Тадео Ксавьер Энис. Исторический дневник восстания и войны племен гуарани. Tadeo Xavier Henis

Тадео Ксавьер Энис. Исторический дневник восстания и войны племен гуарани, произошедших на воссточном берегу реки Уругвай в 1754 году.

Tadeo Xavier Henis

DIARIO HISTORICO DE LA REBELION Y GUERRA DE LOS PUEBLOS GUARANIS,
SITUADOS EN LA COSTA ORIENTAL DEL RIO URUGUAY,
DEL AÑO DE 1754.

VERSION CASTELLANA DE LA OBRA ESCRITA EN LATIN POR
EL P. TADEO XAVIER HENIS, DE LA COMPAÑIA DE JESUS.

1836.

DISCURSO PRELIMINAR AL DIARIO DEL P. HENIS.

Los esfuerzos combinados de dos grandes potencias europeas no
bastaron para dar cumplimiento al tratado de 1750, que debia
deslindar sus vastos dominios en América. A las representaciones
respetuosas de los PP. de la Compañia de Jesus, que llevaban á
mal la cesion de sus misiones orientales, sucedieron los
alborotos, que pronto acabaron en una general insurreccion.

Los preliminares de este tratado habian sido ajustados
secretamente con el rey Juan V contra el voto de sus ministros,
que tenian por mucho mas importante la conservacion de la
Colonia del Sacramento, que la adquisicion proyectada en las
màrgenes del Uruguay. Pero Josè I, que se adheria à las miras de
su padre y predecesor, autorizó á Gomez Freyre de Andrade,
Gobernador y Capitan General de Rio Janeiro, para la entrega de
la Colonia; mientras que el Marques de Valdelirios llenaba los
compromisos contraidos por S.M. Católica, segundado por el P.
Altamirano, que venia tambien en clase de comisario.

Luego que se traslucieron en Còrdoba las clàusulas de este
tratado, el P. Barreda, provincial entonces, reuniò una consulta
para exponer al Virey y à la Audiencia los perjuicios que se
inferian à los derechos de la Corona, de la Compañia, y de los
pueblos. El P. Lozano, que fuè encargado de redactar este
oficio, nada omitiò para producir el convencimiento, y el P.
Quiroga, que disfrutaba del concepto de gran _cosmógrafo_, formó
un mapa, en que (segun se dijo) desfigurò el terreno, para hacer
mas irresistibles los argumentos de los consultores.

Estos manejos, y el poder de los PP. Misioneros sobre sus
neòfitos, los expusieron al cargo de haber fomentado, ó
favorecido la insurreccion de los indios. Concurrian á acreditar
esta especie los sucesos del Parà y del Marañon, donde un
comisario del Rey de Portugal, en circunstancias idénticas,
hallò los mismos obstáculos en el norte, que Valdelirios y
Freyre en el sud. No se llegó à empuñar las armas, porque no
habia pueblos que ceder, ni territorio que evacuar; pero se
negaron los auxilios, se trabaron las operaciones, dejando
yermos los parages por donde debian transitar los demarcadores.

Funes, que registró los archivos del vireinato, refiere, que en
la entrevista que tuvo el capitan Zavala con el cacique _Sepé
Tyaragú_ en el pueblo de San Miguel, dijo este “que circulaba en
aquellos pueblos una carta del Gobernador de Buenos Aires,
dirigida al Superior de las Misiones, ordenando à los indios _el
empleo de la fuerza_ en defensa de su territorio, y à no
permitir la entrada à ningun portugues: enfin, que _aquellas
eran las instrucciones que tenian de sus doctrineros_.”[1]

Esta declaracion se halla confirmada en varios lugares del
diario de Henis, que descubren el error en que vivian los PP.,
que “los indios harian un gran servicio al Rey, si se defendian,
oponian y resistian con todas sus fuerzas, mientras llegaba de
Europa la providencia que se esperaba.”[2]

En el mismo sentido se expresaba el P. Rávago, confesor del
imbecil Fernando VI, asegurando al Superior de los Misiones, que
el Rey, víctima de las intrigas de su consejero Carvajal, autor
del tratado, no se le habia opuesto hasta entonces por
pusilanimidad é ignorancia.

Entretanto la insurreccion, que cundia en los pueblos de
Misiones, no dejaba mas arbitrio que el de la fuerza para
sofocarla. En una junta que se celebró en la isla de Martin
Garcia entre Valdelirios, Gomez Freyre, y Andonaegui, Gobernador
de Buenos Aires, se acordò que, á mas de los cuerpos veteranos
de la guarnicion, se convocarian las milicias de Montevideo,
Santa Fé y Corrientes, á las que se reunirian 1,000 Portugueses
y un competente nùmero de vecinos, para llevar la guerra á los
pueblos insurreccionados.

En estos preparativos se invertieron algunos meses, hasta que á
principios de Mayo del año de 1754 se abriò la campaña, al mando
de Andonaegui, que debia ocupar el punto central de San Nicolas,
mientras Freyre, con otro trozo de tropas que se organizaban en
el Rio Grande, atacaria el pueblo de Santo Angel, situado en el
borde exterior del Yguy-guazù.

Para agotar todos los medios de conciliacion de que podia
hacerse uso sin menoscabo de la autoridad real, se hizo preceder
al ataque un parlamentario, que debia hacer las ùltimas
amonestaciones à los rebeldes, por medio del cura de Yapeyù à
quien fuè dirigido.

Pero el conductor de este oficio tuvo la desgracia de caer en
manos de una partida de sublevados, que lo inmolaron en compañia
de otros cinco hombres que lo escoltaban. Este crímen hizo
imposible todo avenimiento, y el ejèrcito, que habia hecho alto
en las costas del Ygarapey, avanzò hasta el Ibicuy, por caminos
intransitables, y en el rigor del invierno. La falta de pastos,
y la extenuacion que causó en los caballos, obligaron el
ejèrcito español à retroceder hasta el Salto-chico, y este
movimiento retrogrado, al romper las hostilidades, envalentonó à
los indios, que le salieron al frente para hostilizarle.

Por otra parte Gomez Freyre se habia enredado en los bosques del
Yacuì, donde supo la retirada de Andonaegui; mientras los
sublevados, cuyo mayor odio era contra los Portugueses, fueron à
desafiarlos hasta el rio Pardo. Estos ataques parciales, cuya
victoria se atribuian los gefes aliados, acabaron en un
armisticio que no tuvo á menos Gomez Freyre celebrar con los
caciques en su campamento del rio Yacuí.[3]

Irritado por tanta cobardia è impericia, el Brigadier D. Josè
Joaquin de Viana, Gobernador de Montevideo, volò al campamento
de Freyre á instarle para que rompiese cuanto antes estas
treguas vergonzosas. Las palabras de este bizarro oficial
despertaron el valor de sus compañeros, que, bajo su direccion y
auspicios, derrotaron en un primer choque à los indios cerca de
Batovì, en donde el mismo General derribó de un pistoletazo al
famoso caudillo _Sepé_.

Sucedió en el mando de los sublevados el corregidor, ó cacique
del pueblo de Concepcion, Nicolas Nanguirù, mas conocido en la
historia de estos tumultos bajo el nombre de NICOLAS I, que se
dijo haber tomado con el carácter de rey.

Viana, que despues de la accion de Batovì, marchaba al frente de
los españoles y lusitanos en nùmero de 2,500, volviò á arrollar
à los indios al pié del cerro de Caybaté, donde le aguardaban
con cerca de 2,000 combatientes. Al dia siguiente ocupò el
pueblo de San Miguel, ó mas bien sus escombros, por haber sido
desamparado y reducido à cenizas; y desde este punto intimò la
rendicion á los demas pueblos, que todos se sometieron, excepto
el de San Lorenzo, que solo cediò á la fuerza: confirmando con
este último rasgo de obstinacion las sospechas que se tenian
formadas sobre la cooperacion de los misioneros, siendo cura de
este pueblo el mismo P. Tadeo Xavier Henis, autor del diario,
cuyo autógrafo se halló en su escritorio.

De este modo terminó una guerra que inspirò vivas alarmas à las
cortes de Madrid y de Lisboa, acostumbradas á ver obedecidas
ciegamente sus òrdenes, y á mirar à los indìgenas como á la
clase mas abyecta de sus subditos. Despues del gran
levantamiento de los Araucanos al fin de la XVI.’ta centuria,
ningun acto de insubordinacion habia turbado las colonias, cuyo
sosiego se tenia por inalterable. Y realmente la resistencia de
los indios _Guaranís_ no arrancaba de un espíritu de sedicion,
sino de _un sentimiento de fidelidad_ que la hacia mas
obstinada. Así es que el autor del diario, hablando de los
rumores que circulaban en las Misiones durante la lucha,
esclama: _¿Quien creyera que las cosas de los indios estén en
tal estado, que para servir al Rey sea necesario tomar las armas
contra él mismo._[4]

Si los PP. Misioneros fueron autores, ò víctimas de este engaño,
no es facil decidirlo; pero las càbalas que ya empezaban à
urdirse contra la _Compañia_, deben inspirar desconfianzas hácia
todos los cargos que se le hicieron en aquella época. Cierto de
que ellos conservaron hasta el último desenlace la esperanza de
ver anulado el tratado, y continuaron arreglando los pueblos
como si nunca debieran abandonarlos. Cuando las tropas del Rey
entraron en San Luis se trabajaba en rematar los dos hermosos
gnomones que construyeron los PP. en el corredor de su huerta, y
en el pueblo de San Lorenzo quedó á medio dorar el altar de San
Antonio.[5]

Estos pormenores pueden servir para disculpar à los Jesuitas de
la complicidad que se les atribuye, y de un modo mas convincente
que la fastidiosa repeticion que hace Funes de las alteraciones
que notó Muriel en la version castellana de este diario
por Ibañez.

Si el concepto de la secreta oposicion del Rey al tratado no es
bastante justificacion para los que lo atacaron, tampoco podrán
librarles de la nota de rebeldes las correcciones tan
laboriosamente hacinadas por el continuador de Charlevoix para
restablecer el texto de Henis. Por mas que se comenten estas
_Efemerides_ nunca se llegará á desmentir por este lado lo que
tan candidamente expresa el autor en cada uno de sus párrafos.

Sin embargo, no es posible negar el mal uso que hizo Ibañez de
este documento, en la formacion de su obra, titulada: _El reino
jesuítico del Paraguay_.[6] Expulso del Colegio de Buenos Aires
poco despues de la celebracion del tratado de 1750, este
individuo se ofreció al Marques de Valdelirios para
suministrarle los conocimientos adquiridos sobre el estado de
las Misiones, y las miras de los que las administraban. En estas
revelaciones era natural que le guiase un espíritu de rencor, y
que acreditase, en cuanto le era posible, el plan de usurpacion
que se atribuia á los Jesuitas. Valdelirios, que estaba
prevenido contra ellos, sobre todo despues de la insurreccion de
sus pueblos, acogia con deferencia estas especies; y alentado
Ibañez por esta proteccion, atacò con mas descaro á sus antiguos
hermanos. No contento con la zizaña que habia sembrado en Buenos
Aires, pasó á Madrid, donde las recomendaciones que llevaba, y
los servicios que habia prestado, le pusieron en contacto con D.
Ricardo Wall, sucesor de Carvajal, y comprometido en todos
sus planes.

Las circunstancias no podian ser mas à propòsito para favorecer
las miras de este ex-claustrado. Sus cargos, que en cualquier
otra época se hubiesen mirado con el desprecio que inspira un
sentimiento de venganza, trillaron el camino á otros ataques,
que acabaron con la ruina de la Sociedad que le habia repudiado.
Pero no se consiguiò por esto dar cumplimiento al tratado; y se
tuvo por fin que echar mano de la fuerza para desalojar á los
Portugueses de la Colonia del Sacramento:[7] y del mismo
arbitrio se valieron los Lusitanos para apoderarse muchos años
despues de las Misiones Orientales.[8]

Entre tanto estas dos campañas, á las que los escritores
españoles dieron enfaticamente el nombre de _primera_ y _segunda
guerra guaranítica_, como si en algo se parecieran á las
_púnicas_, hicieron derramar mucha sangre, y costaron à la Corte
de Lisboa, (segun lo asegurò el Ministro Souza Coutiño en la
memoria que dirigió al gabinete de Madrid en Enero de 1776)
veintiseis millones de cruzados, y no creemos que fueron
inferiores los sacrificios de España.

Una parte de la historia de estas desavenencias se halla en la
correspondencia oficial de los Comisarios de las dos Coronas, y
otra en el diario que publicamos, valièndonos de una version
distinta de la que emprendió y publicò Ibañez. La debemos á la
amistad del Señor Dr. D. Leon Vanegas, que la conservaba inèdita
entre sus papeles.

_Buenos-Aires, 2 de Setiembre de 1837._

PEDRO DE ANGELIS.

DIARIO DE HENIS.

1. A mediado del mes de Enero del año de 1754, confederados á
los Guaranis los Guanoas gentiles, que diligentemente egercian
el oficio de exploradores, hicieron saber á todos los habitantes
de los pueblos, que à las cabeceras del Rio Negro se veia un
numeroso escuadron de Portugueses. Con esta noticia se tocò al
arma por todas partes, se despacharon por los pueblos presurosos
correos, se hicieron cabildos, se tomaron pareceres, y
unánimemente proclamaron que debian defenderse.

2. El dia 27 de dicho mes salieron armados del pueblo de San
Miguel 200 soldados á caballo à recoger la demas gente de sus
establos, ò estancias, hasta llegar al nùmero de 900. Despues
siguieron 200 del pueblo de San Juan, y otros tantos de los
pueblos de San Angel, San Luis y San Nicolas, con 80 de San
Lorenzo: de suerte que todos eran 1,500, y fueron repartidos
para defender los confines de sus tierras.

3. Mientras se disponian estas cosas cuidadosamente, el dia 8 de
Febrero se avisò de las estancias vecinas de San Juan, que estan
á las orillas del Rio Grande, por los indios de Santo Tomè que à
la sazón en sus montes fabricaban la yerba segun acostumbran,
que no lejos de ellos habia gran número de gente portuguesa, y
que amenazaba de muy cerca á los pueblos, porque apenas distaban
20 leguas de ellos.

4. Casi al mismo tiempo avisaron de las estancias mas remotas de
San Luis, las cuales estan à las orillas del mismo Rio Grande,
lìmite antiguo de division entre las tierras guaranis y
portuguesas, que se veia un trozo de enemigos portugueses, que
ya habian pasado el rio en algunas barcas y canoas, y que en un
bosque vecino habian construido dos grandes galpones, y que
tenian tambien muchos caballos y armas. Habiendo yo sido
llamado, marché al socorro de los estancieros de los
circunvecinos campos y de otros pueblos, y tambien para que se
transfiriese á tiempo à aquel parage el egército que habia
salido de los pueblos contra los invasores, y estar así
apercibidos para resistir unánimemente á todos los enemigos.

5. Tambien se esparció por entonces cierta voz, que así como
alegró los ànimos de los soldados, los encendió y levantó à
esperanzas de mayores cosas. Decia esta, que doce carros con
alguna gente, pertrechos y caballos, habian pasado el Rio
Uruguay, en el paso que llaman _de las Gallinas_, pero que por
los confederados bàrbaros, Charruas y Minuanes, parte habian
sido heridos, parte dispersos y muertos: que los animales habian
sido retirados lejos y los carros quemados. Parece que dicho
rumorcillo no era del todo vano: porque, volviendo un alcalde de
Santo Angel de las tierras de sus estancias, lo contaba así como
lo habia oido á algunos de los confederados vencedores, que
acabàban de llegar.

6. Alegres y alentados con uno y otro aviso, se alistaron nuevos
reclutas; y despues de haberse fortalecido con el sacramento de
la penitencia y de la eucaristia, por espacio de tres ó cuatro
dias, 200 del pueblo de Santo Angel, (porque á estos amenazaba
el peligro de mas cerca) revolvian las antiguas memorias, de que
pocos años antes por este mismo camino, cierto portugues habia
penetrado hasta su pueblo, à quien, aunque los estancieros
compatriotas conocian, ahora sospechaban que fuese espia.
Tambien salieron armados casi 200 de cada uno de los otros
pueblos, y hallaban 100 del pueblo de Santo Tomè en el mismo
sitio haciendo yerba, y 60 del de San Lorenzo juntos en la misma
faena, que con los estancieros vecinos componian un ejèrcito de
casi 1,200 hombres.

7. Mientras se preparaban á esta expedicion el domingo de
Septuagésima, (era muy de mañana) uno me habló en nombre del
capitan del ejército, y pidiò fuese con ellos por procurador y
médico espiritual. Me escusé de esta carga por las conocidas
calumnias, que los Portugueses y Españoles acostumbran forjar,
como poco há me lo habia enseñado la experiencia: empero,
considerando que si acaso alguno del ejército adolesciese en el
camino de alguna grave enfermedad, ò se postrase con alguna
herida, habia de ir luego al punto á confesarlo, si me llamasen,
condescendí, por tener la cierta y suprema vicaria potestad de
Christo. Juzgaron los capitanes que tenian en sí dicha
autoridad, para que ninguna alma sea privada de los sacramentos,
y salvacion sin culpa proporcionada, y así disponian la
expedicion, limpiàndose de las manchas internas de los pecados.

8. Finalmente, habiendo salido de sus pueblos hácia los montes
de los yerbales, à tres dias de camino los mas cercanos, otros
llegaron de partes mas remotas: mas luego que oyeron que el
rumor del enemigo habia sido falso, habiendo enviado
exploradores, corrieron estos toda la tierra, y no habiendo
hallado vestìgios algunos de enemigos, sino solamente algunos
fogoncillos, dejados de los bàrbaros, y habiendo averiguado que
el rumor sobredicho habia sido esparcido mañosamente por los
indios fugitivos de Santo Tomè que estaban haciendo yerba, se
restituyeron à sus propios pueblos: aunque es de advertir que
despues los mismos Portugueses confesaron que 200 Paulistas de
los pueblos circunvecinos se habian acercado: pero que vista de
las copas de los àrboles la multitud de los indios, se
habian retirado.

9. La noticia de haber tomado aquellos doce carros y cañones no
se confirmaba, la mentira con el tiempo se iba olvidando, y
ninguna confirmacion venia de las estancias de San Luis.

10. El dia tres de Mayo por la noche llegó un correo que avisò,
que los soldados de San Luis y San Juan, habian acometido á los
fuertes que los Portugueses tenian ya hechos de estacas en el
Rio Grande: pero que les saliò mal su intento, porque habiendo
los nuestros acometido al amanecer del veinte y tres de Febrero
el pago de los Portugueses que ya estaba fortificado, estos
huyeron al principio, pero habiendo despues vuelto sobre los
indios que estaban entretenidos en los despojos, mataron á
escopetazos à 14 Juanistas y á 12 Luisistas, y los obligaron à
huir, habiendo muerto tambien algunos de los Portugueses. Cuando
se retiraron los indios, volvieron à oir por otra parte los
fusilazos, y sospecharon que los lorenzistas estaban en accion.
Se esperaba mas estensa noticia de todo, pero despues se
esparciò por los pueblos un rumor lamentable.

11. Tambien por este tiempo se avisò que en los campos de Yapey
se veian 800 españoles, y que habiendo huido los estancieros, se
habian apoderado de los rebaños de ovejas. Se dudó de la verdad
de este caso, y los capitanes de los demas pueblos se juntaron
en consejo con el de la Concepcion (que era entonces el
supremo): mas, lo que se acordó, quedò ignorado.

12. Ya se hablaba con mas fundamento de la accion de los
Luisistas, de cinco años à esta parte, en un extremo de las
tierras de San Luis: entre los rios Grandes, Verde, Yacuí y
Guacacay, los Portugueses se habian establecido en un bosque, y
habian edificado un pueblo de bastante nùmero de casas, sin
noticia de los dueños de la tierra, que á corta distancia
apacentaban sus ganados: y aunque muchas veces habian sido
enviados á explorar tierras, nunca llegaron à aquellos tèrminos,
ya por lo vasto de aquel territorio, ya por su innata pereza.
Ahora finalmente en esta variedad de cosas, habiendo descubierto
los mas vigilantes dicha colonia enemiga, y habièndola
explorado, fueron à atacarla 110 Luisistas, y casi 200
Juanistas. Emprendieron la expugnacion el dia 22 de Febrero; la
noche del 23 se arrimaron à ella, y hecha irrupcion al amanecer
facilmente pusieron en huida à los moradores, que estaban
desprevenidos. Habièndose apoderado del pueblecito, entraron en
las casas, y se ocuparon del botin, dejando las armas.
Entretanto el enemigo que habia huido, volviò sobre los que
estaban entretenidos en el saqueo y sin armas, y les obligò á
ceder otra vez el pago, porque con el rocìo de la noche, y con
haber pasado los rios á nado, se habian inutilizado las
escopetas, no pudiendo tampoco manejar las lanzas por la
espesura del bosque. Sacadas pues de las casas sus armas,
atacaron á los indios, y les obligaron á cederles el paso, para
retirarse à sus reales. Murieron de una y otra parte algunos: de
los indios 22, entre los cuales fué uno el Alferez Real de San
Luis (capitan valeroso de los indios) que, desamparado de los
suyos y peleando valerosamente hasta el ùltimo, fuè aprisionado
por la muchedumbre, y habièndole atado las manos, murió lanzeado
por los enemigos que cargaron sobre él. De los Portugueses
parece que murieron 12, quedando los demas heridos levemente, y
de los nuestros salieron heridos 26. Volvieron 16 Luisistas para
observar el movimiento del enemigo y tambien para enterrar los
muertos, aunque fuese por fuerza. Los demas se retiraron à sus
tierras y poblaciones, esperando nuevos socorros. Tambien el
resto de los Luisistas volvió à su pueblo, no sé si de
verguenza, si de temor, ó por alguna mùtua disencion.

