Сборник документов по истории Мексики. Том первый.
Colección de documentos para la historia de México.Tomo Primero
publicada por Joaquín García Icazbalceta
Índice
Colección de documentos para la historia de México
o Prólogo
o Noticia de las piezas contenidas en este volumen
Itinerario de Grijalva
Vida de Hernán Cortés
Carta del licenciado Zuazo
El conquistador anónimo
Carta de Diego Velázquez al licenciado Figueroa
Pesquisa de la audiencia de la española
Probanza en la villa Segura de la Frontera
Probanza hecha en la Nueva España del mar Océano, &c.
Carta del ejército de Cortés al emperador
Demanda de Ceballos
Ordenanzas de Cortés
Lo que pasó con Cristóbal de Tapia
Instrucción a Francisco Cortés
Carta inédita de Hernán Cortés
Cartas de relación
Ediciones en castellano
Traducciones
Escritos sueltos
Carta del contador Albornoz
Memoria de lo acaecido en esta ciudad &c
Carta de Diego de Ocaña
o Noticias de la vida y escritos de Fray Toribio de Benavente, o Motolinía, por Don José Fernando Ramírez
Primera Parte
Biografía
Segunda parte
Bibliografía
– I –
De Moribus Indorum
– II –
Adventus duodecim Patrum, qui primi eas regiones devenerunt, el de eorum rebus gestis
– III –
Doctrina christiana, mexicano idiomate
– IV –
Guerra de los Indios de la Nueva España
– V –
Camino del espíritu
– VI –
La Vida y Muerte de Tres Niños de Tlaxcala que murieron por la confesión de la fe: según que la escribió en romance el Padre Fray Toribio de Motolinía, uno de los doce religiosos primeros &c.
– VII –
Traducción de las Vidas y Martirios que padecieron Tres Niños principales de la ciudad de Tlaxcala, la cual practicó el intérprete general de esta Real Audiencia (Don Vicente de la Rosa Saldivar), en virtud de lo mandado por el Exmo. Sr. Conde de Revillagigedo, Virrey, Gobernador y Capitán General de este Reino. -México, por Vicente García Torres, 1856, fol., apud «Documentos para la Historia de México», Tercera Serie, Tomo I.
– VIII –
Calendario Mexicano
– IX –
Memoriales
– X –
Relación del Viaje a Guatemala
– XI –
Ritos antiguos, sacrificios e idolatrías de los Indios de la Nueva España, y de su conversión a la fe, y quiénes fueron los que primero la predicaron. – Impreso apud «Antiquities of Mexico», by Lord Kingsborough. Vol. IX. London, published by Henry G. Bohn, York Street, Covent Garden. MDCCCXLVIII. Fol. máx.
– XII –
Carta al Emperador Carlos V
– XIII –
Fragmentos
o Historia de los indios de la Nueva España
Epístola proemial de un Fraile menor al Illmo. Señor Don Antonio Pimentel, sexto conde de Benavente, sobre la relación de los ritos antiguos, idolatrías y sacrificios de los Indios de la Nueva España, y de la maravillosa conversión que Dios en ellos ha obrado. Declárase en esta Epístola el origen de los que poblaron y se enseñorearon de la Nueva España
Tratado primero
Aquí comienza la relación de las cosas, idolatrías, ritos y ceremonias que en la Nueva España hallaron los españoles cuando la ganaron: con otras muchas cosas dignas de notar que en la tierra hallaron
Capítulo I
De cómo y cuándo partieron los primeros frailes que fueron en aquel viaje, y de las persecuciones y plagas que hubo en la Nueva España
Capítulo II
De lo mucho que los frailes ayudaron en la conversión de los Indios, y de muchos ídolos y crueles sacrificios que hacían: son cosas dignas de notar
Capítulo III
En el cual se prosigue la materia comenzada, y cuenta la devoción que los Indios tomaron con la señal de la cruz, y cómo se comenzó a usar
Capítulo IV
De cómo comenzaron algunos de los Indios a venir al bautismo, y cómo comenzaron a deprender la doctrina cristiana, y de los ídolos que tenían
Capítulo V
De las cosas variables del año, y cómo en unas naciones comienza diferentemente de otras; y del nombre que daban al niño cuando nacía, y de la manera que tenían en contar los años, y de la ceremonia que los indios hacían
Capítulo VI
De la fiesta llamada Panquetzaliztli, y los sacrificios y homicidios que en ella se hacían; cómo sacaban los corazones y los ofrecían, y después comían los que sacrificaban
Capítulo VII
De las muy grandes crueldades que se hacían el día del dios del fuego y del dios del agua; y de una esterilidad que hubo en que no llovió en cuatro años
Capítulo VIII
De la fiesta y sacrificio, que hacían los mercaderes a la diosa de la sal; y de la venida que fingían de su dios; y de cómo los señores iban una vez en el año a los montes, a cazar para ofrecer a sus ídolos
Capítulo IX
De los sacrificios que hacían en los ministros Tlamacazques, en especial en Tehuacán, Cozcatlán y Teutitlán; y de los ayunos que tenían
Capítulo X
De una muy gran fiesta que hacían en Tlaxcallán, de muchas ceremonías y sacrificios
Capítulo XI
De las otras fiestas que se hacían en la provincia de Tlaxcallán, y de la fiesta que hacían los Chololtecas a su dios; y porqué los templos se llamaron teocallis
Capítulo XII
De la forma y manera de los teocallis, y de su muchedumbre, y de uno que había más principal
Capítulo XIII
De cómo celebran las pascuas y las otras fiestas del año, y de diversas ceremonias que tienen
Capítulo XIV
De la ofrenda que hacen los Tlaxcaltecas el día de Pascua de Resurrección, y del aparejo que los Indios tienen para se salvar
Capítulo XV
De las fiestas de Corpus Christi y San Juan que celebraron en Tlaxcallán en el año de 1538
Tratado segundo
De la conversión y aprovechamiento de estos indios; y cómo se les comenzaron a administrar los sacramentos en esta tierra de Anáhuac, o Nueva España; y de algunas cosas y misterios acontecidos
Capítulo I
En que dice cómo comenzaron los Mexicanos y los de Coatlichán a venir al bautismo y a la doctrina cristiana
Capítulo II
Cuándo y adónde comenzaron las procesiones en esta tierra de la Nueva España, y de la gana con que los Indios vienen a bautizarse
Capítulo III
De la prisa que los Indios tenían en venir al bautismo, y de dos cosas que acontecieron en México y en Tetzcoco
Capítulo IV
De los diversos pareceres que hubo sobre el administrar el sacramento del bautismo, y de la manera que se hizo los primeros años
Capítulo V
De cómo y cuándo comenzó en la Nueva España el sacramento de la penitencia y confesión y de la restitución que hacen los Indios
Capítulo VI
De cómo los Indios se confiesan por figuras y caracteres; y de lo que aconteció a dos mancebos Indios en el artículo de la muerte
Capítulo VII
De donde comenzó en la Nueva España el sacramento del matrimonio, y de la gran dificultad que hubo en que los indios dejasen las muchas mujeres que tenían
Capítulo VIII
De muchas supersticiones y hechicerías que tenían los Indios, y de cuán aprovechados están en la fe
Capítulo IX
Del sentimiento que hicieron los Indios cuando les quitaron los frailes, y de la diligencia que tuvieron que se los diesen; y de la honra que hacen a la señal de la cruz
Capítulo X
De algunos Españoles que han tratado mal a los Indios, y del fin que han habido; y pónese la conclusión de la segunda parte
Tratado tercero
Capítulo I
De cómo los Indios notaron el año que vinieron los Españoles, y también notaron el año que vinieron los frailes. Cuenta algunas maravillas que en la tierra acontecieron
Capítulo II
De los frailes que han muerto en la conversión de los Indios de la Nueva España. Cuéntase también la vida de Fray Martín de Valencia, que es mucho de notar y tener en la memoria
Capítulo III
De que no se debe alabar ninguno en esta vida; y del mucho trabajo en que se vieron hasta quitar a los Indios las muchas mujeres que tenían; y cómo se ha gobernado esta tierra después que en ella hay Audiencia
Capítulo IV
De la humildad que los frailes de San Francisco tuvieron en convertir a los Indios, y de la paciencia que tuvieron en las adversidades
Capítulo V
De cómo Fray Martín de Valencia procuró de pasar adelante en convertir nuevas gentes, y no lo pudo hacer, y otros frailes después lo hicieron
Capítulo VI
De unos muy grandes montes que cercan toda esta tierra, y de su gran riqueza y fertilidad, y de muchas grandezas que tiene la ciudad de México
Capítulo VII
De los nombres que México tuvo, y de quién dicen que fueron sus fundadores; y del estado y grandeza del señor de ella, llamado Moteuczoma
Capítulo VIII
Del tiempo en que México se fundó, y de la gran riqueza que hay en sus montes y comarca, y de sus calidades, y de otras muchas cosas que hay en esta tierra
Capítulo IX
En el cual prosigue la materia de las cosas que hay en la Nueva España, y en los montes que están a la redonda de México
Capítulo X
De la abundancia de ríos y aguas que hay en estos montes, en especial de dos muy notables fuentes; y de otras particularidades y calidades de estos montes; y de cómo los tigres y leones han muerto mucha gente
Capítulo XI
En el cual prosigue la materia, y nombra algunos grandes ríos que bajan de los montes, y de su riqueza; trata algo del Perú
Capítulo XII
Que cuenta del buen ingenio y grande habilidad que tienen los Indios en aprender todo cuanto les enseñan; y todo lo que ven con los ojos lo hacen en breve tiempo
Capítulo XIII
De los oficios mecánicos que los Indios han aprendido de los Españoles, y de los que ellos de antes sabían
Capítulo XIV
De la muerte de tres niños, que fueron muertos por los Indios, porque les predicaban y destruían sus ídolos, y de cómo los niños mataron al que se decía ser dios del vino
Capítulo XV
De la ayuda que los niños hicieron para la conversión de los Indios, y de cómo se recogieron las niñas indias, y del tiempo que duró, y de dos cosas notables que acontecieron a dos indias con dos mancebos
Capítulo XVI
De qué cosa es provincia, y del grandor y término de Tlaxcallán, y de las cosas notables que hay en ella
Capítulo XVII
De cómo y por quién se fundó la ciudad de los Ángeles, y de sus calidades
Capítulo XVIII
De la diferencia que hay de las heladas de esta tierra a las de España, y de la fertilidad de un valle que llaman el Valle de Dios; y de los morales y seda que en él se cría, y de otras cosas notables
Capítulo XIX
Del árbol o cardo llamado maguey, y de muchas cosas que de él se hacen, así de comer como de beber, calzar y vestir, y de sus propiedades
Capítulo XX
De cómo se han acabado los ídolos, y las fiestas que los Indios solían hacer, y la vanidad y trabajo que los Españoles han puesto en buscar ídolos
o Carta de Fray Toribio de Motolinía al Emperador Carlos V
o Varios documentos del siglo XVI
Itinerario de la armada del rey católico a la isla de Yucatán, en la India, el año 1518, en la que fue por Comandante y Capitán General Juan de Grijalva
Escrito para su alteza por el capellán mayor de la dicha armada
Itinerario de larmata del re catholico in india verso la isola de Iuchathan del anno m. D. XVIII. Alla qual fu presidente & capitán general Ioan de Grisalva
El qual e facto per el capellano maggior de dicta armata a sua altezza
Vida de Hernán Cortés
Fragmento anónimo
De rebus gestis Ferdinandi Cortesii
Incerto auctore
Carta del licenciado Alonso Zuazo al padre Fray Luis de Figueroa, prior de la Mejorada
El conquistador anónimo
Relación de algunas cosas de la Nueva España, y de la gran ciudad de Temestitán México; escrita por un compañero de Hernán Cortés.
II.- De los animales
III.- De los soldados
IV.- De sus armas ofensivas y defensivas
V.- Vestidos de los hombres
VI.- Vestidos de las mujeres
VII.- Del hilo de labrar
VIII.- Las comidas que tienen y usan
IX.- Las bebidas que usan
X – Cómo se hace el Cacao
XI.- Otra clase de vino que tienen
XII.- Del orden del gobierno
XIII.- De su religión, culto y templos
XIV.- Cómo son estas torres
XV.- De los sacrificios
XVI.- De las ciudades que hay en esta tierra, y descripción de algunas de ellas
XVII.- La laguna de México
XVIII.- De la gran ciudad de Temistitán México
XIX.- De las calles
XX.- Las plazas y mercados
XXI.- De los templos y mezquitas que tenían
XXII.- De las habitaciones
XXIII.- De los matrimonios
XXIV.- De los entierros
Relatione di alcune cose della nuova Spagna, & della gran città di Temestitán Messico; fatta per uno gentil’homo del signor Fernando Cortese
Carta que Diego Velázquez escribió al licenciado Figueroa, para que hiciese relación a sus majestades de lo que le había hecho Fernando Cortés
El proceso y pesquisa hecho por la Real Audiencia de la Española e tierra nuevamente descubierta
Va para el consejo de su majestad.
Probanza hecha en la Villa Segura de la Frontera por Juan Ochoa de Lejalde, a nombre de Hernán Cortés
Sobre las diligencias que el dicho capitán hi Probanza hecha en la Nueva España del mar Océano a pedimento de Juan Ochoa de Lejalde, en nombre de Hernando Cortés, Capitán General e Justicia Mayor de la dicha N. España por SS. MM. zo para que no se perdiese el oro e joyas de SS. MM. que estaban en la ciudad de Temistitán
Primera pregunta
Segunda pregunta
Tercera pregunta
Cuarta pregunta
Pregunta cinco
Pregunta seis
Pregunta siete
Pregunta ocho
Pregunta nueve
Pregunta diez
Pregunta once
Pregunta doce
Pregunta trece
Pregunta catorce
Carta del ejército de Cortés al emperador
Demanda de Ceballos en nombre de Pánfilo de Narváez, contra Hernando Cortés y sus compañeros
Ordenanzas militares y civiles mandadas pregonar por don Hernando Cortés en Tlaxcala, al tiempo de partirse para poner cerco a México
Lo que pasó con Cristóbal de Tapia acerca de no admitirle por gobernador, con los procuradores de México y demás poblaciones, y los de Hernán Cortés
Instrucción civil y militar a Francisco Cortés, para la expedición de la costa de Colima
Carta inédita de Hernán Cortés
Carta del contador Rodrigo de Albornoz, al emperador
Memoria de lo acaecido en esta ciudad después que el gobernador Hernando Cortés salió della, que fue a los doce días del mes de octubre de mil e quinientos e veinte e cinco años
Carta de Diego de Ocaña
Prólogo
Quem bene, alii judicabunt, magno certe cum labore.
Si ha de escribirse algún día la historia de nuestro país, es necesario que nos apresuremos a sacar a luz los materiales dispersos que aún puedan recogerse, antes que la injuria del tiempo venga a privarnos de lo poco que ha respetado todavía. Sin este trabajo previo no hay que aguardar resultados satisfactorios, porque la doble tarea de reunir y aprovechar es superior a las fuerzas de un solo hombre. El ingenio más vigoroso consume su brío en la primera parte de la empresa, y está ya rendido antes de comenzar el desempeño de lo que en realidad interesa al país, cual es la obra en que presente el resultado de sus investigaciones. Son además tan distintas y aun opuestas las cualidades requeridas para cada uno de estos trabajos, que viene a ser casi imposible encontrarlas reunidas en una misma persona. [VI]
Convencido de estas verdades, y ya que mi buena suerte, ayudada de activas diligencias, ha traído a mi poder un regular acopio de manuscritos, no quise dejar de contribuir al beneficio público, divulgándolos por medio de la prensa. El poco estímulo que encuentra hasta ahora en nuestro país esta clase de publicaciones, no dejaba esperanza de hallar editor que quisiera encargarse de una empresa que ofrecía pérdida segura: tuve, pues, que tomarla a mi cargo. Me allanaba el camino para la ejecución del proyecto, la circunstancia de tener a mi disposición una pequeña imprenta particular, resultado de mi temprana afición al arte tipográfico; de suerte que la impresión ha sido hecha siempre a mi vista, y en gran parte por mis propias manos. He sido, por consiguiente, colector, editor e impresor del presente volumen, que ha ocupado mis ratos de ocio durante algunos años.
Pensé al principio sujetar a mejor arreglo esta Colección, disponiendo los documentos por orden cronológico y geográfico, sin pasar a nuevo período o distinto suceso, hasta quedar agotado el anterior; pero la imposibilidad de reunir anticipadamente todos los materiales necesarios para tan vasto plan, y sobre todo el temor de que la empresa se frustrase enteramente por quererla demasiado perfecta, me obligaron a conformarme con un mediano orden cronológico, y aun interrumpido a veces para reunir piezas relativas a un mismo suceso o personaje. No he creído conveniente tampoco añadir al título de Colección de Documentos la palabra Inéditos, por no privarme de incluir aquellos que, aunque ya impresos, son excesivamente raros, o están como perdidos en colecciones voluminosas y poco conocidas. [VII] Así sucede con el Itinerario de Grijalva y El Conquistador Anónimo, que van en este volumen, y con los Diálogos de Cervantes y otras piezas que oportunamente tendrán lugar en esta Colección.
Sin predilección particular hacia época alguna de nuestra historia, y proponiéndome abrazarla toda, desde los tiempos más remotos hasta el año de 1810, publico desde luego una serie de documentos del siglo XVI, como el período más interesante de nuestros anales, en que desaparecía un pueblo antiguo y se formaba otro nuevo; el mismo que existe en nuestros días y de que formamos parte. Justo era, pues, asistir ante todo al nacimiento de nuestra sociedad. Nada tan propio para esclarecer aquellos sucesos, como la preciosa crónica del Padre Motolinía, con que da principio el volumen, y a la que hacen compañía las piezas contemporáneas que le siguen. El mismo siglo XVI nos dará materia para el segundo tomo, y en él tendrán cabida otros documentos originales y desconocidos, de que sirve ahora como de muestra la Carta inédita de Hernán Cortés.
Los defectos que indudablemente han de notarse en esta Colección, he procurado redimirlos, hasta cierto punto, con una escrupulosa fidelidad en seguir los originales, y un extremo cuidado en la corrección tipográfica. He preferido a veces dejar cierta oscuridad en los textos, antes que atreverme a sustituir lecciones aventuradas. Y para que el lector gradúe la autoridad que hayan de gozar los documentos, he reunido en una Noticia que va al frente de cada volumen, cuantos datos puedan dar luz acerca de su origen y autores. En esta [VIII] parte he sido algo pródigo de noticias bibliográficas; pero lo he hecho así en atención a la suma dificultad que cuesta a veces el reunir estos datos, y a la utilidad que prestan en corto espacio, una vez reunidos. La parte principal de estos preliminares, es la extensa Noticia de la Vida y Escritos de Fray Toribio de Motolinía, que a ruego mío escribió el Sr. D. José Fernando Ramírez, y que forma por sí sola un opúsculo bien interesante.
Antes de concluir cumplo con un grato deber manifestando que todos mis esfuerzos para adquirir documentos habrían sido estériles, a no haber logrado la inesperada fortuna de merecer las más finas atenciones a dos sujetos tan corteses e instruidos como el distinguido historiador americano Mr. Prescott, y el Sr. D. Francisco González de Vera, residente en Madrid. A uno u otro de estos señores soy deudor de cuanto más precioso encierra mi colección; pues si el primero ha desempeñado siempre con la mayor bondad y eficacia mis molestos y repetidos encargos de copias de manuscritos en su poder, el segundo se ha anticipado constantemente a mis deseos con sus continuas remesas de libros raros, manuscritos originales o copias; todo con un empeño e inteligencia, que no habrían sido mayores si formara una colección para sí propio. Aprovecho, pues, con el mayor gusto esta ocasión de manifestar públicamente a ambos mi reconocimiento.
México, Diciembre 51 de 1858. [XIII]
Noticia de las piezas contenidas en este volumen
Según queda advertido en el prólogo que precede, este primer tomo se compone en su totalidad de documentos del siglo XVI. Hay dos traducidos del italiano, y uno del latín; los tres llevan al pie el texto respectivo, a fin de que las personas que entiendan la lengua del original no tengan que fiarse de la traducción. El mismo orden ha de seguirse siempre que se publiquen documentos traducidos.
Por regla general se advierte, que cuando ha sido necesario suplir alguna palabra en el texto para perfeccionar la cláusula, se ha cuidado de distinguirla imprimiéndola con letras versalitas, y aunque de esta misma letra se han puesto también las firmas, no hay lugar a equivocación, atendiendo a que estas se hallan siempre al fin de los escritos. De este modo se han excusado infinitas notas, que no harían más que distraer al lector, guardándose al mismo tiempo el respeto debido a los originales.
La Noticia correspondiente a la Historia de los Indios de Nueva España, por Fray Toribio de Motolinía, se halla al frente de dicha obra.
Itinerario de Grijalva
Juan de Grijalva fue natural de Cuéllar, y por lo mismo paisano del adelantado de Cuba Diego Velazquez, de quien era además tan amigo, que muchos les tenían por parientes, aunque en realidad no lo eran. Animado Velázquez con las noticias adquiridas por medio de la expedición de Francisco Fernández de Córdoba (1517), y satisfecho de la conducta de Grijalva en el desempeño de algunas comisiones que le había confiado en Cuba, le envió en 1518 a continuar los descubrimientos en la costa de Yucatán, mandándole entre otras cosas que no fundara ninguna colonia, sino que se limitara a rescatar oro entre los indígenas. La exactitud de Grijalva en el cumplimiento de esta parte de sus instrucciones le acarreó graves disgustos, [XIV] no sólo con la gente que llevaba a sus órdenes, sino aun con el mismo Velázquez, quien a su regreso le reconvino muy injustamente por no haber poblado en tierra que parecía tan rica y feraz. Sin embargo, aquella expedición dio origen a la de Cortés; y así por esto como por haber sido el primero que descubrió las costas del imperio de Moctezuma, y puso nombre a la Nueva España, merece Grijalva un lugar distinguido en nuestra historia.
Años adelante volvió a nuestras costas en la desgraciada expedición de Francisco de Garay, cuya armada tuvo a su cargo, e hizo con ella un papel bien triste, hasta quedar prisionero de los capitanes de Cortés. Pasado algún tiempo le encontramos en Honduras, donde al cabo terminó su carrera en 1526, habiendo sido muerto con otros Españoles en una sublevación de los Indios del pueblo de Olancho. Grijalva era un oficial honrado y obediente; pero sin ninguna de aquellas cualidades que hacen sobresalir a los hombres en tiempos de agitación.
El Itinerario de su expedición a la Nueva España, que ahora publico, si fue escrito por el capellán de la armada, según expresa el título, es obra del clérigo Juan Díaz, que desempeñaba tal cargo en aquella expedición, pero que no debía ser muy amigo del general, a quien censura varias veces con tanta injusticia como dureza. El original castellano no existe, o a lo menos no se ha encontrado hasta ahora, y sólo nos queda la traducción italiana, impresa en una obra antigua de que luego daré noticia. Para la presente edición me han servido de original dos copias manuscritas; una remitida de Boston por el Sr. W. H. Prescott, y sacada de la colección de Don Juan Bautista Muñoz; otra enviada de Madrid, que fue hecha por el célebre Don Martín Fernández de Navarrete, y tiene esta nota al pie:
«Se ha sacado esta copia de un libro en 8º impreso en lengua toscana en Venecia a 17 de Septiembre de 1522, por el heredero de Georgio di Ruscon, que existe con el nº 21, en la Biblioteca -Colombina de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla, rotulado: Itinerario de Varthema. -Además de esta Relación contiene el Itinerario del Egipto, Suria (sic), Arabia Desierta y Feliz, Persia, India y Etiopía, con todas las Islas descubiertas hasta entonces en aquellas regiones de Oriente, usos y costumbres de sus naturales, Religión, Comercio, Navegación &c. Su autor Ludovico de Varthema, Bolognés, que dice anduvo todo: dedicada a la Illma y Exma Señora, la condesa de Albi y Duquesa de Tagliacozzo Madama Agnesina Feltria Colonna. -Confrontose en 28 de Junio de 1793. -Vº Bº. -MARTÍN FERNÁNDEZ DE NAVARRETE».
Del cotejo de ambas copias resultan algunas variantes; mas como son pocas y descubren siempre con claridad el vicio de uno u otro texto, me han servido mucho para la corrección previa, sin haber sido necesario expresarlas al pie de las páginas. En lo que ambos manuscritos van enteramente de acuerdo, es en su detestable ortografía, que me he visto obligado [XV] a conservar, por no exponerme a introducir correcciones indebidas. La puntuación, sobre todo, está en completo desorden, pues cuando no falta del todo, es porque va apareciendo donde menos se necesitaba; y si a esto se añade lo anticuado del estilo, y la mezcla de palabras del dialecto veneciano, se tendrá idea de las dificultades que ofrecía la traducción: sirva esto como disculpa de sus defectos. Fue mi ánimo conservar en ella la mayor fidelidad posible, y al mismo tiempo el estilo anticuado del perdido original castellano. -Hay también una traducción francesa de este Itinerario, publicada por Mr. Ternaux-Compans en el tomo X de sus Voyages, Relations et Mémoires originaux pour servir à l’histoire de la découverte de l’Amérique, (París, 1837-41), la que en verdad no me ha sido tan útil como yo me figuraba al emprender la mía, ni puedo elogiar su exactitud. De ella he tomado la nota que va al fin del documento, la cual no se halla en mis copias, e indudablemente es de Muñoz.
El autor de la obra a que corre unido este Itinerario, es llamado Varthema por unos, y Barthema o Varthema por otros: Ludovicus Patritius le dicen los traductores latinos, y Lewes Vertomannus los ingleses. El título de la obra lo hemos visto ya en las notas de Muñoz y Navarrete; y las ediciones de ella son las siguientes, según Brunet (1): Roma, 1510, 4º; ibíd., 1517, 8º, gót.; Venecia, Zorzi di Rusconi, 1517, 8º; ibíd., Matthio Paganini, sin fecha, 8º; (en ésta y las siguientes se encuentra ya el Itinerario de Grijalva); ibíd., Rusconi, 1520 y 1526; ibíd., Bindoni, 1535, 8º, gót.; Milán, Scinzenzeler, 1522 o 1523, 4º. -Nótase desde luego que ninguna de éstas es la de la Biblioteca Colombina. Barcia (2) da al autor el título de monje bernardo; pero lo juzgo error, porque el mismo Varthema dice en su relación, que tenía mujer e hijos. Señala el citado Barcia una edición de Venecia, por Matheo Pagan, 1508, fol., que sería anterior a todas las que cita Brunet; pero atendiendo a las infinitas erratas que afean la Biblioteca Oriental, y a que ese mismo año de 1508 concluyó Varthema su viaje, creo que se trata de la edición de Mateo Paganini, sin fecha, que trae Brunet, debiéndose leer en Barcia 1518 en vez de 1508, aunque resta la dificultad de que uno la pone en 8º y el otro en folio. Ramusio incluyó también la Relación de Varthema en el tomo 1 de sus Navigationi et Viaggi, (Venetia, 1588, fol. 159) con la extraña advertencia de haberse valido de la traducción castellana de Arcos para corregir el texto italiano.
La traducción latina de Archangelo Madrignano se imprimió en Milán, 1511, fol., y se incluyó después en el Novus Orbis de Gryneo (París, 1532, pág. 164; Basilea, 1537, pág. 187; ibíd., 1555, pág. 235). La inglesa fue obra de Ricardo Eden, quien la tomó de la latina, y la publicó en su [XVI] History of Travayles, (Londres, 1577, 4º, gót.): después se incluyó también en el tomo IV de la reimpresión de los Viajes ingleses de Hakluyt, (Londres, 1809-15). Hay traducciones francesa y alemana; la española salió a luz tres veces en Sevilla, 1520, 1523 y 1576: ignoro si en esta última edición se hallará el Itinerario de Grijalva; pero me inclino a lo contrario, porque el licenciado Cristóbal de Arcos, autor de la traducción, la tomó de la latina, por no haber hallado el original italiano, según dice Barcia; y como aquella se imprimió en 1511, no era posible que incluyese el Itinerario. Por otra parte, si este documento existiera en castellano, e impreso en Sevilla, ¿podría haberse ocultado a dos colectores tan diligentes como Muñoz y Navarrete? El haber sacado ambos copias manuscritas del Itinerario de Grijalva, demuestra la suma rareza del impreso: yo no he visto ninguna edición separada del Itinerario de Varthema, y sólo le conozco en las colecciones ya citadas de Ramusio, Gryneo, Eden y Hakluyt.
Del viaje de Grijalva escriben todos los autores de Indias; pero la relación más extensa es la de Oviedo en su Historia General y natural de Indias, lib. XVII, cap. 8-18.
Vida de Hernán Cortés
En la nota que sigue a este documento (pág. 356) pueden verse las conjeturas de Don Juan Bautista Muñoz acerca del nombre de su autor, que se cree con fundamento haber sido Juan Cristóbal Calvet de Estrella. Allí se registran también cuantas noticias pueden desearse, relativas al documento en sí y a su origen, de modo que sólo me resta advertir, que para la presente edición me han servido dos copias; una remitida de Boston por el Sr. W. H. Prescott, y otra de Madrid por el Sr. Don Francisco González de Vera. Con el auxilio de ambas se ha restablecido el texto, viciado en algunos lugares por descuido de los copistas; penosa tarea de que tuvo la bondad de encargarse el Sr. Don J. Bernardo Couto, así como de revisar detenidamente la traducción que yo había hecho, llegando su eficacia hasta corregir las pruebas de ambos idiomas al tiempo de la impresión. Con tal auxilio no puede quedarme duda del feliz éxito del trabajo; y es de toda justicia advertir que lo bueno que en él se halle no puede pertenecerme; sólo reconozco por míos los descuidos que se noten, porque sin duda estaban en mis primeros borradores, y consiguieron escaparse a la perspicacia del revisor.
La fecha de este fragmento puede fijarse aproximadamente por lo que su autor escribe en la pág. 321. Dice que a la sazón era obispo de Santo Domingo Don Alonso de Fuenmayor; y habiendo ocupado la silla este prelado de 1548 a 1560, entre estos doce años queda dudosa la composición del escrito. Es extraña la coincidencia que se nota entre muchos pasajes [XVII] de él y otros de la Crónica de Gómara, y creo que alguno aprovechó los trabajos del otro. Mas habiéndose publicado por primera vez la obra de Gómara en 1552, no es posible aclarar quién escribió primero: me inclino a favor de Gómara. Muéstrase nuestro autor anónimo sumamente parcial de Hernán Cortés, y no se toma el trabajo de ocultarlo; su latín es bueno, y el estilo agradable. Se habría leído con gusto la obra completa; pero no creo que su hallazgo, si llegó a escribirse, nos hiciera conocer mejor a Hernán Cortés.
Carta del licenciado Zuazo
Nació el licenciado Zuazo en la villa de Olmedo hacia el año de 1466. Pasó a la isla de Santo Domingo con los monjes gerónimos enviados por el cardenal Cisneros a gobernar las colonias españolas, llevando el cargo de administrar la justicia civil y criminal, por ser cosa ajena de la profesión religiosa de los gobernadores. Desempeñó en la isla muchas e importantes comisiones; fue enviado a Cuba para residenciar a Diego Velázquez, y por consejo de éste pasó a México con motivo de las diferencias ocurridas entre Garay y Cortés sobre la gobernación de Pánuco, y para tratar de avenirlos, como amigo que era de ambos. Habiendo marchado luego Cortés a la expedición de las Hibueras, quedó Zuazo por gobernador en compañía de los oficiales reales; y después de varias alternativas fue depuesto por sus compañeros y enviado preso a Cuba, so pretexto de que fuera a dar su residencia. Allí le aguardaba en efecto el licenciado Altamirano para tomársela; pero salió libre y absuelto de todo cargo. Por último el rey, en premio de sus servicios, le nombró oidor de la audiencia de Santo Domingo, donde parece que terminó sus días en 1527 (3).
La carta que ahora publico fue dirigida al Padre Fray Luis de Figueroa, uno de los monjes jerónimos gobernadores de la Española, que ya había regresado a la Península. Del contexto del primer párrafo aparece que al regreso de Grijalva fue el licenciado uno de los que quisieron armar expedición para continuar los descubrimientos, y que Fray Luis se lo estorbó. La mayor parte de las noticias de la carta se encuentran en otros autores coetáneos; pero hay algunas curiosas por su exageración, distinguiéndose entre todas la singularísima de existir entre los Indios el tribunal de la Inquisición. Con razón dice el autor que fue cosa «de que yo más admiración tuve que de todas las pasadas».
El grave letrado no creyó ofensivas a la decencia ciertas expresiones que estampó hacia el fin de su carta; pero no ha sido posible permitir que la [XVIII] imprenta las reproduzca. Fuera de eso se ha seguido fielmente el manuscrito remitido de Boston por el Sr. W. H. Prescott.
En el lugar citado de la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, se encuentra una larga carta de Zuazo al Señor de Xevres (Mr. de Chievres), en que le da noticia de los excesos cometidos contra los Indios de la Española, e indica varios remedios, entre ellos la importación de negros.
El conquistador anónimo
De la célebre colección de Juan Bautista Ramusio he sacado esta breve relación del estado de la Nueva España en la época de la conquista. El original castellano ya no existe, o a lo menos no se conoce hasta ahora; y este precioso documento se habría perdido, como tantos otros, a no haber sido por la traducción italiana que nos ha conservado Ramusio.
Clavigero fue, según entiendo, el que por no haber logrado descubrir el nombre del autor de esta relación le llamó «El Conquistador anónimo» y así se le cita comunmente desde entonces. Lástima fue que el anónimo no escribiese una obra más extensa, o que si la escribió se haya perdido, pues sería sin duda uno de nuestros mejores documentos históricos. Los escritores modernos hacen grandes elogios de esta relación, comenzando por el mismo Clavigero, quien dice así: «EL CONQUISTADOR ANÓNIMO. Así llamó al autor de una breve, pero harto curiosa y apreciable relación que se halla en la Colección de Ramusio con este título: Relazione d’un gentilhuomo di Ferdinando Cortès. No he podido adivinar quién sea ese gentilhuomo, porque ningún autor antiguo lo menciona; pero sea quien fuere, es verídico, exacto y curioso. Sin hacer mención de los sucesos de la conquista, cuenta lo que vio en México, de templos, casas, sepulcros, armas, vestidos, comidas, bebidas &c. de los Mexicanos, y nos manifiesta la forma de sus templos. Si su obra no fuera tan sucinta, no habría otra que pudiera comparársele, en lo que toca a antigüedades mexicanas (4). Breve ma sugosa relazione, la llama el docto jesuita Márquez (5), y Mr. Ternaux-Compans habla de ella en estos términos: «El autor, cuyo nombre ignoro, era sin duda uno de los capitanes del ejército de Cortés: la relación es tanto más curiosa, cuanto que dejando enteramente a un lado, las operaciones militares, ya bastante conocidas, se dedicó principalmente el autor a tratar de las costumbres de los indígenas. Era buen observador, y se encuentran en este opúsculo varios pormenores curiosos que en vano buscaríamos en otra parte. Es fácil conocer por muchas [XIX] circunstancias, que esta relación fue escrita muy poco después de la conquista (6).
Cuantas Investigaciones se emprendan para descubrir el nombre del autor, han de ser necesariamente infructuosas, porque en todo el documento no se encuentra la menor indicación que ponga en vía de llegar a la verdad. Los autores antiguos tampoco le mencionan, como expresamente lo dice Clavigero, y así es que el soldado historiador guardaba en paz el anónimo, hasta que en estos últimos tiempos se empeñó en sacarle de su oscuridad uno de nuestros más conocidos escritores. Hablo de Don Carlos María de Bustamante, quien con débiles fundamentos creyó haber descubierto lo que todos ignoraban. Con gran seguridad asentó en varios lugares de sus voluminosas obras (7) que el autor de esta relación fue Francisco de Terrazas, mayordomo de Cortés; mas como lo hizo comúnmente sin exhibir pruebas de su aserto, es preciso limitar el examen a los pocos pasajes en que manifestó las razones que le decidieron a abrazar y sostener esa opinión.
En el libro XII de la Historia del Padre Sahagún, que imprimió por segunda vez el año de 1840 (8), a la pág. 223, se encuentran estas palabras: [XX] «Yo entiendo (descansando en la opinión del Sr. Veytia) y en la de D. Alonso de Zurita (cuyos manuscritos poseo), que era el mayordomo mayor de Cortés llamado Francisco de Tarrazas (sic), el cual escribió en octavas la conquista de México, que no llegó a ver la luz por la imprenta como la de los Araucanos por Don Alonso de Ercilla (9)». Aquí tenemos ya dos autoridades; Veytia y Zurita. En cuanto al primero, aunque he registrado de nuevo su Historia Antigua, incluso el prólogo que falta en la edición mexicana y se publicó luego en la Colección de Kingsborough, nada he encontrado que verifique la cita de Bustamante. Únicamente en el apéndice del editor, Don Francisco Ortega, es donde se ve esta nota: «Llama Clavigero Conquistador anónimo al autor de una relación que se supone escrita por un gentilhombre de Hernán Cortés, cuyo nombre no se ha podido averiguar, porque ningún otro autor lo menciona». (T. III, p. 279). Claro es que nadie como el editor de una obra podía conservar fresco el recuerdo de lo que en ella se contenía; y si Veytia apuntase la más ligera noticia del autor de esta relación, el Sr. Ortega no habría confesado que participaba de la ignorancia general. Leí después los Baluartes de México, del mismo Veytia, sin encontrar nada tampoco; y no conozco otra obra impresa de este autor.
Más curiosa es todavía la historia de la cita del Sr. Zurita, cuyo manuscrito poseía Bustamante. Tenía en efecto un manuscrito anónimo (10), que quiso aplicar al oidor Zurita, y con tal nombre lo citó muchas veces en sus obras, especialmente en las Mañanas de la Alameda; pero el tal manuscrito no es del doctor Zurita, sino la Historia de Tlaxcala, de Diego Muñoz Camargo, que Bustamante halló anónima y bautizó con su acostumbrada ligereza. En este manuscrito de Camargo (el Zurita de Don Carlos), sólo se encuentra relativo a Francisco de Terrazas el siguiente breve pasaje: «… habiendo pasado muy grandes trabajos y sucesos inauditos, él [XXI] (Cortés) y sus compañeros en esta grande y atrevida jornada que hizo de las Higueras, según que más largamente lo tratan los cronistas, y lo refiere en particular Francisco de Terrazas en un tratado que escribió del aire y tierra». (11) Y Bustamante agrega en nota: «Este Francisco de Terrazas fue gentilhombre y mayordomo de Cortés, que llevó un diario de la conquista: llámasele el escritor anónimo, &c». Nótase desde luego que el asunto de la obra que escribió Terrazas, según Camargo, es muy diverso del de la Relación anónima; allí se habla de un tratado del Aire y Tierra, donde se hacía memoria de la grande y atrevida jornada de las Higueras, al paso que en la Relación no se nombra nunca a Cortés, ni se dice palabra de tal expedición (12).
El empeño de Bustamante en hacer a Terrazas autor de la obra que nos ocupa, le hizo caer en otro nuevo error. En el ejemplar de la Biblioteca de Beristain que fue suyo y hoy para en mi poder, al margen del artículo TERRAZAS (Don Francisco), puso esta nota de su puño: «Este fue, a lo que entiendo, el incógnito mayordomo de Hernán Cortés que llevó el diario de su expedición a México. Llámasele también el Anónimo. Es bastante exacto. Esta última calificación parece posterior a la nota, porque está escrita con distinto corte de pluma.
Beristain no da noticia alguna de este Francisco de Terrazas, y sólo le incluyó en su Biblioteca porque Cervantes en el Canto de Calíope, inserto en el libro IV de su Galatea, puso estas dos octavas:
«De la región antártica podría
eternizar ingenios soberanos,
que si riquezas hoy sustenta y cría,
también entendimientos sobrehumanos:
mostrarlo puedo en muchos este día,
y en dos os quiero dar llenas las manos:
uno de Nueva España y nuevo Apolo,
del Perú el otro, un sol único y solo.
Francisco el uno de Terrazas tiene
el nombre acá y allá tan conocido,
cuya vena caudal nueva Hipocrene
ha dado al patrio venturoso nido:
la mesma gloria al otro igual le viene,
pues su divino ingenio ha producido
en Arequipa eterna primavera,
que éste es Diego Martínez de Ribera».
La Galatea fue escrita en 1583, y las palabras de Cervantes indican bien claro que el poeta de quien habla era Mexicano y aún vivía entonces, [XXII] mientras que el supuesto autor de la Relación anónima era Español y llevaba muchos años de muerto, puesto que falleció en 1549, siendo alcalde ordinario de México (13).
De todo esto parece resultar que hubo dos individuos con el nombre de Francisco de Terrazas, que acaso serían padre e hijo; pero que no consta que ni uno ni otro fuese autor de esta relación. Es extraño que del poeta elogiado por Cervantes no quede ya otra memoria, a lo menos que yo sepa, pues ignoro de donde tomaría Bustamante la especie apuntada arriba, de que un Francisco de Terrazas escribió en octavas la historia de la conquista de México. Lo indudable es que cuando Bustamante dio en que Terrazas era el autor de la relación anónima, no había leído esta. Hemos visto que la llama Diario de la Conquista, siendo una cosa muy diversa. Dudo además que Bustamante poseyera el italiano; pero aun cuando así fuera, no creo probable que hubiese tenido a mano una obra tan rara como la de Ramusio (14). La Relación anónima no había salido de allí, hasta que Ternaux publicó la traducción francesa (15): ésta tuvo Bustamante en sus últimos años (16), y de su lectura pudo sacar la calificación de Es bastante exacto, que añadió a la nota de la Biblioteca de Beristain, según acabamos de ver.
¿Pues cuál fue entonces el motivo que tuvo Bustamante para adoptar y sostener esa opinión? No creo haya sido otro sino la calificación de gentilhuomo que se da al autor en el título de la obra. El traductor de Clavigero pone por correspondiente a esta palabra la española gentilhombre; y considerándola Bustamante como sinónimo de mayordomo, hizo autor del escrito a Terrazas, que desempeñaba ese oficio, según Bernal Díaz. Me [XXIII] confirma en esta sospecha el advertir que le da ambos títulos en la nota a la Historia de Tlaxcala.
Si el nombre del autor ha de averiguarse por los dictados que tenga en el título de la obra, sería preciso asegurarse previamente de que el tal título estaba en el original castellano, y no fue añadido por Ramusio. Aun suponiendo lo primero, quedaría por saber cuál era la palabra española que había en el lugar de la italiana gentilhuomo. Dudo desde luego que el original castellano llevara título alguno, porque no siempre lo ponían, y menos en documentos de corta extensión: dudo también que la división en párrafos y los epígrafes de éstos vengan del original. Pues para que la calificación de gentilhuomo tuviera todo su valor, era preciso que conociéramos la castellana que le dio origen, y mientras esto no se logre, sólo por conjetura podremos señalar cuál era el dictado que Ramusio tradujo por gentilhuomo; siempre en el supuesto inseguro de que el título que hoy tenemos sea traducción del español.
La primitiva acepción de aquella palabra italiana es la de uomo nobile, (vir nobilis, patricius), (17) y en tal sentido corresponde simplemente a la castellana hidalgo. En efecto, en el antiguo Vocabulario de las Lenguas Toscana y Castellana, de Cristóbal de las Casas, (Sevilla, 1583, 4º) veo que gentilhuomo es caballero, hidalgo. Y el autor incógnito del Diálogo de las Lenguas confirma más claramente aún esta correspondencia (18).
Años ha que consulté mis dudas con el Sr. Don José Fernando Ramírez, residente entonces en Durango, y en respuesta a ellas se sirvió dirigirme una carta tan curiosa como erudita, que siento no poder insertar aquí por su mucha extensión. En ella, después de fijar con profundas investigaciones y gran copia de ejemplos los diversos significados de las palabras hidalgo y gentilhombre, acaba por expresar su opinión en estos términos: «De todo concluyo que la inscripción de la relación del Conquistador anónimo pudo muy bien haber expresado en su original la palabra gentilhombre, que Ramusio no haría más que traducir, juzgando poco probable que el narrador empleara la de hidalgo, atendiendo a que ésta no puede ser regida con propiedad por la preposición de, si no es cuando se trate de designar la procedencia u origen de la persona, v. gr. hidalgo de Medellín; «mas no para expresar una calidad gentilicia de familia, como la de hidalgo de Hernán Cortés».
La objeción del Sr. Ramírez es de tal naturaleza, que a pesar de todo [XXIV] lo expuesto, parece indudable que la palabra hidalgo no estaba en el título castellano, si acaso lo hubo. Suponiendo, pues, que gentilhuomo sea traducción de gentilhombre, e indique un cargo inmediato a la persona de Cortés, tendremos todavía que elegir entre los individuos que desempeñaban esa clase de empleos, según Bernal Díaz (cap. CCIV), y la lista de Conquistadores del Sr. Orozco y Berra (19), a saber: Cristóbal Martín de Gamboa, caballerizo; Simón de Cuenca y Francisco de Terrazas, mayordomos; Hernández, Valiente y Villanueva, secretarios; y Juan Díaz, que traía a su cargo el rescate e vituallas. Aunque no deban entrar en esta cuenta los pajes, camareros, maestresalas, reposteros, cocineros, cetreros, botiller, despenseros &c., conviene advertir que constan los nombres de todos, sin que haya ninguno a quien se dé el título de gentilhombre de Hernán Cortés.
De aquí concluyo que no existe prueba alguna para afirmar que Francisco de Terrazas sea el autor de la Relación anónima, pero tampoco la hay para negarlo, antes bien tiene a su favor la circunstancia de saberse por Camargo que había escrito de sucesos de la conquista, lo cual prueba que era hombre de pluma, y por lo mismo no sería extraño que escribiera también de las costumbres de los naturales. Al tiempo de la conquista estaba en la mejor edad para observar y escribir, pues declarando en el proceso de residencia de Pedro de Alvarado, dijo en 1529, que tenía cuarenta años, poco más o menos; lo que hace fijar la fecha de su nacimiento hacia 1489.
Pero sea como fuere, y por estar la cuestión indecisa, no quise usar en el título del escrito la palabra gentilhombre, adoptando, para no errar, la designación más vaga de compañero de Hernán Cortés. En lo demás he procurado traducir literalmente, conservando en lo posible hasta el estilo anticuado del original.
Mr. Ternaux-Compans publicó una traducción francesa del Anónimo en el tomo X de sus Voyages, según queda advertido. Es en general bastante exacta; pero no carece de omisiones y descuidos, ni parece haber sido desempeñada con grande esmero. Omitió las estampas del Ramusio, y yo me he creído obligado a reproducirlas, aunque son dibujos de puro capricho. Pero la del templo ha adquirido cierta celebridad que no merece, y sobre todo no debo apartarme de mi propósito de no omitir nada de los originales. En la reimpresión del texto italiano se ha seguido con toda fidelidad el Ramusio de 1556.
Y ya que a este célebre geógrafo debemos la conservación de tan precioso documento, justo será apuntar aquí algunas noticias de su vida y obras. Juan Bautista Ramusio, Ranusio o Ramnusio, nació en Venecia el año de 1485, de familia noble, y contaba entre sus ascendientes varios [XXV] hombres distinguidos en ciencias y literatura. Desde muy joven obtuvo en su patria cargos públicos, para cuyo desempeño tuvo que hacer muchos viajes, especialmente en Francia, donde fue muy bien acogido por el rey Luis XII. Vuelto a su país, en premio de sus servicios fue nombrado secretario del Consejo de los Diez, cuyo empleo parece que renunció algun tiempo después. Retirose entonces a Padua, y allí murió el 10 de Julio de 1557, a la edad de 72 años (20). Fue Ramusio muy versado en literatura clásica, tenía museo de antigüedades, y a mediados del siglo pasado aún se conservaba en el Vaticano un códice de inscripciones antiguas recogidas por él (21). También se le cuenta por uno de los fundadores de la Academia creada por el célebre Aldo Manuzio para cuidar de las ediciones griegas y latinas que producían sus prensas; pero esto es algo dudoso, porque habiéndose verificado la fundación de la Academia en 1500, Ramusio no tenía entonces más que quince años (22). En sus viajes tuvo ocasión de aprender el francés y el español, idiomas que poseyó como el patrio; era además muy instruido en geografía, astronomía y náutica, de modo que reunía todas las cualidades necesarias para desempeñar dignamente el trabajo que emprendió. Pero desconfiando aún de sus propias fuerzas, sostenía activa correspondencia con muchos sabios y viajeros, en especial con Pedro Bembo, Andrés Navagero, Baltasar Castiglione, Gerónimo Fracastoro, Sebastián Caboto y el cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo, quienes le remitían sus propios escritos, o le proporcionaban los ajenos, comunicándole también cuantas noticias podían serle útiles para su obra. Cerca de treinta años pasaron entre formar el plan de ella y comenzar la ejecución (23); no es, pues, extraño que antes de terminarla ocurriese la muerte del autor.
La Colección de Ramusio se compone de tres volúmenes en folio, y de cada uno de ellos se hicieron repetidas ediciones, todas en Venecia y en casa de los Juntas, familia célebre de impresores, rivales de los Aldos. El primer tomo se publicó por primera vez en 1550, y se halla reimpreso en 1554, 1563, 1588, 1606 y 1613. Comprende relaciones de viajes antiguos, y de otros recientes a las Indias Orientales; con más, dos relaciones de Américo Vespucio, y otras dos del viaje de Magallanes.
El segundo tomo no salió a luz hasta 1559, muerto ya Ramusio, y después de publicado el tomo tercero. La causa del retardo fue, como explica [XXVI] el impresor Tomás de Junta, el haberse acopiado antes los materiales para el tomo tercero, cuya publicación no quiso detener. Y aun quedó al fin sin concluir el segundo, pues para darle igual grueso que a los otros, fue preciso que el impresor añadiese algunos viajes. Todos los de este tomo se refieren al Oriente y Norte, y entre ellos están los de Marco Polo. Hay reimpresiones de 1574, 1583 y 1606.
El tomo tercero está exclusivamente destinado a la América. La primera edición es de 1555, y se volvió a imprimir en 1563 y 1606. He aquí la lista de las piezas que contiene la edición de 1556.
Discurso (de Ramusio) sobre el tercer tomo.
Sumario de la Historia de las Indias Occidentales, sacado de las obras de Pedro Mártir de Angleria.
Sumario de la Natural y General Historia de las Indias, compuesto por Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés.
La General y Natural Historia de las Indias, por él mismo; en 20 libros.
Hernando Cortés. Segunda, Tercera y Cuarta Relación de la Nueva España.
Pedro de Alvarado. Dos cartas a Hernando Cortés.
Diego de Godoy. Carta a Hernando Cortés.
Relación de un gentilhuomo de Cortés. (El Conquistador anónimo.)
Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Relación de lo sucedido a la armada de Pántilo de Narváez. (1527-36.)
Discurso (de Ramusio) sobre la Relación de Nuño de Guzmán.
Relacion de Nuño de Guzmán, escrita en Omitlán, provincia de Mechuacán de la Mayor España, a 8 de Julio de 1530.
Discurso (de Ramusio) sobre la relación de Francisco de Ulloa.
Relación de la armada de Cortés, en que iba por capitán Francisco de Ulloa.
Discurso (de Ramusio) sobre los tres viajes que siguen.
Sumario de cartas de Francisco Vázquez Coronado, escritas en Culiacán a 8 de Marzo de 1539.
Carta del virrey Don Antonio de Mendoza al Emperador.
Relación del R. P. Fray Marcos de Niza.
Relación del viaje de Francisco Vázquez Coronado.
Relación de los descubrimientos que hizo por mar el capitán Hernando de Alarcón, por orden del virrey Don Antonio de Mendoza.
Discurso (de Ramusio) sobre el descubrimiento y conquista del Perú.
Relación de la conquista del Perú, por un capitán español.
Relación de la misma conquista, por Francisco de Xerez.
Relación de la misma, por Pedro Sancho.
La navegación del grandísimo río Marañón, por Gonzalo Fernández de Oviedo.
Discurso (de Ramusio) sobre la Nueva Francia.
Relación de Juan de Verrazzano, Florentino, escrita en Dieppe, a 8 de Julio de 1524.
Discurso de un gran capitán de mar, residente en Dieppe, sobre las navegaciones hechas a la Nueva Francia.
Primera y Segunda Relación de Jaime Cartier, de la tierra nueva llamada la Nueva Francia, descubierta el año de 1534.
Con esto termina el volumen en las ediciones de 1556 y 1565; la de 1606 contiene además:
Cesar de’Federici. Viage á la India Oriental. -Tres navegaciones de Holandeses y Zelandeses a la China, a la Nueva Zembla y a la Groenlandia. [XXVII]
Como no todas las ediciones de cada volumen contienen las mismas piezas, sino que los impresores fueron añadiéndolas sucesivamente; si se quiere tener un ejemplar completo de la Colección deben elegirse las ediciones siguientes (24):
Tomo I.- 1563, 1588, 1606 ó 1613.
Tomo II.- 1583 ó 1606.
Tomo III.- 1606.
Nunca quiso Ramusio poner su nombre al frente de esta obra, y las impresiones que se hicieron durante su vida no llevan más que este título: Primo (serondo ó terzo) volume delle Navigationi et Viaggi; nel quale si contengono…. y sigue el catálogo de los viajes comprendidos en aquel tomo.
Pero después de su muerte, el impresor Tomás de Junta publicó el nombre del colector, añadiendo desde entonces en las portadas las palabras raccolto già da M. Gio. Batt. Ramusio.
Había éste acopiado ya los materiales necesarios para el cuarto tomo (25), y aun los tenía entregados en la imprenta; pero habiendo sufrido ésta un incendio en el mes de Noviembre de 1557, pereció allí el manuscrito. El autor había muerto cuatro meses antes, y de ese modo la obra quedó reducida a los tres volúmenes. La falta del cuarto es tanto más sensible, cuanto que también debía contener documentos relativos a la América.
La Colección de Ramusio no ha vuelto a imprimirse desde 1613, y los ejemplares son ya bien raros. A pesar de su antigüedad, y de los infinitos trabajos de la misma especie que han visto después la luz pública, se mira aún con grande aprecio. El autor es muy digno de nuestra gratitud por el inmenso trabajo que puso en reunir, revisar, traducir y dar a luz tantos documentos; a que se agrega, y no es poco, la incorrección de los manuscritos que adquiría (26). Cerraré, pues, esta breve noticia con el merecido elogio que del autor y de la obra hizo un sabio francés. «Es, dice, una colección preciosa, poco alabada por los libreros, poco buscada por los aficionados a libros bellos, porque no está adornada de láminas, sino de grabados en madera que nada tienen de agradable; pero los sabios la estiman, y los geógrafos la consideran hasta hoy como una de las coleccciones más importantes. Tanto a causa de los viajes que había hecho él mismo, como por sus grandes conocimientos en historia, geografía e idiomas, y en fin, por su extensa correspondencia con las personas que podían ayudarle en su empresa, reunía Ramusio los elementos necesarios para formar una excelente colección (27)». [XXVIII]
Carta de Diego Velázquez al licenciado Figueroa
Las desavenencias entre Cortés y Velázquez produjeron una multitud de escritos, públicos y privados, en que ambas partes quisieron atribuirse la justicia y sostener sus respectivos derechos. Aunque esta controversia tiene poco interés en sí misma, conviene conservar sus documentos, ya porque figura en ella un grande hombre, y ya porque con motivo de la disputa se esclarecen algunos pautos de nuestra historia. Varias piezas tocantes a este pleito publicó ya Don Martín Fernández de Navarrete en la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, y yo las habría reproducido aquí, añadiendo en sus lugares las que están en mi poder, con el objeto de presentar reunido todo lo concerniente al negocio, a no haber sido por la necesidad de dar cabida a otras piezas inéditas y más importantes. -Con lo publicado hasta ahora, parece que el pleito entre Cortés y Velázquez se encuentra ya en estado de sentencia; y si el éxito de la empresa no hubiera sido tan brillante, acaso la posteridad no habría justificado u olvidado tan pronto la defección de Cortés.
Para la impresión de esta carta me he servido de una copia remitida de Boston por el Sr. W. H. Prescott.
Pesquisa de la audiencia de la española
La resolución tomada por Diego Velázquez, de remitir a las armas la decisión de sus diferencias con Hernán Cortés, llamó al fin la atención de las autoridades; y previendo los males que de semejantes discordias habían de resultar, quisieron evitarlos estorbando el rompimiento. A tal fin se encaminaba la presente información, que no aparece concluida, a lo menos en la copia de que me he servido y que debo al favor del Sr. Prescott; pero es sabido que no pudiendo la Audiencia disuadir a Velázquez de su propósito, determinó que el licenciado Ayllón, uno de los oidores, viniese en la armada, para contener en lo posible al comandante Pánfilo de Narváez, y procurar un avenimiento pacífico. También es sabido que Ayllón no logró su objeto, y antes fue preso y enviado a la Española por el mismo Narváez, con lo cual adquirió la causa de Velázquez un poderoso ememigo.
Probanza en la villa Segura de la Frontera
El objeto de esta información fue probar que Cortés había hecho todos los gastos de la armada que trajo a la conquista de la Nueva España, sin que Velázquez pusiera en ello cosa alguna. Así lo declararon muchos testigos, entre ellos el Padre Fray Bartolomé de Olmedo; siendo de notarse que entre los que declaran ahora todo cuanto convenía a Cortés, hay algunos, [XXIX] que convertidos después en enemigos suyos, le acriminaron todo lo posible en el juicio de residencia.
Los huecos que se observan en la impresión, existen asimismo en la copia que ha servido de original, y que, como las anteriores, debo al favor del Sr. Prescott.
Probanza hecha en la Nueva España del mar Océano, &c.
El título mismo de este documento expresa su contenido. Declararon en esta segunda información la mayor parte de los testigos de la anterior, y ambas fueron hechas a pedimento de Juan Ochoa de Lejalde, apoderado de Cortés. La presente no tiene indicación de lugar ni fecha, y aun parece no estar concluida. Se ha impreso según copia remitida de Boston por el Sr. Prescott.
Carta del ejército de Cortés al emperador
Esta carta, poco interesante por su contenido, pues se reduce a la narración de hechos conocidos y a pedir que no se quitase a Cortés la gobernación, es curiosa por las muchas firmas que lleva al pie, y que forman una lista de más de quinientos conquistadores. Entre ellos aparecen nombres desconocidos hasta ahora, al paso que faltan otros de los más notables. No ha sido poco el trabajo impendido en preparar este manuscrito para la prensa, como podrá conocerlo cualquiera que haya manejado algo de papeles antiguos, y sepa que nada hay tan difícil como descifrar firmas. El copiante primitivo incurriría en bastantes equivocaciones, y los siguientes irían añadiendo algunas más. Así es que en la copia remitida de Boston por el Sr. Prescott, había muchos nombres enteramente ilegibles. Fue, pues, necesario restablecerlos con el auxilio de otros documentos, y quedaron al fin algunos dudosos, que se distinguen por ir de letra cursiva; éstos debe recibirlos el lector con cierta desconfianza. Véase además lo que acerca del número de firmas se dice en la nota que va al pie del documento, pág. 456.
Esta carta carece de fecha, y lo que es más, de la larga antefirma que nunca faltaba cuando se escribía al Emperador, según puede verse en las págs. 483 y 511 del presente volumen. Acaso alguno de los copiantes suprimió ambas cosas, juzgándolas inútiles.
Demanda de Ceballos
No lleva fecha esta terrible acusación contra Cortés; pero del contexto se deduce que fue escrita en México hacia 1531. Se coloca en este lugar para que haga compañía a las piezas que preceden, relativas a las desavenencias [XXX] entre Cortés y Velázquez, pues atendiendo sólo al orden cronológico, habría tenido lugar más adelante. En la nota que lleva al pie, se queja ya Muñoz de los descuidos del primer escribiente; los que le siguieron añadirían otros, y así no es de extrañar que costara algún trabajo la corrección de la copia remitida por el Sr. Prescott.
Ordenanzas de Cortés
La importancia de este documento histórico, y su corta extensión, me decidieron a incluirlo en este volumen, a pesar de haberlo ya impreso el Sr. Prescott en el Apéndice a su Historia de la Conquista de México, y por consiguiente se halla repetido en las tres traducciones castellanas. Pero como en éstas los documentos del Apéndice son meras reimpresiones de la edición de Nueva York, la cual parece haber sido hecha por persona cuyo idioma nativo no era el castellano, pasaron todos los errores del manuscrito, que he podido corregir teniendo a la vista una copia que me remitió el mismo Sr. Prescott.
Lo que pasó con Cristóbal de Tapia
Cristóbal de Tapia, enviado a la colonia en 1521 con el alto carácter de gobernador y juez pesquisidor, presentó sus provisiones reales a los procuradores de las ciudades, acompañados con los de Cortés, y pidió se le admitiese al ejercicio de ambos empleos. Los procuradores rehusaron recibirle, alegando varias razones, en verdad harto débiles, y que le fue fácil a Tapia contestar victoriosamente. He aquí en suma el contenido de este curioso documento, que parece no estar completo. Su lectura deja el ánimo rendido a la fuerza de las razones de Tapia; pero no por eso prescinde de una profunda convicción de que su entrada al gobierno habría causado infinitos males a la colonia, y quizá su completa ruina. ¿Qué habría sido de ella si en el mismo año de la conquista saliera el mando de las diestras y vigorosas manos de Cortés, para caer en las de un recién venido como Tapia? La resistencia de los procuradores fue ilegal sin duda, y así como salvó al país, pudo también haber encendido una guerra civil. Por fortuna el nuevo gobernador no era hombre para tanto, bajo ningún aspecto; y convencido, no por los requerimientos de los procuradores, sino por otros argumentos de más peso, que en forma de tejos de oro le remitió Cortés para comprarle a buen precio sus equipajes, tomó el prudente partido de regresar a su casa, reservándose el hacer luego en la corte todo el daño posible al Conquistador.
La impresión del documento se ha hecho conforme a la copia remitida de Boston por el Sr. Prescott. [XXXI]
Instrucción a Francisco Cortés
Nada particular ocurre que advertir acerca de este documento, que debo también al Sr. Prescott. La villa de Colima fue poblada por Gonzalo de Sandoval en 1523, después de vencer a los naturales, que el año anterior habían derrotado a Cristóbal de Olid. La creencia de que existían Amazonas en aquel rumbo, provino, según Herrera, de haber una provincia con el nombre de Cihuatlán, que significa lugar de mujeres.
En estas instrucciones se admira, como siempre, la previsión de Cortés, y la facilidad con que su grande ánimo podía atender simultáneamente a las mayores empresas y a los pormenores más insignificantes.
Carta inédita de Hernán Cortés
Entre los manuscritos que he reunido, ninguno estimo tanto como el original de esta carta. Consta de cuatro fojas en folio, de las que hay escritas siete páginas; el sobrescrito ocupa la octava. La letra es muy pequeña y clara, siendo únicamente de puño de Cortés la firma y las palabras que le preceden, las cuales se han puesto de letra cursiva en esta impresión.
La carta tiene la misma fecha que la Cuarta Relación, es decir, el 15 de Octubre de 1524, y comprende la parte secreta de los informes de Cortés al Emperador. Es probable que igules cartas reservadas acompañasen a las demás relaciones, pues tenemos también la de la Tercera (28), aunque es de poquísimo interés. No sucede lo mismo con la presente, porque conforme corría el tiempo y crecía la importancia de la colonia, la máquina del gobierno se complicaba y eran de más difícil resolución las cuestiones que iban apareciendo. El asunto principal de la carta es la exposición de los motivos que había tenido Cortés para no dar cumplimiento a ciertos capítulos de las instrucciones que había recibido, y lo hace con tal franqueza que a veces toca en atrevimiento. Muestra también su impaciencia por las trabas que le imponían los oficiales reales, y pide al Emperador los contenga en sus justos limites, o les deje de una vez todo el gobierno. Anuncia su resolución de ir al castigo de la rebelión de Olid, rechazando de paso la imputación de haberse rebelado él antes contra Velázquez, y concluye quejándose en pocas palabras, llenas de amarga ironía, por la mezquina recompensa señalada a sus grandes servicios.
Esta preciosa carta era no sólo inédita, sino enteramente desconocida. Luego que vino a mis manos no faltó quien tomase subrepticiamente una copia de ella para regalarla a la Real Academia de la Historia de Madrid; como si yo hubiera podido negar cosa alguna que se me pidiera para tan [XXXII] ilustre corporación. Poco después imprimí suelta esta carta en un cuadernito en 8º de 14 hojas. Dos particularidades tiene esta edición; la una, el estar hecha con pequeños caracteres góticos de los usados en el siglo XVI, y la otra, el no haberse impreso sino sesenta ejemplares, que no se han puesto en venta (29). De manera que la presente edición viene a ser en realidad la segunda. Es inútil decir que una y otra reproducen el original con la mayor fidelidad posible.
Hasta principios de este siglo no se conocían más escritos de Cortés que tres de sus cartas de relación. Posteriormente se han publicado algunos otros; pero nunca se han reunido en colección, y ni siquiera existe una noticia bibliográfica de ellos. La mejor es la de Navarrete (30), y sólo comprende la lista no completa de las cartas de relación. Don Nicolás Antonio nos deja admirados con su diminuto e inexacto artículo de Cortés; parece que aquel gran bibliógrafo veía con poco aprecio lo relativo a las inmensas colonias de su patria, según la negligencia con que formó esta parte de su obra. Sirva de muestra lo que dice de Cortés (31).
«HERNANDO CORTÉS, natural de Medellín, esclarecido conquistador de la Nueva España en Occidente, bajo los auspicios de Don Carlos Emperador y Rey de España, marqués del Valle de Oajaca, cuya fama brillará hasta las generaciones más remotas por la prudencia, fortaleza y bizarría de sus acciones; viene también a ilustrar este catálogo por razón de las cuatro cartas que dicen escribió con la relación de sus propios hechos en las Indias, de las cuales sólo se ha publicado la última, que se imprimió en folio el año de 1525. Dícese, sin embargo, que los Alemanes las tienen todas en su idioma. Valerio Andrés Taxandro en su Catálogo de Escritores de España, refiere también que dos de estas Relaciones de la Nueva España del Mar Océano, dirigidas a Carlos V, Emperador de Romanos, se publicaron en Colonia, año de 1532, traducidas al latín por Pedro Savorgnano. Este Pedro Savorgnano, natural de Forli, fue secretario del Sr. Don Juan Rebelles, obispo de Viena (en Francia), e imprimió dicha obra en Nuremberg, año de 1524. En el mismo año, y tomándola de la versión latina de Savorgnano, hizo otra italiana Nicolás Liburno, dedicada a Marino Grimano, patriarca de Aquileya: Venecia, por Bernardino de Viano de Lexova, en 4º. -Lucio Marineo Sículo, en el libro XXIII De las cosas memorables de España, que se titula de Varones Ilustres (cuyo libro y los dos siguientes, XXIV y XXV, sólo se hallan íntegros en la edición de Alcalá, 1530), reunió muchas cosas memorables de Hernán Cortés: allí celebra sus arengas a sus soldados, que son, dice, sus propias memorias, y muchas [XXXIII] cartas dirigidas al rey Don Carlos; así como una defensa suya, ante el mismo Don Carlos; en todo lo cual hace ver cómo brillan su facundia e ingenio, entre repetidos adornos de retórica».
Si poca luz da este artículo, tampoco se saca mucha más del de Barcia (Biblioteca Occidental, col. 597);y ninguno de los dos podía hacer mención de los escritos de Cortés hallados posteriormente. Trataré, pues, de formar el catálogo de lo que hasta ahora ha venido a mi noticia.
Cartas de relación
Ediciones en castellano
CARTAS SUELTAS
Entre las muchas cartas que escribió Cortés, hubo cinco que se conocen con el nombre de Relaciones, ya porque son más extensas que las otras, o porque contienen la relación de sus viajes y conquistas en la Nueva España.
La primera de estas Relaciones se ha perdido. Ya a los pocos años de escrita decia Ramusio (32) que no había podido encontrarla, aunque la buscó con toda diligencia. Tampoco Robertson logró dar con ella, ni en Madrid ni en Viena (33); «pero en este último punto halló en vez de la que buscaba, una Relación del Descubrimiento y Conquista de la Nueva España, hecha por la Justicia y Regimiento (Ayuntamiento) de la nueva ciudad de la Vera Cruz, a 10 de Julio de 1519. Esta carta acompañó a la primera de Cortés, y está impresa en el tomo IV de la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España. La reprodujo el Sr. Alaman en el Apéndice II al tomo I de sus Disertaciones sobre la Historia de la República Mexicana (34), y ha vuelto a imprimirse en el tomo XXII de la Biblioteca de Autores Españoles, que se publica actualmente en Madrid por Rivadeneira. La necesidad ha hecho que esta carta del Ayuntamiento de Veracruz supla por la primera de Hernán Cortés, mientras llega a encontrarse.
Segunda Carta
«Segunda Carta de Relación enviada a S. M. el Imperador por el capitán general de la Nueva España llamado Fernán Cortés, en la cual hace relación de las provincias y tierras sin cuento que se han nuevamente descubierto en el Yucatán». Sevilla, Juan Cronberger, a 8 de Noviembre de 1522; en fol., 14 fojas. ( Ternaux-Compans, Bibliothèque Américaine, Paris, 1857, n. 25. -Navarrete, apud Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, Madrid, 1842, t. 1, p. 412. -Barcia, Biblioteca Occidental, col. 597. -Brunet, Manuel du Libraire, t. I, p. 782.)
La fecha de esta carta es en la Villa Segura de la Frontera, a 30 de Octubre de 1520. -Reimpresa en Zaragoza, por George Coci, Alemán. 1523, fol., (Ternaux, n. 27. -Brunet, ubi supra.)
Tercera Carta
«Carta Tercera de Relación enviada por Fernando Cortés, capitán y Justicia mayor del Yucatán llamado la Nueva España del Mar Océano, al muy alto señor Don Carlos emperador, e de las cosas sucedidas y muy dignas de admiración en la conquista y recuperación [XXXIV] de la muy grande y maravillosa ciudad de Temixtitán y de las otras provincias a ella subjetas que se rebelaron &c.» Acabose a 30 días de Marzo, año de 1523. Sevilla, por J. Cronberger, Alemán; fol., let. got. (Ternaux, n. 26 -Barcia, Navarrete, Brunet, ubi supra.)
Está fechada esta carta en Cuyoacán, a 15 de Mayo de 1522.
Cuarta Carta
«La cuarta relación que Fernando Cortés, gobernador y capitán por S. M. en la Nueva España del Mar Océano, envió al muy alto y muy potentíssimo invictíssimo señor D. Carlos emperador semper augusto y rey de España nuestro señor, en la cual están otras cartas y relaciones que los capitanes Pedro de Alvarado y Diego de Godoy enviaron al dicho capitán Ferando (sic) Cortés. Acabose el 20 de Octubre de 1525». Toledo, por Gaspar de Ávila, fol., let. got. 22 fojas. (Ternaux, n. 34. -Barcia, Navarrete, Brunet, ubi supra.)
Tiene fecha esta carta en la ciudad de Temixtitán, a 15 de Octubre de 1524.
Todas estas ediciones góticas son sumamente raras, y las pocas veces que se han vendido han alcanzado precios exorbitantes.
Quinta Carta
La quinta Relación fue hallada en la Biblioteca Imperial de Viena, en el mismo códice en que estaba la del Ayuntamiento de Veracruz. Se imprimió por primera vez en el t. IV de la ya citada Coleccion de Documentos Inéditos para la Historia de España, págs 8-167. Refiere los sucesos de la expedición de Honduras, y su fecha es en la ciudad de Temixtitán; a 3 de Setiembre de 1526.
COLECCIONES
El primero que juntó las Relaciones de Cortés, segunda, tercera y cuarta, fue Don Andrés González de Barcia, y se hallan en el tomo I de sus Historiadores Primitivos de las Indias Occidentales, que salieron a luz en Madrid el año de 1749, en tres tomos de a folio. El editor dice en otra de sus obras (Biblioteca Occidental, col. 597), que ya desde entonces «no se hallaban fácilmente en castellano» y que para imprimirlas tuvo que pedirlas prestadas a Don Miguel Núñez de Rojas, del Consejo Real de órdenes. No se extrañe que diga también que se estaban acabando de imprimir en 1731, siendo así que los Historiadores Primitivos llevan la fecha de 1749, porque es bien sabido que esta colección es un conjunto de piezas sueltas, impresas por separado mucho antes y en diversos años, las que no fueron reunidas en el cuerpo que conocemos con aquel nombre, sino hasta después de la muerte del editor, ocurrida el 4 de Noviembre de 1743; y para publicarlos en 1749 se añadieron las portadas de los tomos. Hago esta advertencia para que no se crea que existen dos impresiones de las Cartas, hechas por Barcia. Es de temerse que en la única que hizo se tomase las mismas libertades que en la Historia de Gómara, de lo cual no he podido cerciorarme, por no haber conseguido ver nunca las ediciones góticas.
La más usada entre nosotros es la que hizo en esta ciudad el Sr. Arzobispo Lorenzana, cuyo título es como sigue:
«Historia de Nueva España, escrita por su esclarecido Conquistador Hernán Cortés, aumentada con otros documentos y notas, por el Illmo. Sr. Don Francisco Antonio Lorenzana, Arzobispo de México. Con las licencias necesarias. En México en la Imprenta del Superior Gobierno, del Br. D. Joseph Antonio de Hogal, en la Calle de Tiburcio. Año de 1770». Un tomo en folio menor con láminas.
Comprende este volumen las cartas segunda, tercera y cuarta, con notas del editor. Ignoro si sirvieron de original para esta edición las cartas góticas o la reimpresión de Barcia; pero de todos modos es digna de aprecio por las adiciones del editor, que son las siguientes:
1. Mapa de la Nueva España, por Don José Antonio Alzate. (1769).
2. Viaje de Hernán Cortés desde la Antigua Vera Cruz a México, para la inteligencia de los pueblos que expresa en sus Cartas y se ponen en el Mapa.
3. Una Lámina del Templo mayor de México. [XXXV]
4. Advertencias para la inteligencia de las Cartas de Hernán Cortés. (Noticias de Historia Antigua, con la serie de los emperadores mexicanos).
5. Los meses del año mexicano. (Lámina).
6. Gobierno político de Nueva España. (Catálogo de virreyes, desde Hernán Cortés hasta el marqués de Croix).
Sigue la segunda carta de Cortés.
7. Fragmentos de un mapa de tributos (la Colección de Mendoza), o Cordillera de Pueblos que lo pagaban, en qué género, en qué cantidad y en qué tiempo, el emperador Muteczuma en su gentilidad. (34 láminas con una advertencia preliminar).
Sigue la tercera carta de Cortés.
8. Viaje de Hernán Cortés a la península de Californias, y noticia de todas las expediciones que a ella se han hecho hasta el presente año de 1769, para la mejor inteligencia de la cuarta carta de Cortés y sus designios.
9. Un curioso mapa de la costa del Mar del Sur, hecho en México por Domingo del Castillo, en 1541.
Concluye con la cuarta carta de Cortés.
La Colección del Sr. Lorenzana fue reimpresa en Nueva York en 1828, un tomo en 8º, con la nota de «revisada y adaptada a la ortografía moderna, por Don Manuel del Mar». Uno de los resultados de esta revisión fue el cambio de la x por j en los nombres mexicanos, y no hay paciencia que baste para leer a cada paso Temijtitán. Se omitieron en esta edición los números 1 a 5, 7 y 9 de la anterior, y se añadió una noticia histórica de Cortés, con algunas malas estampas tomadas de Clavigero.
Tenemos aún otra colección moderna, y la única completa, de las Relaciones de Cortés. Hállase en el tomo XXII de la Biblioteca de Autores Españoles, publicada en Madrid por Rivadeneira. Comprende las cuatro Relaciones y la carta del Ayuntamiento de Veracruz; ésta se tomó de la Colección de Documentos Inéditos ya citada; las Relaciones segunda, tercera y cuarta, de la edición de Barcia, y la quinta, de un códice manuscrito. El colector, Don Enrique de Vedia, no parece muy versado en su asunto; dice que Ramusio insertó en su Colección la relacion de Pedro Sancho en latín! y asienta más adelante, que publica por primera vez la carta quinta, siendo así que fue impresa en la misma corte ocho años antes. La noticia bibliográfica que añadió a las Relaciones, es la misma de Navarrete, con poca variación. El colector añade que le habían asegurado que en la Real Academia de la Historia estaban las ediciones góticas; están en efecto, y no se comprende cómo no las tomó por originales, para darnos algo mejor que lo que ya teníamos. Yo envié hace tiempo a Madrid un ejemplar de la edición del Sr. Lorenzana, para que después de cotejado con las góticas y anotadas las variantes, me lo devolviesen. El Sr. D. Francisco González de Vera cumplió el molesto encargo según costumbre, es decir, con la mayor puntualidad; pero una larga ausencia de la corte le había estorbado el envío del libro, que aguardo ya muy pronto. Quizá algún día podré lograr mi deseo de reunir en un volumen todo lo que nos resta de Cortés, con cuyo objeto emprendí estos trabajos preparatorios.
Traducciones
Latín
«Praeclara Ferdinandi Cortesii de nova maris Oceani Hispania narratio, Sacratissimo ac Invictissimo Carolo Romanorum Imperatori Semper Augusto, Hispaniarum & (?) Regi Anno Domini M. D. XX transmisa; … per Doctorem Petrum Savorgnanum Foro Juliensem Reven. D. Joan. de Revelles Episco. Vienensis Secretarium ex Hispano idiomate in latinum versa Anno Domini M. D. XXIIII. KL. Martii». Y al fin; «Explicit secunda Cortesii narratio … Impressa in celebri civitate Norimberga. Conventui Imperiali presidente Serenissimo Ferdinando Hispaniarum Infante & Archiduce Austriae Sac. R. Imp. Locut. Generali Anno Dui. M. D. XXIIII. Quart: No. Mar. Per Fridericum Peypus Arthimesius». (Navarrete, ubi supra, y Ternaux, n. 52. dan este título con algunas diferencias; he seguido al primero, extractándolo.)
«Tertia Ferdinandi Cortesii Sac. Caesar. et cath. Maiesta. In nova maris Oceani Hyspania Generalis praefecti preclara narratio. In qua celebris civitatis Temixtitan expugnatio, aliarumque Provintiarum quae defecerant recuperatio continetur… Per Doctorem Petrum Savorgnarum Foroiuliensem…. ex Hispano idiomate in latinum versa» Al fin: «Impressum Imperiali Civitate Norimberga, per discretum et providum virum Foedericum Arthemesium, [XXXVI] civem ibidem. Anno Virginei partus Milesimo quingentesimo vigesimo quarto». (Navarrete, ubi supra. -Ternaux, n. 33).
«De Insulis nuper inventis Ferdinandi Cortesii ad Carolum V. Rom. Imperatorem Narrationes, cum alio quodam Petri Martyris ad Clementem VII. Pontificem Maximum consimilis argumenti libello, &c». Coloniae, ex officina Melchioris Novesani. Anno M. D. XXXII . Decimo Kalendas mensis Septembris. Venduntur in pingui Gallina. Fol. (Lo he visto en poder del Sr. D. Francisco Abadiano).
Contiene este libro:
El Tratado «De Insulis Nuper Inventis» de Pedro Mártir de Anglería, impreso muchas veces.
Las cartas segunda y tercera de Cortés. Una de Fray Martín de Valencia, fecha en Tlalmanalco a 12 de Junio de 1531.
Otra del Sr. Zumárraga, sin fecha.
El «Epitome convertendi gentes Indiarum ad fidem Christi» por Fray Nicolás Herbera.
Este libro fue reproducido por entero en el Novus Orbis, Basilea, 1555, fol., y Rotterdam, 1616, 12º. Las cartas de Cortés cuarta y quinta, no existen en latín.
Italiano
Don Nicolás Antonio, Barcia, Brunet y Navarrete hablan de una traducción italiana de las cartas de Cortés, cuyo autor fue Nicolás Liburno o Liburnio, y se imprimió en Venecia, 1524; pero la Bibliothèque Américaine de Ternaux, trae con el n. 28 el artículo siguiente:
«La preclara narratione di Ferdinando Cortese al imperatore, conversa dal idiome hispaniuolo al italiano da Pietro Savorgnano. Venezia, B. de Viana de Lexona, 1523, in – 4º. -Avec un grand plan de Mexico, gravé sur bois».
Aquí aparece como traductor italiano el mismo Savorgnano que hizo la traducción latina, y aunque la indicación del mapa, con que termina el articulo, da a entender que Ternaux tuvo a la vista el libra, acaso padecería alguna equivocación al copiar un título en lengua extraña. También adelanta un año la fecha de la edición.
Barcia y Navarrete mencionan otra traducción italiana hecha por Mr. Juan Rebelles, quien la imprimió el mismo año (1524) con el mismo título. No hallo noticia del autor ni de la obra en ninguna otra parte, y me inclino a creer que ni uno ni otro existe. Me llama también la atención que el traductor tenga el mismo nombre que el Obispo Don Juan de Rebelles, a quien Savorgnano dedicó la traducción latina.
En el tomo III de las Navigationi et Viaggi de Ramusio, se encuentran también las tres Relaciones de Cortés en italiano.
Francés
«Correspondance de Fernand Cortès avec l’empereur Charles-Quint, sur la conquête du Mexique. Traduite par Mr. le Vicomte de Flavigni». Paris, sans date (sed 1778), in – 8º.
Sirvió para esta traducción la edición del Sr. Lorenzana. (Navarrete, ubi supra. O. Rich, Bibliotheca Americana Nova, London, 1846, t. I, p. 272).
Reimpresa en Suiza, 1779, en 8º. (Navarrete).
Inglés
«Despatches of Hernando Cortés, the conqueror of Mexico addressed to the emperor Charles V, written during the conquest, and containing a narrative of its events. Now first translated into English from the original spanish, with an introduction and notes, by Geo. Folsom». New York, 1843, 8vo.
También sirvió de original la edición de Lorenzana. (O. Rich, t. II, p. 377).
