ocupa, le hizo caer en otro nuevo error. En el ejemplar de la Biblioteca de Beristain que fue suyo y hoy para en mi poder, al margen del artículo TERRAZAS (Don Francisco), puso esta nota de su puño: «Este fue, a lo que entiendo, el incógnito mayordomo de Hernán Cortés que llevó el diario de su expedición a México. Llámasele también el Anónimo. Es bastante exacto. Esta última calificación parece posterior a la nota, porque está escrita con distinto corte de pluma.
Beristain no da noticia alguna de este Francisco de Terrazas, y sólo le incluyó en su Biblioteca porque Cervantes en el Canto de Calíope, inserto en el libro IV de su Galatea, puso estas dos octavas:
«De la región antártica podría
eternizar ingenios soberanos,
que si riquezas hoy sustenta y cría,
también entendimientos sobrehumanos:
mostrarlo puedo en muchos este día,
y en dos os quiero dar llenas las manos:
uno de Nueva España y nuevo Apolo,
del Perú el otro, un sol único y solo.
Francisco el uno de Terrazas tiene
el nombre acá y allá tan conocido,
cuya vena caudal nueva Hipocrene
ha dado al patrio venturoso nido:
la mesma gloria al otro igual le viene,
pues su divino ingenio ha producido
en Arequipa eterna primavera,
que éste es Diego Martínez de Ribera».
La Galatea fue escrita en 1583, y las palabras de Cervantes indican bien claro que el poeta de quien habla era Mexicano y aún vivía entonces, [XXII] mientras que el supuesto autor de la Relación anónima era Español y llevaba muchos años de muerto, puesto que falleció en 1549, siendo alcalde ordinario de México (13).
De todo esto parece resultar que hubo dos individuos con el nombre de Francisco de Terrazas, que acaso serían padre e hijo; pero que no consta que ni uno ni otro fuese autor de esta relación. Es extraño que del poeta elogiado por Cervantes no quede ya otra memoria, a lo menos que yo sepa, pues ignoro de donde tomaría Bustamante la especie apuntada arriba, de que un Francisco de Terrazas escribió en octavas la historia de la conquista de México. Lo indudable es que cuando Bustamante dio en que Terrazas era el autor de la relación anónima, no había leído esta. Hemos visto que la llama Diario de la Conquista, siendo una cosa muy diversa. Dudo además que Bustamante poseyera el italiano; pero aun cuando así fuera, no creo probable que hubiese tenido a mano una obra tan rara como la de Ramusio (14). La Relación anónima no había salido de allí, hasta que Ternaux publicó la traducción francesa (15): ésta tuvo Bustamante en sus últimos años (16), y de su lectura pudo sacar la calificación de Es bastante exacto, que añadió a la nota de la Biblioteca de Beristain, según acabamos de ver.
¿Pues cuál fue entonces el motivo que tuvo Bustamante para adoptar y sostener esa opinión? No creo haya sido otro sino la calificación de gentilhuomo que se da al autor en el título de la obra. El traductor de Clavigero pone por correspondiente a esta palabra la española gentilhombre; y considerándola Bustamante como sinónimo de mayordomo, hizo autor del escrito a Terrazas, que desempeñaba ese oficio, según Bernal Díaz. Me [XXIII] confirma en esta sospecha el advertir que le da ambos títulos en la nota a la Historia de Tlaxcala.
Si el nombre del autor ha de averiguarse por los dictados que tenga en el título de la obra, sería preciso asegurarse previamente de que el tal título estaba en el original castellano, y no fue añadido por Ramusio. Aun suponiendo lo primero, quedaría por saber cuál era la palabra española que había en el lugar de la italiana gentilhuomo. Dudo desde luego que el original castellano llevara título alguno, porque no siempre lo ponían, y menos en documentos de corta extensión: dudo también que la división en párrafos y los epígrafes de éstos vengan del original. Pues para que la calificación de gentilhuomo tuviera todo su valor, era preciso que conociéramos la castellana que le dio origen, y mientras esto no se logre, sólo por conjetura podremos señalar cuál era el dictado que Ramusio tradujo por gentilhuomo; siempre en el supuesto inseguro de que el título que hoy tenemos sea traducción del español.
La primitiva acepción de aquella palabra italiana es la de uomo nobile, (vir nobilis, patricius), (17) y en tal sentido corresponde simplemente a la castellana hidalgo. En efecto, en el antiguo Vocabulario de las Lenguas Toscana y Castellana, de Cristóbal de las Casas, (Sevilla, 1583, 4º) veo que gentilhuomo es caballero, hidalgo. Y el autor incógnito del Diálogo de las Lenguas confirma más claramente aún esta correspondencia (18).
Años ha que consulté mis dudas con el Sr. Don José Fernando Ramírez, residente entonces en Durango, y en respuesta a ellas se sirvió dirigirme una carta tan curiosa como erudita, que siento no poder insertar aquí por su mucha extensión. En ella, después de fijar con profundas investigaciones y gran copia de ejemplos los diversos significados de las palabras hidalgo y gentilhombre, acaba por expresar su opinión en estos términos: «De todo concluyo que la inscripción de la relación del Conquistador anónimo pudo muy bien haber expresado en su original la palabra gentilhombre, que Ramusio no haría más que traducir, juzgando poco probable que el narrador empleara la de hidalgo, atendiendo a que ésta no puede ser regida con propiedad por la preposición de, si no es cuando se trate de designar la procedencia u origen de la persona, v. gr. hidalgo de Medellín; «mas no para expresar una calidad gentilicia de familia, como la de hidalgo de Hernán Cortés».
La objeción del Sr. Ramírez es de tal naturaleza, que a pesar de todo [XXIV] lo expuesto, parece indudable que la palabra hidalgo no estaba en el título castellano, si acaso lo hubo. Suponiendo, pues, que gentilhuomo sea traducción de gentilhombre, e indique un cargo inmediato a la persona de Cortés, tendremos todavía que elegir entre los individuos que desempeñaban esa clase de empleos, según Bernal Díaz (cap. CCIV), y la lista de Conquistadores del Sr. Orozco y Berra (19), a saber: Cristóbal Martín de Gamboa, caballerizo; Simón de Cuenca y Francisco de Terrazas, mayordomos; Hernández, Valiente y Villanueva, secretarios; y Juan Díaz, que traía a su cargo el rescate e vituallas. Aunque no deban entrar en esta cuenta los pajes, camareros, maestresalas, reposteros, cocineros, cetreros, botiller, despenseros &c., conviene advertir que constan los nombres de todos, sin que haya ninguno a quien se dé el título de gentilhombre de Hernán Cortés.
De aquí concluyo que no existe prueba alguna para afirmar que Francisco de Terrazas sea el autor de la Relación anónima, pero tampoco la hay para negarlo, antes bien tiene a su favor la circunstancia de saberse por Camargo que había escrito de sucesos de la conquista, lo cual prueba que era hombre de pluma, y por lo mismo no sería extraño que escribiera también de las costumbres de los naturales. Al tiempo de la conquista estaba en la mejor edad para observar y escribir, pues declarando en el proceso de residencia de Pedro de Alvarado, dijo en 1529, que tenía cuarenta años, poco más o menos; lo que hace fijar la fecha de su nacimiento hacia 1489.
Pero sea como fuere, y por estar la cuestión indecisa, no quise usar en el título del escrito la palabra gentilhombre, adoptando, para no errar, la designación más vaga de compañero de Hernán Cortés. En lo demás he procurado traducir literalmente, conservando en lo posible hasta el estilo anticuado del original.
Mr. Ternaux-Compans publicó una traducción francesa del Anónimo en el tomo X de sus Voyages, según queda advertido. Es en general bastante exacta; pero no carece de omisiones y descuidos, ni parece haber sido desempeñada con grande esmero. Omitió las estampas del Ramusio, y yo me he creído obligado a reproducirlas, aunque son dibujos de puro capricho. Pero la del templo ha adquirido cierta celebridad que no merece, y sobre todo no debo apartarme de mi propósito de no omitir nada de los originales. En la reimpresión del texto italiano se ha seguido con toda fidelidad el Ramusio de 1556.
Y ya que a este célebre geógrafo debemos la conservación de tan precioso documento, justo será apuntar aquí algunas noticias de su vida y obras. Juan Bautista Ramusio, Ranusio o Ramnusio, nació en Venecia el año de 1485, de familia noble, y contaba entre sus ascendientes varios [XXV] hombres distinguidos en ciencias y literatura. Desde muy joven obtuvo en su patria cargos públicos, para cuyo desempeño tuvo que hacer muchos viajes, especialmente en Francia, donde fue muy bien acogido por el rey Luis XII. Vuelto a su país, en premio de sus servicios fue nombrado secretario del Consejo de los Diez, cuyo empleo parece que renunció algun tiempo después. Retirose entonces a Padua, y allí murió el 10 de Julio de 1557, a la edad de 72 años (20). Fue Ramusio muy versado en literatura clásica, tenía museo de antigüedades, y a mediados del siglo pasado aún se conservaba en el Vaticano un códice de inscripciones antiguas recogidas por él (21). También se le cuenta por uno de los fundadores de la Academia creada por el célebre Aldo Manuzio para cuidar de las ediciones griegas y latinas que producían sus prensas; pero esto es algo dudoso, porque habiéndose verificado la fundación de la Academia en 1500, Ramusio no tenía entonces más que quince años (22). En sus viajes tuvo ocasión de aprender el francés y el español, idiomas que poseyó como el patrio; era además muy instruido en geografía, astronomía y náutica, de modo que reunía todas las cualidades necesarias para desempeñar dignamente el trabajo que emprendió. Pero desconfiando aún de sus propias fuerzas, sostenía activa correspondencia con muchos sabios y viajeros, en especial con Pedro Bembo, Andrés Navagero, Baltasar Castiglione, Gerónimo Fracastoro, Sebastián Caboto y el cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo, quienes le remitían sus propios escritos, o le proporcionaban los ajenos, comunicándole también cuantas noticias podían serle útiles para su obra. Cerca de treinta años pasaron entre formar el plan de ella y comenzar la ejecución (23); no es, pues, extraño que antes de terminarla ocurriese la muerte del autor.
La Colección de Ramusio se compone de tres volúmenes en folio, y de cada uno de ellos se hicieron repetidas ediciones, todas en Venecia y en casa de los Juntas, familia célebre de impresores, rivales de los Aldos. El primer tomo se publicó por primera vez en 1550, y se halla reimpreso en 1554, 1563, 1588, 1606 y 1613. Comprende relaciones de viajes antiguos, y de otros recientes a las Indias Orientales; con más, dos relaciones de Américo Vespucio, y otras dos del viaje de Magallanes.
El segundo tomo no salió a luz hasta 1559, muerto ya Ramusio, y después de publicado el tomo tercero. La causa del retardo fue, como explica [XXVI] el impresor Tomás de Junta, el haberse acopiado antes los materiales para el tomo tercero, cuya publicación no quiso detener. Y aun quedó al fin sin concluir el segundo, pues para darle igual grueso que a los otros, fue preciso que el impresor añadiese algunos viajes. Todos los de este tomo se refieren al Oriente y Norte, y entre ellos están los de Marco Polo. Hay reimpresiones de 1574, 1583 y 1606.
El tomo tercero está exclusivamente destinado a la América. La primera edición es de 1555, y se volvió a imprimir en 1563 y 1606. He aquí la lista de las piezas que contiene la edición de 1556.
Discurso (de Ramusio) sobre el tercer tomo.
Sumario de la Historia de las Indias Occidentales, sacado de las obras de Pedro Mártir de Angleria.
Sumario de la Natural y General Historia de las Indias, compuesto por Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés.
La General y Natural Historia de las Indias, por él mismo; en 20 libros.
Hernando Cortés. Segunda, Tercera y Cuarta Relación de la Nueva España.
Pedro de Alvarado. Dos cartas a Hernando Cortés.
Diego de Godoy. Carta a Hernando Cortés.
Relación de un gentilhuomo de Cortés. (El Conquistador anónimo.)
Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Relación de lo sucedido a la armada de Pántilo de Narváez. (1527-36.)
Discurso (de Ramusio) sobre la Relación de Nuño de Guzmán.
Relacion de Nuño de Guzmán, escrita en Omitlán, provincia de Mechuacán de la Mayor España, a 8 de Julio de 1530.
Discurso (de Ramusio) sobre la relación de Francisco de Ulloa.
Relación de la armada de Cortés, en que iba por capitán Francisco de Ulloa.
Discurso (de Ramusio) sobre los tres viajes que siguen.
Sumario de cartas de Francisco Vázquez Coronado, escritas en Culiacán a 8 de Marzo de 1539.
Carta del virrey Don Antonio de Mendoza al Emperador.
Relación del R. P. Fray Marcos de Niza.
Relación del viaje de Francisco Vázquez Coronado.
Relación de los descubrimientos que hizo por mar el capitán Hernando de Alarcón, por orden del virrey Don Antonio de Mendoza.
Discurso (de Ramusio) sobre el descubrimiento y conquista del Perú.
Relación de la conquista del Perú, por un capitán español.
Relación de la misma conquista, por Francisco de Xerez.
Relación de la misma, por Pedro Sancho.
La navegación del grandísimo río Marañón, por Gonzalo Fernández de Oviedo.
Discurso (de Ramusio) sobre la Nueva Francia.
Relación de Juan de Verrazzano, Florentino, escrita en Dieppe, a 8 de Julio de 1524.
Discurso de un gran capitán de mar, residente en Dieppe, sobre las navegaciones hechas a la Nueva Francia.
Primera y Segunda Relación de Jaime Cartier, de la tierra nueva llamada la Nueva Francia, descubierta el año de 1534.
Con esto termina el volumen en las ediciones de 1556 y 1565; la de 1606 contiene además:
Cesar de’Federici. Viage á la India Oriental. -Tres navegaciones de Holandeses y Zelandeses a la China, a la Nueva Zembla y a la Groenlandia. [XXVII]
Como no todas las ediciones de cada volumen contienen las mismas piezas, sino que los impresores fueron añadiéndolas sucesivamente; si se quiere tener un ejemplar completo de la Colección deben elegirse las ediciones siguientes (24):
Tomo I.- 1563, 1588, 1606 ó 1613.
Tomo II.- 1583 ó 1606.
Tomo III.- 1606.
Nunca quiso Ramusio poner su nombre al frente de esta obra, y las impresiones que se hicieron durante su vida no llevan más que este título: Primo (serondo ó terzo) volume delle Navigationi et Viaggi; nel quale si contengono…. y sigue el catálogo de los viajes comprendidos en aquel tomo.
Pero después de su muerte, el impresor Tomás de Junta publicó el nombre del colector, añadiendo desde entonces en las portadas las palabras raccolto già da M. Gio. Batt. Ramusio.
Había éste acopiado ya los materiales necesarios para el cuarto tomo (25), y aun los tenía entregados en la imprenta; pero habiendo sufrido ésta un incendio en el mes de Noviembre de 1557, pereció allí el manuscrito. El autor había muerto cuatro meses antes, y de ese modo la obra quedó reducida a los tres volúmenes. La falta del cuarto es tanto más sensible, cuanto que también debía contener documentos relativos a la América.
La Colección de Ramusio no ha vuelto a imprimirse desde 1613, y los ejemplares son ya bien raros. A pesar de su antigüedad, y de los infinitos trabajos de la misma especie que han visto después la luz pública, se mira aún con grande aprecio. El autor es muy digno de nuestra gratitud por el inmenso trabajo que puso en reunir, revisar, traducir y dar a luz tantos documentos; a que se agrega, y no es poco, la incorrección de los manuscritos que adquiría (26). Cerraré, pues, esta breve noticia con el merecido elogio que del autor y de la obra hizo un sabio francés. «Es, dice, una colección preciosa, poco alabada por los libreros, poco buscada por los aficionados a libros bellos, porque no está adornada de láminas, sino de grabados en madera que nada tienen de agradable; pero los sabios la estiman, y los geógrafos la consideran hasta hoy como una de las coleccciones más importantes. Tanto a causa de los viajes que había hecho él mismo, como por sus grandes conocimientos en historia, geografía e idiomas, y en fin, por su extensa correspondencia con las personas que podían ayudarle en su empresa, reunía Ramusio los elementos necesarios para formar una excelente colección (27)». [XXVIII]

Carta de Diego Velázquez al licenciado Figueroa
Las desavenencias entre Cortés y Velázquez produjeron una multitud de escritos, públicos y privados, en que ambas partes quisieron atribuirse la justicia y sostener sus respectivos derechos. Aunque esta controversia tiene poco interés en sí misma, conviene conservar sus documentos, ya porque figura en ella un grande hombre, y ya porque con motivo de la disputa se esclarecen algunos pautos de nuestra historia. Varias piezas tocantes a este pleito publicó ya Don Martín Fernández de Navarrete en la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, y yo las habría reproducido aquí, añadiendo en sus lugares las que están en mi poder, con el objeto de presentar reunido todo lo concerniente al negocio, a no haber sido por la necesidad de dar cabida a otras piezas inéditas y más importantes. -Con lo publicado hasta ahora, parece que el pleito entre Cortés y Velázquez se encuentra ya en estado de sentencia; y si el éxito de la empresa no hubiera sido tan brillante, acaso la posteridad no habría justificado u olvidado tan pronto la defección de Cortés.
Para la impresión de esta carta me he servido de una copia remitida de Boston por el Sr. W. H. Prescott.

Pesquisa de la audiencia de la española
La resolución tomada por Diego Velázquez, de remitir a las armas la decisión de sus diferencias con Hernán Cortés, llamó al fin la atención de las autoridades; y previendo los males que de semejantes discordias habían de resultar, quisieron evitarlos estorbando el rompimiento. A tal fin se encaminaba la presente información, que no aparece concluida, a lo menos en la copia de que me he servido y que debo al favor del Sr. Prescott; pero es sabido que no pudiendo la Audiencia disuadir a Velázquez de su propósito, determinó que el licenciado Ayllón, uno de los oidores, viniese en la armada, para contener en lo posible al comandante Pánfilo de Narváez, y procurar un avenimiento pacífico. También es sabido que Ayllón no logró su objeto, y antes fue preso y enviado a la Española por el mismo Narváez, con lo cual adquirió la causa de Velázquez un poderoso ememigo.

Probanza en la villa Segura de la Frontera
El objeto de esta información fue probar que Cortés había hecho todos los gastos de la armada que trajo a la conquista de la Nueva España, sin que Velázquez pusiera en ello cosa alguna. Así lo declararon muchos testigos, entre ellos el Padre Fray Bartolomé de Olmedo; siendo de notarse que entre los que declaran ahora todo cuanto convenía a Cortés, hay algunos, [XXIX] que convertidos después en enemigos suyos, le acriminaron todo lo posible en el juicio de residencia.
Los huecos que se observan en la impresión, existen asimismo en la copia que ha servido de original, y que, como las anteriores, debo al favor del Sr. Prescott.

Probanza hecha en la Nueva España del mar Océano, &c.
El título mismo de este documento expresa su contenido. Declararon en esta segunda información la mayor parte de los testigos de la anterior, y ambas fueron hechas a pedimento de Juan Ochoa de Lejalde, apoderado de Cortés. La presente no tiene indicación de lugar ni fecha, y aun parece no estar concluida. Se ha impreso según copia remitida de Boston por el Sr. Prescott.

Carta del ejército de Cortés al emperador
Esta carta, poco interesante por su contenido, pues se reduce a la narración de hechos conocidos y a pedir que no se quitase a Cortés la gobernación, es curiosa por las muchas firmas que lleva al pie, y que forman una lista de más de quinientos conquistadores. Entre ellos aparecen nombres desconocidos hasta ahora, al paso que faltan otros de los más notables. No ha sido poco el trabajo impendido en preparar este manuscrito para la prensa, como podrá conocerlo cualquiera que haya manejado algo de papeles antiguos, y sepa que nada hay tan difícil como descifrar firmas. El copiante primitivo incurriría en bastantes equivocaciones, y los siguientes irían añadiendo algunas más. Así es que en la copia remitida de Boston por el Sr. Prescott, había muchos nombres enteramente ilegibles. Fue, pues, necesario restablecerlos con el auxilio de otros documentos, y quedaron al fin algunos dudosos, que se distinguen por ir de letra cursiva; éstos debe recibirlos el lector con cierta desconfianza. Véase además lo que acerca del número de firmas se dice en la nota que va al pie del documento, pág. 456.
Esta carta carece de fecha, y lo que es más, de la larga antefirma que nunca faltaba cuando se escribía al Emperador, según puede verse en las págs. 483 y 511 del presente volumen. Acaso alguno de los copiantes suprimió ambas cosas, juzgándolas inútiles.

Demanda de Ceballos
No lleva fecha esta terrible acusación contra Cortés; pero del contexto se deduce que fue escrita en México hacia 1531. Se coloca en este lugar para que haga compañía a las piezas que preceden, relativas a las desavenencias [XXX] entre Cortés y Velázquez, pues atendiendo sólo al orden cronológico, habría tenido lugar más adelante. En la nota que lleva al pie, se queja ya Muñoz de los descuidos del primer escribiente; los que le siguieron añadirían otros, y así no es de extrañar que costara algún trabajo la corrección de la copia remitida por el Sr. Prescott.

Ordenanzas de Cortés
La importancia de este documento histórico, y su corta extensión, me decidieron a incluirlo en este volumen, a pesar de haberlo ya impreso el Sr. Prescott en el Apéndice a su Historia de la Conquista de México, y por consiguiente se halla repetido en las tres traducciones castellanas. Pero como en éstas los documentos del Apéndice son meras reimpresiones de la edición de Nueva York, la cual parece haber sido hecha por persona cuyo idioma nativo no era el castellano, pasaron todos los errores del manuscrito, que he podido corregir teniendo a la vista una copia que me remitió el mismo Sr. Prescott.

Lo que pasó con Cristóbal de Tapia
Cristóbal de Tapia, enviado a la colonia en 1521 con el alto carácter de gobernador y juez pesquisidor, presentó sus provisiones reales a los procuradores de las ciudades, acompañados con los de Cortés, y pidió se le admitiese al ejercicio de ambos empleos. Los procuradores rehusaron recibirle, alegando varias razones, en verdad harto débiles, y que le fue fácil a Tapia contestar victoriosamente. He aquí en suma el contenido de este curioso documento, que parece no estar completo. Su lectura deja el ánimo rendido a la fuerza de las razones de Tapia; pero no por eso prescinde de una profunda convicción de que su entrada al gobierno habría causado infinitos males a la colonia, y quizá su completa ruina. ¿Qué habría sido de ella si en el mismo año de la conquista saliera el mando de las diestras y vigorosas manos de Cortés, para caer en las de un recién venido como Tapia? La resistencia de los procuradores fue ilegal sin duda, y así como salvó al país, pudo también haber encendido una guerra civil. Por fortuna el nuevo gobernador no era hombre para tanto, bajo ningún aspecto; y convencido, no por los requerimientos de los procuradores, sino por otros argumentos de más peso, que en forma de tejos de oro le remitió Cortés para comprarle a buen precio sus equipajes, tomó el prudente partido de regresar a su casa, reservándose el hacer luego en la corte todo el daño posible al Conquistador.
La impresión del documento se ha hecho conforme a la copia remitida de Boston por el Sr. Prescott. [XXXI]

Instrucción a Francisco Cortés
Nada particular ocurre que advertir acerca de este documento, que debo también al Sr. Prescott. La villa de Colima fue poblada por Gonzalo de Sandoval en 1523, después de vencer a los naturales, que el año anterior habían derrotado a Cristóbal de Olid. La creencia de que existían Amazonas en aquel rumbo, provino, según Herrera, de haber una provincia con el nombre de Cihuatlán, que significa lugar de mujeres.
En estas instrucciones se admira, como siempre, la previsión de Cortés, y la facilidad con que su grande ánimo podía atender simultáneamente a las mayores empresas y a los pormenores más insignificantes.