13. Despues en el mismo pueblo se alistaron nuevas reclutas, y
porque acaso, como los prisioneros que perecieron en la guerra,
no fuesen desamparados de médico espiritual, llamaron para el
socorro de sus almas à aquel que por el mismo tiempo habia hecho
la mision de Cuaresma en aquel mismo lugar. Consintió este á tan
piadosas súplicas, recargado sin duda de los remordimientos de
su propia conciencia, y tomando á su cuidado la vida y almas de
aquellos indios que estaban en peligro. Luego que volviò à su
pueblo, se previno para el camino, y partió á las estancias que
estan á la falda de la montaña. El dia 3 de Marzo le siguió
despues un escuadron armado, aunque con paso lento, atendiendo à
la debilidad y fatiga de los jumentos, y formó el campo à 12 de
Abril en los rios Guacacay, Grande y Chico. Pasaron el rio los
capitanes de San Luis con los de San Juan cerca de su boca, para
avisar à los de San Miguel, que viniesen en su auxilio, porque
era necesario cargar al enemigo con mucha gente, ya que por la
situacion era superior y mas fuerte. Pero, discordando los
confederados, redujeron su negocio é interes comun á contienda,
porque estos desde su colonia de San Juan, todavia resentidos de
los Luisistas, por un reciente escàndalo ó tropiezo, y por no
haberles pedido y rogado la alianza para el asalto que se
acababa de hacer; y ofendidos ahora por el modo en que los
habian convocado, se arrojaban mútuamente chispas de discordias.
Aquellos reprochaban à los mismos dueños de las tierras el
haberse realizado casi toda la sobredicha invasion poco
favorablemente, por haber sido los primeros que habian huido, y
dejado en el peligro á sus compañeros; y por lo mismo reusaban
volver otra vez à probar fortuna.

14. Se negoció con unos y otros: con estos de palabra, con
aquellos por escrito, para que se concordasen y uniesen sus
ànimos y las armas, casi con este cúmulo de razones: “Que no era
tiempo de civiles disenciones, estando un enemigo extrangero à
la puerta: que los hermanos las mas veces discordan para
deshonra suya, cuando mas urge el mal que los amaga: que se
debian unir las fuerzas para que cada una de por sí no fuese
otra vez desecha, y por una funesta disencion creciese al
enemigo vencedor la audacia y soberbia: que las saetas una por
una son fáciles de romper, pero no siendo unidas: cuando se
quema la casa vecina, todo ciudadano acude al socorro, y así
como abrasándose una casa, toda la ciudad se volveria á cenizas
si los ciudadanos ó vecinos no las defendiesen, asì les sucedia
á ellos.” Estas y otras cosas semejantes les fueron propuestas,
y pareciò que se apaciguasen los ànimos. Añadió no poco peso una
carta que llegò del cabildo de San Juan, la que persuadia á la
union, y à la obediencia á entrambos capitanes.

15. Se esperaba de los Miguelistas, ó un escuadron auxiliar, ó
sus respuestas. Tambien se decia, que los Nicolasistas y
Concepcionistas ya venian: los Lorenzistas se escusaban de no
haber venido antes de ayer, atribuyéndolo á la larga distancia:
los demas preparaban sus armas, y habiendo sido enviados algunos
á explorar, observaron la marcha y movimientos del enemigo, y
con ansia pedian se juntasen prontamente todas las legiones.
Mientras esto se decia, se avanzaban hácia el Rio Grande, á
quien los indios llaman _Igay_, esto es, amargo.

16. Estaba tranquilo el Rio Uruguay, todas las cosas estaban en
silencio de parte de los Españoles, y aquel grande aparato
bélico se quedò en proyecto; ni el invierno que ya habia
empezado, permitia otra cosa. De la junta reciente que se habia
celebrado, salieron por embajadores á los de Yapeyú, de cada uno
de los pueblos de la otra banda del Uruguay, y tambien á algunos
mas remotos, los principales caciques: porque como corrió la
fama que los ánimos de aquellos moradores estaban discordes, y
que unos con los pròceres, se inclinaban con unánime sentir à la
confederacion para reprimir al enemigo, y otros con el capitan
del pueblo, no querian tomar las armas, fueron allí para renovar
y promover la alianza, y atraer à su partido al capitan con todo
el pueblo. A la verdad que estuvo oculto el egèrcito, pero esta
embajada llenó de gozo á una y otra curia ó consejo: uniò los
pròceres con el capitan, y al pueblo con los próceres, y
portàndose á su modo magníficamente, se volvieron à sus propios
lugares, formada y pactada la confederacion: y juntamente
contaron por cierto, que no se veia enemigo alguno, y sí
solamente algunos ladrones y espias, que habian sido muertos y
despojados de todas sus caballerias.

17. Por este tiempo el cura de San Borja, habiendo sido llamado
poco há por los superiores, y habiendo sido enviado al de la
Trinidad, se decia que tambien habia bajado por el Paranà á las
ciudades de los españoles, y que otro habia sido puesto en su
lugar; despues que primero el cura de San Josè por algun tiempo
cumplió allì una comision y pesquiza secreta. Estas cosas
sucedian en la frontera de los Españoles.

18. Y volviendo á los nuestros, y á los Portugueses, se
acercaban ya los Miguelistas con su capitan, que poco há se
habia retirado de los otros pueblos, (este era Alejandro,
vice-gobernador de San Miguel) y la cierta venida de aquellos la
publicaba la fama, y la confirmaba ò testificaba Sepé, uno de
los mas famosos centuriones.

19. Entretanto se celebraba en el campo la semana santa con la
devocion posible; y cumplidas las ceremonias y ritos de la
iglesia, que el lugar y tiempo permitian, de la Conmemoracion de
la Pasion Santìsima del Señor, al tiempo que en las iglesias
cantan solemnemente el _Alleluya_, aparecieron dos piezas de
artilleria con sus guardas y custodias. Bajando despues de los
collados, y formados los escuadrones debajo de seis banderas,
presentaron mas de 200 hombres. Saliéronles al encuentro los
escuadrones Luisistas con sus dos banderas, y saludándose
mútuamente, llevando su Santo Patron y otras imàgenes de santos,
(los que esta gente acostumbra traer siempre consigo) à una
capilla hecha de ramos de palma, y habiendo corrido los
caballos, y hecho á su usanza ejercicio de las armas, se fueron
à un parage cercano, y se acamparon en lugar señalado para
los reales.

20. El dia siguiente, que era el de la Resurreccion del Señor, y
12 de Abril, celebrada antes la solemnidad, (es à saber, con
procesion y misa solemne) uno de los capitanes se fué à los
Juanistas, los que, aunque estaban vecinos, no acabàban de
llegar, y dijo, que vendrian al dia siguiente, esto es, el
tercero de Pascua. Impacientes los Miguelistas de la tardanza, y
estimulados con las antiguas disenciones, reusaban esperar, y
estuvieron firmes en tomar solos con los Luisistas el camino
hácia los enemigos.

21. Se les exhortò con razones ya sagradas, ya politicas: es à
saber, ser dèbiles las fuerzas que no corrobora la concordia:
que esta nunca la habria si se buscaban nuevos motivos de
desavenencia; que no se debia solamente confiar en las propias
fuerzas contra un enemigo que, aunque inferior en nùmero, les
aventajaba en el sitio, la destreza de las armas de fuego y la
experiencia: que eran vanas tambien todas las fuerzas de los
hombres, y vana la multitud, si el Señor de los ejèrcitos que
nos fortalece no las protege: que entonces no hay esperanza
ninguna de victoria: que Dios aborrece las enemistades: que se
ahuyenta con las discordias, y se enajena ó pone uraño con las
disenciones. El mismo predicador puso por egemplo su
sufrimiento, que habia esperado por espacio de dos meses; y así
esperasen un dia, los que habian sido esperados por meses.
Callaron los capitanes, y consintieron esperar hasta el dia
postrero de Pascua.

22. Los Lorenzistas volvieron otra vez con sus escusas,
esponiendo la debilidad y cansancio de sus caballos, y por tanto
decian, que enviarian 30 soldados al socorro, que ellos se
defenderian por sus tierras, y por otra parte pelearian con el
enemigo. Pareció frívola la escusa, porque los otros habian
andado mas largos caminos en caballos asimismo cansados; ni
parecia que se debia contemporizar con los animales, estando en
peligro la tierra. Y por tanto no se admitió la escusa, y se les
avisò que si tardaban, custodiasen ellos sus casas, y mirasen á
lo porvenir. Tampoco pareció oportuno esperarlos, porque como
estuviesen los demas distantes ò retirados, habian de causar una
tardanza perjudicial, ni tan poquita gente (eran cerca de 60)
podia dar tanto socorro para indemnizar el daño que se juzgaba
causaria su tardanza.

23. Era ya el dia que debian llegar los Juanistas, y aun se
habia pasado, y con todo no parecian, no obstante su campo
apenas distaba tres ò cuatro leguas. Poco despues de mediodia,
llegò del paso de San Juan el Alcalde de primer voto, que era
enviado por el cabildo y los pueblos, para que tomase el
gobierno en lugar del alferez real, quien mandaba su
destacamento, y era el cabeza y caudillo de las disenciones; lo
que ya se habia hecho saber à aquellos que mandaban en el
pueblo. Luego al punto fué despachado, y se le encomendò diese
priesa á los suyos: vino finalmente con algunos de ellos despues
de visperas, y fué recibido como antes de ayer, de los
Miguelistas. Pero se traslucia en todos su mal ánimo, porque
venian sin banderas, sin pompa, y con un triste silencio; y la
misma alma de la guerra, que son los tambores y trompetas,
apenas resonaban. Con eso se ajustaron despues de visperas, y
cada uno dió sus consejos, y pareció que todos conspiraban à una
misma cosa.

24. Despues al dia siguiente, que era el 17 de Abril, al salir
el sol, invocaron el Santo Espíritu del Señor con una misa
solemne, y del modo que permitia el tiempo: no faltaron quienes
se fortaleciesen con el sacramento de la penitencia y comunion.
Despues hecha señal, enlazaron los caballos, los ensillaron,
quitaron las tiendas, fueron à la capilla, y se ofrecieron al
Señor con las oraciones y ritos que acostumbra esta gente.
Finalmente á la falda del collado se formaron los escuadrones,
pasaron revista, los numeraron, y no pareciò estaba entero ò
cumplido el ejército, porque aun no habian pasado el rio los
escuadrones de San Juan, ni los que estaban allí salian de sus
reales, demostrando su ànimo no aplacado bastantemente. Los que
entonces estaban presentes, pareciò que llegaban al nùmero de
200, debiéndose aumentar á 500 mas, luego que se juntasen todos.
Entretanto se emprendiò el camino con alborozos, à son de
trompetas y cajas.

25. Pasado el rio Guacacay Chico, al pié de las mismas montañas,
se hizo noche siete leguas distantes de la estancia de San
Borja: la siguiente se hizo pasados los cerros de _Araricá_.
Habiendose llegado á este sitio, salieron al encuentro los
exploradores, los que allì fijaron un palo, y trajeron por
novedad que el enemigo habia fortificado el bosque con faginas y
garitas de tierra, y que no pasaban el número de 50 hombres:
empero apenas supieron decir cosa cierta. Se les mandó
expusiesen todo lo que sabian; y habièndoseles pedido despues à
los capitanes su parecer, dijeron que nada importaba, que ellos
irian intrèpidamente confiados en el divino auxilio, en la
justicia de su causa, en la muchedumbre de su gente, y tambien
en la calidad de su artilleria, mayor que la del enemigo. Se
hizo alto en el mismo lugar. Con todo eso, la sospecha que
recientemente se tenia de algunos de los pueblos, (es à saber
que habia entre los Luisistas uno que tenia secreto comercio con
el enemigo) parece que se confirmaba: porque la noticia de las
cosas exploradas del enemigo, habiendo solo distancia de casi
tres dias de camino; las continuas quemazones de los campos,
hechas por los exploradores hàcia los enemigos, y la misma
tardanza en el andar de aquí, daban algun crédito à lo que se
decia. Pareciò á los capitanes que debian acreditar esta
sospecha, lo que se egecutó. Mas los Luisistas dieron claro
indicio de su disgusto, cuando al dia siguiente, despues que se
hizo el camino de casi siete leguas, acampamos en las orillas
del rio Yaquí ò Phacito; porque entonces el capitan de aquel
pueblo ofreciò que èl formaria el último escuadron, y mas
distante del rio, y de esta suerte mejor se cortaria à los suyos
cualquiera comunicacion que tuviesen con el enemigo. La
disposicion fuè buena, pero la razon que se dió, manifestó el
ànimo resentido del que la alegaba, porque “así (añadiò) mejor
se conocerà cual sea nuestra culpa.”

26. En el mismo lugar se presentò uno de los que mandaban la
artilleria, y dijo no haber provision de pólvora mas que para
cuatro tiros de artilleria: y este aviso causó no poco cuidado,
porque pedir ahora la pòlvora á los pueblos, parecia imposible,
estando distantes 100 leguas; y era verguenza, estándose ya
cerca del enemigo, faltar el alma de los cañones, y mostrar las
piezas mudas que no tronarian mas que una vez. Se pidió el
parecer del capitan superior, mas este afirmaba que habia 17
cargas, y para cada cañon cuatro; y aun mas, fueron traidas:
entonces se vió claramente la mentira del artillero; con todo se
sentia la poca providencia que se habia tenido en esto.

27. El sàbado _in albis_ se empezó á pasar el rio Phacido ó
Yaguì, y fué hallado mayor que lo que se habia pensado: porque
en aquel lugar es mas ancho que todos los rios que corren entre
estos pueblos, si se exceptuan el Paranà y el Uruguay: por tanto
se tardò en pasarlo, y apenas este dia lo transitaron los
Miguelistas.

28. Al otro dia, por una grande lluvia, con dificultad pasaron
los Luisistas; y los Juanistas, como todavia esperasen socorro
de los suyos, determinaron pasar con el ùltimo escuadron, y asì
impedidos el lunes con la misma lluvia, cerca del anochecer lo
vadearon à nado, llevando à hombro sus cosas.

29. Por este tiempo, pasado el Domingo, nuestros exploradores, à
quienes por seguridad se mandó vigiar el campo, hallaron cinco
exploradores Lorenzistas, que llegaron á los reales despues de
visperas. Dijeron que tambien los suyos pasaban el rio unas
pocas leguas distantes de aquì; y que tambien ellos habian de
ser compañeros del ejèrcito en el camino. Uno de estos, à la
primera noche, cuando todos dormian cerca del bosque, llegò
herido terriblemente en la cara por un tigre: curósele, y
habiendo sido enviado al pueblo, los demas se fueron à los suyos
á avisarles la llegada del ejército.

30. El Martes, habiéndose disipado el granizo y la niebla, se
encaminaron ocho leguas, desde las orillas del Rio Yaguí hasta
el Rio Curutuy; y allí se acampó á la vista de un peñasco del
monte San Miguel, llamado del Lavatorio por los Ibiticaray. La
figura de este peñasco es del todo admirable, porque como desde
su raiz se eleva suavemente, de repente se levanta hasta la
cumbre, y en el remate se endereza á manera de pared.

31. Miercoles 22 de Abril: aunque estuviese malo con garua y
nubes, vistas las orillas del rio, lo hallamos crecido de tal
suerte, que no teniendo en otras ocasiones apenas cinco pasos de
anchura la puente que era indispensable echarle, se debia
estenderlo á sesenta. Se fabricó dicho puente con palos clavados
en el arroyo, afianzados estos pértigos con varas, y sobre estas
se entretejieron otras á lo largo: y así dieron paso á la gente.
Por este puente, fabricado á toda priesa, las cuatro piezas de
artilleria se transportaron primeramente en hombros de los
indios, y despues todo el tren de armas y caballos: hubieras
visto con risa á un muchacho indio pasar á la otra parte su
perro sobre los hombros. Pero la mayor dificultad y trabajo fué
pasar las tropas de caballos, bueyes y vacas, que eran mas de
3,000; porque como el arroyo era rápido, y poblado en el medio
de muchas malezas y arbolillos, á los que nadaban, ó del todo
los arrebataba, ó los enredaba, y tambien los sorbia y ahogaba.
Se echaron pues al arroyo, por una y otra parte, veinte
nadadores, que impelian, arrimaban y forzaban con las voces y
manos á los caballos, mulas y otros animales, hasta tanto, que
todo aquel gran número hubo pasado el rio. Al mediodia estuvo ya
todo el egército en la otra banda, y caminadas aun el mismo dia
dos ó tres leguas, cuando se habia ya campado, 30 Lorenzistas,
que seguian el ejército, lo aumentaron en algo, aunque menos de
lo que se esperaba.

32. Seguíase despues la fiesta de San Marcos, y se invocò el
auxilio de todos los moradores celestiales, con la misa, y
letanias que se acostumbran en la iglesia, dentro del toldo ó
pabellon, porque el mucho heno ó yerba, con la lluvia y
tempestad de toda la noche, impidió la procesion, y porque
todavia amenazaban las nubes un próximo aguacero. Hasta el
mediodia estuvieron separados: mas tomadas las medidas
militares, aunque un denso rocio humedecia la tierra, se
caminaron tres leguas, y quizá cuatro. Esta noche el ejército se
mantuvo en sus reales, porque los exploradores que fueron
enviados antes de ayer no habian vuelto. El mismo supremo
capitan habia determinado ir á buscarlos, y habiéndolos
encontrado despues de entrada la noche, y pedidoles cuenta de lo
que habian visto, ninguna cosa cierta digeron, sino que casi en
este lugar y á la vista estaba el enemigo. Esta noche, y en
adelante, se puso silencio á las trompetas y cajas, para que el
enemigo no sintiese la venida del ejército: tambien la estrella
llamada Sirio serenó la noche, y asimismo el dia siguiente.

33. Al rayar este dia se caminaron casi tres leguas, porque no
se habia de pasar adelante, si no es que incauto el ejèrcito se
acercase demasiadamente al enemigo, y se presentase á su vista:
fijáronse los reales, no en circulo como otras veces, sino en
dos líneas, en órden de batalla, distante solamente dos leguas
de los contrarios. Habiendo sido enviado por el rio Azul arriba,
hácia el norte, algunos que sondasen las aguas, por si acaso se
hallase un vado mas facil, porque en verdad no convenia pasar
por el paso nuevo, ni tampoco por el que tenian fortificado con
centinelas los Portugueses, para que de esta suerte el enemigo
fuese acometido mas inopinadamente, y toda la tropa vadease el
rio sin obstáculo y repugnancia, mas facilidad y desahogo.
Tambien algunos baqueanos fueron por espacio de una legua y
media á esplorar la fortaleza del enemigo, de modo que
distásemos solamente media legua, del otro lado de un rincon ó
ensenada de un bosque. Se conoció, que habia dejado su primera
situacion, y quemadas las primeras cabañas ò ranchos, se habia
situado poco mas arriba, en un collado lleno de monte, el cual,
por la parte que mira y toca los dos rios, Phacido y Azul,
acabando todo en un ángulo con el bosque, mostraba la tierra
hácia la llanura: pero estaba esta fortificada con una estacada
desde una punta del bosque hasta la opuesta: en el medio se
veian palos clavados en la tierra para los ranchos, y algunos
galpones del todo acabados. Se oyó tambien el tiro de una
escopeta, al tiempo que se exploraban estas cosas, mas no se
juzgó fuese señal del enemigo que estuviese vigiando. Tambien se
vió en el campo, de esta parte del rio, entro una alta maciega,
algo que corria velozmente: se sospechó que fuese espia del
enemigo, pero otros mas probablemente la juzgaron avestruz.
Despues de visperas, se halló que ya no habia para el sustento
del ejército mas que un poco de cecina cocida, de modo que no
habia víveres sino para un dia, por la ninguna providencia que
acostumbran los indios. Se mandó que al dia siguiente se
depachase un mensagero á traer reses, y que entretanto se
diminuyese la racion á la tropa. Esta disposicion, sinembargo,
no podia ser bastante para que el ejército por algunos dias no
padeciese hambre. En el sitio de la vigia ó atalaya se mantuvo,
con algunos soldados escogidos, el mismo capitan Sepé,
miguelista.

34. Entró la noche con un horrible aspecto hácia el sud: toda
estuvo frigidísima, y tambien el dia siguiente, 27 de Abril: con
todo volvieron los exploradores que habian ido por una y otra
parte. Estos digeron, que no se veia en la frontera movimiento
ninguno del enemigo. Aquellos aseguraron que el vado que se
habia hallado no estaba muy distante de los rios, ni del sitio
del enemigo. Al amanecer, pues, se arrimó hácia allí todo el
ejèrcito, y abriendo camino con las hachas, por medio del
bosque, que está de una y otra parte, se movieron al mediodia
los reales hácia aquel sitio, dejando atras solamente algunos
enfermos, con el custodio de sus almas, ó sacerdote.

35. El dia 28 (Domingo) todo el ejército se ocupó en armar un
puente, tal cual se hizo en el rio Lavatorio, aunque este era
mayor, y necesitó el trabajo de todo un dia. Entretanto,
llevaron todos los caballos á un valle, que con amenidad se
estiende por las riberas del rio Verde, y tambien hicieron pasar
allí al pastor de sus almas, con los demas, para que estuviesen
seguros. Al ponerse la luna, en lo mas intempestivo de la noche,
marcharon contra el pago de los Portugueses, avanzaron á cuatro
casas, mataron dos negros, habièndose escapado en el bosque
inmediato dos portugueses con sus mugeres, los que de allí
fueron á la fortaleza á dar noticia del enemigo que los
acometia: tambien quitaron al enemigo una partida de caballos
que pasteaban en aquel mismo lugar, quedando muerto un
Lorenzista. Demas de esto, al amanecer se acercaron á la
fortaleza, haciéndoles la niebla mas fácil el acceso, y lo que
era de admirar, que estando en otras partes clara sobre el
fuerte, estuvo mas espesa para los que la miraban y asechaban
desde el alto, lo que dió esperanza de victoria. Mas á la
verdad, no sé porque caso ó desgracia, no supo aprovechare de
ella el pueblo. Asaltó una y otra vez, y sufrió por casi dos
horas mas de mil tiros de fusil, y cien de ocho piezas, siendo
dos de las mayores: pero sin daño particular, porque nunca
avanzaron del todo. Mientras el gefe principal de los indios,
valerosamente mandaba y animaba á los suyos, salieron tres
negros por una oculta abertura de la tierra, y uno de ellos
atravesó por el pecho al supremo capitan llamado Alejandro, del
pueblo de San Miguel: no obstante dos de ellos pagaron con la
vida su atrevimiento. Despues, acercándose mas á la artilleria,
y sin cautela, á otro soldado Lorenzista lo mató un balazo: pero
no murieron mas que estos tres. Fué herido gravemente un
Luisista con seis Miguelistas, y su capitan levemente. Creo que
ningun Juanista fuese herido, porque la mayor parte, mientras se
estaba en el conflicto, se mantuvo en la otra parte del rio,
comiendo sus ollas y asados, y el capitan de ellos, entrandose
desde el principio en el bosque, no se sabe donde fué á parar.
Finalmente retrocedieron los nuestros, y por esto, animándose el
enemigo, salió de la fortaleza, en número de 200, trayendo
consigo dos piezas: por lo cual, aturdida la gente, comenzó á
desparramarse, y dejó por despojos al enemigo el mayor cañon
que tenia.

