RELACION SOBRE LA CONQUISTA DEL NUEVO REINO DE GRANADA, POR JUAN DE SAN MARTIN Y ANTONIO DE LEBRIJA (julio de 1539)

RELACION SOBRE LA CONQUISTA DEL NUEVO REINO DE GRANADA, POR JUAN DE SAN MARTIN Y ANTONIO DE LEBRIJA (julio de 1539)

 

Carta-informe de los oficiales reales, Juan de San Martín y Antonio de Lebrija, sobre lo acaecido en la jornada del licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada en que tomaron parte. Del Archivo General de Indias. Sección Patronato, legajo 27, Ramo 16. Sin fecha.

Transcrita por Gonzalo Fernández de Oviedo (14, Libro XXVI, Capítulo XI), y publicado en “Relaciones Históricas de América”. Publicación de la Sociedad de Bibliófilos Españoles. Madrid 1916. Documento copiado nuevamente y cotejado con el original.

Se trata de un informe rendido por el factor Juan de San Martín y el contador Antonio de Lebrija a la Real Audiencia de Santo Domingo, lo que se desprende de la carta del Presidente de esta institución, fechada el 20 de septiembre de 1539 (Doc. 1.308). Según se deduce del texto, el relato fue escrito, en su parte principal, en Santafé antes de que Jiménez emprendiera su regreso a España. Fue completado en Cartagena, en julio de 1539, mientras se esperaba el navío que llevara a los conquistadores a Espana. La Real Audiencia envió el relato al Consejo de Indias y el emperador Carlos V fue informado de los principales acontecimientos mediante un resumen que hiciera el relator del Consejo (Doc. 1.340).

SACRA, CESAREA, CATOLICA MAJESTAD

Ya a Vuestra Majestad le será notorio cómo el adelantado don Pedro Hernández de Lugo vino a la ciudad y provincia de Santa Marta por gobernador, y llegó a ella con 800 hombres, poco más o menos, en dos de enero de mil y quinientos y treinta y seis años. En la cual provincia hizo algunas entradas a las sierras, de que recibió mucho daño, por ser la gente muy belicosa, como ya Vuestra Majestad habrá sabido por otras cartas de los gobernadores de ella.

A seis de abril del dicho año, el dicho adelantado, viendo que con la gente que traía hacía muy poco fruto en las sierras de Santa Marta, antes recibía mucho daño de pérdida de gente, envió al licenciado Gonzalo Ximenez por su teniente con hasta 500 hombres de pie y de caballo por el Río Grande arriba, y por el agua 5 bergantines con la  gente que en ellos cupo, y la demás gente por tierra y con los oficiales que por Vuestra Majestad residimos en esta provincia. Y de todo lo que en la jornada ha sucedido damos aviso y relación a Vuestra Majestad sucesivamente, puesto caso que algunos de nosotros hubieran de ir a informar a Vuestra Majestad más largamente de esta tierra que nuevamente se ha descubierto y poblado en nombre de Vuestra Majestad; a la cual llamamos el Nuevo Reino de Granada.

En la entrada del Río Grande se perdieron dos bergantines con la gente de uno de ellos; y luego el dicho adelantado tomó a armar otros dos, para  en seguimiento de la jornada. Y siguieron el río arriba en descubrimiento de él, hasta que pasaron adelante de donde otros españoles habían llegado otra vez, enviados por García de Lerma, vuestro gobernador. Y siempre, prosiguiendo la costa del Río Grande arriba, así por agua como por tierra, puesto caso que mientras más se subía siempre había menos muestras de indios y de buena tierra, el dicho teniente prosiguió su jornada. Porque él y todos llevaban propuesto de no dar la vuelta hasta hallar la tierra que a Vuestra Majestad se le hiciese servicio. Y con esta porfía, pasando muchos ríos y ciénagas y montes muy malos de pasar, allegamos a un pueblo que los indios llaman de La Tora, donde hasta allí, así de hambre como por ser las más de la gente que venía, nuevamente venida de España, se había muerto la mayor parte de ella.

