Генерал Эмилиано Сапата. Манифесты. Manifiestos del General Emiliano Zapata

Генерал Эмилиано Сапата. Манифесты.
Manifiestos del General Emiliano Zapata

Генерал Эмилиано Сапата. Манифесты.
Manifiestos del General Emiliano Zapata

MANIFIESTOS

Manifiestos del General Emiliano Zapata

Contenido

Al pueblo de Morelos
Plan de Ayala
Manifiesto a la nación
Acta de ratificación del Plan de Ayala
Al pueblo mexicano
Manifiesto al pueblo
A los revolucionarios de la República
Al pueblo
A los obreros de la República ¡Salud!
Manifiesto al pueblo mexicano
Llamamiento patriótico a todos los pueblos engañados por el llamado gobierno de Carranza
Apéndice: Plan de San Luis
Tratados de Ciudad Juarez

La atenta lectura de los manifiestos de Emiliano Zapata es de vital importan-cia para comprender a la parte derrotada en la lucha armada de facciones que siguió a la caída de Porfirio Díaz. El triunfo de Madero tan sólo abriría las puertas para el posterior desarrollo de la lucha de facciones.
Es precisamente el movimiento suriano encabezado por Emiliano Zapata, quien, con una óptica mucho más realista que la de Madero, advierte la impe-riosa necesidad de convocar a una reunión cumbre entre los diversos jefes re-volucionarios, para que de la misma surgiera el gobierno revolucionario. Este postulado, se incluye en los artículos 12° y 13° del Plan de Ayala, lo que se convertiría, al paso del tiempo el el let motiv de la existencia del llamado zapa-tismo.
Ciertamente, la solución de los problemas agrarios así como los de las comu-nidades indígenas, tienen un lugar predominante en el pensar zapatista pero, lo repetimos, su razón de ser, su importancia en el devenir revolucionario pos-terior a 1911, radica precisamente en lo proclamado en los artículos 12° y 13° del Plan de Ayala. Concebir la importancia del zapatismo de otra manera, sub-rayando una y otra vez su ideal agrario-comunal, es reducirlo al absurdo, es castrarlo y restarle la enorme importancia que llegó a tener entre los álgidos años de 1911 a 1916.
En sí, la propuesta del zapatismo logró hegemonizar a diversas facciones revo-lucionarias, y ella desembocaría en la conformación de la Soberana Conven-ción, la que a punto estuvo de convertirse en vencedora, pues fue en el terreno militar en donde sucumbió.
En la selección de manifiestos que aquí incluimos, podemos percatarnos de la evolución ideológica de Emiliano Zapata. Así, en el Manifiesto al pueblo de Mo-relos, lo vemos elogiando a Madero y protestándole lealtad. Después, en el Plan de Ayala, se le desconocerá tanto como Jefe de la Revolución, así como presidente de la República.
Cabe mencionar que el Plan de Ayala es concebido como la continuidad del Plan de San Luis, logrando con esto mayor proyección histórica, aunque justo es señalar que tal continuidad debe verse de manera harto relativa, porque tratar de unir al Plan de San Luis con el Plan de Ayala es algo así como tratar de unir el agua y el aceite. Expliquémonos. Si bien es cierto que los acuerdos logrados en los Tratados de Ciudad Juárez entre las fuerzas maderistas y por-firistas contrarían en esencia lo establecido en el Plan de San Luis, convirtién-dose, tales acuerdos, en el epicentro del descontento contra Francisco I. Made-ro por parte de varios jefes revolucionarios, bien podemos conjeturar que con o sin los Tratados de Ciudad Juárez, el zapatismo hubiese chocado con Francis-co I. Madero, por la simple razón de que sus diferentes ópticas acerca de la revolución no sólo son contrarias sino incluso antagónicas. El zapatismo se planteaba romper de cuajo con el sistema social, político y económico anterior; mientras que el maderismo se presentaba como un simple continuador, ejer-ciendo una que otra reforma. El choque, así las cosas, era inevitable.
Volviendo al Plan de Ayala, tenemos que en el mismo se nombra como Jefe de la Revolución a Pascual Orozco, sin embargo, y debido a su posterior compor-
tamiento, en el Acta de ratificación del Plan de Ayala, se le desconoce y se nombra en su lugar a Emiliano Zapata.
Poco a poco el zapatismo irá radicalizándose. En el manifiesto Al pueblo de México, que por cierto sería comentado y elogiado por Ricardo Flores Magón en las columnas de Regeneración, Zapata advierte que el pueblo se lanzó a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurar el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichoso y un porvenir de independencia y engrandecimien-to. En el mismo manifiesto señala que el país quiere romper de una vez con la época feudal; que es ya un anacronismo; quiere destruir de un tajo las rela-ciones de señor a siervo y de capataz a esclavo (…) quiere vivir la vida de la civilización, trata de respirar el aire de la libertad económica.
En otro manifiesto, el dirigido A los obreros de la República, termina con el siguiente llamamiento: Que las manos callosas de los campos y las manos ca-llosas del taller se estrechen en saludo fraternal de concordia, porque en ver-dad, unidos los trabajadores, seremos invencibles, somos la fuerza y somos el derecho, ¡somos el mañana!
Conviene también destacar lo expresado en el Manifiesto al pueblo mexicano, puesto que representa, en parte, una explicación del por qué de lo señalado en los artículos 12° y 13° del Plan de Ayala.
En este manifiesto se dice: En cada región del país se hacen sentir necesida-des especiales y para cada una de aquellas hay y debe haber soluciones adap-tables a las condiciones propias del medio. Por eso no intentamos el absurdo de imponer un criterio fijo y uniforme, sino que al pretender la mejoría de condición para el indio y para el proletario -aspiración suprema de la revolu-ción-, queremos que los jefes que representen los diversos Estados o Comar-cas de la República, se hagan intérpretes de los deseos, de las necesidades y de las aspiraciones de la colectividad respectiva, y de esta suerte, mediante una mutua y fraternal comunicación de ideas, se elabore el programa de la revolución, en el que estén condensados los anhelos de todos, previstas y sa-tisfechas las necesidades locales y sentado sólidamente el cimiento para la reconstrucción de nuestra nacionalidad.
Hemos incluído un apéndice, por la importancia que tienen para la compren-sión de esta recopilación, tanto el Plan de San Luis así como los Tratados de Ciudad de Juárez.
Réstanos tan sólo desearte, lector, que la lectura te sea de provecho.

Al pueblo de Morelos
Desde que os invité en la Villa de Ayala a verificar el movimiento revoluciona-rio contra el déspota Porfirio Díaz, tuve el honor de que os hubierais aprestado a la lucha militando bajo mis órdenes, con la satisfacción de ir a la reconquis-ta de vuestros derechos y libertades usurpadas. Juntos compartimos los aza-res de la guerra, la desolación de nuestros hogares, el derramamiento de san-gre de nuestros hermanos, y los toques marciales de los clarines de la victoria. Mi ejército fue formado por vosotros, conciudadanos, nimbados por la aureola brillante del honor sin mancha; sus proezas las visteis desde Puebla hasta este jirón de tierra bautizada con el nombre de Morelos, donde no hubo más heroicidad que la de vosotros, soldados, contra los defensores del tirano más soberbio que ha registrado en sus páginas la historia de México y aunque nuestros enemigos intentan mancillar las legítimas glorias que hemos realiza-do en bien de la patria, el reguero de pueblos que ha presenciado nuestros esfuerzos contestará con voces de clarín anatematizando a la legión de traido-res científicos que aún en las pavorosas sombras de su derrota, forjan nuevas cadenas para el pueblo o intentan aplastar la reivindicación de esclavos, de parias, de autómatas. de lacayos. La opresión ignominiosa de más de treinta años ejercitados por el revolucionario ambicioso de Tuxtepec; nuestras liber-tades atadas al carro de la tiranía más escandalosa, sólo comparable a la de Rusia, a la de África Ecuatorial; nuestra soberanía de hombres libres no era otra cosa que la más sangrienta de las burlas. La ley no estaba más que escri-ta y sobre ella el capricho brutal de la turba de sátrapas de Porfirio Días, sien-do la justicia un aparato gangrenado, dúctil, elástico, que tomaba la forma que se le daba en las manos de jueces vanales y sujeto al molde morboso de los señores de horca y cuchillo. El pueblo mexicano pidió, como piden los pueblo cultos, pacíficamente, en la prensa y en la tribuna, el derrocamiento de la dic-tadura, pero no se le escuchó; se le contestó a balazos, a culatazos y a caba-llazos; y sólo cuando repelió la fuerza con la fuerza, fue cuando se oyeron sus quejas, y el tirano, lo mismo que la comparsa de pulpos científicos, se vieron vencidos y contemplaron al pueblo vencedor.
La revolución que acaba de triunfar, iniciada en Chihuahua por el invicto caudillo de la democracia C. Francisco I. Madero, que nosotros apoyamos con las armas en la mano lo mismo que el país entero, ha tenido por lema Sufragio efectivo. No reelección, ha tratado de imponer la justicia basada en la ley, pro-curando el restablecimiento de nuestros derechos y libertades conculcadas por nuestros opresores del círculo porfiriano, que en su acalorada fantasía aún conspiran por sus antiguos privilegios, por sus comedias y escamoteos electo-rales, por sus violaciones flagrantes de la ley. En los momentos de llevarse a cabo las elecciones para diputados a la legislatura del Estado, los enemigos de nuestras libertades, intrigando de una manera oprobiosa, me calumniaron a mí y al Ejército Libertador que representa nuestra causa, al grado de haberse mandado tropas federales a licenciarnos por la fuerza, porque los señores científicos así lo pidieron, para desarmarnos o exterminarnos en caso necesa-rio, a fin de lograr los fines que persiguen en contra de nuestras libertades e insituciones democráticas.
Un conflicto sangriento estuvo a punto de realizarse: nosotros, yo y mi ejército, pedimos el retiro de las fuerzas federales, por ser una amenaza para la paz pública y para nuestra soberanía, e hicimos una petición justa al Supremo Gobierno y al señor Madero que la prensa recta y juiciosa de la capital de la
República, comentó con su pluma en sabios conceptos en nuestro favor. Los científicos, como canes rabiosos, profirieron contra nosotros, vomitando inju-rias y calumnias, calificándonos de bandidos, de rebeldes al Supremo Gobier-no, cosa que ha sido desmentida por la opinión pública y por nuestra actitud pacífica y leal al Supremo Gobierno y al señor Madero. Los enemigos de la pa-tria y de las libertades de los pueblos, siempre han llamado bandidos a los que se sacrifican por las causas nobles. Así llamaron bandidos a Hidalgo, a Alva-rez, a Juárez, y al mismo Madero, que es la encarnación sublime de la demo-cracia y de las libertades del pueblo mexicano, y que ha sido el derrocador más formidable de la tiranía, que la patria saluda con himnos de gloria. El Je-fe de la Revolución, don Francisco I. Madero vino a Cuautla y entre delegados de pueblos y jefes de mi ejército se convino, en bien de los principios que hemos defendido y de la paz de nuestro Estado, en lo siguiente:
1° Licenciamiento de Ejército Libertador.
2° Que a la vez que se licenciaba al Ejército Libertador, se retirarían las fuer-zas federales del Estado;
3° Que la seguridad pública del Estado quedaría a cargo de fuerzas insurgen-tes de los Estados de Veracruz e Hidalgo;
4° Que el gobernador provisional de nuestro Estado sería el ingeniero Eduardo Hay;
5° Que el Jefe de las armas sería el Teniente Coronel Raúl Madero;
6° Que el sufragio de las próximas elecciones sería efectivo, sin amenazas y sin presión de bayonetas, y;
7° Que los jefes del Ejército Libertador tendrían toda clase de garantías para ponerse a cubierto de calumnias.
Estas fueron las promesas y convenios establecidos entre nosotros y el Jefe de la Revolución don Francisco I. Madero, quien expresó estar autorizado por el Supremo Gobierno para llevar a la vía de la realidad lo antes convenido. Si desgraciadamente no se cumple lo pactado, vosotros juzgaréis; nosotros tene-mos la fe en nuestra causa y confianza en el señor Madero; nuestra lealtad con él, con la patria y con el Supremo Gobierno ha sido inmensa, pues mis mayores deseos, lo mismo que los de mi ejército, son y han sido todo por el pueblo de Morelos, teniendo por base la justicia y la ley.
Villa de Ayala, agosto 27 de 1911
El General, Emiliano Zapata
Plan de Ayala
Plan libertador de los hijos del Estado de Morelos, afiliados al Ejército Insur-gente que defiende el cumplimiento del Plan de San Luis Potosí, con las refor-mas que ha creido conveniente aumentar em beneficio de la patria mexicana.
Los que suscribimos, constituidos en Junta revolucionaria, para sostener y llevar a cabo las promesas que hizo la revolución del 20 de noviembre de 1910, próximo pasado, declaramos solemnemente ante la faz del mundo civili-zado que nos juzga y ante la nación a que pertenecemos y amamos, los propó-sitos que hemos formulado para acabar con la tiranía que nos oprime y redi-mir a la patria de las dictaduras que se nos imponen, las cuales quedan de-terminadas en el siguiente plan:
1° Teniendo en consideración que el pueblo mexicano acaudillado por don Francisco I. Madero fue a derramar su sangre para reconquistar sus libertades y reivindicar sus derechos conculcados, y no para que un hombre se adueñara del poder, violando los sagrados principios que juró defender bajo el lema de Sufragio efectivo. No reelección, ultrajando así la fe, la causa, la justicia y las libertades del pueblo; teniendo en consideración que ese hombre a que nos referimos es don Francisco I. Madero, el mismo que inició la precipitada revo-lución, el cual impuso por norma su voluntad e influencia al gobierno provi-sional del ex-presidente de la República, licenciado don Francisco León de la Barra, por haberlo aclamado el pueblo su libertador, causando con este hecho reiterados derramamientos de sangre y multiplicadas desgracias a la patria de una manera solapada y ridícula, no teniendo otras miras que el satisfacer sus ambiciones personales, sus desmedidos instintos de tirano y su profundo des-acato al cumplimiento de las leyes preexistentes, emanadas del inmortal Códi-go de 57, escrito con la sangre de los revolucionarios de Ayutla.
Teniendo en consideración que el llamado Jefe de la Revolución Libertadora de México, don Francisco I. Madero, no llevó a felíz término la revolución que tan gloriosamente inició con el apoyo de Dios y del pueblo, puesto que dejó en pie la mayoría de los poderes gubernativos y elementos corruptos de opresión del gobierno dictatorial de Porfirio Díaz que no son ni pueden ser en manera algu-na la legítima representación de la Soberanía nacional, y que, por ser acérri-mos adversarios nuestros y de los principios que hasta hoy defendemos, están provocando el malestar del país y abriendo nuevas heridas al seno de la patria para darle a beber su propia sangre.