Alemán
«Ferdinandi Cortesii von dem newen Hispanion so im. Meer gegen Niedergang, zwei lustige Historien erstlich in Hispanischer Sprache durch himselbst Beschrieben unt verteuscht von Xysto Betuleio und Andrea Diethero». Augsburg, Ulhardt, 1550, fol. (Ternaux, n. 57 bis). [XXXVII]
Escritos sueltos
1. Ordenanzas militares. Tlaxcala, 22 de Diciembre de 1520. (Prescott, Conquista de México, t. III, Ap. II, n. 13; y en este volumen, P. 443).
2. Carta al Emperador Carlos V. Cuyuacán, 15 de Mayo de 1522. (Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, t. I, p. 11. -Kingsborough, Antiquities of Mexico, t. VIII).
3. Ordenanzas para los vecinos. México, 20 de Marzo de 1524. (Alaman, Disertaciones, t. I, Ap, II, p. 105).
4. Ordenanzas o arancel para los venteros. México, sin fecha. (Alaman, p. 117).
5. Instrucción a Francisco Cortés para la expedición de la costa de Colima. 1524. (Publicada por primera vez en este volumen, p. 464).
6. Carta al Emperador. México, 15 de Octubre de 1524. (Inédita hasta ahora; publicada por primera vez en este volumen, p. 470).
7. Ordenanzas para las nuevas poblaciones. Sin fecha. (1525) (Alaman, p. 119)
8. Instrucciones a Hernando de Saavedra, lugarteniente de gobernador y capitán general en las villas de Trujillo y la Natividad de Nuestra Señora de Honduras. 1525. (Alaman, p. 129).
9. Ordenanzas para los encomenderos. Sin fecha. (Alaman, p. 137).
10. Carta a la ciudad de México, avisando su llegada a Veracruz de vuelta de la expedición de Honduras, Mayo de 1526. (Está inserta en el primer Libro de Actas del Ayuntamiento de esta capital, en el cabildo de 31 de Mayo de 1526; y se publicó en el t. III del Mosaico Mexicano, México, 1840, p. 97; y Alaman, ubi supra, p. 198).
11. Carta al Emperador. México (Temistitán), 11 de Setiembre de 1526. (Documentos Inéditos, t. I, p. 14. -Kingsborough, ubi supra).
12. Carta al Emperador. México (Temistitán), 11 de Setiembre de 1526. (Documentos Inéditos, t. I, p. 23. -Kingsborough, ubi supra. Distinta de la anterior).
13. Carta al obispo de Osma. Coadnavach (Cuernavaca), 12 de Enero de 1527. (Documentos Inéditos, t. I, p. 27. -Kingsborough, ubi supra).
14. Instrucción a Álvaro de Saavedra, veedor de la armada que enviaba al Maluco. 27 de Mayo de 1527. (Navarrete, Colección de Viajes de los Españoles, Madrid, 1825-27, t. V, P. 442).
15. Instrucción a Antonio Guiral para desempeñar el cargo de contador en la armada de Saavedra. Misma fecha. (Ibid., p. 443).
16. Instrucción a Álvaro de Saavedra Cerón para el viaje que había de hacer con el armada a las islas de Maluco. 28 de Mayo de 1527. (Ibid., p. 444).
17. Carta a los individuos de la armada de Sebastián Caboto, que había salido de España para el Maluco, a fin de que le informasen de sus sucesos, y ofreciéndoles los auxilios que necesitasen. Misma fecha. (Ibid., p. 456).
18. Carta que escribió a Sebastián Caboto y le remitió con Álvaro de Saavedra, informándole de las órdenes que tenía del Emperador para socorrer la armada que llevó al Maluco, y la del comendador Loaisa. Misma fecha. (Ibid., p. 457).
19. Carta que entregó a Álvaro de Saavedra para el rey de la isla o tierra adonde arribase con su armada. Misma fecha. (Ibid., p. 459).
20. Carta al rey de Cebú manifestándole el objeto de la expedición que iba al Maluco mandada por Álvaro de Saavedra. Misma fecha. (Ibid., p. 461).
21. Carta al rey de Tidore dándole gracias en nombre del Emperador por la buena acogida que hizo a la gente de la armada de Magallanes que quedó en aquella isla. Misma fecha. (Ibid., p. 463).
22. Carta al Emperador. Tezcuco, 10 de Octubre de 1530. (Documentos Inéditos, t. I, p. 31. -Kingsborough, ubi supra).
23. Instrucción a Diego Hurtado de Mendoza para el descubrimiento de la Mar del Sur. 3 de Setiembre de 1532. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 167). [XXXVIII]
24. Capítulo de carta al Emperador sobre el mismo descubrimiento. 20 de Abril de 1532. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 175).
25. Relación de los servicios del Marqués del Valle, que de su parte presentó a S. M. el licenciado Núñez. Sin fecha. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 178. -Aunque en este escrito no habla directamente Cortés, parece redactado por él. Tengo una copia manuscrita, mucho más extensa que el impreso, y que deberá publicarse en el t. II de esta Colección).
26. Carta al presidente del Consejo de Indias. México, 20 de Setiembre de 1538. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 193).
27. Memorial al Emperador, sobre que no se le embarazase el descubrimiento de la Mar del Sur. 1539. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 206).
28. Instrucción a Juan de Avellaneda, Jorge Cerón y Juan Galvarro, sobre la relación que habían de hacer a S. M. del descubrimiento del Mar del Sur. 1539. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 206).
29. Memorial sobre agravios que le había hecho Don Antonio de Mendoza. 1540. (Documentos Inéditos, t. IV, p. 209).
30. Memorial al Emperador con relación de servicios y petición de mercedes. 1542? (Documentos Inéditos, t. IV, p. 219. -Kingsborough, ubi supra).
31. Memorial pidiendo residencia contra Don Antonio de Mendoza. 1542. (Manuscrito en mi poder. Distinto del n. 29).
32. Carta o memorial al Emperador Carlos V. 3 de Febrero de 1544. (Documentos Inéditos, t. I, p. 41. -Kingsborough, ubi supra. -Es la que Vargas Ponce llama última y sentidísima carta, porque no se halla otra posterior, y por el tono de queja en que está escrita).
33. Testamento de Hernán Cortés. 18 de Agosto de 1548. (Humbolt, Ensayo político sobre la Nueva España, París, 1836, t. IV, p. 309. -Mora, México y sus revoluciones, París, 1836, t. III, p. 379. -Documentos Inéditos, t. IV, p. 239. -Ataman, Disertaciones, t. II, Ap. II, p. 98. -Diccionario Universal de Historia y de Geografía, México, 1853-56, art. CORTÉS).
Carta del contador Albornoz
Desde el año de 1522 fue nombrado contador de la Nueva España Rodrigo de Albornoz, que había sido secretario del Emperador Carlos V, y trajo por compañeros al factor Gonzalo de Salazar, al tesorero Alonso de Estrada y al veedor Pedro Almindez Chirinos. Llegados a México se unieron todos para acriminar a Cortés, acusándole siempre en sus cartas a la corte, y pidiendo con empeño facultades para perseguirle. No obstante eso, cuando Cortés marchó a la expedición de las Hibueras (1524), trató de llevar consigo a Albornoz; mas habiéndose enfermado este, se quedó en México, y Cortés te dio nombramiento de gobernador durante su ausencia, en los mismos términos que lo había dado ya al tesorero Estrada. Los dos gobernadores se desavinieron muy pronto, y aun llegaron a poner mano a las espadas por motivo tan leve como el nombramiento de un alguacil. A poco tiempo el factor Salazar y el veedor Chirinos entraron también al gobierno, por nueva provisión que Cortés les dio en Goatzcoalco, hasta donde le habían ido acompañando. Con el mayor número de gobernadores tomaron nueva fuerza las discordias: al fin Salazar y Chirinos lograron alzarse con el mando; y habiendo dado licencia a Estrada y Albornoz para que fueran a embarcar por Medellín algunos caudales del rey, [XXXIX] apenas estaban a ocho leguas de México cuando salió Chirinos con gente armada, los alcanzó y trajo presos. Albornoz fue puesto con grillos en la fortaleza; pero el intrigante Salazar consiguió atraerle a su partido para la conjuración que tramó contra el apoderado y pariente de Cortés, Rodrigo de Paz, de que resultó la prisión, tormento y suplicio de éste. Al tiempo de morir nombró Paz heredero suyo á Albornoz, cosa que no se comprende, porque eran enemigos mortales; pero Salazar se apropió la herencia. Siempre doble y artificioso, no quiso Albornoz unirse a los enemigos de Salazar, sino bajo condición de que antes lo prendiesen, pudiendo conservar así en cualquier evento la apariencia de haber cedido a la fuerza. Caído el factor Salazar, entró Albornoz de nuevo al gobierno; pero a pesar de tantos agravios, procedió con la mayor moderación contra los vencidos, no por virtud, sino por contemplación a ser favorecidos del famoso secretario de Carlos V, Francisco de los Cobos. Después del regreso de Cortés, marchó Albornoz a España, y cuando se aguardaba que en la corte acusara empeñosamente a Salazar y Chirinos, sucedió lo contrario, por la misma consideración a Cobos. No vuelve a saberse ya nada de Albornoz, y sin duda murió en la oscuridad.
Cuando factor y veedor estaban apoderados del gobierno, y en vísperas ya de la revolución que los derribó para levantar a Estrada y Albornoz, escribía este último al Emperador la extensa carta que ahora ve por primera vez la luz pública. Nótase desde luego en ella, que a pesar de las ofensas recibidas del factor y veedor, apenas se atreve a acusarlos, mientras que aprovecha varias ocasiones de acriminar a Cortés, después de honrarle con algunas frases en abono de su fidelidad al soberano: elogio tanto menos sincero y desinteresado, cuanto que se funda principalmente en el hecho de haber dejado por gobernadores durante su ausencia a los oficiales reales, entre los que se contaba el mismo Albornoz: y creo que ni aun tan poca cosa hubiera escrito en favor de Cortés, a no ser porque le creía muerto. Nada se arriesga en darse aires de imparcialidad y desinterés, elogiando a quien ya no puede hacer sombra.
La carta de que tratamos es verdaderamente interesante. Presenta un cuadro casi completo del estado de la colonia: señala los males y apunta los remedios, no siempre, en verdad, acertados. La esclavitud de los Indios llama mucho su atención: revela los innumerables y horribles abusos que se cometían en esa materia; pero no tiene bastante valor para resolverse a cortarlos de raíz, y se contenta con proponer términos medios, que no servirían sino para agravar el mal, legitimando hasta cierto punto los delitos. Respecto a la ardua cuestión de los repartimientos, opina por su perpetuidad, destruyendo así con una mano lo que intentaba edificar con la otra. Teme también un alzamiento de la raza conquistada, y por consiguiente aconseja medidas opresivas contra ella, al paso que desea mejorar su condición moral con el establecimiento de colegios de ambos sexos. [XL] No olvida el aumento de las rentas reales, ni faltan tampoco indicaciones útiles respecto a la agricultura, al comercio, a negocios eclesiásticos, y otros ramos de la administración pública. Pide el contador, entre otras cosas, la publicación de leyes suntuarias; opina que la capital se traslade a otro sitio más favorable para la defensa, sin hablar palabra del inconveniente más grave, que eran las inundaciones, y procura allanar las dificultades que presentaba el proyecto. No escasea, en fin, las alabanzas propias, y pide a cada paso facultades para poner en ejecución sus ideas.
Este importante documento, de no mal estilo y de agradable lectura, se ha impreso conforme a una copia remitida por el Sr. W. H. Prescott.
Memoria de lo acaecido en esta ciudad &c
Bien sabidos son los desórdenes que hubo en México durante el viaje de Cortés a Honduras, y algo se ha dicho de ellos en el párrafo que antecede; pero el presente escrito anónimo refiere ciertos pormenores nuevos, y sirve para aclarar más la historia de aquellos sucesos. Don Juan Bautista Muñoz atribuye esta Memoria al tesorero Estrada, y considero muy probable su opinión. El contador Albornoz escribía ciertamente con más cultura, y su estilo es muy diverso, como puede conocerse a primera vista comparando este escrito con la carta que le precede. Pero con todo eso, y en medio de la incorrección y desaliño del anónimo, se nota cierto vigor y viveza en las descripciones, que hace se lea sin cansancio. El autor era partidario decidido del contador y el tesorero; las cosas tan personales que acerca de ellos apunta, me inclinan a creer, con Muñoz, que escribía el mismo Estrada. No dice a quién dirige su Memoria, ni esta lleva fecha; pero bien se conoce que es contemporánea de los sucesos, y acaso iría dirigida a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, que venía a ser entonces el Ministerio de Indias.
El título que este documento lleva en la presente edición, se ha copiado del que tiene mi MS., que debo, como tantos otros, al favor del Sr. Prescott. Pero desde luego se observa que la fecha allí mencionada no es exacta, pues la expedición de Cortés a las Hibueras no comenzó en 1525, sino en 1524. Aquí hay evidentemente un yerro de pluma; mas no puede suponerse igual cosa en la designación del 12 de Octubre como día de la salida de Cortés, porque se repite en la segunda línea del texto, y porque el mismo Cortés dice en su Carta Quinta (35), que salió de México el 12 de Octubre de 1524. Así pues, parece que ésta es una fecha perfectamente fijada por declaración unánime de dos testigos de vista, siendo uno de ellos el jefe mismo de la expedición.
Hay, sin embargo, una dificultad muy grave. La Carta Cuarta de Cortés [XLI] está fechada en México a 15 de Octubre de 1524 (36); y aun cuando pretendiéramos suponer aquí una errata, no habría lugar a ello, pues igual fecha y en la misma ciudad tiene la Carta Inédita de Cortés que se halla en este tomo (pág. 483), cuyo manuscrito original tengo a la vista: de suerte que por los datos que Cortés mismo suministra, resulta que el 15 de Octubre avisaba al Emperador haber prescindido de su intención de ir a castigar a Olid, siendo así que tres días antes había marchado ya con tal objeto.
El Sr. Prescott (37), teniendo a la vista esta Memoria y la Carta Quinta, fijó la salida de la expedición el 12, sin reparar en el inconveniente que ofrecía la fecha de la Cuarta Carta. El Sr. Alaman (38) por su parte, censura al Sr. Prescott, y dando entero crédito a la fecha de la Carta Cuarta, pone la salida a fines de Octubre, apoyado también en el Primer Libro de Cabildo. Pero éste de nada sirve, como vamos a ver, y además el Sr. Alaman no conoció esta Memoria, ni se acordó del testimonio contradictorio del propio Cortés en su Carta Quinta.
A la verdad no sé cómo conciliar tales dificultades, y me limito a exponerlas para que el lector juzgue. Las noticias del Libro de Cabildo están reducidas a lo siguiente: entre el 7 de Octubre y el 4 de Noviembre no hubo sesión; en el acta de aquel día nada se dice que haga a nuestro propósito, y en la de este último consta que se presentaron ya Zuazo, Albornoz y Estrada como tenientes de gobernador. Por consiguiente, la salida pudo ser el día 12 que señala Cortés, o a mediado Octubre, según Herrera (39), y por Octubre, como dice todavía más vagamente Gómara (40). Todas las opiniones pueden, pues, admitirse sin ir contra el Libro de Cabildo, y por lo mismo de nada sirve éste en la presente investigación. Paréceme, sin embargo, que es imposible desechar el testimonio de Cortés, apoyado en el de un testigo ocular, y que la partida de la expedición debe fijarse en el día 12 de Octubre de 1524; la dificultad que ofrece la data de las otras cartas sólo puede conciliarse suponiendo que se escribieron en vísperas ya de marchar, y se les puso la fecha del día en que debía partir de México el encargado de llevarlas; o más bien que Cortés las concluyó y firmó yendo ya en el camino. Las conjeturas, sin embargo, distan mucho de ser satisfactorias.
Y no es tampoco ésta la única dificultad cronológica que ofrece la Memoria. Poco más adelante (pág. 513, lín. 6 y 7) se dice que «vinieron a la dicha ciudad los dichos fator e veedor el segundo día de Pascua de Navidad del año siguiente», y no fue sino del mismo año de 1524, según [XLII] consta de todos los autores, y en especial del Libro de Cabildo, donde se ve que en la sesión de 29 de Diciembre de 1524 presentaron sus provisiones. -Tal vez el autor seguía el uso antiguo de comenzar a contar el año desde Pascua, y en tal caso el segundo día de ésta pertenecía ya al año siguiente; pero no recuerdo ningún ejemplo de ello en nuestros documentos históricos.
Otras observaciones pudieran hacerse acerca de la Memoria, así como también sobre los demás escritos contenidos en este volumen; pero habiéndome propuesto únicamente divulgar en beneficio público los documentos que poseo, he debido abstenerme de toda discusión crítica que no verse sobre la corrección de los textos, dejando el cuidado de su examen y apreciación como monumentos históricos, a cargo de quien se valga de ellos para esclarecer nuestros anales.
Carta de Diego de Ocaña
Cierra la serie de los documentos contenidos en este volumen la carta del escribano Ocaña, que llegado a México por Junio de 1525, fue admitido a ejercer su oficio en cabildo de 20 del mismo mes; el lo de Setiembre quedó asentado por vecino de la nueva ciudad, y el 28 de Noviembre obtuvo un solar en ella para edificar su casa. A esto se reducen las noticias que he hallado en el Libro de Cabildo acerca del autor de la presente carta. Fue dirigida, según parece, a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, en la cual sospecho que Ocaña había tenido antes algún empleo. Casi toda la epístola se reduce a una violenta acusación contra Cortés, de quien llega a decir que si iba a los descubrimientos del Mar del Sur, moriría con corona. No pierde ocasión de hacer sospechosa su fidelidad, y ciertamente que causa impaciencia ver cómo esos oscuros advenedizos, incapaces de toda acción noble y generosa, se ensañaban contra el grande hombre a quien debían hasta la tierra que pisaban.
Habría dejado inédita la copia de esta carta que me remitió el Sr. Prescott, si no hubiera sido porque se trataba de un documento de cierta importancia, que nos da a conocer la violencia de las pasiones en aquella época de desórdenes y crímenes. El escribano demuestra bien la malicia consiguiente a su edad y ejercicio, en el tono hipócrita y plañidero con que suelta las más terribles inculpaciones, sin que al parecer les dé grande importancia. Pertenecía a la parcialidad de factor y veedor, pero no está muy distante de entenderse también con tesorero y contador; por todo podrá pasar, como no se trate de Cortés. Siendo contra él, no hay conseja que no adopte, ni rumor vago que no acredite, ni providencias que le parezcan fuertes. Propone, en fin, que, sea reducido a prisión, para que todos puedan acusarle sin miedo. Parece increíble que esto se escribiera en México, cinco años después de la conquista. [XLV]
Noticias de la vida y escritos de Fray Toribio de Benavente, o Motolinía, por Don José Fernando Ramírez
Primera Parte
Biografía
FRAY TORIBIO DE BENAVENTE, natural de la ciudad de este nombre en el reino de León, fue el sexto de los nombrados para formar el Apostolado Franciscano encargado de propagar el cristianismo en México, bajo la obediencia de su superior, FRAY MARTÍN DE VALENCIA. Fray Toribio era profeso de la provincia de Santiago, de la cual, así como la mayor parte de sus compañeros, fue trasladado a la de San Gabriel de Extremadura, para partir de allí a su santa y civilizadora misión. El día 30 de Octubre de 1523 recibieron su patente, y después de algunas dilaciones, empleadas en hacer sus provisiones y en reemplazar un compañero que desistió de la empresa, se embarcaron en San Lúcar de Barrameda el Martes 25 de Enero de 1524; el 4 de Febrero arribaron felizmente a la Gomera, una de las Canarias; el 5 de Marzo a Porto-Rico; el 13 a la Española, o isla de Santo Domingo; el 30 de Abril a la Trinidad, o isla de Cuba; «y vueltos a embarcar la quinta vez, dice Torquemada (41), dieron consigo en el deseado puerto de San Juan de Ulúa… en 13 de Mayo [XLVI] del mismo año de 24, un día antes de la vigilia de Pascua del Espíritu Santo».
Luego que Hernán Cortés tuvo noticia de la llegada de esta ilustre colonia, envió para recibirla y felicitarla, a Juan de Villagómez, criado suyo. Los religiosos rehusaron sus obsequios y ofrecimientos, emprendiendo luego su marcha para el interior, a pie y descalzos; ordinario desabrigo y manera de caminar de los primitivos misioneros. -La narración de los sucesos posteriores de su viaje hasta México, la haré con las palabras de un escritor coetáneo, que a la cándida sencillez de su lenguaje, reúne la inapreciable calidad de resumir las noticias de dos testigos presenciales; del mencionado Villagómez y de Rafael Trejo, uno de los compañeros de Cortés. Oigámoslos por boca de Fray Juan de Torquemada (42).
«Pasando estos siervos de Dios por Tlaxcalla, se detuvieron allí algunos días… y aguardaron el día del mercado, que los Indios llaman Tianquiztli, cuando la mayor parte de la gente de aquella provincia se suele juntar a sus tratos y granjerías, acudiendo a la provisión de sus familias. Y maravilláronse de ver tanta multitud de almas, cuanta en su vida jamás habían visto así junta, alabaron a Dios con grandísimo gozo por ver la copiosísima mies que se les ofrecía y ponía por delante. Y movidos con el celo de la caridad que venían, ya que no les podían hablar, por ignorar su lengua, comenzaron con señas (como hacen los mudos) a declararles su intento, señalando al cielo, queriéndoles dar a entender, que ellos venían a enseñarles los tesoros y grandezas que allá en lo alto había. Los Indios andaban detrás de ellos, como los muchachos suelen seguir a los que causan novedad, y maravillábanse con verlos con tan desarrapado traje, tan diferente de la bizarría y gallardía que en los soldados españoles habían visto».
La fuerte y extraña impresión que debe haber causado en el espíritu de los Indios la presencia de estos huéspedes, de tan singular carácter y catadura, con sus predicaciones por señas o en lengua incomprensible, lo manifiesta perfectamente una de las antiguas relaciones comunicadas al cronista Herrera: -«¿qué han estos pobres miserables, que tantas voces están dando?» -se preguntaban unos a otros los asombrados indígenas; -«mírese, añadían, si tienen hambre: deben ser enfermos o están locos: «dejadlos vocear, que les debe haber tomado su mal de locura: pásenlo es como pudieren y no les hagan mal, que al cabo dello morirán: notad cómo a medio día y a media noche y al amanecer, cuando todos se alegran, ellos lloran: sin duda es grande su mal, porque no buscan placer, sino tristeza (43)». En estas y las otras conversaciones de su género, la palabra MOTOLINÍA se encontraba en boca de todos, repitiéndose con un gesto [XVLII] y expresión que la hacían más remarcable. Tales circunstancias y su mismo sonido armonioso, hirieron la ardiente imaginación de Fray Toribio, que ansiaba también por comenzar su aprendizaje de la lengua mexicana. Preguntó lo que querían decir con ella, y habiéndosele contestado que significaba POBRE, dijo: -«Éste es el primer vocablo que sé en esta lengua, y porque no se me olvide, éste será de aquí adelante mi nombre»; -«y desde entonces, añade Torquemada (44), dejó el nombre de Benavente, y se llamó MOTOLINÍA (45)». -El rasgo retrata al hombre.
Después de algunos días de descanso que la colonia franciscana tomó en Tlaxcala, continuó su peregrinación a México, donde se les aguardaba con grandes preparativos y alboroto. Cuando se tuvo noticia de su aproximación, salió Cortés a recibirlos, acompañado de todos sus capitanes y de los restos de la antigua grandeza mexicana, haciendo con ellos la famosa demostración de humildad y respeto que debía captarle su afecto y consolidar su propio poder. -Los historiadores, que, incluso el mismo P. Motolinía, nos han conservado el minucioso itinerario de los misioneros desde España hasta Veracruz, no expresan las fechas de su llegada a Tlaxcala, ni la de su entrada a México. Ésta puede deducirse, muy aproximadamente, de la reunión de su primer capítulo, que dice Torquemada (46) se celebró «el día de la Visitación de Nuestra Señora» a los quince días de su arribo; con que así, éste debió ser entre el 17 y 18 de Junio. -Vetancurt (47), haciendo el mismo cómputo, fija el 23; mas su equivocación es patente. -En seguida se repartieron los religiosos de cuatro en cuatro por las tres mayores poblaciones de la época, Tezcoco, Tlaxcala y Huexotzinco, quedándose en México Fray Martín de Valencia, su superior, con otros cuatro; pues cuando aquel Apostolado llegó a México se encontraron con cinco individuos de su orden, que servían de capellanes, y que luego fueron incorporados a la nueva comunidad.
Nuestros monumentos históricos no presentan suficiente material para ir paso a paso la vida de Fray Toribio, que fue una de las más activas y laboriosas. Por tal motivo, no menos que por el carácter particular de este escrito, reduciremos sus noticias a los hechos principales y mejor averiguados.
No se sabe positivamente cuál residencia le tocó en la dispersión de sus [XVLIII] hermanos, y la primera noticia cierta que de él tenemos se encuentra en el Acta de 28 de Julio de 1525, del primer Libro de Cabildo de esta ciudad. Por ella sabemos que el gobierno colonial, entonces al cargo de Gonzalo de Salazar, con el carácter de teniente gobernador por la ausencia de Cortés, se manifestaba alarmado por la conducta de los franciscanos, haciéndoles las graves inculpaciones que revela el siguiente pasaje que copio de aquel inédito y curioso documento: -«E dijeron (el teniente gobernador y regidores) que a su noticia es venido que Fray Martín de Valencia, fraile del monesterio de Sor. San Francisco, e Frey Toribio, guardián del dicho monesterio en su nombre, diciéndose Vice Episcopo en esta N. España, no solamente entiende en las cosas tocantes a los descargos de conciencia, mas aun entremétense en usar de jurisdicción civil e criminal e enyben (inhiben) por la corona de las justicias, que son cosas tocantes á la preeminencia Episcopal, no lo pudiendo hacer sin tener provisión de sus majestades para ello; e porque esto es contra su real preeminencia… acordaron de enviar a rogar al dicho Padre Fray Toribio, guardián del dicho monesterio, que llegue al dicho cabildo e que se le notifique de su parte, que le piden e requieren que no use de la dicha jurisdicción hasta tanto que en el dicho Cabildo muestre las bulas e provisiones que de su majestad tiene para ello &c». -Consta de la misma Acta que Fray Toribio respondió incontinenti que sus bulas estaban ya presentadas -«e que por ellas tenían bastante poder del Papa e del Emperador, a cuya petición fueron concedidas e a ellos dadas».
Todas las corporaciones, particularmente las electivas, son desmemoriadas; así es que -«los dichos sres. justicia e regidores dijeron, que tal no habían visto, ni en este cabildo había sido presentado» -y en consecuencia ordenaron nuevamente al requerido hiciera la presentación de sus títulos. Entonces Fray Toribio exhibió dos cédulas expedidas en Pamplona a 15 de Noviembre y 12 de Diciembre de 1523, dirigida la una a los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla, y la otra a los gobernadores y justicias de América. La primera era el permiso que se concedía a los religiosos para pasar a estas partes, con la orden de que se les facilitara el pasaje y recursos necesarios: la segunda era una especie de pasaporte o credencial en que se ordenaba a la autoridad respectiva «que en todo lo que por los dichos frailes o por alguno de ellos fuera requerida e hubieran menester… los hubiera por encomendados». Con estas cédulas presentó Fray Toribio «dos bulas de su ministro general escritas en lengua latina… en que dijo estaba incorporada la bula de S. S. las cuales no se trasladaron (en el Acta) por su prolijidad… e así presentada dijo, que como quiera que otra vez estaban presentadas, a mayor abundamiento requería (al Ayuntamiento) que las cumpliera».
Fray Toribio tenía mucha razón en reprochar su olvido a los concejales, [XLIX] pues del mismo Libro de Cabildo consta que en la sesión de 9 de Marzo anterior, presente Gonzalo de Salazar, como uno de los tenientes de gobernador, y «de pedimento del P. Fr. Martín de Valencia, Custodio de la casa del Sr. S. Francisco, vistas las bulas que presentó ante sus mercedes en el dicho cabildo, dijeron que las obedecían como a mandamiento de Su Santidad, y que conforme a ellas podían usar de todas las cosas y casos en ellas contenidas en esta Nueva España». -El Ayuntamiento repitió la misma fórmula y protesta, manifestándose dispuesto a hacerlas efectivas en lo perteneciente «a la predicación e instrucción de los Indios»; mas «en cuanto a lo demás de la jurisdicción e judicatura cebil e criminal de que los dichos PP. Religiosos querían usar, dijeron que apelaban e suplicaban de dichas bulas, por ser en perjuicio de la preeminencia real e daño de la pacificación destas partes». -De conformidad con esta determinación les prohibió el Ayuntamiento usar de ambas jurisdicciones. Los pasajes referidos nos permiten conjeturar un hecho que no se encuentra mencionado en ninguno de los cronistas de la provincia, conviene a saber: que Fray Toribio se quedó en México después de la dispersión de sus hermanos, siendo también el primer guardián de su convento. El Padre Valencia debió conservar el carácter de Custodio.
Si bien las contradicciones que vemos asomar entre los religiosos y el gobierno, debían proceder en mucha parte del grande celo con que los Españoles han defendido siempre las prerrogativas del poder civil, en la ocasión eran fuertemente estimuladas por la adhesión que profesaban a Cortés, entonces vivamente perseguido por sus émulos, y sobre todo por el ardiente celo e infatigable perseverancia con que protegían a los infelices Indios, víctimas de la codicia y rudeza de los conquistadores. Aunque todos los religiosos hacían una profesión de conciencia en ampararlos y protegerlos, afrontando con el odio y con la persecución de los potentados, Fray Toribio sobresalía en esas calidades, adelantándose hasta un punto que quizá hoy no podemos calificar debidamente, porque tampoco conocemos todas las faces y secretos de aquella sociedad, trabajada por las discordias civiles que excitaban la ambición y la codicia, contrariadas por un celo religioso ardiente e inflexible.
Las incesantes quejas que recibía el Emperador del mal tratamiento que se daba a sus nuevos vasallos, le inspiraron la idea de crear el cargo de Protector de Indios, que encomendó por cédula de 24 de Enero de 1528 a Don Fray Julián Garcés y a Don Fray Juan de Zumárraga, primeros obispos, el uno de Tlaxcala y el otro de México. Este nombramiento caía en lo recio de aquellas turbaciones, y produjo sus naturales efectos. El gobierno colonial, que se encontraba muy mal avenido con esta especie de tribunado eclesiástico que se le imponía, pensó nulificarlo discurriendo dudas que le permitían paralizar su poder, mientras se consultaba con la corte, cuyas respuestas se hacían esperar meses y aun años. El Sr. Zumárraga [L] exigía, al contrario, su pronta obediencia; y como se discutía con la sangre ardiente, por intereses que en el sentir de los disputadores no admitían transacción, y el gobierno se consideraba con la facultad de resolverlos por las vías de hecho, la contienda se exacerbó hasta el extremo en que nos la pinta Fray Vicente de Santa María, testigo presencial de cuya relación, aun cuando rebajemos mucho, por las pasiones que entonces dividían a dominicos y franciscanos, siempre quedará lo bastante para descubrir un grande e importante fondo de verdad. Él decía al obispo de Osma en carta escrita el año de 1528, desgraciadamente sin indicación de mes, que el Sr. Zumárraga había mandado a los franciscanos que predicaran contra la Audiencia, y que los predicadores se extendieron hasta apellidar a los oidores- «ladrones y bandidos, ordenando a sus visitadores ese abstuvieran de proceder, bajo pena de excomunión. En mi presencia, añadía el narrador, han tratado de tirano al presidente de la Audiencia, aconsejando a los Indios que no los obedecieran cuando les mandaban trabajar en las obras públicas».
Las turbaciones producidas por estos sucesos se extendieron a todas partes, poniendo en lucha abierta a los conquistadores, ávidos de riquezas, con los pueblos esquilmados y agobiados bajo un yugo apenas soportable. A la energía de aquellos hombres, estimulada por su propio interés, parecía indecoroso ceder ante el débil obstáculo que oponía la resistencia de un puñado de frailes, y en consecuencia comenzaron las vías de hecho contra los renuentes. Éstos, como era natural, buscaron el arrimo y favor de los únicos que simpatizaban con su desgracia, y que en la ocasión eran sus protectores legales. Los caciques perseguidos se refugiaron al convento de Huexotzinco, implorando un asilo, y el animoso Fray Toribio se los otorgó, arrostrando con todos sus peligros (48). Prolongándose estas resistencias en el año de 1529, la Audiencia comisionó al alcalde Pero Nuñez para aprehender y enviarle bajo custodia a los caciques principales de Huexotzinco y sus familias, quienes noticiosos del caso se asilaron con sus bienes, el día 15 de Abril, en el convento de los franciscanos. Fray Toribio, su guardián, no solamente los acogió, sino que al otro día hizo notificar en toda forma a los agentes de la Audiencia la orden de salir de la población dentro de nueve horas, bajo pena de excomunión. Los testigos mandados examinar por la Audiencia deponían que Fray Alonso de Herrera la había apodado en un sermón llamándola «Audiencia del demonio y de Satanás»; y que Fray Toribio, que decía la misa mayor, cuando la hubo terminado, hizo una ligera plática «confirmando cuanto había dicho el predicador». -Los mismos testigos imputaban a los frailes, que aconsejaban a los Indios no pagaran los tributos que exigía la Audiencia, [LI] sino en la cuota que ellos les fijaban (49). En fin, el fraile dominico antes mencionado, decía que había faltado muy poco para que los Indios no se hubieran sublevado con las predicaciones de Fray Toribio. -Éste se denominaba en sus actos oficiales, Visitador, Defensor, Protector y Juez de los Indios en las Provincias de Huexotzinco, Tlaxcalla y Huacachula; títulos que le autorizaban para intervenir en los otros, y que legitimaban sus resistencias, despojándolas del carácter de inobediencia y aun de rebelión que les daban sus enemigos. Esa energía, ese valor civil, esa conciencia con que los frailes hacían frente al despotismo de los conquistadores, era el único escudo que defendía a los Indios. Fray Toribio, uno de los más animosos, si no el más, en esta parte de la América, aun fue acusado de regentear una conspiración: decíase que su plan era alzarse con el gobierno de la colonia, aunque reconociendo la soberanía del rey de España, pero prohibiendo enteramente la introducción de Españoles en el país, como obstáculos insuperables a la conversión de los Indios. Atribuíase el complot a los Padres Fray Luis de Fuensalida, Fray Francisco Ximénez y Fray Toribio, los tres, personajes eminentes, y miembros del famoso Apostolado (50). Si algo pudiera probabilizar esta imputación, sería la circunstancia de referirse a la época del intolerable despotismo y desorden del gobierno de los oficiales reales.
El descuido en la determinación precisa de la fecha de los sucesos, muy común en nuestras antiguas crónicas, produce dificultades cronológicas de ardua resolución, y que tampoco podrían analizarse en un escrito como el presente. Hemos visto, con la autoridad de un dominico contemporáneo, que el año de 1528 se encontraba Fray Toribio en México comprometido con la Audiencia en una lucha que todavía duraba a mediados de Abril del año siguiente, siendo su teatro Huexotzinco. -Ahora bien; el cronista de la provincia franciscana de Guatemala (51) asegura que en ese mismo año hizo nuestro misionero su primera entrada en aquella provincia, siendo, así, también el primero que introdujo el cristianismo en esas lejanas regiones. Para establecer el hecho cita pruebas que no carecen de fuerza, tales como el testamento de un indígena que decía haberlo bautizado Fray Toribio poco después de la prisión del rey Ahpozozil, o Acpocaquil, como lo llama Juarros, acaecida en 1526; una patente, firmada por el mismo religioso, admitiendo en su hermandad tal magnífico Señor Gaspar Arias, «alcalde primero de la ciudad (Guatemala)»; cuyo documento, aunque sin [LII] fecha, precisa la época, por constar del Primer Libro de Cabildo, que Arias fue alcalde en el bienio de 1528 y 29. -El Padre Vázquez cita otras pruebas que parecen establecer suficientemente el hecho de la presencia del Padre Motolinía en aquellos lugares, entre los años mencionados. Allí tuvo noticia de dos religiosos extranjeros que recorrían el país predicando el Evangelio, y con tal motivo se internó hasta Nicaragua, ya para comunicarse con ellos, ya para ver un volcán y algunas otras curiosidades naturales, de que era grande admirador (52). El Padre Vázquez (53) dice que en esa exploración fundó los conventos de Quetzaltenango, Tecpan-Guatemala y Granada.
Este cronista, que parece hizo exquisitas investigaciones para seguir los pasos a nuestro Fray Toribio, asegura que volvió de aquella expedición a fines de 1529, encontrándose en Guatemala y de vuelta para México, con el famoso Fray Andrés de Olmos, que iba en su busca y a la conversión (54). Pretende también establecer que ambos religiosos permanecieron allí detenidos por las instancias que les hacían los principales vecinos para que fundaran, manteniéndose todavía el 25 de Julio, fiesta del patrono de la ciudad, en que dice el Padre Vázquez (55) predicó Fray Toribio. Este hecho es inconciliable con el que vamos a referir, y que parece bien probado.
Una de las causas próximas de la opresión y malestar de los Indios era la ociosidad o sea holganza a que aquí se entregaban los Españoles, pretendiendo vivir y enriquecerse única o principalmente con los servicios personales denominados enconmiendas, repartimientos &c., esto es, con el fruto del trabajo de cierto número de Indios que se les aplicaban, constituyendo una especie, ya de esclavitud, ya de vasallaje feudal. Esta distribución del trabajo, cuyo empleo ordinario era el de las minas, como más lucrativo, precipitaba rápidamente la destrucción de la raza indígena, oponiendo también mayores dificultades a su civilización. Fray Toribio pensó remediarla en mucha parte, abriendo una nueva y útil senda a la inmigración española, y promovió la fundación de la ciudad de Puebla. Él mismo nos refiere este suceso en la pág. 232 de su Historia, diciéndonos que su primera piedra se puso «en el año de 1530, en las octavas de Pascua de Flores, a 16 días del mes de Abril, día de Santo Toribio, obispo de Astorga». -Los Padres Torquemada (56) y Vetancurt (57) añaden que nuestro historiador fue también quien dijo allí la primera misa que se celebró.
Las contradicciones que hemos notado podrían conciliarse aproximando un poco los sucesos relativos a la expedición de Guatemala, cuyas pruebas no son tan concluyentes, en punto a cronología, como sus contrarias; pues bien examinadas, aparecen fundadas en meras conjeturas. La que aquí se propone para esa conciliación, tiene además en su apoyo la circunstancia de que nada sabemos de positivo de las acciones del Padre Motolinía en los años posteriores, desde la mitad del 1530, hasta el 18 de Enero de 1533 que le hallamos en Tehuantepec, acompañando a Fray Martín de Valencia y a los otros religiosos que suscriben la carta dirigida al Emperador desde aquel punto (58). Probablemente fue ésta la expedición emprendida por el Padre Valencia, de que habla el autor en la pág. 170 de su Historia, y que se desgració por los motivos que expone. Ignórase la ruta que de allí siguió.
En el año de 1536 sabemos por su misma Historia (pág. 73) que residía en el convento de Tlaxcala, como su guardián, y que allí moró seis años (pág. 49). Cuando comenzaron éstos, no se sabe; mas sí que aún permanecía el año de 1538, en que se verificó la solemnidad famosa de la fiesta del Corpus (59) que nos describe en la pág. 79.
En los primeros años de la conversión los indígenas afluían en tan gran número para recibir los sacramentos, especialmente el bautismo, que los religiosos se quejaban de faltarles aun la fuerza física para administrarlo, porque se trataba de centenares y aun de millares de personas por día. Así también la gloria y mayores timbres del misionero se medían por el más alto guarismo de los bautizados, ostentándolo entre sus blasones, como un conquistador mostraría las plazas sometidas, y un avaro sus tesoros. En la materia que nos ocupa, los cronistas presentan a Fray Toribio como uno de los más infatigables, si no como el mayor, afirmando que hacia la época que recorremos, iban bautizados cosa de seis millones, y que sólo aquel religioso «bautizó por cuenta que tuvo en escrito», y que Torquemada (60) dice haber visto, «más de cuatrocientos mil, sin los que se le podrían haber olvidado».
Era físicamente imposible que un número tan exorbitante pudiera administrarse con entera sujeción al Ritual, y así es que desde los principios se trató de abreviar la fórmula, reduciéndola a la mayor simplicidad posible; [LIII] operación que comenzaron los franciscanos, como que fueron los primeros, continuando en ella sin contradicción por algunos años. Ésta nació con la entrada de los dominicos, que fueron los segundos; parte por escrúpulos religiosos, y parte por los celos que siempre han dividido las órdenes monásticas, en aquella época más agrios, como que había más fe y fervor; contribuyendo también como activo colaborador el clero secular, que jamás ha estado enteramente avenido con el regular, y que entonces era inferior bajo todos aspectos. Nada enajena tanto las voluntades, ni engendra mayores rencores, que las disputas escolásticas y religiosas; así es que las suscitadas entre franciscanos y dominicos degeneraron al punto que manifiesta la carta antes citada de Fray Vicente de Santa María, que ya en 1528 se manifestaba asombrado «del sufrimiento con que la Audiencia soportaba la insolencia de los religiosos franciscanos». -«Nos aborrecen, añadía este dominicano, porque no hemos querido predicar en su sentido: ellos impiden a los Indios que vengan a trabajar a nuestra casa, lo cual prueba su poca caridad; porque mientras ellos tienen diez o doce monasterios en el país, nosotros no poseemos uno solo». En tiempos de turbaciones, y cuando las pasiones hablan más alto que la razón y el deber, sucede siempre que el partido débil busque un apoyo en la autoridad, lo cual es funesto y desolador en materias de religión, porque los hombres se persiguen y degüellan en el nombre de Dios. Parece que los dominicos tomaron aquí por entonces el partido de la Audiencia, o sea del gobierno, contra quien estaban en perpetua lucha los franciscanos, por la defensa de los Indios, y esta oposición exacerbó las controversias teológicas que los dividían.
Varios eran los puntos sobre que versaban; el uno verdaderamente de filología, o literatura sagrada, propio por lo mismo para excitar las pasiones que engendra la vanidad, y el otro rigurosamente teológico y de los más aptos para inflamar aquel celo que abrasa. En el uno se disputaba sobre la palabra propia para expresar el nombre de Dios en las lenguas indígenas; el otro versaba sobre la ritualidad para administrar el bautismo, sembrándose de paso dudas alarmantes sobre la validez del administrado. No se necesitaba tanto para encender una ardiente controversia con todas sus inevitables consecuencias, produciendo, según decían al Emperador los obispos reunidos en esta ciudad (61), -«mucha cisma y contradicciones y pasiones entre ellos (los disputadores), hasta predicar unos contra otros, e los Indios se escandalizan e turban &c.». -La querella tomó tales proporciones, que fue necesario someterla a la autoridad Pontificia, decidiéndola el Sr. Paulo III por su bula Altitudo Divini consilii, de 1º de Julio [LV] de 1537, que, como era de esperarse, no dejó enteramente satisfecho a ninguno de los contrincantes. El Pontífice declaró que todos los bautismos hasta entonces celebrados eran válidos, y que no habían pecado sus ministros. Ordenando para lo futuro, dispuso que excepto en caso de urgente necesidad, se guardaran a lo menos las solemnidades siguientes: -1.ª Agua santificada con el exorcismo acostumbrado: 2.ª Catecismo y exorcismo con cada uno: 3.ª Que la sal, saliva, capillo y candela se pusieran, cuando menos, a dos o tres por todos los que se hubieran de bautizar, así hombres como mujeres: 4.ª Que el crisma se pusiera en la coronilla de la cabeza, y el óleo sobre el corazón de los varones adultos, niños y niñas, salvando en las mujeres crecidas las reglas de la honestidad.
Aunque esta declaración debió recibirse en México a fines de aquel mismo año de 1537, no se reunió la Junta Eclesiástica que prescribió y reglamentó su obediencia sino hasta el año de 1539, concurriendo a ella los obispos de México, Tlaxcala, Oajaca y Michoacán, el comisario general de los franciscanos, y los superiores de las órdenes religiosas. En esa Junta se acordaron veinticinco capítulos que resumían todos los puntos decididos por la bula, y que se notificaron el 27 de Abril a quienes concernían para su observancia. Comprendíase entre ellos el que prescribía la uniformidad en la administración del bautismo, expresándose en términos que aun hoy tienen un áspero sonido; -«para que ninguno baptize a cada paso, ni a albedrío», decía el capítulo 12 de las resoluciones acordadas. En el capítulo siguiente limitó su práctica, respecto de los adultos, a las épocas prescritas por el Ritual, salvo los casos de urgente necesidad.
La vaguedad con que el Padre Motolinía habla de su conocimiento con el célebre FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, no permite determinar su época de una manera precisa. En su famosa carta al Emperador (62) escrita el año de 1554 decía: -«yo ha que conozco al de las Casas quince años, primero que a esta tierra viniese, i él iba a la tierra del Perú, y no pudiendo allá pasar estuvo en Nicaragua &c.». -Imposible es concordar estas indicaciones con otros datos históricos que he consultado, ni aun con ellas mismas, por la incertidumbre del término desde el cual debe hacerse la cuenta de los quince años; pues si por la tierra de que allí se habla y a la que se dice vino por primera vez, se entiende, como muchos entendían en la época, toda la parte descubierta de la América, entonces el conocimiento de nuestros ilustres misioneros dataría desde el año de 1512 ó 1513, porque Fray Bartolomé no vino a ella por la primera vez sino hacia los años de 1527 a 28. Esta conjetura parece poco probable, en razón de que ese año Fray Toribio estaba en España encerrado en su convento, y el Padre Casas, clérigo recientemente ordenado, residía en Cuba, donde [LVI] permaneció hasta el año de 1515, a fines del cual volvió a Sevilla (63). Pero si por la frase, esta tierra, se entiende la de México, donde el Padre Motolinía escribía su mencionada carta, entonces, si bien el texto no se aclara enteramente, nos da una fecha precisa y verdadera, pues contando los quince años desde el de 1554 en que la escribió, tendremos el de 1539 para el conocimiento personal de ambos misioneros. Digo personal, porque habiendo bastantes fundamentos para conjeturar que ambos se encontraron en el territorio de Guatemala hacia el año de 1528, es seguro que el Padre Motolinía tuvo largas noticias, cuando menos, del Padre Casas, y que participó de la excitación general que causaba con sus predicaciones, tan ruidosas por la novedad de sus principios, como alarmantes por los intereses que ponían en peligro.
El V. Casas es una de las figuras más colosales y de los tipos más prominentes del siglo XVI, no sólo en América, sino aun en Europa; y como ciertos sucesos de su vida se enlazan íntimamente con la del Padre Motolinía, y éste haya arrojado sobre la más luciente página de la historia de aquel héroe de la caridad cristiana, un borrón tan atezado y escurridizo, que podría manchar aun a la misma pluma que imprudentemente lo soltó, he creído que la verdad histórica, el buen nombre de aquellos ilustres antagonistas, y aun el interés mismo de nuestra narración, ganarían con echar una ligera ojeada sobre ciertas acciones del V. Casas, únicamente en la parte necesaria para que se puedan apreciar las críticas y censuras excesivamente acres que se hallarán en un escrito del Padre Motolinía. Ésta era para mí una tarea tanto más necesaria, cuanto que el deseo de vindicar la ajada memoria de aquel prelado fue lo que principalmente me decidió a cargarme con la no ligera tarea de difundirme en sus noticias, dándoles una extensión tan superior a las otras que se ven en esta preciosa Colección con que el Sr. Don Joaquín García Icazbalceta ha enriquecido nuestra literatura. Para desempeñar convenientemente mi intento, necesito tomar la narración de un poco más atrás.
La profesión de mutua amistad y fraternidad que hacen los franciscanos y dominicos, en conmemoración de la que dicen mantuvieron sus santos fundadores, no fue bastante a impedir que entre ambas órdenes religiosas surgieran desde su principio fuertes contiendas, «y que comenzaran una guerrilla civil y muy cevil unos frailes contra otros», según dice un escritor dominicano (64) que nos hace una rápida, pero viva pintura de esos combates, como un preludio de los últimos que se proponía describir. Los motivos fueron los que siempre han separado a toda corporación, particularmente las literarias, instigadas por esa oculta e invencible pasión, disfrazada con el modesto título de espíritu de cuerpo. Uno de estos estímulos, [LVII] probablemente alguna de las disputas escolásticas tan en boga a principios del siglo XVI, produjo el primer combate que aquellas órdenes monásticas se dieron en el Nuevo Mundo, si nos atenemos a las noticias que de él nos ha conservado el cronista Herrera (65). «Hubo, dice, entre los frailes a dominicos y franciscos de la isla Española (Santo Domingo), diferencias sobre ciertos sermones y proposiciones que se hicieron, y llegaron a poner públicas conclusiones, de que se siguió algún escándalo: y aunque se acudió al provisor para que atajase la vehemencia con que se procedía, y puso pena de excomunión, sin embargo de ella, la orden de Santo Domingo procedía adelante &c». -Esta persistencia indica suficientemente cuál fuera la acritud y exaltación de los ánimos; y si reparamos en que esto pasaba el año de 1528; que la Española era, por decir así, la metrópoli y centro de donde partían todas las ideas a las colonias; y en fin, recordando que en ese mismo año, los dominicos y franciscos de México no se trataban más fraternalmente, según lo hemos visto (66) en la carta de Fray Vicente de Santa María, no parece aventurado conjeturar que las discordias que hacían tales estragos en la entonces Reina de las Antillas, extendieran sus influencias a la Nueva España.
Hacia esa misma época se agitaba con grandísimo calor, y también con rabioso frenesí, según el carácter e intereses de los contendientes, una cuestión de religión y de política, que dividió hondamente los ánimos, dejando una inmensa y sangrienta huella, que no han podido borrar tres siglos. Un fraile (67) la resumía a principios del XVII en una enérgica exposición que dirigió al rey, dilucidando el siguiente problema: si era justo y político que la espada fuese abriendo primero el camino al Evangelio… «que es el mismo que tuvo el maldito Mahoma para sembrar su mala secta; o bien debe preferirse como más acertado, que la espada no vaya delante del Evangelio, sino que lo vaya siguiendo, esto es, que vayan los predicadores a predicarlo, y que para su seguridad lleven consigo soldados y gente de guerra».
Este gravísimo problema había surgido de entre las devastaciones, desastres y ruinas producidos en todo el continente americano por los bárbaros y sangrientos estragos de la conquista, y más aún por las hordas de aventureros que venían de Europa a buscar fortuna, y que querían hacerla en breve tiempo. Ellos fueron los que sorprendiendo la buena fe y paternal corazón de los reyes de España, lograron establecer el sistema llamado de Encomiendas, y los Repartimientos para el servicio personal, que reducían a los Indios a una esclavitud infinitamente más dura, opresiva y [LVIII] destructora que la que ha pesado y pesa sobre las víctimas de la raza africana; porque el amo de éstos se ve forzado a mantener y conservar sus esclavos, por su propia conveniencia, mientras que a los Indios de repartimiento se les dejaba perecer por la fatiga o por las enfermedades, con la seguridad de que serían inmediata y aun ventajosamente reemplazados. He aquí una causa muy suficiente para esa espantable devastación, que despertando los sentimientos nobles y humanitarios, y alarmando las conciencias, produjo una reacción en las ideas, que hizo subir a la fuente para investigar su origen.
Muchos campeones se lanzaron denodados en esta nueva liza, a que provocaba el espíritu de la época, ávida de discusión, y que reemplazaba los antiguos torneos y justas de los caballeros, con las disputas y contiendas literarias de sus sabios. Entre ellos sobresalía como un héroe de ardiente e inextinguible caridad, Fray Bartolomé de las Casas, que había cambiado la sotana por la estameña dominicana, para lidiar con más desembarazo. Él abordó denodadamente las dos cuestiones que dividían la religión y la política, y de cuya solución dependían la vida y la fortuna de los habitantes del Nuevo Mundo; y enarbolando la Cruz como única bandera y como único medio de civilización, proclamó la libertad de los Indios y condenó el empleo de la fuerza: porque, decía, «sobre todas las leyes que fueron, y son y serán, nunca otra hubo ni habrá que así requiera la libertad, como la ley evangélica de Jesucristo, porque ella es ley de suma libertad» (68). De conformidad con este principio, y como su forzoso corolario, deducía que las encomiendas, los repartimientos y todos los otros medios inventados por el interés para forzar el trabajo de los Indios, eran injustos, ilegítimos y pecaminosos. Cuando un individuo de cierta respetabilidad en una corporación o clase alza una bandera, raro es que no la siga su gremio, y que los intereses creados por ella no se defiendan con el calor que produce lo que se llama espíritu de cuerpo. La historia de todos los tiempos y de todas las clases nos presenta abundantes ejemplos. Los dominicos se lanzaron por la senda que Fray Bartolomé había ya ilustrado con su nombre y con sus afanes apostólicos, tomándolo por su caudillo.
En la misma línea habían asentado sus reales los franciscanos, siguiendo una opinión media que tendía a conciliar la catequización con la conquista, y el bienestar de los Indios con los intereses de los conquistadores; bien que en esa doctrina no se presentaba perfectamente acorde la familia seráfica, porque entre sus hombres más distinguidos por su piedad y por su ciencia, había muchos que profesaban estrictamente la del Padre Casas. Sin embargo, era una cuestión político-religiosa, convertida además en bandera, y esto bastaba para que esas dos antiguas órdenes monásticas, fuertes, respetables y rivales desde su cuna, abrieran una nueva polémica, [LIX] sobre las muchas que las dividían. El interés de la que iba a comenzar podrá reconocerse por la apreciación que los contendientes hacían del carácter y calidades de un mismo individuo, que era como el punto de mira común para ambos, y por decir así, el inspirador de las ideas de la época. Hablo del famoso Conquistador de México. -Fray Bartolomé, que no veía en él más que al guerrero e implacable violador de su doctrina, decía de él y de sus hazañas: «desde que entró a la Nueva España, hasta el año de treinta… duraron las matanzas y estragos que las sangrientas y crueles manos y espadas de los Españoles hicieron continuamente en cuatrocientas y cincuenta leguas en torno cuasi de la ciudad de México… matando a cuchillo y a lanzadas y quemándolos vivos, mujeres y niños y mozos y viejos… siendo lo que ellos llaman conquistas, invasiones violentas de crueles tiranos, condenadas no sólo por la ley de Dios, pero por todas las leyes humanas, como lo son, y muy peores que las que hace el Turco para destruir la Iglesia cristiana». -«Inicuos, e crueles, e bestiales», los apellida un poco más adelante; y combatiendo el título que juzgaban haber adquirido con la sumisión de los vencidos, les decía: «no ven los ciegos e turbados de ambición e diabólica codicia, que no por eso adquieren una punta de derecho… si no es el reatu e obligación que les queda a los fuegos infernales, e aun a las ofensas y daños que hacen a los reyes de Castilla… y con éste tan justo y aprobado título envió este capitán tirano (Cortés) otros dos tiranos capitanes (Alvarado y Olid) muy mas crueles e feroces, peores e de menor piedad e misericordia que él, a los florentísimos, grandes e felicísimos reinos… de Guatemala, Naco y Honduras» (69). En otro de sus escritos (70) le reprocha que habiendo recibido una real orden, poco después «que era entrado en la Nueva España por las mismas tiránicas conquistas», prohibiéndole dar encomiendas y hacer repartimientos, «no cumplió nada por lo mucho que a él le iba en ello». -Al tenor siguen otros muchos cargos y reproches que sería largo enumerar.
Fray Toribio Motolinía, animado de un celo y caridad no menos ardientes, refiriéndose a la misma época, a los mismos sucesos y al mismo personaje, veía y juzgaba de manera tan diversa, que nadie, sin antecedentes, podría creer que se trataba del propio sujeto. Acusa de sinrazón al de las Casas (Fray Bartolomé), porque decía que «el servicio de los cristianos pesaba más que cien torres, y que los Españoles estimaban en menos los Indios que las bestias». Parecíale que era grande cargo de conciencia [LX] y grandísima temeridad decir «que el servicio que los Españoles exigían por fuerza a los Indios, era incomportable y durísimo». Tronando contra los que «murmuraban del marques del Valle… y querían escurecer y ennegrecer sus acciones», se aventuraba hasta decir: «yo creo que delante de Dios no son sus obras tan acetas como lo fueron las del marqués». El lector puede ver (71) el extenso y completo panegírico que le hace, hasta presentarlo con la vocación de un mártir, «ansioso de emplear la vida y la hacienda por ampliar y aumentar la fe de Jesucristo y morir por la conversión destos gentiles»: con la piedad y compunción de un novicio, «confesándose con muchas lágrimas, comulgando devotamente y poniendo su ánima y hacienda en manos de su confesor»: con la perseverancia de un devoto, no descuidando jamás «de oír misa, de ayunar los ayunos de la Iglesia, y otros días por devoción»; en fin, con el ferviente celo de un misionero, pues «con Aguilar y Marina, que le servían de intérpretes, predicaba a los Indios y les daba a entender quién era Dios, y quién eran los ídolos, y así destruía los ídolos y cuanta idolatría podía»; y en esto (había dicho antes el panegirista) «hablaba con mucho espíritu, como aquel a quien Dios había dado este don y deseo, y le había puesto por singular capitán desta tierra de Occidente». -¡Imposible sería reconocer en esa pintura el retrato del gran Conquistador! -El entusiasta Padre Motolinía, refrendando la piadosa pulla que antes había disparado al de las Casas, según le llamaba, decía refiriéndose a su héroe; «y creo que es hijo de salvación, y que tiene mayor corona que otros que lo menosprecian». -Una tan grande discordancia en la apreciación del carácter y méritos del hombre «que traía por bandera una cruz» (72), marca igualmente la de las ideas y doctrina de las órdenes religiosas que caminaban bajo su sombra. Ellas, en nuestro asunto, pueden considerarse personificadas en el franciscano Fray Toribio Motolinía, y en el dominicano Fray Bartolomé de las Casas. -Es una desgracia que la defectiva y defectuosa cronología de nuestras crónicas no nos permita llevar la aproximación a su último punto con la determinación precisa de las fechas; más por las vagas noticias que ministran aquellas, puede conjeturarse que si en la época que recorremos, aquellos dos héroes del cristianismo y ardientes propagadores de su civilización, no se encontraron frente a frente en México o en Guatemala, se combatieron sin conocerse, animados por la oposición de su escuela, y aun por la misión que habían recibido del monarca español, quien aspirando a asegurar la observancia de las cédulas que había expedido para garantir la libertad de los Indios, encargó a ambas religiones velaran sobre su cumplimiento, dándoles también un gran participio en su ejecución (73). Esto, como decía en otra parte, ha [LXI] debido ocurrir entre los años de 1527 y 1528 (74), época en la cual los cronistas de Guatemala (75), según hemos visto, ponen la primera misión de Fray Toribio en aquella comarca, y la fundación de un convento, que poco después quedó abandonado y que ocuparon los dominicos (76).
El gobernador enviado a Nicaragua en 1534 quiso aumentar su poder y su fortuna promoviendo nuevos descubrimientos. El V. Casas, que veía en esto una patente violación de su doctrina, «se opuso al descubrimiento, y protestaba e los soldados en los sermones, en las confesiones y en otras partes, que no iban con sana conciencia a entender en tal descubrimiento» (77). Sus predicaciones hacían efecto, y el gobernador que veía volar con ellas sus esperanzas, trató al predicador como amotinador y sedicioso, haciéndole instruir un proceso, cuyo extracto nos ha dado Quintana (78), librándolo de sus resultas la mediación del obispo. Muerto éste y continuando las desavenencias, dice el mismo historiador «que abandonó el convento de Nicaragua y tomó con sus frailes el camino de Guatemala; a despecho de los ruegos y reclamaciones que le hicieron». El proceso había comenzado en Marzo de 1536 y aún duraba en Agosto; así es que Llorente (79) se equivocó cuando conjeturaba que en ese año había marchado el Padre Casas a España para quejarse del gobernador y defender su doctrina, no siendo tampoco seguro que en 1537 volviera a España y llegara hasta México, influyendo en la administración del virrey Mendoza; pues de las noticias mismas y buenos datos de Quintana aparece que el 2 de Mayo de ese año estaba en Guatemala, habiendo grandes probabilidades de que aún permanecía allí el de 1538.
El cronista Herrera (80) menciona explícitamente entre los sucesos del siguiente de 1539 la existencia de Fray Bartolomé en México, disfrutando de favor, y con grande influjo en el ánimo y en la administración del virrey Mendoza. De ambos seguramente participaban sus hermanos, pues dice que «a instancias de aquel religioso, del obispo de Guatemala y de otros muchos padres dominicos, no enviaba gente de guerra a los descubrimientos y conversión de los Indios, sino religiosos»; lo cual indica que Fray Bartolomé había triunfado de sus opositores, concitándose, como era natural, su mala voluntad. Aunque la cronología de Herrera no sea siempre enteramente exacta, en el caso puede adoptarse, teniendo en su [LXII] favor una indicación de nuestro Motolinía, con la cual se concuerda perfectamente. Este dice que Fray Bartolomé, «siendo fraile simple, aportó a la ciudad de Tlaxcala»; y que esto sucedió «al tiempo que estaban ciertos obispos y perlados examinando una bula del Papa Paulo, que habla de matrimonios y baptismo &c» (81). -La indicación no puede ser más clara y precisa para designar el año de 1539, en el cual estaba reunida en México la Segunda Junta Eclesiástica, de cuyas resoluciones hablamos en la pág. LV, cuando interrumpimos nuestra principal narración con el episodio a que damos fin. Volvemos a tomar su hilo.
Si la decisión pontificia no dejó satisfecho a ninguno de los contrincantes, según decíamos en otra parte, la de la Junta Eclesiástica, que estrechaba las restricciones, causó un disgusto mayor, manifestándose muy pronto por actos de abierta desobediencia, que podrían calificarse de rebelión. Nuestro Motolinía figura en ellos de una manera muy prominente, arrastrado por la fogosidad y energía de su carácter, y también, no hay que dudarlo, por los poderosos estímulos de su conciencia y de su convicción. Siguiéndolo atentamente en el ejercicio de su apostolado, se reconoce luego que él epilogaba principalmente en el sacramento del bautismo toda la virtud, eficacia y esencia del cristianismo (82), viendo por consiguiente en sus limitaciones o restricciones, el peligro inminente de la condenación de millares de almas: quizá se consideraba obligado en conciencia a desobedecer a los pastores de la naciente Iglesia mexicana, juzgándolos equivocados, puesto que aun entre ellos mismos, no obstante su reducido número, las opiniones tampoco eran perfectamente concordes. Para juzgar a los hombres con imparcialidad y acierto, debe revestirse su espíritu y trasladarse a su época.
Creo que en esta ocasión y circunstancias conviene colocar el suceso que refiere el mismo Padre Motolinía, y que probablemente fue el principio del conocimiento que hizo con Fray Bartolomé, así como del desvío que los separó durante su vida. Él mismo nos lo refiere con la mayor simplicidad y candor en la pág. 258 de este volumen, sazonando su narración con pullas y desahogos harto picantes, que ponen en plena evidencia la mala voluntad que le profesaba, y quizá alguna otra pasión que le ha imputado un ilustre escritor de nuestros días. Es el caso que «un Indio había venido de tres o cuatro jornadas a se baptizar, y había demandado el baptismo muchas veces… y yo (añade nuestro historiador) con otros frailes rogamos mucho al de las Casas que baptizase aquel Indio, porque [LXIII] venia de lejos; y después de muchos ruegos demandó muchas condiciones de aparejos para el bautismo, como si él solo supiera mas que todos &c». El resultado final fue que Fray Bartolomé rehusó bautizar al Indio, por motivos que su antagonista calla, y que por consiguiente no podemos juzgar si él tendría razón para calificar, como califica, de achaques. Seguramente reconocían por base las recientes prohibiciones de la Silla Apostólica y de la Junta Eclesiástica, en cuyo caso nada tenían de achaques, y la resistencia era perfectamente legítima y fundada, así como su violación era un acto de culpable desobediencia.
Ya hemos dicho que el Padre Motolinía pensaba de muy diversa manera; así es que tomando en cuenta sus convicciones y su fervor apostólico, no se extrañan los ulteriores acontecimientos, ni la conducta que en ellos le vemos guardar. Él mismo nos los relata con una franqueza y candor inconcebibles. «En muchas partes (decía aludiendo a las prevenciones de la Junta Eclesiástica) no se bautizaban sino niños y enfermos; pero esto duró tres o cuatro meses, hasta que en un monasterio que se llama Quecholac, los frailes se determinaron de bautizar a cuantos viniesen, no obstante lo mandado por los obispos». El propio narrador, no pudiendo resistir al contagio del ejemplo, confiesa ingenuamente que cayó en la tentación, -«y en cinco días, añade, que estuve en aquel monasterio, otro sacerdote y yo bautizamos por cuenta catorce mil y doscientos y tantos!!!…» (83). Componga quien pueda este rasgo de fervor y de celo por la salvación de las almas, con los preceptos de la obediencia; para mi intento hasta notar el suceso. Él marca, mejor que pudiera hacerlo un libro, la total diferencia de carácter de nuestros misioneros: el uno (Casas) canonista y hombre de ley, vacilando, luchando y al fin cediendo a la autoridad del precepto legal; el otro, ferviente propagador de la fe, afrontándolo y arrollándolo como un obstáculo, como una fórmula que impedía llegar al logro de lo que juzgaba el fin. Nada, pues, tiene de extraño que caracteres tan diversos se encontraran siempre en continua y abierta oposición. -Por lo demás, la vehemencia, y bien podría decirse virulencia e ira, que respira el lenguaje [LXIV] de la carta del Padre Motolinía, son debilidades de la especie humana, a que nadie escapa: quizá en las que notamos había algo de despecho, producido por el favor que su antagonista y su doctrina encontraron en el virrey Mendoza, quien, dice Herrera (84), «siguió, como hombre pío, el parecer de su gran amigo Fray Bartolomé de las Casas, de no hacer los descubrimientos de mano armada, sino por medio de religiosos que lo hiciesen, y predicasen».
Con el entusiasmo y actividad que este santo religioso ponía en el desempeño de su caritativa misión, y que la mala voluntad del Padre Motolinía traducía por los resabios de un genio inquieto, bullicioso, haragán &c. (85), se dirigió a España para poner un dique a las violencias y temeridades de los gobernadores de la América del Sur, y obtener de la corona medidas que aligeraran el rudo yugo que pesaba sobre los infelices Indios. Estos esfuerzos prepararon los beneficios que después vinieron con las famosas cédulas denominadas las Nuevas Leyes, de que se hablará en su lugar. El cronista Herrera (86) dice que en esta ocasión obtuvo del monarca la orden en cuya virtud se mandó fundar nuestra Universidad. -Dejémoslo corriendo por Europa en pos del Emperador, y volvamos a su ilustre antagonista.
A los principios de la conversión, cuando el celo cristiano para destruir los templos y los dioses de la religión nacional, luchaba con las resistencias que se oponían para defenderla, relajando aun los vínculos de la familia y de la sangre, una algazara de muchachos dio origen a un suceso, en su esencia sumamente grave. Cantando y jugando mataron a pedradas en Tlaxcala a un sacerdote del antiguo culto, dando así asunto a la tragedia que refiere nuestro escritor (págs. 214 y sig.), y a la leyenda llamada de los Mártires de Tlaxcala, que el mismo escribió separadamente con el título de Vida de tres Niños Tlaxcaltecas, y los martirios que padecieron por la fe de Cristo. En este mismo año de 1539, el historiador se hallaba en Atlihuetzia, ocupado en hacer las averiguaciones correspondientes para descubrir y hacer castigar a los autores de aquel crimen, cuyo escarmiento alcanzó aun a algunos Españoles, sus cómplices.
Por las noticias de nuestro mismo historiador (pág. 118) sabemos que el año siguiente de 1540 residía en Tehuacán, ayudando probablemente a su misionero en la fatiga que le daban «los muchos que allí iban a se bautizar, y casar, y confesar». -En principios de 1541 estaba en Antequera, hoy Oajaca, de vuelta de la excursión que había hecho durante treinta días por la Mixteca (págs. 8 y 9), y el 24 de Febrero escribía ya en Tehuacán [LXV] la Epístola proemial de su Historia (pág. 13), o sea la dedicatoria al conde de Benavente.
La fundación de la provincia franciscana de Guatemala es un punto de seria controversia, por la autoridad que le da la opinión del Padre Fray Francisco Vázquez, su cronista particular. Él, después de haber examinado y pesado las noticias de nuestro Torquemada, las de la crónica general de la orden y otros monumentos manuscritos, resuelve que aquel suceso se verificó el año de 1544, siendo el fundador el Padre Motolinía. Añade que lo envió al efecto con veinticuatro frailes, Fray Jacobo de la Testera, comisario general, a su vuelta del capítulo general de la orden, celebrado en Mantua el año de 1541 (87). Contra estos fundamentos, meramente conjeturales, pueden producirse sus mismos datos, porque el Padre Testera, según las noticias que ministran Torquemada y algunos monumentos manuscritos que he consultado, murió en 8 de Agosto de 1542, fecha en la cual pone expresamente aquel historiador (88) el viaje del Padre Motolinía. Votancurt (89) ha incurrido en el mismo error cronológico que el Padre Vázquez. De Guatemala envió a Fray Luis de Villalpando, con título de comisario (90), y cuatro religiosos a predicar el Evangelio en Yucatán; y continuando sus afanes apostólicos en los principales lugares de aquella y de las comarcas inmediatas, puso los cimientos de la nueva provincia franciscana de Guatemala, denominada del Nombre de Jesús (91).
Fray Toribio permaneció allí trabajando con celo y constancia infatigables para propagar la religión y la civilización en su dilatado territorio, aprovechando la oportunidad que le presentaban sus mismas tareas apostólicas para estudiar las bellezas y prodigios de la naturaleza, de que era grande admirador, según lo manifiestan sus escritos. Los monumentos de provincia franciscana de México dejan un gran vacío, por falta de cronología, en la historia de nuestro misionero durante los seis años corridos desde éste de 1542 hasta el de 1548; mas por las noticias de la Crónica de Guatemala parece seguro que se conservaba en aquellas regiones en 1544, incesantemente ocupado en su santo ministerio, y con el cargo de Custodio que obtuvo en el primer capítulo, celebrado el 2 de Junio de aquel año. -Dejémoslo allí para echar una ojeada sobre los sucesos de nuestro Fray Bartolomé, con los cuales se encuentran íntima e inseparablemente enlazados los del misionero franciscano.
Benévolamente acogido del monarca español, y despachado tan favorablemente como podía desearlo, se preparaba a dar la vuelta a Guatemala con una numerosa colonia de dominicos y franciscanos, cuando una orden [LXVI] del presidente del Consejo de Indias le mandó suspenderla -«por ser necesarias sus luces y su asistencia en el despacho de ciertos negocios graves que pendían entonces en el Consejo. Casas, pues, dividió su expedición, y quedándose él para ir después en compañía de los dominicos, envió delante a los franciscanos» (92). El negocio que entonces se trataba, el más grave e importante de cuantos podían suscitarse, como que de él pendía la suerte de los millones de habitantes que aún poblaban el Nuevo Mundo recientemente descubierto, «era la expedición de las ordenanzas conocidas en la historia de las Indias con el dictado de las Nuevas Leyes. Desde el año de 40, continúa el citado historiador, todo lo que pertenecía a la reforma del gobierno (de aquellas) y a la mejora de la suerte de los naturales del país se ventilaba, no sólo en una junta numerosa de juristas, teólogos y hombres de estado que se formó para ello, sino también por los particulares, que hacían oír su opinión, en la corte con memoriales, en las escuelas con disputas, en el mundo con tratados. El Padre Casas tomó parte en aquella agitación de ánimos con la vehemencia y tesón que empleaba siempre en estos negocios y con la autoridad que le daba su carácter conocido en los dos mundos. No hubo paso que dar, ni explicación que hacer, que él no hiciese o no diese en favor de sus protegidos» (93).
El año de 1542 será siempre memorable en los anales de América por ha midosas disputas a que daba asunto en la primera corte del mundo. Allí también afirmó Fray Bartolomé su bandera y la gloria inmortal de su nombre, proclamando en las gradas del solio y ante la flor de la grandeza y de la ciencia, la fórmula de su fe religiosa y política, en un largo memorial, de cuyo asento se formará idea por su portada. Dice así el singular título que en ella puso, y que según se verá, forma por sí solo un programa. -« Entre los remedios que don fray Bartolomé de las Casas, obispos (94) de la ciudad real de Chiapa, refirió por mandado del Emperador rey nuestro señor, en los ayuntamientos que mandó hacer su majestad de perlados y letrados y personas grandes en Valladolid el año de mil quinientos y cuarenta y dos, para reformación de las Indias. El octavo en orden es el siguiente. Donde se asignan veinte razones, por las cuales prueba no deberse dar los indios a los Españoles en encomienda, ni en feudo, ni en vasallaje, ni de otra manera alguna. Si su majestad como desea quiere librarlos de la tiranía y perdición que padecen como de la boca de los dragones, y que totalmente no los consuman y maten y quede vacío todo aquel orbe de sus tan infinitos naturales habitadores como estaba y lo vimos poblado». -A este formidable golpe, que arrebataba a los Españoles residentes en América todos sus ensueños de riqueza y de [LXVII] prosperidad, siguió la famosa y aterradora Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, que causó un asombro universal, propagándose hasta los últimos confines del mundo civilizado, y que atrajo sobre su autor el odio y la maldición del número incontable de ofendidos, los celos y la envidia de sus émulos y rivales en la misma justa causa que defendía, y aun la censura de las personas tímidas o de sentimientos moderados. El ilustre escritor que con tanta frecuencia y gusto he citado, y que critica ese famoso opúsculo con una grande severidad, quizá tenía razón para decir: «El error más grande que cometió Casas en su carrera política y literaria, es la composicion y publicacion de ese tratado (95)». -En efecto, él le concitó enemigos implacables que le persiguieron encarnizadamente, amargándole todo el resto de su vida; y como los colores de su paleta eran tan crudos, y las atrocidades que refería excedían a lo que podía discurrirse de más horrible y cruel, dio ocasión a que se le acusara de exageración y aun falsedad, logrando así embotar el sentimiento y dificultar el remedio; resultado consiguiente a todos los afectos exagerados. -A fines del mismo año se expidieron las mencionadas y famosas Nuevas Leyes, que aseguraban la libertad de las Indios, y que pusieron a las colonias a pique de una insurrección general, por los innumerables intereses que atacaban. Una parte muy principal del odio con que se les recibió procedía de que se les consideraba, como realmente eran, obra de la inspiración y de los infatigables esfuerzos del Padre Casas, eficazmente apoyados por los religiosos de su orden (96).
A estos motivos de malevolencia que obraban ya en sus desafectos, vinieron a acumularse en el año siguiente (1543), los que producían la elevación de aquel religioso al obispado del Cuzco, que renunció luego, seguida inmediatamente de su nombramiento al de Chiapas: -«él instó, rogó, lloró por librar sus hombros de una carga a que se consideraba insuficiente; pero todo fue en vano, porque las razones que mediaban para su elección eran infinitamente más fuertes que las de su repulsa (97)». Esta distinción, justamente considerada como una muestra del favor del monarca, aumentaba el despecho y la ira en proporción de los temores y envidias que despertaban el prestigio y favor del agraciado. Aun el buen Padre Motolinía pagó su tributo, y bien fuerte, a la debilidad humana, imputándole (pág. 259) haber ido a España a negociar que le hicieran obispo. Éste es un arranque de pasión que apenas puede creerse.
El 9 de Julio de 1544 (98) dio la vuelta para tomar posesión de su silla episcopal, acompañándolo la numerosa misión de dominicos, que según [LXVIII] dijimos quedó en espera suya; pero como el terror de las Nuevas Leyes había precedido a su regreso, y él mismo tenía comisión para cuidar de su exacto cumplimiento, -«apenas puso los pies en el Nuevo Mundo (Santo Domingo) cuando comenzó a recoger otra vez la amarga cosecha de desaires y aborrecimiento que las pasiones abrigan siempre contra el que las acusa y refrena… nadie le dio la bienvenida, nadie le hizo cuna visita y todos le maldecían como a causador de su ruina. La aversión llegó a tanto, que hasta las limosnas ordinarias faltaron al convento de dominicos, sólo porque él estaba aposentado allí. Otro que él se hubiera intimidado con estas demostraciones rencorosas; mas Casas, despreciando toda consideración y respeto humano, notificó a la Audiencia las provisiones que llevaba para la libertad de los Indios, y la requirió para que diese por libres todos los que en los términos de su jurisdicción estuviesen hechos esclavos, de cualquiera modo y manera que fuese. Fue esto añadir leña al fuego, especialmente entre los oidores, más interesados que nadie en eludir las Nuevas Leyes, porque eran los que más provecho sacaban de la esclavitud de los Indios; de hecho las eludieron… resistiendo, replicando y admitiendo las apelaciones que de aquellas providencias interponían los vecinos de la isla, dando lugar a que se nombrasen procuradores por la ciudad, para pedir a la corte su revocación (99)».
Los desabrimientos con que la entonces cabeza del Nuevo Mundo inauguraba la dignidad y funciones del nuevo obispo, no eran más que el preludio de los que le aguardaban en sus provincias. Afligido, pero no desalentado por ellos, y deseoso de abreviar sus padecimientos, fletó un buque por su cuenta y se embarcó con sus frailes el 14 de Diciembre de 1544 con dirección a Yucatán, para pasar de allí a Chiapas por Tabasco. En toda esta travesía sufrió los mismos desaires y desprecios, exacerbados con la amargura de haber perdido en un naufragio treinta y dos compañeros de viaje, nueve de ellos religiosos, con sus libros, equipaje.. bastimentos &c. El 1º de Febrero siguiente llegó a Ciudad-Real: los primeros días fue festejado y obsequiado a porfía por los principales vecinos, que tenían Indios esclavos o en encomienda, esperanzados de ganarle la voluntad con sus obsequios y atenciones; pero cuando vieron que estos medios eran absolutamente ineficaces, y que el obispo, primero rogando y suplicando, y después ejerciendo su autoridad, exigía inflexible el cumplimiento de las Nuevas Leyes, su interesada adhesión se trocó en despecho, jurándole un odio mayor que fue su afecto. El obispo no podía absolutamente desempeñar la misión que había recibido del soberano para proteger a los Indios y hacer cumplir las leyes expedidas en su favor, por las resistencias que en todas partes encontraba, y porque las autoridades encargadas de su ejecución, lejos de hacer algo para dominarla, la favorecían, [LXIX] como directamente interesados en la continuación de los abusos.
Cuando la potestad civil llega a corromperse, la sociedad no puede hallar su salvación más que en el poder de la conciencia; ¡remedio heroico, delicado y sumamente peligroso! porque se corre el riesgo de sustituir un despotismo malo con otro peor, cual es el del poder espiritual, siempre que sus depositarios entran en la propia senda de corrupción. Sin embargo, es el único remedio, así como la amputación lo es para la gangrena, aunque se corran las contingencias de caer en manos de la ignorancia. El gobierno colonial se encontraba entonces en ese estado de corrupción, porque sus depositarios mismos tenían vinculada su fortuna en el trabajo forzado de los indígenas; siendo por consiguiente interesados en la continuación de los abusos. Nada, pues, podía esperar de su cooperación el nuevo obispo y protector de los Indios. -Convencido de ello, empuñó la arma invisible, y por ello más formidable, contra la cual nada pueden las de los hombres: llamó en su auxilio la autoridad que no se corrompe con dones ni intimida con amenazas, y ofreciéndose en voluntario holocausto a la ira y codicia irritada de sus enemigos, los puso en la absoluta imposibilidad aun de dañarlo. El obispo apeló al poder de la conciencia, y para darle eficacia privó a todos los confesores de sus licencias, no dejándolas más que al deán y a un canónigo; y eso, dice Remesal, «dándoles un memorial de casos, cuya absolución reservaba para sí». Esta reserva comprendía los penitentes que traficaban con la libertad y trabajo de los Indios. Así precavía, hasta donde la previsión humana puede alcanzar, los deslices que en circunstancias tales suelen tener los confesores complacientes.
La noticia de esta determinación del obispo fue como bomba que estalla en almacén de pólvora. Un grito de maldición y despecho resonó por todas partes; y para que nada faltara a las amarguras del prelado, la apostasía vino a dar un terrible golpe a su autoridad, fortificando la interesada obcecación de los recalcitrantes. ¡Y el deán fue quien dio el ejemplo y el escándalo!… Comenzó por mostrar su oposición en términos más perniciosos que lo habría sido una abierta desobediencia; porque si bien retenía la absolución en los casos reservados, enviándolos al obispo, lo hacía dando al penitente una cédula en que decía: «El portador desta tiene alguno de los casos reservados por V. S., aunque yo no los hallo reservados en el derecho ni en autor alguno (100)»; calificación atrevida que deprimía la autoridad episcopal, que exacerbaba el odio que se profesaba al prelado, y que contribuía a aumentar la obcecación, especialmente tratándose de gentes tan puntillosas como los Españoles. Ofendíalos en sumo grado que se les negaran los sacramentos, y más aún por contemplación a los Indios, que veían con el último desprecio. El interés pecuniario venía [LXX] por otra parte a fortificar los sentimientos malévolos engendrados por la vanidad.
Parece que ha sido achaque muy antiguo en la raza española emplear los influjos del favor y de las súplicas en los asuntos que solamente debieran decidirse por el poder de la justicia y de la razón; achaque funesto que el curso de los siglos ha hecho crónico, causando en nuestro país daños incalculables. Los vecinos principales, con el clero mismo a su cabeza, se presentaron al obispo para rogarle mitigara su rigor espiritual; y como todas sus súplicas fueron inútiles, «lo requirieron por ante escribano y testigos diese licencia a los confesores para que los absolviesen, protestando, no lo quería hacer, de quejarse y querellarse de él al arzobispo de México, al Papa y al rey y a su consejo, como de hombre alborotador de la tierra, inquietador de los cristianos y su enemigo, y favorecedor y amparador de unos perros Indios (101)». Este empuje lo producía probablemente la proximidad de la cuaresma de 1545, en la cual, según las antiguas costumbres, las autoridades y todas las personas de viso se confesaban y recibían la Eucaristía con grande solemnidad, so pena de caer en la nota popular de impiedad y herejía, entonces temible e infamante. -El prelado no cedió una línea, como que se trataba de un negocio de conciencia, y antes bien procuró persuadir a sus diocesanos la justicia y rectitud de sus procedimientos. Creíalos, si no convencidos, a lo menos resignados, y a los confesores obedientes a sus mandatos, cuando observó que a las comuniones de la Semana Santa y Pascua habían concurrido personas «que conocidamente se sabía que eran de los contenidos en los casos reservados, porque tenían Indios esclavos, y en aquellos mismos días ejercitaban el comprarlos y venderlos como antes».