Estando el real en este pueblo, que serán doscientas leguas de la mar, a nuestro parecer, el teniente, viendo la mala disposición que cada día el río mostraba de menos poblaciones, envió a descubrir dos veces a ciertos bergantines. Los cuales, de la relación que dieron después de vueltos, se coligió más mala disposición de la tierra, y que así era imposible caminar por el río ni por tierra, a causa que ya el río anegaba toda la tierra, de manera que no se podía caminar.

Visto por el dicho teniente la mala disposición de pasar adelante, determinó de ver si sería posible de tomar la sierra que prolonga el dicho Río Grande, que estaba, por lo más cerca, veinte leguas. Porque hasta allí no se había podido tomar, aunque muchas veces se había procurado, porque entre ella y el río es todo tierra anegada y lagunas. Y para hacerlo, envió al capitán Juan de San Martín, el cual fue en ciertas canoas por un brazo del río arriba, que bajaba de la sierra. El cual, como volvió, dijo que había llegado hasta 25 leguas de donde había salido, y que había hallado alguna manera de población, aunque poca, y que era camino por donde bajaba la sal que se hacia en la sierra a contratar en el río.

Visto por el teniente, determinó de ir él mismo con la mejor gente y más sana que entonces había, para ver lo que había adelante. Y se partió del dicho pueblo de La Tora, dejando en él el real, y caminó hasta donde antes se había llegado, y allí, por la mala disposición suya, se quedó, y envió a descubrir más adelante al capitán Antonio de Lebrija y al capitán Juan de Céspedes. Los cuales fueron con hasta 25 hombres para que descubriesen dichas tierras y viesen lo que en ellas había.

Los cuales atravesaron un grueso trecho de sierra, que podía tener 25 leguas de sierra montuosa, y llegaron a una tierra masa, donde vieron muestra de muy buena tierra y buenas poblaciones, con las cuales nuevas se volvieron a donde el teniente había quedado. Y desde allí se volvió al pueblo a donde había dejado el real, para sacarle de allí e ir en demanda de aquella tierra nuevamente descubierta. Y ya mucha gente de la que había quedado en el real se habían muerto por las causas dichas. Y con la mejor gente y de mejor disposición se partió en la dicha demanda, tornando a enviar en los bergantines toda la gente enferma.

Y caminando en la dicha demanda, atravesó las dichas sierras montuosas que se llaman de Opón, y salió a la tierra masa que los primeros descubrieron, donde comenzó la conquista de este Nuevo Reino. Y haciendo alarde de la gente que traía, halló que por todos los que allí habían salido, no éramos más que ciento y setenta hombres de pie y de caballo, que todos los demás murieron en el camino o se tornaron a Santa Marta en los bergantines, muy enfermos.

Viendo el teniente la buena manera de tierra, y como siempre habíamos traído muestra de mucha sal, hecha panes grandes, y que no teníamos lenguas para la dicha tierra, determinó por señas venir, preguntando dónde aquella sal se hacía. Y así nos trajeron los indios a donde se hacía. La cual se hace de una agua salobre, atravesando muchas poblaciones y muy grandes y de mucha comida, en catorce o quince días después que salimos de la dicha tierra masa. Hácese aquella sal en muchas partes, blanca y muy buena.

Llegados a estos pueblos de la sal, ya aquí mostró la tierra lo que en ella había y lo que había delante, ‘porque era muy gruesa y de muchos indios, y la manera de los edificios de casas diferente de los que hasta entonces habíamos hallado. En especial, una jornada más adelante del dicho pueblo de la sal, entramos en la tierra del más principal señor que hay en ella, que se dice Bogotá. Y bien mostró ser así, porque le hallamos una casa de su aposento que, para ser de paja, se podría tener por una de las mejores que se han visto en Indias.

Y hasta allí, por todos los pueblos que habíamos pasado, se había visto muestra de algún oro y piedras esmeraldas, y puesto caso que el dicho Bogotá nos quiso resistir la entrada de su tierra, saliéndonos a la retaguardia asaz número de indios, poco le aprovechó; porque en fin, como son indios, luego volvieron las espadas, con daño suyo que se les hizo.