Teniendo en consideración que el supradicho señor Francisco I. Madero, ac-tual presidente de la República, trata de eludir el cumplimiento de las prome-sas que hizo a la nación en el Plan de San Luis Potosí, ciñiendo las precipita-das promesas a los Convenios de Ciudad Juárez, ya nulificando, encarcelan-do, persiguiendo o matando a los elementos revolucionarios que le ayudaron a que ocupara el alto puesto de presidente de la República por medio de sus fal-sas promesas y numerosas intrigas a la nación.
Teniendo en consideración que el tantas veces repetido don Francisco I. Made-ro ha tratado de acallar con la fuerza bruta de las bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que le piden, solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas a la revolución, llamándoles bandidos y rebeldes, condenándolos a
una guerra de exterminio sin concederles ni otorgarles ninguna de las garantí-as que prescriben la razón, la justicia y la ley.
Teniendo en consideración que el presidente de la República, señor don Fran-cisco I. Madero ha hecho del sufragio efectivo una sangrienta burla al pueblo, ya imponiendo contra la voluntad del mismo pueblo en la vicepresidencia de la República al licenciado José María Pino Suárez, ya a los gobernadores de los Estados designados por él, como el llamado General Anbrocio Figueroa, verdu-go y tirano del pueblo de Morelos, ya entrando en contubernio escandaloso con el Partido Científico, hacendados feudales y caciques opresores enemigos de la revolución proclamada por él, a fin de forjar nuevas cadenas y de seguir el molde de una nueva dictadura más oprobiosa y más terrible que la de Porfi-rio Díaz, pues ha sido claro y patente que ha ultrajado la soberanía de los Es-tados, conculcando las leyes sin ningún respeto a las vidas e intereses, como ha sucedido en el Estado de Morelos y otros, conduciéndonos a la más horro-rosa anarquía que registra la historia contemporánea.
Por esas consideraciones declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto para realizar las promesas de la revolución de que fue autor, por haber trai-cionado los principios con los cuales burló la fe del pueblo y pudo escalar el poder; incapaz para gobernar por no tener ningún respeto a la ley y a la justi-cia de los pueblos y traidor a la patria por estar humillando a sangre y fuego a los mexicanos que desean sus libertades, por complacer a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan, y desde luego hoy comenzamos a continuar la revolución principiada por él, hasta conseguir el derrocamiento de los poderes dictatoriales que existen.
2° Se desconoce como Jefe de la Revolución al C. Francisco I. Madero y como presidente de la República, por las razones que antes se expresan, procurán-dose el derrocamiento de este funcionario.
3° Se reconoce como Jefe de la Revolución Libertadora, al ilustre General Pas-cual Orozco, segundo del caudillo don Francisco I. Madero, y en caso de que no acepte este delicado puesto, se reconocerá, como Jefe de la Revolución al C. General Emiliano Zapata.
4° La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos manifiesta a la nación bajo formal protesta:
Que hace suyo el Plan de San Luis Potosí con las adiciones que a continuación se expresan en beneficio de los pueblos oprimidos y se hará defensora de los principios que defiende hasta vencer o morir.
5° La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos no admitirá transacciones ni componendas políticas hasta no conseguir el derrocamiento de los elemen-tos dictatoriales de Porfirio Díaz y dos Francisco I. Madero, pues la nación está cansada de hombres falaces y traidores que hacen promesas como libertado-res pero que al llegar al poder, se olvidan de ellas y se constituyen en tiranos.
6° Como parte adicional del Plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y justicia vanal, entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despoja-
dos, por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión, y los usurpadores que se conside-ren con derecho a ellos, lo deducirán ante los tribunales especiales que se es-tablezcan al triunfo de la revolución.
7° En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexica-nos, no son más dueños que del terreno que pisan, sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura por estar monopolizadas en unas cuantas ma-nos las tierras, montes y aguas; por estas causas se expropiaran, previa in-demnización de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propieta-rios de ellos, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexica-nos.
8° Los hacendados, científicos o caciques que se opongan directa o indirecta-mente al presente Plan, se nacionalizarán sus bienes, y las dos terceras partes que a ellos les correspondan, se destinarán para indemnizaciones de guerra, pensiones para las viudas y huérfanos de las víctimas que sucumban en la lucha por este Plan.
9° Para ajustar los procedimientos respecto a los bienes antes mencionados, se aplicarán leyes de desamortización y nacionalización según convenga, pues de norma y ejemplo pueden servir las puestas en vigor por el inmortal Juárez, a los bienes eclesiásticos, que escarmentaron a los déspotas y conservadores que en todo tiempo han pretendido imponernos el yugo ignominioso de la opresión y del retroceso.
10° Los Jefes militares insurgentes de la República que se levantaron con las armas en la mano, a la voz de don Francisco I. Madero, para defender el Plan de San Luis Potosí, y que ahora se opongan con fuerza armada al presente Plan, se juzgarán traidores a la causa que defendiron y a la patria, puesto que en la actualidad muchos de ellos, por complacer a los tiranos, por un puñado de monedas, o por cohecho o soborno, están derramando la sangre de sus hermanos que reclaman el cumplimiento de las promesas que hizo a la nación don Francisco I. Madero.
11° Los gastos de guerra serán tomados conforme a lo que prescribe el artículo XI del Plan de San Luis Potosí, y todos los procedimientos empleados en la revolución que emprendemos, serán conforme a las instrucciones mismas que determine el mencionado Plan.
12° Una vez triunfante la revolución que hemos llevado a la vía de la realidad, una Junta de los principales jefes revolucionarios de los distintos Estados, nombrará o designará un presidente interino de la República, quien convocará elecciones para la nueva formación del Congreso de la Unión y éste, a su vez, convocará a elecciones para la organización de los demás poderes federales.
13° Los principales Jefes revolucionarios de cada Estado, en junta designarán al gobernador provisional del Estado a que correspondan y este elevado fun-cionario convocará a elecciones para la debida organización de los poderes públicos, con el objeto de evitar consignas forzadas que labren la desdicha de los pueblos como la tan conocida consigna de Ambrocio Figueroa, en el Estado
de Morelos, y otros que nos conducen a conflictos sangrientos sostenidos por el capricho del dictador Madero y el círculo de científicos y hacendados que lo han sugestionado.
14° Si el presidente Madero y demás elementos dictatoriales del actual y anti-guo régimen desean evitar las inmensas desgracias que afligen a la patria, que hagan inmediata renuncia de los puestos que ocupan y con eso, en algo resta-ñarán las grandes heridas que han abierto al seno de la patria; pues de no hacerlo así, sobre sus cabezas caerá la sangre derramada de nuestros herma-nos.
15° Mexicanos: Considerad que la astucia y la mala fe de un hombre está de-rramando sangre de una manera escandalosa por ser incapaz para gobernar; considerad que su sistema de gobierno está agarrotando a la patria y hollando con la fuerza bruta de las bayonetas nuestras instituciones, y así como nues-tras armas las levantamos para elevarlo al poder, ahora las volveremos contra él por haber faltado a sus compromisos con el pueblo mexicano y haber trai-cionado a la revolución iniciad por él. ¡No somos personalistas, somos partida-rios de los principios y no de los hombres!
Pueblo mexicano: apoyad con las armas en la mano este Plan y haréis la pros-peridad y bienestar de la patria.
Justicia y Ley
Villa de Ayala, 28 de noviembre de 1911
General Emiliano Zapata, General Otilio E. Montaño, General José Trinidad Ruíz, General Eufemio Zapata, General Jesús Morales, General Próculo Capis-trán, General Francisco Mendoza.
Coroneles: Amador Salazar, Agustín Cázares, Rafael Sánchez, Cristobal Do-mínguez, Fermín Omaña, Pedro Salazar, Emigdio E. Marmolejo, Pioquinto Ga-lis, Manuel Vergara, Santiago Aguilar, Clotilde Sosa, Julio Tapia, Felipe Va-quero, Jesús Sánchez, José Ortega, Gonzalo Aldape, Alfonso Morales.
Capitanes: Manuel Hernández, Feliciano Domínguez, José Pineda, Ambrosio López, Apolinar Adorno, Porfirio Cázares, Antonio Gutiérrez, Odilón Neri, Artu-ro Pérez, Agustín Ortíz, Pedro Valbuena Herrero, Catarino Vergara, Margarito Camacho, Serafín Rivera, Teófilo Galindo, Felipe Torres, Simón Guevara, Ave-lino Cortés, José María Carrillo, Jesús Escamilla,, Florentino Osorio, Cameri-no Menchaca, Juan Esteves, Francisco Mercado, Sotero Guzmán, Melesio Ro-dríguez, Gregorio García, José Villanueva, L. Franco, J. Estudillo, F. Galarza González, F. Caspeta, P. Campos.
Teniente: Alberto Blumenkron.
Manifiesto a la nación
La victoria se acerca, la lucha toca a su fin. Se libran ya los últimos combates y en estos instantes solemnes, de pie y respetuosamente descubiertos ante la nación, aguardamos la hora decisiva, el momento preciso en que los pueblos se hunden o se salvan, según el uso que hacen de la soberanía conquistada, esa soberanía por tanto tiempo arrebatada a nuestro pueblo, y la que con el triunfo de la revolución volverá ilesa, tal como se ha conservado y la hemos defendido aquí, en las montañas que han sido su solio y nuestro baluarte. Volverá dignificada y fortalecida para nunca más ser mancillada por la impos-tura ni encadenada por la tiranía.
Tan hermosa conquista ha costado al pueblo mexicano un terrible sacrificio, y es un deber, un deber imperioso para todos, procurar que ese sacrificio no sea estéril, por nuestra parte, estamos bien dispuestos a no dejar ni un obstáculo enfrente, sea de la naturaleza que fuere y cualquiera que sean las circunstan-cias en que se presente, hasta haber levantado el porvenir nacional sobre una base sólida, hasta haber logrado que nuestro país, amplia la vía y limpio el horizonte, marche sereno hacia el mañana grandioso que le espera.
Perfectamente convencidos de que es justa la causa que defendemos, con ple-na consciencia de nuestros deberes y dispuestos a no abandonar ni un instan-te la obra grandiosa que hemos emprendido, llegaremos resueltos hasta el fin, aceptando ante la civilización y ante la historia, las responsabilidades de este acto de suprema reivindicación.
Nuestros enemigos, los eternos enemigos de las ideas regeneradoras, han em-pleado todos los recursos y acudido a todos los procedimientos para combatir a la revolución, tanto para vencerla en la lucha armada, como para desvirtuar-la en su origen y desviarla de sus fines.
Sin embargo, los hechos hablan muy alto de la fuerza y el origen de este mo-vimiento.
Más de treinta años de dictadura, parecían haber agotado las energías y dado fin al civismo de nuestra raza, y a pesar de ese largo periodo de esclavitud y enervamiento, estalló la revolución de 1910, como un clamor inmenso de jus-ticia que vivirá siempre en el alma de las naciones como vive la libertad en el corazón de los pueblos para vivificarlos, para redimirlos, para levantarlos de la abyección a la que no puede estar condenada la especie humana.
Fuimos de los primeros en tomar parte de aquel movimiento, y el hecho de haber continuado en armas después de la expulsión de Porfirio Díaz y de la exaltación de Madero al poder, revela la pureza de nuestros principios y el per-fecto conocimiento de causa con que combatimos y demuestra que no nos lle-vaban mezquinos intereses, ni ambiciones bastardas, ni siquiera los oropeles de la gloria, no; no buscábamos ni buscamos la pobre satisfacción del medro personal, ni anhelábamos la triste vanidad de los honores, ni queremos otra cosa que no sea el verdadero triunfo de la causa, consistente en la implanta-ción de los principios, la realización de los ideales y la resolución de los pro-blemas, cuyo resultado tiene que ser la salvación y el engrandecimiento de nuestro pueblo.
La fatal ruptura del Plan de San Luis Potosí motivó y justificó nuestra rebeldía contra aquel acto que invalidaba todos los compromisos y defraudaba todas las esperanzas; que nulificaba todos los esfuerzos y esterilizaba todos los sa-crificios y truncaba, sin remedio, aquella obra de redención tan generosamen-te emprendida por los que dieron sin vacilar, como abono para la tierra, la sangre de sus venas. El Pacto de Ciudad Juárez devolvió el triunfo a los ene-migos y la víctima a sus verdugos; el caudillo de 1910 fue el autor de aquella amarga traición, y fuimos contra él, porque, lo repetimos: ante la causa no existen para nosotros las personas y conocemos lo bastante la situación para dejarnos engañar por el falso triunfo de unos cuantos revolucionarios conver-tidos en gobernantes; lo mismo que combatimos a Francisco I. Madero, com-batiremos a otros cuya administración no tenga por base los principios por los que hemos luchado.
Roto el Plan de San Luis, recogimos su bandera y proclamamos el Plan de Ayala.
La caída del gobierno pasado no podía significar para nosotros más que un motivo para redoblar nuestro esfuerzo, porque fue el acto más vergonzoso que pueda registrarse; ese acto de abominable perversidad, ese acto incalificable que ha hecho volver el rostro indignados y ecandalizados a los demás países que nos observan y a nosotros nos ha arrancado un estremecimiento de indig-nación tan profunda, que todos los medios y todas las fuerzas juntas no bas-tarían a contenerla, mientras no hayamos castigado el crimen, mientras no ajusticiemos a los culpables.
Todo esto por lo que respecta al origen de la revolución, por lo que toca a sus fines, ellos son tan claros y precisos, tan justos y nobles, que constituyen por sí solos una fuerza suprema, la única con que contamos para ser invencibles, la única que hace inexpugnables estas montañas en que las libertades tienen su reducto.
La causa por la que luchamos, los principios e ideales que defendemos, son ya bien conocidos de nuestros compatriotas, puesto que en su mayoría se han agrupado en torno de esta bandera de redención de este lábaro santo del dere-cho, bautizado con el sencillo nombre de Plan de Villa de Ayala. Ahí están con-tenidas las más justas aspiraciones del pueblo, planteadas las más imperiosas necesidades sociales, y propuestas las más importantes reformas económicas y políticas, sin cuya implantación, el país rodaría inevitablemente al abismo, hundiéndose en el caos de la ignorancia, de la miseria y de la esclavitud.
Es terrible la oposición que se ha hecho al Plan de Ayala, pretendiendo, más que combatirlo con razonamientos, desprestigiarlo con insultos, y para ello, la prensa mercenaria, la que vende su decoro y alquila sus columnas, ha dejado caer sobre nosotros una asquerosa tempestad de cieno, de aquel en que se alimenta su impudicia y arrastra su abyección. Y sin embargo, la revolución, incontenible, se encamina hacia la victoria.
El gobierno, desde Porfirio Díaz a Victoriano Huerta, no ha hecho más que sostener y proclamar la guerra de los ahítos y los privilegiados contra los oprimidos y los miserables, no ha hecho más que violar la soberanía popular, haciendo del poder una prebenda; desconociendo las leyes de la evolución, intentando detener a las sociedades y violando los principios más rudimenta-rios de la equidad arrebatando al hombre los más sagrados derechos que le
dió la naturaleza. He allí explicada nuestra actitud, he allí explicado el enigma de nuestra indomable rebeldía y he allí propuesto, una vez más, el colosal problema que preocupa actualmente no sólo a nuestros conciudadanos, sino también a muchos extranjeros. Para resolver este problema, no hay más que acatar la voluntad nacional, dejar libre la marcha a las sociedades y respetar los intereses ajenos y los atributos humanos.
