Ана Каро де Мальен. Граф Партинуплес.
Ana Caro de Mallén. EL CONDE PARTINUPLÉS.
Ана Каро де Мальен. Граф Партинуплес.
Ana Caro de Mallén. EL CONDE PARTINUPLÉS.
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Personas que hablan en ella:
• El CONDE
• REY de Francia, viejo
• ROSAURA, dama
• ALDORA, su prima
• LISBELLA, dama
• GAULÍN, gracioso
• ROBERTO de Transilvania
• EDUARDO de Escocia
• FEDERICO de Polonia
• CLAUSO
• EMILIO, viejo
• GUILLERMO, viejo
• ARCEMIO, caballero
• Dos PESCADORES
• Acompañamiento
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JORNADA PRIMERA
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Tocan cajas y clarines, y salen, empuñando
las espadas, ARCENIO, CLAUSO, y EMILIO,
deteniéndolos
ARCENIO:          Sucesor pide el imperio;
               dénosle luego, que importa.
EMILIO:        Caballeros, reportad
               el furor que os apasiona.
CLAUSO:        Cásese o pierda estos reinos.
EMILIO:        Esperad; razón os sobra.
ARCENIO:       Pues si nos sobra razón,
               cásese, o luego deponga
               el reino en quien nos gobierne.
EMILIO:        Rosaura es vuestra Señora
               natural.
ARCENIO:                 Nadie lo niega…
               toca al arma.
CLAUSO:                       Al arma toca.
Tocan al arma y salen ROSAURA y ALDORA, y en
viéndola, se turban
ROSAURA:       Motín injusto, tened…
               ¿dónde váis?
ARCENIO:                    Yo, no…
CLAUSO:                               Señora…
ROSAURA:       ¿No habláis? ¿no me respondéis?
               ¿qué es esto? ¿quién os enoja?
               ¿quién vuestro sosiego inquieta?
               ¿Quién vuestra paz desazona?
               Pues, ¿cómo de mi palacio
               el silencio se alborota,
               la inmunidad se profana,
               la sacra ley se derroga?
               ¿Qué es esto, vasallos míos?
               ¿Hay acaso en nuestras costas
               enemigos? ¿Han venido
               de Persia bárbaras tropas
               a perturbar nuestra paz,
               envidiosos de mis glorias?
               Decidme qué es; porque yo,
               atrevida y fervorosa,
               con vosotros, imitando
               las ilustres amazonas,
               saldré a defender, valiente,
               de estos reinos la corona,
               y aún ofreceré la vida
               con resolución heroica,
               porque vosotros gocéis
               la parte que en esa os toca,
               pacíficos y contentos.
               No hagáis, por mi amor,
               ociosa la razón de vuestro enojo,
               en el silencio que estorba
               en mi atención el informe;
               hablad.
ARCENIO:              ¡Qué cuerda!
EMILIO:                            ¡Qué hermosa!
ROSAURA:       No me neguéis la ocasión
               del disgusto.
ARCENIO:                     Gran Señora,
               bellísima emperatriz,
               nuestro delito perdona;
               que tú sola eres la causa.
ROSAURA:       Sea agravio, sea lisonja
               de vuestro amor, el ser yo,
               vasallos, la causa sola;
               pues está mi confïanza
               de vuestra lealtad heroica
               satisfecha felizmente,
               advertid que se malogra
               la intención mientras la ignoro;
               responded.
EMILIO:                   Rosaura hermosa,
               yo diré a lo que han venido;
               perdonad y oye, Señora.
               Ya sabéis la obligación
               con que de estos reinos gozas,
               y que por ella es preciso
               tomar estado. No ignoras
               tampoco que te ha pedido
               tu imperio que te dispongas
               a casarte, y te ha propuesto
               el príncipe de Polonia,
               el de Chipre y Transilvania,
               Ingalaterra y Escocia.
               Cásate, pues que no es justo
               que dejes pasar la aurora
               de tu edad tierna, aguardando
               de que de tu sol se ponga.
               Ésta es inolvidable ley,
               y en tus años tan costosa,
               que, a no de ejecutarla, dicen
               que habías de ver tu corona
               dividida en varios bandos,
               y arriesgada tu persona.
               Elige esposo, primero,
               que la fe jurada rompa;
               porque, de no hacerlo así,
               tu majestad se disponga
               a defenderse de un vulgo,
               conspirado en causa propia.
               Yo te aconsejo, yo, justo;
               tú, emperatriz, mira ahora
               si te importa el libre estado,
               o si el casarte te importa.
ROSAURA:       (No sé cómo responderle;       Aparte
               tanto el enojo me ahoga,
               que están bebiendo los ojos
               del corazón la ponzoña.
               ¡Hay tan grande atrevimiento!
               ¡Hay locura tan impropia!
               ¡Que éstos mi decoro ofendan!
               ¡Que así a mi valor se opongan!
               pero no tiene remedio;
               porque si las armas toman,
               y quieren negar, ingratos,
               la obediencia y la corona…
               ¿Cómo puedo? ¿cómo puedo,
               siendo muchos y yo sola,
               defenderme? y no les falta
               razón) ¡Ay querida Aldora,
               si yo te hubiera creído!
               ¿qué haré?
ALDORA:                   Responde amorosa
               que un año te den de plazo,
               y que si al fin dél no tomas
               estado, les das licencia
               para que el reino dispongan
               a su elección.
ROSAURA:                     (¡Ah vasallos!    Aparte
               si sois traidores, ¿qué importa
               rendiros con beneficios
               ni obligaros con lisonjas?)
EMILIO:        Gran Señora, ¿qué respondes?
ROSAURA:       Agradecida y dudosa
               del afecto y la elección,
               me detuve, mas agora
               quiero que escuchéis, vasallos,
               porque os quiero hacer notoria
               la causa que ha tanto tiempo,
               que mis designios estorba.    
                  Ya sabéis que este imperio,
               generoso esplendor del hemisferio,
               obedeció por dueño soberano
               al insigne Aureliano
               mi padre, y que fue herencia
               de su real y antigua descendencia.
               También sabréis cómo mi madre hermosa
               sin sucesión dichosa
               estuvo largo tiempo, y que los cielos
               con devotos desvelos,
               los dos importunaban,
               mas, ¡justas peticiones que no acaban!
               ya se ve, pues hicieron tanto efecto
               las generosas quejas de su afecto,
               que el cielo o compasivo o obligado,
               les vino a dar el fruto deseado;
               mas, fue con la pensión, ¡Oh infeliz suerte
               de la temprana muerte
               de aquella hermosa aurora
               del Puzol. Rosimunda, mi Señora,
               que de mi tierna vida, al primer paso
               la luz oscureció en mortal ocaso,
               dando causa a comunes sentimientos.
               Ya lo sabéis, pues, escuchadme atentos.
               Quedó el Emperador, mi padre amado,
               con golpe tan pesado,
               desde aquel triste día,
               ajeno de alegría;
               mas viendo su presencia,
               a pique de perderse en la experiencia
               de dolor tan esquivo,
               dio al pesar, ni bien muerto ni bien vivo,
               treguas, como cristiano,
               pues fuera intento vano
               ser su mismo homicida,
               no pudiendo animar la muerta vida
               de su adorada esposa;
               suspendió, en fin, la pena lastimosa,
               y quiso, de mis dichas mal seguro,
               investigar del tiempo lo futuro.
               Consultó las estrellas,
               miró el influjo de sus luces bellas,
               escudriñó curioso
               el benévolo aspecto, o riguroso
               de Venus, Marte, Júpiter, Dïana,
               antorchas de esa esfera soberana,
               o llamas de ese globo turquesado,
               que, es de varios astrólogos mirado,
               me pronostican de opinión iguales,
               mil sucesos fatales;
               y todos dan por verdadero anuncio,
               –¡Con qué temor, ay cielos, lo pronuncio!–
               que un hombre, –¡fiero daño!–
               le trataría a mi verdad engaño,
               rompiéndome la fe por él jurada,
               y que si en este tiempo reparada
               no fuese por mi industria esta corona,
               riesgo corrían ella y mi persona;
               porque este hombre engañoso,
               con palabra de esposo,
               quebrantando después la fe debida,
               el fin ocasionara de mi vida.
               Supe después, –¡ay triste!– de sus labios,
               de mi adversa fortuna los agravios;
               y así, por no perderos y perderme,
               no he querido, vasallos, resolverme
               jamás a elegir dueño.
               Mas ya, que me ponéis en este empeño
               –sea o no sea justo–,
               a daros rey me ajusto.
               Sepa el de Transilvania,
               Chipre, Escocia, y Albania,
               Polonia, Ingalaterra,
               que me podré rendir, mas no por guerra;
               que esta dulce conquista,
               sólo ha de conseguirse con la vista
               de una firme asistencia,
               blandura, agrado, amor, correspondencia;
               obliguen, galanteen,
               escriban, hablen, sirvan y paseen;
               rendirán mi desdén con su porfía,
               obligarán mi altiva bizarría;
               y en tanto, yo, advertida y desvelada,
               huiré aquella amenaza anticipada,
               examinando el más constante y firme;
               pues es fuerza rendirme
               al yugo de Himeneo,
               que temo y que deseo
               por sólo asegurar vuestro cuidado.
               Alcance, pues, mi amor en vuestro agrado,
               para determinarme
               a morirme o casarme,
               sólo un año de término preciso;
               y si al fin de él halláredes remiso
               mi temeroso intento,
               o me obligad por fuerza al casamiento,
               o elegid rey extraño.
               ……………………………….
               Todos sois nobles y vasallos míos;
               ayudadme a vencer los desvaríos
               de mi suerte inhumana,
               pues soy vuestra Señora soberana.
               Examinemos quién será el ingrato,
               que ha de engañarme con perjuro trato;
               busquemos modo, suerte,
               para huír el influjo adverso y fuerte
               de aquella profecía esquiva, acerba
               cuyo rigor cobarde el alma observa.
               Éste es, nobles, mi intento;
               éste es mi pensamiento;
               éste mi ruego y estos mis temores;
               estos, de mi fortuna los rigores;
               y ésta, la ejecución con que restaura
               tan triste amago, la infeliz Rosaura.
EMILIO:        Emperatriz hermosa,
               tu pena lastimosa
               sentimos como es justo;
               y así, tu majestad haga su gusto,
               y repare ese daño
               en el plazo de un año,
               y en él haga experiencia
               de la fe, la lealtad y la obediencia
               con que ha de hallar rendidas,
               de sus vasallos las honradas vidas.
               Aqueste parecer de mi fe arguyo;
               ahora vuestra alteza diga el suyo;
               avise de su intento.
ROSAURA:       Sea como os he dicho.
EMILIO:                              Pues, contento
               estoy con esto, el reino se restaura;
               ¡Viva la emperatriz, viva Rosaura!
               ¡Tu nombre en bronce eterno el tiempo escriba!
               ¡Viva la emperatriz!  ¡Rosaura viva! 
Tocan cajas y vanse
ALDORA:           Suspensa, prima, has quedado.
ROSAURA:       No tengo, Aldora, no tengo
               satisfacción de mi suerte.
               Aquellos anuncios temo,
               y no sé si he de elegir
               algun ingrato por dueño,
               que el alma que me amenaza
               sea bárbaro instrumento.
               Quisiera yo, prima mía,
               ver y conocer primero
               estos caballeros que
               mis vasallos me han propuesto,
               y si de alguno me agrada
               el arte, presencia e ingenio,
               saberle la condición,
               y verle el alma hacia dentro,
               el corazón, el agrado,
               discurso y entendimiento,
               penetrarle la intención,
               examinarle el concepto
               de su pecho, en lo apacible,
               o ya ambicioso o ya necio.
