Бартоломе де лас Касас. “Избранные произведения”
Bartolomé de las Casas. “OBRA SELECTA”
OBRA SELECTA
Bartolomé de las Casas
1 . Brevíssima relación de la destruyción de las Indias
2. Lo que sigue es un pedazo de carta
3. Controversia Las Casas-Sepúlveda
4. Tratado sobre la materia de los indios que se han hecho esclavos
5. Razones por las cuales prueba no deberse dar
los indios a los españoles en encomienda
6. Principios para defender la justicia de los in dios
Todas las cosas que han acaecido en las Indias, desde su maravilloso
descubrimiento y del principio que a ellas fueron españoles para
estar tiempo alguno, y después en el proceso adelante hasta los días
de agora, han sido tan admirables y tan no creíbles en todo género a
quien no las vido, que parece haber aflublado y puesto silencio y
bastantes a poner olvido a todas cuantas, por hazaflosas que fuesen,
en los siglos pasados se vieron y oyeron en el mundo. Entre éstas
son las matanzas y estragos de gentes inocentes, y despoblaciones de
pueblos, provincias y reinos que en ellas se han perpetrado, y que
todas las otras no de menor espanto. Las unas y las otras refiriendo
a diversas personas que no las sabían el obispo don fray Bartolomé
de las Casas o Casaus, la vez que vino a la corte después de fraile
a informar al emperador nuestro señor (como quien todas bien vistas
había), y causando a los oyentes con la relación deflas una manera
de éxtasi y suspensión de ánimos, fue rogado e importunado que
destas postreras pusiese algunas con brevedad por escripto. El lo
hizo, y viendo algunos años después muchos insensibles hombres que la cobdicia y ambición ha hecho
degenerar del ser hombres, y su facinorosas obras traído en
reprobado sentido, que no contentos con las traiciones y maldades
que han cometido, despoblando con exquisitas especies de crueldad
aquel orbe, importunaban al rey por licencia y auctoridad para
tornarlas a cometer y otras peores (si peores pudiesen ser), acordó
presentar esta suma de lo que cerca desto escrivió al Príncipe
nuestro señor, para que Su Alteza fuese en que se les denegase. Y
parecióle cosa conveniente ponella en molde, porque Su Alteza la
leyese con más facilídad. Y esta es la razón del siguiente Epítome,
o brevísima relación.
Fin del Argumento
del obispo don fray Bartolomé de las Casas o Casaus
para el muy alto y muy poderoso señor el príncipe de las Españas
don Felipe, nuestro señor
Muy alto y muy poderoso señor:
Como la providencia divina tenga ordenado en su mundo que para
dirección y común utilidad del linaje humano se constituyesen en los
Reinos y pueblos, reyes, como padres y pastores (según los nombra
Homero), y por consiguiente sean los más nobles y generosos miembros
de las repúblicas, ninguna dubda de la rectitud de sus ánimos reales
se tiene, o con recta razón se debe tener, que si algunos defectos,
nocumentos ‘ y males se padecen en ellas, no ser otra la causa sino
carecer los reyes de la noticia dellos. Los cuales, si les contasen,
con sumo estudio y vigilante solercia extirparían. Esto parece haber
dado a entender la divina escriptura en los proverbios de Salomón:
El Rey que está sentado en el solio del juicio disipa todo mal con
su mirada’. Porque de la innata y natural virtud del rey así se
supone, conviene a saber, que la noticia sola del mal de su reino es
bastantísima para que lo disipe, y que ni por un momento solo en
cuanto en sí fuere lo pueda sufrir.
Considerando, pues, yo (muy poderoso señor), los males y daños,
perdición y jacturaS 3 (de los cuales nunca otros iguales ni
semejantes se imaginaron poderse por hombres hacer) de aquellos
tantos y tan grandes y tales reinos, y por mejor decir de aquel
vastísimo y nuevo mundo de las Indias, concedidos y encomendados Por
Dios y por su Iglesia a los reyes de Castilla, para que se los
rigiesen y gobernasen, convertiesen y prosperasen temporal y
espiritualmente, como hombre que por cincuenta años y más de
experiencia, siendo en aquellas tierras presente, los he visto
cometer; que constándole a Vuestra Alteza algunas particulares
hazañas dellos, no podría contenerse de suplicar a su Majestad con
instancia importuna que no conceda ni permita las que los tíranos
inventaron, prosiguieron y han cometido que llaman conquistas, en
las cuales (si se permitiesen) han de tornarse a hacer, pues de sí
mismas (hechas contra aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes
y mansas que a nadie .ofenden) son inicuas, tíránicas, y por toda
ley natural, divina y humana condenadas, detestadas y malditas;
deliberé, por no ser reo, callando, de las perdiciones de ánimas y
cuerpos infinitas que los tales perpetraran, poner en molde algunas
y muy pocas que los días pasados colegí de innumerables que con
verdad podría referir, para que con más facilidad Vuestra Alteza las
pueda leer.
Y puesto que el arzobispo de Toledo’, maestro de Vuestra Alteza,
siendo Obispo de Cartagena, me las pidió y presentó a Vuestra
Alteza, pero por los largos caminos de mar y de tierra que Vuestra
Alteza ha emprendido, y ocupaciones frecuentes reales que ha tenido,
puede haber sido que, o Vuestra Alteza no las leyó, o que ya
olvidadas las tiene, y el ansia temeraria e irracional de los que
tienen por nada indebidamente derramar tan inmensa copia de humana
sangre, y despoblar de sus naturales moradores y poseedores, matando
mil cuentos de gentes, aquellas tierras grandísimas, y robar
incomparables tesoros, crece cada día, importunando por diversas
vías y varios fíngidos colores que se les concedan o permitan las
dichas conquistas (las cuales no se les podrían
conceder sin violación de la ley natural y divina, y por
consiguiente gravísimos pecados mortales, dignos de terribles y
eternos suplicios), tuve por conviniente servir a Vuestra Alteza con
este sumario brevísimo de muy difusa historia que de los estragos y
perdiciones se podría y debería componer. Suplico a Vuestra Alteza
lo reciba y lea con la clemencia y real benignidad que suele las
obras de sus criados y servidores que puramente, por sólo el bien
público y prosperidad del estado real, servir desean. Lo cual visto,
y entendida la deformidad de la injusticia que a aquellas gentes
inocentes se hace, destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa
ni razon justa para ello, sino por sola la cudicia y ambición de los
que hacer tan nefarias obras pretenden, Vuestra Alteza tenga por
bien de con eficacia suplicar y persuadir a Su Majestad que deniegue
a quien las pidiere tan nocivas y detestables empresas, antes ponga
en esta demanda infernal perpetuo silencio, con tanto terror que
ninguno sea osado dende adelante ni aun solamente se las nombrar.
Cosa es ésta, muy alto señor, convenientisima y necesaria para que
todo el estado de la corona real de Castilla, espiritual y
temporalmente Dios lo prospere y conserve y haga bienaventurado,
Amén.
Brevíssima relación de la destruyción de las Indias
Descubriéronse las Indias en el año de mil e cuatrocientos y noventa
y dos. Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles,
por manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellas cantidad
de espafioles; e la primera tierra donde entraron para hecho de
poblar fue la grande y felicísima isla Española, que tiene
seiscientas leguas en torno. Hay otras muy grandes e infinitas islas
alrededor, por todas las partes della, que todas estaban e las vimos
las más pobladas e llenas de naturales gentes, indios dellas, que
puede ser tierra poblada en el mundo. La tierra firme, que está de
esta isla por lo más cercano docientas e cincuenta leguas, pocas
más, tiene de costa de mar más de diez mil leguas descubiertas, e
cada día se descubren más, todas llenas como una colmena de gentes,
en lo que hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que
parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano.
Todas estas universas e infinitas gentes a toto genero crió Dios los
más simples, sin maldades ni dobleces, obe dientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos
a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e
quietas, sin rencillas ni bollicios, no rijosos, no querulosos, sin
rancores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son
asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión e
que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de
cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre
nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados
que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de
labradores. Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni
quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no
ambiciosas, no cubdiciosas. Su comida es tal que la de los sanctos
padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos
deleitosa ni pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros,
cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de
algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra.
Sus camas son encima de una estera e, cuando mucho, duermen en unas
como redes colgadas, que en lengua de la isla Española llamaban
hamacas. Son eso mesmo de limpios e desocupados e vivos
entendimientos, muy capaces e dóciles para toda buena doctrina,
aptísimos para recebír nuestra sancta fe católica e ser dotados de
virtuosas costumbres, e las que menos impedimíentos tienen para esto
que Dios crió en el mundo. Y son tan importunas desque una vez
comienzan a tener noticia de las cosas de la fe, para saberlas, y en
ejercitar los sacramentos de la Iglesia y el culto divino, que digo
verdad que han menester los religiosos, para sufrillos, ser dotados
por Dios de don muy señalado de paciencia; e, finalmente, yo he oído
decir a muchos seglares españoles de muchos años acá e muchas veces,
no pudiendo negar la bondad que en ellos veen: «cierto, estas gentes
eran las más bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a
Dios».
En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor
y Criador así dotadas, entraron los es
panoles desde luego que las conocieron como lobos e tigres y leones
cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de
cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen,
sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas,
atormentallas y destruillas por las estrañas y nuevas e varias e
nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de
las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que
habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos,
no hay hoy de los naturales defla docientas personas ‘. La isla de
Cuba es cuasi tan luenga como desde Valladolid a Roma: está hoy
cuasi toda despoblada. La isla de Sant Juan e la de Jamaica, islas
muy grandes e muy felices e graciosas, ambas están asoladas. Las
islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española e a Cuba
por la parte del Norte, que son más de sesenta con las que llamaban
de Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor dellas es
más fértil e gracíosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más
sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil
ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas
e por traellas a la isla Española, después que veían que se les
acababan los naturales della. Andando un navío tres años a rebuscar
por ellas la gente que había, después de haber sido vendimiadas,
porque un buen cristiano se movió por piedad para los que se
hallasen convertillos e ganallos a Cristo, no se hallaron sino once
personas, las cuales yo vide. Otras más de treinta islas, que están
en comarca de la isla de Sant Juan, por la mesma causa están
despobladas e perdidas. Serán todas estas islas, de tierra, más de
dos mil leguas, que todas están despobladas e desiertas de gente.
