Алонсо де Гонгора Мармолехо. История Чили со времен открытия и до 1575 года.
Alonso de Góngora Marmolejo. Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año 1575.
/compuesta por el capitán Alonso de Góngora Marmolejo/
Índice
Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año 1575
o Capítulo I
Que trata de la descrición y tierra de Chile desde el valle de Copiadó, ques al principio y entrada, hasta la ciudad de Castro, último del reino
o Capítulo II
De cómo el adelantado don Diego de Almagro vino al descubrimiento de Chile y por dónde se descubrió
o Capítulo III
De cómo Pedro de Valdivia salió del Pirú a la conquista de Chile por tierra: y la causa que a ello le movió
o Capítulo IV
De cómo Pedro de Valdivia pobló la ciudad de Santiago y los indios vinieron sobre los españoles y lo demás que acaeció. Está poblada la ciudad de Santiago en treinta y tres grados
o Capítulo V
De cómo Pedro de Valdivia envió al Pirú al capitán Alonso de Monroy por gente y de lo que sucedió
o Capítulo VI
De las cosas que hizo Valdivia después que llegó el capitán Alonso de Monroy a Santiago
o Capítulo VII
De las cosas que acaecieron en Chile después que Valdivia salió del reino
o Capítulo VIII
De las cosas que hizo Villagra después que quedó por capitán de Valdivia, y de la muerte de Pedro Sancho
o Capítulo IX
De cómo volviendo Valdivia a Chile por gobernador, el capitán Pedro de Hinojosa le volvió preso del camino por orden del presidente Gasca
o Capítulo X
De cómo Valdivia salió de Santiago a conquistar la tierra de Arauco y de la batalla que los indios le dieron en el valle de Andalien
o Capítulo XI
De cómo Valdivia pobló la ciudad de la Concepción y de cómo los indios vinieron a pelear con él y los desbarató. Está esta ciudad poblada en treinta grados y medio
o Capítulo XII
De cómo Valdivia mandó a Jerónimo de Alderete fuese a descubrir la provincia de Arauco, y cómo Valdivia pobló la ciudad imperial en 38 grados
o Capítulo XIII
De cómo Valdivia salió de la Concepción para ir a poblar la ciudad de Valdivia y ciudad rica y de lo que le acaeció a Francisco de Villagra en el Pirú hasta que vino a Chile
o Capítulo XIV
De cómo se le alzó la tierra a Valdivia y la causa que para ello hubo; y de cómo saliendo a la pacificación le dieron los indios una gran batalla en que lo mataron a él y cuantos con él iban
o Capítulo XV
De las cosas que acaescieron en Chile después de la muerte de Valdivia
o Capítulo XVI
De las cosas que hizo Francisco de Villagra después que supo la muerte de Valdivia, y de cómo yéndola a castigar lo desbarataron los indios
o Capítulo XVII
De cómo Francisco de Villagra despobló la ciudad de la Concepción y las causas que lo movieron
o Capítulo XVIII
De las cosas que hizo Villagra después que despobló la Concepción y llegó a Santiago
o Capítulo XIX
De las cosas que hizo Villagra después de ido el navío a los reyes, y de lo que se proveyó
o Capítulo XX
De las cosas que acaecieron en este tiempo en la ciudad Imperial y ciudad de Valdivia
o Capítulo XXI
De lo que acaeció en la ciudad de Santiago después que Villagra dejó el cargo de capitán general
o Capítulo XXII
De cómo vino de el audiencia de los reyes proveído Villagra por corregidor de todo el reino, y de lo que hizo
o Capítulo XXIII
De cómo don García de Mendoza entró en Chile y, rescebido por gobernador, las cosas que hizo
o Capítulo XXIV
De cómo don García de Mendoza llegó a el puerto de la Concepción, y de lo que acaeció hasta que llegaron los de a caballo por tierra
o Capítulo XXV
De cómo don García ordenó compañías de a pie y de a caballo, y de la orden que tuvo para pasar el río Biobio y la batalla que los indios le dieron
o Capítulo XXVI
De cómo salió el campo de Arauco para ir a Tucapel, y de la batalla que le dieron los indios en Millarapue
o Capítulo XXVII
De cómo don García de Mendoza pobló la ciudad de Cañete, y de lo que allí le sucedió
o Capítulo XXVIII
De cómo don García salió de Cañete para ir a poblar en lo que Valdivia, había descubierto, y de lo que acaeció en Cañete al capitán reinoso
o Capítulo XXIX
De como don García fue a poblar la ciudad de Osorno, y de lo demás que hizo [en] aquella jornada
o Capítulo XXX
De cómo don García llegó a Cañete y de las cosas que hizo, y de cómo desbarató el fuerte que los indios tenían hecho en Quiapo, y del castigo que en ellos hizo
o Capítulo XXXI
De las cosas que hizo don garcía llegado a la concepción
o Capítulo XXXII
De cómo don García se fué a la ciudad de Santiago, donde tuvo nueva de la muerte de su padre el Marqués de Cañete, y la oración que hizo al pueblo cuando se quiso ir
o Capítulo XXXIII
De cómo Francisco de Villagra vino por gobernador a Chile y del rescebimiento que se le hizo en la ciudad de Santiago, y de lo que él hizo después
o Capítulo XXXIV
De cómo Francisco de Villagra salió a la primavera de la ciudad de Santiago para ir a la de Cañete por la provincia de arauco, y de lo que hizo
o Capítulo XXXV
De cómo Francisco de Villagra llegó a la ciudad de Valdivia, e yendo a la concepción por la mar con viento contrario fué a la nueva Galicia, y de las cosas que le acaescieron
o Capítulo XXXVI
De cómo Francisco de Villagra envió su hijo Pedro de Villagra a desbaratar un fuerte en compañía del licenciado Altamirano, que era su maestre de campo, y de lo que en la jornada le sucedió
o Capítulo XXXVII
De lo que hizo Francisco de Villagra después que tuvo nueva de la pérdida de Mareguano
o Capítulo XXXVIII
De cómo se alborotaron los indios de toda la provincia viendo despoblada aquella ciudad, y de cómo fueron sobre la ciudad de Angol y los desbarató don Miguel de Velasco
o Capítulo XXXIX
De cómo todos los caciques y señores principales de toda la provincia se conjuraron y vinieron sobre la casa fuerte de Arauco, y lo que subcedió
o Capítulo XL
De cómo los indios de toda la provincia se juntaron y vinieron a poner cerco a los cristianos que estaban en el fuerte de Arauco, y de lo que sucedió
o Capítulo XLI
De cómo Francisco de Villagra envió a castigar la muerte de Bernardo de Huete, y de cómo queriendo Martín de Peñalosa y Francisco Talaverano salir del reino fueron muertos por justicia
o Capítulo XLII
De la muerte de Francisco de Villagra y de la manera que murió
o Capítulo XLIII
De las cosas que hizo Pedro de Villagra después que fué rescebido al gobierno
o Capítulo XLIV
De cómo el gobernador Pedro de Villagra envió al capitán Lorenzo Bernal en el galeón del rey a hacer gente a la ciudad de Valdivia en compañía del capitán Gabriel de Villagra, y de lo que hicieron
o Capítulo XLV
De cómo llegó el capitán Juan Pérez de Zurita a la ciudad de Angol, y viniendo a la Concepción con cuarenta soldados, fué desbaratado por Millalelmo, valiente indio y plático de guerra
o Capítulo XLVI
De cómo se juntaron los indios de la comarca de Angol y vinieron sobre la ciudad por tres partes, y fueron desbaratados por el capitán Lorenzo Bernal
o Capítulo XLVII
De cómo los indios de la comarca y término de la Concepción vinieron a ponelle cerco estando el gobernador Pedro de Villagra en ella, y de las cosas que acaescieron
o Capítulo XLVIII
De las cosas que hizo el gobernador Pedro de Villagra después de levantado el cerco de la Concepción, y de lo que sucedió al capitán Gabriel de Villagra queriendo ir a la ciudad de Valdivia
o Capítulo XLIX
De lo que hizo Pedro de Villagra aquel invierno en Santiago, y de cómo al verano salió a hacer la guerra, y de lo que le sucedió
o Capítulo L
De cómo yendo Loble a socorrer los indios que estaban en el fuerte se encontró en el llano con Pedro de Villagra, y lo que acaesció
o Capítulo LI
De cómo estando el gobernador Pedro de Villagra en la ciudad de Santiago, llegó al puerto el capitán Costilla con docientos hombres y tres piezas de artillería que el licenciado Castro, gobernador del Pirú, enviaba a Chile, y de lo demás que acaesció
o Capítulo LII
De lo que hizo el gobernador Rodrigo de Quiroga después que fué rescebido al gobierno
o Capítulo LIII
De cómo el gobernador Rodrigo de Quiroga hizo consulta de guerra con todos los capitanes que llevaba en su campo por dónde se entraría a hacer la guerra a Arauco y a Tucapel, y de lo que se acordó
o Capítulo LIV
De cómo yendo el gobernador Rodrigo de Quiroga para entrar en Arauco por la montaña de Talcamanida pelearon los indios con él, y de lo demás que sucedió
o Capítulo LV
De cómo el gobernador Rodrigo de Quiroga salió de la ciudad de Cañete a hacer la guerra y atraer de paz la provincia de Arauco, y de lo que hizo
o Capítulo LVI
De cómo el gobernador Rodrigo de Quiroga salió de la ciudad de Cañete con ciento y cincuenta hombres de a caballo a correr la provincia, y de cómo los indios vinieron sobre la ciudad y de lo que acaesció
o Capítulo LVII
De cómo el maestro de Campo pasó a invernar de la otra parte de Arauco sobre Tavolevo, y de lo que hizo
o Capítulo LVIII
De cómo el general Martín Ruiz de Gamboa, por orden del gobernador Rodrigo de Quiroga, fué a poblar la ciudad de Castro y de lo que hizo. Está esta ciudad poblada en cuarenta y tres grados
o Capítulo LIX
De cómo los oidores llegaron a la Concepción y asentaron el audiencia, y de las cosas que hicieron
o Capítulo LX
De cómo los oidores dieron provisión de general a don Miguel de Velasco y le encargaron la guerra, y de lo que hizo
o Capítulo LXI
De las cosas que acaescieron después que el general don Miguel recibió la gente que le enviaron los oidores, y de lo que hizo aquel verano
o Capítulo LXII
De cómo llegó el doctor Saravia al reino de Chile y del rescebimiento que se le hizo en la ciudad de Santiago
o Capítulo LXIII
De cómo el gobernador Saravia salió de Santiago para ir a la Concepción, y de cómo nombró por su general a don Miguel de Velasco, y de las cosas que acaescieron
o Capítulo LXIV
De cómo el gobernador Saravia hizo consulta de guerra con los capitanes que llevaba, y la plática que propuso por dónde se acertaría mejor a hacer, y de lo que se proveyó
o Capítulo LXV
De cómo el gobernador Saravia envió al general don Miguel a deshacer una junta de indios, y cómo después de venido le mandó ir a deshacer el fuerte de Catiray, y donde lo desbarataron, y lo demás que acaeció
o Capítulo LXVI
De lo que hizo el gobernador Saravia después de la pérdida de Catiray
o Capítulo LXVII
De lo que hizo el general Martín Ruiz de Gamboa después que llegó a Cañete, y de lo que le sucedió
o Capítulo LXVIII
De cómo Martín Ruiz salió a buscar bastimento para sustentarse en la ciudad, y de lo que le sucedió
o Capítulo LXIX
De las cosas que acaescieron en la ciudad de Cañete después del suceso de Payllataro
o Capítulo LXX
De las cosas que pasaron entre el gobernador y general Martín Ruiz después que llegó Saravia a la Concepción, y de cómo se despobló la ciudad de Cañete
o Capítulo LXXI
De lo que hizo el gobernador Saravia después que despobló la ciudad de Cañete y casa fuerte de Arauco, y de lo demás que acaesció
o Capítulo LXXII
De las cosas que acaescieron en la Concepción después que el gobernador Saravia se fue a Santiago
o Capítulo LXXIII
De cómo llegó a Santiago don Miguel de Velasco con docientos hombres que le dió el visorrey don Francisco de Toledo para socorrer a Chile, y de lo que hizo
o Capítulo LXXIV
De lo que hizo el gobernador Saravia después que envió a don Miguel de Velasco al socorro de Angol, y de lo que acaesció a don Miguel en Puren
o Capítulo LXXV
De lo que hizo el gobernador Saravia después que tuvo nueva del suceso de Puren
o Capítulo LXXVI
De lo que hizo el gobernador Saravia después que se concertó con los vecinos de Valdivia
o Capítulo LXXVII
De cómo el licenciado Juan de Torres de Vera fué a castigar un motín que se hacía en la ciudad de Valdivia, y de lo que acaesció en la ciudad de Osorno en aquel tiempo
o Capítulo LXXVIII
De lo que acaesció en Chile hasta que el gobernador Saravia dejó el gobierno y entró en la ciudad de Santiago el licenciado Gonzalo Calderón
Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado. Vicios y virtudes que han tenido desde el año de 1536 que lo descubrió el Adelantado don Diego de Almagro hasta el año de 1575 que lo gobierna el doctor Saravia, compuesta por el capitán Alonso de Góngora Marmolejo, natural de la villa de Carmona, dirigida al ilustrísimo señor licenciado don Juan de Ovando, presidente del Real Consejo de las Indias por su majestad del rey don Felipe nuestro Señor.
Ilustrísimo señor:
Si los acaecimientos grandes y hechos de hombres valerosos no anduvieran escriptos, de tantos como han acaecido por el mundo, bien se cree, ilustrísimo señor, que de muy poco dello tuviéramos noticia, si algunas personas virtuosas no hubieran tomado trabajo de los escrebir. ¿Quién tuviera noticia de los griegos acabo de tantos años, estando sus ciudades antiguas y valerosas por tierra y que casi no hay memoria dellas, mas de sólo las ruinas que dan a entender haber sido algo? Si tenemos entera plática de los grandes fechos de sus fundadores y valerosos capitanes, de que tan llenos están los libros de todas naciones, la causa, a lo que dice Salustio, autor grave, ha sido: en aquel tiempo, como se preciaban tanto de la virtud como hombres sabios, entendiendo que con la vida todo se acababa, procuraron escrebir todas las cosas que en su tiempo acaecían; de condición que aun casi menudencia alguna no dejaron, como parece por libros que de apotegmas andan intitulados y otros al mesmo propósito. Pues si V.ª S.ª vuelve los ojos a mirar y considerar los hechos de los romanos, en tanto tuvieron a los extranjeros que los escrebían, como a los mesmos ciudadanos que los obraban. Bien se entiende que los que a ellos les acaecían por el mundo, no sólo los hacían romanos, pues es cierto que en sus legiones llevaban muchos de otras naciones; defraudando la gloria para sí, no atribuyendo ninguna a los demás, dejaron la causa tan confusa, que lo que hallamos escripto aquello damos crédito: y como eran honradores de los que escrebían, halláronlos tales, que con su elocuencia mucha levantaron sus hechos en tanta manera, que las demás naciones los tienen por espejo y dechado; y si a otros honraron en casos grandes fué para más gloria suya, que al cabo ellos los vencieron y triunfaron de sus reinos. Y ansí pareciéndome que los muchos, trabajos e infortunios que en este reino de Chile de tantos años como ha que se descubrió han acaecido, más que en ninguna parte otra de las Indias, por ser la gente que en él hay tan belicosa, y que ninguno hasta hoy había querido tomar este trabajo en prosa, quise tomallo yo; aunque don Alonso de Arcila, caballero que en este reino estuvo poco tiempo en compañía de don García de Mendoza, escrebió algunas coses acaecidas en su Araucana, intitulando su obra el nombre de la provincia de Arauco; y por no ser tan copiosa cuanto fuera necesario para tener noticia de todas las cosas del reino, aunque por buen estilo, quise tomallo desde el principio hasta el día de hoy, no dejando cosa alguna que no fuese a todos notoria; aunque bien sé que dello como los demás escriptores no saco más de mi desvelamiento, solicitud y cuidado de recopilar lo pasado y presente por la mejor orden a mi posible; porque la malicia el día de hoy es mayor que nunca ha sido, y si algo ven mal ordenado, en aquello hacen pie y de lo de más murmuran, no teniendo atención, que no hace poco el que da lo que tiene. Mas como mi fin y deseo no sea cumplir con los tales detractadores, entiendo quel que fuere virtuoso lo bueno loará, y lo que no estuviere tal, enmendará. Con esta intinción quise llegar mi obra al cabo, entendiendo, muchos se holgarán de saber en el cabo del mundo gente desnuda, bárbara y sin armas sea tan belicosa, ardidosa y arriscada por la defensión de su tierra, como es la de esta provincia, y por darle el talento que merece, acordé este mi trabajo derigillo a V.ª S.ª para que debajo de su protección y amparo pueda pasar seguro por cualquier parte, tomándolo por bien empleado, pues es para dar a V.ª S.ª algún rato de entretenimiento en el tiempo desocupado que tuviere, porque de tierra tan ignota y que tantos años ha que la guerra en ella dura, se holgara. V.ª S.ª lo reciba como de servidor y aficionado, cuya ilustrísima persona Dios sea servido guardar por largos y bienaventurados tiempos con acrecentamiento de mayor estado como V.ª S.ª Ilustrísimo señor, verdadero servidor de V.ª S.ª ALONSO DE GÓNGORA MARMOLEJO.
Capítulo I
Que trata de la descrición y tierra de Chile desde el valle de Copiadó, ques al principio y entrada, hasta la ciudad de Castro, último del reino
Es el reino de Chile y la tierra de la manera de una vaina despada, angosta y larga. Tiene por la una parte la mar del Sur, y por la otra la Cordillera Nevada que lo va prolongando todo él; y habrá en esta distancia de la mar a la Cordillera, por unas partes diez y seis leguas, y por otras diez y ocho, y veinte por lo más largo y anal poco mía o menos. La Cordillera está nevada todo el año, y es tan brava a la aparencia de la vista, como lo es la que pasa y divide a Italia de la Francia y a Alemania de la Italia, y hay por ella valles que se pasan a sus tiempos de la otra parte, y anal la andan los naturales en sus contractaciones, y españoles la han pasado algunas veces para tomar plática de la tierra. Esta distancia que hay desde la mar del Sur a la Cordillera está poblada de indios, en unas partes más y en otras menos, conforme a la condición y dispusición de la tierra. Hay desde el valle de Copiapó hasta la ciudad de Castro trecientas leguas, todo poblado de naturales, y en esta longitud diez ciudades pobladas de españoles. La gente de este reino, es belicosa conforme a la costelación de cada ciudad en donde está poblada. Hay muchas minas de oro ricas por toda la tierra, y es la gente della de mucho trabajo, buen servicio y entendimiento, aunque bárbaros. Tiene muchos ríos, que corren desde la Cordillera Nevada a entrar en la mar del Sur, de mucha agua, en los cuales no se halla oro, mas hállase en otros ríos menores, en donde se saca. Son las mejores aguas que se cree haber en el mundo y más sanos; y es la tierra de tan buenos aires y tan sanos, que no se ha visto enfermar nadie por ellos. En unas partes llueve mucho los inviernos y en otras poco, conforme a los grados en que está la tal tierra; porque en trecientas leguas es cierto ha de hacer diferencia en unas partes más que en otras. Hay así mesmo por la Cordillera muchos volcanes por toda ella que echan fuego de sí de ordinario, y más en el invierno que en el verano, y muchos lagos al pie de los tales volcanes, y cerca dellos muchos metales de cobre, plomo, hierro, bronce, en grandísima cantidad. En unas partes se cría la comida, que son simenteras en el campo, con agua que sacan de los ríos y la llevan por acequias a regar sus heredades, como es en Santiago y ciudad de la Serena; en las demás del reino críase con agua llovediza. Es en parte tierra llana y en parte doblada de valles y cerros ásperos, aunque muy fructíferos, y es la gente muy suelta. Andan vestidos con unas camisas sin mangas y algunos traen zaragüeles: traen el cabello cortado por debajo de la oreja y por cima de los ojos. Es gente bien agestada, por la mayor parte blanca, bien dispuestos, amigos en gran manera de seguir la guerra y defender su tierra, para lo cual han grandísima obediencia a sus mayores, y tienen por orden cuando quieren pelear, y saben que extraños entran en sus tierras, ponelles en el camino ramos de un árbol, que los españoles llaman canela, y en ellos atravesadas flechas untadas con sangre; y cuando quieren servir y estar a lo que les mandaren, les ponen en el camino ramos de arrayán, dando por allí a entender la voluntad que tienen. Nunca jamás han peleado con españoles, que han sido infinitas veces, que primero no lo hagan saber y envíen a decir. Son grandes enemigos de españoles y de toda gente extranjera, y entre sí la gente más bien partida que hasta hoy se ha visto en las Indias. Cógese mucho trigo, cebada y todas las demás legumbres d’España se dan muy bien: danse las frutas y los árboles della mejor que en España; porques cosa de admiración la mucha fruta que produce, en especial en estas dos ciudades ques donde dicho tengo que se da en tanta abundancia; porque en las demás del reino, conforme al temple que tienen dan lo que se planta. Críanse buenos caballos, mucho ganado de toda suerte, lanas muchas y muy buenas colores para tinta. La mar y la costa della tiene grandes pesquerías, buenos puertos para navegantes. Córrese toda la costa del reino de Chile norte y sur, los cuales dos vientos reinan todo el año, aunque algunas veces hace viento poniente que llaman en el reino travesía: éste viene tan pocas veces, aunque esas veces trae grandísimo ímpetu e braveza. No se conosce otro viento que traiga fuerza, si no son los dichos. Hay muchas perdices en grande abundancia y muy buenos halcones de caza, y otras muchas cosas buenas queste reino en sí tiene, las cuales la guerra ordinaria no ha dado lugar a descubrir. Esta tierra, a la mucha fama que tenía de oro, la salió a descubrir el Adelantado don Diego de Almagro desde el Pirú por la orden que adelante se dirá.
Capítulo II
De cómo el adelantado don Diego de Almagro vino al descubrimiento de Chile y por dónde se descubrió
Después de haber descubierto el Pirú don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro, habiendo hallado grandes riquezas de oro y plata, cuanto en otra parte del mundo jamás se vieron, teniendo noticia que los Ingas, señores que a los indios mandaban, tenían sus capitanes en Chile después de haber subjetado aquella provincia, y que les enviaban mucho oro todos los años por la orden que les daban, pareciéndoles, como en el Pirú habían hallado tanta abundancia de riqueza y en tan principal tierra, que lo mesmo habría en Chile; y como el mandar no sufre igual, acordó don Diego de Almagro con sus amigos, y en conformidad de Francisco Pizarro, venir a descubrir a Chile. Poniéndolo por obra salió con cuatrocientos hombres bien aderezados año de 1536, quedando por señor en el Pirú Francisco Pizarro. Con buenas guías para su camino y jornada que traía, reparado de todo lo necesario, e informado que si venía por Atacama hasta llegar a Copiapó había de pasar forzosamente ochenta leguas de despoblado falto de yerba, y de agua, si no era en unos pozos pequeños, que llaman jagüeyes, de agua salobre y mala, por conservar los caballos, que tenían mucho precio en aquel tiempo, dejó este camino y vino por el que los Ingas tenían por los Diaguitas; donde llegado a la provincia de Tupisa topó con un capitán del Inga que le llevaba doscientos mill pesos en tejos de oro con una teta por marca en cada un tejo, los quales tomó, y prosiguió su camino hasta el paraje de Copiapó y de allí atravesó la Cordillera Nevada por el mejor camino que había, donde repentinamente y acaso le sobrevino una tempestad de frío y aire envuelto con nieve; no teniendo donde abrigarse, perecieron más de ochocientas personas que llevaba de servicio, indios del Pirú, sin podellos favorecer. Con esta pérdida y la de muchos caballos llegó al valle de Copiapó, que por mal que le fuera, en el despoblado no le dijera peor: allí halló un muy fresco río y en abundancia refresco para todos.
Después de haber descansado y reformado los caballos que llevaban muy flacos, siendo informado de la tierra, habiendo hablado a los principales que entre los indios había, de que este valle estaba bien poblado, fué descubriendo la provincia hasta que llegó al valle de Aconcagua, donde le acaeció una cosa notable; y fué que habiendo don Diego de Almagro y Pizarro poblado Lima en el valle de Jauja, un soldado que se llamaba Pedro Calvo y por otro nombre Barrientos, hizo cierto hurto por el qual le mandaron cortar las orejas por justicia como a ladrón. Viéndose corrido y así afrentado desamparó el campo y se metió la tierra adentro con intención de no parecer más entre gente española. Este soldado, de pueblo en pueblo, vino a parar al reino de Chile y para venir jornada tan larga pidió favor a los indios; entendiendo por las razones que les daba la causa de su peregrinación, le favorescieron y dieron guías que lo llevaron en hamacas a sus hombros hasta ponelle en el valle de Aconcagua, donde al tiempo que llegó estaban dos caciques señores principales enemistados, y como topó con el uno dellos, que fué al que los indios que lo llevaban le guiaron, haciéndole su amigo, maravillado en gran manera de que un tal hombre viniese a su tierra, honróle mucho a su usanza. Pedro Calvo paresciéndole que sus hados le habían traído a parte donde fuese honrado y tenido en mucho, entendiendo que en algún principio bueno consistía su felicidad y que era camino aquel para servir a Dios, persuadió al cacique diese fin a sus enojos con guerra y que él le ayudaría, porque los españoles, de donde él venía, eran invencibles y que ningunas naciones podían sustentarse contra ellos, dándole a entender que en el nombre de Jesucristo le daría la vitoria en las manos y venganza de sus enemigos. Atraído a lo que el español le dijo, luego le encomendó todas sus cosas y mandó a sus súbditos le obedeciesen. Puesto en nombre de capitán y tan servido, procuró de hacer guerra tomando la causa por suya: luego corrió la tierra al contrario provocándole saliese a la defensa; y tales ardides tuvo y tan buena orden de español, que en un día desbarató a su enemigo en batalla que con él hubo, y fué luego su reputación tanta que en mucha parte del reino se estendió la fama. Su contrario buscó favores, por que quedó muy derribado y falto de gente, y habiéndolos hallado volvió con toda la fuerza que pudo juntar a hacer guerra al español, el cual tuvo tales mañas en ella, que después de haberle debelado en muchas escaramuzas, un día le dió batalla y lo desbarató matándole mucha gente, de lo cual quedó casi con nombre de señor y ansí como a tal le obedecían todos los indios y principales.
Estando en esta prosperidad que tengo dicho, llegó don Diego de Almagro a este valle: Pedro Calvo lo salió a recibir, que como fué conoscido quedó él y todos admirados de caso tan extraño. Habiéndole honrado y fecho mucha merced lo llevó consigo; dél se informó de todo lo adelante y de la gente que había en el reino, y qué metales y riquezas tenía la tierra en sí. Habiendo tornado relación verdadera llegó con su campo, que era muy vistoso y de muchos caballeros y hombres nobles muy principales, al llano y asiento donde agora está poblada la ciudad de Santiago. En su comarca y en todos los valles por donde pasaba hablaba amorosamente a los señores y principales, informándose de la tierra, hasta que entendió que la noticia y relación que en el Pirú le habían dado no era así. Sus amigos le importunaban sobre volverse, diciéndole que la buena tierra quedaba atrás y que no había otro Pirú en el mundo; con todo esto, como hombre constante, quiso primero saber los secreptos que en la tierra había y ver todo lo que pudiese.
Con esta orden caminó adelante Gómez de Alvarado con orden suya con docientos hombres, unas veces peleando con los indios y otras sirviéndole; llegó hasta el río de Maule cuarenta leguas de donde don Diego de Almagro quedaba, donde supo que lo de adelante era muy poblado de gente y mucho ganado. Por lo ver pasó el río sin peligro en balsas de carrizo, aunques grande y corre impetuoso, y ansí llegó cinco jornadas a un río grande que se llama Itata, donde hay repartimientos de indios que agora sirven a la ciudad de la Concepción. Allí se juntaron grande número de naturales comarcanos a aquel territorio para pelear con él. Después de haberlos desbaratado, como gente que venía sin orden ni escuadrón, sino tendidos por aquella campaña rasa, que son grandes los llanos que por allí hay, después de haber castigado y muerto muchos indios, informándose de lo de adelante que era de la manera de aquello, viendo ser gente desnuda y que encima de la tierra no había oro ni plata como en el Pirú, acordó de volverse a él, y así de conformidad se volvieron todos, no por el camino que habían venido, sino por el despoblado de Copiapó, por respeto de no volver a pasar la Cordillera Nevada, donde tan mal les había sucedido. Aunque con mucho trabajo después de haber pasado el despoblado y llegados a Atacama, puestos en tierra del Pirú se fueron a Cuzco, donde en ida y vuelta anduvieron más de mill leguas de camino. Llegado, esparció la nueva de Chile por el Pirú, diciendo si no dejara atrás aquella tierra, poblara a Chile; y que después del Pirú era reino principal. Esta nueva levantó a muchos el deseo venir a Chile, viéndose en el Pirú sin remedio.
Capítulo III
De cómo Pedro de Valdivia salió del Pirú a la conquista de Chile por tierra: y la causa que a ello le movió
Después que don Diego de Almagro llegó al Pirú, como hemos dicho, se movieron diferencias y discordias entre él y el marqués Francisco Pizarro sobre la partición de aquel reino, como hombres que de conformidad y compañía lo habían descubierto y poblado. Vino en tanto rompimiento, que los amigos de Francisco Pizarro mataron a don Diego de Almagro; el cómo y de la manera que fué no estoy obligado a escrebillo, pues no lo tomé a mi cargo sino las cosas y casos de guerra que han acaecido en este reino de Chile. Entre los que más prenda metieron fué Pedro de Valdivia a quien Francisco Pizarro había dado cargo de maestro de campo, así por ser de su tierra de Extremadura como por tener práctica de guerra de cristianos, la cual había adquirido y seguido en tiempo del marqués de Pescara en la compañía del capitán Herrera, natural de Valladolid, sobre la diferencia y competencia que se tuvo con el rey Francisco de Francia sobre el Estado de Milán. Y ansí, después de sosegadas las discordias del Pirú, pareciéndole a Valdivia, aunque Francisco Pizarro le diese de comer como en efeto se lo daba, no había de ser más de un vecino particular, como hombre que tenía los pensamientos grandes, hallando aparejo para que hubiese efeto su pretensión por la obligación en que le había puesto, trató con Francisco Pizarro, que como su capitán y en nombre suyo le enviase con gente a poblar la tierra de Chile; entendiendo que puesto en ella cualquiera que al Pirú viniese le conformaría el gobierno de aquel reino, o todo faltando, lo negociaría con su Magestad. Francisco Pizarro le quiso pagar y agradecer lo que había servido en el Pirú; pues lo que le pedía no era cosa que a él paraba perjuicio, antes acrecentaba su imperio, le respondió y dijo: que se holgaba dalle contento en todo lo que él quisiere. Concertados desta manera, le dió comisión para que como su capitán hiciese gente y se fuese cuando quisiese.
