Pedro Sancho de la Hoz. Relación de la conquista del Perú (1534)

Relación de la conquista del Perú

escrita por Pedro Sancho secretario de Pizarro y escribano de su ejército

Relación de lo sucedido en la conquista y pacificación de estas provincias de la Nueva Castilla, y de la calidad de la tierra, después que el capitán Hernando Pizarro se partió y llevó a Su Majestad la relación de la victoria de Caxamalca y de la prisión del cacique Atabalipa

Año de 1534

Biografía de Pedro Sancho de la Hoz

Don Joaquín García Icazbalceta en el Apéndice que compuso para su versión de la Conquista del Perú, del insigne historiador norteamericano Guillermo H. Prescott, dijo que habría sido de desear que hombre tan extraordinario como Francisco Pizarro, escribiera una relación de los hechos asombrosos de que fue protagonista principal, para que se conservara así un testimonio comparable al que nos legó Cortés con sus Cartas sobre la conquista de México. A falta de ese relato que hubiera aclarado tantos puntos oscuros de la gesta del Marqués, hemos de acudir forzosamente a lo que consignaron sus Secretarios, Francisco de Jerez, en primer término, y luego Pedro Sancho de la Hoz, que actuó como tal en ausencia del primero y por cierto tiempo.

Si lo que nos ha quedado de Jerez es valioso en alto grado, lo que ha llegado hasta nosotros de Sancho de la Hoz tiene igual mérito, por tratarse de un testigo presencial de los hechos por él narrados y porque su Relación de la Conquista del Perú la redactó por orden de Pizarro para enviarla al Emperador. Según asegura al final de la misma, cuando la tuvo concluida la leyó en presencia de Pizarro y de los que estaban a su servicio, los que, por haberla hallado exacta la firmaron. En efecto, al término de la Relación citada constan estas palabras:

«Acabose esta relación en la ciudad de Xauxa, la cual yo Pedro Sancho, Escribano general en estos reinos de la Nueva Castilla y Secretario del gobernador Francisco Pizarro, por su orden y de los oficiales de S. M. la escribí justamente como pasó, y acabada la leí en presencia del gobernador y de los oficiales de S. M., y por ser todo así, el dicho gobernador y los oficiales de S. M. la firmaron de su mano.- Francisco Pizarro.- Álvaro Riquelme.- Antonio Navarro.- García de Salcedo.- Por mandado del Gobernador y oficiales, Pero Sancho».

Deberemos el conocimiento de la Relación de Sancho de la Hoz, al polígrafo mexicano don Joaquín García Icazbalceta, pues se había perdido el original español y el texto de Sancho no habría llegado hasta nosotros, si no mediara la feliz circunstancia de haberlo traducido al italiano, antes de que se extraviara, Juan Bautista Ramusio, e incorporado en la Colección de Viajes que él publicó en Venecia a mediados del siglo XVI. Ramusio nació en Venecia en 1485 y falleció en Padua el 10 de julio de 1557, a la edad de setenta y dos años. Fue hombre eminente, como anota Icazbalceta, y su actividad intelectual anda vinculada a las que desarrollaba en Venecia Aldo Manucio, ese impresor egregio cuyos trabajos, como dijo Pedro de Nolhac, la humanidad sabia debería recibirlos de rodillas.

En la Colección de Viajes de Ramusio encontró Icazbalceta el relato de Pedro Sancho de la Hoz en idioma italiano y devolviéndolo al español lo publicó en 1849 como Apéndice al libro de Prescott sobre el Perú, que lo había vertido del inglés. El conocimiento de los idiomas extranjeros servía al ilustre mexicano para poner los mejores trabajos históricos al alcance de los estudiosos de su patria.

¿Quién era Pedro Sancho de la Hoz, cuya Relación es uno de los documentos más antiguos de la conquista del Perú?

No conocemos hasta ahora ni el lugar ni la fecha de su nacimiento en España. En su vida hay que distinguir dos partes bien marcadas: la de sus actuaciones en el Perú y la de sus pasos en la conquista de Chile junto a Pedro de Valdivia. El haber intervenido en esta última, nos ha valido el que don José Toribio Medina se preocupara con la figura de este Cronista y le dedicara un artículo en su Diccionario Biográfico Colonial de Chile, publicado en Santiago el año de 1906.

Anota Medina que de un pleito que le siguió a Pedro Sancho en Sevilla el clérigo Juan de Sosa, consta que el primero actuó como Escribano en el reparto de los tesoros entregados a Pizarro en Cajamarca, por el Inca Atahualpa y que habiéndole dado poder el citado clérigo para que recibiera su parte, se quedó con ella. Los jueces absolvieran a Pedro Sancho de esta acusación. Sancho de la Hoz presta confesión en Sevilla el 23 de junio de 1536 y en ella dice que acompañó a Francisco Pizarro desde que pasó a conquistar la Nueva Castilla, y hasta acabarla de conquistar y poblar anduvo de conquistador en ella y sirvió a S. M. en la dicha conquista, hasta ahora que vino.

Hemos visto que la Relación de Sancho está fechada en 1534. Parece que actuó como Secretario de Pizarro en el año de 1533 a 1534, por ausencia de Jerez. En 1535 hallábase todavía en Lima, dice Medina, pero ya no era Secretario de Pizarro. Vuelto a España en aquel mismo año de 1535, con una fortuna de cincuenta mil ducados, se casa con una dama noble llamada doña Guiomar de Aragón y llega a ser Regidor de Toledo; en compañía de doña Guiomar gasta en poco tiempo el dinero que llevara. Logra que se le conceda permiso para quedarse en España sin perder los indios y granjerías que tenía encomendados en el Perú, hasta que por fin, el 24 de enero de 1539, celebra con Carlos V una capitulación para efectuar descubrimientos por la Mar del Sur, desde donde acababan los límites de las gobernaciones de Pizarro y Almagro hacia adelante. Se le concede el título de Gobernador de las tierras que descubriera hasta el Estrecho. Había de descubrir y explorar a su costa en dos navíos que armaría a su costa, la Mar del Sur y proveería de las gentes, armas y bastimentos necesarios para la empresa.

Dejó Pedro Sancho a su mujer en España y regresó al Perú, en donde se halló con la desagradable sorpresa de que Francisco Pizarro había otorgado ya la gobernación de Chile a Pedro de Valdivia, hombre de extremada valía. No le quedó sino aceptar lo que Pizarro propuso: que se firmara un contrato de compañía en virtud del cual Valdivia y Sancho se asociaban para la conquista de Chile; Valdivia se adelantaría con las tropas y Sancho de la Hoz se juntaría con él a los cuatro meses, llevando provisiones y pertrechos. En 1540 salió Valdivia del Cuzco para el Sur. Sancho de la Hoz no ha llevado ni armas ni provisiones para la empresa. Arrepentido del contrato firmado en el Perú ha seguido secretamente a Valdivia en compañía de cuatro aventureros, con el plan de apresarle a traición, exhibir sus títulos a la conquista de Chile y tomar el mando en el empeño descubridor. Llegó sorpresivamente a Atacama una noche de junio de 1540 y penetró con los conjurados en la toldería que se le señaló como alojamiento de Valdivia para poner en práctica sus planes. Valdivia no estaba allí, se había adelantado para preparar alojamiento para la tropa y a la sazón se encontraba en un pueblo de indios llamado también Atacama. En el toldo se alojaba Inés Suárez, acompañada de Luis Torres y otros oficiales, con los que conversaba tranquilamente. Prevenido Valdivia de las intenciones de Sancho de la Hoz, contando con la lealtad de sus compañeros, regresó al día siguiente y redujo a prisión a los conjurados. A los aventureros que acompañaban a Sancho les obligó a regresar al Perú y a éste le mantuvo preso en los dos meses que duró la permanencia en Atacama. Le perdonó la vida por las súplicas de dos de sus mejores capitanes: Juan Bohón y Alonso de Monroy, escribe don Diego Barros Arana, a condición de que renunciaría por escrito y ante escribano del ejército a todos sus derechos a la conquista de Chile. Valdivia le tomaría bajo sus banderas y le daría un repartimiento proporcionado a su calidad. Se firmó el compromiso el 12 de agosto de 1540.

El 10 de diciembre de 1547, se embarcaba Valdivia secretamente en uno de los puertos de la tierra chilena recién descubierta, para pasar al Perú. Iba a ponerse a órdenes de La Gasca sabedor de que había venido al Perú a sofocar la revolución de Gonzalo Pizarro. Encargó el gobierno de la naciente colonia a Francisco de Villagra. A los pocos días de ausencia de Valdivia descubre Villagra un complot movido por Pedro Sancho de la Hoz en el que está complicado también Juan Romero, que ha aconsejado e instigado al acto. A los dos les corta la cabeza: a Sancho de la Hoz el 8 de diciembre, «en honor de María Santísima y para celebrar dignamente su fiesta» y al día siguiente a Romero. Así terminó sus días en Chile, el año de 1547, el Cronista y Secretario de Francisco Pizarro, de cuya obra escrita ha dicho Icazbalceta: «No hay documento que se acerque más a una relación dictada por el mismo Pizarro». Y Raúl Porras Barrenechea ha agregado, en su monografía sobre Los Cronistas de la Conquista, que: «Si ella hubiera desaparecido estaría incompleta la historia de una etapa decisiva de la conquista y de la caída del imperio», agregando que «La Crónica de Sancho es indispensable para reconstruir el proceso y la muerte de Atahualpa y el trayecto de los españoles de Cajamarca al Cuzco. Toda dilucidación histórica sobre las costumbres e instituciones del Inkario tendrá que recurrir a sus notas como al más seguro punto de partida, antes de toda adulteración o posible simbiosis con la cultura importada».

El R. P. Rubén Vargas Ugarte, se expresa así en su libro sobre Fuentes históricas del Perú:

«En cuanto al valor de la Crónica de Sancho de la Hoz, ha de decirse que tiene toda la verdad y frescura de lo que se ha visto con los ojos. Le resta méritos el haberla escrito por inspiración de Pizarro, y, más que nada, la dudosa moralidad del autor. Encierra datos de importancia sobre la campaña emprendida contra las tropas de Quizquiz y Chalcuchima y no pocas descripciones de la tierra, desde Jauja hasta el Cuzco, así como de esta ciudad y de algunos de sus monumentos».

Capítulo I

De la gran cantidad de plata y oro que se trajo del Cuzco, y de la parte que se envió a Su Majestad el Emperador por el quinto real: de cómo fue declarado libre el cacique preso Atabalipa de la promesa que les había hecho de la casa llena de oro por rescate: y de la traición que el dicho Atabalipa meditaba contra los españoles por la cual le hicieron morir

Partido que hubo el capitán Hernando Pizarro con los cien mil pesos de oro y cinco mil marcos de plata que se mandaron a Su Majestad por su real quinto, de allí a diez o doce días llegaron los dos españoles que traían el oro del Cuzco y al punto se fundió una parte de él porque eran piezas pequeñas y muy finas y montó a la suma2 de quinientas y tantas planchas de oro arrancadas de unos paneles de la casa del Cuzco, y las planchas más pequeñas pesaban cuatro o cinco libras cada una y otras chapas de diez o doce libras, con las cuales estaban cubiertas todas las paredes de aquel templo; trajeron también un asiento de oro muy fino, labrado en figura de escabel que pesó diez y ocho mil pesos. Trajeron asimismo una fuente toda de oro, muy sutilmente labrada que era muy de ver, así por el artificio de su trabajo como por la figura con que era hecha, y la de muchas otras piezas de vasos, ollas y platos que asimismo trajeron. De todo este oro se juntó una cantidad que subió a dos millones y medio, que reducido a oro fino vino a ser un millón trescientos veinte y tantos mil pesos, de lo que se sacó el quinto para S. M. que fueron doscientos sesenta y tantos mil pesos. De plata se hallaron cincuenta mil marcos, de los cuales tocaron a S. M. diez mil, y se entregaron al Tesorero de S. M. los ciento y sesenta mil pesos y cinco mil marcos de plata, porque, como se ha dicho, los cien mil3 pesos restantes y los cinco mil marcos de plata los llevó Hernando Pizarro para ayuda de los gastos que Su Majestad Cesárea hacía en la guerra contra los turcos enemigos de nuestra santa fe, según se decía. Todo el resto fue dividido entre los soldados y compañeros del Gobernador, el cual dio a cada uno según lo que en su conciencia y en justicia pensaba que merecía considerando los trabajos que había pasado y la calidad de la persona, todo lo cual hizo con suma diligencia y con la mayor presteza posible, para partirse de aquel lugar e irse a la ciudad de Xauxa. Y porque entre aquellos soldados había algunos que eran viejos y ya más propios para el descanso que para la fatiga, y que en aquella guerra habían trabajado y servido mucho, les dio licencia para que se volviesen a España, con cuya humanidad lograba que volviendo éstos diesen mejor testimonio de la grandeza y riqueza de la tierra, de manera que acudiese gente bastante para que se poblase y se acreciese; porque en verdad siendo la tierra grande y llena de naturales, los españoles que en ella había entonces eran poquísimos para conquistarla, mantenerla, poblarla; y aunque habían hecho y obrado grandes cosas en la conquista de ella, fue más bien por la ayuda de Dios que en todo lugar y ocasión les dio victoria, que por fuerzas y medios que tuviesen para lograrla; con cuyo auxilio contaban les sostendría en lo de adelante.

Hecha aquella fundición, el Gobernador mandó que el notario extendiera una escritura, en la cual daba por libre al cacique Atabalipa y le absolvía de la promesa y palabra que había dado a los españoles que lo prendieron de la casa de oro que les había otorgado; la cual escritura hizo pregonar públicamente a son de trompetas en la plaza de aquella ciudad de Caxamalca, notificándola también al dicho Atabalipa por medio de una lengua4, y asimismo declaró en el propio pregón, que porque convenía al servicio de S. M. y a la seguridad de la tierra, quería mantenerlo preso con buena guarda, hasta tanto que llegaran más españoles con que se asegurase mejor, pues estando libre y siendo él tan gran señor y teniendo tanta gente de guerra, y que todos le temían y obedecían, preso como se hallaba, aunque estaba a trescientas leguas no podía menos de hacerlo así para quitarse de toda sospecha; tanto más que muchas veces se había tenido por cosa cierta, que había mandado juntar gente de guerra para acometer a los españoles; la cual, como luego se dirá, la había juntado y puesto en orden con sus capitanes, y sólo se dilataba el efecto por la falta de su persona y de su general Chilicuchima, que estaba asimismo preso. Pasados algunos días, ya que los españoles estaban a punto de partirse para embarcarse y volver a España, y el Gobernador alistaba la demás gente para salir de Xauxa, Dios Nuestro Señor que con su infinita bondad guía y encamina las cosas para que todo sea en mayor servicio suyo, como será, habiendo en esta tierra españoles que la habiten, y hagan venir en conocimiento del verdadero Dios a los naturales de la dicha tierra, para que Nuestro Señor sea siempre alabado y conocido de estos bárbaros y ensalzada su santa fe, permitió que se descubriese y trastornase el mal propósito que tenía este soberbio tirano en satisfacción de las muchas buenas obras y buen tratamiento que siempre del Gobernador y de cada uno de los españoles de su compañía había recibido; cuya recompensa, según su intento, había de ser de la suerte y manera que solía darla a los caciques y señores de la tierra, mandándolos matar sin culpa ni causa ninguna. Pues sucedió que volviéndose a España nuestros soldados licenciados, viendo él que se llevaban consigo el oro sacándolo de su tierra, considerando que poco ha era tan gran señor que tenía todas aquellas provincias con sus riquezas sin contradicción alguna, y sin considerar las justas causas por las cuales le habían despojado de ellas, había dado orden que cierta gente que por mandato suyo se había juntado en la tierra de Quito, viniera a acometer a los españoles que estaban en Caxamalca una noche a una hora concertada, por cinco partes, asaltándoles en sus cuarteles y prendiendo fuego por todas partes donde pudiesen. Andaban en aquel tiempo fuera de Caxamalca treinta españoles y más que eran idos a la ciudad de San Miguel para embarcar el oro de S. M., y creyendo que por ser éstos asimismo pocos les podría matar con facilidad antes que pudieran juntarse con los de Caxamalca5, de lo cual se hubo larga información de muchos caciques y de sus mismos principales, que todos sin temer tormentos ni amenazas voluntariamente dijeron y confesaron esta conjuración; cómo venían a la tierra cincuenta mil hombres de Quito y muchos Caribes, y que en todos los confines de aquella provincia había gente armada en gran número; que por no hallarse mantenimientos para toda así junta, se había dividido en tres o cuatro partes, y que todavía esparcidos de esta manera eran tantos, que no hallando con qué sustentarse cogían su maíz verde y lo secaban para que no les faltasen vituallas. Sabido todo esto, y siendo ya para todos cosa pública y clara que en sus ejércitos decían que venían para matar a todos los cristianos, viendo el Gobernador en cuanto peligro estaba el gobierno y todos los españoles, para poner remedio en ello aunque le dolía mucho venir a tal término, vista sin embargo la información y proceso hecho, habiendo juntado a los oficiales de S. M., y a los capitanes de su compañía, y a un doctor que entonces estaba en este ejército, y al padre fray Vicente de Valverde, religioso de la orden de Santo Domingo enviado por el Emperador Nuestro Señor para la conversión y doctrina de las gentes de estos reinos; después de haberse disputado y discurrido mucho sobre el daño o provecho que podría seguirse de la vida o muerte de Atabalipa, se resolvió que se hiciese justicia de él, y porque así lo pidieron los oficiales de S. M. y el doctor juzgó ser bastante la información, fue al cabo sacado de la prisión en que estaba y a son de trompeta que publicase su traición y alevosía, fue llevado al medio de la plaza de la ciudad y atado a un palo, mientras el religioso lo iba consolando y enseñándole por medio de una lengua las cosas de nuestra fe cristiana, diciéndole que Dios había querido que fuese muerto por los pecados que había cometido en el mundo, y que debía arrepentirse de ellos, y que Dios le perdonaría si lo hacía así y se bautizaba al punto. Movido él de estas razones pidió el bautismo y se lo dio al instante aquel reverendo padre, que le ayudó mucho con esta exhortación; de tal manera que aunque estaba sentenciado a ser quemado vivo, se le dio una vuelta al cuello con un cordón6 y de este modo fue ahogado; mas cuando vio que se le ponían para matarle, dijo que recomendaba al Gobernador sus hijos pequeños, que los tomase consigo; y con estas postreras palabras y diciendo por su ánima los españoles que le rodeaban el credo, fue de pronto ahogado. Dios lo tenga en su santa gloria, pues murió arrepentido de sus culpas y con la verdadera fe de cristiano.

