Франсиско Гонсалес де Бустос. Испанцы в Чили.
Francisco Gonzаlez de Bustos. LOS ESPAÑOLES EN CHILE
Франсиско Гонсалес де Бустос. Испанцы в Чили.
Francisco Gonzаlez de Bustos. LOS ESPAÑOLES EN CHILE
Sírvase notar que este texto está basado en el de la edición de R. Oliva en el TEATRO ESPAÑOL (Habana, 1841). Ha sido cotejado y corregido con el apoyo de la edición príncipe, PARTE VEINTE Y DOS DE COMEDIAS NUEVAS ESCOGIDAS DE LOS MEJORES INGENIOS DE ESPAÑA (1665).
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LOS ESPAÑOLES EN CHILE
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Personas que hablan en ella:
• El MARQUÉS de Cañete, barba
• Don DIEGO de Almagro, galán
• Don PEDRO de Rojas, galán
• MOSQUETE, gracioso
• Doña JUANA de Bustos, dama
• CAUPOLICÁN, indio, galán
• RENGO, indio, capitán
• TUCAPEL, indio, capitán
• FRESIA, india, dama
• GUALEVA, india, dama
• COLOCOLO, indio, barba
• Un SARGENTO
• SOLDADOS españoles
• SOLDADOS indios
• ACOMPAÑAMIENTO
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JORNADA PRIMERA
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Dicen dentro en distintas partes
UNOS: ¡Viva Fresia siempre altiva!
OTROS: ¡Viva nuestro capitán!
OTROS: ¡Viva el gran Caupolicán!
OTROS: ¡Viva Chile!
OTROS: ¡Arauco, viva!
Salen por una parte CAUPOLICÁN, vestido de
indio, con arco y flecha al hombro, con bastón de general,
y acompañamiento de indios; y por otra FRESIA, vestida de
[india].
CAUPOLICÁN: Chilenos valerosos,
vuestros aplausos siempre generosos..
FRESIA: Valientes araucanos,
vuestros aplausos siempre soberanos..
CAUPOLICÁN: A Fresia por deidad que luz reparte.
FRESIA: Al gran Caupolicán por vuestro Marte
se deben, se han de dar a él solamente,
por general de Arauco el mas valiente.
CAUPOLICÁN: A Fresia, pues me ciega su luz pura,
por reina universal de la hermosura,
decid, para lisonja de los vientos..
FRESIA: Repitan en su gloria los acentos:
viva Caupolicán.
Encuéntranse
CAUPOLICÁN: Fresia querida,
si a dar a este horizonte nueva vida
tu soberana luz ha madrugado..
FRESIA: Si a verte de laureles coronado
la aclamación te llama..
CAUPOLICÁN: Si por Deidad la adoración te aclama,
segura está de Arauco en ti la gloria.
FRESIA: En ti asegura Chile su victoria.
CAUPOLICÁN: Prodigio valeroso,
en quien se unió lo fiero con lo hermoso,
pues para asombro bélico de España,
armada aurora luces la campaña:
tú sola has de vivir; mintió el acento.
que pobló con mi nombre el vago viento,
cuando mi aplauso arguyo,
de que me aclame el orbe esclavo tuyo,
pues claro se apercibe
vivir Caupolicán, si Fresia vive.
Deja, pues, dueño mío,
cuando a tus pies se postra mi albedrío,
el arco soberano,
que ocioso pende de tu blanca mano:
depón a aqueste indicio tus enojos,
pues hieren más las flechas de tus ojos.
FRESIA: A tu noble fineza agradecida
estoy, Caupolicán: tuya es mi vida,
cuando a quien menos que tu aliento fuera,
mi altiva presunción no se rindiera.
(Miento mil veces, que mi afecto estraño,
con Don Diego, es verdad, con este engaño
firme mi fe le entrego.)
CAUPOLICÁN: Con eso queda mi amor, Fresia, mas ciego.
Confirme, pues, su dicha en tiernos lazos.
Éstos mis brazos son.
FRESIA: Y éstos mis brazos.
Abrázanse. Sale COLOCOLO, mago, vestido de
pieles, con barba cana
COLOCOLO: (¿Caupolicán a Fresia está rendido, Aparte
poniendo sus hazañas en olvido?
Aplicar el remedio importa solo.)
Oye, Caupolicán.
CAUPOLICÁN: Gran Colocolo,
cuya ciencia en el mundo
de la magia te ha hecho sin segundo,
¿qué me quieres?
COLOCOLO: Escucha:
(Mi libertad con su respecto lucha; Aparte
mas la patria es primero,
su obligación aconsejarle quiero.)
Valiente Caupolicán,
noble araucana guerrero,
cuyas hazañas en bronce
esculpe el buril del tiempo,
ya sabes que con mi ciencia
conozco, alcanzo y penetro
los futuros contingentes,
siendo en la magia el primero
que a ese globo de zafir,
que está tachonado a trechos
de estrellas, y en once hojas
es volumen de sí mismo,
si no le apuro, le mido
las líneas y paralelos.
Ya sabes, Caupolicán,
que los indianos imperios
de Méjico y del Perú,
a un Carlos están sujetos,
monarca español, tan grande,
que, siendo de un mundo dueño,
no cupo en él, y su orgullo
imaginándose estrecho,
para dilatarse más
conquistó otro mundo nuevo.
Bien a costa de la sangre
nuestra, araucanos, lo vemos;
pues sus fuertes españoles
no de estas glorias contentos,
basta en Arauco invencible
sus estandartes pusieron;
que no se libra remoto
de su magnánimo aliento
ni el africano tostado,
ni el fiero adusto chileno.
Desde entonces, araucanos,
a su coyunda sujetos
hemos vivido, hasta tanto
que vosotros, conociendo
la violencia, sacudisteis
el yugo que os impusieron:
y con ánimo atrevido,
ya en la guerra mas expertos,
blandiendo la dura lanza,
y empuñando el corvo acero,
oposición tan altiva
a sus armas habéis hecho,
que sublimando el valor
aun más allá del esfuerzo,
sois émulos de sus glorias;
pues hoy os temen sangrientos
los que de vuestro valor
ayer hicieron desprecio.
Dígalo el fuerte Valdivia
su capitán, a quien muerto
lloran, que de vuestras manos
fue despojo y escarmiento,
de cuyo casco ha labrado
copa vuestro enojo fiero
en que bebe la venganza
iras de mayor recreo.
Díganlo tantas victorias,
que en repetidos encuentros
habéis ganado, triunfando
de los que dioses un tiempo
tuvieron entre vosotros
inmortales privilegios.
Desde Tucapel, al valle
de Lincoya, vuestro aliento
ha penetrado, ganando
muchos españoles pueblos,
hasta cercar en la fuerza
de Santa Fe con denuedo
los mejores capitanes,
que empuñan español fresno;
y vuestra gloria mayor
es haber cercado dentro
al gran marqués de Cañete
su general, cuyos hechos
han ocupado a la fama
el más generoso vuelo,
de quien os promete glorias
la envidia que lo está viendo.
Si esto es así, ¡oh capitán!,
y que está durando el cerco,
donde al cuidado el peligro
está llamando despierto,
¿cómo durmiendo en oprobios,
al laurel tan poco atento,
truecas las iras de Marte
a las delicias de Venus?
Cuando el bastón a tu mano
Arauco fía, ¿te vemos,
en vez de sangrientas lides,
entregado a los requiebros?
¿Cómo vencerá soldado
quien vive de amores tierno?
No está en emprender la hazaña
la gloria del vencimiento,
sino en saber conseguir
la victoria; y esta es cierto,
que la da el valor obrando,
no divertido el esfuerzo.
Vuelve en ti, Caupolicán,
arda en más nobles incendios
que en los del amor tu orgullo;
inflama en Marte tu pecho;
forje rayos la venganza,
y tu invencible ardimiento,
a pesar del amor sea
triaca de su veneno,
que yo, que el sacro volumen
de aquesos záfiros leo,
la victoria te aseguro;
porque los dioses supremos
están y de nuestra parte.
Niéguese al amor el feudo.
Vibre tu brazo invencible
aquese rayo sangriento,
que Júpiter en tu mano
para terrores ha puesto.
Gima el parche, tiemble el orbe,
y a voces el metal hueco,
publicando sañas, rompa
la vaga región del viento.
Muera sólo del amago,
herido con el estruendo,
el español, y en cenizas
caigan sus muros al suelo.
Ea, valiente capitán,
la libertad aclamemos,
que vida sin ella es muerte;
porque el castellano fiero
conozca, penetre, alcance
de tu valor y tu aliento,
que sabes vencer pasiones,
y sabes domar imperios.
CAUPOLICÁN: (Corrido, por Marte estoy Aparte
de haberle escuchado, puesto,
que por su ciencia le estimo,
y por su edad le respeto.)
Colocolo, no es prudencia
en los magnánimos pechos,
aunque el defecto conozcan,
decir tal vez el defecto:
que aunque estimo, como es justo
porque has sido mi maestro,
tus consejos, esta vez
son muy libres tus consejos.
¿Quién te ha dicho, Colocolo,
que se olvida mi ardimiento
de mi venganza? ¿No sabes
que a los cristianos soberbios
cercados tengo? ¿No sabes
que mi nombre está temiendo
el mundo, porque en nombrando
a Caupolicán, el cielo
tiembla, la tierra se encoge,
gime el mar, y con respecto
de oír mi nombre se turban
todos los cuatro elementos?
¿No sabes que mis hazañas
y mis gloriosos trofeos,
que el parche publica en voces
y el metal declara en ecos,
vienen de Fresia divina,
a quien amante venero,
a quien rendido idolatro,
teniéndome yo a mi mismo
envidia, ¡viven los dioses!,
de que su favor merezco,
que hasta esa dicha me hace
tener de mi propio celos?
Pues, ¿cómo, (¡De enojo rabio!) Aparte
te atreves, loco (¡Estoy ciego!) Aparte
a disuadirme, (¡Qué engaño!) Aparte
mi amor? (¡De coraje tiemblo!) Aparte
¡Viven los dioses…! Mas vete
de mi presencia al momento,
que por sus divinos ojos,
en cuyas luces me quemo,
que si otra vez perseveras
en hablarme más en esto,
yo, sin tener a tus canas
ni a tu enseñanza respeto,
te he de coger en mis brazos
para que mires en ellos
con tu muerte, castigos,
tus locos atrevimientos.
FRESIA: Yo, por la misma razón,
sin el castigo te dejo,
merecido a tu locura.
COLOCOLO: ¡Ay araucanos! ¡Qué presto
os llegará el desengaño
si no tomáis mis consejos!
Porque mi ciencia…
CAUPOLICÁN: Es caduca.
Tocan cajas
Pero, ¿qué ruidoso estruendo
es éste?
FRESIA: Por esta parte
viene el valeroso Rengo
marchando hacia aquí.
GUALEVA: Y por ésta
viene Tucapel, haciendo
alarde de su valor.
CAUPOLICÁN: ¿Qué será?
COLOCOLO: Desdicha temo.
GUALEVA: Ellos lo dirán mejor,
pues ya llegan a este puesto.
Salen por un lado RENGO, de indio, con carcaj, arco
y flechas, y SOLDADOS que traen prisionero a MOSQUETE, vendado
los ojos; y por el otro TUCAPEL, de indio, c[apitán, que
trae a doña JUANA, prisionera, vestida de
soldado]
RENGO: Valiente Caupolicán…
CAUPOLICÁN: Bizarro y famoso Rengo…
TUCAPEL: General de Arauco insigne…
CAUPOLICÁN: Tucapel altivo…
TUCAPEL: Hoy llego
a tu presencia.
RENGO: A tu vista…
TUCAPEL: Alegre…
RENGO: Ufano
TUCAPEL: Contento…
RENGO: A ofrecerte…
TUCAPEL: A dedicarte…
RENGO: Despojos…
TUCAPEL: Triunfo…
CAUPOLICÁN: Teneos;
que antes de decirme nada,
conociendo vuestro aliento,
sé que venís vencedores;
y así, vencedores quiero
dar a los dos, con mis brazos,
debido agradecimiento.
Abrázales
TUCAPEL: (¡Ay amor! ¿Cómo a la vista Aparte
de Fresia vives?)
RENGO: (Deseo, Aparte
¿cómo a vista de Gualeva
no te abrasas? Yo estoy ciego.)
FRESIA: Dueño mío, aunque en los dos,
siendo Tucapel y Rengo,
cierta estaba la victoria,
quisiera oír el suceso.
GUALEVA: De oírla, prima, me holgara.
CAUPOLICÁN: Pues si las dos gustáis de ello,
decid entrambos.
LOS DOS: Escucha,
Caupolicán.
CAUPOLICÁN: Ya os atiendo.
LOS DOS: Salí, señor.
RENGO: Tente, aguarda,
que yo he de decir primero.
TUCAPEL: Nadie es primero que yo.
RENGO: Eso fuera a no ser Rengo
quien castigue tu osadía.
TUCAPEL: ¿Esto escucho? Vil chileno,
¿sabes que soy Tucapel?
Empuñan
CAUPOLICÁN: Delante de mí, ¿qué es esto?
TUCAPEL: En lances del pundonor,
no guardo humanos respetos
a nadie, porque delante
de Marte hiciera lo mesmo.
Muere, infame.
RENGO: Muere, aleve.
CAUPOLICÁN: ¿Hay tan grande atrevimiento?
¿Cómo a vuestro general
le perdéis así el respeto?
TUCAPEL: A Júpiter le negara,
si me ofendiera.
CAUPOLICÁN: ¡Prendedlos,
matadlos!
Van los SOLDADOS a prender
TUCAPEL: ¡Teneos, villanos!
Nadie se mueva del puesto,
conociendo a Tucapel,
si no quiere ser trofeo
de su enojo vengativo.
Y tú, general, más cuerdo
con los hombres como yo
procede, que en este duelo
no conozco superior,
que solo a mí me obedezco.
Vase
CAUPOLICÁN: ¿Cómo atrevidos…?
RENGO: Detente,
y nadie enojos a Rengo
le dé, porque el mismo Marte
no está seguro en su asiento.
Vase
CAUPOLICÁN: ¿Esto sufre mi valor?
¡Morirán, viven los cielos!
COLOCOLO: No son vanos mis recelos.
FRESIA: ¿Dónde vas?
COLOCOLO: Tente, señor,
y témplate cuerdo y sabio,
sin dar rienda a tus enojos.
CAUPOLICÁN: Pues, ¿cómo podré a mis ojos
consentir aqueste agravio?
COLOCOLO: Señor en esta ocasión
es bien que te persüadas
al perdón, que estas espadas
defensa de Arauco son.
Y es bien el duelo remitas,
tu enojo disimulando;
que no has de vengarte cuando
de sus filos necesitas.
La oposición natural,
emulándose el valor,
los provoca. (Así el rigor Aparte
atajaré de este mal.)
CAUPOLICÁN: Dices bien. Elijo el medio
que me advierte tu prudencia.
COLOCOLO: Pues a toda diligencia
voy a poner el remedio
porque no pase a más llama
su enojo.
CAUPOLICÁN: Parte al momento.
COLOCOLO: Voy.
Vase
CAUPOLICÁN: Disimule mi aliento,
aunque me riña la fama;
que cuando de los cristianos
vengarme intento crüel,
en Rengo y en Tucapel
la fuerza está de mis manos.
FRESIA: Gracias mis ojos te dan
de verte ya sin enojos.
CAUPOLICÁN: Al espejo de tus ojos
se templa Caupolicán.
Llegan los soldados a MOSQUETE
SOLDADO 1: Señor, aqueste cristiano
le hizo Rengo prisionero,
y yo le cogí el primero.
MOSQUETE: (Borracho está este araucano.) Aparte
SOLDADO 2: A aqueste le hizo señor,
en un encuentro crüel,
prisionero Tucapel.
JUANA: (Mejor dijeras mi amor.) Aparte
CAUPOLICÁN: Desatadlos.
Quítanles las prisiones
MOSQUETE: (¡Pese a mí! Aparte
Ya con vista a verme llego.)
JUANA: (¿Ay inconstante don Diego, Aparte
lo que padezco por ti!)
GUALEVA: No tiene mala presencia,
prima, aquel mozo español.
CAUPOLICÁN: Cristianos, si veis el sol,
¿cómo no hacéis reverencia?
MOSQUETE: Dónde está, que no le veo?
CAUPOLICÁN: Fresia divina lo es.
JUANA: Dame, señora, tus pies.
Arrodíllase a FRESIA
GUALEVA: (No te despeñes, deseo.) Aparte
FRESIA: Levantad, que en vos alabo
lo atento con lo brïoso.