De la gran Tierra Firme somos ciertos que nuestros españoles por sus
crueldades y nefandas obras han despoblado y asolado y que están hoy
desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos
mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y
más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de
dos mil leguas.
Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los
dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de
los cristianos, injusta y tiránícamente, más de doce cuentos de
ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar
engañarme, que son más de quince cuentos.
Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han
pasado, que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la
tierra a aquellas míserandas naciones. La una, por injustas,
crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han
muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en
libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos
los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no
dejan en las guerras a vida sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos
con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres
ni bestias pudíeron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía
infernal se reducen e se resuelven, o subalternan como a géneros,
todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son
infinitas.
La causa por que han muerto y destruido tantas y tales e tan
infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener
por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días
e subir a estados muy altos e sin proporción de sus
personas;”conviene a saber, por la insaciable cudicia e ambición que
han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser
aquellas tierras tan felices e tan ricas, e las gentes tan humildes,
tan pacientes y tan fáciles a subjectarlas; a las cuales no han
tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima (hablo
con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo
que de bestias (porque pluguiera a Dios que como bastías las
hubieran traetado y estimado), pero como y menos que estiércol de
las plazas. Y así han curado de sus vidas e de sus ánimas, e por
esto todos los números e cuentos dichos han muerto sin fe e sin
sacramento. Y ésta es una muy notoria e averiguada verdad, que
todos, aunque sean los tiranos e matadores, la saben e la confiesan: que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por
venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hobieron
recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes,
violencias y vejaciones dellos mesmos.
De la isla Española
En la isla Española, que fue la primera, como dejimos, donde
entraron cristianos e comenzaron los grandes estragos e perdiciones
destas gentes e que primero destruyeron y despoblaron, comenzando
los cristianos a tomar las mujeres e hijos a los indios para
servirse e para usar mal delloS e comerles sus comidas que de sus
sudores e trabajos salían, no contentándose con lo que los indios
les daban de su grado, conforme a la facultad que cada uno tenía
(que siempre es poca, porque no suelen tener más de lo que
ordinariamente han menester e hacen con poco trabajo, e lo que basta
para tres casas de a diez personas cada una para un mes, come un
cristiano e destruye en un día) e otras muchas fuerzas e violencias
e vejaciones que les hacían, comenzaron a entender los indios que
aquellos hombres no debían de haber venido del cielo; y algunos
escondían sus comidas; otros sus mujeres e hijos; otros huíanse a
los montes por apartarse de gente de tan dura y terrible
conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas e puñadas y de
palos, hasta poner las manos en los señores de los pueblos. E llegó
esto a tanta temeridad y desvergüenza, que al mayor rey, señor de
toda la isla, un capitán cristiano le violó por fuerza su propia
mujer. De aquí comenzaron los indios a buscar maneras para echar los
cristianos de sus tierras: pusiéronse en armas, que son harto flacas
e de poca ofensión e resistencia y menos defensa (por lo cual todas
sus guerras son poco más que acá juegos de cañas e aun de niños) ‘;
los cristianos con sus caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer
matanzas e crueldades estrafias en
ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños ni viejos, ni
mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos,
como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían
apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o
le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas.
Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y
daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros, daban con ellas en
ríos por las espaldas, riendo e burlando, e cayendo en el agua
decían: bullís, cuerpo de tal; otras criaturas metían a espada con
las madres juntamente, e todos cuantos delante de sí hallaban.
Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e
de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro Redemptor e de
los doce apóstoles, poniéndoles leña e fuego, los quemaban vivos.
Otros, ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca, pegándoles fuego
así los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar a vida,
cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando, y decíanles:
«Andad con cartas», conviene a saber, lleva las nuevas a las gentes
que estaban huidas por los montes. Comúnmente mataban a los señores
y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre
horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso,
para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos,
desesperados, se les salían las ánimas.
Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o
cinco principales y señores (y aun pienso que había dos o tres pares
de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes
gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los
ahogasen, y el alguacil, que era peor que verdugo, que los quemaba
(y sé cómo se llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla), no
quiso ahogallos, antes les metió con sus manos palos en las bocas
para que no sonasen y atizóles el fuego hasta que se asaron de
espacio como él quería. Yo vide todas las cosas arriba dichas v
muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que ~uir podía se
encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de
hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias,
extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y
amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo un indio lo
hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que
si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y
carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los
indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron
lev entre sí, que por un cristiano que los indios matasen habían los
cristianos de matar cien indios.
Los reinos que había en la isla Española
Había en esta isla Española cinco reinos muy grandes
principales y cinco reyes muy poderosos, a los cuales
cuasi obedecían todos los otros señores, que eran sin nú
mero, puesto que algunos señores de algunas apartadas
provincias no reconocían superior dellos alguno ‘. El un
reino se llamaba Maguá, la última sílaba aguda, que quie
re decir el reino de la vega. Esta vega es de las más in
signes y admír ‘ ables cosas del mundo, porque dura ochen
ta leguas de la mar del Sur a la del Norte. Tiene de an
cho cinco leguas y ocho hasta diez y tierras altísimas de
una parte y de otra. Entran en ella sobre treinta mil
ríos y arroyos, entre los cuales son los doce tan grandes
como Ebro y Duero y Guadalquivir; y todos los ríos que
vienen de la una sierra que está al poniente, que son los
veinte y veinte y cinco mil, son riquísimos de oro. En
la cual sierra o sierras se contiene la provincia de Cibao,
donde se dicen las minas de Cibao, de donde sale aquel
señalado y subido en quilates oro que por acá tiene gran
fama. El rey y señor deste reino se llamaba Guaríonex;
tenía señores tan grandes por vasallos, que juntaba uno
dellos dieciséis mil hombres de pelea para servir a Gua
rionex, e yo conocí a algunos dellos. Este rey Guarionex
era muy obediente y virtuoso, y naturalmente pacífico,
y devoto a los reyes de Castilla, y dio ciertos años su
gente, por su mandado, cada persona que tenía casa, lo
güeco de un cascabel lleno de oro, y después, no pudiendo henchírlo,
se lo cortaron por medio e dio llena aquella mitad, porque los
indios de aquella isla tenían muy poca o ninguna industria de coger
o sacar el oro de las minas. Decía y ofrescíase este cacique a
servir al rey de Castilla con hacer una labranza que llegase desde
la Isabela, que fue la primera población de los cristianos, hasta la
ciudad de Sancto Domingo, que son grandes cíncuenta leguas, porque
no le pidiesen oro, porque decía, y con verdad, que no lo sabían
coger sus vasallos. La labranza que decía que haría sé yo que la
podía hacer y con grande alegría, y que valiera más al rey cada año
de tres cuentos de castellanos, y aun fuera tal que causara esta
labranza haber en la isla hoy más de cincuenta ciudades tan grandes
como Sevilla.
El pago que dieron a este rey y senor, tan bueno y tan grande, fue
deshonrallo por la mujer, violándosela un capitán mal cristiano ‘:
él, que pudiera aguardar tiempo y juntar de su gente para vengarse,
acordó de irse y esconderse sola su persona y morir desterrado de su
reino y estado a una provincia que se decía de los Ciguayos, donde
era un gran señor su vasallo. Desde que lo hallaron menos los
cristianos, no se les pudo encubrir: van y hacen guerra al señor que
lo tenía; donde hicieron grandes matanzas, hasta que en fin lo
hobieron de hallar y prender, y preso con cadenas y grillos lo
metieron en una nao para traerlo a Castilla. La cual se perdió en la
mar y con él se ahogaron muchos cristianos y gran cantidad de oro,
entre lo cual pereció el grano grande, que era como una hogaza y
pesaba tres mil y seiscientos castellanos, por hacer Dios venganza
de tan grandes injusticias.
El otro reino se decía del Maríén, donde agora es el Puerto Real, al
cabo de la Vega, hacia el norte, y más grande que el reino de
Portugal, aunque cierto harto más felíce y digno de ser poblado, y
de muchas y grandes sierras y minas de oro y cobre muy rico, cuyo
rev se llamaba Guacanagarí (última aguda), debajo del cual había
muchos y muy grandes señores, de los cuales yo
vide y conocí muchos, y a la tierra déste fue primero a parar el
Almirante viejo que descubrió las Indias; al cual recibió la primera
vez el dicho Guacanagarí, cuando descubrió la isla, con tanta
humanidad y caridad, y a todos los cristianos que con él iban, y les
hizo tan suave y gracioso rescibimiento y socorro y aviamiento
(perdíéndosele allí aun la nao en que iba el Almirante), que en su
misma patria y de sus mismos padres no lo pudiera rescebir mejor.
Esto sé por relación y palabras del mismo Almirante. Este rey murió
huyendo de las matanzas y crueldades de los cristianos, destruido y
privado de su estado, por los montes perdido. Todos los otros
señores súbditos suyos murieron en la tiranía y servidumbre que
abajo será dicha.
El tercero reino y señoría fue la Maguana, tierra también admirable,
sanísíma y fertilísíma, donde agora se hace la mejor azúcar de
aquella isla. El rey dél se llamó Caoriabó. Este, en esfuerzo y
estado, y gravedad, y cerímonías de su servicio, exedíó a todos los
otros. A éste prendieron con una gran sutileza y maldad, estando
seguro en su casa. Metiéronlo después en un navío para traello a
Castilla, y estando en el puerto seis navíos para se partir, quiso
Dios mostrar ser aquella con las otras grande iniquidad e injusticia
y envió aquella noche una tormenta que hundió todos los navíos y
ahogó todos los cristianos que en ellos estaban, donde murió el
dicho Caonabó cargado de cadenas y grillos. Tenía este señor tres o
cuatro hermanos muy varoniles y esforzados como él; vista la prisión
tan injusta de su hermano y señor y las destruicíones y matanzas que
los cristianos en los otros reinos hacían, especialmente desde que
supieron que el rey su hermano era muerto, pusiéronse en armas para
ir a cometer y vengarse de los cristianos: van los cristianos a
ellos con ciertos de caballo (que es la más perniciosa arma que
puede ser para entre indios) y hacen tantos estragos y matanzas que
asolaron y despoblaron la mitad de tojo aquel reino.