Después de haber sido ahogado de esta manera, en cumplimiento de la sentencia se le arrimó fuego de modo que se le quemara alguna parte de la ropa y de la carne. Aquella noche (porque murió ya tarde) quedó su cuerpo en la plaza para que todos supieran su muerte, y a otro día mandó el Gobernador que todos los españoles asistieran a su entierro, y con la cruz y demás religioso aparato fue llevado a la iglesia y enterrado con tanta solemnidad como si hubiera sido el primer español de nuestro campo. De lo cual todos los principales señores y caciques que lo servían recibieron gran contento considerando la grande honra que se le hacía, y por saber que por haberse hecho cristiano no fue quemado vivo, y que fue enterrado en la iglesia como si fuera español.

Capítulo II

Eligen por señor del Estado de Atabalipa a su hermano Atabalipa7, en cuya coronación se guardaron las ceremonias, según la usanza de los caciques de aquellas provincias. Del vasallaje y obediencia que ofrecieron Atabalipa y otros muchos caciques al Emperador

Hecho esto mandó el Gobernador que al punto se juntasen en la plaza mayor de aquella ciudad todos los caciques y señores principales que vivían entonces en ella en compañía del señor muerto, que eran muchos y de lejanas tierras, para darles otro señor que los gobernara en nombre de S. M. por estar acostumbrado hacía largo tiempo a dar siempre obediencia y tributo a un sólo señor, que de no ser así resultaría gran confusión, porque cada uno se alzara con su señoría, costara gran trabajo traerlos a la amistad de los españoles y al servicio de S. M.; por esto, y por otras muchas razones los hizo juntar el Gobernador, y hallándose entre ellos un hijo de Gucunacaba8 llamado Atabalipa hermano de Atabalipa, a quien tocaba por derecho el reino, dijo a todos que ya veían cómo Atabalipa había muerto por la traición que había concertado contra él, y puesto que todos habían quedado sin señor que les gobernase y a quien obedecer, él quería darles un señor que les contentara a todos y que éste era Atabalipa que tenían allí presente, al cual pertenecía legítimamente aquel reino, como hijo de aquel Gucunacaba a quien tanto habían amado. Que era persona joven que les trataría con mucho amor, y tenía harta prudencia para gobernar aquella tierra; que sin embargo mirasen si lo querían por señor, que se los daría, y que de no, ellos nombrasen otro, que con tal de que fuese capaz, él se los daría por señor. Ellos respondieron que pues Atabalipa era muerto, obedecerían a Atabalipa o a cualquier otro que les diese, y así se dispuso que a otro día se le prestase obediencia de la manera acostumbrada. Venido el día siguiente se juntaron de nuevo todos delante de la puerta del Gobernador, donde se puso el cacique en su asiento y cerca de él todos los demás señores y principales, cada uno por su orden; y hechas las ceremonias debidas, cada uno vino a ofrecerle un plumaje blanco en señal de vasallaje y de tributo, que ésta es costumbre antigua entre ellos desde que esta tierra fue conquistada por estos Cuzcos9. Hecho esto cantaron y bailaron haciendo una gran fiesta, en la cual el nuevo cacique Rey no se vistió ninguna ropa de precio, ni se puso borla en la frente como solía traerla el señor muerto. Y preguntándole el Gobernador por qué hacía esto, dijo que era costumbre de sus antepasados cuando tomaban posesión del señorío, hacer duelo por el cacique muerto y pasaban tres días ayunando encerrados en una casa, y después salían fuera con mucha honra y solemnidad y hacían gran fiesta, por lo cual él quería hacer lo mismo y estar dos días ayunando. El Gobernador le respondió, que pues era costumbre antigua la guardase, y que luego le daría muchas cosas que el Emperador Nuestro Señor le mandaba que le dijera a él y a todos los señores de aquellas provincias; y luego se puso el cacique a su ayuno en un lugar apartado del consorcio de los demás, que era una casa que le habían aparejado para este efecto desde el día que le fue notificado por el Gobernador, la que estaba cerca de su alojamiento, de lo cual quedaron muy maravillados al dicho Gobernador y los demás españoles, viendo cómo en tan breve espacio habían hecho una casa tan grande y buena. En ella se estuvo encerrado y retraído, sin que nadie le viera ni entrara a aquel lugar, salvo los criados que le servían y le llevaban la comida, o el Gobernador cuando le quería mandar alguna cosa. Acabado el ayuno salió fuera ricamente vestido y acompañado de mucha gente; caciques y principales que lo aguardaban, y adornados todos los lugares donde había de asentarse con cojines de gran precio y puestos bajo de los pies paños de corte. Se asentó junto a él Calicuchima, el Gran Capitán de Atabalipa que le conquistó esta tierra, como se cuenta en la relación hecha de las cosas de Caxamalca10 y junto de él el capitán Tice, uno de los principales, y de la otra parte ciertos hermanos del señor, y seguían de uno y otro lado, otros caciques y capitanes y gobernadores de provincias y otros señores de grandes tierras, y finalmente no se asentó aquí ninguna persona que no fuese de calidad; y comieron todos juntos en el suelo, que no usan otra mesa, y después de haber comido, dijo el cacique quería dar la obediencia en nombre de S. M. como la habían dado sus principales. El Gobernador le dijo que hiciera como le pareciera y luego le ofreció un plumaje blanco que sus caciques le habían dado, diciéndole que se lo presentaba en muestra de obediencia. El Gobernador lo abrazó con mucho amor y lo recibió, diciéndole que cuando quisiera le diría las cosas que tenía que decirle en nombre del Emperador, y quedó concertado entre los dos que se juntarían otra vez para este efecto el día siguiente. Llegado se presentó en la junta el Gobernador vestido lo mejor que pudo con ropa de seda, acompañado de los oficiales de S. M. y de algunos hidalgos de su compañía, que asistieron bien vestidos para mayor solemnidad de esta ceremonia de amistad y paz, y a su lado hizo poner el Alférez con el estandarte real. Luego el Gobernador fue preguntando a cada uno por su orden cómo se llamaba y de qué tierra era señor, y mandó que lo fuese notando su Secretario y Escribano, y serían hasta cincuenta caciques y señores principales. Encarándose después con todos ellos les dijo que el emperador D. Carlos nuestro señor de quien eran criados y vasallos los españoles que estaban en su compañía, le había enviado a aquella tierra para darles a entender y predicarles cómo un solo Señor Criador del cielo y de la tierra, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, los había criado y les daba la vida y el ser, y hacía nacer los frutos de la tierra con que se sustentaban, y a este fin les enseñara lo que habían de hacer y de guardar para salvarse; y cómo por mano de este Nuestro Señor Dios todopoderoso y de sus vicarios que dejó en la tierra, porque él subió al cielo donde ahora habita y será glorificado eternamente, fueron dadas aquellas provincias al Emperador para que se hiciera cargo de ellas, el cual le mandaba para que los doctrinase en la fe cristiana y los pusiera bajo su obediencia; y que todo lo tenía por escrito a fin de que lo escuchasen y cumpliesen, lo cual les hizo leer y declarar palabra por palabra por medio de un intérprete. Luego les preguntó si lo habían entendido bien y respondieron que sí, y que pues les había dado por señor a Atabalipa ellos harían todo lo que les ordenara en nombre de S. M., teniendo por Señor Supremo al Emperador, y después al Gobernador y después a Atabalipa, para hacer cuanto les mandara en su nombre. Luego al punto tomó el Gobernador en las manos el estandarte real el cual levantó en alto tres veces, y les dijo que como vasallos de la Majestad Cesárea debían hacer ellos lo mismo, y al punto lo tomó el cacique y después los capitanes y los otros principales y cada uno lo alzó en alto dos veces; luego fueron a abrazar al Gobernador, el cual los recibió con mucha alegría por ver su pronta voluntad y con cuánto contento habían oído las cosas de Dios y de nuestra religión. El Gobernador quiso que de todo esto se pusiese testimonio por escrito, y acabado, el cacique y los principales hicieron grandes fiestas, de manera que todos los días había holgorio y regocijo en juegos y convites que de ordinario se hacían en la casa del Gobernador.

Capítulo III

Trayendo una nueva colonia de españoles para poblar en Xauxa tienen nueva de la muerte de Guaritico11 hermano de Atabalipa. Después que pasaron la tierra de Guamachuco, Adalmach12, Guaiglia13, Puerto Nevado y Capo Tambo14, entienden que en Tarma les aguardan para acometerles muchos indios de guerra por lo cual echan prisiones a Calicuchima, y siguiendo intrépidos su viaje van a Cachamarca15 donde hallan mucho oro

En este tiempo acabó de repartir entre los españoles de su compañía el oro y la plata que se hubo en aquella casa, y Atabalipa dio el oro de los quintos reales al tesoro de S. M. el cual hizo cargar para llevarlo a la ciudad de Xauxa donde pensaba fundar colonia de españoles por las noticias que tenía de las buenas provincias comarcanas y de las muchas ciudades que había todo alrededor de ella. Hizo asimismo poner en orden los españoles y proveerles de armas y otras cosas para la jornada, y venido el tiempo de la partida les dio naturales que les llevasen su oro y sus cargas. Antes de partirse habiendo entendido la poca gente que había en la ciudad de San Miguel para poder mantenerse en ella, sacó de los españoles que había de llevar consigo diez soldados de a caballo con un Capitán, persona de mucho recaudo; al cual mandó que se fuere para aquella ciudad y se mantuviera en ella hasta que llegasen navíos con gente que la pudiera guardar, y que luego se volviese a Xauxa donde él iba a asentar un pueblo de españoles, y fundir el oro que llevaba, prometiendo que les daría todo el oro que entonces les tocara con tanta puntualidad como si se hallaran presentes, porque su vuelta era muy necesaria, siendo aquella la primera ciudad donde se había de poblar y dejar colonia de españoles por la Majestad Cesárea, y la principal porque en ella se habían de recoger y recibir los navíos que viniesen de España para aquella tierra.

De esta manera se partieron con la instrucción que el Gobernador les dio de lo que habían de hacer en la pacificación de la gente de la comarca. El Gobernador se partió asimismo después un lunes por la mañana, y en aquel día caminó tres leguas y fue a dormir a orillas de un río, donde llegó la nueva de que un hermano del cacique Atabalipa llamado Guaritico, y hermano asimismo de Atabalipa, había sido muerto por unos capitanes de Atabalipa por orden suya. Este Guaritico era persona muy principal y amigo de los españoles, el que había sido mandado por el Gobernador desde Caxamalca para aderezar los puentes y malos pasos del camino. El cacique mostró sentir gran pesadumbre por su muerte, y el Gobernador lo sintió mucho porque lo quería, por ser muy útil a los cristianos. A otro día se partió el Gobernador de aquel lugar, y por sus jornadas llegó a la tierra de Guamachucho, diez y ocho leguas de Caxamalca, y habiéndose reposado allí dos días se partió para Caxamalca nueve leguas adelante, a donde llegó en tres días y descansó cuatro para que la gente reposara y recogiese bastimento para pasar a Guaiglia, veinte leguas de allí. Partido de este pueblo llegó en tres días al Puerto de Nevado el que pasó y a otro día de mañana llegó a una jornada de Guaiglia, y mandó el Gobernador un Capitán suyo, que fue el mariscal D. Diego de Almagro, con gente de a caballo para que tomase un puente a dos leguas de Guaiglia cuyo puente era fabricado de la manera que luego se dirá. Este Capitán tomó el puente junto con un monte fuerte que dominaba aquella tierra. El Gobernador no tardó en llegar al puente con el resto de los suyos, y habiéndolo pasado partió a otro día de mañana, que fue domingo, para Guaiglia, y llegados, oyeron luego misa y después entró en ciertos aposentos buenos; y reposado allí ocho días se partió con la gente, y a otro día pasó a otra puente de criznejas que estaba sobre el dicho río, el cual pasa por un valle muy deleitable. Caminaron treinta leguas hasta donde el capitán Herrando Pizarro llegó cuando fue a Pachacamac, según se mandó larga relación a S. M. de todo lo que hizo en este viaje hasta Pachacamac y de allí a la ciudad de Xauxa y en la vuelta a Caxamalca cuando trajo consigo al capitán Chilichuchima y de otras cosas que aquí no se relatan. El Gobernador enderezó su camino, y por sus jornadas llegó a la tierra de Caxatambo. De allí se partió sin hacer más que pedir algunos indios para que cargasen el oro de S. M. y de los soldados, y usando siempre de grande vigilancia en saber y tener noticias de las cosas que sucedían en la tierra; y con buen concierto en la gente siempre con vanguardia y retaguardia como hasta allí había hecho, temiendo que el capitán Chillichuchima que traía consigo le tramase alguna traición por la sospecha que había tenido mucho más que en Caxatambo ni en diez leguas adelante había encontrado gente alguna, ni menos se encontró en una parada que se hizo en un pueblo a cinco leguas más allá, porque toda se había huido sin que pareciese alma viviente. Llegado allí vino un indio criado de un español, que era de aquella tierra de Pambo, distante de aquí diez leguas y veinte de la ciudad de Xauxa, del cual se entendió que se había juntado mucha gente de guerra en Xauxa para matar a los cristianos que venían, y que traían por capitanes a Incorabaliba, Iguaparro, Mortay y otro capitán, todos cuatro personas principales y que tenían mucha gente consigo, añadiendo además que en un pueblo a cinco leguas de Xauxa llamado Tarma se había puesto una parte de esta gente a guardar un mal paso que había en un monte, para cortarlo y romperlo de manera que los españoles no lo pudiesen pasar. Informado de esto el Gobernador mandó echar prisiones al capitán Chillichuchima, porque se decía por cosa cierta, que por consejo y mandato suyo se había movido aquella gente, pensando él huírseles a los cristianos e ir a juntarse con ella, de cuyos tratos no era sabedor el cacique Atabalipa, y por esto no dejaban estas gentes que ningún indio pasara a la parte del cacique para que le pudiera dar noticia de estos trabajos. La causa porque se habían rebelado y querían guerra con los cristianos, era porque veían la tierra ganada por los españoles y querían gobernarla ellos16.

El Gobernador antes de partirse de aquel lugar envió un Capitán con gente de a caballo para que tomase un puerto nevado que estaba a tres leguas y fuera a pasar la noche en unos campos cerca de Pombo y así lo hizo, que pasó el puerto con mucha nieve, pero sin encontrar tropiezo alguno, y asimismo lo pasó el Gobernador sin oposición, salvo la incomodidad de la nieve que les cayó muy impetuosa. Pasaron todos la noche en aquel campo sin toldo ninguno sobre la nieve, sin tener provisión de leña ni de vitualla. Llegados a la tierra de Pombo proveyó y mandó el Gobernador que los soldados se alojasen con el mejor orden y recaudo que se pudiera, porque tenía nueva de que los enemigos se aumentaban a cada momento, y se tenía por cierto que aquí vendría a embestir a los españoles, y por esa hizo aumentar las rondas y centinelas espiando siempre los pasos de los enemigos. Después de haberse reposado allí otro día de ciertos enviados que el cacique Atabalipa había mandado para saber lo que pasaba en Xauxa, vino uno que dijo cómo la gente de guerra estaba cinco leguas de Xauxa camino del Cuzco, y venía a quemar el pueblo y todos los edificios de él, para que los cristianos no hallaran donde hospedarse y que luego querían irse la vuelta del Cuzco a juntarse con un Capitán que se llamaba Quizquiz, que estaba allí con mucha gente de guerra, que había venido de Quito por mandado de Atabalipa para seguridad de la tierra. Sabido esto por el Gobernador hizo aparejar sesenta y cinco caballos ligeros, y con veinte peones que guardaban a Chillichuchima, sin estorbo de bagajes, se partió para Xauxa dejando allí al Tesorero con la otra gente guardando la cola del campo y el oro de S. M. y de la compañía. El día que se partió de Pombo caminó unas siete leguas y se fue a quedar en un pueblo que se dice Cacamarca y aquí se encontraron setenta mil pesos de oro en piezas ricas, para cuya guardia dejó el Gobernador dos cristianos de a caballo, para que cuando la retaguardia llegara lo condujesen bien guardado; luego a la mañana se partió con su gente en buen orden habida nueva de que a tres leguas de allí estaban cuatro mil hombres; y en la marcha iban siempre por delante tres o cuatro caballos ligeros para que encontrándose con algún espía de los enemigos lo tomasen para que no diera aviso de su venida. A hora del medio día llegaron a aquel mal paso de Tarma donde decían que había gente guardándolo para defenderlo, el cual mostraba ser tan dificultoso que parecía imposible poder subirlo, porque había un mal paso de piedra para bajar al arroyo donde tenían que apearse todos los que iban a caballo, y después era preciso que subiesen a lo alto por una cuesta, y por la mayor parte «era» monte empinado y difícil que duraba como una legua, la cual se pasó sin que parecieran los indios que se decía estaban armados. Y a la tarde, pasada la hora de vísperas, llegó el Gobernador con su gente a aquel pueblo de Tarma, que por ser en mal sitio y tenerse nueva que habían de venir a ella indios para sorprender a los cristianos, no quiso detenerse más tiempo que el necesario para dar de comer a los caballos y reponerlos de la hambre y fatiga pasada, para salir presto de aquel lugar que no tenía otra parte llana sino la plaza y estaba en una pequeña ladera cercado de montañas todo alrededor por espacio de una legua. Por ser ya noche asentó aquí su campo estando siempre alerta con los caballos ensillados, y la gente sin comer, y finalmente sin refrigerio alguno, porque no tenía ni leña, ni agua, ni traían consigo sus toldos para poder abrigarse, que fue causa de que casi murieran todos de frío porque llovió mucho a prima noche, y después nevó de tal manera que las armas y ropas que traían puestas se mojaron todas. Mas cada uno se remedió lo mejor que pudo, y así se pasó aquella mala y trabajosa noche hasta que amaneció, y entonces mandó que subieran a caballo para llegar temprano a Xauxa que estaba cuatro leguas de allí, y andadas las dos, el Gobernador repartió los sesenta y cinco caballos entre tres capitanes dando quince a cada uno, y tomando consigo los otros veinte con los veinte peones que guardaban a Chillichuchima. En este orden caminaron hasta Porsi, una legua de Xauxa, habiendo ordenado a cada Capitán lo que debía hacer, y todos se detuvieron en un pueblo pequeño que encontraron. Luego marcharon todos con buen concierto y dieron vista a la ciudad, y en una cuesta se pararon todos a un cuarto de legua.