Carta inédita de Hernán Cortés
Entre los manuscritos que he reunido, ninguno estimo tanto como el original de esta carta. Consta de cuatro fojas en folio, de las que hay escritas siete páginas; el sobrescrito ocupa la octava. La letra es muy pequeña y clara, siendo únicamente de puño de Cortés la firma y las palabras que le preceden, las cuales se han puesto de letra cursiva en esta impresión.
La carta tiene la misma fecha que la Cuarta Relación, es decir, el 15 de Octubre de 1524, y comprende la parte secreta de los informes de Cortés al Emperador. Es probable que igules cartas reservadas acompañasen a las demás relaciones, pues tenemos también la de la Tercera (28), aunque es de poquísimo interés. No sucede lo mismo con la presente, porque conforme corría el tiempo y crecía la importancia de la colonia, la máquina del gobierno se complicaba y eran de más difícil resolución las cuestiones que iban apareciendo. El asunto principal de la carta es la exposición de los motivos que había tenido Cortés para no dar cumplimiento a ciertos capítulos de las instrucciones que había recibido, y lo hace con tal franqueza que a veces toca en atrevimiento. Muestra también su impaciencia por las trabas que le imponían los oficiales reales, y pide al Emperador los contenga en sus justos limites, o les deje de una vez todo el gobierno. Anuncia su resolución de ir al castigo de la rebelión de Olid, rechazando de paso la imputación de haberse rebelado él antes contra Velázquez, y concluye quejándose en pocas palabras, llenas de amarga ironía, por la mezquina recompensa señalada a sus grandes servicios.
Esta preciosa carta era no sólo inédita, sino enteramente desconocida. Luego que vino a mis manos no faltó quien tomase subrepticiamente una copia de ella para regalarla a la Real Academia de la Historia de Madrid; como si yo hubiera podido negar cosa alguna que se me pidiera para tan [XXXII] ilustre corporación. Poco después imprimí suelta esta carta en un cuadernito en 8º de 14 hojas. Dos particularidades tiene esta edición; la una, el estar hecha con pequeños caracteres góticos de los usados en el siglo XVI, y la otra, el no haberse impreso sino sesenta ejemplares, que no se han puesto en venta (29). De manera que la presente edición viene a ser en realidad la segunda. Es inútil decir que una y otra reproducen el original con la mayor fidelidad posible.
Hasta principios de este siglo no se conocían más escritos de Cortés que tres de sus cartas de relación. Posteriormente se han publicado algunos otros; pero nunca se han reunido en colección, y ni siquiera existe una noticia bibliográfica de ellos. La mejor es la de Navarrete (30), y sólo comprende la lista no completa de las cartas de relación. Don Nicolás Antonio nos deja admirados con su diminuto e inexacto artículo de Cortés; parece que aquel gran bibliógrafo veía con poco aprecio lo relativo a las inmensas colonias de su patria, según la negligencia con que formó esta parte de su obra. Sirva de muestra lo que dice de Cortés (31).
«HERNANDO CORTÉS, natural de Medellín, esclarecido conquistador de la Nueva España en Occidente, bajo los auspicios de Don Carlos Emperador y Rey de España, marqués del Valle de Oajaca, cuya fama brillará hasta las generaciones más remotas por la prudencia, fortaleza y bizarría de sus acciones; viene también a ilustrar este catálogo por razón de las cuatro cartas que dicen escribió con la relación de sus propios hechos en las Indias, de las cuales sólo se ha publicado la última, que se imprimió en folio el año de 1525. Dícese, sin embargo, que los Alemanes las tienen todas en su idioma. Valerio Andrés Taxandro en su Catálogo de Escritores de España, refiere también que dos de estas Relaciones de la Nueva España del Mar Océano, dirigidas a Carlos V, Emperador de Romanos, se publicaron en Colonia, año de 1532, traducidas al latín por Pedro Savorgnano. Este Pedro Savorgnano, natural de Forli, fue secretario del Sr. Don Juan Rebelles, obispo de Viena (en Francia), e imprimió dicha obra en Nuremberg, año de 1524. En el mismo año, y tomándola de la versión latina de Savorgnano, hizo otra italiana Nicolás Liburno, dedicada a Marino Grimano, patriarca de Aquileya: Venecia, por Bernardino de Viano de Lexova, en 4º. -Lucio Marineo Sículo, en el libro XXIII De las cosas memorables de España, que se titula de Varones Ilustres (cuyo libro y los dos siguientes, XXIV y XXV, sólo se hallan íntegros en la edición de Alcalá, 1530), reunió muchas cosas memorables de Hernán Cortés: allí celebra sus arengas a sus soldados, que son, dice, sus propias memorias, y muchas [XXXIII] cartas dirigidas al rey Don Carlos; así como una defensa suya, ante el mismo Don Carlos; en todo lo cual hace ver cómo brillan su facundia e ingenio, entre repetidos adornos de retórica».
Si poca luz da este artículo, tampoco se saca mucha más del de Barcia (Biblioteca Occidental, col. 597);y ninguno de los dos podía hacer mención de los escritos de Cortés hallados posteriormente. Trataré, pues, de formar el catálogo de lo que hasta ahora ha venido a mi noticia.

Cartas de relación
Ediciones en castellano
CARTAS SUELTAS
Entre las muchas cartas que escribió Cortés, hubo cinco que se conocen con el nombre de Relaciones, ya porque son más extensas que las otras, o porque contienen la relación de sus viajes y conquistas en la Nueva España.
La primera de estas Relaciones se ha perdido. Ya a los pocos años de escrita decia Ramusio (32) que no había podido encontrarla, aunque la buscó con toda diligencia. Tampoco Robertson logró dar con ella, ni en Madrid ni en Viena (33); «pero en este último punto halló en vez de la que buscaba, una Relación del Descubrimiento y Conquista de la Nueva España, hecha por la Justicia y Regimiento (Ayuntamiento) de la nueva ciudad de la Vera Cruz, a 10 de Julio de 1519. Esta carta acompañó a la primera de Cortés, y está impresa en el tomo IV de la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España. La reprodujo el Sr. Alaman en el Apéndice II al tomo I de sus Disertaciones sobre la Historia de la República Mexicana (34), y ha vuelto a imprimirse en el tomo XXII de la Biblioteca de Autores Españoles, que se publica actualmente en Madrid por Rivadeneira. La necesidad ha hecho que esta carta del Ayuntamiento de Veracruz supla por la primera de Hernán Cortés, mientras llega a encontrarse.

Segunda Carta
«Segunda Carta de Relación enviada a S. M. el Imperador por el capitán general de la Nueva España llamado Fernán Cortés, en la cual hace relación de las provincias y tierras sin cuento que se han nuevamente descubierto en el Yucatán». Sevilla, Juan Cronberger, a 8 de Noviembre de 1522; en fol., 14 fojas. ( Ternaux-Compans, Bibliothèque Américaine, Paris, 1857, n. 25. -Navarrete, apud Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, Madrid, 1842, t. 1, p. 412. -Barcia, Biblioteca Occidental, col. 597. -Brunet, Manuel du Libraire, t. I, p. 782.)
La fecha de esta carta es en la Villa Segura de la Frontera, a 30 de Octubre de 1520. -Reimpresa en Zaragoza, por George Coci, Alemán. 1523, fol., (Ternaux, n. 27. -Brunet, ubi supra.)

Tercera Carta
«Carta Tercera de Relación enviada por Fernando Cortés, capitán y Justicia mayor del Yucatán llamado la Nueva España del Mar Océano, al muy alto señor Don Carlos emperador, e de las cosas sucedidas y muy dignas de admiración en la conquista y recuperación [XXXIV] de la muy grande y maravillosa ciudad de Temixtitán y de las otras provincias a ella subjetas que se rebelaron &c.» Acabose a 30 días de Marzo, año de 1523. Sevilla, por J. Cronberger, Alemán; fol., let. got. (Ternaux, n. 26 -Barcia, Navarrete, Brunet, ubi supra.)
Está fechada esta carta en Cuyoacán, a 15 de Mayo de 1522.

Cuarta Carta
«La cuarta relación que Fernando Cortés, gobernador y capitán por S. M. en la Nueva España del Mar Océano, envió al muy alto y muy potentíssimo invictíssimo señor D. Carlos emperador semper augusto y rey de España nuestro señor, en la cual están otras cartas y relaciones que los capitanes Pedro de Alvarado y Diego de Godoy enviaron al dicho capitán Ferando (sic) Cortés. Acabose el 20 de Octubre de 1525». Toledo, por Gaspar de Ávila, fol., let. got. 22 fojas. (Ternaux, n. 34. -Barcia, Navarrete, Brunet, ubi supra.)
Tiene fecha esta carta en la ciudad de Temixtitán, a 15 de Octubre de 1524.
Todas estas ediciones góticas son sumamente raras, y las pocas veces que se han vendido han alcanzado precios exorbitantes.

Quinta Carta
La quinta Relación fue hallada en la Biblioteca Imperial de Viena, en el mismo códice en que estaba la del Ayuntamiento de Veracruz. Se imprimió por primera vez en el t. IV de la ya citada Coleccion de Documentos Inéditos para la Historia de España, págs 8-167. Refiere los sucesos de la expedición de Honduras, y su fecha es en la ciudad de Temixtitán; a 3 de Setiembre de 1526.

COLECCIONES
El primero que juntó las Relaciones de Cortés, segunda, tercera y cuarta, fue Don Andrés González de Barcia, y se hallan en el tomo I de sus Historiadores Primitivos de las Indias Occidentales, que salieron a luz en Madrid el año de 1749, en tres tomos de a folio. El editor dice en otra de sus obras (Biblioteca Occidental, col. 597), que ya desde entonces «no se hallaban fácilmente en castellano» y que para imprimirlas tuvo que pedirlas prestadas a Don Miguel Núñez de Rojas, del Consejo Real de órdenes. No se extrañe que diga también que se estaban acabando de imprimir en 1731, siendo así que los Historiadores Primitivos llevan la fecha de 1749, porque es bien sabido que esta colección es un conjunto de piezas sueltas, impresas por separado mucho antes y en diversos años, las que no fueron reunidas en el cuerpo que conocemos con aquel nombre, sino hasta después de la muerte del editor, ocurrida el 4 de Noviembre de 1743; y para publicarlos en 1749 se añadieron las portadas de los tomos. Hago esta advertencia para que no se crea que existen dos impresiones de las Cartas, hechas por Barcia. Es de temerse que en la única que hizo se tomase las mismas libertades que en la Historia de Gómara, de lo cual no he podido cerciorarme, por no haber conseguido ver nunca las ediciones góticas.
La más usada entre nosotros es la que hizo en esta ciudad el Sr. Arzobispo Lorenzana, cuyo título es como sigue:
«Historia de Nueva España, escrita por su esclarecido Conquistador Hernán Cortés, aumentada con otros documentos y notas, por el Illmo. Sr. Don Francisco Antonio Lorenzana, Arzobispo de México. Con las licencias necesarias. En México en la Imprenta del Superior Gobierno, del Br. D. Joseph Antonio de Hogal, en la Calle de Tiburcio. Año de 1770». Un tomo en folio menor con láminas.
Comprende este volumen las cartas segunda, tercera y cuarta, con notas del editor. Ignoro si sirvieron de original para esta edición las cartas góticas o la reimpresión de Barcia; pero de todos modos es digna de aprecio por las adiciones del editor, que son las siguientes:
1. Mapa de la Nueva España, por Don José Antonio Alzate. (1769).
2. Viaje de Hernán Cortés desde la Antigua Vera Cruz a México, para la inteligencia de los pueblos que expresa en sus Cartas y se ponen en el Mapa.
3. Una Lámina del Templo mayor de México. [XXXV]
4. Advertencias para la inteligencia de las Cartas de Hernán Cortés. (Noticias de Historia Antigua, con la serie de los emperadores mexicanos).
5. Los meses del año mexicano. (Lámina).
6. Gobierno político de Nueva España. (Catálogo de virreyes, desde Hernán Cortés hasta el marqués de Croix).
Sigue la segunda carta de Cortés.
7. Fragmentos de un mapa de tributos (la Colección de Mendoza), o Cordillera de Pueblos que lo pagaban, en qué género, en qué cantidad y en qué tiempo, el emperador Muteczuma en su gentilidad. (34 láminas con una advertencia preliminar).
Sigue la tercera carta de Cortés.
8. Viaje de Hernán Cortés a la península de Californias, y noticia de todas las expediciones que a ella se han hecho hasta el presente año de 1769, para la mejor inteligencia de la cuarta carta de Cortés y sus designios.
9. Un curioso mapa de la costa del Mar del Sur, hecho en México por Domingo del Castillo, en 1541.
Concluye con la cuarta carta de Cortés.
La Colección del Sr. Lorenzana fue reimpresa en Nueva York en 1828, un tomo en 8º, con la nota de «revisada y adaptada a la ortografía moderna, por Don Manuel del Mar». Uno de los resultados de esta revisión fue el cambio de la x por j en los nombres mexicanos, y no hay paciencia que baste para leer a cada paso Temijtitán. Se omitieron en esta edición los números 1 a 5, 7 y 9 de la anterior, y se añadió una noticia histórica de Cortés, con algunas malas estampas tomadas de Clavigero.
Tenemos aún otra colección moderna, y la única completa, de las Relaciones de Cortés. Hállase en el tomo XXII de la Biblioteca de Autores Españoles, publicada en Madrid por Rivadeneira. Comprende las cuatro Relaciones y la carta del Ayuntamiento de Veracruz; ésta se tomó de la Colección de Documentos Inéditos ya citada; las Relaciones segunda, tercera y cuarta, de la edición de Barcia, y la quinta, de un códice manuscrito. El colector, Don Enrique de Vedia, no parece muy versado en su asunto; dice que Ramusio insertó en su Colección la relacion de Pedro Sancho en latín! y asienta más adelante, que publica por primera vez la carta quinta, siendo así que fue impresa en la misma corte ocho años antes. La noticia bibliográfica que añadió a las Relaciones, es la misma de Navarrete, con poca variación. El colector añade que le habían asegurado que en la Real Academia de la Historia estaban las ediciones góticas; están en efecto, y no se comprende cómo no las tomó por originales, para darnos algo mejor que lo que ya teníamos. Yo envié hace tiempo a Madrid un ejemplar de la edición del Sr. Lorenzana, para que después de cotejado con las góticas y anotadas las variantes, me lo devolviesen. El Sr. D. Francisco González de Vera cumplió el molesto encargo según costumbre, es decir, con la mayor puntualidad; pero una larga ausencia de la corte le había estorbado el envío del libro, que aguardo ya muy pronto. Quizá algún día podré lograr mi deseo de reunir en un volumen todo lo que nos resta de Cortés, con cuyo objeto emprendí estos trabajos preparatorios.

Traducciones
Latín
«Praeclara Ferdinandi Cortesii de nova maris Oceani Hispania narratio, Sacratissimo ac Invictissimo Carolo Romanorum Imperatori Semper Augusto, Hispaniarum & (?) Regi Anno Domini M. D. XX transmisa; … per Doctorem Petrum Savorgnanum Foro Juliensem Reven. D. Joan. de Revelles Episco. Vienensis Secretarium ex Hispano idiomate in latinum versa Anno Domini M. D. XXIIII. KL. Martii». Y al fin; «Explicit secunda Cortesii narratio … Impressa in celebri civitate Norimberga. Conventui Imperiali presidente Serenissimo Ferdinando Hispaniarum Infante & Archiduce Austriae Sac. R. Imp. Locut. Generali Anno Dui. M. D. XXIIII. Quart: No. Mar. Per Fridericum Peypus Arthimesius». (Navarrete, ubi supra, y Ternaux, n. 52. dan este título con algunas diferencias; he seguido al primero, extractándolo.)
«Tertia Ferdinandi Cortesii Sac. Caesar. et cath. Maiesta. In nova maris Oceani Hyspania Generalis praefecti preclara narratio. In qua celebris civitatis Temixtitan expugnatio, aliarumque Provintiarum quae defecerant recuperatio continetur… Per Doctorem Petrum Savorgnarum Foroiuliensem…. ex Hispano idiomate in latinum versa» Al fin: «Impressum Imperiali Civitate Norimberga, per discretum et providum virum Foedericum Arthemesium, [XXXVI] civem ibidem. Anno Virginei partus Milesimo quingentesimo vigesimo quarto». (Navarrete, ubi supra. -Ternaux, n. 33).
«De Insulis nuper inventis Ferdinandi Cortesii ad Carolum V. Rom. Imperatorem Narrationes, cum alio quodam Petri Martyris ad Clementem VII. Pontificem Maximum consimilis argumenti libello, &c». Coloniae, ex officina Melchioris Novesani. Anno M. D. XXXII . Decimo Kalendas mensis Septembris. Venduntur in pingui Gallina. Fol. (Lo he visto en poder del Sr. D. Francisco Abadiano).
Contiene este libro:
El Tratado «De Insulis Nuper Inventis» de Pedro Mártir de Anglería, impreso muchas veces.
Las cartas segunda y tercera de Cortés. Una de Fray Martín de Valencia, fecha en Tlalmanalco a 12 de Junio de 1531.
Otra del Sr. Zumárraga, sin fecha.
El «Epitome convertendi gentes Indiarum ad fidem Christi» por Fray Nicolás Herbera.
Este libro fue reproducido por entero en el Novus Orbis, Basilea, 1555, fol., y Rotterdam, 1616, 12º. Las cartas de Cortés cuarta y quinta, no existen en latín.

Italiano
Don Nicolás Antonio, Barcia, Brunet y Navarrete hablan de una traducción italiana de las cartas de Cortés, cuyo autor fue Nicolás Liburno o Liburnio, y se imprimió en Venecia, 1524; pero la Bibliothèque Américaine de Ternaux, trae con el n. 28 el artículo siguiente:
«La preclara narratione di Ferdinando Cortese al imperatore, conversa dal idiome hispaniuolo al italiano da Pietro Savorgnano. Venezia, B. de Viana de Lexona, 1523, in – 4º. -Avec un grand plan de Mexico, gravé sur bois».
Aquí aparece como traductor italiano el mismo Savorgnano que hizo la traducción latina, y aunque la indicación del mapa, con que termina el articulo, da a entender que Ternaux tuvo a la vista el libra, acaso padecería alguna equivocación al copiar un título en lengua extraña. También adelanta un año la fecha de la edición.
Barcia y Navarrete mencionan otra traducción italiana hecha por Mr. Juan Rebelles, quien la imprimió el mismo año (1524) con el mismo título. No hallo noticia del autor ni de la obra en ninguna otra parte, y me inclino a creer que ni uno ni otro existe. Me llama también la atención que el traductor tenga el mismo nombre que el Obispo Don Juan de Rebelles, a quien Savorgnano dedicó la traducción latina.
En el tomo III de las Navigationi et Viaggi de Ramusio, se encuentran también las tres Relaciones de Cortés en italiano.

Francés
«Correspondance de Fernand Cortès avec l’empereur Charles-Quint, sur la conquête du Mexique. Traduite par Mr. le Vicomte de Flavigni». Paris, sans date (sed 1778), in – 8º.
Sirvió para esta traducción la edición del Sr. Lorenzana. (Navarrete, ubi supra. O. Rich, Bibliotheca Americana Nova, London, 1846, t. I, p. 272).
Reimpresa en Suiza, 1779, en 8º. (Navarrete).

Inglés
«Despatches of Hernando Cortés, the conqueror of Mexico addressed to the emperor Charles V, written during the conquest, and containing a narrative of its events. Now first translated into English from the original spanish, with an introduction and notes, by Geo. Folsom». New York, 1843, 8vo.
También sirvió de original la edición de Lorenzana. (O. Rich, t. II, p. 377).

Alemán
«Ferdinandi Cortesii von dem newen Hispanion so im. Meer gegen Niedergang, zwei lustige Historien erstlich in Hispanischer Sprache durch himselbst Beschrieben unt verteuscht von Xysto Betuleio und Andrea Diethero». Augsburg, Ulhardt, 1550, fol. (Ternaux, n. 57 bis). [XXXVII]

Escritos sueltos
1. Ordenanzas militares. Tlaxcala, 22 de Diciembre de 1520. (Prescott, Conquista de México, t. III, Ap. II, n. 13; y en este volumen, P. 443).
2. Carta al Emperador Carlos V. Cuyuacán, 15 de Mayo de 1522. (Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, t. I, p. 11. -Kingsborough, Antiquities of Mexico, t. VIII).
3. Ordenanzas para los vecinos. México, 20 de Marzo de 1524. (Alaman, Disertaciones, t. I, Ap, II, p. 105).
4. Ordenanzas o arancel para los venteros. México, sin fecha. (Alaman, p. 117).
5. Instrucción a Francisco Cortés para la expedición de la costa de Colima. 1524. (Publicada por primera vez en este volumen, p. 464).
6. Carta al Emperador. México, 15 de Octubre de 1524. (Inédita hasta ahora; publicada por primera vez en este volumen, p. 470).
7. Ordenanzas para las nuevas poblaciones. Sin fecha. (1525) (Alaman, p. 119)
8. Instrucciones a Hernando de Saavedra, lugarteniente de gobernador y capitán general en las villas de Trujillo y la Natividad de Nuestra Señora de Honduras. 1525. (Alaman, p. 129).
9. Ordenanzas para los encomenderos. Sin fecha. (Alaman, p. 137).
10. Carta a la ciudad de México, avisando su llegada a Veracruz de vuelta de la expedición de Honduras, Mayo de 1526. (Está inserta en el primer Libro de Actas del Ayuntamiento de esta capital, en el cabildo de 31 de Mayo de 1526; y se publicó en el t. III del Mosaico Mexicano, México, 1840, p. 97; y Alaman, ubi supra, p. 198).
11. Carta al Emperador. México (Temistitán), 11 de Setiembre de 1526. (Documentos Inéditos, t. I, p. 14. -Kingsborough, ubi supra).
12. Carta al Emperador. México (Temistitán), 11 de Setiembre de 1526. (Documentos Inéditos, t. I, p. 23. -Kingsborough, ubi supra. Distinta de la anterior).
13. Carta al obispo de Osma. Coadnavach (Cuernavaca), 12 de Enero de 1527. (Documentos Inéditos, t. I, p. 27. -Kingsborough, ubi supra).
14. Instrucción a Álvaro de Saavedra, veedor de la armada que enviaba al Maluco. 27 de Mayo de 1527. (Navarrete, Colección de Viajes de los Españoles, Madrid, 1825-27, t. V, P. 442).
15. Instrucción a Antonio Guiral para desempeñar el cargo de contador en la armada de Saavedra. Misma fecha. (Ibid., p. 443).
16. Instrucción a Álvaro de Saavedra Cerón para el viaje que había de hacer con el armada a las islas de Maluco. 28 de Mayo de 1527. (Ibid., p. 444).
17. Carta a los individuos de la armada de Sebastián Caboto, que había salido de España para el Maluco, a fin de que le informasen de sus sucesos, y ofreciéndoles los auxilios que necesitasen. Misma fecha. (Ibid., p. 456).
18. Carta que escribió a Sebastián Caboto y le remitió con Álvaro de Saavedra, informándole de las órdenes que tenía del Emperador para socorrer la armada que llevó al Maluco, y la del comendador Loaisa. Misma fecha. (Ibid., p. 457).
19. Carta que entregó a Álvaro de Saavedra para el rey de la isla o tierra adonde arribase con su armada. Misma fecha. (Ibid., p. 459).
20. Carta al rey de Cebú manifestándole el objeto de la expedición que iba al Maluco mandada por Álvaro de Saavedra. Misma fecha. (Ibid., p. 461).
21. Carta al rey de Tidore dándole gracias en nombre del Emperador por la buena acogida que hizo a la gente de la armada de Magallanes que quedó en aquella isla. Misma fecha. (Ibid., p. 463).
22. Carta al Emperador. Tezcuco, 10 de Octubre de 1530. (Documentos Inéditos, t. I, p. 31. -Kingsborough, ubi supra).
23. Instrucción a Diego Hurtado de Mendoza para el descubrimiento de la Mar del Sur. 3 de Setiembre de 1532. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 167). [XXXVIII]
24. Capítulo de carta al Emperador sobre el mismo descubrimiento. 20 de Abril de 1532. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 175).
25. Relación de los servicios del Marqués del Valle, que de su parte presentó a S. M. el licenciado Núñez. Sin fecha. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 178. -Aunque en este escrito no habla directamente Cortés, parece redactado por él. Tengo una copia manuscrita, mucho más extensa que el impreso, y que deberá publicarse en el t. II de esta Colección).
26. Carta al presidente del Consejo de Indias. México, 20 de Setiembre de 1538. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 193).
27. Memorial al Emperador, sobre que no se le embarazase el descubrimiento de la Mar del Sur. 1539. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 206).
28. Instrucción a Juan de Avellaneda, Jorge Cerón y Juan Galvarro, sobre la relación que habían de hacer a S. M. del descubrimiento del Mar del Sur. 1539. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 206).
29. Memorial sobre agravios que le había hecho Don Antonio de Mendoza. 1540. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 209).
30. Memorial al Emperador con relación de servicios y petición de mercedes. 1542? (Documentos Inéditos, t. IV, p. 219. -Kingsborough, ubi supra).
31. Memorial pidiendo residencia contra Don Antonio de Mendoza. 1542. (Manuscrito en mi poder. Distinto del n. 29).
32. Carta o memorial al Emperador Carlos V. 3 de Febrero de 1544. (Documentos Inéditos, t. I, p. 41. -Kingsborough, ubi supra. -Es la que Vargas Ponce llama última y sentidísima carta, porque no se halla otra posterior, y por el tono de queja en que está escrita).
33. Testamento de Hernán Cortés. 18 de Agosto de 1548. (Humbolt, Ensayo político sobre la Nueva España, París, 1836, t. IV, p. 309. -Mora, México y sus revoluciones, París, 1836, t. III, p. 379. -Documentos Inéditos, t. IV, p. 239. -Ataman, Disertaciones, t. II, Ap. II, p. 98. -Diccionario Universal de Historia y de Geografía, México, 1853-56, art. CORTÉS).