Este Bogotá, es el mayor señor que hay en esta tierra, porque le son sujetos otros muchos señores y muy principales de ella. Tiene fama de muy rico, porque dicen los naturales de la tierra, que tiene una casa de oro y mucho número de piedras esmeraldas, muy ricas. Hónranle demasiadamente sus vasallos, porque en la verdad, en este Nuevo Reino son los indios muy sujetos a sus señores. Ha sujetado y tiene tiranizada mucha parte de esta tierra. Hasta ahora no se ha habido de él cosa ninguna, por causa que se alzó con muchos principales y con todo su oro a una sierra muy agra, a donde no se le puede hacer daño alguno sin mucho trabajo de españoles.

Llegado a la tierra de Bogotá, el dicho teniente envió por dos partes: por la una, al capitán Juan de Céspedes, y por la otra, al capitán Juan de San Martín. Los cuales fueron a saber qué tierra había adelante. Y por la relación que trajeron se halló que ambos a dos, cada uno por donde fue, habían dado en una nación de gente que llaman panches, de la cual está cercada toda la tierra y la mayor parte de este valle de Bogotá; porque entre la una tierra y la otra no hay más de un poco de sierra de monte. Son diferentes en las armas de esta otra parte de Bogotá, y muy enemigos los unos de los otros.

Ya en ese tiempo las lenguas se iban más aclarando y nos iban entendiendo, a cuya causa algunos indios que nos traían oro y piedras esmeraldas, conociendo que de nosotros eran muy estimadas, aunque entre ellos lo son mucho porque las tienen en tanto y más que el oro, dijeron que nos llevarían a donde debajo de tierra se sacaban. Lo cual, visto por el teniente, sacó el real del valle de Bogotá, en demanda de las minas de las esmeraldas, y llegó al valle que después se llamó de la Trompeta. Y desde allí envió a descubrir dichas minas de esmeraldas al capitán Pedro de Valenzuela. El cual fue con cierta gente y al cabo de 6 días llegó a las dichas minas, donde él y los españoles que consigo llevaba las vieron sacar a los indios debajo de la tierra y vieron tan extraña novedad.

Estarán del valle de la Trompeta hasta 15 leguas, en una sierra muy alta, pelada. Tendrá el lugar donde parece que se sacan, una legua o casi. Es señor de ella un indio muy principal que se llama Somondoco, y es señor de muy grandes vasallos y poblaciones. Sus asientos – están – a 3 leguas de las dichas minas. No las sacan otros indios sino los de este cacique, en cierto tiempo del año, porque para sacarlas hacen muchas ceremonias y después de sacadas las tratan y contratan entre ellos. El principal rescate es oro y cuentas que en esta tierra se hacen, y ropa mucha de algodón.

Visto por el teniente lo que los que habían ido a descubrir decían, así porque dijeron que desde las dichas minas parecían unos llanos muy grandes, que era maravilla, tanto que por ninguna parte se parecía otra cosa, como por saber con más certidumbre de las dichas piedras, y también por salir a los llanos si fuese posible, para lo cual allegó al real cerca de las minas de las piedras esmeraldas. Desde allí envió al capitán Juan de San Martín a descubrir los dichos llanos, porque por lo que decían, mostraban estar poblados. La salida fue tan dificultosa a ellos que por ningún cabo se pudo salir, así por ser la tierra muy áspera como por muchos ríos muy grandes que a ellos salen; de cuya causa no se pudo salir a ellos y se quedaron así.

En este tiempo, cuando más íbamos andando, más las lenguas nos iban entendiendo y dijeron al teniente de un gran señor que estaba cerca de donde estábamos con nuestro real, que se llamaba Tunja. El teniente fue sobre él con la más gente qué pudo de pie y de caballos y le prendió, puesto caso que al principio, el día que se entró en su tierra, nos salió al camino a manera de paz y se le dió, y después pareció ser trato doble. Porque entrados en su pueblo donde vivía, quisieron él y sus indios hacer otra cosa de lo que publicaban.  A cuya causa fue tomada su persona con poca cantidad de oro y piedras porque lo más y mejor tenía alzado. Lo poco que se le tomó fue en su aposento donde dormía y en unos oratorios que estaban junto a él. Serían- hasta ciento y cuarenta mil pesos de oro fino y treinta mil de oro bajo, con algunas piedras, aunque pocas, porque, como decimos, lo tenía ya escondido.