Sabíase también que habían sido absueltos por el deán. -Semejante conducta tenía todos los caracteres de una abierta y osada desobediencia, que era necesario reprimir pronta y enérgicamente. El buen prelado quiso amonestar a aquel con suavidad y en secreto, y al efecto lo convidó a comer. Aceptó, pero no concurrió: llamado nuevamente, se excusó: en fin, requerido, aun con censuras, no obedeció. Entonces el obispo envió un alguacil y clérigos para aprehenderlo; mas como el caso había llamado la atención, reuniendo algunos curiosos en las inmediaciones, el deán «que salía preso comenzó a hacer fuerza con los que le llevaban y dar voces, gritando: Ayudadme, señores, que yo os confesaré a todos; soltadme, que yo os absolveré». A estas voces estalló el tumulto, capitaneado por uno de los mismos alcaldes: toda la ciudad se puso en armas, corriendo los unos a soltar al deán y los otros a la habitación del obispo, quizá sin saber ellos mismos lo que iban a hacer o pretendían. Ya en su presencia y cegado por la ira, « tuvieron mucha descomposición de palabras», y un [LXXI] atrevido que pocos días antes le había disparado un arcabuz, para intimidarlo, «juró allí de matarle».
Aunque este intempestivo alboroto, según el furor con que había comenzado, amenazaba con ruinas y desastres, detúvose súbitamente ante la imperturbable calma y serenidad con que el obispo salió al encuentro a los amotinados, y con la suavidad y unción de sus blandas, pero enérgicas palabras. El deán, causa de aquella asonada, se escondió por lo pronto, refugiándose después en Guatemala. El prelado lo privó de sus licencias, declarándolo por excomulgado (102). -El orden público se había en efecto restablecido; pero quedaba vivo y aun más encendido el fuego de la sedición. Cuál fuera el falso pie en que se encontraba colocado el Sr. Casas, y cuáles las amarguras de su espíritu, lo comprenderemos por las ingenuas revelaciones que nos hace el más entusiasta de sus panegiristas. «El Sr. obispo (decía) era uno de los hombres más malquisto y más aborrecido de todos cuantos vivían en las Indias, chicos y grandes, eclesiásticos y seglares, que ha nacido de mujeres, y no había quien quisiese oír su nombre ni le nombraba sino con mil execraciones y maldiciones. «él mismo lo conocia así (103)». El odio, y con él la desmoralización, habían llegado a un extremo que verdaderamente horroriza: juzguémoslo por otros dos hechos que refiere el propio historiador (104); fue el uno la audacia del insolente que el día del tumulto lo insultó llamándole poco seguro en la fe, y publicando que sus resistencias para dar la absolución «eran achaques para comenzar a impedir en su obispado el uso de los sacramentos». El otro, tan inmoral que apenas parece creíble, fue el de componer copias desvergonzadas y satíricas contra el obispo, que se hacían aprender de memoria a los niños, para que se las dijesen pasando por su calle!!!… Y yo vi escritas las trovas, añade el cronista.
Como ni aquellas ni otras mil invenciones del demonio de la ira y de la codicia podían desviar una sola línea al V. Casas de su ruta, apelaron a un medio de infalible efecto. Pusiéronse de acuerdo para suspender las limosnas, único recurso de subsistencia de los religiosos. El obispo, inflexible en su doctrina, ocurrió a la caridad de los pueblos inmediatos, enviando limosneros; pero a «los alcaldes esperáronlos a la entrada de la ciudad y quitáronles cuanto traían; y porque no se dijese que se aprovechaban dello, quebraron los huevos, echaron el pan a los perros y la fruta a los puercos, y aporreados los Indios que lo traían, quedaron ellos muy contentos desta hazaña (105)». Una hostilidad de tal carácter era irresistible; así, los religiosos dominicos abandonaron la ciudad. El obispo, cobrando nuevos alientos con las contrariedades mismas, dispuso dirigirse a la Audiencia llamada de los Confines, para exigir el estricto cumplimiento [LXXII] de las Nuevas Leyes, que protegían la libertad de los Indios, así como el castigo de sus atrevidos violadores. Proponíase también aprovechar la reunión con los obispos de Guatemala y Nicaragua en la ciudad de Gracias-a-Dios, residencia de aquel supremo tribunal, a fin de que sus esfuerzos comunes tuvieran mayor eficacia. Contaba igualmente con ejercer suficiente influjo en aquella Audiencia, por la circunstancia de haberse establecido mediante sus esfuerzos, y más aún porque la mayoría de los oidores había sido nombrada por su recomendación. Confiaba principalmente en el licenciado Alonso Maldonado, su presidente, oidor que fue en México de la segunda Audiencia, y persona que disfrutaba buena reputación de honradez, humanidad y ciencia. Ya veremos cómo podían conciliarse estas cualidades en el siglo XVI con otras que en el nuestro parecen incompatibles.
Vamos a entrar en uno de los periodos más interesantes y agitados de la vida del Sr. Casas; en el que sufrió más recias borrascas y se concitó mayor número de enemigos, remachándose de paso la malquerencia que siempre le profesó el Padre Motolinía. Tuvo su origen en las famosas instrucciones secretas que dio a los confesores de su obispado, para dirigirse en la administración de los sacramentos con los injustos opresores de la libertad de los Indios. De ellas se ha hablado con suma variedad, siendo todavía un punto bastante oscuro en la historia. Creo que ha habido tres documentos, que aunque congruentes, son bastante diversos: lº las instrucciones primitivas y reservadas, compuestas de doce artículos, que no debían comunicarse sino en el acto de la confesión, a manera de consejo que daba el confesor, y de las cuales, aunque vagamente, habla el Padre Motolinía (106). 2º El edicto, o rescripto, como lo denomina Remesal, en que algún tiempo después hizo el nombramiento de confesores, mandándoles observar aquella instrucción, y el cual algunos confunden con ésta. 3º La instrucción misma, que llamaremos oficial, por haber servido de materia y de texto en las ruidosas contiendas con la corte, con las religiones y con los doctores. Ésta es todavía posterior a las otras, según se verá claramente en su propio lugar. Entiendo, pues, que en el período que recorremos solamente se redactó la instrucción reservada, obra indispensable para suplir la falta del obispo, supuesta la necesidad de su ausencia. Dejémoslo emprender su camino a Gracias-a-Dios, y mientras volvamos a nuestro Padre Motolinía.
La doctrina que tan vigorosamente defendía el Sr. Casas no era la opinión privada y meramente especulativa de un doctor, sino la doctrina que profesaba y practicaba la orden entera de Santo Domingo en América, y [LXXIII] que portaba como una enseña que la distinguía y le asignaba un rango especial en el Nuevo Mundo: ella por consiguiente se encontraba planteada en Guatemala, y allá como acá sufría las mismas contradicciones, con su mismo carácter y entre los propios actores. Aunque la semilla se había sembrado en los cimientos de su primer monasterio desde el año de 1529, los conquistadores y encomenderos la encontraban siempre extravagante y de mal sabor, inculpando a los dominicos de profesar opiniones singulares, pues «jamás, decían, por docto y escrupuloso que fuese un confesor, negó la absolución a conquistador o Español que tuviese Indios esclavos en labranzas o minas (107)». El Sr. Marroquín, que ocupaba entonces la silla episcopal, protegía aquella doctrina, aunque probablemente con gran templanza y bajo la forma de restitución en que, según el mismo Padre Motolinía (pág. 270), la observaban los franciscanos. Sin embargo, todavía les escocían esas restricciones puestas a los confesores. En tales circunstancias «entraron de refresco» los padres que formaban la misión que trajo de España el Sr. Casas, siendo tan mal recibidos en Guatemala como lo habían sido en Chiapas, ya por su hábito, ya por quien los conducía. También el ayuntamiento tomó parte contra ellos, manifestándose descontento de que se pretendiera adelantar los descubrimientos y poblaciones, por otro medio que el de la guerra; no faltando tampoco algún «hombre poderoso, a quien se habia negado la absolución porque no quería poner en libertad sus esclavos», que amagara la vida de los religiosos poco condescendientes.
El contraste que presentaba en Guatemala la condición desvalida de los dominicos con la prepotente de los franciscanos, era tan notable como lo era la de sus dos cabezas más visibles en aquellas regiones, Fray Bartolomé de las Casas y Fray Toribio Motolinía, y como lo son las narraciones de los cronistas de esas dos provincias rivales. Mientras que al primero y a sus frailes se trataba con el desvío y aun dureza que hemos visto en los sucintos extractos de Remesal, el segundo y los suyos, si damos crédito a Vázquez, gozaban de un entero y completo favor, tanto de las poblaciones como de sus autoridades. Apenas el Padre Motolinía había puesto por la primera vez el pie en Guatemala, cuando se vio colmado de obsequios y respetos, y rogado y apremiado de todas partes para que fundara convento, facilitándole los medios de hacerlo; el obispo Marroquín le dispensaba una protección especial; los vecinos de la ciudad «estaban devotamente ufanos» con su presencia, el ayuntamiento, que disputaba a los dominicos el derecho de disponer del desierto sitio de su convento en la antigua y abandonada ciudad, llamaba a Fray Toribio a sus acuerdos, le daba un lugar preeminente entre sus concejales, y le consultaba en todos los negocios graves; en fin, mientras a aquellos los lanzaban de sus muros [LXXIV] las poblaciones españolas, privándolos del agua y del fuego, y hacían un día de fiesta del en que abandonaban sus ciudades, Guatemala instaba y rogaba por la vuelta de Fray Toribio; dirigíale «amorosos cargos» por tu ausencia, y representaba a sus prelados la urgente necesidad de su retorno, «por la grande falta que hacía en la tierra (108)». ¿Y cuál podía ser el origen de tan grave contraste?… La diferencia de doctrina, que ya hemos notado en otra parte, mucho más moderada, condescendiente y política en Fray Toribio de Motolinía y algunos de sus hermanos, que en Fray Bartolomé de las Casas y la mayoría de los suyos. El uno absolvía a los que el otro condenaba.
Quien haya leído con alguna atención la historia lamentable de las disidencias religiosas, conoce toda la fuerza de las discordias y encono que producen; así es que no se necesitaba otro motivo que el reseñado para producir y mantener las disensiones que dividían a aquellas órdenes religiosas; pero aún había otros perfectamente adecuados por su carácter para atizar más y más el fuego, conviene a saber, la emulación, los celos y las competencias, no sólo para aventajarse en la propagación del cristianismo, sino para adquirir derechos exclusivos, para no admitir rivales, y para lanzar a los que se presentaran, no permitiéndoles ni poner el pie en sus respectivos distritos. De ello tenemos pruebas patentes en documentos irrefragables, cuales son las varias cédulas expedidas por los monarcas españoles poniendo coto a aquellas funestas disensiones. -Remesal copia textualmente varias de todos géneros, cuyo asunto es notable por más de un capítulo. En ellas se excitaba a dominicos y franciscanos «tuvieran toda conformidad y amor», absteniéndose «de querer ampliar cada uno de ellos sus monasterios:» prohibíaseles fundaran sin permiso del gobierno, e inmediatos los unos a los otros, «si no era con alguna distancia de leguas»; ordenábase «que los religiosos de la una orden no sólo no se entrometiesen a visitar lo que la otra orden hubiese visitado y administrado», sino también que «los Indios de los pueblos que visitaba la una orden, no fuesen a oír misa, ni a recibir los sacramentos a las casas de la otra orden». En suma, y para evitar toda ocasión de conflicto, se llevaron las precauciones al rigor, que parecía extremo e inconciliable con el espíritu del Evangelio, de prohibir «que en el distrito donde una de las órdenes hubiera entrado primero a doctrinar y administrar sacramenetos, no entraran los religiosos de la otra órden a entender en la dicha doctrina, ni hicieran allí monasterio alguno… y que los Indios de la doctrina de una de ellas no fueran ni pasaran al distrito de la otra a recibir los sacramentos (109)». Cuáles fueran los disturbios, lo dice suficientemente el [LXXV] asunto de estas leyes. Otros muchos motivos, algunos, según ya hemos insinuado, de controversia literaria, tan aptos para excitar la ira, la envidia y las otras pasiones rencorosas, venían a envenenar las discordias.
No puede dudarse que las reseñadas en aquellas leyes traían su origen de las ocurridas en el período que recorremos, y que sus autores fueron los religiosos que condujeron allá los Padres Casas y Motolinía. Así lo insinúa muy claramente el cronista franciscano, cuando mencionando las «disensiones que el demonio principiaba», añade que habían venido «con ocasion de haber llegado aquel mismo año a Chiapa el Sr. obispo Casave (Casas) con una numerosa mision de treinta y cinco religiosos de N. P. Santo Domingo (110)». Tampoco es dudoso que esos sucesos mismos hicieron tal mella en el carácter recio y sumamente impresionable del Padre Motolinía, que lo determinaron no sólo a renunciar el cargo de custodio que desempeñaba en aquel nuevo plantel religioso, creado por su celo, sino aun a abandonar el terreno, volviéndose a su convento de México. -Esto lo dice también el propio cronista, y nos lo confirma el venerable misionero en la carta con que se despidió del ayuntamiento de Guatemala, cuyo documento se encontrará en su propio lugar.
En el vasto campo de las discordias económico-eclesiásticas que agitaban todas estas comarcas, comenzaba a aparecer un tercer combatiente que debía desalojar a sus rivales, quedando dueño del terreno. El obispo Marroquín había llevado a Guatemala los primeros religiosos franciscanos y dominicos que allí hicieron asiento, contándose entre éstos a nuestro V. Casas, que entonces era simple fraile: a él también, según hemos visto, le encomendó traer de España la numerosa misión de ambas órdenes, que en parte condujo personalmente, y con los cuales desempeñaba las funciones de su ministerio. La más perfecta armonía reinaba entre el prelado y sus colaboradores apostólicos, no obstante sus privadas querellas. Mas he aquí que cambiándose las voluntades, no sólo el obispo sino también el gobernador comenzaron a desfavorecerlos a todos, y después aun a tratarlos tan mal, que se hizo necesaria la intervención del soberano, quien por cédulas de tono áspero (111) previno al primero «tuviera muy gran cuidado de favorecer, e ayudar, e honrar a los dichos religiosos, como a personas (decía en otra cédula posterior) que le ayudaban a cumplir la obligacion que tenía en la predicación y conversión de aquellas gentes». Si esta reminiscencia no era de muy melodioso sonido, peor aún lo tenían las prevenciones que se le hacían, ya respecto «a los muchos clérigos facinerosos y de mala vida y ejemplo que se decía estaban refugiados en su obispado, huyendo de otros obispados»; ya a los que «se entremetían en tratos de mercaderías u otras cosas fuera de su profesión». -Aunque estas cédulas sean posteriores de cinco y ocho años al que recorremos, [LXXVI] determinan muy bien la época de su origen, pues la circunspecta corte de Madrid no precipitaba sus determinaciones, ni las dictaba sino cuando rebosaba el abuso. ¿Y qué pudo producir tan completo cambio? Nuestro sincero cronista dice con toda lisura (112) que «por los pleitos y disensiones que se levantaron entre los frailes, porque le cansaban y molían con quejas, peticiones, informaciones, notificaciones, escritos, palabras, enfados y otros frutos de la discordia que traían entre sí». -Comenzaba también la viva y prolongada guerra, que todavía no acaba, entre el clero secular y el regular, invadiendo el uno las doctrinas para crear curatos, y defendiéndolas el otro para mantener sus misiones. -El obispo Marroquín era clérigo.
El V. Casas había emprendido su marcha a Gracias-a-Dios por Tuzulutlán, distrito perteneciente al obispado de Guatemala, donde había presentado la prueba práctica de la teoría proclamada en su famoso tratado De unico vocationis modo; conviene a saber, de la pacificación y civilización de los Indios por el solo efecto de la predicación del Evangelio, sin auxilio alguno de la fuerza armada; antes bien con su total exclusión. La invencible fe y perseverancia de Fray Bartolomé lo había alcanzado, dejando allí escritos su memoria y su triunfo con el hermoso y significativo nombre de Vera-Paz, que dio a aquel territorio y aún conserva. Quiso visitar de paso ese precioso y caro fruto de sus afanes. Por las noticias de Remesal (113) y por las de una carta del obispo Marroquín podemos fijar esta visita entre fines de Junio y principios de Julio de 1545. Aquella carta, publicada por el ilustre Quintana (114), es un documento preciosísimo para mi intento, por las revelaciones que contiene. Su objeto era dar noticia al Emperador de la visita que había hecho en esa parte de su obispado, y lo desempeñó apocando cuanto allí había, hasta alterar la verdad histórica (115). -El siguiente pasaje nos descubre el pensamiento, los afectos y el espíritu de aquel prelado: «la tierra, decía, es la más fragosa que hay acá; no es para que pueblen Españoles en ella, por ser tan fragosa y pobre, y los Españoles no se contentan con poco… Hay en toda ella seis o siete pueblos que sean algo. Digo todo esto porque sé que el obispo de Chiapa y los religiosos han de escribir milagros, y no hay más destos que aquí digo: estando yo para salir llegó Fray Bartolomé (116). V. M. [LXXVII] favorezca a los religiosos y los anime, que para ellos es muy buena tierra, que están seguros de Españoles y no hay quien les vaya a la mano, y podrán andar y mandar a su placer. Yo los visitaré y los animaré en todo lo que yo pudiere: aunque Fray Bartolomé dice que a él le conviene, yo le dije que mucho en hora buena: yo sé que él ha de escribir invenciones e imaginaciones, que ni él las entiende, ni las entenderá en mi conciencia &c». Se ve claramente que el obispo de Guatemala y Fray Toribio cantaban al unisón, estando ambos perfectamente de acuerdo en rebajar el mérito e importancia de las obras del de Chiapas: se ve también cómo las rivalidades y competencias asomaban entre ambos prelados con motivo de la jurisdicción sobre las misiones de la Vera-Paz, y ya se verá igualmente cómo, tres renglones después, el mal humor del obispo de Guatemala se disparaba contra su colega, tan irritado como cualquiera otro de sus más implacables enemigos. Sin embargo, parece que en la corte se conocían bastantemente bien estas pobres pasiones que agitaban la naciente Iglesia de América y que, previsora y recta, hacia imparcial justicia, infligiendo, aunque con suma templanza y delicadeza, paternas correcciones a los extraviados. Tal me parece la que se dirigió al obispo de Guatemala en la cédula con que se contestó a su carta: «he holgado, decía el soberano, del fruto que en ella decís han hecho los religiosos de la orden de Santo Domingo que allí residen. Y el trabajo que vos tomaste en ir a aquella provincia y lo que en ella hiciste os tengo en servicio; pues la estada de los dichos religiosos es de tanto provecho en aquella provincia, yo os ruego los animéis y favorezcáis para que continúen lo que han comenzado y traigan de paz toda aquella provincia &c (117)».
A fines de este año de 1545 se encontraron en Gracias-a-Dios los dos prelados mencionados y el de Nicaragua, con el motivo ostensible de consagrar un obispo; más la reunión no era casual: habíanla concertado en aquel lugar, que era el asiento del gobierno, con el objeto de promover lo conveniente para aliviar la infeliz condición de los Indios. Cada uno presentó a la Audiencia sus peticiones, -«que he visto, dice Remesal, y por no hacer un largo catálogo de inhumanidades e injusticias no se trasladan aquí: sólo baste decir, que respecto de las peticiones… la de menos delitos personales era la que presentó nuestro D. Fray Bartolomé». [LXXVIII] -Esta contenía nueve capítulos, siendo los principales 1º que se reformara la tasación de los tributos de su obispado, por exorbitante: 2º que se abrieran caminos de herradura para evitar que se empleara a los Indios como bestias de carga: 3º que se mandara salir a los Españoles y a sus familias avecindados en los pueblos de aquellos: 4º la abolición del servicio personal forzado: 5º que se prohibiera a los Españoles establecer labranzas cerca de los pueblos de Indios: 6º que se prohibiera residir en éstos a los calpixques o recaudadores de tributos. Los otros capítulos versaban sobre la enmienda de algunos abusos privados y castigo de culpables, tales como los alcaldes de Ciudad-Real que protegieron la fuga del deán, provocando el tumulto de que dimos noticia (118).
Los obispos habían concluido el negocio que aparentemente los llevó a Gracias-a-Dios, aguardando la resolución de la Audiencia sobre sus peticiones; pero ésta se manifestaba tan remisa y aun poco dispuesta a obsequiarlas, que nada podían avanzar su perseverancia y continuas gestiones. No se desalentó por ello el de Chiapas, antes bien se manifestó más perseverante, como queriendo luchar de constancia con la estudiada y aun interesada inercia de las autoridades. El resultado fue cual debía esperarse. Los oidores rompieron aun las barreras que oponían el decoro y el bien parecer, a punto de que habiendo entrado una vez el venerable prelado a la sala de acuerdos para agitar el despacho de sus memoriales, -«con sólo verle daban voces desde los estrados el presidente y oidores (gritando) Echad de ahí a ese loco. Y una vez sobre cierta réplica que hizo para no salir de la sala, dijo el presidente, mandando que con violencia le echaran della: Estos cocinerillos, en sacándolos del convento, no hay quien se pueda averiguar con ellos. Habló número plural, observa el cronista, para incluir al obispo de Nicaragua, que también importunaba a la Audiencia por el remedio de los males de su provincia (119)».
A los ultrajes y desprecios que por todas partes encontraba, solamente oponía Fray Bartolomé una resignación y sufrimiento imperturbables, no sabiéndose que haya dado una respuesta que pudiera parecer algún tanto punzante, sino en la vez que tocando un último y heroico medio para vencer la culpable apatía de la Audiencia «se le presentó en acuerdo público y en presencia de los oficiales y otras muchas personas que allí estaban, requirió al presidente y oidores de parte de Dios y de San Pedro y San Pablo y del Sumo Pontífice, que le desagraviasen su Iglesia y sacasen sus ovejas de la tiranía en que estaban: que diesen orden como los Españoles no impidiesen la predicación del Evangelio, y que le dejasen libre su jurisdicción para poder usar della. Y la respuesta que sacó de su requerimiento, de boca del presidente, fue en sus formales palabras:«-Sois un bellaco, mal hombre, mal fraile, mal obispo, desvergonzado, y merecíais [LXXIX] ser castigado». Esta insolente reprimenda habría excitado la ira en el más humilde y sufrido cartujo, y más cuando se dirija a un prelado y en público; pero él, revistiéndose tan solo de la dignidad que el caso requería, -«poniéndose la mano en el pecho, algo inclinada la cabeza y los ojos en el presidente, no respondió otra cosa que: -Yo lo merezco muy bien todo eso que V. S. dice, Señor Licenciado Alonso Maldonado». Y dijo esto el obispo por lo mucho que había trabajado para que le hiciesen presidente de aquella Audiencia, abonando y calificando su persona, y dando noticia de sus buenas partes, para que saliese nombrado en las Nuevas Leyes (120)».
Mientras así y tan mal despachado en sus pretensiones se encontraba el obispo en Gracias-a-Dios, las cosas iban de mal en peor en su diócesis. El provisor y gobernador de la mitra, ajustándose a las estrechas órdenes e instrucciones que le había dejado su prelado, rehusaba los sacramentos a los que resistían dar libertad a sus Indios esclavos. Los amos suscitaban con tal motivo continuos alborotos, amenazando y hostilizando al provisor, único que tenía la facultad de absolver a tales personas. El obispo volvió entonces nuevamente a la carga, y sin intimidarse con las amenazas, ni retraerse con los desaires de la Audiencia, urgió con mayor empeño por una resolución sobre sus pretensiones.
La noticia de éstas había causado grandísimas alarmas en Guatemala y Chiapas, exacerbando por consiguiente las disputas y desavenencias entre los miembros de las dos órdenes religiosas que las habían provocado y mantenían con sus opuestas doctrinas. Han debido llegar a un alto grado, o bien colmar la medida, algo escasa según parece, del sufrimiento del Padre Motolinía, supuesta la intempestiva y violenta resolución que tomó y llevó al cabo. Quince meses hacía solamente que había sido electo Custodio de aquella nueva fundación, compuesta ya de treinta y un religiosos, cuando reunió una congregación custodial, haciendo ante ella renuncia de su encargo, y manifestando la resolución inflexible de volverse a México. Nada fue bastante a disuadirlo; ni los ruegos de sus hermanos, ni los empeños de la ciudad. Si nos atenemos al cronista de aquella provincia, parece que en tal determinación influyeron bastante los nuevos desabrimientos suscitados entre dominicos y franciscanos con motivo de la disputa filológica que enunciamos en otra parte, sobre la palabra propia con que debía mencionarse, el nombre de Dios. Según el mismo cronista (121), los franciscanos, deseosos de prevenirla, aun adoptaron la precaución de hacer censurar y aprobar por un dominico distinguido, el Catecismo que escribió en lengua de Guatemala Fray Pedro de Betanzos, imprimiéndolo [LXXX] además bajo la protección de su obispo; «para cerrar ladridos de gente sin razón»; sin embargo, añade el mismo cronista, «no le bastó al religioso padre esta humilde resignación, ni al Ilmo. Sr. obispo su política atención, para excusar el fuego que de algunas centellas en materias opinables, sopló la malicia y fomentó el demonio. Apúntalas el V. Padre Fray Toribio en carta escrita a la muy noble ciudad de Guatemala, respondiendo a los amorosos cargos que le hacían aquellos nobles y devotos caballeros, sintiendo su vuelta a México (122)». La carta de que aquí se habla es la de despedida que dirigió al ayuntamiento, y cuyo original aún se conservaba en su archivo cuando escribió el Padre Vázquez. Como su texto descubre suficientemente, los sentimientos penosos que dirigían la pluma del autor, y solamente se encuentra en la Crónica Franciscana de Guatemala, libro no muy común, le damos aquí lugar. Dice así:
«Muy magníficos y devotísimos señores: -La paz del muy alto Señor Dios nuestro sea siempre con sus santas ánimas, amén. -Lo que Vuesas Mercedes me demandan, yo lo quisiera tanto como el que más; pero sepan Vuesas Mercedes que ha muchos días que Fray Luis e otros frailes de los que conmigo vinieron, supieron que en lo de Yucatán hay mucha gente y muy necesitada de doctrina, y como acá vieron que en esto de Guatemala hay muchos ministros, y todos los más de los naturales están enseñados y baptizados e sólo los padres dominicos han dicho algunas veces que ellos bastan para esta gobernación, y aun que tomarán sobre su conciencia de enseñar a los naturales. Vistas estas cosas, Fray Luis de Villalpando, y otros me pidieron muchas veces licencia para ir a Yucatán, e yo no se la dando, procaráronla del que a mí me envió, que es nuestro superior. E sepan Vuesas Mercedes que yo siempre he procurado lo que conviene a Guatemala y a su obispado, y he detenido lo que he podido. Y esta voluntad sepan Vuesas Mercedes que la he tenido y tengo para servir a Dios y a Sus Mercedes en esta tierra. Y esto baste para por carta, que después a los que más particularmente quisieren saber porqué algunos frailes van a Yucatán y otros son vueltas a México, yo lo diré. La gracia del Espíritu Santo more siempre en el ánima de Vuesas Mercedes, amén. De Xuehtepet XXI de Octubre año de MDXXXXV. (1545).
Pobre y menor siervo de Vmds.
MOTOLINÍA
FRAY TORIBIO (123)».
En el sobrescrito:
«A los Muy Magníficos y devotísimos Señores, los Señores del Cabildo y Regimiento de la Ciudad de Guatemala». [LXXXI]
El tono de esta carta revela suficientemente toda la intensidad del sentimiento que la dictaba, siendo, en contraposición de la que más adelante extractaremos, tan notable por lo que calla, como la otra lo es por lo que habla. Pero la disposición de espíritu del autor en esos momentos, y la verdadera medida de su afectos, las comprenderemos por los que expresaba mucho tiempo después de los acontecimientos, cuando el tiempo, la edad y la distancia habrían debido producir su natural efecto; el olvido o la templanza; tanto más de esperarse, cuanto que separado el V. Casas de su obispado, por renuncia que hizo de la mitra, y encerrado en el convento de San Gregorio de Valladolid, hacía una vida retirada, enteramente consagrado a ejercicios de piedad y devoción, no tomando en los negocios de América otro participio que el que le daban el gobierno con sus consultas, o los encargos que se le hacían de aquí para promover algunas medidas favorables a los Indios. -Pues bien: entonces era cuando el Padre Motolinía escribía la tremenda filípica que forma parte de esta Colección con el carácter de Carta al Emperador, y que, como antes observaba, nos permite conjeturar cuáles fueran la acerbidad e intensidad de sus sentimientos contra Don Fray Bartolomé diez años antes, en el calor e irritación de los sucesos. Allí, echando una ojeada sobre la vida entera de su adversario, y como queriendo formar un epílogo de sus obras, de sus calidades y hasta de sus sentimientos íntimos, lo califica de ignorante vanidoso (124); llámalo difamador atrevido, mal obispo (125), mal fraile, inquieto y callejero (126), diablo tentador que debería ser encerrado en un convento para que llorara sus culpas, considerándolo tan perjudicial, que de dejarlo suelto, dice, sería capaz de meter la discordia y el desorden aun en la misma Roma (127). Últimamente, indignado y como atemorizado de sus acciones, y aun más todavía «de las injurias, deshonras y vituperios» que lanzaba contra los Españoles, y «del pecado que cometía» difamándolos, lo tacha de orgulloso, soberbio y poco caritativo (128), dirigiendo al cielo un [LXXXII] ferviente voto por que «Dios le libre de quien tal cosa decir (129)». -Éste, repito, no es más que un árido y breve resumen de lo que el Padre Motolinía sentía diez años después de sus contiendas con el Sr. Casas, según puede verse de la lectura entera de su famosa carta. ¡Qué sentiría en su época!… No se puede, por consiguiente, tomarlo como juez imparcial de los actos de su antagonista. El obispo de Guatemala, con quien tampoco llevaba su colega la mejor armonía, no era ciertamente más que el eco de los sentimientos del Padre Motolinía, cuyas ideas reproducía casi con las mismas palabras. Una muestra flagrante de ello nos da su carta al Emperador (130), citada en otra parte (pág. LXXVI), donde, con referencia a Don Fray Bartolomé y su misión de Verapaz, le decía: -«todo su edificio y fundamento va fabricado sobre hipocresía y avaricia, y así lo mostró luego que le fue dada la mitra: rebosó la vanagloria, como si nunca hubiera sido fraile, y como si los negocios que ha traído entre las manos no pidieran más humildad y santidad para confirmar el celo que había mostrado». -Se ve, pues, que ambos cantaban al unisón.
No se sabe de una manera precisa la fecha en que el Padre Motolinía salió de Guatemala; mas debió ser probablemente a fines de aquel mismo mes de Octubre, puesto que el 4 de Diciembre ya lamentaba su falta el Ayuntamiento. «Este día, dice el acta, los dichos señores proveyeron y mandaron que atento que el R. señor el Padre Fray Toribio, comisario, hace en la tierra tanta falta en los naturales destas partes, y que es tanta la falta que al presente hay de su persona a causa de su ausencia; se escriba al P. Comisario general de México, e al Sr. obispo de allí lo envíe (131)». -Una demostración de este género era evidentemente sincera, y probaba la estimación que se hacía de la persona; mas también podía tener en ella mucha parte la política y la pasión, pues frecuentemente vemos que se ensalza y se eleva a una persona, menos por su propio merecimiento, que por mortificar y abajar a otra que se le opone como rival. Esta reflexión es una inspiración de los propios sucesos y de la circunstancia casual de ser la época de ese acuerdo municipal la misma en que Don Fray Bartolomé volvía de Gracias-a-Dios a su obispado, precedido de noticias que a todos ponían en alarma.
En efecto, este prelado había urgido y urgía con tal perseverancia por una resolución definitiva y precisa sobre las peticiones pendientes, que hostigados el presidente y oidores, -«y por verse libres de tan continua y molesta importunación, le concedieron al fin un oidor que fuese a Chiapa y ejecutase las Nuevas Leyes en todo aquello que era bien y provecho [LXXXIII] de los naturales». -La noticia de esta determinación, con la de la vuelta del obispo, causó en Chiapas y aun en Guatemala, una alarma y espanto mayores que los que habría causado la sublevación de una provincia, o la invasión de un ejército. Un regidor de Ciudad-Real, accidentalmente en Guatemala, decía en carta a un amigo suyo: -«El obispo vuelve a esa tierra para acabar de destruir esa pobre ciudad, y lleva un oidor que tase de nuevo la tierra (132)». En otra carta se leía: «decimos por acá que muy grandes deben ser los pecados de esa tierra, cuando la castiga Dios con un azote tan grande como enviar a ese Anti-Cristo por obispo. Nunca le nombraban por su nombre, añade el cronista, sino ese diablo que os ha venido por obispo (133)».
-Aun el maestrescuela de su catedral, Juan de Perera, arrastrado por el torrente de la corrupción general, se sublevó contra su prelado, y prestándose a ser instrumento de los que vinculaban su fortuna en la esclavitud y opresión de los Indios, le escribió una destemplada carta para amedrentarlo y retraerlo de su empeño. -«El más honroso epíteto (que en ella le daba) era llamarle traidor, enemigo de la patria y de los cristianos que allí vivían, favorecedor de Indios idólatras, bestiales, pecadores y abominables delante de Dios y de los hombres. Y una de las cláusulas postreras de la carta era: -Voto a San Pedro que os he de aguardar en un camino con gente que tengo apercibida aquí en Guatemala, y prenderos y llevaros maniatado tal Perú, y entregaros a Gonzalo Pizarro y a su maestre de campo para que ellos os quiten la vida, como a tan mal hombre, que sois la causa de tantas muertes y desastres como allá hay. Y a ese bigardo de Fray Vicente (el compañero del obispo) yo le voto a tal que en cogiéndole le tengo de llevar como Indio delante de mí, cargado del lío de su hato a cuestas &c (134)». ¡Vaya un maestrescuela!… -La prevaricación de este sacerdote fue el golpe más rudo y doloroso que recibió el santo obispo, menos por su propia injuria, que por el fomento que daba a la desmoralización, siempre creciente, y por lo que debilitaba su autoridad, alentando el cisma que ya asomaba. Sin embargo, imitando a San Esteban, que oraba por sus verdugos, pidió a Dios un rayo de luz para aquel sacerdote extraviado, y no mucho tiempo después tuvo el consuelo de ver que su oración había sido escuchada, convirtiéndose el enemigo en el más robusto apoyo y en el más fervoroso propagador de la doctrina del prelado. -Éste, sin dejarse intimidar, emprendió su viaje de retorno a Chiapas para auxiliar, o mejor dicho para abreviar y dirigir la nueva tasación de tributos que debía hacer el oidor nombrado al efecto.
Apenas se supo en Ciudad-Real la salida del obispo, cuando comenzó la alarma, poniéndose todo en movimiento, cual si el enemigo estuviera [LXXXIV] ya a las puertas de la ciudad. El ayuntamiento se reunió el 15 de Diciembre (1545) para protestar e impedir el efecto de las provisiones que se decían arrancadas a la corona y a la Audiencia «con falsas relaciones»; y convocado el pueblo al toque de la campana mayor, se resolvió no darles cumplimiento, no reconocer la autoridad del obispo, si pretendía obtenerlo, y ocuparle las temporalidades, con otras varias de aquellas medidas que aconseja el interés sobresaltado, y más cuando es espoleado por el espíritu de facción. Para más imponer al pueblo, y quizá para contenerlo en la obediencia, se tomaron todas las otras precauciones que tomaría una plaza en riesgo de ser asaltada. La ciudad se puso en armas, y sus caminos se cubrieron de atalayas a larga distancia, «apercibiendo mallas, petos, corazas, coseletes, arcabuces, lanzas, espadas y gran cantidad de Indios flecheros… todo contra un obispo o pobre fraile, solo, a pie, con un báculo en la mano y un breviario en la cinta (135)».
Mientras así se preparaban en Ciudad-Real para recibir a su pastor espiritual, éste tomaba un ligero descanso en Copanahuaztla, disponiendo con los religiosos allí refugiados los medios de aquietar los ánimos y de continuar su apostólica misión. Los padres, que sabían lo que pasaba y que temían aun por su vida, hicieron cuanto estaba en su poder para disuadirlo del viaje, poniéndole por delante los ingentes peligros que le amenazaban; y a fin de aumentarle los obstáculos, mandaron retroceder su equipaje, que habían adelantado. Todo fue inútil: el obispo, sacando nuevos alientos de los riesgos y de las contrariedades que se le oponían, determinó irse derecho a la ciudad y entrarse en ella sin miedo ni turbación alguna: porque, decía, si yo no voy a Ciudad-Real, quedo desterrado de mi Iglesia, y yo mismo soy quien voluntariamente me alejo, pudiéndoseme decir con mucha razón, huye el malo sin que nadie le persiga: y levantándose de la silla con una resolución grandísima, cogiendo las faldas del escapulario, comenzó a caminar. Lloraban con él los religiosos; «el obispo se enternecía con ellos, consolábalos con su ánimo y confianza en Dios, y ellos ofreciéndole sus sacrificios y oraciones, le dejaron ir».
El V. obispo caminó toda la noche a pie y agobiado bajo el grave peso de sus cuidados, de sus enfermedades y de sus setenta y un años cumplidos, sin preocuparse de su futuro destino. En esa noche hubo un fuerte terremoto que duró «lo que basta a rezar tres veces el salmo del Miserere mei», y que obrando singularmente en el espíritu supersticioso de la época, infundió muy extraños terrores. Debiendo considerarlo más bien como una muestra del enojo divino por su obstinada ceguedad, sólo vieron en él una confirmación de sus interesadas y codiciosas aprehensiones: «No es posible, decían, sino que el obispo entra, y aquellos perros Indios (los espías) no nos han avisado; que este temblor pronóstico es de la [LXXXV] destrucción que ha de venir por esta ciudad con su venida (136)». -No se engañaban en la principal de sus conjeturas, porque el obispo tropezó con los espías, quienes en vez de dar el grito de alarma, se arrojaron a sus pies implorando con lágrimas perdón por la culpa que habían cometido aceptando aquel encargo. -El piadoso obispo los consoló, y previendo que pudiera acusárseles de connivencia, y por tal motivo fueran cruelmente castigados, discurrió amarrarlos, cual si los hubiera cogido de sorpresa, operación que practicó por sí mismo, con la ayuda de Fray Vicente, su inseparable compañero, llevándoselos tras sí como sus prisioneros. Al amanecer del día siguiente entró en la ciudad sin que nadie lo sintiera, y como ni pretendía ocultar su llegada, ni tenía alojamiento en que posar, se fue derecho a la iglesia, donde el sacristán le informó del mal espíritu que dominaba en la ciudad. El indomable prelado, sin arredrarse ni desalentarse, aguardó la hora ordinaria de despertar, y en ella mandó notificar su llegada al ayuntamiento, con la prevención de presentarse en la iglesia a escuchar su plática.
Imposible sería describir la sorpresa y el espanto que tal nueva esparció en los grandes de la ciudad, -«y todos se confirmaban en que fue profeta verdadero el que dijo que el temblor (de la noche precedente) lo pronosticaba, y el adivino quedó calificado de allí adelante (137)». Un rasgo oportuno de energía produce siempre sus efectos, y los que pocas horas antes amenazaban acabar con el obispo, se presentaron, si no arrepentidos, a lo menos bastantemente sumisos y respetuosos. Sin embargo, firmes en su tema, le hicieron notificar por medio del escribano de cabildo el requerimiento que tenían preparado, como condición de su obediencia, reducido sustancialmente a exigir que los tratase como cristianos, mandándolos absolver, y que no intentase cosa nueva en orden a quitalles los esclavos, ni a tasar la tierra»; en suma, que no sólo sancionase, sino que santificase los abusos, lavándolos con la absolución sacramental. El obispo, sin acceder a ninguna de sus pretensiones, les habló con tanta caridad y unción, que logró desarmarlos, y aun infundirles respeto. Retirábase ya a la sacristía, cuando lo detuvo el secretario del cabildo, anunciándole con mucha cortesía «que traía una petición de la ciudad en que le suplicaba le señalase confesores que los absolviesen y tratasen como cristianos». «El prelado accedió en el acto, designando al canónigo Perera y a los religiosos dominicos; «pero respondieron todos, que no querían aquellos confesores que eran de su parcialidad, sino confesores que les guardasen sus haciendas. Yo los daré como me los pedís, respondió; y señaló entonces a un clérigo de Guatemala y a un padre mercedario, entrambos sacerdotes cuerdos y celosos del bien de las almas (138)». [LXXXVI]
El inseparable Fray Vicente, que ignoraba las calidades de los escogidos, y que en la condescendencia del obispo creyó ver un acto de debilidad o de temor, «tirole de la capa, diciéndole: no haga V. S. tal cosa, más que la muerte»; palabras que escuchadas por la multitud, despertaron inopinadamente su furor, causando un tumulto tan violento, que por poco cuesta la vida al consejero. Íbase ya aplacando, y el V. prelado casi exánime por el cansancio, la fatiga, el insomnio y aun por el hambre, se retiró a una celda del convento de la Merced, para reparar sus fuerzas y su espíritu. «Comenzaba a desayunarse con un mendrugo de pan para tomar un trago de vino, y apenas lo había mezclado, cuando toda la ciudad puesta en armas entra por el convento, y los más osados por la celda del obispo, que viéndose cercado de tantas espadas y estoques desnudos, tantas rodelas y montantes, se turbó en extremo, juzgando era allegada su última hora (139)». El pretexto de tan grande y escandaloso alboroto era la amarradura de los Indios espías, que el obispo había atado por los compasivos motivos de que se ha dado razón. -Los feroces e implacables opresores la echaban aquí de humanos, para encontrar culpas en el único protector de aquellas víctimas de su avaricia. El tumulto ha debido ser tan grave y peligroso, que el cronista de quien tomo estas noticias se consideró precisado a combatir «como calumnia manifiesta» una antigua y muy popularizada tradición, que, según decía, echaba un borrón infamante sobre «la nobleza ilustre, la cristiandad, caballerosidad &c., &c., de los vecinos y fundadores de Ciudad-Real». Cuéntase que éstos -«en las furias de sus cóleras y pesadumbres con el Sr. Don Fray Bartolomé de las Casas, arremetieron a la posada donde estaba, le sacaron della con violencia y apedreándole le echaron fuera de la ciudad (140)». Grande, repito, debió ser el desorden, para dar materia a tal tradición. -La templanza, el sufrimiento y más que todo, la indomable energía del prelado, que no retrocedió, ni aun teniendo la muerte a los ojos, conjuraron aquella embravecida borrasca, a términos que «tres horas después era visitado de paz de casi todos los vecinos de la ciudad; todos le pedían con mucha humildad perdón de lo hecho; todos de rodillas le besaban la mano, confesando que eran sus hijos y él su verdadero obispo y pastor… y con procesión y fiesta le sacaron del convento y llevaron a las casas que estaban ya aderezadas para aposentarle (141)». Quizá había en efecto un arrepentimiento sincero; o quizá solamente se cambiaba de medios, esperándose vencer con halagos y obsequios al que se había mostrado invencible con el terror y con la fuerza. La impresión que este acontecimiento hizo en su espíritu; el único fruto cosechado de tantos afanes; las reflexiones que le inspiraron, y la resolución definitiva a que [LXXXVII] lo condujeron, han sido breve y diestramente epilogados por la pluma de Quintana, de quien el lector los oirá con más aprovechamiento y placer.
«A pesar, dice, del aspecto de serenidad y de paz que habían tomado las cosas, el obispo desde aquel día fatal se propuso en su corazón renunciar a conducir un rebaño tan indócil y turbulento. Los motivos fundamentales de la contradicción y del disgusto permanecían siempre en pie, y no era posible destruirlos, pues ni aquellos Españoles habían de renunciar a sus esclavos y granjerías ilícitas, ni él en conciencia se las podía consentir. Añadíase a esta difícil situación el disgusto que recibía con las cartas que entonces le enviaban el virrey y visitador de México, diferentes obispos, y muchos religiosos letrados, en que ásperamente le reprendían su tesón, motejándole de terco y duro… El odio, por tanto, que se había concitado por la singularidad de su conducta, era general, y según su más apasionado historiador, no había en Indias quien quisiese oír su nombre, ni le nombrase sino con mil execraciones. Todo, pues, le impelía a abandonar un puesto y un país, donde su presencia, en vez de ser remedio, no debía producir naturalmente más que escándalos. Hallándose en estos pensamientos, fue llamado a México a asistir a una junta de obispos, que se trataba de reunir allí para ventilar ciertas cuestiones respectivas al estado y condición de los Indios, y esto fue ya un motivo para que apresurase sus disposiciones de ausentarse de Chiapa; en lo cual acabó de influir eficazmente la llegada del juez que se aguardaba de Gracias-a-Dios, para la visita de la provincia, prometida por la Audiencia de los Confines.
Era éste el licenciado Juan Rogel, uno de los ministros que la componían, y su principal comisión la de arreglar los tributos de la tierra, a la sazón tan exorbitantes, que por muy ajenos que estuviesen los oidores de dar asenso a las quejas del obispo, ésta fue tan notoria y tan calificada, que no pudieron menos de aplicarle directamente remedio en la visita de Rogel. Deteníase éste en empezar a cumplir con su encargo y ejecutar sus provisiones. Notábalo el obispo, y apuraba cuantas razones había en la justicia y medios en su persuasión, para animarle a que diese principio al remedio de tantos males como los Indios sufrían, poniendo en entera y absoluta observancia las Nuevas Leyes. Al principio del oidor escuchaba sus exhortaciones con atención y respeto: mas al fin, o cansado de ellas, o viendo que era necesario hablarle con franqueza, le contestó un día en que le vio más importuno: Bien sabe V. S. que aunque estas nuevas leyes y ordenanzas se hicieron en Valladolid con acuerdo de tan graves personajes, como V. S. y yo vimos, una de las razones que las han hecho aborrecidas en las Indias, ha sido haber V. S. puesto la mano en ellas, solicitándolas y ordenando algunas. Que como los conquistadores tienen a V. S. por tan apasionado contra ellos, no entienden que lo que procura por los naturales es tanto por amor de los Indios, cuanto por el [LXXXVIII] aborrecimiento de los Españoles, y con esta sospecha, más sentirían tener a V. S. presente cuando yo los despoje, que el perder los esclavos y haciendas. El visitador de México tiene llamado a V. S. para esa Junta de prelados que hace allí, y V. S. se anda aviando para la jornada; y yo me holgaría que abreviase con su despedida y la comenzase a hacer, porque hasta que V. S. esté ausente, no podré hacer nada; que no quiero que digan que hago por respeto suyo aquello mismo a que estoy obligado por mi comisión, pues por el mismo caso se echaría a perder todo.
«Este lenguaje era duro, pero franco, y en cierto modo racional. El obispo, se persuadió de ello, y abrevió los preparativos de su viaje, que estuvieron ya concluidos para principios de cuaresma de 1546, y salió al fin de Ciudad-Real al año, con corta diferencia, que había entrado en el obispado. Acompañáronle en su salida los principales del pueblo, y alguna vez le visitaron en los pocos días que se detuvo en Cinacatlán para descansar y despedirse de sus amigos los religiosos de Santo Domingo: prueba de que las voluntades no quedaban tan enconadas como las desazones pasadas prometían (142)».
El licenciado Don Francisco Tello de Sandoval, que era el visitador de quien habla Quintana, había sido enviado por la corte con tal carácter y con el especial encargo de promulgar y hacer cumplir las Nuevas Leyes. Aunque había llegado a México desde el 8 de Marzo de 1544, fueron tantas y tan pujantes las resistencias que encontró, apoyadas hasta cierto punto por la administración misma, que ni aun se atrevió a publicarlas luego, difiriendo esta formalidad hasta el día 28, para tomar las precauciones convenientes. A pesar de ellas la impresión que produjeron fue terrible: «hubo, dice Torquemada (143), grandes alteraciones y estuvo la tierra en términos de perderse; pero con la sagacidad y prudencia de Don Antonio de Mendoza, formaron acuerdo él y el visitador y Audiencia de que no se ejecutasen algunas cosas por entonces, sino que fuesen entrando en ellas poco a poco y que se consumiesen los esclavos que había, y con buenos medios se sobreseyesen las Leyes &c». -Con este favor que dispensaba el gobierno, los encomenderos y todos los que se sentían agraviados, apelaron de las Nuevas Leyes para ante el Emperador, y para dar mayor eficacia a sus gestiones se dispuso enviarle una diputación compuesta de los superiores de las religiones de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, de regidores de la ciudad y procuradores de los encomenderos, con el encargo de obtener su revocación y la confirmación de las disposiciones antiguas que autorizaban el servicio forzado de los Indios.
Como al visitador había parecido prudente y más útil a los intereses de la corona admitir las apelaciones interpuestas, se encontró paralizado [LXXXIX] en el punto principal de su misión, mientras no recibiera nuevas órdenes. La espera debía ser bien larga, así es que para aprovecharla determinó desempeñar otro artículo de sus instrucciones, contraído a convocar «una junta de todos los prelados de la Nueva España y de todos los hombres de ciencia y de conciencia que en ella había, para tratar y resolver las cuestiones y dificultades que en tan grave materia, como el hacer a los Indios esclavos y tenerlos por súbditos y vasallos en los repartimientos y encomiendas que los gobernadores habían hecho, se ofrecían; para que si eran o no eran lícitos los tales esclavos y las tales encomiendas, se resolviera de una vez… porque (y esta observación del cronista es muy digna de atención) la mayor parte de los doctores y obispos tenían la afirmativa desta opinión, como más favorable a los seglares; y la menor, que era la orden de Santo Domingo, y en ella no todos, tenían la negativa, como más llegada a la verdad y al bien de los Indios (144)». He aquí muy claro y perfectamente formulado el punto de desacuerdo y controversia entre franciscanos y dominicos, y que, como observa uno de esta orden, había logrado introducir no sólo la división, sino aun el cisma, porque religiosos de la misma provincia y hasta del mismo convento opinaban de diversa manera.
Si la discordancia de pareceres hubiera quedado encerrada en el claustro, o no excediera los términos comunes de una controversia teológica, el mal hubiera podido sobrellevarse como otros muchos de su género; pero afectando tantos y tan cuantiosos intereses materiales, la polémica se convirtió en negocio de estado, apareciendo en ella y en primer término la potestad civil, como uno de los principales campeones. El visitador tomó la parte que le tocaba, y lo hizo guiándose preferentemente por los intereses de la política; así, uniendo su voz a las que censuraban al obispo de Chiapa, había ya prejuzgado la cuestión, escribiéndole «con mucha aspereza, notándole de duro y terco, porfiado e imprudente en aferrarse tanto con su parecer, siendo el único y solo en negar los sacramentos a los cristianos. Y como los paralogismos y los argumentos que afectan la vanidad o amor propio son siempre los más convincentes para la multitud, no dejó de hacerse valer contra Don Fray Bartolomé «que levantaba nuevas opiniones, oponiéndose a los obispos, religiosos, maestros, letrados y hombres santos y doctos de todas las Indias, atribuyendo su oposición a soberbia y a estimarse él y los padres de Chiapa en más, y tenerse por más acertados, o sabios, que cuantos acá (en México) había (145)». Así le preparaban el terreno sus émulos y desafectos para desalentarlo, acobardarlo y hacerlo fracasar en su filantrópica misión.
El obispo de Chiapa estaba dotado ciertamente de una energía y perseverancia que ofrecen muy raros ejemplos; pero de estas virtudes a la [XC] terquedad y obstinación que le atribuyen, hay una inmensa distancia, que desgraciadamente no comprenden los caracteres suaves, contemporizadores, o si se quiere, demasiado prudentes. El Sr. Casas se juzgaba bien asentado en el sendero del deber, y por eso no cejaba; pero como se le decía tanto y se le censuraba de todas partes y por toda clase de personas, quiso conferenciar nuevamente sobre el asunto, para rectificar y consolidar su opinión, antes de presentarse en la junta eclesiástica de México, donde debía emitir un voto definitivo e irrevocable. Al intento, y ya en camino, reunió a todos los religiosos dominicos de la comarca, y después de muy detenidas conferencias en que la materia se debatió con libertad y con conciencia, «tomose la última resolución de lo que el obispo había de proponer y defender y con todas sus fuerzas procurar que se pusiese en ejecución en la junta de México, acicalando las razones que todos tenían para la doctrina que enseñaban, y que como era opuesta a todo el torrente común de las Indias, tenían por contrarios a seglares, clérigos, religiosos y algunos obispos». Con esta determinación se despidió de su grey, para más no volver, acompañado de tres religiosos de su orden y de aquel canónigo de que dimos noticia (pág. LXXXIII) que lo había renegado y colmado de ultrajes, y que ahora era su mejor amigo y más ferviente colaborador. Sus últimas disposiciones fueron para repartir entre las iglesias y monasterios sus ornamentos, muebles, libros y cuanto poseía, quedándose con lo encapillado. Su camino fue una predicación continua con que asombraba a cuantos lo escuchaban, por la novedad y rigidez de su doctrina, que «condenaba a todos, confesores y penitentes, abominando públicamente los pecados de los unos y la ceguera de los otros».
Natural era que la fama de estas predicaciones, que según la cándida expresión de Remesal escandalizaban este Nuevo Mundo, produjeran mayor excitación en la ciudad de México, como centro de mayores y más protegidos intereses. En efecto, hallábase ya a pocas jornadas de ella, y aun había fijádose el día de su entrada, cuando comenzaron a asomar los alborotos -«como si hubieran de ver un ejército de enemigos, encendiéndoseles tanto la sangre en su odio y aborrecimiento, que temiendo el virrey y visitador alguna alteración o desgracia, le escribieron que se detuviese hasta que ellos le avisasen, que sería cuando entendiesen que la gente estaba algo desapasionada (146)». Quizá se esperaba que tales prenuncios hicieran en el ánimo del ilustre huésped el natural efecto de intimidarlo o contenerlo, y quizá también se contaba con ellos para lo que se preparaba; mas teníanselas con un hombre que cual el gigante de la fábula, recobraba sus bríos al tocar la tierra. Llegado el último día de espera hizo su entrada en México, y no a oscuras, sino a las diez de la [XCI] mañana, atravesando por entre la muda y atónita multitud, que lo vio pasar con respetuoso silencio. Fuese directamente a posar al convento de la orden, que en ese año ocupaba ya la misma localidad que hoy. -El virrey y los oidores le enviaron la bienvenida en el mismo día; mas su sorpresa y estupor debieron ser inexplicables al oír el mensaje que les devolvió el obispo en retorno de su cortés saludo. «Envioles a decir que lo perdonasen que no los iría a visitar porque estaban descomulgados, por haber mandado cortar la mano en la ciudad de Antequera (Oajaca) a un clérigo de grados (147)». Esta respuesta se hizo pública, causando «grandes inquietudes y altercados», que, como se comprenderá, aumentaban las pesadumbres y conflictos del obispo; mas con ella había afianzado su bandera, no dejando ocasión para que nadie pudiera equivocarse respecto de su doctrina y ulterior conducta.
Reunidos los prelados, doctores y demás personas convocadas para la celebración de esta junta eclesiástica, procedió a ocuparse de los asuntos de su misión. Cuáles fueran éstos no se sabe con entera certidumbre, porque los historiadores, tan comunicativos sobre otras materias menos importantes, han pasado muy rápidamente sobre este suceso, limitándose a mencionarlo y a decir que en esa reunión se resolvió la duda relativa a la administración del Sacramento de la Eucaristía a los Indios. Remesal (148), que tuvo a la vista un resumen de sus debates, menciona algunos de sus puntos, los cuales giran principalmente sobre la libertad de los indígenas y manera de catequizarlos; todo en el espíritu de la doctrina que sobre el particular defendía y propalaba el obispo Casas. Natural era que con polémicas de tal carácter y en tales circunstancias, «sudaran los de la junta muchas conclusiones, y que cada disputa suya fuera como un día del juicio», según la expresión del mismo cronista. En esas conferencias se ventiló también el gravísimo punto relativo a la absolución de los encomenderos, y añade que «los obispos, los perlados y demás letrados de la junta, después de largas disputas y tratados que tuvieron entre sí, hicieron como un formulario del modo que se habían de haber los confesores en absolver los conquistadores, pobladores, mercaderes &c., que tuviesen escrúpulo de las haciendas que poseían».
No obstante estas resoluciones, y que con ellas la doctrina del Sr. Casas obtenía una solemne sanción, y su conciencia un grande alivio, -«él y Fray Luis Cancer, su compañero, tenían gran pena porque uno de los principales puntos, que era el del modo de hacer los esclavos, no se había tratado y disputado y determinado como ellos quisieran, ni tomádose la resolución que era justo…. Propúsola el Sr. obispo muchas veces, y nunca se acababa de tratar de veras; y en cierta ocasión le dijo el virrey: «que era razón de estado no determinarse aquello, y que así no se cansase en [XCII] proponerlo en la junta general; porque él había mandado que no se resolviese». -Los hombres de ideas fijas no comprenden las intermedias, y la exaltación del celo religioso rara vez transige con los intereses de la política; así el obispo, sumamente descontento y desazonado con la respuesta del virrey, trató de vencerla por uno de aquellos medios que, no sin razón, le concitaban tantas contradicciones y enemistades. Aprovechando la ocasión de desempeñar el púlpito de la Matriz en una festividad a que asistió el virrey, «acriminó aquel mandato, amenazando al que lo había puesto» con uno de tantos terribles anatemas como se ven en Isaías (149). Don Antonio de Mendoza, que era el virrey, sintió todo el escozor de la reprimenda; más obrando con aquella prudencia y cordura que distinguen el período de su administración, dio vado a la dificultad, manteniendo la prohibición de tratar tales materias en la Junta Eclesiástica, y permitiendo al obispo «que en el convento de Santo Domingo se hiciesen todas las juntas que quisiese, y que allí se tratase no sólo el punto de los esclavos, sino todas las materias que a él le pareciesen», ofreciendo ponerlas en conocimiento de la corte para su resolución.
Autorizado el obispo con este permiso, «juntó, dice Remesal, a todos los que eran de la junta principal, excepto los Sres. obispos, y por muchos días, en disputas públicas, trató la materia de los Indios esclavos… diéronse éstos por mal hechos, condenándose a sus amos por tiranos… obligándolos a ponerlos en libertad, so pena de mal estado… (150) De todo lo que en esta junta se determinó se hicieron muchos traslados y se enviaron por todas las Indias, principalmente por el distrito y gobernación de la Audiencia de México, para que así eclesiásticos como seglares lo supiesen y se gobernasen por ello». -Asegúrase, y el hecho parece cierto, que en estas juntas tuvo el obispo el placer y el consuelo de ver aprobada la doctrina de su famosa Instrucción a los Confesores, de que antes hemos hablado, aunque su texto, tal cual corre impreso en la edición de Sevilla, se redactó ciertamente con posterioridad, pues en la Regla 8ª se hace mérito de una de las resoluciones acordadas en esa misma congregación de los obispos… celebrada año de 1546 (151).
Tranquila la conciencia del obispo con el juicio de las personas más [XCIII] competentes que presentaba el Nuevo Mando en las ciencias eclesiásticas, le comunicó a su clero de Chiapas para darle más aliento en el desempeño de su difícil ministerio; y a fin de vigorizar su acción, no menos que para proveer al mejor régimen de su Iglesia, cuyo gobierno había ya determinado renunciar, nombró vicario general a aquel mismo canónigo Juan de Perera, extraviado un momento, según dijimos, y ahora de vuelta, contrito y humillado al redil eclesiástico. Remesal nos ha conservado íntegro el texto de su título que contiene varias instrucciones, algunas de ellas bien severas, para el desempeño del encargo. El documento está fechado en la ciudad de México a 9 de Noviembre de 1546 con la suscrición Frater [XCIV] Bartolomeus de las Casas Episcopus civitatis Regalis. -Con fecha del día siguiente trae el mismo cronista el texto de las licencias concedidas a los eclesiásticos que podían oír confesiones de los Españoles vecinos y moradores de su obispado, reduciéndolos a cuatro individuos de su orden y a los otros que su vicario estimase conveniente aumentar (152).
Desde aquí comienzan la confusión y dudas relativas al que debe considerarse como primitivo y genuino texto del famoso Confesonario, o Instrucciones para los confesores, pues algunos escritores han tomado por tal el del mandamiento en que se hizo la designación de ellos, quizá porque contiene la prohibición impuesta a los otros eclesiásticos de «oír confesión alguna de Español vecino, ni morador del obispado que fuera conquistador, o que tuviera Indios de repartimiento… exceptuados los casos de artículo de muerte y de que no pudiera llamarse a alguno de los confesores titulados». -El mismo Remesal, a quien debemos los más abundantes y seguros datos, autoriza la equivocación, porque al mencionar los escritos de nuestro prelado, hablando del Confesonario, dice ser el que está en este libro (153)»; esto es, en su crónica, y en ella no hay otra cosa que se le parezca más que el mencionado mandamiento. Sin embargo, su propio texto destruye la suposición, porque en el segundo párrafo les previene el obispo por vía de precepto e instrucción que manden al penitente que guarde y cumpla y disponga su ánima conforme doce reglas que están firmadas de nuestro nombre y señaladas con nuestro sello». -Luego éstas eran diversas del mandamiento. Así lo reconoce el propio Remesal en las siguientes palabras: «Estas doce reglas que aquí dice el señor obispo envió a los padres de Santo Domingo (de Chiapas), es el Formulario de confesores que arriba se dijo que se había hecho en aquella grave junta (la segunda congregación eclesiástica): el señor obispo había muchos años [XCV] que las había hecho y se gobernaba por ellas, y por muchas disputas y consultas, averiguó su razón y verdad en México, &c. &c. (154)».
Esta Instrucción, Formulario de confesores, o Confesionario, según lo denominaba el Padre Motolinía y yo continuaré denominándolo para facilitar su mención, se hizo luego tan común, no obstante la prevención de mantenerlo secreto, «que aun los más de los seglares, dice Remesal, tenían sus traslados; y como eran tan rigurosas sus reglas, parecioles que si por ellas eran juzgados, a ninguno se le podía dar la absolución». «Eran, en efecto, muy severas, con particularidad la 1ª y la 5ª (155)
que [XCVI] fueron las que realmente causaron el alboroto y arrancaron un grito universal de angustia y desesperación, que se abrió camino hasta el solio, como que herían a todas las personas, clases e intereses de la sociedad.
El mismo Padre Motolinía que afectaba tener un tan bajo concepto de su antagonista, se manifestaba sumamente azorado con la doctrina del Confesonario, siendo éste el que principalmente le puso la pluma en la mano para escribir la fulminante y descompasada filípica que con el título de Carta escribió a Carlos V y forma parte de este volumen desde la página 251. -«Por amor de Dios, le decía, ruego a V. M. que mande ver y mirar a los letrados, así de vuestros Consejos como a los de las universidades, si los conquistadores, encomenderos y mercaderes desta Nueva España están en estado de recibir el sacramento de la penitencia y los otros sacramentos, sin hacer instrumento público por escritura y dar caución juratoria, porque afirma el de las Casas que sin estas y otras diligencias no pueden ser absueltos, y a los confesores pone tantos escrúpulos, que no falta sino ponellos en el infierno, y así es menester esto se consulte con el Sumo Pontífice». -Hemos visto en otra parte la fe y el celo ardiente que ponía el Padre Motolinía en la administración del bautismo, estimándolo como la primera y más meritoria práctica del cristianismo: con este conocimiento ya podremos comprender cuál sería su amargura e inquietud [XCVII] de espíritu, cuando en esa misma carta decía: «qué nos aprovecharía a algunos que hemos baptizado más de cada trescientas mil ánimas y desposado y velado otras tantas y confesado otra grandísima multitud, si por haber confesado diez o doce conquistadores, ellos y nos hemos de ir al infierno…»
Y no eran solamente las conciencias las que el Sr. Casas había alarmado con sus doctrinas, sino que también irritó la vanidad y el interés; pasiones infinitamente más descontentadizas y susceptibles que la conciencia, como que tienen el funesto poder de sojuzgarla. En el Padre Motolinía, y lo mismo en los otros ministros del Evangelio, obraba el sentimiento del misionero que temía aventurar la salvación del alma, único fin de todos tus sacrificios y desvelos, con la práctica y ejercicio de los actos mismos con que la creían asegurada; y obraba también el punzante escozor del teólogo, del moralista, del hombre de letras que se veía públicamente tildado y deshonrado con una censura que argüía una ignorancia supina. Esto lo marcaba muy distintamente el Padre Motolinía en muchos pasajes de su carta, manifestando bien claramente la penosa impresión que le causaban (156); y como en causas de tal género la voz del mayor número suele ser más poderosa que la de la razón, hizo cuanto pudo para aumentar el de los descontentos, irritando la vanidad del mercader, del militar, del [XCVIII] seglar, del eclesiástico, del letrado, del magistrado, del virrey, del consejo, y aun la del mismo emperador Carlos V, a quien decía (pág. 257): «Si los tributos de Indios son y han sido mal llevados, injusta y tiránicamente (como afirma el de las Casas), buena estaba la conciencia de V. M. pues tiene y lleva V. M. la mitad o mas de todas las provincias… de manera que la principal injuria o injurias hace a V. M. y condena a los letrados de vuestros consejos, llamándolos muchas veces injustos y tiranos: y también injuria y condena a todos los letrados que hay y ha habido en toda esta Nueva España, así eclesiásticos como seculares, y a los presidentes y audiencias de V. M., &c. &c».
Estas y otras muchas especies de su género que el Padre Motolinía hacía todavía valer en 1554, no eran más que la repetición y brevísimo epílogo de lo que se decía en principios de 1547, cuando terminadas las sesiones de la segunda junta eclesiástica y las conferencias privadas que promovió Don Fray Bartolomé para hacer revisar la doctrina de su Confesionario, se volvía a España con la resolución ya formal de renunciar su obispado; «convencido íntimamente, dice Quintana, de que según la disposición de los ánimos, la flaqueza y parcialidad de los gobernadores, el endurecimiento general de los interesados y el odio concebido en todas partes contra él, no podía ser útil aquí a sus protegidos». -Ese viaje fue una inspiración del cielo que salvó a las infelices razas conquistadas de calamidades que ni siquiera sería posible conjeturar, pero que podrían augurarse en parte por la total extinción que sufrieron en algunas de las Antillas, donde hoy no se encuentra una sola persona de las familias primitivas. Los interesados en la conservación de los abusos habían puesto en juego todos sus medios para salvarse y para perder al indomable protector de los Indios. Uno de los mejor escogitados, por su conformidad con el espíritu de la época, fue ganarse la pluma de dos de los más afamados sabios que, por decir así, se partían el imperio de las letras en la vasta monarquía española, en el Antiguo y Nuevo Mundo; el Dr. Juan Ginés de Sepúlveda, «hábil filósofo, diestro teólogo y jurista, erudito muy instruido, humanista eminente y acérrimo disputador, que escribía el latín con una pureza, una facilidad y una elegancia exquisitas, talento entonces de mucha estima, y en que Sepúlveda se aventajaba entre los más señalados. Favorecíanlo además las ventajas de cronista y capellán del emperador (157)». Hacíale eco en México el Dr. Bartolomé Frías Albornoz, discípulo del gran, Don Diego Covarrubias, primer profesor y fundador de la cátedra de derecho civil de esta universidad, y según la expresión del famoso Brocense, varón doctísimo y consumado en todas lenguas. D. Nicolás Antonio (158) decía en su elogio que fue hombre de ingenio eminente y [XCIX] de memoria monstruosa. El primero se encargó de batir en brecha y de tapar en sus fundamentos la doctrina de Don Fray Bartolomé, sosteniendo la justicia del derecho de conquista y formulando su doctrina en un axioma que, por una de aquellas absurdas contradicciones del entendimiento humano, hoy forma el dogma del pueblo que se juzga el más culto, el más filantrópico y más liberal de la tierra: el Dr. Sepúlveda, así como los políticos Norte-Americanos, defendía -que subyugar a aquellos que por su suerte y condición necesariamente han de obedecer a otros, no tenía nada de injusto. El principio era inmensamente fecundo en consecuencias. Nuestro Dr. Frías Albornoz lo sostenía también aquí, atacando además, de una manera directa y explícita, la persona y escritos del obispo de Chiapas. De su obra no nos ha quedado más que el título, qué trascribiré con las palabras de Don Nicolás Antonio, de quien lo copió Beristain con su acostumbrado descuido; dice así: Un tratado de la conversión y debelación de los Indios.
Los enemigos del Sr. Casas para mejor asegurar el logro de todos sus intentos, habían subvertido la cuestión reduciéndola principalmente al paralogismo que tanto hacía valer el Padre Motolinía en su carta al Emperador; esto es, de presentar la doctrina de aquel como atentatoria a la dignidad y a los derechos de la corona, ya porque según decían, tendía a invalidar el título con que los soberanos de Castilla podían justificar su señorío en América, ya también porque los convertía en cómplices, cuando menos, de las tiranías, violencias, despojos y usurpaciones que los conquistadores cometían y de cuyos frutos participaban en gruesa cuantía. -El medio de argumentación no podía ser más vigoroso, y manejado por un tan diestro, respetable y acérrimo disputador, como dice Quintana era el Dr. Sepúlveda, el triunfo debía considerarse asegurado en aquel siglo formuloso y silogístico. El doctor había efectivamente trabajado un opúsculo (159) sobre este tema favorito, que corría con gran boga en los círculos político-literarios de la corte, a tiempo que llegó nuestro obispo. Hasta entonces no había más que simples lecturas en copias manuscritas, procurándosele así patrocinio para obtener el permiso de la impresión. El obispo, impuesto de lo que pasaba, se echó por su lado para combatir con su vehemencia y ardor característicos, la doctrina y pretensiones del doctor, caminando en esta parte con tanta dicha, que obtuvo un triunfo completo con grande gloria suya, y mayor aún con la de la magistratura española que conquistó entonces un timbre que no borrará el curso de los siglos, mientras la justicia y la moralidad conserven sus respetos. Aunque la Apología de Sepúlveda no sólo favorecía y lisonjeaba la política española, sino que también venía a darle un grande apoyo, tanto para legitimar su señorío [C] en las Américas, como para esquivar los espinosos argumentos que se le hacían con los desmanes de los conquistadores y encomenderos, sin embargo, «no por eso halló mejor cabida en el gobierno: los ministros que lo componían tuvieron entonces a la moral y honestidad pública un respeto que desconoció el escritor, y no quisieron manifestarse aprobadores de aquella apología artificiosa de la violencia y de la injusticia. Negó el Consejo de Indias su licencia para la impresión; igual repulsa halló en el de Castilla; las universidades te reprobaron y algunos sabios le combatieron (160)».
El triunfo de Don Fray Bartolomé no podía ser ni más completo ni más lisonjero; pero estas mismas calidades se lo hacían también sumamente peligroso por lo que le acrecían de odios y de obstáculos. Conociendo muy bien, por dónde sería más vivamente atacado, procuró reforzarse haciendo examinar de nuevo su Confesionario por algunos de los más insignes teólogos de España, entonces emporio del poder y de la ciencia. Encomendó esta delicada censura a los maestros Galindo, Miranda, Cano, Mancio, Soto Mayor y Fray Francisco de San Pablo, quienes, dice nuestro obispo en el prólogo de aquel, «lo vieron, examinaron, aprobaron y firmaron». Yo creo que en esta ocasión y con el designio insinuado fue cuando dio a su Confesionario la forma con que hoy lo conocemos, añadiéndole la parte que intituló: Adición de la primera y quinta reglas. Ésta es una defensa teológico-canónica de la doctrina contenida en ellas, como que, según se ha visto, fue la que suscitó principalmente los alborotos y quejas de los encomenderos. Más tranquilo su espíritu con esta aprobación de los maestros de la ciencia, y considerándose protegido por ella como con un escudo impenetrable, dejó seguir su curso a los sucesos, aunque sin perder de vista al Dr. Sepúlveda, ya para continuar combatiendo su doctrina en la arena privada de los círculos literarios, ya para mantener la prohibición impuesta a la impresión de su Apología.
Mientras que con tantas fatigas, pero con éxito tan glorioso, mantenía en España su bandera, los sucesos de América se complicaban, preparándole una borrasca que debía causarle mortales pesadumbres. La carta del Padre Motolinía manifiesta sobradamente cuál fuera el estado de excitación que mantenía la doctrina del Confesionario, y los esfuerzos que se harían para destruirla con su autor. Los primeros de este género partieron de donde más sensibles podían ser para el obispo, manifestándose aun en una forma ultrajante. El ayuntamiento de la capital de su diócesis tomó la iniciativa en Abril de 1547 constituyendo procuradores en México y en España: aquí, haciendo mérito de la insuficiencia de los sacerdotes que había dejado el obispo, pidieron licencia al virrey «para concertarse con clérigos que sirvieran la Iglesia, administraran los sacramentos, confesaran y absolvieran [CI] a los vecinos». La misión del procurador enviado a la corte era más importante y elevada, y para mejor asegurar su éxito se confió a un regidor y encomendero; autorizósele «para que pueda parecer (decía el acuerdo del ayuntamiento) ante S. M. en nombre de la ciudad e pueda suplicar e suplique a S. M. sea servido de mandar proveer que venga a esta dicha ciudad e provincia un perlado, atento que se fue desta ciudad e provincia el obispo de ella, &c (161)». No podía pedirse con más claridad la remoción del Sr. Casas, quien en la ocasión pudo igualmente repetir aquella última y sentida exclamación de César: ¡tu quoque, fili mi!… Sí; y con doble aplicación de sujeto, porque uno de los principales instigadores de esas quejas y turbaciones era el deán Gil Quintana, aquel eclesiástico perverso que le suscitó el tumulto de 1545 (pág. LXX), que aun puso en riesgo su vida. El buen obispo, incapaz de odio, ni menos de rencor, no solamente lo había perdonado y absuelto, sino que lo volvió a su Iglesia y al goce de su beneficio, en el cual por única recompensa se ocupaba en censurar la conducta de su prelado, en exacerbar la irritación de los ánimos mal prevenidos y en aumentarle dificultades.
Eran tantos los intereses puestos en conflicto y tan ardientes y exaltadas las pasiones que los impelían, que habría sido un verdadero prodigio librar enteramente a sus efectos. En América todo se le disponía mal a nuestro obispo, aun en lo que a primera vista parecía indiferente; tal por ejemplo, como la elección del ministro provincial de los franciscanos, que en el año siguiente de 1548 recayó en nuestro Padre Motolinía, el sexto en orden de los escogidos, según hemos visto, para formar el apostolado de los primeros misioneros, y el sexto también en orden de los ministros provinciales elegidos en esta provincia del Santo Evangelio. En España iban las cosas peor, por el empuje poderoso que recibían de aquí, eficazmente auxiliado por el influjo de tantas personas como habían tomado parte en la contienda por interés, por conciencia o por la gloria literaria. Entre éstos sobresalía el formidable Dr. Sepúlveda, más que vencido, humillado con la prohibición que le impedía la impresión de su opúsculo. Éstos son agravios que no olvida ni perdona un estudiante, y estudiantes eran casi todos los sabios de aquella época. El maltratado doctor, eco y representación de todos los intereses en conflicto, ya que más no podía, se conformó con tomar su desquite en la misma especie, y la real cédula de 28 de Noviembre de aquel año (1548) se lo dio tan completo como podía desearlo. El Emperador mandó a la audiencia de México que recogiera todas las copias que circularan del famoso Confesionario, mientras el Consejo, a cuya revisión se había sujetado, pronunciaba sobre su doctrina. Ordenose además a Don Fray Bartolomé, que dentro de un término bastante limitado diera explicaciones satisfactorias ante aquel augusto tribunal [CII] sobre ciertos puntos que se le notaron en su Confesionario, que parecían depresivos de la autoridad y dignidad de la corona. -Casi al mismo tiempo (7 de Diciembre) y para que ninguna amargura le faltara, el ayuntamiento de Ciudad Real de Chiapas enviaba otro nuevo procurador a la corte con el encargo especial de querellarse contra su obispo por las restricciones de su Confesionario. Ese procurador, ¡quién lo creyera! fue aquel mismo miserable deán Quintana, tan generosamente perdonado por su prelado, y que en esta vez solicitó y mendigó del ayuntamiento ese oprobioso encargo para mortificar y perseguir a su benefactor, como efectivamente lo hizo, «andando en la corte, con tanta ignominia, como insolencia, agenciando y solicitando contra su obispo, hasta que vio que renunciaba la mitra (162)».
Nada aventurado sería creer que nuestro Provincial Fray Toribio, con aquel su carácter no menos inflexible que impetuoso, contribuyera hasta donde alcanzara su poder, en la resolución imperial que descargó tan rudo y terrible golpe sobre su antagonista, puesto que en ello veía el triunfo de sus propios principios, no menos sanos y benévolos en su origen que los del mismo Don Fray Bartolomé; y si bien no tenemos dato alguno positivo para asegurarlo, sí lo hay patente y explícito del uso inmoderado que hizo de su victoria, excediendo, fuerza es decirlo, los límites del derecho y los de la caridad. En esta parte no hay duda alguna, porque Fray Toribio mismo lo refiere, siendo en esta vez el historiador de sus propios hechos. Él tuvo además la satisfacción de ser el escogido para ejecutar inmediatamente la cédula que mandaba recoger el Confesionario, redoblándole así a Don Fray Bartolomé la humillación que le infligía esa comisión. El Padre Motolinía es quien nos ha conservado la memoria del suceso en las siguientes palabras de su carta al Emperador: «Y… sepa V. M. que puede haber cinco o seis años que por mandado de V. M. y de vuestro Consejo de Indias, me fue mandado que recogiese ciertos Confesionarios que el de las Casas dejaba acá en está Nueva España escriptos de mano (163) entre los Frailes menores, e yo busqué todos los que había entre los frailes menores y los di a Don Antonio de Mendoza, vuestro visorrey, y él los quemó porque en ellos se contenían dichos y sentencias falsas y escandalosas, &c». Habiéndose escrito esta carta, según ya hemos advertido, a fines de 1554, refiriéndose en ella su autor a una época anterior de cinco o seis años para la quema del Confesionario, y teniéndose presente que la [CIII] cédula que lo mandó recoger fue expedida el 28 de Noviembre de 1548, es seguro que aquella operación se practicó en principios de 1549, así como también que el Padre Motolinía no fue extraño al auto de fe ejecutado en la obra predilecta de su ilustre antagonista. -¡Cuánto no ha debido sufrir en su espíritu este anciano venerable en ese lance, por más macerado que lo supongamos en la escuela de la tribulación!… La quema de su Confesionario fue un acto impropio, abusivo y censurable, por más que se haya ejecutado en nombre de la religión; ¡triste efecto de las pasiones que traspasan sus justos límites!
Estos triunfos fugaces que los enemigos del obispo obtenían, los envalentonaban, y viéndolo ya enredado en las telarañas del Consejo, urgían y apretaban con la esperanza de ponerlo pronto y de una vez fuera de combate. El mero hecho de haber conseguido que se le exigiera una formal explicación de su doctrina, era ya un fuerte golpe dado a su respetabilidad y a su crédito, y no concediéndosele el tiempo suficiente para hacer sus defensas, había grandes probabilidades de desgraciarlo, porque el obispo, en efecto, se había ido demasiado lejos y había asentado máximas muy avanzadas para su época, que era difícil dilucidar en un sumario. Esperábase, en fin, que, cuando menos, rebajara mucho de la rigidez de sus principios, ya para salir del lance, ya por el respeto y temor reverencial que inspiraba el senado de España, vivo reflejo de su potentísimo monarca. Don Fray Bartolomé comprendía perfectamente su delicada y desventajosa posición; mas viendo que no tenía medio alguno de contrastarla, la afrontó con un valor tan imperturbable, que quizá es el momento de su vida en que aparece más grande y más sublime. -Lleno de confianza en Dios y en la justicia de su causa, ni pide tiempo para preparar su defensa, ni intenta dilucidar los fundamentos de su doctrina, sino que enunciando ligeramente el origen y los motivos y autores de la persecución que sufría (164), y el apremio con que se le obligaba a repeler sus ataques (165), se redujo, siguiendo el espíritu escolástico de la época, a asentar Treinta proposiciones en forma de tesis, resumiendo en ellas toda su doctrina, teológica, canónica y política, reservando sus pruebas para cuando pudiera expenderlas.
Las circunstancias que acompañaron a este escrito de Don Fray Bartolomé [CIV] lo colocan en la primera categoría, siendo el más seguro crisol que puede escogerse para calificar el espíritu y el valor de aquel hombre extraordinario, fenómeno de su siglo y admiración de los venideros. Temiendo quizá sucumbir en esa ruda prueba, quiso, como Suetonio dice de César, -caer en postura decente. -Allí no solamente epilogó la doctrina toda que había esparcido en sus escritos, neta, precisa, severa, sin admitir temperamento alguno, sino que lo hizo también con la vehemencia, calor, y aun diríase despecho, del que teme hablar por la última vez. No perteneciendo directamente a mi intento el asunto principal de ese escrito, me limitaré a notar, que si bien Don Fray Bartolomé reconocía explícitamente, pues que jamás lo había negado, que «a los reyes de Castilla y León… pertenecía de derecho todo el imperio alto e universal jurisdicción sobre todas las Indias». (Proposición XVII), sin embargo, a renglón seguido, y con la misma claridad y precisión establecía y defendía que «ese soberano imperio y universal principado y señorío de los reyes de Castilla en las Indias», no era incompatible, ni por consiguiente afectaba en nada al que los reyes y señores naturales dellas», tenían a la «administración, principado, jurisdicción, derechos y dominio sobre sus propios súbditos y pueblos»; pudiéndose conciliar el del uno con el de los otros, a la manera que «se compadecía (conciliaba) el señorío universal y supremo de los emperadores, que sobre los reyes antiguamente tenían». (Propos. XVIII). Aunque en las proposiciones siguientes imponía a los reyes de Castilla el deber de propagar el cristianismo, como una condición sine qua de su soberanía en América, no obstante advertía que había de ser «en la forma que el Hijo de Dios dejó en su Iglesia estatuida, y la prosiguieron sus apóstoles, pontífices, doctores, y la universal Iglesia tuvo siempre de costumbre…. conviene a saber; pacífica y amorosa y dulce y caritativa y allectivamente (166): por mansedumbre y humildad y buenos ejemplos». De esta proposición (la XXII) deducía como su forzoso consectario, las siguientes, que se me permitirá copiar textualmente, porque ellas son un vivo reflejo del espíritu de su autor, y nos dan el punto de su principal desacuerdo con la política de la administración española, con los intereses y pretensiones de los conquistadores, y en fin con la doctrina del Padre Motolinía, que profesaba una opinión absolutamente contraria.