Carta del contador Albornoz
Desde el año de 1522 fue nombrado contador de la Nueva España Rodrigo de Albornoz, que había sido secretario del Emperador Carlos V, y trajo por compañeros al factor Gonzalo de Salazar, al tesorero Alonso de Estrada y al veedor Pedro Almindez Chirinos. Llegados a México se unieron todos para acriminar a Cortés, acusándole siempre en sus cartas a la corte, y pidiendo con empeño facultades para perseguirle. No obstante eso, cuando Cortés marchó a la expedición de las Hibueras (1524), trató de llevar consigo a Albornoz; mas habiéndose enfermado este, se quedó en México, y Cortés te dio nombramiento de gobernador durante su ausencia, en los mismos términos que lo había dado ya al tesorero Estrada. Los dos gobernadores se desavinieron muy pronto, y aun llegaron a poner mano a las espadas por motivo tan leve como el nombramiento de un alguacil. A poco tiempo el factor Salazar y el veedor Chirinos entraron también al gobierno, por nueva provisión que Cortés les dio en Goatzcoalco, hasta donde le habían ido acompañando. Con el mayor número de gobernadores tomaron nueva fuerza las discordias: al fin Salazar y Chirinos lograron alzarse con el mando; y habiendo dado licencia a Estrada y Albornoz para que fueran a embarcar por Medellín algunos caudales del rey, [XXXIX] apenas estaban a ocho leguas de México cuando salió Chirinos con gente armada, los alcanzó y trajo presos. Albornoz fue puesto con grillos en la fortaleza; pero el intrigante Salazar consiguió atraerle a su partido para la conjuración que tramó contra el apoderado y pariente de Cortés, Rodrigo de Paz, de que resultó la prisión, tormento y suplicio de éste. Al tiempo de morir nombró Paz heredero suyo á Albornoz, cosa que no se comprende, porque eran enemigos mortales; pero Salazar se apropió la herencia. Siempre doble y artificioso, no quiso Albornoz unirse a los enemigos de Salazar, sino bajo condición de que antes lo prendiesen, pudiendo conservar así en cualquier evento la apariencia de haber cedido a la fuerza. Caído el factor Salazar, entró Albornoz de nuevo al gobierno; pero a pesar de tantos agravios, procedió con la mayor moderación contra los vencidos, no por virtud, sino por contemplación a ser favorecidos del famoso secretario de Carlos V, Francisco de los Cobos. Después del regreso de Cortés, marchó Albornoz a España, y cuando se aguardaba que en la corte acusara empeñosamente a Salazar y Chirinos, sucedió lo contrario, por la misma consideración a Cobos. No vuelve a saberse ya nada de Albornoz, y sin duda murió en la oscuridad.
Cuando factor y veedor estaban apoderados del gobierno, y en vísperas ya de la revolución que los derribó para levantar a Estrada y Albornoz, escribía este último al Emperador la extensa carta que ahora ve por primera vez la luz pública. Nótase desde luego en ella, que a pesar de las ofensas recibidas del factor y veedor, apenas se atreve a acusarlos, mientras que aprovecha varias ocasiones de acriminar a Cortés, después de honrarle con algunas frases en abono de su fidelidad al soberano: elogio tanto menos sincero y desinteresado, cuanto que se funda principalmente en el hecho de haber dejado por gobernadores durante su ausencia a los oficiales reales, entre los que se contaba el mismo Albornoz: y creo que ni aun tan poca cosa hubiera escrito en favor de Cortés, a no ser porque le creía muerto. Nada se arriesga en darse aires de imparcialidad y desinterés, elogiando a quien ya no puede hacer sombra.
La carta de que tratamos es verdaderamente interesante. Presenta un cuadro casi completo del estado de la colonia: señala los males y apunta los remedios, no siempre, en verdad, acertados. La esclavitud de los Indios llama mucho su atención: revela los innumerables y horribles abusos que se cometían en esa materia; pero no tiene bastante valor para resolverse a cortarlos de raíz, y se contenta con proponer términos medios, que no servirían sino para agravar el mal, legitimando hasta cierto punto los delitos. Respecto a la ardua cuestión de los repartimientos, opina por su perpetuidad, destruyendo así con una mano lo que intentaba edificar con la otra. Teme también un alzamiento de la raza conquistada, y por consiguiente aconseja medidas opresivas contra ella, al paso que desea mejorar su condición moral con el establecimiento de colegios de ambos sexos. [XL] No olvida el aumento de las rentas reales, ni faltan tampoco indicaciones útiles respecto a la agricultura, al comercio, a negocios eclesiásticos, y otros ramos de la administración pública. Pide el contador, entre otras cosas, la publicación de leyes suntuarias; opina que la capital se traslade a otro sitio más favorable para la defensa, sin hablar palabra del inconveniente más grave, que eran las inundaciones, y procura allanar las dificultades que presentaba el proyecto. No escasea, en fin, las alabanzas propias, y pide a cada paso facultades para poner en ejecución sus ideas.
Este importante documento, de no mal estilo y de agradable lectura, se ha impreso conforme a una copia remitida por el Sr. W. H. Prescott.

Memoria de lo acaecido en esta ciudad &c
Bien sabidos son los desórdenes que hubo en México durante el viaje de Cortés a Honduras, y algo se ha dicho de ellos en el párrafo que antecede; pero el presente escrito anónimo refiere ciertos pormenores nuevos, y sirve para aclarar más la historia de aquellos sucesos. Don Juan Bautista Muñoz atribuye esta Memoria al tesorero Estrada, y considero muy probable su opinión. El contador Albornoz escribía ciertamente con más cultura, y su estilo es muy diverso, como puede conocerse a primera vista comparando este escrito con la carta que le precede. Pero con todo eso, y en medio de la incorrección y desaliño del anónimo, se nota cierto vigor y viveza en las descripciones, que hace se lea sin cansancio. El autor era partidario decidido del contador y el tesorero; las cosas tan personales que acerca de ellos apunta, me inclinan a creer, con Muñoz, que escribía el mismo Estrada. No dice a quién dirige su Memoria, ni esta lleva fecha; pero bien se conoce que es contemporánea de los sucesos, y acaso iría dirigida a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, que venía a ser entonces el Ministerio de Indias.
El título que este documento lleva en la presente edición, se ha copiado del que tiene mi MS., que debo, como tantos otros, al favor del Sr. Prescott. Pero desde luego se observa que la fecha allí mencionada no es exacta, pues la expedición de Cortés a las Hibueras no comenzó en 1525, sino en 1524. Aquí hay evidentemente un yerro de pluma; mas no puede suponerse igual cosa en la designación del 12 de Octubre como día de la salida de Cortés, porque se repite en la segunda línea del texto, y porque el mismo Cortés dice en su Carta Quinta (35), que salió de México el 12 de Octubre de 1524. Así pues, parece que ésta es una fecha perfectamente fijada por declaración unánime de dos testigos de vista, siendo uno de ellos el jefe mismo de la expedición.
Hay, sin embargo, una dificultad muy grave. La Carta Cuarta de Cortés [XLI] está fechada en México a 15 de Octubre de 1524 (36); y aun cuando pretendiéramos suponer aquí una errata, no habría lugar a ello, pues igual fecha y en la misma ciudad tiene la Carta Inédita de Cortés que se halla en este tomo (pág. 483), cuyo manuscrito original tengo a la vista: de suerte que por los datos que Cortés mismo suministra, resulta que el 15 de Octubre avisaba al Emperador haber prescindido de su intención de ir a castigar a Olid, siendo así que tres días antes había marchado ya con tal objeto.
El Sr. Prescott (37), teniendo a la vista esta Memoria y la Carta Quinta, fijó la salida de la expedición el 12, sin reparar en el inconveniente que ofrecía la fecha de la Cuarta Carta. El Sr. Alaman (38) por su parte, censura al Sr. Prescott, y dando entero crédito a la fecha de la Carta Cuarta, pone la salida a fines de Octubre, apoyado también en el Primer Libro de Cabildo. Pero éste de nada sirve, como vamos a ver, y además el Sr. Alaman no conoció esta Memoria, ni se acordó del testimonio contradictorio del propio Cortés en su Carta Quinta.
A la verdad no sé cómo conciliar tales dificultades, y me limito a exponerlas para que el lector juzgue. Las noticias del Libro de Cabildo están reducidas a lo siguiente: entre el 7 de Octubre y el 4 de Noviembre no hubo sesión; en el acta de aquel día nada se dice que haga a nuestro propósito, y en la de este último consta que se presentaron ya Zuazo, Albornoz y Estrada como tenientes de gobernador. Por consiguiente, la salida pudo ser el día 12 que señala Cortés, o a mediado Octubre, según Herrera (39), y por Octubre, como dice todavía más vagamente Gómara (40). Todas las opiniones pueden, pues, admitirse sin ir contra el Libro de Cabildo, y por lo mismo de nada sirve éste en la presente investigación. Paréceme, sin embargo, que es imposible desechar el testimonio de Cortés, apoyado en el de un testigo ocular, y que la partida de la expedición debe fijarse en el día 12 de Octubre de 1524; la dificultad que ofrece la data de las otras cartas sólo puede conciliarse suponiendo que se escribieron en vísperas ya de marchar, y se les puso la fecha del día en que debía partir de México el encargado de llevarlas; o más bien que Cortés las concluyó y firmó yendo ya en el camino. Las conjeturas, sin embargo, distan mucho de ser satisfactorias.
Y no es tampoco ésta la única dificultad cronológica que ofrece la Memoria. Poco más adelante (pág. 513, lín. 6 y 7) se dice que «vinieron a la dicha ciudad los dichos fator e veedor el segundo día de Pascua de Navidad del año siguiente», y no fue sino del mismo año de 1524, según [XLII] consta de todos los autores, y en especial del Libro de Cabildo, donde se ve que en la sesión de 29 de Diciembre de 1524 presentaron sus provisiones. -Tal vez el autor seguía el uso antiguo de comenzar a contar el año desde Pascua, y en tal caso el segundo día de ésta pertenecía ya al año siguiente; pero no recuerdo ningún ejemplo de ello en nuestros documentos históricos.
Otras observaciones pudieran hacerse acerca de la Memoria, así como también sobre los demás escritos contenidos en este volumen; pero habiéndome propuesto únicamente divulgar en beneficio público los documentos que poseo, he debido abstenerme de toda discusión crítica que no verse sobre la corrección de los textos, dejando el cuidado de su examen y apreciación como monumentos históricos, a cargo de quien se valga de ellos para esclarecer nuestros anales.

Carta de Diego de Ocaña
Cierra la serie de los documentos contenidos en este volumen la carta del escribano Ocaña, que llegado a México por Junio de 1525, fue admitido a ejercer su oficio en cabildo de 20 del mismo mes; el lo de Setiembre quedó asentado por vecino de la nueva ciudad, y el 28 de Noviembre obtuvo un solar en ella para edificar su casa. A esto se reducen las noticias que he hallado en el Libro de Cabildo acerca del autor de la presente carta. Fue dirigida, según parece, a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, en la cual sospecho que Ocaña había tenido antes algún empleo. Casi toda la epístola se reduce a una violenta acusación contra Cortés, de quien llega a decir que si iba a los descubrimientos del Mar del Sur, moriría con corona. No pierde ocasión de hacer sospechosa su fidelidad, y ciertamente que causa impaciencia ver cómo esos oscuros advenedizos, incapaces de toda acción noble y generosa, se ensañaban contra el grande hombre a quien debían hasta la tierra que pisaban.
Habría dejado inédita la copia de esta carta que me remitió el Sr. Prescott, si no hubiera sido porque se trataba de un documento de cierta importancia, que nos da a conocer la violencia de las pasiones en aquella época de desórdenes y crímenes. El escribano demuestra bien la malicia consiguiente a su edad y ejercicio, en el tono hipócrita y plañidero con que suelta las más terribles inculpaciones, sin que al parecer les dé grande importancia. Pertenecía a la parcialidad de factor y veedor, pero no está muy distante de entenderse también con tesorero y contador; por todo podrá pasar, como no se trate de Cortés. Siendo contra él, no hay conseja que no adopte, ni rumor vago que no acredite, ni providencias que le parezcan fuertes. Propone, en fin, que, sea reducido a prisión, para que todos puedan acusarle sin miedo. Parece increíble que esto se escribiera en México, cinco años después de la conquista. [XLV]
Noticias de la vida y escritos de Fray Toribio de Benavente, o Motolinía, por Don José Fernando Ramírez