Este Tunja es muy gran señor y sónle muchos señores sujetos. Es muy rico. Los indios de esta tierra, que son principales, cuando se mueren, no se ponen debajo de tierra sino encima y ponen en los cuerpos algún oro y esmeraldas. – Es señor de mucha gente y no es tan tirano como Bogotá.

Estando el real en este pueblo de Tunja, se tuvo nueva de otros dos caciques: el uno se llama Duytama y el otro Sogamoso, ambos a dos a tres jornadas de este pueblo de Tunja. A los cuales el teniente fue con cierta gente de pie y de caballo y hállalos alzados. En el pueblo de Sogamoso se hallaron colgados en unos oratorios que tienen, hasta cantidad de treinta mil pesos de oro fino y algún oro bajo y piedras. No se hallaron indios algunos, porque estaban alzados.

De este pueblo se volvió el teniente al real, pasando por el otro señor que se decía Duitama. Salieron al camino gritando y con armas, para nos ofender, si pudieren. Mataron algunos de ellos, aunque pocos, por el ruin sitio en que estaban.

Vuelto el teniente a Tunja, se pesó el oro que había, y pesado, hubo, así en lo que se tomó en Tunja como en lo de Sogamoso y otro poco de oro que por la tierra se había habido, peso de ciento y noventa y un mil y ciento y noventa y cuatro pesos de oro fino, y de otro oro, más bajo, treinta y siete mil y doscientos y treinta y ocho pesos, y de otro oro, que se llama chafalonia, en que hubo diez y ocho mil y trescientos y noventa pesos. Hubiéronse mil y ochocientas quince piedras esmeraldas, en las cuales hay piedras de muchas calidades, unas grandes y otras pequeñas y de muchas suertes.

Vista  por el teniente y capitanes la grandeza y riqueza de la  tierra en que andábamos, hubo da volver a Bogotá, porque Chía, a quien el teniente hizo mucha honra, el cual asimismo decía que la herencia y señorío del Bogotá muerto le pertenecía, porque decía ser suya. Este Chía es señor por sí, y ninguno puede ser Bogotá si primero no es cacique de Chía, que es costumbre ya antigua entre ellos que en muriendo Bogotá, hacen a Chía, Bogotá, y luego se elige otro, que sea Chía; y mientras que es Chía, no señorea en otro cacique ninguno más de un pueblo que él tiene, a donde reside.

Estando el real en el valle de Bogotá, tuvimos nuevas de una nación de mujeres que viven por sí, sin vivir indios entre ellas; por lo cual las llamamos amazonas. Estas, dicen los que de ellas nos dieron noticia, que de ciertos esclavos que compran se empreñan, y si paren, el hijo lo envían a su padre y si es hija, criánla para aumentación de esta su república. Dicen que no se sirven de los esclavos más de hasta empreñarse de ellos, que luego los tornan a enviar, y así, a tiempo los envían y a tiempo los tienen.

Oída tal nueva en tal tierra como esta, envió a su hermano con alguna gente de pie y de caballo, a que viese si era así lo que los indios decían, y no pudo llegar a ellas, por las muchas sierras de montañas que había en el camino, aunque llegó a tres o cuatro jornadas de ellas, teniendo siempre más noticias de las que había, y que eran muy ricas de oro, y que de ellas se trae el mismo oro que hay en esta tierra y en la de Tunja. Por este camino se descubrieron valles de grandes poblaciones.

Después de vuelto de esta jornada, viendo el teniente y nosotros que era bién que Vuestra Majestad supiese los servicios que en esta tierra se le habían hecho y hacían, determiné de ir en persona con algunas personas que con él iban, a besar las reales manos de Vuestras Majestades y hacerles relación de todo lo que acá había pasado. Para lo cual hizo hacer tres partes de oro y piedras que en esta tierra se había habido, que hasta entonces eran ciento y noventa y un mil, doscientos noventa y cuatro pesos de oro fino, y de oro bajo treinta y siete mil, doscientos ochenta y ocho pesos, y de otro bajo, diez y ocho mil doscientos y noventa pesos, y mil ochocientas quince esmeraldas, de toda suerte. De todo esto se pagó el quinto a Vuestra Majestad y lo demás se partió entre la gente tupieron a quinientos y diez pesos de oro fino, y cincuenta  siete pesos de oro bajo, y cinco piedras esmeraldas, por parte.