El cuarto reino es [el] que se llamó de Xaraguá; éste era como el
meollo o médula o como la corte de toda
aquella isla; excedía en la lengua y habla ser más polida; en la
policía y crianza más ordenada y compuesta; en la muchedumbre de la
nobleza y generosidad, porque había muchos y en gran cantidad
señores y nobles; y en la lindeza y hermosura de toda la gente, a
todos los otros. El rey y señor dél se llamaba Behechio; tenía una
hermana que se llamaba Anacaona. Estos dos hermanos hicieron grandes
servicios a los reyes de Castilla e inmensos beneficios a los
cristianos, librándolos de muchos peligros de muerte, y después de
muerto el rey Behechio quedó en el reino por señora Anacaona. Aquí
llegó una vez el gobernador que gobernaba esta isla9 con sesenta de
caballo y más trescientos peones, que los de caballo solos bastaban
para asolar a toda la isla y la Tierra Firme, y llegáronse más de
trescientos señores a su llamado seguros, de los cuales hizo meter
dentro de una casa de paja muy grande los más señores por engaño, e
metidos les mandó poner fuego y los quemaron vivos. A todos los
otros alancearon e metieron a espada con infinita gente, e a la
señora Anacaona, por hacelle honra, ahorcaron. Y acaescía algunos
cristianos, o por piedad o por cudicia, tomar algunos niños para
mamparallos no los matasen, e poníanlos a las ancas de los caballos:
venía otro español por detrás e pasábalos con su lanza. Otrosí,
estaba el niño en el suelo, le cortaban las piernas con el espada.
Alguna gente que pudo huir desta tan inhumana crueldad pasáronse a
una isla pequeña que está cerca de allí ocho leguas en la mar, y el
dicho gobernador conden6 a todos estos que allí se pasaron que
fuesen esclavos, porque huyeron de la carnicería.
El quinto reino se llamaba Higüey e señoreábalo una reina vieja que
se llamó Higuanamá. A ésta ahorcaron; e fueron infinitas las gentes
que yo vide quemar vivas y despedazar e atormentar por diversas y
nuevas maneras de muerte e tormentos y hacer esclavos todos los que
a vida tomaron. Y porque son tantas las particularidades que en
estas matanzas e perdiciones de aquellas gentes ha habido, que en
mucha escriptura no podrían caber (porque en verdad que creo que por
mucho que dijese
no pueda explicar de mil partes una), sólo quiero en lo de las
guerras susodichas concluir con decir e afirmar que en Dios y en mi
consciencia que tengo por cierto que para hacer todas las
injusticias y maldades dichas, e las otras que dejo e podría decir,
no dieron más causa los indios ni tuvieron más culpa que podrían dar
o tener un convento de buenos e concertados religiosos para roballos
e matallos y, los que de la muerte quedasen vivos, ponerlos en
perpetuo captiverio e servidumbre de esclavos. Y más afirmo, que
hasta que todas las muchedumbres de gentes de aquella isla fueron
muertas e asoladas, que pueda yo creer y conjecturar, no cometieron
contra los cristianos un solo pecado mortal que fuese punible por
hombres; y los que solamente son reservados a Dios, como son los
deseos de venganza, odio y rancor que podían tener aquellas gentes
contra tan capitales enemigos como les fueron los cristianos, éstos
creo que cayeron en muy pocas personas de los indios, y eran poco
más impetuosos e rigurosos, por la mucha experiencia que dellos
tengo, que de nifios o muchachos de diez o doce años. Y sé por
cierta e infalible sciencia que los indios tuvieron siempre
justísima guerra contra los cristíanos, e los cristianos una ni
ninguna nunca tuvieron justa contra los indios, antes fueron todas
diabólicas e injustísimas e mucho más que de ningún tirano se puede
decir del mundo; e lo mismo afirmo de cuantas han hecho en todas las
Indias.
Después de acabadas las guerras e muertes en ellas, todos los
hombres, quedando comúnmente los mancebos e mujeres y nífios,
repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro cuarenta, a
otro ciento y docientos (según la gracia que cada uno alcanzaba con
el tirano mayor, que decían gobernador). Y así repartidos a cada
cristiano dábanselos con esta color: que los enseñase en las cosas
de la fe católica, siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres
crueles, avarísimos e viciosos, haciéndoles curas de ánimas. Y la
cura o cuidado que dellos tuvieron fue enviar los hombres a las
minas a, sacar oro, que es trabajo intolerable, e las mujeres ponían
en las
estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la
tierra, trabajo para hombres muy fuertes y recios. No daban a los
unos ni a las otras de comer sino yerbas y cosas que no tenían
substancia; secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas,
e así murieron en breve todas las criaturas. Y por estar los maridos
apartados, que nunca vían a las mujeres, cesó entre ellos la
generacíón; murieron ellos en las minas, de trabajos y hambre, y
ellas en las estancias o granjas, de lo mesmo, e así se acabaron
tantas e tales multitúdines de gentes de aquella isla; e así se
pudiera haber acabado todas las del mundo. Decir las cargas que les
echaban de tres y cuatro arrobas, e los llevaban ciento y docíentas
leguas (y los mismos cristianos se hacían llevar en hamacas, que son
como redes, a cuestas de los indios), porque siempre usaron dellos
como de bestias para cargar. Tenían mataduras en los hombros y
espaldas, de las cargas, como muy matadas bestias. Decir asimismo
los azotes, palos, bofetadas, puñadas, maldiciones e otros mil
géneros de tormentos que en los trabajos les daban, en verdad que en
mucho tiempo ni papel no se pudiese decir e que fuese para espantar
los hombres.
Y es de notar que la perdición destas islas e tierras se comenzaron
a perder y destruir desde que allá se supo la muerte de la
serenísima reina doña Isabel, que fue el año de mil e quinientos e
cuatro, porque hasta entonces sólo en esta isla se habían destruido
algunas provincias por guerras injustas, pero no del todo, y éstas
por la mayor parte y cuasi todas se le encubrieron a la Reina.
Porque la Reina `, que haya santa gloria, tenía grandísimo cuidado e
admirable celo a la salvación y prosperidad de aquellas gentes, como
sabemos los que lo vimos y palpamos con nuestros ojos e manos los
ejemplos desto.
Débese de notar otra regla en esto: que en todas las partes de las
Indias donde han ido y pasado cristianos, siempre hicieron en los
indios todas las crueldades susodichas, e matanzas, e tiranías, y
opresiones abominables en aquellas ínnocentes gentes; e añadían
muchas más e mayores y más nuevas maneras de tormentos, e más crue
les siempre fueron porque los dejaba Dios más de golpe caer y
derrocarse en reprobado juicio o sentimiento.
De las dos islas de Sant Juan y Jamaica
Pasaron a la isla de Sant Juan y a la de Jamaica (que eran unas
huertas y unas colmenas) el año de mil e quínientos y nueve los
españoles “, con el fin e propósito que fueron a la Española. Los
cuales hicieron e cometieron los grandes insultos e pecados
susodichos, y añidieron muchas señaladas e grandísimas crueldades
más, matando y quemando y asando y echando a perros bravos, e
después oprimiendo y atormentando y vejando en las minas y en los
otros trabajos, hasta consumir y acabar todos aquellos infelices
innocentes: que había en las dichas dos islas más de seicientas mil
ánimas, y creo que más de un cuento, e no hay hoy en cada una
docientas personas, todas perecidas sin fe e sin sacramentos.
De la isla de Cuba
El año de mil e quinientos y once pasaron a la isla de Cuba “, que
es como dije tan luenga como de Valladolid a Roma (donde había
grandes provincias de gentes), comenzaron y acabaron de las maneras
susodichas e mucho más y más cruelmente. Aquí acaescieron cosas muy
senaladas. Un cacique e señor muy principal, que por nombre tenía
Hatuey, que se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha
gente por huir de las calamidades e inhumanas obras de los
cristianos, y estando en aquella isla de Cuba, e dándole nuevas
ciertos indios, que pasaban a ella los cristianos, ayuntó mucha o
toda su gente e díjoles: «Ya sabéis cómo se dice que los cristianos
pasan acá, e tenéis experiencia cuáles han parado a los seflores
fulano y fulano y fulano; e aquellas gentes de Haití (que es la
Española) lo mesmo viene a hacer acá. ¿Sabéís quizá por qué lo
hacen?» Dijeron: «No; sino porque
son de su natura crueles e malos.» Dice él: «No lo hacen por sólo
eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran e quieren mucho
y por habello de nosotros para lo adorar, nos trabajan de sojuzgar e
nos matan.» Tenía cabe sí una cestilla llena de oro en joyas e dijo:
«Veis aquí el dios de los cristianos; hagámosle si os parece areitos
(que son bailes y danzas) e quizá le agradaremos y les mandará que
no nos hagan mal.» Dijeron todos a voces: «¡Bien es, bien es!»
bailáronle delante hasta que todos se cansaron. Y después dice el
señor Hatuey: «Míra, comoquiera que sea, si lo guardamos, para
sacárnoslo, al fin nos han de matar; echémoslo en este río.» Todos
votaron que así se hiciese, e así lo echaron en un río grande que
allí estaba.
