Restrepo Vicente. Los chibchas antes de la conquista española. Рестрепо Висенте. Чибча до испанской Конкисты.

Restrepo Vicente. Los chibchas antes de la conquista española.
Рестрепо Висенте. Чибча до испанской Конкисты.

Edición original: Bogotá, Imprenta de la luz. 1895
Notas: Libro escrito por Vicente Restrepo. Tiene el objetivo de llevar a cabo una revisión de la historia de los chibchas, tomando aspectos como: origen, organización política, dioses y cultos, vestido, adornos, etc.

INDICE

PRÓLOGO

CAPÍTULO I

Origen de las voces chibcha, muisca y mosca-Límites, extensión y población de la nación Chibcha-Unidad de origen de sus habitantes-Bosquejo de las costumbres de sus vecinos-Crueldad y antropofagia de los Muzos y de los Panches-Animo apocado de los Sutagaos.- Tribus que ocupaban los Llanos-Costumbres salvajes de los Tunebos y de los Laches-Tradiciones de los Chibchas relativas a su origen- Inmigraciones sucesivas que ocuparon el Nuevo Reino de Granada- De dónde vinieron los Chibchas.

CAPÍTULO II

La lengua chibcha comparada con las lenguas americanas-No tiene afinidades con el japonés el maya, el quiché y el quichúa-Errores de Brinton acerca del origen común de los Chibchas y de otras tribus, y la difusión de su lengua-Comparación del chibcha con el sinsiga, el aruaco y el chimila-Afinidades del chibcha con el talamanca, el guayamí y otros dialectos istmeños-La migración de los Chibchas vino de la América del Norte, lejos de haber partido del país de éstos hacia Costarrica, como lo sostiene Brinton-Semejanza de las obras de arte de los Talamancas y Chiriquíes y desemejanza de las de unos y otros respecto de las de los Chibchas-Similitud de algunas de sus costumbres.

CAPÍTULO III

La lengua chibcha y las obras que tratan de ella-Cosmogonía de los Chichas-Chiminigagua, el Dios creador-Bachué, la madre de los primeros hombres-Dos caciques convertidos en sol y luna-Fiesta del huán-Bochica, civilizador y maestro de la nación-¿Existió Bochica, o es un mito que personifica el Bien?-¿Fue uno de los apóstoles?-Las cruces chibchas-¿Era Bochica el mismo personaje que Idacansás?-¿Quién era éste?-Errores de Piedrahita relativos a Bochica-Quién fue Huitaca-Formación del salto de Tequendama.

CAPÍTULO IV

Los dioses chibchas-El Sol y la Luna-Bochica y Chibchachum-Cuchabiba, el arco iris-Bachúe y su esposo-Chaquéa-Nencatacoa-El diablo, guahaioque-Descripción de los templos y adoratorios de los Chibchas-Idolos y ofrendas que les hacían-Fiestas de rogativas- Idolillos lares-Gran abundancia de ídolos que tenían-Rendían culto a las lagunas, ríos bosques, etc-Noviciado de los jeques; enseñanzas que recibían en sus cucas o seminarios-Su vida austera y retirada-Uso que hacían de la coca.-Sahumerios-Ofrecimientos y peticiones hechos por medio de ellos-.Viejos hechiceros y agoreros- Supersticiones y agüeros que fomentaban-Yerbas y bebedizos- Amuletos de que se servían los hechiceros para vaticinar y modo de usarlos.

CAPÍTULO V

Ideas de los Chibchas sobre la vida futura-Recompensas y castigos-Resurrección de la cacica de Guatabita y de su hija-Juicio universal y resurrección general, según Castellanos-Vicios comunes entre los indios-Cómo cumplían los deberes morales para con los demás-Solemnes procesiones religiosas.

CAPÍTULO VI

Sacrificios humanos-Los mojas o sacerdotes niños-Inmolaciones de adultos en los adoratorios y en los cerros-Sacrificios en Gachetá y Ramiriquí-Inmolación en la gavia-Horrible inmolación de niñas en los cimientos de las casas nuevas-Entierro de las mujeres y esclavos vivos de los caciques-Sacrificios con sangre de aves, con agua, fuego, tierra, oro y esmeraldas.

CAPÍTULO VII

Sacrificios de los Chibchas en las lagunas-Leyenda de la cacica de Guatabita-Cruel castigo de su infidelidad-Se ahoga con dos niñas en la laguna-Peregrinaciones a las cinco lagunas sagradas- Carreras y premios-Borracheras y ceremonias de las ofrendas-Varios caciques arrojan oro en la laguna al tener noticia de la venida de los españoles-Tentativas hechas para desaguar las lagunas-Quién era el cacique Dorado-Cuándo se celebraba la ceremonia del Dorado-La balsa de oro hallada en la laguna de Siecha.

CAPÍTULO VIII

Soberanos que gobernaban a los Chibchas-Gobierno absoluto-Obediencia y respeto de los súbditos-Presentes que se daban a los caciques- Nobleza, usaques y guechas-Tributos-Castigo de los que no los pagaban-Esclavos-Tiguyes o mujeres de los caciques-Prioridad y privilegios de la favorita-La rival de la privada de Meicuchuca, convertida en culebra-Modo de heredar los caciques-Prueba de la continencia-El cacique de Chía, heredero del zipa, por qué?-Reclusión de los herederos de los caciques-Fiestas de coronación de los caciques y del zipa.

CAPÍTULO IX

Antiguas leyes de los Chibchas-Leyes de Nompaném, del guatabita y de los Guanes-Leyes de Nemequene-Mensajeros que anunciaban la guerra-Espías-Preces y sacrificios antes y después de la guerra- Insignias con que se distinguían los nobles-Armas e instrumentos de música-Momias que llevaban en el ejército-Descripción de un combate-Grado de valor de los Chibchas.

CAPÍTULO X

La niñez entre los Chibchas-Pruebas de la suerte feliz de los niños y de su laboriosidad-Sumisión a los superiores-Poligamia-Modo de celebrar los matrimonios-Fiestas del estreno de las casas-Fiestas de los caciques en las labranzas-Danzas, cantares y arrastres de madera-Sepultura de los caciques y del zipa-Diversas clases de entierros-Momias que conservaban en los templos-Aniversarios-lb. Riquezas sacadas de los sepulcros, santuarios, etc.

CAPÍTULO XI

Propiedad de las tierras-Agricultura-Plantas alimenticias-Frutas-Venados y otros animales cuya carne comían-Sal compactada-Esmeraldas de Somondoco-Tejuelos de oro que servían de moneda-Mercados y ferias-Construcciones-Cercado del zaque-Casa fuerte del zipa en Cajicá-Patenas de oro que pendían de los cercados del hunsa y del sugamuxi-Monumentos de piedra de los Chibchas.

CAPÍTULO XII

Vestido de los Chibchas-Gorras con que se cubrían hombres y mujeres- Cómo se sentaban-Orfebrería-Vaciaban las figuras en moldes- Piedras grabadas que servían de matrices-Soldadura y dorado-Las obras de orfebrería y cerámica chibcha eran inferiores a las de otros pueblos del Nuevo Reino-No revelan gusto artístico-Su descripción-Joyas y arreos que adornaban sus personas-Armas ofensivas y defensivas figuradas en oro.

CAPÍTULO XIII

Significación de las figuras de oro y otras materias que se encuentran en las sepulturas-Gazotilacio y tunjos de oro hallados en el sitio de Chirajara-Idolos y personas principales que representaban-Alimañas de oro y de cobre-¿Hacían uso de símbolos?-Descripción de vasos, figuras humanas y otros objetos de cerámica-Instrumentos, figuras y dijes de piedra-Objetos cuya imagen no reproducían en metal, arcilla ni piedra.

CAPÍTULO XIV

Sistema de numeración do los Chibchas- Significación de las voces numéricas, según el doctor Duquesne, y cifras que dice que las representaban-Opinión contraria del barón de Humboldt-Cómo dividían el tiempo-Años de 20 y de 37 lunas que les atribuye el doctor Duquesne-El supuesto calendario chibcha-Las piedras con figuras realzadas no sirvieron de calendarios-Los trabajos del doctor Duquesne carecen de valor científico.

CAPÍTULO XV

Los aborígenes de Colombia no conocieron ninguna clase de escritura-Testimonio de varios autores que lo prueban-Los petroglifos no pueden atribuirse a una raza anterior a la que hallaron los conquistadores-No son en ningún caso cartas del país-La piedra de La Peña-No recuerdan cataclismos-Las piedras de Saboyá y Gámeza-Tampoco señalan los linderos de las tribus-Figuras grabadas por los transeúntes modernos en la Sierra Nevada, Seboruco, Ramiriquí y Facatativá-Pictografías de Pandi, Facatativá, Bojacá y Anacutá-El estudio de los petroglifos colombianos es infructuoso para la ciencia.

CAPÍTULO XVI

Los Chibchas no tuvieron historia-Jamás se vieron sometidos a un solo cetro-Opinión contraria de Piedrahita, refutada con citas de los demás cronistas y de él mismo-Tradición fabulosa relativa a Hunsahúa-El monstruoso Tomagata-Tutasúa-Encarnación de Garanchacha, hijo del Sol-Su gobierno y desaparición.

CAPÍTULO XVII

Errores históricos en que incurrió Rodríguez Fresle-Antiguos caciques de Iraca-El grande hechicero Idacansás-Orden de sucesión de los cacique de Iraca-El Bermejo usurpa el poder- El cacique D. Felipe-La leyenda de la cacica de Furatena.-Objeciones a la crónica de los sucesos de los últimos sesenta años anteriores a la conquista española.

CAPÍTULO XVIII

Saguanmaehica conquista los Fusagasugáes, vence al guatabita y al ubaque, declara la guerra al zaque, y mueren ambos en la batalla de Chocontá-Nemequene castiga la rebelión de los Fusagasugáes, sujeta a los caciques de Zipaquirá y Nemocón, asalta alevosamente al guatabita y se apodera de sus estados, somete al ubaque, al ubaté y al simijaca, da leyes en su reino, declara la guerra al hunsa, y es herido de muerte en la batalla de Las Vueltas-Sucédelo Tisquesusa-Llegan los españoles cuando éste estaba en campaña contra el zaque-¿Estaban los Chibchas en progreso o en decadencia en la época del descubrimiento?

CAPÍTULO XIX

Tiranía de Tisquesusa y Quemuenchatocha-¿Cómo pudieron 166 españoles someter a la nación chibcha?-Constancia y valor de los Castellanos-El sueño de Tisquesusa, resistencia de éste a los españoles y su muerte-Quemueuchatocha es hecho prisionero dentro de su palacio, y muere pronto de vejez-Conversión del Sugamuxi y rasgos de ingenio que de él se refieren-Resistencia tenaz del tundama; Baltasar Maldonado le da muerte violenta-Peripecias del gobierno de Saquesaxigua; pretendo Quesada que revele dónde guarda el tesoro, lo somete a tormento y lo hace morir a consecuencia de él-Conversión de Aquiminzaque; muere degollado por orden de Hernán Pérez de Quesada con varios otros caciques-Hernán Pérez muere herido por un rayo-Don Juan, cacique de Tundama, agraviado por el oidor Çortés de Mesa, se suicida-Cortés de Mesa es degollado en Bogotá- Término de la conquista y condición ulterior de los Chibchas.

PROLOGO

Dice el distinguido americanista marqués de Nadaillac, hablando de los Chibchas:
“Muy poca cosa sabemos acerca de este pueblo, que es considerado corno uno de los autores de la antigua civilización de la América del Sur”.
Permítaseme completar esta idea agregando que, en lo poco que se sabe, hay muchos errores que se tienen hoy por hechos ciertos. Intento escribir la verdadera historia de la civilización chibcha, desembarazándola de las ficciones con que la han desfigurado los modernos escritores, que han hecho de ella una novela.
Tuvo el estudioso canónigo doctor José Domingo Duquesne un siglo de celebridad no merecida por haber inventado una serie de novedades relativas a este pueblo. Atribúyole el uso de los quipos; de los jeroglíficos; de cifras numerales; de un complicado calendario en el que se enlazan tres años diversos de doce, veinte y treinta y siete meses lunares, etc. Colocó al sapo entre los dioses chibchas, y alteró profundamente las nociones que se tienen sobre el civilizador Bochica, los sacrificios humanos, las procesiones, etc., viendo en todo un simbolismo que sólo existió en su imaginación.
No brilla el genio del barón de Humboldt, en lo que escribió acerca de los Chibchas; prohijó y divulgó muchas de las fantasías de Duquesne, y aun las aumentó, pues dijo que levantaban “columnas en que se medían las sombras solsticiales ó equinocciales y los pasos del sol por el zenit.” No comprendió las tradiciones de este pueblo; trató de fábula la historia de Bochica, a quien presenta unas veces como hijo del sol, otras como símbolo de este astro, y le da la luna por esposa.
Duquesne fundó escuela; ésta ha usado un método que puede llamarse inventivo, pues los que lo siguen resuelven con la imaginación todas las dificultades que se les presentan. Comienzan repitiendo los errores de otros autores, y los complementan con errores nuevos. Suponen que las cosas debieron de pasar de tal o cual manera, y lo dan por cierto. Parecen creer que la verdad es más bien fruto de hondas cavilaciones que resultado del estudio de los hechos, y se muestran inagotables en conjeturas y deducciones ingeniosas, pero que carecen de fundamento. A los que tengan esto por exageración mía, les ruego que abran uno cualquiera de los libros ú opúsculos que se han escrito en este siglo referentes a los Chibchas, y que lo cotejen con las obras de los cronistas. De seguro que su sorpresa será grande.
¡Qué no se ha dicho de este pueblo, a quien se ha atribuido una civilización muy avanzada! Se ha ensalzado la sabiduría de sus sacerdotes, considerándolos como “depositarios de las ciencias astrológica y cronológica”; se ha dicho que en el templo de Sugamuxi se conservaban “los anales de su nación las crónicas de su civilización”; se ha hablado de observaciones meteorológicas hechas por los Chibchas; de sus “conocimientos adelantados en arquitectura”; de “sus condiciones intelectuales y materiales adecuadas para los inventos fabulosos”; de tribunales de justicia, de comentadores de leyes, etc. Si tratara de refutar todos esos errores, tendría que escribir un libro.
Ningún autor moderno ha sabido describir siquiera el vestido de los Chibchas. Ofuscados por un pasaje oscuro y mal entendido de Piedrahita, les han atribuido el uso de camisetas o túnicas cuando claramente dice el Padre Simón:
“Traer las camisetas no es hábito de los Moscas sino de los de Perú, de quienes éstos lo tomaron desde los primeros que entraron aquí con los españoles que bajaron del Perú…Los indios viejos jamás andan con camiseta.”
Igualmente y por la misma razón han desacertado al hablar de la forma de las casas, de la cerradura de las puertas, de caminos empedrados, etc. La historia escrita por el ilustre Obispo, poco digna de crédito en ciertos puntos, mal interpretada en otros, ha sido el origen de muchos errores.
Es indispensable dar nuevo rumbo a los estudios etnográficos y arqueológicos relativos a Colombia, pues por el que se ha llevado hasta hoy no es posible obtener otro resultado que enmarañar la Historia y oscurecerla.
No puedo dejar pasar sin reparo ciertos juicios emitidos por autores de nota. Dice el General Joaquín Acosta que “los primeros europeos que pisaron el territorio de los Chibchas se propusieron extirpar como diabólicas cuantas tradiciones, ritos y ceremonias hubieran podido servir para darnos una idea de la constitución política religiosa de aquel pueblo. Lo poco que se ha conservado, (agrega), se halla mezclado de tantas fábulas y conjeturas, que al reproducirlo nos rodea la más penosa incertidumbre, por carecer de datos seguros y contestes.” |1 Uricoechea va más lejos, pues asevera que “los conquistadores se opusieron a conservar los gérmenes de la civilización indiana, y han conseguido casi dejarnos en tinieblas.”
Conviene considerar estos cargos bajo distintos puntos de vista. Entre los Chibchas sucedió lo mismo que en Roma y dondequiera que el Cristianismo ha tenido que luchar con la idolatría; la superioridad incontestable de la religión Católica acabó con el gentilismo, sin dejar en pie ninguna de sus prácticas. Si el celo de los misioneros los llevó a quemar por centenares informes y grotescos ídolos de madera, nada perdió el arte con esto, y si los españoles echaron al fuego, para fundirlos, los tunjos y alhajas de oro de los indios, hicieron lo que generalmente han hecho entre nosotros en este siglo los descubridores de entierros y de |santuarios.
Las dos obras históricas relativas a los Chibchas, que sirvieron de base principal a las relaciones de los cronistas, fueron escritas por dos conquistadores; pues la una tuvo por autor al humano y discreto licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, descubridor de estas regiones y fundador del Nuevo Reino de Granada, y la otra a Juan de Castellanos, quien vino de España a tornar parte en la conquista de nuevas tierras, antes de recibir las órdenes sagradas. Puédese, con toda propiedad, alterar la proposición de Uricoechea en estos términos: los conquistadores conservaron la historia de la civilización chibcha, y sin sus escritos estaríamos hoy casi en tinieblas en lo que a ella se refiere.
No son tan escasas, como dice Acosta, las noticias que se han conservado de este pueblo, digno de ser estudiado, ni hay que culpar a los cronistas de que sus tradiciones fueran confusas y mezcladas de fábulas. No podía ser de otro modo, ya que los Chibchas no tenían ninguna clase de escritura, ni manera de computar los tiempos, ni había entre ellos hombres que se ocuparan en guardar el recuerdo de hechos pasados.
Hasta hace muy pocos años nuestras crónicas estaban por lo general sepultadas en el olvido, pues se ignoraba el paradero de algunas, y otras yacían manuscritas en la Biblioteca Nacional. Los hombres estudiosos y amigos de conocer las antigüedades colombianas sólo se podían procurar las obras del ilustre Obispo Piedrahita y del Padre Zamora. Gracias a los cuidados de la Real Academia de la Historia, tenemos hoy una hermosa edición de la |Historia de las Indias, de Oviedo. Los eruditos americanistas D. Antonio Paz y Melia y D. Marcos Jiménez de la Espada han publicado, con preciosas noticias preliminares, la |Historia del Nuevo Reino de Granada, por Juan de Castellanos, y el |Epítome de la Conquista. Y entre nosotros, D. Felipe Pérez dio a la estampa |El Carnero, de Rodríguez Fresle; D. Medardo Rivas la obra de Piedrahita, y el Gobierno Nacional la obra del Padre Simón. |2
|1 Siete páginas más adelante se contradice Acosta reconociendo que la tradición no es confusa ni dudosa respecto de la mitología, usos y costumbres de los Chibchas, “en cuyo apoyo se encuentra el testimonio conteste de diferentes autores que no pudieron copiarse.”
|2 Faltan a esta obra dos complementos indispensables: una fe de erratas para salvar las numerosas incorrecciones que afean la edición, y un índice general alfabético para facilitar las indagaciones.

LOS CHIBCHAS ANTES DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA
CAPITULO I

Origen de las voces chibcha, muisca y mosca-Límites, extensión y población de la nación Chibcha-Unidad de origen de sus habitantes-Bosquejo de las costumbres de sus vecinos-Crueldad y antropofagia de los Muzos y de los Panches-Animo apocado de los Sutagaos.- Tribus que ocupaban los Llanos-Costumbres salvajes de los Tunebos y de los Laches-Tradiciones de los Chibchas relativas a su origen- Inmigraciones sucesivas que ocuparon el Nuevo Reino de Granada- De dónde vinieron los Chibchas.

En gravísimo error incurriría quien creyera que antes de la conquista española hubo en el territorio que forma hoy la república de Colombia una nacionalidad que en algo se pareciera a la actual. Los dominios del pueblo chibcha, el más numeroso y civilizado de los que ocupaban el Nuevo Reino de Granada, cubrían apenas la duodécima parte de su extensión poblada y la quincuagésima de su total superficie. Del resto del país eran dueños gran número de naciones y de tribus independientes unas de otras, generalmente enemigas y con frecuencia en guerra, distintas en su origen, lenguaje, costumbres, prácticas idolátricas y grado de barbarie. En tales condiciones, el aislamiento era el estado natural de aquellos pueblos que, si en tiempo de paz tenían algunas comunicaciones, era sólo con las tribus vecinas y con las más próximas. No había relaciones entre provincias distantes.

El interesante pueblo o familia americana, cuyo grado de civilización tratamos de inquirir, no tenía nombre general que se extendiera a todos los Estados: cada uno de éstos era conocido por su nombre particular, con el que se designaban a la vez la provincia y el cacique que la gobernaba. Los españoles llamaron a sus habitantes |Muiscas, por haberles oído pronunciar frecuentemente esta palabra, que en su idioma quiere decir |persona 9 , y Moscas por la semejanza de los vocablos |muisca y mosca, y, además, porque decían que eran tan numerosos como las, moscas. Ninguno de los primeros cronistas les da el nombre de Chibchas, sino el de Moscas o Moxcas. Fray Bernardo Lugo fue el primero que dijo que la lengua que hablaban era la chibcha. El Padre Simón es más preciso, pues dice que tanto a la provincia de Bacatá, como a la lengua que en ella se hablaba, las llamaban chibchas 10 . Parécenos que estos son motivos suficientes para seguir dándoles este nombre, que es el que les corresponde, y con el que son más generalmente conocidos 11 .

Eran los Chibchas de estatura mediana y fornida, color cobrizo, frente aplanada y angosta, cráneo escasamente prominente, cabellos negros y lacios, nariz chata, ojos negros y pequeños, pómulos salientes, labios gruesos, dientes blancos y parejos y no tenían barbas.

Ocupaban en el centro del Nuevo Reino de Granada las altas planicies de los ramales occidentales de la cordillera oriental y algunos de los valles circuídos por éstos. Formaban sus tierras una elipse irregular cuyo mayor diámetro, entre la Mesa de Jéridas, al Norte, y Pasca, al Sur, era de veintisiete miriámetros o cincuenta y cuatro leguas, y su más extensa latitud, entre Zipacón y Lengupá, trece miriámetros o veintiséis leguas. Medía su superficie mil leguas cuadradas, equivalentes a doscientos cincuenta miriámetros. La población era numerosa y probablemente alcanzaba a un millón de habitantes.

Recopilando todos los datos que se encuentran en las crónicas sobre los límites del territorio ocupado por los Chibchas, los describiremos a grandes rasgos |12 . Empieza la elipse en el extremo norte de la Mesa de Jéridas; vuelve la línea curva que la forma al Oriente bajando el río Manco; subiendo por éste al Chicamocha hasta su confluencia con el Chitano; pasando de allí a la cordillera que separa los llanos de Casanare; continuando por el río Lengupá a la cordillera que separa los llanos de San Martín. Luego viene la línea al Sur, detrás de Fosca y Pasca, para torcer al Occidente a poca distancia de Tibacuy, Tena, Zipacón, Pacho y Simijaca; estos siete pueblos estaban muy cerca de la frontera |13 . Finalmente continuaba la línea por detrás de la peña de Saboyá, Bolívar, la peña de Vélez, y la línea que sigue paralelamente al río Suárez, completando la elipse en la Mesa de Jéridas.