Primera Parte
Biografía
FRAY TORIBIO DE BENAVENTE, natural de la ciudad de este nombre en el reino de León, fue el sexto de los nombrados para formar el Apostolado Franciscano encargado de propagar el cristianismo en México, bajo la obediencia de su superior, FRAY MARTÍN DE VALENCIA. Fray Toribio era profeso de la provincia de Santiago, de la cual, así como la mayor parte de sus compañeros, fue trasladado a la de San Gabriel de Extremadura, para partir de allí a su santa y civilizadora misión. El día 30 de Octubre de 1523 recibieron su patente, y después de algunas dilaciones, empleadas en hacer sus provisiones y en reemplazar un compañero que desistió de la empresa, se embarcaron en San Lúcar de Barrameda el Martes 25 de Enero de 1524; el 4 de Febrero arribaron felizmente a la Gomera, una de las Canarias; el 5 de Marzo a Porto-Rico; el 13 a la Española, o isla de Santo Domingo; el 30 de Abril a la Trinidad, o isla de Cuba; «y vueltos a embarcar la quinta vez, dice Torquemada (41), dieron consigo en el deseado puerto de San Juan de Ulúa… en 13 de Mayo [XLVI] del mismo año de 24, un día antes de la vigilia de Pascua del Espíritu Santo».
Luego que Hernán Cortés tuvo noticia de la llegada de esta ilustre colonia, envió para recibirla y felicitarla, a Juan de Villagómez, criado suyo. Los religiosos rehusaron sus obsequios y ofrecimientos, emprendiendo luego su marcha para el interior, a pie y descalzos; ordinario desabrigo y manera de caminar de los primitivos misioneros. -La narración de los sucesos posteriores de su viaje hasta México, la haré con las palabras de un escritor coetáneo, que a la cándida sencillez de su lenguaje, reúne la inapreciable calidad de resumir las noticias de dos testigos presenciales; del mencionado Villagómez y de Rafael Trejo, uno de los compañeros de Cortés. Oigámoslos por boca de Fray Juan de Torquemada (42).
«Pasando estos siervos de Dios por Tlaxcalla, se detuvieron allí algunos días… y aguardaron el día del mercado, que los Indios llaman Tianquiztli, cuando la mayor parte de la gente de aquella provincia se suele juntar a sus tratos y granjerías, acudiendo a la provisión de sus familias. Y maravilláronse de ver tanta multitud de almas, cuanta en su vida jamás habían visto así junta, alabaron a Dios con grandísimo gozo por ver la copiosísima mies que se les ofrecía y ponía por delante. Y movidos con el celo de la caridad que venían, ya que no les podían hablar, por ignorar su lengua, comenzaron con señas (como hacen los mudos) a declararles su intento, señalando al cielo, queriéndoles dar a entender, que ellos venían a enseñarles los tesoros y grandezas que allá en lo alto había. Los Indios andaban detrás de ellos, como los muchachos suelen seguir a los que causan novedad, y maravillábanse con verlos con tan desarrapado traje, tan diferente de la bizarría y gallardía que en los soldados españoles habían visto».
La fuerte y extraña impresión que debe haber causado en el espíritu de los Indios la presencia de estos huéspedes, de tan singular carácter y catadura, con sus predicaciones por señas o en lengua incomprensible, lo manifiesta perfectamente una de las antiguas relaciones comunicadas al cronista Herrera: -«¿qué han estos pobres miserables, que tantas voces están dando?» -se preguntaban unos a otros los asombrados indígenas; -«mírese, añadían, si tienen hambre: deben ser enfermos o están locos: «dejadlos vocear, que les debe haber tomado su mal de locura: pásenlo es como pudieren y no les hagan mal, que al cabo dello morirán: notad cómo a medio día y a media noche y al amanecer, cuando todos se alegran, ellos lloran: sin duda es grande su mal, porque no buscan placer, sino tristeza (43)». En estas y las otras conversaciones de su género, la palabra MOTOLINÍA se encontraba en boca de todos, repitiéndose con un gesto [XVLII] y expresión que la hacían más remarcable. Tales circunstancias y su mismo sonido armonioso, hirieron la ardiente imaginación de Fray Toribio, que ansiaba también por comenzar su aprendizaje de la lengua mexicana. Preguntó lo que querían decir con ella, y habiéndosele contestado que significaba POBRE, dijo: -«Éste es el primer vocablo que sé en esta lengua, y porque no se me olvide, éste será de aquí adelante mi nombre»; -«y desde entonces, añade Torquemada (44), dejó el nombre de Benavente, y se llamó MOTOLINÍA (45)». -El rasgo retrata al hombre.
Después de algunos días de descanso que la colonia franciscana tomó en Tlaxcala, continuó su peregrinación a México, donde se les aguardaba con grandes preparativos y alboroto. Cuando se tuvo noticia de su aproximación, salió Cortés a recibirlos, acompañado de todos sus capitanes y de los restos de la antigua grandeza mexicana, haciendo con ellos la famosa demostración de humildad y respeto que debía captarle su afecto y consolidar su propio poder. -Los historiadores, que, incluso el mismo P. Motolinía, nos han conservado el minucioso itinerario de los misioneros desde España hasta Veracruz, no expresan las fechas de su llegada a Tlaxcala, ni la de su entrada a México. Ésta puede deducirse, muy aproximadamente, de la reunión de su primer capítulo, que dice Torquemada (46) se celebró «el día de la Visitación de Nuestra Señora» a los quince días de su arribo; con que así, éste debió ser entre el 17 y 18 de Junio. -Vetancurt (47), haciendo el mismo cómputo, fija el 23; mas su equivocación es patente. -En seguida se repartieron los religiosos de cuatro en cuatro por las tres mayores poblaciones de la época, Tezcoco, Tlaxcala y Huexotzinco, quedándose en México Fray Martín de Valencia, su superior, con otros cuatro; pues cuando aquel Apostolado llegó a México se encontraron con cinco individuos de su orden, que servían de capellanes, y que luego fueron incorporados a la nueva comunidad.
Nuestros monumentos históricos no presentan suficiente material para ir paso a paso la vida de Fray Toribio, que fue una de las más activas y laboriosas. Por tal motivo, no menos que por el carácter particular de este escrito, reduciremos sus noticias a los hechos principales y mejor averiguados.
No se sabe positivamente cuál residencia le tocó en la dispersión de sus [XVLIII] hermanos, y la primera noticia cierta que de él tenemos se encuentra en el Acta de 28 de Julio de 1525, del primer Libro de Cabildo de esta ciudad. Por ella sabemos que el gobierno colonial, entonces al cargo de Gonzalo de Salazar, con el carácter de teniente gobernador por la ausencia de Cortés, se manifestaba alarmado por la conducta de los franciscanos, haciéndoles las graves inculpaciones que revela el siguiente pasaje que copio de aquel inédito y curioso documento: -«E dijeron (el teniente gobernador y regidores) que a su noticia es venido que Fray Martín de Valencia, fraile del monesterio de Sor. San Francisco, e Frey Toribio, guardián del dicho monesterio en su nombre, diciéndose Vice Episcopo en esta N. España, no solamente entiende en las cosas tocantes a los descargos de conciencia, mas aun entremétense en usar de jurisdicción civil e criminal e enyben (inhiben) por la corona de las justicias, que son cosas tocantes á la preeminencia Episcopal, no lo pudiendo hacer sin tener provisión de sus majestades para ello; e porque esto es contra su real preeminencia… acordaron de enviar a rogar al dicho Padre Fray Toribio, guardián del dicho monesterio, que llegue al dicho cabildo e que se le notifique de su parte, que le piden e requieren que no use de la dicha jurisdicción hasta tanto que en el dicho Cabildo muestre las bulas e provisiones que de su majestad tiene para ello &c». -Consta de la misma Acta que Fray Toribio respondió incontinenti que sus bulas estaban ya presentadas -«e que por ellas tenían bastante poder del Papa e del Emperador, a cuya petición fueron concedidas e a ellos dadas».
Todas las corporaciones, particularmente las electivas, son desmemoriadas; así es que -«los dichos sres. justicia e regidores dijeron, que tal no habían visto, ni en este cabildo había sido presentado» -y en consecuencia ordenaron nuevamente al requerido hiciera la presentación de sus títulos. Entonces Fray Toribio exhibió dos cédulas expedidas en Pamplona a 15 de Noviembre y 12 de Diciembre de 1523, dirigida la una a los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla, y la otra a los gobernadores y justicias de América. La primera era el permiso que se concedía a los religiosos para pasar a estas partes, con la orden de que se les facilitara el pasaje y recursos necesarios: la segunda era una especie de pasaporte o credencial en que se ordenaba a la autoridad respectiva «que en todo lo que por los dichos frailes o por alguno de ellos fuera requerida e hubieran menester… los hubiera por encomendados». Con estas cédulas presentó Fray Toribio «dos bulas de su ministro general escritas en lengua latina… en que dijo estaba incorporada la bula de S. S. las cuales no se trasladaron (en el Acta) por su prolijidad… e así presentada dijo, que como quiera que otra vez estaban presentadas, a mayor abundamiento requería (al Ayuntamiento) que las cumpliera».
Fray Toribio tenía mucha razón en reprochar su olvido a los concejales, [XLIX] pues del mismo Libro de Cabildo consta que en la sesión de 9 de Marzo anterior, presente Gonzalo de Salazar, como uno de los tenientes de gobernador, y «de pedimento del P. Fr. Martín de Valencia, Custodio de la casa del Sr. S. Francisco, vistas las bulas que presentó ante sus mercedes en el dicho cabildo, dijeron que las obedecían como a mandamiento de Su Santidad, y que conforme a ellas podían usar de todas las cosas y casos en ellas contenidas en esta Nueva España». -El Ayuntamiento repitió la misma fórmula y protesta, manifestándose dispuesto a hacerlas efectivas en lo perteneciente «a la predicación e instrucción de los Indios»; mas «en cuanto a lo demás de la jurisdicción e judicatura cebil e criminal de que los dichos PP. Religiosos querían usar, dijeron que apelaban e suplicaban de dichas bulas, por ser en perjuicio de la preeminencia real e daño de la pacificación destas partes». -De conformidad con esta determinación les prohibió el Ayuntamiento usar de ambas jurisdicciones. Los pasajes referidos nos permiten conjeturar un hecho que no se encuentra mencionado en ninguno de los cronistas de la provincia, conviene a saber: que Fray Toribio se quedó en México después de la dispersión de sus hermanos, siendo también el primer guardián de su convento. El Padre Valencia debió conservar el carácter de Custodio.
Si bien las contradicciones que vemos asomar entre los religiosos y el gobierno, debían proceder en mucha parte del grande celo con que los Españoles han defendido siempre las prerrogativas del poder civil, en la ocasión eran fuertemente estimuladas por la adhesión que profesaban a Cortés, entonces vivamente perseguido por sus émulos, y sobre todo por el ardiente celo e infatigable perseverancia con que protegían a los infelices Indios, víctimas de la codicia y rudeza de los conquistadores. Aunque todos los religiosos hacían una profesión de conciencia en ampararlos y protegerlos, afrontando con el odio y con la persecución de los potentados, Fray Toribio sobresalía en esas calidades, adelantándose hasta un punto que quizá hoy no podemos calificar debidamente, porque tampoco conocemos todas las faces y secretos de aquella sociedad, trabajada por las discordias civiles que excitaban la ambición y la codicia, contrariadas por un celo religioso ardiente e inflexible.
Las incesantes quejas que recibía el Emperador del mal tratamiento que se daba a sus nuevos vasallos, le inspiraron la idea de crear el cargo de Protector de Indios, que encomendó por cédula de 24 de Enero de 1528 a Don Fray Julián Garcés y a Don Fray Juan de Zumárraga, primeros obispos, el uno de Tlaxcala y el otro de México. Este nombramiento caía en lo recio de aquellas turbaciones, y produjo sus naturales efectos. El gobierno colonial, que se encontraba muy mal avenido con esta especie de tribunado eclesiástico que se le imponía, pensó nulificarlo discurriendo dudas que le permitían paralizar su poder, mientras se consultaba con la corte, cuyas respuestas se hacían esperar meses y aun años. El Sr. Zumárraga [L] exigía, al contrario, su pronta obediencia; y como se discutía con la sangre ardiente, por intereses que en el sentir de los disputadores no admitían transacción, y el gobierno se consideraba con la facultad de resolverlos por las vías de hecho, la contienda se exacerbó hasta el extremo en que nos la pinta Fray Vicente de Santa María, testigo presencial de cuya relación, aun cuando rebajemos mucho, por las pasiones que entonces dividían a dominicos y franciscanos, siempre quedará lo bastante para descubrir un grande e importante fondo de verdad. Él decía al obispo de Osma en carta escrita el año de 1528, desgraciadamente sin indicación de mes, que el Sr. Zumárraga había mandado a los franciscanos que predicaran contra la Audiencia, y que los predicadores se extendieron hasta apellidar a los oidores- «ladrones y bandidos, ordenando a sus visitadores ese abstuvieran de proceder, bajo pena de excomunión. En mi presencia, añadía el narrador, han tratado de tirano al presidente de la Audiencia, aconsejando a los Indios que no los obedecieran cuando les mandaban trabajar en las obras públicas».
Las turbaciones producidas por estos sucesos se extendieron a todas partes, poniendo en lucha abierta a los conquistadores, ávidos de riquezas, con los pueblos esquilmados y agobiados bajo un yugo apenas soportable. A la energía de aquellos hombres, estimulada por su propio interés, parecía indecoroso ceder ante el débil obstáculo que oponía la resistencia de un puñado de frailes, y en consecuencia comenzaron las vías de hecho contra los renuentes. Éstos, como era natural, buscaron el arrimo y favor de los únicos que simpatizaban con su desgracia, y que en la ocasión eran sus protectores legales. Los caciques perseguidos se refugiaron al convento de Huexotzinco, implorando un asilo, y el animoso Fray Toribio se los otorgó, arrostrando con todos sus peligros (48). Prolongándose estas resistencias en el año de 1529, la Audiencia comisionó al alcalde Pero Nuñez para aprehender y enviarle bajo custodia a los caciques principales de Huexotzinco y sus familias, quienes noticiosos del caso se asilaron con sus bienes, el día 15 de Abril, en el convento de los franciscanos. Fray Toribio, su guardián, no solamente los acogió, sino que al otro día hizo notificar en toda forma a los agentes de la Audiencia la orden de salir de la población dentro de nueve horas, bajo pena de excomunión. Los testigos mandados examinar por la Audiencia deponían que Fray Alonso de Herrera la había apodado en un sermón llamándola «Audiencia del demonio y de Satanás»; y que Fray Toribio, que decía la misa mayor, cuando la hubo terminado, hizo una ligera plática «confirmando cuanto había dicho el predicador». -Los mismos testigos imputaban a los frailes, que aconsejaban a los Indios no pagaran los tributos que exigía la Audiencia, [LI] sino en la cuota que ellos les fijaban (49). En fin, el fraile dominico antes mencionado, decía que había faltado muy poco para que los Indios no se hubieran sublevado con las predicaciones de Fray Toribio. -Éste se denominaba en sus actos oficiales, Visitador, Defensor, Protector y Juez de los Indios en las Provincias de Huexotzinco, Tlaxcalla y Huacachula; títulos que le autorizaban para intervenir en los otros, y que legitimaban sus resistencias, despojándolas del carácter de inobediencia y aun de rebelión que les daban sus enemigos. Esa energía, ese valor civil, esa conciencia con que los frailes hacían frente al despotismo de los conquistadores, era el único escudo que defendía a los Indios. Fray Toribio, uno de los más animosos, si no el más, en esta parte de la América, aun fue acusado de regentear una conspiración: decíase que su plan era alzarse con el gobierno de la colonia, aunque reconociendo la soberanía del rey de España, pero prohibiendo enteramente la introducción de Españoles en el país, como obstáculos insuperables a la conversión de los Indios. Atribuíase el complot a los Padres Fray Luis de Fuensalida, Fray Francisco Ximénez y Fray Toribio, los tres, personajes eminentes, y miembros del famoso Apostolado (50). Si algo pudiera probabilizar esta imputación, sería la circunstancia de referirse a la época del intolerable despotismo y desorden del gobierno de los oficiales reales.
El descuido en la determinación precisa de la fecha de los sucesos, muy común en nuestras antiguas crónicas, produce dificultades cronológicas de ardua resolución, y que tampoco podrían analizarse en un escrito como el presente. Hemos visto, con la autoridad de un dominico contemporáneo, que el año de 1528 se encontraba Fray Toribio en México comprometido con la Audiencia en una lucha que todavía duraba a mediados de Abril del año siguiente, siendo su teatro Huexotzinco. -Ahora bien; el cronista de la provincia franciscana de Guatemala (51) asegura que en ese mismo año hizo nuestro misionero su primera entrada en aquella provincia, siendo, así, también el primero que introdujo el cristianismo en esas lejanas regiones. Para establecer el hecho cita pruebas que no carecen de fuerza, tales como el testamento de un indígena que decía haberlo bautizado Fray Toribio poco después de la prisión del rey Ahpozozil, o Acpocaquil, como lo llama Juarros, acaecida en 1526; una patente, firmada por el mismo religioso, admitiendo en su hermandad tal magnífico Señor Gaspar Arias, «alcalde primero de la ciudad (Guatemala)»; cuyo documento, aunque sin [LII] fecha, precisa la época, por constar del Primer Libro de Cabildo, que Arias fue alcalde en el bienio de 1528 y 29. -El Padre Vázquez cita otras pruebas que parecen establecer suficientemente el hecho de la presencia del Padre Motolinía en aquellos lugares, entre los años mencionados. Allí tuvo noticia de dos religiosos extranjeros que recorrían el país predicando el Evangelio, y con tal motivo se internó hasta Nicaragua, ya para comunicarse con ellos, ya para ver un volcán y algunas otras curiosidades naturales, de que era grande admirador (52). El Padre Vázquez (53) dice que en esa exploración fundó los conventos de Quetzaltenango, Tecpan-Guatemala y Granada.
Este cronista, que parece hizo exquisitas investigaciones para seguir los pasos a nuestro Fray Toribio, asegura que volvió de aquella expedición a fines de 1529, encontrándose en Guatemala y de vuelta para México, con el famoso Fray Andrés de Olmos, que iba en su busca y a la conversión (54). Pretende también establecer que ambos religiosos permanecieron allí detenidos por las instancias que les hacían los principales vecinos para que fundaran, manteniéndose todavía el 25 de Julio, fiesta del patrono de la ciudad, en que dice el Padre Vázquez (55) predicó Fray Toribio. Este hecho es inconciliable con el que vamos a referir, y que parece bien probado.
Una de las causas próximas de la opresión y malestar de los Indios era la ociosidad o sea holganza a que aquí se entregaban los Españoles, pretendiendo vivir y enriquecerse única o principalmente con los servicios personales denominados enconmiendas, repartimientos &c., esto es, con el fruto del trabajo de cierto número de Indios que se les aplicaban, constituyendo una especie, ya de esclavitud, ya de vasallaje feudal. Esta distribución del trabajo, cuyo empleo ordinario era el de las minas, como más lucrativo, precipitaba rápidamente la destrucción de la raza indígena, oponiendo también mayores dificultades a su civilización. Fray Toribio pensó remediarla en mucha parte, abriendo una nueva y útil senda a la inmigración española, y promovió la fundación de la ciudad de Puebla. Él mismo nos refiere este suceso en la pág. 232 de su Historia, diciéndonos que su primera piedra se puso «en el año de 1530, en las octavas de Pascua de Flores, a 16 días del mes de Abril, día de Santo Toribio, obispo de Astorga». -Los Padres Torquemada (56) y Vetancurt (57) añaden que nuestro historiador fue también quien dijo allí la primera misa que se celebró.
Las contradicciones que hemos notado podrían conciliarse aproximando un poco los sucesos relativos a la expedición de Guatemala, cuyas pruebas no son tan concluyentes, en punto a cronología, como sus contrarias; pues bien examinadas, aparecen fundadas en meras conjeturas. La que aquí se propone para esa conciliación, tiene además en su apoyo la circunstancia de que nada sabemos de positivo de las acciones del Padre Motolinía en los años posteriores, desde la mitad del 1530, hasta el 18 de Enero de 1533 que le hallamos en Tehuantepec, acompañando a Fray Martín de Valencia y a los otros religiosos que suscriben la carta dirigida al Emperador desde aquel punto (58). Probablemente fue ésta la expedición emprendida por el Padre Valencia, de que habla el autor en la pág. 170 de su Historia, y que se desgració por los motivos que expone. Ignórase la ruta que de allí siguió.
En el año de 1536 sabemos por su misma Historia (pág. 73) que residía en el convento de Tlaxcala, como su guardián, y que allí moró seis años (pág. 49). Cuando comenzaron éstos, no se sabe; mas sí que aún permanecía el año de 1538, en que se verificó la solemnidad famosa de la fiesta del Corpus (59) que nos describe en la pág. 79.
En los primeros años de la conversión los indígenas afluían en tan gran número para recibir los sacramentos, especialmente el bautismo, que los religiosos se quejaban de faltarles aun la fuerza física para administrarlo, porque se trataba de centenares y aun de millares de personas por día. Así también la gloria y mayores timbres del misionero se medían por el más alto guarismo de los bautizados, ostentándolo entre sus blasones, como un conquistador mostraría las plazas sometidas, y un avaro sus tesoros. En la materia que nos ocupa, los cronistas presentan a Fray Toribio como uno de los más infatigables, si no como el mayor, afirmando que hacia la época que recorremos, iban bautizados cosa de seis millones, y que sólo aquel religioso «bautizó por cuenta que tuvo en escrito», y que Torquemada (60) dice haber visto, «más de cuatrocientos mil, sin los que se le podrían haber olvidado».
Era físicamente imposible que un número tan exorbitante pudiera administrarse con entera sujeción al Ritual, y así es que desde los principios se trató de abreviar la fórmula, reduciéndola a la mayor simplicidad posible; [LIII] operación que comenzaron los franciscanos, como que fueron los primeros, continuando en ella sin contradicción por algunos años. Ésta nació con la entrada de los dominicos, que fueron los segundos; parte por escrúpulos religiosos, y parte por los celos que siempre han dividido las órdenes monásticas, en aquella época más agrios, como que había más fe y fervor; contribuyendo también como activo colaborador el clero secular, que jamás ha estado enteramente avenido con el regular, y que entonces era inferior bajo todos aspectos. Nada enajena tanto las voluntades, ni engendra mayores rencores, que las disputas escolásticas y religiosas; así es que las suscitadas entre franciscanos y dominicos degeneraron al punto que manifiesta la carta antes citada de Fray Vicente de Santa María, que ya en 1528 se manifestaba asombrado «del sufrimiento con que la Audiencia soportaba la insolencia de los religiosos franciscanos». -«Nos aborrecen, añadía este dominicano, porque no hemos querido predicar en su sentido: ellos impiden a los Indios que vengan a trabajar a nuestra casa, lo cual prueba su poca caridad; porque mientras ellos tienen diez o doce monasterios en el país, nosotros no poseemos uno solo». En tiempos de turbaciones, y cuando las pasiones hablan más alto que la razón y el deber, sucede siempre que el partido débil busque un apoyo en la autoridad, lo cual es funesto y desolador en materias de religión, porque los hombres se persiguen y degüellan en el nombre de Dios. Parece que los dominicos tomaron aquí por entonces el partido de la Audiencia, o sea del gobierno, contra quien estaban en perpetua lucha los franciscanos, por la defensa de los Indios, y esta oposición exacerbó las controversias teológicas que los dividían.
Varios eran los puntos sobre que versaban; el uno verdaderamente de filología, o literatura sagrada, propio por lo mismo para excitar las pasiones que engendra la vanidad, y el otro rigurosamente teológico y de los más aptos para inflamar aquel celo que abrasa. En el uno se disputaba sobre la palabra propia para expresar el nombre de Dios en las lenguas indígenas; el otro versaba sobre la ritualidad para administrar el bautismo, sembrándose de paso dudas alarmantes sobre la validez del administrado. No se necesitaba tanto para encender una ardiente controversia con todas sus inevitables consecuencias, produciendo, según decían al Emperador los obispos reunidos en esta ciudad (61), -«mucha cisma y contradicciones y pasiones entre ellos (los disputadores), hasta predicar unos contra otros, e los Indios se escandalizan e turban &c.». -La querella tomó tales proporciones, que fue necesario someterla a la autoridad Pontificia, decidiéndola el Sr. Paulo III por su bula Altitudo Divini consilii, de 1º de Julio [LV] de 1537, que, como era de esperarse, no dejó enteramente satisfecho a ninguno de los contrincantes. El Pontífice declaró que todos los bautismos hasta entonces celebrados eran válidos, y que no habían pecado sus ministros. Ordenando para lo futuro, dispuso que excepto en caso de urgente necesidad, se guardaran a lo menos las solemnidades siguientes: -1.ª Agua santificada con el exorcismo acostumbrado: 2.ª Catecismo y exorcismo con cada uno: 3.ª Que la sal, saliva, capillo y candela se pusieran, cuando menos, a dos o tres por todos los que se hubieran de bautizar, así hombres como mujeres: 4.ª Que el crisma se pusiera en la coronilla de la cabeza, y el óleo sobre el corazón de los varones adultos, niños y niñas, salvando en las mujeres crecidas las reglas de la honestidad.
Aunque esta declaración debió recibirse en México a fines de aquel mismo año de 1537, no se reunió la Junta Eclesiástica que prescribió y reglamentó su obediencia sino hasta el año de 1539, concurriendo a ella los obispos de México, Tlaxcala, Oajaca y Michoacán, el comisario general de los franciscanos, y los superiores de las órdenes religiosas. En esa Junta se acordaron veinticinco capítulos que resumían todos los puntos decididos por la bula, y que se notificaron el 27 de Abril a quienes concernían para su observancia. Comprendíase entre ellos el que prescribía la uniformidad en la administración del bautismo, expresándose en términos que aun hoy tienen un áspero sonido; -«para que ninguno baptize a cada paso, ni a albedrío», decía el capítulo 12 de las resoluciones acordadas. En el capítulo siguiente limitó su práctica, respecto de los adultos, a las épocas prescritas por el Ritual, salvo los casos de urgente necesidad.