Por otra parte, y concretando lo más posible, debemos hacer otras aclaracio-nes para dejar explicada nuestra conducta del pasado, del presente y del por-venir.
La nación mexicana es demasiado rica. Su riqueza, aunque virgen, es decir todavía no explotada, consiste en la agricultura y la minería; pero esa riqueza, ese caudal de oro inagotable, perteneciendo a más de quince millones de habi-tantes, se halla en manos de unos cuantos miles de capitalistas y de ellos una gran parte no son mexicanos. Por un refinado y desastroso egoísmo, el hacen-dado, el terrateniente y el minero, explotan esa pequeña parte de la tierra, del monte y de la vera, aprovechándose ellos de sus cuantiosos productos y con-servando la mayor parte de sus propiedades enteramente vírgenes, mientras un cuadro de indescriptible miseria tiene lugar en toda la República. Es más, el burgués, no conforme con poseer grandes tesoros de los que a nadie parti-cipa, en su insaciable avaricia, roba el producto de su trabajo al obrero y al peón, despoja al indio de su pequeña propiedad y no satisfecho aún, lo insulta y golpea haciendo alarde del apoyo que le prestan los tribunales, porque el juez, única esperanza del débil, hállase también al servicio de la canalla; y ese desequilibrio económico, ese desquiciamiento social, esa violación flagrante de las leyes naturales y de las atribuciones humanas, es sostenida y proclamada por el gobierno, que a su vez sostiene y proclama pasando por sobre su propia dignidad, la soldadesca execrable.
El capitalista, el soldado y el gobernante habían vivido tranquilos, sin ser mo-lestados, ni en sus privilegios ni en sus propiedades, a costa del sacrificio de un pueblo esclavo y analfabeta, sin patrimonio y sin porvenir, que estaba con-denado a trabajar sin descanso y a morirse de hambre y agotamiento, puesto que, gastando todas sus energías en producir tesoros incalculables, no le era dado contar ni con lo indispensable siquiera para satisfacer sus necesidades más perentorias. Semejante organización económica, tal sistema administrati-vo que venía a ser un asesinato en masa para el pueblo, un suicidio colectivo para la nación y un insulto, una vergüenza para los hombres honrados y conscientes, no pudieron prolongarse por más tiempo y surgió la revolución, engendrada, como todo movimiento de las colectividades, por la necesidad. Aquí tuvo su origen el Plan de Ayala.
Antes de ocupar don Francisco I. Madero la presidencia de la República, mejor dicho, a raíz de los Tratados de Ciudad Juárez se creyó en una posible rehabi-litación del débil ante el fuerte, se esperó la resolución de los problemas pen-dientes y la abolición del privilegio y del monopolio, sin tener en cuenta que aquel hombre iba a cimentar su gobierno en el mismo sistema vicioso y con los mismos elementos corruptos con que el caudillo de Tuxtepec, durante más de seis lustros, extorcionó a la nación. Aquello era un absurdo, una aberra-ción, y sin embargo, se esperó porque se confiaba en la buena fe del que había vencido al dictador. El desastre, la decepción no se hicieron esperar. Los lu-chadores se convencieron entonces de que no era posible salvar su obra ni asegurar su conquista dentro de esa organización morbosa y apolillada, que
necesariamente había de tener una crisis antes de derrumbarse definitivamen-te: la caída de Francisco I. Madero y la exaltación de Victoriano Huerta al po-der.
En este caso y conviniendo en que no es posible gobernar al país con ese sis-tema administrativo sin desarrollar una política enteramente contraria a los intereses de las mayorías, y siendo, además, imposible la implantación de los principios por que luchamos, es ocioso decir que la Revolución del Sur y Cen-tro, al mejorar las condiciones económicas, tiene, necesariamente, que refor-mar de antemano las instituciones, sin lo cual, fuerza es repetirlo, le será im-posible llevar a cabo sus promesas.
Allí está la razón de por qué no reconoceremos a ningún gobierno que no nos reconozca y, sobre todo, que no garantice el triunfo de nuestra causa.
Puede haber elecciones cuantas veces se quiera; pueden asaltar, como Huerta, otros hombres la silla presidencial, valiéndose de la fuerza armada o de la far-sa electoral, y el pueblo mexicano puede también tener la seguridad de que no arriaremos nuestra bandera ni cejaremos un instante en la lucha, hasta que, victoriosos, podamos garantizar con nuestra propia cabeza el advenimiento de una era de paz que tenga por base la justicia y como consecuencia la libertad económica.
Si como lo han proyectado esas fieras humanas vestidas de oropeles y listo-nes, esa turba desenfrenada que lleva tintas en sangre las manos y la cons-ciencia, realizan con mengua de la ley la repugnante mascarada que llaman elecciones, vaya desde ahora, no sólo ante el nuestro sino ante los pueblos todos de la Tierra, la más enérgica de nuestras protestas, en tanto podamos castigar la burla sangrienta que se haga a la Constitución del 57.
Téngase, pues, presente que no buscaremos el derrocamiento del actual go-bierno para asaltar los puestos públicos y saquear los tesoros nacionales, co-mo ha venido sucediendo con los impostores que logran encumbrar a las pri-meras magistraturas, sépase de una vez por todas, que no luchamos contra Huerta únicamente, sino contra todos los gobernantes y los conservadores enemigos de la hueste reformista, y sobre todo, recuérdese siempre que no buscamos honores, que no anhelamos recompensas, que vamos sencillamente a cumplir el compromiso solemne que hemos contraido dando pan a los des-heredados y una patria libre, tranquila y civilizada a las generaciones del por-venir.
Mexicanos: si esta situación anómala se prolonga; si la paz, siendo una aspi-ración nacional, tarda en volver a nuestro suelo y a nuestros hogares, nuestra será la culpa y no de nadie. Unámonos en un esfuerzo titánico y definitivo co-ntra el enemigo de todos, juntemos nuestros elementos, nuestras energías y nuestras voluntades y opongámonos cual una barricada formidable a nuestros verdugos; contestemos dignamente, enérgicamente ese latigazo insultante que Huerta ha lanzado sobre nuestras cabezas; rechacemos esa carcajada burles-ca y despectiva que el poderoso arroja, desde los suntuosos recintos donde pasea su encono y su soberbia, sobre nosotros, los desheredados que morimos de hambre en el arroyo.
No es preciso que todos luchemos en los campos de batalla, no es necesario que todos aportemos un contingente de sangre a la contienda, no es fuerza
que todos hagamos sacrificios iguales en la revolución; lo indispensable es que todos nos irgamos resueltos a defender el interés común y a rescatar la parte de soberbia que se nos arrebata.
Llamad a vuestras conciencias; meditad un momento sin odio, sin pasiones, sin prejuicios, y esta verdad, luminosa como el sol, surgirá inevitablemente ante vosotros: la revolución es lo único que puede salvar a la República.
Ayudad, pues, a la revolución. Traed vuestro contingente, grande o pequeño, no importa cómo; pero traedlo. Cumplid con vuestro deber y seréis dignos; defended vuestro derecho y seréis fuertes, y sacrificaos si fuere necesario, que después la patria se alzará satisfecha sobre un pedestal inconmovible y dejará caer sobre vuestra tumba un puñado de rosas.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Campamento revolucionario
Morelos, 20 de octubre de 1912
El General en Jefe del Ejército Libertador del Sur y Centro
Emiliano Zapata
Acta de ratificación del Plan de Ayala
Los suscritos, jefes y oficiales del Ejército Libertador que lucha por el cumpli-miento del Plan de Ayala, adicionado al de San Luis.
Considerando que en estos momentos en que el triunfo de la causa del pueblo es ya un hecho próximo e inevitable, precisa ratificar los principios que forman el alma de la revolución y proclamarlos una vez más ante la nación, para que todos los mexicanos conozcan los propósitos de nuestros hermanos levantados en armas.
Considerando que si bien esos propósitos están claramente consignados en el Plan de Ayala, estandarte y guía de la revolución, hace falta aplicar aquellos principios a la nueva situación creada por el derrocamiento del maderismo y la implantación de la dictadura huertista, toda vez que el Plan de Ayala, por ra-zones de la época en que fue expedido, no pudo referirse sino al régimen crea-do por el General Díaz y a su inmediata continuación, el gobierno maderista, que sólo fue la parodia de la burda falsificación de aquél.
Considerando: que si los revolucionarios no estuvimos ni pudimos estar con-formes con los procedimientos dictatoriales del maderismo y con las torpes tendencias de éste, que sin escrúpulo abrazó al partido de los poderosos y en-gañó cruelmente a la gran multitud de los campesinos, a cuyo esfuerzo debió el triunfo, tampoco hemos podido tolerar, y con mayor razón hemos rechaza-do, la imposición de un régimen exclusivamente militar basado en la traición y el asesinato, cuya única razón ha sido el furioso deseo de reacción que anima a las clases conservadoras, las cuales, no satisfechas con las tímidas conce-siones y vergonzosas componendas del maderismo, derrocaron a éste con el propósito bien claro de substituirlo por un orden de cosas que ya sin compro-miso alguno con el pueblo y sin el pudor que a todo gobierno revolucionario impone su propio origen, ahogarse para siempre las aspiraciones de los traba-jadores y les hiciese perder toda esperanza de recobrar tierras y las libertades a que tienen indiscutible derecho.
Considerando: que ante la dolorosa experiencia del maderismo, que defraudó las mejores esperanzas, es oportuno, es urgente, hacer constar a la faz de la República que la revolución de 1910, sostenida con grandes sacrificios en las montañas del sur y en las vastas llanuras del norte, lucha por nobles y levan-tados principios, busca primero que nada, el mejoramiento económico de la gran mayoría de los mexicanos, y está muy lejos de combatir con el objeto de saciar vulgares ambiciones políticas o determinados apetitos de venganza.
Considerando: que la revolución debe proclamar altamente que sus propósitos son un favor, no de un pequeño grupo de políticos ansiosos de poder, sino en beneficio de la gran masa de los oprimidos y que por tanto, se opone y se opondrá siempre a la infame pretensión de reducirlo todo a un simple cambio en el personal de los gobernantes, del que ninguna ventaja sólida, ninguna mejoría positiva, ningún aumento de bienestar ha resultado ni resultará nun-ca a la inmensa multitud de los que sufren.
Considerando: que la única bandera honrada de la revolución ha sido y sigue siendo la del Plan de Ayala, complemento y aclaración indispensable del Plan de San Luis Potosí, pues sólo aquel Plan consigna principios, condensa con
claridad los anhelos populares y traduce en fórmulas precisas las necesidades económicas y materiales del pueblo mexicano, para lo cual huye de toda va-guedad engañosa, de toda reticencia culpable y de esa clase de escarceos pro-pios de los políticos profesionales, hábiles siempre para seducir a las muche-dumbres con grandes palabras vacías de todo sentido y de tal modo elásticas, que jamás comprometen a nada y siempre permiten ser eludidas.
Considerando: que el Plan de Ayala no sólo es la expresión genuina de los más vivos deseos del pueblo mexicano, sino que ha sido aceptado, expresa o táci-tamente, por la casi totalidad de los revolucionarios de la República, como lo comprueban las cartas y documentos que obran en el archivo del Cuartel Ge-neral de la Revolución.
Considerando: que la reciente renuncia de Victoriano Huerta no puede modifi-car en manera alguna la actitud de los revolucionarios, toda vez que el presi-dente usurpador, en vez de entregar a la revolución los poderes públicos, sólo ha pretendido asegurar la continuación del régimen por él establecido al im-poner en la presidencia, por un acto de su voluntad autócrata, al licenciado Francisco Carvajal, persona de reconocida filiación científica y que registra en su obscura vida política el hecho, por nadie olvidado, de haber sido uno de los principales instigadores de los funestos Tratados de Ciudad Juárez, lo que lo acredita como enemigo de la causa revolucionaria.
Considerando: que la revolución no puede reconocer otro presidente provisio-nal que el que se nombre por los jefes revolucionarios de las diversas regiones del país en la forma establecida por el artículo 12° del Plan de Ayala, sin que pueda transigir en forma alguna con un presidente impuesto por el usurpador Victoriano Huerta ni con las espurias cámaras legislativas nombradas por és-te.
Considerando: que por razón de la debilidad del gobierno y la completa desmo-ralización de sus partidarios, así como por el incontenible empuje de la revolu-ción, el triunfo de ésta es únicamente cuestión de días, y precisamente por esto es hoy más necesario que nunca reafirmar las promesas y exigir las rei-vindicaciones, los suscritos cumplen con un deber de lealtad hacia la Repúbli-ca al hacer las siguientes declaraciones, que se obligan a sostener con el es-fuerzo de su brazo y, si es preciso, aún a costa de su sangre y de su vida.
Primera. La revolución ratifica todos y cada uno de los principios consignados en el Plan de Ayala, y declara solemnemente que no cesará en sus esfuerzos sino hasta conseguir que aquéllos, en la parte relativa a la cuestión agraria, queden elevados al rango de preceptos constitucionales.
Segunda. De conformidad con el artículo 3° del Plan de Ayala, y en vista de que el exGeneral Pascual Orozco, que allí se reconocía como Jefe de la Revolu-ción, ha traicionado villanamente a ésta, se declara que asume en su lugar la jefatura de la revolución el C. General Emiliano Zapata, a quien el referido ar-tículo 3° designa para ese alto cargo, en defecto del citado exGeneral Orozco.
Tercera. La revolución hace constar que no considerará concluída su obra sino hasta que, derrocada la administración actual y eliminados de todo participio en el poder los servidores del huertismo y las demás personalidades del anti-guo régimen, se establezca un gobierno compuesto de hombre adictos al Plan de Ayala que lleven desde luego a la práctica las reformas agrarias, así como
los demás principios y promesas incluídos en el referido Plan de Ayala, adicio-nado al de San Luis.
Los suscritos invitan cordialmente a todos aquellos compañeros revoluciona-rios que por encontrarse a gran distancia no se hayan aún expresamente ad-herido al Plan de Ayala, a que desde luego firmen su adhesión a él, para que la protesta de su eficaz cumplimiento sirva de garantía al pueblo luchador y a la nación entera que vigila y juzga nuestros actos.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Campamento Revolucionario
San Pablo Oxtotepec, 19 de junio de 1914
Generales: Eufemio Zapata, Francisco V. Pacheco, Genovevo de la O., Amador Salazar, Ignacio Maya, Francisco Mendoza, Pedro Saavedra, Aurelio Bonilla, Jesús H. Salgado, Julián Blanco, Julio A. Gómez, Otilio E. Montaño, Jesús Capistrán, Francisco M. Castro, S. Crispin Galeana, Fortino Ayaquica, Fran-cisco A. García, Ingeniero Angel Barrios, Enrique Villa, Heliodoro Castillo, An-tonio Barona, Juan M. Banderas, Bonifacio García, Encarnación Díaz, Licen-ciado Antonio Díaz Soto y Gama, Reynaldo Lacona.