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Carta del territotio de los Chibchas

Dentro de los límites del pueblo Chibcha hemos incluido, de acuerdo con Simón y Piedrahita, a los Guanes, cuyas costumbres eran en muchas cosas las mismas que las de aquellos 14 ; usaban el mismo vestido y enterraban a sus caciques de una misma manera. Eran gallardos, más blancos y de mejores facciones que los Chibchas; ingeniosos y diestros en el manejo de las armas. Los españoles los comprendían en la denominación de Moscas, que daban a los Chibchas 15 .

Don Juan de Castellanos pone en boca del Zipa Nemequene estas palabras:

“En los Llanos, caciques comarcanos me obedecen, y apetecen darme gusto.”
Luego alguna o algunas de las tribus que ocupaban los llanos de San Juan rendían vasallaje al Zipa; no obstante, ya que hemos querido establecer los límites dentro de los cuales vivía desde lejanos tiempos el pueblo Chibcha, hemos evitado incluir dentro de ellos parcialidades que diferían de él en origen, lenguaje y costumbres.
No estamos de acuerdo con el doctor Zerda, quien considera a los Chibchas como una aglomeración de tribus que vinieron del Norte, del Sur y del Nordeste y cuyos elementos étnicos se confundieron paulatinamente por el cruzamiento 16 . Fundamos nuestra divergencia en un argumento que nos parece decisivo.

9
Con la voz |muisca designaban a las personas de ambos sexos, y para distinguirlas llamaban al hombro |muisca cha (cha, varón) y a la mujer |muisca fucha (fucha, hembra). Los Tunjanos no conocían la palabra muisca.
10
T. II. Pág. 114, 117 y 287.
11
Dice Piedrahita que en la gentilidad el Nuevo Reino da Granada se llamó |Cundinamarca. Esta voz, extraña a la lengua chibcha, que carecía de las letras d y r fue traída por Belalcázar del Perú. El indio que habló de la provincia de Cundinamarca a este Capitán, agregó que su cacique había tenido una gran batalla con sus vecinos los Chicas; éstos, según el cronista Herrera, tenían sus tierras al sur del Callao. Luego tal incidente no se refiere en ningún sentido a los Chibchas.
12
Véase la carta del territorio de los Chibchas en el |Atlas arqueológico.
13
P. SIMON. T. II, págs. 159 y 297.
14
SIM0N. T. II, pág. 364.
15
SIMON. T. II. pág. 117.
16
Apoya el doctor Zerda esta suposición en los estudios del profesor Pablo Broca, practicados en dos pequeñas series de cráneos recogidos en |diferentes lugares de Cundinamarca;” la primera presentaba un medio |mesaticefálico con tendencias a la |dolicocefalia; la otra es francamente |broquicefálica; por los demás caracteres esos cráneos son semejantes.”
El profesor Broca presentó al Congreso de Americanistas de Nancy, en 1875 una memoria sobre cráneos colombianos (Crânes colombiens). Estudia en ella dos pequeñas series de cráneos de las cercanías de Bogotá (no indica las localidades): la primera fue llevada a Francia por M. Heni Belle, en 1869; y la segunda por el señor Ezequiel Uricoechea.
La primera serie comprende seis cráneos, cuatro de ellos deformados artificialmente. Luego no son Chibchas, pues este pueblo no tenía la costumbre de deprimirlos, costumbre que sí era propia de los Panches, tribu que habitaba a pocas leguas de Bogotá.
Los cuatro cráneos de la segunda serie, sacados de una antigua sepultura que se supone fue posterior a la conquista, no tienen ninguna deformación y pueden ser chibchas.
Dice Broca:
“Ignoro hasta qué punto estaban próximas o distantes las sepulturas de donde fueron sacadas una y otra serie de cráneos. El examen craneológico tiende a hacer admitir que estas dos series proviene de épocas diferentes o de poblaciones distintas”.
En otra parte de su |Memoria agrega:
“Si se comparan los dos índices craneanos de las dos series se inclina uno a creer que hay entre ellas una diferencia de raza.”
Al decir esto el autor fue bien inspirado, pues es evidente que los cráneos braquicéfalos de la primera serie fueron hallados en el territorio que ocupaban los Panches. Según él, “los tres cráneos bien deprimidos fueron sometidos a un mismo método de deformación, consistente en dos presiones opuestas ejercida la una sobra la frente y la otra sobre el colodrillo.” La observación está de acuerdo con los hechos, pues el Padre Simón refiere que los Panches “en naciendo la criatura le ponen una tablilla en el colodrillo y otra en la frente, y atándolas por los extremos aprietan ambas partes y hacen subir la cabeza hacia arriba y quedan aplanados la frente y el colodrillo.” (T. II, pág. 161).
La conclusión del doctor Zerda carece, pues, de fundamento.

CAPITULO II

La lengua chibcha comparada con las lenguas americanas-No tiene afinidades con el japonés el maya, el quiché y el quichúa-Errores de Brinton acerca del origen común de los Chibchas y de otras tribus, y la difusión de su lengua-Comparación del chibcha con el sinsiga, el aruaco y el chimila-Afinidades del chibcha con el talamanca, el guayamí y otros dialectos istmeños-La migración de los Chibchas vino de la América del Norte, lejos de haber partido del país de éstos hacia Costarrica, como lo sostiene Brinton-Semejanza de las obras de arte de los Talamancas y Chiriquíes y desemejanza de las de unos y otros respecto de las de los Chibchas-Similitud de algunas de sus costumbres.

El estudio comparativo de las lenguas americanas ha adelantado bastante en los últimos años para dar luz respecto de las afinidades de unas naciones con otras y del curso que debieron de seguir las migraciones de pueblos. Al idioma chibcha se le han atribuido semejanzas con el japonés, el maya, el quiché y el quichúa, pero nada satisface de lo que sobre esto se ha escrito. El eminente lingüista Daniel Brinton sostiene que no se encuentran palabras japonesas en las lenguas propias de América 29 . Basta leer las diez páginas que León Douay 30 consagra a la etimología de las voces chibchas, para convencerse de que nada tiene que ver con el maya. Las etimologías quichés de algunas palabras chibchas que propone el doctor Barberena, no resisten el más ligero análisis 31 . Por lo que hace al quichúa, difiere del chibcha hasta en las letras de sus respectivos alfabetos: el primero de estos idiomas tiene las consonantes ll, ñ y r que faltan al último, a la vez que en éste se hallan las letras b, f y g, de las que carece el quichúa.

Los recientes trabajos lingüísticos del doctor Máximo Uhle revelan de una manera patente la afinidad de los dialectos de Costarrica y de la parte noroeste del istmo de Panamá con el chibcha, y permiten seguir la ruta que recorrió el pueblo conocido con este último nombre.

Merece este asunto ser tratado con alguna detención, y para poner los hechos en claro se hace preciso refutar algunas aseveraciones de Brinton, quien a nuestro juicio incurrió en error por deficiencia de datos. Dice este autor:

“Los más de los que han escrito sobre los Chibchas han hablado de ellos como de una nación casi civilizada, que estaba situada en medio de hordas bárbaras y sin afinidades con ninguna de ellas. Ambos juicios son erróneos. Los Chibchas no son sino uno de los miembros de una numerosa familia de tribus que se extendía en ambas direcciones del istmo de Panamá, y tenía representantes así en la América del Norte como en la del Sur. La lengua chibcha estaba mucho más diseminada al través de Nueva Granada en el tiempo del descubrimiento, de lo que han dicho posteriores autores. Era la lengua general de casi todas las provincias, y ocupaba la misma posición con referencia a los otros idiomas, que el quichúa en el Perú. Ciertamente, las más de las tribus de Nueva Granada eran reconocidas como miembros de este pueblo. ‘No estaban los Chibchas mucho más adelantados en cultura que sus vecinos….”

En el capítulo anterior hicimos una rápida pintura de las costumbres de las tribus que rodeaban a los Chibchas. Las más de ellas no habían salido aún del estado salvaje; algunas eran antropófagas, una era sodomita, otra vivía de la rapiña y otra era en extremo sucia e inmunda, vicios odiosos a los Chibchas, con quienes ni una sola tenía afinidades de ninguna clase. El autor no ha leído las primitivas crónicas, pues de lo contrario habría visto que en ninguna de ellas se dice que la lengua de este pueblo, el más civilizado del Nuevo Reino, fuera la general de casi todas las provincias. Conviene hacer algunas citas. Leemos en el |Epítome de la conquista que, cuando ya pasaron los descubridores las sierras de Opón, “paresció haber llegado adonde deseaban y entendióse luégo la conquista de aquella tierra, aunque ciegos, por no saber en la tierra en que estaban, y también porque lenguas con qué entenderse con los indios ya no las había, |porque la lengua del Río Grande ya no se hablaba en las sierras, ni en el Nuevo Reino se habla la de las sierras.” 32 Oviedo 33 , Castellanos 34 y Herrera 35 confirman esta aseveración. El Padre Simón dice que los españoles “padecieron mucho a los principios con las mal expertas lenguas,” y añade “que algunas indias que habían quedado de las que salieron de Santa Marta, siendo ya ladinas en nuestra lengua, y aprendiendo con facilidad la de los Bogotáes, o chibcha; por el más común trato que tenían con algunas indias moscas que se venían de mucha amistad a los nuestros salieron muy buenas lenguaraces en ambas lenguas, castellana y mosca, que no fueron de poca importancia para de allí adelante seguir de intérpretes en las cosas que se ofrecían con los indios.” 36 El testimonio de estos autores deja sin valor alguno las afirmaciones contrarias de Alcedo y Coleti, en que se apoya Brinton. Las crónicas que hemos citado son las verdaderas fuentes de la historia, en tanto que los diccionarios geográficos de Alcedo y Coleti son meras compilaciones de éscaso valor histórico. Brinton cita igualmente al Padre José Cassani, quien dice de los Chibchas:
“Esta nación es extendidíssima, y su lengua lo es tanto, que quien la sabe, puede correr casi todo el vasto terreno del Nuevo Reino, á que se han extendido estas misiones.”

En otra parte de su |Historia dice el mismo Padre, refiriéndose a las misiones de los llanos de Casanare y en particular a las de los Tunebos, Morcotes, Guacicos y Chitas, que ” |sus lenguas más eran dialectos de la Mosca que lenguas distintas.” 37

Sobran testimonios para contradecir al Padre Cassani. El cronista Herrera dice que “en todo el Nuevo Reino no hay lengua general.” 38 Un sacerdote español que estuvo en el Nuevo Reino de Granada, D. Autonio Julián, autor del libro La perla de la América, provincia de Santa Marta, afirma lo siguiente:

“Algunas lenguas ha habido, y aun se conservan generales y extendidas en muchas naciones, y gran parte de un reino; sin embargo, por lo menos en el Nuevo Reino, cada nación que no depende de otra suele tener diferente lengua…En el Reino de Santafé dominaba la lengua de los Moscas, nación numerosísima, que habitaba en las sabanas ó llanos deliciosos y vastísimos de Bogotá. Fuera de esos llanos, y pasando a otros climas, se hablaban ya diversas lenguas.” 39

El Padre Cassani, autor bastante falto de criterio, no estuvo en el Nuevo Reino de Granada; compuso su libro en Madrid, con arreglo a las obras manuscritas de los Padres Pedro Mercado y Juan de Rivero. Este último escribió su |Historia de las misiones mientras ejercía el apostolado en los Llanos y en la región que baña el Orinoco, donde pasó los diez y seis postreros años de su vida.
“Su verdad y sinceridad está bien calificada-dice Cassani- en su virtuosa vida.”

He aquí lo que dice tan autorizado escritor:

“Las naciones que habitan toda esta cordillera son muchas, á saber: Morcotes, Guaceos, Tunebos, Chitas, con otros…El gentío era mucho, pues en solo Morcote, Pauto y Támara se contaban como seis mil almas cuando entraron los Padres, y junto con los Tunebos y los del pueblo de Chita formaban un gentío muy cuantioso y difícil de doctrinar, |por la variedad de lenguas.

“Tienen los Tunebos dos idiomas, el uno muy cerrado y difícil, pero universal y que lo entienden todos; el otro, llamado |subasque, es más fácil pero no tan general, pues no lo entienden los indios de Tierra-adentro; es gracioso este lenguaje, y tanto los verbos como los nombres tienen la asonancia de esdrújulos, y los indios hacen ostentación de hablarlo delante de quien no los entiende.” 40

29
La raza americana: clasificación lingüística y descripción etnográfica de las tribus naturales de la América del Norte y la del Sur (en inglés).
30
Etudes étymologiques sur l’antiquité américaine.
31
Véase el Repertorio Salvadoreño (Mayo de 1893).
32
Pág. 92
33
T. II, pág. 384.
34
T. I, pág. 88.
35
Déc. VI, LI, cap, II.
36
T. II, pág. 143 y 155.
37
Historia de la provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reino de Granada. Madrid, 1741. Págs. 26 y 48.
38
Descripción de las Indias. Cap. XVI.
39
Discurso XIV.
40
Págs. 54 y 55.

CAPITULO III

La lengua chibcha y las obras que tratan de ella-Cosmogonía de los Chichas-Chiminigagua, el Dios creador-Bachué, la madre de los primeros hombres-Dos caciques convertidos en sol y luna-Fiesta del huán-Bochica, civilizador y maestro de la nación-¿Existió Bochica, o es un mito que personifica el Bien?-¿Fue uno de los apóstoles?-Las cruces chibchas-¿Era Bochica el mismo personaje que Idacansás?-¿Quién era éste?-Errores de Piedrahita relativos a Bochica-Quién fue Huitaca-Formación del salto de Tequendama.

El primer misionero que estudió gramaticalmente la lengua chibcha fue el Padre José Dadey; “para conseguir su comprehensión, se hizo discípulo de los que no podían ser maestros. Hablando materialmente con los indios, les oía una palabra y la apuntaba; como podía examinaba su significación, que ponía al lado, y con suma paciencia y continua aplicación fue formando un diccionario. Hasta aquí pudo ser trabajo material; pero hecho éste, como ya hablaba corriente, empezó a observar los casos y géneros de los nombres; los tiempos de los verbos, la construcción de las oraciones, y dispuso su Arte, cuyos dos libros duran, hasta el día de hoy, y han sido, son y serán guía de todos” 49 . El Arte de la lengua chibcha del Padre Dadey se perdió; sólo queda la gramática de esta lengua, que, junto con un |Catecismo y Confesionario de la misma, compuso el Padre Bernardo Lugo y se imprimió en Madrid en 1619. El señor Ezequiel Uricoechea prestó a las letras colombianas el servicio de reimprimirla en 1871, agregándole el vocabulario del Padre Lugo, que se conservaba manuscrito, y poniéndole interesantes notas y comentarios. El trabajo del Padre Lugo es imperfecto, incompleto, y contiene numerosos teologismos tomados del español y aun de idiomas indígenas: esto es muy sensible, por que el escaso conocimiento de la lengua chibcha dificulta los estudios de lingüística americana comparada. No dio siquiera reglas para la pronunciación y el acento, que cayeron en olvido 50 .

Faltaban a este idioma las letras d, l, ll, ñ, r y v, algunas de las cuales se encuentran en el hunsa, el tundama, el iraca y en otros dialectos, pues como este pueblo no alcanzó a tener unidad de gobierno, en cada señorío o cacicazgo se hablaba un dialecto distinto 51 .

El sonido de la ch, la y 52 y la |z era muy diferente del castellano, y propiamente hablando no hacían uso de esta última letra, puesto que el Padre Lugo dice que ha de pronunciarse como la s 53 .

Era escasa de vocablo y no pocos de ellos tenían varios significados. Las sílabas cha, chi, cho, chu, repetidas con bastante frecuencia, la hacían desagradable al oído. No se advierte en ella la languidez y la dulzura que algunos le han atribuido; más bien era monótona por la frecuente repetición de sonidos semejantes. Carecía de palabras propias para expresar ideas abstractas; no tenía nombre genérico aplicable a sus falsos dioses. Finalmente, ya que los Chibchas no conocieron ninguna clase de escritura ideográfica ni fonética, les faltó la ocasión de pulir y cultivar su lengua. Aunque tenían cantares a manera de villancicos, en los, que referían los sucesos presentes y pasados, y fórmulas de oraciones para sus diversas clases de sacrificios, no nos ha quedado de ellos ni la más pequeña muestra. Por lo dicho, bien se comprende cómo se alterarían todas las tradiciones, copiladas únicamente a la memoria. Así dice, con razón, el Padre Simón “que si tienen persuadida alguna verdad, está tan envuelta en fabulosas mentiras y vanidades, que con ellas se confunde y quita su fuerza.” Veamos cómo brillan verdades primitivas mezcladas con ritos absurdos.

Tenían los Chibchas noticia de la creación del mundo. Decían que cuando era noche y antes de que hubiera nada, estaba la luz metida dentro de algo grande, que daban a entender que era un ser omnipotente: el Chiminigagua. Este ser luminoso comenzó a amanecer y a mostrar la luz que en sí guardaba. Procedió luego a crear cosas, empezando por unas grandes aves negras, que mandó por todo el mundo echando aire resplandeciente por los picos, quedando con esto el orbe iluminado 54 . El Señor de todas las cosas, el Ser bueno, creó también el sol; la luna y todo lo que forma la belleza del universo. Si los cronistas no agregaron algunos rasgos a esta cosmogonía, no puede menos de observarse que tiene cierta semejanza con las de los pueblos primitivos del antiguo continente. De Chiminigagua no hacían ninguna figura ni le tributaban culto, porque decían que debían más bien adorar al Sol, por ser criatura más lucida, y a la Luna, como a su mujer y compañera.
|49 PADRE CASSANI. Cap. III.
|50 El Padre Lugo no hacía uso de la diéresis, ni aun en castellano, y por lo mismo no sabemos cómo pronunciaban los Chibchas las sílabos |gue, gui. Se ignora, por ejemplo, si casa debe escribirse |gue o |güe, |veinte, |gueta o |güeta. La |b la vuelve |u, como en estaua por estaba; |auia por había; |xiua por |xiba, laguna; |ytiua por |ytiba, punta del dedo de la mano, etc.
|51

Presentaremos como ejemplo un dialecto del Norte.
En la Introducción a la |Gramática de la lengua chibcha de Uricoechea se pueden ver once preguntas del |Catecismo con sus respuestas en el dialecto de Tundama. Las más de las palabras que figuran en ellas tienen alguna semejanza con las voces chibchas correspondientes. He aquí las principales:
CHIBCHA TUNDAMA
Padre paba paba
Hijo chuta tutia
Sol sua sa
Luna chía tia
Tierra o región quica coga
Monte gua gua
Quebrada guatoc guiatiba
Rayo pcuahasa pcuare
Verdad ocasa cub
Pues nga nran
Uno ata atia
Tres mica meia
Si hay aguene gue com chi aguene
Es uno solo atugue atia gu chi

|52 Existe en la Biblioteca Nacional de Bogotá una gramática chibcha manuscrita, sin nombre de autor; en ella se dice que la pronunciación de la ch no se ha de hacer con toda la lengua, sino con la punta no más, y que la y no tiene el sonido de e ni de i, sino que suena entre las dos. Conviene advertir que los españoles convertían esa letra y o ypsilon inversa, como la denomina el P. Lugo, en e, como en las palabras |chyquy, muyquy, nymy y quyne (sacerdote, campo, leoncillo o gato montés, y hueso), que pronunciaban |jeque, mueque, neme, quene, y Muequetá, Nemequene, en los vocablos compuestos.
|53 Ser lógico, por consiguiente, no emplear la z en las palabras chibchas, y escribir Sipa, Sipacón, Sipaquirá, Saque, etc. Por conformarnos con el uso establecido, no hemos hecho esta conveniente innovación.
|54 Dice candorosamente el Padre Simón que “no advertían que es el sol el que da la luz.”

CAPITULO IV

Los dioses chibchas-El Sol y la Luna-Bochica y Chibchachum-Cuchabiba, el arco iris-Bachúe y su esposo-Chaquéa-Nencatacoa-El diablo, guahaioque-Descripción de los templos y adoratorios de los Chibchas-Idolos y ofrendas que les hacían-Fiestas de rogativas- Idolillos lares-Gran abundancia de ídolos que tenían-Rendían culto a las lagunas, ríos bosques, etc-Noviciado de los jeques; enseñanzas que recibían en sus cucas o seminarios-Su vida austera y retirada-Uso que hacían de la coca.-Sahumerios-Ofrecimientos y peticiones hechos por medio de ellos-.Viejos hechiceros y agoreros- Supersticiones y agüeros que fomentaban-Yerbas y bebedizos- Amuletos de que se servían los hechiceros para vaticinar y modo de usarlos.

Los Chibchas eran idólatras: tenían multitud de dioses, pues cada uno podía inventar los que le conviniera, pero reverenciaban especialmente a unos pocos, más generalmente conocidos. Ya que no rendían culto al omnipotente Chiminigagua, adoraban al Sol, Sua, que ocupaba el primer puesto entre sus dioses, junto con su compañera Chía, la Luna. 66

¡Extraña divinidad era el Sol, de quien decían que era el que se comía los hombres, y aquel en cuyo honor hacían frecuentes sacrificios humanos! ¡Y el pueblo que tenía por cosa abominable comer carne humana; el que jamás quiso imitar a sus vecinos los Panches y los Mazos en esa práctica brutal, era el que adoraba un dios sanguinario, un dios de quien los Chibchas mismos decían que esta carne era su manjar! Cuando vinieron los españoles, los indios los tuvieron por hijos del Sol, que los enviaba para castigar sus pecados, y como “la fama publicaba que devoraban gentes, y que carnes humanas eran su mejor comida,” hubo lugar donde les arrojaran niños para que saciaran su apetito. Llamábanlos sue o suagagua (de sua, sol, y |guasgua, muchacho) y también |suachia, hijos del Sol y de la Luna.