Capítulo IV

Llegan a la ciudad de Xauxa; quedan algunos guardando aquel lugar y otros van contra el ejército de los enemigos, con los cuales pelean. Alcanzan victoria y se vuelven a Xauxa. No se quedan allí mucho tiempo, sino que van algunos la vuelta del Cuzco para pelear con el grueso del ejército enemigo; pero no les sale bien el intento y se vuelven a Xauxa

Los naturales salieron todos fuera al camino para ver a los cristianos, celebrando mucho su venida, porque con ello pensaban que saldrían de la esclavitud en que les tenía aquella gente extranjera. En este sitio quisieron esperar que entrase más el día, pero viendo que no parecía ninguna gente de guerra, comenzaron a caminar para entrar en la ciudad, y al bajar aquella pequeña cuesta, vieron venir corriendo a gran furia un indio con una lanza enhiesta, y llegado a ellos, se halló ser un criado de los cristianos, el que dijo que su amo lo enviaba a que les hiciera saber que debían darse prisa porque los enemigos estaban en la ciudad, y que dos cristianos de a caballo se habían adelantado a los demás, y habían entrado a ver los edificios que había en ella, y yendo registrándola, vieron unos veinte indios que salían de ciertas casas con sus lanzas y otras armas, llamando a los otros para que salieran y vinieran a juntarse con ellos. Los dos cristianos viéndolos juntarse, sin hacer caso de sus gritos ni clamores dieron sobre ellos y mataron algunos, y pusieron en huida a otros, los cuales se fueron luego a juntar con los otros que habían venido a su socorro y formaron un montón como de doscientos, a los que de nuevo acometieron los españoles en una calle angosta y los rompieron, haciéndolos retroceder hasta la orilla de un gran río que pasa por aquella ciudad, y entonces uno de estos españoles había enviado el indio que he dicho con lanza enhiesta en señal de que había en la ciudad enemigos armados. Oído esto arrimaron los españoles las espuelas a sus caballos y sin detenerse llegaron a la ciudad y entraron dentro; y encontrados sus compañeros ellos les contaron lo que les había sucedido con aquellos indios, y corriendo los capitanes para aquella parte adonde se habían retraído los enemigos, llegaron a la orilla del río que estaba entonces muy crecido, y desde la orilla vieron de la otra banda a un cuarto de legua los escuadrones de los enemigos. Pues pasado el río con no pequeño trabajo y riesgo, se fueron para ellos. El Gobernador se quedó guardando la ciudad porque asimismo se decía que dentro había enemigos escondidos. Visto por los indios que los cristianos habían pasado el río comenzaron a retirarse, hechos dos escuadrones. Y uno de los capitanes españoles con sus quince caballos ligeros aguijó por una cuesta del collado donde estaban para ganarlo, de modo que no se pudieran retraer y hacerse fuertes allí; y los otros dos capitanes se fueron por derecho la vuelta de ellos, por junto al río y los alcanzaron en una sementera de maíz, donde los rompieron y pusieron en derrota, cogiéndolos a todos, que de seiscientos que eran, no se escaparían arriba de veinte a treinta, que tomaron el monte antes que llegara el Capitán con los otros quince, y así se salvaron. Los más de ellos se recogían hacia el agua pensando salvarse en ella, pero los caballos ligeros pasaban el río casi a nado tras de ellos y no dejaban uno a vida, salvo algunos pocos que se les habían escondido en el alcance después que fueron desbaratados. Corrieron luego la tierra hasta una legua más abajo sin hallar indio ninguno. Pues vueltos se reposaron ellos y sus caballos, que bien lo necesitaban, porque con la larga jornada hecha antes, y con haber corrido aquellas dos leguas estaban harto estropeados. Sabida la verdad de qué gente fuese aquélla, se halló que los cuatro capitanes y la gente estaban asentados a seis leguas de Xauxa, río abajo, y que el propio día habían enviado aquellos seiscientos hombres para acabar de quemar la ciudad de Xauxa, habiendo quemado ya la otra mitad hacía ya siete u ocho días, y entonces quemaron un edificio grande que estaba en la plaza y otras cosas (cose) a vista de la gente de la ciudad con muchas ropas y maíz, para que los españoles no lo aprovecharan. Quedaron los vecinos tan enemistados con ellos que si algún indio de éstos se metía adentro y se escondía, lo mostraban a los cristianos para que lo matasen, y ellos propios ayudaban a matarlos, y aun los habrían matado con sus propias manos, si los cristianos se lo permitieran. Informados, pues, los capitanes del lugar donde se hallaban estos enemigos y del camino, del cual habían andado parte, determinaron no encerrarse en Xauxa sino pasar adelante y dar en el grueso de gente que estaba a cuatro leguas, antes que tuviesen nueva de su venida. Con este intento mandaron que pusiesen a punto los soldados; pero no tuvo efecto su propósito porque hallaron los caballos tan cansados que tomaron por mejor partido el volver atrás, como lo hicieron. Llegados a Xauxa refiriendo al Gobernador lo sucedido, de lo que hubo mucho contento, y los recibió con mucha alegría agradeciéndolos a todos el que se hubieran portado tan valerosamente. Y les dijo que de todos modos entendía que se fuese a acometer el campo de los enemigos, porque aunque fuesen avisados de la victoria estaba cierto que los esperarían. Al punto mandó a su Maese de Campo que los aposentase y les dijese que descansaran lo que les quedaba de día, y la noche hasta que saliera la luna, y que entonces se pusiesen a punto para ir a dar sobre los enemigos. Para aquella hora estuvieron en orden cincuenta caballos ligeros, que al toque de la trompeta se presentaron armados con sus caballos en el aposento del Gobernador, el que los despachó muy luego y siguieron su camino. Quedaron en la ciudad con él quince caballos con los veinte peones que hacían la guardia toda la noche con los caballos ensillados, hasta que volvió el Capitán de aquella salida que fue de allí a cinco días. Contó el Gobernador todo lo que había sucedido desde que él se partió, diciendo que la noche que salió de Xauxa caminó unas cuatro leguas antes que amaneciera, con mucha diligencia para dar en el campo de los enemigos antes que fuesen avisados de su venida; y que estando ya cerca vieron al amanecer una gran humareda17 en el lugar donde estaban aposentados, que serían dos leguas adelante; y así aguijó con los suyos a gran furia pensando que los enemigos avisados de su venida se le huían, y quemaban los aposentos que había en un pueblo; y así era porque se huían después de prender fuego a aquella mísera población. Llegados los españoles a aquel lugar siguieron la huella de la gente por un valle muy llano, y según que los iban alcanzando topaban, porque venían más espacio con muchas mujeres, y muchachos en la retaguardia, y dejándoselos atrás para alcanzar a los hombres, corrieron más de cuatro leguas, y alcanzaron algunos escuadrones de ellos. Como una parte de ellos vio a los castellanos desde algo lejos, tuvieron tiempo de tomar un monte y se salvaron en él, y otros, que fueron pocos, fueron muertos, quedando en poder de los cristianos (que por tener los caballos cansados no quisieron subir al monte) muchos despojos suyos, y mujeres y muchachos. Y como ya era llegada la noche volvieron a dormir a una aldea que dejaron atrás, y al día siguiente determinaron estos españoles seguir su camino la vuelta de Cuzco tras de los indios para tomarles ciertos puentes de red y no dejarlos pasar; pero por falta de pasturas para sus caballos se vieron obligados a volverse atrás, con gran disgusto del Gobernador, porque a lo menos no habían seguido hasta quitarles aquellos puentes y no dejarlos pasar la vuelta del Cuzco, porque siendo gente forastera se temía que hicieran gran daño en los vecinos de aquellos lugares.

Capítulo V

Nombran nuevos oficiales en la ciudad de Xauxa para fundar población de españoles, y habiendo tenido nueva de la muerte de Atabalipa, con mucha prudencia y arte para mantenerse en gracia de los indios, tratan de nombrar nuevo señor

Y por esta causa, llegadas que fueron las cargas y la retaguardia que había dejado en Pombo, echó bando de que por cuanto tenía determinado fundar en aquella ciudad población de españoles en nombre de S. M., los que quisieran avecindarse allí podían hacerlo; pero no hubo ningún español que quisiera quedarse, diciendo que mientras estuviese fuera la gente de guerra con las armas en la mano por aquella tierra, no estarían los naturales de la provincia al servicio y sujeción de los españoles y obediencia de S. M. Visto esto por el Gobernador determinó no perder por entonces el tiempo en aquel negocio, sino ir contra los enemigos la vuelta del Cuzco, para echarlos de aquella provincia y desbaratarlos del todo. En el intermedio, para poner orden en las cosas de aquella ciudad, fundó el pueblo a nombre de S. M. y creó oficiales para la justicia de él18 que fueron ochenta, y los cuarenta de ellos fueron cuarenta caballos ligeros que dejó allí de guarnición con el Tesorero para que guardase también el oro de S. M., dejándolo por su Lugarteniente, y para que en todo fuese cabeza y tuviera el mando y suma del gobierno. En estas cosas vino a morir el cacique Atabalipa de su enfermedad, de lo que hubo mucho pesar el Gobernador y con él todos los demás españoles, porque cierto era muy prudente y tenía mucho amor a los españoles. Se dijo públicamente que el capitán Calichuchima le dio con que muriera porque deseaba que la tierra quedara por la gente de Quito y no por la natural del Cuzco ni por los españoles, y si aquel cacique viviera no hubiera podido lograr lo que deseaba. Al punto hizo llamar el Gobernador al capitán Calichuchima y a Tizas y a un hermano del cacique y a otros capitanes principales y caciques que eran venidos de Caxamalca, a los cuales dijo que debían saber bien que él les había dado por señor a Atabalipa, y que siendo muerto, ellos debían pensar a quién querían por señor, que él se los daría. Hubo entre ellos gran diferencia sobre esto, porque Calichuchima quería que fuese señor el hijo de Atabalipa Aticoc, y hermano del cacique muerto, y otros señores que no eran de la tierra de Quito querían que el señor fuera natural del Cuzco, y proponían un hermano carnal de Atabalipa. El Gobernador dijo a los que querían por señor al hermano de Atabalipa que lo mandaran llamar, y que cuando viniera si hallaba que era sujeto de valer, lo nombraría, y con esta respuesta se acabó aquella junta. Y habiendo llamado de parte del Gobernador al capitán Calichuchima le dijo estas palabras: «Ya tú sabes que amaba yo mucho a tu señor Atabalipa, y hubiera querido que pues murió y dejó hijo, éste fuera señor, y que tú ya que eres hombre prudente hubieras sido su Capitán hasta tanto que estuviera en edad de gobernar sus señoríos, y por esto deseo tanto que se le mande llamar presto, porque por amor de su padre lo amo mucho y a ti asimismo. Pero junto con esto, ya que todos estos caciques que están aquí son tus amigos y tienen mucha influencia en los soldados de su nación, será bien que les mandes mensajeros para que vengan de paz, porque no quisiera encruelecerme contra ellos y matarlos como vez que lo voy haciendo, cuando deseo que las cosas de estas provincias estén quietas y pacíficas». Este Capitán tenía gran deseo, como se ha dicho, que el hijo de Atabalipa fuera señor, y conociéndolo el Gobernador le dijo con arte estas palabras, y le dio esta esperanza; no porque tuviera ánimo de hacerlo19, sino para que entre tanto que aquel hijo de Atabalipa venía para este efecto, hiciera que aquellos capitanes de guerra que habían tomado las armas vinieran de paz. Se acordó asimismo que él dijese a Aticoc y a los otros señores de la provincia del Cuzco, que les daría por señor al que ellos quisiesen; porque era menester que así se gobernara en el estado que estaban las cosas para estar bien con todos. A Calichuchima trataba de dar palabras para que hiciera venir las gentes que estaban en el Cuzco con las armas a dejarlas, porque no hiciesen daño en las gentes del país, y a los del Cuzco para que fueran amigos verdaderos de los cristianos y les dieran aviso de lo que trataban los enemigos y de todo lo que se hacía en la tierra, y por esta causa y otras decía esto el Gobernador con mucha prudencia. Chilichuchima, a lo que mostró, recibió tanto contento de estas palabras, como si lo hubieran hecho señor de todo el mundo, y respondió que haría todo lo que mandaba y que holgaría mucho de que los caciques y soldados vinieran de paz20 y que despacharía mensajeros a Quito para que el hijo de Atabalipa viniera; pero que temía que lo estorbaran dos grandes capitanes que estaban con él, que no lo dejarían venir; que no obstante eso mandaría tal persona con la embajada que pensaba que todos se conformarían con su voluntad. Y luego añadió: «Señor, pues quieres que yo haga venir estos caciques, quítame de encima esta cadena, porque viéndome con ella no querrán obedecerme». El Gobernador, para que no sospechara que fuese fingido lo que le había dicho, le dijo que era contento de hacerlo, pero con la condición de que había de ponerle guarda de cristianos hasta que hiciera venir de paz aquellos soldados que estaban de guerra y viniera22 el hijo de Atabalipa. Él quedó satisfecho con esto y así fue suelto, y el Gobernador le puso una buena guardia, por ser aquel Capitán la llave para tener la tierra pacífica y sujeta. Tomada esta providencia y ordenada la gente que había de ir con el Gobernador la vuelta del Cuzco, que eran cien caballos y treinta peones, mandó a un Capitán que con sesenta de a caballo y algunos peones fuera por delante para reponer los puentes que estuvieran quemados, y el Gobernador se quedó mientras a dar orden en muchas cosas convenientes a la ciudad y a la República que había de dejar ya como fundada, y para esperar la respuesta de los cristianos que había mandado a la costa para ver los puertos y poner cruces en ellos, por si alguno viniera a reconocer la tierra.

Capítulo VI

Descripción de los puentes que los indios acostumbran hacer para pasar los ríos, y de la trabajosa jornada que tuvieron los españoles en la ida al Cuzco, y de la llegada a Panarai y a Tarcos, ciudad de los indios

Se partió este Capitán el jueves con los que habían de seguirle, y el Gobernador con la demás gente, y Chilichuchima y su guardia el lunes siguiente; de mañana estuvieron todos a punto de armas y de todas las cosas necesarias, por ser largo el viaje que habían de hacer y quedarse todas las cargas en Xauxa, por no ser conveniente llevarla consigo en esta jornada. Caminó el Gobernador dos días por un valle abajo, a la orilla del río de Xauxa que era muy deleitable y poblada de muchos lugares, y al tercer día llegó a un puente de redes que está sobre el dicho río, el cual habían quemado los soldados indios después que hubieron pasado; pero ya el Capitán que había ido por delante había hecho que los naturales lo repusieran. Y las partes en que hacen estos puentes de redes, donde los ríos son crecidos, por estar poblada la tierra adentro lejos del mar, casi no hay indio alguno que sepa nadar, y por esta causa, aunque los ríos sean pequeños y se puedan vadear, no obstante les echan puentes, de este modo; que si las dos orillas del río son pedregosas levantan en ellas una pared grande de piedra y después ponen cuatro bejucos («stanghe») que atraviesan el río, gruesos de dos palmos o poco menos y en el medio figura a manera de zarzo entretejen mimbres verdes gruesos como dos dedos bien tejidos, de suerte que unos no queden más flojos que otros, atados y en buena forma, y sobre éstos ponen ramas atravesadas de modo que no se ve el agua y de esta manera es el piso del puente. Y de la misma suerte tejen una barandilla en el borde del puente con estos mismos mimbres, para que nadie pueda caer en el agua de lo cual no hay a la verdad ningún peligro bien que al que no es práctico parece cosa peligrosa el haberlo de pasar, porque siendo el trecho grande se dobla el puente cuando pasa uno por él, que siempre va uno bajando hasta el medio, y desde allí subiendo, hasta que acabe de pasar a la otra orilla, y cuando se pasa tiembla muy fuerte, de manera que al que no está a ello acostumbrado se le va la cabeza. Hacen de ordinario dos puentes juntos, porque dicen que por el uno pasan los señores, y por el otro la gente común. Tienen en ellos sus guardas, y el cacique señor de toda la tierra las tiene allí de continuo, para que si alguno le hurtara oro o plata u otra cosa, a él o a otro señor de la tierra no lo pudiera pasar, y los que guardan estos puentes tienen cerca sus casas, y de continuo tienen a mano mimbres y zarzos y cuerdas para componer los puentes cuando se van estropeando y hacerlos de nuevo si menester fuera. Pues las guardas que estaban en este puente cuando pasaron los indios que lo quemaron escondieron los materiales que tenían para reponerlo, porque de otra manera lo hubieran asimismo quemado, y por esta razón lo hicieron en tan poco espacio para que pasaran los españoles. Los caballos españoles y el Gobernador pasaron por el uno de estos puentes, aunque por estar fresco y no bien ordenado tuvieron mucho trabajo, porque por haber pasado por allí el Capitán que iba adelante con los sesenta caballos se habían hecho muchos agujeros, y estaba medio desbaratado. Todavía pasaron los caballos sin que peligrase ninguno, aunque casi todos cayeron porque se movía el puente y temblaba todo, pero como se ha dicho estaba el puente hecho de manera que aunque doblasen los cuatro pies no podían caer abajo el agua. Pasados que fueron todos, el Gobernador acampó en unas arboledas que había allí por donde pasaban muchos hermosos arroyos de agua hermosa y limpia. Prosiguieron después su viaje andando dos leguas por la orilla de aquel río por un valle estrecho, que tenía montañas altísimas de uno y otro lado, y en partes tiene este valle por donde pasa el río tan poco espacio, que hay tanto camino entre el pie del monte y el río como un tiro de piedra, y en otros lugares por la cuesta de la montaña poco más. Pasadas dos leguas de este valle se encontró otro puente pequeño sobre otro río por el que pasó toda la gente de a pie, y los caballos lo vadearon, tanto por estar el puente maltratado como por estar el agua baja en aquel tiempo. Pasado el río se comenzó a subir una montaña asperísima y larga, toda hecha de escalones de piedra muy menudos. Aquí trabajaran tanto los caballos que cuando acabaron de subirla se habían desherrado la mayor parte, y tenían gastados los cascos de los cuatro pies. Subida aquella montaña que duraría hasta media legua, andando en la tarde otro pedazo por una cuesta, llegó el Gobernador con esta gente a una aldea, que habían saqueado y quemado los indios enemigos, y por eso no se halló en ella gente ni maíz, ni otro mantenimiento, y el agua estaba muy lejos porque las indias habían roto las cañerías que venían a la ciudad, que fue un gran mal, y de mucha incomodidad para los españoles, porque por haber aquel día hallado el camino áspero, trabajoso y largo, tenían necesidad de buen alojamiento. Se partió de aquí el Gobernador al otro día, y fue a dormir a otro pueblo, que aunque era muy grande y bueno, y lleno de muchos aposentos, se halló en él tan poco refrigerio como en el pasado: y este pueblo se llama Panarai. Se maravilló mucho el Gobernador con los españoles de no hallar aquí ni mantenimiento ni cosa alguna, porque siendo este lugar de un señor de los que habían estado con Atabalipa y con el señor muerto en compañía de los cristianos, había venido de continuo en compañía suya hasta Xauxa, y dijo que quería adelantarse para aparejar en esta tierra suya vituallas y otras cosas necesarias para los españoles, y no hallándose aquí ni él ni su gente se tuvo por cierto que la comarca estaba alzada, y no habiéndose tenido carta ninguna del Capitán que iba por delante con los sesenta de a caballo, salvo en una en la que hacía saber que andaba tras de los indios enemigos, se temía que los contrarios le hubiesen tomado algún paso, de manera que no pudiera venir ningún mensajero suyo. Los españoles buscaron tanto que hallaron algún maíz y ovejas, con lo que pasaron aquella noche, y al otro día a buena hora se partieron y llegaron a un pueblo llamado Tarcos, donde se encontró al cacique señor de la tierra con alguna gente, el cual dio aviso del día que habían pasado por allí los cristianos y que caminaban a pelear con los enemigos que tenían asentados sus reales en una población vecina. Recibieron todos grande placer con esta noticia, y con haber hallado buena acogida en aquel lugar, porque el cacique había hecho traer a la plaza una buena cantidad de maíz, leña, ovejas, y otras cosas de que tenían gran necesidad los españoles.

