Ана Каро де Мальен. Обида, женщина и храбрость.
Ana Caro de Mallén. VALOR, AGRAVIO Y MUJER.
VALOR, AGRAVIO Y MUJER,
de Ana Caro de Mallén
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Personas que hablan en ella:
• Don FERNANDO de Ribera
• Doña LEONOR, su hermana
• RIBETE, lacayo gracioso
• Don JUAN de Córdoba
• TOMILLO, su criado
• ESTELA, condesa
• LISARDA, su prima
• LUDOVICO, Príncipe de Pinoy
• FLORA, criada
• FINEO, criado
• TIBALDO, bandolero
• RUFINO, bandolero
• ASTOLFO, bandolero
• Gente, incluyendo a GODOFRE, capitán de la guarda
JORNADA PRIMERA
Han de estar a los dos lados del tablado escalerillas vestidas de murta,
a manera de riscos, que lleguen a lo alto del vestuario. Por la una de ellas bajen
ESTELA y LISARDA, vestidas de cazadoras, con venablos. Fingiránse
truenos y torbellino al bajar.
LISARDA: Por aquí, gallarda Estela,
de ese inaccesible monte,
de ese gigante soberbio
que a las estrellas se opone,
podrás bajar a este valle
en tanto que los rigores
del cielo, menos severos
y más piadosos, deponen
negro encapotado ceño.
Sígueme, prima.
ESTELA: ¿Por dónde?
¡Qué soy de hielo! ¡Mal hayan,
mil veces, mis ambiciones!
Van bajando poco a poco y hablando
¡Y el corzo que dió, ligero,
ocasión a que malogren
sus altiveces, mi brío,
mi orgullo bizarro, el golpe
felizmente ejecutado!
Pues, sus pisadas veloces
persuadieron mis alientos
y repiten mis temores.
¡Válgame el cielo! ¿No miras
cómo el cristalino móvil
de su asiento desencaja
las columnas de sus orbes?
Y, ¿cómo turbado el cielo,
entre asombros y entre horrores,
segunda vez representa
principios de Faetonte?
¿Cómo, temblando sus ejes,
se altera y se descompone
la paz de los elementos,
que airados y desconformes
granizan, ruidosos truenos
fulminan, prestos vapores
congelados en la esfera
ya rayos, ya exhalaciones?
¿No ves cómo, airado Eolo,
la intrépida cárcel rompe
al Noto y Boreas, porque,
desatadas sus prisiones,
estremeciendo la tierra
en lo cóncavo rimbomben
de sus maternas entrañas
con prodigiosos temblores?
¿No ves vestidos de luto
los azules pabellones,
y que las preñadas nubes,
caliginosos ardores
que engendraron la violencia,
hace que rayos se aborten?
Todo está brotando miedos,
todo penas y rigores,
todo pesar, todo asombro,
todo sustos y aflicciones.
No se termina el celaje
en el opuesto horizonte.
¿Qué hemos de hacer?
LISARDA: No te aflijas.
ESTELA: Estatua de piedra inmóvil
me ha hecho el temor, Lisarda.
¡Que así me entrase en el bosque!
Acaban de bajar
LISARDA: A la inclemencia del tiempo,
debajo de aquestos robles,
nos negaremos, Estela,
en tanto que nos socorre
el cielo, que ya descubre
al occidente arreboles.
Desvíanse a un lado, y salen TIBALDO, RUFINO y ASTOLFO,
bandoleros
TIBALDO: ¡Buenos bandidos, por Dios!
De más tenemos el nombre,
pues el ocio o la desgracia
nos está dando lecciones
de doncellas de labor,
Bien se ejerce de Mavorte
la bélica disciplina
en nuestras ejecuciones.
¡Bravo orgullo!
RUFINO: Sin razón
nos culpas. Las ocasiones
faltan, los ánimos, no.
TIBALDO: Buscarlas porque se logren.
ASTOLFO: ¡Por Dios, que si no me engaño
no es mala la que nos pone
en las manos la ventura!
TIBALDO: ¡Quiera el cielo que se goce!
ASTOLFO: Dos mujeres son, bizarras,
y hablando están. ¿No las oyes?
TIBALDO: Acerquémonos corteses.
ESTELA: Lisarda, ¿no ves tres hombres?
LISARDA: Sí, hacia nosotras vienen.
ESTELA: ¡Gracias al cielo! Señores,
¿está muy lejos de aquí
la quinta de Enrique, el Conde
de Belfor?
TIBALDO: Bien cerca está.
ESTELA: ¿Queréis decirnos por dónde?
TIBALDO: Vamos. Venid con nosotros.
ESTELA: Vuestra cortesía es norte
que nos guía.
RUFINO: (Antes de mucho, Aparte
con más miedos, más temores,
zozobrará nuestra calma.)
Llévanlas, y baja Don JUAN de Córdoba, muy galán,
de camino, por el risco opuesto al que bajaron ellas
JUAN: ¡Qué notables confusiones!
¡Qué impensado terremoto!
¡Qué tempestad tan disforme!
Perdí el camino, en efecto.
Y ¿será dicha que tope
quién me le enseñe? Tal es
la soledad de estos montes…
Vaya bajando
Ata esas mulas, Tomillo,
a un árbol, y mientras comen
baja a este llano.
TOMILLO arriba, sin bajar
TOMILLO: ¿Qué llano?
Un tigre, un rinoceronte,
un cocodrilo, un caimán,
un Polifemo cíclope,
un ánima condenada
y un diablo, –Dios me perdone–
te ha de llevar.
JUAN: Majadero,
¿sobre qué das esas voces?
[Va bajándose TOMILLO]
TOMILLO: Sobre que es fuerza que pagues
sacrilegio tan enorme
como fue dejar a un ángel.
JUAN: ¿Hay disparates mayores?
TOMILLO: Pues, ¿qué puede sucedernos
bien, cuando tú…
JUAN: No me enojes.
Deja esas locuras.
TOMILLO: ¡Bueno!
¡Locuras y sinrazones
son las verdades!
JUAN: ¡Escucha!
Mal articuladas voces
oigo.
TOMILLO: Algún sátiro o fauno.
Salen los bandoleros con las damas, y para atarles las manos ponen en
el suelo las pistolas y gabanes, y estáse don JUAN retirado
TIBALDO: Perdonen o no perdonen.
LISARDA: Pues, bárbaros, ¿qué intentáis?
ASTOLFO: No es nada, no se alboroten;
que será peor.
TOMILLO: Acaban
de bajar.
JUAN: ¡Escucha, oye!
TOMILLO: ¿Que he de oír? ¿Hay algún paso
de comedia, encanto, bosque
o aventura en que seamos
yo Sancho, tú don Quijote
porque busquemos la venta,
los palos y Maritornes?
JUAN: Paso es, y no poco estrecho,
adonde es fuerza que apoye
sus osadías mi orgullo.
TOMILLO: Mira, señor, no te arrojes.
TIBALDO: Idles quitando las joyas.
ESTELA: Tomad las joyas, traidores,
y dejadnos. ¡Ay, Lisarda!
JUAN: ¿No ves, Tomillo, dos soles
padeciendo injusto eclipse?
¿No miras sus resplandores
turbados, y que a su lumbre
bárbaramente se opone?
TOMILLO: Querrás decir que la tierra.
No son sino salteadores
que quizá si nos descubren
nos cenarán esta noche
–sin dejarnos confesar–
en picadillo o gigote.
JUAN: Yo he de cumplir con quien soy.
LISARDA: ¡Matadnos, ingratos hombres!
RUFINO: No aspiramos a eso, reina.
ESTELA: ¿Cómo su piedad esconde
el cielo?
Póneseles don JUAN delante con la espada desnuda. TOMILLO
coge en tanto los gabanes y pistolas y se entra entre los ramos, y ellos
se turban
JUAN: Pues, ¿a qué aspiran?
¿A experimentar rigores
de mi brazo y de mi espada?
ESTELA: ¡Oh, qué irresistibles golpes!
JUAN: ¡Villanos viles, cobardes!
TOMILLO: Aunque pese a mis temores,
les he de quitar las armas
para que el riesgo se estorbe;
que de ayuda servirá.
TIBALDO: ¡Dispara, Rufino!
RUFINO: ¿Dónde
están las pistolas?
TOMILLO: Pistos
les será mejor que tomen.
ASTOLFO: No hay que esperar.
TIBALDO: ¡Huye, Astolfo!
Que éste es demonio, no es hombre.
RUFINO: ¡Huye, Tibaldo!
Vanse, y don JUAN tras ellos
TOMILLO: ¡Pardiez,
que los lleva a lindo trote
el tal mi amo, y les da
lindamente a trochemoche
cintarazo como tierra,
porque por fuerza la tomen!
¡Eso sí! ¡Plégate Cristo!
¡Qué bien corrido galope!
ESTELA: ¡Ay, Lisarda!
LISARDA: Estela mía,
ánimo, que bien disponen
nuestro remedio los cielos.
Sale don FERNANDO de Ribera, GODOFRE, capitán de la guarda, y
gente
FERNANDO: ¡Que no parezcan, Godofre!
¿Qué selva encantada, o qué
laberinto las esconde?
Mas, ¿qué es esto?
ESTELA: ¡Ay, don Fernando!
Rendidas a la desorden
de la suerte…
FERNANDO: ¿Qué fue? ¿Cómo?
LISARDA: Unos bandidos enormes
nos han puesto…
FERNANDO: ¿Hay tal desdicha?
Desátelas
LISARDA: Mas un caballero noble
nos libró.
Sale don JUAN
JUAN: Ahora verán
los bárbaros que se oponen
a la beldad de esos cielos,
sin venerar los candores
de vuestras manos, el justo
castigo.
FERNANDO: ¡Muera!
Empuña la espada
ESTELA: No borres
con ingratitud, Fernando,
mis tristes obligaciones.
Vida y honor le debemos.
FERNANDO: Dejad que a esos pies me postre,
y perdonad mi ignorancia.
TOMILLO: Y ¿será razón que monde
nísperos Tomillo, en tanto?
Estos testigos –conformes
o contestes– ¿no declaran
mis alentados valores?
FERNANDO: Yo te premiaré.
[FERNANDO le da a TOMILLO una bolsa]
JUAN: Anda, necio.
Guárdeos Dios, porque se abone
en vuestro valor mi celo.
ESTELA: Decid vuestra patria y nombre,
caballero, si no hay
causa alguno que lo estorbe.
Sepa yo a quién debo tanto,
porque agradecida logre
mi obligación en serviros,
deseos por galardones.
FERNANDO: Lo mismo os pido, y si acaso
de Bruselas en la corte
se ofrece en qué os sirva, si
no porque se reconoce
obligada la Condesa,
sino por inclinaciones
naturales de mi estrella,
venid, que cuanto os importe
tendréis en mi voluntad.
[FERNANDO le da a TOMILLO la cadena]
TOMILLO: Mas que doscientos Nestores
vivas. ¡Qué buen mocetón!
LISARDA: Tan justas obligaciones
como os tenemos las dos,
más dilatará el informe
que juntos os suplicamos.
JUAN: Con el efecto responde
mi obediencia agradecida.
FERNANDO: (¡Qué galán! ¡Qué gentilhombre!) Aparte
JUAN: Nací en la ciudad famosa
que la antigüedad celebra
por madre de los ingenios,
por origen de las letras,
esplandor de los estudios,
claro archivo de la ciencia,
epílogo del valor
y centro de la nobleza,
la que en dos felices partos
dio al mundo a Lucano y Séneca,
éste filósofo estoico,
aquél insigne poeta.
Otro Séneca y Aneo
Galïón, aquél enseña
moralidad virtüosa
en memorables tragedias
y éste oraciones ilustres;
sin otros muchos que deja
mi justo afecto, y entre ellos
el famoso Juan de Mena,
en castellana poesía;
como en la difícil ciencia
de matemática, raro
escudriñador de estrellas
aquel Marqués generoso,
don Enrique de Villena
cuyos sucesos admiran,
si bien tanto se adulteran
en los vicios que hace el tiempo;
Rufo y Marcial, aunque queda
el último en opiniones.
Mas porque de una vez sepas
cuál es mi patria, nació
don Luis de Góngora en ella,
raro prodigio del orbe
que la castellana lengua
enriqueció con su ingenio
frasis, dulzura, agudeza.
En Córdoba nací, al fin,
cuyos muros hermosea
el Betis, y desatado
tal vez en cristal, los besa
por verle antiguo edificio
de la romana soberbia
en quien ostentó Marcelo
de su poder la grandeza.
Heredé la noble sangre
de los Córdobas en ella,
nombre famoso que ilustra
de España alguna Excelencia.
Gasté en Madrid de mis años
floreciente primavera
en las lisonjas que acaban
cuando el escarmiento empieza.
Dejéla porque es la envidia
hidra que no se sujeta
a muerte, pues de un principio
saca infinitas cabezas.
Por sucesos amorosos
que no importan, me destierran,
y junto poder y amor
mil favores atropellan.
Volví, en efecto, a la patria,
adonde triste y violenta
se hallaba la voluntad,
hecha a mayores grandezas,
y por divertir el gusto,
–si hay alivio que divierta
el forzoso sentimiento
de una fortuna deshecha–
a Sevilla vine, donde
de mis deudos la nobleza
desahogo solicita
en su agrado a mis tristezas.
Divertíme en su hermosura,
en su alcázar, en sus huertas,
en su grandeza, en su río,
en su lonja, en su alameda,
en su iglesia mayor, que es
la maravilla primera
y la octava de las siete,
por más insigne y más bella
en su riqueza, y al fin…
Sale el príncipe LUDOVICO y gente
LUDOVICO: Don Fernando de Ribera,
¿decís que está aquí? ¡Oh, amigo!