Se llegaron á razones: primeramente dijeron: haya paz entre
nosotros y cese la guerra, porque en nuestros corazones no
abrigamos enemistades contra vosotros, ni poseemos
temerariamente esta tierra, sino por mandado de vuestro Rey, y
del Gobernador que en su lugar las gobierna, y tambien con
consentimiento de vuestros padres, (juzgo que entendian aquel
que de Europa vino á este negocio) y de algunos de vuestra
gente: dejadnos gozar de esta tierra, cuando por otra parte no
nos esperimentais molestos (si es que se puede dar crédito á
estas razones): volvednos tan solamente los caballos que nos
habeis tomado. Sepé, aquel célebre capitan de los Miguelistas,
el cual entonces mandaba la artilleria, y sabia hablar algun
tanto español, y era un poco conocido de uno de los Portugueses,
porque ahora poco èl estuvo en los límites de las tierras de San
Miguel con los demarcadores, se allegó mas cerca, convivado por
ellos à entrar en la fortaleza á tratar de la paz y de los
caballos que habian de volverse. Hé aquí! (¡quien lo creyera!)
que se dejó engañar de los enemigos, reclamándole, y
disuadiéndoles los capitanes amigos, y se cuenta, que fué
recibido honorificamente, presentándole las armas. Despues,
viendo que lo habian recibido con tanto honor, 14 subditos de su
jurisdiccion, todos de á caballo, y con el ejemplo de estos,
seis Luisistas, un Juanista, (porque acaso no habia mas) dos
Lorenzistas, no siendo llamados ni forzados, y mas
probablemente, afirman algunos, que los primeros fueron
cautivados con otros 14, á la manera que un incauto ratoncillo
se vá á la trampa, le siguieron como una manada de cabras, que
estando ciego el chivato, que sirve de capitan al rebaño, perece
con todas ellas.

No bien habian entrado, cuando ya por todas partes fueron
cercados del enemigo armado, y se hallaron cautivos. Hallándose
con este hecho perpleja la demas turba, aunque alguna parte se
mantenia constantemente á la vista, finalmente volvió las
espaldas, y se retiró á la tarde á sus reales: aunque no
enteramente, porque temerosa la fama, anunciaba la entrada del
capitan con alguna gente, pero temia promulgar que estaba
cautivo. Luego al punto se mandó dos y tres veces, que volviesen
á pasar el rio los caballos que se habian quitado, y que no
tardasen, por si acaso por esto tuviesen cautivos á los soldados
que habian de ser redimidos.

36. Cumplieron con lo primero, mas no pudieron ejecutar lo
segundo, porque á medida que los soldados pasaban su caballo, se
lo tomaban para sí, y al amanecer, siendo los primeros aquellos
que en allegarse eran los últimos, tomaron una gran parte de los
caballos del enemigo, se volvieron los Juanistas, despues de
sepultados los dos muertos. Las partidas de los demas pueblos,
despues de haber cantado solemnemente ayer á visperas el
responsorio por el capitan y los soldados, en el valle en que
estaba su pastor de almas, y estándose ante él, comenzaron á
retroceder. Habiéndose caminado un poco, se presentó un
explorador, y dijo, que los Portugueses pedian sus caballos, y
prometian por su parte la libertad de los cautivos: mas aquellos
habian ya caminado tanto, que sino despues de visperas, pero ni
aun al dia siguiente se podian juntar: porque como los Juanistas
tuviesen muchísimos, que ya habian pasado el Rio Curutuy, muchos
Luisistas, que tambien habian caminado mucho, no pudieron
reunirse á la gente esparcida, y antes bien lo reusaban.
Llegaron á grandes pasos, ó con precipitada marcha en el mismo
dia cerca del Rio Curutuy, ó del Lavatorio, y se hizo en medio
dia el camino, que á la ida necesitó cuatro, porque siempre la
vuelta tiene los pies mas veloces. A la verdad, el pueblo ó
ejército habia concebido tanto temor del enemigo, que de ninguna
suerte se hallaba quien quisiese llevar á la presencia del
enemigo los caballos, si estuviesen á mano. Anduvo un capitan
dando vueltas para recogerlos, y viendo el último escuadron que
estaba parado cerca de la fortaleza del enemigo, no temió
manifestar claramente su miedo, y hablar á voces á los suyos de
esta suerte: “Caminemos, les dice, paisanos mios, porque
pereceremos con los otros.” Los reales esta tarde se formaron
escondidos en un profundo valle, sobre un arroyito distante del
enemigo ocho leguas. Se hizo toda diligencia por redimir los
cautivos, pero en vano, y lo que mas se sentia era la cautividad
del capitan Sepé, comandante de la artilleria. Mas cuando estas
cosas se trataban, hé aquí, corrió un cierto rumorcillo, que el
capitan Sepé á pié seguia el ejército: despues, habiendo llegado
un muchacho, confirmó la venida, porque venia á llevar vestido y
caballo para el cautivo que se volvia, y por fin, se presenta el
mismo capitan Sepé apenas entró la noche, temblando con el frio
y la caminata, y sin negar la verdad, contó su suerte; es á
saber, que ayer, habiendo sido encerrado en el castillo enemigo,
y llegando la tarde, fué mandado montar á caballo sin armas, sin
espuelas, pero sí vestido, y cercado de 12 soldados armados, se
le mandó buscase los caballos que se habian perdido. Habíase ya
apartado un paso de la fortaleza, cuando un indiecillo, viendo
cautivo á su capitan, (no temiendo nada el simple) se llegó al
enemigo, y le avisó que ya los caballos habian sido llevados á
la otra parte del rio: lo cautivaron en premio. Comenzó otra vez
el capitan Sepé á pedir licencia para pasar el rio, y solicitar
la entrega de los caballos: mas los compañeros negaron el poder
hacer esto, sin saberlo el gobernador del castillo. Habiendo
sido consultado, se le rogó diese licencia, enviando un soldado
que le diese parte: pero trajo la negativa. Añadió el cautivo
capitan: “vosotros que deseais poseer los caballos, dadme
licencia para hablar con los mios, sino, aunque no querrais, me
irè, si me diere gana, y ayudaré á mis compañeros.” Esta audacia
se recibió con risa, y le contestaron:–“estando cerca de 12
armados, ¿serás capaz de irte?”–Se promovió una controversia:
Sepé afirmando la huida, si la quisiese tomar, y los Portugueses
riyendo, porque la juzgaban imposible, y tenian por vanas sus
amenazas; pero el hecho las probó verdaderas: porque como una y
otra vez le preguntaron ¿como podia hacer esto? les dijo: veis
ahí; y asorando el caballo con la voz, con el azote y con
alaridos, se les escapó, y llevado en el pegaso, que parecia que
volaba, se encaminó hácia el rio y bosque, quedándose
espantados, y no atreviéndose á seguirle los soldados de á
caballo, porque aun las balas de los 12 fusiles con sus llamas,
parecia que no lo alcanzarian. Llegando empero Sepé á la orilla
del bosque, quitándole el freno al caballo, se escondió en los
árboles, y pasado á nado el rio al otro dia, siguiendo los
reales que se retiraban, fué recibido en ellos con gozo
increible. Esta misma noche se huyeron de las manos de los
enemigos dos mozos, los demas quedaron cautivos. Se trató otra
vez por medio del mismo capitan Sepé acerca de la lista de los
cautivos, ofreciendo los caballos y mulas de su pueblo, si los
que los tenian negasen los suyos á los Portugueses, y cierto es
que persistieron en negarlos. Tambien los Miguelistas no
asintieron en esto, antes bien no se hallaba alguno que se
atreviese á acompañar la lista, ó llevarlos á tierra del
enemigo, aunque estuviesen á mano. En verdad que ellos tenian
lastima de sus compatriotas, y especialmente de las mugeres, que
tan infelizmente habian quedado viudas, y de sus hijos
huérfanas. Mas ¿quien hay que crea al enemigo que una vez
engañó? A un amigo, si una vez mintió, no se le debe creer la
segunda, al enemigo empero nunca. La verdad es, que se temia no
fuese que acaso recibiese el enemigo con asechanzas, ó doblez á
los que trataban de la redencion de los suyos; y con la
artilleria y fusiles recobrasen los caballos y retuviesen los
cautivos, quedándose con unos y otros.

37. En este estado pues de cosas, pareció conveniente fortificar
con un presidio el residuo de tierra, que está entre los rios
Verde y Phacido, y para mayor seguridad de los presidarios,
pareció oponer un castillo al del enemigo. Se habló con los
Luisistas sobre dejar por ahora en esta tierra un presidio con
60 hombres, y hacer una fortalecita, de la cual cada semana
saliese un destacamento á correr toda la tierra; porque no fuese
que en algun escondrijo se estableciese el enemigo, y levantase
fortalezas difíciles de destruir á los indios, que no saben, ni
sufren el sitio ó combate. Empero no asentian los soldados, y no
se podia juntar facilmente quienes se atreviesen à trabajar.
Finalmente, dejando á cada cual lidiar con su genio, se señaló y
escogió el lugar para la fortaleza futura, por si acaso la
quisiesen hacer.

38. Comenzando hoy el mes de Marzo, se pasó con sumo trabajo el
rio Curutuy, y cerca de visperas, tambien el Yaguy, y caminadas
tres leguas mas, á grandes jornadas por via recta, con camino y
espacio de dos dias, llegamos al pié de la montaña de San Lucas,
y habiendo con realidad pasado la cercanía, aunque continuaban
las lluvias, y los rios estaban crecidísimos, apartándonos de
muchos arroyos pantanosos, á 8 de Mayo llegamos, sin ser
esperados, al pueblo de San Miguel, en el mismo dia de su
aparicion: y no sucedió en el camino otra cosa digna de memoria,
sino es que la tristeza puso en suma consternacion al pueblo.
Cada cual del ejército, que se habia dividido, se volvia á sus
estancias y pueblos, muy despacio, mirando por las cabalgaduras,
quedándose unos pocos por todas partes á explorar los
movimientos de los enemigos, sus discursos, y prohibirles sus
invasiones.

39. Cuando sucedian estas cosas con menos felicidad en los
límites de los Portugueses, se esparcian en las ciudades de los
Españoles nuevas amenazas y nuevas mentiras. En 28 de Febrero
habia llegado el navio llamado la _Aurora_, y tomó puerto, dando
noticia del obstinado ànimo del secretario del Rey, el que se
afirmaba cada vez mas en tan grandes injusticias. Tambien
avisaba que el confesor del Monarca, aunque muy bien conocia
aquella iniquidad, y de tal suerte era estimulado de su propia
conciencia, que recelaba se oyese llamar ante el juez y autor
supremo consejero de una cosa mala, con todo, desconfiando de la
pusilanimidad del Rey, y temiendo no fuere que cayese de ànimo
oyendo tan enorme maldad, llevado de humanos respetos, determinó
ocultar este negocio al príncipe; y antes bien pedir una y otra
vez dejacion de su oficio, pero que era detenido por las
lágrimas del Monarca: y que finalmente, con los estímulos de su
conciencia, se habia visto obligado á declararle cada cosa de
por sí. Así lo dicen las cartas escritas por el mismo confesor
del Rey, dirigidas al digno Superior de Misiones.

40. Que cosa dicho navio haya traido á los gobernadores de estas
provincias, acerca de este iniquísimo tratado, no se sabe; pero
es cierto haberse entonces convenido por entrambas partes en la
isla de Martin Garcia; aunque mucho antes estaba destinada para
esto, y haberse allí acordado, que á 15 de Julio el ejército
español hostilizase, sugetase y obligase á obedecer los mandatos
al pueblo de San Nicolas, y el Portugues, al de San Angel. Llegó
esta sentencia á mediado de Mayo, y tambien con esta, de parte
del Comisionado general, una nueva amenaza del último
exterminio; y finalmente, por la importunidad de este, fué
sacada por fuerza del Provincial de la provincia la declaracion
de estar muerta ó perdida toda esperanza. No obstante, llegó
tambien un secreto aviso del mismo Provincial, por segura y
duplicada via, que se dirijia particularmente, y habia de
intimarse á los que fuesen capaces de secreto: que no se
arredrasen con estas amenazas, ni aun con las suyas, aunque
pareciese no tenian límite, porque eran vanos y brutales todos
estos rayos, y que no habian espirado del todo las esperanzas
que se tenian, antes bien que estaba muy cerca el
remedio.–Añadia á estas cosas una carta de un cierto asesor del
consejo, que decia: “Que todo este aparato de la junta de la
isla de Martin Garcia, y las amenazas hechas, eran patrañas ó
chismes.” Fortalecidos con este aviso, los enemigos Uruguayenses
esperaban la feral sentencia, cuando se ponian amarillos, se
turbaban y se consumian con el miedo los del Paraná. Pero esta
jamas vino, estando ya Junio muy avanzado. Se sospechó entonces
que habia sido suprimida, y que, pareciendo del todo frustranea
ó vana su intencion, por no ser expedida del Consejo, tambien
habia peligro que no hubiese sido pillada y extraviada por los
indios, conmoviese sus ánimos, levantasen nuevas tropas, y las
concitasen contra el mismo Provincial, exasperando y echando á
perder todas las cosas.

41. La gente de Yapeyú avisaba aun, que 160 familias del mismo
pueblo se habian ido al Rio Negro, otras tantas al paso de las
Gallinas, ó al rio Guéguay, á servir de presidio á sus tierras y
de impedimento al enemigo, si las infestasen. Se decia que los
de la Cruz habian acometido las estancias de los españoles
Taraguis, ó Correntinos; y habiendo hecho huir los vecinos, les
habian quitado un gran número de caballos y otros animales.
Corria la voz de que los Nicolasistas tambien habian traido
cautivas algunas mugeres del rio de Santa Lucia; y aunque ya el
término de la transmigracion se pasaba, ni el año para acabarse
distaba del 15 de Julio mas que una semana, no se sentia
movimiento alguno del enemigo, aunque corria un falso rumorcillo
que los Españoles habian esparcido, de que unos exploradores
españoles habian entrado hasta los sembrados de un pueblo, y que
habian hallado desamparados los campos, y vacío el mismo pueblo:
que tambien los Portugueses no distaban de San Angel mas que
veinte leguas; sin que por el mismo tiempo faltasen varias
cartas secretas, las cuales daban indudable esperanza de que
pasaria la tempestad. Treinta Luisistas armados, con el capitan
del pueblo, salieron contra los Portugueses que estaban en el
rio Verde, para mudar sus centinelas por causa del invierno, que
con las lluvias todo lo inundaba. Cuarenta Lorenzistas asimismo
se fueron á los últimos términos de sus tierras, á fabricar un
propugnáculo en el castillo del mismo rio Phacido, volviéndose
otros tantos en lugar de aquellos. Fueron tambien enviados
exploradores, rio Uruguay arriba, porque hácia aquella parte se
vieron estos dias humear los campos, á ver si por ventura por
aquella parte se quisiese explicar el enemigo. Entretanto, vino
antes de ayer un cierto español, que decia tenia órden para
averiguar ¿porqué los indios eran tratados como esclavos y no
como libres, diciendo que la corte le habia dado esta comision?
Pero no enbalde se creia impostura ó fábula, porque no mostraba
nada de su potestad por escrito, como despues se vió claramente:
sobre todo, porque no buscaba otra cosa que hacer trato, porque
deseaba vender una gran cantidad de hierro por precio bastante
bajo, y pedia á estos pueblos muchos caballos, vacas y bueyes
para la guerra. Pero fuè en vano, porque los indios, azorados
con la guerra, antes buscaban ellos caballos y mulas que
comprar, que darlas á vender. Cuando sucedian estas cosas, Junio
se pasaba, y la fama descaramente mentia, ó fingia, que 3,000
Españoles habian salido de Buenos Aires, y otros tantos
Portugueses, de la Colonia del Sacramento, con los Capitanes
Generales de las Provincias.

42. Finalmente, no sabiéndose nada de cierto, llegó el 15 de
Julio, aquel término fatal, como decian: y hé aquí que por ambas
partes habia un profundo silencio, aunque se decia que el
Gobernador de Buenos Aires á 5 de Mayo habia salido de aquella
ciudad á los reales españoles que estaban en el paso del
Uruguay, que se dice de las Gallinas; que tambien Gomez Freire,
Gobernador Portugues del Rio Janeiro, habia movido sus reales
hácia el Rio Grande, asegurando la voz y fama, que 60 marineros
con ocho ó diez lanchas, cuyo capitan era Juan de Echavarria,
subian por el Uruguay, con el fin (como se decia) y precepto,
que poco ha se habia acordado en la isla de Martin Garcia, que á
15 de Julio acometiese el ejército español al pueblo de San
Nicolas, el lusitano el de San Angel, y las lanchas armadas por
el rio, para que estas impidiesen los socorros del Paraná, y
aquellas obligasen á transmigrar, ó mudarse á los habitadores de
estos, ó los destruyesen á fuego y hierro si se resistiesen.
Porque decian así:–que los indios y los Padres, luego que
viesen que se obraba deveras, y comenzasen á experimentar la
guerra, habian de amedrentarse, y salir al encuentro de los
ejércitos mas inmediatos, rogando ó pidiendo la paz, y con
profunda humildad entregarian las armas, les pedirian perdon de
la resistencia, y entonces se les concederia en nombre del
Monarca: pero con estas condiciones; que, se permitiese á los
ejércitos ir y discurrir por donde quisiesen: luego al punto
llevarian, ó enviarian las cosas móvibles y semovientes, dejando
á los Portugueses la tierra, campos, pueblos y pagos: pero si
hiciesen al contrario, infaliblemente todos, como si fuera uno,
habian de ser muertos á hierro y fuego. Estas amenazas, aunque
siempre pareciesen locuras á todos los de ánimo esforzado, lo
uno por el pequeño número de la tropa (porque ahora bajaba de
punto la fama su mentira) no siendo ya los Portugueses mas de
1,600: lo segundo, porque los Españoles marchaban desarmados, y
esto despues de haber pasado un desierto de 200 leguas por
tierra, en tiempo de invierno, contra 20,000 armados, (si todos
los varones tomasen las armas) que se les habian de oponer en
sus tierras: con todo, temian algunos, y clamaban los
pusilánimes _finis venit_. Estas cosas, vuelvo á decir, aunque
las divulgase la fama, ya casi se tocaba al 15 de Julio, y otro
correo trajo la noticia de que el Gobernador de Buenos Aires se
habia vuelto á dicha ciudad cercano á la muerte; que muchísimos
españoles se habian desertado; que innumerables caballos con el
invierno habian perecido; que toda la ciudad de Buenos Aires
padecia una gran seca; que algunos millares de indios del sud
(llámanse Aucás, Tueles y Pueles,) habian venido á invadir la
ciudad, y finalmente que, sabiendo esto los cristianos, estaban
ya prevenidos á obrar contra los indios. Que los lusitanos
estaban consternados por 200 de los suyos que habian sido
muertos (no sé donde) por mano de los indios. A mas de esto,
tambien que el Gobernador del castillo, que en el Yobí poco há
habia sido invadido de los indios, habia manifestado al General
Gomez, que con dificultad el habia resistido á esta invasion,
con el castillo y guarnicion, porque eran audaces y temerarios
los indios, y no temian el fuego, ni el número de soldados: por
tanto que viese con quien se ponia, y con quienes emprendia la
guerra; y que el mismo Gomez Freire ya pensaba en la paz. Que el
Provincial tambien habia pedido las mulas para venir á estos
pueblos, lo que no haria sino hubiera esperanza de paz, habiendo
mantenido, y probado muy bien en Roma, que él apenas se creia
capaz de cargar con el peso de esta provincia, estando tan
turbada. Y finalmente corria por entonces cierto rumor, que
habiendo vuelto los exploradores de Yapeyú, los cuales rio abajo
vigiaban los movimientos de los españoles, habian dicho, sin
asegurarlo, que aquel su perseguidor habia sido llevado á Lima,
_nande moangeio hare ogucrhaima Lima yape_. Se espera mas cierta
noticia de esto.

43. Fenecia el mes de Julio, cuando unos correos de Yapeyú,
volando ó corriendo, avisaron que en el salto del Uruguay se
veian 20 lanchas de españoles: que los exploradores cruzeños se
habian encontrado con los exploradores españoles, y que les
habian oido decir, que por mandado de los generales del ejército
se acercaban: que cuatro religiosos, de la familia del Seráfico
Padre San Francisco, habian de venir á Yapeyú, à las fiestas del
gran Padre San Ignacio, á mover con actividad las cosas de la
transmigracion: y habiendo llegado el teniente del corregidor de
San Nicolas, habia traido cartas del Capitan General _D. Nicolas
Ñenguirú_, corregidor de los Concepcionistas, que pedian
socorros militares ó gente armada: se determinó que despues de
la fiesta de la Asumpcion de Nuestra Señora, partiesen las
tropas de cada pueblo. Entretanto, la fama con tres correos
consecutivos consolaba los tristes, porque decia que en los
campos de Yapeyú habia llegado un escuadron de españoles, á un
pequeño pago, llamado de Jesus María, que está situado cerca de
los saltos del Uruguay: pero habiéndolo mandado parar el indio
superior del pago, y que se volviese á sus tierras, y habiendo
afirmado que sus compatriotas de ninguna suerte se habian de
mudar, y que ni los otros pueblos habian de permitir la
transmigracion, ofendidos de la libertad del indio que se
resistia, habiéndolo amarrado, lo llevaron con los suyos al
resto del ejército. Esparcido este rumor por los vecinos
estancieros, los excitó á tomar las armas, y habiendo llamado y
convocado las tropas de Charruas, Minuanes y Guanoas gentiles,
que andaban vagando por estos campos en lo mas intempestivo de
la noche, acometieron á todas las tropas de los españoles: á
algunos despojaron (se dijo que fueron 50), á otros obligaron á
huir, quitaron toda una caballada, y pusieron en libertad á los
prisioneros. Estas cosas sucedian en el Uruguay.