Este cacique y señor anduvo siempre huyendo dé los cristianos desde
que llegaron a aquella isla de Cuba, como.quien los conoscía, e
defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque
huía de gente tan inicua e cruel y se defendía de quien lo quería
matar e oprimir hasta la muerte a sí e a toda su gente y generación,
lo hobieron vivo de quemar. Atado al palo decíale un religioso de
Sant Francisco, sancto varón que allí estaba, algunas cosas de Dios
y de nuestra fe (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía
bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si
quería creer aquello que le decía que iría al cielo, donde había
gloria y eterno descanso, e si no, que había de ir al infierno a
padec¿r perpetuos tormentos y penas. El, pensando un poco, pfeguntó
al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió
que sí; pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique,
sin más pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por rio
estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente. Esta es la fama
y honra que Dios e nuestra fe ha ganado con los cristianos que han
ido a las Indias “.
Una vez, saliéndonos a recebir con mantenimientos y regalos diez
leguas de un gran pueblo, y llegados allá, nos dieron gran cantidad
de pescado y pan y comida con todo lo que más pudieron; súbitamente
se les revistió
el diablo a los cristianos e meten a cuchillo en mi presencia (sin
motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil ánimas que estaban
sentados delante de nosotros, hombres y mujeres e niños “. Allí víde
tan grandes crueldades que nunca los vivos tal vieron ni pensaron
ver.
Otra vez, desde a pocos días, envié yo mensajeros, asegurando que no
temiesen, a todos los señores de la província de la Habana, porque
tenían por oídas de mí crédito, que no se ausentasen, sino que nos
saliesen a recebir, que no se les haría mal ninguno (porque de las
matanzas pasadas estaba toda la tierra asombrada), y esto hice con
parecer del capitán; e llegados a la provincia saliéronnos a recebir
veinte e un señores y caciques, e luego los prendió el capitán,
quebrantando el seguro que yo les había dado, e los quería quemar
vivos otro día, diciendo que era bien, porque aquellos señores algún
tiempo habían de hacer algún mal. Vídeme en muy gran trabajo
quitallos de la hoguera, pero al fin se escaparon.
Después de que todos los indios de la tierra desta isla fueron
puestos en la servidumbre e calamidad de los de la Española,
viéndose morir y perecer sin remedio todos, comenzaron unos a huir a
los montes; otros, a ahorcarse de desesperados, y ahorcábanse
maridos e mujeres, e consigo ahorcaban los hijos; y por las
crueldades de un español muy tirano (que yo conocí) se ahorcaron más
de doscientos indios. Pereció desta manera infinita gente.
Oficial del rey hobo en esta isla que le dieron de repartimiento
trecientos indios e a cabo de tres meses había muerto en los
trabajos de las minas los docientos e setenta, que no le quedaron de
todos sino treinta, que fue el diezmo. Después le dieron otros
tantos y más, e también los mató, e dábanle y más mataba, hasta que
se murió y el diablo le llevó el alma.
En tres o cuatro meses, estando yo presente, murieron de hambre, por
llevalles los padres y las madres a las minas, más de siete mil
niños. Otras cosas víde espantables.
Después acordaron de ir a montear los indios que estaban por los
montes, donde hicieron estragos admira
bles, e así asolaron e despoblaron toda aquella isla, la cual vimos
agora poco ha y es -una gran lástima e compasión verla yermada y
hecha toda una soledad.
De la tierra firme
El año de mil e quinientos e catorce pasó a la Tierra Firme un
infelíce gobernador `, crudelísimo tirano, sin alguna piedad ni aun
prudencia, como un instrumento del furor divino, muy de propósito
para poblar en aquella tierra con mucha gente de españoles. Y aunque
algunos tiranos habían ido a la Tierra Firme e habían robado y
matado y escandalizado mucha gente, pero había sido a la costa de la
mar, salteando y robando lo que podían; mas éste excedió a todos los
otros que antes dél habían ido, y a los de todas las islas, e sus
hechos nefarios a todas las abominaciones pasadas, no sólo a la
costa de la mar, pero grandes tierras y reinos despobló y mató,
echando inmensas gentes que en ellos había a los infiernos. Este
despobló desde muchas leguas arriba del Darién hasta el reino e
provincias de Nicaragua, inclusive, que son más de quinientas leguas
y la mejor y más felice e poblada tierra que se cree haber en el
mundo. Donde había muy muchos grandes señores, infinitas y grandes
poblaciones, grandísimas riquezas de oro; porque hasta aquel tiempo
en ninguna parte había parecido sobre la tierra tanto; porque aunque
de la isla Española se había henchído casi España de oro, e de más
fino oro, pero había sido sacado con los indios de las entrañas de
la tierra, de las minas dichas, donde, como se dijo, murieron.
Este gobernador y su gente inventó nuevas maneras de crueldades y de
dar tormentos a los indios, porque descubriesen y les diesen oro.
Capitán hubo suyo que en una entrada que hizo por mandado dél para
robar y extirpar gentes, mató sobre cuarenta mil ánimas, que vido
por sus ojos un religioso de Sant Francisco, que con él iba, que se
llamaba fray Francisco de Sant Román, me
tiéndolos a espada, quemándolos vivos, y echándolos a perros bravos,
y atormentándolos con diversos tormentos.
Y porque la ceguedad perniciosísima que siempre han tenido hasta hoy
los que han regido las Indias en disponer y ordenar la conversión y
salvación de aquellas gentes, la cual siempre han pospuesto (con
verdad se dice esto) en la obra y efecto, puesto que por palabra
hayan mostrado y colorado o disimulado otra cosa, ha llegado a tanta
profundidad que hayan imaginado e practicado e mandado que se les
hagan a los indios requerimientos que vengan a la fe e a dar la
obediencia a los reyes de Castilla, si no, que les harán guerra a
fuego y a sangre, e los matarán e captivarán, etc. Como si el hijo
de Dios, que murió por cada uno dellos, hobiera en su ley mandado
cuando dijo: Id y enseñad a todas las naciones `, que se hiciesen
requerimientos a los infieles pacíficos e quietos que tienen sus
tierras propias, e si no la recibiesen luego, sin otra predicación y
doctrina, e si no se diesen a sí mesmos al señorío del rey que nunca
oyeron ni vieron, especialmente cuya gente y mensajeros son tan
crueles, tan desapiadados e tan horribles tiranos, perdiesen por el
mesmo caso la hacienda y las tierras, la libertad, las mujeres y
hijos con todas sus vidas, que es cosa absurda y estulta e digna de
todo vituperio y escarnio e infierno. Así que, como llevase aquel
triste e malaventurado gobernador instrucíón que hiciese los dichos
requerimientos, para más justificallos, siendo ellos de sí mesmos
absurdos, irracionables e injustísimos, mandaba, o los ladrones que
enviaba lo hacían cuando acordaban de ir a saltear e robar algún
pueblo de que tenían noticia tener oro, estando los indios en sus
pueblos e casas seguros, íbanse de noche los tristes españoles
salteadores hasta media legua del pueblo, e allí aquella noche entre
sí mesmos apregonaban o leían el dicho requerimiento, diciendo:
«Caciques e indios desta Tierra Firme de tal pueblo, hacemos os
saber que hay un Dios e un Papa y un rey de Castilla que es señor de
estas tierras; venid luego a le dar la obediencia, etc. Y si no,
sabed que os haremos guerra, e mataremos, e captivaremos, etc.» Y al
cuarto
del alba, estando los innocentes durmiendo con sus mujeres e hijos,
daban en el pueblo, poniendo fuego a las casas, que comúnmente eran
de paja, e quemaban vivos los niños e mujeres y muchos de los demás,
antes que acordasen; mataban los que querían, e los que tomaban a
vida mataban a tormentos porque dijesen de otros pueblos de oro, o
de más oro de lo que allí hallaban, e los que restaban herrábanlos
por esclavos; iban después, acabado o apagado el fuego, a.buscar el
oro que había en las casas. Desta manera y en estas obras se ocupó
aquel hombre perdido, con todos los malos cristianos que llevó,
desde el año de catorce hasta el año de veinte y uno o veinte y dos,
enviando en aquellas entradas cinco e seis y más criados, por los
cuales le daban tantas partes (allende de la que le cabía por
capitán general) de todo el oro y perlas e joyas que robaban e de
los esclavos que hacían. Lo mesmo hacían los oficiales del rey,
enviando cada uno los más mozos o criados que podía, y el obispo
primero de aquel reino enviaba también sus criados, por tener su
parte en aquella granjería. Más oro robaron en aquel tiempo de aquel
reino (a lo que yo puedo juzgar) de un millón de castellanos, y creo
que me acorto, e no se hallará que enviaron al rey sino tres mil
castellanos de todo aquello robado; y más gentes destruyeron de
ochocientas mil ánimas. Los otros tiranos gobernadores que allí
suscedieron hasta el año de treinta y tres, mataron e consintieron
matar, con la tiránica servidumbre que a las guerras suscedió, los
que restaban.
Entre infinitas maldades que éste hizo e consintió hacer el tiempo
que gobernó fue que, dándole un cacique o señor, de su voluntad o
por miedo (como más es verdad), nueve, mil castellanos, no contentos
con esto prendieron al dicho señor e átanlo a un palo sentado en el
suelo, y estendidos los pies pónenle fuego a ellos porque diese más
oro, y él envió a su casa e trajaron otros tres mil castellanos;
tórnanle a dar tormentos, y él, no dando más oro porque no lo tenía,
o porque no lo quería dar, tuviéronle de aquella manera hasta que
los tuétanos le salieron por las plantas e así murió. Y déstos
fueron
infinitas veces las que a señores mataron y atormentaron por
sacalles oro.
Otra vez, yendo a saltear cierta capitanía de españoles, llegaron a
un monte donde -staba recogida y escondida, por huir de tan
pestilenciales e horribles obras de los cristianos, mucha gente, y
dando de súbito sobre ella tomaron setenta o ochenta doncellas e
mujeres, muertos muchos que pudieron matar. Otro día juntáronse
muchos indios e iban tras los cristianos peleando por el ansia de
sus mujeres e hijas; e viéndose los cristianos apretados, no
quisieron soltar la cabalgata, sino meten las espadas por las
barrigas de las muchachas e mujeres y no dejaron, de todas ochenta,
una viva. Los indios, que se les rasgaban las entrañas de dolor,
daban gritos e decían: «¡Oh, malos hombres, crueles cristianos!, ¿a
las iras matáis?» Ira llaman en aquella tierra a las mujeres, cuasi
diciendo: matar las mujeres señal es de abominables e crueles
hombres bestiales.