JUANA: Ya me confieso dichoso,
con ser, señora, tu esclavo.
FRESIA: El español, prima, sabe
ser discreto.
GUALEVA: (¡Santos cielos, Aparte
no es bueno que tenga celos
de que mi prima le alabe?)
CAUPOLICÁN: Qué aguardas? Llega, español.
MOSQUETE: Dale, señora, a Mosquete
de tu pie el mejor juanete,
si tiene juanete el sol.
(Oigan, qué tiesa se está Aparte
la perra guardando el hato,
y en cada pie por zapato
una maleta tendrá.)
FRESIA: ¿De dónde sois?
MOSQUETE: Antes era
de junto a Carabanchel;
mas ahora soy de Argel,
mas acá de Talavera.
FRESIA: ¿Sois soldado?
MOSQUETE: Y muy valiente.
FRESIA: No es mala la presunción.
MOSQUETE: Soy un pobre motilón,
no quitando lo presente.
FRESIA: (Su humor me causa alegría.) Aparte
MOSQUETE: Hoy he muerto por mis manos
veinte carros de araucanos.
CAUPOLICÁN: ¡Este es loco! Fresia mía,
el cuidado a recorrer
las centinelas me lleva.
Tú con tu prima Gualeva
te puedes entretener.
Perdónenme soberanos
esta ausencia tus luceros,
y de las dos prisioneros
queden estos dos cristianos;
que yo, ¡ah, Fortuna crüel!,
no el cuidado he divertido.
Voy a ver qué ha sucedido
con Rengo y con Tucapel.
Vanse CAUPOLICÁN y los SOLDADOS
FRESIA: Pues Caupolicán nos da
estos cautivos, Gualeva,
escoge uno de los dos.
GUALEVA: Eso a ti te toca, Fresia.
(Temiendo estoy que se incline Aparte
a este español.)
FRESIA: Pues me dejas
la elección, aquéste elijo.
GUALEVA: (Y yo a mi la enhorabuena Aparte
me doy, de que mi cuidado
libre esté de la sospecha
que tuvo de Fresia. El alma
me leyó.)
A MOSQUETE
FRESIA: Conmigo, quedas,
español.
A doña JUANA
GUALEVA: Y tú conmigo.
JUANA: Ya se postra mi obediencia
a tus pies. (¡Sin alma estoy! Aparte
Fortuna, dónde me llevas?)
Sale un SOLDADO
SOLDADO: Ya, señora, se ajustó
la pasada competencia
de Rengo y de Tucapel.
A darte esta buena nueva
Caupolicán me ha envïado,
y a las dos llama.
FRESIA: Gualeva,
ve tú que yo te sigo.
GUALEVA: (De mala gana se ausentan Aparte
mis ojos de este español,
mas obedecer es fuerza.)
Vanse GUALEVA y el SOLDADO
MOSQUETE: Usté en escoger no sabe
cual es su mano derecha.
FRESIA: Por qué lo dices?
MOSQUETE: Lo digo,
porque soy la peor bestia
y de más horribles tachas
del mundo.
FRESIA: ¿De qué manera?
MOSQUETE: Porque tengo hambre canina,
y tengo sarna perpetua,
un lobanillo en un lado,
y huelo de ochenta leguas
a hombre bajo, que los bajos
como tienen los pies cerca
de lo amargo del pepino,
no hay demonios que los huela.
Tengo mataduras, pujos,
almorranas, hipo, reuma,
y no me pongo escarpines:
con que según la propuesta,
puede usted quedar ufana
de ver la ganga que lleva.
FRESIA: Tantas faltas tienes?
MOSQUETE: Tantas,
y esto mejor lo dijera
un amo que Dios me dio.
FRESIA: A quién sirves?
MOSQUETE: Ésa es buena.
FRESIA: Dilo, pues yo te lo mando.
MOSQUETE: (Mucho pregunta esta perra.) Aparte
Sirvo a don Diego de Almagro,
maestre de campo en esta
conquista de Arauco.
JUANA: (Y quien Aparte
me hace andar de esta manera.)
FRESIA: De este español muchas veces
el nombre oí, y las proezas;
y como a Marte inclinada
nació mi naturaleza,
confieso que me han debido
inclinación, que en la guerra
el valor aun del contrario
estimaciones granjea.
JUANA: (Esto le faltaba solo Aparte
a mis celos y mis penas.)
FRESIA: ¿Es galán?
MOSQUETE: Como un Adonis.
FRESIA: ¿Blando?
MOSQUETE: Como una manteca.
FRESIA: ¿Cortés?
MOSQUETE: Perra, que te clavas.
FRESIA: ¿Y callado?
MOSQUETE: Ay, qué jalea,
sal quiere este huevo, andallo.
JUANA: Ya no puedo más. No creas
estas locuras, señora,
porque en don Diego no hay prendas
dignas de tu estimación:
no crió naturaleza
hombre tan mudable y falso
con las damas, y aun pudiera
decirte de alguna, que
con engaño y cautelas
ha burlado; pero solo
quiero, señora, que sepas,
que en él se hallará el engaño,
si el engaño se perdiera.
FRESIA: ¿Quién os mete en eso a vos,
que así habláis en mi presencia?
JUANA: Yo, señora…
MOSQUETE: Este capón,
¿cómo habla de esta manera?
JUANA: (¡Sin alma estoy!) Aparte
FRESIA: Tú prosigue.
MOSQUETE: Digo, en fin, que si le vieras!
conocieras un prodigio.
¡Qué talle! ¡Qué pies! ¡Qué piernas!
¡Qué osadía! ¡Qué valor!
¡Qué gala! ¡Qué gentileza!
No ha llegado a tus oídos
en un refrán de mi tierra,
lo de, “¡Oh, qué lindo don Diego!,”
pues este don Diego era.
FRESIA: ¿Quién creerá que tantas partes
bien al corazón le suenan?
Y dime, (¡Ay, Amor, que ya Aparte
al alma suspiros cuestas!)
¿tiene Dama?
MOSQUETE: Señora…
JUANA: Señora…
FRESIA: ¿Quién os lo pregunta? ¿Hay tema
semejante? ¿Vos queréis
apurarme la paciencia?
JUANA: Yo, señora…
FRESIA: Sois un necio.
MOSQUETE: Póngase una bigotera,
o váyase luego al rollo.
JUANA: (Denme mis celos paciencia. Aparte
FRESIA: Español, porque conozcas
mi piedad y mi clemencia,
libre estás.
MOSQUETE: Pléguete Cristo,
vivas más que veinte suegras.
FRESIA: Mas con una condición
ha de ser.
MOSQUETE: Dila, ¿qué esperas?
FRESIA: Que has de decirle a don Diego,
que una araucana desea
conocerle; y que si tanto
de ser valiente se precia,
y galante con las damas,
que venga una noche de éstas
a mi real, con el seguro,
que mi palabra le empeña
de su peligro.
MOSQUETE: A mi amo
le diré letra por letra
lo que dices.
FRESIA: Pues mañana
te aguardo con la respuesta:
vete en paz.
MOSQUETE: Eso. (Vendré Aparte
como ahora llueven camuesas.
FRESIA: ¿No te vas?
MOSQUETE: Ya te obedezco.
(¡Por Dios, que escapé de buena!) Aparte
Vase
JUANA: (Cierto es su amor. ¡Ay de mí!) Aparte
FRESIA: ¿Quién pensara, altiva Fresia,
de oír unas alabanzas,
que quizás serán inciertas,
que tu pecho de diamante
a un español se rindiera?
Vase
JUANA: ¡Buena he quedado! ¡Ay aleve
don Diego! ¡Que aun en las tierras
más remotas y apartadas
sea tu nombre la primera
cosa que escuche! ¿No basta
con engaños y cautelas
haber triunfado, ¡ay de mi!,
de mi honor? Pero mi lengua,
¿cómo, hasta tomar venganza,
puede articular mi afrenta?
¿No basta que por tu causa
dejé en el Perú mi hacienda,
mis padres, y lo que es más,
mi honra infelice, pues queda
con mi venida, del vulgo
a la calumnia sujeta;
y que a don Pedro de Rojas
mi hermano su infamia sepa,
que hoy en el Perú se halla
sirviendo, para que tengan
este borrón sus hazañas
y su valor esta afrenta?
¿No basta, ingrato, no basta,
que yo siguiéndote venga,
porque tuve allá noticia,
que estabas en las fronteras
de Arauco, y en este trago
a los rigores expuesta
de la Fortuna, me entregue
a las ráfagas inquietas
del mar, que compadecido
tuvo de mí más clemencia
que tú; pues en fin, me puso
en la arenosa ribera
de Arauco? ¿No basta, ingrato,
que noticia de ti tenga,
que te busque mi cariño,
que en un encuentro me prendan,
que prisionera me traigan,
que esclava por ti me vea,
que te solicite amante,
¡ay Dios!, para que agradezcas
de mi constante cariño
tan repetidas finezas?
¡Ay infeliz doña Juana
de Rojas! ¡Que buena cuenta
has dado de tu recato!
Pero en llegando a mi ofensa,
loca me vuelve el dolor,
áspid me irrita la pena.
¡Para cuándo son los rayos,
para cuándo las centellas,
si de un traidor no castigo
la más injusta fiereza?
¡Venganza, cielos, venganza!
Pero pudiendo yo misma
tomarla, ¿para qué canso
a los cielos con mis quejas?
¿Rayos no son mis suspiros?
¿Mi pecho no aborta un Etna?
Pues muera…mas no, que nada
con su muerte se remedia.
¡Cielos, piedad, que me abraso!
¡Clemencia, cielos, clemencia!
Reducid a este tirano,
que toda el alma me lleva.
Sale GUALEVA
GUALEVA: Español?
JUANA: (¿Si me ha escuchado?) Aparte
GUALEVA: ¿De qué a los cielos te quejas?
JUANA: (Disimular me conviene.) Aparte
No es mucho, araucana bella,
que se queje un infeliz
que la libertad desea,
de verse esclavo.
GUALEVA: ¿También
hablando estás tú con ella?
JUANA: Siempre ha sido apetecida
la libertad.
GUALEVA: (Yo estoy ciega.) Aparte
Pues yo sé de un alma, ¡Ay triste!,
que se halla ufana y contenta
sin libertad.
JUANA: Singular
debe de ser, pues no hay regla
que no tenga una excepción.
GUALEVA: ¡Qué discreto! O soy muy necia,
o algún cuidado te arrastra.
JUANA: Aunque es mi razón grosera,
porque estando en tu poder,
no hay cuidado que lo sea,
no sé qué tiene este nombre
de esclavo.
GUALEVA: Español, cesa.
¿Tú mi esclavo? Es desvarío.
(¡Ay amor, que te despeñas!) Aparte
Ciega me abraso en tus ojos;
y porque mejor lo veas,
ya estás libre.
JUANA: Tus pies beso.
Va a arrodillarse, y detiénela
GUALEVA
GUALEVA: Levanta, que esta fineza
que hago contigo, conmigo
más de un cuidado me cuesta.
¿son todos los españoles
como tú? Dime, ¿en la guerra
se usan estas blancas manos?
¿tienen todos tu belleza?
JUANA: (Sólo que me enamorase Aparte
faltaba ahora a mi pena:
pero aquí importa un engaño;
que, pues yo me hallo de Fresia
celosa, fingiendo que
quiero a esta mujer, con ella
me he de quedar, pues con esto
averiguo mis ofensas.)
GUALEVA: ¿Qué respondes?
JUANA: (Buena estoy Aparte
para enamorar de veras;
pero esto ha de ser.) Señora,
el respeto no me deja…
GUALEVA: Habla, ¿de qué te suspendes?
JUANA: Digo, divina Gualeva,
que en tus ojos…
GUALEVA: ¿Qué? ¿Qué dices?
JUANA: (Ella me da mucha priesa, Aparte
y yo a enamorar no acierto.)
Digo, que si tú quisieras,
mi amor rendido…
GUALEVA: Prosigue.
JUANA: A tu divina belleza
está ya…
GUALEVA: Pues, español,
hablemos claro. La mesma
inclinación me has debido.
Desde hoy el alma se emplea
en amarte.
JUANA: Soy tu esclavo.
GUALEVA: (¡Qué gloria, cielos!) Aparte
JUANA: (¡Qué pena!) Aparte
GUALEVA: ¿Cómo te llamas?
JUANA: Don Juan.
GUALEVA: Pues, don Juan, una advertencia
tiene que hacerte mi amor.
JUANA: ¿Cuál es?
GUALEVA: Que aunque libre quedas,
en Arauco has de quedarte.
JUANA: Me agravia que esto me adviertas.
(Cuando solo por quedarme Aparte he fingido esta cautela.)
GUALEVA: ¿Serás firme?
JUANA: Soy tu amante,
GUALEVA: ¿Iráste?
JUANA: Eres mi cadena.
GUALEVA: Ven, mi don Juan.
JUANA: Ya te sigo.
GUALEVA: ¡Qué alegría!
JUANA: ¡Qué tristeza!
GUALEVA: (Venciste, Amor, pues lograste Aparte
de este español las finezas.
Vase
Salen el MARQUÉS de Cañete, barba,
con bastón de general, don DIEGO de Almagro con
béngala, don PEDRO de Rojas y SOLDADOS españoles de
acompañamiento
MARQUÉS: Españoles valientes,
cuyos hechos altivos y eminentes
un mundo y otro aclama,
aun no cabiendo en ellos vuestra fama:
y veis en el estado
que el bárbaro rebelde, levantado,
después de tantas glorias,
ha intentado postrar vuestras victorias;
pues loco y atrevido
–de pensarlo, por Dios, estoy corrido–
olvidado –sin duda, que es aquesto–
de quien sois, a esta plaza sitio ha puesto
y es mengua, que la acción les he envidiado
que un marqués de Cañete esté sitiado.
DIEGO: Dos convoyes han rato.
MARQUÉS: Tienen traza,
según los miro, de asaltar la plaza.
DIEGO: A tu sombra, señor, hoy en los muros
defendidos estamos y seguros.
MARQUÉS: Buen don Diego Almagro, vuestro brío
no tan solo averigua el valor mío;
pues dando a España glorias,
le servís de muralla y de victorias.
DIEGO: Vuecelencia en honrarme…
MARQUÉS: Poco digo
que esto mejor lo sabe el enemigo.
Don Diego, hablemos claro, yo deseo,
aunque el inconveniente grande veo,
cuando somos tan pocos,
dar castigo a estos bárbaros, que locos
hoy me tienen sitiado;
y no es para un endose lo Mencerrado;
y aunque hay más de quinientos
para cada español, hoy mis intentos
se han de lograr. ¡Por vida
de los dos, que he de hacer una salida!
¿Qué os parece?
DIEGO: Señor, que acometamos,
que alentándonos vos, menos bastamos,
aunque para cualquiera
cien mil mundos de bárbaros hubiera.
MARQUÉS: Vos, don Pedro de Rojas, que valiente
siempre unís lo bizarro y lo prudente,
cuál vuestro voto es?
PEDRO: Seguir osado,
pues Vuecelencia lo ha determinado.
MARQUÉS: ¡Por vida mía!, Don Pedro, en este intento
decid desnudo vuestro sentimiento.
PEDRO: Estando de por medio vuestra vida,
(Ya negarle no puedo esta salida, Aparte
aunque el valor heroico lo ha dictado.)
me parece, según en el estado
que está el socorro que esperamos, era
mucho mejor, señor, que no se hiciera;
porque juntos con él, si el cerco dura,
está nuestra victoria más segura.
MARQUÉS: Andad, señor, y ¿a mí qué me debiera
si con ese partido acometiera?
¿Sufrir un cerco yo? ¿quién tal ha dicho?
No sufre tanta flema mi capricho.
Salir, señor, intenta mi denuedo,
que pensarán, por Dios, que tengo miedo.
Si el socorro llegare, ¿es mal partido
que al enemigo encuentro ya vencido?
PEDRO: Éste mi sentir es, mas al suceso
no ha de faltar mi espada.
MARQUÉS: Bueno es eso,
ella sola ha de darme la victoria.
PEDRO: De tu valor se espera mayor gloria.
DIEGO: Mirad, don Pedro, vos habéis llegado
poco habrá del Perú, sois gran soldado,
bien lo dice el valor que en vos se halla,
pero no conocéis a esta canalla;
porque son tan valientes,
y de esotros de allá tan diferentes,
que porque todos sus hazañas vean,
con disciplina militar pelean.
Y es mengua de soldados,
ver que nos tengan hoy acorralados,
sin opósito suyo, pues parece,
que de nuestra omisión su orgullo crece;
y así, para su estrago,
no hay sino darles hoy un Santïago,
MARQUÉS: ¡Y como que lo creo
de vuestro gran valor!