En el rio Phacido, los exploradores Luisistas salieron de su ya
destruida fortaleza, y acercándose á la de los Portugueses,
hicieron huir tres guardas de los caballos, que los apacentaban
junto á la misma fortaleza; y habiéndoles tirado en vano un
cañonazo desde el castillo, quitaron al enemigo una tropa de
14 caballos.

44. De Europa avisaron por Lima, que el confesor del Rey,
vencido al fin de los estímulos de su conciencia, habia
declarado al Monarca _in totum_ el estado de las cosas de los
indios: que se habia horrorizado su Magestad, y que luego al
punto habia mandado juntar el Consejo de los Proceres, y que
habia tambien convocado las Universidades á junta, para que
dijesen y examinasen, si los indios, que sin armas y de su
propio _motu_, por la sola predicacion se habian sujetado, y
rendido á su proteccion sus tierras, y si estos, así libremente
sujetos, pudiesen ser lícitamente despojados de sus tierras, y
algunos otros puntos. Todavia no se sabe el fallo de los
consejeros, pero se espera que la justicia de la causa obligará
á los jueces á dar una justa sentencia.

45. Entretanto, los pueblos situados á la otra banda del
Uruguay, con los de San Nicolas que estan de esta, juntaron á
toda prisa 11 partidas contra los Españoles que se iban
acercando: á saber, los Concepcionistas, las Nicolasistas, los
Tomistas, y finalmente los de la Cruz, los de los Apóstoles, con
los de San Carlos y San José, los de San Xavier, y tambien los
de San Borja: pero, habiendo mudado de parecer, se apresuraban á
unirse á los de Yapeyú. Demas de esto, los de los Martires, que
ahora poco há, persuadidos del cura, se habian resuelto á
marchar, se quedaron atras: así decian, pero falsamente, porque
se fueron despues en canoas por el rio Uruguay. Solo un indio,
único del pueblo de Santa María, que poco há habia sido depuesto
del cargo de capitan de dicho pueblo, con algunos pocos
compañeros, se fué á los reales de los suyos á aumentarlos, no
en número sino en ànimo: se contaban 150 de cada pueblo, y no es
bastantemente cierto si se juntaron tantos ó menos. De los demas
pueblos de la otra banda del Uruguay, se juntaron tropas
auxiliares de 25 hombres de á caballo, y 60 á pié del pueblo de
San Miguel; mas un nuevo caso ó suceso, y otros nuevos avisos,
obligaron á quedar en sus límites.

46. Era el dia de la fiesta de la Asumpcion, cuando tres
Luisistas, que poco há con astucia y perfidia habian sido
cautivados en el Rio Verde, (ó como dicen los Portugueses,
_Pardo_, siendo por ellos mas conocido con este nombre) el dia
antes de la fiesta se aparecieron en este puerto, cuando menos
los esperaban. Estos contaban las siguientes cosas, es á saber:
que despues de haber pasado dos semanas de cautiverio en la
fortaleza del Rio Pardo, los llevaban rio abajo en una lancha á
otro fuerte de los Portugueses, situado en la boca del Rio
Grande, y de aquel grande estanque, para que fuesen presentados
al Virey y autor de todos estos males–el iniquísimo Gomez
Freire. Eran 50 los cautivos, custodiados por 15 ó 16
Portugueses que los acompañaban. Por lo que, vista tan pequeña
guardia, y incitados por algunos españoles que iban allí, los
cuales dijeron que los llevaban á matar, conspiraron en matar la
guardia, y ponerse en libertad, y no prevalecieron los pareceres
de algunos que no aprobaban el motin por defecto de armas y
discordia de los ánimos. La última deliberacion fué contra los
Portugueses, y así inopinadamente acometieron à los guardas, que
acaso iban gobernando los remos y velas; y habiendo muerto al
capitan y otros dos soldados (aunque las cartas de Gomez Freire
numeraban diez, como se verá despues) salieron los demas, y
habiendo atacado con armas á los que estaban desarmados,
obligaron á muchísimos á arrojarse al agua. Navegaban por medio
del gran rio, por lo que ahogados algunos por las rápidas olas
de aquel, casi otros 20, que iban nadando, perecieron á
escopetazos. Quedaron vivos solamente 16, (no sé por que causa)
los que fueron llevados á la fortaleza, en donde, habiendo sido
examinados por Gomez Freire, los mandó volverse á sus pueblos,
con cartas llenas de quejas y amenazas. Los dos españoles que
iban presos y encadenados, no sé por que delito, fueron mandados
que acompañasen á los indios, y llevasen las cartas, y trajesen
las respuestas, si viviesen. Los primeros que llegaron con estas
noticias fueron tres Luisistas, despues otros tantos
Lorenzistas; dos Juanistas se quedaron en sus estancias, y así
mismo seis Miguelistas, de los cuales uno enfermó en el castillo
de los Portugueses, de viruelas (peste cruelísima para los
indios): otro murió de la misma enfermedad en las estancias de
San Lorenzo, en donde tambien aquellos dos españoles, como se
pensaba, acabaron la vida, lanceados. Los otros cuatro, porque
no fuese que trajesen la peste al pueblo, se les mandó se
estuviesen en los campos de sus estancias: y ya comenzaba á
cundir, porque, habiéndose muerto algunos Lorenzistas, los
Miguelistas, tomando con ansia los vestidos, trajeron la peste.

47. Demas de esto, avisaron estos recien venidos, que Gomez
Freire habia llegado al rio Verde con 30 piezas, nueve
barquillos, 2,000 soldados y 2,000 caballos: mas parecia del
todo increible este número, aunque lo afirmasen los Portugueses
con la ponderacion que acostumbran los soldados: y que otros
2,000 estaban listos en el Rio Grande ó en los Pinales; los que
se componian de hombres Paulistas, (que tienen propiedad y
costumbre de vender lo que no es suyo, á los que en el país
llaman _Gauderios_). Empero los indios, testigos oculares,
decian que apenas llegaban los soldados al número de 600 ó 700:
lo mismo referian otras cartas de algunos capitanes españoles,
que militaban entre los Portugueses, que no pasaban del número
de 1,150; que muchos caballos se les habian muerto, y
probablemente se les habian de morir todos con la seca; y que
una embarcacion de algunos artilleros se la habia tragado el
mar. Contaron ademas, que entre los soldados se iba entrando la
peste, de camaras de sangre y viruelas; tambien por este tiempo
corria el rumor, y no falso, de que seis españoles habian
llegado de Buenos Aires con nueve cartas, al pago de San Pedro,
que es de los de Yapeyú; mas que los estancieros, habiéndoles
quitados las cartas, habian muerto tres, salvándose los demas
con la huida, y estaba entre los muertos un hijo de un regidor,
que es ahora, y en otro tiempo fué Teniente General de la Ciudad
de las Corrientes, como se supo por las cartas del padre, que
inconsideradamente pedia se le diese sepultura eclesiástica, y
los arreos del caballo.

48. Con mas lentitud que lo que convenia, tomaban las armas los
indios, cuando el enemigo amenazaba seriamente. Juntáronse los
capitanes Lorenzistas y Miguelistas, eligieron otra vez otro del
mismo pueblo en el oficio de teniente y supremo capitan, sucesor
de Alejandro que habia sido muerto, y despues del dia de San
Miguel recojieron las tropas. Entretanto llegó un aviso cierto,
que los Portugueses se habian apoderado de las colonias del rio
Yaguy, y que intentaban pasarlo; y que, habiendo hecho señal con
un cañon de los mayores, llamaban á los indios para que
hablasen, se entregasen y sugetasen. Pero ellos en nada menos
pensaban que en esto, porque, apareados todos en uno, reusaban,
ó no querian entregar las tierras de sus antepasados en manos de
un enemigo que les habia sido siempre pernicioso. No obstante
habia cierto fundamento, no sé si verdadero ó falso, que el
teniente de San Lorenzo, quien gobernaba la partida de
presidarios de dicho pueblo en las vecinas estancias, habia
llevado á los reales de Gomez Freire los dos sobredichos
españoles, y que en ellos estaba detenido en rehenes. Mas
despues se supo que habian errado en la parte segunda ó
posterior, porque el dicho teniente, habiendo hablado con los
Portugueses, y habiéndoles ofrecido libremente entrada á sus
tierras, les dió mucho ganado para su alimento, pero con el fin
ó estratagema, que luego que saliese el Portugues á las campañas
abiertas de aquellas tierras, de entre las espesuras del bosque,
cercados por los de San Luis, (porque los indios pueden pelear á
caballo con increible destreza, siendo los del Brasil torpes en
este género de milicias) los atacase la caballeria de los indios
en sus tierras, y tambien con número incomparablemente mayor que
los Portugueses, que venian de lejos en caballos cansados con el
hambre y consumidos con los frios, lo que ponia á los indios
iguales en las armas á los Portugueses. Esperaba pues dicho
Lorenzista, que si los sacase á las llanuras de aquellas sus
tierras, los habia de acabar ó derrotar con el ímpetu de su
gente y caballos: pero como casi penetrase el intento Gomez
Freire, se resistió fuertemente, y no quiso salir de entre los
montes y breñas. Cierto indio fugitivo, baqueano de la tierra, y
natural de San Borja, que de muchos años á esta parte se habia
huido de su pueblo, (como suelen los indios malhallados con la
enseñanza, y deseosos de vida mas libre) y habitaba en las
soledades de los bosques que terminan las estancias de los
pueblos, con no pequeña tropa de los de su mismo proceder,
saliendo de cuando en cuando á las vecinas estancias de San
Miguel, arreaba gran número de caballos y ganado, no solo para
su alimento y de los suyos, sino para contratar con los
Portugueses. De cinco años á esta parte, poco mas ó menos,
comenzaron los Miguelistas en las cabezas de sus tierras á
perseguirlo como ladron; y si cierto sacerdote no hubiese
intercedido al capitan de los estancieros, lo hubieran muerto,
como lo tenia bien merecido. Pero dejándolo vivo, lo llevaron á
su pueblo con casi 20 de sus paisanos ó compañeros. Apenas habia
estado en este pueblo un poco de tiempo, cuando en el silencio
de la media noche se fué á incorporar con 60 gentiles de la
nacion Minuana, que poco ha se habia agregado al número de los
catecumenos, y persuadió á muchos que se huyesen; hallándose el
cura á la sazon en ejercicios en el vecino pueblo de Santo Tomé.
“No creais, decia á los Padres, que inmediatamente os han de
llevar con cadenas y grillos á las ciudades de los españoles,
para que seais esclavos de ellos: ¿por ventura no advertis que
os atraen con sus halagos á este fin?” El cura se habia ido á un
pueblo vecino al rio. Habia llegado otro sacerdote, que no
estaba bien impuesto en la lengua, con motivo de confesar á un
indio herido de un tigre. Habia sido enviado antes por los
españoles, y era tan viejo, que desvariaba, sin poder tomar
sueño, con una enfermedad que habia contraido en el camino. A
este decia el embustero, que los españoles venian: “creedme,
añadia, que si esta noche no os escapais, acaso mañana estareis
cautivos.” Finalmente, persuadidos con estas y semejantes
mentiras, se huyeron todos, á excepcion cuando mas de 10 mugeres
y niños, quienes estando ya bien hallados con aquel racional
modo de vivir, compraron de sus padres á precio de lágrimas la
licencia para quedarse. Unos tomaron con teson la huida hasta el
rio Ibicuy ó de Arenas, otros hasta sus orillas, otros se
escondieron por los campos y bosques vecinos á la vista del
pueblo, para ver si sucedia algun mal á los suyos que se habian
quedado. Pero, habiendo vuelto al amanecer el cura, é impuesto
de lo acaecido, recojió á los fugitivos y, por sentencia del
Superior de Misiones, envió ó desterró al pésimo consejero
embuidor al pueblo de la Trinidad, de la otra banda del gran rio
Paraná. Con todo, no bastó esto para que este embustero perverso
no se huyese otra vez, y se refugiase finalmente á los
Portugueses, quienes por estas esclarecidas hazañas lo hicieron
corregidor (ó principal del pueblo, como llaman los españoles)
del pago que habian formado de los paisanos del dicho, y
participantes de su suerte: y así lo recibieron solamente para
que diese dictamenes contra su gente y compatriotas.

49. Este versista embustero, pues, resistió audacísimamente, y
conociendo el génio de los suyos, enseñó que habia que recelar:
mas que con maña y estratagema se debia abrir el camino; y él
mismo contuvo con gran prudencia á los Portugueses, que deseaban
entrar al pago de Santa Tecla, por las tierras de San Miguel,
con un ejército poderoso de valor, armas y caballos, que con su
velocidad y arrebatada carrera los hubiera atropellado. Animaba
tambien este Aquitofel á los sanguinarios enemigos con sus
sazonados y agudos chistes. Y no ignorando el odio antiguo de
los Brasileros, que aborrecen á los pastores de este rebaño, y
para hartar tambien el suyo, se llamaba compañero de ellos, y se
les ofrecia á correr la tierra, y recoger las cabezas de los PP.
que cortasen las espadas vencedoras de Gomez Freire.

50. Los Luisistas, que tenian tomado el paso del rio Phacido,
viéndose desiguales en número y armas al enemigo, y que este
intentaba pasar el rio, por engañarlo en sus esperanzas, y
hacerle creer que se querian entregar, bajo capa de amistad, les
dieron ó regalaron toros y vacas para que comiesen y matasen
para su sustento, mientras volaban correos por los pueblos, y se
juntaban los ejércitos. Pasaron finalmente algunas compañías de
Portugueses, y se decia que 20 canoas se habian ido á pique en
las aguas del rio Guazú, cuando las pasaban, y se acamparon á
sus orillas, entre un espeso monte que teñian por una y otra
parte las riberas: y que tambien se habian fortificado con una
estacada que habian cortado de lo interior del bosque. Aunque
los exploradores aguardaban à los que despacharon hácia afuera,
muchos no volvieron, muriendo sacrificados por las lanzas de los
indios. Primeramente, los Luisistas despedazaron seis: otros
veinte, que llevando frenos iban á juntar caballos, como
viniesen los Miguelistas, tres de ellos quedaron víctimas de su
furor. Por estos se supo que los Portugueses padecian hambre, y
que la gente se desparramaba por los montes, buscando con ansia
para comer, los cogollos de las palmas, y que luego que cazaba
uno algun tigre ú otra fiera, volaban los otros, y se mataban
mútuamente; y que con este género de muerte habian acabado 64.

51. En este intermedio vinieron de los campos de San Juan
algunos gentiles y capitanes bárbaros, y se ofrecieron á sí y á
los suyos por auxiliares, y volviéndose despues, fueron á
recoger sus gentes. De las estancias de San Lorenzo, que estaban
próximas al enemigo, se avisó, que la peste de las viruelas se
aumentaba demasiadamente: por lo cual el cura de este pueblo,
despues de vencidas algunas dificultades de los suyos, y la
resistencia de los de su pueblo, se fué allá á proveer de
medicinas espirituales á los enfermos, é impedir con toda
industria no se extendiese este achaque.

52. Ya habia entrado Octubre, cuando compuestas algunas
discordias y desconfianzas que los indios tenian entre sí mismos
se juntaron finalmente las tropas de los pueblos, y el dia 4 se
presentaron delante del enemigo, y enviándole á Gomez Freire
unas cartas, le declararen la última resolucion, que era
defender valerosamente las tierras de sus antepasados, y por
tanto que se volviese en paz á su casa, y que tuviese para sí
sus cosas, dejándoles á ellos lo que era suyo: y que si él
deseaba tanto la paz (porque como habia informado por varios
correos, queriendo engañar los indios, decia que él jamas habia
venido à hacer la guerra; que queria ser amigo de los indios, y
que solamente deseaba tomar posesion de las tierras que el Rey
de España les habia dado) saliese de los montes, bosques y
arenales, y sacase la artilleria gruesa, que ellos tambien se
irian en paz á sus pueblos. Habiendo expresado otra vez Gomez
Freire esto mismo por billetes, escusaba dar respuesta á cosa
alguna, por ignorar él la lengua de los indios, ni entender
bastantemente lo que decian. Se decia que los capitanes
españoles se habian escandalizado con las cartas recibidas, pero
no constaba suficientemente que cosa en especial encendiese así
sus ánimos. Tambien vinieron por este tiempo algunas numerosas
tropas de gentiles Guanás y Minuanes al socorro: á todos los
cuales armaron los indios, señores de las tierras, con lanzas,
saetas y caballos, y así juntaron un ejército de 2,000 poco mas
ó menos, y se mostraban con arrojo desde lejos al enemigo. Con
todo eso aun no parecia oportuno encolerizarse, y venir á las
manos, por estas causas: especialmente porque el enemigo por
aquella parte, donde el rio se descubria, se ocultaba á si y á
sus tropas, en lo denso de los bosques: aunque alguna vez habia
salido de la selva desplegando sus banderas rojas, como deseoso
de pelear. Mas luego que veia que el numeroso ejército de indios
se preparaba para la lidia, se retiraba á sus asperezas. Se
sospechaba que queria solamente atraer á los indios á las
asechanzas y ardides militares que tuviese preparado entre los
montes. Por tanto los indios, enseñados con las trampas ó
engaños, que poco há les habian hecho en el castillo, se
portaban con mas cautela en acometer á tan cobardes enemigos,
usando tambien del dictámen, que aunque los Portugueses en
repetidas veces llamaban para hablar á los principales de los
pueblos, ellos se les negaban, excepto uno. Aquellos que estaban
de la otra parte del rio con Gomez Freire, los capitanes y los
bagajes, que era la mayor parte del ejército, estaban defendidos
por el rio: porque, siendo bastantemente grande, con la lluvia
de semanas enteras habia crecido inmensamente, y por esto,
estàndoles impedido un vado que hace, precipitàndose de los
vecinos montes, el cual solo los indios lo saben, y lo ignoraba
el enemigo, estaban seguros en la ribera opuesta.

53. Oportunamente, en el Salto del Uruguay ó de las Tortugas, en
donde, como se decia, los otros reales de enemigos, á saber, los
Españoles se habian juntado con el Gobernador de la ciudad del
Puerto, se deslizaron en partes, ó desertaron muchos. Porque
como el ejército, que poco há habia salido de estos pueblos del
Uruguay, caminase á paso lento contra el enemigo, porque no
sucediese que estando los caballos cansados y tambien los
soldados, no estuviese apto para acometer al enemigo, comenzó
este á levantar en dicho salto un fuerte. Entretanto con gran
trabajo, ó luchando contra el torrente de las aguas que caen de
aquellos peñascos, movieron las lanchas con intencion dañada, ó
las arrastraron por el suelo con bueyes.

54. Por este tiempo los pastores ó curas de Yapeyú, atemorizados
de los anuncios amenazantes, se disponian á huirse del pueblo, é
irse á los reales de los Españoles: pero fué en vano, porque sus
feligreses los guardaban ó custodiaban con diligencia. Con todo,
uno de ellos, pretestando iba á acudir á una fingida necesidad
de los enfermos en el pago, ó estancia de San Pedro, (donde no
habia enfermo alguno) se escapó rio abajo en un botecillo: mas
habiendo sido pillado por los soldados ó indios, como reusaba
parar, siendo requerido, habiéndole echado un lazo, juntamente
con el botecillo, lo tomaron. Despues fué llevado á los reales
con el marinero, que en castigo le tuvieron atado de pies y
manos toda la noche, á cuatro palos hácia diversas partes, y por
la mañana fué azotado con riendas: mas contra el sacerdote no
hicieron cosa indecorosa, sino algunas amenazas, ponerle miedo
con algunos tiros al aire de escopetas, y con dicterios. Luego
que lo supo el Capitan general de los ejércitos, Nicolas,
habiendo enviado gente que lo custodiasen; lo remitió al pueblo
con seguridad, pidiéndoles en algun modo licencia á los soldados
para ello.

55. Despues de esto se iban arrimando poco à poco los reales ó
campos de los indios á los de los Españoles, que estaban en las
riberas del dicho rio Uruguay, y habiendo enviado por una y otra
parte exploradores, luego llegaron á dejarse ver de tal manera,
que se espantaron los españoles. Observaron los indios, que seis
de ellos, á vista de cuatro, huyeron á su campo, con tal
precipitada fuga, que dejaron una bolsa llena de sal, otra de
bizcocho, y algunas otras cosas, por despojo de los indios que
venian, y se retiraron á su ejército; en el cual, luego que se
dió parte que el ejército de los indios estaba cerca, el
Gobernador y Capitan General mandó tocar llamada, ó à recoger.
Deseaba el Gobernador dejar en el sobredicho castillo algunos
presidarios, mas no habia alguno que se atreviese á estos
peligros, al furor de los indios, y á las calamidades de un
sitio, ni quien hiciese tal hazaña, yendose al ejército sin
esperanza de socorro, y estando la ciudad distante mas de 100
leguas. Comenzaron pues á retirarse los Españoles, aun no
habiendo visto todo el ejército de los indios, y habiendo hecho
solamente presa de algunos millares de vacas en los campos de
Yapeyú. Todos se retiraban á sus casas. Los indios daban priesa,
ó perseguian á los que se retiraban: y aunque facilmente podian
apresurarlos con hostilidades, se abstuvieron de matar, para que
fuese manifiesto á los Españoles, que solamente defendian su
causa y justicia. Tres lanchas por falta de aguas, á causa de
una larga seca, no pudiendo navegar, vararon en la arena: á
estas, por una parte algunos Guaranís, por otra los Charruas
gentiles, les pusieron sitio, prohibiéndoles solamente todo
bastimento.