Dice el Padre Simón que al Sol no lo adoraban en templos, “porque decían era imposible meter tanta majestad entre paredes”; pero él mismo habla de templos dedicados al Sol en Guachetá, y del que construyó Garanchacha en Hunsa; los cronistas citan, además de éstos, el de Bacatá, que era de los principales, y el de Fúquene. Chía tenía casa de adoración en el pueblo que lleva su nombre.
Bochica era dios venerado en todas las tierras de los Chibchas, y superior a Chibchachum: éste era protector y báculo ( |chum, báculo) de los habitantes del estado de Bacatá, de cuyo territorio no se separaba jamás para favorecerlos constantemente en sus necesidades. Ambos daban leyes y enseñaban cómo se debía vivir. Irritado Bochica contra Chibchachum por haber éste anegado la Sabana, le impuso el castigo de que cargara en sus hombros toda la tierra, que descansaba antes sobre enormes guayacanes; mas como el nuevo Atlas tenía que pasar el mundo de un hombro a otro para descansar, su esfuerzo titánico producía terremotos. A estos dioses no se les podía ofrecer sino oro; respondían cuando eran consultados por los jeques, pero sin .dejarse ver, porque no tenían forma corpórea. Bochica era particularmente el dios de los caciques y capitanes, y Chibchachum el de los mercaderes, orífices y labradores. El arco iris, meteoro que los Chibchas creían que era aire resplandeciente, fue personificado y adorado con el nombre de Cuchabiba, por haber servido de alto asiento a Bochica cuando formó el Salto de Tequendama. Era el abogado de las mujeres de parto y de los enfermos de calenturas; ofrecíanle algunas veces oro bajo, pero más generalmente esmeraldillas y cuentas de Santa Marta. Su aparición era motivo de terror para los indios por haberles anunciado Chibchachum que esta sería causa de la muerte de muchos. Para aplacar a Cuchabiba le hacían sacrificios.

La diosa Bachúe, madre de los Chibchas, gozaba de gran veneración; tenía el encargo especial de dar amparo a las hortalizas, y se le ofrecían sarmientos de moque y resinas. Acostumbrábase fabricar ídolos al niño que ella sacó de la laguna, de la estatura y edad que tenía cuando salieron de ella, y aun se asegura que en un templo dedicado a la fecunda pareja en Iguaque, se veneraba una estatua maciza del niño, hecha de oro fino.

El gran templo de Sugamuxi incendiado cuando la conquista, estaba dedicado al dios Remichinchagagua, de quien nada dicen las crónicas.

Chaquén tenía a su cargo los términos y los puestos en las carreras, que algunas veces hacían parte del programa de las fiestas de los caciques, y en las que eran premiados los más aventajados corredores. Dedicábanle los adornos usados con motivo de estos regocijos públicos, así como la plumería que se ostentaba en estas ocasiones y en las guerras 67 .

Siendo los Chibchas tan dados a la bebida, tenían naturalmente su Baco, que los acompañaba en sus borracheras, bailando y cantando con ellos. Se llamaba Nencatacoa, y era, además, protector de los tejedores y pintores de mantas. Asistía a las rastras, de maderas que bajaban de los montes, y se hartaba de chicha, única cosa que se le podía ofrecer. Presentábase en figura de oso cubierto con una manta, con la cola por fuera. Solían darle el nombre de |Fo, que quiere decir |zorra, por que algunas veces tomaba la figura de este animal.

Incompleto nos quedaría este catálogo de falsos dioses si no incluyéramos en él al inspirador de toda idolatría, al que excitaba al sacrificio de víctimas humanas, fomentaba la embriaguez y las disoluciones, al Demonio, en fin, a quien llamaban |guahaioque. Todas las antiguas religiones profesaban la creencia en el Demonio, creencia que se encontró muy arraigada en América. En el Nuevo Reino de Granada no había quizá una tribu que no le rindiera culto en una u otra forma, y muchas no tenían más religión que la demonolatría 68 .

Los Chibchas respetaban y obedecían al Demonio ofreciéndole sacrificios, aunque tenían conocimiento de que era su enemigo, y que les enseñaba cosas contrarias a la razón y a la ley natural. Su servil sujeción tenía por causa el temor al mal que pudiera hacerles.

Muchos comprendían que los ídolos, obra de sus manos, no tenían ningún poder para favorecerlos en sus necesidades pero decían que el diablo lo mandaba y quería ser honrado en el culto que les tributaban. Además, como los jeques y embaucadores convencían a los pobres indios de que hablaban con el Demonio y que les daba respuestas que les comunicaban, se dejaban seducir fácilmente.

Tenían los indios en cada pueblo templos o adoratorios, unos comunes y otros particulares, todos dedicados a alguno de los dioses que hemos nombrado, o a otros muchos que cada uno hacía a su antojo y por su mano, para el propósito que quería. Eran generalmente casas o bohíos muy ordinarios; tenían el suelo cubierto de espartillo blando y estaban llenos de barbacoas y poyos a la redonda, donde ponían varias figuras grandes y pequeñas, hechas de oro, cobre, madera, arcilla, hilo de algodón y cera, que representaban sus falsos dioses. Estas figuras, comúnmente mal hechas, eran colocadas siempre por parejas, varón y hembra, y les ponían cabelleras, colas a algunas de ellas y las envolvían en mantas. El célebre templo de Iraca fue construido sobre fuertes y muy pesados maderos, plantado cada uno sobre un esclavo vivo, porque decían que, fundados sobre sangre humana, no estarían expuestos a quebrarse. Las paredes estaban esteradas de carrizos cuidadosamente puestos y trabados. De las casas principales de los caciques salían unas carreras muy bien niveladas, de siete a ocho pasos de anchura y hasta de media cuadra de longitud, con valladares a uno y otro lado; terminaban en las puertas de los templos, adonde iban a hacer oraciones y sacrificios.
66
Uricoechea escribe |Chie en su Gramática chibcha, de conformidad con el Vocabulario chibcha, manuscrito de la Biblioteca Nacional; Quesada, Oviedo, Simón, Piedrahita y Zamora escriben Chía, y Chía, además, era y aun es el nombre de la población fundada en honor de la diosa.
67
Según Acosta, Chaquén cuidaba también de los linderos de las sementeras. El Padre Simón, único cronista que habla de este dios Chibcha, no le da tal atribución.
68
Véase E. RESTREPO. |Estudios sobre los aborígenes de Colombia. Cap. V.

CAPITULO V

Ideas de los Chibchas sobre la vida futura-Recompensas y castigos-Resurrección de la cacica de Guatabita y de su hija-Juicio universal y resurrección general, según Castellanos-Vicios comunes entre los indios-Cómo cumplían los deberes morales para con los demás-Solemnes procesiones religiosas.

Las ideas, espiritualistas de los Chibchas eran muy confusas. La misma voz con que designaban el alma, fihisca, significaba aliento, huelgo.

Creían que las almas son inmortales, y que en la muerte se separan de los cuerpos y bajan al centro de la tierra por unos caminos y barrancas de tierra amarilla y negra, pasando primero un gran río en unas barcas de tela de araña, y no mataban estos insectos para que no escasearan las telarañas. Tenían un concepto material de la vida futura, pues en ella esperaban seguir viviendo como en ésta, en provincias y pueblos de términos demarcados, con sus mujeres, comiendo y bebiendo. Por esta razón se hacían sepultar los caciques con tres o cuatro de sus mujeres preferidas, con sus mejores esclavos para que les sirvieran, y además, con comidas, chicha, vasijas, vestidos y telas con qué hacer otros, armas, joyas, etc.

No tenían infierno o lugar destinado para el castigo de los malos; tanto estos como los buenos bajaban al centro de la tierra, pero mientras los unos gozaban de gran descanso y placer, a los otros les estaban dando muchos azotes.

Observa muy juiciosamente el autor del Epítome, que creían tan bárbara y confusamente en la inmortalidad del alma, “que no se puede, de lo que ellos dicen, colegir si en lo que ellos ponen la holganza y descanso de los muertos es el mesmo cuerpo o el ánima por sí.” No culpamos, pues, a los cronistas, por las oscuridades que en lo tocante a este punto notamos en ellos; atribuímoslas más bien a la profunda ceguedad de los indios. Si ponían en las sepulturas, junto con las cosas de uso del difunto, comestibles para el gran viaje, no era, sin duda, para que se quedaran indefinidamente debajo de tierra. Si lo caciques disponían que se embriagara i sus favoritas y a sus esclavos preferidos para sepultarlos en su compañía, era para bajar pronto a gozar con ellos en su paraíso. Comprendemos que pudieran forjarse la ilusión de que los cuerpos que enterraban pasaran pronto resucitar en el centro de la tierra, ya que acostumbraban dejarlos para siempre en una misma fosa. Mas ¿podían tener la misma ilusión en lo tocante a los numerosos cadáveres momificados que conservaban en los templos y en las cuevas, y que estaban viendo constantemente? Creemos que su obcecación era tan grande, que no so daban cuenta de esta dificultad.

En el único caso de resurrección que los Chibchas contaban en sus leyendas, la cacica de Guatabita se arroja a la laguna junto con su niña de pecho y la muchacha que le servía de carguera. Las tres mueren ahogadas, y vuelven el mismo día a la vida en unas casas mejores que las que dejaban, situadas en el fondo de la laguna. Logró un jeque sacar la niña, pero llegó muerta a la tierra. Llevóla entonces de nuevo a su madre, y resucitó la niña por segunda vez. Es muy digna de notarse la circunstancia de que la cacica se proponía criar a su hija para que le tuviese compañía. Tenían quizá la esperanza de que los niños continuaran creciendo en la otra vida.

No pocas dificultades presenta el siguiente pasaje de Castellanos, transcrito por el Padre Simón y Piedrahita, con escasa variación en el estilo:

También esperan ellos el juicio
Universal, y dicen que los muertos
Han de resucitar y para siempre
Vivir en este inundo, de la suerte
Que agora viven, y es porque presumen
Ser este mundo permanescedero
De la misma manera que lo vemos.

No se comprende cómo hubieran podido concebir los Chibchas la idea tan elevada de un juicio universal, que para ellos no tenía objeto. Si sus cuerpos estaban gozando en unión de las almas en el centro de la tierra si no había separación de buenos y malos, y sólo se distinguían en que, mientras los unos disfrutaban de bienes y comodidades, los otros estaban afligidos por los males que les sucedían y los azotes que les daban, ¿a qué fin una segunda muerte en su paraíso para resucitar en la tierra donde habían vivido primero? El indígena que habló a Castellanos del juicio universal, tomó esta idea del dogma católico para atribuirla a la religión de los Chibchas.

Lo que dice al fin el autor, que presumían que este mundo permanecer de la misma manera que lo vemos, sí nos parece muy natural que lo creyeran, pues no tenían motivos para juzgar que las cosas pudieran pasar de otro modo.

Las ideas de moralidad que derivan de la ley natural, grabada profundamente por Dios en el corazón humano, se habían alterado y depravado entre los Chibchas con motivo de las supersticiones a que estaban sujetos. De aquí provenía el que en ciertas ocasiones fueran muy tolerantes con los vicios, y en otras calificaran de meritorios actos que en sí mismos no tienen virtud alguna, puesto que el individuo no es agente de ellos, sino que los sufre involuntariamente. Juzgaban de la suerte buena o mala que había de tener cada uno en la otra vida, por la enfermedad que causaba su muerte. Quedaban esperanzados de que los que morían de calenturas, de dolor de costado o de cámaras de sangre, irían al lugar del descanso.

“Los que mueren por sustentación y ampliación de su tierra, dicen questos, aunque han sido malos, por sólo aquello están con los buenos descansando y holgando; y ansi dicen quel que muera ni la guerra y la mujer que muere de parto, que se van derechos á descansar y á holgar por sólo aquella voluntad que han tenido en ensanchar y acrecentar la república, aunque antes hayan sido malos y ruines.” 84

Cuando juzgaban, por el género de muerte del paciente, que éste tendría una desgraciada vida futura, se entristecían y no se ponían mantas nuevas. Pero si presentían que había de ser feliz, le barnizaban la cara con bija, perfumaban la sepultura con trementina, la cubrían con un pequeño bohío y la adornaban con unas figuras semejantes a cruces hechas de hilos de varios colores.

¡Qué estímulo podía existir para obrar bien en una sociedad donde se creía que las determinaciones ineludibles de un hado fatal decidían de la suerte definitiva de los hombres!

Por lo que hemos dicho se comprenderá cuán laxa sería la medida de los deberes morales entre los Chibchas. Eran vicios comunes entre ellos la embriaguez, la lujuria y la mentira. Rodríguez Fresle dice, hablando de sus grandes borracheras: “adonde el que más incestos y fornicaciones cometiera era más santo.” Aunque en esto haya exageración, hay mucho fondo de verdad.

Los sangrientos y bárbaros sacrificios que hacían de niños y de hombres habían desarrollado en ellos instintos feroces. La crueldad, que era carácter distintivo de casi todas las tribus que poblaban el Nuevo Reino de Granada, lo fue también de los Chibchas, aunque estaban más adelantados que las otras.

Veamos cómo se comportaban en sus relaciones con los demás.

Cuando la mujer daba a luz dos hijos gemelos, se tenía por señal de incontinencia, y al segundo que nacía le quitaban la vida.

Trataban mal a sus mujeres, que les servían como verdaderas esclavas, pretextando que las compraban.

Eran humanos con sus enfermos; los acompañaban, y llamaban a los jeques y hechiceros para que los recetaran. Juntábanse muchos a verlos fallecer. Tenían por dichoso al que moría de rayo o de muerte repentina, porque había pasado de esta vida sin dolores.

Cuando sus padres llegaban a la ancianidad y no podían trabajar, faltaban a la obligación de mantenerlos y los echaban de sus casas. Viéndose necesitados, se iban viejos y viejas de pueblo en pueblo convertidos en hechiceros y agoreros.

No se acostumbraba socorrer a los pobres, y su desgracia era más bien motivo de burla. 85

Mataban en la guerra a cuantos enemigos podían, aunque se les rindieran; cuando los muertos eran de la tribu de los Panches, llevaban sus cabezas para colocarlas en sus adoratorios. Si lograban capturar al cacique o señor, lo traían a su tierra, le sacaban los ojos y lo dejaban con vida para ultrajado en sus fiestas. Quemaban los pueblos de los vencidos y sacrificaban los niños al Sol. De la suerte de los mayores de edad decidían a su antojo. 86

Eran los Chibchas muy religiosos en su idolatría, sumisos y respetuosos para con sus caciques y peleaban con valor en defensa de sus tierras.

Bien quisiéramos extendernos un poco más sobre el punto tan importante del cumplimiento de los deberes morales; pero por desgracia es muy poco lo que a este respecto hemos podido hallar en los cronistas.

Las víctimas que los Chibchas destinaban al sacrificio eran generalmente niños de otras tribus o naciones. Acabamos de ver que reservaban para la inmolación los niños que tomaban a sus enemigos en guerra. Otros eran traídos de la provincia de los Marbachares, situada en los llanos de San Juan.

Antes de hablar de estos sacrificios, describiremos las solemnes procesiones religiosas que hacían en ciertos tiempos del año, especialmente en el de la cosecha, que era en Septiembre.

Celebrábanse en las anchas carreras que conducían al cercado del jefe del Estado o cacicazgo, quien asistía a ellas acompañado de los principales de su dominio y de un crecido número de sus súbditos. Pintábanse de bija y de jagua los que se exhibían en ellas, engalanábanse con variados trajes y disfraces, se ataviaban con diademas, medias lunas, patenas, collares y narigueras de oro y mucha plumería, y marchaban divididos en cuadrillas. Cada cual ostentaba su riqueza; muchos representaban animales, y se mostraban cubiertos con pieles de leones, tigres y osos. Los sacerdotes llevaban puestas coronas de oro en forma de mitras. Seguíales una prolongada cuadrilla de hombres pintados sin disfraz ni joya alguna. Estos lloraban implorando al Sol y a Bochica por su zipa o cacique, y pidiéndoles les concediesen lo que pedían. Para hacer más patentes sus ruegos llevaban la cara cubierta de máscaras con lágrimas pintadas. Luego entraba otra numerosa compañía, riéndose los unos con estrépito y saltando de alegría, diciendo otros que ya el Sol les había concedido lo que pedían los delanteros. En pos de estos iban otros disfrazados con máscaras de oro, arrastrando sus mantas por el suelo, como para barrer la carrera a los que les seguían. Estos, ricamente adornados, bailaban y cantaban al son de los fotutos, tambores, flautas y zampoñas. Detrás venía el zipa o cacique, lujosamente vestido; lo acompañaban y seguían los principales y el séquito de gente que tenía a su servicio. Cuando llegaban al fin de la carrera presentaban las ofrendas a sus ídolos, y luego volvían por la misma hasta llegar a la casa del cacique. Este alababa las invenciones de libreas, juegos, danzas y entretenimientos; premiaba con algunas mantas a los que habían salido con mayor lucimiento, y les distribuía mucha chicha para que volvieran a sus casas a acabar en ellas la fiesta, como era de costumbre, embriagándose.

Puede imaginarse el lector cuál sería el atractivo de estas fiestas tan llenas de animación, en las que se veía una muchedumbre de gentes con disfraces tan variados, cubiertas con sus más ricas joyas, danzando, saltando, gesticulando, llorando, riéndose y cantando al son de los desacordes instrumentos músicos de los indios.

Estas procesiones se continuaron por muchos años después de la conquista, y fue la costumbre que se desarraigó con más dificultad de entre los naturales.

Con frecuencia hacían correr en medio de la función la sangre de una víctima inocente, como se diría en el capítulo que sigue.
84 Epítome de la conquista del Nuevo Reino de Granada.
85 Una de las preguntas que hacían los misioneros en la confesión a los indios, era esta:
“¿Has hecho burla de los pobres?”
86 OVIEDO. Lib. XXVI, cap. XXX.

CAPITULO VI

Sacrificios humanos-Los mojas o sacerdotes niños-Inmolaciones de adultos en los adoratorios y en los cerros-Sacrificios en Gachetá y Ramiriquí-Inmolación en la gavia-Horrible inmolación de niñas en los cimientos de las casas nuevas-Entierro de las mujeres y esclavos vivos de los caciques-Sacrificios con sangre de aves, con agua, fuego, tierra, oro y esmeraldas.

Uno de los hechos que más claramente comprueban la unidad de la especie humana es la adhesión universal a ciertas ideas y a determinadas prácticas. Admitida por todos los pueblos la idea de la degradación del hombre por la culpabilidad original, la satisfacción se impuso como su natural consecuencia. Consideróse el sacrificio como el acto esencial de la religión. Creyóse que la Divinidad, irritada contra la carne y la sangre, no podía aplacarse sino con sangre, a cuya efusión se atribuyó una virtud expiatoria. Dios, que reveló estas verdades, quiso que, para salvar al hombre, se inmolasen los animales que éste prefería. Los idólatras, impulsados por una lógica diabólica, creyeron que la eficacia del sacrificio estaba en relación directa con la importancia de la víctima, y cayeron en la horrible su perstición de los sacrificios humanos.

No estaban exentos los Chibchas de tan execrable práctica; inmolaban víctimas humanas al Sol, a quien consideraban como el más digno de su adoración. Todos los años corría la sangre de numerosos niños inocentes como tributo pagado a las supersticiones idolátricas.

Tenía este pueblo diferentes modos de hacer sus sacrificios; los describiremos sucesivamente.

Había en las vertientes de los llanos de San Juan (hoy de San Martín), dunas treinta leguas de Bogotá 87 , un templo dedicado al Sol 88 , donde se criaban con mucho esmero tiernos niños, a quienes cortaban el ombligo recién nacidos, porque decían que así lo mandaba el Sol, quien bebía esa sangre; a estos niños los llamaban |mojas.

Mercaderes chibchas iban a comprarlos a esa lejana provincia y los traían de seis a ocho años de edad, tenióndolos en tanta veneración, que los cargaban sobre sus hombros. Los mojas eran vendidos a los caciques a muy subido precio, de tal manera, que cada cacique tenía uno, y pocos alcanzaban a comprar dos o tres. Llevábanlos a los adoratorios, y allí servían como sacerdotes y los tenían en muy grande reverencia. Decían los indios que se entendían con el Sol, y le hablaban y recibía sus respuestas. Uno de sus principales oficios era cantar, y en tanto que ellos cantaban, los indios lloraban, Los miraban como personas tan sagradas y santas, que no les dejaban tocar los pies en el suelo. Por la mañana los llevaban con mucho respeto en los brazos a lavarse a las fuentes o a algún río. Teníanlos en extremo regalados, y ninguno, ni el cacique mismo, podía comer en su plato. Cuando los indios cometían algún pecado, no se atrevían a entrar en el adoratorio sino acompañados por el moja.

Así que llegaban a la edad de la pubertad, los mataban en los templos y ofrecían a sus ídolos su sangre; pero si los jeques llegaban a saber que alguno hubiera tenido comercio con mujer, se libraba éste de la muerte, no teniendo su sangre como acepta al Sol, por ser sangre impura ; echábasele entonces del adoratorio, y se le miraba como un cualquiera. Los jeques abrían vivo al moja, le sacaban el corazón y las entrañas, y le cortaban la cabeza mientras los músicos cantaban los himnos propios de aquella bárbara función. Sacrificado un moja, el cacique lo reemplazaba comprando otro.

¡Es verdaderamente digno de admiración el respeto de los Chibchas por la pureza, y cómo tenían la idea de que la inocencia pone al hombre en piadosa comunicación con la Divinidad! ¡Qué bella y consoladora costumbre, que parece nacida de un corazón cristiano, la de hacer acompañar al penitente en su entrada al templo por el inocente niño cuyos ruegos son tan eficaces!

En las guerras con sus enemigos, y más que todo en las que tenían con frecuencia con los Panches, procuraban apoderarse de algunos niños que traían a su tierra con cantares y ceremonias. A unos les daban prontamente muerte en sus adoratorios, degollándolos con grandes clamores. Regaban el suelo y untaban los postes con la sangre, y el cuerpo lo llevaban a lo alto de los cerros para que el Sol lo devorara, pues decían que comía la carne de los niños y era muy de su gusto, y que se holgaba más del sacrificio que le hacían de muchachos que de hombres. A otros los cuidaban en ciertas casas, regalándolos con delicadas comidas, y los reservaban para sacrificarlos al Sol cuando juzgaban que para ello había causa grave, como cuando iban a la guerra, para tener buen éxito en ella.

Si les faltaba agua para sus sementeras, decían que les venía ese mal por estar enojado con ellos. Juntábanse entonces muchos jeques, sacaban uno de los niños y lo llevaban a una cumbre, al amanecer de un día claro y sereno. Allí escogían el puesto para la inmolación en la parte que miraba al Oriente. Luego tendían al muchacho sobre una manta rica en el suelo y lo degollaban con unos cuchillos de caña, en medio de grandes clamores y voces. Recogían la sangre en una totuma y untaban con ella algunas peñas en que daban los primeros rayos del sol. Metían el cuerpo del inocente niño unas veces en una cueva, y otras lo dejaban insepulto en la cumbre, para que lo comiera el Sol y se aplacara su ira. Volvían algunos días después, y si lo hallaban consumido decían que el Sol lo había devorado, con lo que estaría desenojado y dispuesto a favorecerlos en sus necesidades y a enviarles buen tiempo.

Sin duda en obedecimiento a esta costumbre arrojaban los indios de Guachetá, desde un cerro, algunos niños a los españoles cuando entraron a sus tierras, considerando a los conquistadores como hijos del Sol.

En Gachetá tenían los indios un ídolo de madera, más alto que un hombre, colocado en una piedra ensangrentada. Sobre aquella piedra sacrificaban todas las semanas algún muchacho, “que no pasase de catorce años ni tuviese malicia para pecar.”