Coroneles: Santiago Orozco, Jenaro Amezcua, José Hernández, Agustín Cor-tés, Trinidad A. Paniagua, Everardo González, Vicente Rojas.
Al pueblo mexicano
El movimiento revolucionario ha llegado a su periodo culminante y, por lo mismo, es ya hora de que el país sepa la verdad, toda la verdad.
La actual revolución no se ha hecho para satisfacer los intereses de una per-sonalidad, de un grupo o de un partido. La actual revolución reconoce oríge-nes más hondos y va en pos de fines más altos.
El campesino tenía hambre, padecía miseria, sufría explotación, y si se levantó en armas fue para obtener el pan que la avidez del rico le negaba; para adue-ñarse de la tierra que el hacendado, egoísticamente guardaba para sí; para reivindicar su dignidad, que el negrero atropellaba inícuamente todos los días. Se lanzó a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurar el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichoso y un porvenir de independencia y en-grandecimiento.
Se equivocan lastimosamente los que creen que el establecimiento de un go-bierno militar, es decir despótico, será lo que asegure la pacificación del país. Esta sólo podrá obtenerse si se realiza la doble operación de reducir a la impo-tencia a los elementos del antiguo régimen y de crear intereses nuevos, vincu-lados estrechamente con la revolución, que le sean solidarios, que peligren si ella peligra y prosperen si aquella se establece y consolida.
La primera labor, la de poner al grupo reaccionario en la imposibilidad de se-guir siendo un peligro, se consigue por dos medios diversos: por el castigo ejemplar de los cabecillas, de los directores intelectuales y de los elementos activos de la facción conservadora, y por el ataque dirigido contra los recursos pecuniarios de que aquellos disponen para producir intrigas y provocar revo-luciones; es decir: por la confiscación de las propiedades de aquellos políticos que se hayan puesto al frente de la resistencia organizada contra el movimien-to popular que, iniciado en 1910, ha tenido su coronamiento en 1914, después de pasar por las horcas caudinas de Ciudad Juárez y por la crisis reaccionaria de La Ciudadela, trágicamente desenlazada por la dictadura huertista.
En apoyo de esta confiscación existe la circunstancia de que la mayor parte, por no decir la totalidad, de los predios que habrá que nacionalizar represen-tan intereses improvisados a la sombra de la dictadura porfirista, con grave lesión de los derechos de una infinidad de indígenas, de pequeños propieta-rios, de víctimas de toda especie, sacrificadas brutalmente en aras de la ambi-ción de los poderosos.
La segunda labor, o sea, la creación de poderosos intereses afines a la revolu-ción y solidarios con ella, se llevará a felíz término si se restituye a los particu-lares y a las comunidades indígenas los terrenos de que han sido despojados por los latifundistas, y si este gran acto de justicia se completa, en obsequio de los que nada poseen ni han poseído, con el reparto proporcional de las tie-rras decomisadas a los cómplices de la dictadura o expropiadas a los propieta-rios perezosos que no quieren cultivar sus heredades. Así se dará satisfacción al hambre de tierras y al rabioso apetito de libertad que se dejan sentir de un confín a otro de la República, como respuesta formidable al salvajismo de los hacendados, quienes han mantenido en pleno siglo XX, y en el corazón de la
libre América, un sistema de explotación que apenas soportarían los más infe-lices siervos de la edad europea.
El Plan de Ayala, que traduce y encarna los ideales del pueblo campesino da satisfacción a los dos términos del problema, pues a la vez que trata como se merecen a los jurados enemigos del pueblo, reduciéndolos a la impotencia y a la inocuidad por medio de la confiscación, establece en sus artículos 6° y 7° los dos grandes principios de la devolución de las tierras robadas (acto exigido, a la vez, por la justicia y la conveniencia).
Quitar al enemigo los medios de dañar, fue la sabia política de los reformado-res del 57, cuando despojaron al clero de sus inmensos caudales, que sólo le servían para fraguar conspiraciones y mantener al país en perpetuo desorden con aquellos levantamientos militares que tan grande parecido tienen con el último cuartelazo, fruto, también, del acuerdo entre militares y reaccionarios.
Y en cuanto a la obra reconstructora de la revolución, o sea, la de crear un núcleo de intereses que sirvan de soporte a la nueva obra, esa fue la tarea de la revolución francesa, no igualada hasta hoy en fecundos resultados, puesto que ella repartió entre millares de humildes campesinos las vastas heredades de los nobles y de los clérigos, hasta conseguir que la multitud de los favoreci-dos se adhiriese con tal vigor a la obra revolucionaria que ni Napoleón, con todo y su genio, ni los Borbón, con su aristocrática intransigencia, lograron nunca desarraigarla del cuerpo y del alma de la nación francesa.
Es cierto que los ilusos creen que el país va a conformarse (como no se con-formó en 1910) con una pantomima electoral de la que surjan hombres en apariencia nuevos, que vayan a ocupar los curules, los escaños de la Corte y el alto solio de la presidencia; pero, los que así juzgan parecen ignorar que el pa-ís ha cosechado, en las crisis de los últimos cuatro años, enseñanzas inolvida-bles, que no le permiten ya perder el camino, y un profundo conocimiento de las causas de su malestar y de los medios de combatirlas.
El país no se dará por satisfecho -podemos estar seguros- con las tímidas re-formas candorosamente esbozadas por el licenciado Isidro Fabela, Ministro de Relaciones del gobierno carrancista, que no tiene de revolucionario más que el nombre, puesto que ni comprende ni siente los ideales de la revolución; no se conformará el país con tan sólo la abolición de las tiendas de raya si la explo-tación y el fraude han de subsistir bajo otras formas; no se satisfará con las libertades municipales, bien problemáticas, cuando falta la base de la inde-pendencia económica, y menos podrá halagarlo un mezquino programa de re-formas a las leyes sobre impuesto a las tierras, cuando lo que urge es la solu-ción radical del problema relativo al cultivo de éstas.
El país quiere algo más que todas las vaguedades del señor Fabela, patrocina-das por el silencio del señor Carranza, quiere romper de una vez con la época feudal; que es ya un anacronismo; quiere destruir de un tajo las relaciones de señor a siervo y de capataz a esclavo, que son las únicas que imperan en ma-teria de cultivos, desde Tamaulipas hasta Chiapas y de Sonora a Yucatán.
El pueblo de los campos quiere vivir la vida de la civilización, trata de respirar el aire de la libertad económica, que hasta aquí ha desconocido y la que nunca podrá adquirir si deja en pie el tradicional señor de horca y cuchillo, dispo-niendo a su antojo de las personas de sus jornaleros, extorsionándolos con la
norma de los salarios, aniquilándolos con tareas excesivas, embruteciéndolos con la miseria y el mal trato, empequeñeciendo y agotando su raza con la lenta agonía de la servidumbre, con el forzoso marchitamiento de los seres que tie-nen hambre, de los estómagos y de los cerebros que están vacíos.
Gobierno, militar primero y parlamentario después, reformas en la adminis-tración para que quede reorganizada, pureza ideal en el manejo de los fondos públicos; responsabilidades oficiales escrupulosamente exigidas; libertad de imprenta para los que no saben escribir; libertad de votar para los que no co-nocen a los candidatos; correcta administración de justicia para los que jamás ocuparon a un abogado. Todas estas bellezas democráticas, todas esas gran-des palabras con que nuestros abuelos y nuestros padres se deleitaron, han perdido hoy su mágico atractivo y su significación para el pueblo. Este ha visto que con elecciones y sin elecciones, con sufragio efectivo y sin él, con dictadu-ra porfiriana y con democracia maderista, con prensa amordazada y con liber-tinaje de la prensa, siempre y de todos modos él sigue rumiando sus amargu-ras, padeciendo sus miserias, devorando sus humillaciones inacabables, y por eso teme, con razón, que los libertadores de hoy vayan a ser iguales a los cau-dillos de ayer, que en Ciudad Juárez abdicaron de su hermoso radicalismo y en el Palacio Nacional echaron en olvido sus seductoras promesas.
Por eso, la revolución agraria, desconfiando de los caudillos que a sí mismos se disciernen el triunfo, ha adoptado como precaución y como garantía el principio justísimo de que sean todos los jefes revolucionarios del país los que elijan al Primer Magistrado, al presidente interino que debe convocar a elec-ciones, porque bien sabe que del interinato depende el porvenir de la revolu-ción y, con ella, la suerte de la República.
¿Qué cosa más justa que la de que todos los intereses, los jefes de los grupos combatientes, los representantes revolucionarios del pueblo levantado en ar-mas, concurran a la designación del funcionario en cuyas manos ha de quedar el tabernáculo de las promesas revolucionarias, en ara santa de los anhelos populares? ¿Por qué la imposición de un hombre a quien nadie ha elegido? ¿Por qué el temor de los que a sí mismos se llaman constitucionalistas para sujetarse al voto de la mayoría, para rendir tributo al principio democrático de la libre discusión del candidato por parte de los interesados?
El procedimiento, a más de desleal, es peligroso, porque el pueblo mexicano ha sacudido su indiferencia, ha recobrado su brío y no será él quien permita que a sus espaldas se fragüe la erección de su propio gobierno.
Todavía es tiempo de reflexionar y de evitar el conflicto. Si el jefe de los consti-tucionalistas se considera con la popularidad necesaria para resistir la prueba de la sujeción al voto de los revolucionarios, que se someta a ella sin vacilar.
Y si los constitucionalistas quieren en verdad al pueblo y conocen sus exigen-cias, que rindan homenaje a la voluntad soberana aceptando con sinceridad y sin reticencias los tres grandes principios que consigna el Plan de Ayala: ex-propiación de tierras por causa de utilidad pública, confiscación de bienes a los enemigos del pueblo y restitución de sus terrenos a los individuos y comu-nidades despojados.
Sin ellos -pueden estar seguros- continuarán las masas agitándose, seguirá la guerra en Morelos, en Guerrero, en Puebla, en Oaxaca, en México, en Tlaxcala,
en Michoacán, en Hidalgo, en Guanajuato, en San Luis Potosí, en Tamaulipas, en Durango, en Zacatecas, en Chihuahua, en todas partes en donde haya tie-rras repartidas o por repartir, y el gran movimiento del sur, apoyado por toda la población campesina de la República, proseguirá como hasta aquí vencien-do oposiciones y combatiendo rsistencias, hasta arrancar, al fin, con las ma-nos de sus combatientes los jirones de justicia, los pedazos de tierra que los falsos libertadores se hallan empeñados en negarle.
La revolución agraria, calumniada por la prensa, desconocida por la Europa, comprendida con bastante exactitud por la diplomacia americana y vista con poco interés por las naciones hermanas de sudamérica levanta en alto la ban-dera de sus ideales para que la vean los engañados, para que la contemplen los egoístas y los perversos que no quieren oir los lamentos del pueblo que su-fre, los ayes de las madres que perdieron a sus hijos, los gritos de rabia de los luchadores que no quieren ver, que no verán, destruidos sus anhelos de liber-tad y su glorioso ensueño de redención para los suyos.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Campamento revolucionario
Milpa Alta, agosto de 1914
El General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata.
Generales: Eufemio Zapata, Francisco V. Pacheco, Genovevo de la O, Amador Salazar, Francisco Mendoza, Pedro Saavedra, Aurelio Bonilla, Jesús H. Delga-do, Julián Blanco, Julio A. Gómez, Otilio E. Montaño, Jesús Capistrán, Fran-cisco M. Castro. S. Crispín Galeana, Fortino Ayaquica, Francisco A. García, Mucio Bravo, Lorenzo Vázquez, Abraham García, Encarnación Díaz, Lic. Anto-nio Diaz Soto y Gama, Reynaldo Lecona.
Coroneles: Santiago Orozco, Jenaro Amezcua, José Hernández, Agustín Cor-tés, Trinidad A. Paniagua, Everardo González, Vicente Rojas.
Manifiesto al pueblo
El pueblo mexicano ha sido constantemente engañado por sus gobernantes, y lo que es peor, por hombres que llamándose sus caudillos, han sido los prime-ros en traicionarlo, una vez conseguida la victoria. Unos y otros le han im-puesto enormes sacrificios y han tenido que contraer onerosos e indignos compromisos con los potentados de la República o del extranjero, para hacer frente a la necesidad de adquirir cantidades fabulosas de dinero, armas y toda clase de elementos de guerra, con ayuda de los cuales han pretendido conte-ner, aunque en vano, el empuje arrollador de las multitudes, ansiosas de tie-rra, de libertad y de justicia.
La revolución del sur, siempre pura y altiva, jamás ha ido a humillarse ante un gobierno extranjero, para solicitar como un mendigo, armamento, parque o recursos pecuniarios, y sin embargo, teniendo que luchar con un enemigo do-tado de poderosos elementos, debido al favor de los extraños, ha conseguido arrebatarle palmo a palmo, y en lucha desigual, una vasta zona del territorio de la República.
Nuestras tropas dominan hoy, merced al heroico e incontenible esfuerzo de los hijos del pueblo, en los Estados de Morelos, Guerrero, Puebla, Veracruz, Méxi-co, Querétaro, Guanajuato y Michoacán, en todos los cuales el enemigo sólo es dueño, en posesión precaria, de las capitales y de las vías férreas; excepción hecha de los Estados de Morelos y Guerrero, de donde el enemigo ha sido des-alojado totalmente.
Las derrotas y los reveses se suceden contra el carrancismo uno y otro día, en el norte, tanto como en el centro y en el sur; las defecciones de los suyos son cada vez más numerosas y más significativas; la desbandada ha empezado y adquiere a cada momento mayores proporciones, grandes partidas y cuerpos enteros desertan o se rinden a nuestras fuerzas, o pasan a incorporarse en las filas de nuestros hermanos, los bravos luchadores del norte.
Sumando todos estos síntomas al absoluto desprestigio de la odiada facción, indican que el organismo carrancista ha entrado en plena descomposición y que su agonía se acerca a toda prisa.
Es por lo mismo, un deber para el Ejército Libertador, formular ante el país, franca y solemnemente, el programa de acción que se propone desarrollar una vez obtenido el triunfo.
Afortunadamente, los errores y los fracasos del carrancismo, bien visibles por cierto, nos marcan con toda precisión el camino, y ahorrarán a la nación el espectáculo de nuevos y formidables desaciertos.
Fresco todavía en nuestra memoria, el recuerdo de cómo se inició la catástrofe financiera del carrancismo, nosotros no incurriremos por ningún motivo en la infamia de explotar miserablemente a ricos y pobres, declarando de circula-ción forzosa determinado papel moneda, para en seguida desconocerlo sin el menor respeto para la palabra empeñada y los compromisos contraídos.
La cuestión del papel moneda es problema resuelto ya por la experiencia de los siglos. Su emisión produjo en época pasada una tremenda bancarrota en
Inglaterra, la provocó aún mayor en la República francesa, durante la Gran Revolución, e idéntico desastre originó no hace muchos años, cuando los Es-tados Unidos y la Argentina intentaron la misma aventura, para hacer frente a dificultades económicas análogas a las nuestras.