«PROPOSICIÓN XXIII. -Sojuzgallos (a los Indios) primero por guerra es forma y vía contraria de la ley y yugo suave y carga ligera y mansedumbre de Jesucristo; es la propia que llevó Mahoma y llevaron los Romanos con que inquietaron y robaron el mundo; es la que tienen hoy los Turcos y Moros y que comienza a tener el xarife: y por tanto es iniquísima, [CV] tiránica, infamativa del nombre melifluo de Cristo, causativa de infinitas nuevas blasfemias contra el verdadero Dios y contra la religión cristiana; como tenemos longísima experiencia que se ha hecho y hoy se hace en las Indias. Porque estiman de Dios ser el más cruel y más injusto y sin piedad que hay en los dioses; y por consiguiente es impeditiva de la conversión de cualesquiera infieles, y que ha engendrado imposibilidad de que jamás sean cristianos en aquel orbe gentes infinitas: allende de todos los irreparables y lamentables males y daños puestos en la proposición undécima, de que es esta infernal vía plenísima».
«PROPOSICIÓN XXIIII. -Quien esta vía osa persuadir, gran velamen es el suyo cerca de la ley divina; mayor es su audacia y temeridad, que podría tener (167) el que desnudo en carnes se pusiese voluntariamente a luchar con cien bravos leones y fieros tigres: mal ha entendido las diferencias de los infieles que en esta materia se han de suponer para determinar contra quién se han de hacer conquistas. No lo aprendió de los preceptos de la caridad que tanto nos dejó encargada y mandada Cristo: y no se debe haber desvelado mucho en la cuenta estrecha y duro juicio que le ha de venir por los inexpiables pecados de que es causa eficacísima».
El principal capítulo que se le hacía en esta ocasión procedía de la Regla 7ª del Confesionario, donde anatematizaba la política y conducta de los Españoles en América, como «contraria a todo derecho natural y derecho de las gentes y también contra derecho divino; siendo, por tanto, todo (lo que allí habían hecho) injusto, inicuo, tiránico y digno de todo fuego infernal, y por consiguiente nulo, inválido y sin algún valor y momento de derecho. Y como fuera todo nulo e inválido de derecho, por tanto, no pudieron llevarles (a los Indios) un solo maravedí de tributos justamente, y por consiguiente eran obligados a restitución de todo ello». -Esta doctrina, que era la que más escocía, se prestaba también a la siniestra interpretación que se le dio para perder a su autor, atribuyéndole que negaba la legitimidad de los derechos del soberano y particularmente la justicia y regularidad de sus actos. El obispo, lejos de retroceder una sola línea, mantuvo el campo, repitiendo casi textualmente su doctrina en la Proposición XXV, a la cual, así como a las siguientes, dio aun más acerbas amplificaciones. En la XXVIII se lanza terrible contra los repartimientos y encomiendas, que eran el vellocino de esas contiendas, llamándolos «pestilencia inventada por el diablo para destruir todo aquel Orbe (la América), consumir y matar aquellas gentes de él». Pocas líneas después calificalos de «la más cruel especie de tiranía y más digna de fuego infernal que pudo ser imaginada»: acusa a los encomenderos españoles y a los otros especuladores con el trabajo de los Indios, de que [CVI] perseguían y echaban de los pueblos a los religiosos predicadores de la fe… por no tener testigos de sus violencias, crueldades, latrocinios continuos y homicidios»; tales, añade, que por su causa «habían perecido en obra de cuarenta y seis años sobre quince cuentos (millones) de ánimas… y despoblado tres mil leguas de tierra… y por esta vía acabarían mil mundos sin tener remedio. Últimamente, pasando de la historia de los abusos cometidos a la sombra de las encomiendas, a la de su origen e introducción en América, traza en la Proposición XXIX su breve pero vivo y enérgico sumario, tomando con grande tino por base y fundamento de todos sus raciocinios el hecho de que los reyes de Castilla, desde la grande Isabel, jamás autorizaron aquella institución, «ni tal pensamiento tuvieron», antes bien habían hecho cuanto estaba en su poder para destruirla; porque, añadía con igual oportunidad y talento, no se compadece tal gobernación inicua, tiránica, vastativa y despoblativa de tan grandes reinos, poniendo a todo un mundo en aspérrima y continua, horrible y mortífera servidumbre; con la rectitud y justicia de ningunos que sean católicos cristianos, ni aunque fuesen gentiles infieles, con que tuviesen alguna razón de reyes». -De estas premisas concluía nuestro obispo, «en fuerza de consecuencia necesaria», con su proposición fundamental, materia de la denuncia y de la calificación del Consejo; conviene a saber «que sin perjuicio del título y señorío soberano y real que a los reyes de Castilla pertenecía sobre el Orbe de las Indias, todo lo que en ellas se había hecho, ansí en lo de las injustas y tiránicas conquistas, como en lo de los repartimientos y encomiendas, había sido nulo, ninguno y de ningún valor ni fuerza de derecho, por haberlo hecho todo tiranos puros, sin causa justa, ni razón, ni autoridad de su príncipe y rey natural; antes contra expresos mandamientos suyos… y así entiendo, concluía, la séptima regla de mi Confesionario, que han calumniado los que parte o arte tienen o esperan de los robos y tiranías y destrucciones y perdimientos de ánimas de los Indios cualesquiera que en estos reinos sean».
Si en nuestra época llamada de libertad y de igualdad, con las decepciones fantasmagóricas de la soberanía popular, y aun hablándose a alguno de nuestros soberanos pro tempore, tal lenguaje parecería impropio, y sus argumentos puros sofismas, por los muchos intereses poderosos que atacaban; ya se comprenderá cuál fuera el juicio que de ellos se formara en un siglo cuyo carácter y costumbres aun se resentían de la áspera rudeza de los siglos feudales; en que era incontable el número de los interesados en los abusos; en que éstos no se mostraban bastantemente perceptibles a las ideas de entonces; en que se trataba de pueblos lejanos, nuevos y de disputada racionalidad; en que los sabios mismos estaban divididos sobre la legítima apreciación de sus quejas y de los principios que se invocaban para defenderlos; en fin, cuado aquellas y éstos debían exponerse al pie [CVII] del primer trono del mundo, y ante un monarca tan potente y absoluto como CARLOS V. -Y si el juicio de nuestro ilustre Quintana, que calificaba de efugios y de sofismas las explicaciones de Don Fray Bartolomé, fuera exacto, entonces mucho menos podría comprenderse que aquella corte, en que el predominio de los letrados era tan grande, hubiera perdonado al temerario argumentador. Sin embargo, no lo condenó. La filosofía de aquel siglo, llamado de tinieblas, verdaderamente púdica y filantrópica, obligaba a los más altos monarcas de la tierra, a abajar la cabeza ante sus principios morales, cualesquiera que fuesen los intereses políticos en conflicto; así, el desvalido defensor de los aún más desvalidos y míseros Indios, salió ileso de esa terrible lucha en que bregaba cuerpo a cuerpo contra todas las sumidades; las del poder, las de la riqueza y las de la ciencia. ¡Loor eterno a los hombres rectos que no sacrifican a los fugaces intereses de la conveniencia, los sacrosantos, y por lo mismo inalienables de la moral!
El doctor Sepúlveda, alentado con el rudo golpe que había dado al crédito y respetabilidad del Sr. Casas la cédula que mandó recoger el Confesionario, redobló sus esfuerzos para obtener el permiso, que se le había negado, de imprimir su Apología, juzgando, probablemente, que lo uno debía ser consecuencia de lo otro. El Consejo puso el sello a su justificada y prudente conducta, rehusando el permiso. El doctor, vivamente lastimado en su honra literaria, quiso vengarla; mas como en el pecado podía llevar la penitencia, concitándose el desagrado del Emperador y del Consejo, excogitó el medio de escapar a sus resultas, y al efecto, dice nuestro Casas en otro opúsculo de que vamos a dar razón (168), -«acordó (el doctor) no obstante las muchas repulsas que ambos Consejos reales le habían dado, enviar su Tratado a Roma a sus amigos, para que lo hiciesen imprimir, aunque debajo de forma de cierta Apología que había escripto tal obispo de Segovia; porque el dicho obispo de Segovia viendo el dicho su libro, le había, como entre amigos y prójimos, por cierta carta suya «fraternalmente corregido».
La impresión de esta apología se hizo el año de 1550, según parece, con el título: Apologia pro libro de justis belli causis contra Indos suscepti, Romae, 1550, in-8º (169), mas como nuestro obispo no perdía de vista a su adversario, estuvo pronto para atacarle, caminando con tal ventura, mediante la admirable y nunca bien ponderada justificación del Consejo de Castilla, que, dice el mismo obispo, tan luego como fue «informado el Emperador de la impresión del dicho libro y apología, mandó despachar [CVIII] luego su real cédula para que se recogiesen y no pareciesen todos los libros o traslados della. Y así se mandaron recoger por toda Castilla». El doctor paró en parte el golpe y continuó más eficazmente la ofensiva, con el compendio en castellano que hizo de su opúsculo, y que hacía circular rápidamente por todas las tertulias literarias. El obispo le seguía los pasos con sus impugnaciones; pero como no podía competir ventajosamente con su adversario, ni en relaciones, ni en influjo, ni en la elegancia y gracias del estilo, apeló a otro medio, muy conforme con las costumbres de la época, y que causó un asombro universal, porque nadie dudaba que Don Fray Bartolomé sucumbiría en su tremenda prueba, y que sucumbiría de una manera afrentosa. Arrojó el guante denodadamente al orgulloso doctor, desafiándolo, en la forma acostumbrada, a un combate literario, cuerpo a cuerpo, y ante una «congregación de letrados teólogos y juristas», presidida por el Consejo Real de las Indias, donde se disputaría «si contra la gente de aquellos reinos (la América) se podía lícitamente y salva justicia, sin haber cometido nuevas culpas, más de las en su infidelidad cometidas, mover guerras que llaman conquistas». -El punto de la cuestión no podía ser más delicado, grave ni importante; y cuando se consideraba que iba a debatirse con el más formidable campeón de la monarquía, y ante el trono de un monarca guerrero y de una corte que, precisamente, por las conquistas se había elevado y mantenía en el primer rango, nadie dudaba que la derrota del fraile desvalido y antipopular, que así osaba provocarlo, sería tan completa como vergonzosa. Gozábanse ya en su victoria todos los que, según su acerba expresión, «deseaban y procuraban ser ricos y subir a estados que nunca tuvieron ellos ni sus pasados, sin costa suya, sino con sudores y angustias y aun muertes ajenas». -¡Estirpe numerosa y semilla fecunda, cuyas hondas raíces, como las de la mala yerba, renacen en todos los tiempos, en todos los terrenos y bajo todas las formas, sin que baste poder humano para extirparla!
El reto fue aceptado con delicia, y el Emperador mandó formar la junta de sabios y de magnates que debían hacer de jueces en aquel torneo literario. El doctor Sepúlveda se presentó el primero; y confiado en su ciencia y en su justa celebridad, improvisó un elocuente discurso que ocupó toda la sesión. Don Fray Bartolomé, al contrario, desconfiando de sus propias fuerzas, y aspirando a asegurar su intento, llevó escrito su defensorio, cuya lectura ocupó cinco sesiones continuas. -«Y porque era muy largo, nos dice él mismo, rogaron todos los señores teólogos y juristas de la Congregación al egregio Maestro y Padre Fray Domingo de Soto (170), confesor de S. M., de la orden de Santo Domingo, y que era uno dellos, que la sumase, y del sumario se hiciesen tantos traslados, cuantos eran [CIX] los señores que en ella había, los cuales eran catorce; porque estudiando sobre el caso, votasen después lo que según Dios les paresciese».
El Maestro Soto desempeñó su comisión con una escrupulosidad suma, pues tenía encargo de no dejar traslucir su parecer; y como los informes al Consejo se habían hecho privadamente, esto es, sin que el uno de los contrincantes oyera al otro, se determinó oírlos nuevamente por escrito, dando a ambos conocimiento del extracto del Maestro Soto. El doctor Sepúlveda lo hizo según las prácticas de la época, es decir, en forma escolástica y en estilo áspero, sembrado de alusiones y observaciones picantes. Diestro y ejercitado disputador, según lo llama Quintana, comenzó por captarse la benevolencia y favor de la corte, presentándose como el campeón del Pontificado y del Imperio, pidiendo «se le oyera un rato con atentos ánimos, mientras respondía breve y llanamente a las objeciones y argucias (del obispo)… a mí, decía, que defiendo el indulto y autoridad de la Sede apostólica y la justicia y honra de nuestros reyes y nación». A este prefacio seguía una hábil y razonada impugnación distribuida en doce capítulos, número igual al de las Reglas que formaban el famoso Confesionario, -«que más verdaderamente (advertía como de paso) se podía llamar libelo infamatorio de nuestros reyes y nación». -La conclusión, perfectamente congruente con su exordio, se resumía en las siguientes palabras, igualmente calculadas para captarse la benevolencia del soberano y del altivo pueblo español. -«Y en verdad que el Sr. obispo ha puesto tanta diligencia y trabajo en cerrar todas las puertas de la justificación, y deshacer todos los títulos en que se funda la justicia del Emperador, que ha dado no pequeña ocasión a los hombres libres, mayormente a los que hubieren leído su Confesionario, que piensen y digan que toda su intención ha sido dar a entender a todo el mundo que los reyes de Castilla contra toda justicia y tiránicamente tienen el imperio de las Indias… Pues concluyendo digo: que es lícito subjetar estos bárbaros desde el principio para quitarles la idolatría y los malos ritos, y porque no puedan impedir la predicación, y más fácil y más libremente se puedan convertir».
La réplica del obispo, muy fundada en ambos derechos y en doctrina teológica, era vehemente y acerba, más quizá que el ataque; bien que tal era la práctica de aquellos torneos, en que las palabras duras y ofensivas reemplazaban los tajos y botes de lanza. Al tema lisonjero y belicoso con que el doctor preludiaba su discurso, opuso el obispo el suyo pacífico que proscribía la guerra y fundado enteramente en la suave predicación del Evangelio; porque, decía, «quien otro título a los reyes nuestros señores dar quiere para conseguir el principado supremo de aquellas Indias, gran ceguedad es la suya: ofensor es de Dios; infiel a su rey; enemigo es de la nación española, porque perniciosamente la engaña; hinchir quiere los infiernos de ánimas &c». El obispo se defendió con la misma energía [CX] en todos los puntos de ataque, siguiendo al doctor en sus doce divisiones, a que dio otras tantas respuestas. Ellas muestran claramente que su autor no había oído solamente unos poquillos cánones, como decía el resentido Padre Motolinía, sino que era un profesor muy aventajado de la ciencia, no careciendo tampoco de aquel ingenio y talento tan necesario en la polémica para captarse los afectos, conmoviéndolos y aun excitándolos según las conveniencias, para llegar al fin propuesto. Así, tan presto fulminaba con la indignación y severidad del Profeta que amenaza en nombre de Dios a un pueblo corrompido, como rogaba y persuadía con la unción y suavidad del pacífico propagador del cristianismo: si en una parte hablaba en nombre del patriotismo y del honor, para elevar el alma de sus compatriotas e inspirarles grandes y heroicos sentimientos, en otra les procuraba arrancar de su sendero de sangre y desolación estrujándoles el amor propio y el pundonor; y el amor propio y pundonor del Español del siglo XVI (171). En fin, al sofisma de ese propio carácter con que se procuraba captar el ánimo del Emperador y de su Consejo, dio una réplica dura y vehemente, que sin embargo envolvía una saludable lección, no sólo para los reyes, sino también para las repúblicas: «esto, decía, es deservir y ofender a los reyes, muy peligrosamente lisonjeallos, engañallos y echallos a perder». -Y cayendo luego de golpe sobre el doctor y sus doctrinas, escribía: «son tan enormes los errores y proposiciones escandalosas contra toda verdad evangélica y contra toda cristiandad, envueltas y pintadas con falso celo del servicio real, dignísimas de señalado testigo y durísima reprensión, las que acumula el doctor Sepúlveda, que nadie que fuese prudente cristiano se debería maravillar, si contra él no sólo con larga escritura, pero como a capital enemigo de la cristiana república, fautor de crueles tiranos, extirpador del linaje humano, sembrador de ceguedad mortalísima en estos reinos de España, lo quisiéramos impugnar». Arrebatado de su ardor, y después de otras explanaciones de su doctrina, exclamaba en la última foja de su Memoria: -«quien esto ignora, muy poquito es su saber; y quien lo negare, no es más cristiano que Mahoma, sino sólo de nombre (172)».
Aunque los pasajes copiados no parezcan tener relación ostensiblemente [CXI] más que con el doctor Sepúlveda, ellos sin embargo afectaban muy directamente, aunque de rechazo, al Padre Motolinía, que defendía la misma doctrina, y que por su profesión y ministerio debía sentir más vivamente las invectivas lanzadas contra su escuela. He aquí el motivo de mencionarlos, pues que la mala impresión que dejaron en el ánimo de los ofendidos, es un criterio absolutamente necesario para juzgar de la imparcialidad y justificación de las calificaciones desventajosas con que se vengaban de su ofensor, resumidas sustancialmente en la virulenta Carta que aquel misionero escribió al Emperador. -Ya dije que uno de los motivos que muy particularmente me determinaron a tomar la pluma, fue vindicar la siempre perseguida memoria del obispo de Chiapa; deber de gratitud en un hijo de América, y de conciencia en todo el que encuentra injustamente ultrajada la honra del que no puede defenderse.
Si el Consejo no quedó satisfecho con las explicaciones de la doctrina del Confesionario, tampoco las reprobó, y más adelante puede decirse que les prestó una perfecta aquiescencia. Nuestro obispo, juzgando que había hecho ya cuanto era de su obligación y podía hacer en desempeño de su caritativa y dificilísima misión, renunció la mitra y se retiró al monasterio de San Gregorio de Valladolid, llevando consigo a su fiel amigo y compañero, Fray Rodrigo de Ladrada, resuelto a consagrarse enteramente a ejercicios de devoción y piedad. Así manifestaba que ni tenía un interés impropio en las cuestiones que debatía, ni un tenaz empeño en conducirlas a un término preciso, ni en fin la obstinación y terquedad que se le imputaban. Casi dos años habían trascurrido desde su famosa disputa con el doctor Sepúlveda, sin que el Consejo hubiera pronunciado su fallo, ni manifestara siquiera la intención de hacerlo. En el entretanto el fuego de la controversia y las pasiones irritadas por el conflicto suscitado entre el interés y la conciencia, ardían inextinguibles en América. El clero de Chiapa, firme en la doctrina de su Pastor, no absolvía, nos dice el mismo Padre Motolinía (173), a los Españoles impenitentes. En otras partes se hacía absolutamente lo contrario, creándose así la llaga más pestilencial y cancerosa a la religión y a la moral: el cisma.
La renuncia de la mitra habría debido dejar enteramente libre al obispo de sus antiguos cuidados y del encono de sus infinitos enemigos; pero no fue así, ya porque el gobierno le consultaba frecuentemente en los negocios de América que presentaban alguna gravedad, ya porque, dice Remesal (174), [CXII] «su ocupación después que dejó el obispado, fue ser protector y defensor de los Indios». «Si éste era un encargo oficial o un servicio oficioso, no se discierne bien de las palabras del cronista; más dicen lo bastante para comprender algunos sucesos posteriores de su vida. El conocimiento de uno de ellos, que el lector atento estimará en todo su valor, lo debemos a la curiosidad de los estudiantes de San Gregorio, y a la sordera de Fray Rodrigo, confesor del obispo. Cuéntase que algunas veces oían aquellos las amonestaciones que con voz bastante alta hacía a su ilustre penitente, a quien solía decir: «Obispo, mirad que os vais al infierno: que no volvéis (175) por estos pobres Indios como estáis obligado (176)». ¡Qué debemos juzgar del buen Fray Rodrigo de Ladrada!!!
No podemos dudar que esas agrias correcciones hicieran una honda impresión en el espíritu del obispo, tan profundamente religioso, como delicadamente susceptible, y que lo dispusieran a todo lo que se le presentara como el estricto cumplimiento de su deber. Así, podemos considerar como inspiración suya la idea que le vino de imprimir sus opúsculos; empresa arriesgada bajo todos aspectos, y que necesariamente debía propagar y remachar el odio rabioso con que por todas partes era maldecido su nombre. Remesal cita una cédula de Felipe II, despachada en Valladolid a 3 de Noviembre de 1550, por la cual, según parece, se ratificaba la prohibición impuesta a la circulación de la Apología que el doctor Sepúlveda había hecho imprimir en Roma, según dijimos antes, ordenándose además al gobernador de Tierra Firme que recogiese los ejemplares que hubieran pasado a América, y los volviera a España. -«Y lo mismo, añade el cronista, escribió Su Alteza al virrey de México, firmando la carta en San Martín, a los 19 de Octubre del mismo año de 1550». -Esta prohibición era una consecuencia necesaria del estado que guardaba la polémica entre el obispo y el doctor, no pareciendo conveniente ni arreglado, según las prácticas de entonces, que el público preocupara una cuestión de tal gravedad e importancia, que sólo podía determinarse legítimamente por la autoridad del Consejo.
El año de 1552 había entrado, y nada indicaba que aquella augusta corporación se dispusiera a pronunciar su fallo, a la vez que, según se ha dicho, la controversia se proseguía con el mismo ardor y con sus mismas fatales trascendencias. El obispo se decidió entonces a imprimir sus opúsculos, ya para provocar con ellos la resolución definitiva del Consejo, ya, si no la daba, para autorizar con su silencio la doctrina establecida en aquellos. Firme, como en todas sus resoluciones, y sin desalentarse por la mala suerte con que había caminado el doctor Sepúlveda, imprimió y circuló los tratados que hoy corren en un volumen, tan estimado como [CXIII] escaso, aunque sin formar cuerpo o colección. Como en cuatro de ellos falta la indicación del mes y día de la impresión, es difícil saber cuál fue el primero que salió a luz; mas por los otros cuatro que se encuentran en el ejemplar que yo poseo, se puede reconocer que el obispo quiso publicarlos simultáneamente, pues las fechas de su impresión son 17 de Agosto, 10, 12 y 20 de Setiembre de 1552, con la circunstancia de haberse encargado la del penúltimo a otro impresor, probablemente para abreviar y para facilitar la circulación simultánea, por la suma lentitud con que entonces se ejecutaban las operaciones tipográficas. En esa colección figuraba la famosa Brevísima relación de la destrucción de las Indias, que desde entonces se tradujo en las lenguas principales de Europa; la Disputa o Controversia con el doctor Sepúlveda, de que se ha dado ya razón; una Memoria que presentó al Consejo, por su orden, sobre la esclavitud de los Indios, papel más espantable por sus horribles revelaciones, que la misma Brevísima relación (177); y en fin, el execrado Confesionario, materia de tanta turbación y escándalo, con las Adiciones y las Treinta proposiciones, que le servían de comentario y defensorio.
Ninguna pluma alcanzaría a describir, ni todos podrán comprender la irritación y terrible sacudimiento que debió producir en esa época la lectura de estas piezas, que se anunciaban como el grito de la victoria obtenida por un fraile anciano, desde el fondo de su claustro, sobre los inmensos y poderosos intereses de los potentados de dos mundos, y después de una lucha largamente sostenida y empapada en sangre y lágrimas. Podemos juzgar de esa impresión por la que hizo en el espíritu del Padre Motolinía, pues que esos opúsculos, y muy particularmente el Confesionario, fueron los que dieron ocasión y materia a la filípica tantas veces citada, y que en forma de Carta dirigió a Carlos V el 2 de Enero de 1555. Si quisiéramos reconocer la medida de su irritación, la tendríamos en el arrojo con que se desliza hasta darse por ofendido del Consejo (178), y lo que es más, hasta manifestar su enojo al Emperador mismo.
De las palabras con que Fray Toribio formulaba su queja, combinadas con otro pasaje que se encuentra en la pág. 256, surgen dos dudas que no será inútil esclarecer, por su congruencia con nuestro asunto. -1ª ¿Don Fray Bartolomé imprimió sus opúsculos a la manera del doctor Sepúlveda, esto es, a excusas del Consejo y atropellando sus prohibiciones? 2ª ¿En qué fecha llegaron a México los primeros ejemplares? -Si diéramos asenso [CXIV] a Fray Toribio, la respuesta a la cuestión sería afirmativa, pues consolándose a sí propio y dándote satisfacción de su queja contra el Consejo que había tolerado la impresión, dice en seguida: «mas después bien mirado, vi que la impresión era hecha en Sevilla al tiempo que los navíos se querían partir, como cosa de hurto y mal hecho». «Contra esta aserción obran varias consideraciones, y la autoridad del propio Padre Motolinía, que resuelve nuestra duda 2ª en aquellas palabras de la pág. 256: «agora en los postreros navíos que aportaron a esta Nueva España han venido los ya dichos confisionarios IMPRESOS, que no pequeño alboroto y escándalo han puesto &c». -Analicemos las especies, harto contradictorias, contenidas en estos pasajes.
La comunicación entre la América y la España no se hizo durante el siglo XVI, y aun mucho tiempo después, sino por medio de las Flotas que venían y retornaban en épocas fijas. Una cédula expedida en 1564 (179) regularizó este tráfico, ordenando que las destinadas a la Nueva España (México) se hicieran precisamente a la vela el 1º de Abril, «aun cuando estuvieran a media carga». Disposiciones posteriores (180) hicieron una pequeña alteración, designando el mes de Mayo para las de México, y el de Agosto para las de Tierra-Firme. -El retorno estaba igualmente regulado por la mencionada cédula (181), señalándose para las que partían de Tierra-Firme el lº de Febrero, y para las de Veracruz el 15, de manera que ambas se juntaran en la Habana el 1º de Marzo, para continuar unidas. No tenemos, o yo no conozco, ninguna noticia de las fechas en que vinieran las Flotas de España, desde el descubrimiento de México hasta fines del siglo XVI; pero sí la hay de los envíos de caudales que los gobernadores y virreyes de México hicieron desde el año de 1522 al de 1587 (182); y como éstos han debido hacerse, necesariamente, por las Flotas y en las épocas prescritas por la ley, podemos también fijar con bastante certidumbre las de su partida de los puertos de España. Ahora bien; en la mencionada noticia del envío de caudales, encontramos que no lo hubo en el año de 1552 (183); pero sí en los de 1533, 1554 y 1555; por consiguiente las Flotas respectivas que los condujeron, salieron de España en Abril o Mayo de 1552, 1553 y 1554, arribando a México, probablemente, hacia [CXV] Octubre (184) de su año respectivo. De estos precedentes y de la aserción del mismo Padre Motolinía, que decía el 2 de Enero de 1555, que los opúsculos IMPRESOS del V. Casas habían llegado a México por la última Flota (185), se deduce necesariamente, que la que trajo aquellos fue la que salió de los puertos de España en Abril o Mayo, y arribó a Veracruz hacia el mes de Octubre del año anterior de 1554. De esta deducción son también forzosos consectarios, que el V. Casas ni imprimió furtivamente sus mencionados opúsculos, ni menos aguardó la ocasión de la salida de la Flota para imprimirlos y despacharlos a América, según insinúa y pretende persuadir el Padre Motolinía. La prueba y fundamento de esta aserción nos la da incontrastable un simple cotejo de las fechas. La impresión del famoso Confesionario, el último de los publicados, se acabó el 20 de Setiembre de 1552, y de esta fecha a la de la salida de la Flota que los trajo, mediaron diez y nueve meses, cuando menos; tiempo muy sobrado para destruir la sospecha de clandestinidad, y para que el gobierno hubiera recogido la edición e impedido su circulación en América, como lo hizo con la Apología del doctor Sepúlveda. -Obra todavía una última consideración que parece decisiva, y es que la Brevísima relación, esa tremenda invectiva contra los conquistadores y encomenderos, que causó el mayor escándalo, la DEDICÓ su autor a Felipe II, -«y la puse en molde (dice en el prólogo) porque su alteza la leyese con más facilidad». -Dedicatorias de obras de tal carácter, y a tan altos personajes, no se hacían antes, ni aun hoy, sin captar previamente su consentimiento.
La Carta del Padre Motolinía al Emperador, que tanto nos ha dado en que entender, es el último documento que conozcamos de este misionero, y también el último suceso de fecha cierta: los otros constan únicamente de las narraciones generales y vagas, características de las antiguas crónicas y biografías; bien que tampoco nos hayan conservado sucesos de grande interés. Los más notables son la singular distinción con que lo honró la Silla Apostólica, concediéndole la facultad de administrar el sacramento de la confirmación (186); su ministerio de guardián de Tezcoco y la fundación de Atlixco, cuya primera iglesia construyó. El MS. en lengua mexicana, de que se habló en otra parte, insinúa que fue guardián de Tecamachalco durante año y medio.
Los monumentos históricos y la tradición son uniformes en encomiar las [CXVI] grandes virtudes, trabajos e infatigable diligencia y perseverancia de nuestro misionero, diciéndose de él que fue el que anduvo más tierra». -Pruébanlo en efecto sus dilatadas y repetidas expediciones. Ellas igualmente dan testimonio de su genio observador, en las variadas noticias que nos ha conservado de las curiosidades de la naturaleza en todos sus ramos, lo mismo que de los usos y costumbres de los indígenas.
De su ardiente caridad y amor a los Indios, de quienes fue un protector celosísimo y un verdadero padre, afrontando con todo género de contradicciones, tenemos igualmente pruebas inequívocas en este resumen biográfico, y se encuentran a cada paso en los destrozados fragmentos que nos restan de las Memorias contemporáneas. Una de las más estimables tradiciones, conservada por uno de los escritores también más estimables (187), nos lo retrata al vivo en las siguientes palabras: «y pusiéronle (a Fray Toribio) el nombre de Motolinea porque cuanto le daban por Dios lo daba a los Indios y se quedaba algunas veces sin comer, y traía unos hábitos muy rotos y andaba descalzo y siempre les predicaba, y los Indios lo querían mucho, porque era una santa persona». Y justo era que lo quisieran, pues aun en las ocasiones en que los Españoles podían resultar directamente comprometidos por sus excesos contra los Indios, Fray Toribio perseguía inflexible a los culpados, hasta obtener se hicieran en ellos castigos saludables. Así sucedió en el ruidoso caso de la muerte de los niños denominados los Mártires de Tlascala, en el cual, apareciendo cómplices dos Españoles de haber intentado impedir la ejecución de la justicia, fueron rudamente azotados (188).
Estos actos de caridad y de justicia, y todas las otras virtudes evangélicas que en tan alto grado poseía el Padre Motolinía, le habían granjeado el afecto y veneración pública, al punto de elevarlo sobre el nivel común de la naturaleza humana. Así, a la eficacia de su oración y merecimientos, atribuía el pueblo el beneficio de las lluvias, en un año que las cosechas se perdían por su falta; de la misma manera que otra vez, en que la abundancia de aguas las destruía, obtuvo la seca (189).
La importancia de las funciones que en el siglo XVI ejercían los misioneros destinados a la América, sus incesantes contradicciones con los conquistadores y la infiltración del elemento teocrático en la administración general de la monarquía española, más abundante y vigoroso en la particular de los países recientemente conquistados, no solamente daba sino que obligaba a los misioneros a tomar una parte directa y activa en la dirección de los negocios públicos, autorizándolos para meditar y proponer [CXVII] los remedios y mejoras convenientes. Si el Padre Motolinía no puede aspirar a la corona literaria, sí tiene justos títulos para reclamar la que se debe al genio investigador y observador, que en la práctica vale más que el ingenio y la erudición. Fruto de aquellas dotes es el pensamiento profundamente político con que, sin pretensiones ni estudio, concluía uno de los capítulos de su Historia (190) y que en el último siglo dio tanta nombradía a uno de los más famosos ministros de Carlos III de España, estimándose como una profecía política, que podría decirse cumplida con los sucesos de nuestro país y de nuestro tiempo. He aquí sus palabras, escritas probablemente hacia el año de 1540. -«Lo que esta tierra ruega a Dios es, que dé mucha vida a su rey y muchos hijos para que le dé un infante que la señoree y ennoblezca y prospere, así en lo espiritual como en lo temporal, porque en esto le va la vida; porque una tierra tan grande y tan remota y apartada no se puede desde tan lejos bien gobernar, ni una cosa tan divisa de Castilla y tan apartada, no puede perseverar sin padecer grande desolación y muchos trabajos, e ir cada día de caída, por no tener consigo a su principal cabeza y rey que la gobierne y mantenga en justicia y perpetua paz, y haga merced a los buenos y leales vasallos, castigando a los rebeldes y tiranos que quieren usurpar los bienes del patrimonio real». -Éste, como se ve, era el mismo pensamiento que se atribuye al conde de Aranda, y que enunciaba casi con las propias palabras cuando más de dos siglos después (1783) decía a su soberano: -«No me detendré ahora en examinar la opinión de algunos hombres de estado, así nacionales como extranjeros, con cuyas ideas me hallo conforme sobre la dificultad de conservar nuestra dominación en América. Jamás posesiones tan extensas y colocadas a tan grandes distancias de la metrópoli se han podido conservar por mucho tiempo. A esta dificultad que comprende a todas las colonias, debemos añadir otras especiales, que militan contra las posesiones españolas de ultramar, a saber: la dificultad de socorrerlas cuando puedan tener necesidad, las vejaciones de algunos de los gobernadores contra los desgraciados habitantes, la distancia de la autoridad suprema, a la que tienen necesidad de ocurrir para que se atiendan sus quejas, lo que hace que se pasen años enteros antes que se haga justicia a sus reclamaciones, las vejaciones a que quedan expuestos de parte de las autoridades locales en este intermedio, la dificultad de conocer bien la verdad a tanta distancia, por último, los medios que a los virreyes y capitanes generales, en su calidad de Españoles, no pueden faltar para obtener declaraciones favorables en España. Todas estas circunstancias no pueden dejar de hacer descontentos entre los habitantes de la América, y obligarlos a esforzarse para obtener la independencia, tan luego como se les presente la ocasión». De aquí deducía la necesidad y conveniencia [CXVIII] para la España -«de colocar a sus infantes en América; el uno rey de México, otro rey del Perú y el tercero de la Costa Firme, tomando el monarca español el título de emperador». -¡Proyecto eminentemente político y grandioso que habría cambiado totalmente la faz del continente americano y retardado por siglos la decadencia de la metrópoli!
Las crónicas franciscanas, lo mismo que otros muchos monumentos inéditos que he consultado, dejan una laguna de catorce años en el último período de la vida del Padre Motolinía, saltando del 1555, última fecha bien conocida, hasta el 9 de Agosto de 1569 en que el Martirologio y el Menologio franciscano de Vetancurt ponen su muerte. Presintiéndola quiso celebrar por la última vez, a cuyo efecto hizo disponer un altar en el claustro antiguo del convento grande de esta ciudad. Trémulo, casi arrastrándose, rehusando todo ajeno apoyo y mostrando en el ánimo aquel esfuerzo que le negaba la naturaleza y que le caracterizó en su larga y trabajada carrera, se dirigió a la ara santa para consumar el augusto sacrificio. Poco antes de completas (seis de la tarde) se mandó administrar la extremaunción, y como a esta fúnebre ceremonia se encontraran presentes varios religiosos, los invitó a retirarse para que rezaran aquella hora canónica, advirtiéndoles «que a su tiempo los llamaría». Hízolo así cuando hubieron concluido, y estando todos juntos en su presencia y habiéndoles dado su bendición con muy entero juicio, dio el alma a su Criador (191)». Apenas hubo exhalado el último suspiro, cuando los circunstantes se precipitaron sobre su cadáver, disputándose los girones de la pobrísima mortaja que lo cubría. Don Fray Pedro de Ayala, obispo de Jalisco, fue el primero «que le cortó un pedazo de la capilla del hábito, porque le tenía mucha devoción y en reputación de santo, como en verdad lo era», añade su biógrafo (192). El Padre Motolinía fue el último de los doce misioneros que pagó su tributo a la tierra que había fecundado con su doctrina, edificado con su virtud, e ilustrado con sus apostólicos afanes, tan dilatados como útiles y meritorios.
La fecha de su muerte puede fijarse con bastante precisión, no obstante la discordancia de sus dos principales biógrafos. Torquemada dice que murió «el día del glorioso mártir español San Lorenzo, cuyo muy particular devoto era; y que fue sepultado «el mismo día con la misa del Santo, en lugar de la de difuntos»; notando de paso que en su introito se encuentran aquellas palabras -confessio et pulchritudo in conspectu ejus &c, -que con harta congruidad se podían aplicar al apostólico varón». -Vetancurt, citando a Gonzaga y al Martirologio, dice que murió el 9 y que le enterraron el día de San Lorenzo»; repitiendo las otras circunstancias que Torquemada. Ellas, en buena crítica, autorizan la data de Vetancurt, [CXIX] porque supuesto que el Padre Motolinía haya muerto después de completas, o lo que es igual, después de las seis de la tarde, es improbable sepultaran su cadáver en esa noche, e imposible que esto se hiciera con la misa de San Lorenzo, cuya festividad se celebraba al día siguiente.
Un descuido, probablemente de pluma o de imprenta, en la Biblioteca Hispano-Americana del Dr. Beristain, produce otra variante mucho más grave, pues hace retroceder el suceso un año entero. No hay dato alguno para ponerlo, como allí se pone (193), en el año de 1568.
Hasta aquí solamente hemos visto en Fray Toribio de Benavente al misionero infatigable, al caritativo y animoso defensor de las razas conquistadas, y al ardiente propagador de la civilización cristiana; vamos ahora a considerarlo en otro teatro no menos interesante para la civilización que para su propia gloria; en el de las letras, donde ocupa y ocupará siempre un lugar distinguido, como fuente abundante y pura de las tradiciones primitivas de la civilización cristiana, y de otras muchas preciosas de la historia antigua del país. En esta investigación quedará también vindicado su buen nombre de los lunares que una crítica severa e imparcial encuentra en su ardiente polémica con el V. Casas, y que han dado motivo a uno de sus más esclarecidos compatriotas y distinguido escritor de nuestro siglo, para hacerle reproches excesivamente acres y duros. Así como Quintana, memorando los furores de la conquista, decía de ellos para vindicar a su patria
«Crimen fueron del tiempo, y no de España»,
así también podría decirse de los deslices del Padre Motolinía, que lo fueron de la turbulenta situación en que se encontraba metido y de la oposición de principios en materia tan difícil y controvertible. Si todavía hoy la pusiéramos a discusión, produciría entre nosotros las mismas discordias con sus acompañantes inseparables de imputaciones ofensivas, recriminaciones y odios, pues que aún ardemos en ellos por motivos menos justificables, y hasta por cuestiones destituidas de sentido común.
A pesar de todo, la historia trasmitirá el nombre de Fray Toribio Motolinía hasta las más remotas generaciones, con la aureola debida a los grandes benefactores de la religión, de la humanidad y de la civilización. [CXX]
Segunda parte
Bibliografía
Varios son los escritores que nos han conservado la noticia de las obras de Fray Toribio Motolinía; pero habiéndolo hecho los más por incidencia, y los otros con la vaguedad o descuido con que hasta hace poco tiempo se cultivaba la bibliografía, las variantes se presentan a cada paso, y con ellas las dificultades o incertidumbres, no sólo para discernir un escrito de otro, sino aun para identificar su autor. -La dificultad se aumentó con el número. Los últimos, copiando indolentemente a sus predecesores, nos extraviaban con sus discrepancias, dando motivo aun para dudar si se trataba de una misma obra, anunciada con títulos diferentes, o bien eran en realidad dos diversas. La noticia más antigua que conozco de los escritos de nuestro autor, se encuentra en una compilación de fines del siglo XVI (194); y como ella sea la fuente donde han bebido los más puntuales, y por otra parte se haya hecho rara, copiaré a la letra el párrafo que consagro a aquel asunto, para que así se puedan calificar con más acierto las varias copias que de él nos han dado los bibliógrafos posteriores. Ese párrafo forma el final de la biografía del Padre Motolinía, y dice así: «Scripsit libros nonnullos UT de Moribus Indorum; Adventus duodecim Patrum, qui primi eas regiones devenerunt, et de eorum rebus gestis; Doctrinam christianam mexicano idiomate; Alios item, tractatus spiritualium materiarum et devotionis plenarum qui maximo in pretio apud Indos fideles habentur, passim lectitantur, ex illisque maximum fructum spiritualem sibi hauriunt ac depromunt, etiam edidit». -Vetancurt afirma (V. §2) que la obra de donde se ha tomado esta noticia, la escribió Fray Pedro de Oroz, contemporáneo del Padre Motolinía, en la misma provincia y convento. Torquemada no hizo más que copiarla, volviéndola a su original castellano, con excepción de un tratado al que conservó su título latino De Moribus Indorum.
Pocos años después (1598), Fray Luis Rebolledo, otro religioso de la [CXXI] misma orden, aumentó el catálogo con la noticia de un tratado sobre la guerra de los Indios, y otro de materias espirituales.
A principios del siglo siguiente (1601), Fray Juan Bautista, guardián que fue mucho tiempo del convento de Tlaltelolco, imprimió una traducción mexicana de la vida y muerte de los niños indígenas denominados Mártires de Tlaxcala. -En 1606, Henrico Martínez, el desgraciado inventor y director del Desagüe de Huebuctoca, dando razón del calendario mexicano, menciona por incidencia una explicación de él escrita por el Padre Motolinía.
En el mismo siglo (1615), dos de nuestros más famosos historiadores, Fray Juan de Torquemada en México, y el cronista Antonio de Herrera en Madrid, citaban con el propio título una obra, que por la vaguedad de su enunciación pone en gran perplejidad para identificarla. Torquemada, según se verá en el §9, habla varias veces de los Memoriales del Padre Motolinía; y como en su historia corrigió con tal cual acritud algunos pasajes de Herrera, ofendido éste le contestó en el mismo estilo, deprimiendo sus autoridades. Abonando en seguida las suyas propias, decía haber seguido para la redacción de sus Décadas, entre otros, «los Memoriales de Diego Muñoz Camargo, de Fray Toribio Motolinía y otros muchos (195)». Lo que deba juzgarse de esta obra, se dirá en su propio lugar. Algunos años después (1629) publicó Don Antonio de León Pinelo su Epítome de la Biblioteca Oriental, Occidental, Naútica y Geográfica, que aumentó las noticias bibliográficas de nuestro autor con la Relación de las cosas, idolatrías, ritos y ceremonias de la Nueva España. El bibliógrafo añade haber visto este libro; circunstancia inapreciable que no se encuentra en ninguno de sus predecesores. Cita otros tres artículos ya conocidos.
Muy adelantado el siglo (1672) dio a luz Don Nicolás Antonio su famosa Bibliotheca Hispana Nov., haciendo a las letras el importante servicio de reunir en un cuerpo las noticias que hasta entonces corrían dispersas. Pero no aumentó el catálogo, y con su crítica comenzaron las incertidumbres.
Fray Agustín de Vetancurt, religioso y cronista de este convento franciscano, cerró el siglo XVII (1697) con una noticia que se me hace sospechosa por su forma y concisión. De ella me encargaré en el §10.
El siglo XVIII nada adelantó, porque el nuevo editor de la Biblioteca [CXXII] de León Pinelo (1757) no hizo más que seguir el ejemplo de Don Nicolás Antonio. Robertson (1777) y Clavigero (1780) solamente nos dieron un nuevo y más extenso título de una obra ya conocida.
Más afortunado nuestro siglo, vio salir (1805) de entre el polvo secular de los archivos de Madrid largos fragmentos de un importante documento; de la Carta del Padre Motolinía a Carlos V. (V. §12).
No mucho tiempo después (1816-21), el Dr. Don José Mariano Beristain reproducía en nuestras prensas, aunque descuidadamente, el catálogo de sus predecesores, omitiendo los Memoriales y los Tratados espirituales, olvidando la Carta a Carlos V, y aumentando, en vez de esclarecer, las incertidumbres que habían sembrado los Bibliotecarios españoles.
En 1833 repitió el ilustre Don Manuel José Quintana la publicación de los fragmentos de la Carta a Carlos V, en menor número y con un espíritu enteramente opuesto, siendo el suyo defender la ultrajada memoria de Don Fray Bartolomé de las Casas.
Diez años después, el insigne historiador de la Conquista de México, Mr. W. H. Prescott, dio a conocer por primera vez el mérito e importancia de la obra anunciada dos siglos antes por León Pinelo, elogiándola en una de las interesantes noticias biográficas y bibliográficas que exornan aquella historia.
En 1848 salió a luz la mayor parte de esa misma obra, en la espléndida y rica colección de Antigüedades Mexicanas que emprendió el magnífico y malogrado Lord Kingsborough; pero sorprendido por la muerte a la mitad de su carrera, y convertido después su generoso pensamiento en mera especulación de librería, esa obra, lo mismo que otras de su colección, quedó truncada en el volumen póstumo publicado el dicho año.
En fines de 1834 la tenía ya impresa, completa y aumentada con la Carta a Carlos V, el Sr. García Icazbalceta; pero como sólo ha trabajado en ella en sus ratos de ocio y por mero solaz, se le adelantó en la publicación de la Carta, mi excelente amigo e infatigable investigador de MSS. americanos, MR. BUCKINGHAM SMITH, secretario que fue de la Legación de los Estados-Unidos en esta República, y actualmente en la corte de Madrid. Ha dádola a luz el año próximo pasado en el tomo I de su interesante y bella Colección de Documentos para la Historia de la Florida. Ahora aparece también en la presente. Y se anotan las ligeras variantes que ha dado su colación.
Si en los párrafos que preceden hemos podido seguir paso a paso y con datos seguros la enfadosa cronología de las noticias adquiridas sobre los escritos del Padre Motolinía, no sucede otro tanto con respecto a la de la redacción de los escritos mismos, porque con excepción de los últimos mencionados, todos los otros solamente se conocen por las vagas indicaciones de los bibliógrafos. En tal deficiencia, formaré mi catálogo, siguiendo el orden de estas y de su mención.[CXIII]
– I –
De Moribus Indorum
Esta es lo primera obra mencionada en la noticia del Illmo. Gonzaga. León Pinelo la cita con su título en castellano (De las costumbres de los Indios), aunque anotando estar escrita en latín. Don Nicolás Antonio repite la especie, enunciando la duda de si sea la misma obra que la de los Ritos, idolatrías &c. (V. §11), y Beristain añade que de ella se aprovechó mucho Torquemada, como antes lo hicieron el dominico Fray Diego Durán y el Padre José Acosta, jesuita. Yo conjeturo que ninguno de estos bibliógrafos la tuvo a la vista y que escribían por noticias, particularmente el último, cuya aserción, por lo que toca a los Padres Durán y Acosta, me parece enteramente divinatoria.
La suposición de que haya sido escrita originalmente en latín, no tiene, en mi concepto, otro fundamento que el haberse anunciado por primera vez en esta lengua, como que en ella se publicaron las biografías de los misioneros franciscanos que vinieron a anunciar el Evangelio. En ella se dieron también los títulos de sus escritos; y aunque Torquemada lo haya conservado en su obra castellana, nada prueba, por la costumbre que aún duraba en su siglo, de citar en latín algunos títulos de obras castellanas, especialmente cuando en ella se presentaban con mayor concisión, y antes se habían anunciado en dicha lengua. Fundo mi conjetura en un pasaje del mismo Torquemada (196), donde exaltando el progreso que hacían los Indios en la perfección cristiana y los dones singulares con que Dios los favorecía, menciona varios casos, tomados, según dice, de esta obra, que cita con el propio título latino De Moribus Indorum. Ahora bien; cotejado ese pasaje con los dos últimos párrafos del cap. 8, Tratado II, de la Historia de los Indios, se ve que el uno es copia casi literal del otro; congruencia que persuade la comunidad de origen. Si la obra que nos ocupa era un tratado especial, o bien un cartapacio que formaba parte de los Memoriales de que más adelante hablaré (V. §9) y que sirvieron para escribir la mencionada Historia, son problemas de resolución muy difícil, o imposible, sin tener a la vista los originales, hoy perdidos.
– II –
Adventus duodecim Patrum, qui primi eas regiones devenerunt, el de eorum rebus gestis
Así el Illmo. Gonzaga. Torquemada tradujo al castellano este título. (Venida de los doce primeros Padres, y lo que llegados acá hicieron). León Pinelo lo abrevió, y Don Nicolás Antonio copió a Gonzaga con una ligerísima [CXXIV] alteración gramatical. Beristain lo subvirtió escribiéndolo Actas de los doce primeros Varones Apostólicos, que del orden de San Francisco pasaron a la conquista espiritual de la Nueva España. Don Nicolás Antonio dudó si esta obra fuera la misma que la de los Memoriales (§9), o la de la Guerra de los Indios que menciona Rebolledo (§4); pero no me parece fundada su incertidumbre. Es muy probable que perteneciera a los Memoriales, y que sirviera de material para escribir la Parte cuarta de la Historia de los Indios, que no conocemos. Los fundamentos de esta conjetura son; 1º que en su título, que veremos adelante (§11), se anunciaba comprendería esta materia: 2º que el Padre Motolinía prometía formalmente una Parte cuarta (197), con indicaciones del mismo asunto. Es igualmente muy probable que esta obra formara la base de las dos siguientes, que dice Vetancurt existían en su poder: Un cuaderno escrito por el R. P. Fray Gerónimo de Mendieta, con las fundaciones de conventos, vidas de algunos varones ilustres y singulares; casos que sucedieron en el viaje de los primeros padres, con día, mes y año, y lo que se decretó acerca del modo de administrar los santos sacramentos (198). -Un libro escrito en cuarto por el R. P. Pedro de Oroz…. sobre la fundación de la provincia y vidas de religiosos, que dedicó el año de 585 a la marquesa de Villamanrique (199). De este escritor, añade Vetancurt, «es todo lo que está en el libro del Illmo. Gonzaga, al pie de la letra sin discrepar palabra, en latín lo que él escribió en romance». -Lo que yo he notado es, que el asunto y distribución de materias de la crónica del Illmo. Gonzaga, son absolutamente los mismos que los del Cuaderno del Padre Mendieta, en lo relativo a fundaciones y biografías, alcanzando hasta el año de 1585.
Entre las preciosas noticias que debo a la generosa amistad del Sr. Smith, hay una que parece propia de este lugar. -En carta que me escribió de Madrid con fecha 10 de Febrero de 1856, me envió a París varios apuntes de los MSS. que posee la biblioteca de la Academia de la Historia; y a continuación de la noticia de los del Padre Motolínia hay el siguiente, que copio a la letra: -«Legajos &c. -La relación del Padre Toribio de Benavente Motolinía está en un tomo folio, letra del tiempo, ij X 21. -Cap. 2º de los Frayles que han muerto en la conversión de los Indios. -Hay 20 capítulos» -¿Es ésta una obra del Padre Motolinía? ¿Será un fragmento de la del Padre Mendieta, o de la del Padre Oroz? Si, como podría presumirse, el autor del MS. o el Sr. Smith escribieron [CXXV] por distracción Capítulo 2º, en lugar de Libro o Tratado 2º, puesto que se dice tiene 20 capítulos, entonces podría conjeturarse muy fundadamente que perteneciera a la obra que nos ocupa del autor, y que el Libro o Tratado de la Venida de los primeros Padres, fuera el primero de ella. -Solamente la inspección ocular y un detenido cotejo podrían resolver esta duda.
– III –
Doctrina christiana, mexicano idiomate
Así el Illmo. Gonzaga, copiado por Don Nicolás Antonio. En la noticia que da Torquemada (200) de los eseritores franciscanos, menciona como el segundo a nuestro autor, con las siguientes palabras: «Tras él (Fray Francisco Ximénez) hizo luego una breve Doctrina Christiana Fray Toribio Motolinía, la cual anda impresa». -Como se ve, no dice que fuera en mexicano; mas esta opinión puede considerarse suplida por Gonzaga. A pesar de mis exquisitas investigaciones, no he logrado ver un ejemplar de ella.
El Dr. Beristain conjetura que este opúsculo se sacó del Libro de la Doctrina xpiana…. instituida nuevamente en Roma con auctoridad de la Sede apostólica para instrucción de los niños y mocos &c. &c., impreso en Sevilla, 1532. -«Y me funda esta conjetura, añade, el haber yo hallado en la librería del convento de San Francisco de Tezcuco, un ejemplar de esta obra, que en su frontis o carátula tiene del mismo puño deV. e Illmo. Zumárraga estos renglones: Esta Doctrina envía el obispo de México al Padre Fray Toribio Motolinía, por donde doctrine y enseñe a los Indios, y les basta. Fray Juan, obispo de México». -Yo tengo un ejemplar de la misma obra y edición que cita Beristain; pero careciendo de la Doctrina del padre Motolinía, me parece imposible formar una conjetura fundada sobre su procedencia. Al contrario, se notan ciertas discordancias con las de los antiguos misioneros, que arguyen diverso origen. Prescindiendo de las de ordinación, una de las más notables se encuentra en el número de los que hoy denominamos cinco mandamientos de la Santa Madre Iglesia, que en aquel antiguo catecismo romano se intitulan «los diez mandamientos de la Ley canónica, que son dichos preceptos de la Iglesia». La única congruencia que se advierte entre ambas obras, es la concisión de la primera parte de su doctrina, conservada hasta hoy en nuestro catecismo popular con el nombre de oraciones, formando la segunda la denominada declaraciones. La primera se tradujo luego al mexicano con el título mixto de Doctrina tepiton (Doctrinita, o Doctrina pequeña). De ambas tengo a la vista varias copias impresas y MSS., siendo muy curioso y digno [CXXVI] de reparo, que su estructura, su ordinación, y en gran parte su contexto mismo, se ajustan al famoso Catecismo del Padre Ripalda, mejor que a ningún otro (201). [CXXVII]
– IV –
Guerra de los Indios de la Nueva España
La más antigua noticia que he visto de esta obra es en Fray Luis de Rebolledo, franciscano, quien la da en el Catálogo de los sanctos y varones notables desta apostólica orden de nuestro seráfico y bienaventurado Padre Sant Francisco, que puso al fin de la Primera parte de la Chrónica general de N. S. P. Sant Francisco y su apostólica Orden: Sevilla, en el convento de San Francisco, en la emprenta de Francisco Perez, 1598, fol. -Aquel catálogo comprende otros varios, siendo el terciodécimo el de los Escriptores así antiguos como modernos (de la misma orden) con cuya doctrina resplandece la Iglesia. El último de los mencionados es Fray Toribio Motolineas (sic), quien, dice el bibliógrafo, «escribió la Guerra de los Indios de la Nueva España y un tratado del Camino del espíritu, en lengua castellana». -Hasta aquí el cronista. Don Nicolás Antonio (202) lo copió en su Biblioteca, insinuando una duda que, por sus términos, podría inducir a creer que León Pinelo había dado noticia de esta obra; pero ella no se encuentra mencionada en ninguna de las dos ediciones de su Biblioteca Oriental y Occidental. También dudaba si fuera la misma que los Memoriales, o la de la Venida de los doce Padres, según insinúo en el §2.
– V –
Camino del espíritu
Rebolledus laudat, dice Don Nicolás Antonio; pero yo no he visto en el cronista franciscano más que las palabras que literalmente he copiado en el artículo anterior. Beristain, que ciertamente no conoció este opúsculo, alteró su título por una de aquellas fatales licencias tan frecuentes en sus descripciones. Intitúlalo Camino espiritual o del espíritu. -Él probablemente formaba parte de los Tratados de materias espirituales, vagamente [CXXVIII] citados por Gonzaga, y de los cuales, si algunos han llegado a nosotros, no es fácil reconocerlos, por la costumbre generalmente adoptada entre los primeros misioneros de no poner su nombre en sus escritos. De esta clase existen muchos.
– VI –
La Vida y Muerte de Tres Niños de Tlaxcala que murieron por la confesión de la fe: según que la escribió en romance el Padre Fray Toribio de Motolinía, uno de los doce religiosos primeros &c.
Así aparece este título en la noticia que nos da Fray Juan Bautista de sus propias obras impresas (203), aunque la publicación se hizo en mexicano, siendo el traductor y editor el mismo Padre Bautista. Como yo, a pesar de las más exquisitas investigaciones, no he logrado descubrir ningún ejemplar de esta obra, me he abstenido, a ley de fiel narrador, de dar su título en mexicano, no obstante tener a la vista una copia suya que perteneció a Boturini. Consérvase en el Museo Nacional en 18 fojas 4º, MS; y aunque aquel dice en el Catálogo de su Museo Indiano, que tenía un ejemplar impreso, desapareció hace muchos años, según puede juzgarse de los inventarios posteriores. Adelante copiaré el título mexicano que tiene en aquel MS.
Don Nicolás Antonio da noticia de este opúsculo con ligeras variantes, y dice se imprimió en 1601, en la oficina de Diego López Dávalos, en un vol. 8º. También lo menciona el adicionador de la Biblioteca de León Pinelo, con el siguiente título: «Vida y Martirio de Christóbal Indio, Niño, hijo del cacique Acxotecatl, en Tlaxcala, MS». Esta lección indica que el bibliógrafo conoció solamente una de las dos partes en que está dividido; o bien que olvidó trascribir el título de la otra.
Vetancurt dice que de la Relación del viaje del Padre Motolinía a Guatemala, «copiaron los más autores el martirio de los Niños de Tlaxcala». El Dr. Beristain prohijó la noticia, expresándola con tal confusión, que de ella se deduce que el Padre Bautista fue quien la extrajo, virtiéndola después al mexicano. El opúsculo, por consiguiente, sería una simple excerpta sacada de aquella relación. Todas estas aserciones me parecen enteramente infundadas (204), pues la obra misma que nos ocupa ministra [CXXIX] datos incontestables de que ella formaba un tratado especial sobre su asunto.
Las pruebas de esta aserción son muchas, y según decía, se encuentran en la Historia misma. Hállase la primera al principio de la obra, en una Exhortación que falta en el MS. del Museo, y que se encuentra en la traducción impresa de que daré razón en el artículo siguiente. Allí se leen las siguientes palabras: «Esta Historia que aquí se refiere es la misma que escribió en lengua castellana el Padre Fray Toribio Motolinía… y se tradujo en la mexicana por el Padre Fray Juan Bautista, guardián del colegio de Santiago de Tlatilulco». -«Todo lo referido (dice en el final de la primera parte) (205) lo escribió el Padre Fray Toribio Motolinía: E yo Fray Juan Bautista lo traduje al idioma mexicano, dividiéndolo en varios capítulos, para que no les sirva de molestia a los que leyeren esta historia».- En el párrafo penúltimo de la de los niños Juan y Antonio, repite la misma idea con las siguientes palabras: «Esta historia, como llevo dicho, la escribió en castellano el Padre Fray Toribio Motolinía; e yo Fray Juan Bautista la traduje al idioma mexicano, dividiéndola en distintos capítulos (206) (con el fin de que no se mezclaran con la del martirio del niño Cristóbal), arreglándola y poniéndola en método para que su lectura no fastidiara a los que se dedicaran a ella». -He trascrito estos pasajes con sus mismas repeticiones, porque ellas convencen la equivocación de Vetancurt y Beristain, que aun parecía despojar la obra de su originalidad, atribuyendo su redacción al Padre Bautista. Ella, incuestionablemente, es original de nuestro autor, y si alguna duda quedara, la disiparía el final del cap. 10 de la historia de Cristóbal: «E yo (dice) el autor desta historia, Fray Toribio Motolinía, digo: que trasladé los huesos del bienaventurado niño a la expresada iglesia (de Santa María). Él mismo dio también un resumen de su leyenda en la Historia de los Indios (207), y comparando ambas narraciones, puede deducirse, muy claramente, que aquella se escribió en 1538, un año antes que la de los Niños, pues que en ésta habla ya de la traslación de sus cenizas, mientras que en la otra decía, refiriéndose al testimonio de Fray Andrés de Córdoba, que el cadáver de Cristóbal «estaba seco, mas no corrompido».
La copia MS. de la traducción mexicana, que según dije antes perteneció a Boturini, y hoy se conserva en el Museo, comprende la historia de los tres niños, siendo la primera la de Cristóbal, y la otra la de Antonio y Juan. Sus títulos respectivos son como sigue: [CXXX]
a) Nican mitohua motenehua ininemilitzin ihuan itlaiyohuilitzin in piltzintli Christobalito; ca oquimo tecpanilli caxtillancopahuic in teopixcatzintli Fray Thoribio Motolinia. Auh oquinio náhuatemili in totatzin Fr. Juº Bautista, Guardian catqui Santiago Tlatelolco. Nican Mexico oquitecpan ipan matlactli ome capitulo tepitzitzin noce ocno ipan chicuey capitulo oquitlalli inin tlayoltuilitzin Juan ihuan Antonio oquichpiltin Tlaxcallan.
b) Antonio ihuan Juan oquichipipiltotontin Tlaxcalteca Pipiltin in itlahiyohuiltiloca ihuan in tonehuaca pololoca. In yuh quimicuilhui zano huei yehuatzin Padre Fr. Thoribio Motolinia San Francisco Teopixqui. Auh in axcan nahuatlatolcopa quimo tecpanilia Pe Fray Juan Bautista San Francisco Teopixqui. (La ortografía del MS. está bastante corrompida, y se ha enmendado bajo la direccion del Lic. Don Faustino Galicia, profesor de la lengua.)
El complemento de las noticias de este opúsculo se encuentra en el artículo que sigue.
– VII –
Traducción de las Vidas y Martirios que padecieron Tres Niños principales de la ciudad de Tlaxcala, la cual practicó el intérprete general de esta Real Audiencia (Don Vicente de la Rosa Saldivar), en virtud de lo mandado por el Exmo. Sr. Conde de Revillagigedo, Virrey, Gobernador y Capitán General de este Reino. -México, por Vicente García Torres, 1856, fol., apud «Documentos para la Historia de México», Tercera Serie, Tomo I.
El contexto de esta portada nos instruye claramente de que ella fue escrita por el intérprete de la Audiencia, y que el texto castellano que poseemos no es el original del Padre Motolinía, sino el del mismo intérprete que lo tradujo del mexicano del Padre Bautista; así es que lo debemos al trabajo de una doble versión. A esta portada sigue una nota del intérprete, precedida del siguiente epígrafe: Vida de tres Niños Tlaxcaltecas, y los martirios que padecieron por la Fe de Cristo; el cuál, por la manera con que se enuncia, podría considerarse como el título original con que el Padre Bautista publicó su traducción mexicana. Su enunciación en la lengua castellana no es una objeción, porque los antiguos misioneros la usaban muy frecuentemente para los títulos, no sólo de sus libros, sino aun para los de los capítulos de las obras escritas en otras lenguas; práctica singular, pero muy común.
En esa nota del intérprete se encuentran todas las noticias bibliográficas que nos faltan de la edición del Padre Bautista. Por ellas sabemos que su traducción mexicana estaba concluida desde el año de 1595 en que dieron su aprobación los censores: que la licencia para la impresión la concedió el virrey conde de Monterrey; y aunque allí se expresa que la del ordinario eclesiástico fue en 14 de Setiembre de 1701, este guarismo está errado por descuido del copiante, debiendo leerse 1601, en el cual se hizo su impresión. El intérprete concluye advirtiendo que no copió a la letra las licencias, pareceres y censuras, por estar en castellano; «y sólo lo ejecuto [CXXXI] (continúa) de lo que puramente se halla en mexicano, a saber, la Dedicatoria, Exhortación e Historia, cuyo tenor, uno en pos de otro, es en la forma y manera siguiente». &c.
La Dedicatoria no es, con ligeras variantes, más que la repetición del título que ya conocemos, y termina con las siguientes palabras:-«Dedicado a Don Cristóbal de Oñate (208), encomendero de Santiago Tecali, por Cornelio Adriano César. Año 1601». -Por la distribución que dio el Padre Bautista a la obra original, resultó dividida en dos partes o relaciones, cada una con su respectivo epígrafe, según antes se ha visto en sus títulos escritos en mexicano. La primera contiene la historia de Cristóbal, con once capítulos. La segunda la de Antonio y Juan, con ocho, terminado con la atestación del intérprete, formulada a estilo de escribano en 28 de Febrero de 1791.
El texto que sirvió de original para esta edición se conserva en el tomo II de la Colección de Memorias Históricas del Archivo General, intitulado Varias piezas de Orden Real, formada por disposición del ilustre virrey conde de Revillagigedo. No puede dudarse que el intérprete hizo su versión directamente de un ejemplar impreso de la traducción mexicana del Padre Bautista.
– VIII –
Calendario Mexicano
Henrico Martínez es el primero que habló de esta obra, y eso por incidencia, en la noticia que da del sistema que empleaban los mexicanos para la distribución del tiempo y formación de sus calendarios en figura circular. «Yo tengo en mi poder, decía, una rueda de estas con toda su declaración, hecha por Fray Toribio Motolinía (sic), de la orden de San Francisco (209)». Torquemada repitió textualmente la especie», y diciéndose, por supuesto, poseedor de otro ejemplar. Las noticias de ambos son tan superficiales, que hoy no es Posible discernir entre los varios calendarios que han llegado hasta nosotros, cuál fuera el ejemplar que sirvió de texto a la explicación del Padre Motolinía.
– IX –
Memoriales
Aunque Herrera y Torquemada los mencionaron simultáneamente en sus historias impresas el año de 1615, el segundo fue ciertamente el primero, y quien lo hizo con más especificación, pites el otro sólo habló de ellos por incidencia. León Pinelo copió probablemente sus noticias, porque no dice haberlos visto. Cuál fuera el carácter de esta obra, es un problema [CXXXII] envuelto en dificultades inextricables. Por los datos que existen puede conjeturarse que eran lo que anuncia su título; una especie de cartapacio o libro de memoria en que el autor consignaba sus observaciones y recuerdos, distribuidos en sus principales secciones; conviene a saber, prácticas y ceremonias religiosas, usos y costumbres, propagación del cristianismo, notas geográficas, físicas, de historia natural &c. &c., escritas con más o menos orden y coherencia, y en diversos tiempos y lugares. Éstos también fueron los materiales de sus otros tratados especiales, particularmente del más acabado e importante que, aunque incompleto, ha llegado hasta nuestros tiempos: la Historia de los Indios.
Varias son las menciones específicas que de ellos hace el Padre Torquemada. En tres lugares los cita con el simple título de Memoriales; en dos con el de Memoriales de mano (210); y en uno con el de Libros escritos de mano. Cotejados los pasajes que allí se copian, con sus relativos de la Historia de los Indios, se ve que cuatro de ellos están más o menos textualmente en ésta (211). Los dos restantes no los he podido identificar, ni aun con el auxilio del Sr. García Icazbalceta, colector, editor e impresor a la vez de aquella obra. El mismo historiador cita otros varios, aunque sin asignarles procedencia, que igualmente se encuentran en la mencionada Historia, siendo aún considerable el número de las remisiones a que no se les halla correspondencia. Quizá un más detenido examen pudiera dar el de algunas, aunque muchas faltan indudablemente (212). De estos antecedentes se puede deducir una de dos conjeturas igualmente probables: o que hayan en efecto existido esas Memorias, como apuntes o cartapacios de que el autor sacó después su Historia; o bien que fueran esta misma, antes de su final arreglo, y cuando todavía estaba desparramada en los varios cuadernos o tratados que después el autor coordinó y retocó, dándoles la forma en que hoy los vemos. Entre ellos se encontraban, o a ellos pertenecían ciertamente, los tratados De Moribus Indorum, las biografías de los primeros misioneros, el material de la Parte cuarta de la Historia, que nos falta, y los otros pasajes de Torquemada a que no encontramos sus correlativos. Quien sabe si entre ellos se hallaría también el artículo que sigue. [CXXXIII]
– X –
Relación del Viaje a Guatemala
Aunque en el orden cronológico que he dado a mis noticias, esta debía ser la penúltima, su débil importancia y la conveniencia de no cortar el hilo que enlaza los dos artículos siguientes, me decidieron a sacarlo de su lugar. El que nos ocupa, solamente se conoce por la mención que de él hizo Vetancurt a fines del siglo XVII, y de la cual di razón en el artículo consagrado a los Mártires de Tlaxcala (§6). Las equivocaciones y descuidos que allí le noté me hacen muy sospechosa la noticia.
– XI –
Ritos antiguos, sacrificios e idolatrías de los Indios de la Nueva España, y de su conversión a la fe, y quiénes fueron los que primero la predicaron. – Impreso apud «Antiquities of Mexico», by Lord Kingsborough. Vol. IX. London, published by Henry G. Bohn, York Street, Covent Garden. MDCCCXLVIII. Fol. máx.
León Pinelo fue el primero que a principios del siglo XVII dio noticia de esta obra, la principal y más importante del Padre Motolinía, con la advertencia de haberla visto, y con el siguiente título: Relación de las cosas, idolatrías, ritos y ceremonias de la Nueva España, MS. fol. -Don Nicolás Antonio lo reprodujo textualmente en su Biblioteca. -Robertson la menciona en el Catálogo de libros y manuscritos que consultó para escribir su Historia de la América (213); mas como lo hace sin expresar el nombre del autor y con un título diferente, podría dudarse si se trataba del mismo manuscrito. He aquí literalmente el que le dio: Historia de los Indios de Nueva España dividida en tres partes. En la primera trata de los Ritos, Sacrificios y Idolatrías del Tiempo de su Gentilidad. En la segunda de su maravillosa Conversión a la Fe, y modo de celebrar las Fiestas de Nuestra Santa Iglesia. En la tercera del Genio y Carácter de aquella Gente, y Figuras con que notaban sus Acontecimientos, con otras particularidades; y Noticias de las principales Ciudades en aquel Reino. Escrita en el Año 1541 por uno de los doce Religiosos Franciscos que primero Pasaron a entender en su Conversión. MS. fol. pp. 618. La ortografía de este título indica una copia sacada a mediados del siglo XVII, siendo muy reparable que citándola Robertson con los caracteres de anónimo, mencione específicamente [CXXXIV] en el cuerpo de su historia los escritos de Fray Toribio, aunque sin indicación de obra ni de lugar. Algunos de los pasajes que copia, concuerdan exactamente con el MS. de los Ritos (214).
En la Noticia de los escritores de la historia antigua de América, que puso Clavigero al principio de la suya, se encuentra la de esta obra con el simple título de Historia de los Indios de Nueva España, que forma el período inicial del que lleva el MS. de Robertson. Lo demás lo agregó en forma de extracto o noticia del asunto de la obra. Por el mismo historiador sabemos que de ella había algunas copias en España. No se concibe cómo escaparon al ojo lince y pesquisidor de Don Juan Bautista Muñoz, que reunió la más vasta y rica colección de monumentos históricos de América, pues no he podido reconocerla en el catálogo que de ellos publicó Don Justo Pastor Fuster en su Biblioteca Valenciana (215). El antiguo MS. que se conserva en la biblioteca del Escorial lleva un título que difiere, en la forma, de los anotados, aunque en la sustancia concuerda con todos. Helo aquí según me lo comunicó el Sr. Smith en la carta de que antes hablé, y copiado de su puño con vista del original:
«T. 2.= Anonymi Rel. = idolatrías y ritos de los Indios de N.ª E.ª de la conversión y aprovechamiento de los Indios… y de los Frailes que han muerto en su conversión -con la vida del P. Fr. Martín de Valencia de Sn. Juan. -M. II. 21. p. 427. -1 tomo fol. letra del tiempo».
El Sr. García Icazbalceta le ha dado en su colección el compendioso título con que la anunció Clavigero; el mismo que traía en el MS. que le ha servido de original en su edición (216). Debió éste a la ilustrada liberalidad (harto rara entre literatos) del eminente historiador Mr. W. H. Prescott, que le permitió sacar una copia de la suya (217); y éste obtuvo la que posee, de Mr. O. Rich, cónsul de los Estados-Unidos en Menorca. Tal es la procedencia, filiación y variantes que ha sufrido el título de la obra que ahora ve la luz pública por segunda vez, con aumentos que mejoran muy notablemente la primera. [CXXXV]
La intención y voluntad de su humilde autor era dejarla entre los anónimos. -«Si esta relación (decía en su Epístola proemial al conde de Benavente) saliere de manos de V. I. S., dos cosas le suplico en limosna «por amor de Nuestro Señor: la una que el nombre del autor se diga ser tan Fraile Menor, y no otro nombre ninguno &c». Sin él se publicó en la edición de Kingsborough. Después se le ha agregado, no sé por quién.
El detenido cotejo que ha hecho el Sr. García Icazbalceta de aquella copia con la del Sr. Prescott, contenida en este volumen, ha dado la convicción de que ambas reconocen una fuente, salvas las variantes inevitables que introduce el descuido de los copiantes, y que el editor ha notado con una minuciosa escrupulosidad. Ese cotejo ha descubierto que la edición de Kingsborough está incompleta. Fáltanle casi la mitad del que allí es capítulo 9º, y el 10º del Tratado II, con todo el Tratado III. El encargado de la impresión anduvo tan precipitado y mezquino en esa operación, que aun truncó el periodo, colocando un punto final en el lugar de un colon imperfecto. La misma suerte cupo a otras de las obras que forman los dos últimos volúmenes de aquella preciosa colección; porque convertida, después de la muerte del noble editor, en mera especulación de librero, ya no se trató más que de darle fin, aprovechando el material impreso, sin cuidarse de completarlo.
El valor literario de este escrito ha sido apreciado por una de las autoridades más competentes en la materia; por el ilustre autor de la Historia de la Conquista de México. El Sr. Prescott nos da razón de su asunto, de su mérito y de sus defectos en las siguientes palabras: «La Historia de los Indios de Nueva España, escrita por Fray Toribio, se divide en tres partes: 1ª Religión, ritos y sacrificios de los Aztecas: 2ª Su conversión al cristianismo y manera con que celebraban las fiestas de la Iglesia: 3ª Índole y carácter de la nación; su cronología y astronomía, con noticias de las principales ciudades y de los productos de mayor tráfico en el país. La obra, no obstante su disposición metódica, está escrita en la forma vaga e incoherente de un libro de memoria o cartapacio, en el cual el autor hacinaba confusamente las noticias de lo que observaba y le parecía más interesante en el país. No perdiendo jamás de vista su misión, corta bruscamente el hilo del asunto que inmediatamente le ocupa, cualquiera que sea, para dar cabida a una anécdota o acontecimiento que pueda frustrar sus afanes eclesiásticos. Los sucesos más estupendos (218) los relata [CXXXVI] con toda aquella grave credulidad que es de tan poderoso efecto para captarse el crédito del vulgo; y el historiador da fe y testimonio de una copia de milagros más que suficiente para proveer al consumo de las nacientes comunidades religiosas de Nueva España.
No obstante, en medio de ese cúmulo de piadosas inverosimilitudes (219), el investigador de las antigüedades aztecas hallará muchas noticias importantes y curiosas. El largo e íntimo trato que mantuvo Fray Toribio con los indígenas, le colocó en situación favorable para adquirir todo el caudal de los conocimientos que poseían en su teología y ciencias; y como su estilo, aunque algún tanto escolástico, es llano y natural, sus ideas se comprenden sin dificultad alguna. Sus deducciones, en que se reflejan las supersticiones de la época y el carácter peculiar de la profesión del autor, no pueden adoptarse siempre con entera confianza; pero como su integridad y medios de instrucción son indisputables, su autoridad es de primer orden para el estudio de las antigüedades del país, y para el conocimiento del estado que guardaba al tiempo de la conquista (220)».
El juicio crítico del Sr. Prescott me parece perfectamente exacto, lo mismo que su comparación de esta obra con un cartapacio, pues que examinándola atentamente se ve que fue escrita a retazos, en diversos tiempos y circunstancias; calidades que podrían conducirnos a conjeturar lo que fuera la primera, intitulada Memoriales, quizá refundida en esta misma. En efecto, y ateniéndonos solamente a las indicaciones que hace el autor con una fecha precisa, veremos que aunque él dató su dedicatoria al conde de Benavente, en Tehuacán «el día del glorioso apóstol San Matías (24 de Febrero) de 1541», sus materiales se habían comenzado a reunir algunos años antes.
El Padre Motolinía dividió o tuvo intención de dividir su Historia en cuatro partes, de las cuales solamente conocemos tres, con el título de Tratados, y con las particularidades que voy a notar.
PARTE 1ª. -Contiene quince capítulos en esta edición, y catorce en la de Kingsborough, que duplicó por descuido la numeración del 9º, resaltando de aquí que el último lleva el número 13. -Su asunto, resumido en el epígrafe, son las idolatrías, ritos, ceremonias &c. El Sr. García ha advertido en una nota al cap. 14 el enredo y revoltura de la edición inglesa, que intercala aquí un largo párrafo que por su asunto corresponde al cap. 15. Éste es en aquella el cap. 8 del Tratado II, notándose además la omisión de trozos que abrazan algunos renglones. El Sr. García juzga [CXXXVII] que tales descuidos proceden del editor inglés; mas parece que lo son de la copia que le sirvió de original, y que los de ésta remontan a la época en que el MS. del autor aún no recibía su última compaginación (221).
PARTE 2ª. -Contiene diez capítulos, de los cuales solamente hay ocho en la edición inglesa, aunque el último lleva el número 9. La discrepancia consiste en que el 8º de aquella, forma en ésta el 15º de la primera parte, notándose en esas permutaciones el mismo truncamiento de textos. El editor inglés, por dar fin a su volumen, cortó el texto de la manera brusca que antes se ha notado. A esta Parte 2ª pertenece el cap. 20 de la 3ª, según nos lo advierte el mismo Padre Motolinía, debiendo formar probablemente su cap. 1º. -El asunto, según su epígrafe, es la predicación del Evangelio.
PARTE 3ª. -Comprende veinte capítulos, aunque el último, según se ha advertido, pertenece por su asunto a la 2ª. -No tiene epígrafe, omisión que indica que tampoco se le había dado la última mano. Su asunto es una mixtura de las materias más discordantes; historia civil, eclesiástica, natural, geografía &c., &c., todo se trata indistintamente, resaltando como un notable episodio, la Vida de Fray Martín de Valencia, anunciada en alguno de los títulos puesto a este MS.
PARTE 4ª. -El autor la promete explícitamente en el cap. 9 de la anterior; pero falta. Véase lo que sobre ella dejo expuesto en el §2. Su asunto era, probablemente, la biografía de los primeros misioneros; conjetura que adquiere grande probabilidad comparando el plan de esta historia con el de la Monarquía Indiana del Padre Torquemada, donde se encuentra copiado o extractado lo más interesante de ella.
Si las observaciones que preceden manifiestan suficientemente que esa obra se escribió a retazos, sirviendo así de original a otras copias, las variantes que tan escrupulosamente ha anotado el Sr. García en su actual edición, prueban que en los tiempos sucesivos tuvo todavía enmiendas y adiciones (222). También hay datos inequívocos de que muchas de estas se perdieron, porque quizá se encontraban en fojas sueltas, que dejó extraviar la incuria de aquellos tiempos. Esto quizá también nos explica esas trasposiciones que cortan y desfiguran el texto, obra de copiantes indolentes que no se encargaban de su asunto. Las alternativas con que se hicieron aquellas enmiendas, se percibirán más claramente echando una ojeada [CXXXVIII] sobre el siguiente cuadro de la disposición ordinal de sus páginas, comparada con los años en que fueron escritas.
2 1 101 Escribíase en el año de …………………………………………….. 1540
y según la variante de Kisgsborough, en 1536.
2 2 106 En …………………………………………………………………………. 1536
2 3 109 En § penúltimo se escribía en el mismo de………………….. 1536
y el siguiente se añadió, lo más tarde, en el de…………….. 1538
La variante de Kingsborough señala el de 1537.
2 6 122 En Tlaxcala, el Viernes de Ramos de ………………………… 1537
2 10 141 Escribíase en fines de Febrero de ……………………………… 1541
3 5 171 Id. en principios de …………………………………………………. 1540
3 8 186 En …………………………………………………………………………. 1540
3 14 220 En Atlihuetzia, en Marzo de …………………………………….. 1539
La Dedicatoria, último trabajo, en 24 de Febrero de ……. 1541
Las variantes anotadas y las épocas a que se refieren son tan notables, que no es posible atribuirlas a descuidos del copiante: así, es necesario conjeturar que proceden de diversos traslados, sacados también en diversos tiempos y propagados aun en vida del autor, antes de que sufrieran la última revisión.
Para dar fin a esta parte de mis observaciones y facilitar la inteligencia de las apostillas que el Sr. García Icazbalceta ha puesto a su edición, copiaré en seguida los párrafos conducentes de una esquela que me escribió explicándolas. Dice así:
«Cuando la lección que seguí en el texto es la del MS., la variante al pie lleva la señal K., que denota ser la que presenta la edición inglesa de Kingsborough.
Si por el contrario, se adoptó la lección de Kingsborough, entonces la variante va anotada MS.
Pero si ni una ni otra lección pareció buena, se tomó una tercera, y en tal caso se anotan ambas variantes con sus respectivas señales, es a saber, K. y MS., según se ve en las págs. 23, 27, 36 &c.
Desde la pág. 131 hasta el fin, ya no se pudo consultar el texto de Kingsborough, por no estar completa su edición, y hubo que atenerse únicamente al MS., corrigiéndolo por su contexto mismo; en cuyo trabajo me fue de grande utilidad el auxilio que tuvo la bondad de prestarme nuestro amigo el Sr. Lic. Don Manuel Orozco y Berra.