FERNANDO: ¿Qué hay, Príncipe?
LUDOVICO: Que su alteza
a mí, a Fisberto, a Lucindo
y al duque Liseno, ordena
por diferentes parajes
que sin Lisarda y Estela
no volvamos; y pues ya
libres de las inclemencias
del tiempo con nos están,
vuelvan presto a su presencia,
que al repecho de ese valle
con una carroza esperan
caballeros y crïados.
ESTELA: Vamos, pues; haced que venga
ese hidalgo con nosotros.
FERNANDO: Bueno es que tú me la adviertas.
ESTELA: (¡Que no acabase su historia.) Aparte
FERNANDO: Con el Príncipe, Condesa,
os adelantad al coche,
que ya os seguimos.
ESTELA: Con pena
voy, por no saber, Lisarda,
lo que del suceso queda.
LISARDA: Después lo sabrás.
Vanse [las mujeres] con el príncipe [LUDOVICO, TOMILLO] y la
gente
FERNANDO: Amigo,
alguna fuerza secreta
de inclinación natural,
de simpatía de estrellas,
me obliga a quereros bien.
Venid conmigo a Bruselas.
JUAN: Por vos he de ser dichoso.
FERNANDO: Mientras a la quinta llegan
y los seguimos a espacio,
proseguid. –¡Por vida vuestra!–
¿Qué es lo que os trae a Flandes?
[¿Y por qué aquí no te quedas?]
JUAN: (Dicha tuve en que viniese Aparte
el Príncipe por Estela
porque a su belleza el alma
ha rendido las potencias
y podrá ser que me importe
que mi suceso no sepa.)
Digo, pues, que divertido
y admirado en las grandezas
de Sevilla estaba, cuando
un martes, en una iglesia,
día de la Cruz de Mayo,
que tanto en mis hombros pesa,
vi una mujer, don Fernando,
y en ella tanta belleza,
que usurpó su gallardía
los aplausos de la fiesta.
No os pinto su hermosura
por no eslabonar cadenas
a los yerros de mi amor;
pero con aborrecerla,
si dijere que es un ángel,
no hayas miedo que encarezca
lo más de su perfección.
Vila, en efecto, y améla.
Supe su casa, su estado,
partes, calidad, hacienda,
y, satisfecho de todo,
persuadí sus enterezas,
solicité sus descuidos,
facilité mis promesas.
Favoreció mis deseos
de suerte que una tercera
fue testigo de mis dichas,
si hay dichas en la violencia.
Dila palabra de esposo.
No es menester que advierta
lo demás. Discreto sois.
Yo muy ciego, ella muy tierna,
y con ser bella en extremo
y con extremo discreta,
–afable para los gustos,
para los disgustos cuerda–
contra mi propio disinio,
cuanto los disinios yerran,
obligaciones tan justas,
tan bien conocidas deudas,
o su estrella o su desdicha
desconocen o chancelan.
Cansado y arrepentido
la dejé, y seguí la fuerza,
si de mi fortuna no,
de mis mudables estrellas.
Sin despedirme ni hablarla,
con resolución grosera,
pasé a Lisboa, corrido
de la mudable inflüencia
que me obligó a despreciarla.
Vi a Francia y a Ingalaterra,
y al fin llegué a estos países
y a su corte de Bruselas
donde halla centro el alma
porque otra vez considera
las grandezas de Madrid.
Asiento tienen las treguas
de las guerras con Holanda,
causa de que yo no pueda
ejercitarme en las armas;
mas pues ya vuestra nobleza
me ampara, en tanto que a Flandes
algún socorro me llega,
favoreced mis intentos,
–pues podéis con Sus Altezas–
porque ocupado en palacio
algún tiempo me entretenga.
Don Juan de Córdoba soy,
andaluz; vos sois Ribera,
noble y andaluz también.
En esta ocasión, en ésta,
es bien que el ánimo luzca,
es bien que el valor se vea
de los andaluces pechos,
de la española nobleza.
Éste es mi suceso. Agora,
como de una patria mesma
y como quien sois, honradme,
pues ya es obligación vuestra.
FERNANDO: Huélgome de conoceros,
señor don Juan, y quisiera
que a mi afecto se igualara
el posible de mis fuerzas.
A vuestro heroico valor
por alguna oculta fuerza
estoy inclinado tanto
que he de hacer que Su Alteza,
como suya, satisfaga
la obligación en que Estela
y todos por ella estamos,
y en tanto, de mi hacienda
y de mi casa os servid.
Vamos juntos donde os vea
la Infanta, para que os premie
y desempeña las deudas
de mi voluntad.
JUAN: No sé
–¡por Dios!– cómo os agradezca
tantos favores.
FERNANDO: Venid.
Sale TOMILLO
TOMILLO: Señor, las mulas esperan.
FERNANDO: ¿Y la carroza?
TOMILLO: Ya está
pienso que en la cuarta esfera
por emular la de Apolo
compitiendo con las selvas.
Vanse. Sale doña LEONOR, vestida de hombre, bizarra, y RIBETE,
lacayo. [En otro lugar más cerca del palacio]
LEONOR: En este traje podré
cobrar mi perdido honor.
RIBETE: Pareces el dios de amor.
¡Qué talle, qué pierna y pie!
Notable resolución
fue la tuya, mujer tierna
y noble.
LEONOR: Cuando gobierna
la fuerza de la pasión,
no hay discurso cuerdo o sabio
en quien ama; pero yo,
mi razón, que mi amor no,
consultada con mi agravio,
voy siguiendo en las violencias
de mi forzoso destino,
porque al primer desatino
se rindieron las potencias.
Supe que a Flandes venía
este ingrato que ha ofendido
tanto amor con tanto olvido,
tal fe con tal tiranía.
Fingí en el más recoleto
monasterio mi retiro,
y sólo ocultarme aspiro
de mis deudos; en efecto
no tengo quién me visite
si no es mi hermana, y está
del caso avisada ya,
para que me solicite
y vaya a ver con engaño,
de suerte que, aunque terrible
mi locura, es imposible
que se averigüe su engaño.
Ya, pues, me determiné,
y atrevida pasé el mar.
O he de morir o acabar
la empresa que comencé.
O, a todos los cielos juro
que, nueva amazona, intente
–¡Oh, Camila más valiente!–
vengarme de aquel perjuro
aleve.
RIBETE: Oyéndote estoy,
y –¡por Cristo!– que he pensado
que el nuevo traje te ha dado
alientos.
LEONOR: ¡Yo soy quien soy!
Engáñaste si imaginas,
Ribete, que soy mujer.
Mi agravio mudó mi ser.
RIBETE: Impresiones peregrinas
suele hacer un agravio.
Ten que la verdad se prueba
de Ovidio, pues, Isis nueva,
de oro guarneces el labio.
Mas, volviendo a nuestro intento:
¿matarásle?
LEONOR: Mataré,
¡vive Dios!
RIBETE: ¿En buena fe?
LEONOR: ¡Por Cristo!
RIBETE: ¿Otro juramento?
Lástima es.
LEONOR: Flema gentil
gastas.
RIBETE: Señor Magallanes,
a él y a cuantos donjuanes,
ciento a ciento y mil a mil,
salieren.
LEONOR: Calla, inocente.
RIBETE: Escucha, así Dios te guarde:
¿Por fuerza he de ser cobarde?
¿No habrá un lacayo valiente?
LEONOR: Pues, ¿por eso te amohinas?
RIBETE: Estoy mal con enfadosos
que introducen los graciosos
muertos de hambre y gallinas.
El que ha nacido alentado,
¿no lo ha de ser si no es noble?
¿Qué? ¿No podrá serlo al doble
del caballero el crïado?
LEONOR: Has dicho muy bien; no en vano
te he elegido por mi amigo,
no por crïado.
RIBETE: Contigo
va Ribete el sevillano,
bravo que tuvo a laceria
reñir con tres algún día
y pendón rojo añadía
a los verdes de la feria;
pero tratemos del modo
de vivir. ¿Qué has de hacer
ahora?
LEONOR: Hemos menester,
para no perderlo todo,
buscar, Ribete, a mi hermano.
RIBETE: ¿Y si te conoce?
LEONOR: No
puede ser, que me dejó
de seis años, y está llano
que no se puede acordar
de mi rostro; y si privanza
tengo con él, mi venganza
mi valor ha de lograr.
RIBETE: ¿Don Leonardo, en fin te llamas,
Ponce de León?
LEONOR: Sí llamo.
RIBETE: ¡Cuántas veces, señor amo,
me han de importunar las damas
con el recado o billete!
Ya me parece comedia
donde todo lo remedia
un bufón medio alcahuete.
No hay fábula, no hay tramoya,
adonde no venga al justo
un lacayo de buen gusto,
porque si no, ¡aquí fue Troya!
¿Hay mayor impropiedad
en graciosidades tales
que haga un lacayo iguales
la almohaza y majestad?
¡Que siendo rayo temido
un rey, haciendo mil gestos,
le obligue un lacayo de estos
a que ría divertido!
LEONOR: Gente viene hacia esta parte.
Desvía.
Salen don FERNANDO de Ribera y el príncipe LUDOVICO
FERNANDO: Esto ha pasado.
LUDOVICO: Hame el suceso admirado.
FERNANDO: Más pudieras admirarte
que su dicha, aunque es tanta,
de su bizarro valor,
pues por él goza favor
en la gracia de la Infanta.
Su mayordomo, en efecto,
don Juan de Córdoba es ya.
LEONOR: ¡Ay, Ribete!
LUDOVICO: Bien está,
pues lo merece el sujeto.
Y, al fin, ¿Estela se inclina
a don Juan?
FERNANDO: Así lo siento,
por ser de agradecimiento
satisfacción peregrina.
Hablan aparte los dos
LEONOR: Don Juan de Córdoba –¡Ay, Dios!–
dijo. ¡Si es aquel ingrato!
Mal disimula el recato
tantos pesares.
FERNANDO: Por vos
la hablaré.
LUDOVICO: ¿Puede aspirar
Estela a mayor altura?
Su riqueza, su hermosura,
¿en quién la puede emplear
como en mí?
FERNANDO: Decís muy bien.
LUDOVICO: ¿Hay en todo Flandes hombre
más galán, más gentilhombre?
RIBETE: (¡Maldígate el cielo, amén!) Aparte
FERNANDO: Fïad esto a mi cuidado.
LUDOVICO: Que me está bien, sólo os digo:
haced, pues que sois mi amigo,
que tenga efeto.
Vase LUDOVICO
FERNANDO: ¡Qué enfado!
LEONOR: Ribete, llegarme quiero
a preguntar por mi hermano.
RIBETE: ¿Si le conocerá?
LEONOR: Es llano.
FERNANDO: ¿Mandáis algo, caballero?
LEONOR: No, señor; saber quisiera
de un capitán.
FERNANDO: ¿Capitán?
¿Qué nombre?
[LEONOR va sacando unas cartas]
LEONOR: Éstas lo dirán.
Don Fernando de Ribera,
caballerizo mayor
y capitán de la guarda
de Su Alteza.
FERNANDO: (¡Qué gallarda Aparte
presencia! ¿Si es de Leonor?)
Haced cuenta que le veis.
Dadme el pliego.
LEONOR: ¡Oh, cuánto gana
hoy mi dicha!
FERNANDO: ¿Es de mi hermana?
Dale el pliego
LEONOR: En la letra lo veréis.
Ribete, turbada estoy.
Lee don FERNANDO
RIBETE: ¿De qué?
LEONOR: De ver a mi hermano.
RIBETE: ¿Ése es valor sevillano?
LEONOR: Has dicho bien. Mi honor hoy
me ha de dar valor gallardo
para lucir su decoro,
que, sin honra, es vil el oro.
FERNANDO: Yo he leído, don Leonardo,
esta carta, y sólo para
en que os ampare mi amor
cuando por mil de favor
vuestra presencia bastara.
Mi hermana lo pide así,
y yo, a su gusto obligado,
quedaré desempeñado
con vos, por ella y por mí.
¿Cómo está?
LEONOR: Siente tu ausencia
como es justo.
FERNANDO: ¿Es muy hermosa?
LEONOR: Es afable y virtüosa.
FERNANDO: Eso le basta. ¿Y Laurencia,
la más pequeña?
LEONOR: Es un cielo,
una azucena, un jazmín,
un ángel, un serafín
mentido al humano velo.
FERNANDO: Decidme, por vida mía,
¿qué os trae a Flandes?
LEONOR: Intento,
con justo agradecimiento,
pagar vuestra cortesía,
y es imposible, pues vos,
liberalmente discreto,
acobardáis el conceto
en los labios.
FERNANDO: Guárdeos Dios.
LEONOR: Si es justa ley de obligación forzosa
–¡Oh, Ribera famoso!– obedeceros,
escuchad mi fortuna rigurosa,
piadosa ya, pues me ha traído a veros.
El valor de mi sangre generosa
no será menester encareceros,
pues por blasón de su nobleza muestro
el preciarme de ser muy deudo vuestro.
[Se abrazan los dos]
Serví una dama donde los primeros
de toda la hermosura cifró el cielo;
gozó en secreto el alma sus favores,
vinculando la gloria en el desvelo.
Compitióme el poder, y mis temores
apenas conocieron el recelo
–y no os admire– porque la firmeza
de Anarda sólo iguala a su belleza.
Atrevido mostró el marqués Ricardo
querer servir en público a mi dama;
mas no por ello el ánimo acobardo,
antes le aliento en una celosa llama.