La vaguedad con que el Padre Motolinía habla de su conocimiento con el célebre FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, no permite determinar su época de una manera precisa. En su famosa carta al Emperador (62) escrita el año de 1554 decía: -«yo ha que conozco al de las Casas quince años, primero que a esta tierra viniese, i él iba a la tierra del Perú, y no pudiendo allá pasar estuvo en Nicaragua &c.». -Imposible es concordar estas indicaciones con otros datos históricos que he consultado, ni aun con ellas mismas, por la incertidumbre del término desde el cual debe hacerse la cuenta de los quince años; pues si por la tierra de que allí se habla y a la que se dice vino por primera vez, se entiende, como muchos entendían en la época, toda la parte descubierta de la América, entonces el conocimiento de nuestros ilustres misioneros dataría desde el año de 1512 ó 1513, porque Fray Bartolomé no vino a ella por la primera vez sino hacia los años de 1527 a 28. Esta conjetura parece poco probable, en razón de que ese año Fray Toribio estaba en España encerrado en su convento, y el Padre Casas, clérigo recientemente ordenado, residía en Cuba, donde [LVI] permaneció hasta el año de 1515, a fines del cual volvió a Sevilla (63). Pero si por la frase, esta tierra, se entiende la de México, donde el Padre Motolinía escribía su mencionada carta, entonces, si bien el texto no se aclara enteramente, nos da una fecha precisa y verdadera, pues contando los quince años desde el de 1554 en que la escribió, tendremos el de 1539 para el conocimiento personal de ambos misioneros. Digo personal, porque habiendo bastantes fundamentos para conjeturar que ambos se encontraron en el territorio de Guatemala hacia el año de 1528, es seguro que el Padre Motolinía tuvo largas noticias, cuando menos, del Padre Casas, y que participó de la excitación general que causaba con sus predicaciones, tan ruidosas por la novedad de sus principios, como alarmantes por los intereses que ponían en peligro.
El V. Casas es una de las figuras más colosales y de los tipos más prominentes del siglo XVI, no sólo en América, sino aun en Europa; y como ciertos sucesos de su vida se enlazan íntimamente con la del Padre Motolinía, y éste haya arrojado sobre la más luciente página de la historia de aquel héroe de la caridad cristiana, un borrón tan atezado y escurridizo, que podría manchar aun a la misma pluma que imprudentemente lo soltó, he creído que la verdad histórica, el buen nombre de aquellos ilustres antagonistas, y aun el interés mismo de nuestra narración, ganarían con echar una ligera ojeada sobre ciertas acciones del V. Casas, únicamente en la parte necesaria para que se puedan apreciar las críticas y censuras excesivamente acres que se hallarán en un escrito del Padre Motolinía. Ésta era para mí una tarea tanto más necesaria, cuanto que el deseo de vindicar la ajada memoria de aquel prelado fue lo que principalmente me decidió a cargarme con la no ligera tarea de difundirme en sus noticias, dándoles una extensión tan superior a las otras que se ven en esta preciosa Colección con que el Sr. Don Joaquín García Icazbalceta ha enriquecido nuestra literatura. Para desempeñar convenientemente mi intento, necesito tomar la narración de un poco más atrás.
La profesión de mutua amistad y fraternidad que hacen los franciscanos y dominicos, en conmemoración de la que dicen mantuvieron sus santos fundadores, no fue bastante a impedir que entre ambas órdenes religiosas surgieran desde su principio fuertes contiendas, «y que comenzaran una guerrilla civil y muy cevil unos frailes contra otros», según dice un escritor dominicano (64) que nos hace una rápida, pero viva pintura de esos combates, como un preludio de los últimos que se proponía describir. Los motivos fueron los que siempre han separado a toda corporación, particularmente las literarias, instigadas por esa oculta e invencible pasión, disfrazada con el modesto título de espíritu de cuerpo. Uno de estos estímulos, [LVII] probablemente alguna de las disputas escolásticas tan en boga a principios del siglo XVI, produjo el primer combate que aquellas órdenes monásticas se dieron en el Nuevo Mundo, si nos atenemos a las noticias que de él nos ha conservado el cronista Herrera (65). «Hubo, dice, entre los frailes a dominicos y franciscos de la isla Española (Santo Domingo), diferencias sobre ciertos sermones y proposiciones que se hicieron, y llegaron a poner públicas conclusiones, de que se siguió algún escándalo: y aunque se acudió al provisor para que atajase la vehemencia con que se procedía, y puso pena de excomunión, sin embargo de ella, la orden de Santo Domingo procedía adelante &c». -Esta persistencia indica suficientemente cuál fuera la acritud y exaltación de los ánimos; y si reparamos en que esto pasaba el año de 1528; que la Española era, por decir así, la metrópoli y centro de donde partían todas las ideas a las colonias; y en fin, recordando que en ese mismo año, los dominicos y franciscos de México no se trataban más fraternalmente, según lo hemos visto (66) en la carta de Fray Vicente de Santa María, no parece aventurado conjeturar que las discordias que hacían tales estragos en la entonces Reina de las Antillas, extendieran sus influencias a la Nueva España.
Hacia esa misma época se agitaba con grandísimo calor, y también con rabioso frenesí, según el carácter e intereses de los contendientes, una cuestión de religión y de política, que dividió hondamente los ánimos, dejando una inmensa y sangrienta huella, que no han podido borrar tres siglos. Un fraile (67) la resumía a principios del XVII en una enérgica exposición que dirigió al rey, dilucidando el siguiente problema: si era justo y político que la espada fuese abriendo primero el camino al Evangelio… «que es el mismo que tuvo el maldito Mahoma para sembrar su mala secta; o bien debe preferirse como más acertado, que la espada no vaya delante del Evangelio, sino que lo vaya siguiendo, esto es, que vayan los predicadores a predicarlo, y que para su seguridad lleven consigo soldados y gente de guerra».
Este gravísimo problema había surgido de entre las devastaciones, desastres y ruinas producidos en todo el continente americano por los bárbaros y sangrientos estragos de la conquista, y más aún por las hordas de aventureros que venían de Europa a buscar fortuna, y que querían hacerla en breve tiempo. Ellos fueron los que sorprendiendo la buena fe y paternal corazón de los reyes de España, lograron establecer el sistema llamado de Encomiendas, y los Repartimientos para el servicio personal, que reducían a los Indios a una esclavitud infinitamente más dura, opresiva y [LVIII] destructora que la que ha pesado y pesa sobre las víctimas de la raza africana; porque el amo de éstos se ve forzado a mantener y conservar sus esclavos, por su propia conveniencia, mientras que a los Indios de repartimiento se les dejaba perecer por la fatiga o por las enfermedades, con la seguridad de que serían inmediata y aun ventajosamente reemplazados. He aquí una causa muy suficiente para esa espantable devastación, que despertando los sentimientos nobles y humanitarios, y alarmando las conciencias, produjo una reacción en las ideas, que hizo subir a la fuente para investigar su origen.
Muchos campeones se lanzaron denodados en esta nueva liza, a que provocaba el espíritu de la época, ávida de discusión, y que reemplazaba los antiguos torneos y justas de los caballeros, con las disputas y contiendas literarias de sus sabios. Entre ellos sobresalía como un héroe de ardiente e inextinguible caridad, Fray Bartolomé de las Casas, que había cambiado la sotana por la estameña dominicana, para lidiar con más desembarazo. Él abordó denodadamente las dos cuestiones que dividían la religión y la política, y de cuya solución dependían la vida y la fortuna de los habitantes del Nuevo Mundo; y enarbolando la Cruz como única bandera y como único medio de civilización, proclamó la libertad de los Indios y condenó el empleo de la fuerza: porque, decía, «sobre todas las leyes que fueron, y son y serán, nunca otra hubo ni habrá que así requiera la libertad, como la ley evangélica de Jesucristo, porque ella es ley de suma libertad» (68). De conformidad con este principio, y como su forzoso corolario, deducía que las encomiendas, los repartimientos y todos los otros medios inventados por el interés para forzar el trabajo de los Indios, eran injustos, ilegítimos y pecaminosos. Cuando un individuo de cierta respetabilidad en una corporación o clase alza una bandera, raro es que no la siga su gremio, y que los intereses creados por ella no se defiendan con el calor que produce lo que se llama espíritu de cuerpo. La historia de todos los tiempos y de todas las clases nos presenta abundantes ejemplos. Los dominicos se lanzaron por la senda que Fray Bartolomé había ya ilustrado con su nombre y con sus afanes apostólicos, tomándolo por su caudillo.
En la misma línea habían asentado sus reales los franciscanos, siguiendo una opinión media que tendía a conciliar la catequización con la conquista, y el bienestar de los Indios con los intereses de los conquistadores; bien que en esa doctrina no se presentaba perfectamente acorde la familia seráfica, porque entre sus hombres más distinguidos por su piedad y por su ciencia, había muchos que profesaban estrictamente la del Padre Casas. Sin embargo, era una cuestión político-religiosa, convertida además en bandera, y esto bastaba para que esas dos antiguas órdenes monásticas, fuertes, respetables y rivales desde su cuna, abrieran una nueva polémica, [LIX] sobre las muchas que las dividían. El interés de la que iba a comenzar podrá reconocerse por la apreciación que los contendientes hacían del carácter y calidades de un mismo individuo, que era como el punto de mira común para ambos, y por decir así, el inspirador de las ideas de la época. Hablo del famoso Conquistador de México. -Fray Bartolomé, que no veía en él más que al guerrero e implacable violador de su doctrina, decía de él y de sus hazañas: «desde que entró a la Nueva España, hasta el año de treinta… duraron las matanzas y estragos que las sangrientas y crueles manos y espadas de los Españoles hicieron continuamente en cuatrocientas y cincuenta leguas en torno cuasi de la ciudad de México… matando a cuchillo y a lanzadas y quemándolos vivos, mujeres y niños y mozos y viejos… siendo lo que ellos llaman conquistas, invasiones violentas de crueles tiranos, condenadas no sólo por la ley de Dios, pero por todas las leyes humanas, como lo son, y muy peores que las que hace el Turco para destruir la Iglesia cristiana». -«Inicuos, e crueles, e bestiales», los apellida un poco más adelante; y combatiendo el título que juzgaban haber adquirido con la sumisión de los vencidos, les decía: «no ven los ciegos e turbados de ambición e diabólica codicia, que no por eso adquieren una punta de derecho… si no es el reatu e obligación que les queda a los fuegos infernales, e aun a las ofensas y daños que hacen a los reyes de Castilla… y con éste tan justo y aprobado título envió este capitán tirano (Cortés) otros dos tiranos capitanes (Alvarado y Olid) muy mas crueles e feroces, peores e de menor piedad e misericordia que él, a los florentísimos, grandes e felicísimos reinos… de Guatemala, Naco y Honduras» (69). En otro de sus escritos (70) le reprocha que habiendo recibido una real orden, poco después «que era entrado en la Nueva España por las mismas tiránicas conquistas», prohibiéndole dar encomiendas y hacer repartimientos, «no cumplió nada por lo mucho que a él le iba en ello». -Al tenor siguen otros muchos cargos y reproches que sería largo enumerar.
Fray Toribio Motolinía, animado de un celo y caridad no menos ardientes, refiriéndose a la misma época, a los mismos sucesos y al mismo personaje, veía y juzgaba de manera tan diversa, que nadie, sin antecedentes, podría creer que se trataba del propio sujeto. Acusa de sinrazón al de las Casas (Fray Bartolomé), porque decía que «el servicio de los cristianos pesaba más que cien torres, y que los Españoles estimaban en menos los Indios que las bestias». Parecíale que era grande cargo de conciencia [LX] y grandísima temeridad decir «que el servicio que los Españoles exigían por fuerza a los Indios, era incomportable y durísimo». Tronando contra los que «murmuraban del marques del Valle… y querían escurecer y ennegrecer sus acciones», se aventuraba hasta decir: «yo creo que delante de Dios no son sus obras tan acetas como lo fueron las del marqués». El lector puede ver (71) el extenso y completo panegírico que le hace, hasta presentarlo con la vocación de un mártir, «ansioso de emplear la vida y la hacienda por ampliar y aumentar la fe de Jesucristo y morir por la conversión destos gentiles»: con la piedad y compunción de un novicio, «confesándose con muchas lágrimas, comulgando devotamente y poniendo su ánima y hacienda en manos de su confesor»: con la perseverancia de un devoto, no descuidando jamás «de oír misa, de ayunar los ayunos de la Iglesia, y otros días por devoción»; en fin, con el ferviente celo de un misionero, pues «con Aguilar y Marina, que le servían de intérpretes, predicaba a los Indios y les daba a entender quién era Dios, y quién eran los ídolos, y así destruía los ídolos y cuanta idolatría podía»; y en esto (había dicho antes el panegirista) «hablaba con mucho espíritu, como aquel a quien Dios había dado este don y deseo, y le había puesto por singular capitán desta tierra de Occidente». -¡Imposible sería reconocer en esa pintura el retrato del gran Conquistador! -El entusiasta Padre Motolinía, refrendando la piadosa pulla que antes había disparado al de las Casas, según le llamaba, decía refiriéndose a su héroe; «y creo que es hijo de salvación, y que tiene mayor corona que otros que lo menosprecian». -Una tan grande discordancia en la apreciación del carácter y méritos del hombre «que traía por bandera una cruz» (72), marca igualmente la de las ideas y doctrina de las órdenes religiosas que caminaban bajo su sombra. Ellas, en nuestro asunto, pueden considerarse personificadas en el franciscano Fray Toribio Motolinía, y en el dominicano Fray Bartolomé de las Casas. -Es una desgracia que la defectiva y defectuosa cronología de nuestras crónicas no nos permita llevar la aproximación a su último punto con la determinación precisa de las fechas; más por las vagas noticias que ministran aquellas, puede conjeturarse que si en la época que recorremos, aquellos dos héroes del cristianismo y ardientes propagadores de su civilización, no se encontraron frente a frente en México o en Guatemala, se combatieron sin conocerse, animados por la oposición de su escuela, y aun por la misión que habían recibido del monarca español, quien aspirando a asegurar la observancia de las cédulas que había expedido para garantir la libertad de los Indios, encargó a ambas religiones velaran sobre su cumplimiento, dándoles también un gran participio en su ejecución (73). Esto, como decía en otra parte, ha [LXI] debido ocurrir entre los años de 1527 y 1528 (74), época en la cual los cronistas de Guatemala (75), según hemos visto, ponen la primera misión de Fray Toribio en aquella comarca, y la fundación de un convento, que poco después quedó abandonado y que ocuparon los dominicos (76).
El gobernador enviado a Nicaragua en 1534 quiso aumentar su poder y su fortuna promoviendo nuevos descubrimientos. El V. Casas, que veía en esto una patente violación de su doctrina, «se opuso al descubrimiento, y protestaba e los soldados en los sermones, en las confesiones y en otras partes, que no iban con sana conciencia a entender en tal descubrimiento» (77). Sus predicaciones hacían efecto, y el gobernador que veía volar con ellas sus esperanzas, trató al predicador como amotinador y sedicioso, haciéndole instruir un proceso, cuyo extracto nos ha dado Quintana (78), librándolo de sus resultas la mediación del obispo. Muerto éste y continuando las desavenencias, dice el mismo historiador «que abandonó el convento de Nicaragua y tomó con sus frailes el camino de Guatemala; a despecho de los ruegos y reclamaciones que le hicieron». El proceso había comenzado en Marzo de 1536 y aún duraba en Agosto; así es que Llorente (79) se equivocó cuando conjeturaba que en ese año había marchado el Padre Casas a España para quejarse del gobernador y defender su doctrina, no siendo tampoco seguro que en 1537 volviera a España y llegara hasta México, influyendo en la administración del virrey Mendoza; pues de las noticias mismas y buenos datos de Quintana aparece que el 2 de Mayo de ese año estaba en Guatemala, habiendo grandes probabilidades de que aún permanecía allí el de 1538.
El cronista Herrera (80) menciona explícitamente entre los sucesos del siguiente de 1539 la existencia de Fray Bartolomé en México, disfrutando de favor, y con grande influjo en el ánimo y en la administración del virrey Mendoza. De ambos seguramente participaban sus hermanos, pues dice que «a instancias de aquel religioso, del obispo de Guatemala y de otros muchos padres dominicos, no enviaba gente de guerra a los descubrimientos y conversión de los Indios, sino religiosos»; lo cual indica que Fray Bartolomé había triunfado de sus opositores, concitándose, como era natural, su mala voluntad. Aunque la cronología de Herrera no sea siempre enteramente exacta, en el caso puede adoptarse, teniendo en su [LXII] favor una indicación de nuestro Motolinía, con la cual se concuerda perfectamente. Este dice que Fray Bartolomé, «siendo fraile simple, aportó a la ciudad de Tlaxcala»; y que esto sucedió «al tiempo que estaban ciertos obispos y perlados examinando una bula del Papa Paulo, que habla de matrimonios y baptismo &c» (81). -La indicación no puede ser más clara y precisa para designar el año de 1539, en el cual estaba reunida en México la Segunda Junta Eclesiástica, de cuyas resoluciones hablamos en la pág. LV, cuando interrumpimos nuestra principal narración con el episodio a que damos fin. Volvemos a tomar su hilo.
Si la decisión pontificia no dejó satisfecho a ninguno de los contrincantes, según decíamos en otra parte, la de la Junta Eclesiástica, que estrechaba las restricciones, causó un disgusto mayor, manifestándose muy pronto por actos de abierta desobediencia, que podrían calificarse de rebelión. Nuestro Motolinía figura en ellos de una manera muy prominente, arrastrado por la fogosidad y energía de su carácter, y también, no hay que dudarlo, por los poderosos estímulos de su conciencia y de su convicción. Siguiéndolo atentamente en el ejercicio de su apostolado, se reconoce luego que él epilogaba principalmente en el sacramento del bautismo toda la virtud, eficacia y esencia del cristianismo (82), viendo por consiguiente en sus limitaciones o restricciones, el peligro inminente de la condenación de millares de almas: quizá se consideraba obligado en conciencia a desobedecer a los pastores de la naciente Iglesia mexicana, juzgándolos equivocados, puesto que aun entre ellos mismos, no obstante su reducido número, las opiniones tampoco eran perfectamente concordes. Para juzgar a los hombres con imparcialidad y acierto, debe revestirse su espíritu y trasladarse a su época.
Creo que en esta ocasión y circunstancias conviene colocar el suceso que refiere el mismo Padre Motolinía, y que probablemente fue el principio del conocimiento que hizo con Fray Bartolomé, así como del desvío que los separó durante su vida. Él mismo nos lo refiere con la mayor simplicidad y candor en la pág. 258 de este volumen, sazonando su narración con pullas y desahogos harto picantes, que ponen en plena evidencia la mala voluntad que le profesaba, y quizá alguna otra pasión que le ha imputado un ilustre escritor de nuestros días. Es el caso que «un Indio había venido de tres o cuatro jornadas a se baptizar, y había demandado el baptismo muchas veces… y yo (añade nuestro historiador) con otros frailes rogamos mucho al de las Casas que baptizase aquel Indio, porque [LXIII] venia de lejos; y después de muchos ruegos demandó muchas condiciones de aparejos para el bautismo, como si él solo supiera mas que todos &c». El resultado final fue que Fray Bartolomé rehusó bautizar al Indio, por motivos que su antagonista calla, y que por consiguiente no podemos juzgar si él tendría razón para calificar, como califica, de achaques. Seguramente reconocían por base las recientes prohibiciones de la Silla Apostólica y de la Junta Eclesiástica, en cuyo caso nada tenían de achaques, y la resistencia era perfectamente legítima y fundada, así como su violación era un acto de culpable desobediencia.
Ya hemos dicho que el Padre Motolinía pensaba de muy diversa manera; así es que tomando en cuenta sus convicciones y su fervor apostólico, no se extrañan los ulteriores acontecimientos, ni la conducta que en ellos le vemos guardar. Él mismo nos los relata con una franqueza y candor inconcebibles. «En muchas partes (decía aludiendo a las prevenciones de la Junta Eclesiástica) no se bautizaban sino niños y enfermos; pero esto duró tres o cuatro meses, hasta que en un monasterio que se llama Quecholac, los frailes se determinaron de bautizar a cuantos viniesen, no obstante lo mandado por los obispos». El propio narrador, no pudiendo resistir al contagio del ejemplo, confiesa ingenuamente que cayó en la tentación, -«y en cinco días, añade, que estuve en aquel monasterio, otro sacerdote y yo bautizamos por cuenta catorce mil y doscientos y tantos!!!…» (83). Componga quien pueda este rasgo de fervor y de celo por la salvación de las almas, con los preceptos de la obediencia; para mi intento hasta notar el suceso. Él marca, mejor que pudiera hacerlo un libro, la total diferencia de carácter de nuestros misioneros: el uno (Casas) canonista y hombre de ley, vacilando, luchando y al fin cediendo a la autoridad del precepto legal; el otro, ferviente propagador de la fe, afrontándolo y arrollándolo como un obstáculo, como una fórmula que impedía llegar al logro de lo que juzgaba el fin. Nada, pues, tiene de extraño que caracteres tan diversos se encontraran siempre en continua y abierta oposición. -Por lo demás, la vehemencia, y bien podría decirse virulencia e ira, que respira el lenguaje [LXIV] de la carta del Padre Motolinía, son debilidades de la especie humana, a que nadie escapa: quizá en las que notamos había algo de despecho, producido por el favor que su antagonista y su doctrina encontraron en el virrey Mendoza, quien, dice Herrera (84), «siguió, como hombre pío, el parecer de su gran amigo Fray Bartolomé de las Casas, de no hacer los descubrimientos de mano armada, sino por medio de religiosos que lo hiciesen, y predicasen».
Con el entusiasmo y actividad que este santo religioso ponía en el desempeño de su caritativa misión, y que la mala voluntad del Padre Motolinía traducía por los resabios de un genio inquieto, bullicioso, haragán &c. (85), se dirigió a España para poner un dique a las violencias y temeridades de los gobernadores de la América del Sur, y obtener de la corona medidas que aligeraran el rudo yugo que pesaba sobre los infelices Indios. Estos esfuerzos prepararon los beneficios que después vinieron con las famosas cédulas denominadas las Nuevas Leyes, de que se hablará en su lugar. El cronista Herrera (86) dice que en esta ocasión obtuvo del monarca la orden en cuya virtud se mandó fundar nuestra Universidad. -Dejémoslo corriendo por Europa en pos del Emperador, y volvamos a su ilustre antagonista.
A los principios de la conversión, cuando el celo cristiano para destruir los templos y los dioses de la religión nacional, luchaba con las resistencias que se oponían para defenderla, relajando aun los vínculos de la familia y de la sangre, una algazara de muchachos dio origen a un suceso, en su esencia sumamente grave. Cantando y jugando mataron a pedradas en Tlaxcala a un sacerdote del antiguo culto, dando así asunto a la tragedia que refiere nuestro escritor (págs. 214 y sig.), y a la leyenda llamada de los Mártires de Tlaxcala, que el mismo escribió separadamente con el título de Vida de tres Niños Tlaxcaltecas, y los martirios que padecieron por la fe de Cristo. En este mismo año de 1539, el historiador se hallaba en Atlihuetzia, ocupado en hacer las averiguaciones correspondientes para descubrir y hacer castigar a los autores de aquel crimen, cuyo escarmiento alcanzó aun a algunos Españoles, sus cómplices.
Por las noticias de nuestro mismo historiador (pág. 118) sabemos que el año siguiente de 1540 residía en Tehuacán, ayudando probablemente a su misionero en la fatiga que le daban «los muchos que allí iban a se bautizar, y casar, y confesar». -En principios de 1541 estaba en Antequera, hoy Oajaca, de vuelta de la excursión que había hecho durante treinta días por la Mixteca (págs. 8 y 9), y el 24 de Febrero escribía ya en Tehuacán [LXV] la Epístola proemial de su Historia (pág. 13), o sea la dedicatoria al conde de Benavente.
La fundación de la provincia franciscana de Guatemala es un punto de seria controversia, por la autoridad que le da la opinión del Padre Fray Francisco Vázquez, su cronista particular. Él, después de haber examinado y pesado las noticias de nuestro Torquemada, las de la crónica general de la orden y otros monumentos manuscritos, resuelve que aquel suceso se verificó el año de 1544, siendo el fundador el Padre Motolinía. Añade que lo envió al efecto con veinticuatro frailes, Fray Jacobo de la Testera, comisario general, a su vuelta del capítulo general de la orden, celebrado en Mantua el año de 1541 (87). Contra estos fundamentos, meramente conjeturales, pueden producirse sus mismos datos, porque el Padre Testera, según las noticias que ministran Torquemada y algunos monumentos manuscritos que he consultado, murió en 8 de Agosto de 1542, fecha en la cual pone expresamente aquel historiador (88) el viaje del Padre Motolinía. Votancurt (89) ha incurrido en el mismo error cronológico que el Padre Vázquez. De Guatemala envió a Fray Luis de Villalpando, con título de comisario (90), y cuatro religiosos a predicar el Evangelio en Yucatán; y continuando sus afanes apostólicos en los principales lugares de aquella y de las comarcas inmediatas, puso los cimientos de la nueva provincia franciscana de Guatemala, denominada del Nombre de Jesús (91).
Fray Toribio permaneció allí trabajando con celo y constancia infatigables para propagar la religión y la civilización en su dilatado territorio, aprovechando la oportunidad que le presentaban sus mismas tareas apostólicas para estudiar las bellezas y prodigios de la naturaleza, de que era grande admirador, según lo manifiestan sus escritos. Los monumentos de provincia franciscana de México dejan un gran vacío, por falta de cronología, en la historia de nuestro misionero durante los seis años corridos desde éste de 1542 hasta el de 1548; mas por las noticias de la Crónica de Guatemala parece seguro que se conservaba en aquellas regiones en 1544, incesantemente ocupado en su santo ministerio, y con el cargo de Custodio que obtuvo en el primer capítulo, celebrado el 2 de Junio de aquel año. -Dejémoslo allí para echar una ojeada sobre los sucesos de nuestro Fray Bartolomé, con los cuales se encuentran íntima e inseparablemente enlazados los del misionero franciscano.