               Mas, si nada de esto puedo
               saber, y me he de arrogar
               al mar profundo y soberbio
               de elegir por dueño a un hombre
               que ha de regir el imperio
               del alma con libertad,
               o ya ambicioso, o ya ciego,
               ¿qué gusto puedo tener
               cuando, –¡ay Dios!– me considero
               esclava, siendo Señora,
               y vasalla, siendo dueño?
ALDORA:        Discretamente discurres;
               mas es imposible intento
               penetrar los corazones
               y del alma los secretos.
               Lo mas que hoy puedo hacer
               por ti, pues sabes mi ingenio
               en cuanto a la mágica arte,
               es enseñarte primero,
               en aparentes personas,
               estos príncipes propuestos;
               y si es fuerza conocer
               las causas por los efectos,
               viendo en lo que se ejercitan,
               será fácil presupuesto
               saber cuál es entendido,
               cuál arrogante o modesto,
               cuál discreto y estudioso,
               cuál amoroso, o cuál tierno;
               y así mismo es contingente
               inclinarte a alguno de ellos
               antes que con sus presencias
               tenga tu decoro empeño,
               no atreviéndose a elegir.
ROSAURA:       ¡Oh Aldora, cuánto te debo!
               si hacer quieres lo que dices,
               presto, prima, presto, presto;
               pues sabes que las mujeres,
               pecamos en el extremo
               de curiosas de ordinario.
               Ejercita tus portentos;
               ejecuta tus prodigios,
               que ya me muero por verlos.
ALDORA:        Presto lo verás; atiende.
ROSAURA:       Con toda el alma te atiendo.
ALDORA:        ¡Espíritus infelices!
               que en el espantoso reino
               habitáis por esas negras
               llamas, sin luz y con fuego,
               os conjuro, apremio y mando
               que juntos mostréis a un tiempo,
               de la suerte que estuvieren,
               a los príncipes excelsos,
               de Polonia a Federico,
               de Transilvania a Roberto,
               de Escocia a Eduardo, de Francia
               Partinuplés…, ¿bastan estos?
ROSAURA:       Sí, prima; admirada estoy.
ALDORA:        Ea, haced que en breve tiempo,
               en aparentes figuras,
               sean de mi vista objetos.                         
Vuélvese el teatro y descúbrense los
cuatro de la manera que los nombra
ROSAURA:       Válgame el cielo, ¿qué miro,
               hermosa Aldora? ¿qué es esto?
ALDORA:        Éste que miras galán,
               que en la luna de un espejo,
               traslada las perfecciones
               del bizarro, airoso cuerpo,
               es Federico, polonio.                   
Va señalando a cada uno
               Aquéste que está leyendo
               estudioso y divertido,
               es Eduardo, del reino
               de Escocia, príncipe noble,
               sabio, ingenioso y discreto,
               filósofo y judiciario.
               Aquél, que de limpio acero
               adorna el pecho gallardo,
               es el valiente Roberto,
               príncipe de Transilvania.
               El que allí se ve suspenso
               o entretenido, mirando
               el sol de un retrato bello,
               es Partinuplés famoso,
               de Francia noble heredero,
               por sobrino de su rey,
               que le ofrece en casamiento
               a Lisbella, prima suya;
               príncipe noble, modesto,
               apacible, cortesano,
               valiente, animoso y cuerdo.
               Éste es más digno de ser
               entre los demás, tu dueño,
               a no estar, –como te he dicho–
               tratado su casamiento
               con Lisbella.
ROSAURA:                     ¿Con Lisbella?
               por eso, Aldora, por eso
               me lleva la inclinación
               aquel hombre.
ALDORA:                      Impedimiento
               tiene, a ser lo que te digo.
ROSAURA:       ¡Ay Aldora! a no tenerlo,
               otro me agradara, otro
               fuera, en mi grandeza, empeño
               de importancia su elección;
               pero, si lo miro ajeno,
               ¿cómo es posible dejar,
               por envidia o por deseo,
               de intentar un imposible,
               aún siendo sus gracias menos?              
Vuélvase el teatro como antes y
cúbrese todo
               Ya se ausentó, y a mis ojos
               falta el agradable objeto
               de su vista, y queda el alma,
               ¿diré en la pena o tormento?
               digo en el tormento y pena
               de su ausencia y de mis celos.
ALDORA:        No sé si le llame amor,
               Rosaura, a tu arrojamiento,
               y parece desatino.
ROSAURA:       Que es desatino confieso.
ALDORA:        ¿No es galán el de Polonia?
               ¿no es el de Escocia discreto,
               gallardo el de Transilvania?
ROSAURA:       Si consulta con su espejo
               el de Polonia sus gracias,
               y está de ellas satisfecho;
               ¿cómo podra para mí
               tener, Aldora, requiebros?
               Si es filósofo el de Escocia,
               judiciario y estrellero;
               ¿cómo podrá acariciarme,
               ocupado el pensamiento
               y el tiempo siempre en estudio?
               Y si es tan bravo Roberto;
               ¿quién duda que batirá
               de mi pecho el muro tierno
               con fuerzas y tiranías,
               siendo quizá el monstruo fiero
               que amenaza la ruïna
               de mi vida y de este imperio?
ALDORA:        ¿No es peor estar rendida
               a otra beldad?
ROSAURA:                      Es exceso
               el que propones, si sabes
               que no halla el común proverbio
               excepción en la grandeza.
               Yo lo difícil intento;
               lo fácil es para todos.
ALDORA:        Pues, emperatriz, supuesto
               que Partinuplés te agrada,
               todo cuanto soy te ofrezco.
               Yo haré que un retrato tuyo
               sea brevemente objeto
               de su vista, porque amor
               comience a hacer sus efectos;
               ven conmigo.
ROSAURA:                    Voy contigo;
               desde hoy en tu dulce incendio
               soy humilde mariposa,
               tirano dios, niño ciego.                   
Vanse y suena ruido de cazay sale el REY de Francia,
LISBELLA y el CONDE de Partinuplés y
GAULÍN y criados de caza todos
DENTRO:           Al arroyo van ligeros.
OTRO:          Por esa otra parte, Enrico,
               Julio, Fabio, Ludovico.
CONDE:         Al valle, al valle, monteros.
REY:              ¡Qué notable ligereza!
               o hijos del viento son,
               o del fuego exhalación.
CONDE:         Descanse, Señor tu alteza;
                  baste la caza por hoy.
REY:           ¿Vienes cansada, Lisbella?
LISBELLA:      Como siguiendo la estrella
               del sol, que mirando estoy.
REY:              El equívoco me agrada;
               ese sol, ¿soy yo o tu primo?
LISBELLA:      Tú, pues en tu luz animo
               la vida, Señor.
GAULÍN:                        ¿No es nada
                  requebritos en presencia
               de quien a ser suyo aspira?
               Mas, si es justo, ¿qué me admira?
REY:           Habla, pues tienes licencia,
                  Partinuplés, a tu esposa.
CONDE:         Cuando sabe que soy suyo,
               ociosa, Señor, arguyo
               toda palabra amorosa;
                  porque, a mi entender, no hay mengua
               en el amable discreto,
               como empeñar el respeto
               en lo activo de la lengua.
                  El que explica libremente
               su amor, la verdad desdice;
               que siente mal lo que dice,
               quien dice bien lo que siente.
                  Yo, que la luz reverencio
               del sol que en Lisbella adoro,
               por no ofender su decoro,
               la hablo con el silencio;
                  que fuera causarla enojos,
               con discursos pocos sabios,
               volverla a decir los labios,
               lo que le han dicho los ojos.
REY:              Bien encarecido está,
               sobrino, tu sentimiento.
LISBELLA:      Y yo, de oirte contenta,
               también primo, en mí será
                  el silencio lengua muda,
               que acredite tu opinión.
Salen dos PESCADORES asidos de una caja
PESCADOR 1:    Mía es.
PESCADOR 2:              Mayor acción
               tengo a su valor, no hay duda,
                  pues te la enseñé; y así,
               la caja, Pinardo es mía.
PESCADOR 1:    Saquemos de esta porfía,
               su alteza, pues está allí;
                  démosela.
PESCADOR 2:                Soy contento.
REY:           ¿Qué es esto?
PESCADOR 1:                   Este pescador
               y yo sacamos, Señor,
               de ese espumoso elemento,
                  esta caja de una nave
               que pasó naufragio ya;
               y por salvarse quizá,
               alijó su peso grave;
                  mas, aunque fue de los dos
               hallada, y ambos queremos
               su valor, ya le cedemos
               con gusto, Señor en vos.
REY:              Dios os guarde.
Rompen la caja y sacan un retrato de ROSAURA
CONDE:                             Abrirla presto;
               veremos qué es.
PESCADOR 1:                    Sólo hay
               un retrato.
GAULÍN:                    ¡Qué cambray!
CONDE:         Echó el cielo todo el resto
                  en su hermosura.
PESCADOR 2:                       Pinardo,
               no trujimos mal tesoro.
PESCADOR 1:    Calla; que estoy hecho un mozo
               de rabia.
REY:                     ¡Pincel gallardo!
CONDE:            Por Dios, beldad peregrina
               ostenta, ¡ay cielos!
GAULÍN:                            Extraña,
               si acaso el pincel no engaña.
LISBELLA:      Rara hermosura.
CONDE:                         Divina;
                  ¿quién será aquesta mujer?
LISBELLA:      ¿Es gusto o curiosidad,
               Partinuplés?
CONDE:                     ¡Qué deidad!
               curiosidad puede ser;
                  que gusto, fuera de verte,
               ni le estimo ni le quiero.
LISBELLA:      Ya parece lisonjero;
               mas quiero, primo, creerte.
                  Señor, una R y una A
               tiene aquí; ignoro el sentido.
GAULÍN:        Pues que me escuches te pido.
REY:           ¿Sabeslo tú?
GAULÍN:                     Claro está.
LISBELLA:         Si habla cualquiera por sí,
                         en la R dira reina,
               y en la A…
CONDE:                      En las almas reina.
LISBELLA:      De Asia o África.
CONDE:                           ¡Ay de mí!
                  que es nombre propio imagino.
               Puede ser…
GAULÍN:                       Oíd dos instantes,
               los sentidos más galantes
               de mi ingenio peregrino.
REY:              Di pues.
GAULÍN:                    Llámase romana,
               o rapada o relamida,
               rayada, rota o raída,
               rotunda, ratera o rana,
                  respondona o Rafaela;
               Ramira, ronca o rijosa,
               Roma, raspada o raposa,
               risa, ronquilla o razuela,
                  o regatona o ratina.
               Y si es enigma más grave,
               el A quiere decir ave,
               y la R, de rapiña.
REY:              Como de tu ingenio es,
               la conclusión de la cifra.
GAULÍN:        Pues, ¿mas que no la descifra
               Radomonte aragonés
                  con más elegancia?
LISBELLA:                           (Celos     Aparte
               me está dando el conde ingrato,
               divertido en el retrato.)
CONDE:         (¿Qué es esto que he visto cielos?  Aparte
        Rendido está a los primores,
               de aquel pincel, mi sentido.)
GAULÍN:        Muy buena hacienda han traïdo
               los amigos pescadores;
                  bien puede darles, Lisbella,
               su hallazgo.
CONDE:                      Gaulín, desde hoy
               sabrá Lisbella que soy
               sombra de esta imagen bella.