A diez o quince leguas de Panamá estaba un gran señor que se llamaba
Paris, e muy rico de oro; fueron allá los cristianos e rescibiólos
como si fueran hermanos suyos e presentó al capitán cincuenta mil
castellanos de su voluntad. El capitán y los cristianos parescióles
que quien daba aquella cantidad de su gracia que debía de tener
mucho tesoro (que era el fin e consuelo de sus trabajos);
disimularon e dicen que se quieren partir; e tornan al cuarto del
alba e dan sobre seguro en el pueblo, quémanlo con fuego que
pusieron, mataron y quemaron mucha gente, e robaron cincuenta o
sesenta mil castellanos otros; y el cacique o señor escapóse, que no
le mataron o prendieron. juntó presto la más gente que pudo e a cabo
de dos o tres días alcanzó los cristianos que llevaban sus ciento y
treinta o cuarenta mil castellanos, e da en ellos varonilmente, e
mata cincuenta cristiano, e tómales todo el oro, escapándose los
otros huyendo e bien heridos. Después tornan muchos cristianos sobre
el dicho cacique y asoláronlo a él y a infinita de su gente, e los
demás pusieron e mataron en la ordinaria servidumbre. Por manera que
no hay hoy vestigio ni señal de que
haya habido allí pueblo ni hombre nacido, teniendo treinta leguas
llenas de gente de señorío. Déstas no tienen cuento las matanzas y
perdiciones que aquel mísero hombre con su compañía en aquellos
reinos (que despobló) hizo.
De la provincia de Nicaragua
El añ o de mil e quinientos y veinte y dos o veinte y tres pasó este
tirano a sojuzgar la felicísima provincia de Nicaragua, el cual
entró en ella en triste hora. Desta provincia ¿quién podrá
encarescer la felicidad, sanidad, amenidad y prosperidad e
frecuencia y población de gente suya? Era cosa verdaderamente de
admiración ver cuán poblada de pueblos, que cuasi duraban tres y
cuatro leguas en luengo, Henos de admirables frutales que causaba
ser inmensa la gente. A estas gentes (porque era la tierra llana y
rasa, que no podían asconderse en los montes, y deleitosa, que con
mucha angustia e dificultad osaban dejarla, por lo cual sufrían e
sufrieron grandes persecuciones, y cuanto les era posible toleraban
las tiranías y servidumbre de los cristianos, e porque de su natura
era gente muy mansa e pacífica) hízoles aquel tirano, con sus
tiranos compañeros que fueron con él (todos los que a todo el otro
reino le habían ayudado a destruir), tantos daños, tantas matanzas,
tantas crueldades, tantos captiverios e sinjusticias, que no podría
lengua humana decirlo. Enviaba cincuenta de caballo e hacía alancear
toda una provincia mayor que el condado de Rusellón, que no dejaba
hombre, ni mujer, ni viejo, ni niño a vida, por muy liviana cosa:
así como porque no venían tan presto a su llamada o no le traían
tantas cargas de maíz, que es el trigo de allá, o tantos indios para
que sirviesen a él o a otro de los de su compañía; porque como era
la tierra llana no podía huir de los caballos ninguno, ni de su ira
ínfernal.
Enviaba españoles a hacer entradas, que es ir a saltear indios a
otras provincias, e dejaba llevar a los salteado
res cuantos indios querían de los pueblos pacíficos e que les
servían. Los cuales echaban en cadenas porque no les dejasen las
cargas de tres arrobas que les echaban a cuestas. Y acaesció vez, de
muchas que esto hizo, que de cuatro mil indios no volvieron seis
vivos a sus casas, que todos los dejaban muertos por los caminos. E
cuando algunos cansaban y se despeaban de las grandes cargas y
enfermaban de hambre e trabajo y flaqueza, por no desensartarlos de
las cadenas les cortaban por la collera la cabeza e caía la cabeza a
un cabo y el cuerpo a otro. Véase qué sentirían los otros. E así,
cuando se ordenaban semejantes romerías, como tenían experiencia los
indios de que ninguno volvía, cuando salían iban llorando e
sospirando los indios y diciendo: «Aquellos son los caminos por
donde íbamos a servir a los cristianos, y aunque trabajábamos mucho,
en fin volvíamos a cabo de algún tiempo a nuestras casas e a
nuestras mujeres y hijos; pero agora vamos sin esperanza de nunca
jamás volver ni verlos ni de tener más vida.»
Una vez, porque quiso hacer nuevo repartimiento de los indios,
porque se le antojó (e aun dicen que por quitar los indios a quien
no quería bien e daflos a quien le parescía) fue causa que los
indios no sembrasen una sementera, e como no hubo para los
cristianos, tomaron a los indios cuanto maíz tenían para mantener a
sí e a sus hijos, por lo cual murieron de hambre más de veinte o
treinta mil ánimas e acaesci6 mujer matar su hijo para comello de
hambre.
Como los pueblos que tenían eran todos una muy graciosa huerta cada
uno, como se dijo, aposentáronse en ellos los cristianos, cada uno
en el pueblo que les repartían (o, como dicen ellos, le
encomendaban), y hacía en él sus labranzas, manteniéndose de las
comidas pobres de los indios, e así les tomaron sus particulares
tierras y heredades de que se mantenían. Por manera que tenían los
españoles dentro de sus mesmas casas todos los indios señores
viejos, mujeres e niños, e a todos hacen que les sirvan noches y
días, sin holganza; hasta los niños, cuan presto pueden tenerse en
los pies, los ocupaban en lo
que cada uno puede hacer e más de lo que puede, y así los han
consumido y consumen hoy los pocos que han restado, no teniendo ni
dejándoles tener casa ni cosa propia; en lo cual aun exceden a las
injusticias en este género que en la Española se hacían.
Han fatigado, e opreso, e sido causa de su acelerada muerte de
muchas gentes en esta provincia, haciéndoles llevar la tablazón e
madera, de treinta leguas al puerto, para hacer navíos, y enviallos
a buscar miel y cera por los montes, donde los comen los tigres; y
han cargado e cargan hoy las mujeres preñadas y paridas como a
bestias.
La pestilencia más horrible que principalmente ha asolado aquella
provincia ha sido la licencia que aquel gobernador dio a los
españoles para pedir esclavos a los caciques y señores de los
pueblos. Pedía cada cuatro o cinco meses, o cada vez que cada uno
alcanzaba la gracia o licencia del dicho gobernador, al cacique,
cincuenta esclavos, con amenazas que si no los daban lo habían de
quemar vivo o echar a los perros bravos. Como los indios comúnmente
no tienen esclavos `, cuando mucho un cacique tiene dos, o tres, o
cuatro, iban los señores por su pueblo e tomaban lo primero todos
los huérfanos, e después pedía a quien tenía dos hijos uno, e a
quien tres, dos; e desta manera cumplía el cacique el número que el
tirano le pedía, con grandes alaridos e llantos del pueblo, porque
son las gentes que más parece que aman a sus hijos. Como esto se
hacía tantas veces, asolaron desde el año de veinte y tres hasta el
año de treinta y tres todo aquel reino, porque anduvieron seis o
siete años de cinco o seis navíos al tracto, llevando todas aquellas
muchedumbres de indios a vender por esclavos a Panamá e al Perú,
donde todos son muertos, porque es averiguado y experimentado
millares de veces que, sacando los indios de sus tierras naturales,
luego mueren más fácilmente. Porque siempre no les dan de comer e no
les quitan nada de los trabajos, como no los vendan ni los otros los
compren sino para trabajar. Desta manera han sacado de aquella
provincia indios hechos
esclavos, siendo tan libres como yo, más de quinientas mil ánimas.
Por las guerras infernales que los españoles les han hecho e por el
captiverio horrible en que los pusieron, más han muerto de otras
quinientas y seiscientas mil personas hasta hoy, e hoy los matan. En
obra de catorce años todos estos estragos se han hecho. Habrá hoy en
toda la dicha provincia de Nicaragua obra de cuatro o cinco mil
personas, las cuales matan cada día con los servicios y opresiones
cotidianas e personales, siendo (como se dijo) una de las pobladas
del mundo.
De la nueva España
En el año de mil e quinientos y diez y siete se descubrió la Nueva
España `, y en el descubrimiento se hícieron grandes escándalos en
los indios y algunas muertes por los que la descubrieron. En el año
de mil e quinientos e diez y ocho la fueron a robar e a matar los
que se llaman cristianos, aunque ellos dicen que van a poblar. Y
desde este año de diez y ocho hasta el día de hoy, que estamos en el
año de mil e quinientos y cuarenta e dos, ha rebosado y llegado a su
colmo toda la iniquídad, toda la injusticia, toda la violencia e
tiranía que los cristianos han hecho en las Indias, porque del todo
han perdido todo temor a Dios y al rey e se han olvidado de sí
mesmos. Porque son tantos y tales los estragos e crueldades,
matanzas e destruiciones, despoblaciones, robos, violencias e
tiranías, y en tantos y tales reinos de la gran Tierra Firme, que
todas las cosas que hemos dicho son nada en comparación de las que
se hicieron; pero aunque las dijéramos todas, que son infinitas las
que dejamos de decir, no son comparables ni en número ni en gravedad
a las que desde el dicho año de mil e quinientos e dieciocho se han
hecho y perpetrado hasta este día y año de mil e quinientos y
cuarenta y dos, e hoy, en este día del mes de setiembre, se hacen e
cometen las más graves e abominables. Porque sea verdad la regla que
arriba pu
simos, que siempre desde el principio han ido cresciendo en mayores
desafueros y obras infernales.