Presumiendo de rico y de gallardo
perder quiso el decoro de su fama,
inútil presunción, respetos justos,
ocasionando celos y disgustos.
Entre otras, una noche que a la puerta
de Anarda le hallé, sintiendo en vano
en flor marchita su esperanza, muerta
al primero verdor de su verano,
hallando en su asistencia ocasión cierta,
rayos hizo vibrar mi espada y mano
tanto que pude sólo retiralle
a él y a otros dos valientes de la calle.
Disimuló este agravio, mas un día
asistiendo los dos a la pelota,
sobre jugar la suerte suya o mía,
se enfada, se enfurece y alborota;
un “¡miente todo el mundo!” al aire envía,
con que vi mi cordura tan remota
que una mano lugar buscó en su cara
y otra de mi furor rayos dispara.
Desbaratóse el fuego, y los parciales,
coléricos, trabaron civil guerra,
en tanto que mis golpes desiguales
hacen que bese mi rival la tierra.
Uno, de meter paces da señales;
otro, animoso y despechado, cierra;
y al fin, entre vengados y ofendidos,
salieron uno muerto y tres heridos.
Ricardo, tantas veces despreciado
de mi dama, de mí, de su fortuna,
si no celoso ya, desesperado,
no perdona ocasión ni traza alguna;
a la venganza aspira, y agraviado,
sus amigos y deudos importuna,
haciendo de su ofensa vil alarde,
acción, si no de noble, de cobarde.
Mas yo, por no cansarte, dando medio
de su forzoso enojo a la violencia,
quise elegir por último remedio
hacer de la querida patria ausencia.
En efecto, poniendo tierra en medio.
Objeto no seré de su impaciencia,
pues pudiera vengarse como sabio,
que no cabe traición donde hay agravio.
Previno nuestro tío mi jornada,
y antes de irme a embarcar, esta sortija
me dió por prenda rica y estimada,
de Victoria, su hermosa y noble hija.
Del reino de Anfítrite la salada
región cerúlea vi, sin la prolija
pensión de una tormenta, y con bonanza
tomó a tus plantas puerto mi esperanza.
FERNANDO: De gustoso y satisfecho,
suspenso me habéis dejado.
No os dé la patria cuidado,
puesto que halláis en mi pecho
de pariente voluntad,
fineza de amigo, amor
de hermano, pues a Leonor
no amara con más verdad.
Esa sortija le di
a la hermosa Victoria
mi prima, que sea en gloria,
cuando de España partí;
y aunque sirve de testigo
que os abona y acredita,
la verdad no necesita
de prueba alguna conmigo.
Bien haya, amén, la ocasión
del disgusto sucedido,
pues ésta la causa ha sido
de veros.
LEONOR: No sin razón
vuestro valor tiene fama
en el mundo.
FERNANDO: Don Leonardo,
mi hermano sois.
LEONOR: (¡Qué gallardo! Aparte
Mas de tal ribera es rama.)
FERNANDO: En el cuarto de don Juan
de Córdoba estaréis bien.
LEONOR: ¿Quién es ese hidalgo?
FERNANDO: ¿Quién? Un caballero galán,
cordobés.
LEONOR: No será justo
ni cortés urbanidad
que por mi comodidad
compre ese hidalgo un disgusto.
FERNANDO: Don Juan tiene cuarto aparte
y le honra Su Alteza mucho
por su gran valor.
LEONOR: (¿Qué escucho?) Aparte
Y, ¿es persona de buen arte?
FERNANDO: Es la primer maravilla
su talle, y de afable trato,
aunque fácil, pues ingrato,
a una dama de Sevilla
a quien gozó con cautela,
hoy la aborrece, y adora
a la condesa de Sora;
que aunque es muy hermosa Estela,
no hay, en mi opinión, disculpa
para una injusta mudanza.
LEONOR: (¡Animo, altiva esperanza!) Aparte
Los hombres no tienen culpa
tal vez.
FERNANDO: Antes, de Leonor
repite mil perfecciones.
LEONOR: Y, ¿la aborrece?
FERNANDO: Opiniones
son del ciego lince, amor.
Por la Condesa el sentido
está perdiendo.
LEONOR: (¡Ay, crüel!) Aparte
Y ella ¿corresponde fiel?
FERNANDO: Con semblante agradecido
se muestra afable y cortés.
Forzosa satisfacción
de la generosa acción
de la facción que después
sabréis. ¡Fineo!…
FINEO: Señor…
[Sale FINEO]
FERNANDO: Aderezad aposento
a don Leonardo al momento.
LEONOR: (¡Muerta estoy!) Aparte
RIBETE: Calla, Leonor.
FERNANDO: En el cuarto de don Juan.
FINEO: Voy al punto.
FERNANDO: Entrad, Leonardo.
LEONOR: Ya os sigo.
FERNANDO: En el cuarto aguardo
de Su Alteza.
Vanse [FERNANDO y FINEO por lados opuestos]
RIBETE: (Malos van Aparte
los títeres. ¿A quién digo?
¡Hola, hao! De allende el mar
volvámonos a embarcar
pues ya lo está aquel amigo.
Centellas, furias, enojos,
viboreznos, basiliscos,
iras, promontorios, discos
está echando por los ojos.
Si en los primeros ensayos
hay arrobos, hay desvelos,
hay furores, rabias, celos,
relámpagos, truenos, rayos,
¿qué será después? Agora
está pensando, a mi ver,
los estragos que ha de hacer
sobre el reto de Zamora.)
¡Ah, señora! ¿Con quién hablo?
LEONOR: ¡Déjame, villano infame!
Dale
RIBETE: Belcebú, que más te llame,
demándetelo el dïablo.
¿Miraste el retrato en mí
de don Juan? ¡Tal antubión…!
¡Qué bien das un pescozón!
LEONOR: ¡Déjame, vete de aquí!
Vase [RIBETE]
¿Adónde, cielos, adónde
vuestros rigores se encubren?
¿Para cuándo es el castigo?
La justicia, ¿dónde huye?
¿Dónde está? ¿Cómo es posible
que esta maldad disimule?
¡La piedad en un aleve
injusta pasión arguye!
¿Dónde están, Jove, los rayos?
¿Ya vive ocioso e inútil
tu brazo ¿Cómo traiciones
bárbaras y enormes sufre?
¿No te ministra Vulcano,
de su fragua y de su yunque,
armas de fuego de quien
sólo el laurel se asegure?
Némesis, ¿dónde se oculta?
¿A qué dios le substituye
su poder para que grato
mi venganza no ejecute?
Las desdichas, los agravios,
hace la suerte comunes.
¡No importa el mérito, no!
¿Tienen precio las virtudes?
¿Tan mal se premia el amor,
que a número no reduce
un hombre tantas finezas
cuando de noble presume?
¿Qué es esto, desdichas? ¿Cómo
tanta verdad se desluce,
tanto afecto se malogra,
tal calidad se destruye,
tal sangre se deshonora,
tal recato se reduce
a opiniones? Tal honor,
¿cómo se apura y consume?
¿Yo aborrecida y sin honra?
¡Tal maldad los cielos sufren!
¿Mi nobleza despreciada?
¿Mi clara opinión sin lustre?
¿Sin premio mi voluntad?
Mi fe, que las altas nubes
pasó y llegó a las estrellas,
¿es posible que la injurie
don Juan? ¡Venganza, venganza,
cielos! El mundo murmure,
que ha de ver en mi valor,
a pesar de las comunes
opiniones, la más nueva
historia, la más ilustre
resolución que vio el orbe.
Y ¡Juro por los azules
velos del cielo, y por cuantas
en ellos se miran luces,
que he de morir o vencer,
sin que me den pesadumbre
iras, olvidos, desprecios,
desdenes, ingratitudes,
aborrecimientos, odios!
Mi honor, en la altiva cumbre
de los cielos he de ver,
o hacer que se disculpen
en mis locuras mis yerros,
o que ellas mismas apuren
con excesos cuanto pueden
con errores cuanto lucen
valor, agravio y mujer,
si en un sujeto se incluyen.
FIN DE LA PRIMERA JORNADA
________________________________________
JORNADA SEGUNDA
________________________________________
Salen ESTELA y LISARDA
LISARDA: ¿Qué te parece don Juan,
Estela?
ESTELA: Bien me parece.
LISARDA: Cualquier agrado merece
por gentilhombre y galán.
¡Qué gallardo, qué brïoso,
qué alentado, qué valiente
anduvo!
ESTELA: Forzosamente
será bizarro y airoso
que en la elección de tu gusto
calificó su buen aire.
LISARDA: Bueno está, prima, el donaire.
¿Y el de Pinoy?
ESTELA: No hay disgusto
para mí como su nombre.
¡Jesús! ¡Líbrenme los cielos
de su ambición!
LISARDA: (Mis desvelos Aparte
premie Amor.)
ESTELA: ¡Qué bárbaro hombre!
LISARDA: ¿Al fin no le quieres?
ESTELA: No.
LISARDA: Por discreto y por gallardo
bien merece don Leonardo
amor.
ESTELA: Ya, prima, llegó
a declararse el cuidado,
pues en término tan breve
tantos desvelos me debe,
tantas penas me ha costado.
La obligación de don Juan,
bien solicita en mi intento
forzoso agradecimiento.
Mas este Adonis galán,
este fénix español,
este Ganímedes nuevo,
este dios de amor mancebo,
este Narciso, este sol,
de tal suerte en mi sentido
mudanza su vista ha hecho,
que no ha dejado en el pecho
ni aun memorias de otro olvido.
LISARDA: ¡Gran mudanza!
ESTELA: Yo confieso
que lo es; mas si mi elección
jamás tuvo inclinación
declarada, no fue exceso
rendirme, [como verás]
LISARDA: [Pues así] a solicitar
sus dichas le trae [el amar].
ESTELA: Las mías, mejor dirás.
Salen Don FERNANDO, Doña LEONOR, y RIBETE
FERNANDO: Ludovico, hermosa Estela,
me pide que os venga a hablar.
Don Juan es mi amigo, y sé
que os rinde el alma don Juan;
y yo, humilde, a vuestras plantas…
(¿Por dónde he de comenzar?) Aparte
Que, (¡por Dios que no me atrevo!)
…a pediros…
ESTELA: Que pidáis
poco importa, don Fernando,
cuando tan lejos está
mi voluntad de elegir.
FERNANDO: Basta.
ESTELA: No me digáis más
de don Juan ni Ludovico.
FERNANDO: (¡Qué dichoso desdeñar! Aparte
Pues me deja acción de amante.)
LEONOR: (Pues aborrece a don Juan, Aparte
¡qué dichoso despedir!)
ESTELA: Don Leonardo, ¿no me habláis?
¿Vos sin verme tantos días?
¡Oh, qué mal cumplís, qué mal,
la ley de la cortesía,
la obligación de galán!
FERNANDO: Pues no os resolvéis, adiós.
ESTELA: Adiós.
FERNANDO: Leonardo, ¿os quedáis?
LEONOR: Sí, primo.
ESTELA: A los dos por mí,
don Fernando, les dirás
que ni estoy enamorada,
ni me pretendo casar.
Vase don FERNANDO
LEONOR: Mi silencio, hermosa Estela,
mucho os dice sin hablar,
que es lengua el afecto mudo
que está confesando ya
los efectos que esos ojos
sólo pudieron causar,
soles que imperiosamente
de luz ostentando están,
entre rayos y entre flechas,
bonanza y serenidad,
en el engaño, dulzura,
extrañeza en la beldad,
valentía en el donaire,
y donaire en el mirar.
¿En quién, sino en vos, se ve
el rigor y la piedad
con que dais pena y dais gloria,
con que dais vida y matáis?
Poder sobre el albedrío
para inquietarle su paz,
jurisdicción en el gusto,
imperio en la voluntad,
¿quién, como vos, le ha tenido?
¿Quién, como vos, le tendrá?
¿Quién, sino vos, que sois sola,
o ya sol o ya deidad,
es dueño de cuanto mira,
pues cuando más libre estáis,
parece que lisonjera
con rendir y con matar,
hacéis ociosa la pena,
hacéis apacible el mal,
apetecible el rigor,
inexcusable el pensar?
Pues si no es de esa belleza
la imperiosa majestad,
gustosos desasosiegos
en el valle, ¿quien los da?
Cuando más rendida el alma
pide a esos ojos piedad,
más rigores examina,
desengaños siente más.
Y si humilde a vuestras manos
sagrado vine a buscar,
atreviéndose al jazmín,
mirándose en el cristal,
desengañado y corrido,
su designio vuelve atrás,
pues gala haciendo el delito,
y lisonja la crueldad,
el homicidio cautela,
que son, publicando están,
quien voluntades cautiva,
quien roba la libertad.
Discreta como hermosa,
a un mismo tiempo ostentáis
en el agrado aspereza,
halago en la gravedad,
en los desvíos cordura,
entereza en la beldad,
en el ofender disculpa,
pues tenéis para matar
altiveces de hermosura
con secretos de deidad.
Gala es en vos lo que pudo
ser defeto en la que más
se precia de airosa y bella,
porque el herir y el matar
a traición, jamás halló
sólo en vos disculpa igual.
Haced dichosa mi pena,
dad licencia a mi humildad
para que os sirve, si es justo
que a mi amor lo permitáis;
que esas venturas, aquestos
favores que el alma ya
solicita en vuestra vista
o busca en vuestra piedad,
si vuestros ojos los niegan,
¿dónde se podrán hallar?
RIBETE: (Aquí gracia y después gloria, Aparte
amén, por siempre jamás.