Benévolamente acogido del monarca español, y despachado tan favorablemente como podía desearlo, se preparaba a dar la vuelta a Guatemala con una numerosa colonia de dominicos y franciscanos, cuando una orden [LXVI] del presidente del Consejo de Indias le mandó suspenderla -«por ser necesarias sus luces y su asistencia en el despacho de ciertos negocios graves que pendían entonces en el Consejo. Casas, pues, dividió su expedición, y quedándose él para ir después en compañía de los dominicos, envió delante a los franciscanos» (92). El negocio que entonces se trataba, el más grave e importante de cuantos podían suscitarse, como que de él pendía la suerte de los millones de habitantes que aún poblaban el Nuevo Mundo recientemente descubierto, «era la expedición de las ordenanzas conocidas en la historia de las Indias con el dictado de las Nuevas Leyes. Desde el año de 40, continúa el citado historiador, todo lo que pertenecía a la reforma del gobierno (de aquellas) y a la mejora de la suerte de los naturales del país se ventilaba, no sólo en una junta numerosa de juristas, teólogos y hombres de estado que se formó para ello, sino también por los particulares, que hacían oír su opinión, en la corte con memoriales, en las escuelas con disputas, en el mundo con tratados. El Padre Casas tomó parte en aquella agitación de ánimos con la vehemencia y tesón que empleaba siempre en estos negocios y con la autoridad que le daba su carácter conocido en los dos mundos. No hubo paso que dar, ni explicación que hacer, que él no hiciese o no diese en favor de sus protegidos» (93).
El año de 1542 será siempre memorable en los anales de América por ha midosas disputas a que daba asunto en la primera corte del mundo. Allí también afirmó Fray Bartolomé su bandera y la gloria inmortal de su nombre, proclamando en las gradas del solio y ante la flor de la grandeza y de la ciencia, la fórmula de su fe religiosa y política, en un largo memorial, de cuyo asento se formará idea por su portada. Dice así el singular título que en ella puso, y que según se verá, forma por sí solo un programa. -« Entre los remedios que don fray Bartolomé de las Casas, obispos (94) de la ciudad real de Chiapa, refirió por mandado del Emperador rey nuestro señor, en los ayuntamientos que mandó hacer su majestad de perlados y letrados y personas grandes en Valladolid el año de mil quinientos y cuarenta y dos, para reformación de las Indias. El octavo en orden es el siguiente. Donde se asignan veinte razones, por las cuales prueba no deberse dar los indios a los Españoles en encomienda, ni en feudo, ni en vasallaje, ni de otra manera alguna. Si su majestad como desea quiere librarlos de la tiranía y perdición que padecen como de la boca de los dragones, y que totalmente no los consuman y maten y quede vacío todo aquel orbe de sus tan infinitos naturales habitadores como estaba y lo vimos poblado». -A este formidable golpe, que arrebataba a los Españoles residentes en América todos sus ensueños de riqueza y de [LXVII] prosperidad, siguió la famosa y aterradora Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, que causó un asombro universal, propagándose hasta los últimos confines del mundo civilizado, y que atrajo sobre su autor el odio y la maldición del número incontable de ofendidos, los celos y la envidia de sus émulos y rivales en la misma justa causa que defendía, y aun la censura de las personas tímidas o de sentimientos moderados. El ilustre escritor que con tanta frecuencia y gusto he citado, y que critica ese famoso opúsculo con una grande severidad, quizá tenía razón para decir: «El error más grande que cometió Casas en su carrera política y literaria, es la composicion y publicacion de ese tratado (95)». -En efecto, él le concitó enemigos implacables que le persiguieron encarnizadamente, amargándole todo el resto de su vida; y como los colores de su paleta eran tan crudos, y las atrocidades que refería excedían a lo que podía discurrirse de más horrible y cruel, dio ocasión a que se le acusara de exageración y aun falsedad, logrando así embotar el sentimiento y dificultar el remedio; resultado consiguiente a todos los afectos exagerados. -A fines del mismo año se expidieron las mencionadas y famosas Nuevas Leyes, que aseguraban la libertad de las Indios, y que pusieron a las colonias a pique de una insurrección general, por los innumerables intereses que atacaban. Una parte muy principal del odio con que se les recibió procedía de que se les consideraba, como realmente eran, obra de la inspiración y de los infatigables esfuerzos del Padre Casas, eficazmente apoyados por los religiosos de su orden (96).
A estos motivos de malevolencia que obraban ya en sus desafectos, vinieron a acumularse en el año siguiente (1543), los que producían la elevación de aquel religioso al obispado del Cuzco, que renunció luego, seguida inmediatamente de su nombramiento al de Chiapas: -«él instó, rogó, lloró por librar sus hombros de una carga a que se consideraba insuficiente; pero todo fue en vano, porque las razones que mediaban para su elección eran infinitamente más fuertes que las de su repulsa (97)». Esta distinción, justamente considerada como una muestra del favor del monarca, aumentaba el despecho y la ira en proporción de los temores y envidias que despertaban el prestigio y favor del agraciado. Aun el buen Padre Motolinía pagó su tributo, y bien fuerte, a la debilidad humana, imputándole (pág. 259) haber ido a España a negociar que le hicieran obispo. Éste es un arranque de pasión que apenas puede creerse.
El 9 de Julio de 1544 (98) dio la vuelta para tomar posesión de su silla episcopal, acompañándolo la numerosa misión de dominicos, que según [LXVIII] dijimos quedó en espera suya; pero como el terror de las Nuevas Leyes había precedido a su regreso, y él mismo tenía comisión para cuidar de su exacto cumplimiento, -«apenas puso los pies en el Nuevo Mundo (Santo Domingo) cuando comenzó a recoger otra vez la amarga cosecha de desaires y aborrecimiento que las pasiones abrigan siempre contra el que las acusa y refrena… nadie le dio la bienvenida, nadie le hizo cuna visita y todos le maldecían como a causador de su ruina. La aversión llegó a tanto, que hasta las limosnas ordinarias faltaron al convento de dominicos, sólo porque él estaba aposentado allí. Otro que él se hubiera intimidado con estas demostraciones rencorosas; mas Casas, despreciando toda consideración y respeto humano, notificó a la Audiencia las provisiones que llevaba para la libertad de los Indios, y la requirió para que diese por libres todos los que en los términos de su jurisdicción estuviesen hechos esclavos, de cualquiera modo y manera que fuese. Fue esto añadir leña al fuego, especialmente entre los oidores, más interesados que nadie en eludir las Nuevas Leyes, porque eran los que más provecho sacaban de la esclavitud de los Indios; de hecho las eludieron… resistiendo, replicando y admitiendo las apelaciones que de aquellas providencias interponían los vecinos de la isla, dando lugar a que se nombrasen procuradores por la ciudad, para pedir a la corte su revocación (99)».
Los desabrimientos con que la entonces cabeza del Nuevo Mundo inauguraba la dignidad y funciones del nuevo obispo, no eran más que el preludio de los que le aguardaban en sus provincias. Afligido, pero no desalentado por ellos, y deseoso de abreviar sus padecimientos, fletó un buque por su cuenta y se embarcó con sus frailes el 14 de Diciembre de 1544 con dirección a Yucatán, para pasar de allí a Chiapas por Tabasco. En toda esta travesía sufrió los mismos desaires y desprecios, exacerbados con la amargura de haber perdido en un naufragio treinta y dos compañeros de viaje, nueve de ellos religiosos, con sus libros, equipaje.. bastimentos &c. El 1º de Febrero siguiente llegó a Ciudad-Real: los primeros días fue festejado y obsequiado a porfía por los principales vecinos, que tenían Indios esclavos o en encomienda, esperanzados de ganarle la voluntad con sus obsequios y atenciones; pero cuando vieron que estos medios eran absolutamente ineficaces, y que el obispo, primero rogando y suplicando, y después ejerciendo su autoridad, exigía inflexible el cumplimiento de las Nuevas Leyes, su interesada adhesión se trocó en despecho, jurándole un odio mayor que fue su afecto. El obispo no podía absolutamente desempeñar la misión que había recibido del soberano para proteger a los Indios y hacer cumplir las leyes expedidas en su favor, por las resistencias que en todas partes encontraba, y porque las autoridades encargadas de su ejecución, lejos de hacer algo para dominarla, la favorecían, [LXIX] como directamente interesados en la continuación de los abusos.
Cuando la potestad civil llega a corromperse, la sociedad no puede hallar su salvación más que en el poder de la conciencia; ¡remedio heroico, delicado y sumamente peligroso! porque se corre el riesgo de sustituir un despotismo malo con otro peor, cual es el del poder espiritual, siempre que sus depositarios entran en la propia senda de corrupción. Sin embargo, es el único remedio, así como la amputación lo es para la gangrena, aunque se corran las contingencias de caer en manos de la ignorancia. El gobierno colonial se encontraba entonces en ese estado de corrupción, porque sus depositarios mismos tenían vinculada su fortuna en el trabajo forzado de los indígenas; siendo por consiguiente interesados en la continuación de los abusos. Nada, pues, podía esperar de su cooperación el nuevo obispo y protector de los Indios. -Convencido de ello, empuñó la arma invisible, y por ello más formidable, contra la cual nada pueden las de los hombres: llamó en su auxilio la autoridad que no se corrompe con dones ni intimida con amenazas, y ofreciéndose en voluntario holocausto a la ira y codicia irritada de sus enemigos, los puso en la absoluta imposibilidad aun de dañarlo. El obispo apeló al poder de la conciencia, y para darle eficacia privó a todos los confesores de sus licencias, no dejándolas más que al deán y a un canónigo; y eso, dice Remesal, «dándoles un memorial de casos, cuya absolución reservaba para sí». Esta reserva comprendía los penitentes que traficaban con la libertad y trabajo de los Indios. Así precavía, hasta donde la previsión humana puede alcanzar, los deslices que en circunstancias tales suelen tener los confesores complacientes.
La noticia de esta determinación del obispo fue como bomba que estalla en almacén de pólvora. Un grito de maldición y despecho resonó por todas partes; y para que nada faltara a las amarguras del prelado, la apostasía vino a dar un terrible golpe a su autoridad, fortificando la interesada obcecación de los recalcitrantes. ¡Y el deán fue quien dio el ejemplo y el escándalo!… Comenzó por mostrar su oposición en términos más perniciosos que lo habría sido una abierta desobediencia; porque si bien retenía la absolución en los casos reservados, enviándolos al obispo, lo hacía dando al penitente una cédula en que decía: «El portador desta tiene alguno de los casos reservados por V. S., aunque yo no los hallo reservados en el derecho ni en autor alguno (100)»; calificación atrevida que deprimía la autoridad episcopal, que exacerbaba el odio que se profesaba al prelado, y que contribuía a aumentar la obcecación, especialmente tratándose de gentes tan puntillosas como los Españoles. Ofendíalos en sumo grado que se les negaran los sacramentos, y más aún por contemplación a los Indios, que veían con el último desprecio. El interés pecuniario venía [LXX] por otra parte a fortificar los sentimientos malévolos engendrados por la vanidad.
Parece que ha sido achaque muy antiguo en la raza española emplear los influjos del favor y de las súplicas en los asuntos que solamente debieran decidirse por el poder de la justicia y de la razón; achaque funesto que el curso de los siglos ha hecho crónico, causando en nuestro país daños incalculables. Los vecinos principales, con el clero mismo a su cabeza, se presentaron al obispo para rogarle mitigara su rigor espiritual; y como todas sus súplicas fueron inútiles, «lo requirieron por ante escribano y testigos diese licencia a los confesores para que los absolviesen, protestando, no lo quería hacer, de quejarse y querellarse de él al arzobispo de México, al Papa y al rey y a su consejo, como de hombre alborotador de la tierra, inquietador de los cristianos y su enemigo, y favorecedor y amparador de unos perros Indios (101)». Este empuje lo producía probablemente la proximidad de la cuaresma de 1545, en la cual, según las antiguas costumbres, las autoridades y todas las personas de viso se confesaban y recibían la Eucaristía con grande solemnidad, so pena de caer en la nota popular de impiedad y herejía, entonces temible e infamante. -El prelado no cedió una línea, como que se trataba de un negocio de conciencia, y antes bien procuró persuadir a sus diocesanos la justicia y rectitud de sus procedimientos. Creíalos, si no convencidos, a lo menos resignados, y a los confesores obedientes a sus mandatos, cuando observó que a las comuniones de la Semana Santa y Pascua habían concurrido personas «que conocidamente se sabía que eran de los contenidos en los casos reservados, porque tenían Indios esclavos, y en aquellos mismos días ejercitaban el comprarlos y venderlos como antes».
Sabíase también que habían sido absueltos por el deán. -Semejante conducta tenía todos los caracteres de una abierta y osada desobediencia, que era necesario reprimir pronta y enérgicamente. El buen prelado quiso amonestar a aquel con suavidad y en secreto, y al efecto lo convidó a comer. Aceptó, pero no concurrió: llamado nuevamente, se excusó: en fin, requerido, aun con censuras, no obedeció. Entonces el obispo envió un alguacil y clérigos para aprehenderlo; mas como el caso había llamado la atención, reuniendo algunos curiosos en las inmediaciones, el deán «que salía preso comenzó a hacer fuerza con los que le llevaban y dar voces, gritando: Ayudadme, señores, que yo os confesaré a todos; soltadme, que yo os absolveré». A estas voces estalló el tumulto, capitaneado por uno de los mismos alcaldes: toda la ciudad se puso en armas, corriendo los unos a soltar al deán y los otros a la habitación del obispo, quizá sin saber ellos mismos lo que iban a hacer o pretendían. Ya en su presencia y cegado por la ira, « tuvieron mucha descomposición de palabras», y un [LXXI] atrevido que pocos días antes le había disparado un arcabuz, para intimidarlo, «juró allí de matarle».
Aunque este intempestivo alboroto, según el furor con que había comenzado, amenazaba con ruinas y desastres, detúvose súbitamente ante la imperturbable calma y serenidad con que el obispo salió al encuentro a los amotinados, y con la suavidad y unción de sus blandas, pero enérgicas palabras. El deán, causa de aquella asonada, se escondió por lo pronto, refugiándose después en Guatemala. El prelado lo privó de sus licencias, declarándolo por excomulgado (102). -El orden público se había en efecto restablecido; pero quedaba vivo y aun más encendido el fuego de la sedición. Cuál fuera el falso pie en que se encontraba colocado el Sr. Casas, y cuáles las amarguras de su espíritu, lo comprenderemos por las ingenuas revelaciones que nos hace el más entusiasta de sus panegiristas. «El Sr. obispo (decía) era uno de los hombres más malquisto y más aborrecido de todos cuantos vivían en las Indias, chicos y grandes, eclesiásticos y seglares, que ha nacido de mujeres, y no había quien quisiese oír su nombre ni le nombraba sino con mil execraciones y maldiciones. «él mismo lo conocia así (103)». El odio, y con él la desmoralización, habían llegado a un extremo que verdaderamente horroriza: juzguémoslo por otros dos hechos que refiere el propio historiador (104); fue el uno la audacia del insolente que el día del tumulto lo insultó llamándole poco seguro en la fe, y publicando que sus resistencias para dar la absolución «eran achaques para comenzar a impedir en su obispado el uso de los sacramentos». El otro, tan inmoral que apenas parece creíble, fue el de componer copias desvergonzadas y satíricas contra el obispo, que se hacían aprender de memoria a los niños, para que se las dijesen pasando por su calle!!!… Y yo vi escritas las trovas, añade el cronista.
Como ni aquellas ni otras mil invenciones del demonio de la ira y de la codicia podían desviar una sola línea al V. Casas de su ruta, apelaron a un medio de infalible efecto. Pusiéronse de acuerdo para suspender las limosnas, único recurso de subsistencia de los religiosos. El obispo, inflexible en su doctrina, ocurrió a la caridad de los pueblos inmediatos, enviando limosneros; pero a «los alcaldes esperáronlos a la entrada de la ciudad y quitáronles cuanto traían; y porque no se dijese que se aprovechaban dello, quebraron los huevos, echaron el pan a los perros y la fruta a los puercos, y aporreados los Indios que lo traían, quedaron ellos muy contentos desta hazaña (105)». Una hostilidad de tal carácter era irresistible; así, los religiosos dominicos abandonaron la ciudad. El obispo, cobrando nuevos alientos con las contrariedades mismas, dispuso dirigirse a la Audiencia llamada de los Confines, para exigir el estricto cumplimiento [LXXII] de las Nuevas Leyes, que protegían la libertad de los Indios, así como el castigo de sus atrevidos violadores. Proponíase también aprovechar la reunión con los obispos de Guatemala y Nicaragua en la ciudad de Gracias-a-Dios, residencia de aquel supremo tribunal, a fin de que sus esfuerzos comunes tuvieran mayor eficacia. Contaba igualmente con ejercer suficiente influjo en aquella Audiencia, por la circunstancia de haberse establecido mediante sus esfuerzos, y más aún porque la mayoría de los oidores había sido nombrada por su recomendación. Confiaba principalmente en el licenciado Alonso Maldonado, su presidente, oidor que fue en México de la segunda Audiencia, y persona que disfrutaba buena reputación de honradez, humanidad y ciencia. Ya veremos cómo podían conciliarse estas cualidades en el siglo XVI con otras que en el nuestro parecen incompatibles.
Vamos a entrar en uno de los periodos más interesantes y agitados de la vida del Sr. Casas; en el que sufrió más recias borrascas y se concitó mayor número de enemigos, remachándose de paso la malquerencia que siempre le profesó el Padre Motolinía. Tuvo su origen en las famosas instrucciones secretas que dio a los confesores de su obispado, para dirigirse en la administración de los sacramentos con los injustos opresores de la libertad de los Indios. De ellas se ha hablado con suma variedad, siendo todavía un punto bastante oscuro en la historia. Creo que ha habido tres documentos, que aunque congruentes, son bastante diversos: lº las instrucciones primitivas y reservadas, compuestas de doce artículos, que no debían comunicarse sino en el acto de la confesión, a manera de consejo que daba el confesor, y de las cuales, aunque vagamente, habla el Padre Motolinía (106). 2º El edicto, o rescripto, como lo denomina Remesal, en que algún tiempo después hizo el nombramiento de confesores, mandándoles observar aquella instrucción, y el cual algunos confunden con ésta. 3º La instrucción misma, que llamaremos oficial, por haber servido de materia y de texto en las ruidosas contiendas con la corte, con las religiones y con los doctores. Ésta es todavía posterior a las otras, según se verá claramente en su propio lugar. Entiendo, pues, que en el período que recorremos solamente se redactó la instrucción reservada, obra indispensable para suplir la falta del obispo, supuesta la necesidad de su ausencia. Dejémoslo emprender su camino a Gracias-a-Dios, y mientras volvamos a nuestro Padre Motolinía.
La doctrina que tan vigorosamente defendía el Sr. Casas no era la opinión privada y meramente especulativa de un doctor, sino la doctrina que profesaba y practicaba la orden entera de Santo Domingo en América, y [LXXIII] que portaba como una enseña que la distinguía y le asignaba un rango especial en el Nuevo Mundo: ella por consiguiente se encontraba planteada en Guatemala, y allá como acá sufría las mismas contradicciones, con su mismo carácter y entre los propios actores. Aunque la semilla se había sembrado en los cimientos de su primer monasterio desde el año de 1529, los conquistadores y encomenderos la encontraban siempre extravagante y de mal sabor, inculpando a los dominicos de profesar opiniones singulares, pues «jamás, decían, por docto y escrupuloso que fuese un confesor, negó la absolución a conquistador o Español que tuviese Indios esclavos en labranzas o minas (107)». El Sr. Marroquín, que ocupaba entonces la silla episcopal, protegía aquella doctrina, aunque probablemente con gran templanza y bajo la forma de restitución en que, según el mismo Padre Motolinía (pág. 270), la observaban los franciscanos. Sin embargo, todavía les escocían esas restricciones puestas a los confesores. En tales circunstancias «entraron de refresco» los padres que formaban la misión que trajo de España el Sr. Casas, siendo tan mal recibidos en Guatemala como lo habían sido en Chiapas, ya por su hábito, ya por quien los conducía. También el ayuntamiento tomó parte contra ellos, manifestándose descontento de que se pretendiera adelantar los descubrimientos y poblaciones, por otro medio que el de la guerra; no faltando tampoco algún «hombre poderoso, a quien se habia negado la absolución porque no quería poner en libertad sus esclavos», que amagara la vida de los religiosos poco condescendientes.
El contraste que presentaba en Guatemala la condición desvalida de los dominicos con la prepotente de los franciscanos, era tan notable como lo era la de sus dos cabezas más visibles en aquellas regiones, Fray Bartolomé de las Casas y Fray Toribio Motolinía, y como lo son las narraciones de los cronistas de esas dos provincias rivales. Mientras que al primero y a sus frailes se trataba con el desvío y aun dureza que hemos visto en los sucintos extractos de Remesal, el segundo y los suyos, si damos crédito a Vázquez, gozaban de un entero y completo favor, tanto de las poblaciones como de sus autoridades. Apenas el Padre Motolinía había puesto por la primera vez el pie en Guatemala, cuando se vio colmado de obsequios y respetos, y rogado y apremiado de todas partes para que fundara convento, facilitándole los medios de hacerlo; el obispo Marroquín le dispensaba una protección especial; los vecinos de la ciudad «estaban devotamente ufanos» con su presencia, el ayuntamiento, que disputaba a los dominicos el derecho de disponer del desierto sitio de su convento en la antigua y abandonada ciudad, llamaba a Fray Toribio a sus acuerdos, le daba un lugar preeminente entre sus concejales, y le consultaba en todos los negocios graves; en fin, mientras a aquellos los lanzaban de sus muros [LXXIV] las poblaciones españolas, privándolos del agua y del fuego, y hacían un día de fiesta del en que abandonaban sus ciudades, Guatemala instaba y rogaba por la vuelta de Fray Toribio; dirigíale «amorosos cargos» por tu ausencia, y representaba a sus prelados la urgente necesidad de su retorno, «por la grande falta que hacía en la tierra (108)». ¿Y cuál podía ser el origen de tan grave contraste?… La diferencia de doctrina, que ya hemos notado en otra parte, mucho más moderada, condescendiente y política en Fray Toribio de Motolinía y algunos de sus hermanos, que en Fray Bartolomé de las Casas y la mayoría de los suyos. El uno absolvía a los que el otro condenaba.
Quien haya leído con alguna atención la historia lamentable de las disidencias religiosas, conoce toda la fuerza de las discordias y encono que producen; así es que no se necesitaba otro motivo que el reseñado para producir y mantener las disensiones que dividían a aquellas órdenes religiosas; pero aún había otros perfectamente adecuados por su carácter para atizar más y más el fuego, conviene a saber, la emulación, los celos y las competencias, no sólo para aventajarse en la propagación del cristianismo, sino para adquirir derechos exclusivos, para no admitir rivales, y para lanzar a los que se presentaran, no permitiéndoles ni poner el pie en sus respectivos distritos. De ello tenemos pruebas patentes en documentos irrefragables, cuales son las varias cédulas expedidas por los monarcas españoles poniendo coto a aquellas funestas disensiones. -Remesal copia textualmente varias de todos géneros, cuyo asunto es notable por más de un capítulo. En ellas se excitaba a dominicos y franciscanos «tuvieran toda conformidad y amor», absteniéndose «de querer ampliar cada uno de ellos sus monasterios:» prohibíaseles fundaran sin permiso del gobierno, e inmediatos los unos a los otros, «si no era con alguna distancia de leguas»; ordenábase «que los religiosos de la una orden no sólo no se entrometiesen a visitar lo que la otra orden hubiese visitado y administrado», sino también que «los Indios de los pueblos que visitaba la una orden, no fuesen a oír misa, ni a recibir los sacramentos a las casas de la otra orden». En suma, y para evitar toda ocasión de conflicto, se llevaron las precauciones al rigor, que parecía extremo e inconciliable con el espíritu del Evangelio, de prohibir «que en el distrito donde una de las órdenes hubiera entrado primero a doctrinar y administrar sacramenetos, no entraran los religiosos de la otra órden a entender en la dicha doctrina, ni hicieran allí monasterio alguno… y que los Indios de la doctrina de una de ellas no fueran ni pasaran al distrito de la otra a recibir los sacramentos (109)». Cuáles fueran los disturbios, lo dice suficientemente el [LXXV] asunto de estas leyes. Otros muchos motivos, algunos, según ya hemos insinuado, de controversia literaria, tan aptos para excitar la ira, la envidia y las otras pasiones rencorosas, venían a envenenar las discordias.
No puede dudarse que las reseñadas en aquellas leyes traían su origen de las ocurridas en el período que recorremos, y que sus autores fueron los religiosos que condujeron allá los Padres Casas y Motolinía. Así lo insinúa muy claramente el cronista franciscano, cuando mencionando las «disensiones que el demonio principiaba», añade que habían venido «con ocasion de haber llegado aquel mismo año a Chiapa el Sr. obispo Casave (Casas) con una numerosa mision de treinta y cinco religiosos de N. P. Santo Domingo (110)». Tampoco es dudoso que esos sucesos mismos hicieron tal mella en el carácter recio y sumamente impresionable del Padre Motolinía, que lo determinaron no sólo a renunciar el cargo de custodio que desempeñaba en aquel nuevo plantel religioso, creado por su celo, sino aun a abandonar el terreno, volviéndose a su convento de México. -Esto lo dice también el propio cronista, y nos lo confirma el venerable misionero en la carta con que se despidió del ayuntamiento de Guatemala, cuyo documento se encontrará en su propio lugar.