En Ramiriqí había un antiguo adoratorio muy venerado: era una cueva que formaba una espaciosa sala; a la que se entraba por una puerta muy angosta. Entre otras ceremonias que hacían allí, sacrificaban muchos niños inocentes.

Uno de los sacrificios más comunes y frecuentes era el de la gavia. Dieron este nombre los españoles a unos maderos gruesos, altos y derechos, que veían en muchas partes clavados en las esquinas de los cercados, pintados de colorado y con una garita en la parte alta, que los hacía semejarse a las gavias que se usaban entonces en los mástiles de los navíos.

Cuando los caciques querían hacer algún sacrificio, daban orden de conducir un esclavo, que llevaban amarrado en medio de numerosa y vistosa procesión, por la ancha carrera que conducía al cercado del señor. Poníanlo sobre la gavia, y le tiraban flechas y dardos agudos. Al pie del mástil estaban los jeques y otras personas con muchas escudillas recogiendo la sangre de la víctima, que ofrecían al adoratorio con ceremonias ridículas. Bajaban el cuerpo, y con danzas y juegos lo llevaban a un cerro donde los jeques, apartándose de la multitud lo enterraban.

Este género de sacrificios debía ser muy lento y doloroso, pues las heridas causadas por los dardos lanzados por la tiradera, arma arrojadiza de los Chibchas, eran generalmente leves; además como la parte inferior del cuerpo estaba protegida por la garita, las saetas lastimaban el pecho y el rostro.
Vamos a referir uno de los sacrificios más crueles y horribles. Cuando los caciques hacían de nuevo sus casas, cavaban hoyos a las puertas del cercado y en el punto donde colocaban los palos gruesos que usaban en medio del bohío. En cada uno de estos hoyos hacían entrar una niña bien compuesta y ataviada; las escogían entre las primeras familias del pueblo, que tenían a mucha honra tan bárbara inmolación de sus hijas. Soltaban los palos sobre ellas y las iban macizando con tierra, porque decían que la solidez de la casa y la buena fortuna de sus moradores consistían en estar fundada sobre carne y sangre humana. Terminado el sacrificio, convidaba el cacique a todo el pueblo para una gran borrachera que duraba muchos días, con juegos, bailes y entretenimientos, en especial de truhanes y chocarreros.

Figúrese el lector esta horrible escena propia de salvajes. Cayendo el madero sobre la cabeza débil de la inocente niña, la quebrantaba del primer golpe. La vida se extinguía con una sola lastimera queja; luego los golpes repetidos desgarraban las delicadas carnes y trituraban los huesos; la sangre corría líquida y vívida del despedazado cuerpo, que se confundía con la tierra. Al fin sólo quedaba una masa sanguinolenta, uniforme mezcla de restos de carne humana, de huesos molidos, de jirones de tela y de fango, que las voraces fieras hubieran desechado. Pero de ese barro se elevaba al cielo la voz de la inocente víctima, hecha a imagen de Dios, y que, desamparada de los hombres, clamaba justicia ante su Creador.

Finalmente haremos mención del sacrificio de las vidas de algunas de las mujeres preferidas y de los esclavos fieles a quienes sepultaban con el cacique después de que los privaban del sentido dándoles zumo de borrachero mezclado con chicha.

Fuera de la inmolación de victimas humanas, sacrificaban los Chibchas en sus adoratorios con sangre, agua, fuego, tierra, oro y esmeraldas; para cada uno de estos sacrificios tenían oraciones apropiadas, que decían cantando.

Hacían traer de las tierras calientes centenares de papagayos y algunos guacamayos, con gasto considerable. Ofrecían en un solo sacrificio ciento y doscientos de los primeros y hasta doce de los segundos. Enseñaban a hablar a los papagayos en su lengua, y cuando la aprendían, los juzgaban dignos de suplir a los hombres y de interceder por ellos. Matábanlos entonces, derramaban su sangre por el adoratorio y dejaban colgadas en él todas las cabezas.

Con agua sacrificaban, vertiéndola en los templos con ciertas fórmulas y haciéndola correr por caños; con fuego, prendiéndolo en los adoratorios y echando sahumerios. Cuando llegaron los conquistadores, salían los indios a recibirlos encendiendo fuego y sahumándolos como a hijos del Sol. Si tenían algún disgusto con ellos, venían a rogarles que fuesen sus amigos, y antes de llegar a ellos echaban moque y otras drogas en el fuego que traían preparado, y cantaban alrededor de éste para que les perdonaran lo pasado.

También arrojaban al fuego oro y esmeraldas, y decían que cuanto mayor era el señor, tanto más honroso le era quemar las mejores piedras para el Sol.

Para sacrificar con tierra hacían unas galerías subterráneas que pasaban por debajo de los templos. Tomaban la tierra en las manos con muchas ceremonias y la metían allí, echando con ella oro y esmeraldas.

Tenían a los montes en gran veneración. Considerábanlos sagrados porque los dedicaban a sus dioses, y no se atrevían a cortar un árbol ni desgajar una rama. Cuando querían hacer algún ofrecimiento entraba en el monte cada individuo aisladamente, y si eran muchos, unos iban por una parte y otros por otra. Cada uno llevaba una barra fuerte de madera, terminada en punta, y con ella enterraba oro, esmeraldas, o lo que quería. Este depósito era tan sagrado, que a ningún indio se le ocurría hurtarlo, ni lo habría hecho aun cuando se le amenazara de muerte.

Todas estas prácticas tenían por objeto implorar del Sol el perdón de sus pecados y maldades. Alcanzaron, pues, los Chibchas a emplear varios medios para aplacar la cólera de sus dioses; comprendieron que la sangre de ciertas aves que ellos preferían, tenía virtud deprecativa, y que podía sustituirse a la sangre humana; luego la historia no podrá en manera alguna excusar su persistencia en sacrificar víctimas humanas.
87
“A treinta leguas del Nuevo Reino,” se dice en el Epítome de la conquista. “A quince jornadas del Nuevo Reino,” dice Oviedo.
88
Bien pudiera este templo haber sido el edificio que descubrió Jorge de Espira en 1536, en un pueblo de indios situado cerca del bajo Ariari, y a proximidad del sitio donde se fundó la ciudad de San Juan de los Llanos, al Sudeste de Bacatá. Era una gran casa de doscientos pasos de largo, y ancha en proporción, con extensas huertas en sus dos frentes, y, según informaron los indios, servía a la vez de templo donde hacían sacrificios al Sol, que adoraban por su dios, y de monasterio donde estaban encerradas muchas doncellas, ofrecidas por sus padres para el servicio del templo. Las acompañaba un indio viejo, que era el mohán encargado de los sacrificios y de enseñar a las doncellas lo que habían de guardar. Tenían en ciertos compartimientos mucha cantidad de provisiones para su mantención (Simón. T. I, pág. 113). Según un antiguo mapa, San Juan de los Llanos estaba situado entre los ríos Guape y Güejar, cerca de la serranía de San Juan.

CAPITULO VII

Sacrificios de los Chibchas en las lagunas-Leyenda de la cacica de Guatabita-Cruel castigo de su infidelidad-Se ahoga con dos niñas en la laguna-Peregrinaciones a las cinco lagunas sagradas- Carreras y premios-Borracheras y ceremonias de las ofrendas-Varios caciques arrojan oro en la laguna al tener noticia de la venida de los españoles-Tentativas hechas para desaguar las lagunas-Quién era el cacique Dorado-Cuándo se celebraba la ceremonia del Dorado-La balsa de oro hallada en la laguna de Siecha.

Eran los Chibchas muy inclinados a hacer sacrificios en las aguas, y particularmente en las lagunas. Tenían señalados para sus ofrendas y peregrinaciones cinco santuarios o puestos principales de devoción, que eran partiendo de Norte a Sur, las lagunas de Guayabita, Guasca, Siecha, Teusacá y Ubaque. La principal y más frecuentada era la de Guatabita, situada en el páramo que domina el pueblo del mismo nombre, y cuya leyenda vamos a referir.

Cuéntase que en tiempos muy antiguos solían hacerse ofrecimientos en esta laguna, para lo cual moraban algunos jeques en una choza a la vera del agua. De allí salía de vez en cuando el Demonio en figura de dragoncillo o culebra grande, y entonces le ofrecían oro y esmeraldas. Era el guatabita un señor de los más poderosos de la nación, muy respetado por los caciques, sus vecinos, por la distinción de su linaje. Entre las mujeres que tenía, era la favorita y gozaba de toda su privanza, una que excedía a todas las demás en belleza, en gracia y en la nobleza de su sangre. Tuvo la cacica relaciones ilícitas con uno de los principales cortesanos; súpolo su marido, lo hizo prender y lo castigó sometiéndolo al bárbaro suplicio del empalamiento. A su favorita la obligó a comer en público alguna parte del cuerpo de la víctima, guisada con otros manjares, y para que la afrenta fuera mayor y sirviera de escarmiento general, dispuso que se cantara en sus fiestas y borracheras la deshonra de la cacica y su ejemplar venganza.

Lo raro del ¡suceso fue que el cacique volvió a cohabitar con ella; mas la favorita, para quien cada fiesta era un tormento que aumentaba su desesperación, logró un día huir del cercado de su marido, llevando consigo una muchacha que servía de carguera a una niña recién nacida. Corrió a la laguna, arrojó las niñas al agua, siguió tras ellas y pronto se ahogaron y hundieron las tres. Inútilmente salieron de sus chozas los jeques al oír el ruido del agua, pues ya los cuerpos se habían sumergido. Corrió uno de ellos a dar aviso al cacique, quien llegó desesperado al lugar del acontecimiento llamando a su mujer y a su hija, y como no las vio, mandó al mayor hechicero de los jeques que las sacara del fondo de la laguna. El jeque, poniendo en práctica el supersticioso ceremonial acostumbrado, mandó encender lumbre a la orilla de la laguna y echar en las brasas unos guijarros lisos, hasta que quedaran enrojecidos; se desnudó, los arrojó al agua y tras ellos se zambulló, permaneciendo largo rato en el fondo. Al fin salió solo como había entrado, y engañó al cacique con un embuste. Díjole que la favorita estaba viva en unas casas mejores que las de Guatabita y que tenía en las faldas al dragoncillo; que aun cuando le había instado que volviera al lado de su marido, no había querido consentir manifestándole cuán feliz se sentía de haber hallado descanso en sus trabajos y de verse con su hija, a quien criaría para que la acompañase.

No satisfecho el cacique con el recado del jeque, díjole que le sacara siquiera a su hija. Este la buscó por segunda vez con los guijarros hechos ascuas, y volvió con el cuerpo de la niña, muerto y sin ojos, y dijo que el dragoncillo se los había sacado estando en las faldas de la madre para que la volviesen a enviar a ésta, quien con la otra niña se quedaba aguardándola. Viendo el cacique que de nada le servía su hija sin alma y sin ojos, y que la voluntad del dragoncillo, a quien reverenciaba, se mostraba de una manera tan patente, mandó echar el cuerpecito a la laguna, quedándose sin consuelo por la pérdida de las dos idolatradas prendas de su corazón.

Divulgóse la fama de este suceso en los dominios del Guatabita, se extendió a todo el país de los Chibchas, y de todas partes vinieron a hacer sus sacrificios a la laguna, persuadidos de que en el fondo de ella vivía la cacica, ocupada en remediar sus necesidades. Los jeques hicieron correr la voz de que ésta aparecía de vez en cuando sobre las aguas, hermosa y agraciada como la habían conocido, descubierto el cuerpo de la cintura para arriba, y ceñida de allí para abajo con una manta de algodón colorada. Manifestaban que les decía ciertas cosas que ellos suponían que debían suceder por el curso de las causas naturales, como hambres, enfermedades, muerte de algún cacique que estaba enfermo. Todas las poblaciones importantes tenían anchos caminos, como de media legua de extensión, para llegar a la laguna.

Acostumbraban los indios hacer sus peregrinaciones, que duraban veinte días y a veces más, recorriendo los cinco adoratorios de que hicimos mención. Los habitantes de Tunja y de otras provincias del Norte empezaban por la laguna de Guatabita, y los de la Sabana de Bacatá por la de Ubaque. Coronaba los cerros la multitud de gente que corría la tierra, encontrándose los unos con los otros. Usaban de muchas ceremonias e iban provistos de gran cantidad de chicha para las borracheras que tenían de noche, en las que se cometían graves desórdenes que autorizaba la costumbre y toleraba la laxa moralidad de este pueblo. Hallábanse, en el espacio que debía recorrerse, muchos parajes consagrados. Cuando los corredores descubrían el cerro donde había algún |santuario, partían con gran velocidad para ganar la corona que se daba por premio al que llegara primero, a quien se tenía, además, por el más santo. Ponían tal empeño en triunfar en la lucha, que muchos se ahogaban y morían de cansancio; otros perecían víctimas de la fatiga y de los excesos de la bebida a que se entregaban en la noche siguiente. Enterrábanlos en las cuevas de los cerros, les ponían ídolos, oro y mantas, y los veneraban como a santos mártires. Cuando en las guerras marchaba en algún cuerpo uno de estos santos coronados, consideraban que llevaban consigo la victoria.

Era fama entre los indios que varios caciques, luego que tuvieron noticia de la llegada de los españoles, se apresuraron a arrojar en esta laguna mucha parte del oro que tenían guardado, ofrendándolo en sacrificio a la cacica para que los libraran de ellos. Del usaque de Simijaca se refería que había enviado desde su pueblo cuarenta peones cargados con oro para echarlo allí. El sobrino y sucesor de éste, llamado D. Alonso, aseguró al Capitán Gonzalo de Leda Venero, encomendero de Simijaca, que el hecho era cierto, y que él mismo había conducido los peones.

Un tal Martos gastó mucho dinero en su intento de sacar la gran cantidad de oro que decían existía en la laguna de Guasca: A un Carriaga le costó la vida el haber procurado extraer de la de Ubaque el tesoro que el cacique de la comarca sepultó allí para salvarlo de la codicia del guatabita, hermano del zipa Nemequene, como lo referiremos más adelante.

En 1856 los señores Tovar, París y Chacón desaguaron parcialmente la laguna de Siecha, y hallaron algunas alhajas de oro, entre otras una balsa de la que hablaremos al fin del capítulo, y varias esmeraldas. Algunos años después, en 1870, los señores Crowther y Enrique Urdaneta perecieron asfixiados en el fondo de una extensa galería de 187 metros de extensión que estaba casi terminada para desaguar la misma laguna.

A la hermosa laguna de Fúquene, donde había en una isla un templo venerado servido por muchos jeques, concurría gran número de peregrinos.

Fáltanos hablar del famoso cacique dorado que tanto fascinó a Belalcázar y a sus compañeros de conquista, que los hizo venir desde Quito hasta las tierras de Bacatá.

En la Elegía a la muerte de D. Sebastián de Belalcázar, dice D. Juan de Castellanos:

…Belalcázar inquiría
Un indio forastero peregrino
Que en la ciudad de Quito residía,
Y de Bogotá dijo ser vecino,
Allí venido no sé por qué vía;
El cual habló con él, y certifica
Ser tierra de esmeraldas y oro rica.
Y entre las cosas que les encamina
Dijo de cierto rey, que sin vestido,
En balsas iba por una piscina
A hacer oblación según él vido,
Ungido todo bien de trementina,
Y encima cantidad de oro molido,
Desde los bajos pies hasta la frente,
Como rayo del sol resplandeciente.
Dijo más las venidas ser continas
Allí para hacer ofrecimientos
De joyas de oro y esmeraldas finas
Con otras piezas de sus ornamentos,
Y afirmando ser cosas fidedinas:
Los soldados alegres y contentos
Entonces le pusieron el Dorado….
Lo cual os vendo yo por cosa cierta.”

La tercera estrofa se refiere a los frecuentes sacrificios que se hacían en la laguna, tales como los acabamos de describir; en la segunda se trata de una ceremonia muy distinta, ceremonia suntuosa, a la que con justa razón se dio el nombre de El Dorado.

Rodríguez Fresle refiere este incidente en términos semejantes. Según él, el indio de Bacatá dijo a Belalcázar “que cuando querían en su tierra hacer su rey, lo llevaban a una laguna muy grande, y allí lo doraban todo, o le cubrían de oro, y con muchas fiestas lo hacían rey. De aquí que D. Sebastián dijera: “vamos a buscar este indio dorado.” 89
89
El Padre Simón cuenta el episodio del indio, pero no dice que la ceremonia del Dorado fuera la toma de posesión del cacique de Guatabita, sino que el cacique entraba algunas veces al año, en balsa, a la laguna; cubierto todo el cuerpo de oro en polvo, a hacer sus ofrecimientos. Entre la opinión de este cronista y la de Castellanos y Fresle, no vacilamos en acoger la de estos dos últimos, que tuvieron motivos para estar mejor informados que él.

CAPITULO VIII

Soberanos que gobernaban a los Chibchas-Gobierno absoluto-Obediencia y respeto de los súbditos-Presentes que se daban a los caciques- Nobleza, usaques y guechas-Tributos-Castigo de los que no los pagaban-Esclavos-Tiguyes o mujeres de los caciques-Prioridad y privilegios de la favorita-La rival de la privada de Meicuchuca, convertida en culebra-Modo de heredar los caciques-Prueba de la continencia-El cacique de Chía, heredero del zipa, por qué?-Reclusión de los herederos de los caciques-Fiestas de coronación de los caciques y del zipa.

Cinco soberanos o señores principales, independientes unos de otros, gobernaban el pueblo chibcha cuando los españoles conquistaron su territorio. Empezando por el Norte, el Guanentá residía en la población de este nombre 91 , situada en la Mesa de Jéridas. Estaban sujetos a su mando los caciques de Uyamata, Sancoteo, Caraota, Cotisco, Siscota, Cacher, Xuaguete, Bocore, Butaregua, Macaregua, Chalalá, Poima y Poasaque.

Al Este se hallaban el Tundama y el Sugamuxi 92 . Del primero dependían los caciques de Onzaga, Chicamocha, Soatá, Chitagoto, Susacón, Ocabila, Icabuco, Lupachoque, Sátiva, Tutasá y Cerinza.

El señorío de Iraca o Sugamuxi, el menos extenso de los cinco, comprendía los cacicazgos de Gámeza, Firavitoba, Busbanzá, Tobazá, Toca, Pesca y algunos más.

Los dominios del zaque o hunsa ocupaban el centro del país. Residió primitivamente en Ramiriquí, de donde pasó su capital a Hunsa (Tunja). Rendíanle vasallaje los caciques de Tuta, Motavita, Sora, Ramiriquí, Turmequé, Tibamá, Tenza, Garagoa, Somondoco y muchos otros pueblos.

El zipa 93 , el más poderoso de los señores, residía en Bacatá o Muequetá (Funza). Sus estados comprendían todas las tierras del Sur, y ocupaba próximamente las dos quintas partes del territorio chibcha. Las poblaciones principales eran: Simijaca, Guachetá, Ebaté, Chocontá, Nemocón, Zipaquirá, Guatabita, Chía, Suba, Ebaque, Tibacuy, Fusagasugá y Pasca.

Los caciques de Sáchica y Tinjacal eran señores libres 94 , y lo eran también los de Chipatá, Saboyá y sus vecinos, puesto que dice Piedrahita que el hunsa hizo “levas de gente extranjera, que consiguió de los cantones de Vélez donde a cualquier príncipe extraño se le permitían por su dinero.” 95

El gobierno del zipa, del zaque y de los caciques era una monarquía absoluta, un despotismo oriental. Tenían al su cargo la dirección de los negocios del estado y de las operaciones de la guerra; daban, reformaban y hacían aplicar las leyes y obraban en todo como jefes supremos de sus dominios, sin que ningún otro poder moderador interviniese en las decisiones de su soberana voluntad. La clase de los jeques, que recibían de sus manos la investidura del sacerdocio, les estaba sometida, como todas las demás. Eran obedecidos y reverenciados casi como dioses. Los más de los caciques, aunque fueran absolutos en sus tierras, se humillaban ante el zipa y el zaque.

Los indios jamás miraban a la cara a su señor, pues si entraban donde estaba, lo hacían vueltas las espaldas, o inclinándose profundamente y volviendo la cara cuando llegaban cerca de él; se sentaban o permanecían de pie, pero siempre con la cabeza baja. Los caciques y los embajadores tenían que someterse al mismo ceremonial. Decían los indios que los cristianos eran muy desvergonzados porque hablaban con el licenciado Jiménez de Quesada cara a cara y mirándolo. Cuando el zipa escupía, se arrodillaban uno o dos de los nobles, se hablaban y volvían la cara atrás, extendían los brazos presentándole una toalla fina para que escupiese, porque aquella saliva era cosa santa que no debía tocar en tierra. El que la recibía se retiraba muy honrado y satisfecho, como si se le hubiera concedido alguna merced. Sólo los indios principales podían pasar cerca del cacique, pero habían de ir con la cabeza muy baja.

Andaba el zipa en andas de madera adornadas con planchas de oro; las llevaban a hombros gentes de su casa. Precedíanle algunos indios que quitaban las piedras y terrones del camino, y tendían mantas y flores para que pasase sobre ellas. El mismo determinaba los sujetos de distinción a quienes permitía hacer uso de andas en premio de señalados servicios.

Ningún mensajero, noble o persona principal, podía presentarse ante cualquier cacique con las manos vacías, pues había de ofrecerle algún regalo cada vez que lo visitaba. En las ocasiones solemnes las dádivas eran verdaderamente regias.

La reverencia, la constante adulación a los jefes de estado y la sumisión de sus súbditos, que era tan grande, “que ninguna nación de las del mundo tuvo tal obediencia ni respeto,” 96 los envanecía y los afirmaba en su despotismo, que sólo podía mitigarse cuando el mandatario era de condición mansa.

El guatabita tenía a sus vasallos tan sujetos, que si alguno quería ponerse una manta diferente las de los demás, tenía que pedirle licencia, pagándole muy bien, y el mismo cacique lo había de cubrir con ella.

Estimaban mucho los Chibchas la nobleza de la sangre, procuraban que las familias principales se conservaran sin mezcla, y hacían gran diferencia entre nobles y plebeyos. Los caciques de más distinguido linaje tenían el título de |usaques; el que se daba especialmente a los que vivían en la frontera de los enemigos. Eran ellos quienes convocaban la gente de guerra. En los campamentos ocupaban sitios diferentes, distinguidos con sus insignias de diversos colores, de manera que podían conocerse por las tiendas que ponían. El zipa era bacatá usaque, es decir, usaque de los usaques.