¡Qué difícil asonante
buscó Leonor! No hizo mal;
déle versos en agudo,
pues que no le puede dar
otros agudos en prosa.)
ESTELA: Don Leonardo, bastan ya
las lisonjas, que imagino
que el ruiseñor imitáis,
que no canta enamorado
de sus celos al compás,
porque siente o porque quiere,
sino por querer cantar.
Estimo las cortesías,
y a tener seguridad,
las pagara con finezas.
LEONOR: Mi amor se acreditará
con experiencia; mas no
habéis comparado mal
al canto del ruiseñor
de mi afecto la verdad,
pues si dulcemente, grave,
sobre el jazmín o rosal
hace facistol, adonde
suele contrapuntear
bienvenidas a la aurora,
aurora sois celestial.
Dos soles son vuestros ojos,
un cielo es vuestra beldad.
¿Qué mucho que, ruiseñor
amante, quiere engañar,
en la gloria de miraros,
de no veros el penar?
ESTELA: ¡Qué bien sabéis persuadir!
Basta, Leonardo, no más;
esta noche en el terrero
a solas os quiero hablar
por las rejas que al jardín
se corresponden.
LEONOR: Irá
a obedecerte el alma.
ESTELA: Pues adiós.
LEONOR: Adiós. Mandad,
bella Lisarda, en qué os sirva.
LISARDA: Luego os veré.
ESTELA: Bien está.
Vanse las damas
LEONOR: ¿Qué te parece de Estela?
RIBETE: Que se va cumpliendo ya
mi vaticinio, pues ciega,
fuego imagina sacar
de dos pedernales fríos.
¡Qué bien se entablará
el fuego de amor, aunque ella
muestre que picada está,
si para que se despique
no la puedes envidar
si no es de falso, por ser
limitado tu caudal
para empeño tan forzoso!
LEONOR: Amor de mi parte está.
El príncipe de Pinoy
es éste; su vanidad
se está leyendo en su talle;
mas me importa su amistad.
RIBETE: ¡Linda alhaja!
Sale el príncipe [LUDOVICO]
LUDOVICO: ¡Don Leonardo!
LEONOR: ¡Oh, Príncipe! Un siglo ha
que no os veo.
LUDOVICO: Bien así
la amistad acreditáis.
LEONOR: Yo os juro por vida vuestra…
LUDOVICO: Basta; ¿para que juráis?
LEONOR: ¿Qué hay de Estela?
LUDOVICO: ¿Qué hay de Estela?
Fernando la vino a hablar
y respondió desdeñosa
que la deje, que no está
del Príncipe enamorada
ni se pretende casar;
desaire que me ha enfadado,
por ser tan pública ya
mi pretensión.
LEONOR: ¿Sois mi amigo?
LUDOVICO: ¿Quién merece la verdad
de mi amor sino vos solo?
LEONOR: Mucho tengo que hablar
con vos.
RIBETE: (Mira lo que haces.) Aparte
LEONOR: Esto me importa. Escuchad:
Estela se ha declarado
conmigo; no la he de amar
por vos, aunque me importara
la vida, que la amistad
verdadera se conoce
en aquestos lances; mas,
del favor que me hiciere,
dueño mi gusto os hará;
y para que desde luego
la pretensión consigáis,
al terrero, aquesta noche,
quiero que la vais a hablar
disfrazado con mi nombre.
LUDOVICO: ¿Qué decís?
LEONOR: Que me debáis
estas finezas; venid,
que yo os diré los demás.
Vanse los dos [LUDOVICO y LEONOR]
RIBETE: ¿Qué intenta Leonor, qué es esto?
Mas es mujer. ¿Qué no hará?
Que la más compuesta tiene
mil pelos de Satanás.
Sale TOMILLO
TOMILLO: ¡Vive Dios, que no sé dónde
he de hallar a don Juan!
RIBETE: (Éste es el bufón que a Flora Aparte
imagina desflorar.)
Pregonalde a uso de España.
TOMILLO: ¡Oh, paisano! ¿Qué será
que las mismas pajarillas
se me alegran en pensar
que veo españoles?
RIBETE: Ésa
es fuerza del natural.
TOMILLO: Al cuarto de don Fernando
creo que asistís.
RIBETE: Es verdad;
crïado soy de su primo
don Leonardo. ¿Queréis más?
TOMILLO: ¿Cómo va de paga?
RIBETE: Paga
adelantado.
TOMILLO: ¿Y os da
ración?
RIBETE: Como yo la quiero.
TOMILLO: No hay tanto bien por acá.
¿De dónde sois?
RIBETE: De Madrid.
TOMILLO: ¿Cuándo vinisteis de allá?
RIBETE: ¡Bravo chasco! Habrá seis meses
[que hemos llegado hasta acá.]
TOMILLO: ¿Qué hay en el lugar de nuevo?
RIBETE: Ya es todo muy viejo allá;
sólo en esto de poetas
hay notable novedad
por innumerables, tanto
que aun quieren poetizar
las mujeres, y se atreven
a hacer comedias ya.
TOMILLO: ¡Válgame Dios! Pues, ¿no fuera
mejor coser e hilar?
¡Mujeres poetas!
RIBETE: Sí;
mas no es nuevo, pues están
Argentaria, Safo, Areta,
Blesilla, y más de un millar
de modernas, que hoy a Italia
lustre soberano dan,
disculpando la osadía
de su nueva vanidad.
TOMILLO: Y decidme…
RIBETE: ¡Voto a Cristo,
que eso es mucho preguntar!
Vanse [TOMILLO y RIBETE] y sale don JUAN, solo
JUAN: Tanta inquietud en el pecho,
tanta pasión en el alma,
en el sosiego tal calma,
en el vivir tal despecho;
tal penar mal satisfecho,
tal temblar y tal arder,
tal gusto en el padecer.
Sobornando los desvelos,
sin duda, si no son celos,
que infiernos deben de ser.
¿De qué sirvió la ocasión
en que me puso la suerte,
si de ella misma se advierte
cuán pocas mis dichas son?
Mi amor y su obligación
reconoce Estela hermosa;
mas ¿qué importa, si dudosa,
o no quiere o no se atreve,
siendo a mis incendios nieve,
y a otro calor mariposa?
Con justa causa acobardo
o el amor o la esperanza,
pues tan poca dicha alcanza
cuando tanto premio aguardo.
Este primo, este Leonardo,
de don Fernando, en rigor,
galán se ha opuesto a mi amor;
pero ¿no es bien que me asombre
si habla, rostro, talle y nombre
vino a tener de Leonor?
Que ¿quién, sino quien retrata
su aborrecido traslado,
pudiera haber malogrado
suerte tan dichosa y grata?
Ausente me ofende y mata
con aparentes antojos,
de suerte que a mis enojos
dice el gusto, y no se engaña,
que Leonor vino de España
sólo a quebrarme los ojos.
El de Pinoy sirve a Estela
y amigo del de Pinoy
es don Leonardo, a quien hoy
su mudable gusto apela.
Yo, perdida centinela,
desde lejos miro el fuego,
y al temor concedo y niego
mis penas y mis favores,
el pecho un volcán de ardor,
el alma un Etna de fuego.
“Más merece quien más ama,”
dijo un ingenio divino.
Yo he de amar, porque imagino
que algún mérito me llama.
Goce del laurel la rama
el que Fortuna eligió,
pues si indigno la gozó,
es cierto, si bien se advierte
que le pudo dar la suerte,
dicha sí, mérito no.
Sale RIBETE
RIBETE: ¡Qué ciegos intentos dan
a Leonor desasosiego!
Mas si van siguiendo a un ciego,
¿qué vista tener podrán?
Mándame que dé a don Juan
este papel por Estela,
que como amor la desvela,
por desvanecer su daño
busca engaño contra engaño,
cautela contra cautela.
¡A qué buen tiempo le veo!
Quiero darle el alegrón.
JUAN: Yo he de amar sin galardón
y conquistar sin trofeo.
RIBETE: A cierto dichoso empleo
os llama Fortuna agora
por este papel.
JUAN: Ignora
la novedad mi desgracia.
RIBETE: Y es de Estela, por la gracia
de Dios, Condesa de Sora.
JUAN: El papel beso mil veces
por suyo; dejadme leer.
RIBETE: (Leed, que a fe que ha de ser Aparte
más el ruido que las nueces.)
Lee
JUAN: Si es que tanto le encareces,
si en verdad le has amado,
Estela ya acepta su hado
y, decidida a quererle,
te pide que venga a verle
al jardín desocupado.
Dichoso, Fortuna, yo,
pues ya llego a persuadirme
a que merezco por firme,
si por venturoso no;
mi constancia al fin venció
de Estela hermosa el desdén,
pues me llama. A espacio ven,
dicha, porque en gloria tal
ya que no me mató el mal,
me podrá matar el bien.
RIBETE: Bien lo entiende.
JUAN: Esta cadena
os doy, y os quisiera dar
un mundo.
RIBETE: ¡Ya sabes amar!
(¿Vale más una docena? Aparte
Al encuentro planeado,
este papel que me ha dado
Leonor, sin duda, le ha mandado
que vaya.)
¡Dulce papel!
RIBETE: (Pues a fe que lleva en él Aparte
menos de lo que ha pensado.)
JUAN: No sé si es verdad o sueño
ni me atrevo a responder.
Amigo, el obedecer
será mi gustoso empeño;
decid a mi hermoso dueño
que soy suyo.
RIBETE: Pues adiós.
JUAN: El mismo vaya con vos.
Oíd, procuradme hablar,
porque habemos de quedar
grandes amigos los dos.
RIBETE: ¡Oh, pues eso claro está!
Vase [RIBETE]
JUAN: Aprisa, luciente coche,
da lugar al de la noche
que oscuro te sigue ya.
Hoy mi esperanza hará
de su dicha ostentación,
pues Estela me da acción
y aunque el premio halle tardanza,
más vale una alta esperanza,
que una humilde posesión.
Vase [don JUAN] y sale doña LEONOR, de noche
LEONOR: ¿Dónde, ¡ay!, locos desatinos,
me lleva con paso errante
de amor la bárbara fuerza?
¿Cómo en tantas ceguedades,
atropellando imposibles,
a creer me persüade
que he de vencer? ¡Ay, honor,
qué me cuestas de pesares,
qué me debes de zozobras,
en qué me pones de ultrajes!
……………………..
¡Oh, si Ribete acabase
de venir, para saber
si tuvo dicha de darle
el papel a aquel ingrato
que a tantos riesgos me trae!
Mas ya viene. ¿Qué hay, Ribete?
Sale RIBETE
RIBETE: Que llegué. Que di a aquel ángel
el papel. Que me rindió
este despojo brillante,
pensando que era de Estela.
Que me dijo que dictase
por ella a su dueño hermoso.
Que era suyo y vendrá a hablarle.
LEONOR: Bien está.
RIBETE: Y ¿estás resuelta?
LEONOR: Esta noche ha de entablarse
o mi remedio, o mi muerte.
RIBETE: Mira, Leonor, lo que haces.
LEONOR: Esto ha de ser.
RIBETE: ¡Quiera Dios
que no des con todo al traste!
LEONOR: ¡Qué mal conoces mi brío!
RIBETE: ¿Quién dice que eres cobarde?
Cátate aquí muy valiente,
muy diestra, muy arrogante,
muy alentada, y, al fin,
un sepan cuantos de Marte
que hace a diestros y a siniestros
estragos y mortandades
con el ánimo. Y la fuerza,
di, señora, ¿dónde está?
LEONOR: Semíramis, ¿no fue heroica?
Cenobia, Drusila, Draznes,
Camila, y otras cien mil,
¿no sirvieron de ejemplares
a mil varones famosos?
Demás de que el encontrarle
es contingente, que yo
sólo quise adelantarme
tan temprano, por hacer
que el Príncipe a Estela hable
sin ver a don Juan, Ribete.
si se ha enmendado jamás.
RIBETE: Pues ánimo y adelante
que ya estás en el terrero,
y aquestas ventanas salen
al cuarto de la condesa,
que aquí me habló la otra tarde.
LEONOR: Pues, Ribete, donde dije
ten prevenidas las llaves
que te dio Fineo.
RIBETE: Bien.
¿Son las que a este cuarto hacen
junto al de Estela, que tiene
balcones a esotra parte
de palacio, y ahora está
vacío e inhabitable?
LEONOR: Sí, y con un vestido mío
me has de esperar donde sabes
porque me importa el vivir.
RIBETE: No, importa más el quedarme
y defenderte, si acaso
don Juan…
LEONOR: ¡Oh, qué necedades!
Yo sé lo que puede, amigo.
RIBETE: Pues, si lo que puedes sabes,
quédate, señora, adiós.
……………………………
Vase
LEONOR: Temprano vine, por ver
si a don Juan también le trae
su desvelo; y quiera Dios
que Ludovico se tarde
por si viniere.
Sale don JUAN
JUAN: No en vano
temí que el puesto ocupase
gente. Un hombre solo es, quiero
reconocerle.
LEONOR: Buen talle
tiene aquéste. ¿Si es don Juan?
Quiero más cerca llegarme
y conocer, si es posible,
quién es.
JUAN: Si aquéste hablase,
sabré si es el de Pinoy.
Van llegando uno a otro
LEONOR: Yo me determino a hablarle
para salir de esta duda.
¿Quién va, hidalgo?
JUAN: Quien sabe
ir adonde le parece.
LEONOR: (Él es. ¡Respuesta galante!) Aparte
No irá si no quiero yo.
JUAN: ¿Quién sois vos para estorbarme
que me esté o me vaya?
