Мигель Санчес. Бдительная смотрительница. Miguel Sаnchez. LA GUARDA CUIDADOSA

Мигель Санчес. Бдительная смотрительница.
Miguel Sаnchez. LA GUARDA CUIDADOSA

Мигель Санчес. Бдительная смотрительница.
Miguel Sаnchez. LA GUARDA CUIDADOSA
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LA GUARDA CUIDADOSA (Comedia)
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LOA EN ALABANZA DE LOS MALES
Son los ingenios humanos
de nuestros tiempos tan grandes
que lo merecen sus dueños
serlo en las cortes reales.
Tienen tanta sutileza
en cuanto dicen y hacen
que agudos no se despuntan
y delgados nos e parten.
Abrazan tanto caudal
y miran tan perspicaces
que son ríos caudalosos
y son águilas caudales.
Allanen los altos montes,
encumbran los altos valles,
taladran los cielos gruesos,
hacen camino en los mares;
pero, para que se entienda
que aun hay quien pasa adelante,
tengo de alabar lo malo:
bien hayan tan buenos males.

Para lo cual consideren
que todos los bienes grandes
que en el mundo han sucedido
fue su origen un desastre.
Crió a los ángeles Dios,
y luego Luzbel el ángel
se quiso alzar a mayores
contra el hijo de Dios padre.
Derribáronle al infierno,
diéronle perpetua cárcel,
echáronle maldiciones
para que siempre penase.
De este mal nació un gran bien
pues, para que se enllenasen
aquellas sillas vacías
de aquella tercera parte,
hizo Dios el paraíso
y en él los primeros padres,
llenos de gracia y justicia
recta, todos a su imagen.
Dióles leyes y preceptos,
fueron virreyes y alcaides
del ámbito de la tierra
y grandezas de los mares;
de manera que, si Dios
les hizo bienes tan grandess,
este mal le ocasionó:
bien hayan tan buenos males.

Puestos en aquel estado
les agradó prima facie
la manzana de aquel árbol
de los bienes y los males.
Comieron de ella y cometen
crimen lesae majestatis.
Perdieron gracia y justicia,
quedaron puestos en carnes,
que resultó de este mal
que el signo León entrase
en el signo de la Virgen,
que fuese cordero y Aries,
que naciese entre nosotros,
que nos predique y nos hable,
que dé vista a tantos ciegos,
que a tantos muertos levante,
que se ponga en una cruz,
que nos dé su propia sangre,
que en el pan del sacramento,
se transforme y transustancie,
que resucite glorioso,
que se quede aunque se parte,
que el Santo Espíritu venga,
que nos dé salud el Padre.
Luego podremos decir,
como Gregorio lo hace,
feliz culpa, mal dichoso;
bien hayan tan buenos males.

El medio por qué los santos
gozan hoy de aquella imagen
del Verbo eterno en el cielo
tantos bienes y tan grandes
fue mal comer, mal dormir,
mal lecho, mal hospedaje,
mal calzado, mal vestido,
maltratar tan mal sus carnes.
Grillos, cadenas, pealeras,
redes, cepos, bretes, cárcel,
saetas, palos, cuchillos,
aceite, hiel y vinagre,
y más que Pablo nos dice
que Christum oportuit pati,
para que entrase en su gloria
y la posesión tomase,
quiere Dios, permite digo,
que Pedro niegue y le ultraje
y Mateo sea logrero,
que el ladrón saltee y mate,
que Magdalena viciosa
hombres y galas arrastre,
y que la Samaritana
se envicie y abarragane.
Luego podremos dcir
como Gregorio lo hace,
feliz culpa, mal dichoso;
bien hayan tan buenos males.

Veréis a un hombre en salud
vicioso, necio, arrogante,
olvidado de su Dios,
haciendo mil disparates;
pero luego que le viene
una calentura grande,
un mal agudo y terrible,
como es otro del que antes.
Luego da al cielo clamores,
a sus hijos muchos ayes,
perdona a sus enemigos,
da los pobres ricos gajes.
Alégranse sus amigos,
sus crïados y sus pajes.
También el convaleciente
que vio de la muerte el trance
y dando gracias a Dios
procura luego enmendarse,
y da el mal por bien pasado:
bien hayan tan buenos males.

Quieren matar a José
sus once hermanos infames.
Métenlo en una cisterna,
sácanle luego al instante,
véndenle al isamelita,
vése preso en una cárcel
metido entre galeotes
sin que de él se acuerde nadie
y, cuando menos se catan,
declara sueños reales.
Quita al rey mil pesadumbres,
al reino muchos azares,
con Faraón priva luego,
virrey de Egipto le hace
y, para mayor grandeza,
sale en un carro triunfante
con el mismo rey al lado
rüando plazas y calles.
Lleno de trigo las trojes,
remedia siete años de hambre.
Llamáronle Salvador
las provincias y ciudades.
Vienen por trigo los otros,
llénales bien los costales,
adóranle arrepentidos,
ríe en viéndole su padre.
Y si bien se consideran
estos bienes inefables
del primer mal procedieron:
bien hayan tan buenos males.

Murmurarános el necio
y dirá, “Ninguno hace
lo que toca a su papel;
todos dicen disparates.
¡Qué mal acento y acción!
¡Qué mal vestido y mal talle!
¡Qué mal sale y a mal tiempo!
¡Oh, qué mal representante!
¡Por Dios, que no hay quien lo sufra;
mal hay quien lo escuchare!
¿Ésta es comedia? ¿Ésta es loa?
Paréceme que es ultraje.”
Y así respondiendo a esto
por todos y por mi parte,
diga que damos licencia
que murmuréis hoy que os cabe,
que digáis mal de nosotros;
porque, como no se hace
sino por Dios solamente,
no nos dañará el que hablare;
que antes si alguno dijere
mal de los representantes,
nos hará Dios mayor bien:
bien hayan tan buenos males.

EL BAILE DE LA MAYA

El primera día de mayo
se juntaron en su aldea
las mozas de Tordesillas
con pandero y castañetas.
Quieren hacer una maya,
y entre todas, suertes echan,
y en fin le cupo a Marina
que es serafín en belleza.
Adornándola de galas,
de joyas y de patenas,
de collarejo y manillas,
de corales y de perlas.
Sacándola de la mano,
al puesto escogido llegan
y alegres bailan y cantan
aquesta siguiente letra:

Salen acompañando a la Maya algunos
labradores, y pónenla en su silla. Cantan.

“Esta maya se lleva la flor
que las otras no.

Suspendiendo con su canto
a las aguas cristalinas
que van esparciendo aljófar
por las arenas y guijas,
al son de los instrumentos
a coros todos decían,
al mayo rico de flores
dándole la bienvenida.

Entra mayo y sale abril.
¡Cuán garridico le vi venir!

Las plantas del campo
que el invierno hiela,
con la su venida
alegres se muestran.
Gozosas las aves
saltando entre peñas
la letra repiten
con arpadas lenguas:

Entra mayo y sale abril.
¡Cuán garridico le vi venir!

Vinieron Tirso y Gerardo
que de su amor se querellan,
siendo sus desdenes causa
de que pasen pena eterna.
Saliéronles al encuentro
y, estando en su presencia,
limpiándoles los vestidos
les dicen de esta manera:

–Dén para la Maya
que es bonita y galana.
Echad mano a la bolsa,
cara de rosa,
echad mano al esquero
el caballero.

Viendo ocasión oportuno
de decubrir su firmeza,
los amantes que el amor
con mil deseos inquieta,
dícenles dulces requiebros
que a un mármol enternecieran
y, despreciando su amor,
sólo lesdan por respuesta:

–Pase, pase el pelado
que no lleva blanca ni cornado.

Íbanse desesperados,
formando tristes querellas;
mas ellas les detuvieron
y a su gustose sujetan.
Gozosos de estos favores
inventaron muchas fiestas
y con gallardo compás
el siguiente juego empiezan:

–Hola, lirón, lirón,
¿de dónde venís de andare?

–Hola, lirón, lirón,
de San Pedro el altare.

–¿Qué os dijo don Roldane?
–Que no debéis de pasare.
–Quebradas son las puentes.
–Mandaldas adobare.
–No tenemos dineros.
–Nosotros los daremos.
–De cáscaras de huevos.
–¿En qué los contaremos?
–En tablas y tableros.
–¿Qué nos daréis en precio?
–Un amor verdadero.

Viendo los amantes firmes
que amaban en competencia
a su dueño cada cual
con amorosas ofertas,
que Febo se iba al ocaso
y los montes sin luz deja,
llevan la Maya a su casa
dando este fin a la fiesta.

No os llamen, Amor, villano
sino lindo cortesano.
En estos prados nacido
sino lindo;
llamemos galán pulido
también lindo,
pues triunfáis, Amor, ufano,
no os llamen, Amor, villano
sino lindo cortesano.”
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LA GUARDA CUIDADOSA
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Personas que hablan en ella:
• El PRÍNCIPE
• LEUCATO, viejo padre de Nisea
• ROBERTO, criado de Leucato
• NISEA, dama
• ARSINDA, criada de Nisea
• TREBACIO, criado del Príncipe
• FLORELA, labradora
• FLORENCIO, galán español
• SILENO, labrador, padre de FLORELA
• ARIADENO, criado de Florencio
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ACTO PRIMERO
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Salen el PRÍNCIPE, LEUCATO y ROBERTO, todos de
caza

LEUCATO: Príncipe, ¿tantas mercedes,
como tal grandeza, acierta
a una granja tan desierta
y tan yerma de paredes?
¿Entre aquesta soledad
tal bien a buscarme viene?
PRÍNCIPE: Leucato, esa fuerza tiene
la virtud y la verdad.
Si es granja, codicia mía
me trae; que en pechos reales
hacer merced a leales
es la mayor granjería.
LEUCATO: No te suplico, rey mío,
que otra vez el pie me des
porque, como favor es,
nadie quepa en mi vacío.
A casa desierta en monte
a ser huésped has venido
de un pobre no prevenido;
a lo que viniere ponte
si ya de deseos buenos
no quisiera regalarte;
que de estos, en esta parte,
están casa y monte llenos.
PRÍNCIPE: En esto no se repare.
Trátame como a tu amigo.
Arcabuz traigo conmigo.
Comeré lo que cazare.
LEUCATO: Habrá de ser de ese modo.
PRÍNCIPE: ¿Hay caza?
LEUCATO: Medianamente.
PRÍNCIPE: pues como ésa me contente,
estará muy bueno todo.
¿Cuánto ha que estás aquí
en este bosque?
LEUCATO: Un mes ya.
PRÍNCIPE: Y, ¿no estás cansado ya?
LEUCATO: ¿Tan mal te parece a ti?
PRÍNCIPE: No es parecerme mal,
mas porque son muchos días
de soledad.
LEUCATO: Ya me enfrías
el gozo, pues das señal
que abreviarás tu partida.
PRÍNCIPE: ¿Quieres que esté yo acá un mes?
LEUCATO: La vida toda poca es
si a mi deseo se mida.
PRÍNCIPE: Mejor será que nos vamos
juntos a la corte.
LEUCATO: Iré
si en ella le serviré.
PRÍNCIPE: No es bien que sin ti vivamos;
desde que de la jornada
de España veniste, estás
retirado aquí lo más.
LEUCATO: No puedo servirte en nada
y por eso estoy aquí,
y por dar gusto a mi hija;
que el campo la regocija.
PRÍNCIPE: Nunca tal de dama oí.
LEUCATO: Con un arcabuz pasea
el monte, y mata el conejo;
con esto, y su padre viejo,
ni más quiere ni desea.
PRÍNCIPE: Ésa es notable virtud
y milagro peregrino.
LEUCATO: Después que de España vino,
anda falta de salud.
PRÍNCIPE: Pésame que no esté buena.
En España, ¿cómo estuvo?
LEUCATO: Con mejor salud anduvo.
PRÍNCIPE: ¡Y con ser en tierra ajena!
LEUCATO: Con condiciones para ella
a más de ser mejor clima.
Así, por más que se anima,
siempre suspira por ella.

Salen NISEA y ARSINDA, de campo

Ella sale acá. Nisea,
besa a tu príncipe el pie.
NISEA: Vuestra alteza me le dé.
PRÍNCIPE: Los brazos pedid, Nisea.
No soy señ, huésped soy.
Campo es. Todo se permite.
NISEA: Mi lugar no se me quite.
PRÍNCIPE: Dando el pecho, el vuestro doy.
LEUCATO: En todo me favoreces.
PRÍNCIPE: ¿Cómo estáis, Nisea?
NISEA: Buena,
para servirte.
LEUCATO: Aunque llena
de tristeza las más veces.
Es lástima ver su humor.
PRÍNCIPE: Pues, ¿en tanta discreción
halla lugar la pasión
siendo tan notable error?
LEUCATO: Ríñela, señor, muy bien
en tanto que yo doy traza
de prevenirte la caza.
Roberto, conmigo ven.

Vanse [LEUCATO y ROBERTO]

PRÍNCIPE: Aprovechen mis consejos
como en bueno mi deseo;
que remediado el mal, veo
no está tu salud muy lejos.
NISEA: Buen suceso me promete.
PRÍNCIPE: Pues para poderle haber
importa mucho tener
del médico buen consejo;
y si es la buena intención
bastante para acertar,
……………..[-ar]
……………..[-ón]
……………..[-or]
………………..[-ar]
podéisme el preso fïar
como a vuestro confesor.
El mío, en igual cuidado
la salud os buscará.
NISEA: Si el mal en el alma está,
¿qué remedio habrá acertado?
PRÍNCIPE: ¿Para quién faltó jamás
remedio a quien le buscó?
Esperé tenerlo yo,
y tú, ¿no lo esperarás?
NISEA: ¿Tienes tú mal?
PRÍNCIPE: Inhumana.
NISEA: Pues necio suelen llamar
a quien se pone a curar
con médico poco sano.
No querría yo caer
en aquesta inadvertencia.
PRÍNCIPE: Ya me receto paciencia
que es lo que más puedo hacer,
y aun queda remedio alguno.
Quizá se verá adelante
si es nuestro mal semejante
y curarse ambos en uno.
NISEA: A la cuenta hacer deseas
primero experiencia en mí
por no aventurarte a ti.
PRÍNCIPE: Quiero que al revés lo creas.
En mí la he de aventurar;
en mí la experiencia haré.
NISEA: Pues si mueres, yo no sé
cómo tú podrás curar.
PRÍNCIPE: Con el gusto que podrá
quedarte de haberme muerto.
NISEA: También el yerro o acierto
en mí de la cura está.
También puedo matar yo;
que no te entiendo aseguro
si que no soy yo quien curo.
PRÍNCIPE: Bien sé que hasta agora no.
Más remedio podrás dar
con que tu nombre eternices.
NISEA: También a lo que me dices
el pulso importa tomar.
Materia se me hace oscura.
Arsinda, ¿haslo tú entendido?
ARSINDA: En lo que hasta aquí he oído,
todo el príncipe lo cura.
PRÍNCIPE: No la llamaré yo ansí
pues me fundo en razón tanta;
antes mi alma se espanta
de ver tanto exceso en ti.
Desde el tiempo que volviste
de España a traerme enojos
y que bebieron mis ojos
el veneno que les diste,
un no escuchado proceso
que no osaré yo contallo
de males padezco y callo.
Mira si tengo harto exceso.
NISEA: ¿Aquesto llamas callar,
príncipe? Me correré
a no saber como sé
que te vienes a holgar.
Y por no perder aquí
este tiempo que gastamos,
mientras vas a correr gamos,
correrme de espacio a mí.
PRÍNCIPE: Si te afirma cuando digo
lengua traidora, en celada
me mate traidora espada
de mi mayor enemigo.
Si no arrastras y despeñas
mi deseo en mal desastre,
traidor caballo me arrastre
por lo agrio de estas peñas.
Si mi sueño o mi sentido
otro cuidado recuerda,
mala víbora me muerda
entre la yerba dormido.
Y porque sea, a Dios ruego
que si la vida me quite,
una de ellas resucite
para dar en otro luego.
ARSINDA: ¡Ay, príncipe, Dios te guarde!
Calla, que pones espanto.
Si llevas hoy qué hacer tanto,
Mira, señor, que es ya tarde.
No te debes detener
si a tantos negocios vas,
que en una muerte no más
dicen que hay mucho que hacer.
En cien años hombres fuertes
la hallan dificultosa.
¿Qué hará quien buscar osa
en un día tantas muertes?
Que puede ser burla echallo,
cierto que oírlo no oso.
NISEA: Sí, que no está aquí algún oso,
traidor, víbora o caballo
que la palabra le pida
y tome aquesto de veras.
PRÍNCIPE: ¿No lo oyes tú? ¿Qué más fieras
para perseguir mi vida?
ARSINDA: Por tu fe, que aquí te quedes,
no salgas por hoy a caza;
que ruin agüero amenaza
lo poco que holgarte puedes.
PRÍNCIPE: Arsinda, si mi verdad
es quien tiene de valerme,
a todo puedo ponerme
con mucha seguridad.
NISEA: Nunca en agüeros reparan
animosos campeones;
que a cumplirse maldiciones
pocos hombres se lograran.

Sale TREBACIO

TREBACIO: Señor, ya es hora.
PRÍNCIPE: Ya voy,
y sólo de eso contento;
que cuanto en irme más siento
más sirvo al bien cuyo soy.
ARSINDA: Pues vuélvate Dios con bien.
NISEA: De Él fío ese beneficio.
PRÍNCIPE: Trebacio, ¡feliz servicio!
Mitad es comenzar bien.

[Vanse el PRÍNCIPE y TREBACIO]

ARSINDA: ¿Qué dices, señora, aquí
de la dicha que te viene?
NISEA: Aquestas venturas tiene
la Fortuna para mí.
ARSINDA: ¿A quién se ha de dedicar
tal galán sino a tu nombre?
NISEA: Sólo faltaba que este hombre
me viniese a atormentar.
ARSINDA: Calla; quizá con aquesto
olvidarás penas viejas.
NISEA: ¿Eso, Arsinda, me aconsejas?
¿Que te mudaste tan presto?
¿Eso tiene en ti un ausente
que fió de tu amistad
más que de mi voluntad
que olvidas tan fácilmente?
Pues yo puedo ser testigo
de que más quedó fïado
de verte a ti a mi lado
que de ver su alma conmigo.
Y dos palabras, no en veras,
¿te ponen como te ves?
¡Quejarémonos después
de que nos llamen ligeras!
ARSINDA: Estoy enojada, a fe,
con tu Florencio, no hay duda.
NISEA: La fe, que un enojo muda,
fe no muy segura fue.
ARSINDA: ¿Qué ha que hebemos venido
de España?
NISEA: Más de seis meses.
ARSINDA: Y, ¿qué en ellos no confieses
de Florencia tanto olvido
y no le olvidas tú a él?
A lo viejo estás templada.
NISEA: Quiero, amiga, como honrada
y no olvido, como fiel.
Una mujer principal
cuando elija considere,
pero en la elección que hiciere
muera allí ua bien o mal.
ARSINDA: Graciosa melancolía
estarse en un bosque agora
donde parece que llora
cuanto se ve noche y día.
Con solos pastores rudos
puede un alegre alegrarse
y si está triste, quejarse
a solos árboles mudos.
La murmuración, hallada
para entretener las gentes
sólo aquí se escucha en fuentes,
y al fin, fin, no dicen nada.
Músicas no las tenemos
más de solos pajarillos,
y galanes tan sencillos
pocas veces los queremos.
Su canto al cielo penetra;
pero está de gusto ajeno
pues aunque el canto sea bueno,
no hay entenderles la letra.
NISEA: ¡Ay! Cómo conoces mal,
Arsinda, la pena mía,
pues si algo la templa oída
es hallarme en lugar tal.
Aquí descansa mi pecho
contándola a un tronco duro
y, aunque me la escucha muro,
que se lastima sospecho.
Los pajarillos, que al día
le despiertan y levantan,
imagino yo que cantan
esta triste historia mía.
Con esto engaño la vida
más enojosa y cansada
que un alma desesperada
pasa memoria afligida.

Sale FLORELA, labradora

FLORELA: ¡Gran lástima!
ARSINDA: Si es verdad
lo temo.
NISEA: ¿Qué fue? Acaba.
FLORELA: Un caballero pasaba
por la posta a la ciudad
y aquí a la puerta cayó
del caballo, y hale muerto.
NISEA: ¿Muerto?
FLORELA: Téngolo por cierto.
ARSINDA: Y, ¿sabes tú quién es?
FLORELA: No.
Un crïado que traía
dice que era español.
NISEA: Corre.
Haz que le entren en la torre.
ARSINDA: ¡Desgracia grande!
NISEA: ¡Si es mía,
que mucho el alma lo siente!
ARSINDA: Parece te duele a ti.
¿Basta ser español?
NISEA: Sí;
pero no tan tiernamente.
ARSINDA: Ya le traen.
NISEA: Arsinda, llega;
que yo no lo osaré ver.

[Salen] ARIADENO y SILENO. En una silla sacan a
FLORENCIO, desmayado

SILENO: Veces hay que, por correr,
mucho más tarde se llega.
ARSINDA: Vuelve.
SILENO: Haciéndole de nuevo,
le volverán en su acuerdo.
ARIADENO: Señor mío, ¿qué te pierdo?
¡Ay, desdichado mancebo,
cuál te puso tu deseo!
ARSINDA: ¿Qué es esto, suerte enemiga?
NISEA: No me le escondas, amiga,
que ya mi desdicha veo.

Desmáyase

ARSINDA: Señora, para este punto
es menester la cordura.
¡Señora! ¡Gran desventura!
SILENO: Fue yerro llegar tan junto;
que el corazón de mujer
es flaco para mirar
cosas de tanto pesar.
¡Nunca llegaran a ver…
Señora, que no está muerto.
Vivo está. ¿De qué te alteras?
NISEA: ¿Díceslo, amigo, de veras?
SILENO: De veras lo digo, cierto.
ARSINDA: Buscad médico volando.
SILENO: ¿Adónde le he de buscar?
ARSINDA: En ese primer lugar.
Corre.
SILENO: Andémonos cansando.
Id a buscar una legua
médico que ahorca un muerto.
Irme a casa es lo más cierto.
ARSINDA: ¿Vais ya?
SILENO: Tomaréla yegua.