DIEGO: Ya mi deseo
quisiera verlo todo ejecutado.
Sale MOSQUETE
MOSQUETE: Gracias le doy al cielo que he llegado.
DIEGO: ¿Mosquete?
MOSQUETE: ¿Señor?
DIEGO: ¿De dónde vienes
con tanta prisa?
MOSQUETE: ¡Buena flema tienes!
Prisionero me vi del enemigo.
DIEGO: Qué dices? es verdad?
MOSQUETE: Lo que te digo;
y tú has sido mi norte y aun mi estrella,
porque en oyendo una araucana bella
tu nombre, libertad me dio al instante,
y me dijo…
DIEGO: No pases adelante,
que está el marqués aquí.
MOSQUETE: (Pues oye aparte. Aparte
Mira que traigo mucho que contarte.)
DIEGO: Luego me lo dirás.
MARQUÉS: Ese soldado,
[dime,] ¿quién es?
DIEGO: Mosquete, mi crïado.
Llega, Mosquete a que el marqués te vea.
Mosquete, acaba.
Llega al MARQUÉS
MOSQUETE: (Lo que mosquetea.) Aparte
MARQUÉS: Tiene buena presencia.
MOSQUETE: Menor mosquete soy de Vuecelencia.
MARQUÉS: Hoy es el día, españoles míos,
que necesito más de vuestros bríos;
y pues lo deseamos,
éste el orden será.
MOSQUETE: Ya le aguardamos.
MARQUÉS: Por la parte del río importa mucho,
Don Diego, que salgáis… pero, ¿qué escucho?
Suena dentro un clarín
DIEGO: Llamada han hecho.
MARQUÉS: Ya me da cuidado.
¿Qué puede ser?
Sale un SOLDADO
SOLDADO: Señor, es un soldado
del real del enemigo,
que a boca quiere hablarte.
MARQUÉS: Que entre, digo.
SOLDADO: Ya licencia tenéis, entrad, soldado.
Sale CAUPOLICÁN, disfrazado
CAUPOLICÁN: (No he querido fïar de otro cuidado, Aparte
aunque es hacer a mi decoro ultraje,
esta acción; y así, vengo en este traje
solo, no porque vengo yo conmigo,
a saber la intención del enemigo.)
Llega
¡Apolo os salve, soldados!
¿Cuál es aquí de vosotros
el gran marqués de Cañete?
MARQUÉS: Di, araucano, ya te oigo.
MOSQUETE: (Parece, si no me engaño, Aparte
que aqueste galgo conozco.)
CAUPOLICÁN: El grande Caupolicán,
del orbe terror y asombro,
General de Arauco y Chile,
reino a su grandeza corto,
a ti el marqués de Cañete,
salud envía en Apolo,
para que conozcas yerros
[que te han de ser tan costosos],
si sabéis que ya la hambre
[con torcedores ahogos]
os debilita, y los días
os va consumiendo sordos.
Lo que a decirte me envía
es, que a saber vengo sólo
de vuestra altiva porfía,
si el medio os ha vuelto locos;
porque si sabéis que está
su ejército numeroso
sobre esta plaza, y que sois
para su defensa pocos;
si sabéis que es imposible
que os venga ningún socorro,
y aunque os viniera, españoles,
el de Marte, fuera ocioso,
¿a qué aguardáis castellanos?
¿Cómo, altivos ciegos, cómo
queréis ser vosotros mismos
enemigos de vosotros?
Rendíos al punto, que un día
tenéis de plazo; y si locos,
en este término, os tiene
la ceguedad perezosos,
por esa divina antorcha
que el cielo devana a tornos,
y ese encendido cometa
de ese cristalino globo,
que no ha de quedar almena
que no se convierta en polvo.
Mi vida, que de su saña
no sea indigno despojo,
esto me envía a decirte,
tu respuesta aguardo sólo.
DIEGO: ¡Esto escucho! ¡Voto a Dios…! Aparte
MARQUÉS: Aunque tu gran desahogo,
araucano, merecía
más respuesta que mi enojo;
y aunque no te vale el fuero
de embajador que es impropio
en ti porque de traidores
embajador no conozco;
porque vuelvas la respuesta,
aquesta vez te perdono.
A Caupolicán le di
que ahora no le respondo
de palabra, porque quiero
ir en persona yo propio
a castigarle en campaña.
Habláis mucho y obráis poco.
DIEGO: (Yo he de reventar, sin duda Aparte
si los cascos no le rompo.)
Descomunal araucano,
altivo y presuntuoso,
que fundas tu bizarría
en lo adusto y en lo bronco;
el marqués no ha de salir,
porque fuera empeño corto
a su valor. Yo saldré,
que soy el menor de todos
los que ves, y voto a Dios,
que si en campaña le cojo
–sin llegar mi espada a él,
que es un bárbaro asqueroso–
le he de enviar al infierno
tan solamente de un soplo;
y si acaso –que sí harán–
no le quieren los demonios,
volverá carbón, con que
nos calentemos nosotros.
CAUPOLICÁN: De tus soberbias palabras,
castellano, no me corro,
cuando habláis como mujeres
encerrados, y propongo
decirle a Caupolicán
que os envíe sin enojos
alguna labor que hagáis,
porque no estéis tan ociosos.
DIEGO: Bárbaro, ¡viven los Cielos!,
que has de ver…
Acomete y detiénele el MARQUÉS
MARQUÉS: Don Diego, ¿cómo
estando presente yo?
DIEGO: Por ti, señor, me reporto.
MARQUÉS: Dile a ese bárbaro ciego,
que luego al punto dispongo
sacar mi gente en campaña.
CAUPOLICÁN: Esa palabra le tomo.
MARQUÉS: Presto la verás cumplida.
CAUPOLICÁN: Desdichados de vosotros
si intentáis esta locura!
MARQUÉS: Vete en paz.
CAUPOLICÁN: Guárdeos Apolo.
Vase
DIEGO: ¡Vive Dios!, señor, que es mengua
de españoles valerosos
que de un bárbaro suframos
esta befa y este oprobio!
MARQUÉS: Bien decís; y así, don Diego,
como os he dicho, dispongo,
que por la parte del río
salga vuestro pecho heroico
a darles el Santïago.
DIEGO: De lo que tardo me corro.
MARQUÉS: Vos, don Pedro, por la parte
que mira al real, animoso
habéis de salir con orden
de hacer al bárbaro rostro,
y retiraos si acaso
empeña su resto todo,
que yo en Santa Fe quedo
para iros dando socorro.
Ea, españoles, partíos luego,
y vaya Dios con vosotros.
DIEGO: Toca al arma.
PEDRO: Al arma toca.
MARQUÉS: Ea, españoles famosos,
Santïago y cierra España.
Éntranse sacando las espadas
MOSQUETE: Allá vais con mil demonios:
solo Mosquete se queda,
que Mosquete no está loco
para que ahora dispare,
que es un hombre escrupuloso,
y no sale, que no quiere
que le sacudan el polvo.
Ve aquí que salgo, y un indio
me apunta y me saca un ojo,
porque tira muy derecho,
aunque tiene el arco corvo.
Ve aquí, que con una cuerda
remangado hasta los codos,
hecho verdugo de mártir,
hacia mí se viene otro.
Saco la cruz, y le digo
–tente, que no estoy de modo
que me despaches a ser
vecino del Flos Sanctorum.
Ya han salido. Ya se traba
la escaramuza, y el plomo
reparte sus peladillas.
Disparan. Dentro CAUPOLICÁN
CAUPOLICÁN: ¡Araucanos valerosos,
hacia el río, que nos cortan!
Dentro DIEGO
DIEGO: ¡Todos para mí sois pocos!
MOSQUETE: Aquí estoy mal; ahora bien,
yo me voy a aquel rastrojo
a decir que he peleado
más que ninguno de todos.
Vase. Dentro ruido de batalla, y sale don DIEGO
retirando algunos indios, y mételos a cuchillados
DIEGO: ¡A ellos, fuertes castellanos!
IINDIOS: ¡Huyamos, que son demonios!
Vanse, y salen dos SOLDADOS españoles
retirando a FRESIA
SOLDADO 1: Ríndete, araucana.
FRESIA: Infames,
mal mi orgullo valeroso
conocéis; de aquesta suerte
me rindo yo. ¡Vive Apolo,
que se me cayó el acero!
Cáesele
SOLDADO 2: Date a prisión.
FRESIA: Cielos, ¿cómo
consentís aquesta injuria?
Sale don DIEGO
DIEGO: Hacia aquí las voces oigo.
¿Qué es aquesto?
SOLDADO 1: Gran don Diego
de Almagro…
FRESIA: ¿Qué escucho?
SOLDADO 2: Sólo
haber hecho prisionera
esta araucana.
DIEGO: (¡Mis ojos Aparte
no han visto tal hermosura!)
FRESIA: (Ya por mi mal le conozco, Aparte
y hallo en él cuanto la idea
me propuso.)
DIEGO: Oíd vosotros.
Idos.
LOS DOS: Ya te obedecemos.
Vanse
DIEGO: ¿Quién eres, divino monstruo?
¿Quién eres, que como diosa,
hoy a tus plantas me postro?
Levanta el acero y se lo da
Vuelva el acero a tu mano,
vibra en mi pecho tu odio;
pero no, que ya me has muerto
con los rayos de tus ojos.
Y porque sepas que yo
soy tu prisionero solo
–por que tu vista a mi gente
no cause algún alboroto–
en ese bruto, que miras
atado a ese verde tronco,
te pon, y vete a tu real.
FRESIA: A tu valor reconozco
la libertad y la vida.
Dentro TUCAPEL
TUCAPEL: Araucanos animosos,
Fresia no parece.
FRESIA: (¡Cielos, Aparte
mi gente es ésta. ¿Qué oigo?)
Salen TUCAPEL, RENGO, y SOLDADOS
indios
TUCAPEL: ¡Ah, traidores! ¿Cómo así
queréis robar el tesoro
de Arauco cuando el sol mismo
no le merece en su solio?
RENGO: Muera, qué aguardo?
FRESIA: Teneos.
DIEGO: Los traidores sois vosotros.
Riñe don DIEGO con todos y FRESIA le
defiende poniéndose delante, y sale doña JUANA de
hombre, con la cara cubierta, y pónese al lado de don
DIEGO con la espada [desnuda]
JUANA: Caballero, a vuestro lado
me tenéis, ánimo.
FRESIA: ¿Cómo,
villanos, si le defiendo,
osáis altivos y locos
ofenderle?
TUCAPEL: ¿Qué razón
moverte puede?
FRESIA: Oídme todos:
A este castellano debo
la libertad, pues su heroico
pecho libre me envïaba,
cuando llegasteis vosotros;
y puesto que se le ofrece
a mi aliento generoso
ocasión en que le pague
la deuda del mismo modo,
nadie le ofenda, soldados,
venid siguiéndome todos:
y tú, castellano al punto
en ese bruto fogoso
que me ofrecías, te parte
al fuerte, advirtiendo sólo,
que no solamente son
los de Arauco valerosos,
sino que hasta las mujeres
tiene este aliento propio.
JUANA: (Y yo de que le defienda, Aparte
me abraso en celos rabiosos.)
TUCAPEL: Solo porque quedes bien,
templa Tucapel su enojo.
FRESIA: Seguidme pues. (¡Ay, don Diego, Aparte
dueño del alma te nombro!)
Vanse
DIEGO: ¡Ay, araucana divina,
cautivo quedo en tus ojos!
JUANA: (¡Ah falso! Pero no es tiempo Aparte
de descubrirme.) Animoso
caballero, montad luego,
y poned la vida en cobro,
que yo os aseguro el campo.
DIEGO: A vuestro aliento brïoso,
caballero, agradecido
estoy. ¿Quién sois?
JUANA: Eso sólo
es imposible deciros.
DIEGO: Pues si no os declaráis, ¿cómo
podrá mi pecho pagaros
la deuda que reconozco?
JUANA: Mas me debéis que pensáis.
DIEGO: Pues, ¿por qué encubrís el rostro?
JUANA: Porque me importa encubrirme.
DIEGO: Conoceisme?
JUANA: Ya os conozco,
y algún día os pediré
la paga.
DIEGO: Seré dichoso.
Tocan
A recoger han tocado.
JUANA: Pues, caballero brïoso,
idos al fuerte, que yo
al real de Arauco me torno.
DIEGO: Apartarme de vos siento.
JUANA: Yo evitaré los estorbos
para estar siempre con vos.
Tocan
DIEGO: No os entiendo.
JUANA: Yo tampoco.
DIEGO: Segunda vez han llamado.
JUANA: Adiós.
DIEGO: Adiós. Yo voy loco
de ver un hombre tan raro.
Vase
JUANA: Fementido y alevoso,
yo haré que pagues mi amor,
que aunque te abrasan los ojos
de Fresia, estorbar sabré
tus intentos cautelosos.
FIN DE LA PRIMERA JORNADA
________________________________________
JORNADA SEGUNDA
________________________________________
Sale doña JUANA, de hombre
JUANA: Amor, ya he llegado a ver
la fuerza de tu rigor.
¿Qué es lo que quieres, Amor,
de una infelice mujer?
Si tu violenta porfía
de mí misma me enajena.
¿Qué es lo que me quieres, pena,
que aun no me dejas ser mía?
Don Diego, aleve y traidor,
de mí, con injusto trato,
se olvida y me deja ingrato,
cuando es dueño de mi honor.
Ya con cariño leal
solicito su desdén,
que solo yo sirvo bien
a quien sabe pagar mal.
Y porque no se mejore
mi suerte, halla mi quimera
una mujer que le quiera,
y otra que a mí me enamore.
Fresia, para darme enojos
le quiere; y él, claro está,
que su afecto pagará,
pues me lo han dicho sus ojos.
Gualeva muy cariñosa,
porque padezca este ultraje,
me adora, que en este traje
debo de ser más dichosa;
y entre estas burlas y veras
lidiando está mi cuidado.
Fortuna, ¿dónde has hallado
tanto tropel de quimeras?
Pero pues ya me quedé
en Arauco, y en rigor
Gualeva me tiene amor,
con esta industria podré
de los dos saber mi daño,
centinela de mi honor;
pues lo que hiciere su amor,
sabrá deshacer mi engaño.
Sale FRESIA por el otro lado
FRESIA: Amor, que en dulces despojos
usurpaste a mis sentidos
la vista por los oídos,
y la atención por los ojos,
¿dónde tus engaños van,
tirano, que no lo sé,
pues injuriando la fe
que debo a Caupolicán,
a un cristiano mi albedrío
has rendido de manera
que no soy la que antes era?
¿Qué no hará tu desvarío?
De Fresia, ¿ha de haber quien diga,
que a otro amor su afecto da?
Pero allí el cristiano está.
JUANA: ¡Cielos, ésta es mi enemiga!
Al paño TUCAPEL
TUCAPEL: A Fresia, determinado
viene siguiendo mi amor,
a decirle –¡qué rigor!–
que es imán de mi cuidado.
Pero no es posible ahora,
que está el español allí.
FRESIA: Cristiano, ¿qué haces aquí
tan solo?
JUANA: (¡Ah, ingrata!) Señora, Aparte
no tengas a novedad
hallar sólo a un afligido,
pues de un triste siempre ha sido
alivio la soledad.
FRESIA: Triste tú, ¿por qué razón?
¿No has mejorado tu suerte?
JUANA: (Tú pudieras responderte, Aparte
pues eres tú la ocasión.)
FRESIA: Mi prima Gualeva, di,
que aquesto bien lo sé yo,
¿la libertad no te dio?
JUANA: Sí señora, eso es así.
Y aunque lograrla pudiera,
traigo un cuidado crüel,
y hasta que acabe con él
he de estar de esta manera.
FRESIA: A lo que llego a entender,
español, de tu cuidado,
creo estás enamorado
en tu tierra.
JUANA: Puede ser,
y aun aquí que lo estoy siento.
FRESIA: ¿A quién tu amor se rindió?
JUANA: Pienso que estamos tú y yo
en un mismo pensamiento.
FRESIA: No te entiendo, y pues los dos
solos estamos ahora,
dime, ¿a quién quieres?
JUANA: Señora,
son cuentos largos, por Dios.
A un sujeto mis desvelos
se han rendido y se han postrado,
que por otro me ha dejado.
FRESIA: ¡Mal haya quien te da celos!
JUANA: ¡Mil veces mal haya, amen!
FRESIA: Y pues tú me has declarado,
que quieres bien, mi cuidado
he de fiarte también.
TUCAPEL: Con mil sobresaltos lucho.