Valdivia juntó en breves días ciento y setenta hombres bien aderezados, pertrechados de armas y otras cosas convinientes para la impresa que traía. Se puso en camino y proveyéndose de ganados y yeguas para la ampliación de la tierra, y prosiguiendo su jornada llegó al valle de Atacama, ques a la entrada del despoblado, y deteniéndose allí algunos días para proveerse de matalotaje con que pasar aquellas ochenta leguas de arenales, un soldado de poco ánimo arrepintiéndose de haber venido en aquella jornada, comenzó a tratar de secreto con otros amigos que tenía se volviesen al Pirú, pues estaban tan a la puerta dél. Esta plática Valdivia la vino a saber, e informado de la verdad, lo mandó luego ahorcar; y hablando a los demás no derribasen sus ánimos, sino que tuviesen constancia, y pues llevaban una empresa tan principal donde todos serían remediados, no se aniquilase ninguno en hacer semejante torpeza. Después de haberse proveído de bastimento para el camino, entró por el despoblado sin acaecerle cosa que notable fuese; llegó al valle de Copiapó y desde allí, prosiguiendo su camino, reconosciendo la tierra y la dispusición que tenía, entró en el valle y llano de Mapocho, acariciando los principales que de camino le salían a ver, buscando dónde hacer asiento y poblar para desde allí descubrir y visitar la provincia; y siendo informado que en ninguna otra parte hallaría tan buen sitio como en donde estaba después de haber visto lo demás, pareciéndole ser lo mejor, hizo asiento y pobló donde agora es Santiago. Luego trazó la ciudad y repartió solares en que hiciesen casas algunos caballeros que consigo llevaba y otros soldados de menor condición, dándoles indios a todos los más, conforme a la posibilidad de la tierra. Estando ocupado en dar traza y buena orden, así en lo presente como en lo de adelante, acaeció lo que muchas veces se ve en semejantes jornadas, que algunos soldados, amigos de novedades, intentaron y comenzaron a tratar con otros de su condición, palabras que provocaban a alboroto y motín, diciendo: que habían venido engañados a mala tierra; que mejor les sería volverse al Pirú, que no estar esperando cosa incierta, pues no vían muestra de riqueza encima de la tierra, y que no era cosa justa a hombres de bien, por hacer señor a Valdivia, pasar ellos tantos trabajos y necescidades como por delante tenían. A esta plática tomó la mano un caballero de Córdoba que se llamaba don Martín de Solier, tratando con un Pastrana de Sevilla y con otros, que Valdivia era un soldado cudicioso de mando y que por mandar había aborrecido al Pirú, donde el marqués le daba de comer y no lo había querido, y que agora que los tenía dentro en Chile era cierto serían forzados a todo lo que quisiese hacer dellos sin ser parte para volverse, y que era de hombres cuerdos y prudentes mirar con tiempo lo de adelante y reparallo, antes que quiriendo no pudiesen; y que aunque les había dicho que lo haría muy bien con todos, le tenían por hombre de fe incierta y después haría a su voluntad como le pareciese. Estas cosas que se andaban tratando no pudieron ser tan secreptas que Valdivia no lo viniese a saber, y hecha bien la información halló que era necesario hacer castigo dellos; porque habiéndoles dado la pena que la guerra en tal caso por sus leyes determina, los demás quedarían quitados de semejantes liviandades, no sólo para no ejecutallas, mas ni aun para tratallas; y así los mandó prender, y porque no le rogasen ni importunasen por su salud, mandó a Luis de Toledo, alguacil mayor del campo, que luego los ahorcase y con ellos a otros cuantos que eran culpables, y mandó luego juntar todo el campo, donde les hizo una orasción a costumbre de guerra, los dejó y quedaron todos sosegados. Allí les amonestó se apartasen de semejantes tratos y pláticas tan dañosas, pues dellas no podían resultar menos que semejantes castigos. Quedó Valdivia con este castigo que hizo tan temido y reputado por hombre de guerra, que todos en general y en particular tenían cuenta en dalle contento y serville en todo lo que quería, y así por esta orden tuvieron de allí adelante.
Capítulo IV
De cómo Pedro de Valdivia pobló la ciudad de Santiago y los indios vinieron sobre los españoles y lo demás que acaeció. Está poblada la ciudad de Santiago en treinta y tres grados
Después que Valdivia llegó al llano de Mapocho, visto el sitio y buena apariencia de la tierra y fertilidad del campo y aparejo bueno que había para poblar, mejor que en otra parte alguna, pobló una ciudad. Como tengo dicho, púsole por nombre Santiago, tomándolo por abogado como a patrón d’España para en los casos de guerra que contra los indios esperaba tener de cada día. Después desta ciudad poblada, los naturales de su comarca [que] eran muchos, pareciéndoles que se querían perpetuar haciendo casas para su morada, viendo que eran terribles vecinos, cudiciosos de sus haciendas y muy mandones, conjuraron todos los principales cada uno con sus súbditos para en un día señalado matallos o hacer lo que pudiesen tentando su fortuna. Y acaeció, para que su intención hubiese efeto, que Valdivia había salido de la ciudad a buscar bastimento con parte de la gente que tenía para el sustento del pueblo, que por ser muchos pasaban nescesidad por falta della y por que tuvo nueva quél valle de Cachapoal era fértil, abundoso de maíces, fué allá ques dos jornadas de caballo; y como quedaron pocos, entendieron los indios que mejor conyuntura no podían tener para el buen efeto de lo que deseaban. Teniendo aviso por sus espías, vinieron sobre la ciudad, apellidándose unos a otros, pareciéndoles que para acaballo no habían más de poner por obra el comienzo y que en él consistía su libertad. Con ímpetu bravo arremetieron por el pueblo quemando algunas casas, mostrando su braveza. Los españoles, que entendieron su venida, se juntaron con el servicio extranjero que del Pirú habían traído, a unos paredones, tomándolos por defensa y reparo, y de allí salían a pelear con los indios los que más bien armados y mejores caballos tenían, unas veces ganando y otras perdiendo. Los indios los apretaron de tal manera que, aunque los desbarataban los españoles, se volvían a rehacer y así les ganaron toda la ciudad, si no fué solamente el poco sitio donde estaban; y una vez que con buena determinasción se metieron entre los indios por los romper del todo, les mataron dos soldados que habían peleado bien, y faltándoles socorro, los hicieron pedazos en la plaza, que era donde se peleaba; con esta suerte se mostraron más bravos que de antes. Alonso de Monróy, a quien Valdivia había dejado encomendada la ciudad, le envió a dar aviso haciéndole saber el aprieto en que estaba. Con presteza no creíble vino luego, aunque no tan secreto que los indios lo supiesen primero que llegase. Considerando que, pues no los habían podido desbaratar hasta allí, menos lo harían viniéndoles socorro, y que les habían muerto trecientos indios y peleaban tan valientemente, viendo [los] golpes de lanzas y cuchilladas que les daban tan bravas, en especial un clérigo natural de Sanlúcar, llamado Lobo, que ansí andaba entre ellos como lobo entre pobres ovejas, con este temor alzaron el campo y se volvieron a sus tierras, habiendo primero tractado entre sí dar muestra de paz para su reparo y que después harían como el tiempo les dijese.
Valdivia, llegado a la ciudad, fué rescebido alegremente, y comenzó a dar orden cómo sosegar a los indios y por mañas traellos a su amistad y servicio, prometiéndoles perdón de lo pasado, si en ellos había enmienda. Dijéronle los señores principales que no sólo le servirían, sino que le darían un atambor lleno de oro, y que para ello enviase algunos cristianos que lo recibiesen, que ellos tenían las minas en su tierra y le querían hacer aquel servicio; y como era costumbre entre todos ellos sacar oro para el tributo que pagaban a los Ingas, creyó que lo hicieran así como se lo habían dicho. Dándoles crédito y entendiendo que habría efeto, envió al capitán Gonzalo de los Ríos, que era su mayordomo, con doce hombres, mandándole que rescibiese el oro y diese orden como se hiciese un barco grande para enviar al Pirú por gente de que tenía necesidad, y para el efeto envió con él carpinteros hombres pláticos de hacer navíos, considerando que enviar al Pirú por tierra era jornada dura y habían de pasar por entre gente de guerra tantas leguas de camino y que por la mar costa a costa se iba con más seguridad y brevedad. Pues llegados que fueron al valle de Guillota, pidióles el capitán indios para cortar madera de que se hiciesen tablas pata el barco; diéronselos cautelosamente muchos más de los que pidió por descuidallo, y así mesmo comenzaron a sacar el oro de que había abundancia en las minas; y un día que los vieron descuidados, vino el señor principal del valle con unos granos de oro gruesos como nueces al capitán Gonzalo de los Ríos, dejando toda su gente emboscada junto a ellos, y le dijo: «Señor, toma este oro, que como éste te daremos breve lo que prometimos a Valdivia.» Gonzalo de los Ríos tomó el oro y estándolo mirando, el indio alargó la mano y sacándole el espada de la cinta le tiró una estocada con ella y dió voces llamando su gente. Salieron de sobresalto contra todos ellos con tanto ímpetu, que aunque estuvieran sobre aviso los mataran todos, como los mataron, dándoles tantos flechazos por el cuerpo, teniéndolos cercados, que los pobres españoles, viéndose en tanta nescesidad, pelearon desesperadamente sin que quedase ninguno dellos a vida, si no fué el capitán Gonzalo de los Ríos y un negro, que acertaron a tener los caballos ensillados cuando oyeron salir los indios de la emboscada; y como el indio le sacó al capitán la espada de la cinta, huyeron a los caballos y llegaron a la ciudad de Santiago diez y seis leguas de camino en un día, donde Valdivia fué avisado de lo subcedido.
Luego salió de la ciudad con cuarenta hombres y llegado al valle halló algunos indios que tenían de su servicio los españoles que habían sido muertos, y algunos anaconas del Pirú que se habían escondido. Después de haberlos recogido, reconosciendo el sitio y postura del valle, entendió era nescesario para subjetar aquellos indios hacer un fuerte y que en él estuviese guarnición de ordinario. Visto el lugar conviniente trazó una casa, y con toda la diligencia posible, unos cortando madera y otros haciendo adobes sin hacer diferencia de personas, los más caballeros y gente principal eran los primeros que se cargaban de lo que convenía; y como cosa en que consistía su remedio, fué en breve tiempo acabada de poner en defensa, para que con seguridad pudiese estar en ella la gente que bastase, y por otra parte dando orden en hacer sementeras de maíz y quitar a los indios que no hiciesen las suyas, proveyendo en sacar oro con el servicio que tenía, como hombre prudente en una cosa proveyó muchas, pues con facilidad todo se podía hacer. Los indios, visto la orden que los cristianos tenían y que de tiempo a tiempo se mudaban, unos iban a la ciudad y otros venían, y que ellos no podían sembrar ni salir al valle, comenzaron a venir de paz y servir. Viendo que a los que venían no se les hacía daño alguno, antes los recibían bien, estendida la voz, venían muchos de cada día. De esta manera se fué aumentando aquel valle, y desde aquel otros comarcanos, de lo cual fué instrumento el fuerte que se hizo en él; pues habiendo proveído en acreditar la tierra con buena parte de oro que había sacado, le paresció ser ya acertado enviar al Pirú alguna muestra. Tratando en ello, halló algunos caballeros con voluntad de serville en aquella jornada de Valdivia: con promesas que les hizo se concertó con el capitán Alonso de Monroy y Pedro de Miranda, que después fué vecino en la ciudad de Santiago, y otros cuatro soldados fuesen con la nueva de la tierra de Chile e informasen en el Pirú al que gobernase aquel reino.
Capítulo V
De cómo Pedro de Valdivia envió al Pirú al capitán Alonso de Monroy por gente y de lo que sucedió
Después que Valdivia vió el mucho oro que de las minas sacaban y entendió que en general era así y que los indios alzados venían a darle paz, pareciéndole se hallaba con poca gente para asentar la provincia quiso inviar personas al reino del Pirú que diesen razón de lo mucho que serían aprovechados los que viniesen, dándoles a entender la grosedad grande quel reino tenía de naturales, ansí como de oro: y para que hubiese buen efeto envió al capitán Alonso de Monroy que era caballero, y en el Pirú conoscido, de buen crédito, hombre de verdad y buen entendimiento, y con él a Pedro de Miranda con otros cuatro soldados en su compañía, por que mejor y con más seguridad pudiesen pasar ayudándose unos a otros. Y para que en el Pirú les diesen crédito ser la tierra de Chile próspera, mandó que todos hiciesen los estribos de las sillas, guarniciones despadas, todo de oro, con otras cosas en que lo podían llevar sin nenguna pesadumbre para jornada tan larga. Con esta orden salieron de Santiago después de despedirse de sus amigos, caminando con cuidado, recatándose siempre de los indios, que aunque algunos estaban de paz, era cautelosa. Llegaron al valle de Copiapó, que está de la ciudad de Santiago ciento y veinte leguas, donde queriendo proveerse de algún matalotaje para el despoblado, fueron salteados de los indios; peleando con ellos, sin dejallos subir a caballo ni dalles lugar para ello, mataron a los cuatro, y al capitán Monroy y Pedro de Miranda prendieron y los llevaron presos a un ayuntamiento de principales que estaban bebiendo a su usanza, donde llegados los indios regocijaron más su conversación con ellos.
Fué Dios servido que sin pensarlo y acaso vió allí Pedro de Miranda una flauta, la cual tomó y comenzó a tocar, que lo sabía hacer. Como los principales indios lo vieron, dióles tanto contento la voz y música della, que le rogaron los vezasse a tañer, y no lo matarían. Él, como hombre sagaz, viendo que no le iba menos que la vida, les dijo que lo haría y les mostraría muy bien; mas que les rogaba que al capitán Monroy no lo matasen que era su amigo y le quería mucho. Fué tanto lo que persuadió a aquellos principales con la flauta, que condecendieron a su petición, remedando en parte a Orfeo, cuando fué en busca de su mujer al infierno. Dijéronle que por su amor lo harían, mas que Monroy les había de servir de caballerizo y mostralles a andar a caballo, quedando con esta orden. Desde allí adelante les pusieron guardias por que no se les huyesen: ellos entre sí siempre comunicaban en su libertad y cómo se huirían. Sacando los principales al campo los hacían subir a caballo y les decían cómo y de la manera que se habían de poner, de que recibían grandísimo placer en saber manejar sus caballos, tocar la flauta, que todo lo tomaban bien. Un día después de haber entre sí comunicado la orden que tendrían para libertarse, escondieron dentro de los borceguíes cada uno un cuchillo bien amolado, que otras armas no las podían llevar a causa que siendo vistas se las quitaran o los mataran sospechando dellos mal. Aquel día, viendo tiempo cual siempre estuvieron esperando, salieron al campo al ejercicio ordinario, y viendo oportunidad para su desinio, arremetieron a los principales, que eran dos. Estando todos cuatro a caballo les dieron de puñaladas, de manera que dejándolos mal heridos, fueron de presto al alojamiento donde vivían, tomando algunas armas, que por respeto de dejar los principales heridos en el campo lo pudieron hacer. Los indios viendo a sus señores a la muerte, procurándoles algún remedio, pudo Monroy irse a su salvo y por que no quedase cosa que les dañase atrás, mandaron a Barrientos que estaba allí con ellos subiese a caballo. El cual Barrientos (por otro nombre se llamaba Gasco) estaba entre los indios preso muchos días había, no pudiendo hacer otra cosa, aunque se quisiera quedar allí, porque lo mataran, y con lo que repentinamente pudieron haber porque les convenía ansí, antes que los indios se juntasen, se metieron por el despoblado: cosa de grandísimo temor pensar de caminar ochenta leguas de arenales sin llevar que comer para ellos ni para los caballos; donde les acaeció, como dicen, de ordinario a los hombres que con ánimo valeroso se determinan a cosas grandes, cuando son justas Dios les favoresce. Porque yendo tristes y desconsolados, faltos de toda cosa, les deparó su suerte en el despoblado un carnero cargado de maíz que les pareció ser milago. Teniendo el carnero en su poder, repartieron el maíz entre ellos lo que bastaba para el camino; lo demás dieron a sus caballos, y con los tasajos que del carnero hicieron, tuvieron matalotaje con que llegaron a Atacama. Allí hallaron comida la que hubieron menester, deteniéndose poco por respeto de que no les acaesciese otro revés de fortuna, y pasaron adelante su camino.
Entrando por la tierra de Pirú, supieron cómo don Diego de Almagro, hijo del Adelantado, era muerto, y también el marqués Francisco Pizarro, y q’ue gobernaba el reino del Pirú el licenciado Vaca de Castro. Con esta nueva, yendo en su busca, lo fueron a hallar en el río de Calcas cerca de Guamanga, donde fueron dél bien recebidos, dándole cuenta de su peregrinación. Fué grandemente tratado ser viaje próspero para los que quisiesen ir a él, por ser grande la voz que dió en el campo los estribos de oro que llevaban viéndolos presentes en obra tosca; juntamente con lo que decían, y los presentes vían, les levantaron los ánimos tratando de cosas de Chile. Vaca de Castro desde algunos días les dió setenta hombres bien aderezados con que se volviesen, y no le dió más porque en aquel tiempo había acabado de ganar la batalla de Chupas y estaba sospechoso de la gente que tenía. Con este número, Alonso de Monroy se volvió a Chile proveyéndose en Atacama para pasar el despoblado; llegó a Copiapó, donde en aquel valle siendo conoscido, los principales señores lo vinieron a ver y le dieron los estribos de oro que habían quitado a sus compañeros, cuando los mataron. Dióles a entender que de allí adelante fuesen buenos y mirasen que los cristianos habían de permanecer: no quisiesen perder sus vidas bestialmente, sino conservarse con ellos en amistad. Pasando adelante su camino llegaron a Santiago, donde fué en general bien rescebido.
Capítulo VI
De las cosas que hizo Valdivia después que llegó el capitán Alonso de Monroy a Santiago
Llegado Alonso de Monroy con la gente que le dió Vaca de Castro, Valdivia envió luego a conquistar los valles comarcanos y traellos de paz; y porque el valle de Chile era mejor y más bien poblado que otro ninguno, lo tomó para sí, y también por que en sus tierras tenían minas ricas de oro. Habiendo tomado relación y memoria de todos los indios que en la comarca de Santiago había, considerando quel valle de Copiapó y el del Guaco y Limari con otros a ellos comarcanos era imposible servir a Santiago por la mucha distancia que había, mandó al capitán Francisco de Aguirre que con los soldados que le señalaba fuese a poblar donde agora es la ciudad de la Serena; que ya de aquel asiento tenía plática quando por allí pasó que venía del Pirú. Teniendo atención a lo arriba dicho, yendo su jornada llegó al valle de Chile. Hallando buen servicio en los naturales hizo alto algunos días, refrescando los caballos, que en aquel tiempo eran tenidos en mucho, por que valía un caballo mill ducados y otros dos mill y así a este precio. Francisco de Aguirre tuvo noticia que algunos indios servían mal y persuadían a otros a no servir en el mesmo valle; parescióle sería bien hacer algún castigo en algunos que por no servir estaban huídos, poniendo temor a los demás, de manera que se asentasen mejor por tener, como tienen todos los indios en general en este reino de Chile, condición de villanos. Pues para el efeto dicho salió una noche al cuarto del alba y dió en la parte que estaban recogidos; tomó algunos y mucha chusma de muchachos y mujeres. Con toda la presa se volvió a su alojamiento, haciéndolo saber a Valdivia: creyó que por allí ganaría más gracia con él, y subcedióle al contrario, que como lo supo se indinó de tal manera, que le mandó dejase la jornada y se viniese con la gente que llevaba. Llegado a Santiago, después de haber dado su descargo, pasando algunos días que no se trataba más en ir a poblar a aquella ciudad, un caballero, llamado Juan Bohón de nombre, le pidió a Valdivia por merced le diese aquella impresa, y Valdivia se la concedió; Juan Bohón con la gente que Francisco de Aguirre había llevado se partió. Llegado a la Serena, viendo el asiento ser tal y tan a propósito, pobló conforme a la orden que llevaba y le puso nombre la Serena, que por nombre de los indios se llamaba y llama el asiento Coquimbo. Está esta ciudad en 29 grados y tres tercios; y para mejor cumplir con lo que a su cargo había tomado, anduvo conquistando algunos valles trayéndolos de paz.
En este tiempo, Valdivia, viendo que en los términos de Santiago no tenía indios para cumplir con todos los que consigo tenía, por que había tomado para sí la mejor y mayor parte de los valles, quiso dalles contento sabiendo que muchos estaban sin él, y para el efeto apercibió ochenta hombres, diciéndoles era informado que la tierra de adelante era mejor que la de Santiago, más poblada y rica, y que dello estaba cierto: que tenía voluntad para que entendiesen ser ansí dalle una vista y verían que había gente en la provincia para dar indios a muchos más cristianos de los que al presente tenía. Todos alegres, con deseo de verlo, salieron con él. Pasado el río de Maule, que está treinta leguas de Santiago, yendo la tierra adentro, informándose de los caciques cómo se llamaban y las tierras que tenían, llegó al río de Itata, que estaba bien poblado: corre este río por tierra llana fructífera. Muy contentos todos, viendo la buena dispusición que iba descubriendo la tierra, y por la información que tomaban y lo que vían y entendían era mejor lo de adelante, iban descubriendo en lo que hasta allí habían visto y así llegaron al asiento donde agora está poblada la ciudad de la Concepción. Viendo el sitio que para poblar allí tenía, con un buen puerto para navíos, pasó adelante a ver el río de Biobio, que es mayor que ninguno otro del reino, y parece mucho mayor por extenderse en tierra llana a la entrada de la mar, bien poblado de gente. Habiendo tomado plática de todo lo de adelante, antes que los indios se acabasen de juntar para pelear con él, y siendo informado le tomaban los pasos, acordó retirarse con tanta presteza, que dando muestra de hacer dormida, dejando fuegos encendidos, se retiró de noche hasta salir a lo llano, y de allí se volvió a Santiago. Después de haber reposado algunos días repartió de los caciques indios que traía por memoria, y dió algunos de los que fueron con él.
Todos en general, como vieron la grosedad de la tierra, daban a entender [que] la falta que tenía Valdivia era de gente para poblar lo de adelante. Ocupado en mandar conquistar y asentar los términos de Santiago, puesto en quietud lo más y mejor de la comarca, como era astuto, pensó una cautela para hacer lo que tanto había que tenía en su pecho determinado, y fué que en público y en secreto trataba de enviar al Pirú por gente a Francisco de Villagra y a Jerónimo de Alderete, hombres principales que después ambos fueron gobernadores, diciendo que les daría dineros que llevasen y poder para que les obligasen, dando esta orden que a todos parecía bien, rogando a algunos de los que al Pirú querían ir allá, les ayudasen y acreditasen en lo que pudiesen. Muchos con licencia que tenían y Valdivia les había dado para ir al Pirú, juntamente con algunos mercaderes que estaban de partida, como hombre que pensaba hacer lo que hizo, amigablemente daba licencia a todos los que la querían, diciendo que con la voz del oro que llevaban vernía mucha más gente del Pirú de cada día. Estando el navío en el puerto, que está diez y seis leguas de la ciudad, comenzaron a irse algunos y entre ellos otros soldados que habían adquirido algún oro en las minas, cada uno con su servicio; y de algunas cabras que habían traído, que valían cada una cien pesos y más, y otros ganados, desvelándose los pobres en juntar algún dinero para irse a sus tierras.
Estando todos en la mar con sus amigos para embarcarse llegó Pedro de Valdivia, sin haber comunicado cosa alguna de su desinio con nadie, mas de con pura sagacidad y astucia para hacer lo que hizo después de haber llegado, diciendo que venía a despachallos y escrebir al rey y a otras personas favoresciesen las cosas de Chile. Comiendo y holgándose todos los pasajeros, esperando el irse a embarcar, los descuidó en buena conversación y mandó a los marineros de secreto le trajesen el batel y le diesen aviso Ellos lo hicieron así; porque en aquel tiempo Valdivia era temido de todos en general por su mucho rigor, no osaron hacer menos de como les fué mandado, sabiendo ahorcaba a los hombres fácilmente, y que más a manera de tirano eran sus cosas de lo que decirse podría. Valdivia, como tenía tanta isperiencia del mundo, parecíale que mientras no tuviese mejor título del que tenía para que no se le atreviesen, era necessario hacello así: de manera que dándole aviso estaba el barco en la playa, salió disimuladamente hacia la mar y se metió en él y mandó le llevasen al navío donde todos los que estaban en tierra tenían su oro, número de noventa mill pesos. Luego mandó el barco a tierra y que se embarcasen Jerónimo de Alderete y los capitanes Juan Jufre, Diego García de Cáceres, Diego Oro, Juan de Cárdenas, don Antonio Beltrán, Alvar Martínez, Vicencio de Monte. Llegados al navío mandó levantar las áncoras y dar la vela navegando hacia el Pirú.
Los que quedaban en tierra y vían que les llevaba su oro, bien sentiréis lo que podían decir: eran tantos los vituperios y maldiciones, que ponían temor a los oyentes. Habiéndoles dejado orden que respetasen y tuviesen a Francisco de Villagra por su teniente, consolándolos que él volvería breve con gente para ampliar el reino y que de sus haciendas pagasen el oro que llevaba, a cada uno conforme a lo que pareciese por el registro. Los pobres que quedaron en el puerto animándose unos con otros, se volvieron a Santiago visto que otra cosa no podían hacer. Un trompeta que allí estaba llamado Alonso de Torres, que después fué vecino en la Serena, viendo el navío ir a la vela, comenzó a tocar su trompeta diciendo: «Cata el lobo do va Juanica, cata el lobo do va…», de que los presentes, aunque tristes y quejosos no pudieron dejar de reír, y en el instante dió con la trompeta en una piedra donde la hizo pedazos; y así llegaron a Santiago, entre ellos un soldado llamado de nombre Francisco Pinel a quien Valdivia había llevado tres mill pesos en el navío a vueltas de lo demás: anduvo más tiempo de un año imaginativo y pensoso por su dinero, hasta que Valdivia volvió al gobierno de Chile; habiéndole pedido le pagase, como no se lo dió entreteniéndolo con palabras, hasta que un día lo despidió mal de sí, el pobre de poco ánimo, desesperado, se ahorcó.
Capítulo VII
De las cosas que acaecieron en Chile después que Valdivia salió del reino
Volviendo al capitán Joan Bohón, que había ido a poblar la ciudad de la Serena, después de haber traído de paz los repartimientos que junto al pueblo estaban. Salido Valdivia del reino con la buena suerte que había hecho, quiso el capitán Joan Bohón ir a sentar el valle de Copiapó, por tener seguro y abierto aquel camino para los que del reino del Pirú viniesen a Chile; porque aquellos indios como gente tan belicosa hacían suerte en algunos que por allí pasaban. Llegado a aqueste valle le salieron a servir de paz cautelosamente, y una mañana, como capitán bisoño y mal plático de guerra, imprudente de lo que convenía a su seguridad, no teniendo guardia que le segurase el campo, los indios dieron en él y antes que se pudiesen juntar para pelear y defenderse, con grandísima braveza los mataron todos, no escapando ninguno dellos, que eran treinta y dos soldados: sólo a Johan Bohón prendieron y atadas las manos con una cruz que él solía traer en un bastón, diciendo que con aquélla en la mano trairía de paz todo el reino de Chile, le trajeron por todo el valle triunfando dél y de su miseria, al qual dieron muerte tan cruel, que usando de muchas maneras de crueldades a lo último le ahorcaron. Algunos quisieron decir habiéndolo visto ahorcado, y por plática entre los indios, que tenía cruces señaladas en las espaldas y en los pechos; pudo ser, como era buen cristiano, fuese Dios servido que la cruz que él traía en la mano, siendo como debía de ser su intención buena, se mostrase en su cuerpo para felicidad de su ánima. Sabido en la ciudad de la Serena, los que en ella habían quedado miraron por sí viviendo recatados con los naturales y dieron aviso a la ciudad de Santiago. Respondióles Francisco de Villagra mirasen por su pueblo, que al presente no tenía gente que podelles enviar o que hiciesen lo que les paresciere: no se quisieron ir a Santiago con la pretensión que tenían de ser vecinos en aquella ciudad, paresciéndoles podrían sustentarse por haber pocos indios en aquella comarca.