Capítulo VII

Prosiguiendo su viaje tienen aviso enviado por los cuarenta caballeros españoles, del estado del ejército indio, con el cual victoriosamente habían combatido

A otro día que fue sábado día de Todos Santos, el fraile que estaba con esta compañía, dijo misa por la mañana, según es costumbre decirla en semejante día, y después se partieron todos y caminaron hasta llegar a un río caudaloso tres leguas adelante siempre bajando de la montaña con bajada áspera y larga. Este río tenía asimismo un puente de red que por estar roto fue preciso vadear el río, y después se subió otra montaña muy grande, que mirándola de alto a bajo parecía cosa imposible que los pájaros pudieran llegar volando por el aire, cuanto menos subirla por la tierra hombres de a caballo, pero se les hizo menos pesado el camino porque se iba subiendo en caracol y no derecho; bien que la mayor parte eran escalones grandes de piedra que fatigaban mucho a los caballos y se les gastaban y lastimaban los cascos, aunque los llevaban por la brida. De este modo se subió una legua larga, y se anduvo otra por una ladera de camino más fácil, y a la tarde llegó el Gobernador con los españoles a una población corta, de la que estaba quemada una parte, y en la otra parte que había quedado sana, se aposentaron los españoles, y a la tarde llegaron dos correos indios enviados por el Capitán que iba adelante. Los cuales trajeron por cartas noticias al Gobernador, cómo era llegado con gran diligencia a la tierra de Parcos, la que había dejado atrás, porque habiendo tenido aviso que estaban aquí los capitanes con toda la gente enemiga, no los encontró allí, y tuvo nueva cierta de que se habían retirado a Bilcas, y por lo tanto caminó adelante con su gente hasta llegar cinco leguas de Bilcas donde esperó la noche, y marchó en secreto para no ser sentido de ciertas espías que estaban puestas a una legua de Bilcas. Y habida nueva que los enemigos estaban dentro de un pueblo sin tener noticia alguna de su venida, se alegró mucho el Capitán, y subida una montaña donde estaba aquel lugar, harto difícil, al amanecer entró dentro y entró (¿encontró?) aposentada alguna gente con poco recaudo. Los caballos españoles comenzaron a dar sobre ella por las plazas hasta tanto que entre muertos y huidos no quedó persona alguna, porque había pocos soldados indios que se habían retirado a una montaña aparte del camino, los cuales luego que aclaró el día y vieron a los españoles, se juntaron en escuadrones viniendo contra ellos diciéndoles, «Ingres», el cual nombre tienen ellos por muy afrentoso, siendo ésta una gente despreciable que vive en las tierras calientes de la costa del mar, y por ser aquella provincia región fría e ir los españoles vestidos y cubiertas sus carnes, les llamaban ellos Ingres, amenazándolos con que los harían sus esclavos por ser pocos, que no llegaban a cuarenta, y desafiándolos les decían que bajaran allá abajo a donde ellos estaban. El Capitán, aunque conocía que estaba en mal lugar para pelear con los caballos, de que poco se podían valer los españoles, no obstante para que los enemigos no pensaran que el no pelear era por falta de ánimo, tomó consigo treinta caballos y dejando los otros en guarda del pueblo bajó abajo contra ellos por una espesura22 del monte y una cuesta muy penosa. Los enemigos lo aguardaron animosamente y en el choque mataron un caballo, hiriendo otros dos, pero al fin siendo todos desbaratados huyeron unos por una parte y otros por otra del monte, camino muy áspero por donde los caballos no pudieron seguirlos ni hacerles daño. En esto se vino a juntar con ellos un Capitán que se había huido del pueblo, que habiendo sabido de ellos que habían muerto un caballo y herido dos, dijo, «volvamos atrás y peleemos con éstos hasta que no quede uno a vida, que son pocos», y al punto se resolvieron todos con más ánimo y mayor ímpetu que antes, y en esto se trabó una reñida batalla mayor que la primera. Al cabo huyeron los indios y los caballos los siguieron por todas partes del monte mientras que pudieron. En estos dos encuentros quedaron muertos más de seiscientos hombres y se cree que también murió Maila, el uno de los capitanes, porque todos los indios dijeron, y los de su parte cuando mataron el caballo le cortaron la cola y puesta en una lanza la llevaban por delante a guisa de estandarte. Les hizo asimismo saber que pensaba reposar aquí tres días por consideración a los cristianos y caballos heridos, y después partirían para tomarles antes de todo un puente de redes que había allí cerca, para que los enemigos fugitivos no lo pasaran y fueran a juntarse con Quizquiz en el Cuzco y con la guarnición de gente que tenía, la cual se decía que esperaba a los españoles en un mal paso cerca del Cuzco; pero que aun cuando fuese mucho más malo, esperaban en Dios que según el lugar que habían tenido aquella batalla, tierra tan áspera y pedregosa, no se podrían defender de ellos los indios en ninguna otra parte por difícil y trabajosa que fuese, ni ofender a los españoles en ningún mal paso; y que salido de aquí y pasado el puente que está a tres leguas del Cuzco, allí esperaría al Gobernador como le había informado, y que tuviera entendido que con indios ligeros le daría aviso de cuanto le aconteciera.

Capítulo VIII

Después de varias incomodidades sufridas en el viaje, habiendo pasado las ciudades de Bilcas y de Andabailla, antes de llegar a Airamba tienen cartas de los españoles por las cuales le mandan un socorro de treinta caballeros

Habiendo recibido esta carta el Gobernador y todos los españoles que con él estaban, hubieron infinito contento de la victoria que había alcanzado el Capitán, y al instante la mandó junta con otra a la ciudad de Xauxa, al Tesorero y a los españoles que se habían quedado allí, para que participaran con ellos del contento por la victoria del Capitán. Y asimismo mandó correos al Capitán y a los españoles que estaban con él agradeciéndoles mucho la victoria que habían alcanzado, rogándoles y aconsejándoles que en estas cosas se gobernasen más bien por la prudencia que por la confianza en su fuerza, y que de todas maneras le esperara pasado el último puente, para que después entrasen todos juntos en la ciudad del Cuzco. Hecho esto partió el Gobernador al día siguiente que fue de camino áspero y fatigoso, de montañas pedregosas y subidas y bajadas, de escalones de piedra, que todos creyeron que con dificultad pondrían sacar de ellas los caballos, considerando el camino andado y por andar. Fueron a dormir aquella noche a un pueblo que estaba de la otra parte del río, el que tenía asimismo un puente de red; los caballos pasaron por el agua y la gente de a pie con los criados de los cristianos por el puente. El día siguiente tuvieron buen camino junto al río donde encontraron muchas salvajinas, ciervos y gamuzas, y aquel día llegaron a hospedarse en ciertos aposentos cercanos a Bilcas, donde el Capitán que iba por delante había hecho alto para caminar por la noche y entrar en Bilcas sin ser sentido como entró, y aquí se recibió otra carta suya, donde decía que había partido de Bilcas hacía dos días y era llegado a un río cuatro leguas adelante, al que había vadeado por estar quemado el puente, y aquí había entendido que el capitán Narabaliba andaba huyendo con unos veinte indios y que se había encontrado con dos mil indios que le había mandado de socorro el Capitán del Cuzco, los cuales como supieron la derrota de Bilcas se volvieron huyendo con él, tratando de ir a juntarse con las reliquias esparcidas de los que huían, esperándolos en una población llamada Andabailla, y que él estaba resuelto a no detenerse hasta encontrarse con ellos. Entendidas estas nuevas por el Gobernador pensó mandarle socorro, pero luego no lo hizo porque consideró que si se había de dar la batalla, ya estaría dada, y no llegaría a tiempo, y más bien determinó no detenerse ni un sólo día hasta que lo alcanzara, y de este modo se partió para Bilcas donde entró el día siguiente temprano, y por aquel día no quiso andar más adelante. Está puesta esta ciudad de Bilcas en un monte alto, y es gran pueblo y cabeza de provincia. Tiene una hermosa y gentil fortaleza, hay muchas casas de piedra muy bien labradas y está medio camino de Xauxa al Cuzco. A otro día fue el Gobernador a dormir de la otra parte del río a cuatro leguas de Bilcas, y aunque fue la jornada corta fue no obstante trabajosa, que todo fue bajar por una montaña, casi toda de escalones de piedra, y la gente vadeó el río con mucha fatiga porque iba muy crecido, y asentó su campo de la otra banda en unas arboledas. Apenas era llegado aquí el Gobernador cuando recibió una carta del Capitán que iba a la descubierta, en la que le daba a entender que los enemigos habían pasado cinco leguas adelante y esperaban en la falda de un monte en una tierra llamada Curamba, y que allí había mucha gente junta y habían hecho muchos reparos y puesto gran cantidad de piedras para que los españoles no pudiesen subir. El Gobernador entendido esto, aunque el Capitán no le pedía socorro creyendo que lo necesitaría ahora, hizo al punto que se alistase el mariscal D. Diego de Almagro con treinta caballos ligeros bien en orden de armas y caballos, y no quiso que llevara consigo peón alguno, porque le mandó que no se detuviera para nada hasta que alcanzara al Capitán que iba adelante con los otros, y habiendo partido partió asimismo el Gobernador, al día siguiente con diez de a caballo y los veinte peones que guardaban a Chilichuchima y apretó tanto el paso aquel día que de dos jornadas hizo una. Ya que estaba para llegar al pueblo donde había de dormir llamado Andabailla, vino un indio huyendo a decir que en cierta subida del monte que señaló con el dedo se había descubierto gente de guerra enemiga, por lo que el Gobernador así armado como estaba a caballo con los españoles que tenía consigo, fue a tomar lo alto de aquella cuesta y le registró toda sin hallar la gente que el indio había dicho, porque aquella era gente natural de la tierra que venía huyendo de los indios de Quito, porque le hacían grandísimo daño. Llegado el Gobernador y la compañía a aquel pueblo de Andabailla cenaron y reposaron aquella noche; y a otro día llegaron al puebla de Airamba donde había escrito el Capitán que estaba junta la gente armada para esperarlos en el camino.

Capítulo IX

Llegados a un pueblo encuentran mucha plata en tablas de veinte pies de largo. Prosiguiendo su viaje tienen cartas de los españoles del reñido y adverso combate que habían sostenido contra el ejercito de los indios

Aquí se hallaron dos caballos muertos de donde se hubo sospechado que al Capitán le hubiese sucedido alguna desgracia; pero entrados en el pueblo, por una carta que llegó antes de que se aposentaran se supo cómo el Capitán había encontrado aquí gente de guerra y que por ganar la montaña había subido una cuesta donde había encontrado gran cantidad de piedra junta, señal de que quisieron aguardar aquí, y que andaban en busca de los indios, porque tenían noticia de que no estaban muy lejos y que los dos caballos eran muertos de tanto calentarse y resfriarse. No escribió cosa alguna del socorro que le había mandado el Gobernador, por lo que se consideró que no le habría llegado todavía. Se partió de aquí a otro día el Gobernador y fue a dormir a un río, cuyo puente habían quemado los enemigos, de manera que fue preciso vadearlo con mucha fatiga, porque la corriente era crecida y el fondo del río muy pedregoso. Otro día fue a dormir a una villa en cuyos aposentos se encontró mucha plata en tablones grandes de veinte pies de largo, uno de ancho y de un dedo o dos de grueso; y contaron los indios que aquí estaban, que aquellos tablones fueron de un gran cacique y que uno de los señores del Cuzco los ganó y se los llevó así en tablas, con las que el cacique vencido había hecho una casa. El día siguiente partió el Gobernador para pasar el puente del último río que era casi tres leguas de allí. Antes que llegara a aquel río, vino un mensajero con una carta del Capitán, en la que avisaba cómo era llegado a aquel último río con mucha diligencia para que los enemigos no tuvieran lugar de quemar el puente; pero al tiempo que llegó lo habían acabado de quemar, y por ser ya tarde no quiso pasar el río aquel mismo día, sino que se fue a quedar en una aldea que estaba al par de él. A otro día pasó el agua que daba al pecho de los caballos y siguió su camino derecho al Cuzco que estaba de allí doce leguas; y como en el camino fue informado que en una montaña inmediata se habían hecho fuertes todos los enemigos esperando que al día siguiente viniera Quizquiz en su ayuda con refuerzo de gente que tenía en el Cuzco para juntarse con ellos, por esta causa había aguijado con gran presteza con cincuenta caballos, porque los diez los había dejado guardando las cargas y cierto oro que se halló en la rota de Bilcas; y un sábado a hora de medio día empezaron a subir una montaña a caballo, y siendo larga que duraba bien una legua de camino, fatigados de la subida áspera y del calor del medio día, que era muy grande, se pararon un rato y dieron a los caballos maíz, que tenían por habérselo traído los naturales de un pueblo vecino, y prosiguiendo su camino el Capitán que iba delante de los otros como un tiro de ballesta, vio los enemigos en lo alto de la montaña que la cubrían toda, y que tres o cuatro mil bajaban para abajo para pasar por donde estaban ellos, por lo que habiendo llamado a los españoles para ordenarlos en batalla no pudo esperar a juntarlos, porque los indios ya estaban cerca, y venían contra ellos animosamente; pero con los que halló aparejados se adelantó a darles batalla, y los españoles que iban llegando subían por la cuesta del monte, unos por una parte y otros por otra; entraron entre los enemigos que tenían delante sin atender mucho al principio a pelear sino a defenderse de las piedras que les tiraban, hasta que subieron a lo alto del monte en que veían consistir la victoria cierta. Los caballos estaban tan cansados que no podían tomar resuello para poder dar con ímpetu sobre tanta multitud de enemigos, y no cesando éstos de incomodarlos y hostigarlos de continuo con sus lanzas, piedras y flechas que les tiraban los fatigaron a todos de tal manera que apenas podían llevar los caballeros sus caballos al trote y algunos al paso. Percibiendo los indios el cansancio de los caballos, comenzaron a cargar con mayor furia, y a cinco cristianos cuyos caballos no pudieron subir a lo alto cargó tanto la muchedumbre que a dos de ellos les fue imposible apearse y los mataron encima de sus caballos. Los otros pelearon a pie muy valerosamente, pero al cabo no siendo vistos de los compañeros que hubieran podido socorrerles, quedaron prisioneros allí, y sólo uno de ellos fue muerto sin poder echar mano a la espada ni defenderse, antes fue causa de que quedase muerto con él un buen soldado, porque se había agarrado a la cola de su caballo que no lo dejó pasar adelante con los otros. Les abrieron a todos la cabeza por medio con sus hachas y porras; hirieron diez y ocho caballos y seis cristianos; pero no de heridas peligrosas, que sólo un caballo de éstos murió. Plugo a Dios Nuestro Señor que los españoles ganaron un llano que había en aquel monte y los indios se recogieron a una colina inmediata. El Capitán mandó que la mitad de los suyos quitasen los frenos a los caballos y les dieran de beber en un arroyo que pasaba por allí, y que luego hicieran lo mismo los otros, lo que se hizo sin que lo estorbaran para nada los enemigos. Después dijo a todos el Capitán: «Señores vámonos todos de aquí paso a paso por esta ladera de modo que los enemigos entiendan que huimos de ellos, para que nos vengan a buscar abajo, que si podemos traerlos a este llano daremos todos de golpe sobre ellos de manera que espero que ninguno se ha de escapar de nuestras manos, porque nuestros caballos están ya algo descansados, y si los ponemos en fuga acabaremos de ganar lo alto del monte»; y así fue, que pensando los indios que los españoles se retiraban bajaron abajo algunos de ellos tirándoles piedras con sus hondas y flechas. Visto por los cristianos ser ya tiempo volvieron las riendas a sus caballos, y antes que los indios pudieran recogerse al monte, donde antes estaban fueron muertos unos veinte, lo que visto por ellos y como era poco seguro el lugar donde se hallaban, dejaron aquel monte y se fueron retirando a otro más alto. El Capitán con los españoles acabó de subir a lo alto del monte, y aquí por ser ya noche acampó con su gente, y los indios acamparon asimismo a dos tiros de ballesta, de manera que en cada campo se oían las voces del otro. El Capitán hizo curar a los heridos y apostó rondas y centinelas para la noche, y mandó que todos los caballos estuvieran ensillados y con los frenos puestos hasta el día siguiente en que había de pelear con los indios; y trató de animar e infundir valor a los suyos diciéndoles «que de todos modos era menester dar en ellos a la mañana siguiente sin aguardar un instante, porque había tenido nueva de que el capitán Quizquiz venía a los enemigos con un gran refuerzo, y que de ninguna manera convenía esperar a que se juntaran». Mostraron todos tan grande ánimo y esfuerzo como si tuvieran la victoria en la mano, y todavía les confortó el capitán diciéndoles «que tenía por más peligrosa la jornada del día pasado que la que les aguardaba al siguiente y que Dios Nuestro Señor como les había librado del peligro pasado así les daría victoria en lo de adelante, y que mirasen que si el día anterior estando sus caballos tan cansados habían atacado a los enemigos con desventaja, y los habían desbaratado y echado de sus fortalezas, no pasando ellos de cincuenta, y siendo los enemigos más de ocho mil, ¿qué no debían esperar estando frescos y descansados?». Con éstas y otras pláticas animosas se pasó aquella noche, y los indios se estaban en su campo dando grandes voces y diciendo, «esperad, cristianos a que amanezca que todos habéis de morir a nuestras manos y os quitaremos los caballos con cuanto tenéis», añadiendo palabras injuriosas, según suena en aquella lengua, teniendo determinado entrar a combatir a los cristianos luego que amaneciera, creyéndolos cansados y a sus caballos por el trabajo del día anterior, y por verlos en tan corto número y saber que muchos de sus caballos estaban heridos. De esta manera, de una y otra parte concurrían en el mismo pensamiento, mas los indios creían firmemente que no se les escaparían los cristianos.