Todos los nombres mexicanos se han impreso conforme a la corrección que hizo de ellos el Sr. Don Faustino Galicia.
Por regla general, siempre que ha sido necesario suplir en el texto una palabra que evidentemente hacía falta, se ha impreso con letras VERSALITAS».
Pero no obstante el cuidado y esmero que el editor ha puesto en su [CXXXIX] trabajo, todavía se escaparon algunas incorrecciones y oscuridades, que tampoco podía evitar, porque se encuentran en su original; cuyo texto, a fuer de concienzudo editor, ha seguido con la nimia escrupulosidad de que da plena fe su misma edición. Algunas son de importancia para los estudios americanos, y otras no carecen de interés. De ambas me he encargado, para dar su complemento al empeño del editor, en las siguientes
Enmiendas y esclarecimientos
EPÍSTOLA PROEMIAL. -Pág. 9. -Oaxyecac.
Debe leerse Huaxyacac, nombre de la ciudad denominada hoy, corruptamente, Oajaca. En la antigua ortografía se escribe Oaxyacac.
TRAT. I, CAP. 3. – Pág. 27. -Sólo Aquel que cuenta &c.
El editor ha advertido muy justamente que este párrafo y el que sigue no tienen relación con el asunto de que ofrecía hablar el autor. Ellos, probablemente, fueron una adición destinada al cap. 1, y colocada en éste por inadvertencia o descuido del copiante.
TRAT. 1, CAP. 5. -Pág. 36.- … al nono (día, llamaban) nueve águilas.
El noveno día del calendario mexicano no era Águila (Cuauhtli), sino Agua (Atl); así es que este pasaje debe leerse, según la nomenclatura adoptada por el autor, nueve aguas.
TRAT. I, CAP. 6. -Pág. 59. -En aquellos días de los meses que arriba quedan dichos, en uno de ellos que se llamaba Panquetzaliztli, &c.
La construcción de esta frase da a entender que se habla de un día cuyo nombre es Panquetzaliztli. Éste no existe en el calendario mexicano; pero sí lo es de uno de los diez y ocho períodos de a veinte días en que se repartía el año solar, y que los escritores, por analogía, han denominado meses. La construcción es la defectuosa, y su sentido se rectifica relacionando la frase en uno de ellos, con la palabra meses.
TRAT. I, CAP. 7. -Pág. 44. -El día de Atemoztli ponían muchos papeles pintados y llevábanlos a los templos de los demonios, y ponían también Ollin, que es una goma de un árbol &c.
Atemoztli no es nombre de día, sino de mes, en el calendario mexicano. (V. la nota anterior.) Quizá falta un signo o voz numeral antes de la palabra día. En la descripción que hace el Padre Sahagún de las solemnidades de este mes, dice que «en la noche de la vigilia de la fiesta… que era a los veinte días de este mes, toda la noche gastaban en cortar papeles de diversas maneras», «y que todos los papeles estaban manchados con ulli (223)». La palabra Ollin del texto es incorrecta; y como aun en algunos escritores se encuentra con la misma ortografía el nombre del 17º día del mes mexicano (Olin), esta aparente homonimia podría inducir alguna vez en graves equivocaciones.
TRAT. 1, CAP. 7. -Pág. 45. -A aquellos cabellos grandes llamaban Nopapa, y de allí les quedó a los Españoles llamar a estos ministros Papas &c.
Esta observación etimológica del Padre Motolinía demanda alguna explicación.
Uno de los principales distintivos del sacerdocio mexicano era el cabello largo, enmarañado [CXL] y mechoso, porque la ley no permitía peinarlo sino en determinadas ocasiones. Su nombre propio era Papatli, que el Vocabulario de Fray Alonso de Molina traduce « cabellos enhetrados y largos de los ministros de los ídolos». Por una de aquellas locuciones trópicas, tan comunes en todas las lenguas, el nombre del símbolo se trasladó al individuo, y el vulgo denominó también Papatli a sus sacerdotes; pero como la sintaxis peculiar del mexicano exige en un gran número de casos, que al sustantivo se acompañe precisamente el pronombre posesivo respectivo, con la calidad de prefijo o conjuntivo, de aquí es que el nombre genérico de los sacerdotes, usado en singular, se expresaba con la palabra Nopapa, compuesta del posesivo No (mi), y Papatli, elidida la final tli, por la regla común de los compuestos. A los sacerdotes, pues, y no a su cabellera, se daba vulgarmente el nombre Nopapa; y como en la pronunciación de esta palabra dominaba el sonido de sus dos últimas sílabas, los escritores contemporáneos de la conquista, particularmente Bernal Díaz del Castillo, denominaron constantemente Papas a los ministros del antiguo culto mexicano.
IBID. -Hueytozoz1li. Este día era &c. -Pág. 46. -Tititl. Este día otro &c.
En vez de día, léase mes, por las razones expuestas en la nota a la pág. 44.
TRAT. I, CAP. 9. -Pág. 52. -Contaban, si no me engaño, diez y ocho veces ochenta, porque cinco días del año no los contaban, sino diez y ocho meses, a veinte días cada mes.
Los dos primeros guarismos, 18 y 80, son indudablemente los factores del período cuatrienal que duraba el ayuno impuesto al sacerdocio de Tehuacán, cuya descripción se encuentra en la página anterior; el mismo también que se guardaba en Tlaxcala y Cholollán, con el nombre de Año de Dios; porque 18 x 80 = 1440 + 20 (de los complementarios) = 1460 da el mismo producto que 4 (años) x 365 (días) = 1460, sin computar el día intercalar del bisiesto. -El año común, como lo advierte el mismo Padre Motolinía en el pasaje notado, se componía de 18 meses de a 20 días, y 5 complementarios: 18 x 20 = 360 + 5 = 365.
TRAT. III, CAP. 10. -Pág. 197. -…Ahuilizapán…. que en nuestra lengua quiere decir Agua blanca &c.
De los elementos constitutivos de la palabra Ahuilizapán no puede deducirse absolutamente la significación que le da el Padre Motolinia; mas como su autoridad sea tan respetable en la materia, preciso es dar una idea, aunque somera, de los fundamentos de mi desacuerdo. El uso de la voz que nos ocupa se conserva hasta hoy entre los indígenas, y la aplican a los baños que toman en la laguna durante los meses de Mayo y Junio, en medio de algazaras, retozos y alegrías, de las cuales deriva su significación vulgar, que es la de alegrarse o regocijarse en el agua, braceando, nadando, zabulléndose y ejecutando todos los otros retozos que todavía acostumbra nuestra gente popular. El Lic. Don Faustino Galicia (mexicano de origen y profesor de su lengua en esta universidad), a quien debo estas noticias, dice que la radical de aquella voz compuesta es Ahuiliztli (diversión, regocijo &c.); palabra que, como otras muchas, falta en el Vocabulario de Molina.
Ahuilizapán es el nombre primitivo de la población que hoy, corruptamente, llamamos Orizaba. El grupo trópico-ideográfico que lo sustituye en la escritura jeroglífica de los antiguos mexicanos, se encuentra notado dos veces en el Códice Mendocino (224): represéntase allí una figura humana, con los brazos levantados y metida hasta la cintura dentro de un depósito de agua a manera de alberca. -Este símbolo, que debe considerarse como la letra escrita del nombre, destruye completamente la interpretación del Padre Motolinía. Quizá un examen escrupuloso de la disposición y forma de sus caracteres, aun autorizaría la conjetura de una alteración en su ortografía primitiva, introducida, por el uso. [CXLI]
TRAT. III, CAP. 11. -Pág. 204. -…hay…. unas aves muy hermosas, a que los Indios llaman Teocacholli, que quiere decir Dios Cacholli.
Aquí también hay un error en la ortografía de la voz mexicana, y por consiguiente en su versión castellana. Nótola con entera confianza. porque tomo la enmienda del Padre Sahagún, una de las autoridades más competentes en materia de lengua mexicana. Describiendo las aves de México, dice: «hay otra que se llama Tlauhqechol o Teuhquechol, vive en el agua y es como pato (sigue la descripción), dicen que esta ave es el príncipe de las garzotas blancas, que se juntan a él donde quiera que le ven (225)». Esta noticia, y la calidad de príncipe que se le atribuye, corroboran la exactitud ortográfica de la radical Teuh, harto diversa de la otra Teo. Aquella lo es de Tecuhtli o Teuhtli (señor, príncipe, caballero &c.), y ésta de Teotl (Dios). Así, Teuhquechol quiere decir literalmente «el señor de los Quecholli», y metafóricamente «el príncipe de las aves de plumaje rico y vistoso, o que sobrepuja en esta calidad»; pues a las de su clase daban genéricamente el nombre Quecholli.
– XII –
Carta al Emperador Carlos V
Este documento se ha copiado del que posee la Real Academia de la Historia de Madrid. Encuéntrase en las fojas 213-52 del vol. 87 de su Colección de MSS. históricos, con las siguientes indicaciones y marcas: -Simancas. Indias. J o Cartas de N.ª España, de Frayles: de 550-70. -Visto: MUÑOZ. -Esta última razón manifiesta claramente que él perteneció a la colección del famoso historiógrafo de América, bien que no se mencione en el catálogo que de ella nos dio Fuster. El Sr. García Icazbalceta lo adquirió por conducto de nuestro excelente y obsequioso amigo el Sr. DON FRANCISCO GONZÁLEZ DE VERA. La primera noticia que tuvo el mundo literario de su existencia, la debió A un anotador de la traducción castellana de la Historia eclesiástica de Ducreux (226), y no ciertamente por un sentimiento simpático hacia el obispo de Chiapa, sino más bien con aquel otro de amargura con que la susceptibilidad castellana ve todavía los escritos del ilustre prelado, considerando en ellos ajado el pundonor de su nación. El adicionador de Ducreux copió solamente los párrafos más prominentes y que mejor cuadraban a su intento, suprimiendo enteramente la larga e interesante posdata (tan larga casi como la carta) que comienza en la pág. 267 de esta Colección.
Fragmentos también, y en menor cantidad, dio a luz Don Manuel José Quintana en el Apéndice a la Vida del V. Casas, siendo ésta la segunda publicación que se ha hecho, o mejor dicho, noticia que se ha dado, del documento que nos ocupa.
La primera publicación del texto íntegro la debemos a la ilustrada e infatigable laboriosidad de otro amigo que ya he mencionado; -a Mr. Buckingham Smith, que le dio lugar en el tomo I de su interesante y [CXLII] preciosa Colección de varios documentos para la historia de la Florida y tierras adyacentes (227). Él me comunicó también las indicaciones relativas al MS. que le sirvió de original, y que se encuentran perfectamente concordes con las del Sr. González de Vera.
La segunda copia íntegra, en el orden de publicación, es la que ahora da a luz el Sr. García Icazbalceta, bien que en el de impresión sea la primera, según ya lo advertí en la noticia cronológica. Cotejada escrupulosamente con la anterior, sólo se han notado las diferencias contenidas en la siguiente tabla comparativa, procedentes todas de descuidos de pluma.
EDICIÓN DEL SR. GARCÍA. EDICIÓN DEL SR. SMITH.
Pág. Lin.
254 5 i este nombre lo tomaron i este nombre tomaron
254 6 ídolo ó principal dios ídolo i principal dios
255 5 i toda esta tierra puesta en paz i toda esta tierra questá en paz
255 11 subiendo no se ganó mas que de echar no se ganó mas de echar
256 14 por escritura i dar caucion por escribano i dar caucion
256 9 sub. entre los frailes menores, i los di entre los frailes é yo busqué todos los que habia entre los frailes menores, i los di
257 3 principales de toda esta nueva principales de esta nueva
258 15 sub. i estava bien i estava muy bien
260 7 para que siquiera perseverara para que si quisiera perseverara
260 12 sub. Españoles procuraran Frayles Españoles procuran Frayles
261 1 se hallarian mas delitos se hallarán mas delitos
265 7 Itemachalco (228)
Itemachalco
267 1 i lo que tienen ó lo que tienen
268 6 i que le quedara i que quedara
268 13 llamárselo cien veces ciento, más de la poca caridad llamárselo cien veces ciento, demás de la poca caridad
268 6 sub. á se oponer á morir a se oponer y morir
269 5 punir ni castigar punir i castigar
269 2 sub. pecho i tributo pecho ó tributo
273 20 que no ha salido de México no ha salido de México
274 14 en San Francisco con Frayles en San Francisco con los Frayles
274 19 que murmuraron que murmuran
Decía antes que el anotador castellano de Ducreux había dado a conocer la carta del Padre Motolinía con el sentimiento puntilloso que distingue al común de los escritores de su nación; no así el Sr. Quintana, quien examinando el documento a la altura de su elevada inteligencia y con una crítica aún demasiado severa, lo produce para formularle su proceso, fulminándole [CXLIII] un fallo tan riguroso, que no obstante mi sincera adhesión y profundo respeto al Illmo. Casas, me es imposible suscribir. -Furioso y temerario, llamó el ataque que le dirigió Fray Toribio en esa carta; y abismado en la contemplación de los motivos, sin poder conciliar sus evangélicas virtudes con sus destemplados discursos, creyó encontrar la clave del enigma en aquellas fragilidades mismas, que, como la funesta túnica de Neso, no abandonan al hombre sino con la vida. -«Probablemente, decía el ilustre Quintana, debajo de aquel sayal roto y grosero, y en aquel cuerpo austero y penitente se escondía una alma atrevida, soberbia, y aun envidiosa tal vez. A lo menos la hostilidad contra el obispo de Chiapa presenta estos odiosos caracteres. Pues no bien llegaron a América los opúsculos que el obispo hizo imprimir en Sevilla por los años de 1552, cuando este hombre audaz (Fray Toribio) se armó de todo el furor que suministra la personalidad exaltada, y en una representación (229) que dirigió al rey en principios del año de 1555, con achaque de defender a los conquistadores, gobernadores, encomenderos y mercaderes de Indios, trató a Casas como al último de los hombres». Pocos renglones adelante, insinuando el crítico la duda de si nuestro obispo tuvo o no conocimiento de ese rudo ataque, califica más duramente a su adversario, observando que aun en caso de saberlo, «aquel que en otro tiempo supo mirar con tan noble indiferencia las sátiras y calumnias que los vecinos de Ciudad-Real vomitaron contra él, en desquite de sus rigores, no debería comprometerse con un fraile descarado que nada tenía que perder, y que aspiraba a darse importancia con el exceso mismo de su insolencia (230)».
Tal es el juicio que una de las más brillantes lumbreras de la literatura española ha formado de nuestros beneméritos campeones, fallando entre sus dos compatriotas con el desinterés e imparcialidad que en un juicio de familia. Sin embargo, repito; el falto contra el Padre Motolinía me parece excesivamente duro, pues que ciertamente se puede explicar su conducta por motivos más naturales y mejor fundados, que acrisolen la verdad histórica, sin mengua del mérito ni del honor de sus actores; porque tal cual hasta hoy se nos presenta, o el obispo de Chiapa era un genio inquieto, turbulento, hipócrita, interesado &c., &c., o el Padre Motolinía un fraile envidioso, grosero, insolente, y un atrevido calumniador. Tales son los miembros de la disyuntiva en que se nos precisa a escoger.
Para juzgar acertadamente de los hombres y de sus actos, es absolutamente necesario trasladarnos a su época y revestir sus ideas, sus pasiones y sus intereses, porque éstos han sido y serán en todos los tiempos y en todos los lugares el resorte secreto de las acciones. Por abandonar ese único y seguro criterio, se pronuncian tantos fallos falsos y se escriben [CXLIV] romances fantásticos o caricaturas con el nombre de historias. Fray Bartolomé y Fray Toribio pertenecían a dos célebres órdenes monásticas, divididas por contiendas seculares y por la natural rivalidad de corporación; dividíanlas en la doctrina, las famosas escuelas Tomista y Escotista; en los puntos de creencia, el de la Concepción; en el ministerio, las competencias sobre la defensa y la propagación de la fe, y en la política, la cuestión mixta que surgió con el descubrimiento de la América, donde dominicos y franciscanos se dieron rudos y repetidos combates con ocasión del tremendo problema que los separaba, y que, según hemos visto, resumía uno de los mismos contendientes en una figura retórica; conviene a saber: si la espada debía abrir primero, el camino al Evangelio, o bien debía seguirlo. ¡Ardua y grave cuestión, siempre que se discuta con conciencia y buena fe!… Y no se olvide que aquel era el siglo de las contiendas literarias en que la resolución de un punto de ciencia solía tener más importancia que la conquista de un reino; especialmente si afectaba la religión, por el carácter profundamente devoto de aquella sociedad.
Otra de las facciones distintivas de la época era la aspereza del lenguaje, inseparable, ya de la rudeza de las costumbres, ya de la consiguiente energía del carácter, ya en fin del calor de las disputas mismas y de las pasiones exaltadas. Sin ir más lejos, podríamos encontrar en nuestros días y entre nosotros mismos la plena solución de esos problemas sicológicos. ¿Qué hemos visto y oído en la lucha encarnizada y fratricida que nos destroza ha casi medio siglo? ¿Cuál es la buena fama que ha quedado limpia? ¿cuál el prelado que no sea hipócrita y corrompido; el magistrado no venal; el sabio no estúpido; el patriota no interesado, y el administrador no concusionario?… Nuestro retrato, trazado por nuestras propias iracundas plumas, no encontraría su igual ni en un banco de galeras…. y tales arranques de pasión salen de quienes hacen o debieran hacer profesión de dominarla, aunque por dicha de la humanidad lleven el remedio en su exceso mismo.
La filosofía y la crítica, que ven aquellos descarríos de más alto y tomándolos solamente como accidentes que no alteran la esencia de las cosas, los desprecian o los perdonan, considerándolos como flaquezas a que no han escapado los más eminentes genios, y ni aun los santos que la Iglesia expone a la veneración pública en sus altares. ¿Quién no conoce las ardientes querellas de la teología, de la filosofía, de la jurisprudencia y aun de las ciencias exactas, que en manera alguna podían autorizar tanto mal como hombres verdaderamente distinguidos y respetables se han dicho y se han hecho? ¿Cuáles injurias olvidaron los jesuitas en su polémica con nuestro V. Sr. Palafox (231), y cuáles perdonaron a aquella ilustre y benemérita [CXLV] orden religiosa sus apasionados enemigos? El gran Bossuet, ese astro radiante de la elocuencia y de la Iglesia, ¿qué hizo con el eminente Fenelon, más eminente aún por su humildad y por su virtud, que por su ciencia? ¿Cómo se trataban entre sí los Padres de la Iglesia en sus cartas, en sus apologías y aun en sus santas reuniones conciliares, durante la tormentosa infancia del cristianismo (232)? ¿Quién podría contar las difamaciones y calumnias que durante el siglo III se derramaron por todo el mundo cristiano contra el célebre San Atanasio (233)? ¿Qué vemos en las controversias suscitadas entonces con motivo de la validez del bautismo administrado por los herejes? Vemos que el papa San Esteban calificaba de herética la doctrina de los que la negaban, apellidando con tal motivo a San Cipriano, que la contradecía, seudo sacerdote, seudo apóstol y doloso ministro (234). San Cipriano, quejándose con su amigo Pompeyo de este duro tratamiento, tachaba con muy áspero lenguaje la conducta y aun doctrina del Pontífice (235); devolvíale sus reproches haciéndole los más severos cargos (236), rematando con inculpaciones que no nos atrevemos a reproducir en lengua vulgar (237). Firmiliano, obispo de Cesarea en Capadocia (238), grande amigo de San Cipriano y que profesaba su misma doctrina, se expresaba [CXLVI] en términos todavía más punzantes contra la defendida por el papa San Esteban, no perdonando tampoco ni a su ciencia, ni a su persona (239).
Ahora bien, ¿y qué han perdido ni en la estimación, ni en la veneración pública, las personas o corporaciones así difamadas?… ¿Acaso el V. Palafox, Bossuet, Fenelon y los otros varones ilustres y santos de la Iglesia son menos respetados y honorificados de lo que reclaman sus merecimientos y sus virtudes?… No; porque a cada uno en su caso podía aplicarse, con más o menos propiedad, la observación que Brotier y Vauvilliers hacían con motivo de la violenta diatriba (240) que uno de los más bellos genios de la Grecia disparó al justamente aclamado Padre de la Historia. -«Es imposible al hombre, decían, no pagar el tributo que debemos a la malignidad, la debilidad y a las pasiones que son el triste patrimonio de la humanidad». Por consiguiente, añadían (y yo repito con ellos), «nuestro esfuerzo y empeño para repeler y desenmascarar la injusticia, deben ser tanto más grandes, cuanto que proceden de quien no puede sospecharse que consienta en ser su instrumento».
La observación que precede cuadra especialmente al Padre Motolinía, porque su respetabilidad, su ingenuidad y sus eminentes virtudes, han sido precisamente la poderosa palanca que ha dado una fuerza casi irresistible a las acres censuras y opinión desfavorable sembradas en el mundo contra su venerable antagonista Fray Bartolomé de las Casas. No pudiéndosele sospechar intereses privados, ni miras rastreras, sus palabras y juicios se tomaron como la sincera expresión de la verdad, y como el severo fallo de una concienzuda opinión. Sin embargo, ¡y quién lo creyera! el mismo Padre Motolinía viene a ministrar con su autoridad y con sus revelaciones históricas, la prueba plena y flagrante de todos y de cada uno de [CXLVII] los hechos que el Padre Casas invocaba en apoyo de las fulminantes filípicas que lanzaba a los conquistadores.
Dos fueron los principales intentos que se propuso Fray Toribio en su famosa Carta al Emperador: 1º vindicar a los conquistadores y encomenderos de las inculpaciones de Don Fray Bartolomé: 2º desacreditar la veracidad de sus narraciones, y subvertir su recta intención, llevándose de calle al narrador. Para lo primero asienta que las adquisiciones de aquellos eran por medios legítimos; que los Indios estaban bien tratados; que sus tributos eran muy moderados; que los antiguos abusos habían desaparecido, y que a los Indios se hacia entera y pronta justicia contra sus mismos dominadores; que éstos eran muy celosos por la propagación del cristianismo, más y mejor aún que el mismo Casas; en fin, insinuaba que la despoblación procedía principalmente de las epidemias que habían afligido a las razas indígenas. Esto decía al Emperador en su Carta. Veamos ahora lo que antes había dicho al conde de Benavente en su Historia de los Indios.
Comienza con las siguientes melancólicas palabras, que forman el epígrafe del trágico obituario de las familias aztecas. « Hirió Dios y castigó esta tierra, y a los que en ella se hallaron, así naturales como extranjeros, con diez plagas trabajosas (241)». Las tres primeras fueron la peste, la guerra y el hambre que trajo la conquista, La cuarta «los calpixques (242), o estancieros y negros, que luego que la tierra se repartió, los conquistadores pusieron en sus repartimientos y pueblos para cobrar los tributos y para entender en sus granjerías… Hanse (añadía) enseñoreado de esta tierra, y mandan a los señores principales y naturales de ella como esclavos; y porque no querría descubrir sus defectos, callaré lo que siento con decir que… a do quiera que están todo lo enconan y corrompen, hediondos como carne dañada, y que no se aplican a nada sino a mandar; son zánganos que comen la miel que labran las pobres abejas, que son los Indios.
La quinta plaga fue los grandes tributos y servicios que los Indios hacían… y como los tributos eran tan continuos… para poder ellos cumplir vendían los hijos y las tierras a los mercaderes, y faltando de cumplir el tributo, hartos murieron por ello, unos con tormentos y otros en prisiones crueles, porque los trataban bestialmente, y los estimaban en menos que a bestias.
La sexta plaga fue las minas de oro, que además de los tributos y servicios de los pueblos a los Españoles encomendados, luego comenzaron a buscar minas, que los esclavos Indios que hasta hoy en ellas han muerto no se podrían contar.
La séptima plaga fue la edificación de la gran ciudad de México, en [CXLVIII] la cual los primeros años andaba más gente que en la edificación del templo de Jerusalem… Allí murieron muchos Indios (243).
La octava plaga fue los esclavos que hicieron para echar en las minas… de todas partes entraban a México tan grandes manadas como de ovejas para echarles el hierro… y por la prisa que daban a los Indios para que trajesen esclavos en tributo, tanto número de ochenta en ochenta días, acabados los esclavos traían los hijos y los macehuales (244)…y cuantos más haber y juntar podían… y como el hierro (245) andaba bien barato, dábanles por aquellos rostros tantos letreros, demás del principal hierro del rey, tanto que toda la cara traían escrita.
La novena plaga fue el servicio de las minas, a las cuales iban de sesenta leguas y más a llevar mantenimientos los Indios cargados…. destos y de los esclavos que murieron en las minas, fue tanto el hedor, que causó pestilencia, en especial en las minas de Oaxyecac (246), en las cuales media legua a la redonda y mucha parte del camino, apenas se podía pasar sino sobre hombres muertos o sobre huesos; y eran tantas las aves y cuervos que venían a comer sobre los cuerpos muertos, que hacían gran sombra al sol, por lo cual se despoblaron muchos pueblos.
«La décima plaga fue las divisiones y bandos que hubo entre los Españoles que estaban en México», y que remataron con suplicios y matanzas de Indios.
Los párrafos que preceden se han tomado de UN SOLO CAPÍTULO; del primero de la Historia del Padre Motolinía, y van copiados con sus propias palabras (247). Ahora pues, respóndase con franqueza y buena fe, si el V. Casas [CXLIX] ha dicho ni podía decir más en sus escritos, y si no es evidente que los del mismo Padre Motolinía ministran la más robusta prueba, ya de la sinceridad y verdad de sus narraciones, ya de la justa indignación con que fulminaba a los conquistadores.
Si el Padre Motolinía ha sido harto desgraciado en sus apologías y defensas, y por consiguiente en sus censuras contra la veracidad de Don Fray Bartolomé, no le cabe mejor suerte en el segundo y más grave punto de su intento; en el de hacer sospechosas sus diligentes y desinteresadas investigaciones, no menos que su recta intención. Píntanoslo como un frenético, enemigo de sus compatriotas, siempre a caza de chismes y de enredos, lince para lo malo, topo para lo bueno, y caminando de acá para acullá «con veinte y siete o treinta y siete Indios cargados y fatigados, todo lo más con procesos y escrituras contra Españoles, y bujerías de nada (248)». Esta pintura es falsa por la exageración de sus formas y crudeza de su colorido. Don Fray Bartolomé hacía, en efecto, todas las investigaciones que le proporcionaba la ocasión, porque así lo exigían los deberes de historiador y de protector de los Indios. No haciéndolo, habría incurrido en una verdadera y grave culpa; pero ni averiguaba despreciables enredos, ni menos acogía ligeramente cuanto se le contaba. Nimiamente prudente y concienzudamente circunspecto en esta parte, exigía siempre que las relaciones se le dieran por escrito y autorizadas por los que las enviaban. Concienzudo he dicho, y lo prueba su estudiada reserva en no mencionar el nombre de las personas cuyos crímenes delataba, a menos que lo exigiera la narración, o fueran tan conocidas que nada tuvieran que perder. Este solo rasgo de circunspección bastaría para absolverlo plenamente del reproche que sin fundamento ni justicia se le ha hecho de difamación. Nuestro obispo observaba escrupulosamente el precepto -dicere de vitiis, parcere personis.
Comprendo que las precedentes aserciones causarán alguna extrañeza, merced a las falsas ideas tan generalmente propagadas sobre el carácter y escritos de Don Fray Bartolomé, y por eso lamentaré siempre que las fatigas de un prolongado trabajo y las pesadumbres de la expatriación, durante mi residencia en Europa, no me dejaran tiempo ni aliento para producir hoy íntegro un documento de que solamente puedo dar un brevísimo extracto (249). Refiérome al testamento del V. Casas, del cual se conserva en la Biblioteca Imperial de París, calle de Richelieu, un testimonio [CL] jurídico, compulsado quince días después de su muerte. En esa ocasión solemne, en que aun los perversos, rompiendo la esclavitud de sus terrestres ataduras pagan su tributo a la verdad, Don Fray Bartolomé se manifestó como se le había visto siempre; franco, sincero, entusiasta y profundamente convencido de la justicia de la causa y de la rectitud de los principios que había defendido durante su larga y congojosa vida; tan convencido de ellos, que en esos momentos lo vemos reunir sus últimos esfuerzos para dirigir a su patria un apóstrofe a que tres últimos siglos van dando el melancólico tinte de una tremenda profecía. Lamento, vuelvo a decir, no haber copiado íntegro ese precioso e inédito documento, que hallaría hoy su propio lugar. Pongo a continuación los apuntes y extractos que saqué de él en la misma Biblioteca Imperial, a fines de Noviembre de 1855. Su concisión está indicando que, lo mismo que algunos otros, los tomé solamente para conservarlos como un recuerdo de viaje.
HOJAS 302 A 306
Testimonio jurídico de una cláusula del testamento del Illmo. Fray Bartolomé de las Casas, compulsado en Madrid en 14 de Agosto de 1566. -De él aparece que el 17 de Marzo de 1564 se presentó el escribano Gaspar Testa en el monasterio de Nuestra Señora de Atocha, del orden de Predicadores, para autorizar el testamento cerrado del obispo, y que el 31 de Julio de 1566 compareció Fray Juan Bautista ante el Licenciado Palomino, teniente de corregidor de la villa, avisando la muerte del prelado, y pidiendo, como albacea, que se procediera a la apertura del testamento. -En una de sus cláusulas dice el obispo: – hice esta escritura por fin de febrero de 1564». &c.
Su asunto es el que formó el objeto de todos los trabajos y votos del prelado, expresados con su mismo entusiasmo y vehemencia, según se comprenderá por el siguiente rasgo: «e creo que por estas impías y celerosas e ignominiosas obras tan injusta, tiránica y barbáricamente hechas en ellas (en las gentes de América) y contra ellas, Dios ha de derramar sobre España su furor e ira, porque toda ella ha comunicado e participado poco que mucho en las sangrientas riquezas robadas y tan usurpadas y mal habidas y con tantos estragos e acabamiento de aquellas gentes, si gran penitencia no hiciere, y temo que tarde o nunca hará &c». -Una de sus mayores recomendaciones al prelado del monasterio, era que conservara sus papeles con el mayor cuidado, sin permitir extraerlos, especialmente su Historia general de las Indias. Igualmente encargaba que se reunieran en volúmenes todas las cartas e informes que se le habían escrito comunicándole los atentados que cometían los conquistadores -«porque (decía) estas cartas son testimonio de la verdad que yo siempre y por muchos años por misericordia de Dios he defendido, e de las injusticias, injurias, e violencias, e prisiones, e calamidades, e muertes, que aquellas gentes de nosotros han padecido, e será e vivirá como historia probada por muchos…; por ende pido por caridad al M. R. P. Rector… que se haga un libro con todas, por la orden de los meses e años que se me enviaban y de las provincias que venían, y se pongan en la librería del dicho colegio ad perpetuam rei memoriam, porque si Dios determina destruir a España, se vea que es por las destrucciones que habemos hecho en las Indias, y parecerá la razón de su justicia. Esta compilación comenzó a hacer un prudente colegial, puesto que no hubo lugar para acabarla».
El documento que describo presenta en muchas partes apostillas de letra del V. Fray [CLI] Alonso de la Veracruz (250). Una, autorizada con su firma, es la siguiente: -«Digo yo Fray Alonso de la Vera (251) que oí al doctor Cerrano, oidor de S. M. en esta ciudad de México, que estando en corte de S. M. en España, y siendo relator allí de lo que el fiscal oyó pedía contra Pizarro de los males y tiranías que había hecho en el Perú, se le probó haber muerto más de veinte mil niños tomados de los pechos de sus madres, porque sin embarazo dellos pudieran en las madres llevar las cargas de los que iban en compañía del dicho Pizarro y suyas. -FR. ALONSO DE LA VERA (252) ».
No es ésta, según ya advertía, la única apostilla que se encuentra en aquel precioso monumento; hay otras muchas, sumamente breves, pero todas confirmatorias de las especies asentadas por el ilustre testador, como de un testigo que daba fe de su verdad (253). ¿Qué podrá entonces oponerse, en buena crítica, a la fidelidad de sus narraciones y a la sinceridad del narrador?… Contra esta, nada absolutamente, y si las otras claudicaban, no era suya la culpa; por eso recomendaba tan encarecidamente y aún pedía por caridad al rector del monasterio, que conservara las relaciones que se le habían enviado, haciéndolas encuadernar en un libro, porque esas cartas eran testimonio de la verdad que siempre había defendido. Quien así se expresaba tenía su conciencia tranquila, no temía el juicio de la posteridad, y patentizaba hasta en sus últimos días los recios y desinteresados sentimientos de un buen obispo y de un buen ciudadano; porque un sincero y acendrado patriotismo entraba también en todos los actos del perseguido obispo de Chiapas.
Iguales o mayores elogios que los que le tributaba el venerable escritor agustiniano, ha merecido a los historiadores de las otras órdenes religiosas. Pero hable por todos el ilustre franciscano Fray Juan de Torquemada, ardiente defensor de la honra de sus hermanos, historiador el más diligente y sincero, que encontró aún fresca la memoria del V. Fray Toribio Motolinía (254)
y disfrutó de todos sus papeles. Ni una sola palabra vierte [CLII] sobre sus contiendas con el V. Casas, ni tampoco menciona entre sus escritos la famosa carta que nos ocupa, y que seguramente tenía a la vista. En oposición de este silencio, proclama al obispo «hombre santo y grande inquisidor de verdades (255); apostólico y singular varón (256)». Tejiendo en otra parte el elogio de los personajes ilustres de la orden de Santo Domingo, decía: «Y pues que hacemos memoria de los que la merecieron por haber trabajado fiel y apostólicamente en la obra de la conversión de los Indios, razón será que se haga de quien entre otros religiosos más que otro alguno trabajó y más hizo por su conservación y cristiandad. Éste fue el obispo de Chiapa Don Fray Bartolomé de las Casas». Haciendo en seguida un breve resumen de sus afanes y trabajos por la defensa de los Indios, y para los cuales, advierte el historiador, que sus mismos hermanos franciscanos de México le enviaban noticias y documentos, concluye con la siguiente piadosa y sentida peroración. «Tengo para mí (sin alguna duda) que es muy particular la gloria que goza en el cielo y honrosísima la corona de que está coronado por el santísimo celo que con perseverancia hasta la muerte tuvo de padecer por amor de Dios, volviendo por los pobres y miserables destituidos de toda ayuda y favor. Émulos hartos ha tenido por haber dicho claramente las verdades: ¡plega a la majestad de Dios que ellos hayan alcanzado ante su divina presencia alguna parte de lo mucho que él mereció y alcanzó, según la fe que tenemos! (257)»
Estas palabras en boca de un hombre de la alta virtud y ciencia histórica que reunía el Padre Torquemada; de un Español, de un coetáneo y de un religioso franciscano de la provincia y del convento que había ilustrado el V. Motolinía con sus virtudes y con sus escritos, es una respuesta contundente a todos los argumentos y difamaciones lanzados contra su igualmente venerable antagonista. Yo podría multiplicar hasta lo infinito las remisiones a autoridades igualmente respetables; pero ¿cuál pudiera ser mayor? ¿qué más podrían decir?… Por lo demás, esos mismos acres y punzantes escritos del obispo de Chiapas; esa grande libertad y energía con que hablaba al más absoluto y poderoso monarca del mundo; esa paciencia con que éste lo escuchaba; esa pronta docilidad para atender a sus representaciones; esa abnegación para sobreponer los intereses religiosos a los políticos; esa imparcialidad y justificación del Consejo; y esas otras mil y flagrantes muestras del interés con que la corona veía la suerte de sus colonias, forman ciertamente el más grandioso monumento [CLIII] que la antigua monarquía española pudo elevar a su gloria, y le dan un timbre que puede ostentar con orgullo a las generaciones pasadas y venideras, segura de que difícilmente encontrará su igual, y jamás su superior.
– XIII –
Fragmentos
Si Gómara, Herrera y Torquemada nos hubieran citado con la escrupulosidad debida las fuentes de sus trabajos históricos, hoy podríamos recobrar, si no el todo, la mayor parte de lo que nos falta del Padre Motolinía; pero el primero ni aun lo menciona, y el segundo sólo hizo una vaga remisión. El último es el único que le conservó su propiedad en un gran número de pasajes, según hemos visto en la pág. CXXXII. Allí dije también que las remisiones que me quedaban sin concordar eran treinta, que debemos reputar como otros tantos Fragmentos. Éstos son de dos clases. Los unos propiamente tales que parecen reproducir el texto literal. Los otros que presentan las noticias tejidas con la narración del historiador. Como su interés no es sostenido, y engrosarían demasiado ésta, ya bastante abultada parte de mi trabajo, omitiré su inserción, bastando para satisfacer el empeño del curioso, que le indique los lugares de Torquemada donde puede encontrarlos. Este intento desempeña la siguiente tabla de remisiones. Advierto que todas se refieren a la edición de Madrid, 1723, fol., que es la común.
TOMO PRIMERO. -Pág. 175, col. 2 -323, 2 (258). -324, 2. -327, 2. -329, 2.-331, 1.-336, 2.-531, 2. -613, 1.
TOMO SEGUNDO. -301, 2. -379, l. -400, 2. -420, 1.-441, 2. -444, 1. -474, 2.- 475, 1 y 2. -478, 1. -556, 1. -558, 1 y 2. -564, 2. -565, 2.-566, 2.-597 (259). -612, 1.-618, 1. -623, 1.
TOMO TERCERO. -605, 1.
Al dar fin a esta tabla y a mi tarea, repito la advertencia que antes hice, conviene a saber: que es muy posible se encuentre alguno de estos fragmentos en la Historia de los Indios, pues ni mis ocupaciones me permitían hacer un tan minucioso examen, ni puedo confiar enteramente en mi memoria; por lo mismo he descansado principalmente en la del editor.
México, Setiembre 10 de 1858.
JOSÉ FERNANDO RAMÍREZ. [1]
Historia de los indios de la Nueva España
Epístola proemial de un Fraile menor al Illmo. Señor Don Antonio Pimentel, sexto conde de Benavente, sobre la relación de los ritos antiguos, idolatrías y sacrificios de los Indios de la Nueva España, y de la maravillosa conversión que Dios en ellos ha obrado. Declárase en esta Epístola el origen de los que poblaron y se enseñorearon de la Nueva España
La paz del muy alto Señor Dios nuestro sea siempre con su ánima. Amen. Nuestro Redentor y Maestro Jesucristo en sus sermones formaba las materias, parábolas y ejemplos según la capacidad de los oyentes; a cuya imitación digo: que los caballeros cuerdos se deben preciar de lo que su rey y señor se precia; porque lo contrario hacer, sería gran desatino: y de aquí es, que cuando en la corte el emperador se precia de justador, todos los caballeros son justadores; y si el rey se inclina a ser cazador, todos los caballeros se dan a la caza; y el traje que el rey ama y se viste, de aquel se visten los cortesanos. Y de aquí es, que como nuestro verdadero Redentor se preció de la cruz, todos los de su corte se preciaron más de la misma cruz, que de otra cosa ninguna, como verdaderos cortesanos que entendían y conocían que en esto estaba su verdadera salvación. Y de aquí es, que el hombre de ninguna cosa se precia [2] más que de la razón, que le hace hombre, capaz y merecedor de la gloria, y le distingue y aparta de los brutos animales. Dios se preció TANTO de la cruz, que se hizo hombre y por ella determinó de redimir el humanal linaje: y pues el Señor se precia del fruto de la cruz, que son las ánimas de los que se han de salvar, creo yo que Vuesa Señoría, como cuerdo y leal siervo de Jesucristo, se gozará en saber y oír la salvación y remedio de los convertidos en este Nuevo Mundo, que ahora la Nueva España se llama, adonde por la gracia y voluntad de Dios cada día tantas y tan grandes y ricas tierras SE DESCUBREN, adonde Nuestro Señor es nuevamente conocido, y su santo nombre y fe ensalzado y glorificado, cuya es toda la bondad y virtud que en Vuesa Señoría y en todos los virtuosos príncipes de la tierra resplandece; de lo cual no es menos dotado Vuesa Señoría que lo fueron todos sus antepasados, mayormente vuestro ínclito y verdadero padre Don Alonso Pimentel, conde quinto de Benavente, de buena y gloriosa memoria, cuyas pisadas Vuesa Señoría en su mocedad bien imita, mostrando ser no menos generoso que católico señor de la muy afamada casa y excelente dictado de Benavente, por lo cual debemos todos sus siervos y capellanes estudiar y trabajar en servir y reagradecer las mercedes recibidas; y a esta causa suplico a Vuesa Señoría reciba este pequeño servicio quitado de mi trabajo y ocupación, hurtando al sueño algunos ratos, en los cuales he recopilado esta relación y servicio que a Vuesa Señoría presento; en la cual sé que he quedado tan corto, que podría ser notado de los prácticos en esta tierra, que han visto y entendido todo o lo más que aquí se dirá. Y porque esta obra no vaya coja de lo que los hombres naturalmente desean saber, y aun en la verdad es gloria de los señores y príncipes buscar y saber secretos, declararé en ésta brevemente lo que más me parezca a la relación conveniente.
Esta tierra de Anáhuac, o Nueva España (llamada ASÍ primero por el Emperador nuestro señor) según los libros antiguos que estos naturales tenían de caracteres y figuras, que ésta era su escritura; Y a causa de no tener letras, sino caracteres, y la memoria de los hombres ser débil y flaca, los viejos de esta tierra son varios en declarar las antigüedades y cosas notables de esta tierra, aunque algunas cosas se han colegido, y entendido por sus figuras, cuanto a la antigüedad y sucesión de los señores que señorearon y gobernaron [3] esta tan grande tierra; lo cual aquí no se tratará, por parecerme no ser menester dar cuenta de personas y nombres que mal se pueden entender ni pronunciar; baste decir cómo en el tiempo que esta tierra fue conquistada por el buen caballero y venturoso capitán Hernando Cortés, marqués que ahora es del Valle, era supremo rey y señor uno llamado Moteuczoma, y por nombre de mayor dictado llamado de los Indios Moteuczomatzin.
Había entre estos naturales cinco libros, como dije, de figuras y caracteres. El primero habla de los años y tiempos. El segundo de los días y fiestas que tenían todo el año. El tercero de los sueños, embaimientos, vanidades y agüeros en que creían. El cuarto era el del bautismo, y nombres que daban a los niños. El quinto de los ritos, y ceremonias, y agüeros que tenían en los matrimonios. De todos éstos, al uno, que es el primero, se puede dar crédito, porque habla la verdad, que aunque bárbaros y sin letras, mucha orden tenían en contar los tiempos, días, semanas, meses, y años, y fiestas, como adelante parecerá. Y asimismo figuraban las hazañas y historias de vencimientos y guerras, y el suceso (260) de los señores principales; los temporales y notables señales del cielo, y pestilencias generales; en qué tiempo, y de qué señor acontecían; y todos los señores que principalmente sujetaron esta Nueva España, hasta que los Españoles vinieron a ella. Todo esto tienen por caracteres y figuras que lo dan a entender. Llaman a este libro, Libro de la cuenta de los años, y por lo que de este libro se ha podido colegir de los que esta tierra poblaron, fueron tres maneras de gentes, que aun ahora hay algunos de aquellos nombres. A los unos llamaron Chichimecas, los cuales fueron los primeros señores de esta tierra. Los segundos son los de Colhua. Los terceros son los Mexicanos (261).
De los Chichimecas no se halla más de que ha ochocientos años [4] que son moradores en esta tierra, aunque se tiene por cierto ser mucho más antiguos, sino que no tenían manera de escribir ni figurar, por ser gente bárbara y que vivían como salvajes. Los de Cohlua se halla que comenzaron a escribir y hacer memoriales por sus caracteres y figuras. Estos Chichimecas no se halla que tuviesen casas, ni lugares, ni vestidos, ni maíz, ni otro género de pan, ni otras semillas. Habitaban en cuevas y en los montes; manteníanse de raíces del campo, y de venados, y liebres, y conejos, y culebras. Comíanlo todo crudo, o puesto a secar al sol; y aun hoy día hay gente que vive de esta manera, según que más larga cuenta dará a Vuesa Señoría el portador de ésta, porque él con otros tres compañeros estuvieron cautivos por esclavos más de siete años, que escaparon de la armada de Pánfilo de Narváez; después se huyeron, y otros Indios los trajeron y sirvieron camino de más de setecientas leguas, y los tenían por hombres caídos del cielo; y éstos descubrieron mucha tierra encima de la Nueva Galicia, adonde (262) ahora van a buscar las siete ciudades. Ya son venidos mensajeros y cartas como han descubierto infinita multitud de gente. Llámase la primera tierra la provincia de Cíbola; creese (263) que será gran puerta para ir adelante.
Tenían y reconocían estos Chichimecas a uno por mayor, al cual supremamente obedecían (264). Tomaban una sola por mujer, y no había de ser parienta. No tenían sacrificios de mugre, ni ídolos; mas adoraban al sol y teníanle por Dios, al cual ofrecían aves y culebras y mariposas. Esto es lo que de estos Chichimecas se ha alcanzado a saber.
Los segundos fueron los de Colhua. No se sabe de cierto de adónde vinieron, mas de que no fueron naturales, sino que vinieron treinta años después que los Chichimecas habitaban en la tierra; de manera que hay memoria de ellos de setecientos y setenta años; y que eran gente de razón, y labraron y cultivaron la tierra, y comenzaron a edificar y a hacer casas y pueblos, y a la fin comenzaron a comunicarse con los Chichimecas, y a contraer matrimonios, y casar unos con otros; aunque se sabe que esto no les duró más de ciento y ochenta años. [5]
Los terceros, como hice mención, son los Mexicanos, de los cuales se tratará adelante. Algunos quieren sentir que son de los mismos de Colhua, y creese será así, por ser la lengua toda una; aunque se sabe que estos Mexicanos fueron los postreros, y que no tuvieron (265) señores principales, mas de que se gobernaron (266) por capitanes. Los de Colhua parecieron (267) gente de más cuenta y señores principales. Los unos y los otros vinieron a la laguna de México. Los de Colhua entraron por la parte de oriente, y edificaron un pueblo que se dice Tollantzinco, diez y siete leguas de México; y de allí fueron a Tollán, doce leguas de México, a la parte del norte, y vinieron poblando hacia Tetzcoco, que es en la orilla del agua de la laguna de México, cinco leguas de travesía, y ocho de hojeo. Tetzcoco está a la parte de oriente, y México al occidente, la laguna en medio. Algunos quieren decir que Tetzcoco se dice Colhua por respeto de éstos que allí poblaron. Después el señorío de Tetzcoco fue tan grande como el de México. De allí de Tetzcoco vinieron a edificar a Coatlichán, que es poco más que legua (268) de Tetzcoco, a la orilla del agua, entre oriente y mediodía. De allí fueron a Colhuacán, a la parte de mediodía; tiene a México al norte dos leguas, por una calzada. Allí en Colhuacán asentaron, y estuvieron muchos años. Adonde ahora es la ciudad de México eran entonces pantanos y cenagales, salvo un poco que estaba enjuto como isleta. Allí comenzaron los de Colhua a hacer unas pocas de casas de paja; aunque siempre el señorío tuvieron en Colhuacán, y allí residía el señor principal.
En este medio tiempo vinieron los Mexicanos, y entraron también por el puerto (269) llamado Tollán, que es a la parte del norte respecto a México, y vinieron hacia el poniente poblando hasta Azcapotzalco, poco más de una legua de México. De allí fueron a Tlacopán, y a Chapultepec, adonde nace una excelente fuente que entra en México, y de allí poblaron a México.
Residiendo los Mexicanos en México, cabeza de señorío, y los de Colhua en Colhuacán, en esta sazón se levantó un principal de los [6] de Colhua, y con ambición de señorear mató a traición al señor de los de Colhua, el cual era ya treceno señor después que poblaron, y levantose por señor de toda la tierra; y como era sagaz quiso, por reinar sin sospecha, matar a un hijo que había quedado de aquel señor a quien él había muerto, el cual por industria de su madre se escapó de la muerte y se fue a México, adonde estando muchos días, creció y vino a ser hombre, y los Mexicanos, visto su buena manera, trataron con él matrimonios, de suerte que casó con veinte mujeres, unas en vida de otras, y todas hijas y parientas de los más principales de los Mexicanos, de las cuales hubo muchos hijos, y de estos descienden todos los más principales señores de la comarca de México. A éste favoreció la fortuna cuanto desfavoreció a su padre, porque vino a ser señor de México, y también de Colhuacán, aunque no de todo el señorío; y dio en su vida a un hijo el señorío de Colhua, y él quedo ennobleciendo a México, y reiné y señoreó en ella cuarenta y seis años. Muerto este señor, que se llamaba Acamapitztli, sucediole un hijo de tanto valor, y más que el padre, porque por su industria sujetó muchos pueblos, al cual después sucedió un otro hermano suyo, al cual mataron sus vasallos a traición, aunque no sin gran culpa suya, porque vivía con mucho descuido.
A este tercero señor sucedió otro hermano llamado Itzcoatzin, que fue muy venturoso, y venció muchas batallas, y sujetó muchas provincias, e hizo muchos templos, y engrandeció a México.
A este sucedió otro señor llamado Huehue Moteuczoma, que quiere decir Moteuczoma el Viejo, que fue nieto del primero señor. Era entre esta gente costumbre de heredar los señoríos los hermanos si los tenía, y a los hermanos sucedía otra vez el hijo del mayor hermano, aunque en algunas partes sucedía el hijo al padre; pero el suceder los hermanos era más general, y en los mayores señoríos, como eran México y Tetzcoco.
Muerto el viejo Moteuczoma sin hijo varón, sucediole una hija legítima, cuyo marido fue un pariente suyo muy cercano, de quien sucedió y fue hijo Moteuczomatzin, el cual reinaba en el tiempo que los españoles vinieron a esta tierra de Anáhuac. Este Moteuczomatzin reinaba en mayor prosperidad que ninguno de sus pasados, porque fue hombre sabio, y que se supo hacer acatar y temer, y así fue el más temido señor de cuantos en esta tierra [7] reinaron. Esta dicción tzin, en que fenecen los nombres de los señores aquí nombrados no es propia del nombre, sino que se añade por cortesía y dignidad, que así lo requiere esta lengua.
Este Moteuczoma tenía por sus pronósticos y agüeros, que su gloria, triunfo y majestad no había de durar muchos años, y que en su tiempo habían de venir gentes extrañas a señorear esta tierra, y por esta causa vivía triste, conforme a la interpretación de su nombre; porque Moteuczoma quiere decir, hombre triste, y sañudo, y grave, y modesto, que se hace temer y acatar, como de hecho éste lo tuvo todo.
Estos Indios demás de poner por memorias, caracteres y figuras las cosas ya dichas, y en especial el suceso y generación de los señores y linajes principales, y cosas notables que en su tiempo acontecían, habían también entre ellos personas de buena memoria que retenían y sabían contar y relatar todo lo que se les preguntaba; y de éstos yo topé con uno, a mi ver harto hábil y de buena memoria, el cual sin contradicción de lo dicho, con brevedad me dio noticia y relación del principio y origen de estos naturales, según su opinión y libros entre ellos más auténticos. Pues éste dice, que estos Indios de la Nueva España traen principio de un pueblo llamado Chicomoztoc, que en nuestra lengua castellana quiere decir Siete cuevas; y cómo un señor de ellos hubo siete hijos, de los cuales el mayor y primogénito pobló a Cuauhquechollán y otros muchos pueblos, y su generación vino poblando hasta salir a Tehuacán, Cozcatlán, y Teutitlán.
Del segundo hijo llamado Tenoch vinieron los Tenochcas, que son los Mexicanos, y así se llama la ciudad de México, Tenochca.
El tercero y cuarto hijos también poblaron muchas provincias y pueblos, hasta adonde está ahora la ciudad de los Ángeles edificada, adonde hubieron grandes batallas y reencuentros, según que en aquel tiempo se usaba, y poblaron también adelante, adonde ahora está un pueblo de gran trato, adonde se solían juntar muchos mercaderes de diversas partes y de lejas tierras, y van (270) allí a contratar, que se dice Xicalanco. Otro pueblo del mismo nombre me acuerdo haber visto en la provincia de Maxcalzinco, que es cerca [8] del puerto de la Veracruz, que poblaron los Xicalancas; y aunque están ambos en una costa, hay mucha distancia del uno al otro.
Del quinto hijo llamado Mixtecatl vinieron los Mixtecas. Su tierra ahora se llama Mixtecapán, la cual es un gran reino: desde el primer pueblo hacia la parte de México, que se llama Acatlán, hasta el postrero, que se dice Tototepec, que está en la costa del mar del sur, son cerca de ochenta leguas. En esta Mixteca hay muchas provincias y pueblos, y aunque es tierra de muchas montañas y sierras, va toda poblada. Hace algunas vegas y valles; pero no hay vega en toda ella tan ancha que pase de una legua. Es tierra muy poblada y rica, adonde hay minas de oro y plata, y muchos y muy buenos morales, por lo cual se comenzó a criar aquí primero la seda; y aunque en esta Nueva España no ha mucho que esta granjería se comenzó, se dice que se cogerán en este año más de quince mil libras de seda; y sale tan buena, que dicen los maestros que la tratan, que la tonotzi es mejor que la joyante de Granada; y la joyante de esta Nueva España es muy extremada de buena seda (271).
Es esta tierra muy sana. Todos los pueblos están en alto en lugares secos. Tiene buena templanza de tierra, y es de notar que en todo tiempo del año se cría la seda, sin faltar ningún mes. Antes que esta carta escribiese en este año de 1541, anduve por esta tierra que digo, más de treinta días; y por el mes de Enero vi en muchas partes semilla de seda, una que revivía, y gusanicos negros, y otros blancos, de una dormida, y de dos, y de tres, y de cuatro dormidas; y otros gusanos grandes fuera de las panelas, en zarzos; y otros gusanos hilando, y otros en capullo, y palomitas que echaban simiente. Hay en esto que dicho tengo, tres cosas de notar; la una, poderse avivar la semilla sin ponerla en los pechos, ni entre ropa, [9] como se hace en España; la otra, que en ningún tiempo mueren los gusanos, ni por frío ni por calor; y haber en los morales hoja verde todo el año: y esto es por la gran templanza de la tierra. Todo esto oso afirmar porque soy de ello testigo de vista, y digo: que se podrá criar seda en cantidad dos veces en el año, y poca siempre todo el año, como está dicho.
En el fin de esta tierra de la Mixteca está el rico valle y fertilísimo de Oaxyecac, del cual se intitula el señor marqués benemérito Don Hernando Cortés, en el cual tiene muchos vasallos. Está en el medio de este valle, en una ladera edificada, la ciudad de Antequera, la cual es abundantísima de todo género de ganados, y muy proveída de mantenimientos, en especial trigo y maíz. En principio de este año vi vender (272) en ella la fanega de trigo a real, que en esta tierra no se estima tanto un real, como en España medio. Hay en esta ciudad muy buenos membrillos y granados, y muchos y muy buenos higos, que duran casi todo el año, y hácense en la tierra las higueras muy grandes y hermosas.
Del postrero hijo descienden los Otomíes (273), llamados de su nombre, que se llamaba Otomitl. Es una de las mayores generaciones de la Nueva España. Todo lo alto de las montañas, o la mayor parte, a la redonda de México, están llenas de ellos. La cabeza de su señorío creo que es Xilotepec, que es una gran provincia, y las provincias de Tollán y Otompa casi todas son de ellos, sin CONTAR que en lo bueno de la Nueva España hay muchas poblaciones de estos Otomíes, de los cuales proceden los Chichimecas; y en la verdad estas dos generaciones son las de más bajo metal, y de gente más bárbara de toda la Nueva España; pero hábiles para recibir la fe, y han venido y vienen con gran voluntad a recibir el bautismo y la doctrina cristiana.
No he podido bien averiguar cual de estos hermanos fue a poblar la provincia de Nicaragua, mas de cuanto sé que en tiempo de una grande esterilidad, compelidos muchos Indios con necesidad, salieron de esta Nueva España, y sospecho que fue en aquel tiempo que hubo cuatro años que no llovió en toda la tierra; porque se sabe que [10] en este propio tiempo por el mar del sur fueron gran número de canoas o barcas, las cuales aportaron y desembarcaron en Nicaragua, que está de México más de trescientas y cincuenta leguas, y dieron guerra a los naturales que allí tenían poblado, y los desbarataron y echaron de su señorío, y ellos se quedaron, y poblaron allí aquellos Nahuales; y aunque no hay más de cien años, poco más o menos, cuando los Españoles descubrieron aquella tierra de Nicaragua, que fue en el año de 1523, y fue descubierta por Gil González de Ávila, juzgaron haber en la dicha provincia quinientas mil ánimas. Después se edificó allí la ciudad de León, que es cabeza de aquella provincia. Y porque muchos se maravillan en ver que Nicaragua sea y esté poblada de Nahuales, que son de la lengua de México, y no sabiendo cuándo ni por quién fue poblada, pongo aquí la manera, porque apenas hay quien lo sepa en la Nueva España.
El mismo viejo, padre de los arriba dichos, casé segunda vez; la cual gente creyó que había salido y sido engendrada de la lluvia y del polvo de la tierra; y asimismo creían que el mismo viejo y su primera mujer habían salido de aquel lugar llamado Siete cuevas, y que no tenían otro padre ni otra madre. De aquella segunda mujer Chimamatl, dicen que hubo un hijo sólo que se (274) llamó Quetzalcoatl, el cual salió hombre honesto y templado, y comenzó a hacer penitencia de ayunos y disciplinas, y predicar, según se dice, la ley natural, y enseñar por ejemplo y por palabra el ayuno; y desde este tiempo comenzaron muchos en esta tierra a ayunar: no fue casado, ni se le conoció mujer, sino que vivió honesta y castamente. Dicen que fue éste el primero que comenzó el sacrificio, y a sacar sangre de las orejas y de la lengua; no por servir al demonio, sino en penitencia contra el vicio de la lengua y del oír: después el demonio lo aplicó a su culto y servicio.
Un Indio llamado Chichimecatl ató una cinta o correa de cuero al brazo de Quetzalcoatl, en lo alto cerca del hombro, y por aquel tiempo y acontecimiento de atarle el brazo aclamáronle Acolhuatl; y de éste dicen que vinieron los de Colhua, antecesores de Moteuczoma, señores de México y de Colhuacán, y a dicho Quetzalcoatl tuvieron los Indios por uno de los principales de sus dioses, y llamáronle dios [11] del aire, y por todas partes le edificaron infinito número de templos, y le levantaron su estatua y pintaron su figura. Acerca del origen de estos naturales hay diversas opiniones, y en especial de los de Colhua o Acolhua, que fueron los principales señores de esta Nueva España; y así las unas opiniones como las otras declararé a Vuestra Excelentísima Señoría.
Los de Tetzcoco, que en antigüedad y señorío no son menos que los Mexicanos, se llaman hoy día Acolhuas y toda su provincia junta se llama Acolhuacán, y este nombre les quedó de un valiente capitán que tuvieron, natural de la misma provincia, que se llamó por nombre Acoli, que así se llama aquel hueso que va desde el codo hasta el hombro, y del mismo hueso llaman al hombro (275) Acoli. Este capitán Acoli era como otro Saúl, valiente y alto de cuerpo, tanto que de los hombros arriba sobrepujaba a todo el pueblo, y no había otro a él semejante. Este Acoli fue tan animoso y esforzado y nombrado en la guerra, que de él se llamó la provincia de Tetzcoco Acolhuacán.
Los Tlaxcaltecas que recibieron y ayudaron a conquistar la Nueva España a los Españoles son de los Nahuales, esto es, de la misma lengua que los mexicanos. Dicen que sus antecesores vinieron de la parte del norueste, y para entrar en esta tierra navegaban ocho o diez días; y de los más antiguos que de allí vinieron tenían dos saetas, las cuales guardaban como preciosas reliquias, y las tenían por principal señal para saber si habían de vencer la batalla, o si se debían de retirar con tiempo. Fueron estos Tlaxcaltecas gente belicosa, como se dirá adelante en la tercera parte. Cuando salían a la batalla llevaban aquellas saetas dos capitanes, los más señalados en esfuerzo, y en el primer reencuentro herían con ellas a los enemigos, arrojándolas de lejos, y procuraban hasta la muerte de tornarlas a cobrar; y si con ellas herían y sacaban sangre, tenían por cierta la victoria, y animábanse todos mucho para vencer, y con aquella esperanza esforzábanse para herir y vencer a sus enemigos; y si con las dichas saetas no herían a nadie ni sacaban sangre, lo mejor que odian se retiraban, porque tenían por cierto agüero que les había de suceder mal en aquella batalla.
Volviendo al propósito: los más ancianos de los Tlaxcaltecas tienen [12] que VINIERON de aquella parte del norueste, y DE allí señalan y dicen que vinieron los Nahuales, que es la principal lengua y gente de la Nueva España; y esto mismo sienten y dicen otros muchos. Hacia esta misma parte del norueste están ya conquistadas y descubiertas quinientas leguas, hasta la provincia de Cíbola; y yo tengo carta de este mismo año hecha, cómo de aquella parte de Cíbola han descubierto infinita multitud de gente, en las cuales no se ha hallado lengua de los Nahuales, por donde parece ser gente extraña y nunca oída.
Aristóteles, en el libro De admirandis in Natura, dice que en los tiempos antiguos los Cartagineses navegaron por el estrecho de Hércules, que es nuestro estrecho de Gibraltar, hacia el occidente, navegación de sesenta días, y que hallaban tierras amenas, deleitosas y muy fértiles. Y como se siguiese mucho aquella navegación, y allá se quedasen muchos hechos moradores, el senado cartaginense mandó, so pena de muerte, que ninguno navegase ni viniese la tal navegación, por temor que no se despoblase su ciudad. Estas tierras o islas pudieron ser las que están antes de San Juan, o la Española, o Cuba, o por ventura alguna parte de esta Nueva España; pero una tan gran tierra, y tan poblada (276) por todas partes, más parece traer origen de otras extrañas partes; y aun en algunos indicios parece ser del repartimiento y división de los nietos de Noé. Algunos Españoles, considerados ciertos ritos, costumbres y ceremonias de estos naturales, los juzgan ser de generación de Moros. Otros, por algunas causas y condiciones que en ellos ven, dicen que son de generación de Judíos; mas la más común opinión es, que todos ellos son gentiles, pues vemos que lo usan y tienen por bueno.
Si esta relación saliere de manos de Vuestra Ilustrísima Señoría, dos cosas le suplico en limosna por amor de Nuestro Señor: la una, que el nombre del autor se diga ser un fraile menor, y no otro nombre ninguno: la otra, que Vuestra Señoría la mande examinar en el primer capítulo que en esa su villa de Benavente se celebrare, pues en él se ajuntan personas asaz doctísimas, porque muchas cosas después de escritas aún no tuve tiempo de las volver a leer, y por esta causa sé que va algo vicioso y mal escrito. [13]
Ruego a Nuestro Señor Dios que su santa gracia more siempre en el ánima de Vuestra Ilustrísima Señoría.
Hecha en el convento de Santa María de la Concepción de Tehuacán (277), día del glorioso Apóstol San Matías, año de la redención humana 1541. -Pobre y menor siervo y capellán de V. I. S. -MOTOLINÍA, FRAY TORIBIO DE PAREDES (278). [14]
Tratado primero
Aquí comienza la relación de las cosas, idolatrías, ritos y ceremonias que en la Nueva España hallaron los españoles cuando la ganaron: con otras muchas cosas dignas de notar que en la tierra hallaron.
Capítulo I
De cómo y cuándo partieron los primeros frailes que fueron en aquel viaje, y de las persecuciones y plagas que hubo en la Nueva España.
En el año del Señor de 1523, día de la conversión de San Pablo, que es a 25 de Enero, el Padre Fray Martín de Valencia, de santa memoria, con once frailes sus compañeros, partieron de España para venir a esta tierra de Anáhuac, enviados por el reverendísimo Padre Fray Francisco de los Ángeles, entonces ministro general de la orden de San Francisco. Vinieron con grandes gracias y perdones de nuestro muy Santo Padre, y con especial mandamiento de S. M. el Emperador Nuestro Señor, para la conversión de los Indios naturales de esta tierra de Anáhuac, ahora llamada Nueva España.
Hirió Dios y castigó esta tierra, y a los que en ella se hallaron, así naturales como extranjeros, con diez plagas trabajosas.
La primera fue de viruelas, y comenzó de esta manera. Siendo capitán y gobernador Hernando Cortés, al tiempo que el capitán [15] Pánfilo de Narváez desembarcó en esta tierra, en uno de sus navíos vino un negro herido de viruelas, la cual enfermedad nunca en esta tierra se había visto, y a esta sazón estaba esta Nueva España en extremo muy llena de gente; y como las viruelas comenzaron a pegar a los Indios, fue entre ellos tan grande enfermedad y pestilencia en toda la tierra, que en las más provincias murió más de la mitad de la gente y en otras poco menos; porque como los Indios no sabían el remedio para las viruelas, antes como tienen muy de costumbre, sanos y enfermos, el bañarse a menudo, y como no lo dejasen de hacer morían como chinches a montones. Murieron también muchos de hambre, porque como todos enfermaron de golpe, no se podían curar los unos a los otros, ni había quien les diese pan ni otra cosa ninguna. Y en muchas partes aconteció morir todos los de una casa; y porque no podían enterrar tantos como morían, para remediar el mal olor que salía de los cuerpos muertos, echábanles las casas encima, de manera que su casa era su sepultura. A esta enfermedad llamaron los Indios la gran lepra, porque eran tantas las viruelas, que se cubrían de tal manera que parecían leprosos, y hoy día en algunas personas que escaparon parece bien por las señales, que, todos quedaron llenos de hoyos.
Después a once años vino un Español herido de sarampión, y de él saltó en los Indios, y si no fuera por el mucho cuidado que hubo en que no se bañasen, y en otros remedios, fuera otra tan gran plaga y pestilencia como la pasada, y aun con todo esto murieron muchos. Llamaron también a éste el año de la pequeña lepra.
La segunda plaga fue, los muchos que murieron en la conquista de la Nueva España, en especial sobre México; porque es de saber, que cuando Hernando Cortés desembarcó en la costa de esta tierra, con el esfuerzo que siempre tuvo, y para poner ánimo a su gente, dio con los navíos todos que traía al través, y metiose la tierra adentro; y andadas cuarenta leguas entró en la tierra de Tlaxcallán, que es una de las mayores provincias de la tierra, y más llena de gente; y entrando por lo poblado de ella, aposentose en unos templos del demonio en un lugarejo que se llamaba Tecoautzinco: los Españoles le llamaron la Torrecilla, porque está en un alto, y estando allí tuvo quince días de guerra con los Indios que estaban a la redonda, que se llaman Otomíes, que son gente baja como labradores. De éstos [16] se ayuntaba gran número, porque aquello es muy poblado. Los Indios de más adentro habían la misma lengua de México: y como los Españoles peleasen valientemente con aquellos Otomíes, sabido en Tlaxcallán salieron los señores y principales, y tomaron gran amistad con los Españoles, y lleváronlos a Tlaxcallán, y diéronles grandes presentes y mantenimientos en abundancia, mostrándoles mucho amor. Y no contentos en Tlaxcallán, después que reposaron algunos días tomaron el camino para México. El gran señor de México, que se llamaba Moteuczoma, recibiolos de paz, saliendo con gran majestad, acompañado de muchos señores principales, y dio muchas joyas y presentes al capitán Don Hernando Cortés, y a todos sus compañeros hizo muy buen acogimiento; y así anduvieron con su guarda y concierto paseándose por México muchos días. En este tiempo sobrevino Pánfilo de Narváez con más gente y más caballos, mucho más que la que tenía Hernando Cortés, los cuales puestos debajo de la bandera y capitanía de Cortés, con presunción y soberbia, confiando en sus armas y fuerzas, humillolos Dios de tal manera, que queriendo los Indios echarlos de la ciudad y comenzándoles a dar guerra, los echaron fuera sin mucho trabajo, muriendo en la salida más de la mitad de los Españoles, y casi todos los otros fueron heridos, y lo mismo fue de los Indios que eran amigos suyos; y aun estuvieron muy a punto de perderse todos, y tuvieron harto que hacer en volver a Tlaxcallán, por la mucha gente de guerra que por todo el camino los seguía. Llegados a Tlaxcallán, curáronse y convalecieron, mostrando siempre ánimo; y haciendo de las tripas corazón, salieron conquistando, y llevando consigo muchos de los Tlaxcaltecas conquistaron la tierra de México. Y para conquistar a México habían hecho en Tlaxcallán bergantines, los cuales están hoy día en las atarazanas de México, los cuales llevaron en piezas desde Tlaxcallán a Tetzcoco, que son quince leguas. Y armados los bergantines en Tetzcoco y echados al agua, cuando ya tenían ganados muchos pueblos, y otros que les ayudaban de guerra, de Tlaxcallán fue gran número de gente de guerra en favor de los Españoles contra los Mexicanos, Porque siempre habían sido muy enemigos capitales de México. En México y en su favor había mucha más pujanza, porque estaban en ella y en su favor todos los más principales señores de la tierra. Llegados los Españoles pusieron cerco a [17] México, tomando todas las calzadas, y con los bergantines peleando por el agua, guardaban que no entrase a México socorro ni mantenimientos. Los capitanes por las calzadas hicieron la guerra cruelmente, y ponían por tierra todo lo que ganaban de la ciudad; porque antes que diesen en destruir los edificios, lo que por el día los Españoles les ganaban, retraídos a sus reales y estancias, de noche tornaban los Indios a ganar y abrir las calzadas. Y después que fueron derribando edificios y cegando calzadas, en espacio de muchos días ganaron a México. En esta guerra, por la gran muchedumbre que de la una parte y de la otra murieron, comparan el número de los muertos, y dicen ser más que los que murieron en Jerusalem, cuando la destruyó Tito y Vespasiano.
La tercera plaga fue una muy gran hambre luego como fue tomada la ciudad de México, que como no pudieron sembrar por las muy grandes guerras, unos defendiendo la tierra ayudando a los Mexicanos, otros siendo en favor de los Españoles, y lo que sembraban los unos los otros lo talaban y destruían, no tuvieron que comer; y aunque en esta tierra acontecía haber años estériles y de pocas aguas, otros de muchas heladas, los Indios en estos años comen mil raíces y yerbecillas, porque es generación que mejor que otros y con menos trabajo pasan los años estériles; pero aqueste que digo fue de tanta falta de pan, que en esta tierra llaman centli cuando está en mazorca, y en lengua de las islas le llaman maíz, y de este vocablo y de otros muchos usan los Españoles, los cuales trajeron de las islas a esta Nueva España, el cual maíz faltó en tanta manera que aun los Españoles se vieron en mucho trabajo por falta de ello.
La cuarta plaga fue de los calpixques, o estancieros, y negros, que luego que la tierra se repartió, los conquistadores pusieron en sus repartimientos y pueblos a ellos encomendados, criados o negros para cobrar los tributos y para entender en sus granjerías. Éstos residían y residen (279) en los pueblos, y aunque por la mayor parte son labradores de España, hanse enseñoreado de esta tierra y mandan a los señores principales naturales de ella como si fuesen sus esclavos; y porque no querría descubrir sus defectos, callaré lo que siento con decir, que se hacen servir y temer como si fuesen señores absolutos [18] y naturales, y nunca otra cosa hacen sino demandar, y por mucho que les den nunca están contentos, que a do quiera que están todo lo enconan y corrompen, hediondos como carne dañada, y que no se aplican a hacer nada sino a mandar; son zánganos que comen la miel que labran las pobres abejas, que son los Indios, y no les basta lo que los tristes les pueden dar, sino que son importunos. En los años primeros eran tan absolutos estos calpixques en maltratar a los Indios y en cargarlos y enviarlos lejos de su tierra y darles otros muchos trabajos, que muchos Indios murieron por su causa y a sus manos, que es lo peor.
La quinta plaga fue los grandes tributos y servicios que los Indios hacían, porque como los Indios tenían en los templos de los ídolos, y en poder de los señores y principales, y en muchas sepulturas, gran cantidad de oro recogido de muchos años, comenzaron a sacar de ellos grandes tributos; y los Indios, con el gran temor que cobraron a los Españoles del tiempo de la guerra, daban cuan lo tenían; mas como los tributos eran tan continuos que apenas pagaban uno que les obligaban a otro (280), para poder ellos (281) cumplir vendían los hijos y las tierras a los mercaderes, y faltando de cumplir el tributo hartos murieron por ello, unos con tormentos y otros en prisiones crueles, porque los trataban bestialmente, y los estimaban en menos que a bestias.
La sexta plaga fue las minas del oro, que además de los tributos y servicios de los pueblos a los Españoles encomendados, luego comenzaron a buscar minas, que los esclavos Indios que hasta hoy en ellas han muerto no se podrían contar; y fue el oro de esta tierra como otro becerro por Dios adorado, porque desde Castilla le vienen a adorar pasando tantos trabajos y peligros; y ya que lo alcanzan (282) plegué a Nuestro Señor que no sea para su condenación.
La séptima plaga fue la edificación de la gran ciudad de México, en la cual los primeros años andaba más gente que en la edificación del templo de Jerusalem; porque era tanta la gente que andaba en las obras que apenas podía hombre romper por algunas calles y calzadas, aunque son muy anchas; y en las obras a unos tomaban las [19] vigas, otros caían de alto, a otros tomaban debajo los edificios que deshacían en una parte para hacer en otra, en especial cuando deshicieron los templos principales del demonio. Allí murieron muchos Indios, y tardaron muchos años hasta los arrancar de cepa, de los cuales salió infinidad de piedra.
Es la costumbre de esta tierra no la mejor del mundo, porque los Indios hacen las obras, y a su costa buscan los materiales, y pagan los pedreros y carpinteros, y si ellos mismos no traen que comer, ayunan. Todos los materiales traen a cuestas; las vigas y piedras grandes traen arrastrando con sogas, y como les faltaba el ingenio y abundaba la gente, la piedra o viga que había menester cien hombres, traíanla cuatrocientos; y tienen de costumbre de ir cantando y dando voces, y los cantos y voces apenas cesaban ni de noche ni de día, por el gran fervor que traían en la edificación del pueblo los primeros días.
La octava plaga fue los esclavos que hicieron para echar en las minas. Fue tanta la prisa que en algunos años dieron a hacer esclavos, que de todas partes entraban en México (283) tan grandes manadas como de ovejas, para echarles el hierro; y no bastaban los que entre los Indios llamaban esclavos, que ya que según su ley cruel y bárbara algunos lo sean, pero según ley y verdad casi ninguno es esclavo; mas por la prisa que daban a los Indios para que trajesen esclavos en tributo, tanto número de ochenta en ochenta días, acabados los esclavos traían los hijos y los macehuales, que es gente baja como vasallos labradores, y cuantos más haber y juntar (284) podían, y traíanlos atemorizados para que dijesen que eran esclavos. Y el examen que no se hacía con mucho escrúpulo, y el hierro que andaba bien barato, dábanles por aquellos rostros tantos letreros, demás del principal hierro del rey, tanto que toda la cara traían escrita, porque de cuantos era comprado y vendido llevaba letreros, y por esto esta octava plaga no se tiene por la menor.
La novena plaga fue el servicio de las minas, a las cuales iban de sesenta leguas y más a llevar mantenimientos los Indios cargados; y la comida que para sí mismos llevaban, a unos se les acababa en llegando a las minas, a otros en el camino de vuelta antes de su [20] casa, o otros detenían los mineros algunos días para que les ayudasen a descopetar (285), o los ocupaban en hacer casas y servirse de ellos, adonde acabada la comida, o se morían allá en las minas, o por el camino; porque dineros no los tenían para comprarla, ni había quien se la diese. Otros volvían tales, que luego morían; y de éstos y de los esclavos que murieron en las minas fue tanto el hedor, que causó pestilencia, en especial en las minas de Oaxyecac, en las cuales media legua a la redonda y mucha parte del camino, apenas se podía pasar (286) sino sobre hombres muertos o sobre huesos; y eran tantas las aves y cuervos que venían a comer sobre los cuerpos muertos, que hacían gran sombra al sol, por lo cual se despoblaron muchos pueblos, así del camino (287) como de la comarca: otros Indios huían a los montes, y dejaban sus casas y haciendas desamparadas (288). La décima plaga fue las divisiones y bandos que hubo entre los Españoles que estaban en México, que fue la que en mayor peligro puso la tierra para se perder, si Dios no tuviera a los Indios como ciegos; y estas diferencias y bandos fueron causa de que se justiciaron algunos Españoles, y otros fueron afrentados y desterrados. Otros fueron heridos cuando llegaron a las manos, no habiendo quien les pusiese en paz, ni quien se metiese en medio, si no eran los frailes, porque esos pocos Españoles que había todos estaban apasionados de un bando o de otro, y era menester salir los frailes, unas veces a impedir que no rompiesen, otras a meterse entre ellos después de trabados, andando entre los tiros y armas con que peleaban, y hollados de los caballos; porque demás de poner paz porque la tierra no se perdiese, sabíase que los Indios estaban apercibidos de guerra y tenían hechas casas de armas, aguardando a que llegase una nueva que esperaban, que al capitán y gobernador Hernando Cortés habían de matar en el camino de las Hibueras, por una traición que los Indios tenían ordenada con los que ido habían con él por el camino (289), lo cual él supo muy cerca del lugar adonde estaba ordenada; justició los principales señores que eran en la traición, y con esto cesó el peligro; [21] y acá en México se esperaban a cuando los unos Españoles desbaratasen a los otros, para dar en los que quedasen y matarlos todos a cuchillo, lo cual Dios no permitió, porque no se perdiese lo que con tanto trabajo para su servicio se había ganado; y el mismo Dios daba gracia a los frailes para los apaciguar, y a los Españoles para que los obedeciesen como a verdaderos padres, lo cual siempre hicieron; y los mismos Españoles habían rogado a los frailes menores (que entonces no había otros) que usasen del poder que tenían del Papa, hasta que hubiese obispos: y así, unas veces por ruego, y otras poniéndoles censuras, remediaron grandes males y excusaron muchas muertes.
Capítulo II
De lo mucho que los frailes ayudaron en la conversión de los Indios, y de muchos ídolos y crueles sacrificios que hacían: son cosas dignas de notar.
Quedó tan destruida la tierra de las revueltas y plagas ya dichas, que quedaron muchas casas yermas del todo, y ninguna hubo adonde no cupiese parte del dolor y llanto, lo cual duró muchos años; y para poner remedio a tan grandes males, los frailes se encomendaron a la Santísima Virgen María, norte y guía de los perdidos y consuelo de los atribulados, y juntamente con esto tomaron por capitán y caudillo al glorioso San Miguel, al cual, con San Gabriel y a todos los Ángeles, decían cada lunes una misa cantada, la cual hasta hoy día en algunas casas (290) se dice; y casi todos los sacerdotes en las [22] misas dicen una colecta de los Ángeles. Y luego que el primer año tomaron alguna noticia de la tierra, parecioles que sería bien que pasasen algunos de ellos a España, así por alcanzar favor de su majestad para los naturales, como para traer más frailes, porque la grandeza de la tierra y la muchedumbre de la gente lo demandaba. Y los que quedaron en la tierra recogieron en sus casas a los hijos de los señores y principales, y bautizaron muchos con voluntad de sus padres. Estos niños que los frailes criaban y enseñaban salieron muy bonitos y muy hábiles, y tomaban tan bien la buena doctrina, que enseñaban a otros muchos; y además de esto ayudaban mucho, porque descubrían a los frailes los ritos e idolatrías, y muchos secretos de las ceremonias de sus padres; lo cual era muy gran materia para confundir y desvanecer sus errores y ceguedad en que estaban.
Declaraban los frailes a los Indios quién era el verdadero y universal (291) Señor, Criador del cielo y de la tierra, y de todas las criaturas, y cómo este Dios con su infinita sabiduría lo regía y gobernaba y daba todo el ser que tenía, y como por su gran bondad quiere que todos se salven. Asimismo los desengañaban y decían, quién era aquel a quien servían, y el oficio que tenía, que era llevar a perpetua condenación de penas terribles a todos los que en él creían y se confiaban. Y con esto les decía cada uno de los frailes lo más y mejor que entendía que convenía para la salvación de los Indios; pero a ellos les era gran fastidio oír la palabra de Dios, y no querían entender en otra cosa sino en darse a vicios y pecados dándose a sacrificios y fiestas, comiendo y bebiendo, y embeodándose en ellas, y dando de comer a los ídolos de su propia sangre, la cual sacaban de sus propias orejas, lengua y brazos, y de otras partes del cuerpo, como adelante diré. Era esta tierra un traslado del infierno; ver los moradores de ella de noche dar voces, unos llamando al demonio, otros borrachos, otros cantando y bailando: traían (292) atabales, bocinas, cornetas y caracoles grandes, en especial en las fiestas de sus demonios. Las beoderas que hacían muy ordinarias, es increíble el vino que en ellas gastaban, y lo que cada uno en el cuerpo metía. Antes que a su vino lo cuezan con unas raíces que le echan, es claro y dulce como aguamiel. Después de cocido, hácese algo espeso y tiene mal [23] olor, y los que con él se embeodan, mucho peor. Comúnmente comenzaban a beber después de vísperas, y dábanse tanta prisa a beber de diez en diez, o quince en quince, y los escanciadores que no cesaban, y la comida que no era mucha, a prima noche ya van (293) perdiendo el sentido, ya cayendo ya asentando, cantando y dando voces llamando al demonio. Era cosa de gran lástima ver los hombres criados a la imagen de Dios vueltos peores que brutos animales; y lo que peor era, que no quedaban en aquel solo pecado, mas cometían otros muchos, y se herían y descalabraban unos a otros, y acontecía matarse, aunque fuesen muy amigos y propincuos parientes. Y fuera de estar beodos son tan pacíficos, que cuando riñen mucho se empujan unos a otros, y apenas nunca dan voces, si no es las mujeres que algunas veces riñendo dan gritos, como en cada parte donde las hay acontece.