LEONOR: El diablo.
JUAN: ¿El diablo? ¡Lindo descarte!
Es poco un diablo.
LEONOR: Ciento,
mil millares de millares
soy si me enojo.
JUAN: ¡Gran tropa!
LEONOR: ¿Burláisos?
JUAN: No soy bastante
a defenderme de tantos;
y así, os pido, si humildades
corteses valen con diablos,
que los llevéis a otra parte,
que aquí, ¿qué pueden querer?
(Estime que aquí me halle Aparte
este alentado, y que temo
perder el dichoso lance
de hablar a Estela esta noche.)
LEONOR: Digo yo que querrán darles
a los como vos ingratos
dos docenas de pesares.
JUAN: ¿Y si no los quiero?
LEONOR: ¿No?
JUAN: Demonios muy criminales
traéis. Moderaos un poco.
LEONOR: Vos muy civiles donaires.
O nos hemos de matar,
o sólo habéis de dejarme
en este puesto, que importa.
JUAN: ¿Hay tal locura? Bastante
prueba es ya de mi cordura
sufrir estos disparates;
pero me importa. El mataros
fuera desdicha notable,
y el irme será mayor;
que los hombres de mis partes
jamás violentan su gusto
con tan precisos desaires;
demás de que tengo dada
palabra aquí de guardarle
el puesto a un amigo.
LEONOR: Bien.
Si como es justo guardasen
los hombres de vuestras prendas
otros preceptos más graves
en la ley de la razón
y la justicia, ¡qué tarde
ocasionaran venganzas!
Mas ¿para qué quien no sabe
cumplir palabras, las da?
¿Es gentileza, es donaire,
es gala o es bizarría?
JUAN: (Éste me tiene por alguien Aparte
que le ha ofendido. Bien puedo
dejarle por ignorante.)
No os entiendo, ¡por Dios vivo!
LEONOR: Pues yo sí me entiendo, y baste
saber que os conozco, pues
sabéis que hablo verdades.
JUAN: Vuestro arrojamiento indica
ánimo y valor tan grande,
que os estoy aficionado.
LEONOR: Aficionado es en balde.
No es ésta la vez primera
que de mí os aficionasteis,
mas fue ficción, porque sois
aleve, ingrato, mudable,
injusto, engañador, falso,
perjuro, bárbaro, fácil,
sin Dios, sin fe, sin palabra.
JUAN: Mirad que no he dado a nadie
ocasión para que así
en mi descrédito hable,
y por estar donde estáis
escucho de vos ultrajes
que no entiendo.
LEONOR: ¿No entendéis?
¿No sois vos el inconstante
que finge, promete, jura,
ruega, obliga, persüade,
empeña palabra y fe
de noble, y falta a su sangre,
a su honor y obligaciones,
fugitivo al primer lance
que se va sin despedirse
y que aborrece sin darle
ocasión?
JUAN: Os engañáis.
LEONOR: Más valdrá que yo me engañe.
¡Gran hombre sois de una fuga!
JUAN: Más cierto será que falte
luz a los rayos del sol
que dejar yo de guardarle
mi palabra a quien la di.
LEONOR: Pues mirad. Yo sé quién sabe
que disteis una palabra,
que hicisteis pleito homenaje
de no quebrarla, y apenas
disteis al deseo alcance,
cuando se acabó.
JUAN: Engañáisos.
LEONOR: Más valdrá que yo me engañe.
JUAN: No entiendo lo que decís.
LEONOR: Yo sí lo entiendo.
JUAN: Escuchadme.
LEONOR: No quiero de vuestros labios
escuchar más falsedades,
que dirán engaños nuevos.
JUAN: Reparad…
LEONOR: No hay que repare,
pues no reparasteis vos.
Sacad la espada.
JUAN: Excusarse
no puede ya mi cordura
ni mi valor, porque es lance
forzoso.
Comienzan a reñir y sale el príncipe
[LUDOVICO]
LUDOVICO: Aquí don Leonardo
me dijo que le esperase,
y sospecho que se tarda.
JUAN: Ya procuró acreditarse
mi paciencia de cortés,
conociendo que hablasteis
por otro; pero no habéis
querido excusar los lances.
LUDOVICO: ¡Espada en el terrero!
LEONOR: ¡Ejemplo de desleales,
bien os conozco!
JUAN: ¡Ea, pues,
riñamos!
Riñen
LUDOVICO: (¡Fortuna, acabe Aparte
mi competencia! Don Juan
es éste, y podré matarle
ayudando a su enemigo.)
Pónese al lado de LEONOR
Pues estoy de vuestra parte,
¡muera el villano!
LEONOR: No hará,
Pónese al lado de don JUAN
que basta para librarle
de mil muertes mi valor.
JUAN: ¿Hay suceso más notable?
LUDOVICO: ¿A quien procura ofenderos
defendéis?
LEONOR: Puede importarme
su vida.
JUAN: ¿Qué es esto, cielos?
¿Tal mudanza en un instante?
LUDOVICO: ¡Ah, quién matara a don Juan!
LEONOR: No os habrá de ser muy fácil
que soy yo quien le defiende.
LUDOVICO: ¡Terribles golpes!
LEONOR: Más vale,
pues aquesto no os importa,
iros, caballero, antes
que os cueste…
LUDOVICO: (El primer consejo Aparte
del contrario es favorable.
A mí no me han conocido.
Mejor será retirarme.
No espere Estela.)
Vase retirando [LUDOVICO] y LEONOR tras él
LEONOR: Eso sí.
JUAN: Vos sois bizarro y galante.
¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
¡Que este hombre me ocasionase
a reñir, y con la espada
hiciese tan desiguales
el enojo y la razón!
¡Que tan resuelto jurase
darme muerte, y que en un punto
me defendiese! Éste es lance
que lo imagino imposible.
Que puede, dijo, importarle
mi vida; y cuando brïoso
a reñir me persüade,
al que me ofende resiste.
No entiendo estas novedades.
Sale doña LEONOR
LEONOR: ¡Ea, ya se fue. Volvamos
a reñir!
JUAN; El obligarme
y el ofenderme, quisiera
saber –¡por Dios!– de qué nace.
Yo no he de reñir con vos,
hidalgo. Prueba bastante
de que soy agradecido.
LEONOR: Tendréis a favor muy grande
el haberos defendido
y ayudado. ¡Qué mal sabe
conocer vuestro designio!
¡La intención de mi dictamen,
con justa causa ofendido
de vos. ¡No quise que nadie
tuviese parte en la gloria
que ya espero con vengarme;
pues no era victoria mía
que otro valor me usurpase
el triunfo, ni fuera gusto
o lisonja el ayudarme,
pues con esto mi venganza
fuera menos memorable
cuando está toda mi dicha
en mataros sólo.
JUAN: Si alguien
os ha ofendido, y creéis
que soy yo, engañáisos.
LEONOR: Antes,
fui el engañado; ya no.
JUAN: Pues decid quién sois.
LEONOR: En balde
procura saber quién soy
quien tan mal pagarme sabe.
El príncipe de Pinoy
era el que seguí; bastante
ocasión para que vuelva
le he dado. Quiero excusarme
de verle. Quedaos, que a mí
no me importa aquesto, y si antes
os provoqué, no fue acaso.
JUAN: ¿Quién sois? Decid.
LEONOR: No se [sabe.
Quedamos en] que mi agravio
os buscará en otra parte.
JUAN: Escuchad. Oíd.
LEONOR: No es posible.
Yo os buscaré. Aquesto baste.
Vase [LEONOR]
JUAN: ¡Vive Dios, que he de seguirle
sólo por saber si sabe
que soy yo con quien habló;
que recuerdos semejantes
de mi suceso, no sé
que pueda saberlos nadie.
Vase [don JUAN] y sale ESTELA a la ventana
ESTELA: Mucho Leonardo tarda;
que se sosieguen en palacio aguarda,
si no es que de otros brazos
le entretienen gustosos embarazos.
¡Oh, qué mal en su ausencia me divierto!
Haga el amor este temor incierto.
Ya sospecho que viene.
Sale [LUDOVICO,] el de Pinoy
LUDOVICO: ¡Válgame el cielo! ¿Dónde se detiene
Leonardo a aquesta hora?
Hablar oí.
ESTELA: ¿Es Leonardo?
LUDOVICO: Soy, señora,
–(Quiero fingirme él mismo)– vuestro esclavo,
que ya por serlo mi ventura alabo.
ESTELA: Confusa os aguardaba mi esperanza.
LUDOVICO: Toda mi dicha ha estado en mi tardanza.
ESTELA: ¿Cómo?
LUDOVICO: Porque os ha dado,
hermosísima Estela, ese cuidado.
ESTELA: ¿En qué os habéis entretenido?
LUDOVICO: Un rato
jugué.
ESTELA: ¿Ganasteis?
LUDOVICO: Sí.
ESTELA: Dadme barato.
LUDOVICO: ¿Qué me queda que daros, si soy todo
vuestro?
ESTELA: Para excusaros buscáis modo.
Llegaos más cerca, oíd.
LUDOVICO: ¡Dichoso empleo!
Sale doña LEONOR, [vestida de mujer]
LEONOR: Si le hablo, consigue mi deseo
el más feliz engaño,
pues teniendo de Estela desengaño,
podrá dejar la pretensión…
Sale don JUAN
JUAN: ¡Que fuese
siguiéndole, y al cabo le perdiese
al volver de Palacio!
LEONOR: (Éste es don Juan. ¡A espacio, amor, a espacio! Aparte
Que esta noche me pones
de perderme y ganarme en ocasiones.)
JUAN: Ésta es, sin duda, Estela.
LEONOR: ¿Quién es?
JUAN: Una perdida centinela
de la guerra de amor.
LEONOR: ¡Bravo soldado!
¿Es don Juan?
JUAN: Es quien tiene a ese sol dado
del alma el rendimiento,
memoria, voluntad y entendimiento,
con gustosa violencia;
de suerte que no hay acto de potencia
libre en mí que ejercite,
razón que juzgue, fuerza que milite
que a vos no esté sujeta.
LEONOR: ¿Qué? ¿Tanto me queréis?
JUAN: Vos sois discreta,
y sabéis que adoraros
es fuerza si al cristal queréis miraros.
LEONOR: Desengaños me ofrece, si ambiciosa
tal vez estuvo en la pasión dudosa,
la vanidad.
JUAN: Será cristal oscuro…
LEONOR: Ahora, señor don Juan, yo no procuro
lisonjas al pincel de mi retrato,
sólo os quisiera ver menos ingrato.
JUAN: ¿Yo ingrato? ¡Quiera el cielo,
si no os adora mi amoroso celo,
que sea aqueste mi último fracaso!
LEONOR: ¿Qué? ¿No me conocéis? Vamos al caso.
¿Cómo queréis que os crea,
si no era necia, fea,
pobre, humilde, villana
doña Leonor, la dama sevillana?
Y ya sabéis, ingrato, habéis burlado
con su honor la verdad de su cuidado.
JUAN: ¿Qué Leonor o qué dama?
LEONOR: Llegaos más cerca. Oíd. Nunca la fama
se engaña totalmente,
y yo sé que no miente.
JUAN: (¡Que me haya don Fernando descubierto!) Aparte
LUDOVICO: De que soy vuestro esclavo estoy bien cierto,
mas no de que os desvela
mi amor, hermosa Estela.
(Quiero saber lo que a Leonardo quiere.) Aparte
Yo sé que el de Pinoy por vos se muere.
Es rico, es noble, es príncipe, en efecto,
y aunque atropella amor todo respeto,
no me juzgo dichoso.
ESTELA: Por cansado, soberbio y ambicioso,
aún su nombre aborrezco.
LUDOVICO: (¡Ah, ingrata, bien merezco Aparte
que anticipéis mi amor a sus favores!)
LEONOR: ¿De qué sirven retóricos colores?
Ya confesáis su amor.
JUAN: Ya lo confieso.
LEONOR: Pues lo demás será traición, exceso.
JUAN: Que la quise es muy cierto,
mas no ofendí su honor, esto os advierto.
LEONOR: Muy fácil sois, don Juan. Pues, ¿sin gozalla,
pudisteis olvidalla?
JUAN: Sólo vuestra beldad tiene la culpa.
LEONOR: ¿Mi beldad? ¡No está mala la disculpa!
Si os andáis a querer a las más bellas,
iréis dejando aquéstas por aquéllas.
JUAN: ¡Oíd, por vida vuestra!
ESTELA: (Yo haré de mis finezas clara muestra.) Aparte
LUDOVICO: ¿Qué decís de don Juan?
ESTELA: Que no me agrada
[no hay, jamás, cosa que me persüada]
para quererle; sólo a vos os quiero.
LUDOVICO: De que así me queráis me desespero.
JUAN: (¡Que ya lo sepa Estela! ¡Yo estoy loco!) Aparte
LEONOR: Decid, don Juan, decid.
JUAN: Oíd un poco:
Como el que ve de la aurora
la estrella o claro lucero
de su lumbre mensajero
cuando el horizonte dora,
que se admira y se enamora
de su brillante arrebol,
pero saliendo el farol
del cielo, luciente y puro,
el lucero llama oscuro,
viendo tan hermoso el sol;
así yo, que a Leonor vi,
o de lucero o estrella,
adoré su lumbre bella
y su mariposa fui;
mas luego, mirando en ti
del sol lucientes ensayos,
hallé sombras y desmayos
en la vista de mi amor,
que es poca estrella Leonor,
y eres sol con muchos rayos.
LUDOVICO: Pues yo sé que a don Juan se vio obligado
vuestro amante cuidado.