El valor militar abría camino a los honores. La enemistad de los Panches obligaba al zipa a ten guarnición en los pueblos de la frontera, para lo cual se ser vía de ciertos indios que llamaban guechas 97 , hombres esforzados, valientes y determinados, que unían estas cualidades la destreza y la vigilancia. Estos guerreros eran buscados en todo el reino, y el bacatá los hacía venir a su presencia y los instruía en lo que habían de hacer. Honraba y premiaba a cada uno según sus hechos, y de entre ellos escogía con frecuencia los caciques de los pueblos donde llegaba a faltar el heredero legítimo. Andaban los guechas siempre con el pelo corto, horadados los labios, las narices y en contornolas orejas. Poníanse en las aberturas de los labios y orejas canutillos de oro fino en número igual al de los enemigos que habían muerto en la guerra. Entre las figurillas de oro de los Chibchas suelen encontrarse algunas que representan a estos bravos. Se ven armados y adornados con largos canutillos de oro, que les dan aire marcial. Véanse las figuras de oro números 4, 5 y 6. La que lleva el número 6 muestra los dientes, y esto le da aspecto feroz.
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4. Guerrero guecha de oro, sentado dentro de un cercado, y rodeado de objetos de difícil interpretación.
-Museo Real de Berlín.

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5. Guerrero guecha, de muy buen oro, con casco terminado en punta retorcida, armado con una tiradera y una vara llena de picos; mide 7 centímetros.
-Museo Nacional de Bogotá.
6. Guerrero guecha, de muy buen oro, de aspecto feroz, mostrando los dientes. Lleva en la mano derecha una tiradera y dos dardos. Está reducido a los dos tercios de su tamaño.

Los vasallos pagaban su tributo a los caciques 98 en mantas y en oro, que fundían en forma de tejuelos. Al indio que no daba la cuota que le correspondía le enviaban con un criado un leoncillo o un oso que amarraba a la puerta de su casa. Tenía que mantener al criado y al animal, dando de comer al último tórtolas, curíes y pajarillos. Estaba, además, obligado a entregar cada día una manta de algodón. El pobre indio que llegaba a verse en tales conflictos, hacía las mayores diligencias por pagar. En otras partes se valían de un medio distinto. Enviaban a cobrar el tributo, y si no se pagaba en los días que se daban de espera, entraba el cobrador a la casa del deudor moroso y apagaba con agua la lumbre, que no era permitido volver a encender hasta que no se entregaba la suma que se debía.

El zipa y los caciques reducían los prisioneros a la esclavitud, y llevaban a la guerra a los Panches y Colimas, empleándolos como flecheros. A las mujeres de los vencidos las ocupaban en el servicio doméstico. Los esclavos más fieles eran enterrados vivos con sus señores.

No hay noticia de los empleados principales que tenía el zipa en su corte; sólo se sabe que entre ellos había contador y tesorero. El pregonero era muy considerarlo en su pueblo; nombrábalo el cacique, escogiéndolo entre las personas más estimadas y de noble estirpe.
91
Cada señor era generalmente conocido con el nombre de la capital de sus dominios; era, pues, común decir el Bacatá, el Hunsa, el Guatabita, etc.
En el vocablo Guanentá se halla la voz tá, labranza; significa, pues |Labranza de los Guanes.
92
Los españoles mudaron la voz Tundama trasponiendo las letras, en Duntama y luego en Duitama, y cambiaron el nombre de Sugamuxi por Sogamoso.
93
Tanto el título de Zipa, como el de Zaque, equivalen a gran señor. Castellanos escribe Cipá.
94
PIEDRAHITA. Lib. II, Cap. VI.
95
PIEDRAHITA. Lib. II Cap. IX.
96
CASTELLANOS.
97
Guecha o güecha, voz formada de cha, varón, y gue o güe, que yo mate : varón que da la muerte.
98
El título de cacique era el que daban los naturales de la isla Española a los jefes de tribus. Los Chibchas llamaban a estos psihipcua.

CAPITULO IX

Antiguas leyes de los Chibchas-Leyes de Nompaném, del guatabita y de los Guanes-Leyes de Nemequene-Mensajeros que anunciaban la guerra-Espías-Preces y sacrificios antes y después de la guerra- Insignias con que se distinguían los nobles-Armas e instrumentos de música-Momias que llevaban en el ejército-Descripción de un combate-Grado de valor de los Chibchas.

Tenían los diferentes estados chibchas leyes de inmemorial antigüedad que por tradición oral se transmitían unas generaciones a otras. Atribuían las primitivas a Bachúe, quien tenía por madre de su raza. Cada cacique daba, además las leyes particulares que creía convenientes para el buen gobierno de sus dominios.

De Nompaném, cacique de Iraca, se refiere que luego que desapareció Bochica se propuso hacer observar los preceptos que éste había enseñado, pero que conociendo que no los habían de cumplir si no imponía una sanción al que los infringiera, los redujo a leyes. Dispuso que el homicida fuera condenado a la pena de muerte, y que el embustero, el ladrón y el que quitase la mujer ajena fuese bien castigado: la primera vez con azotes, la segunda con pena de infamia y la tercera infamando al delincuente con toda su parentela.

La ley del guayabita era ley de sangre, puesto que la generalidad de los delitos se castigaba con la pena de muerte.

Entre las penas que imponían los Guanes son de notarse las siguientes. Al ladrón se le amarraba a un palo cuando reincidía, y se le hacía flechar; a los flecheros que acertaban a herirlo en la boca o en un ojo, les daba el cacique en premio una manta. Las travesuras de los muchachos se castigaban echándoles en los ojos agua de ají, lo que les producía fuerte escozor. Si sospechaban que alguna mujer hubiera cometido adulterio, la embriagaban con zumo de borrachero, y si en el estado de beodez se permitía algún acto de sensualidad, daban por cierta la sospecha, y la mataban; en el caso contrario la daban por libre, haciéndola volver en sí con el zumo de otra yerba.

En otras partes del país de los Chibchas, quienes generalmente odiaban este delito, aunque lo permitían en sus grandes fiestas, hacían comer aprisa mucho ají a la que recelaban que fuera culpable; y cuando ya sentía quemadas las entrañas, le decían que confesara su culpa, lo que hacía con frecuencia, aunque fuera inocente, impulsada por el acerbo dolor. Dábanle entonces agua para que mitigara el ardor, y la sentenciaban a muerte. Cuando no confesaba, quedaba purgada con el tormento y le hacían grandes fiestas. Si el adúltero era rico, y su cómplice de condición inferior la rescataba de la muerte con oro y mantas, de lo que correspondía una parte al cacique; rescate que no tenía efecto si se trataba de alguna de las mujeres de éste. En tales casos se sometía a los culpables a muerte cruel, dejando los cuerpos insepultos para escarmiento de los demás.

Al que era acusado de ladrón lo traían la primera vez delante del cacique con las espaldas vueltas; la segunda lo reprendían y lo castigaban con azotes; a la tercera ya lo tenían por incorregible, y le hacían sufrir una pena que era considerada peor que la de muerte. Sentábase el cacique gravemente en una silla; un cortesano colocado detrás de ésta reprendía al culpable diciéndole que ya se le había castigado dos veces por su mala vida, y no había tenido vergüenza de volver a ella; que sin duda se consideraba gran señor, y puesto que lo era, bien podía mirar al cacique. Volvíale entonces con presteza la cabeza, obligándolo a fijar la vista en el cacique, y después lo dejaba regresar a su casa. Era tal el sello de infamia con que esta pena marcaba al delincuente, que se acababa su linaje, pues ninguno le daba sus hijos para que se casaran con los suyos, ni le ayudaba en las labranzas ni en sus necesidades, ni quería tener trato y comunicación con él, sólo porque había mirado al cacique.

Cortaban manos, narices y orejas, y daban azotes por otros delitos que consideraban menos graves.
El zipa Nemequene, cuyo reinado tuvo principio en los últimos años del siglo XV, ordenó muchas leyes que quedaron “estampidas en solas las memorias de los hombres,” y que siguieron observando sus súbditos hasta que la legislación española las hizo olvidar. Gran mérito tuvo Nemequeue por haber promulgado de nuevo y puesto en vigor las antiguas leyes, acondicionándolas y reformándolas.

Las principales fueron estas:

Impúsose la pena de muerte al homicida, alegando que sólo Chiminigagua, que daba la vida, podía perdonar al que la quitaba. Con la misma pena se castigaba al que forzaba alguna persona del otro sexo, si era soltero. Siendo casado, debía sufrir la pena del talión.

El incestuoso era metido en un hoyo angosto lleno de aguay con sabandijas, que cubría con una losa para que pereciera miserablemente.

El reo de pecado nefando moría con ásperos tormentos, y el que de ordinario le aplicaban consistía en empalarlo con una estaca de una palma espinosa hasta que le salía por el cerebro.
Cuando una mujer moría de parto, si vivía la criatura debía el marido criarla a su costa. En caso de muerte de ésta, daba la mitad de la hacienda a los suegros, hermanos o parientes más cercanos. 103

El desertor era castigado con vil muerte. Al que se mostraba cobarde en el servicio militar se le obligaba a llevar vestidos de mujer, y a ocuparse en los oficios que son propios de ella, por el tiempo que dispusiera el zipa.

El fisco heredaba los bienes del que fallecía sin herederos.

A la gente común no le era permitido usar sino ciertos vestidos y joyas. Sólo los usaques podían hacerse horadar las orejas y narices, y llevar pendientes las joyas que quisiesen.

Ningún señor podía subir en andas a menos que el zipa se lo permitiese en premio de importantes servicios.

Las personas principales no estaban sujetas a las leyes comunes. Para ellas se establecieron penas ligeras de vergüenza, como romperles la manta y cortarles los cabellos, lo que se consideraba grande ignominia, pues ponían lo uno y lo otro en sus templos. 104

Acostumbraban los Chibchas enviar mensajeros de una y otra parte cuando por cualquier motivo querían hacerse la guerra; éstos se quedaban en los pueblos de los contrarios, donde los consideraban y regalaban todo el tiempo que duraba la contienda.

Llevaban con la fuerza espías y corredores que observaban al enemigo y daban cuenta de todo.

Antes de salir a la guerra pasaban una lunación cantando, a la puerta de los templos, al Sol y a la Luna para que los favorecieran. En estos cantares les referían las causas justas que tenían para romper la paz. Preparábanse también, con el mismo fin, sacrificios de niños, que se hacían por manos de los jeques. 105 Terminada la guerra, se entretenían muchos días en bailes, canciones y regocijos en que representaban sus victorias, y si volvían vencidos pedían perdón a sus dioses de su loca determinación: cantaban unos y lloraban otros, lamentándose de que sus pecados hubieran sido la causa del mal éxito.

Cada cacique tomaba sitio diferente en el campamento, distinguiéndose por sus insignias de colores diversos, de manera que la vista de las tiendas y pabellones que ponían bastaba para reconocer las parcialidades. Seguían al ejército muchas mujeres con gran copia de múcuras de chicha, que llevaban dondequiera que se movían. Peleaban formados en cuerpos, pero no ordenados y en filas como los españoles, sino apartados. Eran de verse estos cuerpos en un campo de batalla.

Distinguíanse los nobles por sus penachos ondeantes de hermosas plumas de guacamayos y papagayos, metidos, en anchas cintas de oro fino, que tenían engastadas trechos lucidas esmeraldas. Ostentaban en la frente grandes medias lunas con las puntas vueltas para arriba. Llevaban además narigueras, arracadas, brazaletes, collares de finas cuentas con canutillos de oro a trechos, patenas, petos y otras más grandes planchas que les servían de escudos, todo de oro.

“No fue poco cebo para alentar los bríos de los españoles tener a la vista joyas de tanto precio.” 106
Iban los soldados aderezados de plumas y armados con picas de palma negra, de seis a diez palmos de largo, tostadas las puntas; macanas a manera de pesadas espadas, que jugaban a dos manos y daban gran golpe; varas puntiagudas usadas en lugar de saetas; hondas, tiraderas que llevaban sobre el brazo para lanzar dardos. 107 Los músicos ocupaban sus puestos con sus fotutos o flautones de madera y sus grandes caracoles marinos guarnecidos de oro, que servían de trompa y de corneta, y se tocaban en las principales fiestas y en los combates. Eran dichos caracoles muy estimados; los traían de tribu en tribu desde la Costa, y daban por ellos alto precio.

Espectáculo singular presentaban en medio del ejército uno o más cuerpos humanos, tiesos y secos, que traían algunos indios a cuestas, o en andas adornadas con vistosas mantas y rodeadas por una guardia. Eran los cuerpos, conservados por medio de ciertos ingredientes, de antiguos afamados guerreros, cuya presencia infundía ánimo y vergüenza a los soldados.

Empezaba la lid con estruendosa vocería, acompañada del disonante ruido de los instrumentos músicos.

Cruzábanse infinidad de flechas por los aires, hiriendo a los combatientes que caían revolcándose por el suelo, donde rodaban penachos, escudos y diademas. Las duras piedras dejaban en los cuerpos, profundas y dolorosas señales. Los terribles golpes de macana rompían cabezas, brazos y piernas, y ensangrentaban los rostros. Redoblaban los gritos de uno y otro lado, retumbaban los caracoles marinos y los tamboriles de diversos tamaños; los jefes iban a una y otra parte animando a sus soldados, y si estos jefes eran el zipa y el zaque, se hacían llevar en ricas andas en medio del combate. El vencedor se volvía a sus tierras cargado con los despojos del vencido.

Eran los Chibchas en general tímidos y de poco brío y fuerzas para la guerra; fácilmente se acobardaban cuando veían a sus compañeros muertos, por temor de correr igual suerte. Muy superiores en arrojo y en valor salvaje eran sus vecinos, los Panches y los Muzos, y probablemente los habrían conquistado si alguna vez se les hubiera ocurrido ocupar sus tierras más bien que cazarlos para hacer provisión de carne humana. La dirección de un buen jefe, la disciplina y el ejemplo dado por tropas aguerridas, han hecho en todo tiempo de los Chibchas muy buenos soldados. En la primera ocasión en que acompañaron a los españoles a pelear contra los Panches, se les veía pálidos, temblorosos, se metían debajo de los caballos y huyeron muchos de ellos por no servir de alimento a sus voraces enemigos. Más tarde, luego que vieron que no resistían éstos al empuje de los españoles, los acometían con ardimiento, fingían huir para embestirlos y los perseguían sin descanso.

Era la gente de Tundama la más belicosa y valiente de todas, y fue la última que sometieron los conquistadores.
103
En algunas partes, cuando el viudo no tenía hacienda, había de buscar algunas mantas para pagar a los herederos de la muerta, y si no, lo perseguían hasta quitarle la vida.
104
Hemos tomado estas leyes de Castellanos (Canto primero), quien las atribuye a Nemequene. El Padre Simón las presenta como “leyes de inmemorable antigüedad, puestas por los reyes pasados”. Mas como al enumerarlas no hace otra cosa que poner en prosa, con pequeñas adiciones, los versos de Castellanos, nos atenemos a la opinión de este cronista, el primero que las menciona. Nemequene encontró leyes antiguas, pero tuvo el mérito de haberlas reformado, completado, reunido en un solo cuerpo y puesto en vigor.
Piedrahita dice que para la observancia de estas leyes dispuso Nemequene que fuese presidente de su consejo supremo, con derecho de sucesión el cacique de Suba, de cuya sentencia en justicia no podía apelar. Esta noticia, que no hallamos en ninguna de las crónicas anteriores a Piedrahita, no nos parece digna de crédito.
105
Dice Piedrahita que para las guerras que emprendían los Chibchas daban cuenta primero al sumo sacerdote de Sogamoso. Ya hemos dicho que el cacique de Iraca no era de la clase de los sacerdotes, ni ejercía ninguna autoridad civil ni religiosa fuera de sus dominios.
106
SIMÓN. T. II, pág. 408.
107
En el capítulo XII se verá la descripción de las tiraderas. Cuando los Chibchas querían incendiar las casas que ocupaban sus enemigos, lanzaban sobre ellas dardos encendidos.

CAPITULO X

La niñez entre los Chibchas-Pruebas de la suerte feliz de los niños y de su laboriosidad-Sumisión a los superiores-Poligamia-Modo de celebrar los matrimonios-Fiestas del estreno de las casas-Fiestas de los caciques en las labranzas-Danzas, cantares y arrastres de madera-Sepultura de los caciques y del zipa-Diversas clases de entierros-Momias que conservaban en los templos-Aniversarios-lb. Riquezas sacadas de los sepulcros, santuarios, etc.

La condición de la esposa y la del hijo entre los Chibchas era la de esclavos; no usaban con estos seres débiles y delicados, en quienes se concentra el encanto de la vida, las atenciones y los miramientos que acostumbran los pueblos civilizados, aunque es cierto que estaban lejos de tratarlos con la crueldad que lo hacían las tribus bárbaras que los rodeaban. El parto era considerado como un acto sencillo de la vida del matrimonio, que no necesitaba de precauciones. Si la madre podía huir de la gente, se retiraba a algún lugar situado cerca de un arroyo, y luego que daba a luz iba a lavarse con la criatura.

Cuando apartaban al niño del pecho de la madre, practicaban una prueba supersticiosa, para adivinar si su suerte sería feliz o desgraciada. Hacían un pequeño rollo de esparto con un poco de algodón en medio, mojado con leche de la madre. Iban con él seis buenos nadadores y lo echaban al río, nadando ellos detrás; si el rollete se volcaba por el oleaje antes de que lograran alcanzarlo, decían que el niño sería desgraciado. Cuando lo cogían antes de que se volcara, juzgaban que se ría muy afortunado. Volvíanse en este caso contentos a la casa de los padres, quienes celebraban con fiestas el suceso. Acercábanse los convidados al niño, que estaba sentado en una manta, y cada uno le quitaba un mechón de pelo con un cuchillo de caña de piedra, hasta que quedaba rapado. Echaban los cabellos al río donde lavaban la criatura, ofreciéndole algunos regalos para dar fin a la fiesta.

Cuando las niñas llegaban a la edad de la ¡pubertad, las hacían estar sentadas seis días en un rincón, tapados el rostro y la cabeza con una manta. Terminado este plazo, se juntaban algunos indios, colocábanse en dos filas, la llevaban en medio de ellos a un arroyo donde se lavaba; volvían con ella a su casa y le hacían fiestas con el habitual gasto de chicha.

Los Guanes tenían la costumbre de embriagar a los niños de once a doce años con zumo de borrachero. Cuando los muchachos acudían a tomar el arco y las flechas, o los instrumentos de labranza, y las muchachas a las piedras de moler o a hilar algodón, que todo se lo ponían cerca, los tenían por hacendosos y valientes. Pero si se dejaban dominar por el sueño y no se movían a hacer alguna cosa, los desestimaban.

Hacían lo mismo con los esclavos, pretendiendo conocer si habían de ser fugitivos o no, por el hecho de que salieran a la puerta de la cesa.

Como los Chibchas no tenían otro, medio de transporte que sus espaldas, acostumbraban a los niños de uno y otro sexo a cargar desde que tenían fuerzas para ello.

La clase numerosa del pueblo no recibía ninguna instrucción, ni tenía más conocimientos que las vagas; confusas y supersticiosas ideas que los padres comunicaban a sus hijos, a quienes enseñaban los oficios propios de la dura vida que habían de llevar más tarde.

La obediencia, generalmente pasiva, era la regla común en todas las edades y condiciones; los hijos estaban sometidos a sus padres, las mujeres a sus esposos y los vasallos a sus caciques. Pudiera considerarse admirable esta organización de la sociedad chibcha, si no hubiera conducido al exceso de hacer esclavos de los que obedecían, y tiranos de los que mandaban. Aun hoy, tres siglos y medio después de conquistado su territorio, da esta raza desgraciado ejemplo de respeto y de sumisión a las autoridades: nunca ha promovido revueltas ni guerra de castas.

Ya hemos dicho que la poligamia existía entre los Chibchas; tan general era, que por lo común tenían dos o tres mujeres.

El número de éstas aumentaba con la categoría la riqueza de las personas, pues cada uno tenía cuantas podía mantener, y vivían juntas dentro de un mismo cercado, sirviendo a su marido. En todas las clases sociales la primera mujer era siempre la preferida y superior a las demás en el gobierno de la casa, y cuando ésta fallecía, la reemplazaba la más antigua. Las consortes ocupaban generalmente un mismo aposento, y el esposo estaba en otro.

No reparaban algunos indios en hallar o no doncellas a sus esposas, y tenían antes por desgracia que alguno no les hubiera cobrado afición. A pesar de tan extraño sentimiento, exigían que les fueran fieles.

En los dominios del zipa no era permitido casarse entre parientes hasta pasado el segundo grado de consanguinidad; en los del zaque no se tenía en cuenta el parentesco, y este jefe no repugnaba unirse con sus hermanas; en algunos cacicazgos sólo se prohibía la unida dentro del primer grado. El que quería contraer matrimonio convenía con los padres o tutores de la persona a quien pretendía, en el precio que debía dar por ella. Entregado éste, si la cantidad no les satisfacía, el comprador añadía por dos veces la mitad más de lo que había dado primero, y si a la tercera no bastaba, buscaba mujer más barata. Cuando llegaban a ponerse de acuerdo, daban la novia sin más fórmula ni ceremonia. 108 Ella no llevaba más dote, cualquiera que fuera su condición, que algunas alhajuelas usuales y veinte múcuras de chicha, que se consumían en las fiestas con que se daba fin a la celebración de un acto tan exento de toda solemnidad entre los Chibchas.

Antes de dar su hija al que la pedía para casarse, el padre averiguaba si era trabajador y podía sustentarla.

En algunas partes se usaba que el pretendiente enviara una manta a los padres o tutores de la preferida. Si no se la devolvían, enviaba otra y agregaba una carga de maíz y medio venado, si era persona a quien le fuese permitido comer esta carne. Al día siguiente, al amanecer, iba a sentarse a la puerta de la casa de la novia sin hacer más ruido que el que bastase para que entendiesen que estaba allí. Preguntaba entonces el padre o tutor quién estaba afuera, y si era acaso algún ladrón, pues ni debía nada ni había invitado a nadie. El novio se quedaba en silencio aguardando que saliese la pretendida, que no tardaba mucho en presentarse con una totuma grande de chicha: se le acercaba, la probaba y se la pasaba a él, que bebía cuanta podía. Con esto quedaba hecho el matrimonio y se hacía la entrega de la desposada. 109

Las mujeres se ocupaban en los quehaceres domésticos, hilaban algodón para fabricar las mantas y ayudaban a sus maridos en los trabajos de labranza.