[NISEA] llégase a [FLORENCIO]

NISEA: ¿Mi señor?
ARSINDA: Señora, paso.
Disimula la ocasión
y no demos ocasión
para que se sepa el caso;
que por eso eché de aquí
a ese hombre.
NISEA: ¡Ah, señor mío!
ARSINDA: ¡Ah, señora!
NISEA: Es desvarío
consejos ya para mí.
Hacerme verás locuras.
ARSINDA: Ariadeno, hoy despierta
quien a conocer me acierta
entre tantas desventuras,
quien más que tú este mal llora.
ARIADENO: ¿Qué milagro aquéste es?
Arsinda, ¿tú aquí?
ARSINDA: ¿No ves
a Nisea, mi señora?
NISEA: ¿Es posible que en la suerte
cupo tan crüel intento
que a las puertas del contento
nos esperase la muerte?
ARIADENO: Señora, el amante fiel,
que te venía a buscar,
de este arte te viene a hablar
porque vino yo con él.
NISEA: ¿Qué es esto, Ariadeno amigo?
¿A tu señor traes ansí?
ARIADENO: Aun queda esperanza en mí
pues que le veo contigo.
NISEA: ¿No hay remedio?
ARIADENO: Yo le espero
que aun vive mi señor;
que en medio de tal dolor
hallé en él tal compañero.
NISEA: ¿Qué haremos, amigo fiel?
¡Qué dolor y confusión!
Sin sentido y sin razón
me tiene más muerta que él.
¿Cómo, amigos, no le hacemos
algún remedio?
ARIADENO: Señora,
lo que más conviene agora
es que mucho le abriguemos.
NISEA: Arsinda, cama preven
al punto, en que le pongamos.
ARSINDA: Y primero, ¿no miramos
si podrá parecer bien?
NISEA: ¿Agora miras en eso,
en un caso semejante?
ARSINDA: Adviértolo de adelante.
NISEA: Harásme perder el seso.
ARSINDA: Yo voy.
NISEA: Sí, amiga buena,
donde te parezca a ti.
ARSINDA: Parece que vuelve en sí.
NISEA: Cielos, tu rigor serena.
ARIADENO: Del caballo y la maleta
me acuerdo agora. Ya vengo.

Vase [ARIADENO]

NISEA: Mi Florencio, ¿que te tengo
con dicha tan imperfecta
que cuando te llego a ver
esté llorando tu muerte?
Que a mí me pesa de verte,
¿quién lo pudiera creer?
Habladme; ved que yo soy.
FLORENCIO: ¡Jesús!
NISEA: Él sea contigo,
Florencio, señor, amigo.
FLORENCIA: ¡Válgame Dios! ¿Dónde estoy?
NISEA: A buen punto habéis venido.
¿No me conocéis, señor?
FLORENCIO: ¿De quién será aqueste error
del jüicio y del sentido?
Alma, cuerpo, sombra fría;
que alma debes de ser,
pues con este parecer,
por fuerza los serás mía;
por esa imagen que ofreces
a los ojos que te ven
de un ángel hermoso, a quien
yo adoro y tú te pareces
que me digas dónde estoy.
Si es esta tierra que piso
purgatorio o paraíso,
¿soy cuerpo, sombra o qué soy?
De tres lugares deseo
digas cuál es, ángel bello;
que infierno no puede sello,
pues en él a te te veo.
Sea en vida o sea en muerte,
en cielo, en tierra, en infierno,
sea mi hospedaje eterno,
pues estoy do puedo verte.
NISEA: Aunque sin sentido y muda
tu desacuerdo veo bien
pues que preguntas a quien
padece la misma duda,
el alma que te ve aquí
en tantas dudas envuelves,
que al paso que tú en ti vuelves,
voy yo saliendo de mí.
Aunque mirándote estoy,
responder a lo que quieres
no sé decir lo que eres,
mas diréte lo que soy.
Soy cuerpo a quien la asistencia
del alma desamparó,
sombra triste que quedó
de la noche de tu ausencia.
Alma que ajenos rigores
traen por ciertos lugares,
viva para tus pesares
y muerta de sus amores;
en tierra, pues tal tesoro
con tanto temor poseo,
en el cielo, pues te veo,
y en infierno pues te lloro;
como quiera en cualquiera parte;
que hay en mí puedo decirte,
brazo para recibirte
y alma para hospedarte.
FLORENCIO: Puerto de la tempestad
en que se ha visto mi vida,
ya está de mí conocida
mi ventura y tu bondad;
Ya mi sentido acomodo
a la fe que tú me dieres;
todo lo que dices eres
pues en ti lo tengo todo.
En nada el alma repara,
sea cual sea el lugar;
que no me puede engañar
esa lengua y esa cara.
NISEA: ¿Que aun no sabes dónde estás?
FLORENCIO: No sé, el cielo me es testigo,
mas si sé que estoy contigo,
¿qué tengo de saber más?
NISEA: Dime cómo estás agora
y dirételo después.
FLORENCIO: Yo, bueno estoy, ¿no lo ves?
Y tú, ¿cómo estás, señora?
NISEA: Como quien se ve contigo
y lloró tu muerte aquí.
FLORENCIO: ¿Que en fin soy muerto?
NISEA: ¡Ay de mí!
Mejor lo haga Dios conmigo.
Vivo estás. ¡Vivas mil años!
FLORENCIO: Por disculpado me ten;
que en tan repentino bien
siempre se teme de engaños.
NISEA: En aqueste monte asiste
mi padre, el por qué sabrás,
y agora en su casa estás
porque en su casa caíste.
FLORENCIO: ¿Por tal medio vine yo
a tan no pensado bien?
Bien haya el caballo, amén,
y el tronco en que tropezó.
NISEA: ¿No me dirás, por tu fe,
si estás herido o qué sientes?
FLORENCIO: Con tan buenos accidentes,
¿qué herida de cuenta habrá?
Sin ningún daño he salido
y pude hacerme pedazos;
pero, ¿no me das los brazos
siquiera por bien venido?
¿Es menester que los pida
en una ocasión como ésta?
NISEA: ¡La que tan caro nos cuesta
la llamas buena venida!
FLORENCIO: No puedo, por tu fe, estar
en pie.
NISEA: ¡Que en eso porfías!
¿Débense aquí cortesías?
FLORENCIO: Debílo, al menos, probar;
pero siéntateme aquí
y tendrásme sin cuidado.
NISEA: Quítame tú el que me has dado
con aqueso que te oí
Bien temo yo mis enojos
aunque tú engañarme quieres.
FLORENCIO: Mi señora, no te alteres
que no es nada, por tus ojos.
Siéntome cansado, y siento
en este pie algún dolor;
mas voy por credos mejor
que no es mal de fundamento.
Y junto a este ojo debí
de hacerme también mal.
Mira si tengo señal.
NISEA: Y, ¿cómo? ¡Pobre de mí!
Ponte aqueste lienzo en él.
¡Ay, Arsinda cómo tarda!
FLORENCIO: ¿Arsinda dijiste? Aguarda,
¿dónde está mi amiga fiel?
NISEA: Una cama fue a poner.
FLORENCIO: Luego, ¿quiéresme hospedar?
NISEA: Pues, ¿téngote de dejar
que te vayas de esta suerte?
FLORENCIO: Pues tu padre, ¿dónde está?
NISEA: A caza agora salió
con el príncipe, que da
en venírsenos acá.
FLORENCIO: ¿Que está acá el príncipe?
NISEA: Sí;
de que harto cansada estoy.
FLORENCIO: Pues, ¿ha mucho?
NISEA: Vino hoy.
FLORENCIO: Y, ¿suele venir aquí?
NISEA: Aquesta es la vez primera
que venir aquí le veo
a cansarnos, y deseo
que ella sea la postrera.
FLORENCIO: ¿La primera y cansa ya?
¿Trata más que de cazar?
NISEA: ¿De qué había de cazar?
FLORENCIO: Pregunto y, ¿dormirá acá?

Levántase [FLORENCIO]

NISEA: Sospecho que sí; que hoy
no habrá para irse día.
¿Que vuelves a esa porfía?
Siéntate.
FLORENCIO: Bien estoy.
NISEA: ¿Quieres volverme a burlar?
FLORENCIO: No; sino que me parece
que el pie se desentumece
andando.
NISEA: Y, ¿podrás andar?
FLORENCIO: Probarélo.
NISEA: A mí te arrima.
FLORENCIO: Y, ¿dices que aquesta ha sido
la primera vez que ha venido?
NISEA: Por lo que es de más estima
en mi alma, que es tu vida,
por la salud que aventuras,
te juro…
FLORENCIO: ¿Para qué juras?
Sin jurar serás creída.
¿Qué importa que haya venido
mil veces, o qué se sigue
de eso, para que me obligue
a dudar? Hele creído.
NISEA: Mira que te cansas.
FLORENCIO: Antes,
me siento desenfadado
que me congojo sentado.
NISEA: Andas en fin.
FLORENCIO: No te espantes
que haya sentido la espuela.
NISEA: Mucho tarda Arsinda. Entremos.
Acostaráste y sabremos
qué mal sea el que te duela.
El médico vendrá en tanto
que le fueron a llamar.
FLORENCIO: ¿Que me quieras hospedar?
¿En casa hay lugar tanto
que teniendo huésped tal
otro más que a él convidas?
NISEA: Aunque aventure mil vidas,
quedarás aquí.
FLORENCIO: Haría mal,
pues sería descubrirme
y no trayendo qué hacer
en estas tierras, de ser
forzoso, en cenando, irme.
Y no es ésa mi intención,
y tú, tan sin compañía,
meterme en casa sería
mucha determinación.
NISEA: Pues, ¿qué podremos hacer?
FLORENCIO: Irme yo a la ciudad
pues que ya mi enfermedad
estorbo no puede ser.
Antes me será mejor
y medicina sospecho,
pues ha de hacerme provecho
volver a tomar calor.

Sale ARIADENO

ARIADENO: ¿Cómo está mi señor ya?
NISEA: Te dirá él que está bueno.
ARIADENO: Señor del alma…
FLORENCIO: Ariadeno.
ARIADENO: ¿En pie te veo?
NISEA: En pie está.
De este milagro, ¿qué dices?
ARIADENO: ¿Qué le pudo hacer tu fe?
¡Dichosa desgracia fue!
¡Jesús!
FLORENCIO: No te escandalices
que vivo estoy. No comiences
a duda en que yo me vi.
Abrázame, mas si ansí
sospechas y dudas vences,
pero, ¿cómo me dejaste
muerto solo en tierra ajena?
ARIADENO: La pregunta es, a fe, buena.
¿Tan mal guardado quedaste?
A guardar un cojín fui
donde viene recogida
la sangre y segunda vida.
FLORENCIO: ¿Por él me dejaste a mí?
ARIADENO: Pues, ¿qué querías? ¿Que echara
la soga tras el caldero
y que también el dinero
tras tu salud arrojara?
Más riñeras, a fe mía,
si guardado no lo hubiera
pues que su périda hiciera
ausada tu mejoría.
Mas, ¿en efecto estás bueno?
FLORENCIO: Sí, si esto que duele en mí
fuera tuyo.
ARIADENO: Si está en ti,
no podré llevar lo ajeno.
Por propio lo siento y lloro
y lo comienzo a temer;
que los que caen suelen ser
como los que coge el toro,
que con fuerzas lisonjeras
que les da el corazón loco,
corren alegres un poco
hasta que caen de veras.
Razón será que te cures;
no te estés, señor, ansí.
NISEA: ¿No quieres quedarte aquí?
ARIADENO: Sí hará, como lo procures.
Vente, Florencio, a acostar.
FLORENCIO: Hay huésped de gran respeto.
ARIADENO: En eso no me entremeto;
pues, ¿quién viene acá a posar?
FLORENCIO: En príncipe, cuando menos,
que está en ese monte a caza.
ARIADENO: Pues, ¡sus! A dar otra traza;
que esto pasa por mil buenos.
Sentencia es ejecutada
desde que el mundo nació
que si Abindarraez tardó
que lo tome en la posada.
FLORENCIO: Poca culpa puede echarme
de que negligente fui;
que pues por correr caí,
¿qué más prisa pude darme?
NISEA: Luego, ¿sientes que esté acá
el príncipe?
FLORENCIO: Por tus ojos,
que fueran necios enojos
de eso. En ti, ¿qué culpa está?

Sale ARSINDA

ARSINDA: Es milagro.
ARIADENO: De Mahoma.
ARSINDA: ¿Que hablas ya?
NISEA: Él te lo diga.
FLORENCIO: Arsinda del slam, amiga,
¿no me das los brazos?
ARSINDA: Toma.
Y ojalá pudiera darte
los bienes que más codicias
y el mundo todo en albricias
del contento de mirarte.
FLORENCIO: Mira qué dicha he tenido.
ARSINDA: Por desgracia la he llorado.
ARIADENO: Cayendo hemos caminado
más que en cuanto se ha corrido.
ARSINDA: ¿Cómo estás?
FLORENCIO: Pues que me ves
con vida, ¿qué quieres más?
ARSINDA: Herido en el rostro estás.
…………………[-és].
Éntrate a acostar si quieres.
FLORENCIO: De otro acuerdo estamos ya;
que diz que hay huésped acá.
ARSINDA: A todos tú te prefieres.
NISEA: Ha dado en esta porfía.
ARSINDA: Y que lo acierta sospecho;
que pensara que lo ha hecho
adrede, por vida mía.
Y aun yo no sé si imagino
que la caída fingiste,
y en aquesta traza diste
que aquí tu entrada encamine.
FLORENCIO: Otras buscara mejores.
ARIADENO: Si tú la posada dieras,
que era buena traza vieras
para juguete de amores.
Miren qué guantes perdidos
fingió que venía a buscar,
pues si no te has de quedar,
irnos hemos ya perdidos,
y sangraráste en llegando
que lo has harto menester.
FLORENCIO: Los caballos haz traer.
ARIADENO: Por ellos parto volando.
NISEA: ¿En irte, en fin te resuelves?
Quédate, no seas extraño,
que te hará el camino daño.
FLORENCIO: ¿Eso a persuadirme vuelves?
ARSINDA: El príncipe vuelve ya.
FLORENCIO: Pésame que me halle aquí.

Desvíase a un lado [cubierto el
rostro con un paño], y [salen] el
PRÍNCIPE y TREBACIO

PRÍNCIPE: Gran fuerza tira de mí,
pues me trae tan presto acá.
NISEA: ¿Tan presto vuelves, señor?
PRÍNCIPE: Heme sentido cansado.
ARSINDA: ¿Cosa que sea de cuidado?
PRÍNCIPE: El cansancio fuera error.
No es para mí tan crüel
su fuerza terrible y mansa,
antes la caza me cansa
porque me divierte de él.
NISEA: ¿Mi padre no te acompaña?
PRÍNCIPE: Perdíme de él, y me pesa;
pero baja muy espesa
la falda de esa montaña.
Vine con solo Trebacio,
sin rastro de los demás.
No quise buscarlos más
sino venirme de espacio.
Como entre tanta espesura
es mala un alma de hallar,
acá la vengo a buscar;
que hay más luz y más ventura
Menester ha el que esto emprende
todas estas invenciones,
cuando a caza de ocasiones
caza que se huye y defiende.
Tanto que de veces tantas
como le viene a buscar
hoy no más la puede hallar.

Desvíase NISEA, y dice ARSINDA al
PRÍNCIPE

ARSINDA: Habla menos que la espantas.
FLORENCIO: (¿Que luego no es la primera, Aparte
como me juran a mí?
¿Para ver esto corrí?)
PRÍNCIPE: ¿Adónde te vas?
NISEA: Afuera.
Haré a mi padre avisar
de cómo has ya venido;
que en busca tuya perdido
y errado debe de andar.
PRÍNCIPE: Vuelve, Trebacio, a buscarle;
que tiene Nisea razón.

[NISEA habla aparte a FLORENCIO]

NISEA: (¿Una dices? Tantas son,
que me obligan a que calle.
Veo que mal lo advertiste
pero a que calle me obligas,
sólo porque no me digas
la causa por qué lo hiciste.)
PRÍNCIPE: Si perdido y mal dispuesto
me vi, ¿qué había de esperar?
ARSINDA: ¿Quieres entrarte a acostar
si no vienes bueno?
PRÍNCIPE: Es presto.
¿Éste es, pues, el que cayó?
ARSINDA: Ya lo sabes.
PRÍNCIPE: Allá fuera
me han dicho de la manera
que su dicha sucedió.
Fue dicha no se matar.
ARSINDA: Muerto le habemos tenido.
PRÍNCIPE: Y, ¿cómo estás?
FLORENCIO: Con sentido,
que no sé si es mejorar.
PRÍNCIPE: Bien dices, porque con él
se echa más de ver el mal.
ARSINDA: Él habrá quedado tal
que quisera estar sin él.
PRÍNCIPE: Y, ¿en pie te puedes tener?
FLORENCIO: He probado a andar un poco.
PRÍNCIPE: ¿Podráste ir poco a poco?
FLORENCIO: Habré de hacer por poder.
NISEA: Primero te has de curar
que saques el pie de aquí.
PRÍNCIPE: Según me parece a mí,
más provecho le hará andar.
Yo le aconsejo lo cierto.
FLORENCIO: Ya los caballos espero.
PRÍNCIPE: Parécesme caballero.
FLORENCIO: Soy bien nacido y bien muerto.
PRÍNCIPE: ¿Español?
FLORENCIO: A tu servicio.
PRÍNCIPE: ¿Adónde vas?
FLORENCIO: Caminaba
hacia Italia.
PRÍNCIPE: ¿A qué?
FLORENCIO: Llevaba
esperanzas.
PRÍNCIPE: ¿Para oficio?
FLORENCIO: Para buena ocupación
con harta honrada ventaja;
pero la Fortuna ataja
la más cierta pretensión.
NISEA: Yo fío que estarás bueno
y que alegre gozarás
esa tu ventaja y más.
FLORENCIO: Ya voy de esperarla ajeno.
PRÍNCIPE: ¿Por qué pierdes la esperanza?
FLORENCIO: Porque me dicen, señor,
que tengo competidor,
hombre que puede y alcanza.
PRÍNCIPE: ¿Tienes de eso nueva cierta?
FLORENCIO: ¿Cuándo no lo fue la ruin?
PRÍNCIPE: Pues, ¿a tan dichoso fin
partías con dicha incierta?
FLORENCIO: Cuando yo partí, no había
razón de temer alguna
pues tuve a toda fortuna
por mudable, y no la mía.
PRÍNCIPE: ¿Dónde hallaste de tu ofensa
nuevas?
FLORENCIO: Por aquí al pasar;
que la nueva del pesar
hállase do no se piensa.
PRÍNCIPE: Quizá para darte enojos
y desanimarte, intenta
engañarte alguno.
FLORENCIO: Haz cuenta
que lo veo por mis ojos.
NISEA: Pues pienso que te mintieron;
que ellos también mentir saben.
Y esperanzas no se acaben
que tan bien fundadas fueron.
De tu salud trata agora
y luego tratarás de ellas;
que de que saldrás con ellas
yo salgo por fïadora.
No temas competidor
séase quien se quisier;
que ha de tener su poder
envidia de tu favor.
FLORENCIO: Beso los pies cien mil veces
a quien tal merced me hace.
NISEA: Porque en verdad no deshace
su poder lo que mereces,
las nuevas que te han dado
no te quiten el reposo;
porque siempre el poderoso
es el que viene engañado.
Responderán con respeto
todos a su pretensión
más mirando la razón;
que esto hace siempre el discreto.
FLORENCIO: Quien más me favorecía
no me ha tratado verdad.
NISEA: Quizá por más amistad
o por yerro eso sería.
Ves aquí, el príncipe espera,
que me dice que ha venido
aquí mil veces, y ha sido
para mí ésta la primera.
Y si me lo oyera alguno
pensara que le engañaba.
No estés afligido. Acaba.
FLORENCIO: Siempre el triste es importuno.
ARSINDA: ¡Qué despacio lo consuela!
Como le mira afligido,
es piadosa.
PRÍNCIPE: No lo ha sido
hasta que mi mal la duela.
ARSINDA: Su pretensión le asegura
como que supiera ella
ni de sí, ni de él, ni de ella.
PRÍNCIPE: Consolarle así procura.
¿Cómo está siempre cubierto
con el paño el rostro ansí?
ARSINDA: Hase dado un golpe allí.
PRÍNCIPE: Irse a curar es lo cierto.

Salen LEUCATO y TREBACIO

LEUCATO: Señor, ¿qué venida es ésta?
¿Qué mudanza de intención
que tanta tribulación
y tanto temor me cuesta?
Dame los pies, que te hallo,
más deseado que has sido
de cuentos serás querido.

Sale ARIADENO

ARIADENO: Ya tienes allí el caballo.
PRÍNCIPE: Toma los brazos, Leucato;
que me pesa de haber dado
ocasión a tu cuidado
y a tu pecho este mal rato.
LEUCATO: ¿Por qué veniste?
PRÍNCIPE: Halléme
cansado ya.
LEUCATO: No debía
de agradarte el monte.
PRÍNCIPE: [-ía];
¿Eso tu cordura teme?
Es la recreación mejor
que he visto en toda mi vida.
LEUCATO: Pues, ¿cómo de tu venida
no me avistaste, señor?
PRÍNCIPE: Perdíme.
LEUCATO: ¿Cómo es posible
estando tan cerca yo?
O, ¿qué ocasión te apartó?
TREBACIO: (Está en apretar terrible.) Aparte
PRÍNCIPE: Hallóme aquese soldado
que ha venido en busca mía
a negocio que pedía
brevedad y su cuidado.
Oyéndole divertido
me desvié de manera
que, si buscarte quisiera,
fuera trabajo perdido.
Tomé una senda que ésta
todo desde el monte viene
porque es negocio que tiene
necesidad de respuesta
y que pide brevedad.
Y ansí, le he ya despachado
aunque está tal el cuidado
que va con dificultad;
que cayó por darse priesa
y se hubo de matar.