Tenían otra manera de embriaguez que los hacía más crueles: era con unos hongos o setas pequeñas, que en esta tierra los hay como en Castilla; mas los de esta tierra son de tal calidad, que comidos crudos y por ser amargos, beben tras ellos o comen con ellos mi poco de miel de abejas; y de allí a poco rato veían mil visiones, en especial culebras, y como salían fuera de todo sentido, parecíales que las piernas y el cuerpo tenían llenos de gusanos que los comían vivos, y así medio rabiando se salían fuera de casa, deseando que alguno los matase; y con esta bestial embriaguez y trabajo que sentían, acontecía alguna vez ahorcarse, y también eran contra los otros más crueles. A estos hongos llaman en su lengua Teonanacatl, que quiere decir carne de Dios, o del demonio que ellos adoraban: y de la dicha manera con aquel amargo manjar su cruel Dios los comulgaba.
En muchas de sus fiestas tenían costumbre de hacer bollos de masa, y éstos de muchas maneras, que casi usaban de ellos en lugar de comunión de aquel dios cuya fiesta hacían; pero tenían una que más propiamente, parecía comunión, y era que por Noviembre, cuando ellos habían cogido su maíz y otras semillas, de la simiente de un género de planta llamada por ellos cenizos (294), con masa de maíz hacían unos tamales, que son unos bollos redondos, y estos cocían (295) [24] en agua en una olla; y en tanto que se hacían (296) tañían (297) algunos niños con un genero de atabal, que es todo labrado en un palo, sin cuero ni pergamino; y también cantaban y decían, que aquellos bollos se tornaban carne de Tezcatlipoca, que era el dios o demonio que tenían por mayor, y a quien más dignidad atribuían; y sólo los dichos muchachos comían aquellos bollos en lugar de comunión, o carne de aquel demonio; los otros Indios procuraban de comer carne humana de los que morían en el sacrificio, y ésta comían comúnmente los señores principales, y mercaderes, y los ministros de los templos; que a la otra gente baja pocas veces les alcanzaba un bocadillo. Después que los Españoles anduvieron de guerra, y ya ganada México hasta pacificar la tierra, los Indios amigos de los Españoles muchas veces comían de los que mataban, porque no todas veces los Españoles se lo podían defender, sino que algunas veces, por la necesidad que tenían de los Indios, pasaban por ello, aunque lo aborrecían (298).
Capítulo III
En el cual se prosigue la materia comenzada, y cuenta la devoción que los Indios tomaron con la señal de la cruz, y cómo se comenzó a usar
En todo este tiempo los frailes no estaban descuidados de ayudar a la fe y a los que por ella peleaban, con oraciones y plegarias, mayormente el padre fray Martín de Valencia con sus compañeros, hasta que vino otro padre llamado fray Juan de Zumárraga, que fue primer obispo de México; el cual puso luego mucho cuidado y diligencia en adornar y ataviar su iglesia catedral, en lo cual gastó [25] cuatro años toda la renta del obispado. Entonces no había proveídas dignidades en la iglesia, sino todo se gastaba en ornamentos y edificios de la iglesia, por lo cual está tan ricamente ataviada y adornada como una de las buenas iglesias de España, aunque al dicho Fray Juan de Zumárraga no le faltaron trabajos, hasta hacerle volver a venir a España, dejando primero levantada la señal de la cruz, de la cual comenzaron a pintar muchas; y como en esta tierra hay muy altas montañas, también hicieron altas y grandes cruces, a las cuales adoraban, y mirando sanaban algunos que aún estaban heridos de la idolatría. Otros muchos con esta santa señal fueron librados de diversas asechanzas y visiones que se les aparecían, como adelante se dirá en su lugar.
Los ministros principales que en los templos de los ídolos sacrificaban y servían, y los señores viejos, que como todos estaban acostumbrados a ser servidos y gozar de toda la tierra, porque no sólo eran señores de sus mujeres e hijos y haciendas, mas de todo lo que ellos querían y pensaban, todo estaba a su voluntad y querer, y los vasallos no tienen otro querer sino el del señor, y si alguna cosa les mandan, por grave que sea, no saben responder otra cosa sino mayuh, que quiere decir así sea; pues estos señores y ministros principales no consentían la ley que contradice a la carne, lo cual remedió Dios, matando muchos de ellos con las plagas y enfermedades ya dichas (299), y otros se convirtieron; y de los que murieron han venido los señoríos a sus hijos, que eran de pequeños bautizados y criados en la casa de Dios; de manera que el mismo Dios les entrega sus tierras en poder de los que en él creen; y lo mismo ha hecho contra los opositores que contradicen la conversión de estos Indios por muchas vías.
Procuraron también los frailes que se hiciesen iglesias en todas partes, y así ahora casi en cada provincia en donde hay monasterio hay advocaciones de los doce Apóstoles, mayormente de San Pedro y de San Pablo, los cuales, demás de las iglesias intituladas de sus nombres, no hay retablo en ninguna parte adonde no estén pintadas sus imágenes.
En todos los templos de los ídolos, si no era en algunos derribados [26] y quemados de México, en los de la tierra, y aun en el mismo México eran servidos y honrados los demonios. Ocupados los Españoles en edificar a México y en hacer casas y moradas para sí, contentábanse con que no hubiese delante de ellos sacrificio de homicidio público, que a escondidas y a la redonda de México no faltaban; y de esta manera se estaba la idolatría en paz, y las casas de los demonios servidas y guardadas con sus ceremonias. En esta sazón era ido el gobernador Don Hernando Cortés a las Hibueras, y vista la ofensa que a Dios se hacía, no faltó quien se lo escribió, para que mandase cesar los sacrificios del demonio, porque mientras esto no se quitase, aprovecharía poco la predicación, y el trabajo de los frailes sería en balde; en lo cual luego proveyó bien cumplidamente. Mas como cada uno tenía su cuidado, como dicho es, aunque lo había mandado, estábase la idolatría tan entera como de antes; hasta que el primero día del año de 1525, que aquel año fue en Domingo, en Tetzcoco, adonde había los más y mayores teocallis o templos del demonio, y más llenos de ídolos, y muy servidos de papas y ministros, la dicha noche tres frailes, desde las diez de la noche hasta que amaneció, espantaron y ahuyentaron a todos los que estaban en las casas y salas de los demonios; y aquel día después de misa se les hizo una plática, condenando mucho los homicidios, y mandándoles de parte de Dios y del rey no hiciesen la tal obra, si ne que los castigarían según que Dios mandaba que los tales fuesen castigados. Ésta fue la primera batalla dada al demonio, y luego en México y sus pueblos y derredores, y en Cuautitlán. Y asimismo cuando en Tlaxcallán comenzaron a derribar y a destruir ídolos, y a poner la imagen del Crucifijo, hallaron la imagen de Jesucristo crucificado y de su bendita Madre puestas entre sus ídolos, las mismas que los cristianos les habían dado, pensando que a ellas solas adorarían; o fue que ellos como tenían cien dioses, querían tener ciento y uno; pero bien sabían los frailes que los Indios adoraban lo que solían. Entonces vieron que tenían algunas imágenes con sus altares, junto con sus demonios y ídolos; y en otras partes la imagen patente y el ídolo escondido, o detrás de un paramento, o tras la pared, o dentro del altar, y por esto se las quitaron, cuantas pudieron haber, diciéndoles que si querían tener imágenes de Dios o de Santa María, que les hiciesen iglesia. Y al principio por cumplir con los [27] frailes comenzaron a demandar que les diesen las imágenes, y a hacer algunas ermitas y adoratorios, y después iglesias, y ponían en ellas imágenes, y con todo esto siempre procuraron de guardar sus templos sanos y enteros; aunque después, yendo la cosa adelante, para hacer las iglesias comenzaron a echar mano de sus teocallis para sacar de ellos piedra y madera, y de esta manera quedaron desolados (300) y derribados; y los ídolos de piedra, de los cuales había infinitos, no sólo escaparon quebrados y hechos pedazos, pero vinieron a servir de cimientos para las iglesias; y como había algunos muy grandes, venían lo mejor del mundo para cimiento de tan grande y santa obra (301).
Sólo Aquel que cuenta las gotas del agua de la lluvia y las arenas del mar, puede contar todos los muertos y tierras despobladas de Haití (hoy la Isla Española), Cuba, San Juan, Jamaica y las otras islas; y no hartando la sed de su avaricia, fueron a descubrir las innumerables islas de los Lucayos y las de Mayaguana, que decían herrerías de oro, de muy hermosa y dispuesta gente y sus domésticos Guatiaos (302), con toda la costa de la Tierra Firme, matando tantas ánimas y echándolas casi todas en el infierno, tratando a los hombres peor que a bestias, y tuviéronlos en menos estima, como si en realidad no fuesen criados a la imagen de Dios. Yo he visto y conocido hartos de esta tierra y confesado algunos de ellos, y son gente de muy buena razón y de buenas conciencias; ¿pues porqué no lo fueran los otros, si no les dieran tanta prisa a los matar y acabar? ¡O cuánta razón sería en la Nueva España abrir los ojos y escarmentar en los quede estas islas han perecido! Llamo Nueva España, desde México a la tierra del Perú, y todo lo descubierto de aquella parte de la Nueva Galicia hacia el norte. Toda esta tierra, lo que no está destruido, debería escarmentar y temer el juicio que Dios hará por la destrucción de las otras islas; baste que ya en esta [28] Nueva España hay muchos pueblos asolados, a lo menos en la costa del mar del norte, y también en la de la mar del sur, y adonde hubo minas al principio que la tierra se repartió, y aun otros muchos pueblos lejos de México están con media vida.
Si alguno preguntase qué ha sido la causa de tantos males, yo diría que la codicia, que por poner en el cofre unas barras de oro para no sé quién, que tales bienes yo digo que no los gozará el tercero heredero, como cada día vemos que entre las manos se pierden y se deshacen como humo como bienes de trasgo, y a más tardar duran hasta la muerte, y entonces por cubrir el desventurado cuerpo con desordenadas y vanas pompas y trajes de gran locura, queda la desventurada ánima, pobre, fea y desnuda. ¡O cuántos y cuántos por esta negra codicia desordenada del oro de esta tierra están quemándose en el infierno! Y plegue a Dios que pare en esto; aunque yo sé y veo cada día que hay algunos Españoles que quieren más ser pobres en esta tierra, que con minas y sudor de Indios tener mucho oro; y por esto hay muchos que han dejado las minas. Otros conozco, que de no estar bien satisfechos de la manera como acá se hacen los esclavos, los han ahorrado (303). Otros van modificando y quitando mucha parte de los tributos, y tratando bien a los Indios. Otros se pasan sin ellos, porque les parece cargo de conciencia servirse de ellos. Otros no llevan otra cosa más de sus tributos modificados, y todo lo demás de comidas, o de mensajeros, o de Indios cargados, lo pagan, por no tener que dar cuenta de los sudores de los pobres. De manera que éstos tendría yo por verdaderos prójimos; y así digo, que el que se tuviese por verdadero prójimo y lo quisiera ser, que haga lo mismo que estos Españoles hacen. [29]
Capítulo IV
De cómo comenzaron algunos de los Indios a venir al bautismo, y cómo comenzaron a deprender la doctrina cristiana, y de los ídolos que tenían.
Ya que los predicadores se comenzaron a soltar algo en la lengua y predicaban sin libros, y como ya los Indios no llamaban ni servían a los ídolos si no era lejos y escondidamente, venían muchos de ellos los domingos y fiestas a oír la palabra de Dios; y lo primero que fue menester decirles, fue darles a entender quién es Dios vivo (304), Todopoderoso, sin principio ni fin, Criador de todas las cosas, cuyo saber no tiene fin, suma bondad, el cual crió todas las cosas visibles e invisibles, y las conserva y da ser, y tras esto lo que más les pareció que convenía decirles por entonces; y luego junto con esto fue menester darles también a entender quién era Santa María, porque hasta entonces solamente nombraban María, o Santa María, y diciendo este nombre pensaban que nombraban a Dios; y a todas las imágenes que veían llamaban Santa María. Ya esto declarado, y la inmortalidad del ánima, dábaseles a entender quién era el demonio en quien ellos creían, y cómo los traía engañados; y las maldades que en sí tiene, y el cuidado que pone en trabajar que ninguna ánima se salve; lo cual oyendo hubo muchos que tomaron tanto espanto y temor, que temblaban de oír lo que los frailes decían, y algunos pobres desharrapados (305), de los cuales hay hartos (306) en esta tierra, comenzaron a venir al bautismo y a buscar el reino de Dios, demandándole con lágrimas y suspiros, y mucha importunación.
En servir de leña al templo del demonio tuvieron estos Indios siempre muy gran cuidado, porque siempre tenían en los patios y salas [30] de los templos del demonio muchos braseros de diversas maneras, algunos muy grandes. Los más estaban delante de los altares de los ídolos, que todas las noches ardían. Tenían asimismo unas casas o templos del demonio, redondas, unas grandes y otras menores, según eran los pueblos; la boca hecha como de infierno y en ella pintada la boca de una temerosa sierpe con terribles colmillos y dientes, y en algunas de éstas los colmillos eran de bulto, que verlo y entrar dentro ponía gran temor y grima; en especial el infierno que estaba en México, que parecía traslado del verdadero infierno. En estos lugares había lumbre perpetua, de noche y de día. Estas casas o infiernos que digo, eran redondos y bajos, y tenían el suelo bajo, que no subían a ellos por gradas como los otros templos, de los cuales también había muchos redondos; mas eran altos y con sus altares, y subían a ellos por muchas gradas: éstos eran dedicados al dios del viento, que se decía Quetzalcoatl. Había unos Indios diputados para traer leña, y otros para velar, poniendo siempre lumbre; y casi lo mismo hacían en las casas de los señores, adonde en muchas partes hacían lumbre, y aun hoy día hacen algunas y velan las casas de los señores; pero no como solían, porque ya no hacen de diez partes la una. En este tiempo se comenzó a encender otro fuego de devoción en los corazones de los Indios que se bautizaban, cuando deprendían el Ave María, y el Pater Noster, y la doctrina cristiana; y para que mejor lo tomasen y sintiesen algún sabor, diéronles cantado el Per signum Crucis, Pater Noster y Ave María, Credo y Salve, con los mandamientos en su lengua, de un canto llano y gracioso. Fue tanta la prisa que se dieron a deprenderlo, y como la gente era mucha, estábanse a montoncillos, así en los patios de las iglesias y ermitas como por sus barrios, tres y cuatro horas cantando y aprendiendo oraciones; y era tanta la prisa, que por do quiera que fuesen, de día o de noche, por todas partes se oía cantar y decir toda la doctrina cristiana; de lo cual los Españoles se maravillaban mucho de ver el fervor con que lo decían, y la gana con que lo deprendían, y la prisa que se daban a lo deprender; y no sólo deprendieron aquellas oraciones, sino otras muchas, que saben y enseñan a otros con la doctrina cristiana; y en esto y en otras cosas los niños ayudan mucho.
Ya que pensaban los frailes que con estar quitada la idolatría de [31] los templos del demonio y venir a la doctrina cristiana y al bautismo era todo hecho, hallaron lo más dificultoso y que más tiempo fue menester para destruir, y fue que de noche se ayuntaban, y llamaban y hacían fiestas al demonio, con muchos y diversos ritos que tenían antiguos, en especial cuando sembraban el maíz, y cuando lo cogían, y de veinte en veinte días, que tenían sus meses; y el postrero día de aquellos veinte era fiesta general en toda la tierra. Cada día de éstos era dedicado a uno de los principales de sus demonios (307) los cuales celebraban con diversos sacrificios de muertes de hombres, con otras muchas ceremonias. Tenían diez y ocho meses, como presto se dirá, y cada mes de veinte días; y acabados éstos quedábanles otros cinco días, que decían que andaban en vano, sin año. Estos cinco días eran también de grandes ceremonias y fiestas, hasta que entraban en año. Además de éstos tenían otros días de sus difuntos, de llanto que por ellos hacían, en los cuales días después de comer y embeodarse llamaban al demonio, y estos días eran de esta manera; que enterraban y lloraban al difunto, y después a los veinte días tornaban a llorar al difunto y a ofrecer por él comida (308) y rosas encima de su sepultura; y cuando se cumplían ochenta días hacían otro tanto, y de ochenta en ochenta días lo mismo; y acabado el año, cada año, en el día que murió el difunto le lloraban y hacían ofrenda, hasta el cuarto año; y desde allí cesaban totalmente, para nunca más se acordar del muerto por vía de hacer sufragio. A todos sus difuntos nombraban teotl fulano, que quiere decir, fulano Dios, o fulano santo.
Cuando los mercaderes venían de lejos, u otras personas, sus parientes y amigos hacíanles gran fiesta y embeodábanse con ellos. Tenían en mucho alongarse de sus tierras, y darse por allá buena maña y volver hombres, aunque no trajesen más que la persona; también cuando alguno acababa de hacer una casa, le hacían fiesta. Otros trabajaban y adquirían dos o tres años cuanto podían, para hacer una fiesta (309) al demonio, y en ella no sólo gastaban cuanto tenían, más aun se adeudaban, de manera que tenían que servir y trabajar otro año y aun otros dos para salir de deuda; y otros que no tenían [32] caudal para hacer aquella fiesta, vendíanse y hacíanse esclavos para hacer una fiesta un día al demonio. En estas fiestas gastaban gallinas, perrillos y codornices para los ministros de los templos, su vino y pan, esto abondo (310), porque todos salían beodos. Compraban muchas rosas, y cañutos de perfumes, cacao, que es otro brebaje bueno, y frutas. En muchas de estas fiestas daban a los convidados mantas, y en las más de ellas bailaban de noche y de día, hasta quedar cansados o beodos. Además de esto hacían otras muchas fiestas con diversas ceremonias, y las noches de ellas todo era dar voces y llamar al demonio, que no bastaba poder ni saber humano para las quitar, porque les era muy duro dejar la costumbre en que se habían envejecido; las cuales costumbres e idolatrías, a lo menos las más de ellas, los frailes tardaron más de dos años en vencer y desarraigar, con el favor y ayuda de Dios, y sermones y amonestaciones que siempre les hacían.
Desde a poco tiempo vinieron a decir a los frailes, cómo escondían los Indios los ídolos y los ponían en los pies de las cruces, o en aquellas gradas debajo de las piedras, para allí hacer que adoraban la cruz y adorar al demonio, y querían allí guarecer la vida de su idolatría. Los ídolos que los Indios tenían eran muy muchos y en muchas partes, en especial en los templos de sus demonios, y en los patios, y en los lugares eminentes, así como bosques, grandes cerrejones, y en los puertos y mogotes (311) altos, adonde quiera que se hacía algún alto, o lugar gracioso, o dispuesto para descansar; y los que pasaban echaban sangre de las orejas o de la lengua, o echaban un poco de incienso del que hay en aquella tierra, que llaman copalli; otros rosas que cogían por el camino, y cuando otra cosa no tenían, echaban un poco de yerba verde o unas pajas; allí descansaban, en especial los que iban cargados, porque ellos se echan buenas y grandes cargas.
Tenían asimismo ídolos cerca del agua, mayormente en par de las fuentes, adonde hacían sus altares con sus gradas cubiertas; y en muchas principales fuentes de mucha agua tenían cuatro de estos altares (312) puestos en cruz, unos enfrente de otros, la fuente en medio; [33] y allí y en el agua ponían mucho copalli, y papel, y rosas; y algunos devotos del agua se sacrificaban allí. Y cerca de los grandes árboles, así como cipreses grandes o cedros, hacían los mismos altares y sacrificios; y en sus patios de los demonios y delante de los templos trabajaban por tener y plantar cipreses, plátanos y cedros. También hacían de aquellos altares, pequeños, con sus gradas, y cubiertos con su terrado, en muchas encrucijadas de los caminos, y en los barrios de sus pueblos, y en los altozanos; y en otras muchas partes tenían como oratorios, en los cuales lugares tenían mucha cantidad de ídolos de diversas formas y figuras, y estos públicos, que en muchos días no los podían acabar de destruir, así por ser muchos y en diversos lugares, como porque cada día hacían muchos de nuevo; porque habiendo quebrantado en una parte muchos, cuando por allí tornaban los hallaban todos nuevos y tornados a poner; porque como no habían de buscar canteros que se los hiciesen, ni escoda (313) para los labrar, ni quien se los amoldase, sino que muchos de ellos son maestros, y una piedra labran con otra, no los podían agotar ni acabar de destruir. Tenían ídolos de piedra, y de palo, y de barro cocido, y también los hacían de masa, y de semillas envueltas con masa, y tenían unos grandes, otros mayores, y medianos, y pequeños, y muy chiquitos. Unos tenían figuras de obispos, con sus mitras y báculos, de los cuales había algunos dorados, y otros de piedras de turquesas de muchas maneras. Otros tenían figuras de hombres; tenían éstos en la cabeza un mortero en lugar de mitra, y allí les echaban vino por ser el dios del vino. Otros tenían diversas insignias, en que conocían al demonio que representaba. Otros tenían figuras de mujeres, también de muchas maneras. Otros tenían figuras de bestias fieras, así como leones, tigres, perros, venados, y de cuantos animales se crían en los montes y en el campo. También tenían ídolos de figuras de culebras, y éstos de muchas maneras, largas y enroscadas; otras con rostro de mujer. Delante de muchos ídolos ofrecían víboras y culebras, y a otros ídolos les ponían unos sartales de colas de víboras; que hay unas víboras grandes que por la cola hacen unas vueltas con las cuales hacen ruido, y a esta causa los Españoles las llaman víboras de cascabel; [34] algunas de estas hay muy fieras, de diez y once (314) ñudos; su herida es mortal, y apenas llega a veinte y cuatro horas la vida del herido. Otras culebras hay muy grandes, tan gruesas como el brazo. Éstas son bermejas y no son ponzoñosas, antes las tienen en mucho para comer los grandes señores. Llámanse estas culebras de venado, esto es, o porque se parecen en la color al venado, o porque se ponen en una senda y allí espera al venado, y ella ásese a algunas ramas y con la cola revuélvese al venado y tiénele; y aunque no tiene dientes ni colmillos, por los ojos y por las narices le chupa la sangre. Para tomar estas no se atreve un hombre, porque ella le apretaría hasta matarle; mas si se hallan dos o tres, síguenla y átanla a un palo grande, y tiénenla en mucho para presentar a los señores. De éstas también tenían ídolos. Tenían también ídolos de aves, así como de águilas; y de águila y tigre eran muy continuos los ídolos. De búho y de aves nocturnas, y de otras como milano, y de toda ave grande, o hermosa, o fiera, o de preciosas plumas tenían ídolo; y el principal era del sol, y también de la luna y estrellas, de los pescados grandes y de los lagartos de agua, basta sapos y ranas, y de otros peces grandes, y éstos decían que eran los dioses del pescado. De un pueblo de la laguna de México llevaron unos ídolos de estos peces, que eran unos peces hechos de piedra, grandes; y después volviendo por allí pidiéronles para comer algunos peces, y respondieron que habían llevado el dios del pescado y que no podían tomar peces.
Tenían por dioses al fuego, y al aire, y a la agua, y a la tierra, y de éstos sus figuras pintadas; y de muchos de sus demonios tenían rodelas y escudos, y en ellas pintadas las figuras y armas de sus demonios con su blasón. De otras muchas cosas tenían figuras e ídolos, de bulto y de pincel, hasta de las mariposas, pulgas y langostas, grandes y bien labradas.
Acabados de destruir estos ídolos públicos, dieron tras los que estaban encerrados en los pies de las cruces, como en cárcel, porque el demonio no podía estar cabe la cruz sin padecer gran tormento, y a todos los destruyeron; porque aunque había algunos malos Indios que escondían los ídolos, había otros buenos Indios ya convertidos, [35] y pareciéndoles mal y ofensa de Dios, avisaban de ello a los frailes; y aun de éstos no faltó quien quiso argüir no ser bien hecho. Esta diligencia fue bien menester, así para evitar ofensas de Dios, y que la gloria que a él se le debe no se la diesen a los ídolos, como para guarecer a muchos del cruel sacrificio, en el cual muchos morían, o en los montes, o de noche, o en lugares secretos; porque en esta costumbre estaban muy encarnizados, y aunque ya no sacrificaban tanto como solían, todavía instigándoles el demonio buscaban tiempo para sacrificar; porque según presto se dirá, los sacrificios y crueldades de esta tierra y gente sobrepujaron y excedieron a todas las del mundo, según que leemos y aquí se dirá: y antes que entre a decir las crueldades de los sacrificios, diré la manera y cuenta que tenían en repartir el tiempo en años y meses, semanas y días.
Capítulo V
De las cosas variables del año, y cómo en unas naciones comienza diferentemente de otras; y del nombre que daban al niño cuando nacía, y de la manera que tenían en contar los años, y de la ceremonia que los indios hacían.
Diversas naciones diversos modos y maneras tuvieron en la cuenta del año, y así fue en esta tierra de Anáhuac; y aunque en esta tierra, como es tan grande, hay diversas gentes y lenguas, en lo que yo he visto todos tienen la cuenta del año de una manera. Y para mejor entender qué cosa sea tiempo, es de saber, que tiempo es cantidad del año, que significa la tardanza del movimiento de las cosas variables, y éstas se reparten en diez, que son: año, mes, semana, día, cuadrante, hora, punto, momento, onza, átomo. El año tiene doce meses, o cincuenta y dos semanas y un día, o trescientos sesenta y cinco días y seis horas. El mes tiene cuatro [36] semanas, y algunos meses tienen dos días más, otros uno, salvo Febrero. La semana tiene siete días: el día tiene cuatro cuadrantes: el cuadrante tiene seis horas: la hora cuatro puntos: el punto tiene diez momentos: el momento doce onzas: la onza cuarenta y siete átomos: el átomo es indivisible. Los Egipcios y los Árabes comienzan el año desde Septiembre, porque en aquel mes los árboles están con fruta madura, y ellos tienen que en el principio del mundo los árboles fueron criados con fruta, y que Septiembre fue el primer mes del año. Los Romanos comenzaron el año desde el mes de Enero, porque entonces, o poco antes, el sol se comienza a allegar a nosotros. Los Judíos comienzan el año en Marzo, porque tienen que entonces fue criado el mundo con flores y yerba verde. Los modernos cristianos, por reverencia de Nuestro Señor Jesucristo, comienzan el año desde su santa Natividad, y otros desde su sagrada Circuncisión.
Los Indios naturales de esta Nueva España, al tiempo que esta tierra se ganó y entraron en ella los Españoles, comenzaban su año en principio de Marzo; mas por no alcanzar bisiesto van variando su año (315) por todos los meses. Tenían el año de trescientos y sesenta y cinco días. Tenían mes de a veinte días, y tenían diez y ocho meses y cinco días en un año, y el día postrero del mes muy solemne entre ellos. Los nombres de los meses y de los días no se ponen aquí, por ser muy revesados y que se pueden mal escribir; podrá ser que se pongan las figuras por donde se conocían y tenían cuenta con ellos. Estos Indios de la Nueva España tenían semana de trece días, los cuales significaban por estas señales o figuras: al primero, además del nombre que como los otros tenía, conocían por un espadarte, que es un pescado o bestia marina; el segundo dos vientos; el tercero tres casas; el cuarto cuatro lagartos de agua, que también son bestias marinas; el quinto cinco culebras; el sexto seis muertes; el séptimo siete ciervos; el octavo ocho conejos; el nono nueve águilas; el décimo diez perros; el undécimo once monas; el duodécimo doce escobas; el décimotercio trece cañas. De trece en trece días iban sus semanas contadas; pero los nombres de los días [37] eran veinte, todos nombrados por sus nombres y señalados con sus figuras o caracteres; y por esta misma cuenta contaban también los mercados, que unos hacían de veinte en veinte días, otros de trece en trece días, otros de cinco en cinco días, y esto era y es más general, salvo en los grandes pueblos, que éstos cada día tienen su mercado y plaza llena de medio día para abajo; y son tan ciertos en la cuenta de estos mercados o ferias, como los mercaderes de España en saber las ferias de Villalón y Medina. De esta cuenta de los meses y años y fiestas principales había maestros como entre nosotros, los que saben bien el cómputo. Este calendario de los Indios tenía para cada día su ídolo o demonio, con nombres de varones y mujeres diosas; y estaban todos los días del año llenos como calendarios de breviarios romanos, que para cada día tienen su santo o santa.
Todos los niños cuando nacían tomaban nombre del día en que nacían, ora fuese una flor, ora dos conejos; y aquel nombre les daban el séptimo día, y entonces si era varón poníanle una saeta en la mano, y si era hembra dábanle un huso y un palo de tejer, en señal que había de ser hacendosa y casera, buena hilandera y mejor tejedora; el varón porque fuese valiente para defender a sí y a la patria, porque las guerras eran muy ordinarias cada año; y en aquel día se regocijaban los parientes y vecinos con el padre del niño. En otras partes luego que la criatura nacía venían los parientes a saludarla, y decíanle estas palabras: «Venido eres a padecer; sufre y padece»: y esto hecho, cada uno de los que lo habían saludado le ponían un poco de cal en la rodilla. Y al séptimo día de nacer dábanle el nombre del día en que había nacido. Después desde a tres meses presentaban aquella criatura en el templo del demonio, y dábanle su nombre, no dejando el que tenía, y también entonces comían de regocijo; y luego el maestro del cómputo decíale el nombre del demonio que caía en aquel día de su nacimiento. De los nombres de estos demonios tenían mil agüeros y hechicerías, de los hados que le habían de acontecer en su vida, así en casamientos como en guerras. A los hijos de los señores principales daban tercero nombre de dignidad o de oficio; a algunos siendo muchachos, a otros ya jóvenes, a otros cuando hombres; o después de muerto el padre heredaba el mayorazgo y el nombre de la dignidad que el padre había tenido. [38]
No es de maravillar de los nombres que estos Indios pusieron a sus días de aquellas bestias y aves, pues los nombres de los días de nuestros meses y semanas los tienen de los dioses y planetas, lo cual fue obra de los Romanos.
En esta tierra de Anáhuac contaban los años de cuatro en cuatro, y este término de años contaban de esta manera. Ponían cuatro casas con cuatro figuras; la primera ponían al mediodía, que era una figura de conejo; la otra ponían hacia oriente, y eran dos cañas; la tercera ponían al septentrión, y eran tres pedernales o tres cuchillos de sacrificar; la cuarta casa ponían hacia occidente, y en ella la figura de cuatro casas. Pues comenzando la cuenta desde el primero año y desde la primera casa, iban contando por sus nombres y figuras hasta trece años, que acaban en la misma casa que comenzaron, que tiene la figura de un conejo. Andando tres vueltas, que son tres olimpiadas, la postrera tiene cinco años y las otras a cuatro, que son trece, al cual término podríamos llamar indicción, y de esta manera hacían otras tres indicciones por la cuenta de las cuatro casas; de manera que venían a hacer cuatro indicciones, cada una de a trece años, que venían a hacer una hebdómada de cincuenta y dos años, comenzando siempre el principio de la primera hebdómada en la primera casa; y es mucho de notar las ceremonias y fiestas que hacían en el fin y postrero día de aquellos cincuenta y dos años, y en el primer día que comenzaba el nuevo año y nueva olimpiada. El postrero día del postrer año, a hora de vísperas, en México y en toda su tierra, y en Tetzcoco y sus provincias, por mandamiento de los ministros de los templos mataban todos los fuegos con agua, así de los templos del demonio, como de las casas de los vecinos. (En algunos lugares que había fuego perpetuo, que era en los infiernos ya dichos, este día también mataban los fuegos). Luego salían ciertos ministros de los templos de México, dos leguas a un lugar que se dice Ixtlapalapa, y subían a un cerrejón que allí está, sobre el cual estaba un templo del demonio, al cual tenía mucha devoción y reverencia el gran señor de México Moteuczoma. Pues allí a la media noche, que era principio del año de la siguiente hebdómada, los dichos ministros sacaban nueva lumbre de un palo que llamaban palo de fuego, y luego encendían tea, y antes que nadie encendiese, con mucho fervor y prisa la llevaban al principal templo de México, y [39] puesta la lumbre delante de los ídolos, traían un cautivo tomado en guerra, y delante el nuevo fuego sacrificándole le sacaban el corazón, y con la sangre el ministro mayor rociaba el fuego a manera de bendición. Esto acabado, ya que el fuego quedaba como bendito, estaban allí esperando de muchos pueblos para llevar lumbre nueva a los templos de sus lugares, lo cual hacían pidiendo licencia al gran príncipe o pontífice mexicano, que era como papa, y esto hacían con gran fervor y prisa. Aunque el lugar estuviese hartas leguas, ellos se daban tanta prisa que en breve tiempo ponían allá la lumbre. En las provincias lejos de México hacían la misma ceremonia, y esto se hacía en todas partes con mucho regocijo y alegría; y en comenzando el día, en toda la tierra y principalmente en México hacían gran fiesta, y sacrificaban cuatrocientos hombres en solo México.
Capítulo VI
De la fiesta llamada Panquetzaliztli, y los sacrificios y homicidios que en ella se hacían; cómo sacaban los corazones y los ofrecían, y después comían los que sacrificaban.
En aquellos días de los meses que arriba quedan dichos, en uno de ellos que se llamaba Panquetzaliztli, que era el catorceno, el cual era dedicado a los dioses de México, mayormente a dos de ellos que se decían ser hermanos y dioses de la guerra, poderosos para matar y destruir, vencer y sujetar; pues en este día, como pascua o fiesta más principal, se hacían muchos sacrificios de sangre, así de las orejas como de la lengua, que esto era muy común: otros se sacrificaban de los brazos y pechos y de otras partes del cuerpo; pero en esto de sacarse un poco de sangre para echar a los ídolos, como quien esparce agua bendita con los dedos, o echar la sangre de las orejas y [40] lengua en unos papeles y ofrecerlos, a todos y en todas partes era general; pero de las otras partes del cuerpo en cada provincia había su costumbre; unos de los brazos, otros de los pechos, que en esto de las señales se conocían de qué provincia eran. Demás de éstos y otros sacrificios y ceremonias, sacrificaban y mataban a muchos de la manera que aquí diré. Tenían una piedra larga de una brazada de largo, y casi palmo y medio de ancho, y un buen palmo de grueso o de esquina. La mitad de esta piedra estaba hincada en la tierra, arriba en lo alto encima de las gradas, delante del altar de los ídolos. En esta piedra tendían a los desventurados de espaldas para los sacrificar, y el pecho muy tieso, porque los tenían atados de los pies y de las manos, y el principal sacerdote de los ídolos a su lugarteniente, que eran los que más ordinariamente sacrificaban, y si algunas veces había tantos que sacrificar que éstos se cansasen, entraban otros que estaban ya diestros en el sacrificio, y de presto con una piedra de pedernal con que sacaban lumbre, de esta piedra hecho un navajón como hierro de lanza, no mucho agudo, porque como es piedra muy recia y salta, no se puede hacer muy aguda; esto digo porque muchos piensan que eran de aquellas navajas de piedra negra, que en esta tierra las hay, y sácanlas con el filo tan delgado como de una navaja, y tan dulcemente corta como navaja, sino que, luego saltan mellas (316); con aquel cruel navajón, como el pecho estaba tan tieso, con mucha fuerza abrían al desventurado y de presto sacábanle el corazón, y el oficial de esta maldad daba con el corazón encima del umbral del altar de parte de afuera, y allí dejaba hecha una mancha de sangre; y caído el corazón se estaba un poco bullendo en la tierra, y luego poníanle en una escudilla delante del altar. Otras veces tomaban el corazón y levantábanle hacia el sol, y a las veces untaban los labios de los ídolos con la sangre. Los corazones a las veces los comían los ministros viejos; otras los enterraban, y luego tomaban el cuerpo y echábanlo por las gradas abajo a rodar; y llegado abajo, si era de los presos en guerra, el que lo prendió con sus amigos y parientes llevábanlo, y aparejaban aquella carne humana con otras comidas, y otro día hacían fiesta y lo comían; y el mismo que lo prendió, si tenia con qué lo poder hacer, daba aquel día a los [41] convidados mantas; y si el sacrificado era esclavo no le echaban a rodar, sitio abajábanle a brazos, y hacían la misma fiesta y convite que con el preso en guerra, aunque no tanto con el esclavo; sin otras fiestas y días de más ceremonias con que las solemnizaban, como en estotras fiestas aparecerá.
Cuanto a los corazones de los que sacrificaban, digo: que en sacando el corazón al sacrificado, aquel sacerdote del demonio tomaba el corazón en la mano, y levantábale como quien lo muestra al sol, y luego volvía a hacer otro tanto al ídolo, y poníasele delante en un vaso de palo pintado mayor que una escudilla, y en otro vaso cogía la sangre y daba de ella como a comer al principal ídolo, untándole los labios, y después a los otros ídolos y figuras del demonio. En esta fiesta sacrificaban de los tomados en guerra o esclavos, porque casi siempre eran de éstos los que sacrificaban, segun el pueblo, en unos veinte, en otros treinta, en otros cuarenta, y hasta cincuenta y sesenta: en México sacrificaban ciento, y de ahí arriba.
En otro día de aquellos ya nombrados se sacrificaban muchos, aunque no tantos, como en la ya dicha; y nadie piense que ninguno de los que sacrificaban matándoles y sacándoles el corazón, o cualquiera otra muerte, que era (317) de su propia voluntad, sino por fuerza, y sintiendo muy sentida la muerte y su espantoso dolor. Los otros sacrificios de sacarse sangre de las orejas o lengua, o de otras partes, éstos eran voluntarios casi siempre. De aquellos que sacrificaban desollaban algunos, en unas partes dos o tres, en otras cuatro o cinco, en otras diez, y en México hasta doce o quince, y vestían aquellos cueros, que por las espaldas y encima de los hombros dejaban abiertos, y vestido lo más justo que podían, como quien viste jubón y calzas, bailaban con aquel cruel y espantoso vestido: y como todos los sacrificados o eran esclavos o tomados en la guerra, en México para este día guardaban alguno de los presos en la guerra, que fuese señor o persona principal, y a aquel desollaban para vestir el cuero de él el gran señor de México Moteuczoma, el cual con aquel cuero vestido bailaba con mucha gravedad, pensando que hacia gran servicio al demonio que aquel día honraban: y esto iban muchos a ver como cosa de gran maravilla, porque en los otros pueblos [42] no se vestían los señores los cueros de los desollados, sino otros principales. En otro día de otra fiesta, en cada parte sacrificaban una mujer, y desollábanla, y vestíase uno el cuero de ella y bailaba con todos los otros del pueblo; aquel con el cuero de la mujer vestido, y los otros con sus plumajes.
Había otro día en que hacían fiesta al dios del agua. Antes que este día llegase, veinte o treinta días, compraban un esclavo y una esclava y hacíanlos morar juntos como casados; y llegado el día de la fiesta, vestían al esclavo con las ropas e insignias de aquel dios, y a la esclava con las de la diosa, mujer de aquel dios, y así vestidos bailaban todo aquel día, hasta la media noche que los sacrificaban; y a éstos no los comían, sino echábanlos en una hoya como silo que para esto tenían.
Capítulo VII
De las muy grandes crueldades que se hacían el día del dios del fuego y del dios del agua; y de una esterilidad que hubo en que no llovió en cuatro años.
Otro día de fiesta en algunas partes y pueblos, como Tlacopán, Coyoacán y Azcapotzalco, levantaban un gran palo rollizo de hasta diez brazas de largo, y hacían un ídolo de semillas, y envuelto y atado con papeles poníanle encima de aquella viga; y la víspera de la fiesta levantaban este árbol que digo con aquel ídolo, y bailaban todo el día a la redonda de él; y aquel día por la mañana tomaban algunos esclavos y otros que tenían cautivos de guerra, y traíanlos atados de pies y manos, y echábanlos en un gran fuego para esta crueldad aparejado, y no los dejaban acabar de quemar, no por piedad, sino porque el género de tormento fuese mayor; porque luego [43] los sacrificaban y sacaban los corazones, y a la tarde echaban la viga en tierra, y trabajaban mucho por haber parte de aquel ídolo para comer; porque creían que con aquello se harían valientes para pelear.
Otro día que era dedicado al dios del fuego, o al mismo fuego, al cual tenían y adoraban por dios, y no de los menores, que era general por todas partes; este día tomaban uno de los cautivos en la guerra y vestíanle de las vestiduras y ropas del dios del fuego, y bailaba a reverencia de aquel dios, y sacrificábanle a él y a los demás que tenían presos de guerra; pero mucho más es de espantar de lo que particularmente hacían aquí en Cautitlán, adonde esto escribo, que en todo lo general, adonde parece que se mostraba el demonio más cruel que en otras partes. Una víspera de una fiesta en Cuautitlán, levantaban seis grandes árboles como mástiles de naos con sus escaleras; y en esta vigilia cruel, y el día muy más cruel también, degollaban dos mujeres esclavas en lo alto encima de las gradas, delante el altar de los ídolos, y allí arriba las desollaban todo el cuerpo y el rostro, y sacábanles las canillas de los muslos; y el día por la mañana, dos Indios principales vestíanse los cueros, y los rostros también como máscaras, y tomaban en las manos las canillas, en cada mano la suya, y muy paso a paso bajaban bramando, que parecían bestias encarnizadas; y en los patios abajo gran muchedumbre de gente, todos como espantados, decían: «Ya vienen nuestros dioses; ya vienen nuestros dioses». Llegados abajo comenzaban a tañer sus atabales, y a los así vestidos ponían a cada uno sobre las espaldas mucho papel, no plegado sino cosido en ala, que habría obra de cuatrocientos pliegos; y ponían a cada uno una codorniz ya sacrificada y degollada, y atábansela al bezo que tenía horadado; y de esta manera bailaban estos dos, delante los cuales mucha gente sacrificaba y ofrecían (318) muy muchas codornices, que también era para ellas día de muerte; y sacrificadas echábanselas delante, y eran tantas que cubrían el suelo por donde iban, porque pasaban de ocho mil codornices las que aquel día se ofrecían; porque todos tenían mucho cuidado de las buscar para esta fiesta, a la cual iban desde México y de otros muchos pueblos. Llegado el medio día cogían todas las codornices, y repartíanlas por los ministros de [44] los templos y por los señores principales, y los vestidos no hacían sino bailar todo el día.
Hacíase en este mismo día otra mayor y nunca oída crueldad, y era que en aquellos seis palos que la víspera de la fiesta habían levantado, en lo alto ataban y aspaban seis hombres cautivos en la guerra, y estaban debajo a la redonda más de dos mil (319) muchachos y hombres con sus arcos y flechas, y éstos en bajándose los que habían subido a los atar a los cautivos, disparaban en ellos las saetas como lluvia; y asaeteados y medio muertos subían de presto a los desatar, y dejábanlos caer de aquella altura, y del gran golpe que daban se quebrantaban y molían los huesos todos del cuerpo; y luego les daban la tercera muerte sacrificándolos y sacándoles los corazones; y arrastrándolos desviábanlos de allí, y degollábanlos, y cortábanles las cabezas, y dábanlas a los ministros de los ídolos; y los cuerpos llevábanlos como carneros para los comer los señores y principales. Otro día con aquel nefando convite hacían también fiesta, y con gran regocijo bailaban todos.
Una vez en el año, cuando el maíz estaba salido de obra (320) de un palmo, en los pueblos que había señores principales, que a su casa llamaban palacio, sacrificaban un niño y una niña de edad de hasta tres o cuatro años: éstos no eran esclavos, sino hijos de principales, y este sacrificio se hacía en un monte en reverencia de un ídolo que decían que era el dios del agua y que les daba la lluvia; y cuando había falta de agua la pedían a este ídolo. A estos niños inocentes no les sacaban el corazón, sino degollábanlos, y envueltos en unas mantas poníanlos en una caja de piedra como lucillo antiguo, y dejábanlos así por la honra de aquel ídolo, a quien ellos tenían por muy principal dios. Su principal templo o casa era en Tetzcoco, juntamente con los dioses de México; éste estaba a la mano derecha, y los de México a la mano izquierda: y ambos altares estaban levantados sobre una cepa, y tenían cada tres sobrados, a los cuales yo fui a ver algunas veces. Estos templos fueron los más altos y mayores de toda la tierra, y más que los de México.
El día de Atemoztli ponían muchos papeles pintados, y llevábanlos a los templos de los demonios, y ponían también ollin, que es [45] una goma de un árbol que se cría en tierra caliente, del cual punzándole salen unas gotas blancas, y ayúntanlo uno con otro, que es cosa que luego se cuaja y para (321) negro, así como pez blanda; y de ésta hacen las pelotas con que juegan los Indios, que saltan más que las pelotas de viento de Castilla, y son del mismo tamaño, y un poco más prietas; aunque son mucho más pesadas las de esta tierra, corren y saltan tanto que parece que traen azogue dentro de sí. De este óllin usaban mucho ofrecer a los demonios, así en papeles que quemándolo corrían unas gotas negras y éstas caían sobre papeles, y aquellos papeles con aquellas gotas, y otros con gotas de sangre, ofrecíanlo al demonio; y también ponían de aquel ollin en los carrillos de los ídolos, que algunos tenían dos y tres dedos de costra sobre el rostro, y ellos feos, parecían bien figuras del demonio, sucias, y feas, y hediondas. Este día se ayuntaban los parientes y amigos a llevar comida, que comían en las casas y patios del demonio. En México este mismo día salían y llevaban en una barca muy pequeña un niño y una niña, y en medio del agua de la gran laguna los ofrecían al demonio, y allí los sumergían con el acalli o barca, y los que los llevaban se volvían en otras barcas mayores.
Cuando el maíz estaba a la rodilla, para un día repartían y echaban pecho, con que compraban cuatro niños esclavos de edad de cinco a seis años, y sacrificábanlos a Tlaloc, dios del agua, poniéndolos en una cueva, y cerrábanla hasta otro año que hacían lo mismo. Este cruel sacrificio tuvo principio de un tiempo que estuvo cuatro años que no llovió, y apenas quedó cosa verde en el campo, y por aplacar al demonio del agua su dios Tlaloc, y porque lloviese, le ofrecían aquellos cuatro niños. Estos ministros de estos sacrificios eran los mayores sacerdotes y de más dignidad entre los Indios; criaban sus cabellos a manera de nazarenos, y como nunca los cortaban ni peinaban y ellos andaban mucho tiempo negros y los cabellos muy largos y sucios, parecían al demonio. A aquellos cabellos grandes llamaban nopapa, y de allí les quedó a los Españoles llamar a estos ministros papas, pudiendo con mayor verdad llamarlos crueles verdugos del demonio (322).
Hueytozoztli. Este día era cuando el maíz era ya grande hasta la [46] cinta. Entonces cada uno cogía de sus maizales algunas cañas, y envueltas en mantas, delante de aquellas cañas ofrecían comida y atolli, que es un brebaje que hacen de la masa del maíz, y es espeso, y también ofrecían copalli, que es género de incienso que corre de un árbol, el cual en cierto tiempo del año punzan para que salga y corra aquel licor, y ponen debajo o en el mismo árbol atadas unas pencas de maguey, que adelante se dirá lo que es, y hay bien que decir de él; y allí cae y se cuajan unos panes de la manera de la jibia de los plateros; hácese de este copalli revuelto, con aceite muy buena trementina; los árboles que lo llevan son graciosos y hermosos de vista y de buen olor; tienen la hoja muy menuda. Críase en tierra caliente en lugar alto adonde goce del aire. Algunos dicen que este copalli es mirra probatísima. Volviendo a la ofrenda digo: que toda junta a la tarde la llevaban a los templos de los demonios y hallábanle toda la noche porque les guardase los maizales.
Tititl. Este día y otro con sus noches bailaban todos al demonio, y le sacrificaban muchos cautivos presos en las guerras de los pueblos de muy lejos; que según decían los Mexicanos, algunas provincias tenían cerca de sí de enemigos y de guerra, como Tlaxcallán y Huexotzinco, que más los tenían para ejercitarse en la guerra y tener cerca de donde haber cautivos para sacrificar, que no por pelear y acabarlos; aunque los otros también decían lo mismo de los Mexicanos y que de ellos prendían y sacrificaban tantos, como los otros de ellos. Otras provincias había lejos, donde a tiempos, o una vez en el año, hacían guerra y salían capitanías ordenadas a esto; y de éstas era una la provincia y reino de Michuachapanco, que ahora los Españoles llaman Pánuco: de estos cautivos sacrificaban aquel día, y no de los más cercanos, ni tampoco esclavos. [47]
Capítulo VIII
De la fiesta y sacrificio, que hacían los mercaderes a la diosa de la sal; y de la venida que fingían de su dios; y de cómo los señores iban una vez en el año a los montes, a cazar para ofrecer a sus ídolos.
Los mercaderes hacían una fiesta, no todos juntos sino los de cada provincia por su parte, para la cual procuraban esclavos que sacrificar, los cuales hallaban bien baratos, por ser la tierra muy poblada. En este día morían muchos en los templos que a su parte tenían los mercaderes, en los cuales otras muchas veces hacían grandes sacrificios.
Tenían otros días de fiesta en que todos los señores y principales se ayuntaban de cada provincia en su cabecera a bailar, y vestían una mujer de las insignias de la diosa de la sal, y así vestida bailaba (323) toda la noche, y a la mañana a hora de las nueve sacrificábanla a la misma diosa. En este día echan mucho de aquel incienso en los braseros.
En otra fiesta, algunos días antes aparejaban grandes comidas, según que cada uno podía y le bastaba la pobre hacienda, que ellos muy bien parten, aunque lo ayunen, por no parecer vacíos delante de su dios. Aparejada la comida fingían como día de adviento, y llegado el día llevaban la comida a la casa del demonio, y decían: «Ya viene nuestro dios, ya viene: ya viene nuestro dios, ya viene».
Un día en el año salían los señores, y principales para sacrificar en los templos que había en los montes, y andaban por todas partes cazadores a cazar de todas animalias y aves para sacrificarlas al demonio, [48] así leones y tigres como coyotes, que son unos animalejos entre lobo y raposa, que no son ni bien lobos ni bien raposas, de los cuales hay muchos, y muerden tan bravamente, que ha de ser muy escogido el perro que le matare diente por diente. Cazaban venados, liebres, conejos, codornices, hasta culebras y mariposas, y todo lo traían al señor, y él daba y pagaba a cada uno según lo que traía; primero daba la ropa que trajo vestida, y después otra que tenía allí aparejada para dar, no pagando (324) por vía de precio ni de conciencia, que maldito el escrúpulo que de ello tenían, ni tampoco por paga de los servicios, sino por una liberalidad con la cual pensaban que agradaban mucho al demonio, y luego sacrificaban todo cuanto habían podido haber.
Sin las fiestas ya dichas había otras muchas, y en cada provincia y a cada demonio le servían de su manera, con sacrificios y ayunos y otras diabólicas ofrendas, especialmente en Tlaxcallán, Huexotzinco y Cholollán, que eran señoríos por sí. En todas estas provincias, que son comarcanas y venían de un abolengo, todos adoraban y tenían un dios por más principal, al cual nombraban por tres nombres. Los antiguos que estas provincias poblaron fueron de una generación; pero después que se multiplicaron hicieron señoríos distintos, y hubo entre ellos grandes bandos y guerras. En estas tres provincias se hacían siempre muchos sacrificios y muy crueles, porque como todos estaban cercados de provincias sujetas a México, que eran sus enemigos, y entre sí mismos tenían continuas guerras, había entre ellos hombres pláticos (325) en la guerra, y de buen ánimo y fuerzas, especialmente en Tlaxcallán, que es la mayor de estas provincias, y aun de gente algo más dispuesta, atrevida y guerrera, y es de las enteras y grandes provincias, y más pobladas de la Nueva España, como se dirá adelante. Estos naturales tenían de costumbre en sus guerras (326) de tomar cautivos para sacrificar a sus ídolos, y a esta causa en la batalla arremetían y entraban hasta abrazarse con el que podían, y sacábanle fuera y atábanle cruelmente. En esto se mostraban y señalaban los valientes.
Éstos tenían otras muchas fiestas con grandes ceremonias y crueldades, de las cuales no me acuerdo bien para escribir verdad, aunque [49] moré allí seis años entre ellos, y oí y supe muchas cosas; pero no me informaba para lo haber de escribir.
En Tlaxcallán había muchos señores y personas principales, y mucho ejercicio de guerra, y tenían siempre como gente de guarnición, y todos cuantos prendían, además de muchos esclavos, morían en sacrificio; y lo mismo en Huexotzinco y Cholollán. A esta Cholollán tenían por gran santuario como otra Roma, en la cual había muchos templos del demonio: dijéronme que había más de trescientos y tantos. Yo la vi entera y muy torreada y llena de templos del demonio; pero no los conté. Por lo cual hacían muchas fiestas en el año, y algunos venían de más de cuarenta leguas, y cada provincia tenía sus salas y casas de aposento para las fiestas que se hacían.
Capítulo IX
De los sacrificios que hacían en los ministros Tlamacazques, en especial en Tehuacán, Cozcatlán y Teutitlán; y de los ayunos que tenían.
Demás de los sacrificios y fiestas dichas había otras muchas particulares que se hacían muy continuamente, y en especial aquellos ministros que los Españoles llamaron papas, que éstos se sacrificaban a sí mismos muchas veces de muchas partes del cuerpo, y en algunas fiestas se hacían agujeros en lo alto de las orejas con una navajuela de piedra negra, que la sacaban a la manera de una lanceta de sangrar, y tan aguda y con tan vivos filos: y así muchos Españoles se sangran y sangran a otros con éstas, y cortan muy dulcemente, sino que algunas veces se despuntan, cuando el sangrador no es de los buenos; que acá cada uno procura de saber sangrar y herrar y otros muchos oficios, que en España no se tendrían por honrados de los aprender; aunque por otra parte tienen presunción y fantasía, aunque tienen [50] los Españoles que acá están la mejor y más humilde conversación que puede ser en el mundo. Tornando al propósito, digo: que por aquel agujero que hacían en las orejas y por las lenguas sacaban una caña tan gorda como el dedo de la mano, y tan larga como el brazo: mucha de la gente popular, así hombres como mujeres, sacaban o pasaban por las orejas y por la lengua unas pajas tan gordas como cañas de trigo, y otros unas puntas de maguey, o de metl, que a la fin se dice qué cosa es, y todo lo que así sacaban ensangrentado, y la sangre que podían coger en unos papeles, lo ofrecían delante de los ídolos. En Tehuacán, Teutitlán y en Cozcatlán, que eran provincias de frontera y tenían guerra por muchas partes, también hacían muy crueles sacrificios de cautivos y de esclavos; y en sí mismos los Tlamacazques, o papas mancebos, hacían una cosa de las extrañas y crueles del mundo: que cortaban y hendían el miembro de la generación entre cuero y carne, y hacían tan grande abertura que pasaban por allí una soga tan gruesa como el brazo por la muñeca, y en largor según la devoción del penitente; unas eran de diez brazas, otras de quince y otras de veinte: y si alguno desmayaba de tan cruel desatino, decíanle que aquel poco ánimo era por haber pecado y allegado a mujer; porque éstos que hacían esta locura y desatinado sacrificio eran mancebos por casar, y no era maravilla que desmayasen, pues se sabe que la circuncisión es el mayor dolor que puede ser en el mundo (327). La otra gente del pueblo sacrificábanse de las orejas, y de los brazos, y del pico de la lengua, de que sacaban unas gotas de sangre para ofrecer; y los más devotos, así hombres como mujeres, traían como arpadas las lenguas y las orejas, y hoy día se parece en muchos. En estas tres provincias que digo, los ministros del templo y todos los de sus casas ayunaban cada año ochenta días. También ayunaban sus cuaresmas y ayunos antes de las fiestas del demonio, en especial aquellos papas, con sólo pan de maíz y sal y agua; unas cuaresmas de a diez días, y otras de veinte y de cuarenta; y alguna, como la de Panquetzaliztli en México, era de ochenta días, de que algunos enfermaban y morían, porque el cruel de su dios no les consentía que usasen consigo de misericordia. Llamábanse [51] también estos papas dadores de fuego, porque echaban incienso en lumbre o en brasas con sus incensarios tres veces en el día y tres en la noche. Cuando barrían los templos del demonio era con plumajes en lugar de escobas, y andando para atrás, sin volver las espaldas a los ídolos. Mandaban al pueblo y hasta a los muchachos que ayunasen. A dos, y a cuatro, y a cinco días, y hasta diez días, ayunaba el pueblo. Estos ayunos no eran generales, sino que cada provincia ayunaba a sus dioses segun su devoción y costumbre. Tenía el demonio en ciertos pueblos de la provincia de Tehuacán capellanes perpetuos que siempre velaban y se ocupaban en oraciones, ayunos y sacrificios; y este perpetuo servicio repartíanlo de cuatro en cuatro años, y los capellanes asimismo eran cuatro mancebos que habían de ayunar cuatro años. Entraban en la casa del demonio como quien entra en treintanario (328) cerrado, y daban a cada uno sola una manta de algodón delgada y un maxtlatl, que es como toca de camino con que se ciñen y tapan sus vergüenzas, y no tenían más ropa de noche ni de día, aunque en invierno hace razonable frío las noches; la cama era la dura tierra y la cabecera una piedra. Ayunaban todos aquellos cuatro años, en los cuales se abstenían de carne y de pescado, sal y ají; no comían cada día más de una sola vez a medio día, y era su comida una tortilla, que según señalan sería de dos onzas, y bebían una escudilla de un brebaje que se dice atolli. No comían otra cosa, ni fruta, ni miel, ni cosa dulce, salvo de veinte en veinte días que eran sus días festivales, como nuestro domingo a nosotros. Entonces podían comer de todo lo que tuviesen, y de año en año les daban una vestidura. Su ocupación y morada era estar siempre en la casa y en presencia del demonio; y para velar toda la noche repartíanse de dos en dos. Velaban una noche los dos, sin dormir sueño, y dormían los otros dos, y otra noche los otros dos: ocupábanse cantando al demonio muchos cantares, y a tiempos sacrificábanse y sacábanse sangre de diversas partes del cuerpo, que ofrecían al demonio; y cuatro veces en la noche ofrecían incienso; y de veinte en veinte días hacían este sacrificio: que hecho un agujero en lo alto de las orejas sacaban por allí sesenta cañas, unas gruesas [52] y otras delgadas como dedos; unas largas como el brazo y otras de una brazada; otras como varas de tirar; y todas ensangrentadas poníanlas en un montón delante de los ídolos, las cuales quemaban acabados los cuatro años. Contaban, si no me engaño, diez y ocho veces ochenta, porque cinco días del año no los contaban, sino diez y ocho meses a veinte días cada mes. Si alguno de aquellos ayunadores o capellanes del demonio moría, luego suplían otro en su lugar, y decían que había de haber gran mortandad, y que habían de morir muchos señores; por lo cual todos vivían aquel año muy atemorizados, porque son gente que miran mucho en agüeros. A éstos les aparecía muchas veces el demonio, o ellos lo fingían, y decían al pueblo lo que el demonio les decía, o a ellos se les antojaba, y lo que querían y mandaban los dioses; y lo que más veces decían que veían era una cabeza con largos cabellos. Del ejercicio de estos ayunadores y de sus visiones holgaba mucho de saber el gran señor Moteuczoma, porque le parecía servicio muy especial y acepto a los dioses. Si alguno de estos ayunadores se hallaba que en aquellos cuatro años tuviese ayuntamiento de mujer, ayuntábanse muchos ministros del demonio y mucha gente popular, y sentenciábanle a muerte, la cual le daban de noche y no de día; y delante de todos le achocaban y quebrantaban la cabeza con garrotes, y luego le quemaban y echaban los polvos por el aire, derrarnando la ceniza, de manera que no hubiese memoria de tal hombre; porque aquel hecho en tal tiempo le tenían por enorme y por cosa descomunal, y que nadie había de hablar en ello.
Las cabezas de los que sacrificaban, en especial de los tomados, en guerra, desollábanlas, y si eran señores o principales personas los así presos, desollábanlas con sus cabellos y secábanlas para las guardar. De éstas había muchas al principio; y si no fuera porque tenían algunas barbas, nadie juzgara sino que eran rostros de niños de cinco a seis años, y causábalo estar, como estaban, secas y curadas. Las calaveras ponían en unos palos que tenían levantados a un lado de los templos del demonio, de esta manera: levantaban quince o veinte palos, más y menos, de largo de cuatro o cinco brazas fuera de tierra, y en tierra entraba más de una braza, que eran unas vigas rollizas apartadas unas de otras como seis pies, y todas puestas en hilera, y todas aquellas vigas llenas de agujeros; y tomaban las cabezas horadadas por las sienes, y hacían unos sartales de [53] ellas en otros palos delgados pequeños, y ponían los palos en los agujeros que estaban hechos en las vigas que dije, y así tenían de quinientas en quinientas, y de seiscientas en seiscientas, y en algunas partes de mil en mil calaveras; y en cayéndose alguna de ellas ponían otras, porque valían muy barato; y en tener aquellos tendales muy llenos de aquellas cabezas mostraban ser grandes hombres de guerra y devotos sacrificadores a sus ídolos. Cuando habían de bailar en las fiestas solemnes, pintábanse y tiznábanse de mil maneras; y para esto el día que había baile, por la mañana luego venían pintores y pintoras al tianquizco, que es el mercado, con muchas colores y sus pinceles, y pintaban a los que habían de bailar los rostros, y brazos, y piernas de la manera que ellos querían, o la solemnidad y ceremonia de la fiesta lo requerían: y así embijados y pintados íbanse a vestir de diversas divisas, y algunos se ponían tan feos que parecían demonios: y así servían y festejaban al demonio. De esta manera se pintaban para salir a pelear cuando tenían guerra o había batalla.
A las espaldas de los principales templos había una sala aparte de mujeres, no cerrada, porque no acostumbraban puertas, pero honestas y muy guardadas; las cuales servían en los templos por votos que habían hecho: otras por devoción prometían de servir en aquel lugar un año, o dos, o tres: otras hacían el mismo voto en tiempo de algunas enfermedades: y estas todas eran doncellas vírgenes por la mayor parte, aunque también había algunas viejas, que por su devoción querían allí morir, y acabar sus días en penitencia. Estas viejas eran guardas y maestras de las mozas; y por estar en servicio de los ídolos eran muy miradas las unas y las otras.
En entrando luego las trasquilaban; dormían siempre vestidas por más honestidad y para se hallar más prestas al servicio de los ídolos; dormían en comunidad todas en una sala; su ocupación era hilar y tejer mantas de labores y otras de colores para servicio de los templos. A la media noche iban con sus maestras y echaban incienso en los braseros que estaban delante de los ídolos. En las fiestas principales iban todas en procesión por una banda, y los ministros por la otra, hasta llegar delante los ídolos, en lo bajo al pie de las gradas, y los unos y las otras iban con tanto silencio y recogimiento, que no alzaban los ojos de la tierra ni hablaban palabra. Estas, [54] aunque las más eran pobres, los parientes les daban de comer, y todo lo que habían menester para hacer mantas, y para hacer comida que luego por la mañana ofrecían caliente, así sus tortillas de pan como gallinas guisadas en unas como cazuelas pequeñas, y aquel calor o vaho decían que recibían los ídolos, y lo otro los ministros (329). Tenían una como maestra o madre que a tiempo las congregaba y hacía capítulo, como hace la abadesa a sus monjas, y a las que hallaba negligentes penitenciaba; por esto algunos Españoles las llamaron monjas, y si alguna se reía (330) con algún varón dábanla gran penitencia; y si se hallaba alguna ser conocida de varón, averiguada la verdad a entrambos mataban. Ayunaban todo el tiempo que allí estaban, comiendo a medio día, y a la noche su colación. Las fiestas que no ayunaban comían carne. Tenían su parte que barrían de los patios bajos, delante los templos; lo alto siempre lo barrían los ministros, en algunas partes con plumajes de precio y sin volver las espaldas, como dicho es.
Todas estas mujeres estaban aquí sirviendo al demonio por sus propios intereses: las unas porque el demonio les hiciese mercedes (331): las otras porque les diese larga vida; otras por ser ricas; otras por ser buenas hilanderas y tejedoras de mantas ricas. Si alguna cometía pecado de la carne estando en el templo, aunque más secretamente fuese, creía que sus carnes se habían de podrecer, y hacían penitencia porque el demonio encubriese su pecado. En algunas fiestas bailaban delante de los ídolos muy honestamente. [55]
Capítulo X
De una muy gran fiesta que hacían en Tlaxcallán, de muchas ceremonías y sacrificios (332).
Después de lo arriba escrito vine a morar en esta casa de Tlaxcallán, y preguntando y inquiriendo de sus fiestas, me dijeron de una notable crueldad, la cual aquí contaré.
Hacíase (333) en esta ciudad de Tlaxcallán, entre (334) otras muchas fiestas, una al principal demonio que ellos adoraban, la cual se hacía al principio del mes de Marzo cada año; porque la que se hacía de cuatro en cuatro años era la fiesta solemne para toda la provincia; mas esta otra que se hacía llamábanla año de dios. Llegado el año levantábase el más antiguo ministro o Tlamacazque que en estas provincias de Tlaxcallán, Huexotzinco y Cholollán había, y predicaba y amonestaba a todos, y decíales: «Hijos míos: ya es llegado el año de nuestro dios y señor; esforzaos a le servir y hacer penitencia; y el que se sintiere flaco para ello, sálgase dentro de los cinco días; y si se saliere a los diez y dejare la penitencia, será tenido por indigno de la casa de dios, y de la compaña de sus servidores, y será privado (335), y tomarle han todo cuanto tuviese en su casa». Llegado el quinto día tornábase a levantar el mismo viejo en medio de [56] todos los otros ministros, y decía: «¿Están aquí todos?». Y respondían «sí». (O faltaba uno o dos, que pocas veces faltaban). «Pues, ahora todos de buen corazón comencemos la fiesta de nuestro señor». Y luego iban todos a una gran sierra que está de esta ciudad cuatro leguas, y las dos de una trabajosa subida, y en lo alto, un poco antes de llegar a la cumbre, quedábanse allí todos orando, y el viejo subía arriba, adonde estaba un templo de la diosa Matlalcueye, y ofrecía allí unas piedras, que eran como género de esmeraldas, y plumas verdes grandes, de que se hacen buenos plumajes, y ofrecía mucho papel e incienso de la tierra, rogando por aquella ofrenda al señor su dios y a la diosa su mujer, que les diese esfuerzo para comenzar su ayuno y acabarle con salud, y fuerzas para hacer penitencia. Hecha esta oración volvíanse para sus compañeros, y todos juntos se volvían para la ciudad. Luego venían otros menores servidores de los templos, que estaban repartidos por la tierra sirviendo en otros templos, y traían muchas cargas de palos, tan largos como el brazo y tan gruesos como la muñeca, y poníanlos en el principal templo; y dábanles muy bien de comer, y venían muchos carpinteros, que habían rezado y ayunado cinco días, y aderezaban y labraban aquellos palos; y acabados de aderezar fuera de los templos (336), dábanles de comer, e idos aquellos venían los maestros que sacaban las navajas, también ayunados y rezados, y sacaban muchas navajas con que se habían de abrir las lenguas; y así como sacaban las navajas poníanlas sobre una manta limpia, y si alguna se quebraba al sacar, decíanles que no habían ayunado bien. Nadie que no vea como se sacan estas navajas podrá bien entender cómo las sacan, y es de esta manera: primero sacan una piedra de navajas, que son negras como azabache, y puesta tan larga como un palmo, o algo menos, hácenla rolliza y tan gruesa como la pantorrilla de la pierna, y ponen la piedra entre los pies y con un palo hacen fuerza a los cantos de la piedra, y a cada empujón que dan salta una navajuela delgada con sus filos como de navaja; y sacarán de una piedra más de doscientas navajas, y a vueltas algunas lancetas para sangrar; y puestas las navajas en una manta limpia, perfumábanlas con su incienso, y cuando el sol se acababa de poner, todos los ministros allí [57] juntos, cuatro de ellos cantaban a las navajas con cantares del demonio, tañendo con sus atabales; y ya que habían cantado un rato, callaban aquellos y los atabales, y los mismos sin atabales cantaban otro cantar muy triste, y procuraban devoción y lloraban (337); creo que era lo que luego habían de padecer. Acabado aquel segundo cantar estaban todos los ministros aparejados, y luego un maestro bien diestro como cirujano horadaba las lenguas de todos por medio, hecho un buen agujero con aquellas navajas benditas; y luego aquel viejo y más principal ministro sacaba por su lengua de aquella vez cuatrocientos y cinco palos, de aquellos que los carpinteros ayunados y con oraciones habían labrado; los otros ministros antiguos y de ánimo fuerte, sacaban otros cada cuatrocientos cinco palos, que algunos eran tan gruesos como el dedo pulgar de la mano, y otros algo más gruesos; otros había de tanto grueso como puede abrazar el dedo pulgar y el que está par dispuestos en redondo (338); otros más mozos sacaban doscientos, como quien no dice nada. Esto se hacía la noche que comenzaba el ayuno de la gran fiesta, que era ciento sesenta días antes de su pascua. Acabada aquella colación de haber pagado los palos, aquel viejo cantaba que apenas podía menear la lengua; mas pensando que hacía gran servicio a dios esforzábase cuanto podía. Entonces ayunaban de un tirón ochenta días, y de veinte en veinte días sacaba cada uno por su lengua otros tantos palos, hasta que se cumplían los ochenta días, en fin de los cuales tornaban un ramo pequeño y poníanle en el patio adonde todos le viesen, el cual era señal que todos habían de comenzar el ayuno; y luego llevaban todos los palos que habían sacado por las lenguas, así ensangrentados, y ofrecíanlos delante del ídolo, e hincaban diez o doce varas de cada cinco o seis brazas de manera que en el medio pudiesen poner los palos de su sacrificio; los cuales eran muchos por ser los ministros muchos. Los otros ochenta días que quedaban hasta la fiesta ayunábanlos todos, así señores como todo el pueblo, hombres y mujeres; y en este ayuno no comían ají, que es uno de sus principales mantenimientos, y de que siempre usan comer en toda esta tierra y en todas las islas. También dejaban de bañarse, que entre ellos es cosa muy usada; asimismo se abstenían de sus propias mujeres; pero los que alcanzaban carne podíanla [58] comer, especialmente los hombres. El ayuno de todo el pueblo comenzaba ochenta días antes de la fiesta, y en todo este tiempo no se había de matar el fuego, ni había de faltar en casa de los señores principales de día ni de noche; y si había descuido, el señor de la casa adonde faltaba el fuego mataba un esclavo y echaba la sangre de él en el brasero o fogar do el fuego se había muerto. En los otros ochenta días, de veinte en veinte días, aquella devota gente, porque la lengua no pudiese mucho murmurar, sacaban por sus lenguas otros palillos de a jeme y del gordor de un cañon de pato; y esto se hacía con gran cantar de los sacerdotes; y cada día de éstos iba el viejo de noche a la sierra ya dicha y ofrecía al demonio mucho papel, y copalli, y codornices, y no iban con él sino cuatro o cinco, que los otros, que eran más de doscientos, quedaban en las salas y servicio del demonio ocupados, y los que iban a la sierra no paraban ni descansaban hasta volver a casa. En estos días del ayuno salía aquel ministro viejo a los pueblos de la comarca, como a su beneficio, a pedir el hornazo (339), y llevaba un ramo en la mano, e iba en casa de los señores y ofrecíanle mucha comida y mantas, y él dejaba la comida y llevábase las mantas.
Antes del día de la fiesta, cuatro o cinco días, ataviaban y aderezaban los templos, y encalábanlos y limpiábanlos; y el tercero día antes de la fiesta, los ministros pintábanse todos, unos de negro, otros de colorado, otros de blanco, verde, azul, amarillo; y así pintados, a las espaldas de la casa o templo principal bailaban un día entero. Luego ataviaban la estatua de aquel su demonio, la cual era de tres estados de altura, cosa muy disforme y espantosa; tenían también un ídolo pequeño, que decían haber venido con los viejos antiguos que poblaron esta tierra y provincia de Tlaxcallán: este ídolo ponían junto a la grande estatua, y teníanle tanta reverencia y temor que no le osaban mirar; y aunque le sacrificaban codornices, era tanto el acatamiento que le tenían que no osaban alzar los ojos a mirarle. Asimismo ponían a la grande estatua una máscara, la cual decían que había venido con el ídolo pequeño, de un pueblo que se dice Tollán, y de otro que se dice Poyauhtlán, de donde se [59] afirma que fue natural el mismo ídolo. En la vigilia de la fiesta tornaban a ofrecerle: primeramente ponían a aquel grande ídolo en el brazo izquierdo una rodela muy galana de oro y pluma, y en la mano derecha una muy larga y gran saeta; el casquillo era de piedra de pedernal del tamaño de un hierro de lanza, y ofrecíanle también muchas mantas y xicoles, que es una manera de ropa como capa sin capilla, y al mismo ídolo vestían una ropa larga abierta a manera de loba (340) de clérigo español, y el ruedo de algodón teñido (341) en hilo y de pelo de conejo, hilado y teñido como seda. Luego entraba la ofrenda de la comida, que era muchos conejos y codornices y culebras, langostas y mariposas, y otras cosas que vuelan en el campo. Toda esta caza se la ofrecían viva, y puesta delante se la sacrificaban. Después de esto a la media noche venía uno de los que allí servían vestido con las insignias del demonio y sacábales lumbre nueva, y esto hecho sacrificaban uno de los más principales que tenían para aquella fiesta; a este muerto llamaban hijo del sol. Después comenzaba el sacrificio y muertes de los presos en la guerra a honra de aquel gran ídolo; y a la vuelta nombraban otros dioses por manera de conmemoración, a los cuales ofrecían algunos de los que sacrificaban; y porque ya está dicha la manera del sacrificar, no diré aquí sino el número de los que sacrificaban. En aquel templo de aquel grande ídolo que se llamaba Camaxtli, que es en un barrio llamado Ocotelolco, mataban cuatrocientos y cinco, y en otro barrio que está de allí media legua, una gran cuesta arriba, mataban otros cincuenta o sesenta; y en otras veinte y ocho partes de esta provincia, en cada pueblo según que era; de manera que llegaba el número de los que en este día sacrificaban, a ochocientos hombres en sola la ciudad y provincia de Tlaxcallán; después llevaba cada uno los muertos que había traído vivos al sacrificio, dejando alguna parte de aquella carne humana a los ministros, y entonces todos comenzaban a comer ají con aquella carne humana, que había cerca de medio año que no lo comían. [60]
Capítulo XI
De las otras fiestas que se hacían en la provincia de Tlaxcallán, y de la fiesta que hacían los Chololtecas a su dios; y porqué los templos se llamaron teocallis.
En el mismo dicho día morían sacrificados otros muchos de las provincias de Huexotzinco, Tepeyacac y Zacatlán, porque en todas honraban a aquel ídolo grande Camaxtli por principal dios; y esto hacían casi con las mismas ceremonias que los Tlaxcaltecas, salvo que en ninguna sacrificaban tantos ni tan gran multitud como en esta provincia, por ser mayor y de mucha más gente de guerra, y ser más animosos y esforzados para matar y prender los enemigos; que me dicen que había hombre que los muertos y presos por su persona pasaban de ciento, y otros de ochenta, y cincuenta, todos tomados y guardados para sacrificarlos. Pasado aquel nefando día, el día siguiente tornaban a hacer conmemoración, y le sacrificaban otros quince o veinte cautivos. Tenían asimismo otras muchas fiestas, y en especial el postrero día de los meses, que era de veinte en veinte días; y éstas hacían con diversas ceremonias y homicidios (342), semejables a los que hacían en las otras provincias de México; y en esto también excedía esta provincia a las otras, en matar y sacrificar por año más niños y niñas que en otra parte; en lo que hasta ahora he alcanzado, estos inocentes niños los mataban y sacrificaban al dios del agua.
En otra fiesta levantaban un hombre atado en una cruz muy alta, y allí le asaeteaban. En otra fiesta ataban otro hombre más bajo, y con varas de palo de encina del largo de una braza, con las puntas [61] muy agudas, le mataban agarrocheándole como a toro; y casi estas mismas ceremonias y sacrificios usaban en las provincias de Huexotzinco, Tepeyacac y Zacatlán en las principales fiestas, porque todos tenían por el mayor de sus dioses a Camaxtli, que era la grande estatua que tengo dicha.
Aquí en Tlaxcallán un otro día de una fiesta desollaban dos mujeres, después de sacrificadas, y vestíanse los cueros de ellas dos mancebos de aquellos sacerdotes o ministros, buenos corredores; y así vestidos andaban por el patio y por el pueblo tras los señores y personas principales, que en esta fiesta vestían mantas buenas y limpias, y corrían en pos de ellos, y al que alcanzaban tomábanle sus mantos, y así con este juego se acababa esta fiesta.
Entre otras muchas fiestas que en Cholollán por el año hacían, hacían una de cuatro en cuatro años que llamaban el año de su dios o demonio, comenzando ochenta días antes el ayuno de la fiesta. El principal Tlamacazque o ministro ayunaba cuatro días, sin comer ni beber cada día más de una tortica tan pequeña y tan delgada que aun para colación era poca cosa, que no pesaría más que una onza, y bebía un poco de agua con ella; y en aquellos cuatro días iba aquel solo a demandar el ayuda y favor de los dioses, para poder ayunar y celebrar la fiesta de su dios. El ayuno y lo que hacían en aquellos ochenta días era muy diferente de los otros ayunos; porque el día que comenzaba el ayuno íbanse todos los ministros y oficiales de la casa del demonio, los cuales eran muchos, y entrábanse en las casas y aposentos que estaban en los patios y delante de los templos, y a cada uno daban un incensario de barro con su incienso, y puntas de maguey, que punzan como alfileres gordos, y dábanles también tizne, y sentábanse todos por orden arrimados a la pared, y de allí ninguno se levantaba más de para hacer sus necesidades; y así sentados habían de velar en los sesenta días primeros, pues no dormían más de a prima noche hasta espacio de dos horas, y después velaban toda la noche hasta que salía el sol, y entonces tornaban a dormir otra hora; todo el otro tiempo velaban y ofrecían incienso, echando brasas en aquellos incensarios todos juntos a una: esto hacían muchas veces, así de día como de noche. A la media noche (343) todos [62] se bañaban y lavaban, y luego con aquel tizne se tornaban a entiznar y parar negros; también en aquellos días se sacrificaban muy a menudo de las orejas con aquellas puntas de maguey, y siempre les daban algunas de ellas para que tuviesen, así para se sacrificar como para se despertar; y si algunos cabeceaban de sueño, había guardas que los andaban despertando, y decíanles: «Ves aquí con que te despiertes y saques sangre, y así no te dormirás. Y no les cumplía hacer otra cosa, porque, al que se dormía fuera del tiempo señalado, venían otros y sacrificábanle las orejas cruelmente, y echábanle la sangre sobre la cabeza, y quebrábanle el incensario, como indigno de ofrecer incienso a dios, y tomábanle las mantas y echábanlas en la privada, y decíanle, «que porque había mal ayunado y dormídose en el ayuno de su dios, que aquel año se le había de morir algún hijo o hija» y si no tenía hijos decíanle: «que se le había de morir alguna persona de quien le pesase mucho». En este tiempo ninguno había de salir fuera, porque estaban como en treintanario cerrado, ni se echaban para dormir, sino asentados dormían; y pasados los sesenta días con aquella aspereza y trabajo intolerable, los otros veinte días no se sacrificaban tan a menudo y dormían algo más. Dicen los ayunantes que padecían grande trabajo en resistir el sueño, y que en no se echar estaban muy penadísimos (344). El día de la fiesta por la mañana íbanse todos los ministros a sus casas, y teníanles hechas mantas nuevas muy pintadas, con que todos volvían al templo, y allí se regocijaban como en pascua. Otras muchas ceremonias guardaban, que por evitar prolijidad las dejo de decir: basta saber las crueldades que el demonio en esta tierra usaba, y el trabajo con que les hacía pasar la vida a los pobres Indios, y al fin para llevarlos a perpetuas penas. [63]
Capítulo XII
De la forma y manera de los teocallis, y de su muchedumbre, y de uno que había más principal.
La manera de los templos de esta tierra de Anáhuac, o Nueva España, nunca fue vista ni oída, así de su grandeza y labor, como de todo lo demás; y la cosa que mucho sube en altura también requiere tener gran cimiento; y de esta manera eran los templos y altares de esta tierra, de los cuales había infinitos, de los que se hace aquí memoria para los que a esta tierra vinieren de aquí en adelante, que lo sepan, porque ya va casi pereciendo la memoria de todos ellos. Llámanse estos templos teocallis, y hallamos en toda esta tierra, que en lo mejor del pueblo hacían un gran patio cuadrado; en los grandes pueblos tenía de esquina a esquina un tiro de ballesta, y en los menores pueblos eran menores los patios. Este patio cercábanle de pared, y muchos de ellos eran almenados; guardaban, sus puertas a las calles y caminos principales, que todos los hacían que fuesen a dar al patio; y por honrar más sus templos sacaban los caminos muy derechos por cordel, de una y de dos leguas, que era cosa harto de ver desde lo alto del principal templo, cómo venían de todos los pueblos menores y barrios los caminos muy derechos, y iban a dar al patio de los teocallis. En lo más eminente de este patio había una gran cepa cuadrada y esquinada, que para escribir esto medí una de un pueblo mediano que se dice Tenanyocán, y hallé que tenía cuarenta (345) brazas de esquina a esquina, lo cual todo henchían de pared maciza, y por la parte de fuera iba su pared de piedra: [64] lo de dentro henchíanlo de piedra todo, o de barro y adobe; otros de tierra bien tapiada; y como la obra iba subiendo, íbanse metiendo adentro, y de braza y media o de dos brazas en alto iban haciendo y guardando unos relejes metiéndose adentro, porque no labraban a nivel; y por más firme labraban siempre para adentro, esto es, el cimiento ancho, y yendo subiendo la pared iba enangostando; de manera que cuando iban en lo alto del teocalli habían enangostádose y metídose para adentro, así por los relejes como por la pared, hasta siete y ocho brazas de cada parte; quedaba la cepa en lo alto de treinta y cuatro a treinta y cinco brazas. A la parte de occidente dejaban sus gradas y subida, y arriba en lo alto hacían dos altares grandes allegándolos hacia oriente, que no quedaba más espacio detrás de cuanto se podía andar; el uno de los altares a mano derecha, y el otro a mano izquierda, que cada uno por sí tenía sus paredes y casa cubierta como capilla. En los grandes teocallis tenían dos altares, y en los otros uno, y cada uno de estos altares tenía sus sobrados; los grandes tenían tres sobrados encima de los altares, todos de terrados y (346) bien altos, y la cepa también era muy alta, de modo que parecíanse desde muy lejos. Cada capilla de éstas se andaba a la redonda y tenía sus paredes por sí. Delante de estos altares dejaban grande espacio, adonde se hacían los sacrilegios, y sola aquella cepa era tan alta como una gran torre, sin los sobrados que cubrían los altares. Tenía el teocalli de México, según me han dicho algunos que lo vieron, más de cien gradas; yo bien las vi y las conté más de una vez, mas no me acuerdo. El de Tetzcoco tenía cinco o seis gradas más que el de México. La capilla de San Francisco en México, que es de bóveda y razonable de alta, subiendo encima y mirando a México, hacíale mucha ventaja el templo del demonio en altura, y era muy de ver desde allí a toda México y a los pueblos de a la redonda.