Como ya se publicaba que el teniente se queria ir, viendo Bogotá el buen tratamiento que a todos los caciques que venían de paces se les hacía, y viendo la mala vida que tenía en estar alzado y fuera de su casa y matándole y prendiéndole muchos de sus indios, determiné de venir a ver al dich o teniente. Al cual se le hizo toda la honra y buen tratamiento que se le pudo hacer y quedó debajo de la obediencia de Vuestra Majestad. El cual, viendo el buen tratamiento que se le había hecho, rogó al teniente que le diese alguna gente para ir contra unos indios enemigos suyos, que eran panches, cerca de aq uí. A los cuales el dicho teniente fue, así por agradarle como por más confirmar la paz, y para que viese que éramos amigos de nuestros amigos. Y a la vuelta le dijo que, pues era nuestro amigo, había de hacer obras de amigo, que ya sabía como Bogotá su tío, el pasado, fue enemigo nuestro y en esta enemistad le habíamos muerto; por tanto, que el oro y piedras que el dicho Bogotá tenía eran de Vuestra Majestad y de los españoles , vuestros vasallos; que lo hiciese traer y nos lo diese, pues eran bienes de nuestro enemigo; y que lo demás de su señor,
de la tierra, sirviendo a Vuestra Majestad como debía, se lo dejaba. A lo cual respondió que él no lo tenía y que su tío lo había dejado y repartido en muchas partes; y después dijo que él lo tenía.

Visto por el teniente como andaba desvariando, lo trajo al real consigo y le dió una casa en que estuviese con su guarda que de cristianos le puso, y le dijo que hiciese traer el oro y piedras que de su tío tenía, si no, que no lo dejaría ir de allí hasta que lo diese. Visto ésto, el dicho Bogotá dio
que en veinte días daría una pequeña casa que estaba junto a la suya, llena de oro y muchas piedras; en la cual casa se le hizo todo el buen tratamiento que se le pudo hacer, dejando sus indios e indias que le sirviesen. Y cumplidos los 20 días que había quedado, no trajo nada de lo que había dicho.

Visto esto por el teniente, le dijo que había sido muy mal hecho hacer burla de los cristianos y que no lo había de hacer así. A lo cual dijo que todavía lo haría traer y que lo andaban ayuntando. Lo cual pareció ser bien mentira, y que nos traía en palabras. Por lo cual el teniente determiné de dejarle con unos grillos y seguir su viaje para dar cuenta a Vuestra Majestad. Y así se partió, dejando en su lugar a su hermano Hernán Pérez de Quesada, y caminó hasta un pueblo que se dice Tinjaca, y de allí determiné de ir en persona a ver las minas de las piedras esmeraldas, para dar más entera relación a Vuestra Majestad de ellas, dejando en el dicho pueblo la gente que llevaba. Y llevó consigo 3 o 4 de caballo y las vió dónde y cómo se sacan las dichas piedras, de lo cual Vuestra Majestad será informado del mismo teniente y de otras personas que el servicio de Vuestra Majestad desean.

Vuelto de las minas de las esmeraldas, tomándose a juntar con la otra gente para seguir su jornada del pueblo de la Tora, a donde había de hacer los bergantines para ir abajo hasta Santa Marta, supo nuevas muy extrañas de la tierra en que estábamos, que son las de las mujeres susodichas, que es innumerable el oro que tienen, y también de una provincia que está a las vertientes de los llanos, a donde no se puede salir, que se dice Menza. En la cual provincia, dicen los indios, que hay una gente muy rica y que tienen una casa dedicada al sol, donde hacen ciertos sacrificios y ceremonias, y que tienen en ella infinidad de oro y piedras, y viven en casas de piedra y andan vestidos y calzados y pelean con lanzas y porras. Y también nos dijeron que el Bogotá, que está preso, tenía una casa de oro y piedras en mucha cantidad. Lo cual visto por el teniente y los que con él iban, tantas novedades y tan grandes, todos juntos nos pareció que sería más servicio de Vuestra Majestad ir a ver las partes ya dichas y llevarle más relación, aunque se tardase en ello un año más. Y así nos volvimos al valle de Bogotá, a donde quedaba el real o campo nuestro.