[TREBACIO habla aparte] a FLORENCIO

TREBACIO: (Procura disimular.)
LEUCATO: De la desgracia me pesa;
y, ¿es algo?
PRÍNCIPE: Ya está mejor.
Pártase al punto, que importa.
Aunque es la jornada corta
me ha cansado.
LEONATO: Ven, señor.
Arsinda, corriendo mira
si lo que mando está hecho.
ARSINDA: Que estará a punto sospecho.

Vase [ARSINDA]

NISEA: (¡Qué bien trazada mentira!) Aparte
Haz que el soldado se quede
que según está, imagino
que le matará el camino.
PRÍNCIPE: De ninguna suerte puede.
TREBACIO: (Si se queda, es descubierto Aparte
el embuste que está trazado.)
NISEA: Otro irá con el recado.
LEUCATO: ¿A quién? ¿Quién?
PRÍNCIPE: No puede, cierto.
LEUCATO: No porfíes si conviene,
sino mira…
NISEA: Tras ti voy.
LEUCATO: Mira…

NISEA: (¡Desdichada soy! Aparte
De irse sin verme tiene.)

Vanse [NISEA, LEUCATO, y el PRÍNCIPE]

TREBACIO: Cuando vaya a la ciudad
el príncipe, verle puedes
y está cierto que no quedes
sin premio de esta amistad.

Vase [TREBACIO]

ARIADENO: Aun ya por este camino
no todo se perderá;
que al fin ha servido ya
para esto tu camino.
Bien empleada la priesa
pues tan a tiempo llegaste;
que tu señora sacaste
de tan peligrosa empresa.
Para darte aviso de ella
ha parecido que vino
azotando tu rocino,
el enano a la doncella.
Vámonos a la ciudad;
que es locura estarte aquí
tanto tiempo, estando ansí.
FLORENCIO: Burla de mi ceguedad.
No me espanto que te rías
cuando mis desgracias crecen;
que aun lástima no merecen
aquestas locuras mías.

ARIADENO: El cielo sabe, señor,
si me dueles.
FLORENCIO: Yo lo sé;
que algunas veces se ve
hacerla contra el dolor,
y la parte más crüel
de este mal que mi alma llora
es no entender lo que agora
aún no sé qué sienta de él.
Entra en aquese aposento
y mira si a Arsinda ves.
ARIADENO: Curémoste; que después
buscarás más escarmiento.
FLORENCIO: Ve, pues.
ARIADENO: Malo ese ojo está.
Agua vierte.

Vase [ARIADENO]

FLORENCIO: Aunque me duela,
una cosa me consuela:
que no son lágrimas ya.

Perdidos ojos, que mirar osastes
a esta hechicera, a esta encantadora,
el tiempo que esa vista engañadora
entre fingida paz envuelta hallastes;
ya que a temer su guerra comenzastes,
cegad con llanto, y pagaréisme agora
el desatino que ya tarde llora
el alma descuidada que engañastes.
Vuestro error me cegó, y mi error os ciega,
y a buen tiempo enfermáis, pues mis querellas
callar podrán su causa la más fuerte.
Las lágrimas del llanto que me anega
saldrán así, sin que se burle de ellas
ésta que ya se burla de mi muerte.

Sale FLORELA

FLORELA: ¿Cómo estáis, caballero,
tanto tiempo sin curar?
O vos queréis matar
o debéis de ser de acero.
FLORENCIO: Quizá entrambas cosas son.
Traza de matarme voy;
mas como de acero soy
no salgo con mi intención.
FLORELA: Pues,…no hay en aquesta casa
caridad para acogeros.
Pues,…suele con forasteros
no ser a veces escasa.
Y, sucediendo del amo
de ellos, la desgracia fuera
que haber movido pudiera
a compasión un diamante.
Partíos a la ciudad
si es que caminar podéis;
que donde quiera hallaréis
cortesía y amistad.
Y si, como yo imagino
según fue del daño terrible,
fuera, señor, imposible
proseguir vuestro camino.
Mi padre, que en esta orilla
del monte, a muy poco espacio
detrás de aqueste palacio,
tiene una pobre casilla.
Con ella y con cuanto él mande,
hará que al menos os sobre
una voluntad de pobre
que siempre suele ser grande.
No os ha de faltar allí
una cama limpia y blanda
con las sábanas de holanda
que se guardan para mí;
colchones que puede encima
tenderse el rey con cuidado,
que dende que se han lavado
no han bajado de tarima;
cobertor que en la ventana
ponemos en nuevas fiestas;
mantas que entre nieve puestas
no sabréis si es nieve o lana;
almohadas de labor
que jamás se han enfundado;
rodapies de red labrado
que le cerque alrededor.
Hallarlo has, cuando lo veas,
oliendo todo al tomillo
y a pecho llano y sencillo
perfume de las aldeas.
Tendrás para tu regalo,
si a quedarte determinas,
huevos frescos y gallinas
que no lo hay en casa malo.
Daránte fruta estos yermos
bien sazonada y madura,
y agua fría, clara y pura.
Buen convite para enfermos.
El médico vendrá acá
o cada día o los más;
que, como a los demás,
te curará desde allá.
Sencilla ofrezco a tus pies
este servicio pequeño;
que, aunque no soy de ello dueño,
soy dueño de quien lo es.
Soy sola en cas de mi padre
y por eso ansí lo digo;
que aun hoy consuela conmigo
la pérdida de mi madre.
Rogaréselo de veras,
a su duda lloraré;
que lágrimas te daré
y no serán las primeras;
que cuando caer te vi
lloré hartas, yo te digo
y, aunque quise entrar contigo,
de pesar nome atreví.
Cuenta con tu hato tuve
que todos lo habían dejado;
que, aunque no estuve a tu lado,
en servicio tuyo estuve.
A tener más, más te diera;
mas esta pobre humildad
ofrezco a tu enfermedad,
y a mí para tu enfermera.
FLORENCIO: (Que es grande ya mi mal digo, Aparte
y grande mi desconsuelo,
pues es menester que el cielo
haga milagros conmigo;
que esta hermosura y piedad
sola tuya puede ser.
Ven, Nisea, ven a ver
quién afrenta tu crueldad.
Mira cuánto el rigor es
que conmigo usaste agora;
que una niña y labradora
te culpa de descortés.
Si tan divertida estás
en tus pretensiones altas
que a la cortesía faltas,
a la voluntad, ¿qué harás?)
FLORELA: Cortesano, no parece
buen trato no responder
palabras a una mujer
que buenas obras ofrece.
No es razón que el rostro escondas
y calles de esa manera;
que por ser mujer siquiera
es razón que me respondas.
FLORENCIO: Labradora celestial
a quien dio Naturaleza
como natural belleza
cortesía natural,
cielo a quien llega el altura
de mi mal con sus remates,
tú, que donde los quilates
se ven de mi desventura,
ver que no te sea molesta
mi tardanza en responder;
que la tengo menester
para estudiar la respuesta.
Responderte no he sabido
a tantos bienes, grosero,
que como no los espero
no me hallo prevenido.
No es mucho, aunque te contentas
con esos villanos trajes,
que cortesanos atajes
pues cortesanos afrentas.

Salen ARIADENO y ROBERTO

ARIADENO: ¿Es éste mi amo?
ROBERTO: Pésame, por cierto
de la desgracia.
ARIADENO: ¿Conoceisle acaso
deltiempo que estuvistes en España?
ROBERTO: No le conozco, pero ser podría
que allá le hubiese visto. Y como tiene
cubierto el rostro, aunque le conociera,
no creyera quién es.
FLORENCIO: Pues, Ariadeno.
ARIADENO: No parece persona que yo busque;
todo está con el huésped ocupado.
Sólo Roberto, un gran amigo mío
que conocí en España, vi aquí dentro;
que es en aquesta casa mayordomo
y la guarda mayor de aquestos montes.
FLORENCIO: ¿Es este hidalgo?
ROBERTO: Soy crïado tuyo
y quisiera tener donde pudiera
servirte y regalarte; mas el príncipe
hace que no sepamos de nosotros.
FLORENCIO: Guardeos Dios; que yo creo ese buen ánimo.
ARIADENO: ¿Qué tal te sientes?
FLORENCIO: Malo. Labradora,
¿qué hiciste los caballos?
FLORELA: Mi padre
está en su guarda mientras que yo vengo
a saber del enfermo.
ARIADENO: Sois honrada.
FLORENCIO: Bien lo hanmostrado sus ofrecimientos.
FLORELA: No mucho, pues tan mal son recibidos.

[ARIADENO habla aparte con FLORENCIO]

ARIADENO: (No te descuides en cubrir el rostro;
no te conozca aquéste, que podría…)
FLORENCIO: (Por eso tengo el paño de esta suerte
más que por el dolor.)
ARIADENO: Adiós, Roberto.
ROBERTO: Adiós. Mañana podrá ser que sea
a la ciudad; que he de ir a buscar guardas
para este monte.
ARIADENO: Pues, ¿está sin ellas?
ROBERTO: Yo le suelo pasear en un caballo
y, como está tan lejos, con aquesta
y una guarda de a pie que tengo siempre,
sino desde algunos días a esta parte
que se nos fue, le tengo bien guardado.
Y así, le iré a buscar con diligencia;
que, como ha dado el príncipe en venirse,
la caza aquí parece mal sin guarda.
FLORENCIO: Pues, ¿suele acostumbrar esa venida?
ROBERTO: Hoy la comienza; pero está contento
y entiendo que querrá continuarla.
ARIADENO: Mal placer le dé Dios.
FLORENCIO: Pues cuando vayas,
¿dónde piensas posar porque Ariadeno
te vea?
ROBERTO: En las casas de Leucato,
bien conocidas en la ciudad toda.
ARIADENO: Ven con Dios mañana.
ROBERTO: Sí, vendré din duda,
y yo tendré cuidado.
ARIADENO: Labradora,
por la guarda tomad para alfileres.
FLORELA: ¿Soy lacayo por dicha que me pagas
el guardar tus caballos?
FLORENCIO: No la afrentes.
ARIADENO: ¡Hágame estas afrentas todo el mundo!
FLORENCIO: Adiós, mi labradora.
FLORELA: ¿Qué? ¿No quieres
quedarte?
FLORENCIO: Por temor del mal quisiera.
Importa que me vaya, ¡por tus ojos!
Tiempo queda, si Dios me diere vida,
en que vea tu casa.
FLORELA: La palabra
tomo.
FLORENCIO: Yo la doy, y cumpliréla.
FLORELA: Adiós. Iré contigo hasta el camino.
ARIADENO: No estás despacio para cumplimientos.
El vino que probamos allá dentro,
¿véndese en la ciudad?
ROBERTO: Si traes bota,
de ello llevarás.
ARIADENO: Si no descalzo
estas dos, que no harán mala medida,
no tengo otra. ¡Mal haya el caminante
que camina sin bota!
FLORENCIO: ¿Vienes?
ARIADENO: Vamos.

Vanse [FLORENCIO, ARIADENO y FLORELA]. Sale
TREBACIO

TREBACIO: ¿Dónde podrá ponerse un cojín mío?
ROBERTO: En casa de Sileno tenéis más,
un labrador que vive en las espaldas
de aquesta torre, casa como en monte.
TREBACIO: Como tengo tejado, me contento.

Sale NISEA

NISEA: ¿Sabéis si se ha partido el forastero
que cayó del caballo?
ROBERTO: Ya es partido.
NISEA: ¿Sabéislo cierto?
ROBERTO: Yo le vi partirse.
NISEA: ¿Cómo iva?
ROBERTO: Muy malo. Yo le temo
estarse tanto tiempo sin curarse.
Ningún remedio tiene de matar[le].
No sé cómo la gente que halla en casa
de caridad siquiera, no le diera
adonde descansara por un rato.
NISEA: ¡Que aquesto escucho, triste, y no reviento!
Ese descuido nuestro y su desgracia
me deja con gran lástima y deseo
saber de su salud.
ROBERTO: Yo he de ir mañana
a la ciudad y pienso que he de verle;
que su crïado es [gran] amigo mío.
NISEA: Búscamele, Roberto, por tu vida,
y al crïado le di que venga a verme.
Enviaremos al triste algún regalo
en pago de que aquí no le acogimos.
ROBERTO: Harélo de la suerte que lo mandas.
NISEA: ¿Haráslo con cuidado?
ROBERTO: Harélo cierto.
NISEA: (¡Yo te maté, Florencio, yo te he muerto) Aparte

FIN DEL ACTO PRIMERO

________________________________________
ACTO SEGUNDO
________________________________________

Salen FLORENCIO, en hábito de guarda de monte,
y ARIADENO. FLORENCIO trae un arcabuz

FLORENCIO: De aquí puedes volver.
No llegues, por vida mía;
que a verte en mi compañía,
lo echamos todos a perder.
La casa del bosque es ésta.
ARIADENO: ¿Dónde quieres que te espere
por si bien no sucediere
la traza que traes dispuesta?
FLORENCIO: Da la vuelta a la ciudad
y espérame en la posada;
que si no negocio nada
soy allá con brevedad.
Y si me quedo, podrás
volver por acá mañana.
ARIADENO: Mira que no es traza sana
quedar solo.
FLORENCIO: Mucho más
a riesgo ninguno quedo.
ARIADENO: Quizá te conocerán
pues todos visto te han
seis días ha.
FLORENCIO: No tengo miedo.
¿No ves que estuve encubierto
el rostro cuando aquí estuve,
y otra cara y color tuve
y ya me tienen por muerto?
ARIADENO: ¿Tan convalecido estás
agora, a tu parecer,
pues te levantaste ayer
para este yerro en que das?
Tras las recientes sangrías
y tras medicinas tantas,
sospecho que te levantas
tan necio como venías.
FLORENCIO: Pues, ¿tan poco es el disfraz
que traigo que no podría
en la misma casa mía
encubrirme?
ARIADENO: Tu gusto haz.
No te aconsejaré ya;
que me es mal agradecido.
FLORENCIO: Cuando el consejo es perdido,
no es prudente quien le da.
Perdona si respondí
mal a tu buena intención;
que es igual mi obstinación
al buen celo que hay en ti.
ARIADENO: ¿Agoa cumples conmigo?
Despacio, señor, estás.
FLORENCIO: Pues, amigo, advertirás
todo aquesto que te digo.
Si esta noche no me hallo
en la posada, mañana
podrás, algo de mañana
pasar por aquí a caballo;
que yo andaré ansí el camino
esperando con cuidado,
y del intento trazado
sabrás allí lo que ha habido.
Con diligencia me busca.
No hagas que mucho aguarde,
y vete, que se hace tarde.
ARIADENO: Temprano andaré en tu busca
si esta noche, como dices,
no te veo en la posada
o, si de la traza dada,
antes de eso no desdices;
que, según mudas acuerdos,
todo se puede temer.
FLORENCIO: Al tiempo que es menester
no todos saben ser cuerdos.
Como ningún medio ayude
ni sale a mi intento bueno,
no te espantes, Ariadeno,
de que a menudo los mude.
ARIADENO: Mas, ¿qué tienes de mudar,
puesto de disfraz, de suerte
que no pueda concocerte
cuando te venga a buscar?
FLORENCIO: ¿Conoceráme Nisea?
ARIADENO: Dúdolo, según estás.
FLORENCIO: Según ella está, dirás.
ARIADENO: ¿Qué dirá cuando te vea
que por muerto te ha llorado?
FLORENCIO: Que pocas lágrimas son.
ARIADENO: No tienes, señor, razón.
Mucho dolor la has costado.
Pero súpolo fingir
el crïado de manera
que ser yo el muerto creyera,
a querérmelo decir.
FLORENCIO: Ha sido ventura extraña
que, cual si lo previnieses
ese crïado tuvieses
conocido desde España.
ARIADENO: Pues advierte que es el todo
en la casa de Leucato.
FLORENCIO: Como continúes su trato,
nos dará cuenta de todo.
¿En efecto concertase
con él este intento mío?
ARIADENO: Sí, si tanto desvarío
hay quien concertarlo baste.
FLORENCIO: Y, ¿dice si posa allí
el príncipe todavía?
ARIADENO: No estuvo allá más de un día.
Volvióse, mas viene ya.
FLORENCIO: ¿Sabes en qué errado habemos?
ARIADENO: De yerros no hay que te espantes.
FLORENCIO: El no ver yo a Nisea antes.
ARIADENO: ¡Que en estas locuras demos!
Que pues me envió a llamar
siquiera por cortesía,
ya que no por más, debía
irla luego a visitar.
FLORENCIO: No es lo primero que yerro.
Gente viene o va, volverte.
ARIADENO: Si es forzoso obedecerte
no se puede llamar yerro.
FLORENCIO: El nombre de este crïado
que busco, que no le acierto,
vuelve a decirme.
ARIADENO: Roberto,
nunca a su libro pasado;
pero vesle aquí.
FLORENCIO: ¿Que éste es?

Sale ROBERTO

ARIADENO: Roberto, dicha he tenido
en hallarte.
ROBERTO: Bien venido.
ARIADENO: Muy enhorabuena estés.
ROBERTO: Al monte iba a caza agora
con intento de tomar
con qué te fuese a buscar.
ARIADENO: Luego, ¿llego a buena hora?
ROBERTO: Ahorrarásme este camino.
¿Es éste la guarda?
ARIADENO: Sí.
FLORENCIO: A servirte vengo aquí.
ROBERTO: ¿Cuánto ha que de España vino?
ARIADENO: Poco. ¿Cuánto ha que veniste?
FLORENCIO: Que llegué aquí habrá tres días.
ROBERTO: ¿A qué o adónde venías
o, por qué de allá partiste?
FLORENCIO: Partí en una compañía
para Flandes. Enfermé.
Dejáronme aquí y quedé
rendido a la muerte mía.
ROBERTO: ¿De soldado, agora das
a guardar un monte, y tanta
flaqueza?
FLORENCIO: No se levanta
el ánimo para más.
Antes de entrar en la guerra
he conocido lo que es.
ARIADENO: Si bien lo supieses, pues.
ROBERTO: Y, ¿no vuelves a tu tierra?
FLORENCIO: No, porque no dejo allá
hacienda ni buen partido.
Adonde no es conocido
el pobre mejor está.
ROBERTO: Paréceme hombre de bien.
ARIADENO: Que lo es fí de mí.
Quizá por serlo está ansí.
ROBERTO: Y, ¿cuántos de estos se ven?
¿Quieres que concertemos
lo que te tengo de dar?
FLORENCIO: Poco hay que concertar
ni en qué nos desconcertemos.
Yo no tengo de añadir
a la ración que me deis;
luego de darme tenéis
lo con que pueda vivir.
Como pueda pasar yo
ventaja no la querré;
que en este oficio ya sé
que ninguno enriqueció.
ROBERTO: Póneste tan en lo justo
que en eso no hay más que hacer.
Amigos hemos de ser.
FLORENCIO: Deseo servir a gusto.

[ARIADENO habla] aparte a FLORENCIO

ARIADENO: (¡Cuerpo de quién me parió!
Hablémonos comedido;
que lo hablas tan polido
que casi te conoció.
O si no, la boca enjuaga
para que hables más modesto.
Tú no vales para esto,
tus orejas llenas de agua.
Habla más alto, y más gordo
y jura de en cuando en cuando
antes de andar enseñando
las palabras como a sordo.)
Dígole lo que ha de hacer
para acertar a servir.
ROBERTO: Bien se lo sabrás decir.
FLORENCIO: Y yo sabré obedecer.
ARIADENO: Cuanto te predico ansí
en la cabeza te queda.
FLORENCIO: Hará el pobre lo que pueda;
venía clavado aquí.
ARIADENO: Por fuerza has de responder
razón concupulativa.
Ansí yo en España viva
como has de echarla a perder.
ROBERTO: Agora que estás acá,
querrás hablar a Nisea
que mucho verte desea.
ARIADENO: ¿Cómo, si en la cama está?
ROBERTO: Hoy se ha levantado un poco
de su padre importunada.
ARIADENO: ¿Qué ha sido su mal?
ROBERTO: No nada.
Trae al pobre padre loco.
No es más de melancolía.
ARIADENO: Y, ¿ese llamas poco mal?
En mil gentes es mortal,
y aun yo jurarlo podría;
que después que el mal logrado
de mi señor me faltó,
ando tal que no se vio
hombre tan desconsolado.
Poco a poco voy tras él
según me tiene el dolor;
que esto debe a tal señor
un crïado antiguo y fiel.
Que sobre sobre aquésta que ciño
me quise arrojar, confieso.
ROBERTO: ¿Un hombre como tú hace eso?
ARIADENO: El dolor me ha vuelto niño;
con esto sólo descanso.
ROBERTO: ¿Adónde está tu cordura?
ARIADENO: ¡Qué gala, qué compostura,
qué dadivoso, qué manso!
¡Ay, que perdí mucho, amigo!
ROBERTO: Para eso es el corazón.
FLORENCIO: (¡Qué bien finge el bellacón!) Aparte
ROBERTO: ¿Hacíalo bien contigo?
ARIADENO: ¡Cómo si lo hacía bien!
Seis años fui su crïado,
y en aquestos he medrado
cual él tenga el siglo, amén.
Esto va entre burlas veras;
no tuvo cosa partida
comigo en toda su vida;
que se las guardaba enteras.