Sabemos también que mientras persista la actual organización económica so-cial del mundo, es un absurdo atentar contra la libertad del comercio, como lo ha hecho en forma brutal el carrancismo, reduciendo a prisión y sacando a la vergüenza pública a pacíficos comerciantes que se defendían contra las medi-das gubernativas. No hemos de ser nosotros, ciertamente, los que cometamos la torpeza de agravar con esos procedimientos, la carestía de todos los artícu-los y la miseria para las clases populares, siempre más castigadas que la gente pudiente, en las épocas de las grandes crisis.
El carrancismo ha implantado el terror como régimen de gobierno, y desplega-do a los cuatro vientos, el odioso estandarte de la intransigencia contra todos y para todo. Nuestra conducta será muy distinta: comprendemos que el pue-blo está ya cansado de horripilantes escenas de odio y de venganza, no quiere ya sangre inútilmente derramada, ni sacrificios exigidos a los pueblos por el sólo deseo de dañar, o simplemente para satisfacer insaciables apetitos de ra-piña.
La nación exige un gobierno reposado y sereno, que dé garantías a todos y no excluya a ningún elemento sano, capaz de prestar servicios a la revolución y a la sociedad. Por lo tanto, en nuestras filas daremos cabida a todos los que de buena fe pretendan laborar con nosotros, y a este fin, el Cuartel General a mi cargo, ha expedido ya una amplia Ley de Amnistía, para que a ella se acojan los engañados por las patrañas del Primer Jefe, y en general los hombres que por inconsciencia o por error hayan prestado su concurso para sostener la presente disctadura, que a todos ha mentido y no ha logrado satisfacer las aspiraciones de nadie. Díganlo, si no, la renuncia de Cándido Aguilar y la se-paración o el alejamiento de tantos otros jefes que sucesivamente han ido abandonando el carrancismo, para dedicarse a la vida privada o lanzarse a la revolución.
Nuestra obra será, pues, ante todo, una labor de unificación y de concordia. Seremos intransigentes y radicales, solamente en lo que atañe a la cuestión de principios; pero fuera de allí, nuestro espíritu estará abierto a todas las simpa-tías, y nuestra voluntad pronta a aceptar todas las colaboraciones, si son hon-radas y se muestran sinceras.
Unir a los mexicanos por medio de una política generosa y amplia, que de ga-rantías al campesino y al obrero, lo mismo que al comerciante, al industrial y al hombre de negocios; otorgar facilidades a todos los que quieran mejorar su porvenir y abrir horizontes más vastos a su inteligencia y a sus actividades; proporcionar trabajo a los que hoy carecen de él; fomentar el establecimiento de industrias nuevas, de grandes centros de producción, de poderosas manu-facturas que emancipen al país de la dominación económica del extranjero; llamar a todos a la libre explotación de la tierra y de nuestras riquezas natura-les; alejar la miseria de los hogares y procurar el mejoramiento intelectual de los trabajadores creándoles más altas aspiraciones, tales son los propósitos que nos animan en esta nueva etapa que ha de conducirnos, seguramente, a la realización de nobles ideales, sostenidos sin desmayar durante seis años, a costa de los mayores sacrificios.
La nación lo sabe perfectamente. Nuestra lucha es únicamente contra los lati-fundistas, esos despiadados explotadores del trabajo humano, que han impe-dido a la raza indígena salir de su letargo, y han provocado sistemáticamente la carestía de las cosechas, la miseria periódica y el hambre endémica en nuestro país, cuyo suelo debiera alimentar pródigamente a sus hijos y que hasta aquí sólo ha podido sostener a una endeble nación de famélicos.
Cumplir el Plan de Ayala es nuestro único y gran compromiso, allí radicará toda nuestra intransigencia. En todo lo demás nuestra política será de tole-rancia y atracción, de concordia y de respeto para todas las libertades.
Como tantas veces lo hemos dicho y no cesaremos de repetirlo, la revolución la ha hecho el pueblo, no para ayudar a los ambiciosos ni para satisfacer deter-minados intereses políticos, sino por estar ya cansado de una situación soste-nida por todos los gobiernos durante siglos, y en la que se le negaba hasta el derecho de vivir, hasta el derecho de poseer el más mínimo pedazo de tierra que pudiera proporcionarle el sustento, con lo que se le condenaba, de hecho, a ser un esclavo en su propia patria, o un miserable pordiosero en la misma sociedad que lo viera nacer.
Por esta necesidad de vivir como hombre libre, por ese imperioso derecho de poseer una tierra que sea suya, ha luchado y luchará hasta el fin el pueblo mexicano.
Los que hasta aquí han estorbado su triunfo han sido y son los caudillos am-biciosos que, diciéndose directores de la revolución, la han hecho fracasar momentáneamente y han provocado la prolongación de la lucha, al negarse a dar al pueblo lo que pide y lo que tendrá, a pesar de todas las intrigas y de todas las miserias de la política.
Firmes, pues, en nuestro propósito de hacer triunfar la causa de la justicia y deseosos de que todos vean la honradez y la seriedad con que la revolución procede, cuidemos en esta vez, con mayor empeño que las anteriores, de otor-gar amplias y cumplidas garantías a la población pacífica, cuyos intereses, personas y familias serán escrupulosamente respetados. Nuestro mayor orgu-llo consistirá en aventajar a nuestros enemigos en cultura, en dar ejemplo a todas las facciones y en ser los primeros en inaugurar una era de completo orden, de positiva libertad y de amplia y verdadera justicia.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Cuartel General de la Revolución
Tlaltizapán, Morelos, 20 de abril de 1917
El General en Jefe, Emiliano Zapata
A los revolucionarios de la República
Tiempo es ya de percibir la verdad y aceptarla honradamente.
El maquiavelismo de Carranza y de algunos de sus conocidos consejeros, ha logrado mantener dividos a los revolucionarios y empujar a los unos contra los otros.
Con bien premeditada insidia, Carranza trató de hacer creer a una buena par-te del pueblo mexicano, que eran y son reaccionarios y por lo mismo partida-rios del retroceso, los campesinos que piden tierras, los indígenas que claman por la redención de su raza, los hombres del campo que valerosamente pug-nan por sacudir el yugo secular del cacique y del hacendado; en una palabra, los luchadores todos que irguiendo como bandera el Plan de Ayala, se esfuer-zan por destruir, aunque sea a costa de sus vidas, la más ominosa de las tira-nías que la humanidad ha conocido: la tiranía del señor feudal sobre los sier-vos de la gleba.
Parapetado en esta criminal mentira y ayudado por esa pérfida propaganda, logró Carranza hasta hace poco tener extraviada a la opinión y producir un cisma en el campo revolucionario.
Hombres que en el fondo abrigaban los mismos ideales, se vieron divididos y formando parte de bandos opuestos. Sobrevino la pugna, y los revolucionarios de las ciudades, cegados muchos de ellos por el funesto error, se lanzaron co-léricos sobre los revolucionarios de los campos. Los que pedían reformas obre-ras, legislación progresista, libertad de sufragio, supresión de monopolios, re-visión de concesiones gubernativas, iban en contra de los que por su parte pugnaban por la destrucción del peor de todos los monopolios, el de la tierra, y por la abolición de la más monstruosa de las concesiones, la de explotar inde-finidamente y por los siglos de los siglos, a un rebaño de hombres uncidos al yugo de la hacienda, y cuya esclavitud pasaba y pasa de padres a hijos, a ma-nera de abominable herencia que es oprobio y mengua para nuestra civiliza-ción.
Tres años de lucha, tres años de sangrientos conflictos, en medio de los cuales han estado a punto de perecer los principios revolucionarios, son por sí solos demasiado elocuentes, constituyen ya una experiencia bastante dolorosa, para que sea permitido perseverar en el error.
Con Carranza va la revolución al abismo. Sin Carranza, que es el estorbo, se obtendrá la unificación revolucionaria, y con ella el triunfo definitivo, la an-helada victoria del ideal reformista.
Carranza ha exhibido con demasiada claridad su traición a los principios pro-clamados, para que sea posible que cualquier hombre honrado vacile.
Ha devuelto los bienes confiscados, ha reconstruido el latifundismo, ha con-culcado el sufragio, ha impuesto gobernadores, ha inaugurado una era de es-candaloso nepotismo y lo que es peor, por medio de la falsificación de las elec-ciones municipales y de su absoluto dominio sobre los gobernadores, prepara
la formación de cámaras legislativas que ciegamente obedezcan su voluntad y acaten sin vacilar sus consignas.
Cada día que pasa, hace el nuevo dictador un nuevo progreso en la vía del despotismo y del gobierno absoluto. Por eso los que hasta aquí le han sosteni-do han acabado por ver claro en sus manejos, han descubiero el fondo de sus intenciones y no pueden ya honradamente hacerse cómplices, por su inacción o por su indiferencia, del inevitable advenimiento de un régimen dictatorial, tan oprobioso o más que el antiguo, cuya creación elabora Carranza, sin disi-mular poco o mucho sus procedimientos.
Por esta razón, los hombres que no ha mucho se mostraban como los más adictos de Carranza y los mejor dispuestos a sostenerlo, reparan hoy su falta y abandonan al traidor. Así lo han hecho los Generales Francisco Coss, Luis Gutiérrez, Lucio Blanco, Dávila Sánchez y varios otros, como es bien sabido por toda la República.
El varonil ejemplo de esos jefes plantea ante la conciencia de sus compañeros de armas, este ineludible dilema: o con Carranza, para acompañarlo hasta la ignominia, haciéndose solidario de su traición; o contra Carranza, para salvar los principios, y con ellos a la República, que se debate y se desangra en una lucha inacabable y estéril.
La unificación revolucionaria se impone, y para lograr ese propósito, para con-seguir el acercamiento de las facciones hoy en pugna, hace falta tan solo que los revolucionarios de los diversos bandos, cumplan con el deber que la situa-ción imperiosamente marca: eliminar la personalidad de Carranza, que ha traicionado a la revolución y que ha provocado la justa rebeldía de muchos millares de revolucionarios que jamás transigirán con él ni aceptarán su des-potismo.
Las bases de esa unificación son perfectamente claras: además de la impres-cindible aceptación de las reformas agrarias exigidas por el pueblo campesino y consignadas en el Plan de Ayala, que es su bandera, los jefes revolucionarios de todo el país señalarán de común acuerdo las reformas políticas o sociales que son necesarias en materia de administración de justicia, en la cuestión obrera, en el sistema electoral y en la parte necesaria para la adopción del sis-tema del parlamentarismo, no menos que en las concernientes a la libertad municipal, al régimen hacendario, a la revisión de concesiones, a la responsa-bilidad oficial y a otros muchos importantísimos asuntos.
En cuanto al nombramiento de presidente provisional de la República, será hecho a mayoría de votos, por los jefes revolucionarios del país, en junta que se celebrará al efecto.
Sobre la base del común acuerdo y llevando por norma la sinceridad y la hon-radez, la revolución agraria invita a todos los verdaderos revolucionarios de la República, cualquiera que sea su actual filiación política a consumar la magna obra de la unificación revolucionaria, cuya trascendencia y necesidad todos sentimos.
Al obrar así el sur no hace más que ser consecuente consigo mismo y con su anterior conducta, pues hace ya tres años, en los momentos en que la con-tienda era más encarnizada, propuso también a los bandos combatientes el
término de la lucha, y señaló desde entonces, como único obstáculo para la concordia, la permanencia de Carranza en el poder.
Sin variar, pues, de conducta, y sí afirmándola una vez más, los revoluciona-rios del sur reiteran su cordial invitación a todos los que sientan como ellos el ideal revolucionario, y haciendo formal apelación a su honor y a su patriotis-mo, exhortan a todos aquellos que hasta aquí han sido engañados por Carran-za a volver a las filas de la verdadera revolución, de la auténtica, de la que si-gue sosteniendo las reivindicaciones de 1910, de 1911 y de 1913, a efecto de que unidos todos por la fraternidad y por el esfuerzo, realicemos la labor que nos hemos impuesto, de cumplir al pueblo lo que tenemos ofrecido y que los tiranos una y otra vez nos han impedido otorgarle: tierra, justicia y libertad, paz, prosperidad y trabajo.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Cuartel General
Tlaltizapán, Morelos, 27 de diciembre de 1917
El General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata
Al pueblo
El instinto popular no se halla engañado, la intuición campesina tenía razón. Carranza, hombre de antesalas, legítima hechura del pasado, imbuído de las enseñanzas de la corte porfirista, acostumbrado a ideas y prácticas de servi-lismo y de aristocrácia, entendiendo por política el arte de engañar y conside-rando como el mejor de todos los gobernantes el que con más seguridad sepa imponer su voluntad omnímoda; Carranza el anticuado, Carranza el vetusto, no estaba en condiciones de comprender los tiempos nuevos y las nuevas as-piraciones.
Imposible que él, formado sobre los moldes porfirianos, encarnase las ideas de una juventud deseosa de reformas; y más inconcebible todavía y más absurdo, que él llegara a ser el intérprete y el representante de esa fogosa generación que llena de confianza en sí misma, se levantó en 1910 y volvió a erguirse en 1913, sacudiendo yugos, rechazando preocupaciones, imponiendo principios, arrasando aquí desigualdades, derribando allá exclusivismos, y clamando por el advenimiento de una nueva era que diese justicia y libertad a los oprimidos, y enérgica y virilmente refrenase los abusos, las invasiones y las ansias de dominio de esa audaz oligarquía de acaudalados que protegiera Porfirio Díaz.
El desengaño tenía que venir, y vino, para los que creyeron en la honradez del ex-gobernador de Coahuila.
Carranza terrateniente y rapaz, devolvió a poco andar los bienes confiscados y reconstruyó el latifundismo que la revolución con sus garras de acero había hecho polvo.
Carranza, discípulo de Porfirio Díaz, no ha tardado en instaurar un nuevo despotismo, en que se reproducen los procedimientos puestos en práctica por la vieja dictadura.
Carranza, ambicioso y egoísta, ha pretendido convertir en canonjías para los suyos, en negocios lucrativos y en personalismos odiosos las conquistas de una revolución que era y es enemiga de toda burocracia, que proclamó liber-tades y vía libre para la gran masa de postergados, y que en sus anhelos gene-rosos, excluye todo favoritismo y va a chocar contra todo privilegio de casta, de facción o de camarilla.
Las imposiciones de gobernadores y los chanchullos electorales han sido y son cosa corriente. Hemos visto al yerno del llamado presidente de la República, ser impuesto como gobernador de Veracruz; a su ex-Jefe de Estado Mayor, ser designado autocráticamente para gobernador constitucional de San Luis Poto-sí y a uno de sus ex-secretarios particulares, ser elevado en medio de la gene-ral protesta, a la gubernatura de Coahuila; sin más méritos de todos ellos que los de haber sido lacayos del actual dictador.
De los principios revolucionarios nada queda en pie. Las tierras no se han re-partido, los campesinos no han sido emancipados, la raza indígena continúa irredenta.