ESTELA: Negarlo engaño fuera;
mas fue… escuchad.
LUDOVICO: Decid.
ESTELA: De esta manera.
Como él que en la selva umbrosa
o jardín ve de colores
una provincia de flores
pura, fragante y hermosa,
que se aficiona a la rosa
por su belleza, y al fin
halla en la selva o jardín
un jazmín, y porque sabe
que es el jazmín más süave,
la deja y coge el jazmín.
Así yo, que vi a don Juan,
rosa que a la vista agrada,
de su valor obligada,
pude admitirle galán;
mas siendo tu vista imán
de mi sentido, escogí
lo que más hermoso vi;
pues aunque la rosa admiro,
eres el jazmín, y miro
más fragante gala en ti.
LEONOR: ¿De suerte, que la estrella
precursora del sol, luciente y bella,
fue Leonor?
JUAN: Sí.
LEONOR: (Con cuántas penas lucho!) Aparte
Pues escuchad:
JUAN: Decid, que ya os escucho.
LEONOR: El que en la tiniebla oscura
de alguna noche camina,
adora por peregrina
del lucero la luz pura;
sólo en su lumbre asegura
de su guía la esperanza,
y aunque ya del sol le alcanza
el rayo, está agradecido
al lucero, porque ha sido
de su tormenta bonanza.
Tú, en el oscuro contraste
de la noche de tu amor,
el lucero de Leonor,
norte a tus penas miraste.
Guióte, mas olvidaste
como ingrato la centella
de su lumbre clara y bella
antes de amor mi arrebol.
¿Ves cómo sin ver el sol
aborreciste la estrella?
LUDOVICO: Metáfora curiosa
ha sido, Estela, comparar la rosa
a don Juan por su gala y bizarría.
ESTELA: Engañáisos.
LUDOVICO: ¡Oíd, por vida mía!
El que eligió en el jardín
el jazmín, no fue discreto,
que no tiene olor perfeto
si se marchita el jazmín;
la rosa hasta su fin,
porque aun su morir le alabe
tiene olor muy dulce y grave,
fragancia más olorosa;
luego es mejor flor la rosa
y el jazmín menos süave.
Tú, que rosa y jazmín ves,
admites la pompa breve
del jazmín, fragante nieve
que un soplo al céfiro es;
mas conociendo después
la altiva lisonja hermosa
de la rosa codiciosa,
la antepondrás a mi amor,
que es el jazmín poca flor,
mucha fragancia la rosa.
JUAN: ¡Sofístico argumento!
LEONOR: Perdonad, yo os he dicho lo que siento.
Volved, volved a España,
que no es honrosa hazaña
burlar una mujer ilustre y noble.
JUAN: Por sólo amaros, la aborrece al doble
mi voluntad, y ved qué premio alcanza.
LEONOR: Pues perded la esperanza,
que sólo os he llamado
por dejaros, don Juan, desengañado.
[Vase LEONOR]
ESTELA: ¡Fáciles paradojas
intimas, don Leonardo, a mis congojas!
Yo he de quererte firme,
sin poder persuadirme
a que deje de amar, desdicha alguna.
LUDOVICO: Triunfo seré dichoso de fortuna
o ya jazmín o rosa.
ESTELA: Adiós, que sale ya la aurora hermosa
entre luz y arreboles.
LUDOVICO: No os vais, para que envidie vuestros soles.
ESTELA: Lisonjas. Vedme luego,
y adiós.
Vase ESTELA
LUDOVICO: Sin vuestros rayos quedo ciego.
JUAN: ¡Que así fuese Estela! ¿Hay tal despecho?
El corazón da golpes en el pecho
por dejar la prisión en que se halla;
la vida muere en la civil batalla
de sus propios deseos.
Al alma afligen locos devaneos,
y en un confuso caos está dudando;
la culpa de esto tiene don Fernando.
¿Qué haré, Estela, ingrata?
LUDOVICO: Aunque tan mal me trata
tu amor, ingrata Estela,
mi engaño o mi cautela,
ya que no el adorarte,
mis desdichas tendrán la mayor parte.
Vase [el príncipe LUDOVICO]
JUAN: Mas, ¿cómo desconfío?
¿Dónde está mi valor? ¿Dónde mi brío?
Yo he de seguir esta amorosa empresa,
yo he de amar la Condesa,
yo he de oponerme firme a todo el mundo,
yo he de hacer que mi afecto sin segundo
conquiste sus desdenes;
yo he de adorar sus males por mis bienes.
Confiérense en mi daño
ira, enojo, tibieza, desengaño,
odio, aborrecimiento;
apóquese la vida en el tormento
de mi pena importuna,
que si ayuda Fortuna
al que osado se atreve,
sea la vida breve,
y el tormento crecido,
osado y atrevido,
con firmeza resuelta,
de su inconstancia me opondré a la vuelta.
Vase
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA
________________________________________
JORNADA TERCERA
________________________________________
Salen don FERNANDO, don JUAN y TOMILLO
FERNANDO: Si para satisfaceros
a mi crédito importara
dar al peligro la vida,
arrojar al riesgo el alma,
no dudéis, don Juan, lo hiciera.
¿Yo a Estela? Mi propia espada
me mate si…
JUAN: Don Fernando,
paso. Mil veces mal haya
quien malquistó tantas dichas,
dando a tantos males causa.
Yo os creo; mas –¡vive Dios!–
que no sé que en Flandes haya
hombre que sepa mi historia.
FERNANDO: En mi valor fuera infamia,
cuanto más en mi afición
que se precia muy de hidalga
y amante vuestra.
JUAN: Es agravio,
después de desengañada
la mía, satisfacerme.
¡Por Dios, que me sangra a pausas
la pena de no saber
quién tan descompuesto habla
de mis cosas! ¡Yo estoy loco!
¡Qué de penas, miedos y ansias
me afligen!
FERNANDO: Estela viene.
Salen ESTELA y LISARDA
JUAN: Inquieta la espera el alma;
no le digáis nada vos.
FERNANDO: Estela hermosa, Lisarda
bella, hoy amanece tarde,
pues juntas el sol y el alba
venís.
LISARDA: Hipérbole nueva.
JUAN: No es nueva, pues siempre abrasa
el sol de Estela, y da luz
vuestro rostro, aurora clara.
ESTELA: Señor don Juan, bueno está.
¿Tantas veces obligada
a valor y a cortesías
queréis que esté?
JUAN: Mi desgracia
jamás acierta a agradaros,
pues siempre esquiva e ingrata
me castigáis.
ESTELA: No, don Juan,
ingrata no, descuidada
puedo haber sido en serviros.
JUAN: Vuestros descuidos me matan.
ESTELA: Siempre soy vuestra, don Juan;
y quiera Dios que yo valga
para serviros. Veréis
cuán agradecida paga
mi voluntad vuestro afecto.
JUAN: Don Fernando, ¡gran mudanza!
FERNANDO: ¿Ves cómo estás engañado?
(Hoy mis intentos acaban.) Aparte
JUAN: Decidme –¡por vida vuestra!–
una verdad.
ESTELA: Preguntadla.
JUAN: ¿Diréisla?
ESTELA: Sí, ¡por mi vida!
JUAN: ¿Quién os dijo que en España
serví, enamoré y gocé
a doña Leonor, la dama
de Sevilla?
ESTELA: ¿Quién? Vos mismo.
JUAN: ¿Yo? ¿Cuándo?
ESTELA: ¡Agora! ¿No acaba
de despertar vuestra lengua
desengaño en mi ignorancia?
JUAN: Y antes, ¿quién?
ESTELA: Nadie, a fe mía.
JUAN: Pues ¿cómo tan enojada
me hablasteis en el terrero
la otra noche?
ESTELA: ¿Oyes, Lisarda?
Don Juan dice que le hablé.
LISARDA: Bien claro está que se engaña.
JUAN: ¿Cómo engaño? ¿No dijisteis
que una dama sevillana
fue trofeo de mi amor?
ESTELA: Don Juan, para burla basta,
que no lo sé hasta agora,
no –¡por quien soy!– ni palabra
os hablé de esto en mi vida
en terrero ni en ventana.
JUAN: (¡Vive el cielo, que estoy loco! Aparte
Sin duda Estela me ama
y quiere disimular
por don Fernando y Lisarda;
porque negar que me dijo
verdades tan declaradas,
no carece de misterio.
¡Ea, amor! ¡Al arma, al arma!
Pensamientos amorosos,
volvamos a la batalla,
pues está animando Estela
vuestras dulces esperanzas.
Yo quiero disimular.)
Perdonad, que me burlaba
para entretener el tiempo.
FERNANDO: La burla ha sido extremada,
mas pienso que contra vos.
LISARDA: ¿Era, don Juan, vuestra dama
muy hermosa? Porque tienen
las sevillanas gran fama.
JUAN: Todo fue burla, ¡por Dios!
ESTELA: Si acaso quedó burlada,
burla sería, don Juan.
JUAN: ¡No, a fe! (¿Quién imaginara Aparte
este suceso? ¬Oh, amor!
¿Qué es esto que por mí pasa?
Ya me favorece Estela,
ya me despide, y se agravia
de que la pretenda, ya
me obliga y me desengaña,
ya niega el favorecerme,
ya se muestra afable y grata;
y yo, incontrastable roca
al furor de sus mudanzas,
mar que siempre crece en olas,
no me canso en adorarla.)
FERNANDO: Sabe el cielo cuánto estimo
que favorecéis mi causa
por lo que quiero a don Juan.
(Este equívoco declara Aparte
amor a la bella Estela.)
Y así os pido, a quien hablara
por sí mismo, que le honréis.
(¡Oh amistad, y cuánto allanas!) Aparte
ESTELA: Yo hablaré con vos después.
Don Juan, tened con las damas
más firme correspondencia.
JUAN: Injustamente me agravia
vuestro desdén, bella Estela.
ESTELA: Leonor fue la agraviada.
JUAN: (No quiero dar a entender Aparte
que la entiendo, pues se cansa
de verme Estela.) Fernando,
vamos.
FERNANDO: Venid. ¡Qué enojada
la tenéis! Adiós, señoras.
ESTELA: Adiós.
[Vanse don FERNANDO y don JUAN]
¿Hay más sazonada
quimera?
LISARDA: ¿Qué es esto, prima?
ESTELA: No sé –por tu vida!– aguarda.
Curiosidad de mujer
es ésta. A Tomillo llama
que él nos dirá la verdad.
LISARDA: Dices bien. Tomillo…
TOMILLO: ¿Mandas
en qué te pueda servir?
ESTELA: Si una verdad me declaras
aqueste bolsillo es tuyo.
TOMILLO: [(Mi verdad vale tal paga.)] Aparte
Ea, pregunta.
ESTELA: ¿Quién fue,
dime, una Leonor que hablaba
don Juan en Sevilla?
TOMILLO: ¿Quién?
¡Ah, sí! ¡Ah, sí! No me acordaba.
Norilla la cantonera,
que vivía en Cantarranas
de resellar cuartos falsos.
¿No dices a cuya casa
iba don Juan?
ESTELA: Sí, será.
TOMILLO: (¡Qué dulcemente se engaña!) Aparte
ESTELA: ¨Qué mujer era?
TOMILLO: No era
mujer, sino una fantasma.
ancha de frente y angosta
de sienes, cejiencorvada.
ESTELA: El parabién del empleo
pienso darle.
LISARDA: [¡Vaya,] vaya!
¿Y la quería?
TOMILLO: No sé;
sólo sé que se alababa
ella de ser su respeto.
ESTELA: ¿Hay tal hombre?
TOMILLO: ¿Esto te espanta?
¿No sabes que le parece
hermosa quien sea dama?
ESTELA: Dices bien. Éste es Leonardo.
TOMILLO: ([Se] la he dado por su carta.) Aparte
Sale doña LEONOR [vestida de hombre. Vase TOMILLO]
LEONOR: Preguntéle a mi cuidado,
Estela hermosa, por mí,
y respondióme que en ti
me pudiera haber hallado.
Dudó la dicha, el temor
venció, al temor la humildad.
Alentóse la verdad
y aseguróme el amor.
Busquéme en ti, y declaré
en mi dicha el silogismo,
pues no hallándome en mí mismo
en tus ojos me hallé.
ESTELA: Haberte, Leonardo, hallado
en mis ojos, imagino
que no acredita desino
de tu desvelo el cuidado;
y no parezcan antojos,
pues viene a estar de mi parte,
por mi afecto, el retratarte
siempre mi amor en mis ojos;
que claro está que mayor
fineza viniera a ser
que en ti me pudieras ver
por transformación de amor,
que sin mí hallarte en mí,
pues con eso me apercibes
que sin mis memorias vives,
pues no me hallas en ti;
que en consecuencia notoria,
que si me quisieras bien,
como estás en mí, también
estuviera en tu memoria.
LEONOR: Aunque más tu lengua intime
esa engañosa opinión,
no tiene el amante acción
que en lo que ama no se anime;
si amor de veras inflama
un pecho, alienta y respira
transformado en lo que mira,
animado en lo que ama.
Yo, aunque sé que estás en mí,
en fe de mi amor, no creo,
si en tus ojos no me veo,
que merezco estar en ti.
ESTELA: En fin, no te hallas sin verme.
LEONOR: Como no está el merecer
de mi parte, sé querer,
pero no satisfacerme.
ESTELA: ¿Y es amor desconfïar?
LISARDA: Es, al menos, discreción.
LEONOR: No hay en mí satisfacción
de que me puedas amar
si mis partes considero.