Capítulo X

Viene nueva de la victoria alcanzada por los españoles hasta poner en fuga al ejército indio. A Chilichuchima le mandan echar una cadena al cuello teniéndolo por traidor. Pasan por Rímac y allí se reúnen y luego todos juntos van a Sachisagagna23 y queman a Chilichuchima

Estas nuevas alcanzaron al Gobernador cerca del último río, como queda dicho, el cual sin mostrar alteración en el semblante las comunicó a los diez de a caballo y veinte peones que traía consigo, consolándoles a todos con buenas razones que les exponía, aunque ellos se turbaron mucho en su ánimo, pensando que pues una corta cantidad de indios respecto al número ponderado había maltratado de tal modo a los cristianos en la primera acción, mayor guerra les habrían dado al otro día teniendo los caballos heridos y sin haber llegada todavía a los españoles el socorro de los treinta caballos que se les mandó; pero mostrando todos poner la esperanza en Dios llegaron al río, el que pasaron en balsas de la tierra llevando los caballos a nado por estar quemado el puente; y estando entonces el río muy crecido se tardó en pasarlo el resto de aquel día y el otro hasta la hora de siesta; y queriendo el Gobernador partir sin aguardar a que pasaran los indios amigos, se vio venir un cristiano que reconocido desde lejos todos juzgaron que el Capitán con los caballos había sido roto y desbaratado, y que éste traía la nueva en fuga. Pero llegado a presencia del Gobernador dio gran consuelo a los ánimos de todos con la nueva que trajo, refiriendo que Dios Nuestro Señor, que nunca abandona a sus siervos fieles en la mayor extremidad, hizo que estando el Capitán con los otros por la noche a buen recaudo esperando el día y animando a los suyos para el combate de la mañana, llegó el Mariscal con el refuerzo mandado de los treinta caballos y con los diez que habían dejado atrás que en todo fueron cuarenta, y cuando se vieron todos juntos sintieron los primeros tanto placer como si hubiesen resucitado aquel día, teniendo por cierta la victoria para el día siguiente. Venido el día, que fue domingo, montaron todos al alba y puestos en ala para hacer mejor rostro, se fueron la vuelta de los indios que en la noche habían determinado acometer a los cristianos, pero viendo a la mañana tanta gente pensaron, como así era, que en la noche les había llegado algún socorro, por lo que no alcanzándoles el ánimo para hacerles frente, y viendo que venían la cuesta arriba en su busca, volvieron las espaldas retirándose de monte en monte. Los españoles no los siguieron por ser la tierra áspera, y además les cogió una neblina tan espesa que no se veían unos a otros, y con todo por la falda de un cerro mataron muchos enemigos. En esto venían mil indios en un escuadrón que mandaba el Quizquiz en socorro de los suyos, los que conforme vieron a los cristianos a caballo y tan a punto de guerra, tuvieron tiempo de retraerse al monte. Al punto se recogieron los cristianos a su fuerte, desde donde había enviado el Capitán este mensajero al Gobernador, avisándole que lo esperaría allí hasta que llegara. Entendida esta nueva por el Gobernador, se alegró mucho de la victoria que Dios Nuestro Señor le había dado cuando menos la esperaba, y sin detenerse en punto, mandó que se pasara adelante con el fardaje y los indios que quedaban, porque juntamente con esta noticia había tenido aviso de que en la retirada de esta gente enemiga se habían apartado de los otros cuatro mil hombres, y que por tanto anduviera sobre aviso, y que asimismo, se daba por seguro que Chilichuchima disponía y mandaba todo esto y daba aviso a los enemigos de lo que habían de hacer, y que por eso lo llevara a buen recaudo. Pues el Gobernador vencida su jornada, hizo echar prisiones a Chilichuchima y le dijo: «Bien sabes de qué modo me he portado contigo y cómo te he tratado siempre, haciéndote Capitán que gobernara toda la tierra hasta que el hijo de Atabalipa viniera de Quito para hacerlo Señor, y aunque he tenido muchas causas para hacerte morir no lo he querido hacer, creyendo siempre que te enmendaras. Asimismo te he rogado muchas veces que para bien de todos dieras traza de que estos indios enemigos con los que de tú tienes influjo y amistad, se sosegaran y dejaran las armas, pues aunque habían hecho mucho daño y muerte a Guaritico que venía de Xauxa por mandato mío, los perdonaría yo a todos; pero a pesar de todas estas amonestaciones mías has querido perseverar en tu mal ánimo y propósito, pensando que los avisos que dabas a los capitanes enemigos fueran poderosos a lograr tu dañado designio; mas ya puedes ver cómo con la ayuda de nuestro Dios siempre los hemos desbaratado y lo mismo será en lo de adelante, y ten por cierto que no podrán escaparse ni volver a Quito de donde salieron, ni tú volverás a ver el Cuzco, porque tan luego como haya yo llegado a donde está el Capitán con mis gentes, te haré quemar vivo, porque has sabido guardar tan mal la amistad que a nombre del César mi señor concerté contigo, y de esto no te quepa duda si no das traza de que estos indios amigos tuyos dejen las armas y vengan de paz, como te he dicho otras veces». A todas estas razones estuvo atento Chilichuchima sin responder palabra, pero siempre obstinado en su endurecimiento dijo: «que no se hacía lo que él mandaba a aquellos capitanes porque no querían obedecer; que por él no había quedado de hacerles entender que vinieran de paz», con semejantes palabras se disculpaba de lo que se le atribuía; pero el Gobernador, que ya sabía de cierto sus tratos, le dejó en su mal pensamiento sin volverle a hablar acerca de esto. Pues pasado el río ya tarde pasó adelante el Gobernador con esta gente y llegó por la noche a un pueblo llamado Rímac, una legua de aquel río. Y aquí llegó el Mariscal con cuatro caballos a esperarlo y después de hablarse se partieron a otro día para el campo de los caballos españoles, adonde llegó en la tarde, habiendo salido a su encuentro el Capitán y muchos otros, y se holgaron todos mucho de verse juntos. El Gobernador dio a cada uno las gracias, según sus méritos, por el valor que habían mostrado, y todos juntos partieron y en la tarde llegaron dos leguas más adelante a un pueblo llamado Sachisagagna. Los capitanes informaron al Gobernador de todo lo sucedido en la forma que se ha contado. Entrados a aposentarse en este pueblo, el Capitán y el Mariscal pidieron al Gobernador que hiciera justicia de Chilichuchima, porque había de saber que todo lo que hacían los cristianos lo avisaba Chilichuchima a los contrarios, y que él era el que les había hecho salir del monte de Bilcas, exhortándolos a venir a pelear con los cristianos que eran pocos, y que con los caballos no podrían subir aquellas montañas sino paso a paso y a pie, dándoles otros mil avisos de donde los habían de esperar y de lo que habían de hacer como hombre que había visto estos lugares y conocía las mañas de los cristianos, con los que había vivido tanto tiempo. Informado el Gobernador de todas estas cosas mandó que fuese quemado vivo en medio de la plaza, y así se hizo que los principales y más familiares suyos eran los que ponían más diligencia en prender el fuego. El religioso trataba de persuadirlo a que se hiciera cristiano diciéndole que los que se bautizaban y creían con fe verdadera en nuestro redentor Jesucristo, iban a la gloria del paraíso y los que no creían en él iban al infierno y a sus penas, haciéndoselo entender todo por un intérprete. Mas él no quiso ser cristiano diciendo que no sabía qué cosa fuera esa ley, y comenzó a invocar a Paccamaca y al capitán Quizquiz, que vinieran a socorrerlo. Este Paccamaca tienen los indios por su Dios, y le ofrecen mucho oro y plata, y es cosa verificada que el demonio está en ese ídolo y habla con los que van a pedirle alguna cosa. Y de esto se habla largamente en la relación que se envió a S. M. desde Caxamalca. De este modo pagó este Capitán las crueldades que hizo en la conquista de Atabalipa, y las maldades y traiciones que fraguó en daño de los españoles y deservicio de S. M. Toda la gente de la tierra se alegró infinito de su muerte, porque era muy aborrecido de todos por conocer lo cruel que era.

Capítulo XI

Visítalos un hijo del cacique Guaynacaba con el cual conciertan amistad, y les hace saber los movimientos del ejército de los indios enemigos, con el que tienen algunos encuentros antes de entrar en el Cuzco, donde ponen por señor al hijo de Guainacaba

Aquí reposaron los españoles aquella noche habiendo puesto buenas guardias en el campo por haberse entendido que Quizquiz estaba cerca con toda la gente; y a la mañana siguiente vino a visitar al Gobernador un hijo de Guainacaba hermano del cacique muerto, el mayor y más principal señor que había entonces en aquella tierra, que había andado siempre fugitivo porque no lo mataran los de Quito. Éste dijo al Gobernador que lo ayudaría en todo lo que pudiera para echar fuera de la tierra a todos los de Quito por ser sus enemigos y que lo odiaban y no querían estar sujetos a gente forastera. Éste era al que de derecho venía aquella provincia, y al que todos los caciques de ella querían por señor. Cuando vino a ver al Gobernador vino por los montes extraviando caminos, por temor de los de Quito, y el Gobernador recibió gran contento de su venida y le respondió: «mucho me place lo que me dices y hallarte con tan buena disposición para echar fuera esta gente de Quito, y has de saber que yo no he venido de Xauxa para otro efecto sino para impedir que ellos te hicieran daño, y librarte de su esclavitud, y puedes creer que yo no vengo para provecho mío, porque estaba yo en Xauxa seguro de tener guerra con ellos, y era excusado el trabajo de hacer tan larga y difícil jornada; pero sabiendo los agravios que te hacían quise venir a remediarlos y desfacerlos, como me lo mandaba el Emperador mi señor. Y así puedes estar seguro de que haré en favor tuyo todo lo que me parezca conveniente, y también para libertar de esta tiranía a las del Cuzco». Estas grandes promesas le hizo y dijo el Gobernador para tenerlo grato, y para que de continuo le diera noticia de cómo andaban las cosas, y aquel cacique quedó maravillosamente satisfecho y lo mismo todos los que con él habían venido. Y respondiole: «de aquí en adelante te daré cabal noticia de todo lo que hagan los de Quito para que no puedan incomodarte»; y de este modo se partió de él y dijo: «iba yo a pescar porque sé que mañana no comen carne los cristianos, y me encontré con este mensajero que me dice que Quizquiz con su gente de guerra va a quemar el Cuzco y que está ya cerca, y he querido avisártelo para que pongas remedio». El Gobernador hizo luego poner toda la gente a punto, y aunque era ya hora del mediodía, conocida la necesidad no quiso detenerse a comer, sino que caminó con todos los españoles en derechura la vuelta del Cuzco, que estaba a cuatro leguas de aquel lugar, con intención de asentar su campo cerca de la ciudad para entrar en ella a otro día temprano; y andadas dos leguas vio a lo lejos levantarse una grande humareda, y preguntada la causa a unos indios, dijeron que era un escuadrón de los de Quizquiz que había bajado del monte y le habían prendido fuego. Dos capitanes se adelantaron con unos cuarenta caballos para ver de alcanzar este escuadrón, el cual con presteza se juntó con los de Quizquiz y de los otros capitanes que estaban en una cuesta una legua antes de llegar al Cuzco aguardando a los cristianos en un paso en medio del camino. Vistos por los capitanes y españoles no pudieron evitar el encuentro con ellos, aunque el Gobernador les había hecho entender que esperaran a los otros para juntarse con ellos, lo que habrían hecho si no fuera porque los indios se movieron con mucho ánimo a encontrarlos. Y antes de ser acometidos les cayeron encima en la falda de un cerro y en breve espacio los rompieron haciéndolos huir al monte y matándoles doscientos. Otra escuadra de gente de a caballo traspuso por otra cuesta del monte en donde estaban de dos a tres mil indios, los que no teniendo ánimo para esperarlos, dejadas las lanzas que llevaban para poder mejor correr, echaron a huir. Y después que los primeros rompieron y desbarataron aquellos dos escuadrones y los hicieron huir a la alto, habiendo dos caballos ligeros españoles visto ciertos indios que de nuevo volvían abajo, se pusieron a escaramuzar con ellos y se vieron en gran peligro, sino que fueron socorridos y a uno le mataron el caballo, de lo que tomaron tanto ánimo los indios, que hirieron cuatro o cinco caballos y un cristiano, y los hicieron retirar hasta el llano. Los indios, como no habían visto hasta entonces huir a los cristianos, pensaron que lo hacían con arte para atraerlos al llano, y después acometerlos como lo hicieron en Bilcas, y entre ellos mismos lo decían, y por esta causa estuvieron sobre sí y no quisieron bajar abajo y seguirlos. En esto había llegado el Gobernador con los españoles, y por ser ya tarde asentaron el campo en un llano, y los indios se mantuvieron sobre el monte hasta la media noche a un tiro de arcabuz, dando gritos, y los españoles estuvieron toda la noche con los caballos ensillados y enfrenados; y a otro día al rayar el alba el Gobernador, ordenada la gente de a pie y de a caballo, tomó su camino para entrar en el Cuzco con buen concierto y sobre aviso creyendo que los enemigos vendrían a acometerle en el camino, pero no compareció ninguno. De este modo entró el Gobernador con su gente en aquella gran ciudad del Cuzco sin otra resistencia ni batalla, el viernes a hora de misa mayor, a quince días del mes de noviembre del año del nacimiento de Nuestro Salvador y Redentor Jesucristo MDXXXIII. Hizo el Gobernador alojar a todos los cristianos en los aposentos que estaban alrededor de la plaza de la ciudad, y mandó que todos salieran a dormir con sus caballos a la plaza en sus toldos, hasta que pudiera verse si venían los enemigos y fue continuado y observado este orden por un mes continuo. El día siguiente el Gobernador hizo señor a aquel hijo de Guaynacaba por ser joven prudente y vivo y el principal de cuantos había allí en aquel tiempo y a quien (como queda dicho) venía de derecho aquella señoría e hízolo tan presto para que los señores y caciques no se fueran a sus tierras, que eran de diversas provincias y muy lejos unas de otras, y para que los naturales no se juntaran con los de Quito, sino que tuvieran un señor separado al que habían de reverenciar y obedecer y no se abanderizaran, y así mandó a todos los caciques que lo obedecieran por señor e hicieran todo lo que él les mandara.
Capítulo XII

El nuevo cacique va con ejército para echar a Quizquiz del Estado de Quito: tiene algunos encuentros con los indios, y por la aspereza de los caminos se vuelven, y de nuevo van allá con ejército y compañía de españoles, y antes que vayan, el cacique da la obediencia al Emperador

Hecho esto luego dio orden a este cacique nuevo de que se juntara mucha gente para ir a debelar a Quizquiz y echar a los de Quito fuera de la tierra, diciendo que no era cosa regular que siendo él Señor otro permaneciera en la tierra suya contra su voluntad, y otras palabras que sobre esto dijo el Gobernador en presencia de todos, para que vieran el favor que él le daba, y el afecto que le mostraba, y esto no por bien o provecho que pudiera resultar a los españoles, sino por el suyo particular. El cacique recibió mucho contento de esta orden y en término de cuatro días juntó cinco mil indios y más, todos bien a punto con sus armas, y el Gobernador mandó con ellos un Capitán suyo con cincuenta de a caballo, y él se quedó guardando la ciudad con el resto de la gente. Pasados diez días volvió el Capitán y contó al Gobernador lo que había sucedido, diciendo que al anochecer había llegado con la gente al real de Quizquiz a cinco leguas de allí, porque había ido rodeando por otro camino, por donde le había guiado el cacique; pero antes que llegara al real enemigo encontró por el camino doscientos indios apostados en una hoya y que por la tierra áspera no pudo quitarles el fuerte y adelantárseles para que no pudieran dar aviso de su ida, como lo dieron. Mas aunque esta compañía estaba en lugar fuerte no se atrevió a esperarlo y se pasó de la otra parte de un puente que era imposible el pasarlo, porque desde un monte que lo dominaba, adonde los indios se habían recogido, tiraban tantas piedras que a ninguno dejaban pasar, y por ser la tierra y el sitio de lo más áspero e inaccesible que se ha visto, se volvieron atrás, y todavía dijo que había muerto doscientos indios, y el cacique se alegró mucho de cuanto se había obrado, y al volver a la ciudad lo llevó por otro camino más corto, en el que halló el Capitán por muchas partes gran cantidad de piedras amontonadas para defenderse de los cristianos, y halló entre otros pasos uno tan malo y difícil, que sufrió grandes trabajos con toda su gente y no se podía seguir adelante, donde bien se conoció que el cacique tenía amistad verdadera y no fingida con el Gobernador y los cristianos, porque los apartó de aquel camino en donde no habría escapado ningún español. Dijo que después que se partió de la ciudad no anduvo un tiro de ballesta por tierra llana; que toda la tierra era montañosa, pedregosa y dificilísima de andar, y que si no hubiera sido porque era la primera vez que iban con el cacique y pudiera achacarlo a miedo, se hubiera vuelto para atrás. El Gobernador hubiera querido que se siguiera a los enemigos hasta echarlos del lugar donde estaban; pero oída la aspereza del sitio quedó contento de lo que se había hecho. El cacique dijo que él había mandado su gente al alcance de los enemigos y que pensaba que les harían algún daño, y así dentro de cuatro días vino luego la nueva de que les habían muerto mil indios. El Gobernador encargó otra vez al cacique que hiciera juntar más gente, que él quería mandar con ella caballos suyos para que no parara hasta echar de la tierra a los enemigos. Vuelto el cacique de esta jornada se fue a ayunar a una casa que estaba en un monte, habitación que labró su padre en otro tiempo, donde estuvo tres días, y pasados vino a la plaza donde los hombres de aquella tierra le dieron obediencia según su usanza, reconociéndolo por señor y ofreciéndole el plumaje blanco, según hicieron en Caxamalca al cacique Atabalipa. Hecho esto hizo juntar todos los caciques y señores que había allí y habiéndoles hablado sobre el daño que hacían los de Quito en su tierra, y cuánto bien resultaría a todos de poner remedio, les mandó que llamaran y aparejaran gente para ir contra ellos y echarles del lugar en que se habían puesto, lo que hicieron al punto sus capitanes, y dieron traza de hacer gente en tan breve espacio, que en término de ocho días puso en aquella ciudad más de diez mil hombres de guerra, todos escogidos, y el Gobernador hizo alistar cincuenta caballos ligeros con un Capitán para que salieran el último día de la pascua de Navidad. El Gobernador antes que se hiciera aquella jornada, queriendo asentar paz y amistad con aquel cacique y su gente, dicha la misa por el religioso el día de Navidad, salió a la plaza con mucha gente de su compañía que hizo juntar, y en presencia del cacique y señores de la tierra y gente de guerra que estaba sentada junto con sus españoles, el cacique en un escabel y su gente en el suelo alrededor suyo. El Gobernador les hizo un parlamento como en semejantes casos suele hacerse, y por mí su Secretario y Escribano del ejército les fue leída la demanda y requerimiento que S. M. había mandado se les hiciera, y su contenido les fue declarado por un intérprete, lo entendieron bien y a todo respondieron. Requirióseles que fueran y se llamaran vasallos de S. M. y el Gobernador le recibió en su amistad con la misma solemnidad con que se hizo la otra vez de alzar dos veces el estandarte real, y en señal de ello los abrazó el Gobernador con mucha alegría a son de trompetas, haciéndose otras solemnidades que aquí no se escriben por evitar prolijidad. Hecho esto se puso en pie el cacique y en un vaso de oro dio a beber por su mano al Gobernador y a los españoles, y luego se fueron a comer por ser ya tarde.