Hacia FLORENCIO

No había para mí de haber
llave en arca, en carta nema;
mas si daba en una tema
el juicio hacía perder.
Éstas me traen de esta suerte
llorando agora con vos;
no se lo perdone Dios.
ROBERTO: Más vale que sí, ya muerte.
FLORENCIO: (Temo no me haga reír Aparte
según anda bueno el loco,
y a él costárale poco.)
ARIADENO: ¿No lo podrías decir?
FLORENCIO: No traigas a la memoria
cosas de tanto pesar,
pues no se han de remediar.
ARIADENO: Téngale Dios en su gloria.
ROBERTO: ¿Qué día murió?
ARIADENO: El quinto.
ROBERTO: ¿Tenía herida?
ARIADENO: Mil tenía.
ROBERTO: ¿Volvía sangre?
ARIADENO: Parecía
un cuero de vino tinto.
ROBERTO: ¿Rompíasele la vena?
ARIADENO: ¿Cómo se podía romper?
Que la debía tener
más recia que una cadena.
ROBERTO: Pues eso, ¿cómo se vio?
ARIADENO: Pudieran verlo los ciegos;
pues por consejos ni ruegos
eternamente quebró.
ROBERTO: No es ésa de la que hablamos.
ARIADENO: Sé poco de esto de venas.
FLORENCIO: (Las tuyas, a fe, andan buenas.) Aparte
ROBERTO: ¿Quieres que a la torre vamos
para que hables a Nisea?
ARIADENO: Puedes decirla primero
que aquí estoy y que aquí espero.
ROBERTO: Muy bien me parece. Sea.
ARIADENO: Aunque si habemos de hablarla
de aqueste pobre difunto,
como me enternezco al punto,
temo mucho de cansarla.
ROBERTO: Harto está ella lastimada;
que dice que en no curarle
ella debió de matarle.
ARIADENO: No va en eso muy errada.
ROBERTO: Procúrala consolar
diciendo que venía malo
y que ni cura o regalo
le pudieron remediar;
que esto debe de querer
saber de ti, según creo,
y según muestra el deseo,
algún bien te quiere hacer.
Y si acomodarte quieres
con el príncipe, sospecho
que tenemos lo más hecho.
FLORENCIO: Bueno es, mientras no te fueres.
Este cómodo procura.
ARIADENO: Tendríalo a dicha extraña;
que no quiero ver a España
sino con buena ventura.
ROBERTO: Di a Nisea que lo pida
y si mi abono vale algo,
harélo con pecho hidalgo.
ARIADENO: Prospere el cielo tu vida.
ROBERTO: Quiérola entrar a avisar.
Vete llegando a la torre.
Tú, amigo, un pedazo corre
del monte que has de guardar
y en casa me buscarás
cuando ya se ponga el sol.
¿Cómo es tu nombre?
FLORENCIO: Español.
ROBERTO: Con solo él guardar podrás.

Vase [ROBERTO]

ARIADENO: ¿Tengo en efecto de hablarla?
FLORENCIO: No le podemos ya huir.
ARIADENO: ¿Qué la tengo de decir?
¿Podré ya desengañarla?
Que disparate sería
decir ya que estás difunto
si ha de verte luego al punto,
y pesada grosería.
Pues en fin, ¿qué le diré?
¿Diré que eres vivo?
FLORENCIO: Sí.
Díselo.
ARIADENO: ¿Y que estás aquí?
FLORENCIO: Di que aún no me levanté.
Informaréme primero
de cómo las cosas van.
ARIADENO: Mira que quizá saldrán
a llamarme. Mirar quiero.
FLORENCIO: Aquí detrás de la torre
aguardo a que me refieras
lo que pasare.
ARIADENO: ¿Aquí esperas?
FLORENCIO: Junto a este río.
ARIADENO: Voy.
FLORENCIO: Corre.

Vase ARIADENO

Fáciles aguas de este manso río
que por su margen desigual, torcida,
lleváis vuestra corriente recogida
al valle melancólico y soberbio,
olas cobardes, que os detiene el brío,
arena, a nuestra costa humedecida,
y de la opuesta peña endurecida,
blandas mojáis el pie, de algas vestido.
¿Por qué estáis murmurándome si digo
que he de elegir sin orden mi discurso
al dueño ingrato de mi vida triste?
Torcida o no, su condición la digo
como seguís vosotras vuestro curso;
que fuerza natural mal se resiste.

Salen NISEA y ROBERTO

ROBERTO: Haces bien, por vida mía,
en salirte por aquí;
que ya templarás ansí
algo la melancolía.
NISEA: ¿Adónde está ese crïado
que me dices?
ROBERTO: No le veas
si de ver triste deseas;
que está tan desesperado
que es gran lástima escucharle
y te ha de entristecer.
NISEA: Si el mal no puede crecer
de todo podemos darle,
no importa, mirado está.
ROBERTO: A la puerta principal
debe de guardarme, mal
podremos hallarle acá.
Como por la falsa puerta
que sale al río saliste.
No es mucho que no le viste.
FLORENCIO: (¿Yerra mi dicha o acierta? Aparte
No sé qué sienta de haber
encontrado aquí a Nisea;
que aunque el gusto lo desea
sospechas le hacen temer.)
ROBERTO: Llamarále aquesta guarda.
Español, llama al amigo.
…………………[-igo]
FLORENCIO: ¿Dónde está?
ROBERTO: A la puerta aguarda.
NISEA: Espera.
FLORENCIO: ¿Qué es lo que mandas?
NISEA: Roberto, ¿quién es aquéste?
ROBERTO: Guarda de este monte.
NISEA: ¿De éste?
ROBERTO: De éste.
NISEA: (Fortuna, ¿en qué andas?) Aparte
¿Cuándo le trujiste?
ROBERTO: Agora.
NISEA: Pues si ha tan poco que vino,
no la mandes ir camino
en que nos detenga un hora.
Ve tú, y que te espero advierto.
ROBERTO: Voy. No te quites de aquí,
Español.

Vase [ROBERTO]

FLORENCIO: Harélo ansí.
(Echada es ya la suerte.) Aparte
NISEA: ¿Florencio?
FLORENCIO: ¿Señora?
NISEA: Espera.
Llégate. ¿Eres tú?
FLORENCIO: Yo soy.
NISEA: ¿Que estás vivo?
FLORENCIO: Vivo estoy.
NISEA: ¿Das en tu tema primera
o burlaste de ella. Llega.
¿Quién se ha trocado? ¿Tú o yo?
FLORENCIO: ¿No me ves, señora?
NISEA: No;
que estoy de llorarte ciega.
FLORENCIO: ¿No me conoces, a fe?
¿Tanto el traje te divierte?
NISEA: Pudiera no conocerte
si fuera menor mi fe.
¿Quién habrá que no se ataje,
mirando no prevenida,
a un hombre muerto con vida
y a un caballero este traje?
Crüel, ¿qué quisiste hacer
con publicar que eras muerto?
FLORENCIO: Poder estar encubierto
y poder venirte a ver.
NISEA: Aquí, ¿quién te conocía
que verme a mí no pudieras
sin que muerto te fingieras?
¿Quién andaba ya en tu espía?
Y, si es que te conocían,
para disimulación,
¿qué importaba esa acción
si vivo después te veían?
Ya que [fuera] traza buena
–que creerte no lo quiero–
¿no me avisaras primero
para excusarme la pena?
FLORENCIO: Si confesar tu razón
y pesarme de la culpa
basta ya para mi disculpa,
ya yo merezco perdón.
Y por alcanzarla quiero
hacer confesión entera
y la ocasión verdadera
de huir de mi error grosero.
Sospechas, señora, dieron
a mi locura aparejo
y, como de su consejo,
los disparates salieron.
Ver tu pecho descubierto
quise, y tus entrañas claras,
sin que de mí te guardaras,
creyendo que ya era muerto.
Y, pues llego a descubrirlo,
sin duda que me arrepiento,
básteme para escarmiento
la vergünza de decirlo.
NISEA: ¿Con alma tan temerosa
miras a mi voluntad
que buscas de mi verdad
experiencia tan costosa?
Y, ¿de dónde ocasión das
a tus sospechas?
FLORENCIO: No sé;
mas he dicho que pensé;
no me preguntes ya más.
NISEA: Fácilmente lo adivino;
que te quiero confesar.
No en todo es de disculpar
aquése tu desatino;
que, según lo que pasó
aquel día que viniste,
ocasión de temor diste
a no saber quién soy yo.
FLORENCIO: Sé quién eres, mas también
de tu casa me vi echar
y, alegre en ella quedar,
un rey que te quiere bien.
No es mucho que yo me ablande
y dé lugar al temor;
que, si es mucho tu valor,
también la conquista es grande.
NISEA: Pues, ¿qué pude más hacer
para que tú te quedaras?
FLORENCIO: Vi tus entrañas bien claras;
mas vi también qué temer.
NISEA: ¿Quién aseguró, me di,
que mudas ya de sentencia
y dejas esa experiencia
que hacer quieres de mí?
¿Por podérteme esconder,
te disfrabas ansí?
FLORENCIO: Y para vivir aquí
adonde te pueda ver.
NISEA: ¿Quién te recibió?
FLORENCIO: Roberto.
NISEA: ¿Ya sabe quién eres?
FLORENCIO: No;
que al hombre que aquí cayó
ya él le tiene por muerto.
NISEA: ¿Qué has de hacer aquí?
FLORENCIO: Guardar
para el príncipe esta caza,
y cuando viniere a caza
por lo menos ojear.
NISEA: Como en vida tan incierta
la tuya no aventuraras,
quisiera que aquí miraras
los pocos tiros que acierta.
Busca otra traza cualquiera
para ti menos costosa;
que aunque más dificultosa
para mí será ligera.
FLORENCIO: Ésta para mí es muy buena,
pero si no es de tu gusto
dejaréla; que no es justo
en tu casa darte pena.
NISEA: Yendo por este camino,
te ruego ya que te quedes.
FLORENCIO: ¿Decir mal de traza puedes
que tan a cuento nos vino?
NISEA: Quédate, y pues lo que pasa
lo tienes de ver y oír,
no te lo quiero decir.
FLORENCIO: En fin, estoy en tu casa.
¿No te espantes de esto?
NISEA: Tanto
llego cada hora a mirar
de que poderme espantar
que ya de nada me espanto.
FLORENCIO: Tener puede en eso abono
mi yerro.
NISEA: Yo le recibo.
¿Tú no me traes a ti vivo?
Pues, todo te lo perdono.
FLORENCIO: Dime cómo guardar.
NISEA: ¿Qué?
FLORENCIO: Tu voluntad.
NISEA: No harás mucho.
Venir tu crïado escucho.
FLORENCIO: ¿Qué le has de decir?
NISEA: No sé.

Salen ROBERTO y ARIADENO

ROBERTO: Aquí está este hombre de bien.
NISEA: Tardado ha.
ROBERTO: Cogióme el viejo.
NISEA: ¿Adónde está?
ROBERTO: Allá lo dejo.

Habla ARIADENO con FLORENCIO

ARIADENO: ¿Cómo le ha tomado?
FLORENCIO: Bien.
NISEA: Ven acá conmigo. Estoy
lastimada del suceso
de tu amo.
ARIADENO: Gracias de eso
a tu buen jüicio doy;
mas suceso semejante
en un caballero noble
sólo no lo siente un roble
de los que tienes delante.
Mira a lo que le han traído
sus locuras.
ROBERTO: ¿Que loco era?
ARIADENO: Pues si jüicio tuviera,
¿no lo mostrara el vestido?
ROBERTO: No mal vestido venía.
ARIADENO: Después acá le mudó.
¿No se lo estorbaras?
NISEA: ¿Yo?
ARIADENO: Si le hablaba me comía.
ROBERTO: ¿Que tan sin jüicio estaba
y pudo antes confesarse?
ARIADENO: Ansí pudiera enmendarse
como su error confesaba.
ROBERTO: ¿Curáronle bien?
ARIADENO: No;
que otro enfermo principal
que diz que tenía su mal
el médico le ocupó.
Y a haber en la tierra ramo
de agradecimiento y ley,
debiera faltar al rey
primero que no a mi amo.
NISEA: No debía de entender
que el mal de peligro era.
ARIADENO: Quien hasta el peligro espera
no le debe de temer.
NISEA: Si aquí se hubiera quedado
sucediera de otra suerte.
ARIADENO: Acogiérale la muerte
en hábito de hombre honrado.
ROBERTO: ¿En qué hábito murió?
ARIADENO: En un grosero del yermo;
que, viéndose tan enfermo,
por devoción recibió.
ROBERTO: Si se murió, ¿qué mucho?
ARIADENO: Eso mismo digo yo.
FLORENCIO: (No sé dónde aquél halló Aparte
las locuras que le escucho.)
NISEA: Al fin, que le mataría
falta de cura y regalo.
ROBERTO: ¿Dice que ya estaba malo
cuando camino venía?
ARIADENO: Pudiera ser que su mal
curado se entretuviera,
pero de cualquier manera
ya él venía mortal.
NISEA: De gran consuelo me ha sido
tu venida; que creía
que de su muerte tenía
culpa no haberle acogido.
Para esto quise hablarle
y por si, ya que esto es hecho,
puedo ser de algún provecho
agora en acomodarte.
ROBERTO: Con el príncipe desea
acomodarse, pues puedes
……………. [-edes].
ARIADENO: Mi remedio está en que sea.
NISEA: ¿Tu amo allá donde está
gustaría de ello?
ARIADENO: Sí;
en extremo, pues por mí
sabrá lo que pasa acá.
NISEA: ¿Cómo lo puede saber
muerto? Vaya el diablo arredro.
ARIADENO: En los bienes que, si medro,
podré por su alma hacer.
ROBERTO: En eso tienes razón.
FLORENCIO: Ese socorro le da.
NISEA: En eso a ti, ¿qué te va?
FLORENCIO: Que somos de una nación.
NISEA: Por dificultoso tengo
pedir yo al príncipe nada.
ARIADENO: El por qué está declarada.
Ya la ocasión con que vengo.
En malicias te pareces
mucho al de tu tierra bien
…………………..
FLORENCIO: ¿Míraslo tanto otras veces?
NISEA: No he tenido qué mirar;
que jamás le pedí nada.
Vete agora a la posada
y podrás volverme a hablar;
que cuanto posible sea
por acomodarte haré.
Aquello es cielo te de
que más tu alma desea.
ROBERTO: Éste luego de volver
a casa; que me mandó
ir luego tu padre.
NISEA: No;
que me quiero entertener.
Por aquí un rato andaré,
y vete tú; que conmigo
queda el español.
ROBERTO: Amigo,
cuidado.

Vase [ROBERTO]

FLORENCIO: Tenerle sé.
ARIADENO: Quien tiene que guardar, cele.

Vase [ARIADENO]

NISEA: Hacia aqueste valle salgo.
Aquese arcabuz, ¿vale algo?
FLORENCIO: Razonable es.
NISEA: Probaréle.
Florencio, ¿que al fin te veo?
¿Que aún te tiene el alma mía?
Al principio lo creía,
agora ya o lo creo.
Llega al pecho su mitad
para que me informe de él;
que en aquese toque fiel
descubriré la verdad.
FLORENCIO: Si esas experiencias haces,
tarda un siglo en conocerme,
o procuraré esconderme
en otros diez mil disfraces.
NISEA: Ven adonde nos sentemos.
Contarásme tu venida.
FLORENCIO: Escucharás de una vida
mil diferentes extremos.

[Vanse FLORENCIO y NISEA]. Salen ARSINDA y

ROBERTO

ARSINDA: ¿Dónde queda Nisea?
ROBERTO: Allá en el monte.
ARSINDA: ¿Sola?
ROBERTO: Con una guarda.
ARSINDA: ¿Y tú le dejas?
ROBERTO: Y ella quiso quedarse; que parece
que ya quiere gustar de divertirse.
ARSINDA: ¿Lleváronla arcabuz?
ROBERTO: El de la guarda.
ARSINDA: Pues esa guarda; ¿no se te había ido?
ROBERTO: Otra recibí hoy, en la apariencia
hombre de bien.
ARSINDA: Y, ¿de hoy venido a casa
queda con él Nisea de esa suerte?
ROBERTO: ¿Qué quieres? Son humores que la vienen
cuando revienta de melancolía
y cuando podía ya vender contento,
hoy está divertida extrañamente
con buen semblante y con buen gusto en todo.
ARSINDA: ¿Vióla el crïado del español muerto?
ROBERTO: Vióla y hablóla allí cuatro palabras
con tal tibieza que entender no pud[e]
para qué deseaba tanto hablarle.
ARSINDA: Y, ¿hablóle siempre en tu presencia?
ROBERTO: Siempre,
palabra no perdí que se dijera.
ARSINDA: Y, ¿no se enterneció de la desgracia?
ROBERTO: No hizo sentimiento.
ARSINDA: ¡Extraña cosa!
Y, ¿dó está ese crïado?
ROBERTO: Acá le traje
para acogerle aquí por esta noche,
aunque mandó Nisea que se fuese
a la ciudad; que a excusa suya viene.
ARSINDA: ¿Cómo es posible sequedad tan grande?
ROBERTO: Mira que tanto que pedir no quiere;
al príncipe reciba aquese pobre hombre
mientras haya ocasión para volverse
a su tierra.
ARSINDA: Y, ¿pidióle él que lo hiciese?
ROBERTO: Con muchas veras.
ARSINDA: No sé qué me diga.

Salen el PRÍNCIPE y TREBACIO

PRÍNCIPE: ¿Hay, por ventura, alguno en esta casa?
Que no encuentro persona en toda ella.
ARSINDA: Aquí me hallarás a mi presente.
ROBERTO: Está fuera Leucato con los pocos
crïados que en aqueste monte tiene.
PRÍNCIPE: ¿Adónde está?
ROBERTO: Llegóse a un lugar suyo.
PRÍNCIPE: ¿Ha mucho que partió?
ROBERTO: Habrá media hora.
PRÍNCIPE: ¿Cuándo vendrá?
ROBERTO: Mañana, que es muy cerca.

[TREBACIO habla aparte con el PRÍNCIPE]

TREBACIO: (No es mala la ocasión.)
PRÍNCIPE: (A estar en eso
mi dicha; pero más azares tiene.)
TREBACIO: (Con todo eso, es cordura no perderla.)
PRÍNCIPE: ¿Adónde está Nisea?
ARSINDA: Allále dejas
en el monte.
PRÍNCIPE: ¿Con quién?
ROBERTO: Sola quedaba
con un hombre que es guarda de esa monte;
mas ya vuelvo en su busca.
PRÍNCIPE: Y yo contigo;
que no es razón dejarla de esa suerte.
ROBERTO: Agora acabo de apartarme de ella
por señas que de ti hablamos buen rato,
suplicándola yo que te pidiese
que recibieses un crïado pobre.
PRÍNCIPE: Y, ¿encargóse de ello?
ROBERTO: No del todo;
que dice que no es buen cortesía
tratar eso contigo.
PRÍNCIPE: ¿Qué hombre es ése?
ROBERTO: Un hombre que vino en compañía
de un caballero que los días pasadas
hallaste aquí volviendo de la caza
que cayó de un caballo.
PRÍNCIPE: Ya me acuerdo.
ROBERTO: Y ha quedado Nisea lastimada
de la desgracia.
PRÍNCIPE: Y con razón por cierto.
ROBERTO: Y desea amparar este crïado,
y yo, que le conozco, lo deseo.

[TREBACIO habla aparte con el PRÍNCIPE]

TREBACIO: (Débese hacer merced por el servicio
de haber disimulado tu venida
cuando fingiste que venía a buscarte
y que por él del monte te volviste.)
PRÍNCIPE: (Tienes razón; paguémoselo en esto.)
Ese hombre, ¿dónde está?
ROBERTO: Aquí está afuera.
PRÍNCIPE: Llámale.
ROBERTO: Al punto viene.

Vase [ROBERTO]

PRÍNCIPE: Pues, Arsinda,
¿cómo me va con esta ingrata mía?
ARSINDA: Tan mejor que podrías darme albricias.
PRÍNCIPE: ¿En qué manera?
ARSINDA: Yo no lo conozco,
según en condició se ha mejorado.

Salen ROBERTO y ARIADENO

ROBERTO: Éste es el hombre por quien te suplico.
PRÍNCIPE: De su desgracia me ha pesado, amigo.
ARIADENO: Si a ti te pesa, su remedio es cierto.
PRÍNCIPE: Quedéle aficionado a aquel tu amo,
casi sin conocerle, que aun el rostro
no pude verle, mas su trato y término
parecía de hombre principal.
ARIADENO: Sí, era.
PRÍNCIPE: Roberto dice que deseas servirme
y así por él, porque le quiero mucho,
como por ser crïado de quien fuiste,
deseo acomodarte.
ARIADENO: Largos años
y con sucesos vitoriosos vivas.
PRÍNCIPE: Y, ¿en qué acertarás a ejercitarte?
ARIADENO: Del campo y de la aza he sabido algo.
PRÍNCIPE: Pues ése he menester; que gusto de ello.
Habla a Trebacio, y daréte el orden
que has menester.
ARIADENO: Tus pies mil veces beso.
ROBERTO: Favor particular de ti recibo.
ARSINDA: ¿Piensas volverte allá?
PRÍNCIPE: Arsinda,
¿podré quedar mejor acá esta noche?
ARSINDA: En casa ya tú ves que sería yerro
no estando aquí Leucato; mas espera…
Un labrador, crïado suyo, vive
junto a esta casa; que es el que granjea
esta hacienda. Si quieres humillarte
a ser su huésped esta noche, puedes
llegarte a las ventanas de la torre;
que yo procuraré tener en ellas
a Nisea.
PRÍNCIPE: No quiero mejor cama.
Díselo al labrador.
ARSINDA: Tendrálo a dicha.
PRÍNCIPE: Roberto, ven, y vamos por Nisea.
ROBERTO: No estará lejos.
TREBACIO: ¿Quédeste en efecto?
ARIADENO: ¿Qué me mandas hacer?
TREBACIO: Aquí me espera.