En el vasto campo de las discordias económico-eclesiásticas que agitaban todas estas comarcas, comenzaba a aparecer un tercer combatiente que debía desalojar a sus rivales, quedando dueño del terreno. El obispo Marroquín había llevado a Guatemala los primeros religiosos franciscanos y dominicos que allí hicieron asiento, contándose entre éstos a nuestro V. Casas, que entonces era simple fraile: a él también, según hemos visto, le encomendó traer de España la numerosa misión de ambas órdenes, que en parte condujo personalmente, y con los cuales desempeñaba las funciones de su ministerio. La más perfecta armonía reinaba entre el prelado y sus colaboradores apostólicos, no obstante sus privadas querellas. Mas he aquí que cambiándose las voluntades, no sólo el obispo sino también el gobernador comenzaron a desfavorecerlos a todos, y después aun a tratarlos tan mal, que se hizo necesaria la intervención del soberano, quien por cédulas de tono áspero (111) previno al primero «tuviera muy gran cuidado de favorecer, e ayudar, e honrar a los dichos religiosos, como a personas (decía en otra cédula posterior) que le ayudaban a cumplir la obligacion que tenía en la predicación y conversión de aquellas gentes». Si esta reminiscencia no era de muy melodioso sonido, peor aún lo tenían las prevenciones que se le hacían, ya respecto «a los muchos clérigos facinerosos y de mala vida y ejemplo que se decía estaban refugiados en su obispado, huyendo de otros obispados»; ya a los que «se entremetían en tratos de mercaderías u otras cosas fuera de su profesión». -Aunque estas cédulas sean posteriores de cinco y ocho años al que recorremos, [LXXVI] determinan muy bien la época de su origen, pues la circunspecta corte de Madrid no precipitaba sus determinaciones, ni las dictaba sino cuando rebosaba el abuso. ¿Y qué pudo producir tan completo cambio? Nuestro sincero cronista dice con toda lisura (112) que «por los pleitos y disensiones que se levantaron entre los frailes, porque le cansaban y molían con quejas, peticiones, informaciones, notificaciones, escritos, palabras, enfados y otros frutos de la discordia que traían entre sí». -Comenzaba también la viva y prolongada guerra, que todavía no acaba, entre el clero secular y el regular, invadiendo el uno las doctrinas para crear curatos, y defendiéndolas el otro para mantener sus misiones. -El obispo Marroquín era clérigo.
El V. Casas había emprendido su marcha a Gracias-a-Dios por Tuzulutlán, distrito perteneciente al obispado de Guatemala, donde había presentado la prueba práctica de la teoría proclamada en su famoso tratado De unico vocationis modo; conviene a saber, de la pacificación y civilización de los Indios por el solo efecto de la predicación del Evangelio, sin auxilio alguno de la fuerza armada; antes bien con su total exclusión. La invencible fe y perseverancia de Fray Bartolomé lo había alcanzado, dejando allí escritos su memoria y su triunfo con el hermoso y significativo nombre de Vera-Paz, que dio a aquel territorio y aún conserva. Quiso visitar de paso ese precioso y caro fruto de sus afanes. Por las noticias de Remesal (113) y por las de una carta del obispo Marroquín podemos fijar esta visita entre fines de Junio y principios de Julio de 1545. Aquella carta, publicada por el ilustre Quintana (114), es un documento preciosísimo para mi intento, por las revelaciones que contiene. Su objeto era dar noticia al Emperador de la visita que había hecho en esa parte de su obispado, y lo desempeñó apocando cuanto allí había, hasta alterar la verdad histórica (115). -El siguiente pasaje nos descubre el pensamiento, los afectos y el espíritu de aquel prelado: «la tierra, decía, es la más fragosa que hay acá; no es para que pueblen Españoles en ella, por ser tan fragosa y pobre, y los Españoles no se contentan con poco… Hay en toda ella seis o siete pueblos que sean algo. Digo todo esto porque sé que el obispo de Chiapa y los religiosos han de escribir milagros, y no hay más destos que aquí digo: estando yo para salir llegó Fray Bartolomé (116). V. M. [LXXVII] favorezca a los religiosos y los anime, que para ellos es muy buena tierra, que están seguros de Españoles y no hay quien les vaya a la mano, y podrán andar y mandar a su placer. Yo los visitaré y los animaré en todo lo que yo pudiere: aunque Fray Bartolomé dice que a él le conviene, yo le dije que mucho en hora buena: yo sé que él ha de escribir invenciones e imaginaciones, que ni él las entiende, ni las entenderá en mi conciencia &c». Se ve claramente que el obispo de Guatemala y Fray Toribio cantaban al unisón, estando ambos perfectamente de acuerdo en rebajar el mérito e importancia de las obras del de Chiapas: se ve también cómo las rivalidades y competencias asomaban entre ambos prelados con motivo de la jurisdicción sobre las misiones de la Vera-Paz, y ya se verá igualmente cómo, tres renglones después, el mal humor del obispo de Guatemala se disparaba contra su colega, tan irritado como cualquiera otro de sus más implacables enemigos. Sin embargo, parece que en la corte se conocían bastantemente bien estas pobres pasiones que agitaban la naciente Iglesia de América y que, previsora y recta, hacia imparcial justicia, infligiendo, aunque con suma templanza y delicadeza, paternas correcciones a los extraviados. Tal me parece la que se dirigió al obispo de Guatemala en la cédula con que se contestó a su carta: «he holgado, decía el soberano, del fruto que en ella decís han hecho los religiosos de la orden de Santo Domingo que allí residen. Y el trabajo que vos tomaste en ir a aquella provincia y lo que en ella hiciste os tengo en servicio; pues la estada de los dichos religiosos es de tanto provecho en aquella provincia, yo os ruego los animéis y favorezcáis para que continúen lo que han comenzado y traigan de paz toda aquella provincia &c (117)».
A fines de este año de 1545 se encontraron en Gracias-a-Dios los dos prelados mencionados y el de Nicaragua, con el motivo ostensible de consagrar un obispo; más la reunión no era casual: habíanla concertado en aquel lugar, que era el asiento del gobierno, con el objeto de promover lo conveniente para aliviar la infeliz condición de los Indios. Cada uno presentó a la Audiencia sus peticiones, -«que he visto, dice Remesal, y por no hacer un largo catálogo de inhumanidades e injusticias no se trasladan aquí: sólo baste decir, que respecto de las peticiones… la de menos delitos personales era la que presentó nuestro D. Fray Bartolomé». [LXXVIII] -Esta contenía nueve capítulos, siendo los principales 1º que se reformara la tasación de los tributos de su obispado, por exorbitante: 2º que se abrieran caminos de herradura para evitar que se empleara a los Indios como bestias de carga: 3º que se mandara salir a los Españoles y a sus familias avecindados en los pueblos de aquellos: 4º la abolición del servicio personal forzado: 5º que se prohibiera a los Españoles establecer labranzas cerca de los pueblos de Indios: 6º que se prohibiera residir en éstos a los calpixques o recaudadores de tributos. Los otros capítulos versaban sobre la enmienda de algunos abusos privados y castigo de culpables, tales como los alcaldes de Ciudad-Real que protegieron la fuga del deán, provocando el tumulto de que dimos noticia (118).
Los obispos habían concluido el negocio que aparentemente los llevó a Gracias-a-Dios, aguardando la resolución de la Audiencia sobre sus peticiones; pero ésta se manifestaba tan remisa y aun poco dispuesta a obsequiarlas, que nada podían avanzar su perseverancia y continuas gestiones. No se desalentó por ello el de Chiapas, antes bien se manifestó más perseverante, como queriendo luchar de constancia con la estudiada y aun interesada inercia de las autoridades. El resultado fue cual debía esperarse. Los oidores rompieron aun las barreras que oponían el decoro y el bien parecer, a punto de que habiendo entrado una vez el venerable prelado a la sala de acuerdos para agitar el despacho de sus memoriales, -«con sólo verle daban voces desde los estrados el presidente y oidores (gritando) Echad de ahí a ese loco. Y una vez sobre cierta réplica que hizo para no salir de la sala, dijo el presidente, mandando que con violencia le echaran della: Estos cocinerillos, en sacándolos del convento, no hay quien se pueda averiguar con ellos. Habló número plural, observa el cronista, para incluir al obispo de Nicaragua, que también importunaba a la Audiencia por el remedio de los males de su provincia (119)».
A los ultrajes y desprecios que por todas partes encontraba, solamente oponía Fray Bartolomé una resignación y sufrimiento imperturbables, no sabiéndose que haya dado una respuesta que pudiera parecer algún tanto punzante, sino en la vez que tocando un último y heroico medio para vencer la culpable apatía de la Audiencia «se le presentó en acuerdo público y en presencia de los oficiales y otras muchas personas que allí estaban, requirió al presidente y oidores de parte de Dios y de San Pedro y San Pablo y del Sumo Pontífice, que le desagraviasen su Iglesia y sacasen sus ovejas de la tiranía en que estaban: que diesen orden como los Españoles no impidiesen la predicación del Evangelio, y que le dejasen libre su jurisdicción para poder usar della. Y la respuesta que sacó de su requerimiento, de boca del presidente, fue en sus formales palabras:«-Sois un bellaco, mal hombre, mal fraile, mal obispo, desvergonzado, y merecíais [LXXIX] ser castigado». Esta insolente reprimenda habría excitado la ira en el más humilde y sufrido cartujo, y más cuando se dirija a un prelado y en público; pero él, revistiéndose tan solo de la dignidad que el caso requería, -«poniéndose la mano en el pecho, algo inclinada la cabeza y los ojos en el presidente, no respondió otra cosa que: -Yo lo merezco muy bien todo eso que V. S. dice, Señor Licenciado Alonso Maldonado». Y dijo esto el obispo por lo mucho que había trabajado para que le hiciesen presidente de aquella Audiencia, abonando y calificando su persona, y dando noticia de sus buenas partes, para que saliese nombrado en las Nuevas Leyes (120)».
Mientras así y tan mal despachado en sus pretensiones se encontraba el obispo en Gracias-a-Dios, las cosas iban de mal en peor en su diócesis. El provisor y gobernador de la mitra, ajustándose a las estrechas órdenes e instrucciones que le había dejado su prelado, rehusaba los sacramentos a los que resistían dar libertad a sus Indios esclavos. Los amos suscitaban con tal motivo continuos alborotos, amenazando y hostilizando al provisor, único que tenía la facultad de absolver a tales personas. El obispo volvió entonces nuevamente a la carga, y sin intimidarse con las amenazas, ni retraerse con los desaires de la Audiencia, urgió con mayor empeño por una resolución sobre sus pretensiones.
La noticia de éstas había causado grandísimas alarmas en Guatemala y Chiapas, exacerbando por consiguiente las disputas y desavenencias entre los miembros de las dos órdenes religiosas que las habían provocado y mantenían con sus opuestas doctrinas. Han debido llegar a un alto grado, o bien colmar la medida, algo escasa según parece, del sufrimiento del Padre Motolinía, supuesta la intempestiva y violenta resolución que tomó y llevó al cabo. Quince meses hacía solamente que había sido electo Custodio de aquella nueva fundación, compuesta ya de treinta y un religiosos, cuando reunió una congregación custodial, haciendo ante ella renuncia de su encargo, y manifestando la resolución inflexible de volverse a México. Nada fue bastante a disuadirlo; ni los ruegos de sus hermanos, ni los empeños de la ciudad. Si nos atenemos al cronista de aquella provincia, parece que en tal determinación influyeron bastante los nuevos desabrimientos suscitados entre dominicos y franciscanos con motivo de la disputa filológica que enunciamos en otra parte, sobre la palabra propia con que debía mencionarse, el nombre de Dios. Según el mismo cronista (121), los franciscanos, deseosos de prevenirla, aun adoptaron la precaución de hacer censurar y aprobar por un dominico distinguido, el Catecismo que escribió en lengua de Guatemala Fray Pedro de Betanzos, imprimiéndolo [LXXX] además bajo la protección de su obispo; «para cerrar ladridos de gente sin razón»; sin embargo, añade el mismo cronista, «no le bastó al religioso padre esta humilde resignación, ni al Ilmo. Sr. obispo su política atención, para excusar el fuego que de algunas centellas en materias opinables, sopló la malicia y fomentó el demonio. Apúntalas el V. Padre Fray Toribio en carta escrita a la muy noble ciudad de Guatemala, respondiendo a los amorosos cargos que le hacían aquellos nobles y devotos caballeros, sintiendo su vuelta a México (122)». La carta de que aquí se habla es la de despedida que dirigió al ayuntamiento, y cuyo original aún se conservaba en su archivo cuando escribió el Padre Vázquez. Como su texto descubre suficientemente, los sentimientos penosos que dirigían la pluma del autor, y solamente se encuentra en la Crónica Franciscana de Guatemala, libro no muy común, le damos aquí lugar. Dice así:
«Muy magníficos y devotísimos señores: -La paz del muy alto Señor Dios nuestro sea siempre con sus santas ánimas, amén. -Lo que Vuesas Mercedes me demandan, yo lo quisiera tanto como el que más; pero sepan Vuesas Mercedes que ha muchos días que Fray Luis e otros frailes de los que conmigo vinieron, supieron que en lo de Yucatán hay mucha gente y muy necesitada de doctrina, y como acá vieron que en esto de Guatemala hay muchos ministros, y todos los más de los naturales están enseñados y baptizados e sólo los padres dominicos han dicho algunas veces que ellos bastan para esta gobernación, y aun que tomarán sobre su conciencia de enseñar a los naturales. Vistas estas cosas, Fray Luis de Villalpando, y otros me pidieron muchas veces licencia para ir a Yucatán, e yo no se la dando, procaráronla del que a mí me envió, que es nuestro superior. E sepan Vuesas Mercedes que yo siempre he procurado lo que conviene a Guatemala y a su obispado, y he detenido lo que he podido. Y esta voluntad sepan Vuesas Mercedes que la he tenido y tengo para servir a Dios y a Sus Mercedes en esta tierra. Y esto baste para por carta, que después a los que más particularmente quisieren saber porqué algunos frailes van a Yucatán y otros son vueltas a México, yo lo diré. La gracia del Espíritu Santo more siempre en el ánima de Vuesas Mercedes, amén. De Xuehtepet XXI de Octubre año de MDXXXXV. (1545).
Pobre y menor siervo de Vmds.
MOTOLINÍA
FRAY TORIBIO (123)».
En el sobrescrito:
«A los Muy Magníficos y devotísimos Señores, los Señores del Cabildo y Regimiento de la Ciudad de Guatemala». [LXXXI]
El tono de esta carta revela suficientemente toda la intensidad del sentimiento que la dictaba, siendo, en contraposición de la que más adelante extractaremos, tan notable por lo que calla, como la otra lo es por lo que habla. Pero la disposición de espíritu del autor en esos momentos, y la verdadera medida de su afectos, las comprenderemos por los que expresaba mucho tiempo después de los acontecimientos, cuando el tiempo, la edad y la distancia habrían debido producir su natural efecto; el olvido o la templanza; tanto más de esperarse, cuanto que separado el V. Casas de su obispado, por renuncia que hizo de la mitra, y encerrado en el convento de San Gregorio de Valladolid, hacía una vida retirada, enteramente consagrado a ejercicios de piedad y devoción, no tomando en los negocios de América otro participio que el que le daban el gobierno con sus consultas, o los encargos que se le hacían de aquí para promover algunas medidas favorables a los Indios. -Pues bien: entonces era cuando el Padre Motolinía escribía la tremenda filípica que forma parte de esta Colección con el carácter de Carta al Emperador, y que, como antes observaba, nos permite conjeturar cuáles fueran la acerbidad e intensidad de sus sentimientos contra Don Fray Bartolomé diez años antes, en el calor e irritación de los sucesos. Allí, echando una ojeada sobre la vida entera de su adversario, y como queriendo formar un epílogo de sus obras, de sus calidades y hasta de sus sentimientos íntimos, lo califica de ignorante vanidoso (124); llámalo difamador atrevido, mal obispo (125), mal fraile, inquieto y callejero (126), diablo tentador que debería ser encerrado en un convento para que llorara sus culpas, considerándolo tan perjudicial, que de dejarlo suelto, dice, sería capaz de meter la discordia y el desorden aun en la misma Roma (127). Últimamente, indignado y como atemorizado de sus acciones, y aun más todavía «de las injurias, deshonras y vituperios» que lanzaba contra los Españoles, y «del pecado que cometía» difamándolos, lo tacha de orgulloso, soberbio y poco caritativo (128), dirigiendo al cielo un [LXXXII] ferviente voto por que «Dios le libre de quien tal cosa decir (129)». -Éste, repito, no es más que un árido y breve resumen de lo que el Padre Motolinía sentía diez años después de sus contiendas con el Sr. Casas, según puede verse de la lectura entera de su famosa carta. ¡Qué sentiría en su época!… No se puede, por consiguiente, tomarlo como juez imparcial de los actos de su antagonista. El obispo de Guatemala, con quien tampoco llevaba su colega la mejor armonía, no era ciertamente más que el eco de los sentimientos del Padre Motolinía, cuyas ideas reproducía casi con las mismas palabras. Una muestra flagrante de ello nos da su carta al Emperador (130), citada en otra parte (pág. LXXVI), donde, con referencia a Don Fray Bartolomé y su misión de Verapaz, le decía: -«todo su edificio y fundamento va fabricado sobre hipocresía y avaricia, y así lo mostró luego que le fue dada la mitra: rebosó la vanagloria, como si nunca hubiera sido fraile, y como si los negocios que ha traído entre las manos no pidieran más humildad y santidad para confirmar el celo que había mostrado». -Se ve, pues, que ambos cantaban al unisón.
No se sabe de una manera precisa la fecha en que el Padre Motolinía salió de Guatemala; mas debió ser probablemente a fines de aquel mismo mes de Octubre, puesto que el 4 de Diciembre ya lamentaba su falta el Ayuntamiento. «Este día, dice el acta, los dichos señores proveyeron y mandaron que atento que el R. señor el Padre Fray Toribio, comisario, hace en la tierra tanta falta en los naturales destas partes, y que es tanta la falta que al presente hay de su persona a causa de su ausencia; se escriba al P. Comisario general de México, e al Sr. obispo de allí lo envíe (131)». -Una demostración de este género era evidentemente sincera, y probaba la estimación que se hacía de la persona; mas también podía tener en ella mucha parte la política y la pasión, pues frecuentemente vemos que se ensalza y se eleva a una persona, menos por su propio merecimiento, que por mortificar y abajar a otra que se le opone como rival. Esta reflexión es una inspiración de los propios sucesos y de la circunstancia casual de ser la época de ese acuerdo municipal la misma en que Don Fray Bartolomé volvía de Gracias-a-Dios a su obispado, precedido de noticias que a todos ponían en alarma.
En efecto, este prelado había urgido y urgía con tal perseverancia por una resolución definitiva y precisa sobre las peticiones pendientes, que hostigados el presidente y oidores, -«y por verse libres de tan continua y molesta importunación, le concedieron al fin un oidor que fuese a Chiapa y ejecutase las Nuevas Leyes en todo aquello que era bien y provecho [LXXXIII] de los naturales». -La noticia de esta determinación, con la de la vuelta del obispo, causó en Chiapas y aun en Guatemala, una alarma y espanto mayores que los que habría causado la sublevación de una provincia, o la invasión de un ejército. Un regidor de Ciudad-Real, accidentalmente en Guatemala, decía en carta a un amigo suyo: -«El obispo vuelve a esa tierra para acabar de destruir esa pobre ciudad, y lleva un oidor que tase de nuevo la tierra (132)». En otra carta se leía: «decimos por acá que muy grandes deben ser los pecados de esa tierra, cuando la castiga Dios con un azote tan grande como enviar a ese Anti-Cristo por obispo. Nunca le nombraban por su nombre, añade el cronista, sino ese diablo que os ha venido por obispo (133)».
-Aun el maestrescuela de su catedral, Juan de Perera, arrastrado por el torrente de la corrupción general, se sublevó contra su prelado, y prestándose a ser instrumento de los que vinculaban su fortuna en la esclavitud y opresión de los Indios, le escribió una destemplada carta para amedrentarlo y retraerlo de su empeño. -«El más honroso epíteto (que en ella le daba) era llamarle traidor, enemigo de la patria y de los cristianos que allí vivían, favorecedor de Indios idólatras, bestiales, pecadores y abominables delante de Dios y de los hombres. Y una de las cláusulas postreras de la carta era: -Voto a San Pedro que os he de aguardar en un camino con gente que tengo apercibida aquí en Guatemala, y prenderos y llevaros maniatado tal Perú, y entregaros a Gonzalo Pizarro y a su maestre de campo para que ellos os quiten la vida, como a tan mal hombre, que sois la causa de tantas muertes y desastres como allá hay. Y a ese bigardo de Fray Vicente (el compañero del obispo) yo le voto a tal que en cogiéndole le tengo de llevar como Indio delante de mí, cargado del lío de su hato a cuestas &c (134)». ¡Vaya un maestrescuela!… -La prevaricación de este sacerdote fue el golpe más rudo y doloroso que recibió el santo obispo, menos por su propia injuria, que por el fomento que daba a la desmoralización, siempre creciente, y por lo que debilitaba su autoridad, alentando el cisma que ya asomaba. Sin embargo, imitando a San Esteban, que oraba por sus verdugos, pidió a Dios un rayo de luz para aquel sacerdote extraviado, y no mucho tiempo después tuvo el consuelo de ver que su oración había sido escuchada, convirtiéndose el enemigo en el más robusto apoyo y en el más fervoroso propagador de la doctrina del prelado. -Éste, sin dejarse intimidar, emprendió su viaje de retorno a Chiapas para auxiliar, o mejor dicho para abreviar y dirigir la nueva tasación de tributos que debía hacer el oidor nombrado al efecto.
Apenas se supo en Ciudad-Real la salida del obispo, cuando comenzó la alarma, poniéndose todo en movimiento, cual si el enemigo estuviera [LXXXIV] ya a las puertas de la ciudad. El ayuntamiento se reunió el 15 de Diciembre (1545) para protestar e impedir el efecto de las provisiones que se decían arrancadas a la corona y a la Audiencia «con falsas relaciones»; y convocado el pueblo al toque de la campana mayor, se resolvió no darles cumplimiento, no reconocer la autoridad del obispo, si pretendía obtenerlo, y ocuparle las temporalidades, con otras varias de aquellas medidas que aconseja el interés sobresaltado, y más cuando es espoleado por el espíritu de facción. Para más imponer al pueblo, y quizá para contenerlo en la obediencia, se tomaron todas las otras precauciones que tomaría una plaza en riesgo de ser asaltada. La ciudad se puso en armas, y sus caminos se cubrieron de atalayas a larga distancia, «apercibiendo mallas, petos, corazas, coseletes, arcabuces, lanzas, espadas y gran cantidad de Indios flecheros… todo contra un obispo o pobre fraile, solo, a pie, con un báculo en la mano y un breviario en la cinta (135)».
Mientras así se preparaban en Ciudad-Real para recibir a su pastor espiritual, éste tomaba un ligero descanso en Copanahuaztla, disponiendo con los religiosos allí refugiados los medios de aquietar los ánimos y de continuar su apostólica misión. Los padres, que sabían lo que pasaba y que temían aun por su vida, hicieron cuanto estaba en su poder para disuadirlo del viaje, poniéndole por delante los ingentes peligros que le amenazaban; y a fin de aumentarle los obstáculos, mandaron retroceder su equipaje, que habían adelantado. Todo fue inútil: el obispo, sacando nuevos alientos de los riesgos y de las contrariedades que se le oponían, determinó irse derecho a la ciudad y entrarse en ella sin miedo ni turbación alguna: porque, decía, si yo no voy a Ciudad-Real, quedo desterrado de mi Iglesia, y yo mismo soy quien voluntariamente me alejo, pudiéndoseme decir con mucha razón, huye el malo sin que nadie le persiga: y levantándose de la silla con una resolución grandísima, cogiendo las faldas del escapulario, comenzó a caminar. Lloraban con él los religiosos; «el obispo se enternecía con ellos, consolábalos con su ánimo y confianza en Dios, y ellos ofreciéndole sus sacrificios y oraciones, le dejaron ir».
El V. obispo caminó toda la noche a pie y agobiado bajo el grave peso de sus cuidados, de sus enfermedades y de sus setenta y un años cumplidos, sin preocuparse de su futuro destino. En esa noche hubo un fuerte terremoto que duró «lo que basta a rezar tres veces el salmo del Miserere mei», y que obrando singularmente en el espíritu supersticioso de la época, infundió muy extraños terrores. Debiendo considerarlo más bien como una muestra del enojo divino por su obstinada ceguedad, sólo vieron en él una confirmación de sus interesadas y codiciosas aprehensiones: «No es posible, decían, sino que el obispo entra, y aquellos perros Indios (los espías) no nos han avisado; que este temblor pronóstico es de la [LXXXV] destrucción que ha de venir por esta ciudad con su venida (136)». -No se engañaban en la principal de sus conjeturas, porque el obispo tropezó con los espías, quienes en vez de dar el grito de alarma, se arrojaron a sus pies implorando con lágrimas perdón por la culpa que habían cometido aceptando aquel encargo. -El piadoso obispo los consoló, y previendo que pudiera acusárseles de connivencia, y por tal motivo fueran cruelmente castigados, discurrió amarrarlos, cual si los hubiera cogido de sorpresa, operación que practicó por sí mismo, con la ayuda de Fray Vicente, su inseparable compañero, llevándoselos tras sí como sus prisioneros. Al amanecer del día siguiente entró en la ciudad sin que nadie lo sintiera, y como ni pretendía ocultar su llegada, ni tenía alojamiento en que posar, se fue derecho a la iglesia, donde el sacristán le informó del mal espíritu que dominaba en la ciudad. El indomable prelado, sin arredrarse ni desalentarse, aguardó la hora ordinaria de despertar, y en ella mandó notificar su llegada al ayuntamiento, con la prevención de presentarse en la iglesia a escuchar su plática.