56. Se decia que del Consejo aulico, que como queda dicho poco
hà se habia juntado, salió un secreto y declaracion de teólogos,
que los indios de ninguna suerte podian ser obligados con guerra
á entregar sus tierras. Y por esto el Rey habia decretado, que
desistiesen totalmente de este negocio, si los indios no
querian; porque ya bastantemente sabian por esperiencia los
Españoles, que los Tapes de ninguna suerte querian ceder sus
tierras; por eso tambien se juzgó que disponian la retirada. No
obstante, poniendose mas contumaz Gomez Frire, se mantuvo otro
mes en la tierra agena, fortificado con los montes, aunque veia
en su presencia todo el ejército de los indios opuesto á él, y
obstinado á no ceder. Sufrian tambien no poco los Portugueses,
de suerte que andaban de aquí para allí buscando cogollos de
palmas, y los despojos de los tigres, y aun por estas mismas
cosas se mataban mútuamente los hambrientos, y se decia que de
este modo habian perecido 69. Ni perdonaban los indios, á los
que andaban descarriados porque en cualquier parte que los
encontraban, los mataban con las lanzas y alfanges: mas de 50
murieron así el dia 4 de Octubre. Hemos dicho que, habiendo
sacado la bandera roja, ó estandarte de guerra, y habiéndola
guardado despues, seis indios, disponiéndose de buena gana sobre
las colinas á la lidia, se atrevieron á provocar al enemigo,
formando sus escuadrones. Salió el Portugues de las asperezas, y
despues mostró la bandera blanca, pero no se atrevió á apartarse
de la màrgen del monte y salir al campo. Entretanto pidió
viniesen á hablar algunos parlamentarios, y fueron enviados
cinco Miguelistas: y como el Portuguez quisiese entablar una
plática larga, humana y molesta, la interrumpieron los enviados,
y les dijeron:–“Que una de dos, ó que se fuesen de sus tierras,
ó que si tenian tanta ansia de ellas, que saliesen al campo,
porque los indios estaban prontos á concluir el negocio con la
espada.” Reusaron la pelea, y dijeron que ellos se volverian
luego que tuviesen las respuestas de los españoles: y porque se
recogieron á sus montes, y tambien la mayor parte habia pasado
el rio, dejando 30 hombrea de guardia en el paso, los Tapes se
retiraron á sus reales.

57. Pero hé aquí que se suscitó entre ellos mismos una viva
contienda. Las compañias de tres pueblos altercaban, que solo
los Miguelistas habian llegado á hablar con los Portugueses; que
solo ellos tenian las conferencias entre sí; y los Portugueses,
que ultimamente se gastaba el tiempo, y no se echaba ó obligaba
al enemigo á retirarse, con otras mil cosas de que se quejaban:
y por tanto se disponian á volverse, para quedarse en sus
pueblos. Mientras así convertian con calor su negocio en
diferencias, llegó á tiempo D. Nicolas Nenguirú, sugeto
principal del pueblo de la Concepcion, el cual habia sido
elegido Capitan General de comun consentimiento: este hizo nacer
la esperanza de concordia, y parecia que tomaba fuerza. Como
hasta el 21 estuviesen discordes, determinaron la invasion hasta
el dia 22, lo que no habiendo puesto en egecucion, un cierto
capitan llamado Felipe, se fué otra vez á llamar à los gentiles
Minuanes y Guanas, para que se confederasen con ellos, y con él
vinieron 12 á explorar el real del enemigo. Y despues, habiendo
considerado el aspecto de las cosas, prometieron que habian de
ir á traer 260 de su gente armada, con su capitan José, con tal
que del pueblo les diesen 100, y de las estancias otros tantos
carcases de saetas para su uso. Por horas se esperaban, y se
alegraban ó mostraban regocijos en hacer dos caminos por medio
de la espesura del bosque que hay entre ambas orillas del rio
Phacido ó Yaguy; es á saber, entre los montes, con trabajo de 10
dias, para que mas ocultamente los indios pudiesen tomar la
espalda del enemigo, sin que este llegase á sentirlos.

58. A los de Yapeyú por este tiempo les fué muy mal en lo que
intentaron contra los españoles: porque como algunos de estos
todavia se hallaban en el Salto del Uruguay, y habiéndose ya
vuelto los confederados de los otros pueblos, los de Santo Tomé
quitaron á los españoles ayer por la noche (era la de 3 de
Octubre) 20 caballos con sus sillas, y mataron á algunos de
ellos: por lo cual procurando los españoles les sucediese mejor,
y deseando recuperar sus caballos, siguieron al enemigo; y bien
de mañana dieron sobre un escuadron de 192 Yapeyuanos, que
estaban segregados de los demas, y confiados en sí mismos.
Enviaron por delante tres exploradores, y habiendo estos
llegadose á razones, alegando cada cual la causa de su venida,
los españoles, acercándose à caballo con poca sinceridad, y
numerado el escuadron, mudaron caballos y acometieron á los
indios, que no sospechando tal cosa, se mantuvieron formados;
pero viendose inferiores en número y armas, se entraron y
acogieron á pié en el bosque, y acometieron contra todos los
indios. Algunos españoles murieron, y se esperaba mas cierta
noticia de este lance, cuando Octubre fenecia, con el cual, poco
menos que espirando el capitan segundo, que poco há habia sido
elegido teniente de San Miguel, siendo llevado en un lecho,
llegó de los reales al pueblo para curarse.

59. Las cosas en Yapeyú anduvieron muy turbadas por todo el mes
de Noviembre: porque como los curas de este pueblo lo querian
apartar de la confederacion, no cesaban de persuadirles, que
concediesen á los Españoles paso franco, y abandonasen de facto
las llaves. De tal modo se atrevieron á disponer y administrar
las cosas á su propio arbitrio, y habiendo sacado todas las
telas preciosas de lino, y 62 sacos de algodon, 1,210 arrobas de
lana en 37 sacos, 20 piezas de lienzo de algodon, 14 piezas de
bretaña, 30 sacos de tabaco con 500 arrobas, algunas piezas de
todo género de paño, de angaripola y corales, 1,000 cuchillos,
200 frenos, 200 espuelas, 700 arrobas de yerba, las tomaron, y
repartieron al pueblo libremente: y tratando á sus curas con
imperio, tambien los castigaron cuatro dias con ayunos, no
dándoles sino un solo plato de carne de buey. Quitó ó impidió
este género de insulto ó mal obrar el teniente del capitan de la
Concepcion, y les persuadió tratasen á los PP. con mas decencia.
Empero los individuos de este, y de los otros pueblos vecinos,
deliraban con guerras civiles y motines, porque algunos mas
amantes de sus pastores se dolian de lo que padecian, y los mas
obedientes iban á concitar en su auxilio á los de la Cruz. Pero
la parte contraria confederaba en su ayuda á los bárbaros
gentiles Charruas. Por horas pues se temia, que de esta pavesa
reventase un incendio: mas llegó á tiempo una órden del Padre
Provincial, que se mudasen los curas que servian de tropiezo á
los ofendidos. Para esto partió el cura de la Concepcion, como
mediador de los pastores de aquel pueblo: á la verdad este
varon, José Cardiel, por amor del pueblo ha padecido mucho; y
así con otro compañero se fué allá. Lo recibieron con grande
alegria, con el festivo estrepito de la artilleria, (porque no
ignoraban cuantas cosas habia padecido por defenderlos el nuevo
cura) y colgando las banderas de todo el ejército del pueblo,
como tambien con repique de campanas. Luego que entraron en la
casa de los PP., pusieron de su buena voluntad, y sin ser
reconvenidos, en las manos y á los pies del cura las llaves, y
todas las cosas pertenecientes al Gobierno, con los sellos del
mando, que ya por algunos meses á beneplacito del pueblo los
principales y caciques habian usurpado; prometiendo obedecer en
todo, excepto el punto de transmigracion. Logró esta
pacificacion, y habiéndose hecho tres dias de funerales por los
muertos, visitó los enfermos, y los regaló con algunas cosas que
le habian dado. Les esplicó la manera de tratamiento, y
reprendió las cabezas de la sublevacion, corrigiéndolos
amorosamente. No se supo en este mes otra cosa de lo acaecido en
aquel pueblo.

60. No iban las cosas de mejor modo á los indios en el rio
Phacido, ó Yaguy, porque ya no solamente estaban discordes entre
sí, sino tambien con el capitan Nenguirú: porque como advirtiese
la gente de algunos pueblos que dicho capitan á unos se
entregaba totalmente, y á otros nada, le perdieron tambien la
voluntad. Tuvieron por este tiempo frecuentes pláticas con los
Portugueses, provocándolos siempre á que saliesen á la llanura:
pero asegurados por todas partes ellos en las riberas del rio,
con montes ásperos, habiendo cortado para murallas troncos, y
habiéndose fortificado, se mantuvieron inmobles. No faltaban en
los reales de los indios quienes de noche, y otras veces á
escondidas, se fuesen á los del enemigo, atraidos con las
esperanzas de premios, y á hacer negociacion, la que prometia
abundante el enemigo: y como todos los de los pueblos fuesen á
estas ferias, todos se fingian Miguelistas: era gente de á
acaballo, y á los que veian venir á pié, no querian de noche
creer los Miguelistas. Estas y otras cosas fueron semilla de
muchas discordias entre los ejércitos de los indios, de suerte
que alguna vez hubieron de tener guerra civil ó interna. Y
finalmente, cundiendo el mal, contagió al ejército, y ya cada
uno determinaba volverse á su casa: aunque era obice esto, á
saber, que se volverian, y que reclutadas por todas partes
mayores tropas de los pueblos de la otra banda del Uruguay, y
preparadas armas nuevas, á principios de Enero volverian. Los
mas prudentes no aprobaban este proyecto, porque se esponia toda
aquella provincia, y todos los ganados, con los estancieros, à
las invasiones del enemigo. Mas otros, estando mas obstinados en
su parecer, de facto empezaron à desbaratar el ejército,
yendose. Los primeros que se retiraron á su pueblo ó casas,
fueron los Nicolasistas; pero antes de la partida de estos,
llegaron 200 Guanoas, con sus nobles capitanes, y entonces
volviendo á enviar internuncios à los reales de los Portugueses,
los provocaban á pelear, y desafiaban al enemigo: pero en vano.
Viendo pues al enemigo inmoble, un capitan de gentiles, llamado
Moreira, se fué à hablar con el enemigo, y llevó consigo mucha
yerba y tabaco que pidió á nuestros indios, y tambien carne para
que comiesen: porque decia este, que el hacia esto con engaño ó
doblez. Y volviendo, persuadió à los Miguelistas, con cuyos
caballos y esperanzas habian venido dichos gentiles, que se
retirasen un poco de los reales, porque no fuese que les
sucediese alguna desgracia: porque él habia mesclado veneno en
los regalos que habia llevado, lo cual podia tambien redundar en
daño del ejército vecino, ò de los indios: pero que era público
no haber sucedido cosa alguna adversa. Sospecho que el gentil
habia sido sobornado por los Portugueses, para que persuadiese
la retirada al ejército; porque ¿quien dará entero crédito à una
gente infiel?

No obstante, obedecieron los Miguelistas à la persuasion, y
habiendo levantado los reales ó campamentos, los apartaron
algunas leguas de la vista del enemigo. Entretanto, habiendo
enviado un Miguelista à desafiar á los Portugueses, fué muy bien
tratado por Gomez Freire, y habiéndole mandado sentar, lo regalò
con cena y cama, y fué rogado à quedarse á dormir en tanto que
escribia al cura del pueblo. Escribiò, y bien de mañana entregò
al enviado las cartas, y lo hizo volver en paz á los suyos.
Mientras este venia á donde estabamos, fueron vistas por los
Lorenzistas en el Yaguy, por aquella parte que divide las
tierras de San Lorenzo y San Luis, tres lanchas portuguesas, ó
talvez canoas, que navegaban rio arriba, bajaron los Lorenzistas
à las orillas de las riberas para impedir el tránsito al
enemigo, mas porque no estaban bien proveidos de armas, que
pudiesen ofender de lejos, llamaron algunos Juanistas fusileros.
Vinieron estos, y trayendo consigo tres cañones de caña
silvestre, bien retobados con cuero de buey, y llegando con
estos el capitan de la Concepcion: D. Nicolas Nenguirú con
algunos de los suyos, fijados los cañoncitos en las orillas del
rio y entre el monte, asaltaron á las canoas, y con cuatro tiros
atormentaron una, quebraron otras, y las obligaron á irse
precipitadamente por el rio, quedándose tres paradas. Corrieron
del campamento, rio abajo, algunos marineros Portugueses al
socorro, y armándose entre los indios y portugueses una
refriega, murieron algunos de estos últimos: se decia eran 26,
pero fué falso, solo fueron tres. Finalmente llegaron los
Luisistas á su campo y con buen aguero; porque en estas
embarcaciones venian con cuidado las cartas del Gobernador de
Buenos Aires, en las cuales le daban noticia de su retirada, y
lo mismo persuadia à los Portugueses. Habiendo pues leido Gomez
Freire las cartas, fué de admirar lo furioso que se puso, dando
en rostro á los Españoles su engaño y trato doble, y á los
indios el haber acometido á los suyos, lamentando tambien
haberse frustrado el trabajo, ó proyecto de 12 años. Despues el
dia 12 de Noviembre cargaron los bagajes en los campos, y
pareció que se disponian á la retirada. Mientras esto, pidió à
los indios le dejasen libre el camino, ni le molestasen en la
retirada, y para mas asegurar la cosa, habiendo llamado à
conferenciar à algunos caciques de San Luis, San Lorenzo y San
Angel, los cuales estaban entonces allí, porque los otros ya
habian caminado á los pueblos, acordàndose de sus mugeres y de
sus sementeras, cuyo último tiempo era necesario lograr, los
hizo jurar sobre los Santos Evangelios, y él mismo con juramento
firmó, ó hizo un escrito firmado con los nombres de los
principales de los indios y portugueses, en el cual promete. I.
Que ni la una ni la otra parte se harian daño, hasta tanto que
se diese la última y definitiva sentencia por los Reyes de
España y Portugal, acerca de las quejas dadas y perdon de los
indios, ó hasta tanto que el ejército español no volviese otra
vez à campaña. II. Que ambas partes se volverian à sus tierras,
y que ni una ni otra nacion pasaria el Rio Grande. III. Que los
indios serian cautivos si pasasen el rio, yendo à las tierras de
los Portugueses, y mútuamente los Portugueses lo serian de los
indios, si ellos intentasen pasar à sus tierras. IV. Pidieron
solamente se les dejase descansar algun tiempo en el rio Yobí,
mientras los animales recuperaban el aliento y fuerzas
perdidas.–Firmaron estas treguas de parte de los Portugueses,
el mismo Capitan General Gomez Freire de Andrade: Martin de
Echauri, español, Gobernador de Montevideo: Miguel Angelo
Velasco: Tomas Luis de Osorio: Francisco Xavier Cardoso de
Meneses y Sousa: Tomas Clarque: Sacerdote Secular, capellan de
Gomez, en cuyas manos se hizo juramento. De parte de los indios
firmaron, Cristoval Acatú: Fabian Guaqui: Francisco Antonio y
Bartolomé Candeyú: Santiago Pindo: D. Ignacio Tariguazú: D.
Lorenzo Mbaypé: D. Alonso Guayrayé. Concluidas estas cosas á 18
Noviembre en la media noche, los Portugueses que estaban de esta
parte del rio lo pasaron calladito, y juntos los batallones,
marcharon sin hacer ruido: al dia siguiente 19 se desaparecieron
del todo. Asimismo tambien nuestros ejércitos, habiendo dejado
unos pocos destacamentos por custodia y seguridad de las
circunvecinas tierras de San Luis, San Lorenzo y San Juan, se
retiraron à sus pueblos, no habiendo sido muerto indio alguno
por mano del enemigo: pero sí casi 100 Portugueses acabaron con
las armas de los indios. Arrimadas las lanzas, se empleaban en
la devocion de San Xavier, dàndole gracias por haberlos librado
de la tribulacion; y las legiones, en lugar de las armas,
tomaron con brio los arados, porque no se pasase el tiempo que
aun quedaba para la agricultura, recompensando siquiera algo en
este mes, (ya empezaba Diciembre) el que se habia desperdiciado
ó perdido en el espacio de tantos otros.

61. En este tiempo llegaron de Buenos Aires, ò de la ciudad del
Puerto, mas amenazas, porque el Marques de Valdelirios con mas
acrimonia escribió al Gobernador por su retirada. Tambien
nuestro Altamirano prohibia con mas rigor se trabajasen las
fábricas de pòlvora que ya tenia entredichas: no se dejò piedra
por mover, y lo que es mas, interponièndose la ayuda y arte del
P. Provincial. Estaba empeñado dicho Altamirano en remover del
lugar y oficio al Cura de San Juan, á quien por falsas
denuncias, y por su pasion, lo tenia entre ojos, porque le
atribuia toda la resistencia de los indios. Mas sus feligreses,
oponièndose otra vez, como lo habian hecho en otras ocasiones,
decian que ellos no sufririan que se le quitasen del todo, hasta
tanto que ellos recibiesen los preceptos de la boca del P.
Provincial, y que le pudiesen proponer las razones que militaban
por la parte contraria. Se frustró, pues, por tercera vez
el proyecto.

62. Se divulgaron tambien por este tiempo en los pueblos varios
escritos y cartas, que habian sido introducidas ocultamente, y
se les interceptaron parte à los Portugueses, parte à los
Españoles, y mesclados á estos los indios: las cuales todas
manifestaban que el ejèrcito portugues estaba intimidado
sumamente, y que no aflojaba la resistencia y obstinacion de los
indios en defender sus tierras. Aunque se portaban amigablemente
en los reales enemigos, y se mostraban blandos ó tratables, esto
lo hacian con doblez ò intencion dañada, porque cuantos salian
de los reales con pretesto de contrato, morian
irremediablemente, y no perdonaban á nadie, aunque fuese
desertor: y por esto los Españoles se quejaban de que el trato
de los Portugueses era doloso, ò nada sincero; y los
Portugueses, de haberles los indios protestado y dicho
claramente que jamas verian sus pueblos.

63. Corria la voz, que habia llegado á Montevideo un navio de
España, y se esperaba que traeria alegres noticias: pero el _run
run_ mezclaba una cosa bien sensible, y era que el P.
Provincial, acérrimo defensor de los afligidos, habia acabado su
trienio de gobierno, y se preparaba á volver à su provincia del
Perú, de la cual habia venido. No faltaban quienes afirmasen (no
se sabe si por sospecha ó algun rumor, ó si se fingió
maliciosamente) que Altamirano habia de tomar el gobierno, mas
no se diò crédito á tan clara mentira.

64. En el pueblo de Santa María iban las cosas de mal en peor,
porque el cura fuè á la Candelaria. Concluidos algunos negocios
del pueblo, siguieron los principales y pidieron al
vice-Superior otro cura, mas por la penuria de quienes supiesen
la lengua, porque casi todos los lenguaraces estaban detenidos y
custodiados por los indios en los pueblos del Uruguay, no se les
concediò lo que pedian. Acababa ya el año de 1754, siendo el
tercero de la persecucion y opresion de esta provincia, y el
primero de la guerra.

65. Los principios del año de 1755 parecieron tranquilos excepto
que, habiendo los Yapeyuanos elegido en el motin pròximo á su
capitan por alcalde, abusando despues este de su autoridad,
conspiraron juntamente con los de la Cruz, lo prendieron,
dàndole algunas heridas por haberse resistido, y lo enviaron
desterrado hácia el Paranà: mas al pasar por el pueblo de Santo
Tomè, sus moradores soltaron al preso, y lo restituyeron á su
libertad; cuyo caso se creyò que ocasionase algun disturbio.

66. Tambien llegaron de Buenos Aires algunos rumores ciertos con
otros inciertos: que las cosas en la Corte estaban muy turbadas;
que Carvajal, autor de estos males, el dia 2 de Abril del año
pasado, con una muerte repentina habia partido al tribunal del
recto juez, Jesu-Cristo, Señor Nuestro, habièndole citado para
aquel lugar tres dias antes un varon de conocida santidad, el
Padre Burke, del Colegio de Escoceses. Que el lugar de este lo
habia ocupado un Irlandes, llamado W… Que el Marques de la
Ensenada, primer Ministro, habia sido removido y privado de su
empleo, y otros 16 ministros con èl, y que todos habian sido
desterrados á diferentes ciudades. Que del primero se habian
confiscado inmensos caudales, y que en lugar de estos, se le
habia consignado 8,000 pesos anuales. Hasta aquí es lo cierto
pero las cosas inciertas que añadia la fama, eran: que la causa
del destierro de tantos Ministros habia sido un oculto tratado
con el Rey de Nápoles, à quien unos dicen querian elevarlo al
Reino, depuesto el que actualmente estaba, y otros para que,
elevado al trono, se opusiese à este tratado; y esta màquina ò
traicion, muchos la atribuian à los Jesuitas. De aquì fingian
unos que el confesor del Rey habia caido de la gracia, otros
tambien que estaba preso. Por horas se esperaba de Europa algun
navio que trajese algunas noticias. Entretanto los españoles
fueron llamados por Gomez Freire à reiterar la guerra en el
próximo Marzo, y añadia, que si no lo hacian asì, tendria por
sospechosa la fé de los españoles, y daria de mano al negocio.
Tambien el Marques de Valdelirios con mayor fervor movia las
cosas de la guerra, habiendo sido llamados para unirse los
Paraguayos: mas ellos poco ànimo mostraban para emprender esto.
Tambien los vecinos de Santa Fé con mas eficacia negaban poder
dar ellos otra vez tropas auxiliares, aunque el teniente de
Gobernador se obstinaba en ello. No obstante de principiar ya
Marzo, no se sentia movimiento alguno. La ciudad de Buenos Aires
padecia graves males; es à saber: hambre é invasiones de los
gentiles, que habitaban hàcia el sur: en una de las cuales
perdieron 30 carretas, que iban à las Salinas, con crecido
nùmero de gente que fué muerta, ni con todo eso se arrepentian:
y aunque claramente esperimentaban que la divina justicia estaba
por la causa de la Compañia, en nada se enmendaban por eso;
antes bien con mas dureza se empeñaban en odios contra la
Compañia, y la llenaban de quejas, achacando à los Jesuitas ser
causa de todos los males y revoluciones.