Y llegados al dicho valle, el teniente hizo cierta información contra el dicho Bogotá que estaba preso, con muchos señores de la tierra, por la cual se hallé que tenía un bohío y más de oro y muchas piedras esmeraldas; lo cual se le demandé, haciéndole algunas premisas, para que lo diese. Y dijo que lo darí a y no lo dió, porque sus indios, después que lo vieron preso y maltratado, se alzaron con ello. De manera que como era indio, gran señor y delicado, con poco trabajo que pasó, murió en la prisión. Y así se quedó su riqueza sin parecer hasta ahora. Porque todos los más principales suyos y sus indios, con el dicho oro están alzados en unas sierras y hechos fuertes. Y aún dicen los naturales de la tierra que ya tienen otro Bogotá hecho, a quien obedecen y tienen por señor.

Dende a pocos días fue el teniente a los panches, por ruego de un cacique amigo nuestro, para satisfacerle de algunos daños que de ellos había recibido. En la cual jornada se descubrió el Río Grande que antes habíamos visto en Neiva, y es el mismo que va a Santa Marta. Estará hasta 20 leguas de esta ciudad de Santa Fé, que fue harto bien para esta tierra, a causa que se pueden hacer bergantines en que en 10 o 12 días vayan a Santa Marta, y poder por él también traer los bastimentos que en esta tierra eran necesarios. En esta jornada se vieron en la otra parte del río, hasta 4 o 5 leguas de él, unas sierras nevadas grandes que prolongan el río arriba y abajo. Y preguntando a los indios que qué gente vivía en aquellas sierras, dijeron que era gente como la del valle de Bogotá y que eran muy ricos, porque tenían vasijas de oro y plata donde eran ollas y otras cosas de su servicio; en lo cual se certificaban mucho. Creemos será así, porque en el río hay oro y muy fino. Y con esta nueva y con haber hecho algún daño a los panches, se volvió a Bogotá a donde estaba el real.

Dende a pocos días, con la gran nueva que de las dichas sierras teníamos, el teniente envió a su hermano con la gente de pie y de caballo, que le pareció que convenía para la dicha jornada de las sierras nevadas, por estar, como están, tan cerca de este valle. E iban tan bién aderezados y de tan buena gana, como si entonces salieran a la mar, con tanto deseo de servir a Vuestra Majestad, como es razón. Dende a seis días que se

partieron de este valle, tuvimos nuevas de algunos indios, como por el Río Grande abajo iban muchos cristianos de pie y de caballo; de lo cual no poco maravillado, por ser en parte tan extraña, determiné el teniente que su hermano se volviese con la gente que llevaba y que se fuese a ver, qué gente era. Y así envió a llamar a su hermano y se volvió luego.

Después de vuelto, teniéndose más fresca la nueva, lo torné a enviar con 12 de caballo y otros tantos a pie, para que pasase el río Magdalena y fuese en su busca hasta topar con ellos y saber qué gente era. Lo cual hizo y no con poco trabajo, por causa del río, y se supo cómo era gente del Perú, que venía debajo de la gobernación de don Francisco Pizarro y traían por capitán a Sebastián de Belalcázar, como Vuestra Majestad más largamente será informado.

Vuelta la gente a este pueblo nuestro con la nueva de los cristianos y quién eran, dende a 8 días tuvimos nueva cómo el dicho Sebastián de Belalcázar pasaba el río y se venía a este valle de Bogotá. Junto con esto y a la sazón, supimos cómo por la parte de los llanos, a donde no habíamos podido salir, que es hacia donde sale el sol, venían otros cristianos y que eran muchos y traían muchos caballos; de lo cual no poco espantados, no pensando quién podría ser, se envió a saber quién eran, porque decían que estaban cerca de nosotros hasta 6 leguas. Y supimos cómo era gente de Venezuela, que había salido con Nicolás Féderman al cual traían por su teniente y general, y entre estos venían algunos que decían ser de Cubagua, de los que se habían alzado a Jerónimo Dortal. Los cuales venían tan trabajados y fatigalos, así de mucho camino y mala tierra como de ciertos páramos despoblados y frialdades que habían pasado, que con poco trabajo más, pudiera ser perecer todos. En nuestro campo hallaron todo el buen recogimiento y comida y vestidos que hubieron menester para reformar sus personas, de lo cual Vuestra Majestad será más informado.