En los mismos patios de los pueblos principales había otros cada doce o quince teocallis harto grandes, unos mayores que otros; pero no allegaban al principal con mucho. Unos TENÍAN el rostro y gradas hacia otros, otros las tenían a oriente, otros a mediodía, y en cada uno de éstos no había más de un altar con su capilla, y para cada [65] uno había sus salas y aposentos adonde estaban aquellos Tlamacazques o ministros, que eran muchos, y los que servían de traer agua y leña; porque delante de todos estos altares había braseros que toda la noche ardían, y en las salas también tenían sus fuegos. Tenían todos aquellos teocallis muy blancos, y bruñidos, y limpios, y en algunos había huertecillos con flores y árboles. Había en todos los más de estos grandes patios un otro templo, que después de levantada aquella cepa cuadrada, hecho su altar, cubríanlo con una pared redonda, alta y cubierta con su chapitel; éste era del dios del aire, del cual dijimos tener su principal silla en Cholollán, y en toda esta provincia había muchos de éstos. A este dios del aire llamaban en su lengua Quetzalcoatl, y decían que era hijo de aquel dios de la grande estatua y natural de Tollán, y que de allí había salido a edificar ciertas provincias adonde desapareció y siempre esperaban que había de volver; y cuando aparecieron los navíos del marqués del Valle Don Hernando Cortés, que esta Nueva España conquistó, viéndolos venir a la vela de lejos, decían que ya venía su dios; y por las velas blancas y altas decían que traía por la mar teocallis; mas cuando después desembarcaron decían que no era su dios sino que eran muchos dioses.
No se contentaba el demonio con los teocallis ya dichos, sino que en cada pueblo y en cada barrio, y a cuarto de legua, tenían otros patios pequeños adonde había tres o cuatro teocallis, y en algunos más, en otras partes sólo uno, y en cada mogote o cerrejón uno o dos; y por los caminos y entre los maizales había otros muchos pequeños, y todos estaban blancos y encalados, que parecían y abultaban mucho, que en la tierra bien poblada parecía que todo estaba lleno de casas, en especial de los patios del demonio, que eran muy de ver, y había harto que mirar entrando dentro de ellos, y sobre todos hacían ventaja los de Tetzcoco y México.
Los Chololtecas comenzaron un teocalli extremadísimo de grande, que sólo la cepa de él que ahora parece tendrá de esquina a esquina un buen tiro de ballesta, y desde el pie a lo alto ha de ser buena la ballesta que echase un pasador (347); y aun los Indios naturales de Cholollán [66] señalan que tenía de cepa mucho más, y que era mucho más alto que ahora parece; el cual comenzaron para le hacer más alto que la más alta sierra de esta tierra, aunque están a vista las más altas sierras que hay en toda la Nueva España, que son el volcán y la sierra blanca, que siempre tiene nieve. Y como éstos porfiasen a salir con su locura, confundiolos Dios, como a los que edificaban la torre de Babel, con una gran piedra, que en figura de sapo cayó con una terrible tempestad que sobre aquel lugar vino; y desde allí cesaron de mas labrar en él. Y hoy día es tan de ver este edificio, que si no pareciese la obra ser de piedra y barro, y a partes de cal y canto, y de adobes, nadie creería sino que era alguna sierra pequeña. Andan en él muchos conejos y víboras, y en algunas partes están sementeras de maizales. En lo alto estaba un teocalli viejo pequeño, y desbaratáronle, y pusieron en su lugar una cruz alta, la cual quebró un rayo, y tornando a poner otra, y otra, también las quebró; y a la tercera yo fuí presente, que fue el año pasado de 1535; por lo cual descopetaron y cavaron mucho de lo alto, adonde hallaron muchos ídolos e idolatrías ofrecidas al demonio (348); y por ello yo confundía a los Indios diciendo: que por los pecados en aquel lugar cometidos no quería Dios que allí estuviese su cruz. Después pusieron allí una gran campana bendita, y no han venido más tempestades ni rayos después que la pusieron (349).
Aunque los Españoles conquistaron esta tierra por armas, en la cual conquista Dios mostró muchas maravillas en ser guiada (350) de tan pocos una tan gran tierra, teniendo los naturales muchas armas, así ofensivas como defensivas; y aunque los Españoles quemaron algunos templos del demonio y quebrantaron algunos ídolos, fue [67] muy poca cosa en comparación de los que quedaron; y por esto ha mostrado Dios más su potencia en haber conservado esta tierra con tan poca gente como fueron los Españoles; porque muchas veces que los naturales han tenido tiempo para tornar a cobrar su tierra con mucho aparejo y facilidad, Dios les ha cegado el entendimiento, y otras veces que para esto han estado todos ligados y unidos, y todos los naturales uniformes, Dios maravillosamente ha desbaratado su consejo; y si Dios permitiera que lo comenzaran, fácilmente pudieran salir con ello, por ser todos a una y estar muy conformes, y por tener muchas armas de Castilla; que cuando la tierra en el principio se conquistó había en ella mucha división y estaban unos contra otros, porque estaban divididos, los Mexicanos a una parte contra los de Michuacán, y los Tlaxcaltecas contra los Mexicanos, y a otra parte los Huaxtecas de Pango o Pánuco; pero ya que Dios los trajo al gremio de su Iglesia y los sujetó a la obediencia del rey de España, él traerá los demás que faltan, y no permitirá que en esta tierra se pierdan y condenen más ánimas, ni haya más idolatrías.
Los tres años primeros o cuatro después que se ganó México, sólo en el monasterio de San Francisco había Sacramento, y después el segundo lugar en que se puso fue en Tetzcoco; y así como se iban haciendo las iglesias de los monasterios, iban poniendo el Santísimo Sacramento y cesando las apariciones e ilusiones del demonio, que antes muchas veces aparecía, engañaba y espantaba a muchos, y los traía en mil maneras de errores, diciendo a los Indios «que porqué no le servían y adoraban como solían, pues era su dios, y que los cristianos presto se habían de volver a su tierra»; y a esta causa los primeros años siempre tuvieron creído y esperaban su huida, y de cierto pensaban que los Españoles no estaban de asiento, por lo que el demonio les decía. Otras veces les decía el demonio que aquel año quería matar a los cristianos, y como no lo podía hacer, decíales que se levantasen contra los Españoles y que les ayudaría; y a esta causa se movieron algunos pueblos y provincias, y les costó caro, porque luego iban los Españoles sobre ellos con los Indios que tenían por amigos, y los destruían y hacían esclavos. Otras veces les decía el demonio que no les había de dar agua ni llover, porque le tenían enojado; y en esto se parecía más claramente su mentira y falsedad, porque nunca tanto ha llovido, ni tan buenos temporales [68] han tenido como después que se puso el Santísimo Sacramento en esta tierra, porque antes tenían muchos años estériles y trabajosos; por lo cual conocido de los Indios, está esta tierra en tanta serenidad y paz, como si nunca en ella se hubiera invocado el demonio. Los naturales es de ver con cuánta quietud gozan de sus haciendas, y con cuánta solemnidad y alegría se trata el Santísimo Sacramento, y las solemnes fiestas que para esto se hacen, ayuntando los más sacerdotes que se pueden haber y los mejores ornamentos; el pueblo adonde de nuevo se pone Sacramento, convida y hace mucha fiesta a los otros pueblos sus vecinos y amigos, y unos a otros se animan y despiertan para el servicio del verdadero Dios nuestro.
Pónese el Santísimo Sacramento reverente y devotamente en sus custodias bien hechas de plata, y demás de esto los sagrarios ataviados de dentro y de fuera muy graciosamente con labores muy lucidas de oro y pluma, que de esta obra en esta tierra hay muy primos maestros, tanto que en España y en Italia los tendrían por muy primos, y los estarían mirando la boca abierta, como lo hacen los que nuevamente acá vienen; y si alguna de estas obras ha ido a España imperfecta y con figuras feas, halo causado la imperfección de los pintores que sacan primero la muestra o dibujo, y después el amantecatl, que así se llama el maestro de esta obra que asienta la pluma; y de este nombre tomaron los Españoles de llamar a todos los oficiales amantecas; más propiamente no pertenece sino a éstos de la pluma, que los otros oficiales cada uno tiene su nombre; y si a estos amantecas les dan buena muestra de pincel, tal sacan su obra de pluma; y como ya los pintores se han perfeccionado, hacen muy hermosas y perfectas imágenes y dibujos de pluma y oro. Las iglesias atavían muy bien, y cada día se van más esmerando; y los templos que primero se hicieron pequeños y no bien hechos, se van enmendando y haciendo grandes; y sobre todo el relicario del Santísimo Sacramento hacen tan pulido y rico, que sobrepuja a los de España; y aunque los Indios casi todos son pobres, los señores dan liberalmente de lo que tienen para ataviar adonde se tiene de poner el Corpus Christi, y los que no tienen entre todos lo reparten y lo buscan de su trabajo. [69]
Capítulo XIII
De cómo celebran las pascuas y las otras fiestas del año, y de diversas ceremonias que tienen.
Celebran las fiestas y pascuas del Señor y de Nuestra Señora, y de las advocaciones principales de sus pueblos, con mucho regocijo y solemnidad. Adornan sus iglesias muy pulidamente con los paramentos que pueden haber, y lo que les falta de tapicería suplen con muchos ramos, flores, espadañas, juncia que echan por el suelo, yerbabuena, que en esta tierra se ha multiplicado cosa increíble, y por donde tiene de pasar la procesión hacen muchos arcos triunfales hechos de rosas, con muchas labores y lazos de las mismas flores; y hacen muchas piñas de flores, cosa muy de ver, y por esto hacen todos en esta tierra mucho por tener jardines con rosas, y no las teniendo ha acontecido enviar por ellas diez y doce leguas a los pueblos de tierra caliente, que casi siempre las hay, y son de muy suave olor. Los Indios señores y principales, ataviados y vestidos de sus camisas blancas y mantas, labradas con plumajes, y con pidas de rosas en las manos, bailan y dicen cantares en su lengua, de las fiestas que se celebran, que los frailes se los han traducido, y los maestros de sus cantares los han puesto a su modo a manera de metro, que son graciosos y bien entonados; y estos bailes y cantos comienzan a media noche en muchas partes, y tienen muchas lumbres en sus patios, que en esta tierra los patios son muy grandes y muy gentiles, porque la gente es mucha, y no caben en las iglesias, y por eso tienen su capilla fuera en los patios, porque todos oigan misa todos los domingos y fiestas, y las iglesias sirven para entre semana: y después también cantan mucha parte del día sin se les hacer mucho trabajo ni pesadumbre. Todo [70] el camino que tiene de andar la procesión tienen enramado de una parte y de otra, aunque haya de ir un tiro o dos de ballesta, y el suelo cubierto de espadaña y de juncia y de hojas de árboles y rosas, de muchas maneras, y a trechos puestos sus altares muy bien aderezados.
La noche de Navidad ponen muchas lumbres en los patios de las iglesias y en los terrados de sus casas, y como son muchas las casas de azotea, y van las casas una legua, y dos, y más, parecen de noche un cielo estrellado: y generalmente cantan y tañen atabales y campanas, que ya en esta tierra han hecho muchas QUE ponen mucha devoción y dan alegría a todo el pueblo, y a los Españoles mucho más. Los Indios en esta noche vienen a los oficios divinos y oyen sus tres misas, y los que no caben en la iglesia por eso no se van, sino que delante de la puerta y en el patio rezan y hacen lo mismo que si estuviesen dentro: y a este propósito contaré una cosa que cuando la vi, por una parte me hacia reír y por otra me puso admiración; y es que entrando yo un día en una iglesia algo lejos de nuestra casa, hallé que aquel barrio o pueblo se había ayuntado, y poco antes habían tañido su campana cómo y al tiempo que en otras partes tañen a misa; y dichas las horas de Nuestra Señora, luego dijeron su doctrina cristiana, y después cantaron su Pater Noster y Ave María, y tañendo como a la ofrenda rezaron todos bajo; luego tañeron como a los Santos, y herían los pechos ante la imagen del Crucifijo, y decían que oían misa con el ánima y con el deseo, porque no tenían quien se la dijese.
La fiesta de los Reyes también la regocijan mucho, porque les parece propia fiesta suya; y muchas veces este día representan el auto del ofrecimiento de los Reyes al Niño Jesús, y traen la estrella de muy lejos, porque para hacer cordeles y tirarla no han menester ir a buscar maestros, que todos estos Indios, chicos y grandes, saben torcer cordel. Y en la iglesia tienen a Nuestra Señora con su precioso Hijo en el pesebre, delante el cual aquel día ofrecen cera, y de su incienso, y palomas, y codornices, y otras aves que para aquel día buscan, y siempre hasta ahora va creciendo en ellos la devoción de este día.
En la fiesta de la Purificación o Candelaria traen sus candelas a bendecir, y después que con ellas han cantado y andado la procesión, [71] tienen en mucho lo que les sobra, y guárdanlo para sus enfermedades, y para truenos y rayos; porque tienen gran devoción con Nuestra Señora, y por ser benditas en su santo día las guardan mucho.
En el Domingo de Ramos enraman todas sus iglesias, y más adonde se han de bendecir los ramos, y adonde se tiene de decir la misa; y por la muchedumbre de la gente que viene, que apenas bastarían muchas cargas de ramos, aunque a cada uno no se le diese sino un pequeñito, y también por el gran peligro de dar los ramos y tornarlos, en especial en las grandes provincias, que se ahogarían algunos, aunque se diesen los ramos por muchas partes, que todo se ha probado, y el mejor remedio ha parecido bendecir los ramos en las manos; y es muy de ver las diferentes divisas que traen en sus ramos; muchos traen encima de sus ramos unas cruces hechas de flores, y éstas son de mil maneras y de muchos colores; otros traen en los ramos engeridas rosas y flores de muchas maneras y colores, y como los ramos son verdes y los traen alzados en las manos, parece una floresta. Por el camino tienen puestos árboles grandes, y en algunas partes que ellos mismos están nacidos; allí suben los niños, y unos cortan ramos y los echan por el camino al tiempo que pasan las cruces, otros encima de los árboles cantan, otros muchos van echando sus ropas y mantas en el camino, y éstas son tantas que casi siempre van las cruces y los ministros sobre mantas; y los ramos benditos tienen mucho cuidado de guardarlos, y un día o dos antes del Miércoles de Ceniza llévanlos todos a la puerta de la iglesia, y como son muchos hacen un rimero (351) de ellos, que hay hartos para hacer ceniza para bendecir. Esta ceniza reciben muchos de ellos con devoción el primero día de cuaresma, en la cual muchos se abstienen de sus mujeres, y en algunas partes aquel día se visten los hombres y mujeres de negro. El Jueves Santo con los otros dos días siguientes vienen a los oficios divinos, y a la noche hacen la disciplina; todos, así hombres como mujeres, son confrades de la cruz, y no sólo esta noche más todos los viernes del año, y en cuaresma tres días en la semana, hacen la disciplina en sus iglesias, los hombres a una parte y las mujeres a otra, antes que [72] toquen el Ave María, y muchos días de la cuaresma después de anochecido. Y cuando tienen falta de agua, o enfermedad, o por cualquiera otra necesidad, con sus cruces y lumbres se van de una iglesia a otra disciplinando; pero la del Jueves Santo es muy de ver aquí en México, la de los Españoles a una parte y la de los Indios a otra, que son innumerables: en una parte son cinco o seis mil, y en otra diez y doce mil, y al parecer de Españoles en Tetzcoco y en Tlaxcallán parecen quince o veinte mil; aunque la gente puesta en procesión parece más de lo que es. Verdad es que van en siete u ocho órdenes, y van hombres y mujeres y muchachos, cojos y mancos; y entre otros cojos este año vi uno que era cosa para notar, porque tenía secas ambas piernas de las rodillas abajo, y con las rodillas y la mano derecha en tierra siempre ayudándose, con la otra se iba disciplinando, que en solo andar ayudándose con ambas manos tenía bien que hacer. Unos se disciplinan con disciplinas de alambre (352), otros de cordel, que no escuecen menos. Llevan muchas hachas bien atadas de tea de pino, que dan mucha lumbre. Su procesión y disciplina es de mucho ejemplo y edificación a los Españoles que se hallan presentes, tanto que o se disciplinan con ellos, o toman la cruz o lumbre para alumbrarlos, y muchos Españoles he visto ir llorando, y todos ellos van cantando el Pater Noster y Ave María, Credo y Salve Regina, que muchos de ellos por todas partes lo saben cantar. El refrigerio que tienen para después de la disciplina es lavarse con agua caliente y con ají.
Los días de los Apóstoles celebran con alegría, y el día de los Finados casi por todos los pueblos de los Indios dan muchas ofrendas por sus difuntos: unos ofrecen maíz, otros mantas, otros comida, pan, gallinas, y en lugar de vino dan cacao; y su cera cada uno como puede y tiene, porque aunque son pobres, liberalmente buscan de su pobreza y sacan para una candelilla. Es la gente del mundo que menos se mata por dejar ni adquirir para sus hijos. Pocos se irán al infierno por los hijos ni por los testamentos, porque las tierras o casillas que ellos heredaron, aquello dejan a sus hijos, y son contentos con muy chica morada y menos hacienda; que como el caracol pueden llevar a cuestas toda su hacienda. No sé de quién [73] tomaron acá nuestros Españoles, que vienen muy pobres de Castilla, con una espada en la mano, y dende en un año más petacas y hato tienen que arrancara una recua (353); pues las casas todas han de ser de caballeros.
Capítulo XIV
De la ofrenda que hacen los Tlaxcaltecas el día de Pascua de Resurrección, y del aparejo que los Indios tienen para se salvar.
En esta casa de Tlaxcallán en el año de 1536 vi un ofrecimiento que en ninguna otra parte de la Nueva España he visto ni creo que le hay; el cual para escribir y notar era menester otra mejor habilidad que la mía, para estimar y encarecer lo que creo que Dios tiene y estima en mucho; y fue que desde el Jueves Santo comienzan los Indios a ofrecer en la iglesia de la Madre de Dios, delante de las gradas adonde está el Santísimo Sacramento, y este día y el Viernes Santo siempre vienen ofreciendo poco a poco; pero desde el Sábado Santo a vísperas y toda la noche en peso, es tanta la gente que viene que parece que en toda la provincia no queda nadie (354). La ofrenda es [74] algunas mantas de las con que se visten y cubren; otros (355) pobres traen unas mantillas de cuatro o cinco palmos en largo y poco menos de ancho, que valdrá cada una dos o tres maravedís, y algunos más pobres ofrecen otras más pequeñas. Otras mujeres ofrecen (356) unos paños como paños de portapaz y de eso sirven después: son todos tejidos de labores de algodón y de pelo de conejo; y éstos son muchos y de muchas maneras. Los más tienen una cruz en el medio, y estas cruces muy diferentes unas de otras. Otros de aquellos paños traen en medio un escudo con las cinco llagas (357), tejido de colores. Otros el nombre de Jesús o de María, con sus caireles o labores a la redonda; otros son de flores y rosas tejidas y bien asentadas. Y en este año ofreció una mujer en un paño de éstos un Crucifijo tejido a dos haces, aunque la una de cerca parecía ser más la haz que la otra, y era tan bien hecho que todos los que lo vieron, así frailes como seglares españoles, lo tuvieron en mucho diciendo, que quien aquel hizo también tejería tapicería. Estas mantas y paños traenlas (358) cogidas, y llegando cerca de las gradas hincan las rodillas, y hecho su acatamiento, sacan y descogen su manta, y tómanla por los cabos con ambas manos extendidas, y levantada hacia la frente levantan las manos dos o tres veces, y luego asientan la manta en las gradas y retíranse un poco, tornando a hincar las rodillas como los capellanes que han dado paz a algún gran señor, y allí rezan un poco, y muchos de ellos traen consigo niños por (359)quien también traen ofrenda, y dánsela en las manos, y amaéstranles cómo tienen de ofrecer, y a hincar las rodillas, que ver con el recogimiento y devoción que esto hacen, es para poner espíritu a los muertos (360). Otros ofrecen de aquel copalli o incienso, y muchas candelas: unos ofrecen una vela razonable, otros más pequeña, otros su candela delgada de dos o tres palmos, otros una candelilla como el dedo; que vérselas ofrecer y allí rezar, parecen ofrendas como la de la viuda que delante de Dios fue muy acepta, por que todas son quitadas de su propia (361) sustancia, y las dan con tanta simplicidad y encogimiento, como si allí estuviese visible el Señor de la tierra. Otros traen cruces pequeñas de palmo, o palmo y medio, [75] y mayores, cubiertas de oro y pluma, o de plata y pluma. También ofrecen ciriales bien labrados, de ellos (362) cubiertos de oro y pluma bien vistosos, con su argentería colgando, y algunas plumas verdes de precio. Otros traen alguna comida guisada, puesta en sus platos y escudillas, y ofrécenla entre las otras ofrendas. En este mismo año trajeron un cordero y dos puercos grandes vivos; traía cada uno de los que ofrecían puerco, atado en sus palos como ellos traen las otras cargas, y así entraban en la iglesia; y allegados cerca de las gradas, verlos tomar los puercos y ponerlos entre los brazos y así ofrecerlos, era cosa de reír. También ofrecían gallinas y palomas, y de todo en grandísima cantidad; tanto que los frailes y los Españoles estaban espantados, y yo mismo fui muchas veces a mirar, y me espantaba de ver cosa tan nueva en tan viejo mundo; y eran tantos los que entraban a ofrecer y salían, que a veces no podían caber por la puerta.
Para recoger y guardar estas ofrendas hay personas diputadas, lo cual se lleva para los pobres del hospital que de nuevo se ha hecho, al modo de los buenos de España, y le tienen ya razonablemente dotado, y hay aparejo para curar muchos pobres. De la cera que se ofrece hay tanta que basta para gastar todo el año. Luego el día de Pascua antes que amanezca hacen su procesión muy solemne, y con mucho regocijo de danzas y bailes. Este día salieron unos niños con una danza, y por ser tan chiquitos, que otros mayores que ellos aún no han dejado la teta, hacían tantas y tan buenas vueltas, que los Españoles no se podían valer de risa y alegría. Luego acabado esto, les predican y dicen su misa con gran solemnidad. Maravíllanse muchos (363) Españoles y son muy incrédulos en creer el aprovechamiento de los Indios, en especial los que no salen de los pueblos en que residen Españoles, o algunos recién venidos de España, y como no lo han visto, piensan que no más es fingido (364) lo que de los Indios se dice, y la penitencia que hacen; y también se maravillan que de lejos se vengan a bautizar, casar y confesar, y en las fiestas a oír misa; pero vistas estas cosas es muy de notar la fe de éstos tan nuevos cristianos. ¿Y porqué no dará Dios a éstos que a su imagen formó, su gracia y gloria, disponiéndose tan bien como nosotros? Éstos [76] nunca vieron lanzar demonios, ni sanar cojos, ni vieron quien diese el oído a los sordos, ni la vista a los ciegos, ni resucitar muertos, y lo que los predicadores les predican y dicen es una cifra, como los panes de San Felipe, que no les cabe a migaja; sino que Dios multiplica su palabra, y la engrandece en sus ánimas y entendimientos, y es mucho más el fruto que Dios hace y lo que se multiplica y sobra, que no lo que se les administra.
Estos Indios cuasi no tienen estorbo que les impida para ganar el cielo, de los muchos que los Españoles tenemos y nos tienen sumidos, porque su vida se contenta con muy poco, y tan poco, que apenas tienen con que se vestir y alimentar. Su comida es muy paupérrima, y lo mismo es el vestido; para dormir, la mayor parte de ellos aún no alcanzan una estera sana. No se desvelan en adquirir ni guardar riquezas, ni se matan por alcanzar estados ni dignidades. Con su pobre manta se acuestan, y en despertando están aparejados para servir a Dios, y si se quieren disciplinar, no tienen estorbo ni embarazo de vestirse ni desnudarse. Son pacientes, sufridos sobremanera, mansos como ovejas; nunca me acuerdo haber visto guardar injuria; humildes, a todos obedientes, ya de necesidad, ya de voluntad; no saben sino servir y trabajar. Todos saben labrar una pared, y hacer una casa, torcer un cordel, y todos los oficios que no requieren mucho arte. Es mucha la paciencia y sufrimiento que en las enfermedades tienen; sus colchones es la dura tierra, sin ropa ninguna; cuando mucho tienen una estera rota, y por cabecera una piedra, o un pedazo de madero; y muchos ninguna cabecera, sino la tierra desnuda. Sus casas son muy pequeñas, algunas cubiertas de un solo terrado muy bajo, algunas de paja, otras como la celda de aquel santo abad Hilarión, que más parecen sepultura que no casa. Las riquezas que en tales casas pueden caber, dan testimonio de sus tesoros. Están estos Indios y moran en sus casillas, padres, hijos y nietos; comen y beben sin mucho ruido ni voces. Sin rencillas ni enemistades pasan su tiempo y vida, y salen a buscar el mantenimiento a la vida humana necesario, y no más. Si a alguno le duele la cabeza o cae enfermo, si algún médico entre ellos fácilmente se puede haber, sin mucho ruido ni costa, vanlo a ver, y si no, más paciencia tienen que Job; no es como en México, que cuando algún vecino adolece y muere, habiendo estado veinte días en cama, para [77] pagar la botica y el médico ha menester cuanta hacienda tiene, que apenas le queda para el entierro; que de responsos y pausas y vigilias le llevan tantos derechos, o tuertos (365), queda adeudada la mujer, y si la mujer muere queda el marido perdido. Oí decir a un casado, hombre sabio, que cuando enfermase alguno de los dos, teniendo cierta la muerte, luego el marido había de matar a la mujer, y la mujer al marido, y trabajar de enterrar el uno al otro en cualquier cementerio, por no quedar pobres, solos y adeudados: todas estas cosas ahórrase esta gente.
Si alguna de estas Indias está de parto, tienen muy cerca la partera, porque todas lo son; y si es primeriza va a la primera vecina o parienta que la ayude, y esperando con paciencia a que la naturaleza obre, paren con menos trabajo y dolor que las nuestras Españolas, de las cuales muchas por haberlas puesto en el parto antes de tiempo y poner fuerza, han peligrado y quedan viciadas (366), y quebrantadas para no poder parir más; y si los hijos son dos de un vientre, luego que ha pasado un día natural, y en partes dos días, no les dan leche, y los torna la madre después, el uno con el un brazo y el otro con el otro, y les da la teta, que no se les mueren, ni les buscan amas que los amamanten, y adelante conoce despertando cada uno su teta; ni para el parto tienen aparejadas torrijas, ni miel, ni otros regalos de parida, sino el primer beneficio que a sus hijos hace es lavarlos luego con agua fría, sin temor que les haga daño; y con todo esto vemos y conocemos que muchos de éstos así criados desnudos viven buenos y sanos, y bien dispuestos, recios, fuertes, alegres, ligeros y hábiles para cuanto de ellos quieran hacer; y lo que más hace al caso es, que ya que han venido en conocimiento de Dios, tienen pocos impedimentos para seguir y guardar la vida y ley (367) de Jesucristo.
Cuando yo considero los enredos y embarazos de los Españoles, querría tener gracia para me compadecer de ellos, y mucho más y primero de mí. Ver con cuánta pesadumbre se levanta un Español de su cama muelle, y muchas veces le echa de ella la claridad del sol, y luego se pone un monjilazo (368) (porque no le toque el viento) y pide [78] de vestir, como si no tuviese manos para lo tomar, y así le están vistiendo como a manco, y atacándose está rezando: ya podéis ver la atención que tendrá; y porque le ha dado un poco de frío o de aire, vase al fuego mientras que le limpian el sayo y la gorra; y porque está muy desmayado desde la cama al fuego, no se puede peinar, sino que ha de haber otro que le peine; después, hasta que vienen los zapatos o pantuflos y la capa, tañen a misa, y a las veces va almorzado, y el caballo no está acabado de aderezar: ya veréis en qué son irá a la misa; pero como alcance a ver a Dios, o que no hayan consumido, queda contento, por no topar con algún sacerdote que diga un poco despacio la misa, porque no le quebrante las rodillas. Algunos hay que no traen maldito el escrúpulo aunque sea domingo o fiesta: luego de vuelta la comida ha de estar muy a punto, sino no hay paciencia, y después reposa y duerme; ya veréis si será menester lo que resta del día para entender en pleitos y en cuentas, en proveer en las minas y granjerías; y antes que estos negocios se acaben es hora de cenar, y a las veces se comienza a dormir sobre mesa si no desecha el sueño con algún juego; y si esto fuese un año, o dos y después se enmendase la vida, allá pasaría; pero así se acaba la vida creciendo cada año más la codicia y los vicios, de manera que el día y la noche y casi toda la vida se les va sin acordarse de Dios ni de su ánima, sino con algunos buenos deseos que nunca hay tiempo de los poner por obra. Pues qué diremos de los que en diversos vicios y pecados están encenagados, y viven en pecado mortal, guardando la enmienda para el tiempo de la muerte, cuando son tan terribles los dolores y trabajos, y las asechanzas y tentaciones del demonio; que son tantas y tan recias, que entonces apenas se pueden acordar de sus ánimas: y esto les viene del justo juicio de Dios, porque el que viviendo no se acuerda de Dios, muriendo no se acuerda de sí.
Tienen los tales mucha confianza en los testamentos, y aunque algo o mucho deban y lo puedan pagar, con los testamentos piensan que cumplen; y ellos serán tan bien cumplidos por sus hijos como los mismos cumplieron los de los padres: entonces la cercana pena y tormentos les abrirán los ojos que en la vida los deleites y penas cerraron y tuvieron ciegos. Esto se entiende de los descuidados de su propia salvación, para que con tiempo miren por sí y se pongan [79] en estado seguro de gracia, y de caridad y matrimonio, como muchos ya por la bondad de Dios viven en esta Nueva España, amigos de sus ánimas, y cuidadosos de su salvación, y caritativos con sus prójimos; y con esto es tiempo de volver a nuestra historia.
Capítulo XV
De las fiestas de Corpus Christi y San Juan que celebraron en Tlaxcallán en el año de 1538.
Llegado este santo día del Corpus Christi del año de 1538, hicieron aquí los Tlaxcaltecas una tan solemne fiesta, que merece ser memorada, porque creo que si en ella se hallaran el Papa y Emperador con sus cortes, holgaran mucho de verla; y puesto que no había ricas joyas ni brocados, había otros aderezos tan de ver, en especial de flores y rosas que Dios cría en los árboles y en el campo, que había bien en que poner los ojos y notar, como una gente, que hasta ahora era tenida por bestial supiesen hacer tal cosa.
Iba en la procesión el Santísimo Sacramento y muchas cruces y andas con sus santos; las mangas de las cruces y los aderezos de las andas hechas todas de oro y pluma, y en ellas imágenes de la misma obra de oro y pluma, que las bien labradas se preciarían en España más que de brocado. Había muchas banderas de santos. Había doce Apóstoles vestidos con sus insignias: muchos de los que acompañaban la procesión llevaban velas encendidas en las manos. Todo el camino estaba cubierto de juncia, y de espadañas y flores, y de nuevo había quien siempre iba echando rosas (369) y clavellinas, y hubo muchas maneras de danzas que regocijaban la procesión. [80] Había en el camino sus capillas con sus altares y retablos bien aderezados para descansar, adonde salían de nuevo muchos (370) cantores cantando y bailando delante del Santísimo Sacramento. Estaban diez arcos triunfales grandes muy gentilmente compuestos; y lo que era más de ver y para notar era, que tenían toda la calle a la larga hecha en tres partes como naves de iglesias; en la parte de en medio había veinte pies de ancho; por ésta iba el Santísimo Sacramento y ministros y cruces con todo el aparato de la procesión, y por las otras dos de los lados, que eran de cada quince (371) pies, iba toda la gente, que en esta ciudad y provincia no hay poca; y este apartamiento era todo hecho de unos arcos medianos que tenían de hueco a nueve pies; y de éstos había por cuenta mil y sesenta y ocho arcos, que como cosa notable y de admiración lo contaron tres Españoles y otros muchos. Estaban todos cubiertos de rosas y flores de diversas colores y maneras; apodaban (372) que tenía cada arco carga y media de rosas (entiéndese carga de Indios), y con las que había en las capillas, y las que tenían los arcos triunfales, con otros sesenta y seis arcos pequeños, y las que la gente sobre sí y en las manos llevaban, se apodaron en dos mil cargas de rosas; y cerca de la quinta parte parecía ser de clavellinas, que vinieron de Castilla, y hanse multiplicado en tanta manera que es cosa increíble; las matas son muy mayores que en España, y todo el año tienen flores. Había obra de mil rodelas hechas de labores de rosas, repartidas por los arcos, y en los otros arcos que no tenían rodelas había unos florones grandes, hechos de unos como cascos de cebolla, redondos, muy bien hechos, y tienen muy buen lustre, de éstos había tantos que no se podían contar.
Una cosa muy de ver tenían. En cuatro esquinas o vueltas que se hacían en el camino, en cada una su montaña, y de cada una salía su peñón bien alto; y desde abajo estaba hecho como prado, con matas de yerba, y flores, y todo lo demás que hay en un campo fresco, y la montaña y el peñón tan al natural como si allí hubiese nacido (373): era cosa maravillosa de ver, porque había muchos árboles, unos silvestres y otros de frutas, otros de flores, y las setas, y hongos, [81] y vello que nace en los árboles de montaña y en las peñas, hasta los árboles viejos quebrados: a una parte como monte espeso y a otra más ralo; y en los árboles muchas aves chicas y grandes; había halcones, cuervos, lechuzas, y en los mismos montes mucha caza de venados, y liebres, y conejos, y adives (374), y muy muchas culebras; estas atadas y sacados los colmillos o dientes, porque las más de ellas eran de género de víboras, tan largas como una braza, y tan gruesas como el brazo de un hombre por la muñeca. Témanlas los Indios con la mano como a los pájaros, porque para las bravas y ponzoñosas tienen una yerba que las adormece o entumece (375), la cual también es medicinal para muchas cosas: llámase esta yerba picietl (376). Y porque no faltase nada para contrahacer a todo lo natural, estaban en las montañas unos cazadores muy encubiertos, con sus arcos y flechas, que comúnmente los que usan este oficio son de otra lengua, y como habitan hacia los montes son grandes cazadores. Para ver estos cazadores había menester aguzar la vista, tan disimulados estaban y tan llenos de rama y de vello de árboles, que a los así encubiertos fácilmente se les vendría la caza hasta los pies; estaban haciendo mil ademanes antes que tirasen, con que hacían picar a los descuidados. Este día fue el primero que estos Tlaxcaltecas sacaron su escudo de armas, que el Emperador les dio cuando a este pueblo hizo ciudad; la cual merced aún no se ha hecho con ningún otro de Indios, sino con éste, que lo merece bien, porque ayudaron mucho, cuando se ganó toda la tierra, a Don Hernando Cortés por su majestad; tenían dos banderas de éstas y las armas del Emperador en medio, levantadas en una vara tan alta, que yo me maravillé adónde pudieron haber palo tan largo y tan delgado: estas banderas tenían puestas encima del terrado de las casas de su ayuntamiento porque pareciesen más altas. Iba en la procesión capilla de canto de órgano de muchos cantores y su música de flautas que concertaban con los cantores, trompetas y atabales, campanas chicas y grandes, y esto todo sonó junto a la entrada y salida de la iglesia, que parecía que se venía el cielo abajo.
En México y en todas las partes do hay monasterio, sacan todos [82] cuantos atavíos e invenciones saben y pueden hacer, y lo que han tomado y deprendido de nuestros Españoles; y cada año se esmeran y lo hacen más primo, y andan mirando como monas para contrahacer todo cuanto ven hacer, que hasta los oficios, con sólo estarlos mirando sin ponerla mano en ellos, quedan maestros como adelante diré. Sacan de unas yerbas gruesas, que acá nacen en e1 campo, el corazón, el cual es como cera blanca de hilera, y de esto hacen piñas y rodelas de mil labores y lazos que parecen a los rollos hermosos que se hacen en Sevilla; sacan letreros grandes de talla, la letra de dos palmos; y después enróscanle y ponen el letrero de la fiesta que celebran aquel día (377).
Porque se vea la habilidad de estas gentes diré aquí lo que hicieron y representaron luego adelante en el día de San Juan Bautista, que fue el lunes siguiente, y fueron cuatro autos, que sólo para sacarlos en prosa, que no es menos devota la historia que en metro, fue bien menester todo el viernes, y en sólo dos días que quedaban, que fueron sábado y domingo, lo deprendieron, y representaron harto devotamente la anunciación de la Natividad de San Juan Bautista hecha a su padre Zacarías, que se tardó en ella obra de una hora, acabando con un gentil motete en canto de órgano. Y luego adelante en otro tablado representaron la Anunciación de Nuestra Señora, que fue mucho de ver, que se tardó tanto como en el primero. Después en el patio de la iglesia de San Juan, a do fue la procesión, luego en allegando antes de misa, en otro cadalso, que no eran poco de ver los cadalsos cuán graciosamente estaban ataviados y enrosados, representaron la Visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel. Después de misa se representó la Natividad de San Juan, y en lugar de la circuncisión fue bautismo de un niño de ocho días nacido que se llamó Juan; y antes que diesen al mudo Zacarías las escribanías que pedía por señas, fue bien de reír lo que le daban, haciendo que no le entendían. Acabose este auto con Benedictus Dominus Deus Israel, y los parientes y vecinos de Zacarías que se regocijaron con el nacimiento del hijo, llevaron presentes y comidas de muchas maneras, y puesta la mesa asentáronse a comer que ya era hora. [83]
A este propósito una carta que escribió un fraile morador de Tlaxcallán a su provincial, sobre la penitencia y restituciones que hicieron los Tlaxcaltecas en la cuaresma pasada del año de 1539, y cómo celebraron la fiesta de la Anunciación y Resurrección.
«No sé con qué mejores pascuas dar a vuestra caridad, que con contarle y escribirle las buenas pascuas que Dios ha dado a éstos sus hijos los Tlaxcaltecas, y a nosotros con ellos, aunque no sé por dónde lo comience; porque es muy de sentir lo que Dios en esta gente ha obrado, que cierto mucho me han edificado en esta cuaresma, así los de la ciudad como los pueblos, hasta los Otomíes.
Las restituciones que en la cuaresma hicieron yo creo que pasaron de diez o doce mil, de cosas que eran a cargo, ASÍ de tiempo de su infidelidad como después; unos de cosas pobres, y otros de más cantidad y de cosas de valor; y muchas restituciones de harta cantidad, así de joyas de oro y piedras de precio, como tierras y heredades. Alguno ha habido que ha restituido doce suertes de tierra, la que menos de cuatrocientas brazas, otras de setecientas (378), y suerte de mil y doscientas brazas, con muchos vasallos y casas dentro en las heredades. Otros han dejado otras suertes que sus padres y abuelos tenían usurpadas y con mal título; los hijos ya como cristianos se descargan y dejan el patrimonio, aunque esta gente aman tanto las heredades como otros, porque no tienen otras granjerías. Han hecho también mucha penitencia, así en limosnas a pobres como a su hospital, y con muchos ayunos de harta abstinencia, muchas disciplinas secretas y públicas; en la cuaresma por toda la provincia se disciplinan tres días en la semana en sus iglesias, y muchos de estos días se tornaban a disciplinar con sus procesiones de iglesia en iglesia, como en otras partes se hace la noche del Jueves Santo; y ésta de este día no la dejaron, antes vinieron tantos que a parecer de los Españoles que aquí se hallaron, juzgaron haber veinte o treinta mil ánimas. Toda la Semana Santa estuvieron en los divinos oficios. El sermón de la Pasión lloraron con gran sentimiento, y comulgaron muchos con mucha reverencia, y hartos de ellos con lágrimas, de lo cual los frailes recién venidos se han edificado mucho.
Para la Pascua tenían acabada la capilla del patio, la cual salió [84] una solemnísima pieza; llámanla Betlem. Por parte de fuera la pintaron luego al fresco en cuatro días, porque así las aguas nunca la despintaran: en un octavo (379) de ella pintaron las obras de la creación del mundo de los primeros tres días, y en otro octavo (380) las obras de los otros tres días; en otros dos octavos (381), en el uno la vara de Jesé, con la generación de la Madre de Dios, la cual está en lo alto puesta muy hermosa; en el otro está nuestro Padre San Francisco; en otra parte está la Iglesia, Su Santidad el Papa, cardenales, obispos, &c.; y a la otra banda el Emperador, reyes y caballeros. Los Españoles que han visto la capilla, dicen que es de las graciosas piezas que de su manera hay en España. Lleva sus arcos bien labrados; dos coros, uno para los cantores, otro para los ministriles (382); hízose todo esto en seis meses, y así la capilla como todas las iglesias tenían muy adornadas y compuestas.
Han estos Tlaxcaltecas regocijado mucho los divinos oficios con cantos y músicas de canto de órgano; TENÍAN dos capillas, cada una de más de veinte cantores, y otras dos de flautas, con las cuales también tañían rabel y jabebas (383), y muy buenos maestros de atabales concordados con campanas pequeñas que sonaban saborosamente». Y con esto este fraile acabó su carta.
Lo más principal he dejado para la postre, que fue la fiesta que los confrades de Nuestra Señora de la Encarnación celebraron; y porque no la pudieron celebrar en la cuaresma guardáronla para el miércoles de las octavas. Lo primero que hicieron fue aparejar muy buena limosna para los Indios pobres, que no contentos con los que tienen en el hospital, fueron por las casas de una legua a la redonda a repartirles setenta y cinco camisas de hombre y cincuenta de mujer, y muchas mantas y zaragüelles: repartieron también por los dichos pobres necesitados diez carneros y un puerco, y veinte perrillos de los de la tierra, para comer con chile como es costumbre. Repartieron muchas cargas de maíz, y muchos tamales en lugar de roscas, y los diputados y mayordomos que lo fueron a repartir no quisieron tomar ninguna cosa por su trabajo, diciendo que antes [85] habían ellos de dar de su hacienda al hospicio, que no tomársela. Tenían su cera hecha, para cada cofrade un rollo, y sin éstos, que eran muchos, tenían sus velas y doce hachas, y sacaron de nuevo cuatro ciriales de oro y pluma muy bien hechos, más vistosos que ricos. Tenían cerca de la puerta del hospital para representar aparejado un auto, que fue la caída de nuestros primeros padres, y al parecer de todos los que lo vieron fue una de las cosas notables que se han hecho en esta Nueva España. Estaba tan adornada la morada de Adán y Eva, que bien parecía paraíso de la tierra, con diversos árboles con frutas y flores, de ellas naturales y de ellas contrahechas de pluma y oro; en los árboles mucha diversidad de aves, desde búho, y otras aves de rapiña, hasta pajaritos pequeños, y sobre todo tenían muy muchos papagayos, y era tanto el parlar y gritar que tenían, que a veces estorbaban la representación; yo conté en un solo árbol catorce papagayos entre pequeños y grandes. Había también aves contrahechas de oro y pluma, que era cosa muy de mirar. Los conejos y liebres eran tantos, que todo estaba lleno de ellos, y otros muchos animalejos que yo nunca hasta allí los había visto. Estaban dos ocelotles (384) atados, que son bravísimos, que ni son bien gato ni bien onza; y una vez descuidese Eva y fue a dar en el uno de ellos, y él de bien criado desviose: esto era antes del pecado, que si fuera después, tan en hora buena ella no se hubiera llegado. Había otros animales bien contrahechos, metidos dentro unos muchachos; éstos andaban domésticos y jugaban y burlaban con ellos Adán y Eva. Había cuatro ríos o fuentes que salían del paraíso, con sus rétulos que decían Phison, Gheon, Tigris, Euphrates; y el árbol de la vida en medio del paraíso, y cerca de él el árbol de la ciencia del bien y del mal, con muchas y muy hermosas frutas contrahechas de oro y pluma.
Estaban en el redondo del paraíso tres peñoles grandes, y una sierra grande, todo esto lleno de cuanto se puede hallar en una sierra muy fuerte y fresca montaña, y todas las particularidades que en Abril y Mayo se pueden hallar, porque en contrahacer una cosa al natural estos Indios tienen gracia singular. Pues aves no faltaban chicas ni grandes, en especial de los papagayos grandes, que son tan [86] grandes como gallos de España; de éstos había muchos, y dos gallos y una gallina de las monteses, que cierto son las más hermosas aves que yo he visto en parte ninguna; tendría un gallo de aquellos tanta carne como dos pavos de Castilla. A estos gallos les sale del papo una guedeja de cerdas más ásperas que cerdas de caballo, y de algunos gallos viejos son más largos que un palmo; de éstas hacen hisopos y duran mucho.
Había en estos peñoles animales naturales y contrahechos. En uno de los contrahechos estaba un muchacho vestido como león, y estaba desgarrando y comiendo un venado que tenía muerto; el venado era verdadero y estaba en un risco que se hacía entre unas peñas, y fue cosa muy notada. Llegada la procesión, comenzose luego el auto; tardose en él gran rato, porque antes que Eva comiese ni Adán consintiese, fue y vino Eva, de la serpiente a su marido y de su marido a la serpiente, tres o cuatro veces, siempre Adán resistiendo, y como indignado alanzaba de sí a Eva; ella rogándole y molestándole decía, que bien parecía el poco amor que le tenía, y que más le amaba ella a él que no él a ella, y echándole en su regazo tanto le importunó, que fue con ella al árbol vedado, y Eva en presencia de Adán comió y diole a él también que comiese; y en comiendo luego conocieron el mal que habían hecho, y aunque ellos se escondían cuanto podían, no pudieron hacer tanto que Dios no los viese, y vino con gran majestad acompañado de muchos ángeles; y después que hubo llamado a Adán, él se excusó con su mujer, y ella echó la culpa a la serpiente, maldiciéndolos Dios y dando a cada uno su penitencia. Trajeron los ángeles dos vestiduras bien contrahechas, como de pieles de animales, y vistieron a Adán y a Eva. Lo que más fue de notar fue el verlos salir desterrados y llorando: llevaban a Adán tres ángeles y a Eva otros tres, e iban cantando en canto de órgano, Circumdederunt me. Esto fue tan bien representado, que nadie lo vio que no llorase muy recio; quedó un querubín guardando la puerta del paraíso con su espada en la mano. Luego allí estaba el mundo, otra tierra cierto bien diferente de la que dejaban, porque estaba llena de cardos y de espinas, y muchas culebras; también había conejos y liebres. Llegados allí los recién moradores del mundo, los ángeles mostraron a Adán cómo había de labrar y cultivar la tierra, y a Eva diéronle husos para hilar y hacer [87] ropa para su marido e hijos; y consolando a los que quedaban muy desconsolados, se fueron cantando por desechas (385) en canto de órgano un villancico que decía:
Para qué comió
la primer casada,
para qué comió
la fruta vedada.
La primer casada,
ella y su marido,
a Dios han traído
en pobre posada
por haber comido
la fruta vedada.
Este auto fue representado por los Indios en su propia lengua, y así muchos de ellos tuvieron lágrimas y mucho sentimiento, en especial cuando Adán fue desterrado y puesto en el mundo.
Otra carta del mismo fraile a su prelado escribiéndole las fiestas que se hicieron en Tlaxcallán por las paces hechas entre el Emperador y el rey de Francia; el prelado se llamaba Fray Antonio de Ciudad Rodrigo.
«Como vuestra caridad sabe, las nuevas vinieron a esta tierra antes de cuaresma pocos días, y los Tlaxcaltecas quisieron primero ver lo que los Españoles y los Mexicanos hacían, y visto que hicieron y representaron la conquista de Rodas, ellos determinaron de representar la conquista de Jerusalem, el cual pronóstico cumpla Dios en nuestros días; y por la hacer más solemne acordaron de la dejar para el día de Corpus Christi, la cual fiesta regocijaron con tanto regocijo como aquí diré.
En Tlaxcallán, en la ciudad que de nuevo han comenzado a edificar, abajo en lo llano, dejaron en el medio una grande y muy gentil plaza, en la cual tenían hecha a Jerusalem encima de unas casas que hacen para el cabildo, sobre el sitio que ya los edificios iban en altura de un estado; igualáronlo todo e hinchiéronlo de tierra, [88] e hicieron cinco torres; la una de homenaje (386) en medio, mayor que las otras, y las cuatro a los cuatro cantos; estaban cerradas de una cerca muy almenada, y las torres también muy almenadas y galanas, de muchas ventanas y galanes arcos, todo lleno de rosas y flores. De frente de Jerusalem, a la parte oriental fuera de la plaza, estaba aposentado el Señor Emperador; a la parte diestra de Jerusalem estaba el real adonde el ejército de España se había de aposentar; al opósito estaba aparte aparejado para las provincias de la Nueva España; en el medio de la plaza estaba Santa Fe, adonde se había de aposentar el Emperador con su ejército: todos estos lugares estaban cercados y por de fuera pintados de canteado, con sus troneras, saeteras y almenas muy al natural.
Llegado el Santísimo Sacramento a la dicha plaza, con el cual iban el Papa, cardenales y obispos contrahechos, asentáronse en su cadalso, que para esto estaba aparejado y muy adornado cerca de Jerusalem, para que delante del Santísimo Sacramento pasasen todas las fiestas. Luego comenzó a entrar el ejército de España a poner cerco a Jerusalem, y pasando delante del Corpus Christi atravesaron la plaza y asentaron su real a la diestra parte. Tardó buen rato en entrar, porque eran mucha gente repartida en tres escuadrones. Iba en la vanguardia, con la bandera de las armas reales, la gente del reino de Castilla y de León, y la gente del capitán general, que era Don Antonio Pimentel conde de Benavente, con su bandera de sus armas. En la batalla iban Toledo, Aragón, Galicia, Granada (387), Vizcaya y Navarra. En la retaguardia iban Alemania, Roma e Italianos. Había entre todos pocas diferencias de trajes, porque como los Indios no los han visto ni lo saben, no lo usan hacer, y por esto entraron todos como Españoles soldados, con sus trompetas contrahaciendo las de España, y con sus atambores y pífanos muy ordenados; iban de cinco en cinco en hilera, a su paso de los atambores.
Acabados de pasar éstos y aposentados en su real, luego entró por la parte contraria el ejército de la Nueva España repartido en diez capitanías, cada una vestida según el traje que ellos usan en [89] la guerra: estos fueron muy de ver, y en España y en Italia los fueran a ver y holgaran de verlos. «Sacaron sobre sí lo mejor que todos tenían de plumajes ricos, divisas y rodelas, porque todos cuantos en este auto entraron, todos eran señores y principales, que entre ellos se nombran Teuhpipiltin. Iban en la vanguardia Tlaxcallán y México; éstos iban muy lucidos, y fueron muy mirados; llevaban el estandarte de las armas reales y el de su capitán general, que era Don Antonio de Mendoza, visorrey de la Nueva España. En la batalla iban los Huaxtecas, Zempoaltecas, Mixtecas, Colhuaques, y unas capitanías que se decían los del Perú e Islas de Santo Domingo y Cuba. En la retaguardia iban los Tarascos y los Cuaulitemaltecas. En aposentándose éstos, luego salieron al campo a dar la batalla el ejército de los Españoles, los cuales en buena orden se fueron derecho a Jerusalem, y como el Soldán los vio venir, que era el marqués del Valle Don Hernando Cortés (388), mandó salir su gente al campo para dar la batalla; y salida, era gente bien lucida y diferenciada de toda la otra, que traían unos bonetes como usan los Moros; y tocada al arma de ambas partes, se juntaron y pelearon con mucha grita y estruendo de trompetas, tambores y pífanos, y comenzó a mostrarse la victoria por los Españoles, retrayendo a los Moros y prendiendo algunos de ellos, y quedando otros caídos, aunque ninguno herido. Acabado esto, tornose el ejército de España a recoger a su real en buen orden. Luego tornaron a tocar arma, y salieron los de la Nueva España, y luego salieron los de Jerusalem y pelearon un rato, y también vencieron y encerraron a los Moros en su ciudad, y llevaron algunos cautivos a su real, quedando otros caídos en el campo.
Sabida la necesidad en que Jerusalem estaba, vínole gran socorro de la gente de Galilea, Judea, Samaria, Damasco y de toda tierra de la Siria, con mucha provisión y munición, con lo cual los de Jerusalem se alegraron y regocijaron mucho, y tomaron tanto [90] ánimo que luego salieron al campo y fuéronse derechos hacia el real de los Españoles, los cuales les salieron al encuentro, y después de haber combatido un rato comenzaron los Españoles a retraerse y los Moros a cargar sobre ellos, prendiendo algunos de los que se desmandaron, y quedando también algunos caídos. Esto hecho, el capitán general despachó un correo a su majestad, con una carta de este tenor:
¿Será Vuestra Majestad sabedor como allegó el ejército aquí sobre Jerusalem, y luego asentamos real en lugar fuerte y seguro, y salimos al campo contra la ciudad, y los que dentro estaban salieron al campo, y habiendo peleado, el ejército de los Españoles, criados de Vuestra Majestad, y vuestros capitanes y soldados viejos así peleaban que parecían tigres y leones; bien se mostraron ser valientes hombres, y sobre todos pareció hacer ventaja la gente del reino de León. Pasado esto vino gran socorro de Moros y Judíos con mucha munición y bastimentos, y los de Jerusalem como se hallaron favorecidos, salieron al campo y nosotros salimos al encuentro. Verdad es que cayeron algunos de los nuestros, de la gente que no estaba muy diestra ni se había visto en campo con Moros; todos los demás están con mucho ánimo, esperando lo que Vuestra Majestad será servido mandar, para obedecer en todo. De Vuestra Majestad siervo y criado. -DON ANTONIO PIMENTEL.
Vista la carta del capitán general, responde el Emperador en este tenor: ‘A mi caro y muy amado primo, Don Antonio Pimentel, capitán general del ejército de España. Vi vuestra letra, con la cual holgué en saber cuán esforzadamente lo habéis hecho. Tendréis mucho cuidado que de aquí adelante ningún socorro pueda entrar en la ciudad, y para esto pondréis todas las guardas necesarias, y hacerme heis saber si vuestro real está bien proveído; y sabed cómo he sido servido de esos caballeros, los cuales recibirán de mí muy señaladas mercedes; y encomendadme a todos esos capitanes y soldados viejos, y sea Dios en vuestra guarda.- DON CARLOS, EMPERADOR’.
En esto ya salía la gente de Jerusalem contra el ejército de la Nueva España, para tomar venganza del reencuentro pasado, con el favor de la gente que de refresco había venido, y como estaban sentidos de lo pasado, querían vengarse, y comenzada la batalla, pelearon valientemente, hasta que finalmente la gente de las Islas comenzó [91] a aflojar y a perder el campo de tal manera, que ENTRE caídos y presos no quedó hombre de ellos. A la hora el capitán general despachó un correo a su majestad con una carta de este tenor:
‘Sacra, Cesárea, Católica Majestad, Emperador siempre augusto. Sabrá Vuestra Majestad como yo vine con el ejército sobre Jerusalem, y asenté real a la siniestra parte de la ciudad, y salimos contra los enemigos que estaban en el campo, y vuestros vasallos los de la Nueva España lo hicieron muy bien, derribando muchos Moros, y los retrajeron hasta meter por las puertas de su ciudad, porque los vuestros peleaban como elefantes y como gigantes. Pasado esto les vino muy gran socorro de gente y artillería, municiones y bastimento; luego salieron contra nosotros, y nosotros les salimos al encuentro, y después de haber peleado gran parte del día desmayó el escuadrón de las Islas, y de su parte echaron en gran vergüenza a todo el ejército, porque como no eran diestros en las armas, ni traían armas defensivas, ni sabían el apellido de llamar a Dios, no, quedó hombre que no cayese en manos de los enemigos. Todo el resto de las otras capitanías están muy buenas. De Vuestra Majestad siervo y menor criado. -DON ANTONIO DE MENDOZA’.
Respuesta del Emperador. -‘Amado pariente y mi gran capitán sobre todo el ejército de la Nueva España. Esforzaos como valiente guerrero y esforzad a todos esos caballeros y soldados; y si ha venido socorro a la ciudad, tened por cierto que de arriba del cielo vendrá nuestro favor y ayuda. En las batallas diversos son los acontecimientos, y el que hoy vence mañana es vencido, y el que fue vencido otro día es vencedor. Yo estoy determinado de luego esta noche sin dormir sueño andarla toda y amanecer sobre Jerusalem. Estaréis apercibido y puesto en orden con todo el ejército, y pues tan presto seré con vosotros, sed consolados y animados; y escribid luego al capitán general de los Españoles, para que también esté a punto con su gente, porque luego que yo llegue, cuando pensaren que llego fatigado, demos sobre ellos y cerquemos la ciudad; y Yo iré por la frontera, y vuestro ejército por la siniestra parte, y el ejército de España por la parte derecha, por manera que no se puedan escapar de nuestras manos. Nuestro Señor sea en vuestra guarda. -DON CARLOS, EMPERADOR’.
Esto hecho, por una parte de la plaza entró el Emperador, y [92] con él el rey de Francia y el rey de Hungría, con sus coronas en las cabezas; y cuando comenzaron a entrar por la plaza, saliéronle a recibir por la una banda el capitán general de España con la mitad de su gente, y por la otra el capitán general de la Nueva España, y de todas partes traían trompetas, y atabales, y cohetes, que echaban muchos, los cuales servían por artillería. Fue recibido con mucho regocijo y con grande aparato, hasta aposentarse en su estancia de Santa Fe. En esto los Moros mostraron haber cobrado gran temor, y estaban todos metidos en la ciudad; y comenzando la batería, los Moros se defendieron muy bien. En esto el maestre de campo, que era Andrés de Tapia, había ido con un escuadrón a reconocer la tierra detrás de Jerusalem, y puso fuego a un lugar, y metió por medio de la plaza un hato de ovejas que había tomado. Tornados a retraer cada ejército a su aposento, tornaron a salir al campo solos los Españoles, y como los Moros los vieron venir y que eran pocos, salieron a ellos y pelearon un rato, y como de Jerusalem siempre saliese gente, retrajeron a los Españoles y ganáronles el campo, y prendieron algunos y metiéronlos en la ciudad. Como fue sabido por su majestad, despachó luego un correo al Papa con esta carta:
‘A nuestro muy Santo Padre. ¡O muy amado Padre mío! ¿Quién como tú que tan alta dignidad posea en la tierra? Sabrá Tu Santidad como Yo he pasado a la Tierra Santa, y tengo cercada a Jerusalem con tres ejércitos. En el uno estoy Yo en persona; en el otro están Españoles; el tercero es de Nahuales; y entre mi gente y los Moros ha habido hartos reencuentros y batallas, en las cuales mi gente ha preso y herido muchos de los Moros: después de esto ha entrado en la ciudad gran socorro de Moros y Judíos, con mucho bastimento y munición, como Tu Santidad sabrá del mensajero. Yo al presente estoy con mucho cuidado hasta saber el suceso de mi viaje: suplico a Tu Santidad me favorezcas con oraciones y ruegues a Dios por mí y por mis ejércitos, porque Yo estoy determinado de tomar a Jerusalem y a todos los otros Lugares Santos, o morir sobre esta demanda, por lo cual humildemente te ruego que desde allá a todos nos eches tu bendición. -DON CARLOS, EMPERADOR’.
Vista la carta por el Papa, llamó a los cardenales, y consultada con ellos, la respuesta fue esta:
‘Muy amado hijo mío. Vi tu letra con la cual mi corazón ha [93] recibido grande alegría, y he dado muchas gracias a Dios porque así te ha confortado y esforzado para que tomases tan santa empresa. Sábete que Dios es tu guarda y ayuda, y de todos tus ejércitos. Luego a la hora se hará lo que quieres, y así mando luego a mis muy amados hermanos los cardenales, y a los obispos con todos los otros prelados, órdenes de San Francisco y San Diego, y a todos los hijos de la Iglesia, que hagan sufragio; y para que esto tenga efecto, luego despacho y concedo un gran jubileo para toda la cristiandad. El Señor sea con tu ánima. Amén. Tu amado Padre. -EL PAPA’.
Volviendo a nuestros ejércitos. Como los Españoles se vieron por dos veces retraídos, y que los Moros los habían encerrado en su real, pusiéronse todos de rodillas hacia donde estaba el Santísimo Sacramento demandándole ayuda, y lo mismo hicieron el Papa y cardenales; y estando todos puestos de rodillas, apareció un ángel en la esquina de su real, el cual consolándolos dijo: ‘Dios ha oído vuestra oración, y le ha placido mucho vuestra determinación que tenéis de morir por su honra y servicio en la demanda de Jerusalem, porque lugar tan santo no quiere que más le posean los enemigos de la fe; y ha querido poneros en tantos trabajos para ver vuestra constancia y fortaleza: no tengáis temor que vuestros enemigos prevalezcan contra vosotros, y para más seguridad os enviará Dios a vuestro patrón el Apóstol Santiago’. Con esto quedaron todos muy consolados y comenzaron a decir, ‘Santiago, Santiago, patrón de nuestra España’; en esto entró Santiago en un caballo blanco como la nieve y el mismo vestido como le suelen pintar; y como entró en el real de los Españoles, todos lo siguieron y fueron contra los Moros que estaban delante de Jerusalem, los cuales fingiendo (389) gran miedo dieron a huir, y cayendo algunos en el campo, se encerraron en la ciudad; y luego los Españoles la comenzaron a combatir, andando siempre Santiago en su caballo dando vueltas por todas partes, y los Moros no osaban asomar a las almenas por el gran miedo que tenían: entonces los Españoles, sus banderas tendidas, se volvieron a su real. Viendo esto el otro ejército de los Nahuales o gente de la Nueva España, y que los Españoles no habían podido entrar en la ciudad, ordenando sus escuadrones fuéronse de presto a Jerusalem, [94] aunque los Moros no esperaron a que llegasen, sino saliéronles al encuentro, y peleando un rato iban los Moros ganando el campo, hasta que los metieron en su real, sin cautivar ninguno de ellos; hecho esto, los Moros con gran grita se tornaron a su ciudad. Los cristianos viéndose vencidos recurrieron a la oración, y llamando a Dios que les diese socorro, y lo mismo hicieron el Papa y cardenales. Luego les apareció otro ángel en lo alto de su real, y les dijo: ‘Aunque sois tiernos en la fe os ha querido Dios probar, y quiso que fuésedes vencidos para que conozcáis que sin su ayuda valéis poco; pero ya que os habéis humillado, Dios ha oído vuestra oración, y luego vendrá en vuestro favor el abogado y patrón de la Nueva España San Hipólito, en cuyo día los Españoles con vosotros los Tlaxcaltecas ganastes a México’. Entonces todo el ejército de los Nahuales comenzaron a decir: ‘San Hipólito, San Hipólito’: a la hora entró San Hipólito encima de un caballo morcillo, y esforzó y animó a los Nahuales, y fuese con ellos hacia Jerusalem; y también salió de la otra banda Santiago con los Españoles, y el Emperador con su gente tomó la frontera, y todos juntos comenzaron la batería, de manera que los que en ella estaban aún en las torres, no se podían valer de las pelotas y varas que les tiraban. Por las espaldas de Jerusalem, entre dos torres, estaba hecha una casa de paja harto larga, a la cual al tiempo de la batería pusieron fuego, y por todas las otras partes andaba la batería muy recia, y los Moros al parecer con determinación de antes morir que entregarse a ningún partido. De dentro y de fuera andaba el combate muy recio, tirándose unas pelotas grandes hechas de espadañas, y alcancías de barro secas al sol llenas de almagre mojado, que al que acertaban parecía que quedaba mal herido y lleno de sangre, y lo mismo hacían con unas tunas coloradas. Los flecheros tenían en las cabezas de las viras unas bolsillas llenas de almagre, que do quiera que daban parecía que sacaban sangre; tirábanse también cañas gruesas de maíz. Estando en el mayor hervor de la batería apareció en el homenaje, el arcángel San Miguel, de cuya voz y visión así los Moros como los cristianos espantados dejaron el combate e hicieron silencio: entonces el arcángel dijo a los Moros: ‘Si Dios mirase a vuestras maldades y pecados y no a su gran misericordia, ya os habría puesto en el profundo del infierno, y la tierra se hubiera abierto y tragadoos [95] vivos; pero porque habéis tenido reverencia a los Lugares Santos quiere usar con vosotros su misericordia y esperaros a penitencia, si de todo corazón a él os convertís; por tanto, conoced al Señor de la Majestad, Criador de todas las cosas, y creed en su preciosísimo Hijo Jesucristo, y aplacadle con lágrimas y verdadera penitencia’: y esto dicho desapareció. Luego el Soldán que estaba en la ciudad habló a todos sus Moros diciendo: ‘Grande es la bondad y misericordia de Dios, pues así nos ha querido alumbrar estando en tan grande ceguedad de pecados: ya es llegado el tiempo en que conozcamos nuestro error; hasta aquí pensábamos que peleábamos con hombres, y ahora vemos que peleamos con Dios y con sus santos y ángeles: ¿quién les podrá resistir?’ Entonces respondió su capitán general, que era el adelantado Don Pedro de Alvarado, y todos con él dijeron, ‘que se querían poner en manos del Emperador, y que luego el Soldán tratase de manera que les otorgase las vidas, pues los reyes de España eran clementes y piadosos, y que se querían bautizar’. Luego el Soldán hizo señal de paz, y envió un Moro con una carta al Emperador de esta manera:
‘Emperador Romano, amado de Dios. Nosotros hemos visto claramente cómo Dios te ha enviado favor y ayuda del cielo; antes que esto yo viese pensaba de guardar mi ciudad y reino, y de defender mis vasallos, y estaba determinado de morir sobre ello; pero como Dios del cielo me haya alumbrado, conozco que tú solo eres capitán de sus ejércitos: yo conozco que todo el mundo debe obedecer a Dios, y a ti que eres su capitán en la tierra. Por tanto en tus manos ponemos nuestras vidas, y te rogamos que te quieras llegar cerca de esta ciudad, para que nos des tu real palabra y nos concedas las vidas, recibiéndonos con tu continua clemencia por tus naturales (390) vasallos. Tu siervo. -EL GRAN SOLDÁN DE BABILONIA, Y TETRARCA DE JERUSALEM’.
Leída la carta luego se fue el Emperador hacia las puertas de la ciudad, que ya estaban abiertas, y el Soldán le salió a recibir muy acompañado, y poniéndose delante del Emperador de rodillas, le dio la obediencia y trabajó mucho por le besar la mano; y el Emperador levantándole le tomó por la mano, y llevándole delante del [96] Santísimo Sacramento, adonde estaba el Papa, y allí dando todos gracias a Dios, el Papa le recibió con mucho amor. Traía también muchos Turcos o Indios adultos que de industria tenían para bautizar, y allí públicamente demandaron el bautismo al Papa, y luego Su Santidad mandó a un sacerdote que los bautizase, los cuales actualmente fueron bautizados. Con esto se partió el Santísimo Sacramento, y tornó a andar la procesión por su orden.
¡Para la procesión de este día de Corpus Christi tenían tan adornado todo el camino y calles, que decían muchos Españoles que se hallaron presentes: ‘quien esto quisiere contar en Castilla, decirle han que está loco, y que se alarga y lo compone’; porque iba el Sacramento entre unas calles hechas todas de tres órdenes de arcos medianos, todos cubiertos de rosas y llores muy bien compuestas, y atadas; y estos arcos pasaban de mil y cuatrocientos, sin otros diez arcos triunfales grandes, debajo de los cuales pasaba toda la procesión. Había seis capillas con sus altares y retablos: todo el camino iba cubierto de muchas yerbas olorosas y de rosas. Había también tres montañas contrahechas muy al natural con sus peñones, en las cuales se representaron tres autos muy buenos.
En la primera, que estaba luego abajo del patio alto, en otro patio bajo a do se hace una gran plaza, aquí se representó la tentación del Señor, y fue cosa en que hubo mucho que notar, en especial verlas representar a Indios. Fue de ver la consulta que los demonios tuvieron para ver de tentar a Cristo, y quién sería el tentador: ya que se determinó que fuese Lucifer, iba muy contrahecho ermitaño; sino que dos cosas no pudo encubrir, que fueron los cuernos y las uñas, que de cada dedo, así de las manos como de los pies, le salían unas uñas de hueso tan largas como medio palmo: y hecha la primera y segunda tentación, la tercera fue en un peñón muy alto, desde el cual el demonio con mucha soberbia contaba a Cristo todas las particularidades y riquezas que había en la provincia de la Nueva España, y de aquí saltó a Castilla, adonde dijo, que además de muchas naos y gruesas armadas que traía por la mar con muchas riquezas, y muy gruesos mercaderes de paños, y sedas, y brocados, había otras muchas particularidades que tenía, y entre otras dijo, que tenía muchos vinos y muy buenos, a lo cual todos picaron, así Indios como Españoles, porque los Indios todos se [97] mueren por nuestro vino. Y después que dijo de Jerusalem, Roma, África, y Europa, y Asia, y que todo se lo daría, respondiendo el Señor, Vade Sathana, cayó el demonio; y aunque quedó encubierto en el peñón, que era hueco, los otros demonios hicieron tal ruido, que parecía que toda la mañana iba con Lucifer a parar al infierno. Vinieron luego los ángeles con comida para el Señor, que parecía que venían del cielo, y hecho su acatamiento pusieron la mesa y comenzaron a cantar.
Pasando la procesión a la otra plaza, en otra montaña se representó como San Francisco predicaba a las aves, diciéndoles por cuántas razones eran obligadas a alabar y bendecir a Dios, por las proveer de mantenimientos sin trabajo de coger, ni sembrar, como los hombres, que con mucho trabajo tienen su mantenimiento; asimismo por el vestir de que Dios les adorna con hermosas y diversas plumas, sin ellas las hilar ni tejer, y por el lugar que les dio, que es el aire por donde se pasean y vuelan. Las aves llegándose al santo parecían que le pedían su bendición, y él se la dando les encargó que a las mañanas y a las tardes loasen y cantasen a Dios. Ya se iban; y como el santo se abajase de la montaña, salió de través una bestia fiera del monte, tan fea que a los que la vieron así de sobresalto les puso un poco de temor; y como el santo la vio hizo sobre ella la señal de la cruz, y luego se vino para ella; y reconociendo que era una bestia que destruía los ganados de aquella tierra, la reprendió benignamente y la trajo consigo al pueblo a do estaban los señores principales en su tablado, y allí la bestia hizo señal que obedecía, y dio la mano de nunca más hacer daño en aquella tierra; y con esto se fue la fiera a la montaña (391).
Quedándose allí el santo comenzó su sermón diciendo: que mirasen cómo aquel bravo animal obedecía la palabra de Dios, y que ellos que tenían razón, y muy grande obligación de guardar los mandamientos de Dios…. y estando diciendo esto salió uno fingiendo que venía beodo, cantando muy al propio que los Indios cantaban cuando se embeodaban; y como no quisiese de dejar de cantar y estorbase el sermón, amonestándole que callase, si no que se iría al infierno, y él perseverase en su cantar, llamó San Francisco a los demonios de un fiero y espantoso infierno que cerca a él estaba (392), y [98] vinieron muy feos, y con mucho estruendo asieron del beodo y daban con él en el infierno. Tomaba luego el santo a proceder en el sermón, y salían unas hechiceras muy bien contrahechas, que con bebedizos en esta tierra muy fácilmente hacen malparir a las preñadas, y como también estorbasen la predicación y no cesasen, venían también los demonios y poníanlas en el infierno. De esta manera fueron representados y reprendidos algunos vicios en este auto. El infierno tenía una puerta falsa por donde salieron los que estaban dentro; y salidos los que estaban dentro pusiéronle fuego, el cual ardió tan espantosamente que pareció que nadie se había escapado, sino que demonios y condenados todos ardían, y daban voces y gritos las ánimas y los demonios; lo cual ponía mucha grima y espanto aun a los que sabían que nadie se quemaba. Pasando adelante el Santísimo Sacramento había otro auto, y era del sacrificio de Abraham, el cual por ser corto y ser ya tarde no se dice más de que fue muy bien representado. Y con esto volvió la procesión a la iglesia». [99]
Tratado segundo
De la conversión y aprovechamiento de estos indios; y cómo se les comenzaron a administrar los sacramentos en esta tierra de Anáhuac, o Nueva España; y de algunas cosas y misterios acontecidos.
Estando yo descuidado y sin ningún pensamiento de escribir semejante cosa que ésta, la obediencia me mandó que escribiese algunas cosas notables de estos naturales, de las que en esta tierra la bondad divina ha comenzado a obrar, y siempre obra; y también para que los que en adelante vinieren sepan y entiendan cuán notables cosas acontecieron en esta Nueva España, y los trabajos e infortunios que por los grandes pecados que en ella se cometían Nuestro Señor permitió que pasase, y la fe y religión que en ella el día de hoy se conserva, y aumentará adelante, siendo Nuestro Señor de ello servido.
Al principio cuando esto comencé a escribir, parecíame que más cosas notaba y se me acordaban ahora diez o doce años que no al presente: entonces como cosas nuevas y que Dios comenzaba a obrar sus maravillas y misericordias con esta gente, ahora como quien ya conversa y trata con gente cristiana y convertida, hay muchas cosas bien de notar, que parece claramente ser venidas por la mano de Dios; porque si bien miramos, en la primitiva Iglesia de Dios mucho [100] se notaban algunas personas que venían a la fe, por ser primeros, así como el eunuco Cornelio y sus compañeros, y lo mismo los pueblos que recibieron primero la palabra de Dios, como fueron Jerusalem, Samaria, y Cesarea, &c. De Bernabé se escribe que vendió un campo, y el precio lo puso a los pies de los Apóstoles. Un campo no es muy precioso, según lo que después los seguidores de Cristo dejaron; pero escríbese por ser al principio, y por el ejemplo que daban. Estas cosas ponían admiración, y por ser dignas de ejemplo los hombres las escribían; pues las primeras maravillas que Dios en estos gentiles comenzó a obrar, aunque no muy grandes, ponían más admiración que no las muchas y mayores que después y ahora hace con ellos, por ser ya ordinarias; y a este propósito diré aquí en este segundo tratado algunas cosas de las primeras que acontecieron en esta tierra de la Nueva España, y de algunos pueblos que primero recibieron la fe, cuyos nombres en muchas partes serán ignotos, aunque acá todos son bien conocidos, por ser pueblos grandes y algunos cabezas de provincia. Tratarse ha también en esta segunda parte la dificultad e impedimentos que tuvo el bautismo, y el buen aprovechamiento de estos naturales.
Capítulo I
En que dice cómo comenzaron los Mexicanos y los de Coatlichán a venir al bautismo y a la doctrina cristiana.
Ganada y repartida la tierra por los Españoles, los frailes de San Francisco que al presente en ella se hallaron comenzaron a tratar y a conversar entre los Indios; primero adonde tenían casa y aposento, como fue en México, y en Tetzcoco, Tlaxcallán y Huexotzinco, que en éstos se repartieron los pocos que al principio eran; y en cada provincia de éstas, y en las en que después se tomó casa, que son [101] ya cerca de cuarenta en este año de 1540 (393), había tanto que decir que no bastaría el papel de la Nueva España. Siguiendo la brevedad que a todos aplace, diré lo que yo vi y supe, y pasé en los pueblos que moré y anduve; y aunque yo diga o cuente alguna cosa de una provincia, será del tiempo que en ella moré, y de la misma podrán otros escribir otras cosas allí acontecidas con verdad y más de notar, y mejor escritas que aquí irán, y podrase todo sufrir sin contradicción. En el primer año que a esta tierra llegaron los frailes, los Indios de México y Tlatilolco se comenzaron a ayuntar los de un barrio y feligresía un día, y los de otro barrio otro día, y allí iban los frailes a enseñar y bautizar los niños; y desde a poco tiempo los domingos y fiestas se ayuntaban todos, cada barrio en su cabecera, adonde tenían sus salas antiguas, porque iglesia aún no la había, y los Españoles tuvieron también, obra de tres años, sus misas y sermones en una sala de éstas que servían por iglesia, y ahora es allí en la misma sala la casa de la moneda; pero no se enterraban allí casi nadie, sino en San Francisco el viejo, hasta que después se comenzaron a edificar iglesias. Anduvieron los Mexicanos cinco años muy fríos, o por el embarazo de los Españoles y obras de México, o porque los viejos de los Mexicanos tenían poco calor (394). Después de pasados cinco años despertaron muchos de ellos e hicieron iglesias, y ahora frecuentan mucho las misas cada día y reciben los sacramentos devotamente.
El pueblo al que primero salieron los frailes a enseñar fue a Cuautitlán, cuatro leguas de México, y a Tepotzotlán, porque como en México había mucho ruido, y entre los hijos de los señores que en la casa de Dios se enseñaban estaban los señoritos de estos dos pueblos, sobrinos o nietos de Moteuczoma, y éstos eran de los principales que en casa había, por respeto de éstos comenzaron a enseñar allí y a bautizar los niños, y siempre se prosiguió la doctrina, y siempre fueron de los primeros y delanteros en toda buena cristiandad, y lo mismo los pueblos a ellos sujetos y sus vecinos.
En el primer año de la venida de los frailes, el padre Fray Martín de Valencia, de santa memoria, vino a México, y tomando un compañero que sabía un poco de la lengua, fuese a visitar los pueblos de la laguna del agua dulce, que apenas se sabía cuántos eran, ni adónde [102] estaban; y comenzando por Xochimileo y Coyoacán, veníanlos a buscar de los otros pueblos, y rogábanles con instancia que fuesen a sus pueblos, y antes que llegasen los salían a recibir, porque ésta es su costumbre, y hallaban que estaba ya toda la gente ayuntada; y luego por escrito y con intérprete les predicaban y bautizaban algunos niños, rogando siempre a Nuestro Señor que su santa palabra hiciese fruto en las ánimas de aquellos infieles, y los alumbrase y convirtiese a su santa fe. Y los Indios señores y principales delante de los frailes destruían sus ídolos, y levantaban cruces, y señalaban sitios para hacer sus iglesias. Así anduvieron todos aquellos pueblos que son dichos (395), todos principales y de mucha gente, y pedían a Dios ser enseñados, y el bautismo para sí y para sus hijos; lo cual visto por los frailes, daban gracias a Dios con grande alegría, por ver tan buen principio, y en ver que tantos se habían de salvar, como luego sucedió. Entonces dijo el padre Fray Martín, de buena memoria, a su compañero, «muchas gracias sean dadas a Dios, que lo que en otro tiempo el espíritu me mostró, ahora en obra y verdad lo veo, cumplir», y dijo; «que estando él un día en maitines en un convento que se dice Santa María del Hoyo, cerca de Gata y que es en Extremadura, en la provincia de San Gabriel, rezaba ciertas profecías de la venida de los gentiles a la fe, le mostró Dios en espíritu muy gran muchedumbre de gentiles que venían a la fe, y fue tanto el gozo que su ánimo sintió, que comenzó a dar grandes voces»; como más largamente parecerá en la tercera parte, en la vida del dicho Fray Martín de Valencia. Y aunque este santo varón procuró muchas veces de ir entre los infieles a recibir martirio, nunca pudo alcanzar licencia de sus superiores; no porque no le tuviesen por idóneo, que en tanto fue estimado y tenido en España como en estas partes, mas porque Dios lo ordenó así por mayor bien, según se lo dijo una persona muy espiritual, «que cuando fuese tiempo Dios cumpliría su deseo, como Dios se lo había mostrado»; y así fue, que el general le llamó un día y le dijo cómo él tenía determinado de venir a esta Nueva España con muy buenos compañeros, con grandes bulas que del Papa había alcanzado, y por le haber elegido general de la orden, el cual oficio le impedía la pasada, que como cosa de [103] mucha importancia y que él mucho estimaba, le quería enviar y que nombrase doce compañeros cuales él quisiese, y él aceptando la venida vino, por lo cual parece lo a él prometido no haber sido engaño.
Entre los pueblos ya dichos de la laguna dulce, el que más diligencia puso para llevar los frailes a que los enseñasen, y en ayuntar más gente, y en destruir los templos del demonio, fue Cuitlahuac, que es un pueblo fresco y todo cercado de agua, y de mucha gente; y tenían muchos templos del demonio, y todo él fundado sobre agua; por lo cual los Españoles la primera vez que en él entraron le llamaron Venezuela. En este pueblo estaba un buen Indio, el cual era uno de tres señores principales que en él hay, y por ser hombre de más manera y antiguo, gobernaba todo el pueblo: éste envió a buscar a los frailes dos o tres veces, y llegados, nunca se apartaba de ellos, mas antes estuvo gran parte de la noche preguntándoles cosas que deseaba saber de nuestra fe. Otro día de mañana ayuntada la gente después de misa y sermón, y bautizados muchos niños, de los cuales los más eran hijos, y sobrinos, y parientes de este buen hombre que digo; y acabados de bautizar, rogó mucho aquel Indio a Fray Martín que le bautizase, y vista su santa importunación y manera de hombre de muy buena razón, fue bautizado y llamado Don Francisco, y después en el tiempo que vivió fue muy conocido de los Españoles. Aquel Indio hizo ventaja a todos los de la laguna dulce, y trajo muchos niños al monasterio de San Francisco, los cuales salieron tan hábiles, que excedieron a los que habían venido muchos días antes. Este Don Francisco aprovechando cada día en el conocimiento de Dios y en la guarda de sus mandamientos, yendo un día muy de mañana en una barca, que los Españoles llaman canoa, por la laguna, oyó un canto muy dulce y de palabras muy admirables, las cuales yo vi y tuve escritas, y muchos frailes las vieron y juzgaron haber sido canto de ángeles, y de allí adelante fue aprovechando más; y al tiempo de su muerte pidió el sacramento de la confesión, y confesado y llamando siempre a Dios, falleció.