FRESIA: Sabe, que amor me condena
a la más terrible peña:
pues a un español…
TUCAPEL: ¿Qué escucho?
FRESIA: Se rindió el orgullo mío;
y como, en fin, soy mujer…
TUCAPEL: Esto me importa saber.
FRESIA: …es dueño de mi albedrío
quisiera sin embarazo
verle esa noche.
JUANA: (¡Ah traidora!) Aparte
FRESIA: ¿Qué me respondes?
JUANA: Señora,
(¡Quién te hiciera mil pedazos!) Aparte
por aliviar tu dolor,
y porque se te olvidara,
vida y alma aventurara.
FRESIA: Pagas en eso mi amor.
¿No conoces a un don Diego
de Almagro, a quien hoy la fama,
por el más valiente aclama?
TUCAPEL: ¿Esto escucho? ¡Yo estoy ciego!
FRESIA: Sí, bien lo conocerás,
pues en la presencia mía
de él hablaste mal un día,
y he de saber, ¿por qué estás
mal con él?
JUANA: Aunque es así,
que mal de don Diego hablé,
nada en don Diego se ve
que pueda importarme a mí.
En mi tierra loco y ciego,
don Diego a una dama vio,
y don Diego la turbó.
FRESIA: No ha visto tanto don Diego.
¿Eso, qué te importa a ti?
JUANA: A mí nada, claro está.
TUCAPEL: La paciencia pierdo ya.
JUANA: (¿Celos, qué queréis de mí?) Aparte
FRESIA: Yo, en fin, a don Diego adoro,
bien te lo ha dicho mi fe,
sin él no vivo; y aunque
es arriesgar mi decoro,
delante de ti un recado,
como sabes, le envié;
y pues no viene, se ve
que no se lo dio el crïado;
y así, español, yo quisiera…
JUANA: ¿Quisieras, si se repara,
que yo mismo le llevara,
para que a verte viniera,
otro aviso en conclusión?
FRESIA: Leíste el intento mío.
JUANA: ¿Te espantas? Más que en el mío
estoy en tu corazón.
FRESIA: A darle este aviso irás,
pues fío mi amor de ti.
JUANA: Y si él no viene por mí,
no tienes que aguardar más.
FRESIA: Ve a darle luego el recado,
y a sacarme de este abismo.
JUANA: Haz cuenta que es uno mismo
tu cuidado y mi cuidado.
FRESIA: Yo te seré agradecida,
si con dicha a verme llego.
JUANA: (O no has de ver a don Diego, Aparte
o me ha de costar la vida.
Vase
TUCAPEL: ¿A qué aguardan mis enojos,
si estoy de coraje ciego?
FRESIA: ¡Ay, español! ¡Ay don Diego!
¿Cuándo te han de ver mis ojos?
Apolo, tú que el secreto
sabes de mi lengua muda.
dime, ¿vendrá?
Sale TUCAPEL
TUCAPEL: ¿Quién lo duda?
Yo, Fresia, te lo prometo,
que no es muy dificultosa
esta empresa.
FRESIA: (Hado crüel, Aparte
¿si me oyó hablar Tucapel?
TUCAPEL: Escúchame, Fresia hermosa:
Divina araucana bella,
en cuyas luces anima
el sol sus flamantes rayos,
para que amanezca el día.
No me espanto que al amor
tu altivez hermosa rindas,
que en tu mismo cielo tienes
los astros con que te inclinas.
Sólo siento, cuando hay tantos
en Arauco que te sirvan
y que te adoren, pues yo
al combate de tus iras,
ha mil siglos que en tus ojos
ardo solamente viva,
que a un español, que a un cristiano
ciegamente inadvertida,
entregues tu amor, sin ver
que te ofendes a ti misma.
Corrido de hallarte humana
estoy al verte divina.
¿No sabes, que de sus cascos
nuestra insaciable ojeriza
hace valer, que en tu mesa
la hidrópica sed mitigan?
Pero ya que estás resuelta
a quererle, pues le envías
a llamar, desprecio haciendo
de mis hidalgas fatigas,
hoy a tus ojos prometo
traer su cabeza misma;
porque quien viere tu amor
puesto en un cristiano, diga,
que Tucapel de esta infamia
a los araucanos libra.
FRESIA: (Aquí importa mi valor. Aparte
De escucharle estoy corrida.
Pero mi rigor con él
me disculpe, pues peligra
mi honor, si le riño ahora
con blandura su osadía.)
Dos delitos, Tucapel,
con tus razones indignas,
has cometido: primero,
que estando en presencia mía,
sin el respeto debido
a mi honor, que a par se mira
del sol, pues a él comparado
arde con centellas tibias,
ciego me declares ese
bárbaro amor que publicas;
el segundo, no, el primero,
bien dice, y lo que más me irrita,
es que atrevido, villano,
y descompuesto me digas,
que a un español rinde Fresia
su amor, cuando no mitigan
mares de sangre cristiana
la sed insaciable mía.
¿Yo afición? ¿Qué es afición?
¿Yo caricia? ¿Qué es caricia?
Cuando yo misma me corro
de que mi voz lo repita.
¡mientes, villano!
TUCAPEL: Oye, Fresia.
Considera, advierte, mira,
que yo lo escuché y no puedes
negarme lo que publicas.
FRESIA: Es verdad, pero hay palabras,
que aunque suenan mal oídas,
el intento que las mueve
suele tal vez desmentirlas.
Yo le llamé, no lo niego,
para quitarle la vida
Con este engaño…(¡Ay don Diego, Aparte
perdóname esta mentira!)
…porque me corro a ver
que sus hazañas altivas
borren las que de vosotros
hoy tiene la fama escritas;
aquésta fue mi intención,
y ¿piensas tú…?
TUCAPEL: No prosigas,
que en tu disculpa engañosa
te confiesas conclüída.
Doy, que llamarle tu voz
para ese intento sería:
doy que viene, y que tú, Fresia,
con esos ojos le miras.
¿Dejarán de ser hermosos,
aunque de rigor los vistas?
¿No es preciso que se muera,
si con atención los mira?
Luego ya de tu favor,
y no del rigor peligra;
pues, ¿no muere de tu enojo
el que muere de su dicha?
Y así para que no tenga
esta vanidad precisa,
pues verle muerto deseas,
yo haré, tirana enemiga,
que con su cabeza veas
hoy mi promesa cumplida.
Vase
FRESIA: ¡Ay, Amor, cierta es mi muerte!
que si don Diego peligra
al rigor de este tirano,
¿para qué quiero la vida?
Bien parece que eres mío,
pues empiezas con desdicha.
Mas, ¿cómo de mi valor
me olvido cuando yo misma
puedo remediar del alma
la amenazada rüína?
Siguiendo iré a Tucapel,
que en dos acciones distintas,
si aventuro mi recato,
el amor es quien me obliga.
Vase. Salen don DIEGO y MOSQUETE
DIEGO: Grandes fueron los estragos
que en los bárbaros hicimos.
MOSQUETE: Sí, mas por Dios, que nos vimos
bebiendo la muerte a tragos.
DIEGO: Notable el número fue,
que de enemigos cargó.
MOSQUETE: Si no estuviera allí yo,
se perdiera Santa Fe.
valiente mi acero andaba.
DIEGO: Yo en el campo no te vi.
MOSQUETE: Con la sombra me encubrí
de los que despabilaba.
A un araucano encontré
lampiño, y le di tal bote,
que a su pesar, de un bigote,
en un árbol le colgué.
DIEGO: Un lampiño, ¿cómo, di,
pudo bigotes tener?
MOSQUETE: Le empezaban a nacer
de miedo de verme a mí.
A otro araucano marrajo,
mira mi fuerza la que es,
solamente de un revés
le eché en el río Tajo.
DIEGO: Calla, loco.
MOSQUETE: ¿Qué te inquieta?
DIEGO: Que eres un gallina digo.
MOSQUETE: Tú, comparado conmigo,
eres un niño de teta.
DIEGO: Por Dios, que me vi perdido,
si aquella hermosa araucana
que te dije, soberana,
no me hubiera defendido.
MOSQUETE: Admirado me ha dejado
lo que de ella hoy refieres;
mas tú con estas mujeres
eres muy afortunado;
pues tienes, rara quimera,
una, que con dicha extraña,
te defiende en la campaña;
otra, que en el real te quiere.
Fresia, a tu fama obligada,
pide la vayas a ver;
déjate, Fabio, querer,
pues que no te cuesta nada.
DIEGO: ¿Fresia se llama? Sin duda
que es la que me defendió,
porque ese nombre le dio
su gente.
MOSQUETE: Pues si te ayuda,
no ir a verla es disparate.
Necio en no hacerlo serás;
enamórala y tendrás
para el sitio chocolate.
DIEGO: Calla, loco.
MOSQUETE: Sin empachos,
hoy te has hallado un tesoro;
pues tendrá más tejos de oro,
que hay cabezas de muchachos.
DIEGO: Ya a verla determinado
estoy, aunque el riesgo infiero;
mas será bien que primero,
pues tú con ella has estado,
y su tienda sabes, vayas
a prevenirla.
MOSQUETE: Eso no,
en que vayas vengo yo,
y luego allá te lo hayas.
DIEGO: Necio es tu recelo, puesto
que libre por mí te ves.
MOSQUETE: El marqués sale.
DIEGO: Después
hablaremos más en esto.
Salen el MARQUÉS, don PEDRO de Rojas, y
acompañamiento
MARQUÉS: Gran día, por Dios, don Pedro,
que estábamos ya apretados.
PEDRO: Señor, aunque vuecelencia
con su corazón bizarro,
siempre muro incontrastable
a la defensa y reparo
de la plaza asiste, al cerco
nos aprieta el indio tanto,
que era imposible…
MARQUÉS: Don Pedro,
no el peligro he de negaros;
pero es más nuestro valor.
Don Diego, ¿tan retirado?
¿Cómo, si somos amigos,
a darme no habéis llegado
el parabién del socorro
que ya tan cerca miramos?
En fin, el Perú ha servido
fino al rey.
DIEGO: Tales vasallos
nunca pueden obrar menos.
MARQUÉS: Saben muy bien obligarlo,
y al valle de Tucapel
entran las tropas marchando
con don Alonso de Ercilla.
DIEGO: Es muy valeroso cabo
para la caballería,
y con Reinoso a su lado
pueden ceder a sus glorias
los Césares y Alejandros.
MARQUÉS: Don Diego, lo que me admira,
es ver que los araucanos,
según expertos están
ya en la guerra, viendo cuanto
importa aqueste socorro,
reconociendo su daño,
no hayan salido a impedir
a nuestras tropas el paso.
DIEGO: Muy difícilmente entraran
si en el estrecho del lago
hicieran la oposición.
MARQUÉS: Ha sido descuido raro.
DIEGO: Toda la fuerza en el sitio
esta plaza han ocupado.
MARQUÉS: Sin embargo, admira mucho
ver que se hayan descuidado,
sin mirar este peligro,
y más cuando tan soldados
están ya; porque, decidme,
¿no os causa notable espanto
ver, que sepan hacer fuertes,
rebellines y reparos,
abrigarse de trincheras,
prevenirse a los asaltos
y jugar armas de fuego?
No pudieran hacer tanto
si toda la vida en Flandes
se hubieran disciplinado.
DIEGO: Tan diestros, como nosotros,
manejan ya los caballos.
PEDRO: Mas es verlos como visten
el duro peto acerado.
MOSQUETE: Y habrá quien diga que en cueros
pelean como borrachos;
pues la fuercecilla es boba:
vive Dios, que hay araucano
que trae una viga al hombro,
que no la llevara un carro.
[Suena un] clarín
MARQUÉS: ¿Qué es aquesto?
MOSQUETE: Gran señor,
fuera del muro han tocado
un clarín.
DIEGO: Y hacia la plaza
viene un bárbaro llegando
a caballo.
MARQUÉS: Otra amenaza
nos traerá, como el pasado.
DIEGO: Ya a las murallas se acerca.
Sale TUCAPEL por el patio en un caballo en cerro,
con una liga por freno, estribos de cuerda, y un indio con una
trompeta
TUCAPEL: Valerosos castellanos,
si mi presencia no os causa,
antes de mi nombre, espanto,
diré quien soy, que esta salva
es fuerza haceros, juzgando,
que si antes digo mi nombre,
moriréis de sobresalto.
MARQUÉS: Bárbaro, quién eres, di
que aunque altivo y temerario
piensas matar con las voces,
no son las palabras manos.
TUCAPEL: Bien las teméis, españoles,
pues demuestra a los cercados
el valor que hay en nosotros
no podéis aseguraros;
pero para no cansarme
de voces, que es escusado,
cuando el acero pretende
ser mejor lengua en el campo,
diré en breve a lo que vengo
si es que podéis escucharlo.
Yo soy Tucapel, en quien
consiste todo el Arauco
y el mundo, que todo el mundo
es corta empresa a mi brazo.
A una dama le ofrecí,
a quien amante idolatro,
a quien rendido me postro
por deidad y por milagro
de hermosura, pues el sol
es de su belleza un rasgo,
la cabeza de don Diego,
ése que llaman de Almagro;
que, porque dicen que es
valiente, se le ha antojado.
Y porque siempre a las damas
he cumplido lo que mando,
a don Diego desafío
cuerpo a cuerpo por no errarlo;
pues si como me pidió
su cabeza, las de cuantos
ahí se encierran me pidiera,
ya en la plaza hubiera entrado,
y todas se las llevara
a la cola del caballo.
Ea, españoles, si el valor
ambicioso de honra tanto
puede con vosotros, que
de otro mundo aqueste os trajo,
salir conmigo a campaña
os lo asegura, y si osado
sale don Diego, su fama
volará en vuelo más alto
que dan laurel mis historias
a la muerte del contrario,
y a lo dicho responded,
que me corro en lo que tardo.
DIEGO: Bárbaro, yo soy don Diego,
y porque deslumbrado
otra vez no hagas promesa
que no has de cumplir, al campo
saldré luego, y voto a Dios,
que el antojo temerario
de esa dama ha de cumplir
tu cabeza, que no es malo
a un antojo de una perra,
envïarla una de un galgo.
TUCAPEL: Pues, español, ya que estás
de tu valor confïado,
en la fuente de oro espero,
y hoy de sol a sol te aguardo,
si te atreves a salir,
donde verás que mi brazo
para hacerte polvo, es
relámpago, trueno y rayo.
Vase
DIEGO: Tras ti voy.
Hace que se va
MARQUÉS: Teneos, don Diego,
¿pues a dónde vais?
DIEGO: Al campo,
a quitarle la cabeza,
y a envïársela en un palo
a su dama, para el muelle.
MARQUÉS: Pues vuestro aliento bizarro
perdone esta vez, porque
no podéis salir al campo.
DIEGO: ¿Cómo que no? ¡Voto a Dios…!
MARQUÉS: Ea, don Diego, templaos;
ved que estáis en mi presencia,
y que yo soy el que os mando
que no salgáis, pues no os toca
el duelo estando cercado.
DIEGO: Vive Dios, que vuecelencia
es terrible.
MARQUÉS: ¡Reportaos!
¿Quién duda que sois valiente?
Ninguno; pues vuestro brazo,
no sólo trïunfe al rey,
sino provincias, le ha dado.
Yo soy vuestro general,
esta plaza al rey le guardo,
para defenderla sólo
he menester los soldados;
que duelos particulares,
no plazas al rey le han dado.
Mirad si será mejor
para esta empresa guardaros,
que a lo que no necesito
dejaros salir al campo
DIEGO: Y mi pundonor?
MARQUÉS: Ninguno
como yo sabrá guardarlo.
Sepa obedecer ahora;
que yo tomaré a mi cargo
su despique. Vos, don Pedro,
haced luego echar un bando,
que ninguno de la plaza,
por ningún modo, sea osado
a salir, pena de muerte;
y aquesta noche os encargo,
que corráis las centinelas
que están fuera.
PEDRO: Mi cuidado
hará todo lo que ordenas.
MARQUÉS: El nombre os daré temprano.
No estéis con pena, don Diego.
DIEGO: Yo, señor…
MARQUÉS: Ya está acabado.
No hemos de hablar más en esto,
obedeced lo que os mando.
DIEGO: Digo, señor, que obedezco.
(No bien el lóbrego manto Aparte
tenderá la noche al mundo,
cuando por el muro osado
baje a cumplir con quien soy.)
Vase
MARQUÉS: ¡Lo que siente el buen Almagro
perder aquesta ocasión!
Pero esto es preciso, vamos,
que hay mucho que prevenir.
PEDRO: Ya te seguimos.
MARQUÉS: Por cuanto
dejará un hombre valiente
de sentir lo que ha pasado.