Vanse [el PRÍNCIPE, TREBACIO y ROBERTO]. Sale
NISEA

NISEA: ¿Ha venido el príncipe?
ARSINDA: Acá estuvo,
y en tu busca volvió.
NISEA: ¿Fuése mi padre?
ARSINDA: Ya se fue.
NISEA: ¿Cuándo vuelve:
ARSINDA: Mañana.
NISEA: ¿Dijo si iba a la ciudad el príncipe?
ARSINDA: Salió a buscarte, y no se irá sin verte,
a lo que imagino.
NISEA: Pues no diga
nadie que soy venidal que no quiero
que me vea no estando aquí mi padre.
ARIADENO: (Dios sabe la verdad, y si es aquesto Aparte
cumplir conmigo porque yo lo escucho.)
ARSINDA: Mal podrás esconderte de quien ama
y mal diremos que no eres venida
si viene ya la noche.
NISEA: Esto se haga.
¿Aquí estás, Ariadeno?
ARIADENO: A tu servicio.
ARSINDA: Ya crïado del príncipe.
NISEA: Yo me huelgo.
Arsinda, avisa que ninguno diga
que estoy en casa.
ARSINDA: Advertirélo a todos.

Vase [ARSINDA]

NISEA: Y, ¿has de servir al príncipe de veras?
ARIADENO: ¿De qué suerte podré yo entretenerme
más cerca de Florencia que de aquésta?
NISEA: ¿Gusta de ello tu amo?
ARIADENO: Él lo propuso.
NISEA: A mucho nos ponemos; pero vaya.
Seamos todos locos con un loco.
¿Dijiste a Arsinda que Florencio es vivo
y dónde está?
ARIADENO: No me atreví a decírselo.
Muerto es para con ella todavía.
NISEA: No se lo digas hasta que lo vea;
veamos lo que hará.
ARIADENO: Callarélo.
NISEA: Ve en busca de Florencio, que está solo,
y trato con Roberto lo acomode;
que es lástima cuál está. ¡Ah, triste!
ARIADENO: Por la ocasión que lo hace todo es poco.

Vase todos. Sale FLORELA

FLORELA: Encinas de aqueste monte
entre cuya compañía
en paz segura ha pasado
sus pocos años mi vida;
fresnos, tan amigos míos
ya por la costumbre antigua,
que no me pierde en vosotros
la multitud infinita;
yerba, de cuyo regazo
la fiesta de tantos días
hice cama por mi gusto,
que me diste franca y limpia;
hoy, que por necesidad
humilde vengo a pedirla
y ser quiero vuestro huésped
toda aquesta noche fría,
no me la neguéis, piadoso,
ansí os sean siempre amigas
las influencias de los cielos
y sus estrellas benignas;
que aquí me traen perdida
peligros de mi casa y mis desdichas.
Acoged seguramente
una medrosa que fía
de vuestra muda esperanza
más que de su casa misma.
Acogió en ella mi padre,
o por fuerza o por codicia,
al príncipe de esta tierra
–que cuál es tenga la vida–.
Quedó en ella, no forzado
de tempestades prolijas;
que estas hay vez que a los reyes
a tal humildad obligan.
Detiénenle vanidades
y mal miradas porfías,
en afrenta del vasallo
mejor que tiene en sus villas.
Si a un padre, como a Leucato,
le solicitan la hija,
el mío, que los hospeda,
temiéndola, ¿en qué se fía?
Que, aunque no soy tan linda,
cuanto al peligro todas son las mismas.
Anda tan entretenido
de esperanzas y mentiras,
que llevan tras sí los hombres
adonde quien que vivan;
que, de su honor olvidado,
no me guarda perseguida
de los cortesanos libres
que al amo que traen imitan.
No tengo dónde acogerme
porque la posada es chica,
y he de temer tanto fuego
en una casa pajiza.
Al monte me vengo huyendo
donde al tronco de una encina
arrimaré la cabeza
segura, aunque no dormida.
Parece que estas retamas
con su seno me convidan;
que hallaré seguro al menos
de traición y de desdichas.
Aquí estaré escondida
hasta que venga a defenderme el día.

Sale FLORENCIO

FLORENCIO: Mote, solo en mis males compañero,
como en rudeza somos una traza
en quien guardan los celos, no la caza,
sino la fiera a cuyas manos muero;
tu hierba fría para cama quiero
en que el sereno menos embaraza,
pues el suceso de Argos amenaza
[el] fin incierto que en mi vida espero.
Guardo mujer; su voz que me asegura
es el Mercurio engañador que duerme
los ojos mil con que la mira y velo.
[Es] Jupiter el rey que la procura,
pues, ¿contra un Dios, qué puede defenderme?
Que dioses con los reyes el en suelo.

Salen a la ventana NISEA y ARSINDA

NISEA: ¿Qué priesa es ésta que tienes
de traerme a la ventana?
ARSINDA: Pues no de muy mala gana
esta noche a ella vienes.
Mejorada estás de humor.
NISEA: Algo mejor me he sentido.
FLORENCIO: Por aquí siento rüido.
Yo me muerto de temor.
NISEA: Mas por la ocasión no sé
que la haya de venir;
tú me la puedes decir
si la sabes.
ARSINDA: No sé a la fe.
Pluguiera a Dios que la hubiera
y que en este despoblado
se hallara al desesperado
que aquí nos entretuviera.
Que tengo el deseo puesto
en procurarte curar
de aqueste largo pesar.
NISEA: ¿Largo le llamas tan presto?
ARSINDA: Pues en cuanto ha de servirte,
con que te has de reír
aunque estés para morir.
NISEA: ¿Yo reírme?
ARSINDA: Tú, reírte;
que para eso le he traído
aquí a la ventana aparte.
NISEA: Casi deseo escucharte.
FLORENCIO: Hablar al balcón he oído.

ARSINDA: Sabe, para que concluya…
FLORENCIO: No sé si huya o aguarde.
ARSINDA: …que cuando volvió esta tarde
el príncipe en busca tuya,
como decirle mandaste
que a casa no habías venido,
quedóse el pobre perdido
de ver que te le negaste.
Y culpándote de ingrata,
dijo con ansia crüel,
“¿Merece este trato aquél
que de hacerla reina trata?”
Y hablando en aquesto más,
me dio muy claro a entender
que te quiere por mujer.
Mira la dicha en que estás.
Bien puede.
NISEA: Déjalo, Arsinda;
que bien hiciste en decir
que era cuento de reír.
Tu flema es, a fe, muy linda.
ARSINDA: ¿Esa respuesta me das
a la nueva que te doy?
NISEA: Tan poco avarienta soy
que engañarme no podrás.
Los reyes, como el poder
les hizo en todo señores,
nunca buscan por amores
la que ha de ser su mujer.
Cuando traen intención buena,
de otra manera la tratan
y a no poder más, rescatan
con casamiento la pena.
ARSINDA: Un hombre loco de amores,
¿en qué reparó jamás?
NISEA: No hables en eso más,
ni ansí mis agravios dores.
¿Volvióse a la ciudad luego?
ARSINDA: Pues, ¿qué había de hacer,
no queriéndole acoger?
NISEA: Con esto tendré sosiego;
aunque, como no está aquí
mi padre, y tan sola quedo,
casi estoy por tener miedo.
Corre, por amor de mí,
y de Roberto me sabe
su está la casa cerrada.
ARSINDA: Fía que estáa bien guardada.
NISEA: Anda, y tráeme a mí la llave.
ARSINDA: Si eso sólo te asegura,
yo voy.
NISEA: Sí, por vida mía.

Vase [ARSINDA]

FLORELA: ¡Oh, si ya llegase el día!
FLORENCIO: No me llegar es locura.
NISEA: Un hombre en el monte veo.
¡Oh si me echase de ver!
Florencio debe de ser.
FLORENCIO: ¿Es Nisea la que veo?
NISEA: ¿Es el español?
FLORENCIO: Pues, ¿quién
sino él ha de velar?
Ya que se puso a guardar,
no guardar o guardar bien.
NISEA: ¿Que a guardar vienes agora?
FLORENCIO: Y con muchas ocasiones;
porque siempre los ladrones
suelen andar a deshora.
NISEA: Sí, pero por aquí no.
FLORENCIO: Como no me han de decir
la hora que han de venir,
velo y guardo a todas yo.
NISEA: Luego vienes, según eso,
a guardarme más que a verme.
Claro puedes responderme;
que sola estoy.
FLORENCIO: Yo confieso
que no espero dicha tanta
como la que en verte tengo;
y que sólo a guardar vengo;
que mucho un ladrón me espanta.
NISEA: ¡Qué poca guerra te hace
ese ladrón que recelas!
FLORENCIO: Quien trae poder y cautelas,
cualquiera seguro deshace,
y más si está dentro en casa.
NISEA: ¿En casa había de estar?
FLORENCIO: ¿No suele en ella posar?
NISEA: Ya en eso se pondrá tasa.
FLORENCIO: Hoy, como sin padre estás,
¿ser tu huésped no querría?
NISEA: No sé su intención. La mía,
sé que lo asegura más;
que no quise que me viese.
FLORENCIO: ¿No cuando volvió?
NISEA: No.
FLORENCIO: ¡A fe,
buena la resistencia fue!
NISEA: Siempre en mi gusto estuviese
que no me vieran sus ojos
en toda la vida más.
FLORENCIO: Quisieses, que no podrás,
que son fuertes sus antojos;
mas, en fin, ¿él se volvió
hoy a la ciudad sin verte?
NISEA: Aunque su antojo sea tan fuerte,
esta vez no se cumplió.
FLORENCIO: ¿Que se fue?
NISEA: Digo que es ido;
seguro puedes dormir.
FLORENCIO: Agora quiero decir
que a sólo verte he venido.
Yo seguro aquí en el monte
y tú sin tu padre allá,
aquí el sol nos hallará
cuando alumbre este horizonte.
Contaréte de mi historia
mil cosas.
NISEA: ¿Que aún tienes más
tras las que contando vas?
FLORENCIO: No caben en la memoria.
Y si hoy a tanto te atreves,
te contaré de mi pecho
milagro que en él ha hecho
la voluntad que me debes;
que ya me quiero atrever
a hablar contigo de ella
y a creer que gustas de ella.
FLORELA: No es muy malo de creer.
¿Hay tal cosa? Éste será
un señor hombre de cuenta
que por ver a esta exenta
en aqueste hábito está.
FLORENCIO: Con todo esto, seún lucho
con un pensamiento loco,
no hace mi esperanza poco
en creer el bien que escucho.
NISEA: Espera, que voces dan
adentro; veré lo que es.
FLORENCIO: Aquí estoy.
NISEA: Mucho no estés;
que quizá me detendrán;
Que no quiero que esta gente
me vea hoy a la ventana.
No piense que soy liviana
porque está mi padre ausente;
que no ven que estoy contigo.
FLORENCIO: Pues, ¿con quién puedes estar?
NISEA: ¿Fáltale que murmurar
nunca al casero enemigo?
No andes solo por ahí.
Vete luego a recoger,
pues todo el año ha de haber
puerta franca para ti.
FLORENCIO: Ya que te vas, déjame
contemplar estas paredes.
NISEA: Más en el campo no quedes.
Mira que me enojaré.
Adiós.
FLORENCIO: Guárdete mil años.
Iré con tal brevedad.
Sospechas, o me dejad
o dadme ya desengaños.

[Vase FLORENCIO, quedándose al paño].
Sale ARSINDA

ARSINDA: Pide a Roberto, señora,
la llave, que no la fía
de mí.
NISEA: ¿Sobre eso sería
toda la grita de agora?
ARSINDA: Pues, ¿no me había de enojar
de verme tratar ansí?
NISEA: ¿Por eso, pobre de mí,
la casa has de alborotar?
¿Dónde está Roberto?
ARSINDA: Fuése
a acostar y dijo, grave,
que ni a ti dará la llave.
NISEA: Honrado respeto es ése.
No formemos de él querella;
que si mi padre la fía
la casa, muy mal haría
en dejar la llave de ella.
¿Está todo sosegado?
ARSINDA: Todo sosegado queda.
No hay qué inquietarte pueda.
NISEA: (Necia en despedirle he andado. Aparte
¡Qué necia mi temor fue!
¡Oh, si no se hubiera ido!)
¡Hola, ce!
FLORENCIO: Llamar he oído.
¿Si habrá vuelto? llegaré;
mas no, ¿qué sé yo a quien llama?
ARSINDA: ¿A quién llamas? ¿Que mirar
es ése?
NISEA: Allí vi menear.
No sé qué fue.
ARSINDA: Alguna rama.
Hombres se te antojan.
NISEA: (Fuése, Aparte
y enojado, ¿quién lo duda?
¿Yo le di muy buena ayuda
para que su temor cese?
¡Oh, quién le buscara luego!
Mas veréle antes que el día.)
ARSINDA: Vuelve tu melancolía;
que te veo, si só ciego.
NISEA: ¿Sabes de lo que gustara?
De salir al monte agora.
ARSINDA: ¡Por cierto muy buena hora!
Y, ¿quién osara?
NISEA: Yo osara
con mi arcabuz. ¿Por qué no?
ARSINDA: Y en él, ¿qué habías de hacer?
NISEA: Hallarme al amanecer
donde me pusiera yo;
que más de un tiro tirara
a las liebres, que es la cosa
en la caza más gustosa.
ARSINDA: Sí, mas la caza más cara,
¿no bastará madrugar?
NISEA: Sí, bastará. Madruguemos;
antes del día saldremos.
ARSINDA: Y, ¿quién te ha de acompañar?
NISEA: A Roberto avisaré.
ARSINDA: (¡Oh, cómo el príncipe tarda!) Aparte
NISEA: Pues, voyme a acostar.
ARSINDA: Aguarda.
Un consejo te daré.
Pues has de madrugar tanto,
no te acuestes; que después
se hace de mal.
NISEA: Bueno es
dormir un poco entre tanto;
pero no me acostaré.
Estemos aquí otro poco.
ARSINDA: (¡Cómo se tarda este loco!) Aparte
FLORENCIO: Aquella seña, ¿a quién fue?
¿Cómo se está a la ventana
pues me dijo que temía
que allí la viesen?
NISEA: Querría
ver ya salir la mañana.
FLORENCIO: Arsinda debe de ser
con quien está. ¡Quién pudiera
oírlas!
NISEA: Tarde es.
ARSINDA: Espera.
NISEA: ¿Qué tienes aquí que hacer?

Vase [NISEA]

ARSINDA: Quéjese de sí después
el príncipe, pues no vino.

Salen el PRÍNCIPE, TREBACIO y ARIADENO

PRÍNCIPE: Que hemos tardado imagino.
ARIADENO: Digo que buena hora es;
y que hasta que se recoja
la casa no ha de salir.
ARSINDA: Aquí debe de venir.
Volverse por paga escoja
de su tardanza.
PRÍNCIPE: Allí llega.
ARIADENO: (¿Qué guardas, Florencio, di, Aparte
o qué guardamos aquí?)
FLORENCIO: ¿Qué mira mi vista ciega?
TREBACIO: ¿Habrá aquí quien me responda?
ARSINDA: Quien responda hay, pero mal.
FLORENCIO: ¡Que una mujer principal
ansí a quien es corresponda!
ARSINDA: Ya bien os podéis volver;
que cansada de esperar
se fue Nisea a acostar.
ARIADENO: (¡Oh, qué ha mi amo de hacer!) Aparte
PRÍNCIPE: ¿Que ha salido aquí?
ARSINDA: Ha esperado.
PRÍNCIPE: Pues, ¿qué remedio tenemos?
TREBACIO: Tardado, señor, habemos.
PRÍNCIPE: ¿Cómo?
TREBACIO: Dice se ha acostado.
Habla a Arsinda, que aquí está.
PRÍNCIPE: ¡Amiga del alma mía!
ARSINDA: Mayor cuidado creía
de quien tanto nos le da.
FLORENCIO: Ésta que engañar enseña,
para que aquesto no viese
daba priesa que me fuese.
A éstos era la seña.
Pues reconocerlos juro
aunque me cueste la vida;
pues, cuando está tan perdida,
bien poco en ella aventuro.
¿Quién va allá?
ARIADENO: Hombre, detente.
FLORENCIO: ¿Quién va?
TREBACIO: Saberlo no quieras.
FLORENCIO: He de saberlo. ¿A qué esperas?
PRÍNCIPE: Echa de ahí ese imprudente.
FLORENCIO: Porfïaré hasta morir.
TREBACIO: Es el príncipe. ¿Estás loco?
FLORENCIO: En estarlo no haré poco.
PRÍNCIPE: Basta eso.
FLORENCIO: Yo os he de servir.
Asistiré aquí en tu guarda.
PRÍNCIPE: Irte puedes.
FLORENCIO: No es razón
dejarte en esta ocasión.
ARSINDA: ¿Quién es ese hombre?
PRÍNCIPE: La guarda.
TREBACIO: Vete.
FLORENCIO: ¿Que me tengo de ir?
Porfíasme sin provecho.
ARIADENO: ¿Cuál debe de estar su pecho?
TREBACIO: Estará a medio dormir
y debe de estar dormido.
PRÍNCIPE: Pues, llevémosle por bien.
Tú, Ariadeno, le deten
sin que sea conocido
y por allá le desvía.
ARIADENO: Harélo, que español es.
Con recelo de él no estés.
PRÍNCIPE: ¿Hay desgracia cual la mía?
ARSINDA: ¿Fuése aquel hombre?
PRÍNCIPE: Ya es ido.

[ARIADENO y FLORENCIO hablan aparte mientras van
yéndose]

ARIADENO: Florencio, ventura fue
estar yo donde podré
acompañarte perdido.
De aquí esta noche salgamos
y acuérdate de una vez
que has llegado a ser juez
de tu agravio.
FLORENCIO: ¿Que nos vamos?
¿Sin vengarme me he de ir?
ARIADENO: Mira que de esa venganza
la parte peor te alcanza.
FLORENCIO: He de vengarme o morir.
PRÍNCIPE: Voy con eso, entretenido.
ARSINDA: A la mañana podrás,
si sabes madrugar más,
cobrar lo que aquí has perdido;
que al amanecer saldrá
Nisea al monte.
PRÍNCIPE: El él quedo
toda la noche.
ARSINDA: No puedo
tardar más.
PRÍNCIPE: ¿Vaste ya?
ARSINDA: Esme forzoso a más ver.
PRÍNCIPE: Que no me dormiré fía.
Ven, Trabacio; que aún porfía
a engañarme esta mujer.

Vase [el PRÍNCIPE]

TREBACIO: Ven, Ariadeno.

Vase [TREBACIO]

ARIADENO: Si quieres;
quedaréme aquí contigo.
FLORENCIO: No hay para qué. Vete, amigo,
que te esperan.
ARIADENO: Cuerdo eres.

Vase [ARIADENO]

FLORENCIO: Espera Arsinda, Nisea,
Arsinda.
ARSINDA: ¿Quién da esas voces?
FLORENCIO: Un hombre que no conoces
como a sordo te vocea.
Como ausente leguas muchas
ya de tu memoria estoy,
todas esas voces doy
por ver si me las escuchas.
Y aun toda esta fuerza es poca
para que sea escuchado;
que voces de un olvidado
nunca salen de la boca.
No es mucho si entre voz larga
salen mis males a luz;
que le llega al arcabuz
hasta la boca la carga.
ARSINDA: ¡Ay, Jesús! ¿Quién es?
FLORENCIO: Un muerto.
Bien lo diré sin engaño
que, en un desechado el daño,
pocas veces sale incierto.
¿Cúyos pueden ser por dicha
estos sucesos atroces?
Si en la voz no me conoces,
conóceme en la desdicha.
Florencio soy.
ARSINDA: ¡Ay de mí!
Yo soy muerta.
FLORENCIO: No hayas miedo.
……………….. [-edo].
No a ofenderte vine aquí.
No soy muerto. ¿Qué te espanta?
Que aun no se acaba mi vida
con verse tan perseguida;
que no tengo dicha tanta.
ARSINDA: Florencio, no sé qué hacer
ni qué disculpa te dar.
Nada te puedo negar
pues lo debes de saber.
Quien del otro mundo viene
todo lo sabrá. Y ansí
sabrás que no hay culpa en mí;
que todo Nisea la tiene.
Vete agora, y déjame.
FLORENCIO: Aguarda, escucha.
ARSINDA: No oso.
El Señor te dé reposo.
FLORENCIO: ¡Que tarde ya le tendré!
Arsinda, aguarda. Ya es ida.
Ojalá que muerto fuera
porque entrar allá pudiera
sin el peso de la vida.
El desengaño más cierto
ven aquí mis ceguedades,
pues son más ciertas [verdades]
las que se dicen a un muerto.
Muerte, lo más está hecho.
Acaba mi mal extraño
y, pues soy muerto en el daño,
parézcalo en el provecho.
¿Qué ley injusta es aquesta?
¿Dónde estás, dónde te escondes?
Muerte, ¿cómo no respondes?
FLORELA: ¡Ay de mí!
FLORENCIO: ¿Qué voz es ésta?
¿Eres la Muerte?
FLORELA: No sé.
Muerta, a lo menos, sí soy.
FLORENCIO: Mira que en tu busca voy
y de veras te llamé.
No soy de aquellos cobardes
que te llaman y después
si cerca de ellos te ves,
te ruegan que más aguardes.
¿No llegas? ¡Cómo parece
tu condición de mujer
pues nunca sabes querer
sino a quien más te aborrece!
Yo, que también siempre sigo
a la que huye de mí,
andaré siempre tras ti.
FLORELA: Que no soy la Muerte, amigo.
Soy la hija de Sileno,
un labrador que aquí mora.
FLORENCIO: Y, ¿qué haces aquí a tal hora?
FLORELA: Ya mi locura condeno.
En la casa de mi padre
quiso el príncipe hacer noche
aquí en el monte esta noche
porque a sus intento cuadre.
Vime yo tan perseguida
de un perdido de un crïado
que el príncipe trae al lado
que me hallé casi perdida.
Y, con mi prudencia escasa,
hüí del combate recio;
que persecución de un necio
¿a quién no echará de casa?
Cuando estaban descuidados,
hacía esta parte salí
y de ramas me cubrí,
figura de mis cuidados.
Al día esperando estaba,
padre de los afligidos,
por ver si con más sentidos
que mi padre me guardaba.
Esto es lo que aquí hacía
y lo que me trujo aquí.
FLORENCIO: ¿Qué has visto aquí?
FLORELA: Nada vi;
que de cansada dormía.
FLORENCIO: Pues, el príncipe, ¿a qué efeto
en tu casa se quedó?
FLORELA: ¿Allá para qué sé yo?
Que llaman ellos secreto
y no hay quien no lo murmure
por la loca de mi ama
que se dice que es su dama.
FLORENCIO: ¿Hay más verdad que procure?
¿Nisea estaba avisada
de que aquí se quedaría?
FLORELA: ¡Y cómo sí lo estaría
pues lo trujo se crïada!
FLORENCIO: Tanto va en desengañarme;
que por mil suertes y daños
llueve el cielo desengaños
y no bastan a matarme.
Mas mejor es cuando el mal
todo de una vez se llora.
Ven conmigo, labradora,
que en este campo estás mal.
Con tu padre te pondré.
FLORELA: ¿Quién eres?
FLORENCIO: La guarda soy.
FLORELA: Segura contigo voy.
FLORENCIO: (Yo, conmigo, no lo iré) Aparte
FLORELA: (¡Quien en su casa se hallase! Aparte
¿Faltan desventuras más?
¡Qué a peligro, monte, estás
de que mi fuego te abrase!)