67. De Lisboa se divulgò tambien un verdadero aviso, que el
primer Ministro de aquella Corte, y familiar del Rey, habia
caido al mismo tiempo que en España aquel principal Ministro,
por un caso inopinado, y habia sido enviado del mismo modo que
el otro, y que todo el Consejo real desde entonces andaba
vacilando, y estaba dividido en diversos dictámenes; y por esto
ya se creia, que todo este tratado se volveria en humo. Acabado
Marzo, los Españoles pedian se difiriese la expedicion para el
estío, porque sería entonces menos molesta á las tropas, y mejor
para los animales. Por tanto se suspendiò, y en todos los tres
meses no se oia casi hablar de otra cosa que de los aprestos de
guerra, y alistamiento de soldados, de los cuales no obstante
venian pocos, y con tibieza.

68. Entretanto todos los pueblos de los indios, y tambien
nuestros colegios en las ciudades de los españoles, imploraban
con mayor confianza el patrocinio de los Santos, è instaban con
oraciones: y especialmente por este tiempo sobrepujó à todos el
Colegio de la ciudad de Santa Fé, dedicando y ofreciendo al
taumaturgo de Bohemia, San Juan Nepomuceno, una funcion el dia
de su fiesta: y cumpliò sus votos con una solemnidad, que casi
no habrá habido en estas tierras otra mayor: porque en la
iglesia se erigió un altar hecho por mano de los indios, y con
grande aplauso, concurso y devocion de toda la ciudad, colocò en
él una grande y elegante estàtua, que habia sido hecha en uno de
estos afligidos pueblos, es à saber, en él de San Lorenzo. La
vispera, pues, se repicaron à mediodia las campanas de toda la
ciudad, las cuales, de moto-propio y no siendo convidados,
mandaron repicar los curas y prelados de las religiones.
Resonaron de lo alto de la torre intrumentos músicos, es á
saber, chirimias, trompetas, cajas y otros instrumentos de este
género: ademas se dispararon los cañones de hierro, y los
morteros con su gran ruido llenaron el aire. Fuera de esto, á
las dos de la tarde toda la compañía formò en procesion delante
de la casa de cierto noble varon, llamado D. Melchor Echagüe, el
cual á uso del pais fué elegido mayordomo del Santo. Y
habiéndose reunido allì un numeroso concurso del cléro, y de los
hijos de Santo Domingo, estaba sobre andas adornadamente la
estàtua del Santo, como se dirà despues. Se ordenó la procesion,
cargando la estàtua del Santo el clero, mesclado con los PP. de
la Compañía, que alternaban con los PP. Dominicos hasta que se
llegó á la iglesia parroquial, que es la principal de la ciudad,
resonando continuamente las armas de fuego, cohetes y la armonia
de la música. Luego que se llegó á la iglesia que, toda adornada
con primor de luces y lamparas muy hermosas, relucia iluminada
interiormente, hecha señal con la campana para visperas, y
colocado el Santo en el mismo presbiterio sobre una mesa, que
para esto estaba adornada, se cantaron por punto las visperas en
que oficiaron nuestros mejores músicos, asistiendo á ellas todo
el clèro y los PP. Jesuitas y Dominicos: concluidas las
ceremonias, en el mismo òrden, aparato y solemnidad, fué llevado
el simulacro del Santo à nuestra iglesia, en donde se cantó el
_Te-Deum_ solemnemente, resonando los cañones de fuego, y
música, y tambien las campanas: y dicha la oracion acostumbrada,
se terminó por este dia la solemnidad acordada. Despues á las
Ave-Marias y final de la fiesta, se encendieron algunos cientos
de lámparas, se iluminó la torre parroquial, y tambien la
nuestra tenia muchas banderas, que con hermosura batian el
viento y se mesclaban con las làmparas. Estando la noche mas
oscura iluminaron el aire los cohetes voladores y se oyò el
estrépito de las armas.

69. Al dia siguiente, desde la aurora, los sacerdotes que no
eran de casa, digeron misa hasta las 9, y mas adelante, estando
siempre la iglesia llena de pueblo de todo género, de condicion
y estado. Despues cantó la misa solemne el Dr. Leiva, párroco de
la ciudad, la que mucho antes habia pedido por un singular
beneficio recibido: lo que llevò pesadamente el Vicario. Un
sugeto de nuestra Compañìa predicó, y muy bien. Estuvo desde
ayer, y todo el tiempo de la misa, la imàgen del Santo sobre el
altar mayor, en un rico trono de oro y plata, reluciendo todo el
altar con este metal, y la efigie del Santo, y principalmente la
mesita donde estaba, toda cubierta de piedras preciosas, perlas
y diamantes. Y aunque todas las matronas de Santa Fé juntaron
sus riquezas para este ornato, con todo, sobrepujò cierta noble
muger, advenediza del reino de Chile, que habia venido á esta
ciudad: la cual, como ya no hubiese lugar en el altar, colocò
bajo de las gradas del presbiterio una mesita con un niño Jesus,
en quien lucian cosas tan preciosas, en oro, diamantes, y
tambien por el arte singular con que las habia dispuesto, que à
todos arrebataba, dejando muy atras à las demas Señoras
patricias. Concluida la solemnidad de la misa, que durò hasta el
mediodia, se sacò del altar mayor la efigie del Santo, y cantado
otra vez el _Te-deum_ los Padres de Santo Domingo, fué colocada
(con increible gozo y alegria de todo el pueblo y ciudad, y
principalmente de nuestros Padres, de que fueron testigo los
reiterados y solemnes repiques de campanas) en su altar propio,
que le habian preparado los afligidos indios; el cual, fuera de
su propia hermosura, estaba grandemente adornado con alhajas de
los vecinos. Se concluyó finalmente la solemnidad, pero no la
devocion: porque ademas de ocurrir nuestros Jesuitas cada dia
con mayor fervor al poderoso patronicio del Santo contra los
murmuradores, tambien no era pequeño el concurso de los de toda
la ciudad en las aflicciones y calumnias que por todas partes se
suscitaban contra los indios, que han sido cometidos por Dios à
nuestra fé y doctrina, y por eso mismo tambien contra nosotros,
como defensores de esta justa causa.

70. Cuando estas cosas sucedian por Mayo en la ciudad de Santa
Fè en honor del taumaturgo de Bohemia, el pueblo de San Miguel,
distinguièndose entre todos, se preparaba á cumplir con otro
semejante altar (excepto las riquezas) sus promesas hechas á
Nuestra Señora de Loreto, cuya descripcion omitimos, por haber
referido la anterior: pero despues por su òrden se referirá,
cuando hayamos hablado de lo que sucediò por Julio; habiéndose
pasado casi tranquilamente el resto de Mayo, y tambien Junio.

71. Dijimos casi tranquilamente, porque no hubo hostilidad
alguna: aunque no por esto dejaron los enemigos de maquinarlas,
pues siempre su descanso es una asechanza, y aunque no hagan
hostilidades, las estan disponiendo y proyectando. Por esta
causa, para privar á la confederacion de los auxilios que debian
dar à los Guaranis las infieles tropas de Guanoas gentiles, (las
que deben ser tenidas como enemigas, aun cuando son amigas, pues
à ninguno, ni aun à Dios, guardan fé) llamaron á ciertos
caciques de ellos, y los llevaron á un castillo que estaba mas
inmediato, para persuadirles lo que querian:–lo que es facil de
conseguir de una gente pobre, y deseosa de donecillos, regalos y
vestidos de ante ò coletos. Fueron algunos à dicho fuerte por
las dàdivas, y tambien (lo que entre cristianos es abominable y
vedado por excomunion) casi los violentaron con las armas, y se
dijo que tambien los habian corrompido ó sobornado. Así lo
contaron despues á nuestros Miguelistas otros caciques de los
Minuanes, que habian participado de los dones ó regalos. Que
algunos de los suyos habian sido pagados para la guerra, y
principalmente uno llamado Moreira, para que en la siguiente
expedicion custodiase los bagages de los Portugueses con su
gente. Que tenian mucha ropa, armas, y se veian armados, y estar
instruidos con alfanges para este fin. Fuera de esto que los
Portugueses, confiados en esta esperanza, erigian un fuertecillo
que habia de servir de oportuno presidio à los reales que se
habian de formar en las montañas de San Miguel, cercanos à las
estancias de Santa María, las que se llaman de Yacegua: pero que
tambien otros caciques de la nacion se escusaban, y que por
tanto avisaban con anticipacion á los amigos lo que se habia
tratado. Por esto fueron despues señalados exploradores
católicos ò cristianos del pueblo de San Miguel, los cuales con
la guarnicion que estaba en los últimos términos de la
jurisdiccion, debian correr la tierra. Recorriéronla, y avisaron
que no parecia enemigo alguno, y reconviniendo al mismo Moreira,
afeándole su hecho, confesò que verdaderamente él habia sido
llamado de los Portugueses, y solicitado con dones por las cosas
sobredichas, pero que de ninguna suerte habia consentido: por lo
cual se habia retirado, habiendo los Lusitanos con furor,
hèchole muchas amenazas. Esto decia èl, mas si fuese verdad lo
que decia se esperaba lo probase el efecto, si se ofreciese la
ocasion; mas por entonces así se creyó.

72. Tambien esparcieron los Portugueses con estas cosas no pocas
mentiras contra los indios, y principalmente que muchísimos se
habian pasado à ellos, y que numerosas cuadrillas á menudo se
iban huyendo de la tirania de los PP., y que ya se contaban y
numeraban algunos cientos de los dichos. Fingian estas cosas con
el fin de provocar á los Españoles á volver à emprender la
guerra, pero despues se descubrieron reos ó autores de la
mentira, cuando por mano del Provincial de la provincia del
Brasil enviaron la lista de los indios que moraban entre ellos:
de los cuales algunos estaban casados, y otros lo pedian: pero
no contaban mas de 50, de los cuales muchos tenian apellidos del
pueblo de San Borja, pero discrepaban en los nombres. Se hallò
tambien que otros, que estaban insertos en dicha lista por su
nombre y apellido, ya se habian restituido otra vez à sus
pueblos. Los Portugueses andaban solícitos en persuadir á los
Españoles estas cosas, mas à los indios les constaban otras: es
á saber, que el Padre Ràbago, (en quien ponian los indios en lo
humano alguna esperanza de su patrocinio) habia sido privado del
confesionario del Rey, que habia caido de gracia, y à mas de
esto, que estaba preso: pero despues avisaron de Europa, que era
impostura y mentira de los Portugueses.

73. Ya fenecia Julio, cuando en el puerto de Montevideo apareciò
una embarcacion mercantil el dia 27 de Julio, la cual traia 150
soldados presidarios para aquel castillo, y 70 Misioneros de la
Compañia, 40 para la provincia de Chile, y 31 para la nuestra;
quedàndose en España los demas, que casi eran otros tantos, con
el procurador que reside en la Corte, y tiene à su cuidado los
negocios de la Provincia y Misiones. En verdad que no causò à
todos poco consuelo esta noticia, especialmente por haberse
llenado la provincia de noticias prósperas, y tambien de cartas
que anunciaban todo favorablemente. Parecia que estaba el
negocio concluido, que la Corte habia desecho el inicuo tratado,
que se regocijaba ò deleitaba con nuestra fidelidad y
obediencia, que habia aceptado la apelacion por parte de los
pueblos, que mandaba se suspendiesen las cosas. Asì se decia à
los principios: mas como las noticias tristes suelen seguirse à
las pròsperas, los Comisarios reales de este negocio divulgaron
todo lo contrario: que estaba aprobada la guerra hecha à los
rebeldes, como ellos decian; que tambien se daban las gracias á
los Ministros por el celo y gasto hecho para sugetar á los
contumaces; que las cosas que se habian dicho favorables, habian
salido de charcos, y no de la fuente; que se habia de proseguir
la guerra y se habia de hacer mas cruda. Para este fin fueron
expedidos nuevos decretos é intimaciones á nuestro Prelado
inmediato, fulminando estragos, y amenazando llevarlo todo á
sangre y fuego, sino se rendian los pueblos.

74. Remitiò estas intimaciones al Gobernador de la Concepcion,
Nenguirù, la Curia, Consejo ó junta doméstica, porque de otro
modo se desconfiaba que se pudiesen publicar: para que este,
interponiendo la autoridad que tiene entre ellos, pasando el
rio, las intimase y promulgase à las provincias y pueblos
obligados à mudarse. Mas este, no confiando del pueblo airado, y
previendo y conociendo que no habia de hacer otra cosa que
aumentar tropas de amotinados, volvió otra vez à remitir à la
Curia todos los papeles, suplicando à los Prelados no diesen
lugar á que la provincia, poco apaciguada, se alborotase aun
todavia mas; ni tampoco obligasen à su cabeza, ó Gobernador, á
exponerse à peligro cierto de muerte. Se aquietaron, y
despreciadas dichas amenazas, se esperaba lo que habia
de suceder.

75. Entretanto por todo Agosto, Septiembre y Octubre, se
reclutaban soldados en las ciudades de españoles y portugueses:
pero en las nuestras no habia sino paz y quietud, y se proveia
que, en tanto que se aquietasen las cosas, se despachasen para
todas partes exploradores como en otro tiempo, y que estuviesen
con mas vigilancia.

76. A fines de Octubre, ó por mejor decir á principios de
Noviembre, el Gobernador de Buenos Aires, pasando el ancho álveo
del rio, llegò á la ciudad de Montevideo, en donde debia
juntarse todo el ejército de Españoles. Tambien se decia que
caminaban hácia Montevideo 200 soldados que habian sido
despachados de la ciudad de las Corrientes, y otros tantos de la
de Santa Fè; pero si esto es cierto ó no, el tiempo lo dirá: que
de los 200 Correntinos no habian quedado sino 80, y que los
demas se habian desertado. Asimismo, que entre los desertores se
habian vuelto à su casa algunos Abipones que el Comandante habia
traido como exploradores, siendo muy baqueanos. Tambien en Santa
Fé, habiendo el teniente convidado para la liga á los Mocobís,
se negó el cacique bàrbaro, y no diò respuesta de tal, porque
dijo:–que él no habia abrazado la ley de Cristo para hacer
guerra contra inocentes cristianos, y que antes bien favoreceria
à los oprimidos, à no ser que se lo impidiese aquel gran rio.

77. Que á unos y otros, esto es, Santafecinos y Correntinos, se
les habian disparado los caballos, y se les habian perdido por
los inmensos campos: que por todas partes, y especialmente en
Buenos Aires, cada dia se morian y perecian á centenares; y por
esta razon algunos dudaban del eficaz progreso del ejército. No
obstante, aunque es cierto que la Corte no dudaba de la
iniquidad, y que tambien trabajaba en la disolucion ò nulidad de
los pactos, no obstante, como no enviasen algun cierto y
deliberado decreto sobre sì se habia de suspender ó continuar la
guerra, los Ministros de ambas Cortes que estan aquì, mueven con
mayor actividad las cosas de la guerra: y como los españoles,
con dificultad, y casi violentados, eran llevados à esta
expedicion y, como decian, eran obligados y constreñidos á ella
por solas unas razones políticas, procedian con lentitud, ó
procuraban irse despacio. Por esto, estando muy adelantado
Noviembre, aun estaban en la ciudad de Montevideo, y no sabian
si con sinceridad ò con doblez se divulgaban acà, donde yo
estaba, ciertos avisos secretos, que no deseaban otra cosa los
españoles sino que las fuerzas de los indios se les opusiesen, y
quemasen los campos por donde habian de pasar, para que se les
diese ocasion de dar por escusa el defecto de los pastos, y
retroceder, ó á lo menos retardarse, en tanto que llegase de la
Corte alguna cosa cierta. Aunque sea dudando, no sin fundamento,
de la posibilidad del expediente, porque los pastos maduros en
estas tierras, y la paja que es apta para el fuego, no lo son
para los animales, pero una vez quemadas, como poco despues
vuelven y reverdecen, con ansia los comen los caballos y los
gustan grandemente; asì se sospechó, y no vanamente, por
algunos, que era estratagema, y que bajo el pretesto de ponerles
miedo, se le pedia favor, y aun auxilio al enemigo:
especialmente siendo así que los campos y llanuras quemadas
mostrarian mejor el camino á los viajantes, cuando por lo
contrario estaria embarazado è impracticable, lleno de maleza.

78. Mas como ya no quedase duda alguna acerca de los
preparativos de la expedicion, y tardasen los navios de Europa,
se acordò que, estando desprevenida la provincia, para evitar
que fuese atacada de los enemigos, se preparasen aquí las cosas,
para su defensa, y se vigiasen con mas diligencia los caminos:
tambien pareció del caso que se incendiasen ó quemasen
los campos.

79. Constaba suficientemente, no como al principio por mentiras,
que eran 1,500 Españoles, y con los socorros de las otras
ciudades, casi 2,000: que los Portugueses eran 3,000; por tanto
el total era 5,000: pero que uno y otro ejército todo junto
llegaria á 3,000, lo escribió el gefe de esta gente, (el
Gobernador de Montevideo, el que, como se decia, venia en lugar
del de Buenos Aires, y habia de tener cuidado de este negocio) á
cierto Jesuita amigo suyo, que algunas veces le fué piedra de
escándalo, y que ya no está en aquella ciudad: en verdad que el
testigo es idóneo, y vale por todos. Tambien se tenia por
cierto, que el ejército español habia de hacer el camino desde
el castillo de San Felipe, via recta, á las cabeceras del Rio
Negro, y hácia el pago de Santa Tecla, término y guardia de los
Miguelistas, y que de allí habia de penetrar, con grandes
rodeos, por provincias desiertas, hasta una fortaleza
portuguesa, situada en el rio Yacuy; la cual poco antes no tenia
nombre, y ahora, por la invasion que se les frustró á los
indios, la llaman (pero mal) el Fuerte de la Victoria: y que
finalmente, unidas las fuerzas, habian de caminar al pueblo de
San Angel. Así se determinó en el Consejo de ambas naciones, y
aunque estas determinaciones parecian á los baqueanos ó peritos
de los caminos muy violentas, y casi impracticables en la
ejecucion, con todo se tuvo por conveniente proveer todas las
cosas, y prevenirse contra los insensatos conatos ó esfuerzos de
los Portugueses. No debalde se juntaron los capitanes, corriendo
ya Enero, y aunque no se sentia movimiento alguno del enemigo,
determinaron no obstante muy de antemano, que toda la gente de
los pueblos vecinos se juntase y viniese al socorro. Y despues
despacharon cartas y un correo á los de la Concepcion y de Santo
Tomé, las que estos debian despachar mas adelante á los otros
pueblos, para que se acercasen mas, y pusiesen exploradores por
todas partes, y principalmente porque en los yerbales no sé que
hacian los enemigos: sospecho que los fuegos que se habian visto
no fuese que maquinasen alguna irrupcion, ó que componian los
caminos. Luego al punto se destinaron diez Juanistas, y casi
otros tantos de San Angel, para que fuesen hácia los montes,
adonde se haria alto; y del pueblo de San Miguel, un capitan del
campo que estaba de guardia en Santa Tecla, para que avisase á
los suyos el estado en que estaban las cosas: porque se decia
que por aquella parte amagaban los enemigos, y que ya habia dos
meses que caminaban, á saber, desde el 5 de Diciembre.

80. Cuando por este tiempo todo este aparato parecia se quedaba
en pareceres ó disposiciones, y por otra parte se confirmaba la
venida del enemigo con cuotidianos correos, y los curas se
estaban durmiendo ó en inaccion, hubo quien empezó á mover el
negocio, exponiendo que no se debia andar con negligencia, y que
se debian juntar tropas, ponerlas listas y despacharlas á los
términos de la jurisdiccion, para que no entrase el enemigo á
los campos remotos de las estancias ó crias, destrozándolas y
matando, sin ser castigado, y no estorbándoselo nadie. Con
dificultad se consiguió esto, despues de muchas razones que se
expusieron: es á saber, que llegaria tarde el ejército para
salir al encuentro desde casi 100 leguas de distancia, si
entonces se empezaban á juntar tropas, cuando ya el enemigo
acometiese: que el enemigo podia andarlo todo, y los reales
portugueses se andarían camino recto, por medio de las estancias
que destruirian: que cerrarian la comunicacion á los indios, y
les quitarian la comida, cuya falta ya se empezaba á sentir; y
finalmente que siempre es mejor atacar primero al enemigo que no
ser atacado de él. Por estas razones al fin se consiguió que se
despachasen nueve correos ó postas, los que por todas partes
avisáran y movieren á los confederados. Tambien el capitan de la
Concepcion estaba ya con una partida de 150 hombres en sus
estancias que confinan con las de San Miguel, y para completar
dicha partida se enriaron otros 60 del pueblo. Pusieron en
movimiento á los escuadrones auxiliares, que debian venir de los
pueblos de Santana, del de San Carlos y de los Angeles, 60, del
de los Mártires, 60, del de San Javier, y de Santa María, 30.
Arregladas de repente por aquella parte las cosas, repuesto el
capitan que poco antes lo habian quitado, habièndose vuelto á
sus casas sus gentes, que andaban esparcidas por diversos
pueblos, se creia que el Consejo doméstico habia obrado esta
mudanza, la que luego surtió buen efecto.