GAULÍN:           Mira que de exceso pasa
               tu locura.
CONDE:                    (¡Qué rigor!    Aparte
               disimulemos, amor,
               el incendio que me abrasa.)
LISBELLA:         (¡Qué pague de esta manera    Aparte
               mi amor el Conde!… ¿qué haré
               cielos? disimularé
               su ocasión.)
DENTRO:                    ¡Guarda la fiera!
REY:              Aquella voz me convida…
               venid, sobrinos, conmigo.
LISBELLA:      Ya voy.
CONDE:                   Yo, Señor, te sigo.
REY:           Da el retrato, por tu vida,
                  a quien le guarde.  Después
               tendréis los dos premio justo.        
Vanse
PESCADOR 1:    El saber que es de tu gusto,
               es el mayor interés.
Vase
CONDE:            De mi brazo y de mi aliento
               no has de poder escaparte,
               si no te esconde la tierra;
               aguarda, fiera.
GAULÍN:                        No aguardes.
Sale el CONDE tras una fiera vestida de pieles vale
a dar y vuélvese una tramoya y aparece ROSAURA como
está pintada en el retrato
CONDE:         Espera, monstruo circero.
GAULÍN:        ¡Señor, que es gran disparate!
               ¡Hombre, que te precipitas
               a morir!
CONDE:                   Temor infame,
               esto ha de ser; ¡todo el cielo
               me valga!
GAULÍN:                  ¡Bizarro lance,
               que buscando una fiera,
               una belleza se hallase
               mi amo! ¿Qué más ventura?
               ¡Y que yo nunca me halle,
               si no es uno que me mienta,
               si no es cuatro que me engañen,
               cuarenta que me apeleen,
               cuatrocientos que me estafen!
               Sin duda que esto consiste
               en el ánimo; animarme
               quiero y buscar mi ventura;
               ya podrá ser que topase,
               en vez de moza, una sierpe,
               y en vez de un talego, un fraile.
               Mas, ¿qué es aquello? mi amo
               parece que está en éxtasis,
               o que a lo de resurrexit,
               judio asombrado yace;
               yo quiero ver que resulta
               de suspensiones tan grandes;
               que, si no me engaño, ya
               parece que quiere hablarle.                       
CONDE:            Cuando fiera te seguí,
               monstruo, mujer o deidad,
               ignorando tu crueldad,
               sólo a un riesgo me ofrecí;
               pero ya descubre en ti
               más peligros mi flaqueza;
               pues cuando de tu fiereza
               libre examiné el rigor,
               mal podré, muerto de amor,
               librarme de tu belleza.
                  Tu hermosura y tu cautela
               se han conjurado en mi daño;
               que una se viste de engaño,
               y otra a la fiereza apela.
               No en vano el temor recela,
               dar riesgos después de verte,
               pues de esta o de aquella suerte,
               vienes a ser mi homicida;
               y si, fiera cruel, das vida;
               beldad piadosa, das muerte.
                  ¿Eres de este valle diosa?
               ¿eres ninfa de este monte?
               ¿cuál es el sacro horizonte
               de tu aurora milagrosa?
               Muda fiera, enigma hermosa
               de aquel retrato, que al arte
               por tuyo excede, ¿en qué parte
               vives, asistes o estás?
ROSAURA:       Si me buscas, me hallarás.
Desaparece ROSAURA
CONDE: Voy con el alma a buscarte.
                  ¿Por qué a mis ojos te niegas,
               bello hechizo, hermoso áspid?
GAULÍN:        Vive Cristo, que a mi amo
               le han dado con la del martes.
CONDE:         ¿Por qué te escondes y dejas
               burlada mi fe constante?
               “Si me buscas, me hallarás,”
               dijiste, y cuando buscarte
               quiero, ligera desprecias
               mis esperanzas amantes.
               ¡Qué haré, cielos!  ¿qué he de hacer?
               o respóndedme, o mátadme.           
Vase
GAULÍN:        En tanto que el Conde está
               dando suspiros al aire,
               he de buscar mi ventura,
               siquiera por imitarle.
               Ea, a la mano de Dios,
               venzamos dificultades
               de miedo, si acaso topan
               mis dichas en animarme;
               que será posible, pues,
               a los atrevidos hace
               fortunilla los cortijos,
               que me ayude favorable.
               Quiero ver; aquí no hay nada.              
Busca, mira por el tablado y sale el CONDE
CONDE:         Estos verdes arrayanes
               fueron de su planta alfonbra,
               siendo del campo plumajes.
               ¡Vive el cielo, que estoy loco!
GAULÍN:        Apostaré que dice alguien,
               que esto es andar por las ramas;
               mas entre aquellos dos sauces
               veo la sombra de un sol,
               sin nubes y con celajes.
Descúbrese ALDORA al otro lado entre unos
árboles
               Vive Dios, que di con él.
               Todo el cielo se me cae
               encima, que llueven glorias.
               ésta es runfla sin descarte,
               perla sin concha, y almendra
               sin cáscara, o ropaje
               de engaños ni de fiereza.
               La muchacha es como un ángel.
               ¡Oh animal el más hermoso
               de todos los animales!
CONDE:         Aquí he perdido mi bien,
               y aquí, cielos, he de hallarle.
               Bosques, fieras, espesuras,
               campos, prados, montes, valles,
               ríos, plantas, pajarillos,
               fuentes, arroyos, cristales,
               decid, ¿dónde está mi bien?    
Vase
GAULÍN:        Orlando furioso, tate;
               cada loco con su tema.
               Pues antes, reina, pues antes,
               que me dé otro trascantón.          
Vala a coger y vuela y sale un león y coge a
GAULÍN y sale el CONDE
CONDE:         ¿Dónde iré?
GAULÍN:                    Cielos, libradme,
               ya que mi amo no quiere.
CONDE:         ¿Qué es esto?
GAULÍN:                      Es para la tarde.
Al ir a embestirle se desaparece el
león
CONDE:         ¡Oh fiero león, espera!
               desvaneció en un instante
               su espantosa forma.
GAULÍN:                            ¡Ay Dios!
               todo estoy hecho vinagre.
               Mira, Señor, si me ha herido;
               que por estos arrabales
               parece que estoy sudando
               aunque no aromas fragantes.
CONDE:         No estás herido, sosiega.
GAULÍN:        ¿De verdad?
CONDE:                    ¿He de engañarte?
GAULÍN:        No, pero será posible
               que a ti la vista te engañe,
               pero no el olfato a mí;
               no acabo de santiguarme;
               ¡Jesús mil veces, Jesús!
               ¡Qué tierra de Barrabases
               es esta donde no hallamos
               sino fieras y animales,
               que burlen y que aporreen!
CONDEL         Confuso estoy.
Suenan truenos
GAULÍN:                       ¿Yo cobarde?
               pues mira que truenecitos;
               hoy damos con todo al traste.
               ¿Si es Tesalia o la engañosa
               de Circe? estancia agradable;
               salgamos presto, Señor,
               de ella; que se cubre el aire
               de nubes y exhalaciones.
CONDE:         ¿Cómo es posible alejarme
               de este sitio, si en él dejo
               del alma la mayor parte?
GAULÍN:        Déjala toda y partamos;
               que al alma no han de tocarle
               en un pelo de la ropa.
               A estos cuerpos miserables
               es fuerza que les busquemos
               albergue donde se guarden;
               fuera de que, el rey, tu tío,
               y tu esposa han de buscarte,
               y han de estar perdiendo el juicio
               de ver que así los dejaste.
               Rayo es aquel; ¡Santa Prisca,
               Santa Bárbara, Sant Ángel!
               salgamos presto de aquí.
CONDE:         ¿Dónde podrás ocultarte
               de la inclemencia del tiempo?
GAULÍN:        Del tiempo, en ninguna parte;
               porque todo está a cureña
               rasa; mas para librarte
               de las fieras de estos montes
               esta noche, allí nos hace
               del ojo una nao, que está
               varada en aquel paraje,
               que debieron de dejar
               surta allí los temporales,
               y aunque está desarbolada,
               sin jarcias y sin velamen
               para navegar, al menos
               podrá, esta noche albergarte
               de las fieras, como digo.
CONDE:         Tus miedos han de obligarme
               a perderme.
GAULÍN:                    Acaba presto;
               mira, Señor, que es ganarte.
CONDE:         Vamos, si es ganarme.
GAULÍN:                             Ven;
               que de ti quiero agarrarme.
CONDE:         Fiera hermosa, aunque me voy,
               presto volveré a buscarte.
Vase
FIN DE LA PRIMERA JORNADA
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JORNADA SEGUNDA
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Salen el CONDE y GAULÍN su
criado
CONDE:            ¡Notable navegación!
               si no pasara por mí,
               no creyera tal.
GAULÍN:                        Yo sí;
               y si mayor confusión,
                  –después de tanto tormento–
               es ver un navío seguro,
               sin piloto, Palinuro,
               que sin embate ni viento,
                  tan sosegado tomase
               puerto en esta playa, caso
               que ahora parece acaso.
CONDE:         ¡Que se fuese y me dejase!
GAULÍN:           Que es gran maravilla, pienso,
               o alguna extraña aventura.
CONDE:         ¡Qué prodigiosa hermosura!
GAULÍN:        ¿De qué estás, Señor, suspenso?
CONDE:            El sentido he de perder.
GAULÍN:        (Él ha dado en mentecato).  Aparte
CONDE:         ¡Oh peregrino retrato,
               oh bellísima mujer¡
GAULÍN:           Señor, que te echas a pique
               haciéndole al juicio quiebra;
               ¿no ves que te dio culebra,
               la fiera por alambique
                  vuelta en dama, y que sin duda,
               fue algún espíritu malo?
CONDE:         A un ángel, Gaulín, la igualo;
               de ese pensamiento muda.
GAULÍN:           Con eso me desbautizo,
               me enfurezco, me remato;
               ¿enviaste aquel retrato?
               ¿no ves que fue ruido hechizo?
                  pues luego ver una fiera,
               y transformarse en mujer,
               –aunque no hay mucho que hacer–
               ¿quién, sino el diablo, lo hiciera?
                  Entrarnos en un navio
               desarbolado, y al punto
               verlo con jarcias, pregunto,
               ¿quién pudo hacerlo, amo mío?
                  no ver quien lo gobernaba,
               quién lo sacó y guió
               hasta aquí, pregunto yo,
               ¿quién lo hizo, Señor?
CONDE:                                Acaba,
                  Fortuna.
GAULÍN:                        ¡Gentil despacho!
               ¡Linda urdiembre y mejor trama,
               retrato, nao, fiera y dama,
               fortuna.
CONDE:                   Calla, borracho.
GAULÍN:           ¡Yo de hambre y sed, vive el cielo!
               tengo ya lánguido el bulto.
CONDE:         Ahora, Gaulín, dificulto
               el comer.
GAULÍN:                  ¡Qué gran consuelo
                  fuera para mí el hallar
               una santa chimenea!
               Mas, ¡vive Dios!, que humea
               hacia allí, no hay que dudar.
CONDE:            ¿Qué? ¿Estás loco?
GAULÍN:                                No estoy loco.
CONDE:         De tu humor me maravillo.
GAULÍN:        Morirás; hay un castillo
                  bellísimo.
CONDE:                     Espera un poco;
                  dices bien, yo he de ir allá.
Mirando el CONDE hacia donde estará pintado
un castillo
GAULÍN:        Vamos, aunque sea al abismo.
               Contigo, al infierno mismo
               no temeré, claro está;
                  porque es cierta conclusión,
               que contradición no implica,
               que quien anda en la botica,
               ha de oler al diaquilón.