Capítulo VIII
De las cosas que hizo Villagra después que quedó por capitán de Valdivia, y de la muerte de Pedro Sancho
Quedando Francisco de Villagra en la ciudad de Sanctiago por capitán de Valdivia, como a persona que lo tenía por amigo y fiaba dél toda cosa, estando en el mando y cargo acaeció que un hidalgo principal casado en Toledo, llamado de nombre Pedro Sancho de la Hoz había llegado poco había de España, al cual el emperador don Carlos le había hecho merced de la gobernación que alcanzase desde el estrecho de Magallanes abajo trecientas leguas la costa de Chile hacia lo que Valdivia tenía poblado; y aunque traía la provisión y merced que le fué fecha, no osó ponerse al gobierno por temor que tuvo de Valdivia; mas después que Valdivia fué ido al Pirú y ausente del reino, comenzó a tratar que pues era ido y se creía no volvería más a Chile, teniendo él por cédula la gobernación, más justo era gobernarla él que otro alguno. Estas cosas las comunicaba con sus amigos y aquéllos las trataban con otros, por donde se vino a saber, que aunque en público las dijera parescieran bien; pues la merced y título que tenía era el verdadero; mas estaban las cosas en Chile tan vedriosas en aquel tiempo, que Villagra, pareciéndole que [le] darían el cargo y gobierno del reino, como lo supo, comenzó a guardarse recatándose de allí adelante, diciendo lo querían matar y alzarse contra él, lo cual se dijo entre algunos que para salir con ello era menester matallo, porque después no habría impedimento alguno. Informado Villagra de sus amigos, hizo información contra él por escripto, y a su parescer hallándolo culpable lo mandó prender y luego cortalle la cabeza, cosa de grande crueldad. Muerto Pedro Sancho, quedó Villagra en quietud, sustentando lo que Valdivia le había dejado a su cargo. Hízose bien quisto con muchos; ganándoles la voluntad, grangeándolos, trató y puso en efeto una gran cautela debajo de amistad bien debida a Valdivia, que la ambición y deseo de mando le hizo poner por obra: que mandó y dió orden en hacer dos probanzas, la una en favor de Valdivia y la otra en contra, y hechas, que halló testigos para todo, mandó hacer una fragata, y en ella envió al Pirú algunos que con Valdivia estaban mal y tenían quejas dél; para que allá hiciesen como que les paresciese, y con ellos envió a Pedro de Villagra, que después fué gobernador, el cual decía llevaba las probanzas consigo envueltas en gran maldad, para si hallase a Valdivia mal puesto con el que gobernaba al Pirú le ayudase a derribar con la que llevase contra él; y si lo hallase bien puesto, lo pidiese en nombre del reino y presentase en su favor la otra probanza: todo esto lo vino después a saber Valdivia y dello resultó a Villagra mucho daño y desasosiego. Siéndole, pues, a Valdivia el tiempo favorable, llegó al puerto de Arica, donde supo que el licenciado Gasca estaba en Lima, y los poderes grandes que traía del emperador don Carlos, y cómo Gonzalo Pizarro tenía el reino tiranizado, aunque esto ya él lo sabía antes que saliese de Chile por cartas que de Pizarro había tenido, el secreto de las cuales reservó para sí. De allí hizo vela a los Reyes: llegado al puerto, supo que el licenciado Gasca iba caminando en busca de Gonzalo Pizarro hacia el valle de Jaquijaguana. Tomando cabalgaduras par él y sus criados y amigos se dió tanta priesa que lo alcanzó breve. Viéndose con él fué bien recebido y le hizo mucha honra y merced en tratamiento; y como Valdivia era conoscido y tenido por hombre de guerra, el licenciado Gasca le rogó que mandase en todo lo que viese que al servicio de su Majestad convenía, porque él en su nombre se lo mandaba y en el suyo se lo pedía por merced, pues había coyontura que tanto efeto podía hacer su venida; y ansí Valdivia sin cargo alguno, sino como hombre privado, andaba en el campo y mandaba todo lo que a él le parescía que convenía; y subcediendo lo que todos saben, sabida la historia por parte del rey, hallándose Valdivia en su acompañamiento, siéndole conforme a su disinio favorable la suerte y pretensión que tenía. Estando bien puesto con el licenciado Gasca, vueltos que fueron a Lima, comenzó a tratar en sus negocios pidiéndole la gobernación de Chile, tratándose tan lustrosamente y con tanta generosidad, que todo lo que decía y hacía era al licenciado Gasca muy acepto y le parescía bien, teniéndole por muy hombre. Supo negociar tan bien, que con algunas personas principales que le ayudaban alcanzó la merced que él pretendía por palabra.
Capítulo IX
De cómo volviendo Valdivia a Chile por gobernador, el capitán Pedro de Hinojosa le volvió preso del camino por orden del presidente Gasca
Después que Valdivia hubo alcanzado la merced que pretendía, pidió licencia al licenciado Gasca para irse, el cual se la dió con provisión y título de gobernador; ansí mismo le dió algunos desterrados que iban del Pirú para Castilla que los llevase a Chile, y otros que estaban en la cárcel que habían sido secuaces de Gonzalo Pizarro, teniéndolos para castigar, Valdivia los pidió al licencado Gasca le hiciese de ellos merced; el cual se la concedió, pues iban a servir al rey y en tierra nueva, comutándoles la pena en aquel nombre de destierro. Siguiendo su camino llegó a Arica, donde estándose proveyendo de algunas cosas para su viaje, formaron delante del presidente muchas quejas de él: éstas por cartas que enviaron a Arequipa y de otras partes diciendo que iba amotinado y en deservicio de el rey; porque los que iban con él robaban a los indios por donde pasaban y los metían en colleras, y que a los españoles que topaban por el camino les quitaban sus haciendas, los cuales males los hacía Valdivia todos, pues los consentía. Esto indinó en tanta manera al presidente Gasca, que mandó luego al capitán Pedro de Hinojosa, general que había sido en el Pirú en servicio del rey contra Gonzalo Pizarro, fuese tras de él y donde lo alcanzase lo volviese preso. Hinojosa tomó veinte soldados arcabuceros, y se dió tanta priesa a caminar, que antes que Valdivia saliese de Arica lo alcanzó, y con todo buen término le dió a entender su venida y de lo que el presidente le mandaba. Valdivia le dijo que mucho enhora buena se hiciese ansí; aunque algunos soldados amigos y criados que allí consigo tenía le dijeron que si quería lo defenderían y se irían su jornada. A éstos reprehendió gravemente y proveyó que sus criados caminasen a Chile, y la gente que estaba en camino con los capitanes que la llevaban a su cargo continuasen su viaje y él se volvió preso a Lima con Hinojosa.
Antes que llegase en la corte del presidente había varios pareceres, y unos decían que volvería, otros que no, antes se afirmaban que como era hombre de guerra y había recebido aquella befa lo quería apostar, y que fácilmente lo podría hacer, pues llevaba gente consigo y se le llegarían otros muchos. Tratándose de ordinario en esto, llegó nueva de cómo venía Hinojosa y Valdivia con él, de que el presidente Gasca, viendo aquel nublado deshecho, rescibió grandísimo placer en haber sucedido bien caso tan dudoso; mandó que le diesen cárcel conforme a su persona. Desde a pocos días, conocida su humildad, de la cual no le hacían sus émulos y que era mentira lo que de él se había dicho, teniendo tan buenos amigos y terceros, en especial un caballero de el hábito de Santiago llamado Alonso de Alvarado, mariscal de el Pirú, que había venido con el presidente Gasca de Castilla y servido a su Majestad en aquella guerra, tuvo tan buenos medios en negosciar, que breve le fué concedida licencia para irse.
En este tiempo parece andaba la fortuna jugando con Valdivia por las muchas contrariedades que de ordinario se le ofrecían; porque estándose aprestando para su viaje llegaron a la ciudad de los Reyes los que iban en la fragata contra él. Puestos delante del licenciado Gasca formaron su querella, diciendo de Valdivia muchos males: respondióles que diesen información de lo que decían, y como eran hombres mal pláticos de negocios, quejándose los treinta hombres que iban, entendiendo que cuanto más fuesen las quejas más hacían en su caso, siendo ellos propios los que habían de atestiguar contra él. Habiendo todos quejado no tuvieron con quien probar lo que decían; porque el que llevaba las probanzas como lo vido bien puesto, conforme a la orden que tenía, no las quiso presentar, porque no se entendiese le abonaba en lo que podía. Viéndose engañados, y que no podían hacer el efeto que deseaban, ni dar la información que les pedían y que volvía por gobernador, procuraron reconciliarse con él. Valdivia les prometió pagar todo el dinero que había tomado, y que les daría de comer, que es dalles repartimientos de indios, a todos, y que fuesen amigos de allí adelante. Confirmados en amistad, le dió el presidente Gasca una galera que había hecho en Panamá para venir en ella a Lima cuando vino de Castilla, la qual Valdivia deshizo en Chile porque de armada no la podía sustentar, y le dió ansí mesmo un navío en que se embarcó, que por quitar el decir a sus enemigos no quiso ir por tierra.
Navegando con buen tiempo llegó a la ciudad de la Serena, y mandó salir en tierra algunos hombres que fuesen a la ciudad y diesen aviso al pueblo de su llegada. Estos soldados llegaron a la ciudad y no hallaron gente alguna, que pocos días había los indios comarcanos, pareciéndoles que también eran ellos hombres como los de Copiapó, se concertaron todos y una mañana al amanecer entraron en la ciudad, repartidos por su orden tantos a cada uno, fueron a sus casas como hombres que las sabían bien, dando en general una grita. Los españoles que salieron a ella, antes que se juntasen ni aprovechasen de cosa alguna en su defensa, los mataron todos, no escapando más de un pobre hombre metido en un horno. Este llevó la nueva a Santiago, escondiéndose de día y caminando de noche. Visto por Valdivia que no tenía a qué detenerse allí, navegó al puerto de Santiago. Llegado, envió a hacer saber estaba allí, y viniéronle a ver los amigos que en la ciudad tenía. En este mismo tiempo, entre la gente que venía por tierra cuando Valdivia volvió preso de Arica, dos capitanes que venían por orden suya, sobre el mandar y otras cosas que se ofrecieron, vinieron en discordia, llamado el uno Juan Jufre y el otro Francisco de Ulloa, en que el capitán Juan Jufre se adelantó y prendió al capitán Francisco de Ulloa, y descompuesto de la gente lo trajo consigo. Después entre ellos hubo largo pleito hasta que vino por gobernador de Chile don García de Mendoza, que conociendo de la causa fué condenado el capitán Juan Jufre por el licenciado Hernando de Santillán que volviese a Ulloa cierta cantidad de dineros en recompensa de las cosas que le tomaron los soldados que consigo llevaba. Siendo todos llegados a Santiago, Valdivia se comenzó a aderezar para ir a conquistar la tierra de Arauco.
Capítulo X
De cómo Valdivia salió de Santiago a conquistar la tierra de Arauco y de la batalla que los indios le dieron en el valle de Andalien
Viéndose Pedro de Valdivia en Chile rescibido por gobernador en nombre del rey y con gente la que había menester y deseado para ampliar el reino, procuró de los que le eran enemigos hacerlos amigos y los amigos confirmallos más en amistad, dando orden cómo pagar el oro que les había tomado cuando se fué al Pirú y de proveer algunos soldados de armas y caballos para salir a la conquista. Como hombre que tenía grande esperiencia de cargos y cosas de guerra, para que en lo de adelante y presente no tuviese de quien recatarse ni de quien tener sospecha que, contra él podría hacer movimiento alguno en el reino y que convenía ansí; aprovechándose de la discreción que tenía, llamó un día a Francisco de Villagra, a quien había dejado por su teniente, y le dijo que lo mucho que le debía no se lo podía pagar en tiempo alguno con lo que en Chile podía hacer por él: conforme a su deseo, quél pretendía enviallo al Pirú para que hiciese gente toda la que pudiese, y que con ella tomase el camino de Yunguyo que era la noticia que se había publicado y el capitán Diego Rojas había llevado, que era la mejor jornada que podía llevar: que él esperaba en Dios hacello señor por aquel camino tan noble, y que para ello hallaría propicio al licenciado Gasca. Villagra estuvo dudando entre sí y algo temeroso, porque [de] enviallo Valdivia al Pirú entendía le pedirían la muerte de Pedro Sancho, a quien había cortado la cabeza; mas viendo que no podía hacer otra cosa, se conformó con su voluntad, aunque contra la suya; y ansí para su reparo como hombre que de ello iba temeroso, llevó la información que había hecho contra Pedro Sancho, porque si allá le pidiesen [cuenta] tuviese con qué repararse. Decían que apartar Valdivia a Villagra de sí no era por amor que le tuviese, ni de hacello señor como él decía; sino porque supo que en su ausencia no le había sido amigo, y en sus cosas no había estado bien con ellas, y que por este camino, apartándolo de sí, daría olvido a la venganza, que cierto Valdivia, después que tuvo la gobernación por el rey, mudó mucho en costumbre y condición, aplicándose en muchas cosas a la virtud. Villagra hizo su camino al Pirú, donde le sucedió como adelante se dirá.
Andando Valdivia dando orden para su partida con mucho contento, quiso un día hacer mal a caballo en la plaza de Santiago; de su mohina cayó el caballo con él. Tomándole una pierna debajo se le quebró, por cuyo respeto se detuvo en salir a la jornada que tenía tan a la mano; no embargante este suceso adverso, proveyó luego que un capitán llamado Francisco de Aguirre, hombre principal, fuese con gente a poblar la ciudad de la Serena y castigar la muerte del capitán Juan Bohón. Habiéndole señalado los que con él habían de ir, se partió con ánimo determinado de dar buena cuenta de lo que llevaba a su cargo, y lo hizo ansí porque como hombre que lo entendía hizo luego que llegó un fuerte torreado y bien cercado, donde con seguridad estaban de ordinario. Puesto bien en defensa, dejando los soldados que le pareció bastaban a guardallo, con los demás salió a correr los valles, castigando los culpables en las muertes pasadas. Asentó todo el término de aquella ciudad ganando en ello mucha reputación y gloria, por ser cosa importante tener seguro aquel paso para los que venían por tierra del Pirú, que como pasaban sin contraste alguno levantaron el nombre de Aguirre en gran manera. En este tiempo siendo Valdivio sano de la pierna que tenía quebrada, salió de Santiago con ciento y setenta hombres muy bien aderezados y armados por el camino de los llanos; llegó al río de Biobio, teniendo con los naturales muchos recuentros y desbaratándolos muchas veces. Yendo por su ribera caminando un atambor que llevaba en su campo, quiso apartarse a buscar dónde podía hacer presa de algún ganado, y de su suerte dió en unos indios emboscados que esperaban tomar algún soldado desmandado: éstos dieron en él, y antes que pudiese ser socorrido, fué muerto. Pues caminando Valdivia el río abajo, vino a dar en otro río que se llama Andalien.
Los indios en este tiempo no dormían, antes viendo cuan cerca estaba su cativerio y servidumbre, se convocaron y hicieron junta por sus mensajeros de toda la más gente que pudieron; que como pasó el río de Maule e iba caminando, por momentos tenían nueva de lo que hacía y a dónde durmía, hasta que pasó en este valle de Andalien, que para pelear con él otra cosa no esperaban más de velle parar en alguna parte para trocar lo que les convenía; y ansí habiendo hecho alto una noche, se determinaron de pelear creyendo que de noche se turbarían los caballos, y los soldados, si algún descuido tuviesen, los tomarían en las camas. Puestos en orden, al cuarto de la modorra, ques a la media noche, se llegaron a los cristianos. Las centinelas que estaban velando, como los sintieron, tocaron arma y se fueron recogiendo hacia el campo; porque los indios iban sobre ellos por todas partes con grande número de flechas que sobre ellos llovía a manera de granizo, y con muchas lanzas y macanas grandes (que es tan larga una macana como una lanza jineta, y en el lugar donde ha de tener el hierro tiene una vuelta de la misma madera gruesa a manera de codo, el brazo encogido, con éstas dan grandes golpes), y porras tan largas como las macanas y en el remate traen la porra, que es tan gruesa como una bola grande de jugar a los bolos. Los cristianos viéndose acometidos por todas partes, que sospechosos de lo que podía ser estaban armados y muy en orden para lo que les sucediese, luego que se tocó a el arma se juntaron; y como los indios con ánimo de tornallos desapercebidos se metieron tanto, fué un hermoso recuentro y batalla para de noche, porque oír a los indios la orden que tenían en acaudillarse y llamarse con un cuerno (por él entendían lo que habían de hacer), y cómo sus capitanes los animaban y las muchas cosas que les decían. Y como la noche era serena y quieta, poníanse gran temor los unos a los otros. Por parte de los cristianos era brava cosa oír el estruendo de los caballos, el gran sonido de las trompetas, las voces que Valdivia les daba animándolos rompiesen en los indios; parecía que allí se les acababa el mundo. Andaban los indios tan cerrados y tan bien ordenados, que no podían los españoles entrar en ellos, porque en llegando el caballo, aunque los llevaban bien armados, dábanles con las porras tales golpes en las cabezas, que los hacían volver atrás empinándose, sin que los pudiesen más volver a los indios; por otra parte, eran tantas las flechas que tiraban, que casi todos los tenían heridos, y con tanta determinación los apretaban, que les iban ganando el campo; y aunque Pedro de Valdivia peleaba bien armado con un coselete de infante y su caballo con buenas cubiertas, no pudo hacer que los indios se rompiesen. Viendo que se perdían, para animar a los que peleaban a pie, que eran soldados de su guardia, mandó se apeasen algunos hombres principales, pues por defeto de los cabellos no podían llegar a pelear como querían. Luego se apeó Francisco de Riberos, Juan Godíñez y Gregorio de Castanieda, hombres valientes y conocidos; viendo apear a éstos, se apearon otros muchos con sus lanzas y dargas, y algunos arcabuces pocos que les ayudaron; y con mandar Valdivia juntamente con esto los acometiesen treinta soldados por las espaldas, los apretaron de tanta manera, que viéndose los indios cercados por todas partes y el ánima de los cristianos en crecimiento, y que les faltaba munición de flechas, careciendo de otras armas, habiendo hecho todo lo que en sí pudieron; siendo muertos tantos, que viendo los montones entre sí de cuerpos muertos, desmayaron en tal manera, que volviendo las espaldas comenzaron a huir cada uno donde le deparó su suerte. Ya comenzaba a amanecer cuando los españoles les tuvieron esta vitoria. Las yanaconas de Santiago que Valdivia tenía consigo pare servicio de el campo, que hasta aquel punto por orden de Valdivia habían estado quedos, conociendo que iban los indios desbaratados, salieron todos, número de trecientos yanaconas, matando con grandísima crueldad cuantos hallaban, que como iban derribados los ánimos y sin armas con que defenderse, mataron infinito número de ellos. Murieron en esta batalla más número de tres mill indios; de los cristianos no murió más de uno, que por desgracia un soldado, tirando a los enemigos, como era de noche, le dió un arcabuzazo por las espaldas de que murió. Era este soldado tan alto, que su mucha estatura lo mató, porque fué la herida en lo que sobraba de los hombros arriba. De todos los demás españoles, de los capitanes y soldados, no quedó ninguno que no saliese herido; de condición que si otra batalla les dieran los desbarataran, según quedaron temerosos y mal tratados ellos y los caballos. Valdivia retiró luego su campo de allí y se vino a la costa y puerto de la Concepción, sitio que ya lo había reconocido, llamado por nombre de indios Penco; allí asentó su campo para proveer lo que le convenía.
Capítulo XI
De cómo Valdivia pobló la ciudad de la Concepción y de cómo los indios vinieron a pelear con él y los desbarató. Está esta ciudad poblada en treinta grados y medio
Habida esta vitoria Valdivia con tanta felicidad, otro día luego retiró su campo porque el hedor de los muertos no le inficionase la gente, y también por buscar asiento conviniente donde poblar. Habiendo visto mucha parte de la comarca, no hallando otra tan a propósito como la de Penco, por tener buen puerto en una bahía grande, después de bien reconocido, trazó y pobló la ciudad de la Concepción. Dió solares a los soldados que allí habían de ser vecinos, y tomando para sí una cuadra, dió orden cómo hacer un fuerte torreado donde pudiesen estar seguros, velándose de noche y de día a las puertas de él. Y para hacello era necesario que los propios soldados ellos mesmos se cargasen de piedras y hiciesen los adobes y los acarreasen a los hombros; con esta orden lo hicieron en breve. En este tiempo los indios naturales de aquella comarca, aunque habían sido desbaratados en la batalla que a Valdivia habían dado de noche, no por eso desmayaron cosa alguna para dejar de probar otra vez su suerte y ventura. Con deseo de venganza y por echar de sus tierras tan grandes enemigos y tan aborrecidos de ellos, buscaron favores de toda la provincia, enviando mensajeros hombres pláticos y belicosos a hablar con los señores más lejanos, diciéndoles que el danio todo era general, y que tanta parte les cabría a ellos como a los demás, pues era gente que a todos igualaban en el servicio; porque era cierto les habían de hacer casas, sacalles el oro, dalles sus hijos y hijas que les sirviesen, hacelles las simenteras, y que el ganado que entre ellos había también lo tenían por suyo; de manera que no reservando cosa alguna estaban muy cerca de perder su libertad: que se juntasen y peleasen con los cristianos hasta echallos de sus tierras y de toda la provincia. Tales cosas les dijeron y tanto hicieron, que de conformidad se juntaron más número de cincuenta mill indios. Habiéndose reparado de armas, repartido capitanes que los acaudillasen y señalado el día que se habían de mostrar sobre la ciudad, comunicándose por sus mensajeros, aquel día entre ellos concertado, antes del medio día se mostraron por los altos sobre la ciudad y de allí vinieron abajando hacia el pueblo por tres partes, en tanta cantidad que cubrían el campo, con infinitos géneros de armas y muchas cornetas y cuernos grandes y otros infinitos instrumentos de guerra usados entre ellos.
Valdivia mandó tocar arma y que todos estuviesen a punto para hacer lo que por su consejo y acuerdo se determinase. Hubo varios pareceres entre sus capitanes, como suele acaecer en semejantes casos de guerra: unos decían que el primer ímpetu lo debrían de esperar dentro en el fuerte, y después hacer como mejor viesen que les convenía; otros decían que no, sino (fue luego antes que más se les llegasen habían de salir, y pelear con el escuadrón más cercano, antes que todos se hiciesen un cuerpo y llegasen todos juntos; porque si con aquél les iba bien, los demás no osarían llegar, y si lo desbarataban como creían, los demás no osarían pelear: que era bestial cosa esperar que unos bárbaros llegasen a ponelles cerco, pues era cierto que les habían de faltar todas cosas y que los indios viéndolos encerrados tomarían ánimo y de cada día se les juntarían más; sino que luego peleasen no dándoles lugar a juntarse. De este parecer fué Valdivia y lo tuvo por el mejor. Luego mandó a Jerónimo de Alderete y a Pedro de Villagra que con cincuenta soldados a caballo rompiesen con el escuadrón que más cerca les venía. Estando él presente les salieron luego al encuentro, y acertaron de su ventura y suerte que aquellos indios con quien iban a pelear eran reliquias de los que habían desbaratado cuando pelearon de noche en Andalien, porque los demás escuadrones, tratado entre ellos, les habían dado este lugar, diciéndoles que ellos habían de trabar primero batalla con los cristianos, y con esta orden venían delante. Llegados que fueron los capitanes cerca de el escuadrón, todos los demás indios mirando tan bravo espectáculo, porque como no habían visto cristianos a caballo hasta aquel tiempo, y los vían armados, relumbrando los hierros de las lanzas y las cotas, embrazadas sus dargas, era bravo el miedo que tenían, aunque después acá han ido en tanto crecimiento de guerra con el ordinario uso que se dan hoy los indios por [causa de] los cristianos en esta tierra, menos de lo que en aquel tiempo se daban los cristianos por ellos. Villagra y Alderete, apellidando el nombre de Santiago, puestos en ala, con grandísima determinación rompieron con todos los soldados que llevaban, donde pareció una cosa digna de memoria, y fué, a lo que después se supo por dicho de los indios, no pudiendo sufrir tan bravo acontecimiento, como vieron venir a los cristianos con aquella determinación tan grande contra ellos, no teniendo ánimo para pelear, siendo número de más de quince mill indios, volvieron las espaldas a huir: los demás escuadrones como vieron huir a éste hicieron lo mesmo, retirándose en su orden. Decían después que los cristianos no los habían rompido, sino una mujer de Castilla y un hombre en un caballo blanco los habían desbaratado: que ésta fué una terrible vista para ellos que en gran manera los cegaba. Esto se publicó; después, diciéndoles otros indios cómo los habían desbaratado tan pocos cristianos, daban este descargo; y es de creer ansí, porque aquel día vinieron sobre la ciudad más número de cincuenta mill indios, por donde parece ser creedero fué Dios servido los cristianos no se perdiesen y que los quiso socorrer con su misericordia, pues de la entrada que entonces hicieron ha resultado en este reino muchas ciudades pobladas y muchas iglesias donde se predica el Evangelio, y monasterios de religiosos que hacen con su dotrina mucho fruto entre los naturales, y grande número de indios que son cristianos y viven casados debajo de el matrimonio de la iglesia. Habiendo seguido el alcance, mandó Valdivia que se recogiesen al fuerte, porque era este hombre tan ajeno de toda crueldad en caso de matar indios, que fué mucha parte para su perdición la clemencia que con ellos tenía, como adelante se dirá.
Luego desde a pocos días, llegó al puerto de aquella ciudad un barco en que iba don Rodrigo González, primero obispo de Chile, con mucho refresco y medicinas para curar los heridos; que teniendo nueva en la ciudad de Santiago de la batalla que Valdivia tuvo en Andalien, como celoso de la Iglesia de Jesucristo y por su aumento, vino a hallarse allí.
Luego mandó Valdivia a sus capitanes saliesen por la provincia a traella de paz, lo cual se hizo fácilmente. Vinieron muchos naturales a servir y de cada día venían más, viendo que no les aprovechaban las armas, dejándolas olvidar hasta conocer qué orden les convenía tener para volvellas a tomar.
Capítulo XII
De cómo Valdivia mandó a Jerónimo de Alderete fuese a descubrir la provincia de Arauco, y cómo Valdivia pobló la ciudad imperial en 38 grados
Después de haber traído de paz muchos repartimientos en la ciudad de la Concepción, mandó Valdivia al capitán Jerónimo de Alderete que con ochenta soldados a caballo fuese a descubrir la provincia de Arauco, que es lo más principal de todo el reino y de más gente. Pasé el río de Biobio, questá dos leguas de la ciudad y es río muy furioso a sus tiempos, y algunas veces se pasa de verano por algunos vados por respeto de ir muy tendido. Llegado a Arauco, que es dos jornadas de la Concepción, vido tantos pueblos de naturales y tan poblada la provincia, que no osé pasar adelante más de ver el principio; aunque los indios principales le salieron todos de paz, e informándose de lo de adelante entendió era más poblado de lo que allí parecía, y ansí se volvió sin entrar más en la tierra adentro, como hombre que tenía plática de guerra. Vuelto a la Concepción dió razón a Valdivia de lo que había visto. Luego le mandó que por el camino de la sierra la tierra adentro, a la ligera con las lanzas en las manos viese lo que había. Fué hasta el río de Cayten por tierra tan poblada como la de Arauco treinta y seis leguas de camino, todos muy regocijados y alegres; se volvió desde allí a la Concepción. Con esta nueva salió Valdivia con ciento y veinte soldados a caballo (si no eran algunos de su guardia que no alcanzaban a tener caballos por respeto de el valor grande que tenían) con ánimo de poblar una ciudad, y para ver mejor en dónde, fué por el camino de la costa, reconociendo si había algún puesto que bueno fuese; porque como era hombre que había andado por el mundo, sabía la ventaja que tenían las tales ciudades pobladas en costa de mar a las de la tierra adentro; y ansí iba buscando asiento hasta que llegó al río de Tirua, que está treinta leguas poco menos de la Concepción. Allí quiso poblar, y siendo informado de los naturales que era anegadizo en tiempo de invierno, aunque había juntado mucho bastimento, mudó de parecer. Queriendo pasar el río, buscando vado para ir adelante, un soldado llamado Higueras, hombre gran nadador, con una buena yegua que tenía, valiente y de buena determinación, se metió por el río: buscando vado confiado en su nadar y en el caballo que llevaba, cayó en un raudal desechándolo la yegua de sí; no pareció más. Valdivia bajó con su campo a la boca del río donde entra en la mar, y pasó de la otra banda yendo adelante: todos los naturales le venían a ver y servir. Desde a dos días llegó al río de Cayten, que corre por tierra fertilísima y de mucha gente. Junto a este río pobló una ciudad en una punta que hacía en donde se juntaba con otro río menor, y le puso nombre Imperial, porque en las casas que los indios tenían había en unos palos grandes que subían desde el suelo encima a lo alto de las casas una braza y más en el remate de la misma madera, en cada uno una águila con dos cabezas. Tomándola por buen pronóstico de imperio, le puso aquel nombre de Imperial, y porque entraba el invierno le pareció volverse a la Concepción a causa de ser puerto de mar tendría allí algunos navíos del Pirú-y por saber de Santiago. Dejando por su teniente a Pedro de Villagra, hombre fuerte y plático de guerra de indios y arriscado en ella, con mucha cordura le mandó se informase de lo de adelante y mirase por lo presente, y reparase aquel asiento con hacelle un fuerte para su defensa. Proveyendo todo lo que convenía, se partió para la Concepción solamente con sus criados, por dejar más número de gente en aquella ciudad, diciendo a todos en general volvería a la primavera a repartilles los indios todos que en los términos de aquella ciudad había, y descubrir y poblar lo de adelante.
Capítulo XIII
De cómo Valdivia salió de la Concepción para ir a poblar la ciudad de Valdivia y ciudad rica y de lo que le acaeció a Francisco de Villagra en el Pirú hasta que vino a Chile
Después que Francisco de Villagra llegó al Pirú, como muchas veces acaescer suele, donde creyó que fortuna le fuera contraria ansí por la muerte de Pedro Sancho como por ir pobre, le fué tan favorable, que halló tanta voluntad en el presidente Gasca, que demás de dalle licencia para hacer la gente que pudiese, se holgó mucho con su llegado: y en lo de Pedro Sancho no mostró haber sido mal hecho, antes lo tuvo por muy loable; y como en aquel tiempo las disensiones que en el Pirú había habido aún no estaban acabadas de sosegar, rescibió contento, porque le pareció saldrían, muchos soldados con él que pretendían desasosegar el reino, y otros que estaban descontentos por no habelles dado de comer, que es indios en repartimiento, y él se quitaría de importunidades. Villagra, como era hombre de buenas palabras, aunque mal mañoso, halló mercaderes que levantándoles los ánimos con las cosas muchas que de Yunguyo les decía y a otros oían, viendo la comisión que de el presidente Gasca tenía, por tener buen lugar par de él, le ayudaron muchos con sus haciendas. Luego se subió al Cuzco y de allí a los Charcas, donde hizo pie para hacer la gente.
Juntáronsele en dos meses docientos hombres, y entre ellos algunos mercaderes que vinieron con él, de manera que donde entendió que todo le faltara, todo le sobró, porque juntó número de más de cien mill pesos. De ellos repartía con algunos soldados que no tenían con qué aderezarse, los cuales le hacían obligaciones por lo que les daba, y porque no paresciese que los recebía para nunca los pagar, también él hacía obligaciones a los que se lo prestaban, aunque después ni ellos se lo pagaron a él ni él a los que se los prestaron. Viéndose con doscientos y veinte hombres, hizo su maestro de campo al capitán Alonso de Reinoso, natural de la villa de Maqueda, hombre de mucha espirencia de guerra y de buen entendimiento. Hizo su camino la vuelta de los Juries, que agora se va poblando de cristianos; no quiso parar en ellos aunque era tierra viciosa de cocas y de mucha gente, por la grande nueva que llevaba de Yunguyo. Pasó por la provincia de largo, donde le acaeció que un hijodalgo llamado Juan Martínez de Prado, hombre principal y que en el Pirú había servido a su Majestad, le pidió al licenciado Gases le diese facultad para que con la gente que juntar pudiese, fuese a poblar fuera del reino a donde le paresciese. Tenida esta licencia, con cien hombres que juntó entró por los Juries y pobló una ciudad a la entrada: púsole nombre Santiago de el Estero, por estar poblada junto a un río pequeño que pasa por ella que hoy permanece y será buena ciudad por la noble comarca que tiene.