Y como la inmensa mayoría de los revolucionarios han sido y son revoluciona-rios, y siguen creyendo en un principio de libertad, la indignación ha estallado
y la rebelión ha ido creciendo. Si ayer -en 1915- abarcaba seis o siete Estados, hoy el movimiento insurreccional contra Carranza domina toda la República no hay un rincón en ella donde no palpite el alma de la revolución, de la ver-dadera, de la indomable, de la incorruptible, de la que ha entusiasmado a to-das las almas y sacudido todos los espíritus, desde la etapa inicial de 1910, y que obstruccionada unas veces y traicionada otras, ha seguido y seguirá arro-lladoramente su curso, hasta que sean una realidad tangible todas y cada una de sus reivindicaciones.
Unificación revolucionaria mediante la eliminación de Carranza, tal es la co-mún aspiración de todos los revolucionarios de verdad.
Así lo han comprendido, así lo sienten aún los que en un principio creyeron en Carranza y fueron sus partidarios o sus amigos.
Francisco Coss, el jefe coahuilense que en 1914 fue el primero en desconocer a la Convención y protestar su adhesión a Carranza; Luis Gutiérrez, el conoc-dio General que siguió siendo adicto al Primer Jefe, aú después de que la Con-vención hubo nombrado presidente provisional de la República a su propio hermano, Eulalio Gutiérrez; Dávila Sánchez, Lucio Blanco y muchos otros connotados defensores del carrancismo, han sabido volver por los fueros de su honor como revolucionarios, y se han declarado ya en abierta rebeldía contra el hombre que villanamente los engañara.
Carranza, aborrecido por la opinión y abandonado por los suyos, a quienes miserablemente ha mentido, se debate angustiosamente en una asfixiante at-mósfera de desprestigio y de impopularidad. Lo odia el pueblo, porque ha sido el causante de la miseria, del hambre y de la falta de trabajo; lo abominan los hombres de empresa, porque se ha mostrado incapaz de dar garantías y con su obcecación ha impedido el aseguramiento de la paz; lo maldicen los campe-sinos, porque les ha arrebatado las tierras de sus mayores para entregarlas a los latifundistas; reniegan de él los obreros, porque ha atropellado el derecho de huelga, porque pone obstáculos a la libre discusión de los temas sociales y patrocina sin escrúpulos los más odiosos atentados del militarismo.
Los candidatos derrotados por causa de las consignas oficiales, los ciudadanos que vieron burlado su voto en los comicios, los revolucionarios injustamente postergados, los luchadores de buena fe que han presenciado el derrumbe de sus creencias y han ido a chocar contra el hecho brutal de la dictadura. To-dos, militares y civiles, reformadores sociales y simples demócratas liberales y socialistas, hombres de acción y enamorados platónicos del ideal revoluciona-rio; unos y otros, ante el desastre sufrido por los principios, ante los atropellos de la soldadesca, ante las bellacas imposiciones de gobernadores y caciques, ante la eliminación de los elementos sanos y la invasión de los puestos públi-cos por un Macias, un Palavicini, un Rafael Nieto, un Gerzayn Ugarte o un Luis Cabrera, protestan airados contra los autores de semejante desconcierto, y en nombre de la patria amenazada de muerte, prescinden ya de criminales personalidades y buscan anhelantes la suprema esperanza de salvación: La unificación de todos los elementos revolucionarios, la unión en apretado haz de todas las personalidades fuertes y honradas de la política reformista, para fundar la paz nacional sobre la eliminación de la odiosa figura de Carranza y sobre el cordial acercamiento de todos los hombres de pecho sano y voluntad justa que quieran colaborar en la obra inmensa, pero gloriosa, de la refundi-ción de la patria en los nuevos moldes de la encarnación revolucionaria.
En momentos tan críticos como decisivos para el porvenir de la República, la revolución agraria invita a un esfuerzo común, contra el déspota, a todos los verdaderos revolucionarios del país, a todos los hombres que anhelan la emancipación del obrero y del campesino, a los que tengan fe en los destinos de su pueblo, a los que desean para sus compatriotas una era de bienestar, de trabajo, de paz, pero también de trascendentales y necesarísimas reformas.
A todos los mexicanos amantes del progreso de su país y de la redención de los que han hambre y sed de justicia, los exhorta la revolución defensora del Plan de Ayala, a combinar sus esfuerzos, su propaganda, sus capacidades y sus energias de combate para emplearlas contra el funesto personaje que sin más apoyo que su capricho, es hoy por hoy el único estorbo para el triunfo de los ideales reformistas y para el restablecimiento de la paz nacional.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Cuartel General de la Revolución
Tlaltizapán, Morelos, 27 de diciembre de 1917
El General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata
A los obreros de la República ¡Salud!
Hermanos de las ciudades, venid al encuentro de vuestros hermanos de los campos; hermanos del taller, venid a abrazar a vuestros hermanos del arado; hermanos de las minas, del ferrocarril, del pueblo, salvad a los ríos, las mon-tañas, los mares y confundid vuestro anhelo de libertad con nuestro anhelo, vuestra ansia de justicia con nuestra ansia.
¡Obreros de Puebla, de Orizaba, de Monterrey, de Guanajuato, de Cananea, de Parral, de Pachuca, del Ebano, de Necaxa, obreros y operarios de las fábricas y de las minas de la República, acudid a nuestro llamado fraternal, ayudadnos con el empuje valiente de vuestro esfuerzo; que ya cruje, que ya se bambolea esa armazón de la tiranía carrancista que, cimentada en el fango de la infiden-cia, forjada en la fragua de las ambiciones y amarrada con los reptiles inmun-dos de la impostura y de la perfidia, quiso un día erguirse a la faz del mundo, como el edificio grandioso de las conquistas de la revolución reivindicadora de nuestros derechos a la vida!
Falaz y artero el carrancismo, esa burguesía uniformada de amarillo y ceñida de cananas, vistió ayer apenas la blusa noble del taller y fingió tenderos la mano; su voz se tornó halagüeña y compasiva, y, con el timbre de la elocuen-cia libertaria entonó con vosotros el himno de las reivindicaciones obreras. carecíais de pan para vuestros hijos: con una mano -mano oculta entre som-bras-, cerró los talleres que aún estaban abiertos; con la otra -¡generosamente tendida!- os ofreció a cambio de vuestra sangre el mísero haber del soldado, a cambio del yugo del capataz, del patrón, la férrea disciplina; a cambio del ta-ller alumbrado, la obscura noche del cuartel … y con la misma mano -¡siempre generosa!- os ungió en nombre de Carranza, ¡soldados de la Revolución! La lucha os vió gloriosos en el combate, vuestros batallones fueron citados en la orden del día; luchasteis con el denuedo del que lucha por disipar las sombras del presente, con el ansia del que pugna por ver la aurora del mañana.
El desengaño fue cruel y no se hizo esperar. En vez de la ayuda prometida a vuestros sindicatos, vino la imposición gubernativa, exigente y tiránica; se quiso hacer del obrero la criatura dócil del gobierno, para preparar cuando la farsa de las elecciones llegara, la exaltación al poder de los paniaguados del carrancismo; es decir, se quiso hacer un arma que sirviera de apoyo a la tira-nía y a su aliado el capital, nada menos que de los sindicatos, es decir, de las agrupaciones creadas para defender el trabajo contra las expoliaciones y abu-sos de ese mismo capital, y por haber querido resistir a esa presión gubernati-va, vosotros, lo sabéis, el carrancismo llegó a donde el mismo Huerta no llega-ra, a cerrar vuestra casa, vuestro templo de libertades, ¡la Casa del Obrero! No fue todo, bien lo sabéis; cuando la huelga vino, se os negó el derecho de huel-ga: en vez de hacerlo los patrones, Carranza os impuso sus condiciones, de acuerdo, claro, con ellos. Y como si no fuera bastante, ¡a los que protestaron, la prisión!; como si no fuera demasiado, ¡a los que resistieron, el cadalso! ¿Queréis más? ¿Queréis mayor infamia?
No; vosotros no podéis estar con vuestros enemigos. Vuestras reclamaciones son parecidas a las nuestras. Exigís aumento de jornal y reducción de horas de trabajo, es decir, mayor libertad económica, mayor derecho a gozar de la vida; es lo que nosotros exigimos al proclamar nuestros derechos a la tierra. Solo que, menos tiranizados que nosotros creisteis encontrar en el pacifico
sindicato, la fórmula infalible que pusiera remedio a vuestros males; en tanto que nosotros no pudimos ni debimos pensar sino en las armas, en la rebelión abierta contra los conculcadores de nuestros derechos; porque cuando el oprimido no es dueño ni aún de lamentar su suerte, cuando la misma justísi-ma protesta contra sus verdugos es ahogada, al formularse apenas en su gar-ganta; entonces no queda a este oprimido, otro camino digno ni otro gesto re-dentor, que el de esgrimir las armas, proclamando vencer o morir; morir pri-mero, antes de continuar más tiempo siendo esclavo.
Tras seis años de tremenda lucha infatigable, la aurora del triunfo se colum-bra por fin; el carrancismo, el más pérfido de los disfraces que la burguesía ha revestido en nuestro país; el carrancismo, desenmascarado y podrido de preto-rianismo, marcha a su ruina. El triunfo, pues, de nuestros principios, de los consignados en el Plan de Ayala, se acerca; a vosotros, obreros, os toca acele-rarlo, poniendoos de nuestra parte.
Que las manos callosas de los campos y las manos callosas del taller se estre-chen en saludo fraternal de concordia; porque en verdad, unidos los trabaja-dores, seremos invencibles, somos la fuerza y somos el derecho; ¡somos el ma-ñana!
¡Salud, hermanos obreros, salud, vuestro amigo el campesino os espera!
Tlaltizapán, Morelos, 15 de marzo de 1918
Emiliano Zapata
Manifiesto al pueblo mexicano
Estrechamente unidos por el ideal común y por la necesidad de conservar in-cólumes los principios, amenazados de muerte por la tiranía de Carranza, no menos que por las acechanzas e intrigas de la reacción; creemos que el prime-ro y más alto de nuestros deberes es corresponder a la confianza que el pueblo mexicano ha depositado en nosotros, al encomendar a nuestras armas la de-fensa de sus libertades y el logro efectivo de sus reivindicaciones. Ha llegado, por lo mismo, el momento de formular ante él nuestra profesión de fe, clara y precisa, y de hacer franca manifestación de nuesros anhelos y de nuestros propósitos.
¿A dónde va la revolución? ¿Qué se proponen los hijos del pueblo levantados en armas?
La revolución se propone: redimir a la raza indígena, devolviéndoles sus tie-rras, y por lo mismo, su libertad; conseguir que el trabajador de los campos, el actual esclavo de las haciendas, se convierta en hombre libre y dueño de su destino, por medio de la pequeña propiedad; mejorar la condición económica, intelectual y moral del obrero de las ciudades, protegiéndolo contra la opresión del capitalista; abolir la dictadura y conquistar amplias y efectivas libertades políticas para el pueblo mexicano.
Tal es en esencia el programa de la revolución pero para desarrollarlo, para fijar puntos de detalle, para obtener la solución adecuada a cada probema y para no olvidar las condiciones especiales de ciertas comarcas o las peculiares necesidades de determinados grupos de habitantes, es preciso contar con el acuerdo de todos los revolucionarios del país y conocer la opinión de cada uno de ellos.
En cada región del país se hacen sentir necesidades especiales y para cada una de ellas hay y debe habe soluciones adaptables a las condiciones propias del medio. Por eso no intentamos el absurdo de imponer un criterio fijo y uni-forme, sino que al pretender la mejoría de condición para el indio y para el proletario -aspiración suprema de la revolución-, queremos que los jefes que representen los diversos Estados o comarcas de la República, se hagan intér-pretes de los deseos, de las necesidades y de las aspiraciones de la colectivi-dad respectiva, y de esta suerte, mediante una mutua y fraternal comunica-ción de ideas, se elabore el programa de la revolución, en el que estén conden-sados los anhelos de todos, previstas y satisfechas las necesidades locales y sentado sólidamente el cimiento para la reconstrucción de nuestra nacionali-dad.
A la inversa de Carranza, que ha impuesto su arbitrariedad y su personalidad mezquina sobre la conciencia revolucionaria, nosotros pretendemos que ésta sea la que haga valer, la que impere, la que regule y domine los destinos de la patria ante la cual desaparezcan las pequeñas ambiciones y los bastardos in-tereses.
Y para evitar que una nueva facción exclusivista o nuevos personajes absor-bentes ejerzan preponderancia o influencia excesiva sobre el resto de la revo-lución, hemos acordado adoptar el siguiente procedimiento, de aplicación fácil y sencilla: al ocupar las fuerzas revolucionarias la capital de la República se
celebrará una junta a la que concurrirán los jefes revolucionarios de todo el país, sin distinción de facciones o banderías. En esa junta se cambiarán im-presiones, harán valer su opinión todos los revolucionarios, y cada cual mani-festará cuáles son sus especiales aspiraciones, y cuáles las necesidades pro-pias en la región en que opere.
En esa junta, por lo tanto, se dejará oír la voz nacional, la voz del pueblo re-presentado de pronto por sus hijos levantados en armas; en tanto que estable-cido el gobierno provisional revolucionario, puede el Congreso de la Unión, como órgano auténtico y genuino de la voluntad general, resolver concienzu-damente los problemas nacionales.
Los jefes que asistan a la junta, expresarán los puntos o principios que cada cual quiera ver convertidos en leyes o elevados al rango de preceptos constitu-cionales, una vez constituido el gobierno emanado de la revolución. Allí tam-bién, por acuerdo de todos (y no por la voluntad de un solo hombre o de un solo grupo, como ha pretendido el carrancismo), se formará el gobierno provi-sional, compuesto de hombres conscientes y honrados que satisfagan las aspi-raciones revolucionarias, y al frente de los cuales deberá funcionar como jefe de Estado, un civil, designado y apoyado sinceramente por todos los elementos militares.
Reforma agraria, reivindicaciones obreras, purificación y mejoramiento de la administración de justicia, constitución de las libertades municipales, implan-tación del parlamentarismo como sistema salvador del gobierno, abolición del caudillaje en todas sus formas, perfeccionamiento de los diversos ramos de la legislación para que responda a las necesidades de la época y a las exigencias crecientes del proletariado de la ciudad y del campo; todo esto seriamente me-ditado, y discutido amplia y libremente por todos, formará la médula y el alma del programa revolucionario, la base y el punto de partida para la reconstruc-ción nacional.
A esta obra de patriotismo y de concordia, de fraternidad y de progreso, sólo los ambiciosos podrán eximirse de colaborar, sólo podrán negarse los que pre-tendan imponer su voluntad sobre la de los demás, los que quieran valerse de la revolución para satisfacer miras personales, o para realizar propósitos de medro, de lucro o de venganza.
Pero los que vemos por encima de nuestras pasiones el bien de la causa, y más alto que cualquiera ambición el interés supremo de la República, com-prendemos muy bien que ya es tiempo de unirnos y de entendernos. Ha llega-do la hora de que surja la paz de la victoria, la paz que sigue al triunfo; ya hace falta que vuelva la tranquilidad a los hogares, se cultiven los campos, se trabajen las minas, abran sus puertas los talleres, nazca el crédito nacional y francamente se encarrilen las actividades del país por las vías del progreso.