Capítulo XIII

Tienen sospecha de que el cacique quiere revelarse, resulta infundada, van con él muchos españoles con veinte mil indios contra Quizquiz, y de lo que les acontece dan aviso al Gobernador por medio de una carta

Y habiéndose de partir dentro de dos días el Capitán español con los indios y el cacique para ir contra los enemigos, no pudiendo durar siempre las cosas en un mismo ser por estar sujetas a las varias vicisitudes del mundo que cada día acontecen, fue informado el Gobernador por algunos españoles e indios amigos y aliados naturales de la tierra, de que se trataba y platicaba entre los principales del cacique de juntarse con la gente de Quito, y otras cosas de que lo acusaban; de lo que habida alguna sospecha y para tener entera certificación de que era fiel y verdadera la amistad del cacique a los cristianos que lo querían tanto, queriendo saber la verdad del hecho, a otro dio llamada el cacique y otros principales a su aposento les dijo lo que se contaba de ellos, de lo cual hecha averiguación y dado tormento a algunos indios resultaron el cacique y los principales sin culpa ninguna, y se certificó que ni en dicho ni en hecho se había tratado cosa alguna en daño de españoles, pero sí que dos principales eran los que habían dicho que puesto que sus antepasados no habían estado nunca sujetos a otro, no debían ellos ni el cacique someterse. Pero no obstante esto, por lo que se pudo comprender entonces y después, se conoció y creyó que siempre amaron a los españoles y no fue fingida su amistad con ellos.

No salió esta gente a su jornada, porque siendo el rigor del invierno y lloviendo todos los días mucho, se determinó dejar pasar la fuerza del agua, principalmente por haber muchos puentes maltratados y rotos que era preciso componer. Venido el tiempo en que cesaron las aguas, el Gobernador hizo poner en orden los cincuenta caballos con el cacique y la gente suya que tenía dispuesta para la jornada, los cuales con el Capitán que él les dio se pusieron en marcha la vuelta de Xauxa para la ciudad de Bilcas, donde se tenía entendido que estaban los enemigos, y por estar los caminos cortados por las muchas lluvias del invierno y los ríos crecidos sin que hubiera puente alguno en muchos de ellos, los españoles pasaron con sus caballos con mucho trabajo, y uno de ellos se ahogó. Llegados por sus jornadas al río que está a cuatro leguas de Bilcas, se entendió que los enemigos se iban la vuelta de Xauxa. Y por estar el río crecido y furioso, y el puente quemado, hubieron de detenerse para hacerlo de nuevo, porque sin él era imposible pasarlo, ni con sus barcos que llaman balsas, ni a nado, ni de otra manera. Veinte días estuvo aquí el campo para reponer el puente, pues los maestros tuvieron mucho que hacer, porque la agua estaba crecida y desbarataba las crisnejas que se ponían; y si el cacique no tuviera aquí tanto número de gente para hacer este puente y para él pasar y tirar de las crisnejas, no se habrían podido hacer, pero habiendo veinticinco mil hombres de guerra, y volviendo a probar una vez y otra, valiéndose de cuerdas y de balsas, al cabo pasaron las crisnejas, y pasadas hicieron luego en breve espacio el puente; tan bueno y tan bien hecho, que otro semejante y tan grande no se halla en aquella tierra, que es de trescientos sesenta y tantos pies de largo, y de ancho podían pasar dos caballos a un tiempo sin riesgo alguno. Pues pasado aquel puente y allegados a Bilcas, los españoles se aposentaron en la ciudad, desde donde dieron cuenta al Gobernador de cómo andaban las cosas. Aquí estuvo asentado el campo descansando algunos días para tener noticia del lugar en que estaban los enemigos, que no lo sabían más particularmente sino que iban la vuelta de Xauxa, y que pensaban ir a dar en los españoles que habían quedado allí de guarnición. Pues sabido esto se partió al punto el Capitán con los españoles en auxilio suyo, llevándose consigo a un hermano del cacique con cuatro mil hombres de guerra, y el cacique se volvió a la ciudad del Cuzco, y el Capitán envió al Gobernador la carta que el Lugarteniente escribía de Xauxa a gran prisa y era del tenor siguiente: «Cuando vuestra merced echó del Cuzco a los enemigos se rehicieron y vinieron la vuelta de Xauxa y antes que llegaran se supo por los nuestros cómo venían con gran pujanza porque de todos los lugares de la comarca sacaban la más gente que podían tanto para la guerra como para los mantenimientos y cargas, lo que sabido por el tesorero Alfonso envió cuatro caballos ligeros a un puente que está doce leguas de la ciudad de Xauxa, donde supieron que los enemigos estaban de la otra parte en una provincia principal, de manera que vueltos a Xauxa puso el Tesorero la mayor diligencia que pudo, así en la guarda de la ciudad y en el buen trato de los caciques que estaban dentro de la ciudad con él, como en informarse y entender sotilmente todos los pasos de los enemigos. Y la mayor sospecha que tenían era de los indios que estaban dentro de la población, que eran en gran cantidad, y de los comarcanos, porque casi todos estaban de acuerdo con los enemigos para venir a atacar a los españoles por cuatro partes. Con este acuerdo, los indios de Quito pasaron con intento de que un Capitán con quinientos de ellos viniera de la parte de un monte y pasaran el río que dista un cuarto de legua de la ciudad, y se pusiera en lo más alto del monte para asaltar la ciudad un día concertado entre ellos, y el capitán Quizquiz e Incurabaliba, que eran los principales capitanes, habían de venir por el llano con el mayor golpe de gente, lo que se supo pronto por medio de un indio a quien se le dio tormento, de manera que el Capitán que había de pasar el río y embestir la ciudad desde el monte caminó mucho y llegó un día antes que la demás gente; y una mañana al amanecer vino nueva a la ciudad cómo muchos enemigos habían pasado el puente, de que nació grande alteración entre los indios naturales de Xauxa que servían lealmente a los cristianos, de donde se presumió que toda la tierra estaba alzada como se ha dicho. Proveyó principalmente el Tesorero que todo el oro de S. M. y de los compañeros que entonces había en la ciudad se pusiese en una gran casa donde hizo poner guardia de los españoles más flacos y enfermos, ordenando que los demás estuviesen prevenidos para pelear, y mandó que diez caballos ligeros fueran a ver cuanta cantidad de enemigos era la que había pasado el río para tomar el monte, y él se quedó en la plaza con la demás gente esperando por si el mayor número de enemigos viniera por el llano. Los corredores españoles dieron en los indios que habían pasado el puente, los cuales se retiran y las españoles hubieron de pasar el puente tras ellas con algunos peones ballesteros que les había mandado el Tesorero, de manera que los indios se volvieron huyendo con mucho daño. El golpe más grande de los otros que venía por el llano no llegaron al tiempo que habían concertado con los otros para asaltar la ciudad, y por esperarlos andaban entreteniendo el tiempo. Esta noche y el día se estuvo con mucha vigilancia en la ciudad y estuvo siempre la gente armada con los caballos ensillados, todos juntos en la plaza, pensando que la noche siguiente vendrían los indios a embestir la ciudad y a tratar de quemarla, como se decía que tenían intento de hacerlo. Pasados los dos cuartos de la noche viendo que los enemigos no parecían tomó consigo el Tesorero un caballo ligero y fue a ver en qué parte habían asentado el campo los indios enemigos y cuánto se habían acercado a la ciudad (porque los indios que de esto daban aviso no sabían dónde estaban, y asimismo porque los enemigos tomaban los caminos para que nadie diera aviso), de manera que aclarando el día se halló el Tesorero a cuatro leguas de la ciudad, y visto el lugar donde estaban los indios y la calidad del sitio, se volvió a la ciudad a la que llegó después de mediodía. Visto por los indios enemigos que los españoles los habían descubierto, y temiendo mucho, se alzaron de aquel sitio y se fueron la vuelta de la ciudad, y en la noche se vinieron a poner un cuarto de legua de ella a la orilla de un río pequeño que entraba en el grande. Sabido esto por los españoles estuvieron aquella noche con mucho recaudo, y al día siguiente por la mañana después de oír misa tomó el tesorero veinte caballos ligeros y veinte peones con dos mil indios amigos, dejando en la ciudad otros tantos españoles de a caballo y otros tantos de a pie, previniéndoles que cuando los enemigos los acometieran por la otra parte hicieran una señal que ellos la pudieran ver para que vinieran a socorrerlos. Salidos de la ciudad los españoles con el Lugarteniente, vieron que los indios de Quito habían cruzado el río pequeño con sus escuadrones, en los que podría haber hasta seis mil de ellos, que viendo a los españoles se retiraron y volvieron a pasar de la otra banda. Pues viendo el Tesorero y los españoles que si ellos no acometían a los enemigos aquel día, la noche siguiente vendrían a saquear y poner fuego a la ciudad, de manera que se tendría mayor trabajo si se aguardara la noche, determinó de pasar el río y pelear con los enemigos, donde se tuvo una brava escaramuza así de tiros de ballestas y arcos como de piedras, y al Tesorero que iba delante de todos por el río abajo, le acertaron una en la coronilla de la cabeza que lo echó del caballo en medio del río, y atarantado se lo llevó el agua un gran tiro de piedra, de suerte que se hubiera ahogado si no lo hubieran socorrido unos ballesteros españoles que allí estaban, que lo sacaron con mucho trabajo. Dieron asimismo a su caballo una pedrada en una pierna que se la rompieron y murió luego. En esto cobraron grande ánimo los españoles y apretaron para pasar el río; y viendo los indios su determinación se retiraron huyendo a un monte agro donde murieron unos ciento. Los caballos los siguieron más de legua y media por el monte; y porque se habían recogido a lo más fuerte del monte a donde los caballos no podían subir, se retiraron a la ciudad. Y visto luego que los enemigos no salían de aquella fortaleza del monte, se determinaron a volver de nuevo contra ellos, y salieron la vuelta de ellos veinte españoles con más de tres mil indios amigos, y los acometieron en aquel monte, donde estaban fortalecidos y mataron muchos echándolos más de tres leguas con muerte de muchos caciques comarcanos que estaban a favor suyo; con cuya victoria quedaron tan contentos los indios amigos como si ellos solos la hubieran alcanzado. Los indios de Quito se volvieron a juntar otra vez en un sitio que se llama Tarma distante cinco leguas de Xauxa, de donde asimismo fueron echados, porque hacían mucho daño en las tierras vecinas.

Capítulo XIV

De la gran cantidad de oro y plata que hicieron fundir de las figuras de oro que adoraban los indios. De la fundación de la ciudad del Cuzco, donde se hizo población de españoles, y del orden que en ella pusieron

Sabidas estas buenas nuevas por el Gobernador las hizo publicar inmediatamente, de lo que todos los españoles hubieron sumo contento y dieron infinitas gracias a Dios de que se les hubiera mostrado en todo y por todo tan favorable a esta empresa. Luego escribió el Gobernador y envió correos a la ciudad de Xauxa dando a todos la enhorabuena y agradeciéndoles el valor mostrado, y en particular a su Lugarteniente, diciéndole que de todo lo que le sucediera en adelante, le diera asimismo aviso. En el entretanto se dio mucha prisa el Gobernador en partirse de allí, dejando proveídas las cosas en la ciudad, fundando colonia y poblando copiosamente la dicha ciudad. Hizo fundir todo el oro que se había recogido, que estaba en pedazos, lo que hicieron en breve los indios prácticos en el oficio. Y se pesó la suma de todos y se hallaron quinientos ochenta mil doscientos y tantos pesos de buen oro. Se sacó el quinto de S. M. que fueron ciento diez y seis mil cuatrocientos sesenta y tantos pesos de buen oro. Y de la plata se hizo la misma fundición, y pesada en junto se hallaron ser doscientos quince mil marcos, poco más o menos, y de ellos ciento setenta mil y tantos eran de plata buena en vajilla y planchas, limpias y buenas y el resto no era así porque estaba en planchas y piezas mezcladas con otros metales conforme se sacaba de la misma. Y de todo esto se sacó asimismo el quinto de S. M. Verdaderamente era cosa digna de verse esta casa donde se fundía llena de tanto oro en planchas de ocho y diez libras cada una, y en vajilla; ollas y piezas de diversas figuras con que se servían aquellos señores, y entre otras cosas singulares eran muy de ver cuatro carneros de oro fino muy grandes, y diez o doce figuras de mujer, del tamaño de las mujeres de aquella tierra, todas de oro fino, tan hermosas y bien hechas como si estuvieran vivas. Éstas las tenían ellos en tanta veneración como si fueran señoras de todo el mundo y vivas, y las vestían de ropas hermosas y finísimas, y las adoraban por Diosas, y les daban de comer y hablaban con ellas como si fueran mujeres de carne. Éstas entraron en el quinto de S. M. Había además otras de plata de la misma hechura; y al ver los grandes vasos y piezas de aquella plata bruñida era cierto cosa de gran contento. Todo este tesoro lo dividió y repartió el Gobernador entre los españoles que fueron al Cuzco y los que se quedaron en la ciudad de Xauxa, dando a cada uno tanto de plata buena y tanto de mala con tantos pesos de oro bueno, y al que tenía caballo la parte conforme a su mérito y al de su caballo, y a las servicios que tenía hechos; y a los peones, lo mismo respectivamente según que se encontraba apuntado por su orden en el libro de las reparticiones que se hizo. Todo esto se acabó de hacer en ocho días y al cabo de otros tantos partió de aquí el Gobernador dejando poblada la ciudad del modo que se ha dicho. En el mes de marzo de 1534 ordenó el Gobernador que se reunieran en esta ciudad la mayor parte de los españoles que tenía consigo, e hizo un acta de fundación y formación del pueblo, diciendo que lo asentaba y fundaba en el mismo ser y tomó posesión de él en medio de la plaza y en señal de fundar y comenzar a edificar el pueblo y colonia hizo ciertas ceremonias, según se contiene en la acta que se hizo, la que yo el Escribano leí en voz alta a presencia de todos; y se puso el nombre a la ciudad «la muy noble y gran ciudad del Cuzco», y continuando la población dispuso la casa para la iglesia que había de hacerse en la dicha ciudad sus términos, límites y jurisdicción, y en seguida echó un bando diciendo que podían venir a poblar aquí y serán recibidos por vecinos los que quisieran poblar, y vinieron muchos en tres años. De entre todos se escogieron las personas más hábiles para encargarse del gobierno de las cosas públicas y nombró su lugarteniente, alcaldes y regidores ordinarios, y otros oficiales públicos los cuales eligió y nombró en nombre de Su Majestad, y les dio poder para ejercer sus oficios. Esto hizo el Gobernador con acuerdo y consejo del religioso que traía consigo y del contador de S. M. que estaba entonces con él, con parecer de los cuales, vistas y consideradas las personas de los vecinos, hasta tanto que S. M. dispusiera lo que se había de hacer en el repartimiento de los naturales, en el intermedio fue a todos una cierta parte y cantidad señalada encomendando un número de ellos a los españoles que se quedaran para que los enseñaran y doctrinaran en las cosas de nuestra santa fe católica. Y fueron repartidos y dados en servicio de S. M. doce mil y tantos indios casados en la provincia del Callao, al medio de ella cerca de las minas, para que sacaran oro para S. M. de lo que se entiende le tendrá grandísimo provecho, considerada la riqueza de las minas que en ella hay, de las cuales cosas se hace larga mención en el libro de la fundación de esta colonia y en el registro del depósito que se hizo de los indios comarcanos, dejando a la voluntad de S. M. el aprobar, confirmar o enmendar estas cosas según que le parezca convenir mejor a su real servicio.