Así que, desde la entrada de la Nueva España, que fue a dieciocho de
abril del dicho año de dieciocho, hasta el año de treinta, que
fueron doce años enteros, duraron las matanzas y estragos que las
sangrientas e crueles manos y espadas de los españoles hicieron
continuamente en cuatrocientas e cincuenta leguas en torno cuasi de
la ciudad de México e a su rededor, donde cabían cuatro y cinco
grandes reinos, tan grandes e harto más felices que España. Estas
tierras todas eran las más pobladas e llenas de gentes que Toledo e
Sevilla, y Valladolid, y Zaragoza juntamente con Barcelona, porque
no hay ni hubo jamás tanta población en estas ciudades, cuando más
pobladas estuvieron, que Dios puso e que había en todas las dichas
leguas, que para andallas en torno se han de andar más de mil e
ochocientas leguas. Más han muerto los españoles dentro de los doce
años dichos en las dichas cuatrocientas y cincuenta leguas, a
cuchillo, y a lanzadas, y quemándolos vivos, mujeres e niños, y
mozos, y viejos, de cuatro cuentos de ánimas, mientras que duraron
(como dicho es) lo que ellos llaman conquistas, siendo invasiones
violentas de crueles tiranos, condenadas no sólo por la ley de Dios,
pero por todas las leyes humanas, como lo son e muy peores que las
que hace el turco para destruir la Iglesia cristiana. Y esto sin los
que han muerto e matan cada día en la susodicha tiránica
servidumbre, vejaciones y opresiones cotidianas.
Particularmente, no podrá bastar lengua ni noticia e industria
humana a referir los hechos espantables que en distintas partes, e
juntos en un tiempo en unas, e varios en varías, por aquellos hostes
públicos y capitales enemigos del linaje humano, se han hecho dentro
de aquel dicho circuito, e aun algunos hechos según las
circunstancias e calidades que los agravian, en verdad que
cumplidamente apenas con mucha diligencia e tiempo y escriptura no
se pueda explicar. Pero alguna cosa de algunas partes diré con
protestación e juramento de que no pienso que explicaré una de mil
partes.
De la nueva España
Entre otras matanzas hicieron ésta en una ciudad grande, de más de
treinta mil vecinos, que se llama Cholula: que saliendo a recebir
todos los señores de la tierra e comarca, e primero todos los
sacerdotei con el sacerdote mayor a los cristianos en procesion y
con grande acatamiento e reverencia, y llevándolos en medio a
aposentar a la ciudad, y a las casas de aposento del señor o señores
della principales, acordaron los españoles de hacer allí una matanza
o castigo (como ellos dicen) para poner y sembrar su temor e braveza
en todos los rincones de aquellas tierras. Porque siempre fue ésta
su determinación en todas las tierras que los españoles han entrado,
conviene a saber: hacer una cruel e señalada matanza porque tiemblen
dellos aquellas ovejas mansas. Así que enviaron para esto primero a
llamar todos los señores e nobles de la ciudad e de todos los
lugares a ella subjectos, con el señor principal, e así como venían
y entraban a hablar al capitán de los españoles, luego eran presos
sin que nadie los sintiese, que pudiese llevar las nuevas. Habíanles
pedido cinco o seis mil indios que les llevasen las cargas; vinieron
todos luego e métenlos en el patio de las casas. Ver a estos indios
cuando se aparejan para llevar las cargas de los españoles es haber
dellos una gran compasión y lástima, porque vienen desnudos, en
cueros, solamente cubiertas sus vergüenzas e con unas redecillas en
el hombro con su pobre comida; pónense todos en cuclillas, como unos
corderos muy mansos. Todos ayuntados e juntos en el patio con otras
gentes que a vueltas estaban, pónense a las puertas del patio
españoles armados que guardasen y todos los demás echan mano a sus
espadas y meten a espada y a lanzadas todas aquellas ovejas, que uno
ni ninguno pudo escaparse que no fuese trucidado. A cabo de dos o
tres días saltan muchos indios vivos, llenos de sangre, que se
habían escondido e amparado debajo de los muertos (como eran
tantos); iban llorando ante los españoles pidiendo misericordia, que
no los matasen. De los cuales
ninguna misericordia ni compasión hubieron, antes así como salían
los hacían pedazos. A todos los señores, que eran más de ciento y
que tenían atados, mandó el capitán quemar e sacar vivos en palos
hincados en la tierra. Pero un señor, e quizá era el principal y rey
de aquella tierra, pudo soltarse e recogiose con otros veinte o
treinta o cuarenta hombres al templo grande que allí tenían, el cual
era como fortaleza, que llamaban Cuu, e allí se defendió gran rato
del día. Pero los españoles, a quien no se les ampara nada,
mayormente en estas gentes desarmadas, pusieron fuego al templo e
allí los quemaron dando voces: «¡Oh, malos hombres! ¿Qué os hemos
hecho?, ¿por qué nos matáis? ¡Andad, que a México iréis, donde
nuestro universal señor Motenzuma de vosotros nos hará venganza!»
Dícese que estando metiendo a espada los cinco o seis mil hombres en
el patio, estaba cantando el capitán de los españoles: «Mira Nero de
Tarpeya a Roma cómo se ardía; gritos dan niños y viejos, y él de
nada se dolía» `.
Otra gran matanza hicieron en la ciudad de Tepeaca, que era mucho
mayor e de más vecinos y gente que la dicha, donde mataron a espada
infinita gente, con grandes particularidades de crueldad.
De Cholula caminaron hacia México, y enviándoles el gran rey
Motenzuma millares de presentes, e señores y gentes, e fiestas al
camino, e a la entrada de la calzada de México, que es a dos leguas,
envióles a su mesmo hermano acompañado de muchos grandes señores e
grandes presentes de oro y plata e ropas; y a la entrada de la
ciudad, saliendo él mesmo en persona en unas andas de oro con toda
su gran corte a recebirlos, y acompañándolos hasta los palacios en
que los había mandado aposentar, aquel mismo día, según me dijeron
algunos de los que allí se hallaron, con cierta disimulación,
estando seguro, prendieron al gran rey Motenzuma y pusieron ochenta
hombres que le guardasen, e después echáronlo en grillos. Pero
dejado todo esto, en que había grandes y muchas cosas que contar,
sólo quiero decir una señalada que allí aquellos tiranos hicieron.
Yéndose el capitán
de los españoles al puerto de la mar a prender a otro cierto capitán
que venía contra él, y dejado cierto capitán ‘, creo que con ciento
pocos más hombres que guardasen al rey Motenzuma, acordaron aquellos
españoles de cometer otra cosa señalada, para acrecentar su miedo en
toda la tierra; industria (como dije) de que muchas veces han usado.
Los indios y gente e señores de toda la ciudad y corte de Motenzuma
no se ocupaban en otra cosa sino en dar placer a su señor preso. Y
entre otras fiestas que le hacían era en las tardes hacer por todos
los barrios e plazas de la ciudad los bailes y danzas que
acostumbran y que llaman ellos mitotes, como en las íslas llaman
areitos, donde sacan todas sus galas e riquezas, y con ellas se
emplean todos, porque es la principal manera de regocijo y fiestas;
y los más nobles y caballeros y de sangre real, según sus grados,
hacían sus bailes e fiestas más cercanas a las casas donde estaba
preso su señor. En la más propincua parte a los dichos palacios
estaban sobre dos mil hijos de señores, que era toda la flor y nata
de la nobleza de todo el imperio de Motenzuma. A éstos fue el
capitán de los españoles con una cuadrilla dellos, y envió otras
cuadrillas a todas las otras partes de la ciudad donde hacían las
dichas fiestas, disimulados como que iban a verlas, e mandó que a
cierta hora todos diesen en ellos. Fue él, y estando embebidos y
seguros en sus bailes, dicen: «¡Santiago y a ellos!» e comienzan con
las espadas desnudas a abrir aquellos cuerpos desnudos y delicados e
a derramar aquella generosa sangre, que uno no dejaron a vida; lo
mesmo hicieron los otros en las otras plazas. Fue una cosa ésta que
a todos aquellos reinos y gentes puso en pasmo y angustia y luto, e
hinchó de amargura y dolor, y de aquí a que se acabe el mundo, o
ellos de] todo se acaben, no dejarán de lamentar y cantar en sus
areitos y bailes, como en romances (que acá decimos), aquella
calamidad e pérdida de la sucesión de toda su nobleza, de que se
preciaban de tantos años atrás `,
Vista por los indios cosa tan injusta e crueldad tan nunca vista, en
tantos inocentes sin culpa perpetrada, los
que habían sufrido con tolerancia la prisión no menos injusta de su
universal señor, porque él mesmo se lo mandaba que no acometiesen ni
guerreasen a los cristianos, entonces pónense en armas toda la
ciudad y vienen sobre ellos, y heridos muchos de los españoles
apenas se pudieron escapar. Ponen un puñal a los pechos al preso
Motenzuma que se pusiese a los corredores y mandase que los indios
no combatiesen la casa, sino que se pusiesen en paz. Ellos no
curaron entonces de obedecelle en nada, antes platicaban de elegir
otro señor y capitán que guiase sus batallas; y porque ya volvía el
capitán, que había ido al puerto, con victoria, y traía muchos más
cristianos y venía cerca cesaron el combate obra de tres 0 cuatro
días, hasta que entró en la ciudad. El entrado, ayuntada infinita
gente de toda la tierra, combaten a todos juntos de tal manera y
tantos días, que temiendo todos morir acordaron una noche salir de
la ciudad. Sabido por los indios mataron gran cantidad de cristianos
en las puentes de la laguna, con justísima y sancta guerra, por las
causas justísímas que tuvieron, como dicho es’. Las cuales,
cualquiera que fuere hombre razonable y justo, las justificara.
Suscedió después el combate de la ciudad, reformados los cristianos,
donde hicieron estragos, en los indios, admirables y estraños,
matando infinitas gentes y quemando vivos muchos y grandes señores.