Estorba Carranza el ambicioso, y hay que derribarlo. Perjudican los antiguos rencores, las torpes desconfianzas, las pasiones vulgares, y hay que suprimir-las, hay que borrarlas.
Sobre la unión de todos los revolucionarios, militares o civiles (siempre que unos y otros sean honrados), sobre el cordial acercamiento de todas las volun-tades, sobre el mutuo y libre acuerdo de todas las inteligencias, debemos ba-sar el triunfo de nuestros ideales y la reconstrucción de la patria mexicana.
Al emprender esta obra unificadora, no podemos ni debemos olvidar a los compañeros descarriados, a los que, víctimas del engaño de Carranza, perma-necen aún a su lado, defendiendo tendencias que no son las suyas y soste-niendo a una personalidad que los vende y los traiciona.
Invitamos, pues, a la concordia y a la unión a todos los luchadores de buena fe, que desengañados ya de Carranza y convencidos de su falsía, estén dis-puestos a volver al campo de la lucha y a unirse a los que combatimos porque sean una verdad las promesas de redención hechas al pueblo y que es preciso cumplir, aunque sea a costa de nuestra vida.
Y para que haya un documento en que conste nuestro solemne compromiso de cumplir y hacer cumplir las bases anteriores, estampamos al pie del presente nuestras firmas, con las que empeñamos nuestra dignidad de hombres y nuestro honor de revolucionarios.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Tlaltizapán, Morelos, 23 de abril de 1918
El General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata
Llamamiento patriótico a todos los pueblos engañados por el llamado go-bierno de Carranza
Ejército Libertador de la República Mexicana
Cuartel General
El Cuartel General a mi cargo, siempre deseoso de encarrilar a los pueblos por el sendero de la libertad, del bienestar y del progreso y procurando siempre arrancarles la venda del obscurantismo y del error que pudiera extraviarlos y hacerlos caer una vez más entre las férreas cadenas de la esclavitud y de la más degradante miseria, hoy a estimado de su deber dirigirse a todos los habi-tantes de todas las poblaciones que actualmente asumen una actitud hostil a la revolución, con el fin de persuadirlos a que depongan esa conducta y fran-camente se unan a la causa popular, desligándose en absoluto del vandálico y nefasto bando carrancista.
El movimiento revolucionario se ha iniciado y ha sostenídose, a no dudar, pa-ra bien de la clase humilde del país, y ésta ya ha saboreado los frutos que trae consigo la revolución. El Cuartel General que me honro en dirigir, consecuente con los altos fines que se persiguen, en todo tiempo se ha preocupado porque los pueblos y demás comunidades comprendidas en la zona dominada por el Ejército Libertador, goce de todas clase de garantías en sus personas e inter-eses, y al efecto, ha expedido las disposiciones conducentes, entre las cuales se encuentra la circular del 31 de mayo de 1916, que permite a los vecinos de cada lugar armarse y organizarse para defenderse de los malhechores y de los malos revolucionarios.
Los pueblos, correspondiendo a los nobles y benéficos procedimientos del Cuartel General, lejos de volver sus armas en contra de la gran revolución agraria, deben por su propia conveniencia secundarla, uniéndose a ella, pro-curando a lo menos ayudarla con elementos de vida, pues que los soldados libertadores para su subsistencia necesitan el auxilio de los pacíficos o no combatientes. La circular antes citada, a la vez que se propone otorgar am-plias y cumplidas garantías, a toda persona, le crea obligaciones imprescindi-bles, sólo mientras dure el estado de guerra; estas leves cargas son perfecta-mente soportables, puesto que los pueblos hoy por hoy, están relevados de toda contribución, lo mismo que exentos de pagar toda renta por el cultivo de tierras.
Por otra parte, las autoridades municipales y el vecindario de cada localidad, están en la obligación de no confundir la mala conducta de algún falso revolu-cionario con la del Cuartel General, transformando un asunto personal en cuestión relacionada con los intereses de la revolución; porque si es cierto que hay jefes desordenados e intemperantes, el Cuartel General en nada interviene a su favor, procediendo, al contrario, incontinenti, a reprimir cualquier aten-tado contra personas o intereses, estimando que un pueblo está en su derecho para obrar con energía respecto de algún militar abusivo, pero no así a opo-nerse al curso de la propia revolución.
Además, es preciso que los pueblos a que aludo se den cuenta de que el ca-rrancismo está próximo a derrumbarse y que en su caída arrastrará a muchos inocentes engañados. Así lo indican los acontecimientos que ocurren. Carran-za carece de dinero, de hombres y de toda clase de elementos, y lo que es peor todavía, de prestigio. Numerosos jefes antes adictos a su facción lo han aban-donado, indignados por los múltiples atropellos que ha cometido contra todas las libertades y contra todos sus derechos, y también porque ha faltado a to-dos sus compromisos. Las defecciones en sus filas se suceden a diario, y las sublevaciones están a la orden del día. Los Generales Francisco Coss, Luis y Eulalio Gutiérrez, Eugenio López y José María Guerra en Coahuila y Tamauli-pas; Cervera y Arenas en Puebla, los subordinados de Mariscal en Guerrero, José Cabrera en México, y otros muchos jefes en distintos puntos del país han desconocido a Carranza convencidos de la perfidia que es su norma, y de las traiciones que ha consumado; todos ellos se han adherido a la causa, trayendo un contingente de más de veintiocho mil hombres. Esto sin contar con el le-vantamiento de los Yaquis, sedientos de tierras en Sonora, la de los Coras y Huicholes en Tepic, la de los mineros en Santa Gertrudis, La Luz, Loreto y el Chico, pertenecientes a Hidalgo, y las de otros varios lugares de la República.
En la situación bamboleante que atraviesa, y previendo ya su derrocamiento en breve tiempo, el viejo hacendado de Cuatro Ciénegas, Venustiano Carranza, se ha valido del ardid más odioso y condenable para prolongar la vida de su llamado gobierno; ha empleado el engaño, haciendo creer a los incautos que la revolución está vencida, y que su regímen se consolidará; ha seducido a los pueblos o bien los ha obligado por la fuerza para que le presten su contingente de sangre como carne de cañón, prometiéndoles orden y garantías que no puede ni está dispuesto a hacerlas efectivas, puesto que sus chusmas, en su insaciable sed de rapiña, no han respetado ni honras ni vidas, ni tampoco in-tereses. Ofrece hoy garantías, para al día siguiente pisotearlas todas por medio de sus hordas de ladrones y asesinos, que no teniendo otra manera de vivir, no respetan ni la ropa desgarrada que porte el más desheredado de la fortuna.
Cuando el tirano ofrece garantías, abriga únicamente la intención de allegarse prosélitos, sirviéndole este ardid para embaucar ignorantes que mañana, al derrumbarse su mentado gobierno, le sirvan de barrera para huir cómoda-mente al extranjero, a disfrutar los dineros robados al pueblo mexicano, abandonando esa carne de cañón, a su propia suerte.
A mayor abundamiento, Carranza, en vez de satisfacer las aspiraciones nacio-nales resolviendo el problema agrario y el obrero, por el reparto de tierras o el fraccionamiento de las grandes propiedades y mediante una legislación am-pliamente liberal, en lugar de hacer esto, repito, ha restituido a los hacenda-dos, en otra época intervenidos por la revolución, y las ha devuelto a cambio de un puñado de oro que ha entrado en sus bolsillos, nunca saciados. Sólo ha sido un vociferador vulgar al prometer al pueblo libertades y la reconquista de sus derechos.
En cambio, la revolución ha hecho promesas concretas, y las clases humildes han comprobado con la experiencia, que se hacen efectivos esos procedimien-tos. La revolución reparte tierras a los campesinos, y procura mejorar la con-dición de los obreros citadinos; nadie desconoce esta gran verdad. En la región ocupada por la revolución no existen haciendas ni latifundios, porque el Cuar-tel General ha llevado a cabo su fraccionamiento en favor de los necesitados,
aparte de la devolución de sus ejidos y fundos legales, hecha a las poblaciones y demás comunidades vecinales. Por todo lo expuesto, hago un llamamiento fraternal y sincero a todos los pueblos arteramente seducidos por los carran-cistas, manifestándoles que aún es tiempo de que reflexionen madura y con-cienzudamente sobre su conducta y se convenzan de su error, volviendo sobre sus pasos y alistándose en el formidable partido revolucionario; bien entendi-dos de que el Cuartel General a mi mando, francamente está decidido a olvidar los hechos pasados y recibir con los brazos abiertos a los hijos de esos pue-blos, a los que ofrece solemnemente su mano amiga, y librar en consecuencia órdenes terminantes a los jefes militares del rumbo, a fin de que por ningún motivo los molesten tan pronto como cambien de actitud y se aparten abier-tamente del perverso y funesto grupo carrancista, resueltos a ayudar en algu-na forma a la sacrosanta causa del pueblo, sintetizada en el Plan de Ayala que es su enseña.
Conciudadanos: todavía es tiempo de que os alejéis del profundo abismo, to-davía es tiempo de que volváis al buen camino y dejéis a vuestros hijos la herencia más preciosa que es la libertad, sus derechos inalienables y su bien-estar; podéis aún legarles un nombre honrado que por ellos sea recordado con orgullo, con sólo ser adictos a la revolución, y no a la tiranía personificada de Carranza.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Tlaltizapán, Morelos, 22 de agosto de 1918
El General en Jefe, Emiliano Zapata
APENDICE
Plan de San Luis
Los pueblos, en su esfuerzo constante porque triunfen los ideales de la liber-tad y justicia, se ven precisados en determinados momentos históricos a reali-zar los mayores sacrificios.
Nuestra querida patria ha llegado a uno de esos momentos: una tiranía que los mexicanos no estábamos acostumbrados a sufrir, desde que conquistamos nuestra independencia, nos oprime de tal manera, que ha llegado a hacerse intolerable. En cambio de esta tiranía se nos ofrece la paz, pero es una paz vergonzosa para el pueblo mexicano porque no tiene por base el derecho, sino la fuerza; porque no tiene por objeto el engrandecimiento y prosperidad de la patria, sino enriquecer un pequeño grupo que, abusando de su influencia, ha convertido los puestos públicos en fuente de beneficios exclusivamente perso-nales, explotando sin escrúpulo las concesiones y contratos lucrativos.
Tanto el Poder Legislativo como el Judicial están completamente supeditados al Ejecutivo; la división de los poderes, la soberanía de los Estados, la libertad de los ayuntamientos y los derechos del ciudadano, sólo existen escritos en nuestra Carta Magna; pero de hecho, en México casi puede decirse que reina contantemente la ley marcial; la justicia, en vez de impartir su protección al débil, sólo sirve para legalizar los despojos que comete el fuerte; los jueces, en vez de ser los representantes de la justicia, son agentes del Ejecutivo, cuyos intereses sirven fielmente; las Cámaras de la Unión, no tienen otra voluntad que la del dictador; los gobernadores de los Estados son designados por él, y ellos, a su vez, designan e imponen de igual manera las autoridades municipa-les.
De esto resulta que todo el engranaje administrativo, judicial y legislativo, obedecen a una sola voluntad, al capricho del General Porfirio Díaz, quien en su larga administración, ha demostrado que el principal móvil que lo guía es mantenerse en el poder y a toda costa.
Hace muchos años se siente en toda la República profundo malestar, debido a tal régimen de gobierno, pero el General Díaz, con gran astucia y perseveran-cia, había logrado aniquilar todos los elementos independientes, de manera que no era posible organizar ninguna clase de movimiento para quitarle el po-der de que tan mal uso hacía. El mal se agravaba constantemente, y el decidi-do empeño del General Díaz de imponer a la nación un sucesor, y siendo éste el señor Ramón Corral, llevó ese mal a su colmo y determinó que muchos mexicanos, aunque carentes de reconocida personalidad política, puesto que había sido imposible labrársela durante 36 años de dictadura, nos lanzáramos a la lucha, intentando reconquistar la soberanía del pueblo y sus derechos, en el terreno netamente democrático.
Entre otros partidos qye tendían al mismo fin, se organizó el Partido Nacional Antirreeleccionista proclamando los principios de sufragio efectivo y no reelec-ción, como únicos capaces de salvar a la República del inminente peligro con
que la amenazaba la prolongación de una dictadura cada día más onerosa, más despótica y más inmoral.
El pueblo mexicano secundó eficazmente a ese partido y respondiendo al lla-mado que se le hizo, mandó a sus reprsentantes a una Convención, en la que también estuvo representado el Partido Nacional Democrático, que asimismo interpretaba los anhelos populares. Dicha Convención designó sus candidatos para la presidencia y vicepresidencia de la República, recayendo esos nom-bramientos en el señor doctor Francisco Vázquez Gómez y en mí para los car-gos respectivos de vicepresidente y presidente de la República.
Aunque nuestra situación era sumamente desventajosa porque nuestros ad-versarios contaban con todo el elemento oficial, en el que se apoyaban sin es-crúpulos, creímos de nuestro deber, para servir la causa del pueblo, aceptar tan honrosa designación. Imitando las sabias costumbres de los países repu-blicanos, recorrí parte de la República haciendo un llamamiento a mis compa-triotas. Mis giras fueron verdaderas marchas triunfales, pues por dondequiera el pueblo, electrizado por las palabras mágicas de Sufragio efectivo y no re-elección, daba pruebas evidentes de su inquebrantable resolución de obtener el triunfo de tan salvadores principios. Al fin, llegó un momento en que el Ge-neral Díaz se dió cuenta de la verdadera situación de la República, y com-prendió que no podía luchar ventajosamente conmigo en el campo de la demo-cracia, y me mandó reducir a prisión antes de las elecciones, las que se lleva-ron a cabo excluyendo al pueblo de los comicios por medio de la violencia, lle-nando las prisiones de ciudadanos independientes y cometiendo los fraudes más desvergonzados.
En México, como República democrática, el poder político no puede tener otro origen ni otra base que la voluntad nacional, y ésta no puede ser supeditada a fórmulas llevadas a cabo de un modo fraudulento.
Por este motivo el pueblo mexicano ha protestado contra la ilegalidad de las últimas elecciones; y queriendo emplear sucesivamente todos los recursos que ofrecen las leyes de la República, en la debida forma, pidió la nulidad de las elecciones ante la Cámara de Diputados, a pesar de que no reconocía a dicho cuerpo un origen legítimo y de que sabía de antemano que no siendo sus miembros representantes del pueblo, sólo acatarían la voluntad del General Díaz, a quien exclusivamente deben su investidura.
En tal estado de cosas, el pueblo que es el único soberano, también protestó de un modo enérgico contra las elecciones en imponentes manifestaciones lle-vadas a cabo en diversos puntos de la República, y si éstas no se generaliza-ron en todo el territorio nacional, fue debido a la terrible presión ejercida por el gobierno que siempre ahoga en sangre cualquier manifestación democrática, como pasó en Puebla, Veracruz, Tlaxcala, México y otras partes.
Pero esta situación violenta e ilegal no puede subsistir más.