81. En los demas pueblos del Uruguay, como avisase el posta que
poco antes habia enviado y ya estaba de vuelta, que no habia
rumor, ni se sentia el enemigo, se daban prisa para esperarlo
los escuadrones de los otros pueblos. Mas, á 20 de Enero llegó
un correo impensadamente, que avisó que el dia 16 del mismo mes,
en las cabeceras del rio Negro, por aquella parte en que hay una
angosta entrada, entre los rios Negro y Yacuy, en las tierras de
San Miguel, la cual entrada ó puerta de la tierra llaman los
indios _Ibiroqué_, habia aparecido el ejército de los españoles
cuando menos se pensaba: que habiéndolo visto cinco
exploradores, les habian confesado que venian 2,000 españoles á
esperar á los portugueses. Marchaban formados en cuatro líneas
sencillas y no apretadas, formando un cuadro, en cuyo centro iba
una innumerable porcion de caballos, bueyes, carretas, y los
bagages de los Gobernadores, y tambien de los capitanes, con
órden. Muy cuidadosos estuvieron en preguntar á los cinco
exploradores, si por ventura algunos PP. Jesuitas estaban en el
ejército de los indios, y de qué número se componia? Les fué
respondido que aun no habian venido los PP., pero que vendrian:
que el ejército por entonces no pasaba el número de 2,000 (así
pareció á los indios engañar al enemigo, siendo apenas 100, y si
se incorporaban los Concepcionistas que estaban cerca, serian
300), pero que habian de llegar á 5,000, luego que se
juntasen todos.

82. Apenas llegó esta noticia cierta al pueblo, que volaron los
correos, y se dió aviso á todos los pueblos, los cuales, ya
parecia que querian salir á campaña, ya que no querian: mas, se
juzgó no tardarian. El dia 21, habiendo hecho primeramente en la
capilla de Loreto una procesion de penitencia, y cantada en el
mismo lugar una misa solemne y votiva _pro gravi necessitate_,
salieron del pueblo de San Miguel 350 soldados, todos de
caballeria, los que pasarian del número de 400 en uniéndose con
aquellos que ya estaban de guardia. El mismo dia salieron de San
Angel 200, de San Lorenzo 50: el dia antes habian salido de San
Luis 150, de San Nicolas 200: el dia siguiente salieron de San
Juan 150, y de la Concepcion 200.

83. No obstante, todas las cartas que venian de las ciudades de
los Españoles anunciaban que habia grandísima esperanza: que por
dias se esperaba de Europa un navio de guerra que habia de
desbaratar todo el tratado; que todo el bienestar de los indios,
en este intermedio que se aguardaban las providencias, consistia
en la constante oposicion á los Ministros reales que estaban en
estas partes, los cuales trabajaban con ahinco en la ejecucion
del tratado, para que antes que viniese de la Corte el consuelo
á los pobres, las cosas estuviesen en tal estado que no
admitiesen remedio, estando una vez tomados algunos pueblos: y
por tanto, protestaban á los indios que harian al Monarca un
gran servicio, si se defendian, oponian y resistian con todas
sus fuerzas, mientras llegaba de Europa la providencia que se
esperaba. ¿Quien creyera esto? que las cosas de los indios esten
en tal estado, y se hallen en tal situacion que para servir al
Rey y prestarle fidelidad, sea necesario tomar contra el mismo
Rey las armas.

84. Marchaban ya sobre el enemigo las sobredichas tropas, pero
con paso tan remiso, como acostumbran para todas las cosas los
indios, que podia el enemigo ocupar facilmente todas las tierras
de la otra banda del Monte Grande. Pero como este tenia
necesidad de buscar los portugueses auxiliares, é irles al
encuentro, marchó hasta Santa Tecla por unos largos rodeos, y
así dió lugar á los indios para que 100 Miguelistas, que iban
con pasos mas acelerados con su capitan José Tiararú, se les
pusiesen á la vista.

85. Los primeros á quien este capitan acometió fueron 16
españoles con su alferez, los cuales fueron á reconocer las
tierras de San Agustin. Habiendo con sus soldados atacado á
estos, facilmente los desbarató, y los despedazó todos, como si
fuera uno solo. A otros 20 no lejos de los Cerros Calvos, que
los indios llaman _Mbatobí_ con la misma fortuna los acabó,
excepto uno que se escapó huyendo: con estas dos matanzas se
hicieron los españoles mas cautos, y así despues escudrinaban ó
exploraban las tierras con tropas mas crecidas: y á la verdad á
fines de Enero, habiendo salido un numeroso escuadron, enviaron
adelante cinco exploradores, á los que, habiendo el capitan José
acometido con poquitos de los suyos, como no hicieren
resistencia, los persiguió y mató á cuatro: mas el quinto,
escapándose por la ligereza del caballo, llegó corriendo á los
españoles, que estaban emboscados detras de las cabeceras llenas
de bosque del Rio Vacacay, y esto, acometiendo con un numeroso
escuadron al sobredicho capitan, y á pocos de los suyos, como
por defecto del caballo cayese en una fosa que habian hecho los
toros, le rodearon ó cercaron, y tambien á algunos indios que
iban corriendo al socorro del capitan; á quien primero con una
lanza, y despues con una pistola, mataron. Y habiéndole muerto,
sus subditos, aunque cercados, rompieron á fuerza los
escuadrones del enemigo, y se pusieron en salvo, quedando muerto
uno, si no me engaño, y otro herido: arrojaron el cuerpo ya
despojado de todo, y como algunos dicen, lo quemaron con
pólvora, mientras aun estaba espirando, y lo martirizaron de
otras maneras. Enterraron (con los sagrados cánticos y himnos
que se acostumbran en la iglesia, pero sin sacerdote) el cuerpo
de su buen, pero muy arrojado capitan, en una vecina selva,
habiéndole buscado de noche los suyos con gran dolor, á la
medida del amor que le tenian.

86. Fué de admirar cuanto cayeron de ánimo los indios con la
muerte tan intempestiva de su capitan, en cuyo valor, prudencia
y arte, tenian puesta toda su esperanza: y por esto, despues de
algunos reencuentrillos que hubo tras el rio Vacacay, desde
visperas hasta la noche, es que cuentan los indios una cosa
particular: que cierto portugues, hijo de Pinto, Gobernador de
la recien construida fortaleza en el Yobí, ó sobrino de parte de
su padre, el cual fué muerto por los indios con una bala para
vengar dicha muerte, en un caballo elegante, y bien armado de
fusil, pistolas y alfange, un Lorenzista, á quien el mozo tiraba
á matar, corriendo confiado á caballo hàcia él, lo traspasó por
la espalda con un tiro de pistola, y como por fuerza del dolor
cayese del caballo, se pusiese otra vez en pié, y se preparase á
pelear con el alfange, lanceado por el mismo indio, finalmente
murió. Despues de estas cosas, retrocedieron los indios,
atendiendo á su corto número, y siguiendo el consejo de su
finado capitan.

87. Siguieron los enemigos bien de mañana (era Domingo, despues
de la Purificacion, 8 de Febrero) y los obligaron á esconderse
en un monte, que ellos llaman _Largo_: el dia siguiente pusieron
sus reales dichos indios cerca de la laguna llamada del
Cocodrilo, ó _Yacaré-pitú_, entre dos zanjones que las aguas
habian hecho: y para estar allí mas seguros, y detener algun
poco al enemigo, determinaron que cerrasen la puerta otros fosos
hechos con arte y por sus manos. Pero como seguia el enemigo el
rastro, de modo que ni en toda la noche podian perfeccionar ó
concluir los fosos y parapetos de tierra, habiendo acampado à la
vista, descansó aquella noche. Desde muy de mañana, (el 10 de
Febrero) formados en batalla los escuadrones, marchó contra los
indios, quienes tomando las armas y saliendo fuera del foso, se
opusieron audaces al enemigo: pero no bastantemente prevenidos,
porque todos los mas, excepto 50, estaban á piè, engañados con
la inmediata funcion, y juzgando que el negocio mas se habia de
decidir con palabras y cartas que con la espada. Algunos
persuadian que se siguiese el consejo del capitan difunto, Josè,
y que se debian retirar hasta las montañas, si tardaren los
aliados: pero prevaleció el dictamen del nuevo capitan Nicolas,
que pensó que debian pelear, si fuese necesario, y de ningun
modo ceder. Este pues en persona, con Pascual, alferez real de
San Miguel, saliendo de sus líneas, se acercó á las del enemigo,
y preguntó, lo que querian? Se le respondió, que ellos iban á
los pueblos de los indios, y que así se apartasen y no
impidieren el camino. Asalarió entonces á un Miguelista, llamado
Fernando, para que fuese á los Generales enemigos y les
preguntase la causa de su venida: con dificultad se halló quien
fuera, pero finalmente marchó, y siendo llevado ante el General
español, habièndole expuesto las cosas que sus PP., ó los
Jesuitas, y las que tambien sus mismos compatriotas habian
padecido para obedecer al Rey, hasta haber muerto ó quedado en
la demanda, le pidió en nombre de sus capitanes y pueblo, que
desistiesen del intento, porque de otra suerte estaba dispuesta
la gente á pelear, y defender lo que era suyo. Dijó el General
español y Gobernador de la Provincia, que habia de ir adelante,
aunque no quisiesen los indios, y que á él y á los suyos habia
de perseguirlos hasta sugetar todos los pueblos, segun el
decreto del Rey: y que sabia muy bien que tres PP. estaban en un
vecino lugarcito, Colonia de San Miguel; y que asì fuese, y les
dijese en su nombre, que él esperaria tres dias (porque
preguntados los baqueanos, dijeron que eran necesario este
tiempo para llevar el aviso, siendo así que el pueblecito dista
del lugar dia y medio de camino, ó casi 30 leguas) y que
viniesen los PP. con los cabildos del suyo y de los otros
pueblos, y al nombre del Rey diesen la obediencia al Capitan
General. Salió de los reales el dicho Miguelista, Fernando, y
refiriendo á sus caciques que estaban esperando algunas pocas
cosas de las que á ellos pertenecian, tomó el camino sin parar,
entre los escuadrones que despues habian de pelear, hácia el
pueblo de San Javier, en donde dichos PP. esperaban de oficio,
parte para precaver los daños de sus ovejas, parte, y
especialmente, para atender al bien de las almas de los indios,
que se disponian al combate. Y como una multitud de soldados
indisciplinados y libres puede acoger cualquier sospecha,
tomando á mal esta retirada de Fernando los soldados de otros
pueblos, pensaron que este, los PP. y todos los Miguelistas
maquinaban insidias y traiciones. Cuatro pues de á caballo (no
sé de que pueblo) conclamaron, y unidos siguieron á Fernando, é
intentaron darle muerte: el que, estando para ser degollado,
pudo librarse huyendo, y al cabo de cuatro dias con dificultad
llegó á los PP. que ya estaban á la otra parte del Monte Grande,
y detalladamente contó en la estancia de Santiago sus peligros,
que la fama mucho antes (como suele) habia divulgado y abultado
con los mas vivos colores.

88. Pero mientras Fernando padecia entre los suyos estas cosas,
el pueblo sufrió de los enemigos un gran estrago: porque apenas
el enviado salió del campo contrario, cuando vió que se formaban
en batalla, se aprontaban las armas y ponian al frente la
artilleria. Se adelantaron cuatro capitanes, y dijeron á voces,
que se apartasen los indios, y diesen lugar para que pasase el
ejército español y portugues, que no querian los Generales
matar, ni quitar las vidas, sino tomar camino libre. Engañada la
plebe sencilla de los indios con este pregon tan falaz, unos se
disponian á retirarse, otros lo comenzaron á hacer: pero otros
mas esforzados y advertidos, rogaban con ardor no se rindiesen,
que ya no era tiempo de rendirse, sino de valerse hasta lo
último de las fuerzas y valor: que convenia morir peleando, y no
huyendo. Alistados pues seis cañones cargados de mucha metralla,
y hecha señal, empezaron los españoles el combate con poco
efecto: porque algunos indios á la primera descarga se
escondieron en los fosos que antes habian hecho, los cuales no
defendian lo bastante á los que se agachaban: otros persistian
peleando, otros retrocedian. Viendo la caballeria del enemigo,
dividido en tres partes el ejército de los indios, con un
movimiento rápido cortó á la que retrocedia de la que peleaba, y
así un trozo, siguiendo á los rendidos, los puso en fuga, y
mató: mas, la otra, unida con la infanteria por la retaguardia,
atacó á los que peleaban, y con ferocidad los destrozó; y
finalmente, con dificultad hizo cesar el General la matanza.
Aprisionaron 150 indios de los que peleaban, y se juzga que casi
son 600 los muertos que quedaron por los campos: los demas se
desparramaron huyendo.

89. No es de admirar que los indios huyesen, y hayan sido
vencidos, así como no es gloriosa para los españoles la
victoria: porque con 3,000 bien armados, con armas de fuego, y
muchísimos bien disciplinados, peleando contra 1,300 que no
tienen sino arcos, flechas, hondas y lanzas, y que no sufren
disciplina, ni conocen gefes, sino en el nombre, hubieran puesto
un gran borron, ó deshonra al nombre español si hubiesen sido
vencidos. No obstante, con inhumanidad usaron de esta victoria:
porque para hacer mas cruda y feroz la guerra, dicen los indios,
que se encarnizaron, _encendiendo de nuevo lo quemado_, y así á
la tarde volvieron á reiterar los lanzazos en casi todos los
muertos, por si acaso algunos estuviesen vivos, y sacando los
reales un poco mas allá del lugar de la matanza. Este dia los
fijaron fuera de los cadáveres.

90. Al dia siguiente, el primero de los fugitivos que llegó á
las montañas, fué un noble Miguelista, llamado Bernabé Paravé,
el que pasando los montes con marcha violenta ó paso acelerado,
trajo á su pueblo la mas triste noticia, aunque de tan lejos,
(esta en realidad ya se esperaba) la que, habiéndola esparcido
tambien á la entrada de las fronteras entre los suyos, llegó, ya
crecido el dia, al pueblo de San Xavier, anunciándole que todos
los indios habian muerto, habiéndose escapado pocos en la huida.
Confirmaron lo mismo otros dos nobles ciudadanos del mismo
pueblo, que llegaron adonde estábamos. Puestos, pues, los PP. en
una gran consternacion, habiendo hecho junta, y determinado huir
del enemigo que ya estaba inmediato, (porque la fama, como es
una embustera, y crece con el miedo, divulgaba que ya en el paso
del Ibicuy, distante de donde estábamos seis ó siete leguas, se
veia un escuadron enemigos, hecho formidable con dos cañones de
artilleria, y que venia á tomar por fuerza á los PP.) se
disponian estos á desamparar el pueblo, y quemar todas las cosas
que no permitia llevar el tiempo. La falta de carretas fué un
gran obstáculo: los indios cargaban los carros con las alhajas
de casa, y á toda prisa acomodaban todos los trastes: los
muchachos y mugeres montaron todos los caballos que habian
quedado á la mano, y caminaron hácia las montañas. En el mismo
dia, un carro, grande del P. que moraba en dicho pueblito, y que
por un incendio de la casa é iglesia, que poco há habia
sucedido, vivia debajo de unos cueros y pabellon, (aun el dia
que llegaron los PP. que habian de tener cuidado de las almas de
los soldados) caminó por adentro y hácia los pueblos, al cual,
como el peso y volumen, como v.g.: dos tachos grandes de metal
colado, siete campanas, casi treinta cañones de fusil, que se
sacaron del incendio, una caja llena de instrumentos de hierro,
y otras cosas de este género, le impidiesen caminar, las
primeras cosas las enterraron en el vecino bosque, otras en la
huerta, y otras en el mismo relente ó canal. Finalmente,
habiendo salido de las chacras todos los moradores, se puso
fuego á las casas, y todo el pueblo ardió; y montando á caballo
ultimamente los PP., siguieron al pueblo.

91. Al ponerse el sol llegóse á la montaña llena de bosque, y
porque el temor del enemigo que se acercaba los tenia
desasosegados, habíase intentado pasar el monte: mas, como la
estrechez y escabrosidades del camino no permitiesen que pasasen
todos, una parte paró á la entrada de la selva, y la otra á la
cumbre de los montes, entre las llanuras de las selvas:
ultimamente, llegaron los PP. por medio de tigres que rugian y
de onzas, de terrible magnitud, en el silencio de la media
noche. Fueron despues de mediodia al pago y estancia de
Santiago, para estarse allí, mientras llegaba una detallada y
segura noticia de la mortandad, y se explorase el movimiento y
intencion del enemigo.

92. Al dia siguiente, muy temprano, hé aquí que llegan 60
hombres valerosos de San Pablo, que eran los primeros que venian
al socorro ya tarde, y habiéndose formado con algunos Luisistas,
y enfurecidos algun tanto, se acercaron á caballo á la capilla,
y despues, poniendose á pié, con audacia se presentaron delante
de los PP., y habiendo hallado á los tres en la puerta de la
capilla, con un razonamiento imperioso y llenos de furor, les
dijeron:–“Que aquellas tierras eran totalmente suyas y de sus
nacionales, y no de los PP.; y por tanto que no tenian cosa
alguna de que disponer y dar á otros, especialmente á los
enemigos: que de los tales sabian ellos, y esto tambien les
constaba de una carta que habian interceptado, que los PP.
conspiraban con los enemigos, y que les querian entregar estas
tierras: y que así, sin demora se volviesen á su pueblo, que
ellos en el campo no los necesitaban para nada.” Cuando así
hablaba el teniente de San Pablo con tan impertinente discurso,
tambien otro jóven noble, sin barbas, empezó á decir otras cosas
peores. Tres soldados Miguelistas, del mismo pueblo y asistentes
de los PP. que se habian llegado á la puerta de la capilla y de
la cerca, espantados de una audacia tan desvergonzada,
embistieron con las lanzas, y se atrevieron á echarlos con
entera y manifiesta temeridad. Viendo esto uno de los Padres, se
arrojó á las lanzas, y asiéndolas con las manos, detuvo el
impetu, y con palabras graves y nerviosas contuvo la audacia, y
hizo que se apartasen. Habiendose sosegado el tumulto, aunque
los aguaderos, cocineros y todos los muchachos de los PP. otra
vez anduviesen armados por la cocina, no se intentó cosa mayor.
Finalmente se tranquilizaron, habiendo todos los PP. reprendido
la temeraria audacia de los del pueblo de San Pablo, y habiendo
hecho demostracion que todas las cosas que hablaban eran falsas,
y la acusacion infundada. Se indagó que cosa dijese la carta,
quien fuese el autor, quien el testigo, y en que lugar se halló.
Pusieron ó presentaron en medio á cierto Luisista, el cual dijo
delante de todos, que él habia pillado la carta, la habia leido,
é interpretado, y finalmente la habia enviado á su superior ó
cacique. Preguntándoles que cosa habia comprendido de aquella
carta, dijo, que se pedian en ella pasas, garbanzos, habas y
otras legumbres para sustento de los capitanes de los enemigos,
cuyos nombres, puestos en la carta, yo mismo leí. Se les
demostró que habia entendido, ó interpretado mal la carta,
porque era del cura de San Miguel, quien pedia las sobredichas
legumbres para su cocina y la de sus compañeros, é insertó en
ella los nombres de los capitanes, para que supiesen los demas
PP. que los Generales estaban ya aquí con el ejército: por fin
se apaciguó la gente amotinada. Los capitanes de San Pablo,
habiendo pedido antes perdon á los PP. y á los Miguelistas que
estaban en su compañia, á los cuales tambien tenian por
sospechosos, se retiraron á sus reales, que desde antes de ayer
tenian puestos en un rio que corre al pié de la colina del pago,
ó estancia.

93. Despues de visperas, juzgando los PP. que todo estaba
sosegado, hé aquí otro alboroto: que iban llegando las reliquias
de los Luisistas, los que eran unos 20, que de la Matanza habian
quedado vivos, y mesclados con algunos otros soldados de los
otros pueblos; los cuales, apeándose de los caballos, se
entraron á la capilla de Santiago, y hecha oracion, cantaron
tambien un responso por los que habian muerto en la pelea. Y
habiendoles perorado uno de los capitanes una breve oracion
fúnebre, salieron de la capilla, pero con tan grave rostro y
furioso semblante, que no hablaron, ni saludaron á los PP. que
estaban presentes: antes bien despidieron prontamente al cura
que les hablaba, y diciendo que no tenian cosa alguna que
tratar, se fueron á la espalda de una huerta de duraznos, en
donde se acamparon, y despues, habiendo entrado en la huerta, se
hartaron de frutas, de que estaban cargados los árboles.
Callaron á estas cosas los PP., porque no fuese que, entrando ya
la noche, intentasen los amotinados ofenderles, ó hacerles algun
daño: y así se mandó estuviesen en vela, y armados á la puerta
de la capilla, todos los Miguelistas compañeros de los PP.
Pasóse toda la noche, y habiendo hecho estos una junta, pensaron
era mejor ceder al desenfrenado furor de la gente, y retirarse á
la seguridad del pueblo. Llegada, pues, la mañana, montaron á
caballo y se fueron al pueblo, llegando este dia al pago ó
estancia de San José.

94. Hallaron aquí un escuadron de Miguelistas, que iba al
socorro de los suyos, y consternados con los nuevos avisos que
habian venido la noche pasada, que el enemigo ya habia ocupado
el Monte Grande, no sabian determinar lo que habian de hacer. El
capitan de este escuadron (era teniente del pueblo), habiendo
recibido despues un aviso, se volvió aquella misma noche á dicho
pueblo, y mandó que todos los moradores de él, y principalmente
los de edad y sexo mas débil, se presentasen para huir. De tal
suerte arredró tambien con este aviso á las partidas auxiliares
de los otros pueblos que encontró en el camino, que varios de
ellos retrocedieron y se volvieron á sus pueblos. Mas, despues
que se desvaneció este rumor falso, y reconocida la falsedad del
caso, los capitanes determinaron que debian esperar á los
enemigos, de esta parte de la montaña, y cuando estuviesen
empeñados en penetrar los montes á la vista de sus pueblos,
habian de pelear hasta dar el último aliento. Por lo dicho habia
corrido en los pueblos un terror pánico y turbacion: mas, como
el enemigo no solamente no se acercase á las montañas de San
Miguel, sino que se declinaba de las estancias de Santa Catalina
hácia el oriente, en las tierras de San Luis, mudaron de
pensamiento, y siendo los primeros los Miguelistas, pasaron el
bosque, se acamparon á su entrada, y enviaron fieles
exploradores, que observasen con cuidado los movimientos
del enemigo.