Ningún espectáculo es más a propósito para juzgar del grado de cultura de un pueblo, ya sea civilizado o bárbaro, que el que presentan sus fiestas. Osténtanse allí los modales de las gentes y la galantería con el sexo débil, a la vez que se ve cómo alcanza la educación a reprimir las pasiones, y la ignorancia a desencadenarlas. No era el buen tono el regulador de las fiestas de los Chibchas, como bien lo dice el nombre de |borracheras que les dieron los cronistas. Aunque empezaban con mucho orden, ocupando cada uno el puesto que le correspondía, la licencia las convertía con frecuencia en orgías: caían al suelo, ya beodos, caciques, nobles y gentes de toda condición, y mezclados y confundidos hombres y mujeres, se entregaban a excesos semejantes a los que toleraba la Roma pagana. Todos quedaban igualados aquel día, y cuando les volvía la razón se daba al olvido lo que había pasado, pues además de que la costumbre autorizaba, tales desordenes, donde el jefe y los principales se habían encanallado, no quedaba quien tuviera el derecho de castigar.
108
Dice Piedrahita que si la oferta era aceptada, “tenía el indio algunos días la mujer a su disposición, y si le parecía bien se casaba con ella, y si no, la volvía a sus padres.” Tal costumbre, que ningún otro cronista comunica, no existía entre los Chibchas.
109
Hablando del matrimonio entre los Chibchas, dice Piedrahita:
“En cuanto a matrimonio, no tenían los Moscas ceremonia alguna en su celebración, si no era cuando casaban con la primera mujer, porque entonces se hacían por manos de sacerdotes, los cuales ponían en su presencia a los contrayentes (teniéndolos recíprocamente el uno al otro, echado el brazo sobre los hombros), y preguntábale a la mujer si había de querer más al Bochica que a su marido, y respondiendo que sí, volvíale a preguntar si había de querer más a su marido que a los hijos que tuviese de él; y respondiendo que si, proseguía el sacerdote: si tendría más amor a sus hijos que a sí misma; y diciendo también que sí, preguntábale más: si estando muerto de hambre su marido, ella no comería; y respondiendo que no, le preguntaba finalmente: si daba su palabra de no ir a la cama de su marido, sin que él la llamara primero; y hecha la promesa de que no iría, volvía el sacerdote al marido, y decíale si quería por mujer a aquella que tenía abrazada, que lo dijese claramente y a voces, de suerte que todos lo entendiesen; y él entonces levantaba el grito y decía tres ó cuatro veces: sí quiero; con lo cual quedaba celebrado el matrimonio, y después podía casarse sin la tal ceremonia con cuantas otras mujeres pudiese sustentar,”.
No nos parece auténtico este relato, |que no trae ningún autor anterior a Piedrahita.
Si el Sol era el dios superior entre los Chibchas, ¿por qué invocar de preferencia la protección de Bochica para el acto tan importante del matrimonio? Las respuestas de los novios al jeque revelan sentimientos tan elevados, que no puede citarse ejemplo semejante en la historia de ninguna otra nación idólatra. Si hubiera existido la costumbre de estas ceremonias religiosas, no habrían callado los cronistas un hecho tan interesante. Muy lejos de recordarlo, Castellanos dice que los casamientos de los Chibchas eran “embriagueces descompuestas, sin otras ceremonias ni terceros,” y para que no quede duda, vuelve a repetir que daban la mujer sin usarse de más ritos de recibirla.”
Según el Padre Simón, se hacían los matrimonios ” sin ritos ni dilaciones.” Jiménez de Quesada es aún más preciso, pues dice en el Epítome:
“En el casarse no dicen palabras ni hacen ceremonias ningunas, más de tomar su mujer y llevársela a su casa.”
Oviedo repite poco más o menos lo mismo.

CAPITULO XI

Propiedad de las tierras-Agricultura-Plantas alimenticias-Frutas-Venados y otros animales cuya carne comían-Sal compactada-Esmeraldas de Somondoco-Tejuelos de oro que servían de moneda-Mercados y ferias-Construcciones-Cercado del zaque-Casa fuerte del zipa en Cajicá-Patenas de oro que pendían de los cercados del hunsa y del sugamuxi-Monumentos de piedra de los Chibchas.

La propiedad individual de las tierras existía entre los Chibchas, y los bienes raíces se transmitían por herencia a las mujeres y a los hijos del difunto. Como los objetos de lujo, esmeraldas, tunjos y joyas de oro y cobre eran propios de la persona, la enterraban con ellos, y así esta parte de la riqueza, a la vez particular y pública, dejaba de acumularse, y cada generación se veía precisada a renovarla 112 . Las poblaciones tenían bosques y lugares de pesca comunes. 113

Era la agricultura la industria principal de los Chibchas, puesto que sacaban su sustento del producto de sus cultivos. Tenían extensas labranzas, no solamente en las tierras frías, sino también en los valles cálidos que quedaban al pie de las montañas que los separaban de sus enemigos. Allí sembraban algodón, frutas y raíces propias del clima, y defendían las sementeras a punta de lanza de sus inquietos vecinos. Como no conocían el hierro, se servían de barras y palas de madera y de imperfectos instrumentos de piedra. Aun se ven en algunas haciendas anchos camellones cruzados de surcos, que son restos de antiguos trabajos agrícolas de este pueblo laborioso. Los Guanes llegaron a sacar acequias de los ríos para regar sus propiedades.

Trataremos de las principales plantas alimenticias que cultivaban, y del uso que de ellas hacían.

Del maíz, que llamaban |aba, sólo hacían una cosecha anual en las tierras frías. Conocían algunas variedades de esta gramínea: el maíz de arroz, el blanco, el colorado, el rojo blando, el amarillo y el negro. Molíanlo en piedras ligeramente cóncavas, sirviéndose de otras piedras en forma de rollete aplanado en la parte de abajo, que movían con ambas manos. Hacían de él, poniéndolo a fermentar con agua, la chicha, que era su alimento preferido. Servía su grano para preparar la mazamorra, suque, y de su maza se hacían puches o gachas y bollos, que eran su pan habitual. Envolvían éstos en una hoja apropiada, y los cocían en una olla con agua o los asaban. Comían algo caliente la pasta blanda y tierna. Aun hoy se suele usar este alimento, que conserva el nombre de bollo de indio.

De las papas o patatas, llamadas por los Chibchas |yomsa, yomuy, 114 “harinosas raíces de buen gusto, regalo de los indios bien acepto, y aun de los españoles golosina,” 115 cultivaban muchas variedades, unas redondas, otras chatas y largas otras. Las había blancas, amarillas y moradas.

“Es la mayor provisión que tienen, dice Oviedo, porque con todo lo que comen, comen esas yomas”
Cultivaban muchas otras raíces de que se servían para variar sus comidas las principales entre los tubérculos eran las siguientes: los cubios ( tropeolum tuberosum) que comían cocidos o crudos como si fueran rábanos; “tienen el mismo sabor que nabos, y esto es el más verdadero mantenimiento de que se sirven por pan” (Oviedo). Daban el nombre de hibia a una variedad de cubios que tiene un principio dulce. Las chuguas ( |mellocoa tuberosa) o ullucos de los peruanos, la yuca no venenosa, de la que hacían pan o la comían asada; la arracacha y la batata ( convolvulus).

Usaban mucho el grano de la quinoa ( chenopodium quinoa), cuyo cultivo se ha abandonado, y que reemplazaba el arroz, que no conocían. Lo lavaban para quitarle un principio amargo y que produce vómito.

Tenían también fríjoles, calabazas o ahuyamas y tomates, y usaban mucho el ají como condimento.

Ya hemos dicho cuánto estimaban el hayo o la coca, que era entre ellos de uso general, aun como alimento. También hacían uso del tabaco, y se han hallado en las sepulturas pipas cortas de piedra para fumarlo. (Véase la figura 121). Parece que tomaban por las narices el rapé o polvo de tabaco, pues en Santafé tuvieron los españoles grandes moliendas de la hoja de esta planta para exportar hacia el reino de Quito y España, donde llamaban al rapé |tabaco de Tunja, de donde se llevó el primero. 116 Cultivaban la planta en el pueblo de indios de Samacá, y el precio del rapé era tan caro, que dice el Padre Simón que llegó a venderse en Bogotá a $600 la arroba.
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121. Pipa con dibujo.
-Ernesto Restrepo.

Entre las frutas de distintos climas que preferían, los cronistas hacen mención de las siguientes: los agua.cates ( persea gratissima), las guamas ( inga), las piñas ( bromelia ananas), las guayabas ( psidium pomiferum), las pitahayas ( cactus metocactus), las guanábanas ( annona muricata) y otras más.
La carne preferida de los Chibchas era la de v nado. Abundaban tanto estos animales que “andaban en manadas como si fueran ovejas.” 117 Cuando llegó Jiménez de Quesada a Cajicá, donde permaneció unos pocos días, le traían los indios diariamente veinte o treinta venados muertos para sustento de la fuerza expedicionaria, y hubo día en que se presentaran con más de ciento. Ochenta años después de la conquista todavía decía el Padre Simón que quedaban muchos, a pesar de la caza que les hacían los españoles. Ningún indio podía matar ni comer venado sin licencia del cacique, y cuando éste no la concedía no era permitido matarlos, aunque entraran a hacer daños en las labranzas. 118

Hacían uso general de la carne de los curíes ( cavia) y de los conejos; unos y otros eran en extremo abundantes, tanto que los indios los llevaban por centenares al campamento español 119 , y en Santafé dieron por mucho tiempo cuatro conejos por un real. Tenían pocas aves, y entre ellas preferían las tórtolas, las perdices y los patos de las lagunas. Comían, finalmente, los pescados que producían sus ríos.
112
SIMÓN. T. II, pág. 311.
113
SIMÓN. T. II, pág. 309.
114
En las haciendas de la Sabana llaman |yomogó la parte de la cosecha de las papas que dejan a los que ayudan a cogerlas.
115
CASTELLANOS. Canto II.
116
ZAMORA, Pág. 42.
117
El autor del |Epítome dice:
“Hay infinidad de venados, en tanta cantidad, que los basta á mantener como acá los ganados”.
118
Castellanos dice que los chibchas salían a la caza con aderezos de plumajería, y pone en boca del cacique Tiquisoque esta invitación a un jefe español:
Por más regocijaros,
Serviros y agradaros, damos traza
Para salir á caza de venados
Cazadores cursados del oficio.
Gozaréis de ejercicio deleitoso;
Veréis que el temeroso ciervo huye,
Y cómo lo concluye la red puesta
Donde la flecha presta lo traspasa.
119
Oviedo dice que hubo día en que les llevaron hasta mil.

CAPITULO XII

Vestido de los Chibchas-Gorras con que se cubrían hombres y mujeres- Cómo se sentaban-Orfebrería-Vaciaban las figuras en moldes- Piedras grabadas que servían de matrices-Soldadura y dorado-Las obras de orfebrería y cerámica chibcha eran inferiores a las de otros pueblos del Nuevo Reino-No revelan gusto artístico-Su descripción-Joyas y arreos que adornaban sus personas-Armas ofensivas y defensivas figuradas en oro.

Distinguíanse los Chibchas de las demás naciones y tribus del Nuevo Reino de Granada, en que los habitantes de sus provincias iban todos vestidos. Tenían finas mantas de algodón; los hombres se envolvían el cuerpo en una manta y se cubrían con otra cuyas puntas ataban sobre el hombro con un nudo. Dichas mantas eran blancas por lo general; las personas principales las usaban con dibujos negros y colorados. El vestido de las mujeres poco se diferenciaba del de los hombres; atábanse al rededor del cuerpo una manta que las cubría hasta los pies, y se ponían otra sobre los hombros, manera de manto, prendida con un topo o alfiler grueso, de oro o de cobre, de tal modo que sólo los brazos quedaban descubiertos. 128

No usaban ninguna clase de calzado.

Era muy rara la barba entre los hombres, y cuando les nacía se la arrancaban. Hombres y mujeres usaban largos los cabellos. Ellas los cuidaban mucho y empleaban ciertas drogas para conservarlos y volverlos más negros.

Era general la costumbre de cubrirse la cabeza, y es grande la variedad de formas de las gorras y cofias que hemos visto en las numerosas figuras de oro y de cobre sacadas de las sepulturas, con la particularidad de que ninguna tiene la cabeza descubierta ni deja ver el pelo. Entre las que acostumbraban hacer de algodón, eran comunes a uno y otro sexo las siguientes. Una simple faja angosta con que se ceñían la cabeza (números 12 y 22); 129 redes y gorretes de cordón grueso o de trenza, en que quedaban recogidos los cabellos; llegaban unos hasta la frente y otros formaban un rollete en la corona. Se cuentan en unos sólo dos vueltas del cordón y en otros pasan de diez; en algunas figuras se ven cosidos los cordones por dos extremos. (Véanse las figuras 24, 28, 35, 40, 42 y 50).

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12. Figura de mujer, imperfectamente vaciada, con un ave y un nido. Es de buen oro y fue hallada en Guatabita; mide 10 centímetros.
-Museo Colombino de Chicago. 28. Mujer principal, de buen oro, con ricos collares, y un ave en el extremo de una vara. Hallada en Vélez, mide 7 centímetros.
-Museo Colombino de Chicago. 42. Indio de tumbaga, con dos varas, una de ellas con púas. Hallado en Guatabita; mide 4 1/2 centímetros.
-Museo Colombino de Chicago.

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22. Mujer principal, de buen oro; mide 8 1/2 centímetros.
-Museo Colombino de Chicago. 24. Fugura de cobre, de mujer, con gorra alta y collares; mide 15 1/2 centímetros.
-Museo Colombino de Chicago. 35. Figura de hombre sentado, de oro, con una tiradera armada en la mano derecha y una jaula en la izquierda. Fue hallada en Chirajara (cerca de Quetame), y mide 13 1/2 centímetros. 40. Guerrero de oro con una pica en la mano izquierda y un escudo en la derecha. Hallado en Chirajara; mide 15 centímetros. 50. Cacique o jefe, de oro, hallado en Chirajara. Mide 11 centímetros.

128
El vestido de los Guanes se diferenciaba muy poco del que se usaba en las demás provincias; consistía, el de los hombres, según Castellanos, en dos mantas de algodón tejidas con hilos de varios colores, una ceñida que rodeaba la cintura, y la otra pendiente de los hombros y anudada al izquierdo con las puntas. El mismo traje era común a las mujeres, sólo que las casadas usaban, además, pampanillas, “por honestidad y más resguardo.”
129
El autor del Epítome llama |guirnaldas estas fajas, porque muchas de ellas estaban adornadas con una, a manera de rosa de diferentes colores, hecha de algodón o de plumas, que les quedaba sobre la frente.

CAPITULO XIII
Significación de las figuras de oro y otras materias que se encuentran en las sepulturas-Gazotilacio y tunjos de oro hallados en el sitio de Chirajara-Idolos y personas principales que representaban-Alimañas de oro y de cobre-¿Hacían uso de símbolos?-Descripción de vasos, figuras humanas y otros objetos de cerámica-Instrumentos, figuras y dijes de piedra-Objetos cuya imagen no reproducían en metal, arcilla ni piedra.

¿Qué significación tienen las figuras de oro, cobre y otras materias que se encuentran en las sepulturas chibchas?
Vamos a contestar a esta pregunta, ateniéndonos a las noticias que sobre punto tan interesante hallamos en los cronistas, fuente la más autorizada en esta materia:
Tenían los Chibchas ídolos,
“Unos de oro y otros de madera,
Otros de hilo, grandes y pequeños,
Todos con cabelleras, mal tallados;
Y también hacen ídolos de cera,
Y otros de barro blanco, pero todos
Están de dos en dos, macho con hembra,
Adornados con mantas que les ponen
Dentro de los infames |santuarios.”
Este pasaje de Castellanos es bien preciso, y por él se comprende que representaban a sus dioses en figura humana, puesto que les ponían cabelleras y los adornaban con mantas. Cierto es que contaban que Bachúe y su hijo se habían convertido en culebras para desaparecer en la laguna de Iguaque; que Nencatacoa se les presentaba en figura de oso o de zorro; y muchas otras transformaciones. En estos hechos se han fundado los modernos para decir que daban a sus ídolos formas de animales, y aun para sostener que rendían culto a éstos. Si una u otra cosa fueran ciertas, no habrían olvidado todos los cronistas dar noticias sobre puntos de tan alto interés, y los misioneros, que encontraban en los pueblos centenares de ídolos de madera y de hilo, no habrían callado esta circunstancia.
Fue el doctor Duquesne el primero que dijo que los Chibchas habían sido zoólatras. He aquí sus palabras:
“Tal fue el cielo de los Muiscas, lleno de animales como el de los Egipcios. Pusieron los indios el sapo entre sus divinidades…Jamás ha dado esta sabandija mayor brinco del charco al cielo, y nunca bajó el hombre más del cielo al cieno…Observando varias piedras con la debida atención, he notado que |figura el cuerpo del sapo, sin patas, transformado en ídolo: esto es, con una vestidura ó túnica propia de hombre…”
No comprendemos cómo de antecedente tan pequeño, una vestidura que cubre el cuerpo de un animal, saque el doctor Duquesne la consecuencia de que es un ídolo. Véase en la figura número 44 el dije a que se alude difícil es distinguir si se trata de una rana con túnica o de algún otro objeto.
Mas como los orífices hacían muchas figuras de animales, ocurre naturalmente preguntar qué destino se les daba. He aquí la respuesta:
Por los jeques se presentan las ofrendas
Que trae cada cual al |santuario,
Que son varias figuras hechas de oro,
Hasta culebras, ranas, lagartijas,
Mosquitos y hormigas y gusanos,
Casquetes, brazaletes, diademas,
Vasos de diferentes composturas,
Leones, tigres, monos y raposas,
Aves de todas suertes y maneras,
Y el jeque hace tal ofrecimiento
Ante los falsos ídolos que tienen. |138
No era, pues, a los animales a quienes se dirigía el culto de los Chibchas: las figuras que de ellos hacían eran la ofrenda material que presentaban a sus dioses y a sus santuarios.
Pudiera alegarse en contrario el siguiente pasaje de la |Historia del Padre Zamora:
“En el templo de la laguna de Tinjacá adoraban al Sol, y a su sombra otros ídolos de varias figuras, de osos, tigres, venados, culebras y de algunas aves de que estaba lleno.”
Este templo estaba dedicado al Sol, y muy bien pudo suceder que los misioneros que encontraron en él las numerosas ofrendas de animales de oro hechas al dios principal de los Chibchas, las tomaran por ídolos, error en que era fácil incurrir.
Muy importante servicio prestó a la ciencia el doctor Zerda conservando en su libro |El Dorado los grabados de un gazofilacio o vasija para depositar las ofrendas hechas a los ídolos, y las figuras de oro que se encontraron en ella. Es una página ilustrativa de historia, fácil de descifrar, teniendo en cuenta lo dicho anteriormente.
El gazofilacio es una figura de barro cocido (figura 45) de 25 centímetros de altura y 18 de ancho. Tiene la forma de un indio sentado, con una tacita en la mano derecha y una vara en la izquierda. Lleva puesto un gorro con doble cordón, abierto por encima y con tapa y un collar, probablemente de huesos. El cuerpo está pintado de rojo, con excepción de la cara, el gorro, el collar y la taza, que son blancos.
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45. Vasija de barro cocido, destinada a depositar las ofrendas de tunjos de oro, en figura de indio sentado. Procede de Chirajara y mide 25 centímetros.

Las figuras de oro que contenía son muy notables. He aquí la lista de ellas: |139
Un guerrero con una tiradera armada punto de disparar el dardo, y una jaula (número 35); otro con una larga pica de punta fina y un escudo (número 40) un tercero con una tiradera y un escudo (número 46).
Un jefe o cacique en cuclillas sobre una silla de alto espaldar (número 47); un segundo con diadema y armas semejantes a dos dardos, y una maza (número 48); otro con arracadas y una vara en cada mano (número 49).
Una figura con collar de cuatro hilos (número 50), y dos tunjos más de escaso interés.
Dos niños con gorra semioval que termina en una serie de puntas; uno de ellos tiene un collar de dos hilos y una vara en la mano derecha (número 51).
Un ave en el extremo de una lámina rectangular; una culebra (número 52) y dos ranas (número 53).
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53. Rana de oro, hallada en Chirajara.

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48. Cacique o jefe, de oro, hallado en Chirajara. Mide 16 centímetros. 51. Dos figuras de oro, de niños, de Chirajara; miden 3 y 4 1/2 centímetros. 52. Culebra de oro, de 9 centímetros, hallada en Chirajara.

Un palo con una cuerda atada, y algunas cuentas de cornalina perforadas.
De lo dicho en este capítulo y en el cuarto se infiere que las imágenes o tunjos hechos por los orífices chibchas son figurativos de ídolos o de personajes. Representaban ídolos “las figuras de sus dioses, hechas al modo de cada uno que los adoraba o mandaba hacer, y otras que imaginaban.” |140 Teníanlos en sus templos y en sus adoratorios. En el de Iguaque vio el Padre Francisco Molina una estatua del esposo de Bachúe, a la edad de tres años, de oro macizo. Los ídolos que existían en los templos desaparecieron todos con la conquista española.
En sus casas conservaban los indios idolillos lares, de gran variedad de figuras, puesto que estaban destinados a atender a sus diversas necesidades: El mayor número de éstos fue a dar a manos de los conquistadores, que tan ávidos de oro se mostraron y con tanto afán buscaban por todas partes y preferentemente el metal precioso.
Era costumbre que quien recibía la investidura de jeque, heredase los ídolos de sus padres y abuelos.
Es natural que algunos de los tunjos que se encuentran en las sepulturas, sean idolillos. Otras figuras, y son éstas las más numerosas, representan personajes diversos: caciques, jefes militares, guerreros guechas, personas principales de uno y otro sexo cuya condición social es, en muchos casos, fácil de determinar por las joyas con que están ataviadas, las armas que llevan, etc. Hemos descrito varias de ellas. ¿Quién, al ver el personaje que representa el tunjo de oro número 55, majestuosamente sentado en andas, con cetro bifurcado en la mano derecha, gorro con prolongaciones a uno y otro lado, grandes pendientes circulares, ancha nariguera rectangular y patena, dejará de suponer que es el cacique de Iraca, sabiendo que proviene de Sogamoso?
Como los cronistas no nos dicen si en el vestido de los jeques había algo que los distinguiera de los demás, es difícil conocer las figuras que los representan.
Parece natural suponer que existiera cierta relación entre las ofrendas, de tunjos y otros objetos, que se hacían a los ídolos, y la persona que los daba; verbigracia, un guerrero ofrecería de preferencia un hombre armado de una tiradera, etc.; una mujer, la de una figura de su sexo, y si era madre se haría representar con un niño en los brazos, como se ve en la figura número 54.
|138 CASTELLANOS. T. I. Cap. I.
|139 Reproducimos estas figuras copiándolas de las fotografías que de ellas hizo el señor D. Julio Racines.
|140 SIMÓN. T. II, pág. 288.

CAPITULO XIV
Sistema de numeración do los Chibchas- Significación de las voces numéricas, según el doctor Duquesne, y cifras que dice que las representaban-Opinión contraria del barón de Humboldt-Cómo dividían el tiempo-Años de 20 y de 37 lunas que les atribuye el doctor Duquesne-El supuesto calendario chibcha-Las piedras con figuras realzadas no sirvieron de calendarios-Los trabajos del doctor Duquesne carecen de valor científico.