La vida y muerte de este buen Indio fue gran edificación para todos los otros Indios, mayormente los de aquel pueblo de Cuitlahuac, en el cual se edificaron iglesias; la principal advocación es de San Pedro, en la obra de la cual trabajó mucho aquel buen Indio Don [104] Francisco. Es iglesia grande y de tres naves, hecha a la manera de España.
Los dos primeros años, poco salían los frailes del pueblo adonde residían, así por saber poco de la tierra y lengua, como por tener bien en que entender adonde residían. El tercer año comenzaron en Tetzcoco de se ayuntar cada día para deprender la doctrina cristiana; y también hubo gran copia de gente al bautismo; y como la provincia de Tetzcoco es muy poblada de gente, en el monasterio y fuera no se podían valer ni dar a manos, porque se bautizaron muchos de Tetzcoco y Huexotzinco, Coatlichán y de Coatepec: aquí en Coatepec comenzaron a hacer iglesia y diéronse mucha prisa para la acabar, y por ser la primera iglesia fuera de los monasterios, llamose Santa María de Jesús. Después de haber andado algunos días por los pueblos sujetos a Tetzcoco, que son muchos, y de lo más poblado de la Nueva España, pasaron adelante a otros, pueblos, y como no sabía mucho de la tierra, saliendo a visitar un lugar salían de otros pueblos a rogarles que fuesen con ellos a decirles la palabra de Dios, y muchas veces otros poblezuelos pequeños salían de través, y los hallaban ayuntados con su comida aparejada esperando y rogando a los frailes que comiesen y los enseñasen. Otras veces iban a partes que ayunaban lo que en otras partes les sobraba, y entre otras partes adonde fueron, fue Otompa, y Tepepolco, y Tollantzinco, que aun desde (396) en buenos años no tuvieron frailes; y entre éstos, Tepepolco lo hizo muy bien, y fue siempre creciendo y aprovechando en el conocimiento de la fe; y la primera vez que llegaron frailes a este lugar, dejado el recibimiento que les hicieron, era una tarde, y como estuviese la gente ayuntada comenzaron luego a enseñarles; y en espacio de tres o cuatro horas muchos de aquel pueblo, antes que de allí se partiesen, supieron persignarse y el Pater Noster. Otro día por la mañana vino mucha gente, y enseñados y predicados lo que convenía a gente que ninguna cosa sabia ni había oído de Dios, ni recibido la palabra de Dios; tomados aparte el señor y principales, y diciéndoles cómo Dios del cielo era verdadero Señor, criador del cielo y de la tierra, y quién era el demonio a quien ellos adoraban y honraban, y cómo los tenía engañados, y otras cosas [105] conforme a ellas; de tal manera se lo supieron decir, que luego allí delante de los frailes destruyeron y quebrantaron todos los ídolos que tenían, y quemaron los teocallis. Este pueblo de Tepepolco está asentado en un recuesto bien alto, adonde estaba uno de los grandes y vistosos templos del demonio que entonces derribaron; porque como el pueblo es grande y tiene otros muchos sujetos, tenia grandes teocallis o templos del demonio; y ésta es regla general en que se conocía el pueblo ser grande o pequeño, en tener muchos teocallis.
Capítulo II
Cuándo y adónde comenzaron las procesiones en esta tierra de la Nueva España, y de la gana con que los Indios vienen a bautizarse.
El cuarto año de la llegada de los frailes a esta tierra fue de muchas aguas, tanto que se perdían los maizales y se caían muchas casas. Hasta entonces nunca entre los Indios se habían hecho procesiones, y en Tetzcoco salieron con una pobre cruz; y como hubiese muchos días que nunca cesaba de llover, plugo a Nuestro Señor por su clemencia, y por los ruegos de su Sacratísima Madre, y de San Antonio, cuya advocación es la principal de aquel pueblo, que desde aquel día mismo cesaran las aguas, para confirmación de la flaca y tierna fe de aquellos nuevamente convertidos: y luego hicieron muchas cruces y banderas de santos y otros atavíos para sus procesiones; y los Indios de México fueron luego allí a sacar muestras para lo mismo: y desde a poco tiempo comenzaron en Huexotzinco e hicieron muy ricas y galanas mangas de cruces y andas de oro y pluma; y luego por todas partes comenzaron de ataviar sus iglesias, y hacer retablos, y ornamentos, y salir en procesiones, y los niños deprendieron danzas para regocijarlas más.
En este tiempo en los pueblos que había frailes salían adelante, y [106] de muchos pueblos los venían a buscar y a rogarles que los fuesen a ver, y de esta manera por muchas partes se iba extendiendo y ensanchando la fe de Jesucristo, mayormente en los pueblos de Eecapitztlán y Huaxtepec; para lo cual dieron mucho favor y ayuda los que gobernaban estos pueblos, porque eran Indios quitados de vicios y que no bebían vino; que era esto como cosa de maravilla, así a los Españoles como a los naturales, ver algún Indio que no bebiese vino; porque entre todos los hombres y mujeres adultos era muy general el embeodarse; y como este vicio era fomes y raíz de otros muchos pecados, el que de él se apartaba vivía más virtuosamente. La primera vez que salió fraile a visitar las provincias de Coyxco, y Tlachco fue de Cuauhnahuac, la cual casa se tomó el segundo año de su venida, y en el número fue quinta casa. Desde allí visitando aquellas provincias, en las cuales hay muchos pueblos y de mucha gente, fueron muy bien recibidos, y muchos niños bautizados; y como no pudiesen andar por todos los pueblos, cuando estaba uno cerca de otro venía la gente del pueblo menor al mayor a ser enseñados, y a oír la palabra de Dios, y a bautizar sus niños: y aconteció, como entonces fuese el tiempo de las aguas, que en esta tierra comienzan por Abril y acaban en fin de Septiembre, poco más o menos, había de venir un pueblo a otro, y en medio estaba un arroyo, y aquella noche llovió tanto, que vino el arroyo hecho un gran río, y la gente que venía no pudo pasar; y allí aguardaron a que acabasen la misa y de predicar y bautizar, y pasaron algunos a nado y fueron a rogar a los frailes, que a la orilla del arroyo les fuesen a decir la palabra de Dios, y ellos fueron, y en la parte donde más angosto estaba el río, los frailes de una parte y los Indios de otra, les predicaron, y ellos no se quisieron ir sin que les bautizasen los hijos; y para esto hicieron una pobre balsa de cañas, que en los grandes ríos arman las balsas sobre unas grandes calabazas, y así los Españoles y su hato pasan grandes ríos; pues hecha la balsa, medio por el agua y medio en los brazos pasáronlos de la otra parte, adonde los bautizaron con harto trabajo por ser tantos.
Yo creo que después que la tierra se ganó, que fue el año de 1521, hasta el tiempo que esto escribo, que es, en el año de 1536, más de cuatro millones de ánimas se bautizaron, y por dónde yo lo sé, adelante se dirá. [107]
Capítulo III
De la prisa que los Indios tenían en venir al bautismo, y de dos cosas que acontecieron en México y en Tetzcoco.
Vienen al bautismo muchos, no sólo los domingos y días que para esto están señalados, sino cada día de ordinario, niños y adultos, sanos y enfermos, de todas las comarcas; y cuando los frailes andan visitando, les salen los Indios al camino con los niños en los brazos, y con los dolientes a cuestas, y hasta los viejos decrépitos sacan para que los bauticen. También muchos dejan las mujeres y se casan con sola una, habiendo recibido el bautismo. Cuando van al bautismo, los unos van rogando, otros importunando, otros lo piden de rodillas, otros atando y poniendo las manos, gimiendo y encogiéndose, otros lo demandan y reciben llorando y con suspiros.
En México pidió el bautismo un hijo de Moteuczoma, que fue el gran señor de México, y por estar enfermo aquel su hijo fuimos a su casa, que era junto adonde ahora está edificada la iglesia de San Hipólito, en el cual día fue ganada México, y por eso en toda la Nueva España se hace gran fiesta aquel día, y le tienen por singular patrón de esta tierra. Sacaron al enfermo para bautizarse en una silla, y haciendo el exorcismo, cuando el sacerdote dijo, ne te lateat Satanas (397), comenzó a temblar en tal manera, no sólo el enfermo sino también la silla en que estaba, tan recio que al parecer de todos los que allí se hallaban parecía salir de él el demonio, a lo cual fueron presentes Rodrigo de Paz, que a la sazón era alguacil mayor (y por ser su padrino [108] se llamó el bautizado Rodrigo de Paz), y otros oficiales de su majestad.
En Tetzcoco yendo una mujer bautizada con un niño a cuestas, como en esta tierra se usa traer los niños, el niño era por bautizar; pasando de noche por el patio de los teocallis, que son las casas del demonio, salió a ella el demonio, y echó mano de la criatura, queriéndola tomar a la madre que muy espantada estaba, porque no estaba bautizado ni señalado de la cruz, y la India decía: «Jesús, Jesús»; y luego el demonio dejaba el niño, y en dejando la India de nombrar a Jesús, tornaba el demonio a quererla tomar el niño; esto fue tres veces, hasta que salió de aquel temeroso lugar. Luego otro día por la mañana, porque no le aconteciese otro semejante peligro, trajo el niño a que se le bautizasen, y así se hizo. Ahora es muy de ver los niños que cada día se vienen a bautizar, en especial aquí en Tlaxcallán, que día hay de bautizar cuatro y cinco veces; y con los que vienen el domingo, hay semana que se bautizan niños de pila trescientos, y semana de cuatrocientos, otras de quinientos con los de una legua a la redonda; y si alguna vez hay descuido o impedimento para que se dejen de visitar los pueblos que están a dos y a tres leguas, después cargan tantos que es maravilla.
Asimismo han venido y vienen muchos de lejos a se bautizar con hijos y mujeres, sanos y enfermos, cojos y ciegos y mudos, arrastrando y padeciendo mucho trabajo y hambre, porque esta gente es muy pobre.
En muchas partes de esta tierra bañaban los niños recién nacidos a los ocho o diez días, y en bañando el niño poníanle una rodela pequeñita en la mano izquierda, y una saeta en la mano derecha; y a las niñas daban una escoba pequeñita. Esta ceremonia parecía ser figura del bautismo, que los bautizados habían de pelear con los enemigos del ánima, y habían de barrer y limpiar sus conciencias y ánimas para que viniese Cristo a entrar por el bautismo.
El número de los bautizados cuento por dos maneras; la una por los pueblos y provincias que se han bautizado, y la otra por el número de los sacerdotes que han bautizado. Hay al presente en esta Nueva España obra de sesenta sacerdotes franciscos, que de los otros sacerdotes pocos se han dado a bautizar: aunque han bautizado algunos, el número yo no sé qué tantos serán. Además de los sesenta [109] sacerdotes que digo, se habrán vuelto a España más de otros veinte, algunos de los cuales bautizaron muchos Indios antes que se fuesen, y más de otros veinte que son ya difuntos, que también bautizaron muy muchos, en especial nuestro padre Fray Martín de Valencia, que fue el primer prelado que en esta tierra tuvo veces del Papa, y Fray García de Cisneros, y Fray Juan Caro, un honrado viejo, el cual introdujo y enseñó primero en esta tierra el castellano y el canto de órgano, con mucho trabajo; Fray Juan de Perpiñán y Fray Francisco de Valencia, los que cada uno de éstos bautizó pasarían de cien mil: de los sesenta que al presente son este año de 1536, saco otros veinte que no han bautizado, así por ser nuevos en la tierra como por no saber la lengua; de los cuarenta que quedan echo a cada uno de ellos a cien mil o más, porque algunos de ellos hay que han bautizado cerca de trescientos mil, otros hay de doscientos mil, y a ciento cincuenta mil, y algunos que muchos menos; de manera que con los que bautizaron los difuntos y los que se volvieron a España, serán hasta hoy día bautizados cerca de cinco millones.
Por pueblos y provincias cuento de esta manera. A México y a sus pueblos, y a Xochimilco con los pueblos de la laguna dulce, y a Tlalmanalco y Chalco, Cuauhnahuac con Eecapitztlán, y a Cuauhquechollán y Chietla, más de un millón. A Tetzcoco, Otompa, y Tepepolco, y Tollantzinco, Cuautitlán, Tollán, Xilotepec con sus provincias y pueblos, más de otro millón. A Tlaxcallán, la ciudad de los Ángeles, Cholollán, Huexotzinco, Calpa, Tepeyacac, Zacatlán, Hueplalpán, más de otro millón. En los pueblos de la Mar del Sur, más de otro millón. Y después que esto se ha sacado en blanco se han bautizado más de quinientos mil (398), porque en esta cuaresma pasada del año de 1537 (399), en sola la provincia de Tepeyacac se han bautizado por cuenta más de sesenta mil ánimas; por manera que a mi juicio y verdaderamente serán bautizados en este tiempo que digo, que serán quince años, más de nueve millones de ánimas de Indios. [110]
Capítulo IV
De los diversos pareceres que hubo sobre el administrar el sacramento del bautismo, y de la manera que se hizo los primeros años.
Cerca del administrar este sacramento del bautismo, aunque los primeros años todos los sacerdotes fueron conformes, después como vinieron muchos clérigos y frailes de las otras órdenes, agustinos, dominicos y franciscos, tuvieron diversos pareceres contrarios los unos de los otros: parecíales a los unos que el bautismo se había de dar con las ceremonias que se usan en nuestra España, y no se satisfacían de la manera con que los otros le administraban, y cada uno quería seguir su parecer, y aquel tenía por mejor y más acertado, ora fuese por buen celo, ora sea porque los hijos de Adán todos somos amigos de nuestro parecer; y los nuevamente venidos siempre quieren enmendar las obras de los primeros, y hacer, si pudiesen, que del todo cesasen y se olvidasen, y que su opinión sola valiese; y el mayor mal era que los que esto pretendían no curaban ni trabajaban en deprender la lengua de los Indios, ni en bautizarlos. Estas diversas opiniones y diversos pareceres fueron causa que algunas veces se dejó de administrar el sacramento del bautismo, lo cual no pudo ser sin detrimento de los que le buscaban, principalmente de los niños y enfermos, que morían sin remedio. Ciertamente éstos queja tendrían de los que dieron la causa con sus opiniones e inconvenientes que pusieron, aunque ellos piensen que su opinión era muy santa, y que no había más que pedir; y la misma queja creo yo que tendrían otros niños y enfermos, que venidos a recibir este sacramento, mientras se hacían las ceremonias, antes que llegasen a la sustancia de las palabras se morían. En la verdad ésta fue indiscreción, [111] porque con estos tales ya que querían guardar ceremonias, habían primero de bautizar al enfermo, y asegurado lo principal, pueden después hacer las ceremonias acostumbradas. Demás de lo dicho, otras causas y razones que éstos decían parecerán en los capítulos siguientes.
Los otros que primero habían venido también daban sus razones por donde administraban de aquella manera el bautismo, diciendo que lo hacían con pareceres y consejo de santos doctores y de doctas personas, en especial de un gran religioso y gran teólogo, llamado Fray Juan de Tecto, natural de Gante, catedrático de teología en la universidad de París, que creo no haber pasado a estas partes letrado más fundado, y por tal el Emperador se confesó con él. Este Fray Juan de Tecto, con dos compañeros, vino en el mismo año que los doce ya dichos, y falleció el segundo año de su llegada a estas partes, con uno de sus compañeros también docto (400). Estos dos padres, con los doce, consultaron con mucho acuerdo cómo se debía proceder en los sacramentos y doctrina con los Indios, allegándose a algunas instrucciones que de España habían traído, de personas muy doctas y de su ministro general el señor cardenal de Santa Cruz (401); y dando causas y razones, alegaban doctores muy excelentes y derechos suficientes, y demás de esto decían que ellos bautizaban a necesidad y por haber falta de clérigos, y que cuando hubiese otros que bautizasen, ayudarían en las predicaciones y confesiones, y que por entonces tenían experiencia que hasta que cesase la multitud de los que venían a bautizarse, y muchos más que en los años pasados se habían bautizado, y los sacerdotes habían sido tan pocos, que no podían hacer el oficio con la pompa y ceremonias que hace un cura cuando bautiza una sola criatura en España, adonde hay tantos ministros. Acá en esta nueva conversión, ¿cómo podrá un solo sacerdote bautizar a dos y tres mil en un día, y a todos dar saliva (402), flato, y candela, y alba, y hacer sobre cada uno particularmente todas las ceremonias, y meterlos en la iglesia adonde no las había? Esto no lo podrá bien [112] sentir sino los que vieron la falta en los tiempos pasados. ¿Y cómo podrían dar candela encendida bautizando con gran viento en los patios, ni dar saliva a tantos? Pues el vino para decir las misas muchas veces se hallaba con trabajo, que era imposible guardar las ceremonias con todos, adonde no había iglesias, ni pilas, ni abundancia de sacerdotes, sino que un solo sacerdote había de bautizar, confesar, desposar y velar, y enterrar, y predicar, y rezar, y decir misa, deprender la lengua, enseñar la doctrina cristiana a los niños, y a leer y cantar, y por no poderse hacer hacían lo de esta manera. Al tiempo del bautismo ponían todos juntos los que se habían de bautizar, poniendo los niños delante, y hacían sobre todos el oficio del bautismo, y sobre algunos pocos la ceremonia de la cruz, flato, sal, saliva, alba; luego bautizaban los niños cada uno por sí en agua bendita, y esta orden siempre se guardó en cuanto yo he sabido. Solamente supe de un letrado que pensaba que sabía lo que hacía, que bautizó con hisopo, y éste fue después uno de los que trabajaron en estorbar el bautismo de los otros. Tornando al propósito digo: que bautizados primero los niños, tornaban a predicar y decir a los adultos examinados lo que habían de creer, y lo que habían de aborrecer, y lo que habían de hacer en el matrimonio, y luego bautizaban a cada uno por sí.
Esto tuvo tantas contradicciones que fue menester juntarse toda la Iglesia que hay en estas partes, así obispos, y otros prelados, como los señores de la Audiencia Real, adonde se altercó la materia, y fue llevada la relación a España; la cual vista por el Consejo Real y de Indias, y por el señor arzobispo de Sevilla, respondieron, que se debía continuar lo comenzado hasta que se consultase con Su Santidad. Y en la verdad, aunque no faltaban letras, y los que vinieron primero trajeron, como dicho es, autoridad apostólica y de su opinión eran santos y excelentes doctores; pero gran ciencia es saber la lengua de los Indios y conocer esta gente, y los que no se ejercitasen primero a lo menos tres o cuatro años no deberían hablar absolutamente en esta materia, y por esto permite Dios que los que luego como vienen de España quieren dar nuevas leyes, y seguir sus pareceres, y juzgar y condenar a los otros y tenerlos en poco, caigan en confusión y hagan cegueras, y sus yerros sean como viga de lagar y una paja lo que reprendían. ¡Oh! y cómo he visto esto por experiencia [113] ser verdad muchas veces en esta tierra; y esto viene del poco temor de Dios, y poco amor con el prójimo, y mucho con el interés; y para semejantes casos proveyó sabiamente la Iglesia, que en la conversión de algunos infieles y tierras nuevas, «los ministros que a la postre vinieren se conformen con los primeros hasta tener entera noticia de la tierra y gente adonde llegaren».
La lengua es menester para hablar, predicar, conversar, enseñar, y para administrar todos los sacramentos; y no menos el conocimiento de la gente, que naturalmente es temerosa y muy encogida, que no parece sino que nacieron para obedecer, y si los ponen al rincón allí se están como enclavados: muchas veces vienen a bautizarse y no lo osan demandar ni decir; por lo cual no los deben examinar muy recio, porque yo he visto a muchos de ellos que saben el Pater Noster y el Ave María y la doctrina cristiana, y cuando el sacerdote se lo pregunta, se turban y no lo aciertan a decir; pues a estos tales no se les debe negar lo que quieren, pues es suyo el reino de Dios, porque apenas alcanzan una estera rota en que dormir, ni una buena manta que traer cubierta, y la pobre casa que habitan rota y abierta al sereno de Dios; y ellos simples y sin ningún mal, ni codiciosos de intereses, tienen gran cuidado de aprender lo que les enseñan, y más en lo que toca a la fe; y saben y entienden muchos de ellos cómo se tienen de salvar e irse a bautizar dos y tres jornadas; sino que es el mal que algunos sacerdotes que los comienzan a enseñar, los querrían ver tan santos en dos días que con ellos trabajan, como si hubiese diez años que los estuviesen enseñando, y como no les parecen tales déjanlos: parécenme los tales a uno que compró un carnero muy flaco y diole a comer un pedazo de pan, y luego tentole la cola para ver si estaba gordo.
Lo que de esta generación se puede decir es, que son muy extraños de nuestra condición, porque los Españoles tenemos un corazón grande y vivo como fuego, y estos Indios y todas las animalias de esta tierra naturalmente son mansos, y por su encogimiento y condición descuidados en agradecer, aunque muy bien sienten los beneficios, y como no son tan prestos a nuestra condición son penosos a algunos Españoles; pero hábiles son para cualquiera virtud, y habilísimos para todo oficio y arte, y de gran memoria y buen entendimiento.
Estando las cosas muy diferentes, y muchos pareceres muy contrarios [114] unos de otros, sobre la manera y ceremonias con que se había de celebrar el sacramento del bautismo, llegó una bula del Papa, la cual mandaba y dispensaba en la orden que en ello se había de tener; y para mejor la poder poner por la obra, en el principio del año 1539 se ayuntaron, de cinco obispos que en esta tierra hay los cuatro; y vieron la bula del papa Paulo III, y vista la determinaron que se guardase de esta manera. El catecismo dejáronle al albedrío del ministro. El exorcismo, que es el oficio del bautismo, abreviáronle cuanto fue posible, rigiéndose por un misal romano, y mandaron que a todos los que se hubiesen de bautizar se les ponga óleo y crisma, y que esto se guardase por todos inviolablemente, así con pocos como con muchos, salvo urgente necesidad. Sobre esta palabra urgente hubo hartas diferencias y pareceres contrarios, sobre cuál se entendería urgente necesidad, porque en tal tiempo una mujer, y un Indio, y aun un Moro, pueden bautizar en fe de la Iglesia; y por esto fue puesto silencio al bautismo de los adultos, y en muchas partes no se bautizaban sino niños y enfermos. Esto duró tres o cuatro meses, hasta que en un monasterio que está en un llano que se llama Quecholac, los frailes se determinaron de bautizar a cuantos viniesen, no obstante lo mandado por los obispos; lo cual como fue sabido por toda aquella provincia, fue tanta la gente que vino, que si yo por mis propios ojos no lo viera no lo osara decir; más verdaderamente era gran multitud de gente la que venía, porque además de los que venían sanos, venían muchos cojos y mancos, y mujeres con los niños a cuestas, y muchos viejos canos y de mucha edad, y venían de dos y de tres jornadas a bautizarse; entre los cuales vinieron dos viejas, asida la una a la otra, que apenas se podían tener, y pusiéronse con los que se querían bautizar, y el que las había de bautizar y las examinaba quísolas echar, diciendo que no estaban bien enseñadas; a lo cual la una de ellas respondió, diciendo: «¿A mí que creo en Dios me quieres echar fuera de la iglesia? Pues si tú me echas fuera de la casa del misericordioso Dios, ¿adónde iré? ¿no ves de cuán lejos vengo, y si me vuelvo sin bautizar en el camino me moriré? Mira que creo en Dios; no me eches de su iglesia».
Estas palabras bastaron para que las dos viejas fuesen bautizadas y consoladas con otros muchos; porque digo verdad, que en cinco [115] días que estuve en aquel monasterio, otro sacerdote y yo bautizamos por cuenta catorce mil y doscientos y tantos, poniendo a todos óleo y crisma, que no nos fue pequeño trabajo. Después de bautizados es cosa de ver el alegría y regocijo que llevan con sus hijuelos a cuestas, que parece que no caben en sí de placer.
En este mismo tiempo también fueron muchos al monasterio de Tlaxcallán a pedir el bautismo, y como se lo negaron, era la mayor lástima del mundo ver lo que hacían, y cómo lloraban, y cuán desconsolados estaban, y las cosas y lástimas que decían, tan bien dichas, que ponían gran compasión a quien los oía, e hicieron llorar a muchos de los Españoles que se hallaron presentes, viendo cómo muchos de ellos venían de tres y de cuatro jornadas, y era en tiempo de aguas, y venían pasando arroyos y ríos con mucho trabajo y peligro; la comida paupérrima y que apenas les basta, si no que a muchos de ellos se les acaba en el camino; las posadas son adonde les toma la noche, debajo de un árbol, si le hay; no traen sino cruz y penitencia. Los sacerdotes que allí se hallaron, vista la importunación de estos Indios, bautizaron los niños y los enfermos, y algunos que no los podían echar de la iglesia; porque diciéndoles que no los podían bautizar, respondían: «Pues en ninguna manera nos iremos de aquí sin el bautismo, aunque sepamos que aquí nos tenemos de morir». Bien creo que si los que lo mandaron y los que lo estorbaron vieran lo que pasaba, que no mandaran una cosa tan contra razón, ni tomaran tan gran carga sobre sus conciencias, y seria justo que creyesen a los que lo ven y tratan cada día, y conocen lo que los Indios han menester, y entienden sus condiciones.
Oído he yo por mis oídos a algunas personas decir que sus veinte años o más de letras no los quieren emplear en gente tan bestial; en lo cual me parece que no aciertan, porque a mi parecer no se pueden las letras mejor emplear que en mostrar al que no lo sabe el camino por donde se tiene de salvar y conocer a Dios. Cuánto más obligados serán a estos pobres Indios, que los deberían regalar como a gusanos de seda, pues de su sudor y trabajo se visten y enriquecen los que por ventura vienen sin capas de España.
En este mismo tiempo que digo, entre los muchos que se vinieron a bautizar, vinieron hasta quince hombres mudos, y no fueron muchos según la gran copia de gente que se bautizó en estos dos [116] monasterios, porque en Cuauhquechollán que duró más tiempo el bautizar, se bautizaron cerca de ochenta mil ánimas, y en Tlaxcallán más de veinte mil: estos mudos hacían muchos ademanes, poniendo las manos, y encogiendo los hombros, y alzando los ojos al cielo, y todo dando a entender la voluntad y gana con que venían a recibir el bautismo. Asimismo vinieron muchos ciegos, entre los cuales vinieron dos, que eran marido y mujer, ambos ciegos, asidos por las manos, y adestrábanlos (403) tres hijuelos, que también los traían a bautizar, y traían para todos sus nombres de cristianos; y después de bautizados iban tan alegres y tan regocijados, que se les parecía bien la vista que en el ánima habían cobrado, con la nueva lumbre de la gracia que con el bautismo recibieron.
Capítulo V
De cómo y cuándo comenzó en la Nueva España el sacramento de la penitencia y confesión y de la restitución que hacen los Indios.
De los que reciben el sacramento de la penitencia ha habido y cada día pasan cosas notables, y las más y casi todas son notorias a los confesores, por las cuales conocen la gran misericordia y bondad de Dios que así trae los pecadores a verdadera penitencia; para en testimonio de lo cual, contaré algunas como que he visto, y otras que me han contado personas dignas de todo crédito.
Comenzase este sacramento en la Nueva España en el año de 1526, en la provincia de Tetzcoco, y con mucho trabajo, porque como era gente nueva en la fe apenas se les podía dar a entender qué cosa era [117] este sacramento; hasta que poco a poco han venido a se confesar bien y verdaderamente, como adelante parecerá.
Algunos que ya saben escribir traen sus pecados puestos por escrito, con muchas particularidades de circunstancias, y esto no lo hacen una vez en el año, sino en las pascuas y fiestas principales, y aún muchos hay que si se sienten con algunos pecados se confiesan mas a menudo, y por esta causa son muchos los que se vienen a confesar; mas como los confesores son pocos, andan los Indios de un monasterio en otro buscando quien los confiese, y no tienen en nada irse a confesar quince y veinte leguas; y si en alguna parte hallan confesores, luego hacen senda como hormigas; esto es cosa muy ordinaria, en especial en la cuaresma, porque el que así no lo hace no le parece que es cristiano.
De los primeros pueblos que salieron a buscar este sacramento de la penitencia fueron los de Tehuacán, que iban muchos hasta Huexotzinco, que son veinte y cinco leguas, a se confesar: éstos trabajaron mucho hasta que llevaron frailes a su pueblo, y hase hecho allí un muy buen monasterio, y que ha hecho mucho provecho en todos los pueblos de la comarca, porque este pueblo de Tehuacán está de México cuarenta leguas, y está en la frontera de muchos pueblos asentado al pie de unas sierras y de allí se visitan muchos pueblos y provincias. Esta gente es dócil, y muy sincera, y de buena condición, más que no la mexicana; bien así como en España, en Castilla la Vieja y más hacia Burgos, son más afables y de buena índole y parece otra masa de gente, que desde Ciudad Rodrigo hacia Extremadura y el Andalucía, que es gente más recatada y resabida; así se puede acá decir, que los Mexicanos y sus comarcas son como Extremeños y Andaluces, y los Mixtecos, Zapotecos, Pinomes, Mazatecos, Cuitlatecos, Mixes, éstos digo que son más obedientes, mansos y bien acondicionados, y dispuestos para todo acto virtuoso, por lo cual aquel monasterio de Tehuacán ha causado gran bien.
Habría mucho que decir de los pueblos y provincias que han venido a él cargados con grandísima cantidad de ídolos, que han sido tantos que ha sido una cosa de admiración. Entre los muchos que allí vinieron vino una señora de un pueblo llamado Tetzitepec, con muchas cargas de ídolos, que traía para que los quemasen, y para que la enseñasen y dijesen lo que tenía de hacer para servir a Dios, [118] la cual después de ser enseñada recibió el bautismo, y dijo: «que no se quería, volver a su casa hasta que hubiese dado gracias a Dios por el beneficio y merced que la había hecho en dejarla y alumbrarla para que le conociese», y determinase de estar allí algunos días para aprender algo e ir mejor informada en la fe. Había esta señora traído consigo dos hijos suyos a lo mismo que ella vino, y al que heredaba el mayorazgo mandó que se enseñase, no sólo para lo que a él tocaba, sino también para que enseñase y diese ejemplo a sus vasallos. Pues estando esta señora y nueva cristiana en tan buena obra ocupada, y con gran deseo de servir a Dios, adoleció, de la cual enfermedad murió en breve término, llamando a Dios y a Santa María, y demandando perdón de sus pecados.
Después en este pueblo de Tehuacán en el año de 1540, el día de pascua de la Resurrección, vi una cosa muy de notar, y es que vinieron a oír los oficios divinos de la semana santa y a celebrar la fiesta de la pascua Indios y señores principales de cuarenta provincias y pueblos, y algunos de ellos de cincuenta y sesenta leguas, que ni fueron compelidos ni llamados, y entre éstos había de doce naciones y doce lenguas diferentes. Estos todos después de haber oído los divinos oficios hacían oración particular a Nuestra Señora de la Concepción, que así se llama aquel monasterio. Éstos que así vienen a las fiestas siempre traen consigo muchos para se bautizar, y casar, y confesar, y por esto hay siempre en este monasterio gran concurso de gente.
Restituyen muchos de los Indios lo que son a cargo, antes que vengan a los pies del confesor, teniendo por mejor pagar aquí, aunque queden pobres, que no en la muerte; y de esto hay cada cuaresma notables cosas, de las cuales diré una que aconteció en los primeros años que se ganó esta tierra.
Yéndose un Indio a confesar, era en cargo cierta cantidad, y como el confesor le dijese que no podía recibir entera absolución si no restituía primero lo que era en cargo, porque así lo mandaba la ley de Dios y lo requiere la caridad del prójimo, finalmente luego aquel día trajo diez tejuelos de oro, que cada uno pesaría a cinco o a seis pesos, que era la cantidad que él debía, queriendo él más quedar pobre, que no que se le negase la absolución. Aunque la hacienda que le quedaba no pienso que valía la quinta parte de lo [119] que restituyó, mas quiso pasar su trabajo con lo que le quedaba, que no irse sin ser absuelto, y por no esperar en purgatorio a sus hijos o testamentarios que restituyesen por él, lo que él en su vida podía hacer.
Había un hombre principal, de un pueblo llamado Cuauhquechollán natural, llamado por nombre Juan; éste con su mujer e hijos por espacio de tres años venía por las pascuas y fiestas principales al monasterio de Huexotzinco, que son ocho leguas; y estaba en cada fiesta de éstas ocho o diez días, en los cuales él y su mujer se confesaban y recibían el Santo Sacramento, y lo mismo algunos de los que consigo traía, que como era el más principal después del señor, y casado con una señora del linaje del gran Moteuczoma señor de México, seguíale mucha gente, así de su casa como otros que se le allegaban por su buen ejemplo, el cual era tanto, que algunas veces venía con él el señor principal con otra mucha gente; de los cuales muchos se bautizaban, otros se desposaban y confesaban, porque en su pueblo no había monasterio, ni le hubo desde en cuatro años. Y como en aquel tiempo pocos despertasen del sueño de sus errores, edificábanse mucho, así los naturales como los Españoles, y maravillábanse tanto de aquel Juan, que decían que les daba gran ejemplo, así en la iglesia como en su posada. Este Juan vino una pascua de Navidad, y traía hecha una camisa, que entonces no se las vestían más de los que servían en la casa de Dios, y dijo a su confesor: «Ves aquí traigo esta camisa para que me la bendigas y me la vistas; y pues que ya tantas veces me he confesado, como tú sabes, querría, si te parece que estoy para ello, recibir el Cuerpo de mi Señor Jesucristo, que cierto mi ánima lo desea en gran manera». El confesor, como lo había confesado muchas veces y conocía la disposición que en él había, diole el Santo Sacramento, tanto por el Indio deseado: y cuando confesó y comulgó estaba sano, y luego desde a tres días adoleció y murió brevemente, llamando a Dios y dándole gracias por las mercedes que le había hecho. Fue tenida entre los Españoles la muerte de este Indio por una cosa muy notada, y venida por los secretos juicios de Dios para salvación de su ánima, porque verdaderamente era tenido por buen cristiano, según se había mostrado en muchas buenas obras que en su vida hizo. [120]
El señor de este pueblo de Cuauhquechollán, que se dice Don Martín, procuró mucho de llevar frailes a su pueblo, e hízose un devoto monasterio, aunque pequeño, que ha aprovechado mucho, porque la gente es de buena masa y bien inclinada; vienen allí de muchas partes a recibir los sacramentos.
En todas partes y más en esta provincia de Tlaxcallán, es cosa muy de notar ver a las personas viejas y cansadas la penitencia que hacen, y cuán bien se quieren entregar en el tiempo que perdieron estando en el servicio del demonio. Ayunan muchos viejos la cuaresma, y levántanse cuando oyen la campana de maitines, y hacen oración y disciplínanse, sin nadie los poner en ello; y los que tienen de que poder hacer limosna buscan pobres para la hacer, en especial en las fiestas; lo cual en el tiempo pasado no se solía hacer, ni había quien mendigase, que el pobre y el enfermo allegábase a algún pariente o a la casa del principal señor, y allí se estaban pasando mucho trabajo, y algunos de ellos se morían allí sin hallar quien los consolase.
En esta provincia de Cuauhnahuac había un hombre viejo de los principales del pueblo, que se llamaba Pablo, y en el tiempo que yo en aquella casa moré todos le tenían por ejemplo; y en la verdad era persona que ponía freno a los vicios y espuelas a la virtud; éste continuaba mucho en la iglesia, y siempre le veían con las rodillas desnudas en tierra, y aunque era viejo y todo vano, estaba tan derecho y recio, al parecer, como un mancebo: pues perseverando este Pablo en su buen propósito vínose a confesar generalmente, que entonces pocos se confesaban, y luego como se confesó adoleció de su postrera enfermedad, en la cual se tornó a confesar otras dos veces, e hizo testamento, en el cual mandó distribuir con pobres algunas cosas; el cual hacer de testamento no se acostumbraba en esta tierra, sino que dejaban las casas y heredades a sus hijos, y el mayor, si era hombre, lo poseía y tenía cuidado de sus hermanos y hermanas, y yendo los hermanos creciendo y casándose, el hermano mayor partía con ellos según tenía; y si los hijos eran por casar, entrábanse en la hacienda los mismos hermanos, digo en las heredades, y de ellas mantenían a sus sobrinos y de la otra hacienda. Todas las mantas y ropas, los señores principales después de traídas algunos días, que como son blancas y delgadas presto parecen viejas [121] o se ensucian, guardábanlas; y cuando morían enterrábanlos con ellas, algunos con muchas, otros con pocas, cada uno conforme a quien era. También enterraban con los señores las joyas y piedras y oro que tenían. En otras partes dejábanlas a sus hijos, y si era señor, ya sabían según su costumbre cuál hijo había de heredar; señalaba, empero, algunas veces en la muerte el padre a algún hijo, cual él quería, para que quedase y heredase el estado, y era luego obedecido: ésta era su manera de hacer testamento.
Cuanto a la restitución que éstos Indios hacen, es muy de notar, porque restituyen los esclavos que tenían antes que fuesen cristianos, y los casan, y ayudan, y dan con que vivan; pero tampoco se sirven estos Indios de sus esclavos con la servidumbre y trabajo que los Españoles, porque los tienen casi como libres en sus estancias y heredades, adonde labran cierta parte para sus amos, y parte para sí, y tienen sus casas, y mujeres, e hijos, de manera que no tienen tanta servidumbre que por ella se huyan y vayan de sus amos; vendíanse y comprábanse estos esclavos entre ellos, y era costumbre muy usada; ahora como todos son cristianos, apenas se vende Indio, antes muchos de los convertidos tornan a buscar los que vendieron y los rescatan para darles libertad, cuando los pueden haber, y cuando no, hay muchos de ellos que restituyen el precio por que le vendieron.
Estando yo escribiendo esto, vino a mí un Indio pobre y díjome: «Yo soy a cargo de ciertas cosas; ves aquí traigo un tejuelo de oro que valdrá la cantidad; dime cómo y a quién lo tengo de restituir: y también vendí un esclavo días ha, y hele buscado y no lo puedo descubrir; aquí tengo el precio de él: ¿bastará darlo a los pobres, o qué me mandas que haga?». Restituyen asimismo las heredades que poseían antes que se convirtiesen, sabiendo que no las pueden tener con buena conciencia, aunque las hayan heredado ni adquirido según sus antiguas costumbres; y las que son propias suyas y tienen con buen título, reservan a los macehuales o vasallos de muchas imposiciones y tributos que les solían llevar; y los señores y principales procuran mucho que sus macehuales sean buenos cristianos y vivan en la ley de Jesucristo: cumplen muy bien lo que les es mandado en penitencia, por grave cosa que sea, y muchos de ellos hay que si cuando se confiesan no les mandan que se azoten, que les [122] pesa, y ellos mismos dicen al confesor: «¿Porqué no me mandas disciplinar?» Porque lo tienen por gran mérito, y así se disciplinan muchos de ellos todos los viernes de la cuaresma, de iglesia en iglesia, y lo mismo hacen en tiempo de falta de agua y de salud; y adonde yo creo que más esto se usa es en esta provincia de Tlaxcallán.
Capítulo VI
De cómo los Indios se confiesan por figuras y caracteres; y de lo que aconteció a dos mancebos Indios en el artículo de la muerte.
Una cuaresma estando yo en Cholollán, que es un gran pueblo cerca de la ciudad de los Ángeles, eran tantos los que venían a confesarse, que yo no podía darles recado como yo quisiera, y díjeles: yo no tengo de confesar sino a los que trajeren sus pecados escritos y por figuras, que esto es cosa que ellos saben y entienden, porque ésta era su escritura; y no lo dije a sordos, porque luego comenzaron tantos a traer sus pecados escritos, que tampoco me podía valer, y ellos con una paja apuntando, y yo con otra ayudándoles, se confesaban muy brevemente; y de esta manera, hubo lugar de confesar a muchos, porque ellos lo traían tan bien señalado con caracteres y figuras, que poco más era menester preguntarles de lo que ellos traían allí escrito o figurado; y de esta manera se confesaban muchas mujeres de las Indias que son casadas con Españoles, mayormente en la ciudad de los Ángeles, que después de México es la mejor de toda la Nueva España, como se dirá adelante en la tercera parte. Este mismo día que esto escribo, que es viernes de Ramos del presente año de 1537, falleció aquí en Tlaxcallán un mancebo natural de Cholollán llamado Benito, el cual estando sano y bueno se vino a confesar, y desde a dos días adoleció en una casa lejos del monasterio; y dos días antes que muriese, estando muy malo, vino a esta casa, que cuando yo le vi me espanté, de ver cómo había podido [123] llegar a ella, según su gran flaqueza, y me dijo que se venía a reconciliar porque se quería morir; y después de confesado, descansando un poco díjome: que había sido llevado su espíritu al infierno, adonde de sólo el espanto había padecido mucho tormento; y cuando me lo contaba temblaba del miedo que le había quedado, y díjome: que cuando se vio en aquel espantoso lugar, llamó a Dios demandándole misericordia, y que luego fue llevado a un lugar muy alegre, adonde le dijo un ángel: «Benito, Dios quiere haber misericordia de ti; ve y confiésate, y aparéjate muy bien, porque Dios manda que vengas a este lugar a descansar».
Semejante cosa que ésta aconteció a otro mancebo natural de Chiautempán, que es una legua de Tlaxcallán, llamado Juan de la Cruz, el cual tenía cargo de saber los niños que nacían en aquel pueblo, y el domingo recogerlos y llevarlos a bautizar; y como adoleciese de la enfermedad de que murió, fue su espíritu arrebatado y llevado por unos negros, los cuales le llevaron por un camino muy triste y de mucho trabajo, hasta un lugar de muchos tormentos; y queriendo los que le llevaban echarle en ellos, comenzó a grandes voces a decir: «Santa María, Santa María»: (que es su manera de llamar a Nuestra Señora): «Señora, ¿porqué me echan aquí? ¿Yo no llevaba los niños a hacer cristianos, y los llevaba a la casa de Dios? ¿Pues en esto yo no serví a Dios y a vos, Señora mía? Pues Señora, valedme y sacadme de aquí, que de mis pecados yo me enmendaré». Y diciendo esto fue sacado de aquel temeroso (404) lugar, y vuelta su ánima al cuerpo; a esto dice la madre, que le tenía por muerto aquel tiempo que estuvo sin espíritu. Todas estas cosas, y otras de grande admiración, dijo aquel mancebo llamado Juan, el cual murió de la misma enfermedad, aunque duró algunos días doliente. Muchos de estos convertidos han visto y cuentan diversas revelaciones y visiones, las cuales, visto la sinceridad y simpleza con que las dicen, parece que es verdad; más porque podría ser al contrario, yo no las escribo, ni las afirmo, ni las repruebo, y también porque de muchos no sería creído.
El Santísimo Sacramento se daba en esta tierra a muy pocos de los naturales, sobre lo cual hubo diversas opiniones y pareceres de [124] letrados, hasta que vino una bula del papa Paulo III, por la cual, vista la información que se le hizo, mandó que no se les negase, sino que fuesen administrados como los otros cristianos.
En Huexotzinco, en el año 1528, estando un mancebo llamado Diego, criado en la casa de Dios, hijo de Miguel, hermano del señor del lugar; estando aquel hijo suyo enfermo, después de confesado demandó el Santísimo Sacramento muchas veces con mucha importunación, y como disimulasen con él no se le queriendo dar, vinieron a él dos frailes en hábito de San Francisco y comulgáronle, y luego desaparecieron, y el Diego enfermo quedó muy consolado, y entrando luego su padre a darle de comer, respondió el hijo diciendo, que ya había comido lo que él deseaba, y que no quería comer más, que él estaba satisfecho. El padre maravillado preguntole, ¿que quién le había dado de comer? Respondió el hijo: «¿No viste aquellos dos frailes que de aquí salieron ahora? pues aquellos me dieron lo que yo deseaba y tantas veces había pedido»: y luego desde a poco falleció.
Muchos de nuestros Españoles son tan escrupulosos que piensan que aciertan en no comulgar, diciendo que no son dignos, en lo cual gravemente yerran y se engañan, porque si por merecimientos había de ser, ni los ángeles ni los santos bastarían: mas quiere Dios que baste que te tengas por indigno, confesándote y haciendo lo que es en ti; y el cura que lo tal niega al que lo pide, pecaría mortalmente.
Capítulo VII
De donde comenzó en la Nueva España el sacramento del matrimonio, y de la gran dificultad que hubo en que los indios dejasen las muchas mujeres que tenían (405).
El sacramento del matrimonio en esta tierra de Anáhuac, o Nueva España, se comenzó en Tetzcoco. En el año de 1526, domingo 14 de Octubre, se desposó y caso pública y solemnemente Don Hernando hermano del señor de Tetzcoco con otros siete compañeros [125] suyos, criados todos en la casa de Dios, y para esta fiesta llamaron de México, que son cinco leguas, a muchas personas honradas, para que les honrasen y festejasen sus bodas; entre los cuales vinieron Alonso de Ávila y Pedro Sánchez Farfán (406), con sus mujeres, y trajeron otras personas honradas que ofrecieron a los novios a la manera de España, y les trajeron buenas joyas, y trajeron también mucho vino, que fue la joya con que más todos se alegraron: y porque estas bodas habían de ser ejemplo de toda la Nueva España, veláronse muy solemnemente, con las bendiciones y arras y anillo, como lo manda la Santa Madre Iglesia. Acabada la misa, los padrinos con todos los señores y principales del pueblo, que Tetzcoco fue muy gran cosa en la Nueva España, llevaron sus ahijados al palacio o casa del señor principal, yendo delante muchos cantando y bailando; y después de comer hicieron muy gran netotiliztli o baile. En aquel tiempo ayuntábanse a un baile de estos mil y dos mil Indios. Dichas las vísperas, y saliendo al patio adonde bailaban, estaba el tálamo bien aderezado, y allí delante de los novios ofrecieron al uso de Castilla los señores y principales y parientes del novio, ajuar de casa y atavíos para sus personas; y el marqués del Valle mandó aun su criado que allí tenía, que ofreciese en su nombre, el cual ofreció muy largamente.
Pasaron tres o cuatro años que no se velaban, sino los que se criaban en la casa de Dios, sino que todos se estaban con las mujeres que querían, y había algunos que tenían hasta doscientas mujeres, y de allí abajo cada uno tenía las que quería; y para esto, los señores y principales robaban todas las mujeres, de manera que cuando un Indio común se quería casar apenas hallaba mujer; y queriendo los religiosos españoles poner remedio en esto, no hallaban manera para lo hacer, porque como los señores tenían las más mujeres, no las querían dejar, ni ellos se las podían quitar, ni bastaban ruegos, ni amenazas, ni sermones, ni otra cosa que con ellos se hiciese, para que dejadas todas se casasen con una sola en haz de la Iglesia; y respondían [126] que también los Españoles tenían muchas mujeres, y si les decíamos que las tenían para su servicio, decían que ellos también las tenían para lo mismo; y así aunque estos Indios tenían muchas mujeres con quien según su costumbre eran casados, también las tenían por manera de granjería, porque las hacían a todas tejer y hacer mantas y otros oficios de esta manera; hasta que ya ha placido a Nuestro Señor que de su voluntad de cinco o seis años a esta parte comenzaron algunos a dejar la muchedumbre de mujeres que tenían y a contentarse con una sola, casándose con ella como lo manda la Iglesia; y con los mozos que de nuevo se casan son ya tantos, que hinchen las iglesias, porque hay día de desposar cien pares, y días de doscientos y de trescientos, y días de quinientos; y como los sacerdotes son tan pocos reciben mucho trabajo, porque acontece un solo sacerdote tener muchos que confesar, y bautizar, y desposar, y velar, y predicar, y decir misa, y otras cosas que no puede dejar. En otras partes he visto que a una parte están unos examinando casamientos, otros enseñando, los que se tienen de bautizar, otros que tienen cargo de los enfermos, otros de los niños que nacen, otros de diversas lenguas e intérpretes que declaran a los sacerdotes las necesidades con que los Indios vienen, otros que proveen para celebrar las fiestas de las parroquias y pueblos comarcanos, que por quitarles y desarraigarles las fiestas viejas celebran con solemnidad, así de oficios divinos y en la administración de los sacramentos, como con bailes y regocijos; y todo es menester hasta desarraigarlos de las malas costumbres con que nacieron. Mas tornando al propósito, y para que se entienda el trabajo que los sacerdotes tienen, diré cómo se ocupó un sacerdote, que estando escribiendo esto, vinieron a llamar de un pueblo una legua de Tlaxcallán, que se dice Santa Ana de Chiautempán, para que confesase ciertos enfermos y también para bautizar.
Llegado el fraile halló más de treinta enfermos para confesar, y doscientos pares para desposar, y muchos que bautizar, y un difunto que enterrar, y también tenía de predicar al pueblo que estaba ayuntado. Bautizó este fraile aquel día entre chicos y grandes mil y quinientos, poniéndoles a todos óleo y crisma, y confesé en este mismo día quince personas, aunque era una hora de noche y no había acabado: esto no le aconteció a este solo sacerdote, sino a todos los [127] que acá están, que se quieren dar a servir a Dios y a la conversión y salud de las ánimas de los Indios, y esto acontece muy ordinariamente.
En Tzompantzinco (407), que es pueblo de harta gente, con una legua a la redonda que todo es bien poblado, un domingo ayuntáronse todos para oír la misa, y desposáronse, así antes de misa como después por todo el día, cuatrocientos cincuenta pares, y bautizáronse más de setecientos niños y quinientos adultos. A la misa del domingo se velaron doscientos pares, y el lunes adelante se desposaron ciento cincuenta pares, y los más de éstos se fueron a velar a Tecoac, tras los frailes; y estos todos lo hacen ya de su propia voluntad, sin parecer que reciben ningún trabajo ni pesadumbre: en Tecoac se bautizaron otros quinientos, y se desposaron doscientos cuarenta pares, y luego el martes se bautizaron otros ciento, y se desposaron cien pares. La vuelta fue por otros pueblos a do se bautizaron muchos, y hubo día que se desposaron más de setecientos cincuenta pares; y en esta casa de Tlaxcallán y en otra, se desposaron en un día más de mil pares, y en los otros pueblos era de la misma manera, porque en este tiempo fue el fervor de casarse los Indios naturales con una sola mujer; y ésta tomaban, aquella con quien estando en su gentilidad primero habían contraído matrimonio.
Para no errar ni quitar a ninguno su legítima mujer, y para no dar a nadie, en lugar de mujer, manceba, había en cada parroquia quien conocía a todos los vecinos, y los que se querían desposar venían con todos sus parientes, y venían con todas sus mujeres, para que todas hablasen y alegasen en su favor, y el varón tomase la legítima mujer, y satisfaciese a las otras, y les diese con que se alimentasen y mantuviesen los hijos que les quedaban. Era cosa de ver verlos venir, porque muchos de ellos traían un hato de mujeres e hijos como de ovejas, y despedidos los primeros venían otros Indios que estaban muy instruidos en el matrimonio y en la plática (408) del árbol de la consanguinidad y afinidad, a éstos llamaban los Españoles licenciados, porque lo tenían tan entendido como si hubiesen estudiado sobre ello muchos años. Éstos platicaban con los frailes los impedimentos: las grandes dificultades, después de examinadas y [128] entendidas, enviábanlas a los señores obispos y a sus provisores, para que lo determinasen; porque todo ha sido bien menester, según las contradicciones que ha habido, que no han sido menores ni menos que las del bautismo.
De estos Indios se han visto muchos con propósito y obra, determinados de no conocer otra mujer sino la con quien legítimamente se han casado después que se convirtieron, y también se han apartado del vicio de la embriaguez y hanse dado tanto a la virtud y al servicio de Dios, que en este año pasado de 1536 salieron de esta ciudad de Tlaxcallán dos mancebos Indios confesados y comulgados, y sin decir nada a nadie se metieron por la tierra adentro más de cincuenta leguas, a convertir y enseñar otros Indios; y allá anduvieron padeciendo hartos trabajos e hicieron mucho fruto, porque dejaron enseñado todo lo que ellos sabían y puesta la gente en razón para recibir la palabra de Dios, y después son vueltos, y hoy día están en esta ciudad de Tlaxcallán.
Y de esta manera han hecho algunos otros en muchas provincias y pueblos remotos, adonde por sola la palabra de éstos han destruido sus ídolos, y levantado cruces, y puesto imágenes, adonde rezan eso poco que les han enseñado (409). Como yo vi en este mismo año que salí a visitar cerca de cincuenta leguas de aquí de Tlaxcallán hacia la costa del norte, por tan áspera tierra y tan grandes montañas, que en partes entramos mis compañeros y yo adonde para salir hubimos de subir sierra de tres leguas en alto; y la una legua iba por una esquina de una sierra, que a las veces subíamos por unos agujeros en que poníamos las puntas de los pies, y unos bejucos o sogas en las manos; y éstos no eran diez o doce pasos, mas uno pasamos de esta manera, de tanta altura como una alta torre. Otros pasos muy ásperos subíamos por escaleras, y de éstas había nueve o diez; y hubo una que tenía diez y nueve escalones, y las escaleras eran de un palo sólo, hechas unas concavidades, cavado un poco en el palo, en que cabía la mitad del pie, y sogas en las manos. Subíamos temblando de mirar abajo, porque era tanta la altura que se desvanecía la cabeza; y aunque quisiéramos volver por otro camino, no podíamos [129] porque después que entramos en aquella tierra había llovido mucho, y habían crecido los ríos, que eran muchos y muy grandes; aunque por esta tierra tampoco faltaban, mas los Indios nos pasaban algunas veces en balsas, y otras atravesada una larga soga y a volapié la soga en la mano. Uno de estos ríos es el que los Españoles llamaron el río de Almería, el cual es un río muy poderoso. En este tiempo está la yerba muy grande, y los caminos tan cerrados que apenas parecía una pequeña senda, y en éstas las más veces llega la yerba de la una parte a la otra a cerrar, y por debajo iban los pies, sin poder ver el suelo; y había muy crueles víboras; que aunque en toda esta Nueva España hay más y mayores víboras que en Castilla, las de la tierra fría son menos ponzoñosas, y los Indios tienen muchos remedios contra ellas; pero por esta tierra que digo son tan ponzoñosas, que al que muerden no llega a veinte y cuatro horas: y como íbamos andando nos decían los Indios: aquí murió uno, y allí otro, y acullá otro, de mordeduras de víbora; y todos los de la compañía iban descalzos; aunque Dios por su misericordia nos pasó a todos sin lesión ni embarazo ninguno. Toda esta tierra que he dicho es habitable por todas partes, así en lo alto como en lo bajo, aunque en otro tiempo fue mucho más poblada, que ahora está muy destruida.
En este mismo año vinieron los señores de Tepantitla al monasterio de Santa María de la Concepción de Tehuacán, que son veinte y cinco leguas, movidos de su propia voluntad, y trajeron los ídolos de toda su tierra, los cuales fueron tantos, que causaron admiración a los Españoles y naturales; y en ver de adonde venían y por donde pasaban.
Capítulo VIII
De muchas supersticiones y hechicerías que tenían los Indios, y de cuán aprovechados están en la fe.
No se contentaba el demonio con el servicio que esta gente le hacía adorándole en los ídolos, sino que también los tenía ciegos en mil maneras de hechicerías y ceremonias supersticiosas. Creían en mil agüeros y señales, y mayormente tenían gran agüero en el búho; [130] y si le oían graznar o aullar sobre la casa que se asentaba, decían que muy presto había de morir alguno de aquella casa; y casi lo mismo tenían de las lechuzas y mochuelos y otras aves nocturnas; también si oían graznar un animalejo que ellos llaman cuzatli, le tenían por señal de muerte de alguno. Tenían también agüero en encuentro de culebras y de alacranes, y de otras muchas sabandijas que se mueven sobre la tierra. Tenían también en que la mujer que paría dos de un vientre, lo cual en esta tierra acontece muchas veces, que el padre o la madre de los tales había de morir; y el remedio que el cruel demonio les daba, era que mataban uno de los gemelos, y con esto creían que no moriría el padre ni la madre, y muchas veces lo hacían. Cuando temblaba la tierra adonde había alguna mujer preñada, cubrían de pronto las ollas o quebrábanlas, porque no moviese; y decían que el temblar de la tierra era señal de que se había presto de gastar y acabar el maíz de las trojes. En muchas partes de esta tierra tiembla muy a menudo la tierra, como es en Tecoatepec (410), que en medio año que allí estuve tembló muchas veces, y mucho más me dicen que tiembla en Cuauhtemallán. Si alguna persona enfermaba de calenturas recias, tomaban por remedio hacer un perrillo de masa de maíz, y poníanle sobre una penca de maguey, y luego de mañana sácanle a un camino, y dicen que el primero que pasa lleva el mal apegado en los zancajos, y con esto quedaba el paciente muy consolado.
Tenían también libros de los sueños y de lo que significaban, todo puesto por figuras y caracteres, y había maestros que los interpretaban, y lo mismo tenían de los casamientos.
Cuando alguna persona perdía alguna cosa hacían ciertas hechicerías con unos granos de maíz, y miraban en un lebrillo o vasija de agua, y allí decían que veían al que lo tenía, y la casa adonde estaba, y allí también decían que veían si el que estaba ausente era muerto o vivo.
Para saber si los enfermos eran de vida tomaban un puñado de maíz de lo más grueso que podían haber y echábanlo como quien echa unos dados, y si algún grano quedaba enhiesto, tenían por cierta la muerte del enfermo. Tenían otras muchas y endiabladas [131] hechicerías e ilusiones con que el demonio los traía engañados, los males han ya dejado, en tanta manera, que a quien no lo viere no lo podrá creer la gran cristiandad y devoción que mora en todos estos naturales, que no parece sino que a cada uno le va la vida en procurar de ser mejores que su vecino o conocido; y verdaderamente hay tanto que decir y tanto que contar de la buena cristiandad de estos Indios, que de sólo ello se podría hacer un buen libro. Plegue a Nuestro Señor los conserve y dé gracia para que perseveren en su servicio, y en tan santas y buenas obras como han comenzado.
Han hecho los Indios muchos hospitales adonde curan los enfermos y pobres, y de su pobreza los proveen abundantemente, porque como los Indios son muchos, aunque dan poco, de muchos pocos se hace un mucho, y más siendo continuo, de manera que los hospitales están bien proveídos; y como ellos saben servir tan bien que parece que para ello nacieron, no les falta nada, y de cuando en cuando van por toda la provincia a buscar los enfermos. Tienen sus médicos, de los naturales experimentados, que saben aplicar muchas yerbas y medicinas, que para ellos basta; y hay algunos de ellos de tanta experiencia, que muchas enfermedades viejas y graves, que han padecido Españoles largos días sin hallar remedio, estos Indios los han sanado.
En esta ciudad de Tlaxcallán hicieron en el año de 1537 un solemne hospital, con su confradía para servir y enterrar los pobres, y para celebrar las fiestas, el cual hospital se llama la Encarnación, y para aquel día estaba acabado y aderezado; e yendo a él con solemne procesión, por principio y estreno, metieron en el nuevo hospital ciento y cuarenta enfermos y pobres, y el día siguiente de Pascua de Flores fue muy grande la ofrenda que el pueblo hizo, así de maíz, frijoles, ají, como de ovejas, y puercos, y gallinas de la tierra, que son tan buenas que dan tres y cuatro gallinas de las de España por una de ellas; de éstas ofrecieron ciento y cuarenta, y de las de Castilla infinitas; y ofrecieron mucha ropa, y cada día ofrecen y hacen mucha limosna, tanto, que aunque no hay más de siete meses que está poblado, vale lo que tiene en tierras y ganado cerca de mil pesos de oro, y crecerá mucho, porque como los Indios son recién venidos a la fe hacen muchas limosnas (411); y entre ellas diré lo que he [132] visto, que en el año pasado en sola esta provincia de Tlaxcallán ahorraron los Indios más de veinte mil esclavos, y pusieron grandes penas que nadie hiciese esclavo, ni le comprase ni vendiese; porque la ley de Dios no lo permite.
Cada tercero día después de dicha la misa se dice la doctrina cristiana, y los domingos y fiestas, de manera que casi chicos y grandes saben no sólo los mandamientos, sino todo lo que son obligados a creer y guardar; y como lo traen tan por costumbre, viene de aquí el confesarse a menudo, y aún hay muchos que no se acuestan con pecado mortal sin primero le manifestar a su confesor; y algunos hay que hacen votos de castidad, otros de religión, aunque a esto les van mucho a la mano, por ser aún muy nuevos y no les quieren dar el hábito; y esto por quererlos probar antes de tiempo, porque el año de 1527, dieron el hábito a tres o cuatro mancebos y no pudieron prevalecer en él, y ahora son vivos y casados y viven como cristianos, y dicen que entonces no sintieron lo que hacían, que si ahora fuera que no volvieran atrás aunque supieran morir: y a este propósito contaré de uno que el año pasado hizo voto de ser fraile.
Un mancebo llamado Don Juan, señor principal y natural de un pueblo de la provincia de Michuacán, que en aquella lengua se llama Turecato, y en la de México Tepeoacán; este mancebo, leyendo en la vida de San Francisco que en su lengua estaba traducida, tomo tanta devoción que prometió de ser fraile, y porque su voto no se le imputase a liviandad, perseverando en su propósito vistiose de sayal grosero y dio libertad a muchos esclavos que tenía, y prediceles y enseñoles los mandamientos y lo que él más sabía, y díjoles, que si él hubiera tenido conocimiento de Dios y de sí mismo, que antes les hubiera dado libertad, y que de allí adelante supiesen que eran libres, y que les rogaba que se amasen unos a otros y que fuesen buenos cristianos, y que si lo hacían así, que él los tendría por hermanos. Y hecho, repartió las joyas y muebles que tenía y renunció el señorío y demandó muchas veces el hábito en Michuacán, que son cuarenta leguas de aquella parte de México, y como allá no se le quisiesen dar vínose a México, y allí le tornó a pedir, y como no se le quisiesen dar, fuese al obispo de México, el cual vista su habilidad y buena intención, se le diera si pudiera, y le amaba mucho y trataba muy bien; y él perseverando con su capotillo de sayal, venida la cuaresma [133] se tornó a su tierra, por oír los sermones en su lengua y confesarse; después de pascua tornó al capítulo que se hizo en México, perseverando siempre en su demanda, y lo que se le otorgó fue, que con el mismo hábito que traía anduviese entre los frailes, y que si les pareciese tal su vida, que le diesen el hábito. Este mancebo, como era señor y muy conocido, ha sido gran ejemplo en toda la provincia de Michuacán, que es muy grande y muy poblada, adonde ha habido grandes minas de todos metales.
Algunos de estos naturales han visto al tiempo de alzar la hostia consagrada, unos un niño muy resplandeciente, otros a Nuestro Redentor crucificado, con gran resplandor, y esto muchas veces; y cuando lo ven no pueden estar sin caer sobre su faz, y quedan muy consolados: asimismo han visto sobre un fraile que les predicaba una corona muy hermosa, que una vez parece de oro y otra vez parece de fuego; otras personas han visto en la misa sobre el Santísimo Sacramento un globo o llama de fuego.
Una persona que venía muy de mañana a la iglesia, hallando la puerta cerrada una mañana, levantó sus ojos al cielo y vio que el cielo se abría, y por aquella abertura lo pareció que estaba dentro muy hermosa cosa; y esto vio dos días. Todas estas cosas supe de personas dignas de fe, y los que las vieron de muy buen ejemplo y que frecuentan los sacramentos; no sé a qué lo atribuya, sino que Dios se manifiesta a estos simplecitos porque le buscan de corazón y con limpieza de sus ánimas, como él mismo se lo promete.
Capítulo IX
Del sentimiento que hicieron los Indios cuando les quitaron los frailes, y de la diligencia que tuvieron que se los diesen; y de la honra que hacen a la señal de la cruz.
En el capítulo que los frailes menores celebraron en México en el año de 1558, a 19 del mes de Mayo, que fue la Dominica cuarta después de Pascua, se ordenó, por la falta que había de frailes, que algunos monasterios cercanos de otros no fuesen conventos, sino que de otros fuesen proveídos y visitados; esto fue luego sabido por [134] los Indios de otra manera, y era que les dijeron que del todo les dejaban sin frailes; y como se leyó la tabla del capítulo, que la estaban esperando los Indios que los señores tenían puestos como en postas, para saber a quién les daban por guardián o predicador que los enseñe, y como para algunas casas no se nombraron frailes, sino que de otras se proveyesen, una de las cuales fue Xochimilco, que es un gran pueblo en la laguna dulce, cuatro leguas de México, y aunque se leyó la tabla un día muy tarde, luego por la mañana otro día lo sabían todos los de aquel lugar; y tenían en su monasterio tres frailes, y júntase casi todo el pueblo, y éntranse en el monasterio, en la iglesia, que no es pequeña, y quedaron muchos de fuera en el patio que no cupieron, porque dicen que eran más de diez mil ánimas, y pónense todos de rodillas delante del Santísimo Sacramento, y comienzan a clamar y rogar a Dios que no consintiese que quedasen desamparados, pues les había hecho tanta merced de traerlos a su conocimiento; con otras muchas palabras muy lastimeras y de compasión, cada uno las mejores que su deseo y necesidad les dictaba, y esto era con grandes voces, y lo mismo hacían los del patio; y como los frailes vieron el grande ayuntamiento, y que todos lloraban y los tenían en medio, lloraban también sin saber porqué, porque aún no sabían lo que en el capítulo se había ordenado, y por mucho que trabajaban en consolarles, era tanto el ruido, que ni los unos ni los otros no se podían entender. Duró esto todo el día entero, que era un jueves, y siempre recreciendo más gente; y andando la cosa de esta manera acordaron algunos de ir a México, y ni los que iban ni los que quedaban se acordaban de comer. Los que fueron a México llegaron a hora de misa, y entran en la iglesia de San Francisco con tanto ímpetu, que espantaron a los que en ella se hallaron, e hincándose de rodillas delante del Sacramento decían cada uno lo que mejor le parecía que convenía, y llamaban a Nuestra Señora para que les ayudase, otros a San Francisco y a otros santos, con tan vivas lágrimas, que dos o tres veces que entré en la capilla y sabida la causa quedé fuera de mí espantado, e hiciéronme llorar en verlos tan tristes, y aunque yo y otros frailes los queríamos consolar, no nos querían oír, sino decíannos: «Padres nuestros, ¿porqué nos desamparáis ahora, después de bautizados y casados? Acordaos que muchas veces nos decíades, que por nosotros habíades [135] venido de Castilla, y que Dios os había enviado. Pues si ahora nos dejáis, ¿a quién iremos? que los demonios otra vez nos querrán engañar, como solían, y tornarnos a su idolatría». Nosotros no les podíamos responder por el mucho ruido que tenían, hasta que hecho un poco de silencio les dijimos la verdad de lo que pasaba, como en el capítulo se había ordenado, consolándolos lo mejor que pudimos, y prometiéndoles de no les dejar hasta la muerte. Muchos Españoles que se hallaban presentes se maravillaron, y otros que oyeron lo que pasaba vinieron luego, y vieron lo que no creían, y volvían maravillados de ver la armonía que aquella pobre gente tenía a Dios, y con su Madre, y a los santos; porque muchos de los Españoles están incrédulos en esto de la conversión de los Indios, y otros como si morasen mil leguas de ellos no saben ni ven nada, por estar demasiadamente intentos (412), y metidos en adquirir el oro que vinieron a buscar, para en teniéndolo volverse con ello a España: y para mostrar su concepto, es siempre su ordinario juramento, 1 así Dios me lleve a España; « pero los nobles y caballeros virtuosos y cristianos, muy edificados están de ver la buena conversión de estos Indios naturales. Estuvieron los Indios de la manera que esta dicha, hasta que salimos de comer a dar gracias, y entonces el provincial consolándolos mucho, les dio dos frailes, para que fuesen con ellos; con los cuales fueron tan contentos y tan regocijados, como si les hubiesen dado a todo el mundo. Cholollán era una de las casas adonde también quitaban los guardianes; y aunque está de México casi veinte leguas, supiéronlo en breve tiempo y de la manera que los de Xochimileo, y lo primero que hicieron fue juntarse todos e irse al monasterio de San Francisco con las mismas lágrimas y alboroto que en la otra parte habían hecho, y no contentos con esto vanse para México, y no tres o cuatro, sino ochocientos de ellos, y aun algunos decían que eran más de mil, y llegan con grande ímpetu, y no con poca agua, porque llovía muy recio, a San Francisco de México, y comienzan a llorar y a decir, «que se compadeciesen de ellos y de todos los que quedaban en Cholollán, y que no les quitasen los frailes; y que si ellos por ser pecadores no lo merecían, que lo hiciesen por muchos niños inocentes que se perderían sino tuviesen quien les [136] doctrinase y enseñase la ley de Dios»: y con esto decían otras muchas y muy buenas palabras, que bastaron a alcanzar lo que demandaban.
Y porque la misericordia de Dios no dejase de alcanzar a todas partes, como siempre lo hizo, hace y hará, y más donde hay más necesidad, proveyó que andando la cosa de la manera que está dicha, vinieron de España veinte y cinco frailes, que bastaron para suplir la falta que en aquellas casas había, y no sólo esto, pues cuando el general de la orden de los menores no quería dar frailes, y todos los provinciales de la dicha orden estorbaban que no pasase aquí ningún fraile, y así casi cerrada la puerta de toda esperanza humana (413), … Dios en la emperatriz Doña Isabel, que es en gloria, y mandó que viniesen de España más de cien frailes, aunque de ellos no vinieron sino cuarenta, los cuales hicieron mucho fruto en la conversión de estos naturales o Indios.
En México, en el año de 1528, la justicia sacó a un hombre del monasterio de San Francisco por fuerza, y por causa tan liviana, que aunque le prendieran en la plaza se librara, si le quisieran oír por su juicio por procurador y abogado; porque sus delitos eran ya viejos y estaba libre de ellos; mas como no le quisieron oír fue justiciado. Y antes de esto había la justicia sacado del mismo monasterio otros tres o cuatro, con mucha violencia, quebrantando el monasterio; y los delitos de éstos no merecían muerte, y sin los oír fueron justiciados, sin casi darles lugar para que se confesasen, siendo contra derecho divino y humano: y ni por estas muertes ni por la ya dicha, la justicia nunca hizo penitencia ni satisfacción ninguna a la Iglesia, ni a los difuntos, sino que los absolvieron ad reincidentiam (414), o no sé cómo: aunque Dios no ha dejado sin castigo a alguno de ellos, y yo lo he bien notado, y así hará a los demás si no se humillasen, porque un idiota los absolvió, sin que penitencia se haya visto por tan enorme pecado público, y por estas causas y otras de esta calidad, el prelado de los frailes sacó a los frailes del monasterio de San Francisco de México, y consumieron el Santísimo Sacramento, y descompusieron los altares, sin que por ello respondiesen ni lo sintiesen los Españoles vecinos que eran de México, no teniendo razón de lo hacer, porque los frailes franciscos fueron sus [137] capellanes y predicadores en la conquista, y tres frailes de muy buena vida y de muy gran ejemplo murieron en Tetzcoco antes que se habitase México, y los que quedaron perseveraron siempre en su compañía. San Francisco fue la primera iglesia de toda esta tierra, y adonde primero se puso el Sacramento, y siempre han predicado a los Españoles y a sus Indios, y éstos son los que descargan sus conciencias, porque con esta condición les da el rey los Indios; y con todo esto estuvo San Francisco de México sin frailes y sin Sacramento más de tres meses, que apenas hubo sentimiento en los cristianos viejos, y si lo tuvieron callaron por temor de la justicia; y los recién convertidos, porque no les quitasen este Sacramento y sus maestros que les enseñaban y doctrinaban, hicieron lo que está dicho.
Está tan ensalzada en esta tierra la señal de la cruz por todos los pueblos y caminos, que se dice que en ninguna parte de la cristiandad está más ensalzada, ni adonde tantas ni tales ni tan altas cruces haya; en especial las de los patios de las iglesias son muy solemnes, las cuales cada domingo y cada fiesta adornan con muchas rosas y flores, y espadañas y ramos. En las iglesias y en los altares las tienen de oro, y de plata y de pluma, no macizas, sino de hoja de oro y pluma sobre palo. Otras muchas cruces se han hecho y hacen de piedras de turquesas, que en esta tierra hay muchas, aunque sacan pocas de tumba, sino llanas; éstas, después de hecha la talla de la cruz, o labrada en palo, y puesto un fuerte betún o engrudo, y labradas aquellas piedras, van con fuego sutilmente ablandando el engrudo y asentando las turquesas hasta cubrir toda la cruz, y entre estas turquesas asientan otras piedras de otras colores. Estas cruces son muy vistosas, y los lapidarios las tienen en mucho, y dicen que son de mucho valor. De una piedra blanca, y trasparente y clara hacen también cruces, con sus pies, muy bien labradas; de éstas sirven de portapaces en los altares, porque las hacen de grandor de un palmo o poco mayores. Casi en todos los retablos pintan en el medio la imagen del Crucifijo. Hasta ahora que no tenían oro batido, en los retablos, que no son pocos, ponían a las imágenes diademas de hoja de oro. Otros Crucifijos hacen de bulto, así de palo como de otros materiales, y hacen de manera que aunque el Crucifijo sea tamaño como un hombre, le levantara un niño del suelo con una mano. Delante de esta señal de la cruz han acontecido algunos [138] milagros, que dejo de decir por causa de brevedad; mas digo que los Indios la tienen en tanta veneración, que muchos ayunan los viernes y se abstienen aquel día de tocar en sus mujeres, por devoción y reverencia de la cruz.
Los que con temor y por fuerza daban sus hijos para que los enseñasen y doctrinasen en la casa de Dios, ahora vienen rogando para que los reciban y les muestren la doctrina cristiana y cosas de la fe; y son ya tantos los que se enseñan, que hay algunos monasterios adonde se enseñan trescientos, y cuatrocientos, y seiscientos, y hasta mil de ellos, según son los pueblos y provincias; y son tan dóciles y mansos, que más ruido dan diez de España que mil Indios. Sin los que se enseñan aparte en las salas de las casas, que son hijos de personas principales, hay otros muchos de los hijos de gente común y baja, que los enseñan en los patios, porque los tienen puestos en costumbre, de luego de mañana cada día oír misa, y luego enseñarles un rato; y con esto vanse a servir y ayudar a sus padres, y de éstos salen muchos que sirven las iglesias, y después se casan y ayudan a la cristiandad por todas partes.
En estas partes es costumbre general que en naciendo un hijo o hija le hacen una cuna pequeñita de palos delgados como jaula de pájaros, en que ponen los niños en naciendo, y en levantándose la madre, le lleva sobre sus hombros a la iglesia o do quiera que va, y desde que llega a cinco o seis meses, pónenlos desnuditos inter scapulas, y échanse una manta encima con que cubre su hijuelo, dejándole la cabeza defuera, y ata manta a sus pechos la madre y, así anda con ellos por los caminos y tierras a do quiera que van, y allí se van durmiendo como en buena cama; y hay de ellos que así a cuestas, de los pueblos que se visitan de tarde en tarde, los llevan a bautizar; otros en naciendo o pasados pocos días, y muchas veces los traen en acabando de nacer; y el primer manjar que gustan es la sal que les ponen en el bautismo, y antes es lavado en el agua del Espíritu Santo que guste la leche de su madre ni de otra; porque en esta tierra es costumbre tener los niños un día natural sin mamar, y después pónenle la teta en la boca, y como está con apetito y gana de mamar, mama sin que haya menester quien le amamante, ni miel para paladearle; y le envuelven en pañales pequeños, bien ásperos y pobres, aunándole el trabajo al desterrado hijo de Eva que nace en este valle de lágrimas y viene a llorar. [139]
Capítulo X
De algunos Españoles que han tratado mal a los Indios, y del fin que han habido; y pónese la conclusión de la segunda parte.
Hase visto por experiencia en muchos y muchas veces, los Españoles que con estos Indios han sido crueles, morir malas muertes y arrebatadas, tanto que se trae ya por refrán: «el que con los Indios es cruel, Dios lo será con él»: y no quiero contar crueldades, aunque sé muchas, de ellas vistas y de ellas oídas; mas quiero decir algunos castigos que Dios ha dado a algunas personas que trataban mal a sus Indios. Un Español que era cruel con los Indios yendo por un camino con Indios cargados, y llegando en medio del día por un monte, iba apaleando los Indios que iban cargados, llamándolos perros, y no cesando de apalearlos, y perros acá y perros acullá; a esta sazón sale un tigre y apaña al Español, y llévale atravesado en la boca y métese en el monte, y cómesele; y así el cruel animal libró a los mansos Indios de aquel que cruelmente los trataba.
Otro Español que venía del Perú, de aquella tierra adonde se ha bien ganado el oro, y traía muchos tlamemes (415), que son Indios cargados, y había de pasar un despoblado, y dijéronle, «… (416), que no durmáis en tal parte que hay leones y tigres encarnizados»; y él pensando más en su codicia y en hacer andar los Indios demasiadamente, y que con ellos se escudaría, fueles forzado dormir en el campo, y él comenzó a llamar perros a los Indios y que todos le cercasen, y él echado en medio; a la media noche vino el león o el tigre, y entra en medio de todos y saca al Español y allí cerca le comió. [140] Semejantemente aconteció a otro calpixque o estanciero que llevaba ciento cincuenta Indios, y el tratándolos mal y apaleándolos, paré una noche a dormir en el campo, y llegó el tigre y sacole de en medio de todos los Indios y se le comió, y yo estuve luego cerca del lugar adonde fue comido.
Tienen estos Indios en grandísima reverencia el Santo Nombre de Jesús contra las tentaciones del demonio; que han sido muy muchas veces las que los demonios han puesto las manos en ellos queriéndolos matar, y nombrando el Nombre de Jesús son dejados. A muchos se les ha parecido el demonio muy espantoso y diciéndoles con mucha furia: «¿porqué no me servís? ¿porqué no me llamáis? ¿porqué no me honráis corno solíades? ¿porqué me habéis dejado? ¿porqué te has bautizado?» &c.; y éstos llamando y diciendo: «Jesús, Jesús, Jesús», son librados, y se han escapado de sus manos, y algunos han salido muy maltratados y heridos de sus manos, quedándoles bien que contar; y así el Nombre de Jesús es conhorte (417) y defensa contra todas las astucias de nuestro adversario el demonio; y ha Dios magnificado su benditísimo Nombre en los corazones de estas gentes, que lo muestran con señales de fuera, porque cuando en el Evangelio se nombra a Jesús, hincan muchos Indios ambas las rodillas en tierra, y lo van tomando muy en costumbre, cumpliendo con lo que dice San Pablo (418). También derrama Dios la virtud de su Santísimo Nombre de Jesús tanto, que aún por las partes aún no conquistadas, y adonde nunca clérigo, ni fraile, ni Español ha entrado, está este Santísimo Nombre pintado y reverenciado. Está en esta tierra tan multiplicado, así escrito como pintado en las iglesias y templos, de oro y de plata, y de pluma y oro, de todas estas maneras muy gran número; y por las casas de los vecinos, y por otras muchas partes lo tienen entallado de palo con su festón; y cada domingo y fiesta lo enrosan y componen de mil maneras de rosas y flores.
Pues concluyendo con esta segunda parte digo: ¿que quién no se espantará viendo las nuevas maravillas y misericordias que Dios hace con esta gente? ¿Y porqué no se alegrarán los hombres de la tierra delante cuyos ojos Dios hace estas cosas, y más los que con [141] buena intención vinieron y conquistaron tan grandes provincias como son éstas, para que Dios fuese en ellas conocido y adorado? Y aunque algunas veces tuviesen codicia de adquirir riquezas, de creer es que sería accesoria y remotamente. Pues a los hombres que Dios dotó de razón, y se vieron en tan grandes necesidades y peligros de muerte, tantos y tantas veces; ¿quién no creerá que formarían y reformarían sus conciencias e intenciones, y se ofrecerían a morir por la fe y por la ensalzar entre los infieles, y que ésta fuese su singular y principal demanda? Y estos conquistadores y todos los cristianos amigos de Dios se deben mucho alegrar de ver una cristiandad tan cumplida en tan poco tiempo, e inclinada a toda virtud y bondad; por tanto ruego a todos los que esto leyeren, que alaben y glorifiquen a Dios con lo íntimo de sus entrañas; digan estas alabanzas que se siguen, que según San Buenaventura en ellas se encierran y se hallan todas las maneras de alabar a Dios que hay en la sagrada Escritura. «Alabanzas y bendiciones, engrandecimientos y confesiones, gracias y glorificaciones, sobrensalzamientos, adoraciones y satisfacciones sean a vos, Altísimo Señor Dios nuestro, por las misericordias hechas con estos Indios nuevos convertidos a vuestra santa fe. Amén, Amén, Amén».
En esta Nueva España siempre había muy continuas y grandes guerras, los de unas provincias con los de otras, adonde morían muchos, así en las peleas, como en los que prendían para sacrificar a sus demonios. Ahora por la bondad de Dios se han convertido y vuelto en tanta paz y quietud, y están todos en tanta justicia, que un Español o un mozo puede ir cargado de barras de oro trescientas y cuatrocientas leguas, por montes y sierras, y despoblados y poblados, sin más temor que iría por la rúa de Benavente; y es verdad que en fin de este mes de Febrero del año de 1541, en un pueblo llamado Zapotitlán SUCEDIÓ dejar un Indio en medio del mercado, en un sitio, más de cien cargas de mercadería, y estarse de noche y de día en el mercado sin faltar cosa ninguna. El día del mercado, que es de cinco en cinco días, pónese cada uno a par de su mercadería a vender, y entre estos cinco días hay otro mercado pequeño, y por esto está siempre la mercadería en el tianquizco o mercado, si no es tiempo de las aguas; aunque esta simplicidad no ha llegado a México ni a su comarca. [142]