Estando en ella pasó Francisco Villagra con su campo, veinte leguas apartado. Juan Martínez de Prado que lo supo por la nueva que los indios le dieron, no sabiendo qué número de gente llevaba, creyendo ser menos salió con treinta hombres en su busca, diciendo dar una noche en él y quitalle la gente que llevaba, que estaba desproveído y falto de ella para poblar su provincia. Ateniéndose que en aquel tiempo las más veces se determinaba la justicia por las armas, llegado a donde Villagra estaba alojado su campo, a la media noche las centinelas que velaban tocaron arma, diciendo: «Arma de cristianos.» Se recogieron al campo, y los que venían con Juan Martínez de Prado juntamente con ellos, los unos dando arma y los otros con tropel de caballos, diciendo: «¿Adónde está Villagra? Rendir, caballeros.» Todos alborotados en caso tan repentino, se comenzaron a juntar en cuadrillas, y algunos mostrando flaqueza y falta de ánimo, se rindieron; que después entre ellos se trataba. Villagra estaba debajo de un árbol donde tenía su pabellón, y si acertaran a dar en él antes que se le llegaran soldados, acabara una cosa grande para él en aquella tierra. Armándose Villagra con los que le acudieron, se estuvo quedo por entender bien la gente que era. En este inter llegó el capitán Guerra con la espada desnuda, preguntando: «¿Dónde está Villagra, que había prometido prendello?» Villagra le dijo qué quería, que él era. Llegándose a él, le dijo: «Sea preso vuestra merced.» Villagra le asió de la guarnición de la espada, tirando con fuerza se la sacó de la mano y dándole algunas cuchilladas los que con él estaban, que por venir armado no le hirieron, se les huyó de las manos. Juan Martínez de Prado, siendo informado la gente que allí había, parescióle que si esperaba a el día, todos se habían de perder: recogió su gente y por el camino que habían venido se volvió, no habiendo hecho más efeto que se ha dicho: que si viniera con cincuenta soldados hacía una hermosa suerte.
Llegado el día, Villagra recogió su campo dejando el servicio y tiendas con los bagajes que llevaba; casi con cien hombres a la ligera fué en su seguimiento y aquel día entró en la ciudad de el Estero, en donde Juan Martínez de Prado estaba, el cual, como le vido venir, salió luego a recibirlo y llegando a él se hincó de rodillas y como hombre rendido le entregó su espada: Villagra como era hombre noble y amigo de gloria, lo abrazó y trató muy bien. Después de haber rescebido su disculpa, capitulé con él que por estar aquella ciudad en la gobernación de Pedro de Valdivia, poblada como parecía por los grados en que estaba contando la latitud, le dejaba en ella para que en nombre de Valdivia la tuviese y le reconociese por su gobernador.» Acetada esta condición y capítulo, tomado de él juramento, aunque después no lo cumplió, le dejó allí algunos soldados que se quisieron quedar, y otros que se quisieron ir con él los llevó consigo.
Yendo su camino de Yunguyo, dejando los Juries atrás con esperanza de hallar aquella tierra tan rica, habiendo caminado de una provincia en otra, llegó al valle de Cuyo, donde agora están pobladas la ciudad de Mendoza y la ciudad de San Juan. Estándose regocijándose todos juntos, en su alojamiento acertó a quemarse una casa, y tras de aquella otra, y ansí se quemó todo el campo con algunos caballos y casi todos los pertrechos que traían con las demás ropas de vestir. Quedando tan desbaratados, acordaron, pues estaban en el paraje de Chile y tan faltos de todas cosas, mudar de rota y venirse a donde Valdivia estaba. Pasando la Cordillera Nevada llegaron a Santiago, aunque contra la voluntad de muchos hombres nobles que en su campo traía.
En este tiempo Valdivia, llegada la primavera, juntó toda la más gente que pudo para ir a poblar una ciudad o más, conforme a cómo respondiese lo de adelante, antes que Villagra entrase en Chile, de el qual tenía nueva venía por de la otra parte de la Cordillera caminando con docientos soldados bien aderezados, gente muy lustrosa, a fin, a lo que después el mesmo dijo, de dar repartimientos de indios a los que le habían ayudado a ganar y descubrir el reino, porque después los que con Villagra viniesen no quisiesen entrar tan a la parte que le obligasen a dalles de comer en lo que él había descubierto. Con esta orden salió para Arauco, que era por allí el camino, y por Tucapel llegó a la ciudad Imperial, donde le fué hecho un recebimiento ordenado por un hidalgo, su amigo, llamado Andrés de Escobar (hombre de mucha virtud y discreción, a quien Valdivia había dado de comer y héchole vecino de aquella ciudad), a manera de triunfo muy solene, que dió gran contento a todos y más a Valdivia, que en los pensamientos que tenía todo le parecía que le estaba corto, según estaba puesto en nombre de señoría. Después de ser ansí festejado, deteniéndose pocos días en aquella ciudad, mandó apercibir la gente que le pareció bastaba para ir con él dejándola reparada; porque en los naturales no hubiese algún movimiento, pasó el río de Cayten, y descubriendo la tierra de adelante llegó a otro río llamado Tolten, río grande. Después de habello pasado en balsas de carrizo, los caballos a nado, caminó hacia la Sierra Nevada. Informándose de lo que había en aquella provincia, llegó a un valle que hace camino para pasar la Cordillera de la otra banda, y aunque tuvo por plática de los indios ser mejor tierra y más bien poblada que en donde estaba, dejó de ir allá, porque muchas veces semejantes relaciones salen inciertas, y en este caso los indios mienten mucho. E informado que cerca de adonde estaba había unas minas ricas de plata, de donde los naturales sacaban y labraban plata, diciéndole que se las mostrarían, envió al capitán Alderete con diez soldados a pie. Llegados a donde decían que estaban, o fué que se arrepintieron, o fué mentira (que a lo que adelante se vido, lo hicieron por sacar a Valdivia de sus tierras). Alderete se volvió sin hacer más efeto de lo dicho. Luego levantó Valdivia su campo, y perlongando la Cordillera Nevada, atravesando unos montes, vino a dar a un valle bien poblado llamado Marequina. En este valle tuvo nueva de Villagra y que llegaba desde a pocos días allí; que como entró en Chile y tuvo nueva que Valdivia había salido de la Concepción a descubrir lo de adelante, vino en su busca con ocho soldados a la ligera.
Llegó desde a diez días, Valdivia lo rescibió a él y a los que con él venían amorosamente. Después de haber estado allí tres días le mandó volver, y que la gente que había traído la recogiese y viniese con ella a donde él estuviese, porque iba a poblar una ciudad, y que en ella daría de comer a todos los que lo hubiesen merecido; y que en lo que a él tocaba, entendía hacelle mayor señor que lo era el marqués de Astorga, su amo.
Ido Villagra, envió luego al capitán Alderete con cuarenta soldados, todos a caballo, que le descubriese la costa de la mar de el Sur. En este tiempo los indios que ya estaban juntos esperando coyuntura que en su favor fuese para pelear, la hallaron entonces. Como vieron que un capitán había salido con gente y que era la mitad menos, informados por sus espías, vinieron sobre el campo; y si como tuvieron ánimo para intentallo y llegallo hasta allí, lo tuvieran para pelear, se creyó hicieran una buena suerte; mas fueron tan ruines, que siendo descubiertos y tocada arma en el campo, hasta seis soldados que se hallaron prestos a caballo, acudiendo a donde el arma se había dado, y viendo los indios, rompieron con ellos y con tan buena determinación, que el grande miedo que tenían les hizo volver las espaldas sin pelear, tan temerosos, que soltando las armas se echaron a un río desde una barranca alta. Allí se ahogaron muchos, porque como caían unos sobre otros y era raudal, quedando desatinados, se ahogaban. Desde a dos días llegó el capitán Alderete con nueva de haber visto buena tierra y bien poblada en algunas partes. Luego partió Valdivia en busca de algún asiento donde poblar. Yendo caminando llegó a un río mayor que ninguno de los que hasta allí habían visto. Después de informado que a la entrada de la mar era mucho mayor, porque entraban en él otros ríos grandes y porque sobrevinieron algunos temporales de muchas aguas, se detuvo la Pascua de Navidad en su ribera, y desde allí envió Alderete con treinta soldados que viese la disposición de la tierra, el río abajo. Llegó a un valle grande, bien poblado de naturales y cercado entre dos ríos, por cuyo respeto no pudo pasar adelante. Desde allí se volvió y dió aviso a Valdivia que luego partió con su campo. Llegado a aquel valle llamado Guadalauquén, mandó hacer balsas para pasar de la otra banda. Este río no corre furioso, sino manso, por su mucha hondura, y ansí lo pasó sin peligro alguno. En su ribera de la otra parte halló un asiento bueno y muy a propósito para poblar una ciudad, que era la pretensión que Valdivia llevaba. Desde aquel asiento mandó algunos hombres de la mar fuesen con algunas canoas el río abajo hasta la boca de la mar y viesen ni tenía puerto para navíos. Desde a cuatro días vinieron con nueva que tenía buen puerto y tan bueno como lo había en el mundo. Luego Valdivia pobló en aquel mismo lugar donde estaba, y púsole nombre la ciudad de Valdivia. Está poblada en treinta y nueve grados y medio; y porque de él quedase aquella memoria, quiso remedar a los antiguos que tenían aquella orden cuando alguna ciudad poblaban. Luego mandó alzar árbol de justicia, nombré por alcaldes que la administrasen a Francisco de Godoy, natural de Córdoba, y a Nieto de Gaete, de Zalamea natural, en Extremadura; hizo regidores conforme a la costumbre de indios, y dió solares en que hiciesen casas los que allí habían de ser vecinos, y envió a Alderete con cincuenta soldados a ver la tierra de adelante; y porque tuvo nueva que Villagra estaba en el valle de Marequina, ocho leguas de la ciudad de Valdivia que acababa de poblar, no fué personalmente a esta jornada, a lo que él mesmo dijo.
Villagra llegó desde a poco con ciento y treinta soldados, de ellos muchos hijosdalgo y muy nobles, y que a su majestad han servido mucho y muy bien. El capitán Alderete llegó al mismo tiempo con buena nueva de la tierra de adelante. Valdivia mandó apercibir ciento y cincuenta soldados para illa a ver; y porque envió a Alderete a poblar una ciudad en el valle de los Poelches, que es donde le dijeron que estaban las minas de plata, trazando en su pecho, que si era verdad el tiempo las descubriría y se ennoblecería el reino, llevó consigo a Villagra.
En este tiempo algunos soldados quisieron revolver a Valdivia con Villagra, diciendo traía determinado de matallo, que mirase por sí. Estos estaban desgustosos de Villagra de el tiempo que con él anduvieron, y ansí querían sacar, como dicen, la culebra con mano ajena; mas Valdivia despreciándolo todo con su mucho valor y sagacidad, lo trató con el mesmo Villagra, quedando conformes y amigos. Le dió de repartimiento más número de treinta mill indios, diez leguas de la ciudad Imperial, y dejando allí por su teniente al licenciado Altamirano, hombre principal, natural de Huete, se fué a ver lo que Alderete había descubierto. Llegando cuarenta leguas adelante de la ciudad de Valdivia, que había acabado de poblar, halló por delante un gran lago que nacía en la Cordillera Nevada e iba a entrar en la mar del Sur, tan ancho que le pareció era menester hacer bergantines para podello pasar; aunque después acá se ha pasado infinitas veces, los caballos nadando hasta la otra banda, y los españoles metidos en canoas, remando, llevan los caballos de cabestro y ansí lo pasan hoy. Pues Valdivia, poniéndole por nombre el lago de Valdivia, se volvió desde allí, que cierto todo el fin y deseo que tenía era acercarse al estrecho de Magallanes.
Llegado de vuelta a la ciudad de Valdivia, hizo repartimiento de indios en general a todos, rogándoles y pidiéndoles por merced en una oración que hizo el pueblo, respetasen y tuviesen por su capitán al licenciado Altamirano, de cuya prudencia estaba confiado los tendría en justicia, y que él volvería presto a repartilles todos los indios que habían de servir aquella ciudad: que en el entretanto se visitasen todos para no dar cosa que incierta fuese a ninguno. Dejándolos con esta orden se fué a la ciudad Imperial, que era camino para la Concepción, lugar que había escogido para su vivienda, por estar en mitad del reino. Llegado a la Imperial, halló algunos soldados antiguos que estaban quejosos de él, porque en el repartimiento que les había hecho de aquella ciudad no les había dado lo que pretendían. Después de habellos contentado con palabras a unos, y a otros con obras, que todo tenía Valdivia cuando él quería, se fué a la Concepción.
Capítulo XIV
De cómo se le alzó la tierra a Valdivia y la causa que para ello hubo; y de cómo saliendo a la pacificación le dieron los indios una gran batalla en que lo mataron a él y cuantos con él iban
Después que Pedro de Valdivia hubo poblado la ciudad que de su nombre se llamó Valdivia, vuelto a la Concepción, estuvo allí el invierno, y el verano siguiente se fué a la ciudad de Santiago, dejando dada orden que le hiciesen sus casas con mucho cuidado, grandes y suntuosas, de manera que cuando volviese las hallase acabadas.
Llegado a Santiago, vendió los indios que tenía en su cabeza en aquella ciudad desde que la pobló, a quien más dinero le dió por ellos; pareciéndole que como eran conquistadores no era venta, sino ayuda que les hacía para sustentar el reino. Juntando la mayor suma de pesos de oro que pudo, con ellos y con lo que Alderete juntó de sus indios, envió a España al mesmo Alderete con más de treinta mill pesos, y con orden que le negociase con el rey don Felipe la gobernación por su vida, y título de Señor con perpetuidad de indios: y que después de sus días pudiese nombrar persona que le sucediese en el gobierno.
Despachado Alderete a España, llegó a la ciudad de Santiago don Martín de Avendaño con una compañía de gente y los capitanes Gaspar de Villarroel y Altomirano, cada uno con una compañía de soldados; que el visorrey, don Antonio de Mendoza, que gobernaba el Pirú, entendiendo la necesidad de gente que Valdivia tenía, prestó consentimiento para que de aquel reino la tal gente se sacase, y por supremo en el mando hasta llegar a donde Valdiva estaba, a don Martín de Avendaño: llegados a la ciudad de Santiago, Valdivia los salió a rescebir. Después de haberse visto, y hécholes mucha merced en tratamiento y palabras amigables, desque hubieron descansando, holgándose en aquella ciudad por algunos avisos que tuvo en que le significaban cuan necesaria era su persona en aquella ciudad para el reparo de ella y proveimiento de las demás nuevamente pobladas, se partió. Y llegado que fué a la Concepción, quiso luego pagar al mariscal Alonso de Alvarado lo que por él había hecho cuando con el presidente Gasca hizo sus negocios (por ser don Martín cuñado suyo, casado Alonso de Alvarado con su hermana, persona principal), dándole un repartimiento de indios en la ciudad Rica. Habiendo ido con sus criados a tomar la posesión y ver la disposición de la tierra, habiéndola visto, quisiera que Valdivia le diera más número de indios y en mejor parte, porque algo de ello era en monte, y los soldados que los poseían se quejaban unos a otros, diciendo habían ellos ganado indios y tomado tantos trabajos para que después en remate de ellos los diese Valdivia a don Martín ni a otro ninguno, quitándosolos a ellos: que si era en obligación al mariscal y quería hacer por sus cosas, que le diese de sus haciendas o de los indios que tenía en su cabeza, y no de lo que ellos poseían y habían ganado. Don Martín, como era caballero y oía estas cosas que decían y aun delante de él, pesábale que se les quitasen aquellos indios a los que los tenían para dárselos a él, viendo que los habían merecido y trabajado, y que tenían razón, aunque en número eran más de dos mill indios. Sobre esto volvió a verse con Valdivia y tratar de sus negocios, sobre los cuales se desavinieron. Don Martín le pidió licencia para irse al Pirú; diósela alegremente, porque en aquel tiempo Valdivia, como se vía tan señor, toda cosa despreciaba. Por respeto de don Martín se fueron número de más de treinta soldados que después le hicieron harta falta.
Desde a poco pareciéndole, según era mucha la gente que en la provincia había, era necesario para tenella sujeta hacer algunas casas fuertes y tener en ellas guarnición de soldados, porque si los indios se quisiesen alzar no lo pudiesen hacer tan fácilmente, remedando a los romanos cuando se hicieron señores de España (que por los muchos castillos que hicieron en la provincia se llamó después Castilla), y como hombre que tenía los pensamientos tan altos, pareciéndole que fortuna le era en gran manera favorable, mandó que se aderezasen dos navíos con mucho bastimento y doblados marineros, y rogó a Francisco de Ulloa, caballero natural de Cáceres, que había sido su capitán, los llevase a su cargo y le descubriese el estrecho de Magallanes para tratarse por aquel camino con España y no por el Pirú; porque, demás de no ser mandado por el Audiencia que en el Pirú residía, como escueza tanto en los hombres poderosos ser a otros sujetos, y por tener las mercaderías en extremo más baratas, lo envió a la ciudad de Valdivia, que está de el estrecho de Magallanes docientas y cincuenta leguas de navegación. De allí salió proveído bastantemente de matalotaje y gente. Hízose a la vela desde aquella ciudad, e yendo en su demanda llegó a un estrecho de mar que rompía la Cordillera Nevada y pasaba de la otra banda: entró por ella reconociendo si era el estrecho o no. Pareciéndole había hecho mucho, sin ver la mar de el Norte se volvió con sólo traer razón de haber visto y corrido la costa y reconocer los puertos que tenía, para poder a otro tiempo hacer mejor efeto para lo que adelante se quisiese hacer.
Mandó Valdivia ansí mesmo en este tiempo a Villagra, porque no le quedase cosa alguna por hacer, que con ochenta soldados a caballo fuese de la otra parte de la Cordillera Nevada y le descubriese la mar de el Norte; porque si Francisco de Ulloa, a quien había enviado por la mar, no acertase por aquella vía o por estotra, tuviese razón de ella, y que fuese por la ciudad Rica, que era la mejor entrada que la Cordillera tenía. Decíase que más lo hacía Valdivia por apartallo de sí que no por el descubrimiento; porque como Villagra había traído a Chile docientos hombres, tan principal gente, y le eran amigos otros muchos, quería apartallo y tenerlo lejos de sí.
Yendo Villagra su camino, que no osaba desgustar en cosa alguna a Valdivia, pasó la Cordillera por buen camino. Siguiendo su viaje, llegó a un río grande que hacía unos despeñaderos grandes e iba hondo de tal condición que, siguiendo sus riberas muchas jornadas, y no hallando por dónde podello pasar, topó con un fuerte donde estaban recogidos hasta veinte poelches. Después de habellos llamado de paz, visto que no querían entendelle y se daban poco por lo que les decía, lo mandó combatir, e que se entrase por podellos castigar como a contumaces y malos. Pues yendo hacia él doce soldados disparando algunos arcabuces, los indios se defendieron de tal suerte, que peleando con ellos y con los demás que les fueron de socorro, mataron cuatro soldados; aunque después lo ganaron y se castigaron algunos. Yendo Villagra su camino llegó a un valle bien poblado de indios veinte leguas de Valdivia, llamado Maguey: desde allí se fué a la Concepción, no habiendo hecho más efeto en su jornada.
En este tiempo Valdivia para más sujetar los indios que no se le alzasen, pareciédole que en la comarca de Angol sería bien poblar una ciudad por estar entre la Concepción e Imperial, mandó que los vecinos en cuya comarca estuviesen sus repartimientos fuesen a vivir allí: con esta orden fueron algunos y comenzaron a hacer sus casas. Mandó también algunos hombres pláticos de sacar oro y de conocer la tierra donde se cría, que lo buscasen con yanaconas que lo habían sacado en las minas de Santiago. Estos entraron la tierra adentro y hallaron algunos ríos que lo tenían, en especial entre la Concepción e Imperial: dando tan buena muestra, sacaron en breves días mucho en que había granos tan grandes como nueces y como almendras. Desque le trajeron la muestra de ello mandó a sus criados que con la más gente que pudiesen lo sacasen, y que para ello los señores principales que a él servían lo mandarían a sus súbditos. También en aquel tiempo, junto a la ciudad de la Concepción, se hallaron otras minas muy ricas, que en las unas y otras traía ochocientos indios sacando oro; y para seguridad de los españoles que en las minas andaban, mandó hacer un fuerte, donde pudiesen estar seguros. Estando en esta prosperidad grande, le trajeron una batea grande llena de oro. Es batea un palo redondo, cavado el fondo de él, de manera que viene a quedar como una fuente de plata, ansí grande aunque más honda: con éstas sacan el oro en las Indias. Este oro le sacaron sus indios en breves días. Valdivia habiéndolo visto no dijo más, según me dijeron los que se hallaron presentes, de estas palabras: «Desde agora comienzo a ser señor.» Sin dar gracias al Criador de todo aquello, que cierto no es creedero un hombre dé tan buen entendimiento dejase de dar gracias a Dios, pues de un escudero había levantando tanto que era señor.
En este tiempo los indios, viendo cómo los trabajaban en hacer casas y simenteras con sacar oro, cosas que no estaban a ello vezados, pareciéndoles trabajos grandes y para ellos insufribles, trataron secretamente de se alzar, y después de haberlo tratado y comunicado entre sí, resumidos en que se hiciese, pues sabían cierto que si les decía mal, queriendo volver a servir Valdivia les había de perdonar lo pasado, y que para ello tenían delante el perdón que hizo a los indios de Quiapo y de Quedico, que están en el puerto de el Carnero, cuando mataron los cristianos que desembarcaron en su tierra tres años había. Y fué que Valdivia, estando en la Concepción falto de bastimento, envió al capitán Bautista de Pastene, natural de Génova, con dos navíos que los cargase de maíz por la costa en las partes o parte que le pareciese. Llegado a este puerto de el Carnero, echó veinte soldados en tierra para ver si tenían las casas comarcanas a la mar algún maíz que poder embarcar. Los indios, queriendo defender sus haciendas, se juntaron en un momento mucho número de ellos con sus armas y vinieron sobre los cristianos, los cuales comenzaron a pelear tirándoles arcabuzazos, y los indios muchas flechas. Fuéronse encendiendo en tanta manera, que se vinieron a revolver unos con otros a las manos; y como venían más y más indios, los que peleaban, acrecentando ánimo, apretaban a los cristianos de tal manera, que le convino al capitán Bautista, con ánimo de ginovés de que tanto abonda aquella nación belicosa en cosas navales, acudir en su favor y retirallos. Con harto trabajo los hizo embarcar, quedando muertos seis soldados. Que es esto lo que los indios decían que Valdivia les había perdonado.
Para hacer lo arriba dicho, tomó la mano la provincia de Tucapel, que es la gente más belicosa de todos ellos. Estos un día acordaron de matar la guarnición de cristianos que en la casa fuerte tenían, y para hacello se determinaron, cargados de yerba como otras veces habían ido, llevar sus armas secretas entre ella metidas, y que con este ardid descuidarían a los cristianos y entenderían que iban a servir como de ordinario lo hacían; y dentro en el fuerte, echando la yerba, tomarían las armas, y que ansí los matarían repentinamente. En el fuerte estaban seis soldados bien aderezados de armas, caballos y con cuidado, porque entendiendo que los indios traían trato de alzarse, el que estaba por capitán, que era un soldado antiguo llamado Martín de Ariza, mandó prender los señores prencipales de aquella comarca en quien tenían más sospecha y ponellos en prisiones: era Martín de Ariza vizcaíno de nación. Los indios, viendo a sus caciques presos, diéronse más priesa a poner en efeto lo concertado; y un día, luego después de haberse conformado, vinieron cargados de yerba: los cristianos los dejaron entrar, como siempre lo hacían, dentro del fuerte. Echando la yerba en tierra, tomaron las armas y arremeten a los cristianos, que, aunque no estaban bien aderezados, con sus espadas y dargas se defendieron por estar todos juntos y ser el lugar estrecho; y también los indios no eran más de hasta ciento, por venir más disimulados: echáronlos fuera a cuchilladas, dejando algunos muertos, y ellos también heridos.
Como los indios vieron descubierta su rebelión, juntáronse con otros muchos que venían detrás de ellos a ver cómo les sucedía, y esperaron a los cristianos fuera en el campo. El capitán Martín de Ariza salió a ellos con otros tres soldados a caballo y los desbarató muchas veces, quedando ellos tan mal heridos que luego dieron orden cómo irse antes que los indios viniesen de propósito a ponelles cerco, no esperando socorro tan breve; aunque Valdivia le había escrito que sería con él tal día señalado, no lo quiso llegar a prueba de si sería ansí o no, no queriendo poner su vida en condición de perderse. Y ansí no pudiendo sufrillo en su ánimo, aquella noche desamparó el fuerte y con una barreta de hierro mató los caciques que tenía en prisión. Desde allí se fué a la casa de Puren, que era otro fuerte y estaba de allí ocho leguas. A los que estaban en su defensa dió aviso de lo que le había acaecido en Tucapel para que estuviesen recatados de allí adelante.
En estos mismos días, Valdivia salió de la Concepción con cuarenta soldados, los más de ellos capitanes, muy en orden; no llevó más número de gente porque en aquel tiempo eran los indios tenidos en poco, como gente que no sabía pelear ni aun tenían ánimo para ello; mas después que conocieron los caballos y trataron a los cristianos, supieron defender sus tierras. Valdivia fué al asiento de minas donde sacaban el oro, dejando reparado aquel sitio y dado orden que un vecino de la Concepción llamado Diego Díaz, natural de Sanlúcar, pusiese en defensa todo lo que entendiese que para buena seguridad convenía. Atravesó de allí y se fué a Arauco, donde tenía otra casa fuerte. Siendo allí informado de lo de Tucapel, partió luego con treinta y seis soldados; no llevó más porque había escrito a la ciudad Imperial que para tal día se juntasen con él en la casa de Tucapel veinte hombres principales, y de su letra todos señalados, que si quisiera llevar mucha gente, en el reino tenía mucha con que pudiera ir al seguro; mas cuando las cosas están ordenadas por el Divino juez, no se puede ir contra ellas, y ansí es de entender que quiso a Valdivia castigallo por sus culpas y vivienda pública dando mal ejemplo a todos con una mujer de Castilla siempre amancebado. Dejados estos secretos para el juez justo que lo sabe, él fué camino de Tucapel, confiado en su ventura y buenos sucesos; los indios, como tuvieron plática de su venida se juntaron grandísimo número de ellos como a cosa que tanto les iba, y hechos grandes escuadrones fueron sobre el fuerte de Tucapel y lo quemaron. Estando todos juntos tratando qué orden tendrían para pelear con Valdivia, se levantó de entre ellos un yanacona llamado Alonso, que había sido criado de Valdivia y le había servido de mozo de caballos, y les dijo, le escuchasen, que les quería hablar y decir cosas que les convenía. Estando atentos a lo que decía, en voz alta les comenzó a decir que los cristrianos eran mortales como ellos y los caballos también, y se cansaban cuando hacía calor más que en otro tiempo alguno; que si ellos querían pelear bien no dudasen sino que los desbaratarían, y echarían de sí el yugo de servidumbre tan áspero, y que entendiesen que no era nada lo que al presente servían y trabajaban en comparación de lo mucho que habían de trabajar ellos y sus hijos y mujeres; que quisiesen más como hombres morir una muerte noble defendiendo sus casas, que no vivir siempre muriendo, y que si querían estar por lo que él les dijese, que les daría orden cómo habían de pelear y de lo que habían de hacer para desbaratallos. Los indios principales, que son entre ellos los señores, le dijeron que en todo guardarían cualquier preceto de guerra que les diese. Luego les mandó que en una loma rasa que había cerca de la casa fuerte de Tucapel, el río enmedio, allí se juntasen y le esperasen dejándole llegar sin mostrársele hasta que estuviese con ellos; y entonces tomando las armas le defendiesen el camino poniéndosele delante un escuadrón, y que los demás escuadrones estuviesen a la mira esperando el suceso de aquel que peleaba: y que cuando aquél se viese rompido, se echase a las laderas, que era en donde los caballos no podían ser bien manejados, y saliese luego otro escuadrón a pelear y tras de aquél otro: que Valdivia no pensasen que era más de un hombre como los demás, y que aunque quisiese pasar adelante no lo osarían hacer sin desbaratarlos primero, de temor que perderían la ropa que llevaban que era para los cristianos grande afrenta; y demás de lo dicho, se había de poner un otro escuadrón junto al río por donde habían de pasar, que también los tendría suspensos viendo tanta gente delante: y que estando los caballos muy sudados, de que él tenía plática, arremeterían cerrados en su escuadrón con los cristianos, el cual tiempo y aviso él lo daría en voz alta que lo entendiesen todos; y que con esta orden no dudasen sino que los desbaratarían; mas que era menester para buen efeto dar aviso a todos los indios de la comarca que como viesen a Valdivia ir caminando que viniesen tras él a tomarle los pasos por donde había de volver desbaratado. Los indios lo hicieron ansí y despacharon mensajeros por toda la provincia que acudiesen con sus armas tras de Valdivia, y en pasando tomasen luego el paso; y ansí en todas las partes que era paso dificultoso lo fortificaban con gente, dándoles por aviso que en viendo un humo que en tal parte se haría, entenderían por él que estaban peleando.
Con esta orden que les dió este yanacona, que no debía de ser sino demonio contrario y enemigo a la próspera fortuna que Valdivia había tenido, quedaron tan animados los indios con la oración que les hizo este demonio, que puestos en sus escuadrones más número de cincuenta mill indios y más, a lo que después se supo, fueron a el lugar que les estaba señalado, siendo el camino aquel por donde Valdivia venía.
Envió cuatro corredores delante que le descubriesen el campo y camino. Ellos se adelantaron tanto, que sin entendello Valdivia ni oillo, por la mala orden que llevaron en su caminar, no como hombres pláticos de guerra, cayeron en una emboscada. Llegados a ella los dejaron entrar, y luego que se les mostraron, como los tenían en medio cercados por todas partes, los hicieron pedazos, y al uno de ellos cortaron el brazo y se lo echaron a Valdivia en el camino por donde había de pasar, con su manga de jubón y camisa. El cual llegado allí, visto el brazo un yanacona que había criado y era ya hombre, llamado Agustinillo, le dijo muchas veces que se volviese y mirase que llevaba poca gente; porque este yanacona entendía la lengua de aquellos indios mejor que otro alguno, diciéndole: «Señor, acuérdate de la noche que peleaste en Andalien.» Mas Valdivia, como era hombre de grande ánimo, lo despreció todo.