CONDE:            Entra, pues.
GAULÍN:                        Ya, Señor, entro,
               si puedo; que el miedo sabio
               azoga el aliento al labio,
               mas, él se quedó allá dentro.                            
Entran en el castillo y salen ALDORA y ROSAURA
ALDORA:           Ya, en el castillo le tienes;
               ¿qué intentas hacer ahora?
ROSAURA:       Darme de mi dicha, Aldora,
               venturosos parabienes.
ALDORA:           Y en fin, ¿mañana has de dar
               a los príncipes audiencia?
ROSAURA:       Sí, aunque es vana diligencia,
               ……………………[ -ar].
ALDORA:           Pues ya viene allí.
Mirando a la puerta de la derecha
ROSAURA:                                Procura
               que no nos vea.
ALDORA:                        Es error;
               ven.
Va[n]se y salen el CONDE y GAULÍN
temblando
GAULÍN:                Buen ánimo, señor,
               que dizque todo es ventura;
                  mas, no sé si me resuelva
               a parecer alentado;
               porque aún no se me ha olvidado
               el leoncillo de la selva.
CONDE:            Hermosa estancia, Gaulín,
               y vestida ricamente.
Mirando las paredes
GAULÍN:        Sí, mas no hemos visto gente
               en sala ni camarín,
                  patio, tinelo o cocina;
               de su distrito apacible,
               ni un ápice comestible;
               cosa que me desatina.
CONDE:            ¿Hambre tienes?
GAULÍN:                           Claro está
               que es contrario poderoso;
               ¿tengo yo cuerpo glorioso,
               como tú, señor? mas ya,             
Saquen una mesa sin que se vea quién, con
mucho aparato y ponen una silla arrimada al paño
                  sin ver ni oir quién la pone,
               silla y mesa tienes puesta;
               grandiosa ventura es esta,
               que la suerte te dispone.
CONDE:            Cosas son éstas, Gaulín,
               que no le dejan recurso
               a la razón ni al discurso,
               encaminados a un fin.
                  Miro varios accidentes,
               cuyas conjeturas son
               para el alma confusión.
GAULÍN:        Lo mejor es que te sientes.
                  Todos los medios que has visto,
               te guiaron a este empeño;
               come, no se encoge el dueño
               de casa; por Jesucristo,
                  agradece el hospedaje,
               aunque sea cumplimiento.
CONDE:         No entiendo tanto portento.
GAULÍN:        Come, pese a mi linaje.
CONDE:            ¡Válgame Dios, si no fuera
               mi corazón tan valiente!
GAULÍN:        No seas impertinente,
               que la comida te espera.
CONDE:            Por no parecer ingrato,
               me mostraré agradecido.
               Mas, por Dios…
GAULÍN:                         Ya me he comido
               yo con los ojos un plato.
CONDE             Que escusara el beneficio,
               excusado el bienhechor.
GAULÍN:        No des en eso, Señor;
               acaba.
CONDE:                       Pierdo el jüicio.
GAULÍN:           Siéntate.
Siéntase y quitan la toalla de encima por
dentro de la mesa
CONDE:                        Siéntome, pues.
GAULÍN:        Y esto, ¿no lo hace el diablo?
               pues, por Dios, que no soy Pablo
               ni Onofre; mi amo es.
                  Música a fuer; de Señor
               te tratan.
Tocan instrumentos y cantan
CONDE:                      Déjame oir.
GAULÍN:        Que nos dejara mugir,
               fuera el regalo mayor.                       
Canten y coma el CONDE los platos que le sirven por
debajo de la mesa
CONDE:            Dulce engaño, ¿dónde estás?
               que ciego ignoro la parte,
               donde mi amor puede hallarte.
Cantan dentro
[VOZ]:         “Si me buscas me hallarás¯
CONDE:            ¿Si me buscas me hallarás?
               el final de aquella letra,
               toda el alma me penetra.
GAULÍN:        Advierte que cantan más.
Una voz dentro canta
[VOZ]:            “Si acaso ignoras de amor
               esta enigma venturosa,
               en la más dificultosa
               más se conoce el valor;
               no te parezca rigor
               la duda que viendo estás.
TODOS:         “Si me buscas me hallarás”
CONDE:            Al alma me hablan; gran día,
               Gaulín, para ti.            
Comiendo el CONDE siempre
GAULÍN:                         Es preciso,
               si lleno esté paraíso.
CONDE:         Come éste; por vida mía;
                  pues esta licencia da,
               el ver que nadie nos ve.                
Apártale una empanada que estará a
una esquina de la mesa
GAULÍN:        Dios te dé vida; que a fe,
               que la deseaba ya.
Al tomarla, ábrela y salen cuatro o seis
pájaros vivos de ella
                  ¿Qué es esto? burla excusada;
               luego que empanada vi,
               por Dios vivo, que temí
               que me daban, en pan, nada.
CONDE:            Pues, ¿qué fue?
GAULÍN:                            Nada presumas
               que fue, pues en un momento,
               los pájaros en el viento
               forman abriles de plumas;
                  volaron, en conclusión.                 
Bebe el CONDE y al darle el vaso a GAULÍN se
lo quitan de la mano
CONDE:         Brindis.
GAULÍN;                 Salutem et pacem,
               aunque sin razón me hacen,
               digo que haré la razón.
CONDE:            ¿Qué es esto?
GAULÍN:                          Qué puede ser
                         sino la mala ventura
               que me sigue y me procura
               desbautizar y ofender?
                  ¿Soy zurdo, o soy corcovado?
               ¿cómo me tratan así?
CONDE:         Come, Gaulín, come aquí
               en este plato, a este lado.
Pásase GAULÍN al otro lado
                  Huéspedes somos los dos;
               quizá aquí estarás seguro.   
Al comer del plato que le aparta el CONDE se lo
quitan de la mano
GAULÍN:        ¡Oh maestresala perjuro,
               quien te viera! ¡Vive Dios,
                  que este es rigor inhumano!
CONDE:         Calla, y el semblante alegra.
GAULÍN:        Pues lleve el diablo a mi suegra;
               ¿soy camaleón cristiano?
                  ¿para esto nos han traïdo?
               mal haya, amén, la venida.
Vuelven a cantar
CONDE:         ¿Cantan? oye, por mi vida.
GAULÍN:        Oye tú, pues has comido.            
Música dentro
[VOZ]:            “Probé lágrimas vertidas
               y enjutos ojos serenos,
               y sé que no cuestan menos
               lloradas que detenidas.”
CONDE:            Buscaré; pues que me animan,
               esta dicha.
GAULÍN:                    De la mesa
               he de tomar esta presa;                 
Al ir a meter la mano en el plato se la agarran
               ¿por qué? ¿por qué me lastiman?
                  ¿qué te he hecho? ¿qué te he hecho,
               mujer, hombre o Satanás?                   
Suéltanle la mano, levántase el CONDE
y quitan la mesa
               ¿No comes más?
CONDE:                        Ya no más.
GAULÍN:        Hágate muy buen provecho.
                  Tú has comido; y, ¡ay del triste
               que está en ayunas!
CONDE:                             ¡Prodigios
               me suceden!
GAULÍN:                    Vive Dios,
               que estoy hambriento y mohino.
               Ya es de noche y encerrados
               en esta trampa o castillo
               estamos, sin luz, sin camas;
               por Dios, que pierdo el jüicio;
               parece, señor, que adrede,
               aún mas presto ha anochecido
               que otras veces.
CONDE:                          No te aflijas.
GAULÍN:        ¡Gran flema! ¡gentil alivio!
               encerrados y sin luz;
               sin saber la parte o sitio
               dónde estamos; claro está
               que este es encanto o hechizo
               del Demonio, o por lo menos
               estamos entre enemigos
               de la fe.
CONDE:                  Aunque sean demonios,
               resistirlos.
GAULÍN:                    ¿Resistirlos?
               yo no estoy para reñir,
               y tengo el bulto vacio,
               y no haré más; ¡Dios me valga! 
Sale ROSAURA a oscuras y tropieza al salir
ROSAURA:       Tropecé, ¡Dios sea conmigo!
GAULÍN:        No tan malo; ¿oyes, Señor?     
Temblando GAULÍN, con miedo
               A Dios nombró.
CONDE:                             Ya lo he oido;
               ¿quién va allá?
ROSAURA:                      ¿Quién habla aquí?
CONDE:         Un hombre.
ROSAURA:                   Pues ¿qué motivo
               le ha traïdo a profanar
               de mi palacio el retiro?
CONDE:         La Ocasión.
ROSAURA:                   ¿De qué manera?
CONDE:         Yo lo ignoro, por Dios vivo.
ROSAURA:       Pues, ¿quién os trujo?
CONDE:                                No sé.
ROSAURA:       ¿Qué buscáis?
CONDE:                       Un laberinto.
ROSAURA:       Y, ¿quereis salir de él?
CONDE:                                 Sí,
               si vos me dais luz e hilo.
ROSAURA:       Ahora bien; sosegaos, Conde.
CONDE:         ¡Válgame Dios! ¿quién os dijo
               quien soy?
ROSAURA:                   Quien lo sabe.
CONDE                                     Basta;
               que digáis, os suplico,
               quién sois.
ROSAURA:                   Soy una mujer
               que os quiere.
CONDE:                        El favor estimo.
GAULÍN:        ¡Plegue a Dios que por bien sea!
ROSAURA:       Ya, que le paguéis aspiro.
CONDE:         Si aspiráis a eso, no
               desluzgáis el beneficio
               en ocultaros de mí.
ROSAURA:       El ocultarme es preciso
               por algún tiempo.
CONDE:                           Es rigor.
ROSAURA:       Es fuerza.
CONDE:                  ¡Oh qué barbarismo!
               ¿Queréisme bien?
ROSAURA:                        Os adoro.
CONDE:         Pues, ¿qué teméis?
ROSAURA:                          A vos mismo.
CONDE:         ¿No sois digna de mi amor?
               Decid.
ROSAURA:                Sugeto sois digno
               de mucho amor.
CONDE:                        Pues, ¿por qué,
               cuando me tenéis rendido
               en vuestro poder y estáis
               satisfecha de lo dicho,
               me negáis vuestra hermosura,
               privando el mejor sentido
               del gusto en su bello objeto?
ROSAURA:       No apuremos silogismos;
               confieso que es el más noble;
               más pronto, más advertido
               que los demás; pero yo,
               para acrisolar lo fino
               del oro de vuestra fe,
               árbitro hago el oïdo
               en su jüicio, afianzado
               de mis dichas lo propicio
               con misterioso decoro;
               demás que ya me habéis visto
               y os he parecido bien.
CONDE:         ¿Yo? ¿cuándo?
ROSAURA:                     No he de decirlo;
               tiempo vendrá en que sepáis
               quién soy y lo que os estimo.
GAULÍN:        (Brava maula; ¡vive Dios!  Aparte
               que lo cogió al esportillo.)
CONDE:         ¿Que al fin, no queréis que os vea?
ROSAURA:       No puedo.
CONDE:                   ¡Raro capricho!
ROSAURA:       Conde, creedme y queredme.
               Ciego es amor.
CONDE:                        Ciego y niño,
               cuya materia alimenta
               los espíritus visivos
               de dos que se corresponden.
ROSAURA:       Débaos yo haberme creído,
               pues me debéis lo que os quiero.
CONDE:         ¿No me obligáis?
ROSAURA:                        Sí, os obligo
               ahora descansad; el lecho
               os espera.
CONDE:                         No es alivio
               el lecho para quien tiene
               tan desvelado el jüicio.