FIN DEL ACTO SEGUNDO
________________________________________
ACTO TERCERO
________________________________________

Salen el PRÍNCIPE, TREBACIO, y ARIADENO, como

de noche

PRÍNCIPE: Andando voy, y temo que me duermo.

En sueños me parece que veo el río

que baña las riberas de este yermo.

Aún de mis propios ojos no me fío

según recelo de perder la gloria

que aguarda, y no lo cree, el pecho mío.

La promesa que clara fue y notoria

temía, si lo soñé, si verdad era;

que ya se les pasó de la memoria.

TREBACIO: ¿Qué haces, señor, de congojarte? Espera,

o duerme tú; que yo estaré velando

mientras que sale el alba placentera.

ARIADENO: Esto de andar un hombre trasnochando

es lo peor que tienen los amores.

De ordinario despierto, mas soñando

sin género de duda; son errores

sus obras, pues se cubren, por vergüenza

de esta capa común de pecadores.

PRÍNCIPE: Ya me parece que a salir comienza

el día.

ARIADENO: De aquí a el que yo dormiese,

no temeré que el sueño más me venza.

Aún es temprano. Si mi voto fuese,

ese poco de noche dormirías;

que has de dormir después cuando te pese.

Aquí nos quedaremos por espías.

Seguro puedes entregarte al sueño.

PRÍNCIPE: No están para dormir memorias mías.

TREBACIO: ¿Quién había de poder?

ARIADENO: Mi fe te empeño

que yo agora a dormir desafïara

en todo aqueste monte cualquier daño.

PRÍNCIPE: Pisadas oigo.

TREBACIO: Espérate y repara.

ARIADENO: La guarda es.

PRÍNCIPE: ¿Hay fantasma más molesta?

Sin verle no hay aquí volver la cara.

TREBACIO: No duerme cuidadosa guarda. Espera.

ARIADENO: ¡Y enfadosa de todos! Yo aseguro

que es a quien más la pesadumbre cuesta.

PRÍNCIPE: ¿Por qué?

ARIADENO: Porque no duerme, ni seguro

está jamás de noche ni de día.

TREBACIO: Aquí nos recojamos a este escuro.

Sale FLORENCIO, de guarda con arcabuz

FLORENCIO: (¡Cansada y enojosa vida mía! Aparte

Si tantas veces cada hora muero,

¿cómo me sigue siempre tu porfía?)

TREBACIO: Escondámonos de él.

PRÍNCIPE: Que no; yo quiero

saber de este español lo que ha buscado.

ARIADENO: Eso es ponerse a hablar con un madero.

Durmiendo pienso se quedó arrimado

al arcabuz.

PRÍNCIPE: He de saber su intento

y con cuál intención ha madrugado.

FLORENCIO: (¡Que tengo de mirarte, pensamiento, Aparte

contra mí armado siempre! ¿Qué me quieres?

O son tus miedos o pisadas siento.)

¿Qué gente?

PRÍNCIPE: Amiga.

FLORENCIO: ¡Oh, señor! ¿Tú

eres?

¿Tanto madrugas?

PRÍNCIPE: Di tú, ¿a qué saliste

tan temprano? ¿Qué buscas o qué esperas?

FLORENCIO: ¿Tan fuera de mis órdenes me viste

que eso preguntas? Este monte guardo.

PRÍNCIPE: Ocasión nueva de salir tuviste.

No es hora aquesta de guardar.

FLORENCIO: No guardo

ni busco cosa alguna más que el día

que hoy se levanta perezoso y tardo.

En mi cabaña estrecha, tal me veía

de pesares que en esto solamente

parece rica la fortuna mía;

que el sueño, que anda siempre tan ausente,

no quiso a mi cansancio dar reposo.

Ni le espera mi vida eternamente.

Congojado salí al aire espacioso

para que no acabase de ahogarme.

Cuidados me traen cual toro en coso;

mas si te enojo, volveré a encerrarme

y a morir ahogado con mi aliento,

pues hasta el aire tiene de faltarme.

PRÍNCIPE: ¿Que no saliste a más?

FLORENCIO: Lo que te cuento

es la verdad, ansí a mi tierra vuelva.

ARIADENO: Bien lo puedes creer.

PRÍNCIPE: Yo estoy contento.

ARIADENO: Nadie hay que pensamientos no revuelva

y, aunque pobre, no tenga su cuidado.

TREBACIO: Y más un hombre solo en esta selva.

PRÍNCIPE: Sin duda que venía descuidado.

TREBACIO: Si Nisea aguardara, él lo dijera.

ARIADENO: Que no hay que recelarte del cuitado.

PRÍNCIPE: Pues mi sospecha te diré cuál era.

Yo tuve anoche aviso que si al valle,

al verter de la última ladera,

andaba un jabalí. Salí a tiralle

y, viéndote me vino una malicia

de que debías de ir a desvïalle.

FLORENCIO: ¿Desvïalle, señor? Mas, ¿qué

codicia

mi alma sino que este monte tenga

caza que mates?

PRÍNCIPE: Yerro fue y codicia.

Y tanto que no aguardo se prevenga;

pero mi monterío tirar quiero.

Huya después y venga lo que venga;

aunque, pues te encontramos ya primero,

puedes reconocer aquella parte;

que en la que te parezca a ti te espero.

FLORENCIO: Razón es que no te vayas a cansarte

hasta que sepas a qué vas de cierto;

mas de mí solo no querrás fïarte.

PRÍNCIPE: Ya tu buena intención he descubierto.

FLORENCIO: Mira; que lejos es. A pie no vayas.

PRÍNCIPE: Pienso que me aconsejas lo más cierto.

En tanto que respuesta y orden trayas,

suspenderemos todo.

FLORENCIO: ¿Dónde esperas?

PRÍNCIPE: En la ribera de las muchas ayas.

Agora a la posada voy.

ARIADENO: (Bueno eras Aparte

para ganar la vida con enredos.)

TREBACIO: (Puedes hacer creer cuanto tú quieras) Aparte

PRÍNCIPE: Por aquí nos apartemos por veredos

en tanto que se va. Voy a esperarte.

FLORENCIO: El monte te traeré medido a dedos.

Vanse el PRÍNCIPE y TREBACIO

ARIADENO: No te canses; que no hace por echarte

de aquí mientras él habla con Nisea

a quien espera. No sé aconsejarte.

FLORENCIO: ¡Válgame Dios! ¿Que tal posible sea?

¿Nisea hablar [a] un hombre a tales horas?

¡No es tanto ser como que yo lo crea!

¿Cómo no sales y conmigo lloras

tardío sol? Si quieres, llama poca

la crueldad de aquel laurel que adoras.

Ella viene. En las quiebras de esta roca

me esconderé y, mordiéndolas de rabia,

a sus paredes pegaré la boca.

¡Cielos, justicia en quien la fe agravia!

Salen NISEA, ARSINDA y ROBERTO

NISEA: ¡Qué hermoso que sale el sol!

ROBERTO: Buena madrugada fue.

NISEA: Roberto, adelantaté

y llámame al español.

ROBERTO: Mejor sé yo el monte que él.

NISEA: Gusto de que vaya aquí.

ROBERTO: ¿Aquí no me esperas?

NISEA: Sí.

ROBERTO: Al punto vuelvo con él.

Vase [ROBERTO]

ARSINDA: (Mas, ¿si tampoco viniese Aparte

a tiempo el príncipe agora?

NISEA: Vena acá, Arsinda.

ARSINDA: Señora.

NISEA: Gracioso suceso es ése.

¿Que Florencio te espantó?

ARSINDA: Aqueso estaba lo cierto

si le tenía por muerto,

y le vi y le hablé, y me habló.

Muy pesada burla fue

encubrirme a mí el secreto.

NISEA: Hícelo para ese efeto.

ARSINDA: Pues vengada estoy.

NISEA: ¿En qué?

ARSINDA: Llegó quejoso, y yo dije

que tú la culpa tenías;

que tú allá con é lo habrías.

NISEA: Ya yo sé lo que le aflige.

Con el rüido que hiciste

con Roberto, quise entrar,

y húbele así de dejar

muy desesperado y triste.

ARSINDA: Sospecho que más le abrasa

otro mal.

NISEA: No lo sé yo.

ARSINDA: Pienso que al [príncipe] vio

llegarte a rondar la casa.

NISEA: El príncipe, ¿no se fue?

ARSINDA: Yo imaginaría que sí;

mas cuando después salí

y te entraste, allí le hallé.

NISEA: Pues, ¿por qué me lo has callado?

ARSINDA: Porque enojo no tuvieras

y a holgarte agora salieras

como habías determinado.

NISEA: ¿Sábele Roberto?

ARSINDA: Sí.

NISEA: Y también me lo ha calado.

¿Quién duda que no ha pensado

que yo esa traza le di?

Y también creerá que agora

le salgo a ver. Mal lo has hecho.

¿Secretos a mí tu pecho?

ARSINDA: Bien lo conoces, señora.

NISEA: Al príncipe esperarán;

que a llamar iba el crïado.

Volvámonos, que he errado

una cosa.

FLORENCIO: Ya se van.

¿Si me han visto?

ARSINDA: Mi intención

ha sido de no enojarte.

NISEA: No tienes ya que cansarte

en darme satisfación.

FLORENCIO: Reventaré si más callo.

No es posible corregirme.

[Sale FLORENCIO]

Tiempo te queda de huirme.

Óyeme esta vez que te hallo.

Pues que te queda, señora,

la vida se alarga en ti.

¿Para qué huyes de mí?

Espérame un poco agora.

NISEA: Florencio, seas bien venido;

que bien me paga la suerte

con el contento de verte

la pena de haberte oído.

Tu enojo en aqueste extremo

no hará que me escandalices;

que engañado me lo dices

y segura no lo temo.

¿Quieres oírme, y después

cuando quieras me dirás?

FLORENCIO: Ni tú tan despacio estás

ni en mí necesario es.

ARSINDA: ¿Una palabra siquiera

a mi señora no oirás?

FLORENCIO: Oyérala si una más

en la paciencia cupiera.

NISEA: Ya yo propuse callar.

A nada responderé.

FLORENCIO: Así lo haz. Dejame

aquesta vez descansar.

A España, señora, fuiste

con tu padre, un año habrá.

Poco más de un año ha

que ciento en mi vida hiciste.

No te aflijas si me ves

comenzarlo tan de atrás.

Tiempo de holgarte tendrás;

que bien de mañana es.

NISEA: ¿Aun no me basta callar

oyéndote lo que escucho?

FLORENCIO: Veo que te canso mucho,

y cánsome de cansar.

Fuiste a España, y en Valencia,

donde tu padre llevó

sus negocios, vivía yo;

que de allí fue me ascendencia.

Mirando, y entretenido

en las galas y alborozo,

procedía como mozo

con hacienda y bien nacido.

De amor hablaba y oía,

y le trataba en confuso,

mucho más porque era uso

que porque yo le sentía.

Vióte un día pasear

junto al mar mi alma exenta

–Fortuna que fue tormenta

como todas las del mar.–

Allí luego amar te supo

lo posible el pecho mío;

que como estaba vacío,

todo en él de una vez cupo.

Díjete mi voluntad

y acogístela piadosa;

que a todo esto es poderosa

la fuerza de una verdad.

Lleguéme muy presto a ver

en gracia tuya bien puesto;

que un desdichado muy presto

sube, si es para caer.

Seis meses que allí estuviste

te serví y, si fue mi trato

de cortesía y recato,

tú sola testigo fuiste.

Llegó el día de volverte,

y ésta pensé yo que fuera

la desventura postrera

que me ordenaba la muerte.

Sentí el ver que te perdía

y el mirar que te pesaba

de manera que lloraba

ambas penas, tuya y mía.

Sentílo; pero en mis males

procuré guardar la vida,

sólo a la esperanza asida,

tabla de tormentos tales.

Consoléme con que al fin

acá te vendría a buscar;

mas era malo de hallar

el medio para este fin.

Hasta que tomé, en efeto,

por ocasión de mi ausencia

una afligida pensencia

que dije pasó en secreto.

Contésela a un deudo mío,

no le diciendo con quién.

Al fin, que lo tracé bien.

No hay traza en un desvarío.

Mi hacienda le encomendé

y, con solo este crïado

corrí, hasta que desmayado

a tu posada llegué.

Hasta aquí te he referido

por despertar tu memoria;

que, como pasada historia,

la tendrás en el olvido.

Lo que ha pasado después

por mi vergüenza lo callo

y, porque no hay que olvidallo,

tiempo que tan nuevo es.

NISEA: ¿Quieres que yo te lo cuente,

que podré bien relatarlo?

Y si te miento en contarlo,

huye de mí eternamente.

FLORENCIO: Déjate de ese cuidado;

que se halla mi sentido,

si dices verdad, corrido,

y si mentira, agraviado.

Lo que piden solamente

estas mal dichas razones

es al fin que me perdones

esta venida imprudente.

NISEA: Mi paciencia impertinente

no puede más esperar.

Déjame, Florencio, hablar

si no quieres que reviente.

FLORENCIO: Antes a tu autoridad

sirvo; que al honor, de ayuda,

quien no escucha al que va en duda,

dé faltar a la verdad.

NISEA: ¿Por puedes recelarte

de que te engaño? Si fuera

verdad si no te quisiera,

¿para qué había de engañarte?

Florencio, ¿no consideras

que, a no quererte yo bien,

nada me estaba tan bien

como que de aquí te fueras?

FLORENCIO: Esa voluntad te deba,

que dices, señora, creo

y, pues yo no la pleiteo,

no la recibas a prueba;

que los simples labradores,

los crïados de tu casa,

dicen lo que en ella pasa

y presumen tus amores.

Tan dichosa en ellos [seas]

que cumplan tu pensamiento

y, para en su casamiento

de que dulces nietos veas

–que sí hará que es dichoso–

y tú a no menos aspiras;

que yo sé que si le miras

que le miras como a esposo.

Y porque el bien que alcanzó

en hora dichosa crezca,

en quererteme parezca,

pero en el perderte no.

Él viene; quédate a Dios.

NISEA: Ya que creerme no quieres,

aguarda y cree lo que vieres

en un día solo y dos.

Espera, pára, y siquiera…

FLORENCIO: Suelta; que burlas de mí.

NISEA: Arsinda, ayúdame aquí.

ARSINDA: Vuelve en ti, Florencio, espera.

FLORENCIO: Enemiga, ¿qué me quieres?

NISEA: ¿Yo enemiga tuya soy?

FLORENCIO: Suéltame; que a morir voy

si es que por matarme mueres.

Él viene con tu crïado.

Mira si le fue a llamar.

NISEA: De él te puedes informar.

FLORENCIO: Ya reviento de informado.

Salen el PRÍNCIPE y TREBACIO, ARIADENO y

ROBERTO

TREBACIO: ¿Qué es esto, español?

PRÍNCIPE: Detente.

ARSINDA: Quiere hacer un disparate.

ARIADENO: Suéltale.

ARSINDA: ¿Quieres que mate

una intención inocente?

PRÍNCIPE: ¿Con quién lo ha, Arsinda?

ARSINDA: Con quien

no le ha enojado jamás.

NISEA: Y le quiere bien, que es más.

ROBERTO: Español, reposo ten.

FLORENCIO: ¿En qué más tenerle puedo?

¿Muevo la lengua o los pies?

PRÍNCIPE: ¿No sabríamos lo que es?

NISEA: No se vaya.

ARSINDA: No hayas miedo.

PRÍNCIPE: ¿Adónde ha de ir?

ARSINDA: A buscar

la muerte suya y ajena.

PRÍNCIPE: ¿Qué ha sido?

FLORENCIO: No te dé pena;

que a nadie intento enojar;

que de agradarte y servir

es mi intención.

PRÍNCIPE: No lo entiendo.

ARIADENO: Alguno quiere ir siguiendo

que a caza debió venir,

y dice que sirve en ello

y podría echar de ver

que es mejor obedecer

y no hacer más caso de ello.

PRÍNCIPE: ¿Es esto?

FLORENCIO: Pues, ¿que otra cosa

puede ser?

ROBERTO: No le impida

hacer su oficio.

PRÍNCIPE: En mi vida

vi guarda tan cuidadosa.

Con vigilancia tan fiel,

¿cuándo duermes?

FLORENCIO: ¿Eso lloras?

Y quien me ve a todas horas,

¿cuándo puede dormir él?

ARIADENO: Como agora es nuevo en esto,

en su cuidado no cesa;

mas cuando se da más priesa,

se vendrá a cansar más presto.

¿De qué sirve que él se arroje

a servir bien y guardar

si a los que vienen a hurtar

hay acá quien los acoge?

ARSINDA: ¿Quién hace tal?

ARIADENO: Díganlo ellos.

PRÍNCIPE: ¿Es esto verdad, señora?

ARIADENO: ¿Ella no le tuvo agora

porque no fuese tras ellos?

PRÍNCIPE: Ello está muy bien reñido.

ROBERTO: Tú, español, ¿en esto aquí

y yo buscándote allí?

NISEA: Mira si a buscar te ha ido.

FLORENCIO: Sería para saber

dónde estaba para oírme.

NISEA: ¿Eso llegas a decirme?

PRÍNCIPE: ¿Fuiste a lo que dije? A ver.

FLORENCIO: No he podido; ya lo ves.

Agora voy.

NISEA: No harás tal.

FLORENCIO: Fía que a nadie haré mal

sino gusto.

PRÍNCIPE: Anda, vé pues.

NISEA: Déjenos aquí, señor.

Eh, español, vente conmigo.

PRÍNCIPE: Todos iremos contigo.

NISEA: Dejarme será mejor.

Y pues tengo sufrimiento

para hacer callado ansí,

viéndote a tal hora aquí

estorbando mi contento,

no apures más mi paciencia,

sino déjame volver

a mi casa por no ver

tu enojosa impertinencia.

PRÍNCIPE: Señora, ¿de qué te ofendes?

¿En qué te enojé jamás?

¿Aquese galardón das?

Haz lo que de mi alma entiendes.

¿Eso mi voluntad labra?

¿Con aquese premio acierto

por dormir en un desierto

para hablarte una palabra?

¿Que con tanta crueldad luches?

¿Que tras tanto madrugar

no pueda en la vida hallar

un momento que me escuches?

Escucha un poco mis quejas

que poca ofensa te harán,

pues al fin se quedarán

en el aire, a quien las dejas.

No es mucho que un rato ofrezcas

a penas que tantas son.

Quizá te harán compasión

ya que no las agradezcas.

NISEA: Hasme puesto en tanto aprieto

que no poder más reviento

y, pues perdí el sufrimiento,

también perderé el respeto.

Príncipe, yo soy honrada

y el ser hija de mi padre

basta para que me cuadre

cualquiera prenda estimada.

Tanto cuidado recibo

de mi fama y de mi honor

que por guïarle mejor

en aqueste monte vivo.

Ni de mis obras podrás

esperarla, en mí has podido,

pues nunca se ha conocido

de ella un pesnamiento loco.

Y esto tú lo di y lo jura.

Públicamente di aquí.

¿Cuándo esperanza te di,

en que fundes tu locura?

¿Cuándo te envié a llamar?

¿Cuándo supe tu venida?

¿Cuándo estuve agradecida

a tu placer o pesar?

¿Qué orden viste de mí

para que aquí te quedaras?

Y para que madrugaras,

¿qué aviso, qué señal di?

¿Súpelo yo por ventura?

Pues, ¿es cortés proceder

inquietar [a] una mujer

tan descuidada y segura?

Pues tan ruin galardón das

a mi cortesía mucha

esto que escuchas escucha

y más si porfías más.

PRÍNCIPE: Justo es que el furor remates;

que no es bien que mi paciencia

te anime a que en la presencia

de tantos tan mal me trates.

NISEA: A mí me ha estado mejor

hablar con publicidad

porque sepan mi verdad

los que dudan de mi honor.

Entiéndalo el mundo entero

porque yo mi opinión cobre;

hasta este español pobre.

Éste lo sepa el primero.