Vanse. Sale doña JUANA, en cuerpo, con una
carabina
JUANA: ¡Qué oscura que está la noche!
aun no se divisa el cielo,
pues parece que sus sombras
se conforman con mi intento.
Del real salgo, y hacia el fuerte
de los españoles vengo,
acompañada de aqueste
áspid de metal y fuego
que acaso Fresia tenía
en su tienda. A ver si puedo
ver a don Diego esta noche,
para estorbarle a don Diego,
con un engaño, que vaya
a ver a Fresia pues veo
que si yo no se lo estorbo,
no tendrá mi mal remedio.
¡Buena me has puesto, Fortuna,
con tus extraños rodeos!
No soy mujer, soy soldado,
pues entiendo ya el manejo
de las armas. Mas, ¿qué mucho
si en la guerra de mi pecho,
mi amor es el general,
capitanes mis deseos,
artilleros mis cuidados,
y aun centinelas mis celos?
Sale MOSQUETE
MOSQUETE: Lleven los diablos el alma
y el corazón del primero
que fue inventor de recados;
que viendo mi amo don Diego
el bando que ha publicado
el marqués, y conociendo,
que si sabe que ha salido
de la plaza, mi pescuezo
lo ha de pagar, temerario
y tronera me haya hecho
con esta noche salir
de Santa Fe, con intento
de que un recado la dé
a Fresia. ¡Viven los cielos
que está borracho!
JUANA: ¿Qué escucho?
Pasos a esta parte siento.
¿Quién es? ¿Quién va?
MOSQUETE: (Esto es peor; Aparte
aquí me dan pan de perro.)
JUANA: ¿No responde? Pues yo haré
con dos balas en su pecho
dos bocas con que responda.
MOSQUETE: Tente, hombre de los infiernos,
que yo con mi boca sucia
diré quien soy.
JUANA: Acabemos.
MOSQUETE: Soy un sastre comprador,
que una tela estoy urdiendo,
y ahora voy por el recado.
JUANA: De chanza me habla.
MOSQUETE: Lo cierto
es, que soy un soldado
de Santa Fe.
JUANA: Pierde el miedo;
y dime, ¿qué capitanes
hay en Santa Fe?
MOSQUETE: Dirélos:
el de más fama es mi amo.
JUANA: A quién sirves?
MOSQUETE: A don Diego
de Almagro.
JUANA: Ya le conozco.
MOSQUETE: Es el segundo don Pedro
de Rojas.
JUANA: Aguarda, ¿quién?
MOSQUETE: Don Pedro de Rojas.
JUANA: (¡Cielos, Aparte
si será aqueste mi hermano?)
Dime, ¿aquese caballero
ha mucho que está en Arauco?
MOSQUETE: Poco habrá, según sospecho;
porque en el Perú servía.
JUANA: (Él es. Fortuna, ¿este riesgo Aparte
añades más a mi vida?)
Dime; y tu amo don Diego,
¿está enamorado?
MOSQUETE: Mucho.
A una perra está queriendo,
que por ella se le cae
la baba.
JUANA: ¿Con tanto extremo
la quiere?
MOSQUETE: Eso es cosa mucha.
JUANA: Y de una dama, a quien ciego
dejó en el Perú, ¿se acuerda?
¿Débele algún sentimiento?
MOSQUETE: Aunque no la conocí,
algunas veces le veo,
así entre regañadientes,
mascarla algunos requiebros;
pero estotra se los come,
y ahora voy como un trueno
al real de los araucanos,
a prevenirla que luego
irá mi amo a visitarla.
JUANA: Si allá vas, viven los cielos
que te he de cortar las piernas.
MOSQUETE: Andaré muy bien con eso.
JUANA: Vuélvete al fuerte, villano
y dile a tu amo don Diego,
porque su riesgo conozca,
que esta dama tiene dueño;
que la vida han de quitarle
si es que no muda de intento;
y a ti, sólo porque lleves
esta respuesta, te dejo
sin darte dos cuchilladas.
MOSQUETE: ¡Por Dios!, que fuera bien hecho,
y que de la cortesía
de usted no esperaba menos.
JUANA: ¿A qué aguardas?
MOSQUETE: Ya me voy.
Esto y mucho más merezco
por alcahuete.
Al irse por donde salió doña JUANA,
le echa por donde él salió
JUANA: Villano,
por ahí has de ir.
MOSQUETE: Ya lo veo.
Adiós, mi rey, a mi amo
buena respuesta le llevo.
Vase
JUANA: ¿No bastan, cielos, no bastan
los enemigos que tengo
en mi estrella y en mi amor,
en mi cuidado y mis celos,
sin saber que esté mi hermano
en Arauco? ¡El juicio pierdo!
¡Sin alma estoy!
Sale don PEDRO
PEDRO: Mi cuidado
viene ahora recorriendo
Las centinelas, por ser
del marqués mandato expreso.
JUANA: Si no me engaño, a esta parte
voces oigo.
PEDRO: Pasos siento.
¿Quién va? ¿Quién es? Oye, hidalgo,
el paso franco pretendo;
hágase a un lado.
JUANA: (¡Ay de mí! Aparte
que si no me engaña el eco,
esta es la voz de mi hermano.)
PEDRO: ¿No responde?
JUANA: (¡Santos cielos!, Aparte
él aquí ha de conocerme
si no busco algún remedio;
pero fingiendo la voz,
centinela hacerme quiero,
pues aquesta carabina
me ayuda para el intento.)
Téngase allá.
PEDRO: (Centinela Aparte
es sin duda.) Ya me tengo;
pero he menester pasar.
¿Sois soldado de los nuestros?
JUANA: De los castellanos soy.
PEDRO: Dejad pasar a don Pedro
de Rojas.
JUANA: No le conozco,
ni conociera al rey mesmo,
sin darme primero el nombre:
no me engañe, caballero,
apártese.
PEDRO: El nombre os doy,
escuchad.
JUANA: Decid.
[Le habla] al oído
PEDRO: San Pedro.
JUANA: (¡Vive Dios!, que estoy perdida, Aparte
porque si pasar le dejo,
me ha de conocer.) Hidalgo,
aquí no hay otro remedio,
no hay sino tener la paciencia,
que el santo se me fue al cielo:
digo, que se me ha olvidado.
Alárguese, o a su pecho
irán dos balas.
PEDRO: ¿Qué? ¿De él
no os acordáis?
JUANA: No me acuerdo.
¡Alárguese, o voto a Dios…!
PEDRO: (A él se le olvidó, en efecto, Aparte
el nombre, y como soldado
ha andado valiente y cuerdo
en no dejarme pasar.)
Daréle aviso al sargento
de este caso, para que
vengan a mudarle luego.
Vase
JUANA: ¡Gracias a Dios, que escapé
de tan peligroso riesgo
con este engaño! Aquí ya
no hay que hacer, pues por lo menos
estorbé que aquel crïado
no llevara de don Diego
el recado a mi enemiga;
y sé también, que don Pedro,
mi hermano, en Arauco está,
pues de él me libré. ¿Quién, cielos,
se vio en tan gran confusión?
Pues me amenazan a un tiempo
un amante a quien adoro,
y un hermano a quien respeto.
Vase. Sale TUCAPEL
TUCAPEL: Ya el sol, monarca del día,
en el mar está acostado;
y pues con prisa he llegado
hasta aquesta fuente fría,
y es fuerza haber de esperar
a que salga el español,
pues busca descanso el sol,
bien podré yo descansar.
Recuéstase
A la margen reclinado
de este arroyo esperar quiero,
que no seré yo el primero
que descanse en el cuidado.
Hoy, Fresia ingrata, verás
si fue amor trocar tu suerte,
y si es querer darle muerte,
quien sabe servirte más.
¿Si a salir se atreverá?
Sí, que en su honor es forzoso,
mas soy tan poco dichoso,
que por esto no saldrá.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: ¡Vive Dios!, que me ha pesado,
y que llego a estar corrido
de haber el duelo impedido
a tan valiente soldado;
que aunque lo fundé en razón,
pues no le toca al sitiado,
es una razón de estado
que la siente la opinión.
El lugar que señaló
el bárbaro loco y ciego,
es éste, y hoy por don Diego
vengo a castigarle yo.
Que atrevido, no quisiera,
pues su salida impedí,
que este bárbaro de mí
y de todos se riera.
¡Disfrazado, aunque imprudente!
Mi valor aquesto intenta,
que no ha de estar siempre a cuenta
de lo cuerdo lo valiente.
En la plaza están ajenos
de que pueda estar yo aquí.
Con tal secreto salí,
que nadie me echará menos.
Diránme que no es cordura
el que yo salga, en rigor;
pero démosle al valor
un día una travesura.
Sale don DIEGO por otra puerta, y quédase al
paño
DIEGO: Por el muro me arrojé,
y vengo desesperado
a este sitio. ¿Si he tardado?
MARQUÉS: Allí en la arena se ve
un bulto, llegarme quiero.
¡Ah, hidalgo!
TUCAPEL: ¿Decís a mí?
DIEGO: Dos hombres están allí.
MARQUÉS: Si sois Tucapel, espero
saber.
Levántase TUCAPEL
TUCAPEL: Si eres tú el cristiano,
mi valor te lo dirá.
MARQUÉS: Pues, ¿cómo durmiendo está
con tal sosiego, araucano,
quien tiene enemigos, di,
de tan grande pundonor?
TUCAPEL: Porque siempre mi valor
está velando por mí.
Eres don Diego?
MARQUÉS: Sí soy.
DIEGO: ¿Qué oigo? ¡Cielos soberanos!
MARQUÉS: Hablen, bárbaro, las manos.
TUCAPEL: Corrido, por Marte, estoy
de haber de reñir contigo,
y en mi real me reñirán,
que aunque te mate, dirán,
que has hecho campo conmigo;
pero puesto que el cumplir
con mi dama es la fineza,
le he de llevar tu cabeza.
MARQUÉS: Gana me das de reír,
que no es fácil a mi ver,
aunque tu arrogancia escucho;
porque yo la quiero mucho,
y la sabré defender.
TUCAPEL: Español, de esta manera
esta empresa facilito.
MARQUÉS: A las obras me remito.
Sacan las espadas y llega don DIEGO
DIEGO: Aguarda, bárbaro, espera:
porque si este duelo hoy
con don Diego has aplazado,
y a él solo has desafïado,
don Diego de Almagro soy.
MARQUÉS: (¿Qué miro? ¡Almagro ha salido, Aparte
y el orden ha quebrantado!
Que no me conozca intento.)
TUCAPEL: Siempre eché de ver, cristiano,
que para reñir habíais
de salir acompañado.
MARQUÉS: Bárbaro, aunque somos dos
no emprenden los castellanos
reñir con ventaja nunca.
TUCAPEL: Pues, ¿cómo podréis negarlo,
siendo dos los que salís,
y uno solo el que yo aguardo?
DIEGO: (¡Vive Dios!, que es el marqués, Aparte
que aunque lo haya disimulado,
en la voz le he conocido;
él ha salido gallardo,
porque yo no quede mal.
¡A qué mal tiempo he llegado
a decir que soy don Diego!)
Caballero disfrazado,
bien echo de ver que vos,
porque supisteis el bando,
con mi nombre habéis salido,
y aunque estaba en varias manos
mi crédito, hacedme gusto
de volveros, que yo alabo
vuestro valor, y no es bien,
aunque en ello soy quien gano,
que mi nombre eche a perder
hoy vuestro aliento bizarro.
MARQUÉS: Volveos, que no podéis
quebrar el orden que ha dado
el marqués, antes que sepa
que no guardáis su mandato;
que se enojará, y no es bueno
el marqués para enojado.
DIEGO: (¡Por Dios!, que se empeña mucho, Aparte
pero yo me he declarado,
y no tiene otro remedio.)
Yo soy don Diego de Almagro,
a mí me desafïó,
y yo tengo de matarlo.
MARQUÉS: Ya he dicho, que soy don Diego,
y he de reñir.
TUCAPEL: Castellanos,
para dar fin a este duelo,
¿a qué aguardáis? Conformaos,
pues si no he muerto a los dos
es, porque determinado
no está, cuál es de vosotros
don Diego porque mi brazo
no se equivoque por uno,
otro a mi dama llevando.
Pero ya que a mi valor
dais don Diego duplicados,
cumpliré mejor con ella,
llevándome las de entrambos.
DIEGO: Pues yo soy aquí…
MARQUÉS: Teneos.
Va a acometer, y detiénele el MARQUÉS
Yo vine primero al campo,
y aunque don Diego no fuera,
le he de matar.
DIEGO: Este acaso
no es duelo de hallarse dos
a un tiempo desafïados,
para que tenga el que sale
primero el campo ganado.
A mí me desafïó,
y aunque saliste bizarro,
ya cesa en vos el intento
saliendo el desafïado.
MARQUÉS: ¿Quién contra un bando ha salido?
¡Y no es suyo! Que el soldado,
como debe obedecer,
es solamente del bando;
y así, no os toca este duelo,
que yo tengo de acabarlo.
TUCAPEL: ¡Por Apolo!, que me tiene
vuestro duelo ya cansado;
pero con esta razón
os satisfaréis. ¿Entrambos
reñiréis conmigo?
LOS DOS: No.
TUCAPEL: ¿Y el que es don Diego de Almagro
reñirá conmigo?
LOS DOS: Sí.
TUCAPEL: Pues yo tengo de ajustaros.
A don DIEGO
Y así a ti elijo, puesto
que eres don Diego de Almagro
porque ya te he conocido;
que tú me dijiste osado
en el muro que saldrías;
y a vos os quedo envidiando,
que no entendí que tenían
tal valor los castellanos.
MARQUÉS: (Acabóse, conocióle. Aparte
Y habiéndole el araucano
elegido, no me queda
acción de reñir, es llano;
pues no he de reñir por fuerza,
y está muy bien empleado,
porque no me meta yo
a valiente, por Almagro.
Tucapel, con tu elección
este duelo está acabado:
no te descuides, que a fe
que te queda que hacer harto.
(¡Vive Dios!, si no temiera Aparte
ser conocido, que entrambos
me pagaran de esta agencia
las costas a cintarazos;
porque irme yo sin reñir,
lo siento, a fe de soldado.
¿Temoso me es el don Diego?
Pues aunque valiente ha andado,
me ha de pagar, ¡vive Dios!,
haber quebrantado el bando,
y no haber guardado el orden.
Vase
DIEGO: (El marqués se va enojado, Aparte
mas yo le satisfaré.)
Solos, Tucapel, estamos.
TUCAPEL: Obre callando el valor.
Riñen
¡Qué valiente!
DIEGO: ¡Qué alentado!
¡Raro pulso!
TUCAPEL: Fuerte brío.
DIEGO: Valiente es el araucano;
pero mi valor…
TUCAPEL: ¿Qué es esto?
Cáesele la espada
El acero de la mano
se me ha caído. ¡Perdido
estoy! ¿Cómo, Apolo airado,
esto consentís?
DIEGO: Levanta
el acero, que mi brazo
no ha de matarte sin él.
TUCAPEL: Agradecido a lo hidalgo
de tu corazón, don Diego,
pagar quisiera bizarro
Alza el acero
la deuda que te confieso;
pero pesa mi amor tanto,
que no es posible faltar
a la palabra que he dado;
y así, perdona, que basta,
para que quedes pagado,
confesar yo que te debo,
y quedar contigo ingrato.
Tu cabeza he de llevar.
Riñen
DIEGO: Pues riñamos.
TUCAPEL: Pues riñamos.
[Suenan] cajas
RENGO: ¡Arma, arma, que el enemigo,
valerosos araucanos,
por tres partes nos enviste!
TUCAPEL: ¿Qué escucho? ¡Al arma tocaron!
DIEGO: Dices bien; y así, ¿qué intentas,
Tucapel?
TUCAPEL: Que suspendamos
por ahora nuestro duelo
pues no llama este rebato,
hasta mejor ocasión.
Dejan de reñir
Queda en paz.
DIEGO: ¿En qué quedamos?
TUCAPEL: En que yo te buscaré;
que aunque estoy de ti obligado
español, me has dado celos,
y son los celos villanos.
Vase. Dentro el MARQUÉS
MARQUÉS: ¡A la colina, españoles,
que ya van desordenados,
huyendo a valerse de ella!
DIEGO: Sin orden van los contrarios,
por ser oscura la noche,
a valerse del sagrado
de lo fragoso del monte.
Pues, ¿qué espero? Pues, ¿qué aguardo
que no socorro a los míos?
Saca la espada, y sale MOSQUETE
MOSQUETE: Huyendo, como diez galgos,
vengo a esta parte. ¿Qué escucho?