ROSAURA:       Pues que os desveléis me importa;
               que para cierto designio,
               os he después menester.
CONDE:         Si valgo para serviros,
               dichoso yo; ahora estaré
               contento y agradecido.
ROSAURA:       Ea, entráos a reposar,
               que una antorcha os dará aviso,
               seguidla.
CONDE:                   Esperad, oid.
ROSAURA:       No puedo, adiós.       
Vase
CONDE:                          ¿Has oïdo
               lo que me pasa, Gaulín?
GAULÍN:        Y estoy temblando de oirlo.
CONDE:         ¿Quién será aquesta mujer?
GAULÍN:        Bruja, monstruo o cocodrilo
               será, pues tanto se esconde…
               allí viene el hacha; asido
               de tí me tengo de entrar.
CONDE:         La luz por mi norte sigo.
GAULÍN:        Yo la tuya por mi sol.
Sale ALDORA con una hacha y va guiando al CONDE y
al entrarse GAULÍN; ella le agarra
ALDORA:        ¿Dónde vas tú?
GAULÍN:                       ¡San Patricio!
               donde su mercé mandare;
               siguiendo iba cierto amigo,
               a quien un ángel o un cielo
               hoy hace amigable hospicio.
               Mas, dónde su mercé está,
               (Virtud quiero hacer el vicio, Aparte
               ¡Oh gran necedad del miedo!
               no he menester, imagino,
               más favor.)
ALDORA:                    ¿Ángel o cielo?
GAULÍN:        Sí, Señora.
ALDORA:                      ¿Habéisla visto?
GAULÍN:        No, Señora.
ALDORA:                    Siempre habláis
               de cabeza.
GAULÍN:                   Pues, ¿qué he dicho?
ALDORA:        Nada; que rata, ratera,
               Roma, raída, ronquillo…
GAULIN:        ¡Oh!
ALDORA:                     Raposa, raída, rana,
               relamida…
GAULÍN:                    ¡San Remigio!
ALDORA:        ¿No es esto hablar?
GAULÍN:                            Do, re, fa,
               mi, sol –la piedad te pido–;
               un rastrojo, un remendón,
               un repostero, un rengifo,
               un repollo.
ALDORA:                     Bien está.
GAULÍN:        Y tu esclavo…
ALDORA:                         Ven conmigo;
               que de todas estas erres
               has de llevar un recibo.
GAULÍN:        ¿Relámpagos a estas horas?
               sobre mi dio el remolino.                         
Vanse y salen EMILIO y ROBERTO de Transilvania
ROBERTO:          Como quien dice amor dice impaciencia;
               hoy, que Rosaura hermosa nos da audiencia,
               a esta justa de amor, aventurero
               vengo, Emilio, el primero.
EMILIO:        Quien primero en grandezas siempre ha sido
               primero, claro está, será elegido.
ROBERTO:       No me prometo de mis dichas tanto.      
Sale FEDERICO de Polonia
FEDERICO:      ¡Si me premiase amor, pues sabe cuánto
               lo deseo!
Sale EDUARDO de Escocia
EDUARDO:                 De amor los tribunales,
               solicitamos hoy con memoriales.
FEDERICO:      ¿Qué hay, famoso Roberto?
ROBERTO:       De amor al triunfo incierto,
               tres concurrimos; ¡lance peligroso!
FEDERICO:      Si el mérito se advierte,
               yo estoy desconfïando de mi suerte.
ROBERTO:       Pues, si el común proverbio mi fe es fuerza
               yo, príncipe, seré feliz por fuerza;
               si al fin, como mujer, Rosaura elige,
               si ya no es que deidad mayor la rige.
EMILIO:        Caballeros, su alteza.                       
Salen ROSAURA, ALDORA y acompañamiento
FEDERICO:      ¡Qué majestad!
EDUARDO:                      ¡Qué garbo!
ROBERTO:                                  ¡Qué belleza!
EMILIO:        Aquí están, gran Señora,
               los príncipes heroicos.
ROSAURA:                               ¡Ay Aldora,
               que han de cansarse en vano!
EMILIO:        El escocés, polonio y transilvano.
ALDORA:        No excuses agasajos repetidos.
ROSAURA:       Sean vuestras altezas bien venidos.
ROBERTO:       Quien ya os pudo ver, no se ha excusado
               de ser en cualquier tiempo bien llegado.
ROSAURA:       Lisonja o cortesía,
               es de estimar; sentaos, por vida mía. 
Después de haberse asentado ROSAURA, van
tomando asientos diciendo cada uno estos versos cogiéndola en medio
EDUARDO:       A tal precepto, mi obediencia ajusto.
ROBERTO:       Soy vuestro esclavo.
FEDERICO:                         Obedecer es justo.
ROSAURA:       Supuesto que el rüido
               de la fama ligera os ha traído,
               ¡oh príncipes excelsos! que la fama
               clarín es ya que llama,
               por dote o por belleza, al casamiento,
               y el mío solicita vuestro intento,
               cualquiera digresión es excusada;
               admitiros me agrada,
               sea el buscarme gusto o conveniencia;
               hablad.
ROBERTO:               ¡Qué gran valor!
EDUARDO:                               ¡Qué gran prudencia!
ROBERTO:       Habla tú, Federico.
FEDERICO:      Por no ocupar el tiempo, no replico.
               Yo soy, Rosaura hermosa,           
Haciendo la cortesía se levanta
               de la provincia fértil y abundosa
               de Polonia heredero;
               no con riquezas obligaros quiero,
               párias de plata y oro;
               aunque es grande el tesoro
               que hoy dispende mi padre Segismundo
               por el mayor del mundo;
               que el más rico, según mi sentimiento,
               es el vivir pacífico y contento,
               de su reino leal obedecido,
               de todos los extraños bien querido.
               Yo, pues, como publico,
               soy, Señora, el polonio Federico.
               Esto que soy, a vuestra alteza ofrezco,
               y sé que no merezco
               aspirar a la gloria
               de estar un solo instante en tu memoria;
               mas, básteme la dicha que interesa
               mi fe, con oponerse a tanta empresa.
EDUARDO:       Mi nombre es Eduardo,
Levántese y hace cortesía
               mi reino Escocia, que en la gran Bretaña
               se incluye, a quien el Talo, poco tardo,
               de perlas riega, de cristales baña;
               cerca le asiste el irlandés gallardo,
               provincia hermosa, que, sujeta a España
               participa feliz de su grandeza,
               esfuerzo, armas, virtud, valor, nobleza;
               no dilatado mucho, mas dichoso
               por la fertilidad, riqueza, asiento,
               belleza y temple de su sitio hermoso,
               por suyo a vuestra alteza lo presento;
               poco don, pero muy afectuoso,
               y si igualarle a mi deseo intento,
               a todos los del uno, al otro polo
               no hay duda, excederá su valor solo.       
ROBERTO:          Yo soy, bella Emperatriz,
               aquel prodigio a quien llama
               Alcides fuerte la Europa,
               invencible Marte el Asia;
               cuyos hechos tiene impresos
               el tiempo en la eterna España
               de las memorias, porque
               se inmortalicen preclaras
               las mías, asunto ilustre
               de la voladora fama,
               que hoy noticiosa ejercita
               plumas, ojos, lenguas, alas,
               vista, relación y vuelo
               en publicar alabanzas
               a mi nombre; finalmente,
               Roberto de Transilvania
               soy, cuyo famoso reino
               en sus términos abarca
               cuatro grandiosas regiones,
               que son Valaquia o Moldavia,
               que todo es uno, la Servia,
               la Transilvania y Bulgaria,
               reinos distintos que incluye
               el gran imperio de Dacia.
               De estos, pues, soy heredero,
               hermosísima Rosaura;
               hijo soy de Ladislao
               y de Aurora de Tinacria,
               y más, me precio de ser
               inclinado a lides y armas
               que de los reales blasones
               de sus ascendencias claras;
               pues ya, diez y siete veces
               me ha mirado la campaña
               armado, sin que me ofenda
               de enero la fría escarcha,
               de julio el ardiente sol,
               con su hielo o con sus llamas.
               Tiembla África de mi nombre,
               sabe mi esfuerzo Alemania,
               Dalmacia teme mi brío,
               venera mi aliento España.
               Perdona si te he cansado
               en mis propias alabanzas;
               que no suele ser vileza,
               cuando a las verdades falta,
               tercero que las informe,
               razones que las persuadan.
               Yo, pues, Rosaura divina,
               ese imperio y el del alma,
               libre a tu belleza ofrezco,
               rendidas sus arrogancias,
               sujetas sus bizarrías,
               sus vanidades postradas;
               justo rendimiento, pues
               eres deidad soberana.                   
ROSAURA:          Príncipes valerosos,
               estimo los intentos generosos
               que han a vuestras altezas obligado,
               puesto que asunto soy de su cuidado,
               y en tan justo afecto se acrisola;
               y quisiera tener, no un alma sola,
               sino tres que ofreceros con la vida;
               que es bien que al premio el interés se mida
               por deuda o cautiverio;
               mas no tengo más de una y un imperio
               que ofrecer a los tres. La elección dejo
               a los de mi Consejo;
               esto se mirará con advertencia
               de mi decoro y vuestra conveniencia;
               y puesto que ninguno ha de ofenderse,
               despacio podrá verse
               el que ha de ser mi dueño.
Levántanse todos
ROBERTO:                                       Soy contento.
EDUARDO:       ¡Claro ingenio!
FEDERICO:                     ¡Divino entendimiento!
               Sea como lo ordenas.
EDUARDO:                           Tu precepto
               es ley en mi respeto.
ROSAURA:       Quedaos; que no quiero deteneros.            
Van acompañándola hasta la puerta
representando siempre
ROBERTO: Señora, en todo es justo obedeceros,
Vanse la princesa ROSAURA por su puerta y los
demás por otra y salen el CONDE y GAULÍN
CONDE:            ¿Qué dices?
GAULÍN:                       Digo que oí
               lo que te he dicho.
CONDE:                              No sé;
               ¿Constantinopla?
GAULÍN:                         Eso fue.
CONDE:         ¿Que es Constantinopla?
GAULÍN:                                Sí.
CONDE:            ¿Tú, en fin, estás bien
hallado?
GAULÍN:        ¿No he de estar, si duermo y como
               sin pagarle al mayordomo
               distribución ni cuidado?
CONDE:            De mis dichas participas.
GAULÍN:        Claro está y tener procuro
               en mi estómago a Epicuro
               y a Heliogábalo en mis tripas;
                  yo no sé por dónde viene,
               quién lo guisa o quién lo da;
               mas sé que en entrando acá
               es bueno el sabor que tiene.
                  Guarde Dios cierta marquesa,
               que no veo, sin embargo
               que tomó muy a su cargo
               las expensas de mi mesa
                  desde la noche que entramos;
               pero, dejando esto aparte,
               he querido preguntarte
               mil veces, no sé si estamos
                  seguros de qué nos dio;
               escucha a fuer de convento,
               ¿cómo te hallas?
CONDE:                          Muy contento.
GAULÍN:        ¿Viste ya la tal mujer?
CONDE:                                 No.
GAULÍN:           ¿Qué dices?
CONDE:                        Lo que te digo.
GAULÍN:        Pues, ¿por qué?
CONDE:                         Porque no quiere.
GAULÍN:        ¿Amante de miserere
                  te has hecho?
CONDE:                        Mis dichas digo.
GAULÍN:           ¿Y la quieres bien?
CONDE:                               La adoro.