Capítulo XV

Parte el Gobernador con el cacique para Xauxa, y tiene nueva del ejército de Quito, y de ciertas naves que vieron en aquellas costas unos españoles que fueron a la ciudad de San Miguel

Hechas estas provisiones se partió el Gobernador para Xauxa llevándose consigo al cacique, y los vecinos quedaron guardando la ciudad, con ordenanzas que les dejó el Gobernador para que por ellas se gobernaran hasta tanto que él mandara otra cosa y caminando por sus jornadas el día de pascua vino a hallarse sobre el río de Bilcas, donde supo por cartas y noticias de Xauxa que la gente de guerra de Quito después que fue rota y echada de aquellos lugares últimos por el Capitán del Cuzco, se había retirado y fortificado a cuarenta leguas de Xauxa camino de Caxamalca en un mal paso en medio del camino, y habían hecho sus cercas para estorbar el paso a los caballos con unas puertas en ellas muy angostas y una calle para subir a una piedra alta donde el Capitán habitaba con la gente, que no tenía paso ninguno sino por esta parte donde habían hecho esta fuerza con estas puertas tan angostas, y que se pensaba que aquí esperaran socorro porque se tenía nueva de que el hijo de Atabalipa venía con mucha gente. Este aviso comunicó el Gobernador al cacique el cual despachó al punto correos a la ciudad del Cuzco para hacer venir gente de guerra, que no pasaran de dos mil, pero los mejores de toda la provincia, porque el Gobernador le dijo que era mejor que fueran pocos y buenos, que muchos e inservibles, porque los muchos destruirían las comidas de las tierras por donde pasaran, sin necesidad ni provecho. Escribió asimismo el Gobernador al Lugarteniente y Corregidor del Cuzco que favoreciera a los capitanes del cacique e hiciera diligencia de que la gente viniera pronto. Partió de este lugar el Gobernador el segundo día de pascua y por sus jornadas llegó a Xauxa donde supo por entero lo que allí había pasado en su ausencia, y en especial lo que habían hecho los de Quito, y señaladamente le dijeron que después que los enemigos fueron ahuyentados de los alrededores de Xauxa, se habían retirado veinte o treinta leguas de allí en un monte, y que conforme el Capitán salió contra ellos con el hermano del cacique y cuatro mil hombres llegaron a la vista de ellos, después de descansar unos días fueron a acometerlos y los desbarataron y echaron de aquel sitio con mucho trabajo y peligro grande. Vueltos a Xauxa, el mariscal D. Diego de Almagro, que cuando el Capitán y españoles vinieron del Cuzco había venido con ellos por orden del Gobernador a visitar los indios comarcanos para ver y saber el estado en que estaban las cosas en aquella ciudad y de sus vecinos, salió a visitar los caciques y señores de la comarca de Chincha y Pachacama, y los otros que tienen sus tierras y viven en las postas del mar. En tal estado halló las cosas el Gobernador cuando llegó a Xauxa, y descansando del largo viaje sin proveer nada en los primeros días en cosa alguna, esperaba los indios para ir a echar a los enemigos del fuerte que habían tomado y acabar con ellos, cuando le llegó uno de dos mensajeros españoles que habían ido a la ciudad de San Miguel para ver cómo estaban las cosas de ella, el cual le dijo de esta manera:

«Señor, partido que hube de aquí por orden del Mariscal me puse a caminar con gran diligencia por los llanos y la orilla del mar no con poco trabajo, porque muchos caciques de los que hay por el camino estaban alzados; pero algunos que eran amigos nos proveyeron de lo que necesitábamos y ellos nos informaron que por la costa del mar se habían visto cuatro navíos, los que yo vi un día, y considerando que yo era enviado a la ciudad de San Miguel para saber si habían llegado navíos del adelantado Alvarado o de otros, anduve nueve días y nueve noches por la costa, algunas veces a la vista de ellos, creyendo tomarían puerto y entendería así quiénes eran, pero con toda esta diligencia y trabajo no pude conseguir lo que quería, por lo que me puse a seguir mi viaje a la ciudad de San Miguel, y pasando del otro lado del río grande fui informado por los indios de la tierra de que venían cristianos por aquel camino, y pensando yo que sin duda sería gente del adelantado Alvarado, anduvimos un compañero y yo sobre aviso para no encontrarnos con ellos de improviso; y llegados cerca de Motupe supe que andaban cerca de aquella tierra y esperé que viniera la noche, y al despuntar el día envié a mi compañero a hablar con ellos y a ver qué gente fuera, y le di ciertas señales para que avisara y finalmente supe ser gente que venía a la conquista de estos reinos, por lo que me fui a ellos y hablé largo diciéndoles la embajada que llevaba y ellos con retorno me informaron diciéndome haber venido a la ciudad de San Miguel en ciertos navíos de Panamá, y eran en número de doscientos cincuenta. Llegados a San Miguel, el Capitán que estaba en aquella ciudad con los doscientos, de ellos setenta de a caballo, se había ido a las provincias de Quito para conquistarlas, y ellos que serían hasta treinta personas con sus caballos sabiendo las conquistas que se hacían en el Cuzco y la falta que había de gente no quisieron ir con el Capitán a aquellas provincias de Quito y así venían para Xauxa, y les dieron noticia de todo lo sucedido aquí, y de la guerra que se había tenido con los indios de Quito, y para traer más presto las nuevas de lo sucedido allá, me volví desde aquel lugar sin ir a la ciudad de San Miguel, sabiendo de cierto ser ya partido el Capitán con su gente y que ya iba cerca de Cossibamba. Volviendo por mi camino la pascua pasada encontré al mariscal D. Diego de Almagro cerca de la tierra de Cena que es donde se aparta el camino de Caxamalca al que conté cómo pasaban las cosas, y cómo el Capitán que iba a Quito sospechaban algunos que no iba con buenas intenciones. El Mariscal, oído esto se partió al punto para alcanzar al Capitán que llevaba esta gente a la jornada de Quito, para detenerlo hasta tanto que proveyeran juntos a las necesidades de esta guerra. Pues esto es, señor, lo que me ha sucedido en este viaje durante el cual procuré de tener noticia de aquellos navíos pero no pude saber de ellos otra cosa. De Alvarado nada se sabe, sino que se piensa que haya desembarcado ya en esta costa del mar o haya pasado más adelante según lo que las cartas me dicen».

Capítulo XVI

Labran en la ciudad de Xauxa una iglesia, y mandan tres mil indios con algunos españoles contra los indios enemigos. Tienen nueva de la llegada de muchos españoles y caballos, por lo cual mandan gente a la provincia de Quito. Relación de la calidad y gente de la tierra de Tumbes hasta Chincha y de la provincia Collao y Condisuyo

El Gobernador recibió este mensajero, leyó las cartas que traía y le preguntó otras muchas cosas, y para proveer lo que le parecía conveniente en este negocio llamó a todos los oficiales de S. M. y habiéndose tratado de la ida de aquel Capitán a Quito, y como el Mariscal ya se habría avocado con él según la nueva traída por aquel mensajero, se acordó que él mandara un Lugarteniente suyo con poder bastante para aquella jornada, y escritas sus cartas a la ciudad de San Miguel y al Mariscal diciéndoles lo que se había de hacer, despachó con ellas tres cristianos para que fueran con más presteza y más seguras, mandándoles que se dieran prisa en el camino y de continuo fueran avisando lo que supieran. Proveído esto ordenó el lugar y sitio donde se había de levantar la iglesia en aquella ciudad de Xauxa, la cual mandó que hicieran los caciques de la comarca, y fue edificada con sus grandes puertas de piedra. En este intermedio llegaron como cuatro mil indios de guerra de la ciudad del Cuzco de los que el cacique había mandado llamar, y el Gobernador hizo alistar cincuenta españoles de a caballo y treinta peones para ir a echar a los enemigos del paso donde estaban, y se partieron con el cacique y su gente, el cual cada vez quería más a los españoles. Mandó el Gobernador al Capitán de estos españoles que persiguieran a los enemigos hasta Guanuco o más allá conforme lo creyera necesario, y que de todo le avisaran de continuo por cartas y mensajeros. Después de esto vinieron al Gobernador nuevas de los navíos, la vigilia de pascua del Espíritu Santo, y asimismo recibió carta de San Miguel que le trajeron dos españoles y supo cómo los navíos por el mal tiempo se habían quedado a sesenta leguas de Paccacama sin poder pasar adelante, y que el Adelantado de Alvarado había arribado a Puerto Viejo hacía ya tres meses con cuatrocientos hombres y ciento cincuenta de a caballo, y que con ellos se entraba la tierra dentro la vuelta de Quito, creyéndose que llegaría allá al tiempo que el mariscal don Diego entrara en aquellas provincias por otro lado. Por todos estos avisos de la justicia y regimiento de la ciudad de S. Miguel, y de otras partes entró en cuidado el Gobernador, y para poner remedio con acuerdo de los oficiales envió a sus mensajeros por mar en un bergantín, con los cuales mandó poderes al Mariscal para que en nombre de S. M. con la gente que llevaba y con la demás que ya estaría a punto en la ciudad de San Miguel, a la cual mandaba que le dieran ayuda, conquistara, pacificara y poblara aquellas provincias de Quito. Proveyó así mismo otras cosas sobre esto, para que el Alvarado no hiciera daño en la tierra, porque así lo deseaba S. M., y asimismo determinó que a la venida de los navíos se mandara a S. M. razón de todo lo sucedido hasta aquella hora en esta empresa para que sea de todo informado, y pueda proveer en todo lo que tenga por más cumplidero a su real servicio. En este estado están las cosas de la guerra y lo demás obrado en esta tierra; y de la calidad de ella se dirá brevemente porque de Caxamalca se mandó relación de ello. Esta tierra desde la ciudad de Túmbez hasta Chincha tendrá diez leguas en la costa del mar, en partes más y en partes menos; es tierra llana y arenosa, no nace en ella yerba, ni llueve sino poco; es tierra fértil del maíz y frutas porque siembran y riegan las heredades con agua de los ríos que bajan de los montes. Las casas que habitan los labradores son de juncos y ramas, porque cuando no llueve hace gran calor, y pocas casas tienen techos. Es gente ruin, y muchos son ciegos por la mucha arena que hay. Son pobres de oro y de plata, que lo que tienen es porque lo cambian por mercadurías los que viven las sierras. Toda la tierra cercana al mar es de esta manera hasta Chincha y también cincuenta leguas más adelante. Se visten de algodón y comen maíz cocido y crudo y la carne media cruda. Al fin de los llanos que se llaman Ingres hay unas sierras altísimas que duran desde la ciudad de San Miguel hasta Xauxa, que bien podrán ser ciento cincuenta leguas de largo, pero tienen poca anchura. Es tierra muy alta y fuerte de montes y de muchos ríos; no hay selvas sino algunos árboles donde siempre hay muy gran niebla. Es muy fría porque hay una sierra nevada que dura casi desde Caxamalca a Xauxa, donde hay nieve todo el año. La gente que allí vive es más racional que la otra, porque es muy pulida y guerrera y de buena disposición. Éstos son muy ricos de oro y de plata porque lo sacan de muchas partes de la sierra. Ningún señor de los que han gobernado estas provincias ha hecho nunca caso de la gente de la costa, por ser ruin y pobre como se ha dicho, que no se servían de ella sino para traer pescado y frutas, pues por ser de tierra caliente luego que van a aquellos lugares de sierras se enferman por la mayor parte, y lo mismo sucede a los que habitan las montañas, si bajan a la tierra caliente. Los que habitan de la otra parte de la tierra adentro tras de las cumbres, son como salvajes que no tienen casas, ni maíz sino poco; tienen grandísimas montañas y casi se mantienen de la fruta de las árboles; no tienen domicilio ni asiento conocido; hay grandísimos ríos, y es tierra tan inútil, que pagaba todo el tributo a los señores en plumas de papagayo. Por ser esta sierra la mayor de toda la tierra tan estrecha y angosta y por estar destruida con las guerras que ha habido, no se pueden fundar poblaciones de cristianos, si no es un pueblo muy apartado de otro. Desde la ciudad de Xauxa camino del Cuzco se va anchando la tierra apartándose del mar; y los señores que han sido del Cuzco teniendo su estancia y residencia en el Cuzco, a la tierra que quedaba hacia Quito llamaban Cancasuelo, y a la tierra adelante que se llama Callao, Collasuyo; y a la parte del mar, Condisuyo; y a la tierra dentro Candasuyo; y de este modo ponían nombres a estas cuatro provincias hechas a guisa de cruz donde se encerraba su señorío. En el Collao no se tiene noticia de mar y es tierra llana a la que se ha visto, y grande y muy fría, y hay en ella muchos ríos de que se saca oro. Dicen los indios que hay en ella una laguna grande de agua dulce, y en medio tiene dos islas. Para saber el estado de esta tierra y su gobierno, mandó el Gobernador dos cristianos que le trajesen de ello larga información, los que partieron a principios de diciembre. La parte de Condisuyo hacia el mar en derecho del Cuzco, es tierra pequeña y muy deleitable, aunque es toda de montañas y piedras y la parte de la tierra dentro es lo mismo; corren por ella todos los ríos que no van a dar al mar de poniente; es tierra de muchos árboles y montes y está muy poco poblada. Esta sierra corre desde Tumbes hasta Xauxa, y desde Xauxa hasta la ciudad del Cuzco; es pedregosa y áspera, que si no hubiera caminos hechos a mano no se podría andar a pie cuanto menos a caballo por lo que había muchas casas llenas de materiales para hacer el piso, y en esto tenían tanto empeño los señores que no faltaba sino hacerlo. Todas las montañas agras están hechas a guisa de escalones de piedra, y de la otra parte del camino no tenía anchura por causa de unos montes que lo estrechaban de ambos lados y en uno habían hecho un espolón de piedra para que algún día no se cayese, y hay también otros lugares en que el camino tiene de ancho cuatro o cinco cuerpos de hombre, hecho y empedrada de piedra. Uno de los mayores trabajos que pasaron los conquistadores en esta tierra fue en estos caminos. Todos o la mayor parte de los pueblos de esas faldas de las sierras están y viven en colinas y montes altos; sus casas son de piedra y tierra; hay muchos aposentos en cada pueblo, y por el camino a cada legua o dos y más cerca, se encuentran los hechos para aposentar a los señores cuando salían a visitar la tierra, y de veinte en veinte leguas hay ciudades principales cabezas de provincia a donde los de otras ciudades pequeñas traían sus tributos que pagaban así de maíz y ropas como de otras cosas. Todas esas ciudades grandes tienen pósitos llenos de las cosas que hay en la tierra y por ser muy fría se coge poco maíz, y éste no se da sino en partes señaladas; pero en todas, muchas legumbres y raíces con que las gentes se sustentan, y también buenas yerbas, como las de España. Hay también nabos silvestres y amargos. Hay bastante ganado de ovejas que anda en rebaños con sus pastores que lo guardan apartado de las sementeras, y tienen cierta parte de la provincia donde invernan. La gente, como se ha dicho, es pulida y de razón, y andan todos vestidos y calzados; comen el maíz cocido y crudo, y beben mucha chicha que es un brebaje hecho de maíz a modo de cerveza. Es gente muy tratable y muy obediente y belicosa; tiene muchas armas de diversas maneras como se refirió en la relación que fue de Caxamalca de la prisión de Atabalipa, según arriba se dijo.

Capítulo XVII

Descripción de la ciudad del Cuzco y de su admirable fortaleza y de las costumbres de sus habitantes.

La ciudad del Cuzco por ser la principal de todas donde tenían su residencia los señores, es tan grande y tan hermosa que sería digna de verse aun en España, y toda llena de palacios de señores, porque en ella no vive gente pobre, y cada señor labra en ella su casa y asimismo todos los caciques, aunque (perche) estos no habitaban en ella de continuo. La mayor parte de estas casas son de piedra y las otras tienen la mitad de la fachada de piedra; hay muchas casas de adobe, y están hechas con muy buen orden, hechas calles en forma de cruz, muy derechas, todas empedradas y por en medio de cada una va un caño de agua revestido de piedra. La falta que tienen es el ser angostas, porque de un lado del caño solo puede andar un hombre a caballo, y otro del otro lado. Está colocada esta ciudad en lo alto de un monte y muchas casas hay en la ladera y otras abajo en el llano. La plaza es cuadrada y en su mayor parte llana, y empedrada de guijas: alrededor de ella hay cuatro casas de señores que son las principales de la ciudad, pintadas y labradas y de piedra, y la mejor de ellas es la casa de Guaynacaba (Huayna Cápac) cacique viejo, y la puerta es de mármol blanco y encarnado y de otros colores, y tiene otros edificios de azoteas, muy dignos de verse. Hay en la dicha ciudad otros muchos aposentos y grandezas: pasan por ambos lados dos ríos que nacen una legua más arriba del Cuzco y desde allí hasta que llegan a la ciudad y dos leguas más abajo, todos van enlosados para que el agua corra limpia y clara y aunque crezca no se desborde: tienen sus puentes por los que se entra a la ciudad. Sobre el cerro, que de la parte de la ciudad es redondo y muy áspero, hay una fortaleza de tierra y de piedra muy hermosa; con sus ventanas grandes que miran a la ciudad y la hacen parecer más hermosa. Hay dentro de ella muchos aposentos y una torre principal en medio hecha a modo de cubo, con cuatro o cinco cuerpos, uno encima de otro: los aposentos y estancias de adentro son pequeños, y las piedras de que esta hecha están muy bien labradas, y tan bien ajustadas unas con otras que no parece que tengan mezcla, y las piedras están tan lisas que parecen tablas acepilladas, con la trabazón en orden, al uso de España, una juntura en contra de otra. Tiene tantas estancias y torres que una persona no la podría ver toda en un día: y muchos Españoles que la han visto y han andado en Lombardia y en otros reinos extraños, dicen que no han visto otro edificio corno esta fortaleza, ni castillo mas fuerte. Podrían estar dentro cinco mil Españoles: no se le puede dar batería, ni se puede minar, porque está colocada en una peña. De la parte de la ciudad que es un cerro muy áspero no hay más de una cerca: de la otra parte que es menos áspera hay tres, una más alta que otra, y la última de más adentro es la más alta de todas. La más linda cosa que puede haberse de edificios en aquella tierra, son estas cercas, porque son de piedras tan grandes, que nadie que las vea, no dirá que hayan sido puestas allí por manos de hombres humanos, que son tan grandes como trozos de montañas y peñascos, que las hay de al­tura de treinta palmos, y otros tantos de largo, y otras de veinte y veinticinco, y otras de quince pero no hay ninguna de ellas tan pequeña que la puedan llevar tres carretas: estas no son piedras lisas, pero harto bien encajadas y trabadas unas con otras. Los Españoles que las ven dicen, que ni el puente de Segovia, ni otro de los edificios que hicieron Hércules ni los Romanos, no son cosa tan digna de verse como esto. La ciudad de Tarragona tiene algunas obras en sus murallas hechas por este estilo, pero no tan fuertes ni de piedras tan grandes: estas cercas van dando vuelta, que si se les diera batería no se les podría dar de frente sino al sesgo de las de afuera29. Estas cercas son de esta misma piedra, y entre muralla y muralla hay tierra y tanta que por encima pueden andar tres carretas juntas. Están hechas a modo de tres gradas, que la una comienza donde acaba la otra, y la otra donde acaba la otra. Toda esta fortaleza era un depósito de armas, porras, lanzas, arcos, flechas, hachas, rodelas, jubones fuertes acojinados de algodón (imbottiti), y otras ar­mas de diversas maneras, y vestidos para los soldados, recogidos aquí de todos los rumbos de la tierra sujeta a los señores del Cuzco. Tenían muchos colores, azules, amarillos y pardos (berretini) y muchos otros para pintar; ropas, y mucho estaño y plomo, con otros metales, y mucha plata y algo de oro: muchas mantas y jubones acolchados para los hombres de guerra. La causa porqué esta fortaleza tiene tanto artificio, es, porque cuando se fundó la ciudad, que fue edificada por un señor orejón que vino de la parte de Condisuyo hacia el mar, grande hombre de guerra, conquistó esta tierra hasta Bilcas, y visto ser este el mejor lugar para fijar su domicilio, fundó aquella ciudad con su fortaleza; y todos los demás señores que le sucedieron después, hicieron algunas mejoras en esta fortaleza, con lo que siempre se fue aumentando y engrandeciendo. Desde esta fortaleza se ven entorno de la ciudad muchas casas a un cuarto de legua y media legua, y una legua y en el valle que está en medio rodeado de cerros hay más de cien mil casas, y muchas de ellas son de placer y recreo de los señores pasados y otras de los caciques de toda la tierra que residen de continuo en la ciudad: las otras son casas o almacenes lle­nos de mantas, lana, armas, metales y ropas, y de todas las cosas que se crían y fabrican en esta tierra. Hay casas donde se conservan los tributos que traen los vasallos a los caciques; y casa hay en que se guar­dan más de cien mil pájaros secos, porque de sus plumas que son de muchos colores se hacen vestiduras, y hay muchas casas para esto. Hay rodelas, adargas, vigas para cubrir las casas30, cuchillos y otras herramientas: alpargatas y petos (pettini) para provisión de la gente de guerra, en tanta cantidad que no cabe en el juicio como han podido dar tan gran tributo de tantas y tan diversas cosas. Cada señor difunto tiene aquí su casa de todo lo que le tributaron en vida, porque ningún señor que sucede (y esta es ley entre ellos) puede después de la muerte del pasado tomar posesión de su herencia. Cada uno tiene su vajilla de oro y de plata, y sus cosas y ropas aparte, y el que le sucede nada le quita. Los caciques y señores muertos mantienen sus casas de recreo con la correspondiente servidumbre de criados y mujeres, y les siembran sus campos de maíz, y se les pone un poco en sus sepulturas. Adoran al sol y le tienen hechos muchos tem­plos, y de todas las cosas que tienen, así de ropas co­mo de maíz y de otras cosas, ofrecen al sol, de lo que después se aprovecha la gente de guerra.