Gente hacia aquí va llegando.
DIEGO: ¿Quién es? ¿Quién va?
MOSQUETE: (Esto es peor, Aparte
aquí me matan a palos.)
DIEGO: ¿No responde?
MOSQUETE: (Con los huevos Aparte
en la ceniza hemos dado.)
DIEGO: Ríndite, araucano.
MOSQUETE: Tente,
hombre de todos los diablos.
¿Qué araucano, ni que haca?
DIEGO: Pues quién eres?
MOSQUETE: Un sacatrapos
de un Mosquete racional,
que sirve a un loco, a un menguado
a un tronera…
DIEGO: ¿Mosquetillo?
Pues, ¿qué haces aquí, borracho?
MOSQUETE: ¿Don Diego?
DIEGO: Sí.
MOSQUETE: ¡Voto a Dios!,
que si no hablas que te mato.
DIEGO: ¿Qué hay de nuevo?
MOSQUETE: Señor mío,
una de todos los diablos.
Cerrada la has hecho.
DIEGO: ¿Cómo?
MOSQUETE: Porque el socorro ha llegado
que esperaban, y al salir
te echaron menos, jurando
el marqués que ha de ponerte,
en Peralvillo hecho cuartos,
aunque está lejos de aquí.
DIEGO: Yo sabré desenojarlo.
Ya es de día, ¡a la batalla!,
que el marqués verá en mi brazo
su despique.
Al entrar, sale doña JUANA con la espada
desnuda y una banda al rostro
JUANA: Caballero,
no deis adelante paso.
Volveos, porque un batallón
viene a esta parte avanzando
de indios, y daréis sin duda,
si no os volvéis, en sus manos.
DIEGO: ¿Quién sois? Esperad.
JUANA: No puedo.
Dentro CAUPOLICÁN
CAUPOLICÁN: Valerosos araucanos,
pues la Fortuna ha querido
que esta batalla perdamos.
Por aquí la retirada
es más segura. Soldados,
seguidme todos. ¿Qué miro?
Salen CAUPOLICÁN, y SOLDADOS indios
¿Aquí estáis, viles cristianos?
Riñen todos
¡En vosotros vengaré
la cólera en que me abraso!
DIEGO: ¡Traidores, pues vive Dios,
que yo he de morir matando!
CAUPOLICÁN: Rendíos, villanos.
Riñen
MOSQUETE: Señores,
buen cuartel, por San Macario.
Cogen los SOLDADOS por detrás a los dos
CAUPOLICÁN: Soltad las armas.
DIEGO: Traidores,
primero os haré pedazos.
¿A traición usáis conmigo
esta cautela, este engaño?
¡Oh, pese a las ansias mías!
Mas no puedo, con los brazos,
con las manos, con los dientes…
CAUPOLICÁN: Vamos con ellos marchando
a Purén.
MOSQUETE: Pobre Mosquete,
hoy te ponen en un palo.
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA
________________________________________
JORNADA TERCERA
________________________________________
Sale doña JUANA de hombre
JUANA: ¿Hasta cuándo ha de durar,
Fortuna, mi padecer?
¿Habrá tenido mujer
tal linaje de penar?
¿Don Diego preso y yo viva?
¿Él con riesgo y libre yo?
¿Quién en el mundo se vio,
suerte tirana y esquiva,
entre afectos desiguales,
tan cercada y combatida,
y aun no me acaba la vida
el número de mis males?
Vamos a espacio, dolor,
creciéndolo llama al fuego;
preso miráis a don Diego,
y Fresia le tiene amor.
Por una parte violento
su riesgo el alma me apura;
por otra está mi cordura
lidiando con mi tormento.
No quererle es ceguedad,
consentir su menosprecio
también del alma es desprecio;
pero es de tal calidad
el amor que me condena;
que entre dudas y desvelos
no acuerdo de mis celos,
y me acuerdo de su pena.
Sale GUALEVA
GUALEVA: ¿Don Juan?
JUANA: (¿Esta pena más Aparte
Fortuna, me solicitas;
que aun la queja me limitas?)
GUALEVA: Triste parece que estás.
Al paño RENGO
RENGO: Siguiendo a Gualeva vengo;
pero el cristiano está allí;
quiero escuchar desde aquí.
GUALEVA: Qué tienes?
JUANA: No sé qué tengo.
Al paño FRESIA
FRESIA: Al español, ¡ay de mí!,
busca mi pena crüel;
mas Gualeva está con él.
GUALEVA: Don Juan, mi bien, ¿cómo así
amancillas, dueño mío,
para darme más enojos,
la hermosura de tus ojos
a quien rendí mi albedrío?
Dime la causa.
RENGO: ¡Ah, traidora!
GUALEVA: Y cesen ya tus desdenes.
Habla, mi bien, que aquí tienes
una esclava que te adora.
Vuelve tu rostro propicio
a dar a mi amor el ser.
¿No me hablas?
JUANA: (Esta mujer Aparte
quiere que yo pierda el juicio.)
FRESIA: Gualeva rendida está
al español, no me espanto,
pues pasa por mi otro tanto.
RENGO: La paciencia pierdo ya.
GUALEVA: Habla, mi bien, pues no
hay quien a escuchar se atreva.
Dime, ¿qué tienes?
Sale RENGO
RENGO: Gualeva,
eso he de decirlo yo.
GUALEVA: (¡Ay de mí! ¿Si me ha escuchado? Aparte
JUANA: (Llegue ya, cielos, mi muerte.) Aparte
RENGO: Pues, Gualeva, ¿de esta suerte
pagas mi amante cuidado?
¿Tú a un vil esclavo rendida,
burlándote de mi aliento?
¿A tan bajo pensamiento
te abates?
GUALEVA: (¡Yo estoy perdida!) Aparte
RENGO: Habla tu rigor tirano,
si aquí puede haber disculpa,
o me pagará tu culpa
este alevoso cristiano.
GUALEVA: Rengo… (De aquesta manera Aparte
con él me disculparé)
Aparte a doña JUANA
Finge conmigo.
JUANA: Sí haré.
GUALEVA: …mira, advierte, considera…
RENGO: ¿Qué he de oír, si te he escuchado
pese a mi tormento atroz?
GUALEVA: No des crédito a mi voz,
porque vives engañado.
RENGO: Pues, ¿qué engaño puede haber?
Dilo, para que me asombre.
GUALEVA: Porque el que miras no es hombre
que es una infeliz mujer.
Si tu cuidado repara,
sus señas te lo previenen,
porque los hombres no tienen
esas manos ni esa cara.
RENGO: Es engaño manifiesto,
porque a serlo, tus errores
no la dijeran amores.
Sale FRESIA
GUALEVA: Digo, que es mujer.
FRESIA: ¿Qué es esto?
(Alentaré aqueste engaño, Aparte
que en fin Gualeva es mi prima,
y con su amor me lastima.)
Cierto, Gualeva, que extraño,
cuando en porfías te pones…
GUALEVA: (¿Si me ha escuchado? ¿Qué haré?) Aparte
FRESIA: Que a nadie en el mundo dé
tu lengua satisfacciones.
GUALEVA: (Ella ha de echarme a perder.) Aparte
FRESIA: Buena tu opinión la hiciera,
si yo misma no supiera
que es este esclavo mujer.
GUALEVA: (Volved a vivir, sentido.) Aparte
FRESIA: Su historia a mí me contó,
y es tan mujer como yo.
JUANA: (Sólo en la historia has mentido.) Aparte
FRESIA: Todo el día siente y llora
el influjo de su estrella.
GUALEVA: Y si no, dígalo ella.
¿No eres mujer?
JUANA: Sí señora.
RENGO: Mal aplacáis mi coraje,
diciéndome que es mujer,
que aunque aquesto puede ser,
da celos en este traje.
Y así para no luchar,
con esta duda concluyo,
con que vista el traje suyo,
o si no le he de matar.
Vase
GUALEVA: Déjame echar a tus pies,
prima, para que agradezca
lo que hoy has hecho por mí.
FRESIA: Levanta, prima Gualeva,
que tu elección te disculpa,
y en este español hay prendas
dignas de tu estimación;
pues la soberana idea
sólo en los cristianos puso
el valor y gentileza.
Yo os escuché, y por tu honor
fingí, prima, la cautela
que viste.
GUALEVA: Apolo te guarde.
Tú, mi don Juan, no enmudezcas,
ni estés triste, pues ya sabe
nuestro amor mi prima Fresia,
y si te ha dado cuidado,
ver que Rengo me pretenda,
yo le aborrezco y te adoro.
JUANA: (¿Habrá quien tenga paciencia, Aparte
ni mujer más infeliz?)
FRESIA: Solo una duda me queda
para ajustar este engaño.
GUALEVA: ¿Cuál es?
FRESIA: Que Rengo quisiera,
que se vista de mujer,
para que no le suceda
riesgo alguno, y no hayas miedo,
que con su cara desmienta
el ser mujer, pues no he visto
en ninguna tal belleza.
GUALEVA: Has dicho bien, y así voy
a prevenirla yo mesma
un vestido de los míos,
para que este engaño sea
el norte que me asegure.
Tú publicar puedes, Fresia,
como es mujer. ¡Ay don Juan!
contigo el alma se queda.
Vase
FRESIA: Español, solos estamos.
JUANA: (¿Qué me quieres, suerte adversa, Aparte
pues apenas uno acaba,
cuando otro tormento empieza?)
FRESIA: Ya sabes que me has debido
la vida, pues si dijera
que no eres mujer cristiana,
estaba tu muerte cierta.
JUANA: Ya lo sé.
FRESIA: Pues, español,
tú has de pagarme esta deuda
con hacerme un beneficio.
JUANA: (¡Ya estoy sin alma!) Aparte
¿Qué ordenas?
FRESIA: Ya sabes como perdimos
la fama, en perder aquella
batalla de Santa Fe,
porque la gran providencia
de Apolo nos fue contraria.
Pues has de saber que en ella,
o fuese por su desgracia
o por mi dicha violenta,
la suerte hizo prisionero,
acaso en fin de la guerra,
a don Diego.
JUANA: Ya lo sé.
(Pues el saberlo me cuesta, Aparte
no menos que toda el alma.)
FRESIA: Pues has de saber, que en esa
oscura prisión y triste,
del sol ignorada senda,
habitación de la noche
y centro de las tinieblas,
le han puesto, sin que persona
humana su rostro vea;
con tal rigor, que atenuado
el alimento le llevan,
porque acabe de la hambre
a la infeliz miseria.
Yo viendo…
JUANA: (Sin alma escucho.) Aparte
FRESIA: El peligro que le espera
y la muerte, pues ha sido
encerrarle en esa cueva
para otra cosa, dispongo,
dándote noticia de ella,
que a verle vayas, pues yo
con dádivas y promesas
tengo obligadas las guardas,
para que las llaves vengan
a mi poder, y le digas
que toda el alma me cuesta
verle preso, y que si quiere
aunque cristiana me vuelva,
ser mi marido, prometo
irme con él a su tierra,
y librarle de la muerte,
que ya por puntos le espera.
Y si ingrato respondiere
que no, que entendido tenga,
que ha de morir, porque ya
de mi poder, aunque venga
todo un mundo de cristianos,
no habrá quien librarle pueda.
JUANA: (¿Qué escucho, cielos divinos? Aparte
No es mala ocasión aquesta
de verle, pues me disfraza
el vestido de Gualeva,
y Fresia me da las llaves.)
Digo, que iré en hora buena
a hacer lo que me has mandado,
y le pondrá de manera
blando, para que se case
contigo, mi diligencia;
que a mí de tu casamiento
me has de dar la enhorabuena.
FRESIA: ¿Haráslo como lo dices?
JUANA: Yo, de la misma manera,
como si a mí me importara.
FRESIA: Esta noche la respuesta
me has de dar; y quiera Apolo,
que como tú lo deseas,
me suceda.
JUANA: Tu marido
fuera luego si eso fuera.
FRESIA: Vete pues.
JUANA: Ya te obedezco.
(¡Ay don Diego! el cielo quiera, Aparte
pues te procuro la vida,
que toda el alma me vuelvas.)
Vase
FRESIA: Temblando quedo hasta ver
de don Diego la respuesta;
mas don Juan lo hará muy bien.
Cierto, que anduve discreta
en fïarle mi cuidado;
mas por esta parte llega
Caupolicán.
Salen CAUPOLICÁN, TUCAPEL, RENGO,
COLOCOLO, y SOLDADOS indios
CAUPOLICÁN: Fresia mía,
¿tan sola tú? Si la pena
de la perdida batalla
es causa de tu tristeza,
no la tengas por tu vida;
que ya la venganza intenta
mi valor; y si no, escucha
y verás de qué manera.
Valientes araucanos,
ya sabéis, que soberbios los cristianos,
tras un cerco tan largo que sufrieron,
de Santa Fe la plaza socorrieron;
no por más belicosos,
sino porque la suerte más dichosos
los hizo que a nosotros, pues la fama
hijos del sol a los cristianos llama.
Ya sabéis que perdidos,
derrotados los más, todos vencidos,
sin orden militar nos retiramos
al lugar de Purén, que es donde estamos.
¿Pensaréis que mi afecto os llama sólo
a que con sacrificios deis a Apolo
el obsequio debido,
cuando a nuestro valor contrario ha sido
injustamente airado?
Pues no, para otro fin os he llamado.
Antes os traigo ahora a mi presencia,
para que le neguéis la reverencia.
¿No es nuestro dios quien nuestra fama borra?
¿No es nuestro dios, aunque ese globo corra,
quien con viles ensayos
sólo a España calienta con sus rayos?
Caiga su estatua al suelo.
No deis ofrenda a su tonante [anzuelo].
Todo el respeto se convierta en ira.
Su deidad y su culto son mentira;
pues si, como en el cielo Apolo para,
a la tierra bajara
con la carroza, que llamáis divina,
a su pesar corriera la cortina,
y metiéndome dentro,
al ir los brutos a buscar su centro,
hiciera mi rigor con saña altiva,
que subieran un cielo más arriba,
y Apolo desde allí precipitara
para que yo subiera y él bajara.
RENGO: Dices bien, ese Dios no le queremos.
TUCAPEL: Sólo a tu valor por Dios tenemos.
FRESIA: Si yo conozco alguno, eres tú sólo.
CAUPOLICÁN: Sólo a ti aguardamos, Colocolo.
TUCAPEL: Habla.
RENGO: ¿Qué te suspende?
FRESIA: ¿Qué te ha dado?
COLOCOLO: ¿Qué os he de responder, pueblo engañado,
si se explica mi voz más elocuente
con callar y escucharos solamente?
Decidme tantas glorias
como en vosotros vi, tantas victorias,
que en vuestra fama timbres añadieron,
¿de dónde, cuándo, o cómo provinieron,
si no ayudara la piadosa mano
del dios radiante, Apolo soberano?
Si por una batalla ya perdida,
quizá por nuestras culpas permitida,
le negáis el poder ciegos y vanos,
¿quién os ha de amparar, decid, araucanos?
Y aunque os encierren esos altos muros,
¿dónde estaréis de su rigor seguros?
Vuelva vuestra prudencia
a dar a vuestro dios la reverencia,
y en él solo poned vuestra esperanza,
porque si no lo hacéis, mi ciencia alcanza
que os veréis abatidos,
esclavos, arrojados y perdidos;
y que humildes seréis, en vez de graves,
me lo anuncian los cantos de las aves;
pues en una batalla
os ha de destruir…
CAUPOLICÁN: ¡Caduco, calla!
Que sólo porque tanto lo deseas,
al revés lo he de hacer, para que veas
en la empresa más ardua y peligrosa,
que tu ciencia agorera es mentirosa.
TUCAPEL: Y yo en eso me fundo,
que sobra mi valor a todo el mundo.
RENGO: ¿Cuándo, caduco viejo,
el valor necesita de consejo?
Sale un SOLDADO indio, que trae a dos indios
cortadas las manos, y los ojos ensangrentados
SOLDADO: Señor, porque te asombres,
de repente te envían estos hombres,
que por ser araucanos,
los remiten sin ojos y sin manos
los españoles…
COLOCOLO: ¡Qué confuso abismo!
SOLDADO: …diciendo que de ti han de hacer lo mismo…
CAUPOLICÁN: Llevadlos luego o, ¡pese a mis enojos!,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡vive Apolo…!, mas no, que es dios violento.
¡Viva yo!, que es más firme fundamento,
que mis rigores fieros
han de dar muerte a cuantos prisioneros
esas mazmorras tengan encerrados,
a tormentos no vistos ni pensados.
De esta suerte me vengo;
y pues entre otros a don Diego tengo
de Almagro, a quien aclama
España por el hombre de más fama;
sin que pase de este día,
he de vengar en él la saña mía.