GAULÍN:        ¿Sin verla, Señor?
CONDE:                            Sin vella.
GAULÍN:        ¿Y Lisbella?
CONDE:                      No hay Lisbella;
               perdóneme su decoro.
GAULÍN:           Y, ¿el retrato y fiera?
CONDE:                                    Espera;
               vengo Gaulín, a entender
               que es esta hermosa mujer
               mi bella adorada fiera;
                  porque haciendo reflexión,
               de los sucesos pasados
               en la memoria y notados
               equívocos y canción,
                  y otras mil cosas, es ella.
GAULÍN:         Ésa es ignorancia clara,
               porque no se te ocultara,
               siendo una mujer tan bella.
CONDE:            Con fe de que la he querido,
               sea o no sea.
GAULÍN:                      Bien mirado,
               tú estás muy enamorado,
               pero muy mal avenido.
                  La fiera no es maravilla
               querer; mas, ¿quién no se pasma
               de que ames una fantasma,
               buho, lechuza, abubilla,
                  sin saber si es moza o vieja,
               coja, tuerta, corcovada,
               flaca, gorda, endemoniada,
               azafranada o bermeja?
                  por Dios, que es un desaliño
               de los más lindos que vi.
CONDE:         Yo adoro, Gaulín, allí
               un espíritu divino.
GAULÍN:           ¡Espíritu! guarda fuera.
CONDE:         Un entendimiento claro,
               un ingenio único y raro,
               de quien mi fe verdadera
                  hoy se halla tan bien pagada,
               que aprehende y con razón,
               que es la mayor perfección
               su hermosura imaginada;
                  igual al entendimiento
               será toda, es evidencia.
GAULÍN:        Yo niego la consecuencia
               y refuto el argumento,
                  pues jamás oí igual cosa,
               ni es posible que se vea;
               siempre la discreta es fea
               y siempre es necia la hermosa.
CONDE:            Si de iguales perfecciones
               consta la hermosura; ella
               es la más discreta y bella.
GAULÍN:        Disparate, aunque perdones;
                  tú la miras con antojos
               de hermosura.
CONDE:                       El alma ve,
               y el alma ha de hacer más fe
               que el crédito de los ojos.
GAULIN:                  ¡Qué hayas dado en inocente!
               Ya la noche se ha llegado;
               yo me acojo a mi sagrado.
CONDE:         Parece que siento gente.
GAULÍN:           Es fuerza, que ha anochecido.
               Yo temo que me han de dar
               mil palos y he de pagar
               por lo hablado, lo comido.
CONDE:            Calla, necio.
GAULÍN:                         Ya me voy.
               Adiós, ¡oh que miedo llevo!
               hoy me ponen como nuevo.            
Vase y sale ROSAURA
ROSAURA:       ¿Conde?
CONDE:                 ¿Quién me llama?
ROSAURA:                                Yo soy.             
                  ¿Cómo te hallas desde anoche?
CONDE:         Como quien libradas tiene,
               en tu amor las esperanzas
               de su vida o de su muerte;
               como quien vive de amarte,
               como quien sin verte muere,
               y entre la gloria y la pena
               el bien goza, el mal padece.
               Pues si nada de esto ignoras,
               pues si todo esto aprendes,
               ¿cómo a mis ojos te niegas?
               ¿has juzgado, –acaso– aleves
               las lealtades, los efectos
               de mis verdades corteses?
               que si es así, vives tú,
               dueño amado, que me ofendes
               en imaginarlo, aún más
               que me obligas con quererme.
ROSAURA:       Conde, amigo, Señor, dueño,
               aunque pudiera ofenderme
               de tu poca fe, después,
               de tan grandes y solemnes
               juramentos, como has hecho,
               de no hablar con esa leve
               materia, ni procurar
               de ninguna suerte verme
               hasta que ocasión y tiempo
               nuestras cosas dispusiesen,
               préciome tanto la tuya;
               ¡oh Conde! y tanto me debes,
               que disculpo lo curioso
               de tu deseo impaciente,
               con los achaques de amor,
               que en ti flaquezas parecen.
               A la fuerza de tus quejas,
               he satisfecho mil veces
               con decirte que soy tuya
               y que presto podrás verme;
               –o sea razón de estado,
               o forzosos intereses
               de mi voluntad, o sea
               prueba de mi corta suerte–.
               Hagan más crédito en ti
               de amor las hidalgas leyes,
               que el antojo de un sentido,
               a quien no es justo deberle
               crédito tal vez los cuatro.
               Supuesto que engaña y miente;
               los demás están despiertos,
               y si ahora la vista duerme,
               no quieras que por mi daño
               y por el tuyo despierte.
               Esto, Conde, importa ahora;
               bien es que tu amor se esfuerce
               en las dudas, que el valor
               nunca en ellas desfallece.
               Y porque veas que yo,
               aún siendo forzosamente,
               por mujer, más incapaz
               de aliento, más flaca y débil;
               fío más de tus verdades
               y de la fe que me tienes,
               que tú de mí te aseguras,
               quiero revelarte, –advierte–
               un secreto, confïada
               en que indubitablemente
               te volveré a mis caricias
               victorioso, ufano, alegre.
               Francia está en grande peligro,
               el inglés cercada tiene
               a París, del Rey, tu tío,
               famosa corte eminente.
               Ha sentido el Rey tu falta,
               –como es justo–, pues no puede,
               sin tu valor, gobernar
               su desalentada gente.
               Ésta, Conde, es ocasión
               que dilación no consiente;
               ve a favorecer tu patria,
               haz que el enemigo tiemble,
               que se sujeten sus bríos,
               que su arrogancia se enfrene;
               prueba es ésta de mi amor,
               pues siendo el gozarte y verte
               mi mayor dicha, procuro,
               Partinuplés, que me dejes,
               porque quiero más tu honor
               que los propios intereses
               de mi gusto; esto es amarte.
               Al arma, pues, héroe fuerte;
               ea, gallardo francés,
               ea, príncipe valiente,
               bizarro el escudo embraza,
               saca el acero luciente,
               da motivo a las historias
               y a tu renombre laureles.
               Al arma toca el honor;
               la fama el ocio despierte,
               el triunfo llame a las glorias
               de tus claros descendientes;
               pueda el valor más en ti
               que de amor los accidentes;
               desempeña belicoso
               la obligación de quien eres;
               porque yo te deba más
               y porque el mundo celebre
               mis finezas y tus bríos,
               que unas triunfan y otras vencen.
CONDE:         (Entre el amor y el temor,  Aparte
               no sé lo que me sucede.)
               Al fin, Señora, ¿que Francia
               está en peligro eminente?
ROSAURA:       No hay duda, Conde; al remedio.
CONDE:         Si tú me animas, ¿qué teme
               mi amor? Mas, ¿podré llegar
               a tiempo, cuando tan breve
               remedio pide el peligro?
ROSAURA:       Eso, Conde, es bien que dejes
               a cargo de quien dispone
               tus cosas; en ese puente
               del río, que este castillo
               foso de plata guarnece;
               hallarás armas, caballo,
               y quien te encamine y lleve
               en breve espacio.
CONDE:                           ¿Que al fin
               te he de dejar? ¡Lance fuerte!
ROSAURA:       Esto importa por ahora;
               tiempo queda para verme,
               si acaso mi amor te obliga.
CONDE:         Haz de mí lo que quisieres.
ROSAURA:       ¿Sabes que me debes mucho?
CONDE:         Sé que he de pagarte siempre.
ROSAURA:       ¿Sabes que el alma me llevas?
CONDE:         Sé que he de morir sin verte.
ROSAURA:       ¿Serás mío?
CONDE:                     Soy tu esclavo.
ROSAURA:       ¿Serás firme?
CONDE:                        Eternamente.
ROSAURA:       ¿Olvidarasme?
CONDE:                       Jamás.
ROSAURA:       ¿Volverás con gusto?
CONDE:                              Advierte
               que sin tí, no quiero vida.
ROSAURA:       Pues, adiós.      
Vase
CONDE:                       Adiós.  Si excede
               la obligación al amor,
               en mi ejemplo puede verse;
               pues hoy, porque mi honor viva,
               me solicitó la muerte.                     
Vase
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA
________________________________________
JORNADA TERCERA
________________________________________
Sale el CONDE y GAULÍN diciendo dentro
GAULÍN:           Para, para, tente, espera,
               Pegaso o Belerofonte
               del infierno. Vive Dios,                     
Sale
               que temí que de este golpe,
               dábamos en el profundo.
               Lástima es que se malogre
               aquel triunfo, con volvernos
               tan presto a ser motilones
               de este convento de amor,
               donde servimos a escote
               por la comida.
CONDE:                        ¡Ay Gaulín!
GAULÍN:        No te quejes, no provoques
               el cielo; pues tú lo quieres.
CONDE:         Está mi gusto tan dócil,
               tan sujeto, tan rendido
               a esta mujer, no lo ignores,
               que aunque ella no lo trujera,
               como ves, yo hiciera entonces
               alas de mi pensamiento,
               y viniera a sus prisiones
               satisfecho y obediente.
GAULÍN:        No sé qué hermitaño monje
               pueda amar la reclusión
               como tú; guarda no obre
               mi relación, pues Lisbella
               sabe los tales amores
               y queda hecha un basilisco.
               No sé cómo te dispones
               a olvidarte de tu prima.
CONDE:         Ya, Gaulín, no me la nombres;
               por este imposible muero.
GAULÍN:        Quiera Dios que no le llores
               con ambos ojos después.
               ¡Qué necios somos los hombres!
               Con una sola engañifa,
               con una lágrima, un voyme
               que nos hace una mujer,
               –¡oh quién las matara a coces
               a todas!– nos despeñamos;
               no hay razón que nos reporte,
               cera se hace el que es diamante,
               y el que es de acero, cerote.
               ¡Oh cual quedaría Lisbella,
               –Válgame Señor San Cosme–
               viendo nuestra fuga!
CONDE:                              ¿Qué hay?
GAULÍN:        ¡Notables resoluciones!
               Ya estás en tu propia esfera.
CONDE:         Bien la suerte lo dispone,
               pues llego al anochecer
               al castillo.
GAULÍN:                     Señor, ¿oyes?
               algo tienen de Noruega
               estos obscuros amores;
               pues de la luz de tus días,
               no gozas más de las noches.
CONDE:         ¡Quién saliera de estas dudas!
               Ciega tengo de pasiones
               el alma y lleno el sentido
               de penas.
GAULÍN:                   Pues ya es de noche;
               ¿cómo el ángel de tinieblas
               no sale a hacerte favores?
               que ya sabrá que has venido.
               Mas escucha, pasos se oyen
               en esta cuadra, chitón;
               pongo a los labios seis broches.        
Sale ROSAURA
ROSAURA:       ¿Conde, mi Señor?
CONDE:                           ¿Mi dueño?
ROSAURA:       Dame tus brazos.    
Abrázanse
CONDE:                          Prisiones
               dulces y dichoso yo.
ROSAURA:       Hoy, de mi jardín las flores,
               vi alegres más que otras veces,
               y dije, “Bien se conoce
               mi dicha, pues que mostráis
               tan vivos vuestros colores
               dando al Conde bienvenidas.”
               Luego, en los ramos de un roble
               alternaba un ruiseñor
               celos, dulzuras y amores;
               y dije, oyendo su canto,
               “¡Qué bien das en tus canciones
               la bienvenida a mis dichas!”
               Oí el murmureo conforme
               de una fuente que en cristal
               desatadas perlas corre,
               y viéndola tan risueña,
               dije, “Bien se reconoce
               que anuncias en tu alegría
               de mis dichas los favores,
               pues tan ufana te ríes
               y tan linsojera corres.”