Yo he comprendido muy bien que si el pueblo me ha designado como un can-didato para la presidencia, no es porque yo haya tenido la oportunidad de des-cubrir en mí las dotes del estadista o del gobernante, sino la virilidad del pa-triota resuelto a sacrificarse si es preciso, con tal de conquistar la libertad y ayudar al pueblo a librarse de la odiosa tiranía que lo oprime.
Desde que me lancé a la lucha democrática sabía muy bien que el General Dí-az no acataría la voluntad de la nación, y el noble pueblo mexicano, al seguir-me a los comicios, sabía también perfectamente el ultraje que le esperaba; pe-ro a pesar de ello, el pueblo dió para la causa de la libertad un numeroso con-tingente de mártires cuando éstos eran necesarios, y con admirable estoicismo concurrió a las casillas a recibir toda clase de vejaciones.
Pero tal conducta era indispensable para demostrar al mundo entero que el pueblo mexicano está apto para la democracia, que está sediento de libertad, y que sus actuales gobernantes no responden a sus aspiraciones.
Además, la actitud del pueblo antes y durante las elecciones, así como des-pués de ellas, demuestra claramente que rechaza con energía al gobierno del General Díaz y que si se hubieran respetado esos derechos electorales, hubie-se sido yo electo para la presidencia de la República.
En tal virtud y haciéndome eco de la voluntad nacional, declaro ilegales las pasadas elecciones y quedando por tal motivo la República sin gobernantes legítimos, asumo provisionalmente la presidencia de la República, mientras el pueblo designa conforme a la ley sus gobernantes. Para lograr este objeto es preciso arrojar del poder a los audaces usurpadores que por todo título de le-galidad ostentan un fraude escandaloso e inmoral.
Con toda honradez declaro que consideraría una debilidad de mi parte y una traición al pueblo que en mi ha depositado su confianza, no ponerme al frente de mis conciudadanos, quienes ansiosamente me llaman, de todas partes del país, para obligar al General Díaz, por medio de las armas, a que respete la voluntad nacional.
El gobierno actual, aunque tiene por origen la violencia y el fraude, desde el momento en que ha sido tolerado por el pueblo, puede tener para las naciones extranjeras ciertos títulos de legalidad hasta el 30 del mes entrante en que expiran sus poderes; pero como es necesario que el nuevo gobierno dimanado del último fraude no pueda rcibirse ya del poder, o por lo menos se encuentre con la mayor parte de la nación protestando con las armas en la mano, contra esa usurpación, he designado el domingo 20 del entrante noviembre, para que de las seis de la tarde en adelante, en todas las poblaciones de la República se levanten en armas bajo el siguiente
Plan
1° Se declaran nulas las elecciones para presidente y vicepresidente de la Re-pública, Magistrados a la Suprema Corte de la nación y diputados y senado-res, celebradas en junio y julio del corriente año.
2° Se desconoce al actual gobierno del General Díaz, así como a todas las au-toridades cuyo poder debe dimanar del voto popular, porque además de no haber sido electas por el pueblo, han perdido los pocos títulos que podían te-ner de legalidad, cometiendo y apoyando con los elementos que el pueblo puso a su disposición para la defensa de sus intereses, el fraude electoral más es-candaloso que registra la historia de México.
3° Para evitar, hasta donde sea posible, los trastornos inherentes a todo mo-vimiento revolucionario, se declaran vigentes, a reserva de reformar oportu-
namente por los medios constitucionales, aquellas que requieran reformas, todas las leyes promulgadas por la actual administración y sus reglamentos respectivos, a excepción de aquellas que manifiestamente se hallen en pugna con los principios proclamados en este Plan.
Igualmente se exceptúan las leyes, fallos de tribunales y decretos que hayan sancionado las cuentas y manejos de fondos de todos los funcionarios de la administración porfirista en todos los ramos; pues tan pronto como la revolu-ción triunfe, se iniciará la formación de comisiones de investigación para dic-taminar acerca de las responsabilidades en que hayan podido incurrir los fun-cionarios de la federación, de los Estados y de los municipios.
En todo caso serán respetados los compromisos contraídos por la administra-ción porfirista con gobiernos y corporaciones extranjeras antes del 20 del en-trante.
Abusando de la Ley de Terrenos Baldíos, numerosos propietarios en su mayo-ría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, por acuerdo de la Secreta-ría de Fomento, o por fallos de los tribunales de la República. Siendo en toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario, se declaran sujetas a revisión tales disposiciones y fallos y se les exigirá a los que los adquirieron de un modo tan inmoral, o a sus herederos, que los restituyan a sus primitivos propietarios, a quienes pa-garán también una indemnización por los perjuicios sufridos. Sólo en el caso de que esos terrenos hayan pasado a tercera persona antes de la promulga-ción de este Plan, los antiguos propietarios recibirán indemnización de aque-llos en cuyo beneficio se verificó el despojo.
4° Además de la Constitución y leyes, se declara Ley Suprema de la República el principio de no reelección del presidente y vicepresidente de la República, de los gobernadores de los Estados y de los presidentes municipales, mientras se hagan las reformas constitucionales respectivas.
5° Asumo el caracter de presidente provisional de los Estados Unidos Mexica-nos con las facultades necesarias para hacer la guerra al gobierno usurpador del General Díaz.
Tan pronto como la capital de la República y más de la mitad de los Estados de la federación, estén en poder de las fuerzas del pueblo, el presidente provi-sional convocará a elecciones generales extraordinarias para un mes después y entregará el poder al presidente que resulte electo, tan luego como sea cono-cido el resultado de la elección.
6° El presidente provisional, antes de entregar el poder, dará cuenta al Con-greso de la Unión, del uso que haya hecho de las facultades que le confiere el presente Plan.
7° El día 20 de noviembre, desde las seis de la tarde en adelante, todos los ciudadanos de la República tomarán las armas para arrojar del poder a las autoridades que actualmente gobiernan. Los pueblos que estén retirados de las vías de comunicación, lo harán desde la víspera.
8° Cuando las autoridades presenten resistencia armada, se les obligará por la fuerza de las armas a respetar la voluntad popular, pero en este caso las leyes
de la guerra serán rigurosamente observadas, llamándose especialmente la atención sobre las prohibiciones relativas a no usar balas explosivas ni fusilar a los prisioneros. También se llama la atención respecto al deber de todo mexicano de respetar a los extranjeros en sus personas e intereses.
9° Las autoridades que opongan resistencia a la realización de este Plan serán reducidas a prisión para que se les juzgue por los tribunales de la República cuando la revolución haya terminado. Tan pronto como cada ciudad o pueblo recobre su libertad, se reconocerá como autoridad legítima provisional, al principal Jefe de las armas con facultad de delegar sus funciones en algún otro ciudadano caracterizado, quien será confirmado en su cargo o removido por el gobierno provisional.
Una de las principales medidas del gobierno provisional será poner en libertad a todos los presos políticos.
10° El nombramiento de Gobernador provisional de cada Estado que haya sido ocupado por las fuerzas de la revolución, será hecho por el presidente provi-sional. Este Gobernador tendrá la estricta obligación de convocar elecciones para Gobernador constirucional del Estado, tan pronto como sea posible, a juicio del presidente provisional. Se exceptúan los Estados que de dos años a esta parte han sostenido campañas democráticas para cambiar de gobierno, pues en éstos se considerará como gobernador provisional al que fue candida-to del pueblo, siempre que se adhiera activamente a este Plan.
En caso de que el presidente provisional no haya hecho el nombramiento de Gobernador, que este nombramiento no haya llegado a su destino o bien que el agraciado no aceptara por cualquier circunstancia, entonces el gobernador será designado por votación de todos los jefes de las armas que operen en el territorios del Estado respectivo, a reserva de que su nombramiento sea ratifi-cado por el presidente provisional tan pronto como sea posible.
11° Las nuevas autoridades dispondrán de todos los fondos que se encuentren en todas las oficinas públicas, para los gastos ordinarios de la administración; para los gastos de la guerra contratarán empréstitos, voluntarios o forzosos. Estos últimos sólo con ciudadanos o instituciones nacionales. De estos em-préstitos se llevará una cuenta escrupulosa y se otorgarán recibos en debida forma a los interesados, a fin de que al triunfar la revolución se les restituya lo prestado.
Transitorios
A. Los jefes de las fuerzas revolucionarias tomarán el grado que corresponda al número de fuerzas a su mando. En caso de operar fuerzas voluntarias y militares unidas, tendrá el mando de ellas el jefe de mayor graduación, pero en caso de que ambos jefes tengan el mismo grado, el mando será del jefe mili-tar.
Los jefes civiles disfrutarán de dicho grado mientras dure la guerra, y una vez terminada, esos nombramientos, a solicitud de los interesados, se revisarán por la Secretaría de Guerra, que los ratificará en su grado o los rechazará, se-gún sus méritos.
B. Todos los jefes, tanto civiles como militares, harán guardar a sus tropas la más estricta disciplina, pues ellos serán responsables ante el gobierno provi-sional, de los desmanes que cometan las fuerzas a su mando, salvo que justi-fiquen no haberles sido posible contener a sus soldados y haber impuesto a los culpables el castigo merecido.
Las penas más severas serán aplicadas a los soldados que saqueen una pobla-ción o que maten a prisioneros indefensos.
C. Si las fuerzas o autoridades que sostienen al General Díaz fusilan a los pri-sioneros de guerra, no por eso y como represalias se hará lo mismo con los de ellos que caigan en nuestro poder; pero en cambio serán fusilados dentro de las veinticuatro horas y después de un juicio sumario, las autoridades civiles o militares al servicio del General Díaz, que una vez estallada la revolución hayan ordenado, dispuesto en cualquier forma, transmitido la orden o fusilado a alguno de nuestros soldados.
De esa pena no se eximirán ni los más altos funcionarios, la única excepción será el General Díaz y sus Ministros, a quienes en caso de ordenar dichos fusi-lamientos o permitirlos, se les aplicará la misma pena, pero después de haber-los juzgado por los tribunales de la República, cuando ya haya terminado la revolución.
En el caso de que el General Díaz disponga que sean respetadas las leyes de la guerra, y que se trate con humanidad a los prisioneros que caigan en sus ma-nos, tendrá la vida salva; pero de todos modos deberá responder ante los tri-bunales de cómo ha manejado los caudales de la nación, de cómo ha cumplido con la ley.
D. Como es requisito indispensable en las leyes de la guerra que las topas be-ligerantes lleven algún uniforme o distintivo y como será dificil uniformar a las numerosas fuerzas del pueblo que van a tomar parte en la contienda, se adop-tará como distintivo de todas las fuerzas libertadoras, ya sean voluntarias o militares, un listón tricolor, en el tocado o en el brazo.
Conciudadanos: si os convoco para que toméis las armas y derroquéis al go-bierno del General Díaz, no es solamente por el atentado que cometió durante las últimas elecciones, sino para salvar a la patria del porvenir sombrío que le espera continuando bajo su dictadura y bajo el gobierno de la nefanda oligar-quía científica, que sin escrúpulo y a gran prisa están absorbiendo y dilapi-dando los recursos nacionales, y si permitimos que continúe en el poder, en un plazo muy breve habrán completado su obra; habrán llevado al pueblo a la ignominia y lo habrán envilecido; le habrán chupado todas sus riquezas y de-jado en la más absoluta miseria; habrán causado la bancarrota de nuestra patria, que débil, empobrecida y maniatada, se encontrará inerme para defen-der sus fronteras, su honor y sus instituciones.
Por lo que a mí respecta, tengo la conciencia tranquila y nadie podrá acusar-me de promover la revolución por miras personales, pues está en la conciencia nacional que hice todo lo posible para llegar a un arreglo pacífico y font co-lor=”red”>estuve dispuesto hasta a renunciar de mi candidatura siempre que el General Díaz hubiese permitido a la nación designar aunque fuese al vice-presidente de la República; pero, dominado por incomprensible orgullo y por unaudita soberbia, desoyó la voz de la patria y prefirió precipitarla en una re-
volución antes que ceder un ápice, antes de devolver al pueblo un átomo de sus derechos, antes de cumplir aunque fuese en las postrimerías de su vida, parte de las promesas que hizo en La Noria y Tuxtepec.
Él mismo justificó la presente revolución cuando dijo: Que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder y esta será la última revolu-ción.
Si en el ánimo del General Díaz hubiesen pesado más los intereses de la patria que los sórdidos intereses de él y sus consejeros, hubiera evitado esta revolu-ción, haciendo algunas concesiones al pueblo; pero ya que no lo hizo … ¡tanto mejor!, el cambio será más rápido y más radical, pues el pueblo mexicano, en vez de lamentarse como un cobarde, aceptará como un valiente el reto, y ya que el General Díaz pretende apoyarse en la fuerza bruta para imponerle un yugo ignominioso, el pueblo recurrirá a esa misma fuerza para sacudir ese yugo, para arrojar a ese hombre funesto del poder y para reconquistar su li-bertad.
Sufragio efectivo, no reelección
San Luis Potosí, octubre 5 de 1910
Francisco I. Madero
Tratados de Ciudad Juárez
En Ciudad Juárez, a los veintiún días del mes de mayo de mil novecientos on-ce, reunidos en el edificio de la Aduana Fronteriza, los señores Lic. don Fran-cisco S. Carvajal, representante del gobierno del señor General don Porfirio Díaz; don Francisco Vázquez Gómez, don Francisco I. Madero, y Lic. don José María Pino Suárez, como representantes los tres últimos de la revolución, para tratar sobre el modo de hacer cesar las hostilidades en todo el territorio nacio-nal y considerando:
Primero. Que el señor General Porfirio Díaz ha manifestado su resolución de renunciar a la presidencia de la República, antes de que termine el mes en curso;
Segundo. Que se tienen noticias fidedignas de que el señor Ramón Corral re-nunciará igualmente a la vicepresidencia de la República dentro del mismo plazo;
Tercero. Que por ministerio de la ley, el señor Lic. don Francisco León de la Barra, actual Secretario de Relaciones Exteriores, del gobierno del señor Gene-ral Díaz, se encargará interinamente del Poder Ejecutivo de la nación y convo-cará a elecciones generales dentro de los términos de la Constitución;
Cuarto. Que el nuevo gobierno estudiará las condiciones de la opinión pública en la actualidad, para satisfacerlas en cada Estado dentro del orden constitu-cional y acordará lo conducente a las indemnizaciones de los perjuicios cau-sados directamente por la revolución.
Las dos partes representadas en esta conferencia, por las anteriores conside-raciones han acordado formalizar el presente convenio:
Única. Desde hoy cesarán en todo el territorio de la República las hostilidades que han existido entre las fuerzas del gobierno del General Díaz y las de la re-volución; debiendo éstas ser licenciadas a medida que en cada Estado se va-yan dando los pasos necesarios para restablecer y garantizar la paz y el orden públicos.
Transitorio. Se procederá desde luego a la reconstrucción o reparación de las vías telegráficas y ferrocarrileras que hoy se encuentran interrumpidas.
El presente convenio se firma por duplicado.
Francisco S. Carbajal
Francisco Vázquez Gómez
Francisco I. Madero
José María Pino Suárez

Генерал Эмилиано Сапата. Манифесты.
Manifiestos del General Emiliano Zapata

KUPRIENKO