Que llame infame recelo,

pues, de haber venido a casa,

viendo lo que en ella pasa,

creerá que lo trae de suelo.
Sale SILENO

SILENO: A no hallarte en presencia de quien te hallo,
alevoso español, tu vida infame
el mísero fin viera entre mis manos.
Con sangre pagarás la alevosía
de sacarme a mi hija de mi casa
de noche, con cautela y en mi ausencia.
FLORENCIO: ¿Qué turbión de desdiochas en mí llueve?
NISEA: ¿Qué es aquesto, español?
FLORENCIO: El cielo entero
que se cae sobre mí.
ARIADENO: Mal informado
vienes, Sileno. Lo que dices mira;
que es honrada tu hija. No la afrentes.
PRÍNCIPE: ¿Es verdad esto?
FLORENCIO: Anoche en ese monte,
después que en él te vi, hallé a la hija
de ese hombre escondida entre unas ramas,
huyendo, según dijo, de la fuerza
que quisieron hacerle tus crïados.
Recogíla y llevésela a [su] casa
con el cuidado que él tener debía
si supiera de honor, y agora viene
a pagarme el trabajo de esta suerte;
que soy en galardones desgraciado.
PRÍNCIPE: ¿Cuál de vosotros tuvo culpa en esto?
TREBACIO: ¿Tal puede sospecharse de nosotros?
ARIADENO: Todo es burla, señor; que la muchacha
se alborotó sin causa. Aquí Trebacio
le dijo en burla alguna niñerías.
Tomólo tan de veras que han parado
en lo que ves.
TREBACIO: Y yo.
ARIADENO: Pues, ¿qué va en ello?
Yo digo que burlando ha sido todo.
PRÍNCIPE: Luego, ¿aqueste español verdad ha dicho
y está sin culpa?
ARIADENO: Como estás sin ella.
SILENO: Yo sé que no se fuera la zagala.
PRÍNCIPE: Basta, déjalo estar. La culpa es mía;
por lo que debo gracias no dés quejas.
NISEA: Mientras que se averigua lo que ha sido,
estará preso el español.
PRÍNCIPE: ¿No escuchas?
¿Si está sin culpa? Tu crueldad me espanta.

[FLORENCIO y NISEA hablan aparte]

FLORENCIO: (¿Tú, Nisea, contra mí? ¿Tú fiscal mío?)
NISEA: (Temo que te me vayas.)
ARSINDA: Mal lo miras.
Está sin culpa y ¿préndesle?
NISEA: No quiero
que se nos vaya.
SILENO: Lo seguro ordenas;
más va en que el gusto suyo se ejecute.
¡Vaya preso!
NISEA: Traédmele a la torre.
PRÍNCIPE: Todos le llevaremos.
NISEA: No, tampoco;
que no es tanto el delito que requiera
tantas guardas. Roberto y [Sileno].
SILENO: No se me irá a fe.
PRÍNCIPE: Yo me atreve
a replicarte.
NISEA: Ven.
ROBERTO: Si irás, yo fío
FLORENCIO: (La prisión mía, y tuyos los delitos.)Aparte

Vanse NISEA, FLORENCIO, ROBERTO y SILENO

PRÍNCIPE: Bien gastada noche es ésta.
Bien la ocasión he gozado.
TREBACIO: A todos nos ha tocado
buena parte de la fiesta.
Pues ha querido Ariadeno
acusarme sin razón.
ARIADENO: Nadie tan sin ocasión
culpara mi deseo bueno.
Verdad y amistad profeso
y en lo que dije, volví
por la verdad y por ti.
PRÍNCIPE: ¿El tiempo gastáis en eso?
Parece que no habéis visto
lo que aquí por mí pasó.
ARIADENO: Sí vi, y cólera me dio
tal que apenas la resisto.
¿Cómo tuviste paciencia
para tantas libertades?
PRÍNCIPE: Sufrílas por ser verdades
a quien se debe obediencia.
ARIADENO: ¿Verdades pudieran ser
todas las que dijo aquí?
PRÍNCIPE: Y todas pasan por mí,
y bien echadas de ver;
que nunca en este cuidado
tratado mejor he sido,
ni mejor correspondido.
No diré que fui engañado.
ARIADENO: Yo entendí que esto fingías
por disimular conmigo
favores de antes.
PRÍNCIPE: No, amigo,
no los he visto.
ARIADENO: ¿Y porfías?

Vanse el PRÍNCIPE, [ARIADENO] y TREBACIO.
Salen ARSINDA [y ARIADENO]

ARSINDA: Ariadeno, no se vio
tal dicha.
ARIADENO: Puedo creella;
que es la mayor señal de ella
el estar alegre yo.
¿Qué ha sido?
ARSINDA: Florencio es
ya de todos conocido.
ARIADENO: Siempre lo tuve creído;
que no hay secreto entre tres.
¿Quién lo conoció?
ARSINDA: Florela,
la hija de este villano
que anoche le oyó.
ARIADENO: Temprano
esperó nuestra cautela.
No tienes ya qué decirme;
que ya sé cómo sería.
Escondido le oiría.
ARSINDA: Mayor mal tienes de oírme;
que ya también sabe que está
Florencio ansí porque quiere
a Nisea.
ARIADENO: Un loco espere
lo que más sucederá.
Si me conocen a mí
y que al príncipe he engañado,
entrando por su crïado,
pago lo que no comí.
Y aquesa labradorcilla,
¿a quién lo dijo?
ARSINDA: A Nisea,
como que otra su igual sea.
ARIADENO: ¿En qué ocasión?
ARSINDA: En reñilla
porque la reprendió
haber de casa salido.
ARIADENO: ¿Halo Florencio sabido?
ARSINDA: Nisea se lo riñó
como que lo hubiera él
parlado.
ARIADENO: Eso no es locura.
ARSINDA: Ya está de lo que es segura,
mas el suceso es crüel.
ARIADENO: ¿Y halo dicho a otra persona
la muchacha?
ARSINDA: No se sabe;
mas en tal pecho, ¿qué cabe?
ARIADENO: Hoy a todos lo pregona.
ARSINDA: Nisea quedaba agora
con su padre, dando traza
de hacerle una amenaza
porque calle.
ARIADENO: Ansí lo dora.
Persuadirla es destrüirlo;
que un discurso y razón corta,
cuando más vea que importa,
menos estará en decirlo.
ARSINDA: Voyme; que el príncipe viene
y de él con venganza estoy;
que por lo que pasó hoy
queja de mí también tiene.

Vase [ARSINDA]. Salen el PRÍNCIPE y TREBACIO

PRÍNCIPE: ¿Esto ha de sufrir un hombre,
no sólo de mi jaez
sino el más bajo y soez
que el mundho le vio sin nombre?
Si esto venganza no pide,
venganzas, ¿para qué son?
ARIADENO: (Ciertos mis temores son.) Aparte
TREBACIO: Con tu presencia lo mide.
El mejor remedio es,
y la venganza mayor,
olvidar[la].
PRÍNCIPE: A mi furor
consejos ya no me des.
Heme de vengar si entiendo
aventurar mi opinión.
ARIADENO: Terrible resolución
para quien lo está aquí oyendo.
PRÍNCIPE: Ariadeno.
ARIADENO: (¡Aquesto es hecho!) Aparte
PRÍNCIPE: ¿Dónde ibas?
ARIADENO: Como vi
que hablabas allá, entendí
que no era para mi pecho.
PRÍNCIPE: No el tuyo solo, el de todos
entenderá lo que trato.
Hoy la paciencia remato.
No hay ya de engañarme modos.
ARIADENO: Pues, ¿quién te ha engañado?
PRÍNCIPE: Yo;
que me fié más de antojos
que de lo que veían mis ojos.
El deseo me engañó.
Pero yo le pondré freno
porque no me engañe más.
ARIADENO: ¿Puedo saber lo que has?
PRÍNCIPE: Sé que está de saber nuevo;
parte mucha has visto y ves.
¿Qué más claro he de decirlo?
Mejor será prevenirlo
y derribarme a sus pies.
¡Si me hubieras visto, Ariadeno,
cuál me ha tratado Nisea!
ARIADENO: ¿Y eso es?
PRÍNCIPE: ¿Qué quieres que sea
mi mal sino ese veneno?
ARIADENO: (Mas que revientes con él. Aparte
En gentil yerro había dado
si me hubiera anticipado
a pedirle perdón de él.)
PRÍNCIPE: Agora de aquí salía
y yo, que acerté a encontrarla,
volví para acompañarla
con muy justa cortesía,
y, sin hablar más que un muerto,
de manera me trató
que o es loca o lo soy yo,
o entrambos, que es lo más cierto.
¡Y heme de vengar!
ARIADENO: Di, cómo.
PRÍNCIPE: No por armas, bien lo sé;
pero camino hallaré
según a pechos lo tomo.
¿Qué burla le haría yo
como no fuese pesada?
ARIADENO: Esa venganza me agrada.
TREBACIO: Vengóse quien olvidó.
¿Qué mejor burla que hacer
cuenta que jamás la viste?
PRÍNCIPE: Es esa burla muy triste.
Quiérala más de placer.
ARIADENO: ¿Qué más de placer la quieres
que huirte mucho de ella?
Que ésta es siempre la centella
que abrasa más las mujeres.
PRÍNCIPE: Hemos de burlarla. Hallemos
para ello alguna traza.
O pongámosla una maza
o una matraca le demos.
ARIADENO: No sé yo qué buena sea
ni con cuáles te acomodas.
TREBACIO: ¿Quieres la mejor de todas?
Pues, llámala, señor, fea.
PRÍNCIPE: ¿Sabéis lo que yo quisiera?
Verla querida de un hombre
de vil raza y de un vil nombre,
y entonces yo me riera.
Quisiera ver lo que hacía
viéndose tratada ansí
la que me desdeña a mí.
TREBACIO: Pues si ella no le quería,
¿qué venganza fuera ésa?
PRÍNCIPE: No fuera venganza poca
porque se volviera loca,
pues de esto agora le pesa.
ARIADENO: ¿Qué traza? ¡Cuerpo de tal!
TREBACIO: Y aun quizá le quería.
ARIADENO: Aguarda.
Encargémoslo a esta guarda
que no ha de hacerlo muy mal.
Tiene industria y, si tú quieres,
yo haré que amores la diga
y que la burla prosiga
hasta el tiempo que quisieres.
PRÍNCIPE: Pues, ¿osara?
ARIADENO: Arrojaráse
entre millanzas por mí,
y más si sabe que a ti
te sirve.
PRÍNCIPE: Pues de hoy no pase
sin que la traza esté urdida.
Luego que a entender se asome
no habrá leño que no tome
de sus espaldas medida.
ARIADENO: Del otro no son, ¿qué importa?
TREBACIO: Despídenle el primer día
y queda la burla fría.
ARIADENO: Pues no la hagamos tan corta.
Digamos que es caballero
y que está de España hüido.
Disfrazado y escondido
esté en hábito grosero
porque a un hombre principal
dio la muerte en desafío.
PRÍNCIPE: Ya de la burla me río.
El mundo no la vio tal.
ARIADENO: Dirás tú que le conoces
y alabarásle en extremo.
TREBACIO: Que es pesada burla temo.
PRÍNCIPE: Daré en su alabanza voces.
¿Él sabrá fingir?
ARIADENO: Muy bien.
Es la pieza más extraña
que en esto ha tenido España.
PRÍNCIPE: A que le busquemos ven.
ARIADENO: El amo con quien yo vine
diremos que es, y que huía
porque una muerte hecho había.
PRÍNCIPE: ¿Y el nombre?
TREBACIO: (El diablo lo atine.) Aparte
ARIADENO: Florencio, y fue de Valencia.
¿Ya no te conté su historia?
PRÍNCIPE: Sí; ya vuelvo a la memoria
todo el suceso y pendencia;
pero saben ya que es muerto.
ARIADENO: ¿Cuál de ellos muerto le vio?
Diremos que lo fingió
por estar ansí encubierto.
No hay más en qué reparar.
Busquémosle luego al punto;
he aquí que está todo junto
y, al fin, ¿en qué ha de parar?
PRÍNCIPE: ¡Qué buen día en él espero!
¡Qué rato que la he de dar!
ARIADENO: Ya comienzo a publicar
que la guarda es caballero.
TREBACIO: Y, ¿si él no quiere después?
ARIADENO: Eso quede por mi cuenta.
PRÍNCIPE: Lo trazado me contenta.
………………… [-és].
ARIADENO: Voy a traértelo aquí
dándole la traza y medio.
PRÍNCIPE: Ve.
ARIADENO: (No ha sido mal remedio Aparte
éste de lo que temí.)

Vase ARIADENO. Sale LEUCATO

LEUCATO: ¿No es hora ya de salir
a holgarte?
PRÍNCIPE: Nueva holgura
me ha trazado mi ventura.
LEUCATO: Merézcatelo yo oír?
PRÍNCIPE: El hombre que he deseado
más ver en aquesta vida
[halla] en tu casa acogida;
que mis gustos han hallado.
LEUCATO: Mil veces dichosa ella
si a servirte acierta en algo.
PRÍNCIPE: Ninguna vez a ella salgo
que no lleve un placer de ella.
LEUCATO: Y agora en ella, ¿qué hallaste?
PRÍNCIPE: Un amigo deseado.
LEUCATO: Si amigo en ella has hallado,
con ocasión me la honraste.
¿Dónde está, para que yo
le sirva?
PRÍNCIPE: En el monte está.
Digámoslo claro ya
pues el disfraz se acabó.
Leucato, aqueste español,
que guarda el monte en vil traje,
en las obras y linaje
envidia su luz el sol.
Es un valenciano noble,
de aquel reino gloria ilustre,
rico en casa, en sangre ilustre,
y en valor y obras al doble.
Por una extraña desgracia,
–que dicha fue para mí–
huyendo se vino aquí
a valerse de mi gracia.
Mató a un hombre principal
cuya venganza tocaba
a otro, que le buscaba
con enemistad mortal,
y porque no le matara
con traiciones, le he tenido
de esa manera escondido
sin que aun de ti me fïara.
Nueva acaba de tener
de que el contrario murió
y ya el perdón alcanzó.
¡Nueva de mucho placer!
TREBACIO: (¿Hase visto tal locura Aparte
como ésta en que da mi amo?)
LEUCATO: Dichoso otra vez me llamo
con esta nueva ventura;
que un hombre cual dicho has,
en sangre, hacienda y valor,
y a quien haces tú favor,
que en él para mí es lo más,
le esconda esa escasa sombra
siendo tan pequeña ella;
mas como vienes a ella,
pudo esconderse a tu sombra.
Aunque me puedes creer
que mil veces he querido
decir que era bien nacido.
PRÍNCIPE: Echábase en él de ver.

[El PRÍNCIPE habla aparte a TREBACIO]

(No se va poniendo mal
nuestra traza.)
TREBACIO: (Bien se guía.)
PRÍNCIPE: (No es bueno decir que había
visto que era principal.)
LEUCATO: ¿Qué ésta ha sido la ocasión
que tanto aquí te traía?
PRÍNCIPE: Acertarla no podía.
Téngole mucha afición.
LEUCATO: Pues agora, ¿dónde es ido?
PRÍNCIPE: Ariadeno fue por él.
LEUCATO: ¿Que aún no has hablado con él
después que eso seha sabido?
PRÍNCIPE: No le he visto.
LEUCATO: De placer
le son las nuevas que sabes.

Sale FLORELA

FLORELA: Aunque de matarme acabes,
el mundo lo ha de saber,
Leucato, a la guarda infiel
de ese monte voluntad
más que no necesidad
le traen velando en él.
Advertirte de ello quiero
aunque la vida me cueste.
No es pobre aqueste soldado
sino rico caballero.
Florencio es su nombre. Advierte
a su intención mal sencilla;
que español y que se humilla
ninguna honra quiere hacerte.

Vase FLORELA

LEUCATO: Espera, rapaza, espera.
TREBACIO: Huyendo va como el viento.
PRÍNCIPE: En villano pensamiento
nunca hay sencillez entera.
¿Hay malicia semejante?
A no conocerle yo,
buen testigo en ésta halló.
LEUCATO: ¡Discursos de una ignorante!
Pero pésame que corra
esta opinión, aunque falsa;
que este decir mal es salsa
que a muchos de pan ahorra;
pues al sabor de ella, alguno
ajenas honras se come.
PRÍNCIPE: No habrá quien a mal lo tome
pues no lo ignora ninguno.

[Habla TREBACIO aparte al PRÍNCIPE]

TREBACIO: (Pues aquésta, ¿adónde estuvo
que vino a saber aquesto?)
PRÍNCIPE: (¿No te ríes de cuán presto
tanto la mentira anduvo?
Que a bocas de niños llega;
pero a todos, malo o bueno,
se lo contara Ariadeno.)
TREBACIO: (¡Qué presto un error se pega!)
PRÍNCIPE: (A no saber yo el concierto,
según lo dijo con traza
y de veras la rapza,
tuviéralo yo por cierto.)
TREBACIO: (Del concierto fui también
y por creérselo he estado.)
PRÍNCIPE: (¿Cómo se había publicado
que a Nisea quiere bien?)
TREBACIO: (Ariadeno lo dirá.)
PRÍNCIPE: (Pues, en publicarlo erró;
que así la burla atajó.)
TREBACIO: (Alguna ocasión tendrá.)

Salen FLORENCIO y ARIADENO

PRÍNCIPE: Florencio mío, ¿es posible
que con voz entera puedo
decir tu nombre sin miedo?
FLORENCIO: ¿Qué hay a tu fuerza imposible?
Cuando tienes más testigos,
tu voz me asegura más
pues las que en mi favor das
ausentan mis enemigos.
Dame la mano, señor,
adonde mi amparo vive.
PRÍNCIPE: El pecho, amigo, recibe,
adonde vive tu amor.
Sea muy enhorabuena
el fin de este tu destierro
aunque me parece yerro
dar parabién de mi pena;
que al fin, por la lbiertad
me querrás dejar a mí.
FLORENCIO: ¿Cómo, si ella vive en ti,
y en mi pecho la lealtad?
Temer yerro de mí puedes;
que a ser fugitivo baste
el esclavo que compraste
con tan insignes mercedes.
PRÍNCIPE: Ya te habrá dicho Ariadeno
la nueva que hemos tenido.
FLORENCIO: Todo me lo ha referido.
PRÍNCIPE: Suceso ha sido muy bueno.
FLORENCIO: Como guïado por ti.
PRÍNCIPE: Tu vida un siglo posea,
y para servirte sea
cuanto me cupiere a mí;
que en este oficio deseo
mil, veces aventuralla.
TREBACIO: Bien finge el bellaco.
PRÍNCIPE: Calla;
que lo escucho y no lo creo.
FLORENCIO: Deja que las manos bese
a quien mi remedio ha sido,
y cuyo pan he comido.
PRÍNCIPE: Debido respeto es ése.
FLORENCIO: Pues da el príncipe licencia,
dame, como a tu crïado,
la mano.
LEUCATO: Ya te ha bastado
mirar que tengo paciencia
para que afrenta tan grande
a mi casa se haya hecho.
Como que en ella tal pecho
tan mal ocupado ande,
basta que no he conocido
en esa humildad estés
sin proseguirla después
que tu valor he sabido.
FLORENCIO: Si el nombre de tu crïado
has de quitarme, no quiero
que se crea el mensajero
que nuevas de mí te ha dado.
Tu monte quiero guardar
en el traje que me estoy.
LEUCATO: Servir sabes desde hoy,
sabe desde hoy mandar;
que como supe mandarte,
sabré servirte también.

El PRÍNCIPE habla aparte con ARIADENO

PRÍNCIPE: (El hombre lo hace bien.)
ARIADENO: (Ya comienzas a espantarte.
Adelante; si vivimos,
quiero, señor, que lo veas,
cuando por ti misma creas
que es verdad lo que fingimos.)
PRÍNCIPE: (Casi por creerlo estoy.
Mas dime…¿cómo tan presto
se ha publicado ya esto?)
ARIADENO: (Porque quien lo guía soy.
¿A quién lo has oído aquí?)
PRÍNCIPE: Vino agora una rapaza
y, como si nuestra traza
te oyera, cómo la di.
Ansí dijo que este hombre
es caballero, y también
que quiere a Nisea bien,
y no sé sé dijo el nombre.)
ARIADENO: (La culpa de esto es mía
pero de ella no te pese;
que el cierto camino es ése
por dó mi traza se guía.
Esa muchacha es el gusto
de Nisea, y quien la parla
cuanto hay, y quise informarla
de todo eso muy al justo
porque lo diga a Nisea
y comience la maraña.)
PRÍNCIPE: (Si el viejo se desengaña
de que a su hija desea,
no se recatará de él
y da la burla en el lodo.)
ARIADENO: (Antes por aquese modo
aprieta más el cordel.)

El PRÍNCIPE habla aparte con FLORENCIO

PRÍNCIPE: (¿Hate dicho mi intención
Ariadeno?)
FLORENCIO: (Ya la sé.
Sin cuidado, señor, ve
y déjame en la ocasión;
que o me quiera bien Nisea
o me aborreceré yo.)
PRÍNCIPE: (El principio te fió.)
FLORENCIO: (Pues deja que el fin se vea;
que a quien está más seguro
le ha de caber de mi engaño
la parte mayor del daño.)
PRÍNCIPE: (Pues esa fiesta procuro.)
FLORENCIO: (Sí verás, o podré poco.)

El PRÍNCIPE habla aparte con ARIADENO

ARIADENO: (¿Qué dices de mi ahijado?)
PRÍNCIPE: (Dígote que va extremado.)
ARIADENO: (Tiene de volverte loco.)