               No fue engaño del deseo,
               pues quiere el cielo que goce
               la mayor gloria, que es verte.
               ¿Cómo te has hallado?
CONDE:                               Oye:
               como sin el sol el día,
               como sin luces la noche,
               como sin fulgor la aurora,
               triste, tenebrosa y torpe.
               Tú, ¿cómo has estado?
ROSAURA:                            Escucha:
               como sin lluvia las flores,
               como sin flores los prados,
               como sin verdor los montes,
               suspensa, afligida y triste.
GAULÍN:        ¡Qué gastan de hiperbatones!
               Infeliz lacayo soy,
               pues he prevenido el orden
               de la falsa, no teniendo
               dama a quien decirle amores.
               Descuidóse la poeta.
               Ustedes se lo perdonen.
ROSAURA:       Siéntate y dime el suceso
               de tu victoria.
GAULÍN:                 ¿Es de bronce
               mi amo?
Siéntanse en unas almohadas de estrado
CONDE:                  Oye pues.
ROSAURA:                         Ya escucho.
               Sorda estés, Dios me perdone.
CONDE:         Partimos, como ordenaste,
               yo y Gaulín en dos veloces
               hipogrifos, si no fueron
               dos vivas exhalaciones.
               A París hallé cercada
               de enemigos escuadrones,
               alegres porque la miran
               sin resistencia que importe;
               porque mi tío, aunque hacía,
               ya con ruegos, ya con voces,
               oficio de general,
               poniendo su gente en orden,
               sin valor ni resistencia
               se hallaban sus años nobles,
               por tantas causas rendidos
               del tiempo a las invasiones.
               Rompí del campo enemigo
               la fuerza y tomando el nombre
               del ejército francés,
               procuro que su desorden
               se reduzca a mi valor,
               pudiendo en sus corazones
               tanto mi valiente afecto,
               que en tres horas vencedores
               nos vimos de la arrogancia
               de los escoceses y bretones.
               Llegó mi tío y Lisbella,
               y viéndome, –no te enojes–
               él contento, ella admirada
               de verme… atiende… –¡durmiose!–
               Digo, pues; ¿oyes, Señora?…
               ¡qué ocasión, Gaulín!
GAULÍN:                              Pues, Conde,
               no la pierdas, que es locura.
CONDE:         Por salir de confusiones
               vive Dios, que a tener luz,
               intentara, aunque se enoje,
               saber… ah, Señora, ¿duermes?
GAULÍN:        ¿A qué aguardas? ¿a que ronque?
               ¿es bodegonera acaso?
               en aquellos corredores
               se determina una luz;
               ¿voy por ella?
CONDE:                        Sí, no; ¿oyes?
               vuela; mas no.                          
Levántase
GAULÍN:                       Acaba ya;
               ¿no es mujer y tú eres hombre?
               ¿te ha de matar?
CONDE:                          Dices bien;
               ve por ella.
GAULÍN:                     Resolvióse;
               salgamos de esta quimera.
Vase
CONDE:         ¡Gran yerro intento, pasiones!
               a mucho obliga un deseo
               si tras un engaño corre;
               ¿es posible que yo, –¡Cielos!–
               falte a mis obligaciones
               por lisonjear mi gusto?                 
Sale GAULÍN con una vela encendida
GAULÍN:        Ésta es la luz.
CONDE:                        Acabóse;
               en esta curiosidad
               sé que mi muerte se esconde;
               mas ya, estoy en la ocasión;
               de esta vez mi fe se rompe…
               Dame esa bujía.
GAULÍN:                        Toma.
CONDE:         Venzamos, amor, temores.
               ¡Válgame Dios, qué belleza     
               tan perfeta y tan conforme!
               Excediose todo el cielo,
               extremando los primores
               de naturaleza en ella.
               ¿No ves la fiera del bosque,
               Gaulín?
GAULÍN:               Admirado estoy;
               ¡qué divinas perfeciones!
CONDE:            Bella esfinge, aún más incierta
               después de verte, es mi vida;
               a espacio matas dormida,
               aprisa vences despierta.
               Confusa el alma concierta
               sus daños anticipados;
               que si males ignorados
               un sol el pasado advierte,
               ya para anunciar mi muerte
               dos soles miro eclipsados.
                  Hermosísimo diseño
               del soberano poder,
               ¿de qué te ha servido hacer
               en negarte tanto empeño?
               ¡Oh, bien haya, amén, el sueño,
               que suspendió tus cuidados!
               Engaños son excusados;
               que arguye malicia clara,
               querer esconder la cara,
               si matas a ojos cerrados.
ROSAURA:       Prosigue, Conde, prosigue…  
Medio dormida
               ¡Ay Dios! ¿Qué es esto? Engañome
               tu traición. ¿Qué has hecho, ingrato?       
Levántase
GAULÍN:        Hija en casa y malas noches
               tenemos.
ROSAURA:                Mal caballero,
               ¿conmigo trato tan doble?
               Falso, aleve, fementido,
               de humildes obligaciones;
               ¿qué atrevimiento esforzó
               tu maldad a tan disforme
               agravio, engañoso, fácil?
Sale ALDORA
ALDORA:        ¿Qué tienes? ¿por qué das voces,
               Rosaura hermosa? ¿qué es esto?
ROSAURA:       Aldora, a ese bárbaro hombre
               haz despeñar, por ingrato,
               traidor, engañoso enorme.
               Muera el Conde; esto ha de ser,
               aunque a pedazos destroce
               el corazón que le adora,
               con puros afectos nobles.
               Esta es forzosa venganza,
               aunque la pena me ahogue;
               porque ya sin duda advierto,
               pues malogré mis favores,
               que del vaticinio infausto
               es dueño el aleve Conde.
               Muera antes que lo padezca
               mi imperio; desde esa torre
               hazle despeñar al valle;
               pues ofendió con traiciones
               tanto amor.
ALDORA:                     ¡Ofensa grave!
               Es francés, no es bien te asombre;
               que jamás guardan palabra.
CONDE:         Oye.
ROSAURA:            No hay satisfaciones
               a tal traición, a tal yerro.
GAULÍN:        Por Dios, que tú la reportes,
               Señora.
ROSAURA:                ¿También tú hablas,
               crïado vil?
GAULÍN:                         Sabañones;
               ¡mal haya mi lengua, amén!
CONDE:         Ya que el castigo dispones,
               advierte…
ROSAURA:                  ¿Qué he de advertir?
CONDE:         Amor…
ROSAURA:              ¿Qué satisfaciones?
CONDE:         Acuérdate…
ROSAURA:                     No hables más.
CONDE:         De los dichosos favores…
ROSAURA:       ¡Oh atrevido! Presto, Aldora;
               que con sus mismas razones
               está incitando mis iras
               para que venganza tomen.
               Quítale ya de mis ojos;
               acaba o daré mil voces
               a los de mi guarda; ¡hola!
GAULÍN:        Sancti Petri, ora pro nobis.
ALDORA:        Ven, Conde, conmigo presto.
CONDE:         Ea, desdichas, de golpe
               me despeñad, porque fui
               del carro del sol, Faetonte.
Vanse, salen al son de cajas y clarines LISBELLA
con espada, sombrero de plumas y soldados
LISBELLA:         Ya es fuerza, heroicos soldados,
               ya es tiempo, vasallos míos
               que pruebe Constantinopla
               vuestros esfuerzos altivos;
               y que en su arenosa playa,
               –a quien llaman los antiguos
               Nigroponto–, echen sus anclas
               nuestros valientes navios.
               Esa voluble montaña,
               esa campaña de pinos,
               esa escuadra de gigantes,
               ese biforme prodigio,
               que se rige con las cuerdas
               y gobierna con el lino,
               quede surto en las espumas
               de ese margen cristalino.
               Supuesto que sabéis todos
               o la causa o el designio
               que, alentando a mi esperanza,
               da a mi jornada motivo,
               no ha de saltar nadie en tierra;
               que a ninguno le permito
               que me sirva o acompañe;
               solos Favio y Ludovico
               me asistirán, porque sean
               de mis alientos testigos;
               y verá Constantinopla,
               y verá el mundo que imito
               a Semíramis, armada
               de ardimientos vengativos;
               y verá también Rosaura,
               cómo valerosa aspiro
               a destruïr sus imperios
               si no me entrega a mi primo.
               Ea pues, vasallos nobles,
               puesto que, muerto mi tío,
               soy vuestra reina, mostrad
               de vuestro acero los filos;
               pues si no me entrega al Conde
               vuestro rey, vuestro caudillo,
               ¡vive Dios!, que en la experiencia
               ha de hallar mal prevenidos
               mis enojos y sus daños,
               mis celos y sus delirios,
               mi rigor y sus pesares,
               mis iras y sus delitos.
UNO:           Todos te obedecerán.
OTRO:          Todos morirán contigo.
LISBELLA:      Pues vamos a prevenir
               mi venganza o mi castigo;
               rayo ardiente desatado,
               de cuyos obscuros giros,
               primero el rigor se siente
               que se previene el ruïdo.
Vanse y salen GAULÍN y el CONDE medio desnudo
GAULÍN:           Mira, Señor, que es locura
               estimar la vida en poco.
CONDE:         Claro está, Gaulín, que es loco
               quien perdió tal hermosura.
GAULÍN:           Si ella te quisiera bien,
               no era fineza en rigor;
               que en lo que verás de amor
               más te engañó.
CONDE:                        Dices bien.
GAULÍN:           Alégrate, pese a tal,
               que a tu vida es de importancia;
               mira que te espera en Francia
               tu Lisbella.
CONDE:                        Dices mal.
GAULÍN:           ¡Con qué rabia y qué desdén,
               la tal Rosaura, mandó
               matarte, y cómo mostró
               que era falsa!
CONDE:                        Dices bien.
GAULÍN:           No des tan flaca señal
               de tu amorosa querella;
               apela para Lisbella,
               que es muy bella.
CONDE:                           Dices mal;
                  villano, infame, atrevido,
               tú tienes la culpa, tú.   
Va trás él
GAULÍN:        ¡Oh fiera de Bercebú,
               nunca tú hubieras nacido!
                  ¡Ah Señor, Señor por vida
               de Rosaura, no me des!
CONDE:         Pierda yo la vida, pues
               hallé la ocasión perdida.
                  ¡Muerto estoy!
GAULÍN:                                    ¿Que vivo estás?
CONDE:         ¡Vivo yo! ¡qué vano intento!
               Yo no toco, yo no siento.
               Llégate, llégate más.
GAULÍN:          Aquí estoy bien.
CONDE:                             ¿Dónde está
               mi vida?
GAULÍN:                 Gentil historia:
               en tí mismo.
CONDE:                       ¿Y mi memoria?
GAULÍN:        Tu Rosaura, de ella sabrá.
CONDE:            ¡Ay dulce amorosa llama!
               ¡qué me abraso, que me hielo!
               ¡Socorro, socorro, cielo!
Sale ALDORA, en una apariencia, en que se
subirán con ella los dos al fin del paso
ALDORA:        ¿Conde? ¡ah, Conde!
CONDE:                             ¿Quién me llama?
ALDORA:           Yo soy.
GAULÍN:                    Tramoya tenemos;
               esto es hecho.
CONDE:                        ¿Oiste hablar? 
En el aire, sin verse
ALDORA:        ¿Conde?
GAULÍN:                Prisa en condear,
               ¿dónde nos esconderemos?