Yendo adelante llegó a vista de la casa fuerte de Tucapel, que desamparó. Martín de Ariza, siendo aquél el día que le había avisado sería allí con él. Vídola estar humeando, que aún no era acabada de quemar. Dende a poco llegó donde los indios estaban encubiertos con unos pajonales grandes, porque no los viesen hasta llegar a ellos. Allí se le mostraron todos con grandísimo alarido y sonido de muchas cornetas, puestos los escuadrones a manera de batalla. Valdivia recogió su gente a un altillo parando en él el bagaje; repartió los soldados en tres cuadrillas, y mandó a la una que rompiese con los indios, los cuales, cerrados, con sus caballos puestos en ala, rompieron y anduvieron peleando, hiriendo y matando indios y rescibiendo muchas heridas. Los demás escuadrones se estaban quedos guardando la orden que les estaba dada, y después de haberse cansado el escuadrón que peleaba, se retiró a una ladera, y salió otro escuadrón a pelear con la misma orden que el primero, al cual mandó Valdivia saliese otra cuadrilla: salieron y pelearon mucho. Viendo que no podía hacer el efeto que deseaba, dejando por guarda de el bagaje diez hombres, rompió él mesmo con veinte y seis buenos soldados que le quedaban, que cierto Valdivia era buen soldado y de buena determinación, con grande ánimo. Después de haber peleado y echado los indios por las laderas, viendo que no los podía acabar de romper, y que otros escuadrones venían de nuevo, y los indios con quien peleaban se animaban más y volvían a pelear, y que tanta gente por momentos se descubría, arremetió con todos los que con él estaban y peleó hasta que le mataron tres hombres. Entonces mandó tocar a recoger las trompetas. Juntos todos les dijo: «Caballeros, ¿qué haremos?« El capitán Altamirano, natural de Medellín, hombre bravo y arrebatado, le respondió. «¡Qué quiere vuestra señoría que hagamos sino que peleemos y muramos!» Aunque Valdivia conocía su perdición, y vía que si perseveraba todos se habían de perder, como los vido tan animosos volvió a romper. Viendo que le iba peor, acordó retirarse dejándoles el bagaje en las manos: entendiendo que por respeto de roballo, ocupados cada uno por haber su parte, se podría él salvar sin que le siguiesen los enemigos. Como tenía plática de guerra parecióle que estaba en razón lo que decía: mas los indios con la orden que el yanacona Alonso en aquel punto les dió, mandándoles que todos juntos cerrasen con los cristianos, porque ya los caballos estaban cansados con el calor grande que hacía, y que todos estaban heridos, con brevedad los desbaratarían y tomarían a las manos: que no les diese lugar se alentasen. Esto les dijo en voz alta que todos lo oyeron y entendieron. Con aquella orden arremetieron a los cristianos con brava determinación, donde después de haber muerto infinito número de indios, y ser algunos de ellos muy heridos y otros muertos, no pudiendo sufrir el ímpetu de aquellos bárbaros volvieron las espaldas por el camino que habían traído creyendo que pudieran llegar a Arauco; mas no le sucedió a Valdivia como él pensaba, porque los indios le habían tomado todos los pasos por donde habían de volver y las ciénagas que habían de pasar, que donde quiera que llegaba lo hallaba cerrado y puestos los indios a la defensa; y si dejaban el camino y se apartaban dél era peor, porque los caballos, como iban cansados, los indios que los seguían, viéndolos embarazados buscando caminos, los alcanzaban cobrando más ánimo del que llevaban, los derribaban de los caballos a lanzadas; porque los indios que habían peleado, aunque les dejó el bagaje, no se ocuparon en él, mas de dejar algunos principales con orden que lo guardasen y recogiesen el servicio que los cristianos traían; y los más ligeros fueron siguiendo el alcance por la orden arriba dicha, los iban alcanzando y matando. Valdivia, como llevaba tan buen caballo, pudo pasar algo más adelante, siguiéndole un capellán que consigo traía, clérigo llamado el padre Pozo. Llegado a una ciénaga, atolló el caballo con él. Acudieron los indios que la estaban guardando, y como estaba en aquella necesidad fatigado, lo derribaron de el caballo a lanzadas y golpes de macanas. Teniéndolo en su poder lo desarmaron y desnudaron en carnes, y ataron las manos con unos bejucos, y ansí atado lo llevaron a pie casi media legua sin quitalle la celada borgoñona que llevaba, que aunque lo probaron muchas veces no acertaron a quitársela; y como era hombre gordo y no podía andar tanto como querían, llevábanlo algunas veces arrastrando, diciéndole muchos vituperios y burlando de él hasta un bebedero, donde llegados con él se juntaron todos los indios y repartieron toda la ropa y despojo por su orden entre los señores, y al yanacona Alonso, que después se llamó Lautaro, y salió en ser belicoso más que indio, porque les dió la orden de pelear, le dieron la parte que él quiso tomar. Allí le trajeron a Valdivia su yanacona Agustinillo, el cual le quitó la celada. Viéndose con lengua les comenzó a hablar, diciéndoles que les sacaría los cristianos de el reino y despoblaría las ciudades y daría dos mill ovejas si le daban la vida. Los indios, para dalle a entender que no querían concierto alguno, le hicieron al yanacona pedazos delante de él. Viendo el padre Pozo que no aprovechaban amonestaciones con aquellos bárbaros, hizo de dos pajas que par de sí halló una cruz, y persuadiéndole a bien morir, diciéndole muchas cosas de buen cristiano, pidiendo a Dios misericordia de sus culpas. Mientras en esto estaban, hicieron los indios un fuego delante de él, y con una cáscara de almejas de la mar, que ellos llaman pello en su lengua, le cortaron los lagartos de los brazos desde el codo a la muñeca; teniendo espadas, dagas y cuchillos con que podello hacer, no quisieron por dalle mayor martirio, y los comieron asados en su presencia. Hechos otros muchos vituperios lo mataron a él y al capellán, y la cabeza pusieron en una lanza juntamente con las demás de los cristianos, que no les escapó ninguno.
Este fué el fin que tuvo Pedro de Valdivia, hombre valeroso y bien afortunado hasta aquel punto. ¡Grandes secretos de Dios que debe considerar el cristiano! Un hombre como éste, tan obedecido, tan temido, tan señor y respetado, morir una muerte tan cruel a manos de bárbaros. Por donde cada cristiano ha de entender que aquel estado que Dios le da es el mejor; y si no le levanta más es para más bien suyo, porque muchas veces vemos procurar los hombres ambiciosos cargos grandes por muchas maneras y rodeos, haciendo ancha la conciencia para alcanzarlos; y es Dios servido que después de habellos alcanzado los vengan a perder con ignominia y gran castigo hecho en sus personas, como a Valdivia le acaeció cuando tomó el oro en el navío y se fué con él al Pirú, que fué Dios servido y permitió que por aquel camino que quiso ser señor, por aquel perdiese la vida y estado.
Era Valdivia, cuando murió, de edad de cincuenta y seis años, natural de un lugar de Extremadura pequeño, llamado Castuera, hombre de buena estatura, de rostro alegre, la cabeza grande conforme al cuerpo, que se había hecho gordo, espaldudo, ancho de pecho, hombre de buen entendimiento, aunque de palabras no bien limadas, liberal, y hacía mercedes graciosamente. Después que fué señor rescebía gran contento en dar lo que tenía: era generoso en todas sus cosas, amigo de andar bien vestido y lustroso, y de los hombres que lo andaban, y de comer y beber bien; afable y humano con todos; mas tenía dos cosas con que oscurecía todas estas virtudes: que aborrecía a los hombres nobles, y de ordinario estaba amancebado con una mujer española, a lo cual fué dado.
El cómo murió y de la manera que dicho tengo, yo me informé de un principal y señor del valle de Chile en Santiago, que se llamaba don Alonso y servía a Valdivia de guardarropa, que hablaba en lengua española, y de mucha razón, que estuvo presente a todo, y escapó en hábito de indio de guerra sin ser conocido, y aquella noche llegó a la casa fuerte de Arauco y dió nueva de todo lo sucedido a los que en ella estaban, los cuales se fueron a la Concepción, que estaba de allí nueve leguas, antes que los indios les cerrasen el camino.
Capítulo XV
De las cosas que acaescieron en Chile después de la muerte de Valdivia
Llegada a la ciudad Imperial la carta que Valdivia escrebía a Pedro de Villagra, que era su teniente, le enviase veinte hombres, y algunos de ellos señalados en su letra, los apercibió, y con mucha presteza partieron de aquella ciudad. Siendo llegados a la casa fuerte de Puren, que está doce leguas de la Imperial, hallaron a Martín de Ariza que había llegado de Tucapel desbaratado, o por mejor decir desanimado: de él se informaron cómo y de la manera que dejaba el fuerte que a su cargo tenía. Después de haber entendido que la provincia de Tucapel estaba alzada, hubo varios pareceres entre los que iban si entrarían o no. En este caso dudoso estuvieron dos días; al fin de ellos, como eran hombres tan valientes y que tantas veces habían peleado con indios y siempre de ellos habían tenido victoria, se determinaron de entrar en demanda de Valdivia, queriendo dalle a entender a lo mucho que se habían aventurado y en lo más que se aventurarían en caso que le pudiesen servir. Con esta orden salieron de el fuerte de Puren catorce hombres de los veinte, porque los demás por justas ocupaciones se quedaron allí. Estos catorce soldados caminaron hasta llegar a vista de la casa fuerte de Tucapel, que era una jornada de caballo de donde habían partido. Los indios que tenían aviso de la muerte de Valdivia, los dejaban pasar viendo que iban perdidos, y luego que pasaban les cerraban el paso esperándoles la vuelta. Yendo su camino, llegaron a un alto desde el cual vieron venir hacia ellos un escuadrón de indios, que llegando cerca les decían: «Cristianos, ¿a dónde vais, que a vuestro gobernador ya lo hemos muerto?» No dándoles crédito, como muchas veces mienten, pasaron adelante peleando con ellos. Luego desde a poco toparon con otro escuadrón que venía de hallarse en la muerte de Valdivia, diciéndoles lo mismo que el primero les había dicho; y viendo que traían algunas lanzas de Castilla y ropa de cristianos, diéronles crédito, que a lo que después se supo había dos días que era muerto Valdivia, que fueron los que se detuvieron en el fuerte de Puren, que a no detenerse llegaban a tiempo que Valdivia andaba peleando con los indios; y no desamparando Martín de Ariza la casa fuera posible que pervertidos los indios con tantos socorros le sucediera mejor, en cuanto a los juicios que en aquel tiempo se echaban; mas el que ordena todas las cosas prósperas y adversas, que es nuestro Dios, permitió que fuese ansí, como arriba se ha dicho. Volviendo a los catorce soldados, viendo la determinación que los indios traían a pelear con ellos, como hombres que no llevaban bagajes más de sus armas a la ligera, pelearon un grande rato, y viendo que mostraban otro brío y determinación de la que solían tener, y que muchos otros se les llegaban diciéndoles: «No penséis sustentaros contra nosotros, que como hemos muerto al gobernador os mataremos.» Los cristianos, entendiendo lo que decían, se recogieron, y todos juntos hechos un cuerpo se retiraron por el camino que habían venido. Los indios, cantando victoria, los iban siguiendo, y para más desanimallos y dar a entender a los comarcanos que andaban peleando, ponen fuego a los campos que estaban llenos de yerba seca, como era en mitad del estío, que por esta señal de humo se entienden en gran manera. Vueltos por el camino hacia Puren, en las partes que había estrechura hallaban el camino cerrado y los enemigos a la defensa; que de necesidad les convenía pelear para pasar adelante o morir allí, pues que no podían volver atrás. Habiéndoles muerto un soldado en una ladera a la retirada, que se le vino la silla a la barriga del caballo por llevar la cincha floja, encarnizados con esto iban con más braveza siguiéndolos. Los caballos ya no tenían el aliento que al principio, porque habían andado siete leguas y peleado mucho; con el calor del sol iban muy sudados y cansados. Desde a poco, a la pasada de una puente, mataron a Pedro Niño, soldado de buena determinación, y Pedro Cortés, valiente soldado y de grandes fuerzas, que no le aprovecharon; no contentos con esto, iban en seguimiento de los demás. Desde a poco, en un paso, el postrero de los que allí adelante había, derribaron de los caballos otros tres soldados, y entre los demás alanceados y heridos escaparon siete de catorce, el uno de ellos tan mal tratado de heridas y golpes en la cabeza, que llegado a la ciudad Imperial y puesto en cura perdió la vista de ambos ojos, y desde a pocos días murió: era natural de Córdoba, llamado Andrés Hernández de Córdoba, caballero conocido. Allí le acaeció a un soldado llamado Juan Morán de la Cerda, natural de Guillena, en la ribera del Guadalquivir, junto a Alcalá de el Río, una cosa dina de escrebilla, y fué que, andando peleando, le dió un indio una lanzada en un ojo que se lo sacó del casco y lo llevaba colgando sobre el rostro; y porque le impedía al pelear y rescebía pesadumbre traello colgando, asiéndolo con su mano propia lo arrancó y echó de sí; y hizo tan buenas cosas peleando, que los indios cuando le vían venir tanto era el miedo que le tenían, que apartándose le daban lugar para que pasase; este soldado tan valiente escapó con el ojo menos. En este postrero recuentro ya venía la noche, y entre los soldados que allí derribaron, uno de ellos, natural de Almagro, llamado de su nombre Juan Gómez, hombre de grandes fuerzas y buenas partes, a quien llevaban los catorce por su capitán, con la escuridad de la noche que era vecina se metió por un monte; estando escondido, que ya no había grita entre los indios como de antes, y que por respeto de un aguacero grande que vino en aquella coyuntura se habían retirado a unas casas que estaban en medio de el camino, que por no mojarse habían dejado de seguir el alcance. Juan Gómez, vista tan buena ocasión para su remedio, salió al camino, yendo por él sin espada, ni daga, ni otra arma alguna, que todo lo había perdido peleando; se descalzó unas botas por respeto de la huella, que fuera posible por ella sacarle de rastro, e yendo descalzo iba al seguro. Ansí topó con un indio, el qual le habló como llegó a él en su lengua, creyendo era otro indio como él: Juan Gómez, como sabía la lengua, le respondió en ella; descuidado con esta respuesta no se apartó del camino, antes se llegaron juntos. Como Juan Gómez le vido solo, pareciéndole que habiéndole el indio conocido daría aviso a los de guerra, que estaban cerca, y viéndole un cuchillo que en una mano llevaba, arremetió con él, quitándole el cuchillo lo mató; que aunque dió muchas voces no fué oído. Luego, con su cuchillo en la mano, pasó su camino por las casas donde se habían metido los indios que pelearon, huyendo del agua que llovía, con muchos fuegos, y los caballos que habían ganado atados a las puertas. Yendo adelante poco camino, se metió en el monte, y allí estuvo escondido, porque venía el día, hasta reconocer lo que haría. Sus compañeros llegaron a la casa de Puren dando nueva de su jornada y dónde les habían muerto sus amigos, y que no dudaban sino que Valdivia era muerto. Entró tanto temor en ellos, que luego quisieran desamparar aquella fuerza: dejáronlo de hacer por parecelles que estando en tierra llana era flaqueza sin ver más, aunque no tardó mucho; que luego aquel día, como se supo la muerte de Valdivia, los indios de la comarca tomaron las armas, conociendo el temor que tenían los que en la casa estaban; los cuales, compelidos de necesidad ocho soldados que se hallaron en ella, salieron a pelear, y entre ellos un arcabucero llamado Diego García, herrero de su oficio, valiente hombre; éste dió orden con dos mantas de cuero de lobo que para ello hizo con algunos agujeros, para tirar con tres arcabuces que tenían, y los de a caballo detrás, fuesen a desbaratar los indios. Con este ardid de guerra fueron contra un escuadrón que enfrente de la casa estaba esperando que saliesen a pelear. Los indios les tiraban muchas flechas, aunque no se osaban llegar a ellos, por no entender qué era aquello que detrás de los cueros vían venir, y los caballos detrás que los hacían fuertes, por este respeto se estaban en su orden. Los soldados, con los tres arcabuces que teñían, puestos cerca, como tiraban a montón, derribaban muchos. Viendo que los mataban, no teniendo ánimo para cerrar con los de las mantas, comenzaron a remolinar, dando demostración [de] huir de los arcabuces. Los de caballo, conociendo el temor que tenían, rompieron por ellos, alanceando algunos, los desbarataron y dejaron ir, sin seguir el alcance por no apartarse de el fuerte. Vueltos a él, dieron orden cómo irse a la Imperial, porque los que allí llegaron desbaratados, como no eran más de seis que quedaron de los catorce que fueron: Andrés Fernández de Córdoba, Gregorio de Castañeda, Martín de Peñalosa, Gonzalo Hernández, Juan Morán, Sebastián de Vergara, estaban tan mal heridos, que luego que allí llegaron, se fueron y dieron aviso a Pedro de Villagra de lo sucedido en su jornada, el cual, como hombre de guerra, envió doce hombres a socorrer el fuerte de Puren. Los que iban, llevaban por su capitán a don Pedro de Avendaño, hombre en gran manera belicoso y amigo de guerra. Por mucha priesa que se dió en caminar, topó en el camino a los que iban de Puren, que habían desamparado el fuerte; y por dar razón de ello lo quiso él mismo ir a ver si era lo que decían de los muchos indios que habían muerto y estar todo alzado. Llegado don Pedro a la casa vido muchos indios que estaban en ella, todos con sus armas; éstos en viéndolo se juntaron creyendo pelearía. De esta ida resultó que Juan Gómez de Almagro no viniese a manos de aquellos bárbaros, el cual metido en el monte reconoció con el día que estaba cerca del fuerte de Puren; como hombre que había andado muchas veces aquel camino, determinó irse él encubriéndose por los trigos grandes que había en aquel camino por donde había de ir: siendo como eran muy altos, podía ir por ellos sin que le viesen. Yendo así caminando vido venir hacia sí un principal, hijo del cacique y señor de todo el valle. Juan Gómez, cuando lo vido y vió que el indio lo había visto, porque no se alborotase, lo llamó por su nombre que se llegase a él, y se quitó un sayete de terciopelo morado con unos botones de oro y se lo dió, el cual tomó el indio de buena gana; diciéndole no dijese que le había visto, le esperaría allí que le trajese algo de comer, porque tenía hambre; el indio le dijo que sí traería y volvería luego, que le esperase allí y no tuviese miedo. Juan Gómez rescibió gran contento viendo que lo había engañado y que no era cosa fiarse de él; fuese hacia donde vido un poco de monte y debajo el hueco de un árbol que estaba caído de tiempo atrás y que era cenagoso lo de alrededor, mirando bien no pareciese su huella, se escondió dentro en aquel hueco. Esperando la noche quiso su ventura que un soldado de don Pedro se apartó de los demás que iban juntos. Como lo halló menos mandó que lo fuesen a buscar; los que lo buscaban dieron algunas voces, a las cuales Juan Gómez, que estaba debajo del hueco del árbol, que las oyó, salió a ellas, e yendo hacia la parte que las había oído vido un soldado a caballo, que como lo vió se vino luego a él; éste le tornó a las ancas y lo llevó a donde su capitán estaba, que se holgó en gran manera por haber sido instrumento para escapar a un soldado tan valiente y tan principal; fuese luego a la Imperial con su gente. Los que estaban haciendo sus casas en Angol, como supieron la muerte de Valdivia retiráronse unos a la Imperial; otros, a la Concepción. Los que estaban en las minas sacando oro fueron luego avisados por los que de Arauco habían ido, que fueron los primeros que llevaron la nueva. Desta manera se recogieron las guarniciones que tenía Valdivia en los fuertes.
Capítulo XVI
De las cosas que hizo Francisco de Villagra después que supo la muerte de Valdivia, y de cómo yéndola a castigar lo desbarataron los indios
Luego que Pedro de Villagra tuvo por cierta la muerte de Valdivia, envió un hombre a caballo por la posta que diese aviso a las justicias de la ciudad de Valdivia del suceso, y avisasen a Francisco de Villagra para que como principal persona viniese a poner el remedio que convenía. Con esta nueva salió de la Imperial Gaspar Viera, y se dió tanta priesa a caminar, que en un día anduvo veinte y cuatro leguas de mal camino. Llegado con la nueva a la justicia despachó luego otro que fuese en busca de Villagra y le avisase de todo. Hallóle que andaba con cuarenta soldados visitando la comarca de la ciudad que después don García le puso por nombre Osorno, para poblar en la parte que les pareciese un pueblo, por comisión que Valdivia le había dado; pues eran sus amigos todos y él los conocía, que poblase y repartiese como él quisiese, con tal que de los indios que les diese fuesen por confirmación suya. Andando Villagra ocupado en esto, llegó la nueva. Luego mandó llamar a todos los que con él estaban; sin saber ninguno lo que de nuevo había, les dijo cómo Valdivia era muerto y de la manera que murió, y de cómo le enviaban a llamar de la Imperial para que tomase a su cargo la defensa del reino; que él se quería partir luego a reparar las ciudades pobladas, y sobre todo la Concepción, que tendría más necesidad; y que si, lo que Dios no quisiese, Valdivia era muerto, quél sirviría a su magestad hasta que otra cosa le mandase, y pues eran sus amigos, les rogaba cada uno hiciese lo mismo, y que si era vivo, justo era todos le fuesen a servir y ayudar en la necesidad presente. Respondiéronle que hiciese su voluntad, que a todos hallaría propicios para lo que quisiese hacer.
Luego se partió para la ciudad de Valdivia, por el mes de hebrero de el año de mill quinientos cincuenta y cuatro años. Allí fué rescebido con grande amor de todos, que era en aquel tiempo Villagra bien quisto y amado en general, sólo por buenas palabras y honra, y era amigo de hombres nobles; con estas solas partes atraía los hombres a si, aunque después que fué gobernador por el rey se mudó de costumbres y condición. Luego, otro día, en su cabildo Cristóbal de Quiñones, que había sido escribano en Potosí y al presente era justicia en Valdivia, hombre de negocios, dió orden cómo lo rescibiesen por justicia mayor y capitán general hasta tanto que su majestad otra cosa proveyere, y esto condicionalmente si Valdivia era muerto.
Villagra hizo reseña de toda la gente que había en aquella ciudad y halló ciento y cuarenta soldados bien en orden; de éstos dejó sesenta que le pareció bastante para su defensa, y llevó consigo ochenta; con ellos se partió otro día a la Imperial. Fué en ella rescebido con alegría increíble. Tenía Villagra en aquella ciudad sus casas y repartimiento de indios, que le andaban sacando oro en un cerro más de quinientos juntos. Estos como tuvieron nueva por sus vecinos de la muerte de Valdivia, luego se alzaron, y de los almocafres con que sacaban el oro hicieron hierros de lanzas, y toda la provincia hizo lo mismo. Villagra a todo esto tuvo buen ánimo pareciéndole que castigando a los que a Valdivia habían muerto, lo demás todo se allanaría breve.
Después de haber sido rescebido conforme al rescebimiento de Valdivia, les dejó a Pedro de Villagra por su teniente, lo que en Valdivia no quiso hacer sino a los alcaldes ordinarios. Después de haber dado orden con que Pedro de Villagra quedó contento, los dejó alegres y se partió con presteza a la ciudad de la Concepción.
Yendo por sus términos caminando, no halló repartimiento alguno que le saliese a servir, todos los indios alzados. Llegado a la Concepción halló el pueblo muy triste y con mucho temor; con su llegada se alegraron, y lo rescibieron por su capitán general. Luego comenzó a proveer todo lo que convenía para salir al castigo de la muerte de Valdivia: hizo pertrechos de armas y aderezó soldados de lo que cada uno tenía necesidad, y hecha reseña de toda la gente del pueblo, halló que tenía doscientos y treinta hombres, todos hombres de guerra; de éstos sacó ciento y setenta, los más bien aderezados y encabalgados, dejándoles al capitán Gabriel de Villagra, deudo suyo, por su teniente y capitán para las cosas de guerra que se les ofreciesen. Proveído esto envió a Santiago testimonios de cómo era rescebido en las demás ciudades por justicia mayor, para que conforme, a ellos le rescibiesen. El cabildo y vecinos no lo quisieron hacer, porque Valdivia había nombrado en un testamento que hallaron cerrado a Francisco de Aguirre que gobernase después de sus días por virtud de una provisión que tenía de el audiencia de los Reyes para que pudiese nombrar a quien le pareciese hasta tanto que su majestad proveyese, y como Valdivia había nombrado a Francisco de Aguirre no quisieron recebir a Villagra, antes enviaron a llamar Aguirre que estaba en los Juries: porque Juan Martínez de Prado, a quien Villagra había dejado en Santiago del Estero, poblado en nombre de Valdivia, no reconociéndole superioridad alguna como hombre mal agradecido y perjuro, envió Valdivia a Francisco de Aguirre que se lo enviase preso y quedase él en el gobierno de aquella provincia, la cual apartaba de su gobernación y le hacía merced del gobierno de ella, y para que mejor pudiese sustentarse y ser proveído de cosas de la mar, le daba la ciudad de Coquimbo, que él había poblado, y la juntaba con lo demás con tanto que lo negociase con el Rey; con esta merced le envió muy contento. Llegado a los Juries, que también se llamaba Tucumá, prendió luego a Francisco Martínez de Prado y lo envió a la Concepción, donde Valdivia estaba, y él se quedó conforme a la orden que llevaba gobernando aquella provincia; al cual los vecinos de Santiago enviaron a llamar como se ha dicho.
Volviendo a Villagra, concertada su gente, nombró por su maestro de campo al capitán Alonso de Reinoso, que lo había sido en su compañía cuando de el Pirú partió hasta que entró en Chile, hombre de grande práctica de guerra y de mucha espirencia por ser muy antiguo en las Indias y haber tenido siempre cargos. Llegado, pues, al río de Biobio, pasó su campo por una barca. Puesto de la otra parte, con muchos indios que llevaba por amigos de los repartimientos que estaban de paz, llevando su maestro de campo el avanguardia, llegó a un valle que se llama Andalican. Haciendo allí dormida, salió el maestro de campo a cortalles las simenteras y arrancalles los maíces destruyéndoles todo lo sembrado. Otro día luego partió el campo de Andalican y llegó a otro valle que se llama Chivilinguo, donde después de haber asentado para hacer dormida, salió el maestro de campo a cortalles los maíces destruyendo todo el valle. Los indios en este tiempo de creer es que no estaban descuidados, que por espías que tenían en la Concepción sabían por momentos todo lo que hacían y el día que habían de pasar el río; los cuales se hablaron por sus mensajeros tratando de pelear y defenderse; pues vían que estaban culpables; pues era cierto que la muerte de Valdivia la habían que querer vengar, pues iba por todos, que todos saliesen a la defensa, y pues habían como hombres abierto camino para su libertad, que se juntasen y gozasen de una gran victoria, y que demás della los cristianos traían buenas capas y mucha ropa, muchas armas y caballos, que todo se lo quitarían; y pues sabían que habían de entrar por el camino de Arauco se juntasen en aquel valle, donde ellos pondrían bastimento para todos los que viniesen a hallarse en la guerra. Con esta plática, después de habella comunicado entre sí los señores principales de el valle de Arauco, enviaron indios pláticos que lo tratasen en su nombre por toda la provincia con esta voz de guerra.
Persuadidos todos los comarcanos y aquéllos persuadiendo a otros, se juntaron en el valle gente inumerable. Viéndose los principales juntos, señalaron capitanes menores dándoles número de gente a cada uno y por principal de todos al señor de Arauco llamado Peteguelen, y acordaron de esperar a Villagra en una cuesta grande que hace al asomada del valle, un pequeño río en medio de Arauco y de la cuesta, la cual cuesta está llana en lo alto della y se pueden bien manejar caballos. Y porque detrás desta cuesta hacia la Concepción había otra áspera de monte y despeniaderos grandes hacia la mar que batía al pie della, pusieron un escuadrón grande, para que después de rotos, como cosa que en su pecho tenían ganada, yendo los caballos y cristianos todos cansados cerrándoles allí el paso los despeñarían y matarían. Y que un principal del valle llamado Llanganabal juntase todas las mujeres y muchachos con varas largas a manera de lanzas y se representase con ellos en una loma poco apartado de los cristianos, una quebrada en medio, que no los pudiesen reconocer, y que cuando comenzasen a y pelear y hiciesen muestra caminando que les iban a tomar las espaldas, que sería grande ayuda para desanimallos: y que enviasen avisar a los barqueros de Biobio que luego como pasasen los cristianos echasen a fondo la barca, y todas las demás cosas en que pudiesen pasar que las quitasen; y que los indios que habían de pelear se estuviesen quedos. Después de todas estas prevenciones dieron orden a los capitanes que no acometiesen a los cristianos hasta que fuesen descubiertos. En aquel tiempo había en la cuesta grandes pajonales que entre ellos podían estar secretos hasta que llegasen muy cerca. De esta manera y con esta orden se fueron a poner en el puesto. Villagra, después que hubo cortado las simenteras deste valle, sin hacer diligencia de hombre de guerra, aunque lo entendía, y con habérselo dicho su maestro de campo, por lo cual después nunca se llevaron bien, que él quería ir a descubrir el campo adelante hasta el valle y entrada de Arauco y ver de qué manera estaba el camino; que no lo tenía por buena señal no haber visto indios, ni haber podido tomar lengua de cómo estaban e informarse de lo que les convenía hacer, Villagra lo estorbó diciendo que no había necesidad de ello. Puestas sus centinelas para seguridad de el campo, durmieron aquella noche allí, estando los indios menos de media milla de ellos sin hacer muestra ninguna de haber gente. Otro día como fué amanecido tocaron las trompetas a partir. Puestos en sus caballos, cargados los bagajes tomó el maestro de campo la vanguardia, la cuesta arriba; llegó al llano donde los indios estaban, los cuales estuvieron quedos hasta que un perro les comenzó a ladrar; mirando hacia donde el perro ladraba, se levantaron y dieron una grande grita a su usanza atronando aquellos valles. Reinoso, viéndose con ellos a las manos, mandó subir el artillería y asestalla a un escuadrón que más cerca estaba; que aunque los indios se le mostraron no se movieron de su lugar. Los cristianos que a caballo estaban, rompieron con ellos y los echaron por una ladera abajo. En esto tuvo tiempo Villagra de subir con toda la gente, y juntos ciento y sesenta hombres bien armados pelearon con gran determinación, y el mismo Villagra le convino pelear y quitó del poder de los indios algunos cristianos que estaban en necesidad y perdidos, animando a los demás y llamando por sus nombres a cada uno, para que la vergüenza les hiciese ser más valientes y pelear mejor, y ansí los rompió muchas veces. Mas los indios como tenían plática de guardar aquella orden, se echaban por las laderas de la cuesta, y como los caballos llegados allí volvían, salían tras ellos a manera de juego de cañas, habiendo muerto muchos indios se retiraron a su artillería. Fué cosa de ver una cuadrilla de soldados que peleaban a pie por no tener caballos que fuesen para pelear: éstos acometían a los indios y hacían muy buenas suertes en ellos, y se retiraban cuando les convenía, con buena orden. Villagra volvió a romper con los indios, en cuya presencia un soldado llamado Cardeñoso, queriendo en público mostrar su determinación y ánino, se arrojó solo en un escuadrón de muchos indios; peleando lo derribaron de el caballo, y en presencia de todos lo hicieron pedazos sin podello socorrer. ¡Cosa de gran temor, cómo quiso este hombre, desesperado acometer una cosa tan grande! Que cierto es de creer si todos tuvieran su ánimo hubieran la vitoria.