El sistema de numeración usado por los Chibchas era el vigesimal, pues contaban por los dedos de las manos y de los pies. Los diez primeros números son: |ata, bosa, mica, muyhica, hisca, ta, cuhupcua, suhusa, aca, ubchihica. Para contar de once a veinte anteponían la palabra |quihicha (que significa pie, y equivale a decir diez) a las cifras citadas; veinte se decía |quihicha ubchihica o gueta; veintiuno, |guetas asaquí ata (veinte más uno); treinta, |guetas asaquí ubchihica; cuarenta, |gue bosa (veinte dos), etc. Contaban, pues, hasta veinte y multiplicaban este número cuantas veces lo necesitaban.
El doctor Duquesne afirma que las voces numerarales tenían diferentes significados, “todos alusivos a las fases de la luna, a las labores de sus sementeras y a las supersticiones de su idolatría.” Presenta como descubrimiento propio las cifras con las que él dice que expresaban los números, dando los diferentes sentidos que les atribuye, y va hasta suponer, lo que no es exacto, “que verosímilmente estas cifras son las mismas que usaban los peruanos.”
Nos vemos obligados a impugnar las fantasías del doctor Duquesne, llevadas hasta lo inverosímil, aceptadas y popularizadas por Humboldt, Ternaux-Compans, Acosta, Uricoechea, Plaza, Bollaert, Codazzi, Zerda y otros autores colombianos y extranjeros.
He aquí la representación de los símbolos numéricos aplicados a los meses (que no tenían otro nombre que el de los números), con la explicación y los significados que les da:
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“Ata. |Los bienes – otra cosa.
|Ata: Un sapo en acción de bricar, que caracteriza la entrada del año.
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Bosa. |Al rededor.
|Bosa: Unas narices y las dos ventanas.
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Mica. |Parar, hallar, abrir, buscar, coger, cosa varia.
|Mica: Dos ojos abiertos y las narices.
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Muihica. |Piedra de la casa, cosa negra, crecer.
|Muihica: Dos ojos cerrados.
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Hisca. |Cosa verde, alegría, echarse uno sobre otro, medicina.
|Hisca: La unión de dos figuras: era símbolo de la fecundidad.
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Ta. |Labranza, cosecha.
|Ta: El palo y la cuerda con que formaban el círculo de sus casas y de sus labranzas.
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Cuhupcua. |Sordo.
|Cuhupcua: Las dos orejas tapadas.
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Suhusa. No tirar de otra cosa. La raíz significa |tender, extender.
|Suhusa: El palo y la cuerda.
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Aca. Los bienes.
|Aca: El sapo de cuya cola principia a formarse otro.
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Ubchihica. |Luna resplandeciente, casa pintada, pintar.
|Ubchihica: Una oreja, para significar las fases de la luna.
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Gueta. |Casa y semetera, tocar.
|Gueta: Un sapo extendido o echado. |144

|144 La verdadera sinonimia no es la que da el autor en este cuadro, sino la siguiente:
|Bosa, dos, cerca o cercado, a la redonda.
|Mica, tres, diferente, escogido.
|Muyhica, cuatro, trenza, cosa negra, cabo o ramal.
|Hisca, cinco, bebedizo, medicina.
|Ta, seis, labranza.

CAPITULO XV
Los aborígenes de Colombia no conocieron ninguna clase de escritura-Testimonio de varios autores que lo prueban-Los petroglifos no pueden atribuirse a una raza anterior a la que hallaron los conquistadores-No son en ningún caso cartas del país-La piedra de La Peña-No recuerdan cataclismos-Las piedras de Saboyá y Gámeza-Tampoco señalan los linderos de las tribus-Figuras grabadas por los transeúntes modernos en la Sierra Nevada, Seboruco, Ramiriquí y Facatativá-Pictografías de Pandi, Facatativá, Bojacá y Anacutá-El estudio de los petroglifos colombianos es infructuoso para la ciencia.

Hemos puesto especial cuidado en reunir un número considerable de copias de pictografías grabadas o pintadas en piedras, de todos los departamentos de la República, fuera de las muchas que hemos examinado en los mismos lugares. Del estudio comparativo que de ellas hemos hecho en asocio de Ernesto Restrepo, concluimos que los aborígenes de Colombia no tuvieron conocimiento de ninguna clase de escritura, sea figurativa, simbólica o ideográfica. Estamos muy lejos de convenir con los autores que suponen que representaban en ellas los indios sus migraciones, sus cacerías y los cataclismos que pudieron presenciar. Las pocas figuras que se repiten, siempre en desorden y confusión, y sin que se observen caracteres que puedan considerarse como jeroglíficos, ni imágenes simbólicas, prueban que deben su origen a la fantasía del que las grabó o las pintó con tinta roja.
Nuestra opinión tiene el apoyo de la tradición histórica.
D. Juan de Castellanos pudo recoger las tradiciones de los indígenas de boca de caciques, jeques y personas principales convertidas y de sus inmediatos descendientes, tales como “Fernando de Avendaño, curioso en las antigüedades de los Moscas, mozo criollo, diestro desta lengua, hijo del Capitán Juan de Avendaño.”
Este autor dice terminantemente:
Carecen
De letras y caracteres antiguos
Según las hieroglíficas figuras
Que solían tener otras naciones
Que les representaban por señales
Los pretéritos acontecimientos.
De manera que solamente saben,
Y aun no sin variar en sus razones,
Cosas acontecidas poco antes
Que los nuestros entrasen en su tierra. |152
Juan Rodríguez Fresle, hijo de conquistador, vivió en el primer siglo que siguió a la fundación de Bogotá. En su libro |El Carnero dice que entre los naturales de este Reino no se halló ninguno que supiese leer y escribir, “ni aun tuviese letras ni caracteres con qué poderse entender.” Más adelante agrega:
“Entre los muchos amigos que tuve, fue uno D. Juan, cacique y señor de Guatabita, el cual sucedió á su tío, y me contó estas antigüedades.”
En la |Gramática de la lengua Mosca, escrita por Fray Bernardo Lugo y publicada en Madrid en 1619, leemos:
“Las letras y caracteres de que se usa para hablar esta lengua, son las de nuestro A, B, C castellano, por no haber letras propias para hablar ni escribir; porque los indios y naturales de este reino no tenían uso de escritura, |ni jamás entre ellos hubo tal memoria della.”
Inútil nos parece hacer citas de autores posteriores como Fray Pedro Simón, Piedrahita, Ternaux-Compans, etc.
Dice el doctor Zerda que “la pictografía simbólica hallada en el territorio colombiano fue ejecutada por una raza diferente de los indios conquistados por los españoles.” |153 No encontramos razón ninguna en abono de esta opinión, ni hay motivo para dudar que los petroglifos fueron obra de las tribus o naciones que ocupaban el Nuevo Reino de Granada a la llegada de los conquistadores; pues nada, ni una figura, ni un dibujo, ni un signo revela una civilización distinta. Muy natural sería esta suposición, que pasaría a ser verdad comprobada, si en alguna parte se hubieran hallado jeroglíficos como los que grabaron los Mayas en la América central. Pero ¿cómo hallar extrañas a los Chibchas las pictografías en que grababan o pintaban, los dibujos que usaban en sus mantas, las espirales con que adornaban sus tunjos de oro, las ranas, etc.? ¿Qué tienen de extraordinario las imperfectas figuras humanas y de animales confusamente diseminadas, y los mal trazados garabatos que se encuentran en toda la extensión del territorio colombiano, que pueda revelar pueblos menos bárbaros o siquiera anteriores a los que fueron conquistados por los españoles? Nada, absolutamente nada.
Algunos han creído reconocer (entre ellos el profesor Bastián, de Berlín) cartas de la región, toscamente trazadas, en ciertas pictografías. Hemos escogido la que parece corresponder mejor a esta interpretación (véase número 131): son signos grabados en una piedra situada en el sitio de La Peña, cerca de Fusagasugá. Sobre un tronco de cilindro hay una circunferencia trazada en hueco, y dentro de ésta se ve una pequeña cavidad, como en otras piedras de la comarca. A dicha cavidad convergen tres líneas bien marcadas, y en dos de los extremos hay series de puntos y unas cuatro ranas. No puede considerarse este imperfecto dibujo como carta de una región, ni aun como plano de una propiedad.
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131. Petroglifos de la piedra de La Peña, copiados por el señor Lázaro M. Girón.

Los petroglifos que se encuentran en grandes bloques erráticos, que en algunos sitios se levantan como testigos mudos de cataclismos geológicos, son considerados por ciertos autores como recuerdo de ellos. ¿Cómo podían los aborígenes dejar grabado en las rocas el recuerdo de trastornos que no presenciaron? Para que se vea a qué fantasías lleva la imaginación aun a hombres graves, citamos el pasaje siguiente de un autor que no nombramos:
“La piedra pintada de Saboyá tuvo por objeto transmitir á la posteridad el repentino desagüe del lago de Fúquene. En ella se repite la figura de la rana encogida, signo del decrecimiento y ausencia de las aguas.” (Véase la figura132).
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132. Petroglifos de la piedra de Saboyá.
-A.C.C. |154

En vano se buscará en ella la figura de la rana entre las grecas, las líneas en zigzag, las rayas paralelas etc. Pero sigamos:
“La pirámide monolita de Gámeza fue dispuesta, sin duda, para recordar el cataclismo que produjo el súbito desagüe del espacioso lago de Sogamoso. En ella se ve grabada la figura de la rana con las patas abiertas y cola, signo de las aguas abundantes, y para indicar que esas aguas sobrevinieron repentina y desastrosamente, fueron grabadas también figuras de hombres en ademán de subir, extendidos hacia lo alto los brazos y en actitud de espanto.”
Mucha fe se necesita para ver hombres en la piedra grabada de Gámeza (figura 133), llena de figuras de animales (que probablemente son ranas) y de curiosas espirales con radios. Por lo que hace al espanto que dice el autor revelan las figuras, tuvo que imaginárselo, pues sería supremo esfuerzo del arte expresarlo en caras sin facciones, formadas por cuatro líneas a modo de losange.
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133. Petroglifos de la piedra de Gámeza.
-A.C.C.

|152 T. I, Cap. I, pág. 22.
|153 |Notas sobre los orígenes de los indios americanos. Papel Periódico Ilustrado, año IV, pág. 358.
|154 Con estas iniciales indicamos que los hemos copiado del |Album inédito de la Comisión corográfica conservado en la Biblioteca Nacional.

CAPITULO XVI
Los Chibchas no tuvieron historia-Jamás se vieron sometidos a un solo cetro-Opinión contraria de Piedrahita, refutada con citas de los demás cronistas y de él mismo-Tradición fabulosa relativa a Hunsahúa-El monstruoso Tomagata-Tutasúa-Encarnación de Garanchacha, hijo del Sol-Su gobierno y desaparición.

Puede afirmarse en términos generales que los Chibchas no tenían historia, pues suplían la falta de escritura con sólo la tradición oral, “y que de ordinario en la gente ignorante, el mismo no saber dar razón de las cosas les persuade y dicta notables quimeras que fácilmente abraza su incapacidad.” |155 Pocas historias habrá, pues, más escasas de noticias que la de este pueblo. El más antiguo zipa conocido fue Saguanmachica, “que se calcula comenzó a reinar en 1470 de nuestra era,” dice Acosta, quien más adelante se expresa así:
“La tradición de los sucesos |del medio siglo que precedió a la entrada de los españoles, |es confusa y dudosa.”
Tan cierto es esto, que nos atrevemos a asegurar que no es posible fijar ni una sola fecha de ningún suceso notable, ni aun la del advenimiento al poder del último zipa Tisquesusa.
“Solamente saben, dice Castellanos, y aun |no sin variar en sus razones, cosas acontecidas poco antes que los nuestros entrasen en su tierra.”
En tales condiciones, puede decirse que los acontecimientos de la vida de este pueblo están envueltos en fábulas, en las que se confunden la realidad y la ficción.
Haremos por desenmarañar algunos hechos principales buscando la verdad, difícil de descubrir en medio de las narraciones contradictorias de los cronistas; no por culpa de ellos, sino porque, según las personas de cuya boca recogieron la relación de los hechos, y los lugares donde ellas residían, variaban naturalmente sus relatos, alterados por la vanidad y por la propensión de los Chibchas a mentir:
“Es gente muy mentirosa, que nunca saben decir verdad.” |156
¿Llegaron alguna vez los diferentes cacicazgos que formaban el pueblo chibcha, a reunirse bajo un solo cetro? Piedrahita parece inclinarse a la afirmativa, aunque se muestra receloso de asegurarlo. Ségon él, afirmaban los Tunjanos que el zaque que dio su nombre Hunsa, Hunsahúa, dominó todas las tierras que se extienden desde el río Chicamocha hasta la región de los Sutagaos, y desde las vertientes de los Llanos de San Juan hasta las fronteras de los Panches y Muzos, con toda la comarca de Vélez. Más dice por otra parte:
“Pero como los naturales de aquel país sean tan vanagloriosos de la propia nobleza, que no admitan iguales, y tan despreciadores de que sus cosas corran por el orden común que las de los demás vivientes, y para ello se valgan de aquellas fábulas que más favorecen su intento; eran tantas las que referían de su grandeza, y de la de sus primeros reyes, que desacreditaban con ellas la parte que pueden tener de verdaderas aquellas afectadas relaciones en que tal vez discordaban.” |157
Los cronistas anteriores a Piedrahita: Castellanos, el autor del |Epítome, Oviedo, el Padre Simón y Rodríguez Fresle sostienen la opinión contraria. El primero de estos escritores, que vivió cerca de medio siglo en Tunja, poco después de la conquista, resume en pocas palabras la historia del pueblo chibcha. Según él, muchedumbre de caciques ocupaban su territorio, sujetos los más de ellos a dos reyes diferentes, el de Bacatá y el de Hunsa, que, como poderosos y soberbios, procuraban ganarse los estados. En diferentes tiempos tuvieron grandes batallas, sin que ninguno de ellos consiguiese someter al contrario. Estas competencias eran muy antiguas, pero los indios no conservaban de ellas sino confusos recuerdos.
Dice el autor del |Epítome hablando del zipa y del zaque:
“Estos señores y provincias siempre han traído muy grandes diferencias de guerras muy continuas y |muy antiguas.”
He aquí cómo refiere Piedrahita que se consumó la unidad nacional:
“Añaden los antiguos haber tenido principio el señorío del Tunja con la autoridad suprema de uno de los más antiguos pontífices de Iraca, en esta manera: Que como éste viese que todos los caciques de los Moscas, entre quienes estaban repartidas las tierras, anduviesen mezclados en guerras de unos con otros, a cuyo remedio no podía acudir con armas, que le estaban prohibidas, como a persona dedicada solamente, por razón de su oficio, a todo aquello que tocase a la religión, que a sus antecesores dejó vinculada Idacansás, dispuso con la autoridad de sus consejos que eligiesen un rey supremo a todos, que los gobernase. Para lo cual concurrieron todos los señores a su presencia, y resignados en su elección les dio por rey a uno de los presentes, el más bien quisto y apacible de todos, que fue Hunsahúa, a quien llamaron desde entonces zaque.”
El cacique de Iraca no tenía el carácter de pontífice máximo de los Chibchas, que le atribuyen Quesada y Piedrahita, pues si lo hubiera tenido, Castellanos y el Padre Simón, cronistas muy bien informados, no hubieran olvidado dar cuenta de un hecho tan importante y de tan alto interés para la historia religiosa de este pueblo. Y puesto que el Iraca no era sino uno de los muchos caciques independientes que gobernaban allí antiguamente, ¿podrá creerse que los demás depusieran sus odios y su autoridad, y se sometieran voluntariamente a un solo jefe nombrado por él? Este sería un hecho único en la historia.
Dice Piedrahita que le estaba prohibido al Iraca hacer uso do las armas, cuando él mismo refiere que en la guerra que el zipa Nemequene declaró al zaque Quemuenchatocha, fue auxiliado el último por el Iraca con más de doce mil hombres, a cuya cabeza marchó él mismo. Es bien sabido, por otra parte, que el sugamuxi defendió con su ejército, aunque inútilmente, su capital de la invasión española, y luego unió sus fuerzas a las del tundama para hacer frente a los conquistadores.
Pero estamos desbaratando molinos de viento, pues Piedrahita mismo, aunque trata de verosímil lo más de la tradición de los Hunsas sobre el poderío de sus zaques, se expresa así en el libro II, capítulo I de su historia.
“Lo más cierto que se sabe es que en los tiempos pasados se poblaron aquellas tierras de tantos caciques, absoluto cada cual en el dominio de sus vasallos, que más era confusión que grandeza; hasta que el cacique de Bogotá empezó a dilatar su estado, ya por fuerza de armas, ya por herencia (o rebelión al rey de Tunja |como algunos quieren), los más cacicazgos a su dominio, y desde aquellos tiempos le intitulan zipa. De que resultó que el idioma de Bogotá (que es la lengua chibcha) se dilatase en todo su reino.”
De Hunsahúa dice Piedrahita que fue buen príncipe, que gobernó la nación en paz y justicia, pero que “añaden una mentira tan descabellada como decir que vivió 250 años.”
|155 PIEDRAHITA. Lib. I, Cap. III.
|156 |Epítome.
|157 Lib.II, Cap. VI.

CAPITULO XVII
Errores históricos en que incurrió Rodríguez Fresle-Antiguos caciques de Iraca-El grande hechicero Idacansás-Orden de sucesión de los cacique de Iraca-El Bermejo usurpa el poder- El cacique D. Felipe-La leyenda de la cacica de Furatena.-Objeciones a la crónica de los sucesos de los últimos sesenta años anteriores a la conquista española.

Aunque Rodríguez Fresle contradice a Piedrahita en lo tocante a que los Hunsas hubieran dominado todo el país de los Chibchas, desfigura a su vez la historia puesto que dice:
“Entre dos cabezas o príncipes estuvo la monarquía de este Reino, si se permite darte este nombre: Ramiriquí en la jurisdicción de Tunja, y Guatabita en la de Santafé.”
Como cada cacique se envanecía de la gloría y de poder, reales o supuestos, de sus predecesores, Fresle se dejó persuadir del cacique D. Juan, a quien los Españoles dejaron un resto de autoridad en sus tierras por haberse convertido. He aquí cómo refiere que pasaron las cosas:
El guatabita tenía por su teniente y capitán general, para lo tocante a la guerra, al bacatá, con título de usaque; por tal razón éste prestaba sus servicios siempre que ocurría pelear con los Panches y Colimas. Sucedió que los indios de Ubaque, Chipaque, Pasca, Fosca, Chiguachí, Une, Fusagasugá y otros más, se rebelaron contra el guatabita, negándole la obediencia y el pago de los tributos. Este envió mensajeros a su capitán general el bacatá con dos coronas de oro que usaba para expresar el mandato real, ordenándole que luego que las viera juntase sus gentes, y con el más poderoso ejército que fuera posible reunir, entrase castigar a los rebeldes. Cumplió puntualmente las órdenes recibidas, sometió a los contrarios, los obligó a la obediencia y cobró los tributos de su señor, a quien los presentó con parte de los despojos de la guerra.
Recibiéronle con grandes fiestas, a su regreso a Bacatá para celebrar sus hazañas, y exaltados por el exceso de la chicha lo aclamaron zipa, diciéndole que él debía ser el señor de todos y no el guatabita, quien sin ocuparse en la guerra, se quedaba en su palacio con sus mujeres. Turbóse este gran señor cuando supo lo que había pasado en las fiestas, y prontamente envió a su capitán general dos |tyuquyues o mensajeros a citarlo para que en el término de tres días compareciera ante él con sus principales jefes militares. Disgustóse el bacatá con el emplazamiento y preparó su ejército esperando que se le reiteran, como sucedió. Llamó entonces a sus capitanes y les ordenó que dividieran las fuerzas considerables con que contaba, que marchara la mitad de ellas a situarse encima de las lomas de Tocancipá y Gachancipá, que dan vista al pueblo de Guatabita, y que la otra le siguiese a retaguardia, yendo a acampar con ella en el valle de Siecha. Nada pudo hacer en su defensa el guatabita, temeroso de ser arrollado con la guardia que tenía a su lado, y tuvo que pasar por la afrenta de que sus propios súbditos se sometieran al bacatá quien se volvió tranquilamente a sus tierras, dejando parte de su ejército en Siecha.
Libre ya del grave peligro en que lo puso su teniente, no pensó el guatabita sino en preparar una venganza terrible. Con toda diligencia hizo llamamiento de sus gentes y envió mensajeros a su amigo el hunsa, en solicitud de auxilios.
Entró el año 1536 y supo el bacatá que su señor salía del valle de Gachetá con un poderoso ejército a atacarlo, y que el hunsa venía igualmente contra él. Como estaba preparado, quiso prevenirlos, saliéndoles al encuentro. Situóse en Siecha frente al guatabita, que acampó en Guasca. La víspera del día en que pensaban dar la batalla se juntaron los jeques de uno y otro campo y dijeron a los capitanes que era llegado el tiempo de sacrificar a sus dioses y de correr la tierra visitando las lagunas sagradas. Dejáronse persuadir, y convinieron en una corta tregua. Empezaron por celebrar ésta con regocijos públicos y borracheras que duraron tres días; al cuarto se juntaron los jeques y anunciaron que al siguiente día empezaría la peregrinación. Esa misma noche reunió el bacatá a sus capitanes y les hizo este corto pero persuasivo discurso:
“Mañana salís a correr la tierra, y es fuerza que andéis dispersos entre vuestros enemigos; y ¿sabemos los designios del guatabita ni lo que ordenará a los suyos? Soy de parecer que os llevéis las armas encubiertas, para que si os acometieren os defendáis; y si viéredes al enemigo descuidado, dad en él y venceremos a menos costa, porque acabada esta fiesta es fuerza que hemos de venir a las manos; y ¿sabemos a qué parte cabrá la victoria, ni el suceso de ella?”
Dieron los capitanes la orden del caso a sus soldados, encargándoles el secreto.
Cubrían las gentes al día siguiente los montes y los valles, corriendo llenos de alborozo a los santuarios, cuando a una señal de sus capitanes acometieron los Bacatáes a los contrarios, matando a los soldados extraños que servían como auxiliares, pues se les había prevenido que perdonaran a los súbditos del zipa. Impuesto éste del trágico suceso, se retiró con su desalentado ejército a Gachetá. Dueño del campo el vencedor, siguió para Guatabita, donde se proponía esperar el ataque del ejército del hunsa, cuando llegaron sus espías con dos mensajeros que éste enviaba al zipa para avisarle que había sabido que “por la parte de Vélez habían entrado unas gentes nunca vistas ni conocidas, que tenían muchos pelos en la cara, y que algunos de ellos venían encima de unos animales muy grandes que sabían hablar y daban grandes voces; pero que ellos no entendían lo que decían, y que se iba a poner en cobro en sus tierras, que se pusiese él en las suyas.” Salió el bacatá con su ejército a los llanos de Nemocón, cuando tuvo noticia de que se acercaban los hijos del Sol.
Lo único que hay de cierto en esta ficción es que los guatabitas llegaron a ser casi tan poderosos como los bacatáes, y que el zipa no logró vencerlos sino usando de una estratagema, muy distinta de la que dice Rodríguez Fresle que empleó, como lo referiremos en el siguiente capítulo.
El cacique Nompaném gobernaba en Iraca cuando Bochica desapareció de sus tierras. Llevó entonces adelante el intento que tenía de reducir a preceptos las enseñazas del maestro, imponiendo penas a los que los quebrantaran. Heredó el estado y el celo por la observancia de estas leyes una hermana suya llamada Bumanguay, la que se enamoró de un indio de Firavitoba, con quien casó y a quien dejó a su muerte en su lugar. Este cacique conmutaba por oro y mantas las penas que a Nompaném, con lo que se relajaron las buenas costumbres.
Pero quien acabó de pervertir las doctrinas de Bochica fue el grande hechicero y cacique de Iraca, Idacansás |162 , de quien dijimos ya en el capítulo III que sin razón ninguna lo confunden algunos autores con aquél. Logró persuadir a sus súbditos que podía por propia voluntad hacer llover, helar, granizar, mudar el calor en frío, el tiempo húmedo en seco, y afligir a los pueblos con epidemias. Divulgóse poco a poco la fama de los prodigios que obraba, y de todas partes del país de los Chibchas recurrieron a él, pidiéndole los socorriera en sus necesidades. Con tal motivo se tuvo por santo su territorio y se hizo célebre el templo de Iraca, que vino a ser lugar preferido de peregrinación. Desde muy lejanos lugares acudían las gentes a presentar a Idacansás sus valiosas ofrendas, que éste entregaba al jeque en cargado del templo, con lo que se acrecentaban las riquezas guardadas en él, y el nombre del cacique era generalmente ensalzado. |163
Para conservar esta buena opinión usaba mil embustes; fingiendo que se enojaba con la gente de las provincias, la amenazaba con muertes, pestes y otros azotes, o se subía a un monte, vestido de mantas coloradas y acompañado por algunos de los nobles, y para dar a entender que vendría epidemia de disentería esparcía por el aire polvos de bija o de ocre rojo. Otras veces se vestía de blanco, y echando ceniza por el aire anunciaba con esto que vendrían hielos y secas, con lo que se destruirían las raíces alimenticias. Para dar mayor fuerza a sus pronósticos, se mostraba muchas veces disgustado y melancólico a los que le venían a hablar.
La estimación tan grande en que se tuvo a Idacansás fue motivo para que después de él se cambiara el orden de sucesión establecido. Convínose en que el heredero de Iraca fuese nombrado en elección hecha por los caciques de Busbanzá, Gámeza, Toca y Pesca, debiendo escogerse el candidato alternativamente de Tobazá y Firavitoba. Cuando no lograban ponerse de acuerdo, concedían voto al tundama.
|162 El nombre de Idacansás es derivado de Iraca, vocablo incluido en él con solo el cambio de la |r por la |d.
|163 Dice Piedrahita que los zipas daban cierto tributo en cada luna a Idacansás para tenerlo grato, y que para las guerras que emprendían daban cuenta primero al Iraca, con el fin de que constase la justificación de ellas. Ambas afirmaciones son inexactas.