                  Señores, aquí es mi hora;
               temblando de miedo estoy.
Ábrese la tramoya
ALDORA:        ¿Conde?
CONDE:                 ¿Quién eres?
ALDORA:                              Yo soy,
               la que te protege, Aldora.    
Baja al tablado
CONDE:            Hermosísima Señora,
               precursora de aquel sol,
               de aquel oriente arrebol,
               lucero de aquella aurora,
                  ¿es posible que te veo?
ALDORA:        Di, ¿cómo estás de esa suerte?
CONDE:         Quien desea hallar su muerte,
               no hace en las galas empleo.
                  Mas dime, ¿qué novedad
               de esta suerte te ha traïdo?
ALDORA:        Buscar tu dicha.
CONDE:                          Yo he sido
               dichoso, si eso es verdad.
ALDORA:           Tú has de sustentar por mí
               un torneo.
CONDE:                     Justo empleo,
               cuando servirte deseo.
ALDORA:        Carteles puse, por ti,
                  de que un príncipe encubierto,
               sustenta que de Rosaura,
               él sólo la mano aguarda.
CONDE:         Ya tu pensamiento advierto.
ALDORA:           Diciendo que en calidad,
               en valor y en bizarría,
               y en puesto la merecía.
CONDE:         Ése soy yo.
ALDORA:                    Así es verdad;
                  el reino se alborotó,
               y Rosaura en tus ardores,
               a los tres sus pretensores,
               a salir les obligó
                  a la defensa, fïada
               de mí, sospechosa que
               de su rigor te libré;
               y aún hasta ahora engañada.
                  El tiempo se cumple ya
               del cartel, mas no me espanto,
               pues de mi ciencia el encanto
               la jornada abreviará.
CONDE:            ¿Ella está ya arrepentida?
               ¿qué dice?
ALDORA:                   Lo que has oido;
               sólo a llevarte, he venido.
CONDE:         Di mejor, a darme vida.
ALDORA:           Vente conmigo, si quieres.
CONDE:         Dichoso mil veces soy.
GAULÍN:        Más loco que el Conde estoy;
               demonios son las mujeres.
ALDORA:           En tu esfuerzo, la sentencia
               se libra.
CONDE:                   Su gusto sigo.
ALDORA:        Pues vente, Conde, conmigo.   
Pónense con ella los dos
GAULÍN: Diablo eres, en mi conciencia.
Van subiendo los dos en la tramoya y ALDORA con
ellos
                  Fuera de abajo, que sube;
               y aunque tan espacio y quedo,
               puede ser, que con mi miedo,
               vapor granice la nube.
Escóndese la tramoya y sale un VIEJO y
GUILLERMO con la valla y martillo
VIEJO:            A esta hermosa batalla
               hoy amor, ha de dar fin;
               poned, Guillermo Guarín,
               hacia esta parte la valla.
GUILLERMO:        Aquí estará bien.
VIEJO:                              Enfrente
               está del real balcón.
GUILLERMO:     En no haciendo colación,
               no trabaja bien la gente.     
Ponen la valla
VIEJO:            Después beberás, Guillermo.
GUILLERMO:     Mejor fuera ahora.
VIEJO:                             Acaba.
GUILLERMO:     Nuestro amo, tengo sed brava.
               Mas vale cuero que enfermo;
                  ya está puesta deste lado.
VIEJO:         Dame, pues, acá el martillo.
GUILLERMO:     Hoy, dos azumbres me pillo,
               a cuenta de lo ganado.
VIEJO:            ¿Quién es el mantenedor?
GUILLERMO:     Sólo dicen los carteles
               que sustenta a tres crüeles
               botes de lanza.
VIEJO:                        ¡Qué error!
GUILLERMO:        Y a cinco golpes de espada;
               que en valor y en calidad,
               merece la majestad
               de la princesa.
VIEJO:                        No es nada.
                  Ea, ¿está fuerte?
GUILLERMO:                          Ya está
               como ha de estar.
VIEJO:                           Pues venid;
               el que ganare la lid,
               buena moza llevará.
Vanse y corren una cortina y descúbrese
ROSAURA sentada en un balcón con sus Damas y debajo unas
gradas donde estará sentado como juez EMILIO y tocan
chirimías, cajas y clarines
ROSAURA;          ¿Qué llegó, Celia, este
día?
CELIA:         Sí, Señora.
ROSAURA:                   Triste vengo.
CELIA:         No haces bien, por vida tuya,
               que alientes, Señora, el pecho.
ROSAURA:       ¿Cómo es posible, ¡ay de  mí!
               si me falta en este empeño
               mi prima Aldora? No sé
               cual sea su pensamiento.
Tocan cajas y clarines
EMILIO:        Ya viene el mantenedor;
               mas a caballo, ¿qué es esto?
ROSAURA:       ¡Qué novedades son estas!
               mujer es.
Sale LISBELLA a caballo y hace señas con un
lienzo blanco
EMILIO:                  Y con extremo
               hermosa.
ROSAURA:                 Escuchad; que hace
               seña de paz con el lienzo.  
LISBELLA:         Reina de Constantinopla,
               a quien hoy lo mas de Tracia
               en tu imperio reconoce
               por Señora soberana;
               príncipes, duques y condes,
               oid; con vosotros habla
               una mujer sola, que
               viene de razón armada;
               y porque sepáis quien soy,
               yo soy Lisbella de Francia,
               hija soy de su delfín
               y de Flor de Lis, hermana
               de Enrico, su invicto rey;
               heredera soy de Galia,
               reino a quien los Pirineos
               humillan las frentes altas.
               Dueño soy de muchos reinos,
               y soy Lisbella; que basta
               para emprender valerosa
               esta empresa, aunque tan ardua.
               Yo he sabido, Emperatriz,
               que usurpas, tienes y guardas
               al conde Partinuplés,
               mi primo y que con él tratas
               casarte, no por los justos
               medios, sino por las falsas
               ilusiones de un encanto;
               y deslustrando la fama,
               le tiranizas y escondes,
               le rindes, prendes y guardas,
               contra tu real decoro.
               Yo, pues, que me halló obligada
               a redimir de este agravio
               la vejación o la infamia,
               te pido que me le des,
               no por estar ya tratadas
               nuestras bodas; no le quiero
               amante ya, que esta infamia
               no es amor, que es conveniencia,
               pues es forzoso que vaya
               como legítimo rey,
               supuesto que murió en Francia
               mi tío, de cuya muerte,
               quizá fue su ausencia causa,
               y es el Conde su heredero.
               Esto, emperatriz Rosaura,
               vengo a decirte y también
               que dejo una gruesa armada
               en ese puerto que está
               a vista de las murallas
               de tu corte; y si me niegas
               a mi primo, provocada,
               no he de dejar en tus reinos
               ciudad, castillo ni casa
               que no atropelle y destruya;
               porque, ya precipitada,
               sin poderme resistir,
               seré furia, incendio, brasa,
               terror, estrago, ruína
               de tu nombre, de tu fama,
               de tu amor, de tu grandeza,
               de tu gloria y de tu patria.
Sale ALDORA y pónese al lado de
ROSAURA
ALDORA:        ¿Esto es verdad o afición?
EMILIO:        ¡Oh qué francesa arrogancia!
ROSAURA:       Tú seas muy bien venida.
               Ya culpaba tu tardanza;
               ¿has oido el reto, Aldora?
ALDORA:        Habla como apasionada.
ROSAURA:       Pues prima, ¿qué te parece?
ALDORA:        Fuerza es que la satisfagas.
ROSAURA:       Vuestra alteza, gran Señora,
               debajo de mi palabra,
               llegue de paz.
Apéase LISBELLA y vaya por el palenque de
los que tornean
LISBELLA:                     Voy de paz.
ROSAURA:       ¡Ay Aldora, que desgracia!
               Seas Lisbella, bien venida;
               oye mis verdades.
LISBELLA:                         Habla.
ROSAURA:       Vuestra alteza, gran Señora,
               viene ciega y engañada;
               mal informada, me culpa;
               mal advertida, me ultraja,
               mi casto crédito ofende,
               mi noble decoro agravia;
               y porque de lo que digo
               quede más asegurada,
               hoy de mis bodas será
               testigo, si quiere honrarlas,
               pues es fuerza que me case
               en Polonia, Transilvania,
               o Escocia.
LISBELLA:                ¿De qué manera?
ROSAURA:       Un torneo es quien señala
               o decide la elección
               de su efecto.
LISBELLA:                     (¡Que engañada  Aparte
               de Gaulín, viniese a hacer
               una acción tan temeraria!)
               Digo que quiero asistir
               a tus bodas, obligada
               a disculpa tan cortés,
               y satisfación tan clara.
Tocan y callen luego
EMILIO:           Los instrumentos publican
               que viene un aventurero.
Tocan y entra ROBERTO da la letra y lee
ALDORA
ALDORA:           “Si el cielo sustento, en vano
               temeré mudanza alguna
               del tiempo ni la fortuna.”
Tornean y después entra EDUARDO y hace lo
mismo y lee ALDORA
mientras echan las celadas
               “No tiene el mundo laurel
               para coronar mis sienes,
               dulce amor, si dicha tienes.”
Tocan y entra FEDERICO y hace lo mismo que los
demás
ROSAURA:          Ni tengo eleción, ni tengo
               sentido con que juzgar,
               porque me falta el aliento.
EMILIO:        Toma la letra, Señora.
ALDORA:        Venga, dice así el concepto:
               “Del mismo sol a los rayos,
               águila o Ícaro nuevo,
               hoy a penetrar me atrevo.”
Tornean y dice EMILIO
EMILIO:        El mantenedor merece
               la Emperatriz y el imperio.   
Alzan las celadas y dicen
ROBERTO:       ¿Cómo, cuando no se sabe
               quién es este caballero,
               y es traición no habernos dado
               cuenta a los aventureros?
ALDORA:        Hable, Señora, tu alteza.
ROSAURA:       La condición del torneo
               fue, que al que venciese en él,
               como fuese igual sugeto,
               el premio gozase.
FEDERICO:                          Yo
               lo remitiré al acero.
EDUARDO:       Todos haremos lo mismo.
ROSAURA:       Decid quién sois, caballero;
               hablad ya, pues es preciso.
Descubre la celada
CONDE:         Soy el Conde.
ROSAURA:                      Amor, ¿qué es esto?
Bajan al tablado las damas
LISBELLA:      Conde, mi primo y Señor,
               mira que te espera un reino.
CONDE:         Gózale, Lisbella, hermana;
               que sin Rosaura, no quiero
               bien ninguno.
ROSAURA:                      Yo soy tuya.
CONDE:         Prima, aquí no hay remedio;
               Francia y Roberto son tuyos,
               ¿qué respondes?
LISBELLA:                      Que obedezco.
ROBERTO:       Soy tu esclavo.
EDUARDO:                      Y yo, Aldora
               ……………….  [-e-o].
ALDORA:        Tuya es mi mano.
ROBERTO:                       Si quieres,
               Federico, serás dueño
               de mi hermana Rocisunda.
FEDERICO:      Yo seré dichoso.
GAULÍN:                        Bueno,
               todos y todas se casan;
               sólo a Gaulín, –¡Santos
Cielos!–,
               le ha faltado una mujer,
               o una sierpe, que es lo mesmo.
CONDE:         No te faltará, Gaulín.
GAULÍN:        Cuando hay tantas, yo lo creo;
               mayor dicha es que me falte.
TODOS:         Y aquí, senado discreto,
               El conde Partinuplés
               da fin; pedonad sus yerros.
FIN DE LA COMEDIA
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