Para esta batalla hicieron los indios una invención de guerra diabólica, que fué en unas varas largas como una lanza, ataban a ellas desde poco más de la mitad un bejuco torcido, que sobraba de la vara una braza y más; esta cuerda que sobraba era un lazo que estaba abierto, y de aquellos lazos llevaban los indios de grandes fuerzas cada uno uno. Estos hicieron mucho daño, porque como andaban envueltos con los cristianos, tenían ojo en el que más cerca llegaba, y echábanle el lazo por la cabeza que colaba a el cuerpo y tiraba tan valientemente con otros que andaban juntos para efeto de ayudalles, que lo sacaban de la silla dando con él en tierra e lo mataban a lanzadas y golpes de porras que traían. Y ansí en una arremitida que hizo Villagra, lo sacó un indio de el caballo, y si no fuera tan bien socorrido, lo mataran. Algunos indios se ocuparon en tomar el caballo y se lo llevaban a meterlo en su escuadrón; mas cargaron tantos soldados sobre ellos, que se lo quitaron y volvió a subir en él; y en otra arremetida que hizo, le dieron un golpe de macana en el rostro que lo desatinaron. Después de habelles cansado los caballos por el mucho tiempo que habían peleado, Llonganabal, capitán de las mujeres y muchachos, comenzó a caminar haciendo muestra que iba a tomalles por las espaldas. Villagra se recogió a su artillería y mandó les tirasen algunas pelotas, entre tanto que se alentaban los caballos; y conociendo que el escuadrón que estaba de la otra parte de la quebrada iba caminando a sus espaldas, que era el camino que con el campo había traído, entró en consejo de guerra tratando qué se podría hacer para no perderse. Estando en esta plática con algunos hombres principales, los indios se sentaron y descansaron comiendo de lo que allí les traían sus mujeres. Habiendo descansado un poco se levantaron tan determinadamente, que posponiendo todo peligro y temor, cerraron con los cristianos de tal manera que les hicieron volver las espaldas. Los que peleaban a pie, que eran doce soldados, desamparados de los de a caballo los hicieron pedazos, si no fueron algunos que acertaron a tomar caballos para huir; y ansí todos juntos bajaron la cuesta. Los indios les ganaron el artillería y toda la ropa que llevaban, siguiéndolos en el alcance hasta la otra cuesta que habían dejado a sus espaldas, donde hallaron un grande escuadrón con muchos lazos, lanzas e otros muchos géneros de armas, esperándolos en gran manera animosos. Como los vían venir desbaratados, llegados allí, como el camino era estrecho por donde habían de bajar, que aunque había dos caminos ambos eran malos, allí al bajar los apretaron de manera que por pasar los un delante de los otros se embarazaban por respeto de illos alanceando y matando; y como los apretaban tanto, viéndose morir sin poder pelear, por bajar a lo llano se echaron por la ladera abajo, camino de peñas y malo para bajar a pie cuanto más a caballo; por allí abajo iban los caballos despeñándose, que era grande lástima para los que vían ansí ir; ellos por una parte y sus amos por otra llegaban abajo. Los indios, como eran muchos, estaban repartidos a todos los pasos donde podían hacer daño. Como llegaban al pie de la cuesta aturdidos y desatinados-¡tanto puede el miedo en caso semejante!-, con grandísima crueldad los mataban sin se defender, donde les fuera mejor morir peleando como murió Cardeñoso, que para ser tanto número era muerte incierta, que no huyendo entre gente tan cruel que a ninguno tomaron vivo.
Desde allí, como hombres desbaratados, cada uno huyó por donde pudo, camino de la Concepción, sin tener cuenta con su capitán ni su capitán con ellos, ¡tanto iban de medrosos!; y fué su mohina tanta, que parecía fortuna hadada que a Villagra seguía y favorecedora de los indios, que por donde quieran que iban hallaban cerrados los caminos con madera y gente a la defensa puesta: en aquellos pasos mataron muchos cristianos y otros que por cansárseles los caballos murieron a manos de los enemigos que los iban siguiendo. No había amigo que favoreciese a otro; y por no dejar sin gloria a quien lo merece ni es justo en toda suerte de virtud, diré lo que acaeció a un soldado llamado Diego Cano, natural de Málaga, y fué que andando Villagra peleando en la cuesta antes que lo desbaratasen los indios, andaba un indio sobresaliente tan desvergonçado y tan valiente que con su ánimo y determinación mucha causaba en los suyos acrecentamiento de ánimo por muchas suertes que hacía. Villagra, viéndolo y no lo pudiendo sufrir, llamó a este soldado Diego Cano, y le dijo: «Señor Diego Cano, alancéeme aquel indio.» Diego Cano le respondió: «Señor general, vuesa merced me manda que pierda mi vida entre estos indios, mas por la profesión y hábito que he hecho de buen soldado, la aventuraré a perder, pues tan en público vuesa merced me manda»; y puestos los ojos en el indio que andaba con una lanza peleando, y animando a los suyos, como lo vido un poco apartado de su escuadrón en un caballo que traía bien arrendado y buen caballo, conforme a su ánimo que era de buen soldado, cerré con él: el indio se vió embarazado y turbado, que ni se reportó para pelear ni para retirarse, con una demostración de querer huir. Diego Cano llegó a él, que ya se iba recogiendo hacia los suyos que venían en su defensa a paso largo, y dentro en sus amigos que le defendían con muchas lanzas, le dió una lanzada que le atravesó todo el cuerpo con grande parte de la lanza de la otra banda; y salió herido, aunque de las heridas no murió por las buenas armas que llevaba.
Pues volviendo a Villagra veinte hombres que iban par de él, viendo la desvergüenza que traían hasta treinta indios que lo iban siguiendo por tierra llana, les dijo: «Caballeros, vuelvan a lancear aquellos indios.» Ninguno se atrevió volver el rostro hacia ellos por que llevaban los caballos tan cansados y encalmados, que no se podían aprovechar de ellos, si no era para andar, y poco a poco, su camino. Iba entre estos caballeros un soldado portugués de nación, natural de la isla de la Madera; este soldado con una yegua ligera en que iba revolvió a los indios, y con determinación, en efeto, de valiente hombre lanceó dos indios; los demás pararon allí no osando pasar adelante; que en este lance y buena suerte que hizo este soldado demás de merecerlo, escaparon de ser muertos algunos que allí iban desanimados y perdidos. Poco más adelante hallaron indios al paso de una puente que la defendían algunos por estar el camino estrecho de peñas y monte; mataron al capitán Maldonado sin que ningún amigo suyo lo socorriese, pudiéndolo hacer no siendo diez indios los que la guardaban; que como gente vencida no tenía cada uno tino más que a salvar su vida. Murieron ochenta y seis soldados, principal gente que habían ayudado a ganar y poblar todo el reino, y entre ellos muchos hijosdalgos conocidos, como el capitán Sancino, Hernando de Alvarado, Morgobejo, Alonso de Zamora, Alvar Martínez, Diego de Vega, el capitán Maldonado, Francisco Garcés, que por la prolijidad no pongo los demás. De esta pérdida daban la culpa a Villagra diciendo que estaba obligado a recoger su gente aunque iban huyendo, pues eran en número ochenta hombres: mejor pasaran los pasos que les tenían tomados todos juntos, que no tan divididos y sin orden. Villagra se disculpaba diciendo que le convenía llegar al paso de el río antes que los enemigos lo tomasen, porque si llegaban primero que no él era imposible escapar ninguno, y que a esta causa no se podía detener. Caminando todo lo que pudo y sin orden llegó al río al anochecer y a una hora de noche los más tardíos. Fué Dios servido que aunque los indios habían quemado la barca no miraron en unas canoas que tenían de su servicio, que son unos maderos grandes cavados por de dentro a manera de artesa, y en aquel hueco que en sí tienen pasan los ríos por grandes que sean; destas canoas hallaron cuatro en que comenzaron a pasar dándose tan buena maña-¡cuánto puede el miedo en casos semejantes!-, que cuando amaneció ya estaban de la otra parte casi todos sin peligrar ninguno: que fué caso harto dichoso, porque si aquella noche cuando estaban pasando les acometieran cien indios, creyendo que eran más y venían en su alcance, se perdieran todos. Aquel día llegaron a la Concepción tan maltratados que en general les tenían lástima.
Capítulo XVII
De cómo Francisco de Villagra despobló la ciudad de la Concepción y las causas que lo movieron
Llegado Francisco de Villagra a la Concepción con ochenta soldados que llevaba maltratados y heridos, hizo una oración al pueblo, diciéndoles el suceso que había tenido y cómo era imposible sustentarse contra los indios según estaban vitoriosos; mas que no embargante haber rescebido aquel infortunio, creyesen de él que no faltaría allí en público: que todos se animasen y aderezasen con sus armas defender la ciudad, que a lo que él creía convenía ansí, porque era de entender con una vitoria tan grande habían de venir sobre ella.
Mandó luego hacer reseña de toda la gente que había en el pueblo después de los que con él escaparon. Habiéndolos visto a todos y que eran hombres mal armados y de caballos peor aderezados, y el mismo Villagra que lo había todo de reparar, hacía esto con tanta tibieza que por ella se entendía las pláticas secretas que de ordinario traía con su maestre de campo Gabriel de Villagra, a quien había dejado por su teniente, las cuales fueron de allí a poco descubiertas, y para más poner en efeto su intención, porque supo que en Santiago no le habían querido recebir, antes habían enviado a llamar a Francisco de Aguirre, se dijo haber salido de su casa una nueva falsa, diciendo, muchos escuadrones de indios pasaban el río de Biobio, la cual extendida por el pueblo, y siendo el miedo que tenían grande por las muertes que habían visto, no esperando si era verdad o no, comenzó el pueblo a levantar una plática de hombres desanimados diciendo que por la salud y conservar sus vidas, todo se había de posponer, y que si se perdiese lo que tenían, era nada en comparación de lo que se ganaba guardándose para otro tiempo mejor, y al presente irse a Santiago, desamparando aquella ciudad: y como estas razones salían de hombres medrosos, encarecían su perdición conforme a sus ánimos e inficionaban a otros muchos; aunque los que eran hombres discretos entendían que todo aquello debía salir de el capitán que lo mandaba, pareciéndoles que aunque quisiesen con palabras y obras irse a la mano no habían de ser parte. Conformábanse con los demás y vían que Villagra no hacía diligencia alguna, ni recogía bastimento ni reparaba parte alguna donde se recogiesen, ni proveía de enviar las mujeres a Santiago juntamente con la chusma, que era lo que un hombre de guerra había de hacer, porque con este reparo y proveimiento sustentaba su presunción, esperando lo que fortuna de él quisiera hacer y no desamparar una ciudad con tanta flaqueza sin ver lanza de enemigo enhiesta sobre ella, a fin de irse a rescebir a la ciudad de Santiago, como lo hizo antes que Francisco de Aguirre viniese a tomar el gobierno. Todas estas cosas trataban después los vecinos de aquella ciudad estando en Santiago, viéndose fuera de sus casas donde tan principal remedio tenían, andando por las ajenas, pues extendido el miedo por la ciudad, comenzaron algunos hombres y mujeres a irse por el camino de Santiago unos tras otros; los que tenían caballos cargaban lo que podían en ellos, y los que no los tenían iban a pie.
Sabido esto, Villagra, para que a él no le parase perjuicio en algún tiempo, mandó al capitán Gabriel de Villagra fuese al camino por donde iban, y ahorcase a todos los que se fuesen, el cual le envió a decir eran muchos los que se iban, mandase lo que fuese servido. Villagra, con esta nueva, juntó a los del cabildo y les dijo que ya vían cómo desamparaban la ciudad, derribados los ánimos; que él tenía por cierto por lo que había visto no se habían de poder sustentar, si de propósito los indios venían sobre ellos; que le parecía mejor, antes que sin orden se fuesen una noche donde en los unos o en los otros sobreviniese algún caso adverso, sería mejor irse todos: los del cabildo le ayudaron a la voluntad que tenía. Luego se puso por obra, que fué gran lástima ver las mujeres a pie ir pasando los ríos descalzas, aunque entre ellas hubo una tan valerosa que con ánimo más de hombre que de mujer, con un montante en las manos se puso en la plaza de aquella ciudad diciéndoles en general muchos oprobios y palabras de mucho valor; y tales que movieran el ánimo a cualquier hombre amigo de gloria o de virtud. Mas Villagra no curó de ello, aunque en su presencia le dijo: «Señor general, pues vuestra merced quiere nuestra destrucción sin tener respeto a lo mucho que perdemos todos en general, si esta despoblada es por algún provecho particular que a vuestra merced resulta, váyase vuesa merced en hora buena, que las mujeres sustentaremos nuestras casas y haciendas, y no dejarnos ansí ir perdidas a las ajenas, sin ver por qué, mas de por una nueva que se ha echado por el pueblo, que debe haber salido de algún hombrecillo sin ánimo, y no quiera vuesa merced hacernos en general tan mala obra.» Villagra, como estaba inclinado a irse, aprovechó poco todo lo que esta señora, llamada doña Mencia de los Nidos, dijo, natural de Extremadura, de un pueblo llamado Cáceres; que si esta matrona fuera en tiempo que Roma mandaba el inundo y le acaeciera caso semejante, le hicieran templo donde fuera venerada para siempre. Pues volviendo a los que iban caminando por tierra, dejando la ropa en sus casas perdidas a quien la quisiere tomar, y en la casa de Valdivia la tapicería colgada y las camas de campo armadas, con grande cantidad de ropa y muchas mercaderías y herramientas, todo perdido, que ponía gran tristeza en general a todos ver la destrucción que por aquella ciudad vino. Un vecino acertó a hallarse fuera en su repartimiento, éste llegó a la ciudad, como fué despoblada, que aún no sabía su perdición, y desde un alto vido andar los indios robando y saqueando lo que hallaban, quemando las casas. Visto su daño, tomó el camino de Santiago que llevaba Villagra. El cual despobló aquella ciudad por la orden que se ha dicho, habiendo cuatro años que la había poblado Valdivia con mucho trabajo año de 1550. Fué en Santiago rescebido con grande descontentamiento de el pueblo.
Capítulo XVIII
De las cosas que hizo Villagra después que despobló la Concepción y llegó a Santiago
Después de llegado Villagra a la ciudad de Santiago, juntó los de el cabildo y les pidió le rescibiesen como lo habían hecho las demás ciudades de el reino. Respondiéronle que Pedro de Valdivia había nombrado a Francisco de Aguirre por su sucesor y no a él; y que por este respeto en cumplimiento de lo que el rey mandaba, no había lugar a rescebirle. Volvióles a decir con algunos que le ayudaban y eran hombres principales sustentando su porte, que después de haber hecho Valdivia el testamento por donde nombraba a Francisco de Aguirre, hizo otro en que anulaba aquél, y que de ello daría fe su secretario Cárdenas, que era el escribano ante quien se hizo, en el cual nombraba a Francisco de Villagra en el gobierno de el reino, y que este testamento Valdivia lo había llevado consigo en un cofre pequeño, en donde tenía sus escrituras, y que a esta causa no parecía. Algunos hombres de ropa larga decían que aunque el nombrado fuese Aguirre, no había lugar cumplirlo, por cuanto estaba fuera de el reino y Villagra rescebido en la mayor parte de él. Anduvieron en estas pláticas algunos días, hasta que le pidieron parecer de letrados, y para determinallo se juntaron el licenciado de las Peñas natural de Salamanca, y el licenciado Altamirano, natural de Huete, a los cuales encomendaron determinasen este negocio. Villagra en cabildo, tratando de lo que convenía a su rescebimiento, estando en ello acudieron sus amigos armados a la puerta de el ayuntamiento con palabras bravas y fieros que hacían; poniéndoles temor lo rescibieron contra su voluntad y por fuerza como hombre poderoso.
En este tiempo, Francisco de Aguirre, como tuvo nueva de la muerte de Valdivia, partió de los Juries, y en llegando a Coquimbo envió a los del cabildo de Santiago, que pues él era legítimo gobernador y sucesor en el gobierno por nombramiento de Valdivia, lo rescibiesen por gobernador, llamándose señoría. Villagra, porque no se le metiese en Santiago, envió al camino quince soldados amigos suyos que estuviesen en guarnición corriendo los valles y rompiendo los caminos, poniendo espías en la parte que les pareciese para que no pudiesen pasar cartas sin que las tomasen y se las enviasen; y si alguna gente viniese de Coquimbo, a quien llaman también la Serena, le diesen aviso. Francisco de Aguirre, teniendo plática de esta prevención, puso ansí mesmo otra guarnición cerca de donde la tenía puesta Villagra, con la misma orden. Villagra se hallaba en aquel tiempo con doscientos hombres bien aderezados, que a muchos de ellos había hecho amigos con esperanza que les daría de comer, que es dalles indios de repartimiento, en la ciudad de Valdivia; porque el gobernador Valdivia no había repartido aquella ciudad, donde había para todo; y como el interés atrae así las voluntades, los tuvo a todos por su parte. Aunque en Santiago, Aguirre tenía principales amigos, estaba tan apoderado Villagra de todo, que no le podían favorecer más de con el deseo.
Andando todos revueltos y desasosegados con aquella manera de discordia, trataron los de el cabildo con Villagra y oficiales de el rey, que para quitar de sí una confusión tan grande, que los dos letrados arriba nombrados, pues en el reino no había otros bien informados de la causa, diesen parecer cuál de los dos, Villagra o Aguirre, era legítimo gobernador; y que este parecer aprobarían por apartarse de tomar las armas, cosa tan dañosa para todo el reino; y que los pareceres se enviasen a la audiencia de los Reyes, para que en ella, vistos por aquellos señores, proveyesen lo que más conviniese al servicio de su magestad. Tratado con ellos en su acuerdo el licenciado Altamirano, dijo que por servir al rey y por la paz de el reino, él daría su parecer. El licenciado Peñas dijo que no daría parecer alguno si no se lo pagaban, y que en tal caso él lo estudiaría; y porque hubiese efeto, le dieron luego en oro cuatro mill pesos, que son casi seis mill ducados; y para el efeto los mandaron meter en un navío, que estaba surto en el puerto, y que se hiciese en ellos a la vela dentro en el golfo, porque no dijesen que estaban oprimidos. Estos caballeros letrados dieron de parecer que Villagra debía gobernar y no Aguirre, por razones que para ello dieron, al dicho de hombres discretos no bastantes, pues era cierto que Aguirre tenía por el título de el testamento de Valdivia mejor derecho. Con este parecer volvió el navío al puerto y traído a la ciudad de Santiago, después de haberlo visto en su ayuntamiento, quedaron de guardallo hasta que de la audiencia de los Reyes viniese proveído lo mejor. Ya descansando algún tanto los unos y los otros, retiraron las guarniciones que tenían puestas. En el mismo navío enviaron a informar a la audiencia de los Reyes de el estado de Chile, pidiendo que su alteza proveyese.
Capítulo XIX
De las cosas que hizo Villagra después de ido el navío a los reyes, y de lo que se proveyó
Cuando Villagra vido alguna manera de quietud entre sus amigos y enemigos por el parecer que los dos letrados habían dado, quedando que aquello se guardase, trató de enviar un hombre por su parte que hiciese sus negocios e informase a los oidores cuánto convenía al bien de el reino que lo gobernase él, y fué un amigo suyo, oficial del rey, llamado Arnao Cegarra, natural de Sevilla. Con tres mill pesos que le dió le envió en el navío que estaba de partida para los Reyes; y en el entre tanto, con la gente que tenía, quiso dar socorro a las ciudades Imperial y Valdivia, porque la ciudad Rica, como tuvo nueva de la pérdida de Villagra, se retiró a la Imperial, despoblando aquella ciudad; y para mejor hacer esta jornada, a muchos de los que con él habían de ir, que estaban sirviendo a otros en la ciudad de Santiago, los casó con algunas huérfanas y les dió indios. Usando de una cautela diabólica, como antes lo debía tener pensado, hizo una exclamación diciendo que los repartimientos que daba y había dado en sí, fuese ninguna la data para que la persona que en nombre del rey viniese a el gobierno lo pudiese repartir y dar como le pareciese; diciendo que compelido de necesidad lo había hecho para poder sustentar el reino, lo cual de otra manera a su parecer era imposible; aunque después andando el tiempo se arrepintió, porque don García de Mendoza, estando en el gobierno de Chile, por esta exclamación que había hecho Villagra, lo repartió y dió como él quiso y se han quedado con ello y quedarán para siempre conforme a la orden que se tiene en Indias. Y para más grangear las voluntades a los que consigo había de llevar, abrió la caja del rey y sacó de ella diez y seis mill pesos: éstos repartió entre los soldados que mas necesidad tenían, aderezándose para este efeto.
Año de 1555 años por el mes de enero salió de la ciudad de Santiago con ciento y sesenta hombres camino de la Imperial con gran cuidado, como por tierra tan poblada y de guerra. Llegó a la ciudad sin que supiesen de él ni él de ellos, si estaban poblados o no, hasta que entraron por las puertas. Fué grande el alegría que rescibieron cuando fueron vistos y se presentaron en la plaza. Luego dieron aviso a la ciudad de Valdivia cómo habían llegado allí, y envió Villagra por su teniente al licenciado Altamirano con algunos soldados que había dado indios en ella.
Después de haber agradecido a Pedro de Villagra el trabajo que había tenido y regocijádose con juegos de cañas, que a ninguno pareció bien, salió descansando pocos días con número de cien hombres, se fué al asiento que había tenido la ciudad de Angol, haciendo por aquellos llanos la guerra, quitando a los indios las simenteras hasta que llegó el otoño, que como esperaba nuevas de el Pirú, envió seis soldados que llegasen a los términos de Santiago y le trajesen nueva de lo que había; y en el entre tanto andaba hollando aquella comarca sin hacer fruto alguno, a causa de estar los indios tan vitoriosos y soberbios que toda cosa despreciaban. Vinieron los mensajeros sin nueva alguna más de que todo estaba como lo había dejado. Viendo que entraba el invierno y que no hacía allí efeto alguno, se fué a Santiago con sesenta sodados, sus amigos.
Llegado a los Poromacaes, ques una provincia en mitad de el camino, supo que el mensajero que había enviado a los Reyes era venido, y que aquellos señores mandaban por el bien de el reino, y porque ansí convenía por evitar pasiones entre sus vasallos, que Villagra y Aguirre, ambos capitanes, licenciasen luego la gente que tenían y se fuesen a sus casas, y no se ocupasen más en tener gente alguna a su cargo ni hiciesen retención de cargo alguno en sí, y que daban por ningunos los nombramientos hechos por los cabildos y por su gobernador Valdivia, y que los alcaldes ordinarios cada uno en su jurisdicción administrase justicia. Luego que Villagra lo supo, mandó quitar el estandarte, y a los que iban con él les dijo que él había de obedecer lo que su rey mandaba; que les rogaba cada uno se fuese a donde quisiese; quedándose con sus criados, se fué a Santiago. Francisco de Aguirre, cuando supo que le querían notificar la provisión, respondió al que la traía antes que se la notificase, que fuese a notificarla a Francisco de Villagra y no a él, aunque después la obedeció y hizo lo mismo que Villagra.
Antes que estas cosas sucedieran, tuvo Villagra una diligencia por donde vino después a ser gobernador; y fué que hizo una probanza como él la quiso ordenar, y con cartas de los cabildos envió a España a un hidalgo llamado Gaspar Orense, natural de Burgos, en que le pedían por gobernador, que lo negociase con el rey don Felipe, y para su costo le dió seis mill pesos en oro que gastase. Con este recaudo navegó la vuelta a España, y diciéndole mal el viaje se ahogó a vista de Arenas Gordas, que es cerca de Sanlúcar; algunas cartas salieron a tierra; y como la pérdida fué grande, y el armada llevaba gran cantidad de plata y oro, acudieron allí algunos mercaderes, y entre otras muchas cartas que salieron a tierra mojadas y perdidas, hallaron aquéllas: éstas fueron a manos de un deudo de Villagra, hermano de su mujer, clérigo de misa, llamado licenciado Agustín de Cisneros, el cual procuró favores de algunos grandes, y fué a negociar con su majestad, que estaba en Inglaterra, la gobernación; de manera que abrió la puerta para que adelante cuatro años el rey se la diese por aquí vino a ser gobernador, como adelante se dirá. Pues volviendo a la provisión que de el Audiencia de los Reyes se trajo a Chile, presentada en la ciudad de Santiago la llevaron a la de Valdivia. Los que en ella estaban se holgaron con el buen proveimiento a causa que tenían a Villagra por hombre mohino, y que se le hacían mal las cosas de guerra.
Capítulo XX
De las cosas que acaecieron en este tiempo en la ciudad Imperial y ciudad de Valdivia
Como tuvieron nueva los naturales de todo el reino de la pérdida de Villagra y despoblada de la Concepción, en general se alzaron todos; y como eran tantos los que había en los términos de la Imperial, Pedro de Villagra tuvo temor no viniesen a ponelle cerco por respeto de el mucho bastimento que había en el campo, aunque en aquella coyuntura se halló con buenos soldados y caballos, mas todo era nada si los indios con ánimo de hombres, como habían hecho lo demás, quisieran hacer aquella jornada: y por creballes esta voluntad entendió era necesario hacelles la guerra en sus casas, porque no tuviesen tiempo de venir a las de la ciudad. Anímabale mucho para poderse sustentar ver se llegaba el invierno, y para ponelles temor y dalles a entender que no sólo tenía ánimo para sustentar el pueblo, mas aún para destruillos, salió de la ciudad no para hacer parada, sino correr la tierra, quemándoles las casas con la comida que dentro en ellas tenían, y a los indios que tomaban los alanceaban: tan encarnizados andaban que a ninguno perdonaban la vida. En este tiempo tenían unos perros valientes cebados en indios-¡cosa de grande crueldad!-que los despedazaban bravamente: hacíales la guerra la más cruel que se había hecho. De esta manera desbarató algunos fuertes que los indios hicieron para defenderse, entrándolos por fuerza, peleando; de tal manera los mataban, que viendo su destruición andaban huyendo, que no sabían en dónde se meter ni qué hacer: y una vez que se metieron en una isla que había dentro de una laguna, repartimiento de Pedro de Olmos de Aguilera, vecino de la Imperial, tomándola para su reparo, entró Pedro de Villagra en ella con muchos indios que llevaba por amigos y perros, los cuales mataron tantos indios, que con los abogados pasaron de mill personas a lo que después se supo; que parecía su pretensión era destruillos, y que no quedase indio vivo para estar ellos seguros. Por la orden dicha les hizo la guerra aquel verano; y el invierno, retirado a la ciudad, salían con cuadrillas y les hacía el daño posible, andando fuera diez días más o menos, como la suerte se le ofrecía hasta que llegó el verano.
Los indios, como les habían quemado sus casas y los bastimentos que tenían, y ellos andaban en borracheras y banquetes, después de haber gastado lo que quedádoles había, cuando vino el tiempo de la simentera no tuvieron qué sembrar, y si algo tenían no osaban de temor que los tomarían labrando la tierra. Juntóseles otro gran mal con éste, que entrando la primavera les dió en general una enfermedad de pestilencia que ellos llamaban chavalongo, que en nuestra lengua quiere decir dolor de cabeza, que en dándoles los derribaba, y como los tomaba sin casas y sin bastimentos, murieron tantos millares que quedó despoblada la mayor parte de la provincia; que donde había un millón de indios no quedaron seis mil: tantos fueron los muertos que no parecía por todos aquellos campos persona alguna, y en repartimiento que había más de doce mill indios no quedaron treinta. Vínoles otro mal allende de éste, que los que escapaban que eran pocos, teniendo algunas fuerzas, como no tenían qué comer, se comían los unos a los otros, ¡cosa de grande admiración!, que la madre mataba al hijo y se lo comía, y el hermano al hermano; y algunos hacían tasajos y les daban un hervor en algunas ollas con agua de arrayhan, y después puestos al sol y secos los comían, y decían hallarse bien de aquella manera. Andaban los indios en aquel tiempo tan cebados en carne humana, que traían la color del rostro tan amarilla, que por ella eran luego conocidos. Algunos indios de junto a la ciudad y a la costa de la mar, con el pescado y marisco se sustentaron, aunque no dejó de alcanzalles parte; y otros que tenían amistad en la ciudad con los cristianos y servicio, con la limosna que les daban, pidiéndolo ellos por amor de Dios, con una cruz en las manos que la necesidad y el tiempo les dió a entender que les convenía ansí-se sustentaban y vivieron muchos.
En la ciudad de Valdivia se alzaron ansí mismo los naturales de ella; hízoles la guerra el licenciado Altamirano un año que la tuvo a su cargo, desbaratándoles muchos bucaranes, haciendo en ellos gran castigo. Estos indios, por respeto de tener montes en sus términos donde se recogían, no hubo tantas muertes como en la ciudad Imperial, aunque en ellos hubo la pestilencia que en los demás. Quedó Altamirano, por la buena orden que tuvo en las cosas de guerra, reputado por buen capitán para podelle encargar cosas grandes.