ESTELA: ¡Injusta desconfïanza!
Alentad más la esperanza
en los méritos. Yo quiero
salir al campo esta tarde.
Sigue la carroza.
LEONOR: Ajusto
a tu obediencia mi gusto.
ESTELA: Pues queda adiós.
Va[n]se [ESTELA y LISARDA]
LEONOR: Él te guarde.
En males tan declarados,
en daños tan descubiertos,
los peligros hallo ciertos,
los remedios ignorados.
No sé por dónde –¡ay de mí!–
acabar. Amor intenta
la tragedia de mi afrenta.
Sale don JUAN
JUAN: (Sí, estaba Leonardo aquí. Aparte
Parece que le hall¢
la fuerza de mi deseo.)
LEONOR: (¡Que ha de tener otro empleo, Aparte
y yo burlada! ¡Eso no!
¡Primero pienso morir!)
JUAN: Señor don Leonardo…
LEONOR: Amigo…
(¡Pluguiera a Dios que lo fueras! Aparte
Mas eres hombre.) ¿En qué os sirvo?
JUAN: Favorecerme podréis;
mas escuchaD: yo he venido,
como a noble, a suplicaros
como a quien sois, a pediros…
LEONOR: (¡Ah, falso!) Aparte
¿Cómo a muy vuestro
no decís, siendo el camino
más cierto para mandarme?
JUAN: Conózcoos por señor mío,
y, concluyendo argumentos,
quiero de una vez decirlo,
pues Estela me animó.
La Condesa…
LEONOR: ¡Buen principio!
Ea, pasad adelante.
JUAN: La condesa Estela, digo,
o ya por su gusto o ya
porque dio forzoso indicio
mi valor en la ocasión
que ya sabéis, de mis bríos,
puso los ojos en mí.
En mujer no fue delito.
Vióse obligada, bastó,
porque el común descuido
de las mujeres, comienza
por afecto agradecido.
Dio ocasión a mis desvelos,
dio causa a mis desatinos,
aliento a mis esperanzas,
acogida a mis suspiros;
de suerte que me juzgué
dueño feliz –¡qué delirio!–
de su belleza y su estado.
De España a este tiempo mismo
vinisteis, siendo a sus ojos
vuestra gallardía hechizo,
que suspendió de mis dichas
los amorosos principios.
A los semblantes de Estela,
Argos velador he sido,
sacando de cierta ciencia,
que sus mudables indicios
acreditan que me estima.
Y así, Leonardo, os suplico,
si algo os obliga mi ruego,
por lo que debe a sí mismo
quien es noble como vos,
que deis a mi pena alivio,
dejando su pretensión,
pues anterior habéis visto
la mía, y con tanta fuerza
de heroicos empeños míos.
Haced por mí esta fineza,
porque nos rotule el siglo,
si por generoso a vos
a mí por agradecido.
LEONOR: (¡Ah, ingrato, mal caballero!) Aparte
¡Bien corresponde tu estilo
a quien eres! Vuestras penas,
señor don Juan, habéis dicho
con tal afecto, tal ansia
que quisiera –¡por Dios vivo!
(poder sacaros el alma) Aparte
dar a su cuidado alivio.
Confieso que la Condesa
una y mil veces me ha dicho
que ha de ser mía, y que soy
el dueño de su albedrío
a quien amorosa ofrece
por víctima y sacrificio
sus acciones; mas ¿qué importa,
si diferentes motivos
si firmes obligaciones,
si lazos de amor altivos
me tienen rendida el alma?
Que otra vez quisiera, digo,
por hacer algo por vos
como quien soy, por serviros
y daros gusto, querer
a Estela y haberle sido
muy amante, muy fïel;
mas creed que en nada os sirvo,
pues mis dulces pensamientos
me tienen tan divertido
que en ellos está mi gloria;
y así, don Juan, imagino
que nada haga por vos.
JUAN: ¿Es posible que ha podido
tan poco con vos Estela?
LEONOR: Si no basta a persuadiros
mi verdad, este retrato
diga si es objeto digno
de mis finezas. (Agora, Aparte
ingrato, llega el castigo
de tanto aborrecimiento.)
JUAN: ¡Válgame el cielo! ¿Qué miro?
LEONOR: Mirad si esa perfección,
aquese garbo, ese aliño,
ese donaire, ese agrado…
JUAN: ¡Perdiendo estoy el jüicio!
LEONOR: …merecen que yo le olvide
por Estela.
JUAN: (Basilisco Aparte
mortal ha sido a mis ojos.
Parece que en él he visto
la cabeza de Medusa,
que en piedra me ha convertido,
que me ha quitado la vida.)
LEONOR: (De conveniencias y arbitrios Aparte
debe de tratar.) Parece
que estáis suspenso.
JUAN: Imagino
que vi otra vez esta dama
–¡ah cielos!– y que fue mío
este retrato. (Rindióse Aparte
esta vez a los peligros
de la verdad la razón.)
LEONOR: Advertid que le he traído
de España, y que es de una dama
a quien deben mis sentidos
la gloria de un dulce empeño
y a cuyas dichas, si vivo,
sucederán de Himeneo
los lazos alternativos
para cuya ejecución
a Bruselas he venido
pues no he de poder casarme
si primero no castigo
con un rigor un agravio,
con una muerte un delito.
JUAN: (¿Qué es esto que por mí pasa? Aparte
¨Es posible que he tenido
valor para oír mi afrenta?
¿Cómo de una vez no rindo
a la infamia los discursos,
la vida a los desperdicios
del honor? Leonor fue fácil;
y a los números lascivos
de infame, ¿tanta lealtad,
fe tan pura ha reducido?
Mas fue con nombre de esposo.
Aquí de vosotros mismos,
celos, que ya la disculpo.
Yo sólo el culpado he sido.
Yo la dejé. Yo fui ingrato.
¿Qué he de hacer en el abismo
de tan grandes confusiones?)
Don Leonardo…
LEONOR: (A partido Aparte
quiere darse ya este aleve.)
¿Qué decís?
JUAN: (No sé qué digo Aparte
que me abraso en rabia y celos,
que estoy en un laberinto
donde nos es posible hallar,
si no es con mi muerte, el hilo
pues Leonor no fue Ariadna.)
Con este retrato he visto
mi muerte.
LEONOR: (¡Ah, bárbaro, ingrato, Aparte
tan ciego, tan divertido
estás que no me conoces!
¿Hay más loco desatino
que el original no mira
y el retrato ha conocido?
¿Tal le tienen sus engaños?)
JUAN: (Mal mis pesares resisto.) Aparte
¿Qué empeños de amor debéis
a esta dama?
LEONOR: He merecido
sus brazos y sus favores;
a vuestro entender remito
lo demás.
JUAN: (¡Agora es tiempo, Aparte
locuras y desvaríos!
¡Agora, penas, agora
no quede lugar vacío
en el alma! Apoderaos
de potencias y sentidos.
Leonor fue común desdicha.
Rompa mi silencio a gritos
el respeto.) Esa mujer
ese monstruo, ese prodigio
de facilidad fue mía.
Dejéla y aborrecido
pueden más celos que amor.
Ya la adoro. Ya me rindo
al rapaz arquero alado;
pero ni aun hallo camino
matándoos para vivir,
pues la ofensa que me hizo
siempre vivirá en mis odios.
¿Quién imaginara el limpio
honor de Leonor manchado?
LEONOR: (Declaróse este testigo Aparte
aunque en mi contra en mi abono.
Todo lo que sabe ha dicho;
mas apretemos la cuerda.)
¿De suerte que mi enemigo
sois vos, don Juan?
JUAN: Sí, Leonardo.
LEONOR: ¡Que jamás Leonor me dijo
vuestro nombre! Quizá fue
porque el ilustre apellido
de Córdoba no quedase
en lo ingrato oscurecido.
Sólo dijo que en Bruselas
os hallaría, y que aviso
tendría en sus mismas cartas
del nombre. Ya le he tenido
de vos, y es buena ocasión
para mataros.
Sale don FERNANDO
FERNANDO: (¡Mi primo Aparte
y don Juan de pesadumbre!)
JUAN: ¡Don Fernando!
LEONOR: ¿Si habrá oído
lo que habl bamos?
JUAN: No sé;
sépalo el mundo.
LEONOR: Yo digo
que os podré matar, don Juan,
si no hacéis punto fijo
en guardar aqueste punto.
JUAN: Jamás a esos puntos sigo
cuando me enojo, Leonardo.
LEONOR: Yo tampoco cuando riño
porque el valor me gobierna,
no del arte los caprichos,
ángulos rectos o curvos;
mas a don Luis he visto
de Narváez, el famoso…
FERNANDO: (Los ojos y los oídos Aparte
se engañan.)
JUAN: Leonardo,
¿de qué habláis?
LEONOR: Del ejercicio
de las armas.
FERNANDO: ¿Cómo estáis,
don Juan, tan descolorido?
JUAN: En tratando de reñir,
no puedo más, a honor mío.
Leonardo, vedme.
Yéndose [don JUAN]
LEONOR: Sí, haré,
que he de seguir los principios
de vuestra doctrina. (¡Ah, cielos!) Aparte
JUAN: (¡Que luego Fernando vino Aparte
en esta ocasión!)
LEONOR: (¡Que en esta Aparte
ocasión haya venido
mi hermano! ¡Infelice soy!)
JUAN: A los jardines de Armindo
me voy esta tarde un rato.
Venid, si queréis, conmigo,
llevarán espadas negras.
LEONOR: Iré con gusto excesivo.
JUAN: ¿Quedáisos, Fernando?
FERNANDO: Sí.
JUAN: Pues adiós. Lo dicho, dicho,
don Leonardo.
LEONOR: Claro está.
[Vase don JUAN]
FERNANDO: ¿Fuése?
LEONOR: Sí.
FERNANDO: Estela me dijo,
no obstante, que la pretende
el príncipe Ludovico
de Pinoy, y que a don Juan
debe estar agradecido.
Sospecho que sólo a ti
inclina el desdén esquivo
de su condición, de suerte…
LEONOR: No prosigas.
FERNANDO: No prosigo,
pues ya lo entiendes, Leonardo.
A favor tan conocido,
¿qué le puedes responder
si no desdeñoso, tibio?
(Sabe el cielo cuánto siento, Aparte
cuando de adorarla vivo
que me haga su tercero.)
LEONOR: Pues, Fernando, si he tenido
acción al amor de Estela,
desde luego me desisto
de su pretensión.
FERNANDO: ¿Estás
loco?
LEONOR: No tengo jüicio.
(Deseando estoy que llegue Aparte
la tarde.)
FERNANDO: De tus desinios
quiero que me hagas dueño.
LEONOR: Aún no es tiempo. (Divertirlo Aparte
quiero con algún engaño.)
Ven conmigo.
FERNANDO: Voy contigo.
Vanse [don FERNANDO y doña LEONOR], y sale TOMILLO
TOMILLO: Después que bebí de aquel
negro chocolate, o mixto
de varias cosas que Flora
me brindó, estoy aturdido,
los ojos no puedo abrir.
Sale FLORA
FLORA: Siguiendo vengo a Tomillo
por si ha obrado el chocolate.
TOMILLO: Doy al diablo lo que miro
si lo veo; aquí me acuesto
un rato. ¡Qué bien mullido
está el suelo! No parece
Échase
sino que aposta se hizo
para quebrarme los huesos.
Esto es hecho. No he podido
sustentar la competencia;
sueño, a tus fuerzas me rindo.
Duerme
FLORA: Como una piedra ha quedado.
Lindamente ha obrado el pisto;
pero vamos al expolio
en nombre de San Cirilo.
Vale sacando de las faltriqueras
Comienzo. Ésta es bigotera.
Tendrá cuatrocientos siglos.
Según parece éste es
lienzo. ¡Qué blanco, qué limpio,
ostenta sucias rüinas
de tabaco y romadizo!
Ésta es taba. ¡Gran reliquia
de mártir trae consigo
este menguado! Ésta es
baraja. Devoto libro
de fray Luis de Granada
de oraciones y ejercicios.
El bolsillo no parece
y de hallarle desconfío,
que en tan ilustres despojos
ni le hallo ni le miro.
¿Qué es aquesto? Tabaquera
de cuerno. ¡Qué hermoso aliño,
parto, al fin, de su cosecha,
honor de su frontispicio!
Hombres, –¡que aquesto os dé gusto!–
yo conozco cierto amigo
que se sorbió entre el tabaco
el polvo de dos ladrillos.
Doyle vuelta a este otro lado.
Haré segundo escrutinio.
Vuélvele
¡Cómo pesa el picarón!
¡San Onofre, San Patricio,
que no despierte! Éstas son
marañas de seda e hilo,
y el cigarro del tabaco,
que no se le escapa vicio
a este sucio. Éste, sin duda,
es el precioso bolsillo,
a quien mis miedos consagro
y mis cuidados dedico.
¡Jesús, cuántos trapos tiene!
Va contando capas
Uno, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho. Es imposible
contar; mas –¡oh dulce archivo
de escudos y de esperanza!–
con reverencia te miro.
Sácale
Depositario dichoso
de aquel metal atractivo
que a tantos Midas y Cresos
puede ocasionar delitos,
al corazón te traslado,
metal generoso y rico,
y voy antes que despierte,
y esas alhajas remito
a su cuidado el guardarlas
cuando olvide el parasismo.
Vase FLORA y sale RIBETE
RIBETE: Leonor anda alborotada
sin decirme la ocasión;
ni escucha con atención
ni tiene sosiego en nada.
Hame ocultado que va
aquesta tarde a un jardín
con don Juan, no sé a qué fin.