Ea, soldados míos,
a la campaña os llaman vuestro bríos.
Restaurad esta tierra.
¡Guerra contra el cristiano, guerra, guerra!
Vanse. Salen don DIEGO y MOSQUETE con cadenas
MOSQUETE: Reniego de la cadena
y el alma que la inventó,
y de quien aquí me entró
a profesar de alma en pena.
¡Qué esto hagan con un pobrete!
DIEGO: Mosquete, en esta inclemencia,
paciencia ten.
MOSQUETE: Mi paciencia
no es a prueba de Mosquete.
DIEGO: Consuélete en esta impía
prisión mi fortuna escasa.
MOSQUETE: El hambre que por ti pasa,
no satisface la mía.
¿Qué consuelo puede hallar
mi corazón afligido,
donde, siendo Dios servido,
pienso que me han de empalar?
Que te empalaren a ti,
vaya que derecho o tuerto,
mil araucanos has muerto;
mas que me empalen a mí,
¡por Dios!, que me maravilla,
aunque el diablo lo recete,
pues será el primero Mosquete,
que no haya muerto de horquilla.
DIEGO: ¡Que no pueda yo vengar
mi rabia en quien me prendió!
MOSQUETE: ¡Y que no pueda irme yo
a ser motilón de albar!
DIEGO: ¡Que de hambre morir espero,
porque esta pena me inquiere!
MOSQUETE: ¡Que entre en la prisión Mosquete,
siendo caballo ligero!
DIEGO: ¡Cielos, a tanto pesar
socorra vuestro poder!
MOSQUETE: ¡Cielos, dadme que comer,
aunque no haya que cenar!
DIEGO: ¡De tan peligroso afán,
cielos, librad mi cuidado!
MOSQUETE: Oye, díselo cantado,
quizá te responderán,
o déjame hablar a mí.
DIEGO: De tu necedad me espanto.
MOSQUETE: Mira que estoy hecho un santo
desde el punto que entré aquí,
y un milagro hacer espero.
DIEGO: Sin duda que estás borracho.
MOSQUETE: Usted trae lindo despacho;
mas óigale usted por primero.
¿Comerá usted un pavo? Sí.
¿Y una tostada? También.
Fruta ha de ser de sartén
pues nada de esto hay aquí.
DIEGO: ¡Vive Dios…!
MOSQUETE: De ti me aparto.
DIEGO: ¡Que te pueda yo sufrir!
MOSQUETE: Usted bien puede reñir;
mas no ha de reñirme harto.
Y el milagro bien se allana,
que es grande.
DIEGO: ¿De qué lo infieres?
MOSQUETE: ¿Qué mayor milagro quieres
que no comer donde hay gana?
Dentro TUCAPEL
TUCAPEL: Dejadme entrar.
MOSQUETE: Eso es malo,
no doy por mi vida un pito.
Sale TUCAPEL con luz
TUCAPEL: Don Diego de Almagro, ¡oh, cuánto
de verte así me lastimo!
DIEGO: Tucapel, ¿tú en la prisión?
TUCAPEL: Si piensas que haber venido
a ella, don Diego, es porque
tus agravios solicito,
mi valor ofendes, puesto
que no consiente mi brío
satisfacerse de quien
está a la suerte rendido.
DIEGO: Pues, ¿no sabré, Tucapel,
el fin, la causa, el motivo
de venirme a ver?
TUCAPEL: Escucha,
y sabrás tu daño mismo.
Después de aquella batalla,
que sobre el cerco perdimos,
el marqués, con el pretexto
de traidores al rey, hizo,
¡qué indignidad!, ahorcar
doscientos caciques indios.
Y a Caupolicán, por burla,
por irrisión y castigo,
le envió, ¡grave dolor!,
sin ojos ni manos, vivos
otros muchos araucanos.
De cuyo horrendo castigo,
no imaginado, el valor
la venganza pide a gritos.
Sintióle Caupolicán
y del escarnio ofendido,
impaciente a tanto agravio
y ciego a tanto delito,
con voto común de todos,
mandó matar los cautivos
españoles a tormentos
crüeles como exquisitos.
Y lo que he sentido más,
de esto Apolo me es testigo,
es, que a ti también…
DIEGO: Detente,
no prosigas, que ya he visto
tu ingratitud. ¿Dirás, que
Caupolicán ofendido,
a muerte me ha condenado?
TUCAPEL: Es verdad; y hoy es preciso,
que habéis de morir.
DIEGO: ¿Y es
de pechos agradecidos,
cuando estás de mí obligado,
ser quien me traiga tu mismo
la sentencia de mi muerte?
¡Vive Dios!, que estoy corrido
de escucharte aquí, porque
si a consolarme has venido,
es hacer a mi valor
con tus consuelos mal quisto,
cuando sabes de mi aliento
que de ellos no necesito
cuando pensé que venías
a sacarme del peligro
que me amenaza, porque
se acabara el desafío
entre los dos aplazado
por tu dama, por ti mismo
y por mí, pues mi valor
pudiendo acabar contigo,
volvió el acero a tu mano,
lisonjeando el peligro,
vienes a darme esta nueva
abandonando tu brío.
¡Vive Dios…!
TUCAPEL: ¡Aguarda, espera!
(El corazón me ha leído, Aparte
y aunque pretendo librarle,
no ha de saber mi designio,
pues ha de ser la hidalguía
más noble si no le aviso.)
Don Diego, bien reconozco
que es verdad cuanto me has dicho;
pero yo no hallo remedio,
por más que lo solicito,
porque la razón más fuerte,
si bien lo miras, colijo,
que es no poderte librar,
cuando quedo mal contigo.
DIEGO: ¿Qué he de morir?
TUCAPEL: No lo dudes.
DIEGO: Con esta afrenta?
TUCAPEL: Es preciso.
DIEGO: No hay remedio?
TUCAPEL: No hay remedió.
(Librarále el valor mío Aparte
esta noche, ¡vive Apolo!
Porque aunque a Arauco le quito
esta venganza, qué importa,
si se la he de dar yo mismo?)
Vase
DIEGO: Aquí acabó mi esperanza.
MOSQUETE: Aquí empieza mi martirio.
DIEGO: ¿Yo morir, ¡viven los cielos!,
con oprobios tan indignos?
MOSQUETE: ¿Yo entre chinos empalado,
sin ser mártir? ¡Voto a Cristo…!
DIEGO: ¡Oh! ¡Venga la muerte antes
que en el bárbaro suplicio
me afrente más!
MOSQUETE: ¿Para cuándo
se hicieron los tabardillos,
señor don Diego?
DIEGO: ¿Qué dices?
MOSQUETE: ¿Hoy en efecto morimos?
DIEGO: Sí, Mosquete.
MOSQUETE: Lo que siento
es, que no ha de haber borricos
que nos lleven.
DIEGO: Calla loco.
MOSQUETE: Pues luego no habrá prevenido
quien nos pida para misas,
confesores ni teatinos
que nos ayuden, pues, cruces
como en Argel; con que miro,
que aunque vamos muy bien puestos,
no iremos con Jesucristo.
DIEGO: Que yo he de ofrecer el cuello
a un verdugo, ¡hados esquivos!
MOSQUETE: No temas eso, señor,
que en esta tierra ya has visto
que hay gran cantidad de alfanges;
pero ningún verduguillo.
¿Quién le dijera al marqués
de Cañete el gran peligro
en que estamos?
DIEGO: No le nombres,
que me enternezco de oírlo.
MOSQUETE: Ah, sí, que se me olvidaba.
A Fresia, que te ha querido
tanto, ¿por qué no la das
parte de esto?
DIEGO: Bien has dicho:
mas cómo o con quién?
MOSQUETE: No sé.
Escríbela un villancico.
DIEGO: Deja las burlas, Mosquete,
y pues morir es preciso,
tratemos como cristianos
de morir bien.
MOSQUETE: Señor mío,
¿cuánto ha que no te confiesas?
DIEGO: Por qué lo dices?
MOSQUETE: Lo digo,
porque venga el padre Rengo,
que es un devoto teatino,
a oírnos de penitencia.
DIEGO: ¡Ay, hermoso dueño mío!
¡Ay doña Juana, qué tarde
se acuerda de ti mi olvido!
¡Oh, quién pudiera pagarte,
fuera de tantos cariños
como te debí, el honor!
Pues sabe el cielo divino,
que este torcedor es hoy
mi más violento martirio.
¡Quién te viera, hermoso dueño,
para ser agradecido
a tus finezas, llevando
en mi muerte aqueste alivio!
MOSQUETE: ¿Señor?
DIEGO: ¿Qué dices?
MOSQUETE: Aguarda,
que, si no miento, he sentido,
que abren esta puerta.
DIEGO: Escucha.
MOSQUETE: Esto es hecho.
DIEGO: Bien has dicho.
MOSQUETE: Adiós, garganta. Esta vez
os coge algún garrotillo.
DIEGO: Yo veré quien es, aparta.
Sale doña JUANA vestida de india, con una
luz en la mano
¡Válgame el cielo! ¿Qué miro?
¿Es ilusión, es encanto,
es fantasía, es delirio?
¿No es doña Juana? Ella es.
JUANA: (Batallando está consigo: Aparte
mas yo he de disimular.)
DIEGO: (¡Estoy loco! ¡Estoy sin juicio! Aparte
¿Cómo es posible que a un alma
pueda engañar un sentido?
Ella es sin duda. ¿Qué aguardo?)
Doña Juana, dueño mío,
mi bien, mi gloria, ¿tú aquí
a dar a mi pena alivio
has venido? ¡Yo estoy loco!
Cuando el cielo me es testigo
de que mi voz te llamaba,
ya con sólo haberte visto
muere alegre.
JUANA: Caballero,
si la turbación ha sido
de vuestra cercana muerte
quien os ha dado motivo
a este engaño, reportaos,
en estándolo yo, afirmo,
que no me tengáis por esa
dama que decís.
DIEGO: (Divinos Aparte
cielos, ¿yo engañarme puedo,
si las señas que averiguo
me afirman todos que es ella?
Mas por otra parte miro,
fuera de hallarse en el mundo
muchos rostros parecidos,
que a tan lejas tierras, ¿cómo
pudo venir? Y si vino,
que es un imposible, cielos,
con qué fin o qué designio
de mí se recata, puesto
que yo su honor le he debido?
Fuera de que, la razón
más fuerte, el mayor testigo
de que no es ella, es mirarla
en un traje tan indigno
de su obligación.)
A ella
Mujer
o enigma, de haberte visto
loco estoy, y porque no
vacilen más mis sentidos,
dime, ¿quién eres?
JUANA: Yo soy
de Arauco, mi padre es indio,
y mi madre castellana.
Trájome un abuelo mío
a Purén, y desde niña
Fresia me cobró cariño,
y la sirvo de crïada.
DIEGO: (¡Vive Dios, que estoy corrido Aparte
de imaginar que ella fuese!)
¿Y a qué vienes?
JUANA: Oye.
DIEGO: Dilo.
JUANA: (Ahora he de ver, don Diego, Aparte
si pagas el amor mío.)
Fresia, mi señora, a quien
mucha afición has debido,
viendo cercana tu muerte,
te envía a decir conmigo,
que si quieres verte libre
de riesgo tan conocido,
con ella te has de casar,
llevándotela contigo
a tu tierra. De no hacerlo,
que ella ha de dar el cuchillo
para tu muerte.
Hace que se va
DIEGO: ¡Oye, espera!
Que si a eso sólo has venido,
responderé brevemente.
Dile a Fresia que yo estimo,
como es justo, la piedad,
y que más agradecido
la estimara, a no venir
con el otro requisito.
Y esto, no porque no fuera
dichoso en ser su marido,
sino porque allá en mi tierra
tengo dama, a quien estimo,
y a quien debo obligaciones,
por señas, que te he tenido
por ella; y así, araucana,
por última razón digo,
que sóla esta dama es hoy
el dueño de mi albedrío.
A esta solamente adoro,
a esta solamente estimo
con el alma, con la vida,
con la fe, con los sentidos,
pues sólo sin ella muero,
y sólo con ella vivo.
MOSQUETE: Hombre, ¿qué haces? Pues estamos
a pique de ser racimos,
¿y no te quieres casar?
Di que se case conmigo.
Llora JUANA
JUANA: (¡Ay don Diego de mis ojos, Aparte
ya tus finezas he visto!)
DIEGO: ¿Lloras?
JUANA: Tengo el pecho tierno.
La lástima me ha movido
ver que no logre esa dama
las finezas que me has dicho.
¿Qué la quieres tanto?
DIEGO: Tanto,
que estoy gustoso contigo
sólo porque la pareces.
JUANA: ¡Ay de mí!
Llora
DIEGO: (¡Ay dueño mío!) Aparte
JUANA: (No me enternezcas el alma. Aparte
DIEGO: (Si llegare a tus oídos Aparte
de mi desdichada muerte
la nueva, verás que elijo
morir antes, que agraviarte.)
JUANA: En fin, español altivo,
¿que quieres tu muerte más,
que el bien que te solicito?
DIEGO: Esto a Fresia le dirás.
JUANA: (Volved a vivir, sentidos. Aparte
No diré tal. ¡Ay don Diego,
tú verás como te libro!)
Vase
MOSQUETE: A oscuras hemos quedado.
DIEGO: Ven, Mosquete.
MOSQUETE: Ya te sigo;
pero morir yo, porque
no quieres tú ser marido,
es cosa para ahorcarme.
DIEGO: Hermoso imposible mío,
cuanto puedo hago por ti,
pues que me entrego yo mismo
a la muerte que me espera;
porque en dos casos distintos,
¿de qué me sirve la vida,
si no he de vivir contigo?
Vanse. Salen el MARQUÉS y un
SARGENTO
MARQUÉS: ¿Que tanta gente tiene el enemigo?
SARGENTO: Es cosa que da asombro.
MARQUÉS: Así el castigo
será mayor, si dar batalla intenta.
SARGENTO: Por momentos tanta se aumenta,
que parece que el campo, en vez de flores
hombres produce armados de rigores.
MARQUÉS: Habrá más que vencer.
SARGENTO: Arauco unido,
todo junto se ve.
MARQUÉS: Gran cosa ha sido;
que si junto se halla,
todo le he de vencer de una batalla.
SARGENTO: Don Alonso de Ercilla valeroso,
puesto que mejoró también Reinoso,
la colina ha ocupado,
y el estrecho ganó el adelantado
Villagrán con Aguirre.
MARQUÉS: De ese modo
Chile ha de ser del rey, si el mundo todo
a impedirlo llegara.
Pero mucho, sargento, me importara
si don Pedro volviera,
y lengua del contrario me trujera.
Almagro hace gran falta, y no he sabido
si muerto o preso está.
SARGENTO: Desdicha ha sido.
Sale don PEDRO que traerá prisionero a un
INDIO
PEDRO: Dadme, señor, los pies.
MARQUÉS: Y mi cuidado
os tuvo por perdido.
PEDRO: Aunque he tardado,
ya he cumplido, señor lo prometido.
MARQUÉS: Siempre vos cumplís. ¿Qué habéis sabido?
PEDRO: Esta espía, señor, dirá el intento
del enemigo campo.
MARQUÉS: Sin tormento
confiesa la verdad.
INDIO: (Tiemblo el castigo.) Aparte
Escucha, gran señor, que ya lo digo.
Caupolicán, señor, aunque vencido,
tanto está en lo rebelde endurecido,
que en Purén su gente ha conjurado,
y el oráculo nuestro ha consultado;
y aunque no ha respondido,
colérico, impaciente y ofendido,
los españoles, que en Arauco había,
dentro el término de un solo día
mandó matar, y luego
publicando la guerra a sangre y fuego,
las tropas reformó, y en este estado
de Purén en el valle está alojado.
MARQUÉS: ¿Y qué designio tiene,
cuando ocioso el ejército mantiene?
INDIO: Descuidarte ha intentado.
MARQUÉS: Fácil es que me coja descuidado.
Y ahora, ¿qué pretende loco y ciego?
INDIO: Mañana sacrifican a un don Diego
de Almagro.
MARQUÉS: ¿A quién?
INDIO: A un español cautivo,
a Apolo, y pienso que le queman vivo,
porque les dé victoria.
MARQUÉS: ¡Trance airado!
¿esto escucho? ¡Don Diego en tal estado!
¡De coraje estoy ciego!
Don Pedro, luego, luego
los cabos avisad; porque mañana,
antes que borde el sol con oro y grana
aquestos horizontes,
y antes que raye el alba aquestos montes
acometer intento. Halle el estrago
el enemigo, aun antes que el amago.