Después de las tiranías grandísimas y abominables que éstos hicieron
en la ciudad de México y en las ciudades v tierra mucha (que por
aquellos alderredores diez y quince y veinte leguas de México, donde
fueron muertas infinitas gentes), pasó adelante esta su tíránica
pestilencia y fue a cundir e inficionar y asolar a la provináa de
Pánuco, que era una cosa admirable la multitud de las gentes que
tenía y los estragos y matanzas que allí hicieron. Después destruyen
por la mesma manera la provincia de Tututepeque, y después la
provincia de Ipilcingo, y después la de Colima, que cada una es más
tierra que el reino de León y que el de Castilla, Contar los
estragos y muertes y crueldades que en cada una hicieron sería
sin duda cosa dificilísima e imposible de decir, e trabajosa de
escuchar.
Es aquí de notar que el título con oue entraban e por el cual
comenzaban a destruir todos aquellos inocentes y despoblar aquellas
tierras que tanta alegría y gozo debieran de causar a los que fueran
verdaderos cristianos con su tan grande e infinita población, era
decir que viniesen a subjectarse e obedecer al rey de España, donde
no, que los habían de matar e -hacer esclavos. Y los que no venían
tan presto a cumplir tan irracionables y estultos mensajes e a
ponerse en las manos de tan inicuos e cueles y bestiales hombres,
llamábanles rebeldes y alzados contra el servicio de Su Majestad. Y
así lo escrebían acá al rey nuestro señor; e la ceguedad de los que
regían las Indias no alcanzaba ni entendía aquello que en sus leyes
está expreso e más claro que otro de sus primeros principios,
conviene a saber: que ninguno es ni puede ser llamado rebelde sí
primero no es súbdito. Considérese por los cristianos y que saben
algo de Dios e de razón, e aun de las leyes humanas, que tales
pueden parar los corazones de cualquiera gente que vive en sus
tierras segura e no sabe que deba nada a nadie, e que tiene sus
naturales señores, las nuevas que les dijesen así de súpito: daos a
obedescer a un rey estraño, que nunca vistes ni oístes, e si no,
sabed que luego os hemos de hacer pedazos; especialmente viendo por
experiencia que así luego lo hacen. Y lo que más espantable es, que
a los que de hecho obedecen ponen en aspérrima servidumbre, donde
con increíbles trabajos e tormentos más largos v que duran más que
los que les dan metiéndolos a espada, al cabo cabo perecen ellos e
sus mujeres y hijos e toda su generación. E ya que con los dichos
temores y amenazas aquellas gentes o otras cualesquiera en el mundo
vengan a obedecer e reconoscer el señorío de rey extraño, no veen
los ciegos e turbados de ambición e díabólica cudícia que no por eso
adquíeren una punta de derecho como verdaderamente sean temores y
miedos, aquellos cadentes inconstantísimos viros, que de derecho
natural e humano y divino es todo aire cuanto se hace para que
valga, si no es el reatu e obligación que les queda a los fuegos
infernales, e aun a las ofensas y daños que hacen a los reyes de
Castilla destruyéndole aquellos sus reinos e anichilándole (en
cuanto en ellos es) todo el derecho que tienen a todas las Indias; y
éstos son e no otros los servicios que los españoles han hecho a los
dichos señores reyes en aquellas tierras, e hoy hacen.
Con este tan justo y aprobado título envió aqueste capitán tirano
otros dos tiranos capitanes muy más crueles e feroces, peores e de
menos piedad e misericordia que él, a los grandes y florentísimos e
felicísimos reinos, de gentes plenísimamente llenos e poblados,
conviene a saber, el reino de Guatimala, que está a la mar dej Sur,
y el otro de Naco y Honduras o Guaimura, que está a la mar del
Norte, frontero el uno del otro e que confinaban e partían términos
ambos a dos, trecientas leguas de México. El uno despachó por la
tierra y el otro en navíos por la mar, con mucha gente de caballo y
de pie cada uno 23.
Digo verdad que de lo que ambos hicieron en mal, y señaladamente del
que fue al reino de Guatimala, porque el otro presto mala muerte
murió, que podría expresar e collegir tantas maldades, tantos
estragos, tantas muertes, tantas despoblaciones, tantas y tan fieras
injusticias que espantasen los siglos presentes y venideros e
hínchese dellas un gran libro. Porque éste excedió a todos los
pasados y presentes, así en la cantidad e número de las
abominaciones que hizo, como de las gentes que destruyó e tierras
que hizo desiertas, porque todas fueron infinitas.
El que fue por la mar y en navíos hizo grandes robos y escándalos y
aventamientos de gentes en los pueblos de la costa, saliéndole a
rescebír algunos con presentes en el reino de Yucatán, que está en
el camino del reino susodicho de Naco y Guaimura, donde iba. Después
de llegado a ellos envió capitanes y mucha gente por toda aquella
tierra que robaban y mataban y destruían cuantos pueblos y gentes
había. Y especialmente uno que se alzó con trecientos hombres y se
metió la tierra adentro
hacia Guatimala, fue destruyendo y quemando cuantos pueblos hallaba
y robando y matando las gentes dellos. Y fue haciendo esto de
industria más de ciento y veinte leguas, porque si enviasen tras él
hallasen los que fuesen la tierra despoblada y alzada y los matasen
los indios en venganza de los daños y destruiciones que dejaban
hechos. Desde a pocos días mataron al capitán principal que le envió
y a quien éste se alzó, y después suscedieron otros muchos tiranos
crudelísimos que con matanzas e crueldades espantosas y con hacer
esclavos e vendellos a los navíos que les traían vino e vestidos y
otras cosas, e con la tiránica servidumbre ordinaria, desde el año
de mil y quinientos y veinte y cuatro hasta el año de mil e
quinientos e treinta y cinco asolaron aquellas provincias e reino de
Naco y Honduras, que veerdaderamente paresdan un paraíso de deleites
y estaban más pobladas que la más frecuentada y poblada tierra que
puede ser en el mundo; y agora pasamos e venimos por ellas y las
vimos tan despobladas y destruidas que cualquiera persona, por dura
que fuera, se le abrieran las entrañas de dolor. Más han muerto, en
estos once años, de dos cuentos de ánimas, y no han dejado, en más
de cient leguas en cuadra, dos mil personas, y éstas cada día las
matan en la dicha servidumbre.
Volviendo la péndola a hablar del grande tirano capitán que fue a
los reinos de Guatimala, el cual, como está dicho, excedió a todos
los pasados e iguala con todos los que hoy hay, desde las provincias
comarcanas a México, que por el camino que él fue (según él mesmo
escribió en una carta al principal que le envió) están del reino de
Guatimala cuatrocientas leguas, fue haciendo matanzas y robos,
quemando y robando e destruyendo donde llegaba toda la tierra con el
título susodicho, conviene a saber, diciéndoles que se subjectasen a
ellos, hombres tan inhumanos, injustos y crueles, en nombre del rey
de España, incógnito e nunca jamás dellos oído. El cual estimaban
ser muy más injusto e cruel que ellos; e aun sin dejallos deliberar,
cuasi tan presto como el mensaje, llegaban matando y quemando sobre
ellos.
De la provincia e reino de Guatimala
Llegado al dicho reino hizo en la entrada dél mucha matanza de
gente; e no obstante esto, salióle a rescebir en unas andas e con
trompetas y atabales e muchas fiestas el señor principal con otros
muchos señores de la ciudad de Ultatlán 24~ cabeza de todo el reino,
donde le sirvieron de todo lo que tenían, en especial dándoles de
comer cumplidamente e todo lo que más pudieron. Aposentáronse fuera
de la ciudad los españoles aquella noche, porque les paresció que
era fuerte y que dentro pudieran tener peligro. Y otro día llama al
señor principal e otros muchos señores1 e venidos como mansas
ovejas, préndelos todos e dice que le den tantas cargas de oro.
Responden que no lo tienen, porque aquella tierra no es de oro.
Mándalos luego quemar vivos, sin otra culpa ni otro proceso ni
sentencia. Desque vieron los señores de todas aquellas provincias
que habían quemado aquellos señor y señores supremos, no más de
porque no daban oro, huyeron todos de sus pueblos metiéndose en los
montes, e mandaron a toda su gente que fuese a los españoles y les
sirviesen como a señores, pero que no les descubrie. sen diciéndoles
dónde estaban. Viénense toda la gente de la tierra a decir que
querían ser suyos e servirles como a señores. Respondía este piadoso
capitán que no los querían rescebir, antes los habían de matar a
todos si no descubrían dónde estaban sus señores. Decían los indios
que ellos no sabían dellos, que se sirviesen dellos y de sus mujeres
e hijos y que en sus casas los hallarían; allí los podían matar o
hacer dellos lo que quisiesen; y esto dijeron y ofrescieron e
hicieron los indios muchas veces. Y cosa fue esta maravillosa, que
iban los españoles a los pueblos donde hallaban las pobres gentes
trabajando en sus oficios con sus mujeres y hijos seguros e allí los
alanceaban e hacían pedazos. Y a pueblo muy grande e poderoso
vinieron (que estaban descuidados más que otros e seguros con su
ínnocencia) y entraron los españoles y en obra de dos horas casi lo
asolaron, me
tiendo a espada los niños e mujeres e viejos con cuantos matar
pudieron que huyendo no se escaparon.