Estando la guerra de estas ciudades en este paso, llegó la provisión de el Audiencia de los Reyes a quien el reino de Chile estaba en aquel tiempo sujeto, en que mandaba los alcaldes administrasen justicia cada uno en su jurisdicción, y que ponían la tierra en aquel ser y punto que estaba cuando Valdivia murió. Con este proveimiento los alcaldes tomaron toda cosa a su cargo. Sucedió una cosa en aquel tiempo que por ser notable la quiero escrebir. Cuando se alzaron los indios de la ciudad de Valdivia tomaron una mujer negra de un vecino llamado Esteban de Guevara; esta negra llevaron a la ribera de un río y la ataron de pies y manos; tendida a lo largo le echaban cántaros de agua encima y con arena le fregaban con toda el aspereza a ellos posible, creyendo que la color que tenía no era natural, sino compuesta; y desque vieron que no podían quitalle aquella color negra, la mataron, desollándola como gente tan cruel; y el pellejo lleno de paja traían por la provincia. Todo lo dicho acaeció en estas ciudades dichas año de 1556 años, que después acá ha hecho y hace grande lástima ver aquellos hermosos campos fértiles y frutíferos, despoblados. ¡Plega a Dios sea servido que en su santísimo nombre y servicio se pueblen de cristianos dando gracias a su Criador!
Capítulo XXI
De lo que acaeció en la ciudad de Santiago después que Villagra dejó el cargo de capitán general
Entendido por los vecinos de la Concepción que los señores de la Audiencia de los Reyes mandaban volviesen a poblar aquella ciudad, y que las justicias de la ciudad de Santiago les diesen todo el favor y auxilio necesario, viéndose por casas ajenas, acordándose que en las suyas eran servidos y estaban sin necesidad, para ponello en efeto se comenzaron aderezar y con ellos algunos soldados que quisieron ir en su compañía a los cuales les ayudaron con dineros, porque yendo más gente, más efeto tendría su jornada. Los oficiales de el rey que en Santiago residían les prestaron ocho mill pesos obligándose por ellos al rey. Con esta ayuda y con lo que ellos pudieron juntar, se hallaron setenta hombres bien aderezados, y para mejor efeto, llevaron un navío con las cosas pesadas de su servicio y bastimentos.
Puestos en camino a la ligera, llegaron a la Concepción y reconocieron sitio en donde hacer un fuerte pareciéndoles estaba a propósito un lugar alto que señoreaba el pueblo y eran casas de un vecino llamado Diego Díaz; lo repararon luego, y en él todos juntos residían. Los indios de la comarca les salieron a dar la paz y servilles de todo lo que les mandaban hasta tiempo de dos meses. En este tiempo, reconocido el número de gente que era y la defensa que tenían, se concertaron servilles muy mejor para descuidallos. El capitán que tenían era un hidalgo llamado Juan de Alvarado, montañés, a quien Villagra había dado un repartimiento de indios en aquella ciudad: teníanle por su capitán para las cosas de guerra, que en lo demás los alcaldes conforme a la provisión que tenían hacían justicia; porque yendo caminando un soldado pobre con otro como él se revolvieron con un soldado principal y le dieron ciertas lanzadas que de ellas sanó breve; con el primer ímpetu el uno de los alcaldes llamado Francisco de Castañeda, prendió al uno de ellos, el más culpable y lo mandó luego ahorcar.
El capitán Alvarado después que hizo asiento en la parte dicha, salió a visitar los repartimientos con quince hombres. Los indios todos conforme a lo que entre ellos estaba concertado, le sirvieron y dijeron harían lo que les mandase; y ansí vinieron a la Concepción a ver a sus amos y servilles debajo de la cautela que tenían ordenada, la cual el capitán no entendió por no tener tanta plática de guerra, aunque la había seguido con Villagra. Vuelto, pues, a la Concepción, un día víspera de Santa Lucía por la mañana, año de 1556, que para aquel día y tiempo por la orden de la luna (que es la cuenta que ellos tienen, a tantos de creciente o a tantos de menguante, por ella se entienden), se juntaron todos los indios de guerra comarcanos y otros muchos con ellos. Hablados y repartido capitanes, como cosa que ya tenían en sus pechos concebida la vitoria, se mostraron por una loma rasa bajando hacia la ciudad doce mill indios y más con muchas varas largas y gruesas como la pierna: con ellas hicieron luego un fuerte en donde estar reparados; hincándolas en tierra atravesaban otras entre aquéllas, y con muchos garrotes tan largos como el brazo y menores, que de ellos trajeron muchas cargas, y con sus lanzas largas y arcos y grande cantidad de flechas, armados con unos pedazos de cuero de lobo marino cudrio y grueso, que a manera de coracinas les defendía el hueco del cuerpo; y platicado entre sí de la manera que pelearían, tomaron esta orden: que hecha la palizada, cuando los cristianos viniesen a romper en ellos, pues eran tan pocos, disparasen los garrotes a las caras de los caballos, arrojadizos, y que siendo, como eran, muchos, dándoles tanta lluvia de palos en las caras y cabezas, harían mucho efeto para que no osasen llegar a ellos: que ésta era toda la fuerza que los cristianos tenían; y que si los caballos viniesen tan armados que no tuviesen temor a los muchos garrotejos que les tirarían y los rompiesen, se recogerían a la palizada que tenían hecha, pues detrás della tenían una quebrada, que aunque era pequeña los hacía fuertes, y que desta manera comenzarían su pelea, pues era cierto que los cristianos, en viéndolos, habían de salir a pelear con ellos, y que si los desbaratasen en la primera refriega, tuviesen entendido que en ninguna parte otra tendrían defensa; y si no los desbarataban, como entendían, por lo menos los dejarían medrosos, y los caballos con temor para no osar llegar más a ellos; y pues les tenían tomados los caminos, diciéndoles mal, los acabarían en ellos de matar; y que si iban al navío que en el puerto tenían, por lo menos les habían de dejar los caballos y ropas. Esta plática y orden de guerra tuvieron, sin haber hombre señalado entre ellos más de su behetría, a manera de república, porque estos indios, si tuvieran señor a quien obedecer, en general fuera conquista muy trabajosa. Los cristianos, después de haberlos reconocido, tratan la orden que tendrán para pelear y defender todo lo que tenían en tierra: unos contradecían a otros, porque decían que el servicio de mujeres, que son indias de la provincia, y algunos yanaconas con las ropas, se fuesen al navío; otros que no porque los indios no se animasen y lo tomasen, como eran tan supersticiosos, por buen pronóstico de fortuna, sino que se apeasen parte de ellos para pelear, pues estaban en tierra llana; y que si los indios se recogiesen a la palizada que tenían hecha, con los arcabuces los desbaratarían, y los que tenían buenos caballos rompiesen todos a un tiempo, teniendo cuidado de socorrer a los de a pie. De esta manera fué el capitán Alvarado hacia los enemigos, en una loma sin monte, junto a la ciudad, los cuales, llegando a romper, dispararon en ellos una gran tempestad de garrotejos; dándoles por las caras y cabezas de los caballos los hacían remolinar, y si algunos pasaban adelante, les ponían las lanzas a su defensa, y por los dos lados de la palizada. En este tiempo que peleaban salieron dos mangas de muchos indios con muchas lanzas; éstos derribaron cuatro cristianos, y entre ellos a Pedro Gómez de las Montañas, buen soldado; sin que se los pudiesen quitar, los hicieron pedazos. Los cristianos de a pie pelearon con la frente de la palizada, y los indios que la estaban defendiendo que no llegasen a entralles, hirieron a Francisco Peña, valiente soldado, de dos lanzadas en la cara, y dándoles otras muchas heridas. Con los cuatro cristianos que habían muerto cobraron tanto ánimo, que sin hacer caudal de el fuerte que tenían, salieron de tropel y los llevaron a espaldas vueltas hasta metellos en el fuerte que tenían hecho. Reconociendo que les tenían miedo, viendo como ya huían al navío, los acometieron dentro de su propio fuerte, en la cual entrada pelearon y les mataron muchos indios, derribándolos con las lanza, a los que intentaban entrar. Estaba entre los cristianos un clérigo, natural de Lepe, llamado Hernando de Abrigo, valiente hombre, junto con un soldado de Medellín llamado Hernando Ortiz; para animar a los demás salieron de el fuerte con intención de trabar nueva pelea con los indios; a estos dos hombres valientes les tomaron la puerta, cercados por todas partes peleando; después de haber muerto muchos indios, los mataron a lanzadas. Viendo los demás que no podían dejar de perderse, salieron de conformidad por una ladera abajo hacia la mar, y los que estaban a pie, lo mismo; los indios los fueron siguiendo hasta el llano de la mar, que más adelante no osaron, por ser tierra llana y parte que no tenían defensa para caballos, aunque de los que iban a pie mataron seis cristianos al pasar de un río pequeño que allí había. Francisco Peña, natural de Valdepeñas, como estaba tan mal herido de las lanzadas que en la palizada le habían dado, se fué al navío; pudo llegar a tiempo que le tomaron en el batel. Diego Cano, natural de Madrigal, quiso irse el navío; cuando llegó a la playa vido el batel que iba a lo largo; después de haberlo llamado, como vido que no quería volver, porque iba muy cargado, pareciéndole que más seguro camino era para salvar su vida aquél, dió al caballo de las espuelas y se metió por la mar adelante nadando tras de el barco: ¡tanto puede hacer el miedo en casos semejantes! Los del batel, cuando le vieron venir, porque no se perdiese, le esperaron y tomaron consigo; el caballo, desechado su señor de sí, se volvió a tierra y siguió a los cristianos que huían. Los indios siguieron a los demás hasta metellos en el camino de Santiago; allí los dejaron por volver a gozar del despojo, entendiendo que los que estaban a la guarda del camino los acabarían de matar. Los que iban huyendo, en sólo aquello pláticos, tomaron otro camino por la costa de la mar que no era tan usado, aunque también lo hallaron cerrado: cortando los árboles grandes que junto a él estaban, éstos cayendo en medio lo cerraban de tal manera que no podían pasar; allí los hallaban con sus lanzas a la defensa. Ayudóles mucho ir todos juntos para pasar estos pasos, que aunque mataron algunos, los mataran a todos.
De esta desdicha y mala orden decían en Santiago se tenían ellos la culpa, y les fué bien merecida la pena, querer poblar una ciudad setenta hombres, que ciento y treinta la habían despoblado, sin tener fuerte bastante, careciendo de artillería y arcabuceo; y cierto el suceso que tuvieron, en la ciudad de Santiago por algunos hombres que lo entendían les fué dicho, consideradas todas las cosas, que se habían de perder. Murieron en este recuentro y alcance diez y nueve soldados; los demás que escaparon llegaron a Santiago como gente desbaratada. Los que estaban en el navío, vista su perdición, hicieron vela y se fueron al puerto de Valparaíso, donde habían partido. Decían que Villagra no mostró pesarle de este desbarato, diciendo que él despobló teniendo tino a lo de adelante, porque de él dependía todo, y por no perder más de lo perdido se retiró con tiempo, antes que, queriendo, no pudiese.
Capítulo XXII
De cómo vino de el audiencia de los reyes proveído Villagra por corregidor de todo el reino, y de lo que hizo
Como fueron llegados los vecinos de la Concepción a la ciudad de Santiago tan desbaratados y perdidos, llegó luego desde a poco un mercader llamado Rodrigo Volante que venia de el Pirú. Este trajo a Villagra una provisión de el Audiencia de los Reyes, en que aquellos señores le nombraban por corregidor de todo el reino. Recibióse en el cabildo conforme a la orden que se tenía, y a su proveimiento tuvo ansí mesmo nueva del mercader cómo su magestad había proveído en España a Jerónimo de Alderete por gobernador, sabida la muerte de Valdivia, y héchole mucha merced, en que le había dado un hábito de Santiago y título de Adelantado, lo qual Villagra no podía disimular sin que diese a entender el desgusto que rescebía, porque esperaba que Gaspar Orense le negociaría la gobernación para él, como atrás se dijo.
Estando en Santiago tratando en esta cosas y otras, los indios de Arauco, viendo los buenos sucesos que habían tenido en la guerra, se levantó entre ellos un indio llamado Lautaro, mancebo belicoso. Este, ensoberbecido con otros como él, se juntaron número de trescientos indios e, informados de la disposición de la tierra, sabiendo por mensajeros la voluntad que tenían los indios de Santiago para alzarse, tomaron aquel camino con intención de hacer mal a cristianos en todo lo que pudiesen. Caminando cada día se le juntaban más, entendida la demanda que llevaba; y teniendo plática que en el río de Maule sacaban oro algunos cristianos, bien descuidados, llegaron una noche sobre ellos y al amanecer dieron en el asiento que tenían. Levantando una grita como lo suelen hacer, los mineros salieron huyendo; de éstos mataron dos, los demás se escaparon por el monte; los muertos no eran hombres de cuenta. Tornaron algunas mujeres indias de la tierra que tenían de su servicio y toda la herramienta con que sacaban el oro. Con esta presa, el Lautaro, como era ladino en su lengua, hizo una oración a los indios que allí estaban, enviándolos por mensajeros a sus caciques que de su parte les dijesen él había venido a aquella provincia para quitallos del trabajo en que estaban: que les rogaba se viniesen a él llamando a sus comarcanos, porque tenía deseo de les hablar a todos juntos y tratar en cosas de su libertad.
Llegada y extendida la nueva por la provincia, vinieron muchos principales e indios a ver gentes que tan grandes vitorias habían tenido de cristianos. Estando todos juntos, el Lautaro tocó la trompeta que traía de las que en la guerra había ganado; después de habella tocado subió en su caballo, y puesto en medio de todos, porque le pudiesen mejor ver y oír, les comenzó a hacer una oración con palabras recias y bravas, poniéndoles por delante la miseria y cativerio que tenían, y que él, movido de lástima, había salido de su tierra a procuralles libertad; y pues vían cuán oprimidos estaban, tornasen las armas y se juntasen todos, que con la orden que él les daría no dudasen de pelear, porque convenía ansí para alcanzar su deseo, y que echarían a los cristianos de toda su tierra, pues ellos eran hombres y tenían tan grandes cuerpos como otros indios cualesquiera. Con sus pies y manos libres, ¿en qué les podían ellos hacer ventaja, pues todos eran tinos y parientes antiguos? Y que bien habían sabido las muchas vitorias que los indios de Arauco habían tenido de cristianos, y cómo se habían libertado con las armas, que les rogaba las tomasen y enviasen mensajeros los unos a los otros para que todos con una voluntad tomasen aquella guerra. Los indios, animados con esta plática que les hizo el Lautaro, le dieron por respuesta que en todo lo que les mandase le obedecerían y harían su voluntad y le agradecían mucho el trabajo que había tomado por su remedio.
Luego el Lautaro tomó plática de la tierra, y reconociendo la disposición que en sí tenía, llegó a un llano donde les mandó, por ser lugar conveniente, que con las herramientas que tenían hiciesen un foso conforme al lugar que les señalaba, cercado de hoyos grandes a manera de sepulturas, para que los caballos no pudiesen llegar a él; y ansí mesmo les dió orden que trajesen bastimentos para todos, repartiéndolo entre los señores principales por su orden; y como era hombre de guerra, les dijo que no tuviesen duda, sino que los cristianos en sabiendo que estaban allí, habían de venir a pelear con ellos, y que peleando a su ventaja, como las demás veces lo habían hecho, tendrían cierta la vitoria; diciéndoles que los cristianos, aunque eran valientes, no sabían pelear ni tenían orden de guerra, y que andaban tan cargados de armas que a pie luego eran perdidos; que la fuerza que tenían era los caballos, y que para pelear con ellos en aquel fuerte, de necesidad los habían de desamparar y pelear a pie.
Francisco de Villagra tuvo luego nueva de lo que el Lautaro hacía, que parecía los indios le tenían tan ganada su fortuna, que lo venían a buscar, y para reparo de lo que podían hacer, envió a Diego Cano con veinte hombres a caballo. Los indios pelearon con él al paso de una ciénaga en un monte y le mataron un soldado. Diego Cano se retiró a mejor puesto; los indios desollaron el muerto y, lleno el pellejo de paja, lo colgaron en el camino, de un árbol.
Estendida esta nueva por la provincia, tomaron más reputación. Villagra que lo supo, envió al capitán Pedro de Villagra que en la ciudad Imperial había sido su teniente, hombre plático de guerra, porque se venía alzando la provincia, con treinta y cuatro soldados. El Lautaro, como tuvo la nueva, se recogió a su fuerte, y mandó que no les estorbasen el caminar, sino que los dejasen llegar a donde él estaba, y que cuando tocase la trompeta saliesen a pelear por las partes que les señalaba, y cuando la volviese a tocar, se retirasen. Con esta orden esperó lo que Pedro de Villagra haría; el cual llegó y se puso a caballo con toda su gente en un alto junto al fuerte, y mandó a quince soldados se apeasen y llegasen a reconocer de la manera que estaba; con éstos se apearon otros que no se quisieron quedar a caballo. Los indios los dejaron llegar y desque estuvieron junto al fuerte, tocando su trompeta salieron por dos partes, como les estaba señalado; tomándolos en medio pelearon lanza a lanza; los cristianos mataron algunos con los arcabuces. Allí fué cosa de ver un soldado esclavón de nación pelear tan bravamente, que al indio que con su espada alcanzaba lo cortaba de tal manera, que si le daba por la mitad de el cuerpo lo cortaba todo, y al respeto por cualquiera otra parte, llamado de nombre Andrea, valentísimo hombre; de tal manera peleaba que aunque quebró su espada, no osaban los indios llegar a él: ¡tanto temor le tenían!
Viendo Pedro de Villagra que no se hacía efeto y que le herían la gente, los comenzó a retirar. Los indios, que serían número de seiscientos, vinieron tras ellos con tanta determinación que a un soldado natural de Zamora, llamado Bernardino de Ocampo, que había peleado con una espada y rodela valientemente, teniendo ojo en él-llevaba su rodela a las espaldas, porque le guardase aquel lugar de las flechas-un indio le alcanzó y le asió de la rodela con tanta fuerza que quebrantó la correa con que iba asida, la sacó y se la llevó. Pedro de Villagra se retiró tanto como un tiro de arcabuz, que era ya tarde; y otro día con nueva orden volver a pelear. El Lautaro, conociendo que estaba allí perdido, se salió aquella noche del fuerte y se fué al río de Maule, diciendo que él había visto la dispusición de la tierra y que era a propósito para hacer la guerra por ser abundosa de bastimentos; animando a los principales dijesen que compelidos no habían podido hacer menos, porque el Lautaro no los destruyese.
Pedro de Villagra fué luego por la mañana a ver el fuerte. No los hallando en él, se informó iban la vuelta de Maule y no los podían alcanzar, porque iban para su seguridad por el camino de el monte y malos pasos para caballos. Se volvió a la dormida; después de haber hablado a algunos principales, se fué a Santiago. En la cual jornada, entre los émulos que tenía, perdió de reputación en que estaba de hombre de guerra.
Francisco de Villagra luego a la primavera, como vido que no había movimiento alguno en los términos de Santiago, se determinó ir a la ciudad de la Serena, porque de aquella ciudad por muchas cartas le enviaban a llamar, diciéndole que para la quietud de el pueblo convenía residiese algunos días allí. Villagra, a lo que se entendía de él, lo deseaba, porque Aguirre era hombre bravo y de grande ánimo, y le pesaba mucho sufrir mayor; por este respeto se fué a Copayapó para estarse en aquel valle mientras Villagra tuviese mando. Villagra salió de Santiago con treinta soldados, sus amigos; aunque en el camino tuvo algunas armas, diciendo Francisco de Aguirre venía a meterse en la Serena antes que él entrase-que todo fué echadizo-supo cierto estaba en el valle de Copayapó. Llegado que fué al pueblo, le envió a rogar viniese a su casa, porque de su estada allí tanto tiempo los indios eran vejados, y que por el bien de ellos y descargo de su conciencia estaba obligado a decírselo. Aguirre, como en su pecho tenía determinado de no verse con hombre que tan odioso era para él su nombre, lo entretenía con razones aparentes en su descargo. Viendo que en tres meses que había estado en el pueblo no podía persuadirle viniese a él, se determinó personalmente ir allá, y si lo esperara en Copayapó castigallo por justicia, porque tenía consigo gente la que había menester, y más la voz del rey que llevaba. Por otra parte, si Aguirre no lo esperaba, y se retiraba a los Diaguitas o Juries, era imposible venir a sus manos.
En este tiempo que trataba de la partida, llegó por el despoblado un soldado, que lo enviaba el marqués de Cañete, visorrey del Pirú, en que les hacía saber la muerte de Jerónimo de Alderete, y que en esta ausencia había proveído por gobernador de Chile a don García de Mendoza, su hijo. Aguirre rescibió la carta de el marqués, y escribió a Villagra diciéndole mirase cómo eran tratados, porque en el sobre escrito decía: «Muy noble señor.» Villagra calló al sobre escrito de su carta, diciendo que de cualquier manera que el señor visorrey le tratase era mucha merced que le hacía, y ansí salió a rescebir al mensajero una milla de la ciudad con trompetas; y después de ser informado de todo lo demás que quiso, le mandó dar quinientos pesos en un pedazo de oro; y porque estaba un navío en el puerto de aquella ciudad y de partida para el Pirú, no quiso ir a la ciudad de Santiago, sino volverse al Pirú, pues llevaba respuesta de su embajada. Villagra escribió al visorrey, y a don García, su hijo, y se volvió a Santiago con la gente que tenía y con los que le quisieron seguir. Subió a la ciudad Imperial para dar nueva de lo proveído para Chile.
Después de haber caminado cien leguas y llegado y tratado lo que el visorrey le escrebía, y proveído tenientes de corregidor para en cosas de justicia sobre los alcaldes, se volvió por el camino que había llevado hasta el río de Maule. Pasando su camino por los Promacaes topó con el capitán Juan Godíñez, que iba con veinte hombres en busca de Lautaro, porque este indio, llegado que fué a su tierra, dió nueva de la fertilidad de Santiago y de la voluntad que había hallado en los indios para echar de su tierra a los cristianos; con esta nueva se le juntaron muchos indios valientes y briosos, con los cuales dió vuelta a los términos de Santiago y desasosegaba aquella provincia.
Pues como se topó Villagra con Juan Godíñez, después de informado de la tierra que Lautaro tenía y donde al presente estaba, caminaron juntos a dar sobre él, con guías que los llevaron por buen camino toda la noche, y a la que amanecía llegaron a un carrizal, donde estaba con sus indios bien descuidado y durmiendo, porque fué tanta la presteza que llevaron caminando, que el Lautaro no pudo tener aviso. Luego se apearon cincuenta soldados con los indios que llevaban por amigos, y dieron en ellos. Los de guerra tomaron las armas para pelear; hallándose cercados de cristianos pelearon con grande determinación, dando y rescibiendo muchas heridas. El Lautaro quiso salir de una choza pequeña donde estaba durmiendo, y fué su suerte que un soldado, hallándose cerca sin lo conocer, le atravesó el espada por el cuerpo. Los indios, viéndose sin capitán ni trompeta que los acaudillase, pelearon tan valientemente sin quererse rendir, que un soldado, hombre noble, llamado Juan de Villagra, queriendo temerariamente entrar en ello al pasar de una ciénaga, confiado en un buen caballo que llevaba, fué muerto en presencia y a vista de muchos que aunque quisieron dalle socorro no lo pudieron. Murieron en este asalto más de trescientos indios, sin otros muchos rendidos y castigados.
Quedando aquella provincia castigada y puesta en quietud se fué a Santiago, donde estando bien descuidado oyendo misa en San Francisco, le llegó una carta en que por ella le decía un estanciero que residía cerca de Santiago, había llegado a su asiento un capitán con muchos soldados, y que traían arcabuces y otras muchas armas, y que decían [que] don García de Mendoza quedaba en la ciudad de la Serena. Luego tras esta carta llegó a la ciudad de Santiago Juan Ramón, que venía por maestro de campo, y traía consigo treinta hombres, con orden de recebirse en nombre de don García en aquella ciudad. Fuése apear a las casas de Villagra, y envió a San Francisco a un hidalgo llamado Vicencio de Monte, natural de Milán, a quien Valdivia había hecho vecino en la Concepción. Este entró en la iglesia, y después de habelle saludado, le dijo que el capitán Juan Ramón sería breve allí, dejándolo en sus casas que son mañas secretas que muchos hombres tienen. Después que oyó misa se fué a su casa, en donde le estaban esperando; llegado a la puerta le salió a recebir Juan Ramón, y le dijo traía orden de don García de Mendoza que su merced mandase juntar el cabildo, y todos juntos verían los poderes que de el marqués de Cañete, visorrey del Pirú, traía, y los que su hijo don García había dado de gobernador de Chile. Juntos en cabildo rescibieron a Juan Ramón en nombre de don García, por poder suyo. Luego que fué rescebido prendió a Villagra, y le puso guardas porque no hablase con él ninguna persona; y otro día, luego por la mañana, lo llevó a la mar y embarcó en un navío que para el efeto don García desde la Serena había enviado, y lo entregó al maestre, que se hizo a la vela con él. De esta manera acabó Villagra su representación de fortuna, tan contraria cuanto le había sido favorable para traelle siempre en cargos honrosos.
Capítulo XXIII
De cómo don García de Mendoza entró en Chile y, rescebido por gobernador, las cosas que hizo
Llegado Jerónimo de Alderete a España en nombre de Pedro de Valdivia para negociar con su majestad, le fué necesario pasar a Ingalaterra, porque el Emperador don Carlos había renunciado todos sus reinos en el serenísimo príncipe don Felipe, su hijo, y retirado en un monasterio de religiosos, no entendía cosa alguna, ni en proveimiento de ninguna suerte; por donde le convino Alderete irse a ver con el rey, que a causa de se haber casado con la reina de Ingalaterra estaba en aquel reino. Llegado allá, e informado el rey de su venida, desde a pocos días le hizo merced dalle a Valdivia la gobernación por su vida, y más, que le sucediese la persona que él nombrase; con este despacho se partió de Ingalaterra. Entrando por Francia le alcanzó un correo, que le hizo Eraso, secretario del rey, en que le decía que por cartas había el rey sabido era Valdivia muerto; que le parecía se debía volver a hacer sus negocios, porque el secretario Eraso, siendo informado que la tierra de Chile tenía mucho oro debajo de tierra, hizo una compañía con Alderete, en que ponía Eraso ciertos esclavos para labrar las minas, y Alderete lo demás, con un tesorero que desde allá venía para el efeto de tener cuenta con lo que de las minas se sacase; viendo que el tiempo le ordenaba por la muerte de Valdivia reformalla mejor, dió aviso. Alderete, con esta nueva, volvió a Londres, donde el rey estaba; con buenos terceros que tuvo, y por crédito que el rey tenía de su persona, le hizo merced dalle la gobernación de Chile, ansí como la tenía Valdivia, y más un hábito de Santiago y título de Adelantado; con esta merced se partió de España para Chile. Llegado a Panamá, que es y ha sido sepoltura de cristianos, enfermó de calenturas, y apretándole la enfermedad, murió.
En este tiempo el marqués de Cañete venía proveído por visorrey de el Pirú y capitán general. Llegado a la ciudad de los Reyes, y rescebido por el Audiencia que en ella reside, desde a pocos días muchos hombres principales, vecinos de Chile, que estaban esperando Alderete, le fueron a besar las manos, informándole de el estado de Chile y la grosedad de la tierra; le suplicaron y pidieron por merced les diese a don García, su hijo, por gobernador. El marqués, después de haberlo pensado, se determinó enviarlo, porque gobernando el padre el Pirú y el hijo a Chile, de gente, armas y lo demás necesario, lo proveería; y para que hubiese buen efeto tener de paz el reino, y por poner a su hijo en buen lugar, teniendo atención a lo de adelante, porque siendo, como era, mancebo, tenía aparejo desde aquel puesto para grandes efetos. El marqués, como era hombre prudente, considerado todo lo proveyó, y para que viniese conforme a la calidad del padre y presunción suya, mandó hacer gente en Lima, y rogando a otros personalmente que ayudasen a don García en aquella jornada, entendiendo que al marqués daban contento, muchos hombres nobles se ofrecieron irle a servir: algunos por culpa que sentían en sí de las rebeliones pasadas quisieron tenelle propicio, y muchos hidalgos que habían venido de Castilla con Alderete. Y para mejor efeto, el marqués, como era generoso y liberal, gastó de la hacienda de el rey número de cien mill pesos, que dió en socorros y ayudas a muchos soldados que con don García venían. Juntó el marqués para la jornada trecientos hombres, y con tres navíos bien aderezados de artillería, arcabuces y mucha munición de guerra, lo envió que gobernase el reino de Chile, y acompañado de religiosos, hombres de buena vida y ejemplo, salió a la vela de el puerto, de los Reyes, año de 1557. Con buen tiempo que tuvo llegó en tres meses a la ciudad de la Serena; fué rescebido con grande alegría de el pueblo. Estando allí le llegaron procuradores de Santiago pidiéndole por merced quisiese entrar en aquella ciudad; rescibiólos amorosamente, y los despachó diciendo que él venía a poblar la ciudad de la Concepción, por cuyo respeto no pensaba entrar en Santiago por entonces; que rescebía su voluntad y se lo agradecía mucho.
Tratando con Francisco de Aguirre, en cuya casa posaba, de algunas cosas de el reino, entendió de él no estaba bien en amistad con Villagra, y que era cierto las revueltas que en el Pirú había habido, las más habían sido por no ponelles remedio breve. Quiso atajar lo que algunos le decían podía ser; siendo como eran hombres poderosos, y tenían muchos amigos, era bien quitalles la ocasión y enviallos al Pirú, mientras a la tierra de Chile se hacía la guerra y la ponía de paz. Con este acuerdo envió a la ciudad de Santiago, llegado que fué a la Serena, embarcasen a Villagra y lo enviasen a donde él estaba. Preso Villagra, como atrás dijimos, lo llevaron en un navío. Entrando por el puerto, comenzó a hacer salva con el artillería que llevaba, y un galeón que estaba surto en el mesmo puerto, respondió a la selva con el artillería que tenía. Don García mandó ir a ver qué era: supo traían preso a Villagra. Holgándose infinito, lo mandó visitar de su parte, y que lo pasasen a otro navío, en donde estaba Francisco de Aguirre preso, y escribiendo al marqués, su padre, los entregó a un hijodalgo, natural de Bormes, en Alemaña, llamado Pedro Lisperguer, que los llevase a su cargo, el cual se hizo con ellos a la vela y fué al Pirú, donde los entregó al marqués de Cañete, que los rescibió con mucho amor y mucho honor, y porque iban pobres les mandó dar dineros que gastasen de presente, dándoles esperanza de hacelles mucha merced; se andaban en su corte, como ellos querían, hasta que desde a dos años Aguirre se volvió a Chile con licencia que le dió el marqués.