Chile altiva, mañana en aquel día
la vida he de perder, o has de ser mía.
Vanse, y salen don DIEGO y MOSQUETE con cadenas en
la prisión
DIEGO: ¡Qué largas que son las horas
que con cuidado se pasan,
Mosquete!
MOSQUETE: Más largas son,
que las leguas de la mancha.
DIEGO: No he podido sosegar
un instante.
MOSQUETE: Pese a mi alma,
¿eso dices? Pues es paso
éste en que no vemos para
sosegar, cuando no menos
que una horca nos aguarda.
¡Vive Dios!, que estando yo
despierto, ya me soñaba
con tanta lengua de fuera.
DIEGO: No es la muerte sola causa
de mis cuidados, Mosquete,
que perdiendo a doña Juana,
antes me sirve de alivio.
MOSQUETE: Aliviada sea tu alma
en los infiernos. ¿Qué dices,
hombre, que el cuerpo me rallas?
¿La muerte no te da miedo?
DIEGO: Deja las burlas, acaba.
MOSQUETE: Pues sólo de imaginarme
hecho racimo con patas,
me estoy ahorcando yo.
DIEGO: ¡Que siempre me hables de chanza!
Di, ¿qué hora será?
MOSQUETE: La una
dará presto en la campaña,
con los cuatro cuartos míos.
DIEGO: ¡Vive Dios!, que es cosa rara
tu humor.
MOSQUETE: A mí me parece,
que serán las doce dadas,
si no mienten las cabrillas.
DIEGO: Con tus simplezas me matas.
¿Ves tú el cielo?
MOSQUETE: No te espante,
que mi turbación es tanta,
que me hace ver las estrellas.
Dentro ruido como que abren la puerta
DIEGO: ¿Mosquete?
MOSQUETE: ¿Señor?
DIEGO: Aguarda,
que en la cerradura escucho
meter una llave.
MOSQUETE: Ascuas,
las guardas son, que la llave
abre siempre con las guardas.
Llegó mi hora.
Sale doña JUANA de hombre, como a oscuras,
con la espada en la mano
JUANA: Don Diego,
¿a dónde estáis?
DIEGO: ¿Quién me llama?
JUANA: Quien vuestra vida procura,
y quien pretende librarla
a todo trance. Seguidme.
DIEGO: Deja que os rinda las gracias.
(Éste es Tucapel, que él solo Aparte
hiciera acción tan bizarra.)
JUANA: No os detengáis, Caballero,
que hay peligro en la tardanza.
Seguidme.
DIEGO: La vida os debo.
(Envidia la acción me causa.) Aparte
¿Y el crïado?
JUANA: Mi cuidado
de su libertad se encarga.
Llévase Doña JUANA a don DIEGO,
dejando abierta la puerta de la prisión, y MOSQUETE se
queda como tentando
MOSQUETE: ¡Vive Dios!, que si no miento,
que ha sido alguna fantasma
la que vino, pues oí
hacia esta parte que hablaban.
Y ya, si yo no me engaño,
las han [susurado] o callan.
Ah, señor, ¿estás ahí?
¿No responde? Cosa es clara
que él se libró, y que me deja
echo espantajo en la jaula.
Sale TUCAPEL por la puerta de la prisión
TUCAPEL: Abierta está la prisión,
y por si acaso eran guardas,
a dos hombres que encontré,
no les quise hablar palabra.
¿Si habrán librado a don Diego?
¡Por Marte, que me pesara
que fuera por otra mano!
MOSQUETE: O el miedo me da matraca,
o hablan aquí.
TUCAPEL: Pasos siento.
¿Es don Diego?
MOSQUETE: (Andallo, pavas, Aparte
yo quiero decir que sí;
pues que no aventuro nada
en decirlo, y puede ser
que sea un alma cristiana
devota de los Mosquetes,
que a sacarme venga.)
TUCAPEL: ¿Calla?
¿No responde?
MOSQUETE: Sí, yo soy.
TUCAPEL: (Él respondió, albricias, alma.) Aparte
Seguidme pues.
MOSQUETE: Ya te sigo.
TUCAPEL: (Pague yo acción tan hidalga Aparte
ahora, que después pienso
darle la muerte en campaña.)
MOSQUETE: (Salga una por una, y luego Aparte
más que me tundan la lana.)
Llévase TUCAPEL a MOSQUETE, y sale
doña JUANA y don DIEGO del mismo modo que se fueron
JUANA: Pisad quedo.
DIEGO: ¿No sabré
a quién he debido tantas
finezas?
JUANA: De este peligro
salgamos, que os doy palabra
de decíroslo muy presto.
No hay que replicarme nada,
sino callar.
DIEGO: Llena, cielos,
llevo de dudas el alma.
Éntranse, y sale TUCAPEL, con dos espadas, y
traerá a MOSQUETE
TUCAPEL: Ea. don Diego, ya estáis
en salvo, y para que caiga
vuestra atención, en quien hizo
aquesta acción tan bizarra,
Tucapel soy, y si vos
me distéis vida y espada,
espada y vida os doy, puesto
que la ofrezco a vuestras plantas.
Échale la espada a los pies
Y pues ya con esta acción
os quedo deudor en nada,
el desafío aplazado
se concluya, porque salga
mi valor airoso en todo,
que una cosa es, que mi fama
cumpla con mi obligación,
y otra es el duelo; y ved cuánta
diferencia hay en las dos,
pues allí con mano franca
os di la vida, y aquí
os vengo a sacar el alma.
Sacad la espada.
MOSQUETE: (¡Dios mío, Aparte
quién me metió en esta danza?
el diablo me hizo don Diego.)
TUCAPEL: ¿No me respondes? ¿Qué aguardas?
MOSQUETE: Señor, por amor de Dios,
yo tengo buenas entrañas,
y no he de reñir con quien
me ha dado la vida.
TUCAPEL: Acaba,
riñe, o te daré la muerte.
MOSQUETE: Digo que no tengo gana.
TUCAPEL: ¿Eso dice un hombre noble?
MOSQUETE: Ya sabe usted mi prosapia.
TUCAPEL: Sé que eres hombre valiente.
MOSQUETE: Eso pienso que me falta.
TUCAPEL: Riñe, acaba, o vive Apolo,
que he de cumplir mi palabra
llevándola tu cabeza.
MOSQUETE: ¿A quién, señor?
TUCAPEL: A mi dama.
MOSQUETE: (Eso me faltaba solo.) Aparte
Usted llevará una alhaja
muy vacía, porque son
mis cascos de calabaza.
TUCAPEL: Pues, don Diego, o defenderte
o he de matarte.
MOSQUETE: (¡Caramba, Aparte
aquí no hay otro remedio.)
¿Qué don Diego ni qué haca?
¿Cómo he de ser yo don Diego,
si usted la pidió trocada?
TUCAPEL: Pues, ¿quién eres?
MOSQUETE: Su crïado.
TUCAPEL: ¡Por Marte, que te matara,
a no ensuciar el acero,
villano, en cosa tan baja!
Dentro el MARQUÉS
MARQUÉS: ¡Ea, españoles valientes!,
pues ya va viniendo el alba,
¿a qué aguardáis? Envistamos.
Tocan. Dentro voces
VOCES: ¡Santïago, cierra España!
Dentro CAUPOLICÁN
CAUPOLICÁN: Araucanos valerosos,
si perdéis esta batalla,
nos perdemos todos.
Disparan
TUCAPEL: ¿Qué oigo?
La escaramuza trabada
está ya. Pues, ¿a qué espero,
cuando mi gente me llama?
Vase. Tocan cajas y clarines como a batalla
MOSQUETE: Vaya usted con mil demonios.
Ya se zurran, ya se cascan;
mas cásquense en hora buena,
que yo detrás de estas ramas
he de mirar esta fiesta.
Escóndese, y salen tres SOLDADOS retirando a
CAUPOLICÁN, que viene herido y la cara ensangrentada
CAUPOLICÁN: ¡Ah, fementida canalla!
De aquesta suerte veréis…
mas la sangre que me falta
me quita las fuerzas!
SOLDADO 1: Perro,
ríndete al punto.
TUCAPEL: ¡Qué rabia!
Ah, villanos, no es posible
defenderme.
átanle las manos
SOLDADO 2: El galgo vaya
a donde luego le pongan
en un palo.
MOSQUETE: Santas pascuas,
eso pido.
CAUPOLICÁN: ¡Ay, Colocolo!
Cierta ha salido tu magia;
pues todas estas desdichas
por no creerte me asaltan.
Llévanle
MOSQUETE: Este perro, por lo menos,
ya lleva en la cola maza;
mas acá viene un tropel,
escondite, y venga o vaya.
Escóndese, y salen algunos INDIOS y RENGO
acuchillando al MARQUÉS
RENGO: Ríndete cristiano.
MARQUÉS: ¡Perros,
acabadlo con mi espada!
Sale don DIEGO con la espada en la mano y
pónese al lado del MARQUÉS
DIEGO: Ea, gran Marqués, a ellos,
que a vuestro lado se halla
don Diego de Almagro.
MARQUÉS: (Cielos, Aparte
o cuánto se alegra el alma!)
DIEGO: Invierto marqués, a ellos,
y muerta aquesta canalla.
Métenlos a cuchilladas, y dicen RENGO y los
SOLDADOS dentro
RENGO: Muerto soy.
MOSQUETE: Adiós, vaya un Rengo.
UNO: ¡Que me muero!
OTRO: ¡Que me matan!
MOSQUETE: ¡Dos, tres! ¡Oh, qué linda cosa!
Por Dios, que los perros rabian;
pero aquí viene un soldado,
vuelvo a esconderme.
Escóndese. Sale doña JUANA, de
hombre
JUANA: Mis ansias,
después que perdí a don Diego,
un instante no se hallan
sin él.
Sale don PEDRO
PEDRO: Buscando al marqués,
a quien perdí en la batalla,
que con don Diego de Almagro,
que ya está libre, quedaba
Rengo; mas aquel soldado
de él me dirá. Ah, camarada,
¿habéis visto…? (Mas, ¿qué veo? Aparte
¿No es el rostro de mi hermana?)
JUANA: (¡Ay de mí! Aquéste es mi hermano.) Aparte
PEDRO: ¿Habéis visto…?
JUANA: No sé nada.
Vase
PEDRO: Seguiréle, y dejaré
mi sospecha averguada.
Vase. Dentro cajas y clarines
TODOS: ¡Victoria por el marqués!
Salen el MARQUÉS y sus SOLDADOS
MARQUÉS: Al cielo le doy las gracias
de tan feliz victoria.
Gran día le he dado a España.
Sale don DIEGO
DIEGO: Señor, los bárbaros todos
a tu yugo se avasallan,
entregándote las fuerzas
de todas estas comarcas.
Ya en Caupolicán se hizo
la justicia que tú mandas:
puesto en un palo murió,
y con la mayor constancia,
que humanos ojos han visto.
Dentro ruido y dice un SOLDADO
SOLDADO: Porque han rompido la guarda,
dadles la muerte.
MARQUÉS: ¿Qué es esto?
Salen TUCAPEL, RENGO, FRESIA, GUALEVA y
demás damas INDIAS, y todos los SOLDADOS
TUCAPEL: Yo soy, señor, que a tus plantas
vengo a pedirte perdón,
con estos que me acompañan,
rendidos a tu clemencia,
de la ceguedad pasada;
y el bautismo, que en la ley,
que ya adoramos cristiana,
vasallos queremos ser
del grande león de España.
TODOS: ¡Bautismo, señor, bautismo!
MARQUÉS: ¡Oh, cuánto se alegra el alma!
Llegad, llegad a mis brazos,
que aquese fervor os salva,
que yo en el nombre del rey
os perdono, que es monarca
en quien, sobre su poder,
siempre la piedad se halla.
Sale doña JUANA, de hombre, huyendo, y tras
ella don PEDRO, con la daga desnuda
PEDRO: Con tu sangre, hermana aleve,
he de lavar hoy la mancha
de mi honor.
JUANA: ¡Señor invicto,
vuestra presencia me valga!
MARQUÉS: Don Pedro, pues ¿cómo así
delante de mí la daga
contra un soldado? ¿Qué es esto?
PEDRO: Señor, oyendo la causa,
no me culparéis, porque
el que vuecelencia ampara
no es hombre, no.
MARQUÉS: Pues, ¿quién es?
Decid.
PEDRO: Una vil hermana,
que en ese traje mentido
mi ilustre nobleza agravia,
y con su sangre alevosa
he de borrar esta infamia;
y así, señor, perdonad.
DIEGO: [¡Cielos, esta es doña Juana] Aparte
Tened, don Pedro, tened
los rigores de esa daga;
porque si sus filos quedan
matizados con el nácar
depositado en las venas
de doña Juana tu hermana,
has de ver cortado el hilo
de tu vida sin tardanza,
siendo la parca mi brazo,
y mi espada la guadaña.
Echa mano a la espada
MARQUÉS: Advertid, que en mi presencia
esa acción es muy extraña;
y agradeced, que se funda
en defensa de una dama.
DIEGO: Y de una dama, a quien debo
finezas tales y tantas,
que si puedo agradecerlas,
no es atención divulgarlas.
Sólo, sí, quiero que sepas,
que de mi deuda obligada,
mudando el traje, se vino
de Arauco y Chile a las playas:
que animada del valor
o del amor alentada,
de mi prisión noticiosa,
con estratagema rara
quiso librarme, y lo logra
de las sombras amparada;
mas fue con tanta cautela,
que aunque yo solicitaba
saber el dueño a quien debo
libertad tan deseada,
entre piélagos de dudas
la imaginación naufraga,
hasta la ocasión presente,
que viendo la verdad clara,
ya salí de mi sospecha,
que no en vano adivinaba
el alma tan alta dicha,
y con ser dicha tan alta,
es la menor, pues le debo
finezas más encumbradas.
Y así valor de los Rojas,
Don Pedro, ya vuestra hermana
no corre por vuestra cuenta,
pues cumpliendo mi palabra,
y dándole yo la mano
de su esposo, es casa llana,
que quedáis fuera del duelo
sin que más os satisfaga;
y pues yo estoy satisfecho,
no haya que replicar en nada.
MARQUÉS: Ello está bien sentenciado.
PEDRO: Y yo contento, pues gana
con tal esposo tal dicha.
DIEGO: Esta es mi mano, y el alma
os doy con ella.
Danse las manos don DIEGO y doña JUANA
JUANA: Fineza es,
que la merecen mis ansias.
MARQUÉS: Aquesto está ya ajustado,
Dios bien casados os haga;
[y agradecedla, don Diego]
que yo no me satisfaga]
del bando que quebrantasteis.
JUANA: Beso, gran señor, tus plantas.
DIEGO: Tucapel le dé la mano
a Fresia, con que se acaba
nuestro duelo, que no es bien
mi cabeza satisfaga
el amor que la he tenido.
FRESIA: Tuyas serán nuestras almas.
TUCAPEL: Procedes como quien eres.
FRESIA: Así se alivian mis ansias.
Danse las manos TUCAPEL y FRESIA
TUCAPEL: Así sosiegan mis celos.
Sale MOSQUETE
MOSQUETE: Bravos casamientos andan.
JUANA: Rengo a Gualeva también,
sin mis celos, puede darla.
RENO: Soy tu esclavo.
Danse las manos GUALEVA y RENGO
GUALEVA: Dicha es mía.
MARQUÉS: Pues porque mejor se haga,
yo he de ser vuestro padrino
en el bautismo mañana.
MOSQUETE: Todos se casan aquí,
y a mí solo no me casan.
DIEGO: No hay con quien.
MOSQUETE: ¿Falta una china
con quien darme una pedrada?
En fin, es cosa sensible:
pero si bien se repara
yo no soy para casado,
ni quiera Dios que yo caiga
en semejante flaqueza,
en el mundo tan usada;
porque yo por mi presencia,
por mis rentas, por mis galas,
no puedo aspirar a esposa
hermosa, rica ni hidalga:
solo tocarme podía
una famosa tarasca,
que pareciera una bruja
a dos meses de casada.
¿Yo vender mi libertad
por una fea? ¡Necuacuam!
Mas vale vivir soltero,
corriendo las caravanas,
que dejar armas de Marte,
y empuñar las de Jarama.
MARQUÉS: Vamos de lo sucedido
al templo a dar a Dios gracias.
MOSQUETE: Eso es primero que todo.
TODOS: Con que la comedia acaba
los Españoles en Chile;
perdonad sus muchas faltas.
FIN DE LA COMEDIA
Франсиско Гонсалес де Бустос. Испанцы в Чили.
Francisco Gonzаlez de Bustos. LOS ESPAÑOLES EN CHILE
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