A esta sazón y tiempo, estaban el dicho Nicolás Féderman con su real y el dicho Sebastián de Belalcázar con el suyo y nosotros en el valle de Bogotá, en nuestro pueblo, todos en triángulo de 6 leguas, sabiendo los unos de los otros; cosa que Vuestra Majestad y todos los que lo supieren, tendrán a gran maravilla juntarse gente de tres gobernaciones, como la del Perú y Venezuela y Santa Marta, en una parte tan lejos de la mar, así de la del Sur como la del Norte. Plaga a Nuestro Señor sea para el más servicio suyo y de Vuestra Majestad.

Estando todos tres reales en triángulo, habiendo mensajeros de unas partes a otras y mirando todos lo que más servicio sería de Vuestra Majestad, se concerté nuestro teniente con Nicolás Féderman y con Sebastián de Belalcázar para que, quedando toda la gente de Venezuela y alguna de la del Perú en este Nuevo Reino de Granada y gobernación de Santa Marta, con una persona que los tuviese en paz y justicia, todos tres tenientes juntos se fuesen el Río Grande abajo, a besar las reales manos de Vuestra Majestad y darle cuenta y relación, cada uno de por sí, de lo que en vuestro servicio les había sucedido en el viaje que cada uno de ellos había hecho. Vuestra Majestad puede tener por cierto que así el Nicolás Féderman como Sebastián de Belalcázar traen grandes noticias de tierras ricas que hay en este Nuevo Reino. Y puede Vuestra Majestad creer que así las hay y se hallarán de aquí adelante, a causa de estar la tierra de paz y con razonable número de los españoles y caballos para lo descubrir y buscar.

 
 

Después de hecho este concierto ya dicho, viendo nuestro teniente cómo en esta tierra quedaban hasta 400 hombres y ciento y cincuenta caballos, pareció a él y a todos, que convenía al servicio de Vuestra Majestad poblar, sin esta ciudad de Santa Fé, otros dos pueblos. El uno quedó poblado en un valle que llaman de la Grita, que estará bien 30 leguas de esta ciudad de Santa Fé, y el otro no queda poblado, más se ha poblar en provincia de Tunja. Creemos que se poblará presto, porque el teniente así lo deja mandado. Y poblándose éste, estarán todos tres pueblos en término de 50 leguas, y hecho esto, quedará gente para descubrir lo que está a la redonda, hasta tanto que Vuestra Majestad provea lo que convenga a su real servicio. Los cuales pueblos ha poblado en nombre de Vuestra Majestad, dejando en cada uno de ellos justicia y regimiento, como al teniente pareció que convenía para el pro y bien de cada uno de ellos.

Demás de esto, pareció a él y a nosotros, que para más bien de los naturales de la tierra (y aun porque así convenía al servicio de Vuestra Majestad), que en esta tierra se depositasen los indios en personas que lo mereciesen y lo hubiesen trabajado en la conquista y pacificación y descubrimiento de ella, para que les den de comer y de vestir y otras cosas necesarias para su servicio. Lo cual se hizo, y se depositaron algunos caciques en las personas dichas, hasta tanto que Vuestra Majestad vea lo que convenga a su real servicio. Y también se hizo, porque le pareció al dicho teniente y a nosotros que convenía así para la perpetuación de la tierra, dejando por depositar los caciques, mayores señores de la tierra, hasta tanto que Vuestra Majestad provea en ello lo que más convenga a su servicio. Los cuales caciques son, el uno, el cacique que llaman Bogotá, y el otro, el cacique que llaman Tunja, y el otro, el cacique que llaman Somondoco. Este es el señor de las minas de las piedras esmeraldas. Y estos tres quedan así libres, hasta que Vuestra Majestad provea en ello lo que convenga a su servicio.