Desque los indios vieron que con tanta humildad, ofertas, paciencia
y sufrimiento no podían quebrantar ni ablandar corazones tan
inhumanos e bestiales, e que tan sin apariencia ni color de razón, e
tan contra ella los hacían pedazos; viendo que así como así habían
de morir, acordaron de convocarse e juntarse todos y morir en la
guerra, vengándose como pudiesen de tan crueles e infernales
enemigos, puesto que bien sabían que siendo no sólo inermes, pero
desnudos, a pie y flacos, contra gente tan feroz a caballo e tan
armada, no podían prevalecer, sino al cabo ser destruidos. Entonces
inventaron unos hoyos en medio de los caminos donde cayesen los
caballos y se hincasen por las tripas unas estacas agudas y tostadas
de que estaban los hoyos llenos, cubiertos por encima de céspedes e
yerbas que no parecía que hubiese nada. Una o dos veces cayeron
caballos en ellos no más, porque los españoles se supieron dellos
guardar, pero para vengarse hicieron ley los españoles que todos
cuantos indios de todo género y edad tomasen a vida, echasen dentro
en los hoyos. Y así las mujeres preñadas e paridas e niños y viejos
e cuantos podían tomar echaban en los hoyos hasta que los henchían,
traspasados por las estacas, que era una gran lástima ver,
especialmente las mujeres con sus niños. Todos los demás mataban a
lanzadas y a cuchilladas, echábanlos a perros bravos que los
despedazaban e comían, e cuando algún señor topaban, por honra
quemábanlo en vivas llamas. Estuvieron en estas carnicerías tan
inhumanas cerca de siete años, desde el año de veinte y cuatro hasta
el año de treinta o treinta y uno: júzguese aquí cuánto sería el
número de la gente que consumirían.
De infinitas obras horribles que en este reino hizo este infelice
malaventurado tirano e sus hermanos (por que eran sus capitanes no
menos infelices e insensibles que él, con los demás que le ayudaban)
que un harto notable: que fue a la provincia de Cuzcatán, donde
agora o cerca de allí es la villa de Sant Salvador, que es
una tierra felicísima con toda la costa de la mar del Sur, que dura
cuarenta y cincuenta leguas, y en la ciudad de Cuzcatán, que era la
cabeza de la provincia, le hicieron grandísimo rescebírníento e
sobre veinte o treinta mil indios le estaban esperando cargados de
gallinas e comida. Llegado y rescebido el presente, mandó que cada
español tomase de aquel gran número de gente todos los indios que
quisiese, para los días que allí estuviesen servirse dellos e que
tuviesen cargo de traerles lo que hubiesen menester. Cada uno tomó
ciento o cincuenta o los que le parescía que bastaban para ser muy
bien servido, y los inocentes corderos sufrieron la división e
servían con todas sus fuerzas, que no faltababa sino adorallos.
Entre tanto este captián pidió a los señores que le trujesen mucho
oro, porque a aquello principalmente venían. Los indios responden
que les place darles todo el oro que tienen, e ayuntan muy gran
cantidad de hachas de cobre (que tienen, con que se sirven), dorado,
que parece oro porque tiene alguno. Mándales poner el toque, y
desque vido que eran cobre dijo a los españoles: «Dad al diablo tal
tierra; vámonos, pues que no hay oro; e cada uno de los indios que
tiene que le sirven échelos en cadena e mandaré herrárselos por
esclavos.» Hácenlo así e hiérranlos con el hierro del rey por
esclavos a todos los que pudieron atar, e yo víde el hijo del señor
principal de aquella ciudad herrado. Vista por los indios que se
soltaron y los demás de toda la tierra tan gran maldad, comienzan a
juntarse e a ponerse en armas. Los espafioles hacen en ellos grandes
estragos y matanzas e tórnanse a Guatimala, donde edificaron una
ciudad que agora con justo juicio, con tres diluvios juntamente, uno
de agua e otro de tierra e otro de piedras más gruesas que diez y
veinte bueyes, destruyó la justicia divinal. Donde muertos todos los
señores e los hombres que podían hacer guerra, pusieron todos los
demás en la sobredicha infernal servidumbre, e con pedirles esclavos
de tributo y dándoles los hijos e hijas, porque otros esclavos no
los tienen, y ellos enviando navíos cargados dellos a vender al
Perú, e con otras matanzas y estragos que sin
los dichos hicieron, han destruido y asolado un reino de cíent
leguas en cuadra y más, de los más felices en fertilidad e población
que puede ser en el mundo. Y este tirano mesmo escribió que era más
poblado que el reino de México e dijo verdad: más ha muerto él y sus
hermanos, con los demás, de cuatro y de cinco cuentos de ánimas en
quince o dieciséis años, desde el año de veinte y cuatro hasta el de
cuarenta, e hoy matan y destruyen los que quedan, e así matarán los
demás.
Tenía éste esta costumbre: que cuando iba a hacer guerra a algunos
pueblos o provincias, llevaba de los ya sojuzgados indios cuantos
podía que hiciesen guerra a los otros; e como no les daba de comer a
diez y a veinte mil hombres que llevaba, consentíales que comiesen a
los indios que tomaban. Y así había en su real solenísíma carnecería
de carne humana, donde en su presencia se mataban los nifios y se
asaban, y mataban el hombre por solas las manos y pies, que tenían
por los mejores bocados. Y con estas immanidades, oyéndolas todas
las otras gentes de las otras tierras, no sabían dónde se meter de
espanto.
Mató infinitas gentes con hacer navíos; llevaba de la mar del Norte
a la del Sur, ciento y treinta leguas, los indios cargados con
anclas de tres y cuatro quintales, que se les metían las ufias
dellas por las espaldas y lomos; y llevó desta manera mucha
artillería en los hombros de los tristes desnudos; e yo vide muchos
cargados de artillería por los caminos, angustiados. Descasaba y
robaba los casados, tomándoles las mujeres y las hijas, y dábalas a
los marineros y soldados por tenellos contentos para llevallos en
sus armadas; henchía los navíos de indios, donde todos perecían de
sed y hambre. Y es verdad que si hobiese de decir, en particular,
sus crueldades, hiciese un gran libro que al mundo espantase. Dos
armadas hizo, de muchos navíos cada una, con las cuales abrasó, como
si fuera fuego del cielo, todas aquellas tierras. ¡Oh, cuántos
huérfanos hizo, cuántos robó de sus hijos, cuántos privó de sus
mujeres, cuántas mujeres dejó sin maridos, de cuántos adulterios y
estupros e violencias
fue causa! ¡Cuántos privó de su libertad, cuántas angustias e
calamidades padecieron muchas gentes por él! ¡Cuántas lágrimas hizo
derramar, cuántos sospiros, cuántos gemidos, cuántas soledades en
esta vida e de cuántos dannación eterna en la otra causó, no sólo de
indios, que fueron infinitos, pero de los infelices cristianos de
cuyo consorcio se favoreció en tan grandes insultos, gravísimos
pecados e abominaciones tan execrables! Y plega a Dios que dél haya
habido misericordia e se contente con tan mala fin como al cabo le
dio.
De la Nueva España y Pánuco y jalisco
Hechas las grandes crueldades y matanzas dichas y las que se dejaron
de decir en las provincias de la Nueva España y en la de Pánuco,
sucedió en la de Pánuco otro tirano insensible, cruel, el año de mil
e quinientos e veinte y cinco ‘5, que haciendo muchas crueldades y
herrando muchos y gran número de esclavos de las maneras suso.
dichas, siendo todos hombres libres, y enviando cargados muchos
navíos a las islas Cuba y Española, donde mejor venderlos podía,
acabó de asolar toda aquella provincia; e acaesció allí dar por una
yegua ochenta indios, ánimas racionales. De aquí fue proveído para
gobernar la ciudad de México y toda la Nueva España con otros
grandes tiranos por oidores y él por presidente. El cual con ellos
cometieron tan grandes males, tantos pecados, tantas crueldades,
robos e abominaciones que no se podrían creer. Con las cuales
pusieron toda aquella tierra en tan última despoblación, que si Dios
no les atajara con la resistencia de los religiosos de Sant
Francisco e luego con la nueva provisión [de] un Audiencia Real
buena y amiga de toda virtud, en dos años dejaran la Nueva España
como está la isla Española. Hobo hombre de aquellos, de la compañía
déste, que para cercar de pared una gran huerta suya traía ocho mil
indios, trabajando sin pagalles nada ni dalles de comer, que de
hambre se caían muertos súpitamente, y él no se daba por ello nada.
Desque tuvo nueva el principal desto, que dije que
acabó de asolar a Pánueo, que venía la dicha buena Real Audiencia,
inventó de ir la tierra adentro a descubrir donde tiranizase, y sacó
por fuerza de la provincia de México quince o veinte mil hombres
para que le llevasen, e a los españoles que con él iban, las cargas,
de los cuales no volvieron docientos, que todos fue causa que
muriesen por allá. Llegó a la provincia de Mechuacam, que es
cuarenta leguas de México, otra tal y tan felice e tan llena de
gente como la de México, saliéndole a recebir el rey e señor della
con procesión de infinita gente e haciéndole mil servicios y regalos
‘; prendió luego al dicho rey, porque tenía fama de muy rico de oro
y plata, e porque le diese muchos tesoros comienza a dalle estos
tormentos el tirano: pónelo en un cepo por los pies y el cuerpo
estendido, e atado por las manos a un madero; puesto un brasero
junto a los pies, e un muchacho, con un hisopillo mojado en aceite,
de cuando en cuando se los rociaba para tostalle bien los cueros; de
una parte estaba un hombre cruel, que con una ballesta armada
apuntábale al corazón; de otra, otro con un muy terrible perro bravo
echándoselo, que en un credo lo despedazara, e así lo atormentaron
porque descubriese los tesoros que pretendía, hasta que, avisado
cierto religioso de Sant Francisco, se lo quitó de las manos; de los
cuales tormentos al fin murió. Y desta manera atormentaron e mataron
a muchos señores e caciques en aquellas provincias, porque diesen
oro y plata.
Cierto tirano en este tiempo, yendo por visitador más de las bolsas
y haciendas para roballas de los indios que no de las ánimas o
personas, halló que ciertos indios tenían escondidos sus ídolos,
como nunca los hobiesen enseñado los tristes españoles otro mejor
Dios: prendió los señores hasta que le dieron los ídolos, creyendo
que eran de oro o de plata, por lo cual cruel e injustamente los
castigó. Y porque no quedase defraudado de su fin, que era robar,
constrifió a los dichos caciques que le comprasen los ídolos, y se
los compraron por el oro o plata que pudieron hallar¡ para adorarlos
como solían por Dios. Estas son las obras y ejemplos que hacen y
honra que
procuran a Dios en las Indias los malaventurados españoles.
Pasó este gran tirano capitán, de la de Mechuacam a la provincia de