CAPITULO XVIII
Saguanmaehica conquista los Fusagasugáes, vence al guatabita y al ubaque, declara la guerra al zaque, y mueren ambos en la batalla de Chocontá-Nemequene castiga la rebelión de los Fusagasugáes, sujeta a los caciques de Zipaquirá y Nemocón, asalta alevosamente al guatabita y se apodera de sus estados, somete al ubaque, al ubaté y al simijaca, da leyes en su reino, declara la guerra al hunsa, y es herido de muerte en la batalla de Las Vueltas-Sucédelo Tisquesusa-Llegan los españoles cuando éste estaba en campaña contra el zaque-¿Estaban los Chibchas en progreso o en decadencia en la época del descubrimiento?

Las Continuas guerras de los zipas de Bacata |167 con sus feroces enemigos los Panches, los habían acostumbrado a la lucha y al manejo de las armas. Rodeados de pequeños cacicazgos, habíanlos ido sometiendo unos tras otros a su dominación. Cuando en el último tercio del siglo XV el cacique de Chía, Saguanmachica, a quien correspondía de derecho la corona, llegó a sentarse en la silla guarnecida de oro y esmeraldas de los zipas, en Muequetá |168 , pudo contemplar con satisfacción su poder y sus riquezas. Propúsose seguir el ejemplo de sus mayores, conquistando nuevas tierras. Resolvió atacar a los Fusagasugáes, gentes poco guerreras, aunque eran de raza chibcha. |169 Convocó sus tropas y escogió algunos miles de soldados aguerridos. Bajó por el páramo y monte de Fusungá a las tierras de su súbdito el ubaque de Pasca. Esperábalo el enemigo con su ejército en el risueño y pintoresco valle de Fusagasugá, ocupando una angosta colina por donde debía entrar el zipa. Servían de defensa natural a este paso por un lado un monte cerrado y por otro peligrosas peñas tajadas hasta el río Pasca. Era Saguanmachica militar avisado y experto, y dispuso que una tropa escogida penetrase durante la noche por entre el espeso bosque, dirigida por un jefe de la familia, y se situase a la espalda de los contrarios. Antes de amanecer estaban ya en el puesto indicado, cuando los centinelas, sintiendo su presencia, llamaron a las armas. Sorprendidos al ver cortada la retirada y no sabiendo a dónde ocurrir, vacilaron, y dejando las armas se pusieron en vergonzosa fuga. Acometióles entonces con vigor el ejército del zipa, matando a muchos, y entró triunfante a la ciudad llevando prisionero al comandante en jefe, que era el cacique Usatama, cuando el sol levante iluminaba su victoria.
Bien aconsejado el fusagasugá por su aliado el tibacuy, que salió herido, se rindió y se sometió al vencedor, reconociéndose por su vasallo. Saguanmachica regresó a Bacatá por la serranía de Subia pasando por sendas difíciles cubiertas de malezas y de pantanos que lo detuvieron unos pocos días. Su triunfo fue con sacrificios y fiestas que duraron muchos días.
Envidioso el guatabita de la pronta victoria de zipa, invadió su estado; mas éste no sólo resistió valerosamente su ataque, sino que siguió en su persecución, penetró en sus tierras y lo batió por dos veces, obligándolo a pedir socorro al zaque de Hunsa, que era entonces Michúa. Envió el zaque mensajeros al zipa para declararle la guerra, y luego siguió con su ejército al Sur hasta la frontera del bacatá. Más habiendo tenido conocimiento de que éste lo esperaba con fuerzas considerables, temió comprometer en una batalla la suerte de su reino y se volvió cobardemente a su corte.
El inquieto cacique de Ebaque |170 quiso aprovecharse del abandono momentáneo en que dejaba el zipa el sur de sus estados para invadir los pueblos de Usme y Pasca; pero antes de que pudiera prepararse para la defensa, entró Saguanmachica a fuego y sangre por Chipaque y Une, lugares fronterizos. No quedó otro recurso al Ebaque sino abandonar su corte y refugiarse en unos peñoles fuertes situados a la orilla de la laguna, donde acostumbraba poner en seguro su persona y sus bienes.
Libre ya de cuidados, preparábase el zipa a atacar en sus tierras a Michúa cuando se vio envuelto en graves dificultades. Hambrientos los Panches de carne humana invadieron sus dominios por Zipacón y Tena, a la vez que el guatabita amenazó con sus fuerzas a Chía y Cajicá. Vióse entonces obligado a dividir su ejército para atender a su defensa por el Occidente y por el Norte. Muchos años duró esta porfiada lucha, que, interrumpida algún tiempo, se renovaba luego, hasta que logró obligarlos a quedarse quietos en sus tierras.
Como Saguanmachica no desistía de sus ideas de conquista, y por otra parte quería vengar antiguos agravios del zaque, se preparó a entrar en campaña contra él. Condujo rápidamente su numeroso ejército a Sopó, donde se le incorporó la tropa del cacique de este lugar, y de allí siguió en dirección a Hunsa por las tierras del guatabita, que no se atrevió a resistirle. Michúa no pudo en esta vez evitar el combate, y se movió con sus huestes para esperar al enemigo del otro lado de la frontera, deseoso de evitar los estragos que pudiera hacer éste en sus estados. Saliendo de Chocontá se encontraron las dos fuerzas y empeñaron reñidísima batalla que duró tres horas, y en la que rindieron la vida uno y otro príncipe. Aunque los Bacatáes alcanzaron la victoria, se volvieron a su reino sin más despojos que el cuerpo inanimado del zipa. Los Hunsas acompañaron el del zaque, y en una y otra corte se les hizo suntuoso y entierro.
Ocupó Nemequene el trono de Muequetá pocos años antes de terminar el siglo XV. Fue el más célebre de los zipas, y se distinguió entre todos por su espíritu guerrero y conquistador, su audacia en las empresas y la habilidad con que organizó y administró sus estados. Frente a él y como rival a quien aspiró siempre a privar de sus estados, se posesionó de la dignidad de zaque de Hunsa un mancebo como de diez y ocho años de edad, Quemuenchatocha |171 , tirano cruel que oprimió sus súbditos durante más de cuarenta años.
La primera preocupación de Nemequene fue mostrarse fuerte haciéndose respetar dentro de sus tierras, antes de invadir las ajenas. Llamó a su sobrino Tisquesusa, joven cacique de Chía, y le confió el mando de una parte de su ejército para que fuera a sujetar a los Fusagasugáes, que se habían sublevado. Partió éste de Bacatá abriendo ancho camino por la serranía de Subia. Tuvieron tiempo los rebeldes de fortificarse en sitios escabrosos donde era fácil la defensa, pero no resistieron el vigoroso ataque de los Bacatáes, que los vencieron y destrozaron, castigando con la muerte, después de la victoria, a los culpables. Pacificada la provincia, dejó Tisquesusa una guarnición de guerreros guechas en Tibacuy y regresó por Pasca cargado con los despojos de los vencidos.
Nemequene, entretanto, no se había quedado ocioso, pues había ejercitado sus tropas combatiendo con los Panches, a quienes obligó a permanecer en sus tierras. De pronto, por el Norte, le llamaron la atención nuevos enemigos. Creyó el zipaquirá que no podía presentarse mejor ocasión de hacer la guerra al zipa. Era su provincia una de las más pobladas, y tenía por vecinos los Nemzas (habitantes de Nemocón), que le ofrecieron su alianza. Entraron las fuerzas unidas por Cajicá, pueblo fronterizo de los dominios del Bacatá. Informado éste de la pérfida invasión, sacó los mejores soldados de las guarniciones, y juntándolos con los que tenía consigo, salió rápidamente al encuentro de sus enemigos. Diéronse vista entre Cajicá y Chía, y allí mismo se empeñó el combate al bronco ruido de caracoles y fotutos. Cubriéronse los aires de dardos lanzados por las tiraderas; mas habiéndose mezclado los combatientes, pelearon cuerpo a cuerpo con las pesadas macanas. Decidiáse la batalla en favor del zipa, quien persiguió a los contrarios y ocupó sus estados. Llegó triunfante a Bacatá cuando Tisquesusa entraba también victorioso. |172
Coma su ambición creciera con la prosperidad, Nemequene se creyó llamado a reunir el pueblo chibcha bajo su cetro. Ardía en deseos de medir sus armas con el más, poderoso de sus émulos, el zaque de Hunsa; mas, siendo avisado capitán, supo refrenar su impaciencia, juzgando que debía sujetar primero a dos caciques de quienes temía, con razón, que pusieran obstáculo a sus planes de conquista, ya ofreciendo su valiosa alianza al zaque, ya invadiendo sus dominios luego que los dejara desguarnecidos: éstos eran el guatabita y el ubaque.
|167 |Bacatá, nombre formado de |fac, afuera, y |ta, labranza.
|168 |Muequetá (Funza), vocablo formado de |muyquy, campo, y |ta, labranza.
|169 Dice Piedrahita que los Fusagasugáes eran de la misma nación que los Chibchas (Lib.II, Cap. I), y que sus vecinos por el Sur, los Sutagaos, habitaban entre los ríos Pasca y Sumapaz (Lib. I, Cap. II). Una y otra afirmación son verdaderas. Luego se contradice dando por cierto en dos pasajes distintos que los Fusagasugáes eran de la misma tribu y provincia de los Sutagaos (Lib. II, Cap. II). El historiador Acosta incurrió en el mismo error.
|170 |Ebaque, formado de |yba, sangre y |quye palo, y llamado posteriormente Ubaque. Deriva, sin duda, en nombre esta localidad de un arbusto que crece en ella y que tiene la savia de color rojo.
|171 El Padre Simón escribe Quemuenchatocha y también Muinchatocha; y Piedrahita, Quimuinchatecha, agregando que más probablemente es Quemuenchatocha.
|172 Piedrahita es el único cronista que habla del reinado de Saguanmachica y de las primeras campañas de Nemequene. Para lo que falta de esta parte histórica tenemos la relación de Castellanos, a quien sigue en muchos puntos Piedrahita, y repite con escasas variaciones el Padre Simón.

CAPITULO XIX
Tiranía de Tisquesusa y Quemuenchatocha-¿Cómo pudieron 166 españoles someter a la nación chibcha?-Constancia y valor de los Castellanos-El sueño de Tisquesusa, resistencia de éste a los españoles y su muerte-Quemueuchatocha es hecho prisionero dentro de su palacio, y muere pronto de vejez-Conversión del Sugamuxi y rasgos de ingenio que de él se refieren-Resistencia tenaz del tundama; Baltasar Maldonado le da muerte violenta-Peripecias del gobierno de Saquesaxigua; pretendo Quesada que revele dónde guarda el tesoro, lo somete a tormento y lo hace morir a consecuencia de él-Conversión de Aquiminzaque; muere degollado por orden de Hernán Pérez de Quesada con varios otros caciques-Hernán Pérez muere herido por un rayo-Don Juan, cacique de Tundama, agraviado por el oidor Çortés de Mesa, se suicida-Cortés de Mesa es degollado en Bogotá- Término de la conquista y condición ulterior de los Chibchas.

La historia sólo conserva los nombres de tres de los principales jefes que gobernaban los estados chibchas cuando Gonzalo Jiménez de Quesada invadió su territorio: Tisquesusa, Quemuenchatocha y Sugamuxi.
Era el primero un tirano cruel y temido de sus súbditos, a quienes oprimía exigiéndoles tributos excesivos de oro y esmeraldas. No se distinguió por el valor militar, y los españoles nunca lograron verle la cara. |181
Quemuenchatocha había subido muy joven al trono de los zaques, y se hallaba entonces en edad avanzada. Era hombre de gran corpulencia y de aspecto feo y desagradable, pues tenía la cara muy ancha y la nariz enorme y torcida.
Dotado de astucia y de sagacidad, mostrábase diligente y muy vigilante en todo lo que se refería al gobierno y se hacía temer y respetar de todos. Siempre fue precipitado e inexorable en sus castigos. Era tan inclinado a aplicar el suplicio de la horca, que cuando entraron los españoles hallaron al poniente de Tunja un cerro con gran número de palos hincados y cuerpos pendientes, al que llamaron el |cerro de la horca. Aun por faltas de poca gravedad hacía clavar en dicho alto un madero abierto en la parte superior, en el que metían, a manera de cuña, el cuello de la víctima. Usaba con frecuencia otros castigos más atroces, sin que sus súbditos se atreviesen a quejarse de su opresión ni a faltar en nada a sus mandatos. Muchos se sentían profundamente lastimados por la crueldad con que había dado muerte a sus deudos más queridos, pero no se quejaban, por temor de correr igual suerte.
En el cacicazgo de Iraca había tenido Nompaním por sucesor a Sugamuxi, cuyo nombre vino a sustituirse al que tenía antes su estado. Pronto lo daremos a conocer.
¿Cómo pudieron someter 166 hombres a un pueblo que contaba un millón de habitantes, y tenía a la sazón numeroso ejército? |182 El espanto, la sorpresa y el desconcierto causaron la ruina de los Chibchas. Si se hubieran unido para la defensa, su número habría bastado para oprimir y vencer a esa partida de héroes, flacos, debilitados y remotos de socorros y de favor humano.”
El autor del |Epítome de la conquista pinta esto muy a lo vivo y en muy pocas frases:
“Cuando entraron en aquel Nuevo Reino los cristianos, fueron rescebidos con grandísimo miedo de toda la gente, tanto que tuvieron por opinión entrellos que los españoles eran hijos del Sol y de la Luna…y que ellos los habían engendrado y enviado del cielo a estos sus hijos para castigallos por sus pecados…. Ansí entrando por los primeros pueblos los desamparaban y se subían a las sierras que estaban cerca, y dende allí les arrojaban sus hijicos para que comiesen…Sobre todo cogieron miedo a los caballos, tanto que no es creedero; pero después, haciéndoseles los españoles tratables y dándoles a entender lo mejor que ser podía sus intentos, fueron poco á poco perdiendo parte del miedo, y sabido que eran hombres como ellos quisieron probar la ventura. Cuando esto fue era ya muy metidos en el Nuevo Reino en la provincia de Bogotá; allí salieron a dar una batalla, lo mejor en orden que pudieron, gran cantidad de gente; fueron fácilmente desbaratados, porque fue tan grande el espanto que tuvieron en ver correr los caballos, que luego volvieron las espaldas y así lo hicieron todas las otras veces que se quisieron poner en esto, que no fueron pocas. En la provincia de Tunja fue lo mismo cuando en ello se quisieron poner, é por eso no hay para qué dar cuenta de todos los rencuentros y escaramuzas que se tuvieron con aquellos bárbaros, más de que todo el año treinta y siete (1537) y parte del de treinta y ocho se gastó en subjetallos a unos por bien y a otros por mal.”
No pretendemos con esta cita deprimir los héroes que llevaron a feliz término la ardua empresa de la conquista, pues antes hace nuestras las ideas contenidas en los siguientes versos de Castellanos:
Había de pintar aquesta historia
Una pluma de prósperos caudales;
Porque valor y fuerza tan notoria,
Tanto perseverar en tantos males,
Escede los más dignos de memoria,
Y vuela sobre fuerzas naturales.
Todos eran valientes,
Al general subyectos y obedientes,
En las adversidades muy pacientes,
En los trabajos son infatigables…
Volviendo a Tisquesusa, cuenta el Padre Simón que, cuando se preparaba a hacer la guerra al hunsa, tuvo un sueño que lo preocupó mucho. Representóles su imaginación que se estaba bañando en su casa de recreo de Tena, y que toda el agua se le convirtió en sangre. Lleno de temor, hizo llamar los principales jeques de sus dominios para que le explicasen el sueño. Los más viejos dieron primero su parecer, declarando que significaba que el zipa se había de bañar en la sangre del zaque; a todos los que estuvieron de acuerdo con esta interpretación, tan a la medida del gusto de su señor, los premió con mantas, joyas y favores. Había en Ubaque un jeque famoso entre todos, llamado Popón, que se jactaba de tener continuas pláticas con el Demonio. Popón desapareció de Bacatá la noche antes de presentarse a declarar el sueño; caminando para su casa, encontró dos o tres indios principales, a quienes dijo poco más o menos lo siguiente:
“Vuélvome a mi tierra sin haber explicado a vuestro zipa el sueño, por ser muy diferente lo que le ha de suceder de lo que le han declarado los otros jeques, y si yo se lo dijera en su presencia me había de matar, por ser como es tan cruel; pero decidle que lo que soñó que le parecía se bañaba en sangre no quiere decir que se ha de bañar en la sangre del hunsa, sino en la suya propia, porque unos hombres de otras tierras que van llegándose ya a ésta, lo han de matar.”
Dicho esto, siguió su camino tratando de poner en salvo su persona, pues no dudaba que el bacatá lo haría buscar para castigar su temeridad, quitándole la vida. Así lo intentó, aunque fueron inútiles todas la diligencias que se hicieron para dar con él’. |183
Cuando supo Tisquesusa que los españoles seguían del pueblo de Suba para Muequetá, salió precipitadamente con sus mujeres y sus tesoros un lugar oculto. Desde allí enviaba sus tropas a hostilizar a los hijos del Sol, recomendando a todos que guardaran el secreto de su escondite. Pasó algún tiempo, y cuando ya estaba conquistada gran parte del territorio chibcha, un indio sometido a la terrible prueba del tormento reveló el paradero de su señor. Hallábase éste con su ejército en un bosque inmediato á Facatativá, donde tenía casa de recreo, probablemente en el pintoresco lugar embellecido por enormes bloques erráticos que se llama |Cercado del zipa. Partió Jiménez de Quesada acompañado por parte de su caballería, y después de caminar toda la noche, dieron al amanecer en el campamento enemigo. Sorprendidos los indios, no acertaron a defenderse, y sólo pensaron en huir. Tisquesusa salió con algunos de los principales de su corte y de su guardia por una puerta del cercado, y fue herido de muerte por el pasador o flecha de la ballesta de un soldado llamado Alonso Domínguez, que le tiró sin conocerlo. |184 Sacáronlo sus amigos a un bosquecillo próximo, donde murió bañado en su sangre, como se lo había anunciado el jeque Popón. Los usaques lo enterraron en un lugar oculto.
|181 Hallamos graves contradicciones en los cronistas en todo lo que se refiere a Tisquesusa. Castellanos dice, hablando de su muerte, que “los principales y menores de todas las provincias que regía hicieron doloroso sentimiento, por ser a todos ellos agradable”. Según Jiménez de Quesada, testigo de los hechos, a quien cita Oviedo, “el día que se supo cierto que era muerto, fue general el alegría en toda su tierra porque todos los caciques y señores quitaron de sí una tiranía muy grande.” Sólo Piedrahita se adhiere a la opinión de Castellanos. Herrera refiere que a los indios que se acercaban a ofrecer bastimentos y mantas a los españoles, cuando lograba prenderlos, los hacía matar y apalear, y a otros les rasgaba las mantas, y, puestas al cuello, cosa entre ellos muy infamante, los echaba diciéndoles que fuesen a los hombres nuevos que los vengasen.
|182 Según los cronistas, entre el zipa y el hunsa tenían en campaña 120.000 guerreros. Bien puede reducirse este número a la cuarta parte.
|183 El jeque Popón hizo tenaz resistencia a la predicación evangélica en la provincia de Ubaque, pero al fin se convirtió, sirviendo de sacristán el resto de su vida.
|184 Así refiere Jiménez de Quesada la muerte del zipa en su |Compendio historial, Lib I, Cap. II, citado por Piedrahita. Herrera dice que murió herido por una estocada: nos atenemos al dicho de Quesada, que fue testigo de vista.

2 коментарі

  1. quiero saber el conocimiento de los chibchas oseeeeaaa hello!!!!!!! no tiene nada este internet

  2. quiero saber paraq ue los muizcas utilizaban el alfiler

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KUPRIENKO