Capítulo XVIII

De la provincia del Collao y de la calidad y costumbres de sus pueblos, y de las ricas minas de oro que aquí se encuentran.

Los dos cristianos que fueron enviados a ver la provincia del Collao tardaron cuarenta días en su viaje, y vueltos luego a la ciudad del Cuzco donde estaba el Gobernador, le dieron nueva y relación de todo lo que habían visto y entendido que es esto que aquí abajo se declara. La tierra del Collao está lejos y muy apartada del mar, tanto que los naturales que la habitan no tienen noticia de él: es sierra muy alta y medianamente llana y con todo eso es sumamente fría. No hay en ella bosques ni leña para quemar, y la que se usa se consigue a cambio de mercadurías con los que viven cerca del mar, llamados Ingres, y también con los que habitan abajo junto a los ríos, que estos tienen leña y se cambia por ovejas y otros ani­males y legumbres, pues por lo demás la tierra es estéril, que todos se mantienen con raíces, yerbas, maíz, y alguna vez carne; no porque en aquella provincia del Collao no haya una buena cantidad de ovejas, sino porque la gente está tan sujeta al señor quien debe prestar obediencia, que sin su licencia, o la del principal o gobernador que por su mandado está en la tierra, no se mata una, puesto que ni aun los señores y caciques se atreven a matar ninguna sin tal licencia. La tierra está bien poblada, porque no la han destruido las guerras como a las otras provincias: sus pueblos son de regular tamaño, y las casas pequeñas, con sus paredes de piedra y adobe mezclado, cubiertas de paja. La yerba que nace en esta tierra, es corta y rala. Hay algunos ríos, aunque de poco caudal: en medio de la provincia hay una gran laguna de grandor de casi cien leguas: y la tierra más poblada es alrededor de la laguna. En el medio de ella hay dos isletas pequeñas, y en una hay una mezquita y casa del sol que es tenida en gran veneración, y a ella van a hacer sus ofrendas y sacrificios en una gran piedra que está en la isla que llaman Tichicasa31, en donde, o porque el diablo se esconde allí y les habla, o por costumbre antigua como es, o por otra causa que no se ha aclarado nunca, la tienen todos los de aquella provincia en grande estima, y le ofre­cen oro, plata y otras cosas. Hay más de seiscientos Indios sirviendo en este lugar, y más de mil mujeres que hacen chicha para echarla sobre aquella piedra Tichicasa. Las ricas minas de aquella provincia del Collao están mas allá de este lago que se llama Chuchiabo. Están las minas en la caja (chiusa) de un río a la mitad de la altura, hechas a modo de cuevas, a cuya boca entran a escarbar la tierra y la escarban con cuernos de ciervo y la sacan fuera con ciertos cueros cosidos en forma de sacos o de odres de pieles de oveja. El modo con que la lavan es que sacan del mismo río una…32 de agua, y en la orilla tienen puestas ciertas losas muy lisas, sobre las cuales echan la tierra y echada sacan por una canaleja el agua de la… que viene a caer encima y el agua se lleva poco a poco la tierra, y se queda el oro en las mismas losas y de esta suerte lo recogen. Las minas en­tran mucho dentro de la tierra, unas diez brazas, y otras veinte: y la mina mayor que se llama de Guarnacabo entra cuarenta brazas. No tiene luz ninguna, ni más anchura que para que pueda entrar una persona agachada, y hasta que este no sale no puede entrar ningún otro. Las gentes que aquí sacan oro podrán ser hasta cincuenta33 entre hombres y mujeres, y estos son de toda esta tierra, de un cacique veinte, y de otro cincuenta, y de otro treinta; y de otros más o menos, según que tienen, y lo sacan para el señor principal, y en ello tienen puesto tanto resguardo que de ningún modo pueden robarse cosa alguna de lo que sacan, porque alrededor de las minas tienen puestas guardas para que ninguno de los que sacan oro pueda salir sin que lo vean, y por la noche cuando vuelven a sus casas al pueblo entran por una puerta donde están los mayordomos que tienen a su cargo el oro, y de cada persona reciben el oro que ha sacado. Hay otras minas adelante de éstas, y otras hay esparcidas por toda la tierra a manera de pozos profundos como de la altura de un hombre, en cuanto pueda el de abajo dar la tierra al de arriba; y cuando los cavan tanto que ya el de arriba no puede alcanzarla, lo dejan así, y se van a hacer otros pozos. Pero las más ricas y de donde se saca más oro son las primeras que no tienen el gravamen de lavar la tierra; y por causa del río no lo sacan de aquellas minas34, sino cuatro meses del año desde la hora de mediodía hasta cerca de ponerse el sol. La gente es muy doméstica y tan acostumbrada a servir, que todas las cosas que se han de hacer en la tierra las hacen ellos mismos así de caminos como de casas que el señor principal les mande hacer, y continuamente se ofrecen a trabajar y llevar las cargas de la gente de guerra cuando el señor va a algún lugar. Los Españoles sacaron de aquellas minas una carga de tierra y la trajeron al Cuzco sin hacer otra cosa, la cual fue lavada por mano del Gobernador, habiendo tomado antes juramento a los Españoles de si habían puesto en ella oro, o si habían hecho otra cosa que sacarla de la mina como la sacaban los Indios que la lavaban, y lavada se sacaron de ella tres pesos de oro. Todos los que entienden de minas y de sacar oro, informados del modo con que lo sacan los naturales de esta tierra, dicen ser toda la tierra v los campos minas de oro, que si los Españoles dieran herramientas e industria a los Indios del modo con que se ha de sa­car, se sacaría mucho oro, y se cree que llegado este tiempo no habrá año que no se saque de aquí un mi­llón en oro. La gente de esta provincia, así hombres como mujeres, es muy sucia y la provincia es muy grande, y todos tienen grandes manos. (mane.)

Capítulo XIX

En cuánta veneración tenían los indios a Guarnacaba cuando vino y lo tienen ahora después de muerto; y cómo por la desunión de los indios entraron con los españoles en el Cuzco, y de la fidelidad del nuevo cacique Guarnacaba a los cristianos

La ciudad del Cuzco es la cabeza y provincia principal de todas las otras, y desde aquí hasta la playa de San Mateo y de la otra parte más allá de la provincia del Collao, que toda es tierra de caribes flecheros, todo está rendido y sujeto a un solo señor que fue Atabalipa y antes de él a los otros señores pasados, y al presente es señor de todo este hijo de Guarnacaba. Este Guarnacaba que fue tan nombrado y temido, y lo es hasta hoy día así muerto como está, fue muy amado de sus vasallos, sujetó grandes provincias y las hizo sus tributarias; fue muy obedecido y casi adorado, y su cuerpo está en la ciudad del Cuzco, muy entero, envuelto en ricos paños y solamente le falta la punta de la nariz. Hay otras imágenes hechas de yeso o de barro las que solamente tienen los cabellos y las uñas que se cortaba y los vestidos que se ponía en vida, y son tan veneradas entre aquellas gentes como si fueran sus dioses. Lo sacan con frecuencia a la plaza con músicas y danzas, y se están de día y noche junto a él espantándole las moscas. Cuando algunos señores principales vienen a ver al cacique, van primero a saludar a estas figuras y luego al cacique, y hacen con ellas tantas ceremonias, que sería gran prolijidad escribirlas. Se junta tanta gente a estas fiestas que se hacen en aquella plaza, que pasan de cien mil ánimas.

Salió muy bien el haber hecho señor a este hijo de Guarnacaba, porque venían todos los caciques y señores de la tierra y provincias apartadas a servirle y a dar por respeto suyo obediencia al Emperador. Los conquistadores pasaron grandes trabajos porque toda la tierra es la más montañosa y áspera que se puede andar a caballo, y se puede creer que si no fuera por la discordia que había entre la gente de Quito, y los naturales y señores de la tierra del Cuzco y su comarca, no habrían entrado los españoles en el Cuzco ni habrían sido bastantes para pasar adelante de Xauxa, y para haber entrado sería menester que hubieran ido en número de más de quinientos, y para poder mantenerla se necesitaban muchos más, porque la tierra es tan grande y tan mala, que hay montes y pasos que diez hombres los pueden defender de diez mil. Y nunca el Gobernador pensó poder ir con menos de quinientos cristianos a conquistarla, pacificarla y hacerla tributaria; pero como entendió la grande desunión que había entre los de aquella tierra y los de Quito, se propuso con los pocos cristianos que tenía ir a librarles de sujeción y servidumbre y a impedir los perjuicios y agravios que los de Quito hacían en aquella tierra y quiso Nuestro Señor usar merced con él. Ni nunca el Gobernador se hubiera aventurado a hacer tan larga y trabajosa jornada en esta tan grande empresa, a no haber sido por la gran confianza que tenía en todos los españoles de su compañía, por haberlos experimentado y conocido ser diestros y prácticos en tantas conquistas, y avezados a estas tierras y a los trabajos de la guerra; lo que muy bien mostraron en esta jornada en lluvias y nieves, en atravesar a nado muchos ríos, en pasar grandes sierras y en dormir muchas noches al raso, sin agua que beber ni cosa alguna de que alimentarse, y siempre de día y de noche estar de guardia armados; en ir acabada la guerra a reducir muchos caciques y tierras que se habían alzado, y en venir de Xauxa al Cuzco donde tantos trabajos pasaron juntamente con su Gobernador, y donde tantas veces pusieron en peligro sus vidas en ríos y montes donde muchos caballos se mataron despeñándose. Este hijo de Guarnacaba tiene mucha amistad y conformidad con los cristianos, y por eso los españoles para conservarlo en la señoría se pusieron en infinitos afanes y finalmente se portaron en todas estas empresas tan valerosamente y sufrieran tanto, como otros españoles pueden haber hecho en servicio del Emperador, de manera que los mismos españoles que se han hallado en esta empresa se maravillan de lo que han hecho, cuando de nuevo se ponen a pensarlo, que no saben cómo están vivos y cómo han podido sufrir tantos trabajos y tan largas hambres; pero todo lo dan por bien empleado y de nuevo se ofrecen, si fuera necesario, a entrar en mayores fatigas para la conversión de aquellas gentes y ensalzamiento de nuestra santa fe católica. De la grandeza y sitio de la tierra antedicha se omite hablar, y sólo resta dar gracias y alabanzas a Nuestro Señor porque tan visiblemente ha querido guiar por su mano las cosas de S. M. y de estos reinos que por su divina providencia han sido iluminados y enderezados al verdadero camino de salvación. Plegue asimismo a su infinita bondad que de aquí en adelante vayan de bien en mejor, por intercesión de su bendita Madre, abogada de todos nuestros pasos, que los encamine a buen fin.

Acabose esta relación en la ciudad de Xauxa a los 15 días del mes de julio de 1534, la cual yo Pedro Sancho, Escribano general en estos reinos de la Nueva Castilla y Secretario del gobernador Francisco Pizarro, por su orden y de los oficiales de S. M. la escribí justamente como pasó, y acabada la leí en presencia del Gobernador y de los oficiales de S. M., y por ser todo así, el dicho Gobernador y los oficiales de S. M. la firman de su mano.- Francisco Pizarro.- Álvaro Riquelme.- Antonio Navarro.- García de Salcedo.- Por mandado del Gobernador y oficiales.- Pero Sancho.

Fin de la Relación de la Conquista del Perú.

Notas

Nota Editorial:

Adoptada la ortografía moderna en todos los escritos que componen esta Biblioteca Mínima, nos proponíamos mantener la misma norma en cuanto a los de los historiadores y cronistas primitivos recogidos en este volumen; pero, al tratar de hacerlo, se advirtió que su sabrosa fabla como que se desvirtuaba, perdiendo con su sabor gran parte de su encanto. Corríase, además, el peligro de mal interpretar su sentido, pues no es poco lo que ha llovido de entonces acá, que es decir que no son pocos los cambios semánticos que se han producido tanto en el vocabulario como en las formas de expresión idiomáticas.

Ha sido, pues, forzoso hacer una excepción y dar estos antiguos textos en la forma con que aparecen en las ediciones de que el ilustrado compilador se ha servido y que son las más autorizadas y, en veces, las únicas asequibles. (N. del E.)

1 El título de la traducción italiana, dice al pie de la letra: Relatione per sua Maesta di quel che nel conquisto & pacificatione di queste provincie della nuova Castiglia e su sucesso, & della qualitá del paese dopo che el Capitano Fernando Pizarro si parti & ritorno a sua Maesta. Il raporto del conquistamento di Caxamalca & la prigione del Cacique Atabalipa. Del contexto de la relación se deduce que hay error en la puntuación de este título, y que debe traducirse conforme se lee arriba. (N. del E.)

2 Así el original, pero se nota que falta aquí algo para completar el sentido. (N. del E.)

3 El original, que así llamaré a la traducción italiana «cinque mila»; pero que es errata manifiesta. (N. del E.)

4 Intérprete. (N. del E.)

5 Parece que aquí falta algo. (N. del E.)

6 Segli diede una storta col mangano al collo. (N. del E.)

7 Este Atabalipa de que aquí se habla parece ser Toparca. (N. del E.)

8 Huayna-Capac. (N. del E.

9 «Cuzcos» llama Pedro Sancho a los Incas, y lo mismo el secretario Xerez y otros escritores antiguos. (N. del E.)

10 Por esto se advierte que el secretario Sancho tenía enviadas otras relaciones a España. (N. del E.)

11. Este «Guaritico» sólo puede ser Huáscar Inca hermano mayor de Atahualpa, aunque no le convienen algunas cosas que Sancho refiere de «Guaritico». (N. del E.)

12. Andamarca. (N. del E.)

13. Huaylas. (N. del E.)

14. Cajatambo. (N. del E.)

15. Cajamarquilla (?). (N. del E.)

16. El original: «La causa per che si crano ribellati… era per vedere conquistato quel passe da Spagnuoli, & volevuo commandargti».

Si el «gli» se toma como pronombre y se refiere a «Spagnuoli» no es fácil explicar esta frase. Pero «gli» se usaba también antiguamente como adverbio de lugar por «ivi», «la», &c., como se advierte en este verso de Poliziano (que murió a fines del siglo XV), citado por Barberi:

«Non s’ accorge che amor gli

e dentro armato».

Tomando, pues, el «gli» como adverbio, aquí y en otros lugares de la relación, desaparece la oscuridad de las frases en que se halla. (N. del E.)

17. El original: «un gran fume»; pero es errata de imprenta, según se advierte por el contexto y debe leerse «fumo». (N. del E.)

18. Parece que faltan aquí algunas palabras, como y de sus vecinos, u otras equivalentes. (N. del E.)

19. Es digna de admiración la candidez o descaro con que el secretario Sancho confiesa y aun elogia la mala fe de Pizarro en varios lugares de su relación, la cual escribía por orden de Pizarro y para que éste la revisara, firmara y enviara al Rey. (N. del E.)

20. El original: «che haurebbe dato rame che i Capitani etc. soldati fossero venuti alla pase». El significado de la voz «rame» es oscuro: como a veces significa «dinero», de donde viene la frase vulgar «questo sa di rame», para indicar que una cosa es cara, me pareció que podía adoptarse la interpretación que le doy aunque no me deja satisfecho. (N. del E.)

21. El original: «veduto», pero me parece errata or «venuto». (N. del E.)

22. El original: «serrata», que también puede traducirse por «angostura». (N. del E.)

23. Xaquixaguana o Sacsahuana. (N. del E.)

26 Según Garcilaso , (Comentarios Reales, Parte 1, lib. 2, cap. 1 1 ,) el imperio perua­no estaba dividido en cuatro partes, considerándose el Cuzco como el centro. A la parte del norte llamaban Chinchasuyu; a la del sur; Coyasuyu; a la parte de occidente, Cuntisuyu; y a la de oriente Antisuyu.

El lago Titicaca, a cuatro mil metros de altura, entre las actuales repúblicas de Pe­rú y Bolivia (nota de J. M”. G. O.)

27. El original; che se la strada non fusse fatta manualmente, non vi si potrebbe an­dar pur á piedi quanto piu con cavalli, per il che haueua molte case piene di rame per im­mattonarla, & in questo tutti i signori haueuan tanto pensiero in farla que altro non vi mancana che farla immattonare. Este pasaje está bastante oscuro y ha sido necesario tra­ducirlo con términos generales.

28. En este lugar se halla en la colección de Ramusio una vista de la ciudad del Cuz­co, grabada en madera, que abraza dos páginas enteras. Es por supuesto un dibujo de ca­pricho, y no ofrece interés ninguno.

29. Esta descripción de la fortaleza está no poco oscura; pero nada tanto como esta última frase, que en el italiano dice así: Questi gironi sono voltati, che se sigli dessi batteria non pilo darsegli in piano, ma in sguincio dei gironi che escono in fuori.

30. Piastre di rame per copritura delle case.

31. Titicaca.

32. El original una seriola, palabra con cuyo significado no he podido acertar, y que se encuentra repetida un poco más abajo. El modo que tenían los Indios de lavar la tie­rra de las minas para apartar el oro, puede verse en Fernández de Oviedo, Historia gene­ral de las Indias, Parte 1, libro 6, cap.8.

33. Así el original; pero es errata porque desde luego se advierte que debe de ser mu­cho mayor el número.

34. He aquí otro pasaje bastante oscuro: Peró le pui rieche… sono le prime che non hanno cancho de lavar la terra & per rispetto del freddo & delle mine que vi é non lo ceuano &.‑

Fernández de Oviedo, (Historia General, Parte 1, libro. 6, cap. 8) Acosta, (Historia Natural y Moral de las Indias., lib. 4, cap. 4) y Garcilaso, (Comentarios Reales, Parte 1, li­bro. 8, cap. 24,) distinguen tres clases de minas de oro. En la primera se cuentan las que producen el oro puro en granos bastante gruesos para que se puedan recoger sin más operación, Estas serán acaso las que dice el secretario Sancho que son las más ricas, aun-que él no ha hablado de ellas antes. En la segunda clase se comprenden las que produ­cen el oro en polvo o en granos muy pequeños mezclados en tierra, la que es preciso separar por medio del lavado, y estas son las que menciona Sancho. La tercera clase de minas, de que no habla éste, son las que dan el oro mezclado con piedras y otros metales, como se halla comúnmente la plata; las cuales minas aunque eran a veces muy ricas dejaban de beneficiarse por los gastos que ocasionaba el laboreo.

KUPRIENKO