Imposible sería describir la sorpresa y el espanto que tal nueva esparció en los grandes de la ciudad, -«y todos se confirmaban en que fue profeta verdadero el que dijo que el temblor (de la noche precedente) lo pronosticaba, y el adivino quedó calificado de allí adelante (137)». Un rasgo oportuno de energía produce siempre sus efectos, y los que pocas horas antes amenazaban acabar con el obispo, se presentaron, si no arrepentidos, a lo menos bastantemente sumisos y respetuosos. Sin embargo, firmes en su tema, le hicieron notificar por medio del escribano de cabildo el requerimiento que tenían preparado, como condición de su obediencia, reducido sustancialmente a exigir que los tratase como cristianos, mandándolos absolver, y que no intentase cosa nueva en orden a quitalles los esclavos, ni a tasar la tierra»; en suma, que no sólo sancionase, sino que santificase los abusos, lavándolos con la absolución sacramental. El obispo, sin acceder a ninguna de sus pretensiones, les habló con tanta caridad y unción, que logró desarmarlos, y aun infundirles respeto. Retirábase ya a la sacristía, cuando lo detuvo el secretario del cabildo, anunciándole con mucha cortesía «que traía una petición de la ciudad en que le suplicaba le señalase confesores que los absolviesen y tratasen como cristianos». «El prelado accedió en el acto, designando al canónigo Perera y a los religiosos dominicos; «pero respondieron todos, que no querían aquellos confesores que eran de su parcialidad, sino confesores que les guardasen sus haciendas. Yo los daré como me los pedís, respondió; y señaló entonces a un clérigo de Guatemala y a un padre mercedario, entrambos sacerdotes cuerdos y celosos del bien de las almas (138)». [LXXXVI]
El inseparable Fray Vicente, que ignoraba las calidades de los escogidos, y que en la condescendencia del obispo creyó ver un acto de debilidad o de temor, «tirole de la capa, diciéndole: no haga V. S. tal cosa, más que la muerte»; palabras que escuchadas por la multitud, despertaron inopinadamente su furor, causando un tumulto tan violento, que por poco cuesta la vida al consejero. Íbase ya aplacando, y el V. prelado casi exánime por el cansancio, la fatiga, el insomnio y aun por el hambre, se retiró a una celda del convento de la Merced, para reparar sus fuerzas y su espíritu. «Comenzaba a desayunarse con un mendrugo de pan para tomar un trago de vino, y apenas lo había mezclado, cuando toda la ciudad puesta en armas entra por el convento, y los más osados por la celda del obispo, que viéndose cercado de tantas espadas y estoques desnudos, tantas rodelas y montantes, se turbó en extremo, juzgando era allegada su última hora (139)». El pretexto de tan grande y escandaloso alboroto era la amarradura de los Indios espías, que el obispo había atado por los compasivos motivos de que se ha dado razón. -Los feroces e implacables opresores la echaban aquí de humanos, para encontrar culpas en el único protector de aquellas víctimas de su avaricia. El tumulto ha debido ser tan grave y peligroso, que el cronista de quien tomo estas noticias se consideró precisado a combatir «como calumnia manifiesta» una antigua y muy popularizada tradición, que, según decía, echaba un borrón infamante sobre «la nobleza ilustre, la cristiandad, caballerosidad &c., &c., de los vecinos y fundadores de Ciudad-Real». Cuéntase que éstos -«en las furias de sus cóleras y pesadumbres con el Sr. Don Fray Bartolomé de las Casas, arremetieron a la posada donde estaba, le sacaron della con violencia y apedreándole le echaron fuera de la ciudad (140)». Grande, repito, debió ser el desorden, para dar materia a tal tradición. -La templanza, el sufrimiento y más que todo, la indomable energía del prelado, que no retrocedió, ni aun teniendo la muerte a los ojos, conjuraron aquella embravecida borrasca, a términos que «tres horas después era visitado de paz de casi todos los vecinos de la ciudad; todos le pedían con mucha humildad perdón de lo hecho; todos de rodillas le besaban la mano, confesando que eran sus hijos y él su verdadero obispo y pastor… y con procesión y fiesta le sacaron del convento y llevaron a las casas que estaban ya aderezadas para aposentarle (141)». Quizá había en efecto un arrepentimiento sincero; o quizá solamente se cambiaba de medios, esperándose vencer con halagos y obsequios al que se había mostrado invencible con el terror y con la fuerza. La impresión que este acontecimiento hizo en su espíritu; el único fruto cosechado de tantos afanes; las reflexiones que le inspiraron, y la resolución definitiva a que [LXXXVII] lo condujeron, han sido breve y diestramente epilogados por la pluma de Quintana, de quien el lector los oirá con más aprovechamiento y placer.
«A pesar, dice, del aspecto de serenidad y de paz que habían tomado las cosas, el obispo desde aquel día fatal se propuso en su corazón renunciar a conducir un rebaño tan indócil y turbulento. Los motivos fundamentales de la contradicción y del disgusto permanecían siempre en pie, y no era posible destruirlos, pues ni aquellos Españoles habían de renunciar a sus esclavos y granjerías ilícitas, ni él en conciencia se las podía consentir. Añadíase a esta difícil situación el disgusto que recibía con las cartas que entonces le enviaban el virrey y visitador de México, diferentes obispos, y muchos religiosos letrados, en que ásperamente le reprendían su tesón, motejándole de terco y duro… El odio, por tanto, que se había concitado por la singularidad de su conducta, era general, y según su más apasionado historiador, no había en Indias quien quisiese oír su nombre, ni le nombrase sino con mil execraciones. Todo, pues, le impelía a abandonar un puesto y un país, donde su presencia, en vez de ser remedio, no debía producir naturalmente más que escándalos. Hallándose en estos pensamientos, fue llamado a México a asistir a una junta de obispos, que se trataba de reunir allí para ventilar ciertas cuestiones respectivas al estado y condición de los Indios, y esto fue ya un motivo para que apresurase sus disposiciones de ausentarse de Chiapa; en lo cual acabó de influir eficazmente la llegada del juez que se aguardaba de Gracias-a-Dios, para la visita de la provincia, prometida por la Audiencia de los Confines.
Era éste el licenciado Juan Rogel, uno de los ministros que la componían, y su principal comisión la de arreglar los tributos de la tierra, a la sazón tan exorbitantes, que por muy ajenos que estuviesen los oidores de dar asenso a las quejas del obispo, ésta fue tan notoria y tan calificada, que no pudieron menos de aplicarle directamente remedio en la visita de Rogel. Deteníase éste en empezar a cumplir con su encargo y ejecutar sus provisiones. Notábalo el obispo, y apuraba cuantas razones había en la justicia y medios en su persuasión, para animarle a que diese principio al remedio de tantos males como los Indios sufrían, poniendo en entera y absoluta observancia las Nuevas Leyes. Al principio del oidor escuchaba sus exhortaciones con atención y respeto: mas al fin, o cansado de ellas, o viendo que era necesario hablarle con franqueza, le contestó un día en que le vio más importuno: Bien sabe V. S. que aunque estas nuevas leyes y ordenanzas se hicieron en Valladolid con acuerdo de tan graves personajes, como V. S. y yo vimos, una de las razones que las han hecho aborrecidas en las Indias, ha sido haber V. S. puesto la mano en ellas, solicitándolas y ordenando algunas. Que como los conquistadores tienen a V. S. por tan apasionado contra ellos, no entienden que lo que procura por los naturales es tanto por amor de los Indios, cuanto por el [LXXXVIII] aborrecimiento de los Españoles, y con esta sospecha, más sentirían tener a V. S. presente cuando yo los despoje, que el perder los esclavos y haciendas. El visitador de México tiene llamado a V. S. para esa Junta de prelados que hace allí, y V. S. se anda aviando para la jornada; y yo me holgaría que abreviase con su despedida y la comenzase a hacer, porque hasta que V. S. esté ausente, no podré hacer nada; que no quiero que digan que hago por respeto suyo aquello mismo a que estoy obligado por mi comisión, pues por el mismo caso se echaría a perder todo.
«Este lenguaje era duro, pero franco, y en cierto modo racional. El obispo, se persuadió de ello, y abrevió los preparativos de su viaje, que estuvieron ya concluidos para principios de cuaresma de 1546, y salió al fin de Ciudad-Real al año, con corta diferencia, que había entrado en el obispado. Acompañáronle en su salida los principales del pueblo, y alguna vez le visitaron en los pocos días que se detuvo en Cinacatlán para descansar y despedirse de sus amigos los religiosos de Santo Domingo: prueba de que las voluntades no quedaban tan enconadas como las desazones pasadas prometían (142)».
El licenciado Don Francisco Tello de Sandoval, que era el visitador de quien habla Quintana, había sido enviado por la corte con tal carácter y con el especial encargo de promulgar y hacer cumplir las Nuevas Leyes. Aunque había llegado a México desde el 8 de Marzo de 1544, fueron tantas y tan pujantes las resistencias que encontró, apoyadas hasta cierto punto por la administración misma, que ni aun se atrevió a publicarlas luego, difiriendo esta formalidad hasta el día 28, para tomar las precauciones convenientes. A pesar de ellas la impresión que produjeron fue terrible: «hubo, dice Torquemada (143), grandes alteraciones y estuvo la tierra en términos de perderse; pero con la sagacidad y prudencia de Don Antonio de Mendoza, formaron acuerdo él y el visitador y Audiencia de que no se ejecutasen algunas cosas por entonces, sino que fuesen entrando en ellas poco a poco y que se consumiesen los esclavos que había, y con buenos medios se sobreseyesen las Leyes &c». -Con este favor que dispensaba el gobierno, los encomenderos y todos los que se sentían agraviados, apelaron de las Nuevas Leyes para ante el Emperador, y para dar mayor eficacia a sus gestiones se dispuso enviarle una diputación compuesta de los superiores de las religiones de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, de regidores de la ciudad y procuradores de los encomenderos, con el encargo de obtener su revocación y la confirmación de las disposiciones antiguas que autorizaban el servicio forzado de los Indios.
Como al visitador había parecido prudente y más útil a los intereses de la corona admitir las apelaciones interpuestas, se encontró paralizado [LXXXIX] en el punto principal de su misión, mientras no recibiera nuevas órdenes. La espera debía ser bien larga, así es que para aprovecharla determinó desempeñar otro artículo de sus instrucciones, contraído a convocar «una junta de todos los prelados de la Nueva España y de todos los hombres de ciencia y de conciencia que en ella había, para tratar y resolver las cuestiones y dificultades que en tan grave materia, como el hacer a los Indios esclavos y tenerlos por súbditos y vasallos en los repartimientos y encomiendas que los gobernadores habían hecho, se ofrecían; para que si eran o no eran lícitos los tales esclavos y las tales encomiendas, se resolviera de una vez… porque (y esta observación del cronista es muy digna de atención) la mayor parte de los doctores y obispos tenían la afirmativa desta opinión, como más favorable a los seglares; y la menor, que era la orden de Santo Domingo, y en ella no todos, tenían la negativa, como más llegada a la verdad y al bien de los Indios (144)». He aquí muy claro y perfectamente formulado el punto de desacuerdo y controversia entre franciscanos y dominicos, y que, como observa uno de esta orden, había logrado introducir no sólo la división, sino aun el cisma, porque religiosos de la misma provincia y hasta del mismo convento opinaban de diversa manera.
Si la discordancia de pareceres hubiera quedado encerrada en el claustro, o no excediera los términos comunes de una controversia teológica, el mal hubiera podido sobrellevarse como otros muchos de su género; pero afectando tantos y tan cuantiosos intereses materiales, la polémica se convirtió en negocio de estado, apareciendo en ella y en primer término la potestad civil, como uno de los principales campeones. El visitador tomó la parte que le tocaba, y lo hizo guiándose preferentemente por los intereses de la política; así, uniendo su voz a las que censuraban al obispo de Chiapa, había ya prejuzgado la cuestión, escribiéndole «con mucha aspereza, notándole de duro y terco, porfiado e imprudente en aferrarse tanto con su parecer, siendo el único y solo en negar los sacramentos a los cristianos. Y como los paralogismos y los argumentos que afectan la vanidad o amor propio son siempre los más convincentes para la multitud, no dejó de hacerse valer contra Don Fray Bartolomé «que levantaba nuevas opiniones, oponiéndose a los obispos, religiosos, maestros, letrados y hombres santos y doctos de todas las Indias, atribuyendo su oposición a soberbia y a estimarse él y los padres de Chiapa en más, y tenerse por más acertados, o sabios, que cuantos acá (en México) había (145)». Así le preparaban el terreno sus émulos y desafectos para desalentarlo, acobardarlo y hacerlo fracasar en su filantrópica misión.
El obispo de Chiapa estaba dotado ciertamente de una energía y perseverancia que ofrecen muy raros ejemplos; pero de estas virtudes a la [XC] terquedad y obstinación que le atribuyen, hay una inmensa distancia, que desgraciadamente no comprenden los caracteres suaves, contemporizadores, o si se quiere, demasiado prudentes. El Sr. Casas se juzgaba bien asentado en el sendero del deber, y por eso no cejaba; pero como se le decía tanto y se le censuraba de todas partes y por toda clase de personas, quiso conferenciar nuevamente sobre el asunto, para rectificar y consolidar su opinión, antes de presentarse en la junta eclesiástica de México, donde debía emitir un voto definitivo e irrevocable. Al intento, y ya en camino, reunió a todos los religiosos dominicos de la comarca, y después de muy detenidas conferencias en que la materia se debatió con libertad y con conciencia, «tomose la última resolución de lo que el obispo había de proponer y defender y con todas sus fuerzas procurar que se pusiese en ejecución en la junta de México, acicalando las razones que todos tenían para la doctrina que enseñaban, y que como era opuesta a todo el torrente común de las Indias, tenían por contrarios a seglares, clérigos, religiosos y algunos obispos». Con esta determinación se despidió de su grey, para más no volver, acompañado de tres religiosos de su orden y de aquel canónigo de que dimos noticia (pág. LXXXIII) que lo había renegado y colmado de ultrajes, y que ahora era su mejor amigo y más ferviente colaborador. Sus últimas disposiciones fueron para repartir entre las iglesias y monasterios sus ornamentos, muebles, libros y cuanto poseía, quedándose con lo encapillado. Su camino fue una predicación continua con que asombraba a cuantos lo escuchaban, por la novedad y rigidez de su doctrina, que «condenaba a todos, confesores y penitentes, abominando públicamente los pecados de los unos y la ceguera de los otros».
Natural era que la fama de estas predicaciones, que según la cándida expresión de Remesal escandalizaban este Nuevo Mundo, produjeran mayor excitación en la ciudad de México, como centro de mayores y más protegidos intereses. En efecto, hallábase ya a pocas jornadas de ella, y aun había fijádose el día de su entrada, cuando comenzaron a asomar los alborotos -«como si hubieran de ver un ejército de enemigos, encendiéndoseles tanto la sangre en su odio y aborrecimiento, que temiendo el virrey y visitador alguna alteración o desgracia, le escribieron que se detuviese hasta que ellos le avisasen, que sería cuando entendiesen que la gente estaba algo desapasionada (146)». Quizá se esperaba que tales prenuncios hicieran en el ánimo del ilustre huésped el natural efecto de intimidarlo o contenerlo, y quizá también se contaba con ellos para lo que se preparaba; mas teníanselas con un hombre que cual el gigante de la fábula, recobraba sus bríos al tocar la tierra. Llegado el último día de espera hizo su entrada en México, y no a oscuras, sino a las diez de la [XCI] mañana, atravesando por entre la muda y atónita multitud, que lo vio pasar con respetuoso silencio. Fuese directamente a posar al convento de la orden, que en ese año ocupaba ya la misma localidad que hoy. -El virrey y los oidores le enviaron la bienvenida en el mismo día; mas su sorpresa y estupor debieron ser inexplicables al oír el mensaje que les devolvió el obispo en retorno de su cortés saludo. «Envioles a decir que lo perdonasen que no los iría a visitar porque estaban descomulgados, por haber mandado cortar la mano en la ciudad de Antequera (Oajaca) a un clérigo de grados (147)». Esta respuesta se hizo pública, causando «grandes inquietudes y altercados», que, como se comprenderá, aumentaban las pesadumbres y conflictos del obispo; mas con ella había afianzado su bandera, no dejando ocasión para que nadie pudiera equivocarse respecto de su doctrina y ulterior conducta.
Reunidos los prelados, doctores y demás personas convocadas para la celebración de esta junta eclesiástica, procedió a ocuparse de los asuntos de su misión. Cuáles fueran éstos no se sabe con entera certidumbre, porque los historiadores, tan comunicativos sobre otras materias menos importantes, han pasado muy rápidamente sobre este suceso, limitándose a mencionarlo y a decir que en esa reunión se resolvió la duda relativa a la administración del Sacramento de la Eucaristía a los Indios. Remesal (148), que tuvo a la vista un resumen de sus debates, menciona algunos de sus puntos, los cuales giran principalmente sobre la libertad de los indígenas y manera de catequizarlos; todo en el espíritu de la doctrina que sobre el particular defendía y propalaba el obispo Casas. Natural era que con polémicas de tal carácter y en tales circunstancias, «sudaran los de la junta muchas conclusiones, y que cada disputa suya fuera como un día del juicio», según la expresión del mismo cronista. En esas conferencias se ventiló también el gravísimo punto relativo a la absolución de los encomenderos, y añade que «los obispos, los perlados y demás letrados de la junta, después de largas disputas y tratados que tuvieron entre sí, hicieron como un formulario del modo que se habían de haber los confesores en absolver los conquistadores, pobladores, mercaderes &c., que tuviesen escrúpulo de las haciendas que poseían».
No obstante estas resoluciones, y que con ellas la doctrina del Sr. Casas obtenía una solemne sanción, y su conciencia un grande alivio, -«él y Fray Luis Cancer, su compañero, tenían gran pena porque uno de los principales puntos, que era el del modo de hacer los esclavos, no se había tratado y disputado y determinado como ellos quisieran, ni tomádose la resolución que era justo…. Propúsola el Sr. obispo muchas veces, y nunca se acababa de tratar de veras; y en cierta ocasión le dijo el virrey: «que era razón de estado no determinarse aquello, y que así no se cansase en [XCII] proponerlo en la junta general; porque él había mandado que no se resolviese». -Los hombres de ideas fijas no comprenden las intermedias, y la exaltación del celo religioso rara vez transige con los intereses de la política; así el obispo, sumamente descontento y desazonado con la respuesta del virrey, trató de vencerla por uno de aquellos medios que, no sin razón, le concitaban tantas contradicciones y enemistades. Aprovechando la ocasión de desempeñar el púlpito de la Matriz en una festividad a que asistió el virrey, «acriminó aquel mandato, amenazando al que lo había puesto» con uno de tantos terribles anatemas como se ven en Isaías (149). Don Antonio de Mendoza, que era el virrey, sintió todo el escozor de la reprimenda; más obrando con aquella prudencia y cordura que distinguen el período de su administración, dio vado a la dificultad, manteniendo la prohibición de tratar tales materias en la Junta Eclesiástica, y permitiendo al obispo «que en el convento de Santo Domingo se hiciesen todas las juntas que quisiese, y que allí se tratase no sólo el punto de los esclavos, sino todas las materias que a él le pareciesen», ofreciendo ponerlas en conocimiento de la corte para su resolución.
Autorizado el obispo con este permiso, «juntó, dice Remesal, a todos los que eran de la junta principal, excepto los Sres. obispos, y por muchos días, en disputas públicas, trató la materia de los Indios esclavos… diéronse éstos por mal hechos, condenándose a sus amos por tiranos… obligándolos a ponerlos en libertad, so pena de mal estado… (150) De todo lo que en esta junta se determinó se hicieron muchos traslados y se enviaron por todas las Indias, principalmente por el distrito y gobernación de la Audiencia de México, para que así eclesiásticos como seglares lo supiesen y se gobernasen por ello». -Asegúrase, y el hecho parece cierto, que en estas juntas tuvo el obispo el placer y el consuelo de ver aprobada la doctrina de su famosa Instrucción a los Confesores, de que antes hemos hablado, aunque su texto, tal cual corre impreso en la edición de Sevilla, se redactó ciertamente con posterioridad, pues en la Regla 8ª se hace mérito de una de las resoluciones acordadas en esa misma congregación de los obispos… celebrada año de 1546 (151).
Tranquila la conciencia del obispo con el juicio de las personas más [XCIII] competentes que presentaba el Nuevo Mando en las ciencias eclesiásticas, le comunicó a su clero de Chiapas para darle más aliento en el desempeño de su difícil ministerio; y a fin de vigorizar su acción, no menos que para proveer al mejor régimen de su Iglesia, cuyo gobierno había ya determinado renunciar, nombró vicario general a aquel mismo canónigo Juan de Perera, extraviado un momento, según dijimos, y ahora de vuelta, contrito y humillado al redil eclesiástico. Remesal nos ha conservado íntegro el texto de su título que contiene varias instrucciones, algunas de ellas bien severas, para el desempeño del encargo. El documento está fechado en la ciudad de México a 9 de Noviembre de 1546 con la suscrición Frater [XCIV] Bartolomeus de las Casas Episcopus civitatis Regalis. -Con fecha del día siguiente trae el mismo cronista el texto de las licencias concedidas a los eclesiásticos que podían oír confesiones de los Españoles vecinos y moradores de su obispado, reduciéndolos a cuatro individuos de su orden y a los otros que su vicario estimase conveniente aumentar (152).
Desde aquí comienzan la confusión y dudas relativas al que debe considerarse como primitivo y genuino texto del famoso Confesonario, o Instrucciones para los confesores, pues algunos escritores han tomado por tal el del mandamiento en que se hizo la designación de ellos, quizá porque contiene la prohibición impuesta a los otros eclesiásticos de «oír confesión alguna de Español vecino, ni morador del obispado que fuera conquistador, o que tuviera Indios de repartimiento… exceptuados los casos de artículo de muerte y de que no pudiera llamarse a alguno de los confesores titulados». -El mismo Remesal, a quien debemos los más abundantes y seguros datos, autoriza la equivocación, porque al mencionar los escritos de nuestro prelado, hablando del Confesonario, dice ser el que está en este libro (153)»; esto es, en su crónica, y en ella no hay otra cosa que se le parezca más que el mencionado mandamiento. Sin embargo, su propio texto destruye la suposición, porque en el segundo párrafo les previene el obispo por vía de precepto e instrucción que manden al penitente que guarde y cumpla y disponga su ánima conforme doce reglas que están firmadas de nuestro nombre y señaladas con nuestro sello». -Luego éstas eran diversas del mandamiento. Así lo reconoce el propio Remesal en las siguientes palabras: «Estas doce reglas que aquí dice el señor obispo envió a los padres de Santo Domingo (de Chiapas), es el Formulario de confesores que arriba se dijo que se había hecho en aquella grave junta (la segunda congregación eclesiástica): el señor obispo había muchos años [XCV] que las había hecho y se gobernaba por ellas, y por muchas disputas y consultas, averiguó su razón y verdad en México, &c. &c. (154)».
Esta Instrucción, Formulario de confesores, o Confesionario, según lo denominaba el Padre Motolinía y yo continuaré denominándolo para facilitar su mención, se hizo luego tan común, no obstante la prevención de mantenerlo secreto, «que aun los más de los seglares, dice Remesal, tenían sus traslados; y como eran tan rigurosas sus reglas, parecioles que si por ellas eran juzgados, a ninguno se le podía dar la absolución». «Eran, en efecto, muy severas, con particularidad la 1ª y la 5ª (155)
que [XCVI] fueron las que realmente causaron el alboroto y arrancaron un grito universal de angustia y desesperación, que se abrió camino hasta el solio, como que herían a todas las personas, clases e intereses de la sociedad.
El mismo Padre Motolinía que afectaba tener un tan bajo concepto de su antagonista, se manifestaba sumamente azorado con la doctrina del Confesonario, siendo éste el que principalmente le puso la pluma en la mano para escribir la fulminante y descompasada filípica que con el título de Carta escribió a Carlos V y forma parte de este volumen desde la página 251. -«Por amor de Dios, le decía, ruego a V. M. que mande ver y mirar a los letrados, así de vuestros Consejos como a los de las universidades, si los conquistadores, encomenderos y mercaderes desta Nueva España están en estado de recibir el sacramento de la penitencia y los otros sacramentos, sin hacer instrumento público por escritura y dar caución juratoria, porque afirma el de las Casas que sin estas y otras diligencias no pueden ser absueltos, y a los confesores pone tantos escrúpulos, que no falta sino ponellos en el infierno, y así es menester esto se consulte con el Sumo Pontífice». -Hemos visto en otra parte la fe y el celo ardiente que ponía el Padre Motolinía en la administración del bautismo, estimándolo como la primera y más meritoria práctica del cristianismo: con este conocimiento ya podremos comprender cuál sería su amargura e inquietud [XCVII] de espíritu, cuando en esa misma carta decía: «qué nos aprovecharía a algunos que hemos baptizado más de cada trescientas mil ánimas y desposado y velado otras tantas y confesado otra grandísima multitud, si por haber confesado diez o doce conquistadores, ellos y nos hemos de ir al infierno…»
Y no eran solamente las conciencias las que el Sr. Casas había alarmado con sus doctrinas, sino que también irritó la vanidad y el interés; pasiones infinitamente más descontentadizas y susceptibles que la conciencia, como que tienen el funesto poder de sojuzgarla. En el Padre Motolinía, y lo mismo en los otros ministros del Evangelio, obraba el sentimiento del misionero que temía aventurar la salvación del alma, único fin de todos tus sacrificios y desvelos, con la práctica y ejercicio de los actos mismos con que la creían asegurada; y obraba también el punzante escozor del teólogo, del moralista, del hombre de letras que se veía públicamente tildado y deshonrado con una censura que argüía una ignorancia supina. Esto lo marcaba muy distintamente el Padre Motolinía en muchos pasajes de su carta, manifestando bien claramente la penosa impresión que le causaban (156); y como en causas de tal género la voz del mayor número suele ser más poderosa que la de la razón, hizo cuanto pudo para aumentar el de los descontentos, irritando la vanidad del mercader, del militar, del [XCVIII] seglar, del eclesiástico, del letrado, del magistrado, del virrey, del consejo, y aun la del mismo emperador Carlos V, a quien decía (pág. 257): «Si los tributos de Indios son y han sido mal llevados, injusta y tiránicamente (como afirma el de las Casas), buena