Capítulo XXIV
De cómo don García de Mendoza llegó a el puerto de la Concepción, y de lo que acaeció hasta que llegaron los de a caballo por tierra
Siendo rescebido don García por gobernador, como atrás se ha dicho, después que envió a Villagra y Aguirre al Pirú, se hizo a la vela de el puerto de la Serena para la Concepción, enviando primero al capitán Juan Ramón que diese orden en llevar los soldados, y vecinos que le habían de ayudar en la guerra presente a la primavera: y para que tuviesen buen aviamiento, envió con él a Jerónimo de Villegas, que traía comisión de contador de cuentas, para que en la caja del rey se pagasen las libranzas que don García diese, y con orden que tomase la ropa que le pareciese nescesaria para proveer soldados, que era informado estaban pobres y desnudos. Con esta orden de ropa y armas, estando en ello ocupado, llegó don Luis de Toledo por tierra con número de gente que por traer caballos de el Pirú se había puesto en aquel camino con título de coronel para en todas las cosas de guerra. Don García llegó al puerto de la Concepción con dos navíos, y hasta ver y reconocer la tierra tomó puerto en una isla que hace en mitad de la bahía, por no tener caballos que le descubriesen y asegurasen la campaña. En esta isla estuvo cuarenta días con docientos hombres, sustentándose de ración que les mandaba dar del matalotaje que traía. Desde allí envió algunos capitanes con un barco reconociesen lugar donde se pudiese hacer un fuerte cerca de la mar en parte segura para podellos proveer de el armada.
Estando en esta obra ocupado, llegó un navío de Santiago con mucho bastimento que aquella ciudad le enviaba, parte de ello en servicio y parte comprado con la hacienda de el rey. Los que fueron en el barco hallaron en una punta sobre la mar sitio que para fortaleza con poco trabajo se ponía en mucha defensa; con esta nueva mandó venir allí los navíos y salir la gente en tierra; con herramientas que traían lo comenzaron a hacer, y tanta priesa se dieron que en seis días lo tenían acabado.
Todos recogidos dentro de él con sus tiendas y pabellones, daba contento a la vista, fortificándolo de cada día más, puesto en buena defensa con sus piezas de artillería asestadas al campo y esperando a los capitanes que por tierra venían con la gente de caballo, haciéndosele a don García cada día un año.
Acaeció que los indios, como hombres que tantas victorias de cristianos habían tenido, se juntaron y trataron qué orden tendrían para pelear, pareciéndoles que era nueva manera de guerra aquella que traían, estando dentro del fuerte, velándose de noche y no entrándoles la tierra adentro; enviaron algunos indios sueltos que de noche reconociesen el fuerte, pues por falta de caballos lo podían bien hacer y llegar sin temor alguno. Sabiendo de sus amigos y parientes que venía por tierra caminando mucha gente de caballo, aunque no sabían el número cierto más de que eran muchos, se determinaron antes que llegasen pelear con los que en el fuerte estaban. Con esta determinación en quince de agosto año de 1557, una mañana a las diez de el día parecieron en una loma rasa grande número de indios juntos. Los cristianos, visto que eran muchos, dando arma se recogieron todos. Como no tenían caballos que los reconociesen, hasta ver qué era su disinio se estuvieron quedos. Los indios comenzaron a caminar hacia la trinchea número de tres mill, que no esperaron se juntasen más; como hombres que venían a cosa ganada, porque les cupiese más parte de el despojo, no esperaron más gente. Don García mandó que ningún arcabucero tirase, ni pieza de artillería disparase hasta que él lo mandase; con esta orden esperaron qué harían. Los indios llegaron a la trinchea sin temor alguno jugando de sus flechas; los soldados dispararon en ellos gran tempestad de arcabuzazos, de que mataron muchos. No por esto desmayaron, antes saltando la trinchea llegaron a pelear pie a pie con los que dentro estaban. Allí se vido un indio valiente hombre, dejar su pica de las manos y asir a un soldado llamado Martín de Erbira, natural de Olvera, de la pica que en sus manos tenía, y tirando della con brava fuerza, se la sacó y llevó. Otros indios valientes que quisieron entrar dentro de el fuerte, fueron muertos, y viendo cómo los mataban con los arcabuces y que no les podían entrar, se retiraron, donde a la retirada con el artillería gruesa mataron muchos. Viendo el daño que habían rescebido, se apartaron de allí y procuraron ver si los podrían tomar fuera del fuerte antes que llegasen los de a caballo; y para este efecto les pusieron emboscadas, y como vieron el mucho recato y cuidado con que de ordinario se guardaban, no trataron más de venir sobre ellos, ni parecer hasta tomar plática de lo que harían. Comunicándolo con sus amigos, pues iba por todos, se metieron la tierra adentro.
Como don García había peleado con los indios dentro de el fuerte, y se vía allí encerrado rescibiendo pena con la tardanza de los de a caballo que por tierra venían, y mohino por haberle dicho algunos que cerca de él andaban en privanza, que lo hacían mal sabiendo que su gobernador estaba tanto tiempo había metido en un fuerte estarse ellos en Santiago sirviendo damas -que de estos hombres siempre se hallan tales amigos de ganar y grangear por allí la gracia que no son para ganar de otra manera-, le indinaron de tal suerte que les escribió al camino desfavorable, dándoles mucha reprehensión, mandando al capitán Juan Ramón, que traía a su cargo la gente, no le viese, aunque después lo rescibió en su gracia, porque en este tiempo don García estaba tan altivo como no tenía mayor ni igual. Libremente disponía en todas las cosas como le parecía, porque en el tratamiento de su persona, casa, criados y guardia de alabarderos estaba igual al marqués su padre; y como era mancebo de veinte años, con la calor de la sangre levantaba los pensamientos a cosas grandes.
Llegados los de a caballo a quince de setiembre del año de 1557, se olvidó lo pasado y salieron todos a alojarse al campo. Repartidos cuarteles era hermosa cosa ver tanta gente junta, que hasta entonces no se había visto en Chile.
Capítulo XXV
De cómo don García ordenó compañías de a pie y de a caballo, y de la orden que tuvo para pasar el río Biobio y la batalla que los indios le dieron
Pues como llegó la gente que se esperaba, desde a pocos días mandó don García hacer correrías por el campo de a cuatro y seis leguas, tomando plática de la tierra; y para que con mejor orden se hiciese, tomó muestra de toda la gente que tenía, y halló por todos quinientos soldados. Hizo luego compañías de a pie, señalando a cada una el número de soldados que había de tener; después de habelles dado banderas les mandó tuviesen cuenta con ellas, y que entendiesen que los que había señalado por soldados en ellas, aunque tuviesen buenos caballos, habían de pelear a pie siempre que se ofreciese, y hacer la guardia con todo lo demás que se ofreciese, y repartió la gente de caballo, y ansí mesmo les dió estandartes que llevasen, y sennialó estandarte general con las armas reales, y para sí tomó una compañía de arcabuceros y lanzas, y les señaló un soldado antiguo a quien respetasen y tuviesen por su capitán, como a su persona. Hechas estas prevenciones, mandó que Francisco de Ulloa capitán de caballos, con su compañía fuese a echar de la otra parte de Biobio tres hombres camino de la Imperial, doce leguas de la Concepción, con una carta suya a aquellas ciudades, para que entendiesen estaba de camino para entrar a hacer la guerra a Arauco: que les rogaba con la más gente que pudiesen le viniesen ayudar, y que para tal día señalado estuviesen al paso del río por donde lo había de pasar.
Prevenido esto, mandó al capitán Bautista de Pastene, hombre plático de la mar, que lo tomase a su cargo, y que con los carpinteros que en el campo se hallaban hiciese una barca llana con su puerta, que cupiese seis caballos, en que pasar el río de Biobio, lo cual hizo con mucha brevedad, que para este efeto se traían los materiales de atrás, y toda cosa prevenida. Estando en este proveimiento llegó el obispo don Rodrigo González con doce caballos muy buenos de rienda, con sus mozos que los curaban, y por la mar un navío cargado de bastimento. Todo lo cual dió graciosamente a don García sin ninguna pretensión ni interés, que fué señalado servicio en el tiempo en que estaba, como hombre tan celoso de nuestra religión católica; y viendo a don García puesto en aquel camino y jornada tan santa, le quiso ayudar con su hacienda y renta para que mejor eleto tuviese su deseo. Pues volviendo a don García, en el inter que se hacía la barca maridaba reconocer y ver si las simenteras que los indios tenían estaban de sazón para poder campear tanta gente. Sabiendo que las cebadas estaban maduras y otras cosas de comer que les ayudaban para campear, mandó que la harca y los bateles de navíos que allí estaban se llevasen por la mar al río de Biobio, y que en donde el río entra en la mar esperasen; y para seguridad de los barcos envió algunos arcabuceros. Luego partió con su campo aquella jornada y se puso en su ribera, y porque era aquél el tiempo y día que habían sennialado a los de la Imperial, envió un capitán de caballos que fuese en su demanda asegurando los pasos. Dos leguas de el campo topó con ellos: venían sesenta hombres bien aderezados, valientes soldados y muy ejercitados en la guerra. Todos juntos se volvieron al río, en donde don García estaba dando orden en el pasar de la gente que en la barca y bateles pasaban a mucha priesa con oficiales de el campo que solicitaban el pasaje, y anal con brevedad se pasó todo el servicio y caballos, mudando los remeros, que de cansados no podían más. Y un hombre extranjero que había trabajado mucho, natural de la isla de Lipar, frontero de Nápoles, estando el pobre cansado, se escondió para tomar algún reposo y comer; don García lo mandó con mucha diligencia buscar, y luego que pareció lo mandó ahorcar. Sin admitirle descargo alguno, mandaba se pusiese en efeto, y porque no había árbol en la parte en donde estaba para ahorcallo, era tanta la cólera que tenía, que sacando su espada mesma de la cinta, la arrojó al alguacil para que con ella le cortase la cabeza. A este tiempo llegaron unos religiosos frailes que en su campo llevaba, éstos lo amansaron, y el pobre hombre volvió a remar.
Teniendo, pues, su campo de la otra parte del río, mandó al capitán Reinoso como a hombre que sabía la tierra, fuese a descubrir el campo por donde había de caminar otro día. Reinoso fué con su compañía hasta la entrada de Andelican, tierra de los indios que habían desbaratado a Villagra. Don García mejoró su campo una legua de allí para ponerse en parte que tuviese pasto para los caballos y servicio para el campo. Yendo Reinoso descubriendo su camino, llegó a un fuerte que los indios tenían hecho en una loma, por donde había de pasar, con su trinchea. Reinoso, reconociendo que estaban allí perdidos viniendo sobre ellos un campo tan grande, mostrando tener temor, y para más animallos a que no desamparasen el fuerte que tenían, con apariencia de miedo, volvió las espaldas el camino que había traído para dar aviso en el campo. Los indios, como le vieron volver, sin consideración alguna salen todos juntos una ladera abajo en su seguimiento, hasta llegar al llano, número de ocho mill indios. Reinoso, como traía poca gente, aunque la tierra era llana, se iba retirando y envió un soldado que diese aviso en el campo. Don García envió a su maestro de campo con sesenta arcabuceros a caballo, y entre ellos algunas lanzas, para que les diese socorro y no peleasen, sino que todos juntos se retirasen hacia el campo y le diesen aviso el número de la gente que era y la tierra que traían.
Juan Ramón, usando oficio de soldado más que de capitán, no guardó la orden que llevaba, antes trabó batalla con los indios, andando envuelto con ellos; mataron algunos y quedaron de los cristianos también heridos, haciendo de ordinario arremetidas dentro en los indios, que como era tierra llana y venían en seguimiento de caballos no podían venir juntos; derribaron algunos de los caballeros a lanzadas, que ponían éstos a los demás en mucha necesidad por socorrellos. Un soldado natural de Sevilla, llamado Hernán Pérez, se arrojó entre muchos indios por alcanzar uno en quien había puesto los ojos; diéronle muchas lanzadas, y si no le socorrieran Diego de Aranda y Campofrío de Carvajal con otro, lo mataran allí; mal herido él y su caballo escapó de no ser muerto con los demás que le fueron a socorrer, por acudir tantos soldados valientes en su favor, y ansí peleando los trajeron tres leguas de camino llano hasta ponerse a vista de el campo. Don García los esperaba con orden de guerra, la infantería a los lados de la caballería y sacada una manga de arcabuceros que peleasen en la parte que pareciese convenir más. Los indios, como llegaron a vista del campo y vieron tanto estandarte y banderas, viéndose perdidos se llegaron a una ciénaga, y en ella se hicieron fuertes, porque el lugar lo era de suyo para gente desnuda, que si aquel día alguno de los capitanes diera aviso a don García conforme a la orden que llevaban, se hiciera una suerte que no escapara indio ninguno, y ansí se fueron por la ciénaga sin que se les hiciese mal. Otro día después de bien informado de lo hecho el día de atrás, estando el campo asentado en donde los indios habían tenido el fuerte, se movió plática de lo pasado. El capitán Reinoso decía que Juan Ramón como maestro de campo tenía el mando, y que él tenía de dar aviso, pues él no era allí más de un soldado: que lo que a su cargo había llevado lo había hecho y avisado de todo lo que convenía: que su maestro de campo, si había querido pelear y no avisalle, ¿qué culpa tenía él de ello? Don García, después de haberles oído y enojado con las disculpas que daban, les dijo que no había ninguno dellos que tuviese plática de guerra a las veras, sino al poco más o menos, y que vía y sabía que no entendían la guerra, por lo que dellos había visto, más que su pantuflo. Entre los presentes tenido fué por blasfemia grande para un mancebo reptar capitanes viejos y que tantas veces habían peleado con indios, venciendo y siendo vencidos por hombres tan torpes de entendimiento. Fué causa lo que aquel día dijo para que desde allí adelante en los ánimos de los hombres antiguos fuese malquisto. Don García, como era hombre de buen entendimiento y tenía el supremo mando, arrojábase con libertad a lo que quería, de lo cual era causa su edad.
Desde allí se partió para Arauco y envió escolta de caballo delante que le descubriese la cuesta grande donde habían desbaratado a Villagra. Llegado aquel día al llano se regocijaron todos con una hermosa escaramuza de caballo y de a pie, y para más buena orden en esta jornada, llevaba un navío por la costa surgendo por las jornadas que el campo hacía, y [para] proveelle de lo que hubiese menester. Allí mandó se sacase algún bastimento para proveer el servicio de el campo, que iba falto de ello, y al maestre de el navío mandó se fuese de allí para su seguridad a una isla que estaba cerca y de buen puerto, llamada de Santa María.
Capítulo XXVI
De cómo salió el campo de Arauco para ir a Tucapel, y de la batalla que le dieron los indios en Millarapue
Llegado que fué don García al valle de Arauco, estuvo dos días en él y envió en ellos a su maestro de campo que reconociese sitio donde se pudiese mudar de allí. Trájole relación que de la otra parte del río que pasa por este valle estaba un llano muy a propósito, porque tenía cerca todas las cosas de que tenía necesidad. Otro día levantó el campo y se fué [a] aquel asiento: desde allí envió a correr y descobrir el camino de adelante y tomar plática de los indios, que por no parecer ninguno era señal debían de estar juntos. Arnao Cegarra, que era contador del rey, natural de Sevilla, fué con una compañía de caballo esta jornada. Queriendo don García guiarse más por calidad que por plática de guerra, pues era cierto Arnao Cegarra no tenía ninguna, y ansí no llevando su gente recogida para lo que le sucediese, un soldado entró por el monte tras de unos indios, que como le vieron solo revolvieron sobre él, y peleando lo mataron, después de haberlo buscado, que lo vinieron a hallar despojado de las armas y vestidos, lo cargaron en un caballo y llevaron al campo a enterrar. Don García, desgustoso por la mala orden que se había tenido, dió una reprehensión al que los llevaba a su cargo, y no le encomendó cosa otra alguna.
Después de esto envió al capitán Rodrigo de Quiroga que tomase lengua de un fuerte, en donde le decían estar juntos los indios esperándole. Yendo su camino, llegó a un paso cerrado con muchos árboles grandes cortados, que junto al camino los había criado naturaleza; estos árboles cayendo cerraban el camino, de suerte que no se podía pasar por él si no era quitando aquel impedimento; y para habello de quitar había de ser el trabajo mayor, porque era mucha la longitud, y los indios pretendían ocupallos en aquella obra para pelear con ellos en aquel monte, teniéndolos encerrados en él. Después que hubo reconocido lo que convenía, se volvió y dijo a don García era trabajoso llevar el campo por aquel camino. Por este respeto acordó en su consejo de guerra llevarlo por la tierra llana entre la costa de la mar y el camino cerrado; pues había caminos muchos y buenos que iban perlongando la tierra, el viaje que se llevaba, sin rodeo alguno; cuanto más que aunque lo hubiera se tenía por mejor.
Echado bando para partir, las espías que estaban dentro de el campo dieron luego aviso el camino que llevaba. Siendo informados, y pareciéndoles que de temor había dejado de ir el camino de el fuerte por no pelear con ellos, se determinaron aquella noche ir, y al amanecer pelear con él en donde estaba antes que saliese a mejor tierra, porque la de Millarapue, que ansí se llamaba donde tenía don García el campo asentado, por ser, como era, tierra doblada de valles y cerros, aunque pequennios, era mucho a su propósito, y que tendrían ventaja a los caballos. Con esta determinación salieron de el fuerte repartidos por tres partes, teniéndole en poco a causa de las muchas vitorias y buenos sucesos de atrás; los tenían tan soberbios, que sin consideración alguna, sino como hombres temerarios, la siguiente mañana al amanecer vinieron sobre el campo: traían por su capitán mayor a Queupulican, hombre de grandes fuerzas y muy cruel. Luego que fueron descubiertos de las centinelas, que aún no se habían retirado, tocaron arma. Los indios, oyendo una trompeta que se tocó en el campo, entendiendo por ella eran descubiertos, dieron una grande grita, a la cual despertó todo el campo: tomando las armas esperaron la orden que se les daba. Los indios caminaron hasta ponerse a tiro de mosquete, allí hicieron alto por dos partes que venían caminando, los unos a vista de los otros; y cuando los unos hicieron alto, los otros pararon y se estuvieron quedos. Representada la batalla, llamando a los cristianos a ella, el otro escuadrón que venía por las espaldas tardó tanto, que no llegó a tiempo de pelear. Don García mandó cargar el artillería, que eran cuatro piezas de campo que estaban puestas en un alto y señoreaban los indios bien al descubierto: dejó por guarda de el campo una compañía de infantería, de que era capitán un caballero de Plasencia, llamado don Alonso Pachecol y proveyó que dos compañías de caballo y una de infantería se pusiesen al encuentro de los indios, y que no peleasen si no les compeliese necesidad, hasta que él lo mandase. Ellos, no teniendo sufrimiento para guardar la orden que les fué dada, rompieron con los indios, y anduvieron peleando de tal suerte, que dos soldados que entraron en ellos los derribaron de los caballos: socorriólos el capitán Rodrigo de Quiroga con algunos infantes y gente de caballo. Los indios les tenían ventaja, porque se peleaba en poco llano y muchas laderas, y en saliendo de el llano que tenían no los podían enojar, si no eran los infantes, que hicieron mucho efeto, porque andando peleando iban siempre ganando con ellos. El otro escuadrón, que estaba a la mira, mejor ordenado, cerrado con sus capitanes delante poniéndolos en orden, atados unos rabos de zorra a la cinta por la parte trasera, que les colgaba a manera de cola de lobo, por braveza entre ellos usada: éstos traen los más señalados y valientes.
Acaeció una cosa entonces, que por ser dina de memoria la escribo, para que entienda el que esto leyere y considere cuán valientes hombres son estos bárbaros, y cuán bien defienden su tierra. Unos corredores le trajeron a don García un indio, al qual mandó que le cortasen las manos por las muñecas; ansí castigado lo envió a donde los señores principales estaban, y que les dijese si le venían a servir les guardaría la paz, y si no lo querían hacer que a todos había de poner de aquella manera. Ellos, tomando por instrumento o castigo hecho en el indio para su disinio, hablaron su gente, y para ello tomó la mano el Queupulican, como después se supo por cierto, y les dijo como ya vían los cristianos estaban dentro en sus casas, y que éstos eran los mesmos que otras veces habían desbaratado, y que agora, porque se vían muchos juntos, los enviaban amenazas; que todos peleasen animosamente, teniendo tino a la vitoria, de la cual todos quedarían ricos, pues era cierto traían grande cantidad de ropas, caballos y otras muchas preseas de que habían de estar muy regocijados, pues les cabría tanta parte de el despojo a todos en general, y que si lo que él no creía, le sucediese mal, no tuviesen temor de dar otra y otra batalla, hasta morir todos: y que cuánto mejor les era morir peleando valientemente, que no verse como aquel indio cortadas las manos: y para más animallos andaba el indio las manos cortadas por el escuadrón diciendo a todos su mal.
En este punto y de la manera dicha estaban los indios en su escuadrón representada la batalla, y entre ellos el indio sin manos diciéndoles en voz alta que peleasen, no se viesen como él. Los indios, viendo que a sus compañeros hasta entonces no les iba mal, sino que peleaban bien, estaban parados esperando a los cristianos que iban poco a poco a ellos. Comenzó a jugar la artillería tan bien que, metiendo las pelotas en la multitud, hicieron grande estrago y pusieron mayor temor, porque yo vide una pelota (que me hallé presente y peleé en todo lo más de lo contenido en este libro) que yendo algo alta, primero que dió en los enemigos llevó por delante grande número de picas que las tenían enhiestas, haciéndoselas pedazos, y sacándoselas de las manos los dejaban con espanto de caso tan nuevo para ellos, porque aunque otras veces habían peleado contra artillería, era pequeña y no había hecho en ellos tanto daño. Don García llevó por delante dos compañías de arcabuceros con grande determinación, disparando en el escuadrón sus arcabuces, derribando muchos a causa de tomallos juntos: y viendo tres estandartes de a caballo que venían a romper con ellos y el artillería que no cesaba, no pudiendo sufrir su perdición volvieron las espaldas, los de a caballo entre ellos alanceando muchos; y por estar cerca una quebrada grande y honda escaparon los más echándose por ella: allí los mataban los soldados de a pie a estocadas y lanzadas: muchos se rindieron, que pasada aquella furia escaparon las vidas con pequeño castigo. El otro escuadrón que peleaba con el capitán Rodrigo de Quiroga, como vido su daño tan al ojo, por no pasar por donde sus amigos y compañeros huyeron y por ser el sitio donde se peleaba áspero, murieron pocos.
Tomáronse entre todos sietecientos indios a prisión, sin más de otros tantos que murieron peleando. Serían los indios que vinieron aquella mañana, a lo que ellos dijeron, diez mill indios, aunque todos no llegaron a pelear por la tardanza que tuvo el postrero escuadrón. Tomáronse prisioneros diez caciques, señores principales, que hacían oficio de capitán: Queupulican, capitán mayor, huyó. A estos principales, don García los mandó ahorcar todos. Allí se vido un cacique, hombre belicoso y señor principal, que en tiempo de Valdivia había servido bien, indio de buen entendimiento, después de haber procurado que lo diesen la vida, no pudiéndolo alcanzar, aunque muchos lo procuraron por ser tan conocido. Este, viendo que a los demás habían ahorcado, rogó mucho al alguacil que lo ahorcase encima de todos en el más alto ramo que el árbol tenía, porque los indios que por allí pasasen viesen había muerto por la defensión de su tierra.
De los cristianos no murió ninguno; hubo muchos heridos aunque no de heridas peligrosas; tomáronse armas, cosa increíble.
Capítulo XXVII
De cómo don García de Mendoza pobló la ciudad de Cañete, y de lo que allí le sucedió
Después que don García desbarató los indios en Millarapue, y hecho castigo en los que se tomaron a prisión, partió con su campo la vuelta de Tucapel, unas veces por buen camino y otras por malo, tal cual las guías que le llevaban le decían. Llegó en tres jornadas a la casa fuerte que Valdivia en su tiempo allí tenía, que della no parecía más de sólo las ruinas. Después que asentó su campo, envió otro día desde aquel asiento a recoger y buscar bastimento por compañías. Los indios de aquella provincia, cuando vieron que había hecho asiento, por guardar sus bastimentos y tenellos secretos, quemaron todas sus casas, que era en donde los tenían debajo de tierra, escondiéndolos en unos silos, pareciéndoles como el fuego de la casa caía encima, quedaba el silo guardado. Era gran lástima ver arder tantas casas voluntariamente, puesto el fuego por los propios cuyas eran, que para de indios eran muy buenas. Los cristianos apartaban las cenizas después de muerto el fuego, y sacaban de los silos todo lo que hallaban, y ansí se trajo al campo mucho trigo, maíz y cebada.
Los indios, como vieron tanto cristiano, servicio y caballos, y sabían que con grande crueldad los habían muerto y castigado dos veces que peleado habían, no osaron por entonces probar ventura: y ansí se subieron a la montaña, como tierra áspera, con sus mujeres e hijos, esperando ver si los cristianos se dividían para tomar conforme al tiempo el consejo, y ansí se estuvieron a la mira.
Don García mandó, para seguridad de la gente que allí había, de dejar se hiciese un muro que cercase el sitio que la casa fuerte antiguamente tenía en frente de una loma rasa que hacía de una esquina a otra de el mesmo fuerte, porque lo demás de suyo estaba bien fortificado, con un foso grande y peinado. Repartidos los cuarteles, señaló a cada una compañía lo que había de hacer. Hízose esta obra con tanta brevedad, que no es creedero decillo, porque sacar la piedra y traella a los hombros, hacer la mezcla y asentallo, todo fué acabado en tres días, con dos torres grandes, en que estaban a las esquinas de el fuerte cuatro piezas de artillería. Puesto en esta defensa, envió algunas compañías a correr y tomar plática de los indios, si querían venir de paz o de como se sentían, porque ningún indio quiso venir a serville, de que se entendía su pertinacia.
A este efeto fué el capitán Rodrigo de Quiroga con una compañía de caballo a correr el campo. Los indios, que desde lo alto lo vieron con poca gente, y que no eran más de cuarenta de caballo, dieron aviso a los demás que por allí estaban juntos, y con grande ánimo bajan a pelear con el número de mill indios, mostrándosele por delante, y para el efeto suyo dejándole pasar una quebrada de mal camino y despeñadero, diciendo que si los desbarataban, cincuenta indios que tornasen el alto les defenderían el paso y allí los matarían todos. Traían los indios en este tiempo para defenderse de los arcabuces unos tablones tan anchos como un pavés, y de grosor de cuatro dedos, y los que estas armas traían se ponían en el avanguardia, cerrados con esta pavesada para recebir el primer ímpetu de la arcabucería, y ansí se vinieron poco a poco hacia los cristianos. El capitán Rodrigo de Quiroga juntó su gente, y les dijo que no podían dejar de pelear, porque si se retiraban y hallaban tomado el paso se habían de perder: que era mejor, pues estaban en tierra llana, romper con aquellos indios con determinación de hombres, pues no les iba menos que las vidas; porque, demás de la flaqueza que se hacía en no pelear, no había camino por donde pudiesen volver que no estuviese cerrado, y que desbaratándolos todos lo hallarían abierto. Luego hizo de la gente que llevaba dos cuadrillas: puestos en ala, rompió con ellos, y aunque los caballos entraron por ellos, y atropellaron muchos y alancearon otros, no por eso dejaron los indios de pelear, alanceando muchos soldados y caballos, aunque los llevaban bien armados de cueros cudrios, no dividiéndose los cristianos, sino siempre juntos y cerrados. Después de haber peleado un buen rato, desbarataron los indios, con muerte de muchos de ellos.
De allí se volvió Rodrigo de Quiroga al campo, y dió nueva a don García del suceso que había tenido. Entendiendo por él no tenían voluntad de venir de paz, envió al capitán Francisco de Ulloa al puerto de Labapi, que le mandase traer del navío que allí estaba surto, algunas cosas para proveimiento de el campo, y mandó al capitán Bautista de Pastene, natural de Génova, fuese en su compañía y reconociese por la costa si había algún río que tuviese puerto para escala de navíos, o de otra manera puerto alguno. Caminando con cincuenta hombres bien descuidado seis leguas del campo, dió en una junta de gente que estaban retirados en una quebrada de muchos pangües entre unos grandes cerros junto a la mar, que por ser menguante andaban todos buscando marisco, donde había muchos caciques, mujeres y muchachos, más de seiscientas personas, porque los indios, como gente de guerra, dejando sus mujeres y Dios en guarda con estos principales, andaban ellos en frontera de los cristianos: tomaron de estas piezas todas las que pudieron llevar, y vuelto Francisco de Ulloa al campo, hecho su viaje, unos religiosos frailes recogieron muchos de ellos; con éstos enviaron a llamar los principales viniesen a dar la paz, dándoles a entender su aprovechamiento. Vinieron algunos a servir, aunque fingido y falso todavía tuvo mucho tiempo.
En estos días don García mandó a Jerónimo de Villegas que con ciento y cincuenta hombres que le señalaba se partiese a poblar la ciudad de la Concepción y alzase árbol de justicia en nombre de el rey y hiciese alcaldes y regidores como a él le pareciese. Villegas fué por el camino que había llevado don García, y porque tuvo nueva que los indios le esperaban en la cuesta grande que es al asomada de Arauco, con parecer de algunos que se lo aconsejaron tomó otro camino dando lado a los indios, por el cual fué a salir al río de Biobio: pasándolo en balsas y canoas llegó la Concepción y pobló luego aquella ciudad, dándole el nombre que de antes tenía en cinco días del mes de enero de 1558 años. Procuró luego traer su comarca de paz y hacer casas y simenteras, plantar viñas y otros árboles de frutas que hoy la adornan y enoblecen mucho. Después que hubo despachado esta gente, personalmente comenzó a buscar sitio donde poblar una ciudad, porque en la parte en donde estaba no era lugar conviniente, y por ser gente tan belicosa la de aquella comarca, ques lo más de todo el reino. Halló un llano ribera de un fresco río, cerca de el monte, pareciéndole buen puesto, pobló una ciudad y púsole nombre Cañete de la Frontera; y desde allí se quiso luego ir a la Imperial para desde allí ir a poblar otra ciudad en lo que Valdivia había descubierto y descubrir lo demás que pudiese, teniendo puesto el pensamiento no sólo en hacer lo posible, mas en dejar gloria y fama. Envió al capitán Diego García de Cáceres a la ciudad de Valdivia para que teniendo el pueblo a su cargo despachase con brevedad un nav