95. Entretanto, de todas partes venian, movidos con nuevos
avisos, nuevos escuadrones, y bastantemente numerosos, los que
ya antes habian sido pedidos y se esperaban, y que, con el falso
rumor del vecino enemigo y de las muestras, vacilaban y
titubeaban. Despues de tanta tardanza, los primeros que volaron
al lugar de la mortandad que acababa de hacerse, fueron 130
Guanoas, gentiles confederados; quienes, viendo el destrozo ó
estrago de los suyos, y el campo sembrado de cadáveres,
gimieron, y tambien derramaron lágrimas. Despues vinieron los
del pueblo de Santo Tomé, y asimismo los de San Borja, y despues
los de casi todos los demas pueblos del Uruguay, excepto los de
San José y San Carlos: y así habia junto cuatro ejércitos de
soldados, y se esperaba que restaurarian todo el negocio, á no
haber sucedido que las discordias domésticas otra vez dividiesen
é hiciesen desparramar como agua á tan numerosos ejércitos antes
que se juntasen.

96. Los primeros que se retiraron de la reunion fueron los
Borjistas; porque estos, despues de haber visto el lugar de la
matanza, y los montones de muertos, acaso horrorizados con aquel
espectáculo, ó exasperados de alguna palabrilla, (porque ahora
era la primera vez que venian, cuando ya las cosas iban
perdidas) se volvieron á su pueblo, dejando dudoso el motivo.
Los Tomistas, por la misma razon ó por alguna contienda, tambien
se volvieron, y se decia que habian muerto á un noble
Miguelista, porque jamas apareció.

97. Los de San Angel, desde que salieron de su pueblo, ya venian
enfurecidos, y cuando encontraban á los Miguelistas, los
despojaban de los caballos y armas, en venganza, decian, de que
en sus tierras habian perecido tantos de sus parientes: y
habiéndose ido al pueblo, que poco há se habia quemado en la
montaña, allí se arrancharon; y aunque repetidas veces se les
pidió, y convidó á que se uniesen con la demas gente que estaba
en Santa Catalina, no se pudo conseguir. En este interin cuantas
cosas encontraban, las pisoteaban ó destruian: es á saber,
mataron las ovejas, desbarataron el techo de la casa de los PP.,
que por su teja y ladrillo habia quedado en piè, y sacando las
cosas que estaban enteras, las hacian como tributo, ó paga de
alguna culpa. Movidos finalmente los Miguelistas con estas
cosas, como ya tambien ellos se volviesen, habiendose
desparramado algunos, despues de alguna contienda de palabras,
vinieron á las armas y los embistieron cercándolos, porque
estaban á caballo, y aquellos á pié: de una y otra parte hubo
heridas, pero no pasó adelante la cosa.

98. Los Juanistas, Luisistas y Lorenzistas fueron volando á las
entradas de su bosque, ó á las abras de las montañas, por la
parte que mira á sus estancias, porque hácia aquella parte como
dijimos, el enemigo habia declinado. El capitan de la
Concepcion, Neenguirú, habiendo enterrado los muertos, se retirò
á sus estancias, los de San Nicolas á las suyas, y los otros á
otras partes.

99. Cuando las cosas sucedian á los indios tan poco favorables
para con el enemigo, llegó de Europa lo mas fatal: porque ahora
debemos tratar de cartas, escritos y edictos. Diremos
primeramente ¿qué contenian las cartas que vinieron de los
reales de los enemigos? Estando, pues, acampado el enemigo en
los campos de San Luis, á la orilla del rio Guacacay, se recogió
todo el ganado de este pueblo que ya estaba disminuido con la
guerra, y se tomó sin ningun impedimento, y una parte de él
envió á las tierras de los Portugueses, reservando lo demas para
su sustentacion ó mantenimiento. Despues de esto, envió á sus
casas algunos cautivos de cada uno de los pueblos, con dos
cartas de un mismo tenor para cada pueblo: una venia en idioma
español y otra en guaraní: en ambas exageraba su clemencia, y
principalmente en el cuidado de los heridos, y que con su paso
tardo queria mover la barbaridad de los indios, causa de tantos
desastres, y que con tantas muertes de sus parientes se
mostraban inmobles á los llantos de tantas viudas y pupilos; que
si no venian con sus curas y cabildos humillados, y pedian
perdon, habian de sufrir el último rigor y suplicios. Estas
cartas se enviaron con otras que trageron, y se entregaron á los
pueblos: no respondieron á ellas.

100. Por entonces se fulminó de España la última decretoria
sentencia, la que, como se decia, trajo un navio por el mes de
Febrero: el tenor de ella es este:–“Que de lo alegado y probado
en el modo posible está cierto el Rey, que los individuos de la
Compañía unicamente tenian la culpa de la resistencia de los
indios: por tanto, que diesen corte para que el tratado real se
ejecutase á la letra, y el negocio se cumpliese
indispensablemente. Ni aquella severidad, ni la del Marques de
Valdelirios, intimada al Prelado de la Provincia, sirvió de
algo, enviándole espuestas las cosas que estan dichas antes: y
así despues rigorosamente prohibia toda apelacion, è
imperiosamente mandaba al P. Provincial, que inmediatamente
pasase á las Misiones á componer las cosas: y no haciéndolo así,
declaraba á los PP. reos de lesa magestad, y prevenia que se
aplicaria el castigo competente á semejante crímen, segun ambos
derechos.” Tambien nuestro Comisario renovó las censuras,
preceptos y amenazas, de que antes hemos hecho muchas veces
memoria. Que el confesor del Rey, aunque en público habia sido
despachado honoríficamente, pero que en oculto, con una
reprension severa habia sido privado, y que toda la Compañía
habia incurrido en la indignacion real. Que habian de venir en
el próximo Mayo 1,000 soldados veteranos, y mas, si fuesen
necesarios, y cuantos se pidiesen para avivar la guerra. Por
tanto, que se mandaba á los generales que prosiguiesen la
guerra, y que si por las dificultades de los caminos no pudiesen
llegar, que invernasen y fortificasen los reales, mientras
llegasen los socorros que se esperaban. Con estas cartas vino
tambien poco despues otra semejante del P. Provincial de la
Provincia, renovando los preceptos y mandatos. Y junto con ella
otra del mismo que habia respondido al Marques, en la que decia:
que habia entendido todas las cosas, y que la apelacion que se
le habia entredicho ó negado al Rey de la tierra, la habia de
pedir con tanta mayor confianza al Rey del cielo, de cuya
apelacion ninguno ha de ser privado. Despues se escusaba de no
poderse poner en camino por su poca salud, y hallarse próximo á
la muerte; y le añadia, que renovaba todos los mandatos
anteriores, y que imponia á los PP. todos los preceptos que
podia: aunque sabia que todo habia de ser vano, como que ni él
ni ellos tuviesen dominio sobre tantas y tan libres y tan varias
voluntades de los indios: y que si en su voluntad de tal suerte
estuviesen incluidas las de los indios, como en la de Adam, las
de sus descendientes, ó á lo menos como la de los PP.
Misioneros, por medio de la santa obediencia, no dudaria del
efecto: mas siendo así, que no esperaba cosa alguna, que el
Marques con su agudo juicio le sugiera modo con que esto con mas
eficacia pueda ejecutarse, ó que obligue al Sr. Obispo, que
andaba en visita en las inmediatas ciudades, se llegue á estas
inmediaciones, y que con su autoridad y suavidad los persuada.
Que él así lo juzgaba, y tendria á bien; y lo que es mas, que èl
así se lo pediria, dejando en libertad á los afligidos pueblos,
en que ya no habia impedimento. Aunque despues de publicadas, no
faltaron altercaciones ò movimientos, especialmente siendo
compelidos otra vez los PP. á dejar los indios, y á una retirada
imposible.

101. Como estas palabras tan severas, no menos que inicuas y
nunca esperadas, arredraban los ánimos de toda la provincia,
sabiéndolas los indios, algunos se obstinaron, mas otros
avisados y exhortados de los PP., se rendian ya; porque los
Luisistas, Lorenzistas y los de Santo Angel estaban cargando sus
cosas, especialmente cuando por segunda vez llegaron á los
pueblos otras cartas del Capitan General del ejército, en las
cuales (eran dos) trataba á los indios con blandura, llamándolos
hermanos, amigos, engañados por los malos consejos de un ánimo
codicioso; y por tanto que no creyesen á otro sino á él; que ya
sus PP. habian caido de la gracia del Rey, de lo que era señal
haber repudiado su confesor, y que el Monarca en adelante daria
muchos argumentos de su severidad: que conociesen su buen ánimo,
y quisiesen confiarse de él, y que, egecutando prontos lo que
les mandaba, mejorarian su situacion.

102. Con los PP. empero usaba de amenazas, y exageraba la
matanza, echándoles á ellos la culpa; porque siendo así, que en
otras ocasiones conseguian de los indios todas las cosas, ahora
que tanto interesaba á la fé ó palabra real, y á sus intereses,
se estaban remisos en mano sobre mano. Que habia la esperanza de
conseguir la real clemencia, si persuadian á los indios, y los
PP. mismos en persona viniesen á él con los caciques y cabildos
rendidos y humillados: porque si no lo hacian así, luego al
punto habia de egecutar todo lo contrario, vistas y oidas
las cosas.

103. Los Luisistas fueron los primeros que enviaron nuncios con
cartas para el Capitan general, en las cuales prometian que se
habian de mudar como les volviesen los cautivos, y les señalasen
tierras á propósito, las que en vano antes habian buscado. Los
Lorenzistas reusaban semejante legacia, pero se sugetaban al
parecer de uno. Los de Santo Angel ya habian hecho otra
semejante carta, y enviaron 20 hombres al Monte Grande, hácia el
pueblo de San Javier, á disponer el camino. Pero despues se
perturbaron todas las cosas por la pertinacia y sugestiones de
los demas pueblos, y porque diez caciques de la Concepcion
vinieron acá donde estabamos. Hicieron arrepentirse á los
Luisistas de su sumision, y mucho mas el enviado que volvió del
Gobernador, el que se resintió del semblante demasiadamente
sèrio con que fué recibido, y á mas de esto, por no haber
conseguido se les diesen sus cautivos; y mas que todo, porque la
carta de respuesta no se habia remitido á los indios, sino al
cura, y esta sobradamente seca é insipida. “No es esta la
respuesta, decian, por la cual se ha de entrar á la clemencia
del Rey. Debíase omitir que el cura con sus feligreses saliese
humillado, por estar esto bastantemente insinuado, envano
esperado, y no haber otro remedio.” Ofendidos, pues, con estas
cosas, volvieron á la antigua obstinacion, y así dispusieron
nuevas tropas contra el enemigo, en número de 400.

104. Los Lorenzistas tambien, amedrentados por sus soldados que
habian vuelto, mudaron de parecer, ó por mejor decir, lo
suspendieron. Los de Santo Angel empero, habiendo quitado por
fuerza las cartas al correo en el paso del Iguy, en donde los
militares superiores estaban fabricando un fuerte, y pasando
despues al pueblo, embistieron armados, y pidieron para deponer
al corregidor, ó cabeza del cabildo, el que era autor de dichas
cartas. No obstante se apaciguaron los amotinados, emprendieron
otra cosa, sino solamente que los que estaban abriendo la selva,
con amenazas se les mandó cesar en el trabajo. Se recogieron
pues en todas partes nuevas tropas, que se aprontaron despues
contra el enemigo.

105. Entretanto que los indios disponian estas cosas en sus
pueblos, el enemigo se acercó á las ásperas montañas, llenas de
bosques, en aquella parte donde está el camino mas árduo, y para
las carretas, casi imposible. No halló resistencia alguna,
despues de algunos pequeños reencuentros de casi ningun momento,
fuera de uno ú otro. El uno fué, que al paso de un monte, en
donde los indios se habian fortificado con empalizadas, fueron
desalojados con una numerosa porcion de tiros. El otro, que
queriendo los enemigos entrar al bosque ó selva, un indio de á
caballo, que era tenido por cobarde entre sus compañeros, (era
Lorenzista) acometió al cuerpo del enemigo, y dejándole este
entrar corriendo por medio de los escuadrones que se habian
abierto, y disparándole todos, volvió á los suyos sin lesion.
Pero, siendo pocos los que debian defender el camino, aunque
insuperable, ocupó el enemigo el Monte Grande, y trepando la
caballeria, hasta pasar las asperezas de las montaña, se mantuvo
en el desfiladero de la salida, y así quedó seguro el bosque
para la infanteria.

106. Puesta ya en salvo esta, se empeñó el enemigo en un trabajo
improbo, de hacer volar con minas los peñascos durísimos:
dividió en piezas las carretas, arrastró las ruedas con tornos,
y trasportó todas las demas cosas en hombros de negros, y de los
indios cautivos, con el trabajo de un mes, y aun quizas mas. Se
trabajó tanto, que al tercer dia de Pascua todo el ejército
estuvo en el pago, ó estancia de San Martin. Estando aquí el
enemigo, los Miguelistas le entregaron dos cartas, en las cuales
les protestaban que ellos de ningun modo habian de ceder sus
tierras, sino que se habian de resistir todo lo que pudiesen.
Las recibió con escarnio ó mofa, y se les respondió, que les
convenia obrar al ejemplo de los de San Luis. Y aunque los
vecinos de Santa Fé, y los de las demas ciudades decian, que
ellos marchaban forzados, con todo, ambos generales, español y
portugues, con su presencia urgian el viage.

107. Por esta razon, el Domingo despues de Resurreccion,
movieron los reales, se encaminaron hácia los pueblos, y
llegaron á la estancia de San Bernardo, que es del pueblo de
Santo Angel, al Domingo siguiente, con marcha de una semana,
siendo en otras ocasiones camino de un dia, y en las cercanias
de esta estancia los esperaba escondidos y en silencio el
ejército de los indios, por consejo de los gentiles Guanoas
y Minuanes.

108. Despues del segundo Domingo, dia 3 de Mayo, como bajasen de
la estancia de San Bernardo á las cabeceras del arroyo llamado
_Ibabiyú_, que está á la vista de la estancia de San Ignacio, de
la jurisdiccion de San Miguel, salieron de repente 2,000 indios
de los escondrijos, en donde se ocultaban, y se estendieron por
las cumbres de los opuestos collados, y se formaron en media
luna: los de á pié se mantuvieron en las colinas; pero la
caballeria, capitaneada por los gentiles, á toda carrera
acometió al enemigo. Este, juntando sus carros en círculo, formó
una fuerte trinchera, y á la frente estendió sus escuadrones, y
porque estaba defendido con artilleria y armas de fuego, la
vanguardia se empeñó en el combate, mantenièndose así hasta la
noche. Mataron algunos españoles, mas no se sabe el número:
porque unos dicen que fueron muchos, otros doce, y otros menos.
De los indios murieron seis de Santo Angel, un Nicolasista, un
Miguelista, y no mas.

109. Al acabar la noche siguiente, se arrimaron los indios á la
trinchera del enemigo, y si hubieran hecho las cosas con
silencio, les hubiera salido bien su estratagema: mas como se
acercasen de repente con griteria, los sintió todo el ejército:
entonces despertándose el enemigo, se puso sobre las armas, y
casi por todo el dia duró la guerrilla, pero sin especial
ventaja; salvo que los de la Cruz quitaron una tropa de caballos
al enemigo, habiendo muerto tres de los que la custodiaban: de
parte de los indios solo murió un gentil.

110. El dia 5 de Mayo los indios debian repetir el ataque, mas
el enemigo en el silencio de la noche, fingiendo retirarse, como
viese que los indios habian ido á ocupar los caminos que tenian
por la espalda ó retaguardia, de repente se dirigió hácia los
pueblos y marchó formado en batalla. Con cuya repentina astucia,
quedàndose perplejos los indios, volaron por los atajos que
ellos sabian, al paso ó vado de un riachuelo, llamado
_Chuniebí_, el cual no dista del pueblo de San Miguel, sino
escasamente cinco leguas. Aquí fortificaron el vado, y orillas
del rio con estacadas, y habiendo sacado del pueblo de San
Miguel dos cañones de hierro, y fabricados á toda priesa otros
cinco de madera durísima, (llámanla _Tajibo_, y los indios
_Tayí_) se apostaron los Miguelistas para defender el referido
paso. Los demas insensiblemente se volvian á sus pueblos
vecinos, á cuidar, como decian, de salvar á mugeres, hijos
é hijas.

111. El enemigo entretanto estuvo detenido los cuatro dias
siguientes en el pago ó estancia, dicha _Ibicuá_, parte por las
lluvias, parte por otras razones. Aunque estaba ya tan vecino el
enemigo, no se podian bastantemente persuadir los indios de
salvar sus cosas. Finalmente por la mañana se juntaron los
Miguelistas á llevar las alhajas mas preciosas del templo hacia
el arrojo Piratiní, á una hermita hecha de cespedes, de un
pueblo antiguo, y con esta ocasion se persuadió lo mismo á los
de San Lorenzo, y despues à los Juanistas y Angelotes. Pero con
flojedad llevaban las dichas cosas, y no á mayor distancia que
la de dos leguas del pueblo.

112. El dia 10 de Mayo se acercaron los enemigos al rio: pero
recibidos con la artilleria que estaba oculta en la selva,
fueron muertos, segun dicen, 64, incluyendo en este número los
que mataron los gentiles en los reencuentros. No obstante,
pasaron adelante, retrocediendo los que defendian las orillas
del riachuelo.

113. El dia 11, entrando algunos Nicolasistas con otros soldados
al pueblo de San Miguel, sacaron toda la gente del sexo y edad
mas débil, y así salieron las mugeres y casi todos los niños,
que se desparramaron por los campos hácia el Piratiní.

114. Dia 12. Habiéndose el enemigo acampado en las canteras del
pueblo, distante casi tres leguas de él, y ya á la vista, al
caer de la tarde, los PP. del pueblo de San Miguel se fueron
huyendo tambien al dicho Piratiní, no salvando nada del pueblo
de San Miguel, sino que escondidas acá y acullá, y enterradas
las cosas, se fueron. Esto se hizo por falta de bueyes y de
caballos que llevasen los trastes en carros; porque en estos
dias, moviéndose, como es costumbre, una disencion entre los
indios, no sé porque sospecha, originada de que se hubiesen dado
caballos á un paisano, llamado _Tary_, que se habia pasado á los
enemigos, que aquel los tenia bastantemente gordos, viniendo los
demas españoles en flacos y exaustos, como los soldados de los
otros pueblos, quitaron á los pobrecitos Miguelistas casi todos
los caballos y bueyes. De aquí nació que, despues de la salida
de los PP., los soldados de los otros pueblos, especialmente los
de San Nicolas, los Angelotes y Tomistas, pillaron todos los
bagages y el bastimento que se habia dejado en el pueblo,
habiendo hecho pedazos las puertas, y aporreado al portero, se
llevaron cuanto encontraron: y despues de saqueada la casa de
los PP., le pegaron fuego: el que, tomando cuerpo en los techos,
descubrió muchas cosas que estaban escondidas en los entablados,
dejando por presa de los indios lo que no consumia. Tambien
pegaron fuego al pueblo, pero la gran lluvia que cayó esta noche
apagó el incendio, quemándose toda la casa de los PP., mas no la
iglesia, á la que perdonaron las llamas, dudándose si atajado
por el Santo Patrono San Miguel, ó por sus altos paredones
de piedra.

115. Entretanto, los PP., con toda la gente del pueblo, pasaron
la noche muy lluviosa en el campo, sin tiendas. No obstante, las
trageron al dia siguiente, 13 de Mayo, y en el pueblo,
habiéndose quedado encerradas en su claustro las mugeres, que
llaman _recogidas_, como viesen las llamas, y sospechasen lo que
era, golpearon fuertemente las puertas, y al cabo los del lugar
las soltaron, y los de San Angel las llevaron á su pueblo. Los
moradores de los demas que estaban aquí, midiendo ya su mal por
el ageno, empezaron con mucha actividad á poner en salvo las
cosas del pueblo.

[Footnote 1: _Ensayo de la historia civil del Paraguay_, etc.,
tom. III, pág. 58.]

[Footnote 2: Diario de Henis, pág. 46.]

[Footnote 3: El dia 14 de Noviembre de 1754.]

[Footnote 4: Pàgina 46.]

[Footnote 5: El Marques de Valdelirios recuerda estos hechos al
Gobernador D. Pedro de Cevallos, en un largo oficio que lo
dirigió, en Setiembre de 1759, desde San Nicolas: diciéndole,
que, “segun le aseguraron, no se habia suspendido la obra hasta
que hubo noticia de la funcion de Caybaté, y que entonces arrojó
los pinceles el Coadjutor que estaba trabajando en ella.”]

[Footnote 6: Forma la IV parte de la _”Coleccion general de las
providencias hasta aquí tomadas por el Gobierno sobre el
estrañamiento y ocupacion de temporalidades de los Regulares de
la Compañia de Jesus, de España, Indias, etc._ Madrid, 1767,
4to.” Con este motivo publicó Ibañez por primera vez el texto de
Henis, con el título de _Ephemerides belli guaranici, ab anno
1754_; con una version al castellano, cuya inexactitud se empeñó
en demostrar el P. Muriel en sus Apéndices á la traduccion
latina de la _Historia del Paraguay_ del P. Charlevoix, que
publicó en Venecia en 1779, fol.]

[Footnote 7: D. Pedro de Cevallos atacó dos veces la Colonia: la
primera en 1762 siendo Gobernador de Buenos Aires; y la segunda,
que aseguró definitivamente á España la posesion de esta plaza,
el año de 1777.]

[Footnote 8: En la guerra de 1802 entre España y Portugal, esta
última potencia se apoderó de los siete pueblos, situados en la
márgen izquierda del Uruguay.]

KUPRIENKO