¡Válgame Dios! ¿Qué será?
Sus pasos seguir pretendo,
que no puedo presumir
bien de aquesto.
TOMILLO: Tal dormir…
Un año ha que estoy durmiendo
y no puedo despertar.
Vuélvome de este otro lado.
RIBETE: Este pobrete ha tomado
algún lobo.
TOMILLO: No hay que hablar.
RIBETE: ¡Ah, Tomillo! ¿Duermes?
TOMILLO: No.
RIBETE: ¿Pues qué? ¿Sueñas?
TOMILLO: No, tampoco.
Si duermo pregunta el loco
cuando ya me despertó.
RIBETE: ¿Son aquestas baratijas
tuyas?
Levántase TOMILLO
TOMILLO: No sé. ¿Qué es aquesto?
¬Mi bolso!
Turbado busca
RIBETE: ¿Donde le has puesto?
TOMILLO: No sé.
RIBETE: Aguarda. No te aflijas.
Busquémosle.
TOMILLO: ¿Qué es buscar?
Quitádome ha de cuidado
el que tan bien le ha buscado
pues no le supe guardar.
¡Ay, bolso del alma mía!
RIBETE: Hazle una prosopopeya.
TOMILLO: “Mira, Nero de Tarpeya,
a Roma cómo se ardía.”
¿Partamos, quieres, Ribete,
hermanablemente?
RIBETE: ¿Qué?
¡Voto a Cristo que le dé!
Mas déjole por pobrete.
¿No me conoces?
TOMILLO: Ya estoy
al cabo. ¡Ay, escudos míos!
RIBETE: Por no hacer dos desvaríos
con este triste, me voy,
y porque no le suceda
a Leonor algún disgusto.
Vase RIBETE
TOMILLO: Flora me ha dado este susto.
Esta vez, vengada queda.
Vase [TOMILLO] y sale don JUAN
JUAN: El tropel de mis desvelos
me trae confuso y loco,
que el discurso enfrena poco
si pican muchos los celos.
No es posible hallar medio
mi desdicha en tanta pena.
Mi ingratitud me condena,
y el morir sólo es remedio.
Pues morir, honor, morir,
que la ocasión os advierte
que vale una honrada muerte
más que un infame vivir.
Bien se arguye mi cuidado.
–¡Ay, honor!– pues no reposo,
desesperado y celoso.
Sale doña LEONOR
LEONOR: Perdóname si he tardado,
que me ha detenido Estela
mandándome que la siga.
JUAN: No me da su amor fatiga
cuando mi honor me desvela.
Yo os he llamado, Leonardo,
para mataros muriendo.
LEONOR: Don Juan, lo mismo pretendo.
[Sale] RIBETE a la puerta
RIBETE: ¡Grandes requiebros! ¿Qué aguardo?
No he temido en vano. Apriesa
a llamar su hermano voy,
que está con Estela hoy.
Leonor, se acaba tu empresa.
Vase [RIBETE]
LEONOR: Hoy, don Juan, se ha de acabar
toda mi infamia –¡por Dios!–
porque matándoos a vos
libre me podré casar
con quien deseo.
JUAN: Esa dicha
bien os podrá suceder,
mas no a mí, que vengo a ser
el todo de la desdicha.
De suerte que, aunque mi espada
llegue primero, no importa,
pues aunque muráis, no acorta
en mí esta afrenta pesada,
este infame deshonor;
porque no es razón que pase
por tal infamia y me case
habiendo sido Leonor
fácil, después de ser mía,
con vos. Y si me matáis,
con ella viuda os casáis.
Mirad si dicha sería
vuestra; mas no ha de quedar
esta vez de aquesa suerte.
Yo os tengo de dar la muerte;
procuradme vos matar;
porque muriendo los dos
como ambas vidas se acabe
un tormento en mí tan grave,
en bien tan dichoso en vos.
LEONOR: Don Juan, mataros deseo,
no morir, cuando imagino
de aquel objeto divino
ser el venturoso empleo.
Acortemos de razones,
que en afrentas declaradas
mejor hablan las espadas.
………………….
Sacan las espadas y salen don FERNANDO y [el príncipe] LUDOVICO
FERNANDO: [Eso es lo que voy diciendo.]
En este instante me avisa
Ribete, que a toda prisa
venga, Príncipe, y riñendo
están don Juan y Leonardo.
¿Qué es esto?
LUDOVICO: Pues, caballeros,
¿amigos y los aceros
desnudos?
FERNANDO: Si un punto tardo
sucede…
JUAN: ¿Fuera posible?
(¡Nada me sucede bien! Aparte
¡Ah, ingrata Fortuna! ¿A quién,
sino a mí, lance terrible?)
FERNANDO: ¿Fue aquesto probar las armas?
¿Venir a ejercer fue aquesto
las espadas negras? ¿Son
estos los ángulos rectos
de don Luis de Narváez
y el entretener el tiempo
en su loable ejercicio?
Don Juan, ¿con mi primo mesmo
reñís? ¿Ésta es la amistad?
JUAN: (¡En qué de afrentas me has puesto, Aparte
Leonor!)
FERNANDO: No hay más atención
a que es mi sangre, mi deudo,
a que es de mi propia casta,
ya que soy amigo vuestro.
¿Tan grande ha sido el agravio,
que para satisfacerlo
no basta el ser yo quien soy?
Vos, primo, ¿cómo tan necio
buscáis los peligros, cómo
os mostráis tan poco cuerdo?
LEONOR: Yo hago lo que me toca.
Sin razón le estás diciendo
oprobios a mi justicia.
FERNANDO: Decidme, pues, el suceso.
LEONOR: Don Juan lo dirá mejor.
JUAN: (¿Cómo declararme puedo, Aparte
agraviado en las afrentas
y convencido en los riesgos?)
FERNANDO: ¿Qué es esto? ¿No respondéis?
JUAN: (¡Que esto permitan los cielos!) Aparte
Diga Leonardo la causa.
(De pesar estoy muriendo.) Aparte
LEONOR: Pues gustas de que publique
de tus mudables excesos
el número, Ludovico
y Fernando, estad atentos:
Pues ya te hizo don Juan
–¡oh, primo!– de los secretos
de su amor y su mudanza,
como me dijiste, [luego]
que se vino, y lo demás
sucedido, y en efecto,
que sirvió a Estela, que aleve
intentó su casamiento,
óyeme y sabrás lo más
importante a nuestro cuento.
Doña Leonor de Ribera,
tu hermana, hermoso objeto
del vulgo y las pretensiones
de infinitos caballeros,
fue, –no sé cómo lo diga–
FERNANDO: Acaba, Leonardo, presto.
JUAN: Espera, espera, Leonardo.
(Todo me ha cubierto un hielo. Aparte
¡Si es hermana de Fernando!
¿Hay más confuso tormento?)
LEONOR: Digo, pues, que fue tu hermana
doña Leonor, de los yerros
de don Juan causa.
JUAN: (Acabó Aparte
de echar la Fortuna el resto
a mis desdichas.)
FERNANDO: Prosigue,
prosigue, que estoy temiendo
que para oírte me falte
el juicio y el sufrimiento.
(¡Ah, mal caballero, ingrato, Aparte
bien pagabas mis deseos
casándote con Estela!)
LEONOR: Palabra de casamiento
le dio don Juan, ya lo sabes,
disculpa que culpa ha hecho
la inocencia en las mujeres;
mas dejóla, ingrato, a tiempo
que yo la amaba, Fernando,
con tan notables efectos,
que el alma dudó tal vez
respiraciones y alientos
en el pecho, y animaba
la vida en el dulce incendio
de la beldad de Leonor
corrida en los escarmientos
de la traición de don Juan.
Y obligándome primero
con juramentos –que amando
todos hacen juramentos–
me declaró de su historia
el lastimoso suceso
con más perlas que palabras;
mas yo, amante verdadero,
la prometí de vengar
su agravio, y dando al silencio
con la muerte de don Juan
la ley forzosa del duelo,
ser su esposo y lo he de ser,
don Fernando, si no muero
a manos de mi enemigo.
A Flandes vine, sabiendo
que estaba en Bruselas. Soy
noble, honor sólo profeso.
Ved si es forzoso que vengue
este agravio, pues soy dueño
de él y de Leonor también.
JUAN: No lo serás. ¡Vive el cielo!
FERNANDO: ¿Hay mayores confusiones?
¡Hoy la vida y honor pierdo!
¡Ah, hermana fácil! Don Juan,
mal pagaste de mi pecho
las finezas.
JUAN: (De corrido Aparte
a mirarle no me atrevo.)
A saber que era tu hermana…
FERNANDO: ¿Qué hicieras? No hallo medio
en tanto mal, Ludovico.
LEONOR: Yo la adoro.
JUAN: Yo la quiero.
LEONOR: (¡Qué gusto!) Aparte
JUAN: (¡Qué pesadumbre!) Aparte
LEONOR: (¡Qué satisfacción!) Aparte
JUAN: (¬Qué celos!) Aparte
Yo no me puedo casar
con doña Leonor, es cierto,
aunque muera Leonardo;
antes moriré primero.
¡Ah, si hubiera sido honrada!
FERNANDO: ¡Qué laberinto tan ciego!
Dice bien don Juan, bien dice,
pues si casarla pretendo
con Leonardo, ¿cómo puede,
vivo don Juan? Esto es hecho.
Todos hemos de matarnos.
Yo no hallo otro remedio.
LUDOVICO: Ni yo le miro –¡por Dios!–
Y ése es bárbaro y sangriento.
LEONOR: En efecto, si Leonor
no rompiera el lazo estrecho
de tu amor, y si no hubiera
admitido mis empeños,
¿la quisieras?
JUAN: La adorara.
LEONOR: Pues a Leonor verás presto,
y quizá de tus engaños
podrás quedar satisfecho.
JUAN: ¿Dónde está?
LEONOR: En Bruselas.
JUAN: ¿Cómo?
LEONOR: Esperad aquí un momento.
Vase doña LEONOR y salen ESTELA, LISARDA, FLORA, RIBETE,
TOMILLO
ESTELA: ¿Don Leonardo con don Juan
de disgusto?
RIBETE: Así lo entiendo.
TOMILLO: ¡Ay, mi bolso y mis escudos!
LISARDA: No está Leonardo con ellos.
ESTELA: Señores, ¿qué ha sucedido?
FERNANDO: No sé qué os diga, no puedo
hablar.
LISARDA: Ludovico, escucha.
LUDOVICO: (De ver a Estela me ofendo, Aparte
después que oí a mis oídos
tan desairados desprecios.)
¿Qué decís, Lisarda hermosa?
LISARDA: Don Leonardo, ¿qué se ha hecho?
¿Dónde está?
LUDOVICO: Escuchad aparte.
FERNANDO: (¡Qué mal prevenidos riesgos! Aparte
Hoy he de quedar sin vida
o ha de quedar satisfecho
mi deshonor. ¡Ay, hermana,
el jüicio estoy perdiendo!)
TOMILLO: Flora, vamos a la parte.
FLORA: ¿A qué parte, majadero?
TOMILLO: Ribete…
RIBETE: ¿Qué es lo que dice?
TOMILLO: Digo que soy un jumento.
RIBETE: ¿Dónde está Leonor? ¡Que se haya
metido en tales empeños!
Sale doña LEONOR, dama bizarra
LEONOR: Hermano, Príncipe, esposo,
yo os perdono el mal concepto
que habéis hecho de mi amor,
si basta satisfaceros
haber venido constante
y resuelta…
RIBETE: ¿Qué es aquesto?
LEONOR: Desde España hasta Flandes,
y haberme arrojado al riesgo
de matarme tantas veces;
la primera, en el terrero
retirando a Ludovico
y a mi propio esposo hiriendo,
y hoy, cuando guardó a Palacio
mi valor justo respeto,
y deslumbrando a mi hermano,
fingir pude engaños nuevos,
y ahora, arrojada y valiente,
por mi casto honor volviendo,
salí a quitarle la vida
y lo hiciera –¡vive el cielo!–
a no verle arrepentido,
que tanto puede en un pecho
valor, agravio y mujer.
Leonardo fui, mas ya vuelvo
a ser Leonor. ¿Me querrás?
JUAN: Te adoraré.
RIBETE: Los enredos
de Leonor tuvieron fin.
FERNANDO: Confuso, hermana, y suspenso
me ha tenido tanto bien.
LUDOVICO: ¿Hay más dichoso suceso?
ESTELA: ¿Leonardo? ¿Así me engañabas?
LEONOR: Fue fuerza, Estela.
ESTELA: Quedemos
hermanas, Leonor hermosa.
Fernando, ¿de esposo y dueño
me das la mano?
FERNANDO; Estas dichas
causó Leonor. Yo soy vuestro.
LUDOVICO: Ganar quiero tu belleza,
Lisarda hermosa. Pues pierdo
a Estela, dame tu mano.
LISARDA: La mano y el alma ofrezco.
RIBETE: Flora, de tres para tres
han sido los casamientos.
Tú quedas para los dos
y entrambos te dejaremos,
para que te coman lobos,
borrica de muchos dueños…
ESTELA: Yo te la doy, y seis mil
escudos.
RIBETE: Digo que acepto
por los escudos, pues bien
los ha menester el necio
que se casa de paciencia.
TOMILLO: Sólo yo todo lo pierdo;
Flora, bolsillo y escudos.
LEONOR: Aquí, senado discreto,
valor, agravio y mujer
acaban. Pídeos su dueño,
por mujer y por humilde,
que perdonéis sus defectos.
FIN DE LA COMEDIA
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