Sale NISEA

NISEA: ¡Qué inadvertida he salido!
¿Que se está aquí?
LEUCATO: Nisea, llega.
¿De qué huyes?
NISEA: Creí, ciega,
que el príncipe era ya ido.
PRÍNCIPE: Por mí no os arrepintáis
de entrar; que ya yo me voy
si de pesadumbre soy.
LEUCATO: Mal su intención acertáis.
No pesadumbre, respeto
es el que la hacía volver.
Ansí ha llegado a saber
el fin de nuestro secreto
y que en el monte ha guardado.
ARIADENO: Ya la avisé.
NISEA: Helo sabido.
Muy para bien hayan sido
la nuevas que hoy os han dado;
que a tenerlas esta casa
de vuestro valor y prendas,
debiera menos enmiendas
su demostración escasa.
FLORENCIO: Mi nueva, aunque de alegría,
un gran pesar me ha causado;
que es dejarme despojado
del oficio en que os servía;
que aunque en la casa es pequeño,
tengo por más honra y fiesta
ser guarda del monte en ésta
que ser en las otras dueño.
Mas fïad que eternos queden
mis servicios si es verdad
que los de la voluntad
servicios llamarse pueden
[ARIADENO habla aparte con TREBACIO, FLORENCIO y el
PRÍNCIPE]

ARIADENO: (¿Qué te parece?)
TREBACIO: (Yo fío
que él salga con su intención)
PRÍNCIPE: (¿Hay tal disimulación?)
TREBACIO: (No sé cómo no me río.)
PRÍNCIPE: (Di más; que andas extremado.)
ARIADENO: (Eso prosigue.)
FLORENCIO: (Es muy presto.
Yo te diré tanto de esto
que te parezca sobrado.)
NISEA: Si os reís de habernos hecho
este engaño, creed de mí
que entre ese sayal os vi
siempre el brocado del pecho.
FLORENCIO: Dichoso yo si ansí es.
PRÍNCIPE: (Diz que ya le conocía.)
ARIADENO: (Calla, que harás que me ría.
La risa será después.)
LEUCATO: En fin, señor, ¿quieres irte?
PRÍNCIPE: Esme forzoso.
LEUCATO: Siquiera
por el huésped justo fuera
de esta posada servirte.
PRÍNCIPE: Pues no quedo, fïar puedes
que no es posible.
TREBACIO: ¿No adviertes
cómo comienza hacer suertes?
PRÍNCIPE: Con Florencio es bien te quedes,
Ariadeno.
ARIADENO: Harélo ansí.
PRÍNCIPE: Florencio, adiós.
FLORENCIO: ¿Que te vas?
PRÍNCIPE: Cierto de que no podrás
echarme menos a mí.
Mañana te irás allá.
LEUCATO: No nos le lleves tan presto.
PRÍNCIPE: Adiós, amigos. ¿Qué es esto?
No saldrás por tu fe acá.
PRÍNCIPE: Téngote de acompañar
hasta que del monte salgas.
Guarda soy.
PRÍNCIPE: Aunque te valgas;
de eso, no ha de aprovechar.
FLORENCIO: Si de eso te sirves, callo.
PRÍNCIPE: Nisea, adiós.
NISEA: Él te guarde.
PRÍNCIPE: ¿Qué hora será?
TREBACIO: No es tarde.
PRÍNCIPE: Do vas, pondréte a caballo.

Vanse el PRÍNCIPE, LEUCATO y TREBACIO

ARIADENO: ¿Qué os parece del socorro?
FLORENCIO: Como de tu ingenio ha sido;
mas mucho habemos perdido.
ARIADENO: Harta molestia os ahorro;
que si yo no os previniera
lo que parló la villana,
¿Dó estuviéramos mañana?
NISEA: Notable desgracia fuera.
FLORENCIO: Mucho pierdo en la ocasión
que aquí de verte tenía.
ARIADENO: De acabarse al fin había.
Tomemos resolución.
Leucato sabe quién eres.
El príncipe, aunque engañado,
te tiene tan abonado
que tendrás cuanto pidieres.
FLORENCIO: Pido a Nisea. ¿Qué hará
el príncipe si lo sabe?
NISEA: Como ello una vez se acaba,
poco estotro importará.
FLORENCIO: Si primero le da cuenta
tu padre, como está claro,
nos perdemos sin reparo.
ARIADENO: Pues algún camino intenta;
que aquesta nuestra primera
no puede mucho durar;
que si amas, no has de esperar
a que Nisea te quiera.
Ya se puede deshacer.
NISEA: ¡Que en el corazón de un [noble]
quepa un engaño tan doble!
ARIADENO: Él le habrá de conocer.
No me espanto que has andado
asperísima con él,
y ha sido yerro crüel.
NISEA: ¿Quién este yerro ha causado
sino Florencio, que aun hoy
no está de mí satisfecho?
FLORENCIO: La Fortuna es quien lo ha hecho,
de quien enemigo soy
si no es que crees todavía
que yo mi historia conté
a Florela.
NISEA: Déjame.
Creo que es desgracia mía.
Mi padre vuelve ya. Vete.
ARIADENO: Recato importa tener.
FLORENCIO: Paciencia.

Vanse FLORENCIO y ARIADENO. Salen LEUCATO y
ROBERTO

LEUCATO: Debe de ser
el príncipe su alcahuete;
que, según muestra quererle
mas que eso haría por él.
ROBERTO: Queja puede tener de él
LEUCATO: Yo sabré ya conocerle.
ROBERTO: Bien sé yo que no venía
a caza el príncipe aquí
pero siempre presumí
que a Nisea bien quería.
Mas agora echo de ver
que venía a ser tercero
de otro.
LEUCATO: De enojo muero.
Roberto, ¿qué puedo hacer?
ROBERTO: Según lo que encarece
el príncipe, muy a cuento
te venía el casamiento.
LEUCATO: Sí, per no me lo ofrece.
Si eso fuera su intención,
¿el príncipe no pudiera
tratarlo de otra manera?
Sin duda aquesta es traición.
NISEA: (¿Qué puede ser el secreto Aparte
en que tan ciegos están
que mirando no me han?)
LEUCATO: Que he de vengarme prometo.
¿Y, que has oído decir
que ya Nisea sabía
quién era?
ROBERTO: Así se decía.
Nada te debo encubrir.
Y diz que por la ventana
de noche con él hablaba.
LEUCATO: La paciencia se me acaba.
¡Oiga, tan flaca y liviana!
ROBERTO: Lo que yo he considerado
es, que no la vi salir
a caza nunca sin ir
el español a su lado.
Bien puede ser presunción
ruín, mas la autoridad
tanto como la verdad
daña la falsa opinión.
LEUCATO: Pues pienso volver por mí.
Primero averiguaré
si culpada mi hija fue.
ROBERTO: Paso, señor, que está aquí.
NISEA: (Que no he podido entender Aparte
palabra aunque más he hecho.
Que ya me ha visto, sospecho.
No sé qué medio tener.
LEUCATO: ¿Nisea?
NISEA: Señor.
LEUCATO: Escucha.
Bien puedo yo de tu seso
aconsejarme.
NISEA: Confieso
que la prudencia no es mucha;
mas el buen deseo hará
que acierte.
LEUCATO: De él estoy cierto.
No te desvíes, Roberto
pues que lo más sabes ya.
El príncipe te me pide
para ese forastero
aunque confesarte quiero
que con mi intención se mide;
porque tras la relación
que el príncipe de él ha hecho,
estoy yo muy satisfecho
de sus prendas y opinión;
porque estando yo en su tierra,
oí esto mismo de él.
Sólo dudo de si es él.
Este temor me hace guerra;
que en Florencio, el de Valencia,
hay las partes que contó
el príncipe, sélo yo.
En eso no hay diferencia.
Mas, ¿qué sé yo si éste es
Florencio o algún perdido
que con su nombre ha venido
a la pretensión que ves?
De este solo me recelo;
que a estar esta verdad clara
esta noche te casar.
NISEA: Muy prudente es tu recelo,
y por no cansarte en él,
puedes no tratar más de ello.
LEUCATO: No es caso para tenello
en poco.
NISEA: Ríete de él.
¿Tanta priesa te doy yo
en casarme?
LEUCATO: No está en eso
sin en ser éste un suceso,
el mejor que se pensó.
Si, como digo, es verdad
que éste es Florencio.
NISEA: No puedo
yo asegurar a tu miedo;
que sería liviandad.
El recato nunca daña;
mas yo no puedo pensar
que te había de engañar
el príncipe.
LEUCATO: ¿Y si él le engaña?
NISEA: Afirma con evidencia
conocerle, y me parece
que la memoria me ofrece
que es el que yo vi en Valencia;
que allá bien le conocía
aunque en traje diferente,
y andar descuidadamente.
Olvidada me tenía.
LEUCATO: ¡Notable ventura fuera
conocerle tú!
NISEA: ¿Qué digo?
Que pudiera ser testigo
si a mal no se me tuviera;
mas no está a doncellas bien
abonar a quien las pide.

ROBERTO habla aparte con LEUCATO

ROBERTO: (Si uno con otro se mide,
por probado el hecho tengo.)
LEUCATO: (¿Qué mayor indicio quieres
de que es cómplice en el trato?
No sé cómo no la mato
pues yo ya de rabia muero.)
ROBERTO: (Mejor es disimular.
No alborotemos la [caza].)
NISEA: (Si esta dicha se me traza,
¿qué tengo que desear?)
LEUCATO: No hay de qué informarme más.
Con esto el proceso sello;
que, pues me va tanto en ello,
sé que no me engañarás.
Lo que conviene es que calles.
NISEA: ¿Había yo de hablar en esto?
LEUCATO: Vete adentro; que muy presto
haré que marido halles.
NISEA: Hija humilde tuya soy.
(Mi gusto ha echado de ver. Aparte
¡Qué mal se encubre en placer!)

Vase [NISEA]

LEUCATO: De todo informado estoy.
Ésta le conoce y trata.
Demasiada es la paciencia
que [he] tenido en su presencia.
Tal infame y, ¿no le mata?
ROBERTO: No se remedia con eso
tu pasión.
LEUCATO: Por eso espero,
en medio que intentar quiero
sea cuál fuere el suceso.
Florencio se ha de casar
luego o morir a mis manos.
ROBERTO: Mira los medios más sanos
que a eso puedes hallar.
Habla al príncipe primero.
LEUCATO: Ausentaráse el traidor
y padecerá mi honor
si a cumplimientos espero.
ROBERTO: ¿No ves que podrá quejarse
el príncipe?
LEUCATO: También yo,
pues es el que me engañó.
Mi honor tiene de cobrarse
venga después lo que venga.
ROBERTO: Míralo primero.
LEUCATO: El seso
me harás perder.
ROBERTO: El suceso
que yo te deseo venga.

Salen ARSINDA y FLORELA

FLORELA: Si ya mi desventura no es tan grande
que a la clemencia los caminos cierra;
si queda algún amparo más que ande
la flaca mocedad que una vez yerra;
tu pecho noble mi desdicha ablande
y si humana piedad en ti se encierra,
muéstralo agora en amparar mi vida
hasta del mismo padre perseguida.
Bien conozco que parte te ha tocado
no pequeña de aqueste yerro mío;
mas por esto será más estimado.
En el valor de tu clemencia fío.
ARSINDA: ¡Oh, loca, en cuántos miedos y cuidados
nos tiene tu pesado desvarío!
¡Cuántos seguros ánimos alteras!
FLORELA: A no ser esto, en perdonar, ¿qué hicieras?

Sale SILENO

SILENO: Oye, Arsinda, gran mal nos amenaza.
¿Aquí estás? ¡Fin amargo de mis años!
¿Cómo mi furia no te despedaza,
autora miserable de mis daños?
FLORELA: ¡Ampárame, señora! ¡A él te abraza!
SILENO: No tendrás lengua para más engaños.
ARSINDA: Tente, Sileno, y el furor reporta.
SILENO: ¡Mataréla!
ARSINDA: El daño hecho, ¿qué importa?
SILENO: Para que no haga más.
ARSINDA: Después de aquéste,
mas, ¿qué haga más?
SILENO: Saldrále aquéste caro.
No es bien que via semejante peste.
FLORELA: Mira, señora, que de ti me amparo.
ARSINDA: Paso, que no es lugar para eso este.
Dime, ¿qué ha habido?
SILENO: Ya te lo declaro.
En este sentimiento que en mí miras
hoy llueve el cielo en este monte iras.
ARSINDA: Acaba de decirlo.
SILENO: Sólo digo
que al español le tienen encerrado
y un clérigo allá dentro; yo testigo.
Mirad de esto que puedo haber pensado.
Ariadeno, que crïado le es y amigo,
partió, como es razón, alborotado
a dar cuenta al príncipe.
ARSINDA: ¡Mal triste!
……………………. [-iste].

Sale ROBERTO

ROBERTO: Siempre vi en la vida toda
de un daño nacer un bien.
¿No le das el parabién
a Nisea de su boda?
ARSINDA: Diferente nueva es ésta
si no lo dice al revés.
Dinos, Roberto, lo que es.
ROBERTO: Id a celebrar la fiesta
que está Nisea casada.
SILENO: Eso, ¿qué camino lleva?
ARSINDA: De la una a la otra nueva
no va a decir sino nada.
¿Búrlaste?
SILENO: Ya lo imagino.
ARSINDA: ¿Con quién es el casamiento?
ROBERTO: Con Florencio, más contento
que jamás vencedor vino.
ARSINDA: Dime de veras, ¿qué está
casada?
ROBERTO: Así lo estuvieras,
que tú la dichosa fueras.
FLORELA: Con esto estoy libre ya.
SILENO: Para eso debía de ser
el clérigo que vi entrar
y pensé que a confesar
le iba.
ROBERTO: Buen parecer.
Vamos a regocijar
la fiesta.
ARSINDA: Si no lo veo,
te digo que no lo creo.
ROBERTO: Pues vente a desengañar.

Salen el PRÍNCIPE, TREBACIO y ARIADENO

ARIADENO: A Dios ruego que no hayamos
tardado.
PRÍNCIPE: Más no he podido.
Con harta piesa he corrido.
TREBACIO: Roberto está aquí.
PRÍNCIPE: Veamos.
Roberto, ¿qué hay por acá?
ROBERTO: ¿Tanto ha que estás ausente
que me mandas que te cuente
novedades?
PRÍNCIPE: ¿Haylas ya?
TREBACIO: Ya lo debe de saber.
Los mejor es confesar.
PRÍNCIPE: Mucho dices en callar.
TREBACIO: Sin duda debe de ser.
ROBERTO: Leucato sabe, por cierto,
que el español ha tratado
mal su casa, y ha trazado
cómo cobrar su honor muerto.
Supo que quería huir
y, por no quedar perdido,
diólo a su hija por marido.
ARIADENO: ¡Aun eso es ya de sufrir!
PRÍNCIPE: ¿Qué dices?
ROBERTO: Que lo ha casado
con su hija.
PRÍNCIPE: ¿Con su hija [ya]?
ROBERTO: Hecho el desposorio está.
ARIADENO: Agora estás bien vengado.
TREBACIO: Demasiada burla es.
Nunca me agradó este enredo.
ARIADENO: A mayor mal tuve miedo.
De esto enojado no estés.
Que pues él se lo ha querido,
él se lo tenga por cuenta.
¿No te dio? Sufra la afrenta
de lo que le ha sucedido.
PRÍNCIPE: Pues, ¿cómo tú le dijiste
que le querían matar?
ARIADENO: Vile, señor, encerrar
y temí.
ROBERTO: Ocasión tuviste.
Todos salen acá fuera.
Mira si verdad te digo
y si ya lo traen consigo.
PRÍNCIPE: ¿Quién tal suceso entendiera?

Salen LEUCATO, FLORENCIO y NISEA

LEUCATO: Iré a la ciudad a dar
cuenta al príncipe de todo;
que, como le diga el modo,
no le tiene de pesar.
FLORENCIO: Vesle aquí.
LEUCATO: ¿En todas mis dichas
tienes de hallarte, señor?
PRÍNCIPE: Pero hoy dirás mejor
que me hallé en tus desdichas.
¿Qué disparate es aquéste?
LEUCATO: Como me des atención,
aprobarás mi razón.
PRÍNCIPE: ¿Es hecho de cuerdo éste?
¿A hombre no conocido
das tu hija?
LEUCATO: Sí lo es,
y muy abonado, pues,
por su fiador has salido.
PRÍNCIPE: ¿Díje te yo que le dieras
a tu hija?
LEUCATO: Aqueso no.
PRÍNCIPE: ¿Y es bien lo supiera yo?
LEUCATO: Bien fuera que lo supieras
si pudiera asegurarme
de ocasiones que temí
y, pues me culpas ansí,
razón será de escucharme.
Príncipe, yo sé por cierto
que no ha Florencio venido
por ocasión que haya habido
de delito u hombre muerto.
Mi hija vino a buscar
a quien miró desde España
y, príncipe, aquél que engaña
aquél se debe culpar.
Yo sé que la hablaba aquí
y que ella también le hablaba
y ausentarse [deseaba]
después que [lo] conocí.
Por asegurar mi honor,
como has visto, [la] casé.
La honra ya la cobré;
la vida, aquí está, señor.
PRÍNCIPE: ¿Y fuera justo pedirme
licencia?
LEUCATO: Muy justo fuera
si cuando no se me diera,
quedara mi opinión firme.
Si de dármla tenías,
agora la puedes dar;
y habíala de matar
si no me la concedías.
Si me la das, haré cuenta
que hecho con ella fue,
y si no, que la maté
en venganza de mi afrenta
y que castigar convino
mi delito de este modo.
¿Echarás de ver que todo
viene a salir a un camino?
PRÍNCIPE: ¿Qué castigo te he de dar
si ya tienes el mayor
que tuvo jamás error?
¿Honra deseas cobrar,
y tu hija a un hombre das
el más bajo y abatido
en la tierra [conocido]?
FLORENCIO: Honra a quien honra das.
Tiene tu engaño razón
y no me ofendo con eso.
PRÍNCIPE: Harásme perder el seso.
ARIADENO: (Cada uno tiene razón.) Aparte
PRÍNCIPE: Dime tú, español, ¿por qué
hiciste yerro tan grande?
FLORENCIO: ¿Qué hago que no me mande
vuestro gusto? Yo, ¿en qué erré?
Tú me hiciste comenzar
todo el suceso que ves,
bueno o malo. Acá después
por fuerza me haces casar.
¿Qué culpa tengo?
PRÍNCIPE: ¿No fuera
justo decir luego allí
quién eres?
FLORENCIO: Ya yo les di
de quién soy noticia entera.
PRÍNCIPE: ¿Y te casan con todo eso?
LEUCATO: Y pienso que le honro poco.
PRÍNCIPE: Dime, Leucato, ¿estás loco?
ARIADENO: (Acabe en bien el suceso.) Aparte
PRÍNCIPE: Di en mi presencia quién eres.
FLORENCIO: Florencio digo que soy.
PRÍNCIPE: De burlas cansado estoy.
¡Dilo, acaba!
FLORENCIO: ¿Qué más quieres?
Tú mismo dicho lo has.
Soy el mismo que dijiste.
PRÍNCIPE: Como quien eres hiciste;
pero tú lo pagarás.
Ariadeno, di aquí luego.
Aqueste hombre, ¿quién es?
ARIADENO: (Agora llega mi mes.) Aparte
PRÍNCIPE: Estáte con más sosiego.
ARIADENO: El marido de Nisea
le podemos ya llamar.
PRÍNCIPE: ¿Estoy muy para burlar?
ARIADENO: Pues, ¿quién quieres tú que sea?
PRÍNCIPE: Di lo que sabes.
ARIADENO: Yo sé
que es Florencio, un caballero
de más honra que dinero.
PRÍNCIPE: Mira que me enojaré.
Dilo.
ARIADENO: ¿Quieres que lo jure?
Jurarélo en un misal.
LEUCATO: Creo que no apura mal
lo que es razón que se apure.
Mi hija y Arsinda y [todo]
le conocen, y es ansí.
ARSINDA: Conózcole como a mí.
Todo pasa de ese modo.
PRÍNCIPE: Trebacio, dime, ¿estoy loco?
¿Qué es aquesto?
TREBACIO: Aquesto es
lo mismo, señor, que ves.
FLORENCIO: Aquí aparte escucha un poco.

Hablan aparte FLORENCIO y el PRÍNCIPE

(Yo soy Florencio, señor,
que a Nisea quiero bien;
si no, estas locuras den
testimonio de mi amor.
Por ella vine y he estado
en el traje que me ves,
y todo lo que ya es
ha por mi vida pasado.
Mandásteme que tomase
mi nombre mismo, y toméle.
Para conmigo calléle
porque el bien no me quitase.
Aquí Leucato me casa
por fuerza. ¿Qué hacer podía
si el bien que yo más quería
me meten por fuerza en casa?
Ésta es la verdad; si de ella
en ti queda alguno, empieza.
Aquí tengo mi cabeza
y acábese tu querella.)
PRÍNCIPE: (¿Sabe Nisea que yo
la trataba de burlar?)
FLORENCIO: (Ni aun de poderlo contar
lugar el tiempo me dio.)
PRÍNCIPE: Llama a Ariadeno.
FLORENCIO: ¡Ariadeno!
ARIADENO: (Yo lo habré de pagar todo.) Aparte
Ya yo, señor, me acomodo
con cualquier castigo bueno,
pero advierte que he pecado
en servicio de mi amo.
PRÍNCIPE: No para eso te llamo;
que soy solo yo el culpado.
¿Prometéisme de callar
mi yerro?
ARIADENO: Sí prometemos.
PRÍNCIPE: Pues en amistad quedemos;
que yo lo quiero enmendar.
Leucato, he querido darte
este susto en penitencia
de no pedirme licencia
y aquí tu yerro afrentarte;
pero, visto tu buen celo,
es bien que perdón recibas.
LEUCATO: ¡Venturosos años vivas!
FLORENCIO: ¡Mil siglos te guarde el cielo!
PRÍNCIPE: Muchos años os gocéis.
Señora, con la alegría
que os asegura este día
el autor de ella seréis.
NISEA: Porque por vos he venido
a los bienes que poseo,
tengáis los que yo deseo.
PRÍNCIPE: No es muy seguro el partido.
Gocen su vida dichosa.
LEUCATO: Tiempo tendán harto luego.
FLORENCIO: De este fin nace el sosiego
de la guarda cuidadosa.

FIN DE LA COMEDIA

Мигель Санчес. Бдительная смотрительница.
Miguel Sаnchez. LA GUARDA CUIDADOSA

KUPRIENKO