Todo lo susodicho ha pasado hasta el día de hoy, así en el camino desde Santa Marta aquí como en la conquista y pacificación de este Nuevo Reino, dejando otras particularidades que son de poca importancia, de que se pueda dar cuenta a Vuestra Majestad; más, de que esta tierra, todo lo que de ella habemos visto, es tierra sana en gran manera, porque después que estamos en ella, que puede haber 2 años y más, no nos ha faltado hombre de dolencia alguna. Es bien abastecida de carne de venados, que se matan en cantidad, y de otra, como conejos que llaman coris; se matan sin número. Demás de la mucha carne de puercos que de aquí adelante habrá, que los traía la gente que vino del Perú, que dejaron en este Nuevo Reino más de 300 cabezas, todas hembras preñadas. Hay mucho pescado en los ríos y algunas frutas de la tierra. También se darán las de España, por ser la tierra, como es, muy templada y fresca. En algunas partes de ella se coge el maíz en 8 meses del año, en cantidad. Es tierra pelada en las lomas. En los llanos hay poca leña, si no es en las vertientes de las sierras en todas partes.

La gente de ella andan vestidas de ropa de algodón, diferente de la de Santa Marta y de la del Perú. Es muy buena y pintada de pincel la más de ella. Los edificios son de paja, muy grandes, en especial las casas de los señores, que son cercadas de dos o de tres cercas. La manera de los aposentos es cosa mucho de ver, por ser de paja.

Los señores que hay en la tierra son muy acatados y temidos de sus indios, en tanta manera que cuando han de pasar algunos indios cabellos, han de ser indios principales, y estos han de ir la cabeza muy baja, a manera de muy grande obediencia. Son idólatras. Hacen sacrificios al sol de muchachos y papagayos y otras aves. Queman piedras esmeraldas y dicen que cuanto mayor es el señor tanto le es más honra quemar las mejores piedras para el sol. Tienen otra manera de ceremonias gentílicas. Es tierra en muchas partes de ella aparejada para muy ricas minas, y los indios de mucho servicio, domésticos. Son gente que quiere paz y no guerra, porque aunque son muchos, son de pocas armas y no ofensivas.

Los indios panches que están entre el Río Grande y esta tierra de Bogotá, son indios muy belicosos y guerreros. Tienen malas armas de flechas y hondas y dardos y macanas a manera de espadas. Tienen rodelas. De todas estas armas se aprovechan cuando hacen guerra. Comenzó unos a otros, y aun crudos, que no se les da mucho por asarlos ni cocerlos, aunque sean de su misma nación y pueblo. Andan desnudos por la mucha calor de la tierra.

Estos panches y los indios de Bogotá se hacen cruel guerra, y si los panches toman indios de los de Bogotá, o los mamtan o los comen luego; y si los de Bogotá matan o toman algunos de los panches, traen las cabezas de ellos a su tierra y ponerlas en sus oratorios. Y los muchachos que traen vivos, súbenlos a los cerros altos y allí hacen con ellos ciertas ceremonias y sacrificios y cantan muchos días con ellos al sol, porque dicen que la sangre de aquellos muchachos come el sol y la quiere mucho; y se huelga más del sacrificio que le hacen de muchachos que de hombres.

En 12 días de mayo de mil y quinientos y treinta y nueve años, habiendo nosotros de venir a dar cuenta a Vuestra Majestad, como sus oficiales, juntamente con el licenciado Gonzalo Ximenez, el dicho licenciado nombré oficiales por Vuestra Majestad, en los cuales queda en poder la caja que nosotros, como oficiales de Vuestra Majestad, teníamos en este Nuevo Reino. Y dentro de ella queda el oro que a Vuestra Majestad ha pertenecido por su quinto, que es veintinueve mil y cien pesos de oro fino, y ocho mil quinientos y tres pesos de oro bajo, y cinco mil quinientos pesos de chafalonía. Para lo cual, el dicho teniente les tomó fianzas, así de lo que les quedaba en poder como de lo demás que se hubiere adelante. El teniente se parte en este mismo dia a dar cuenta a Vuestra Majestad. Lleva, demás de lo que en este otro capítulo se dice que queda en la caja, once mil pesos de oro fino, para que Vuestra Majestad vea la muestra del oro de esta tierra. Demás de esto, lleva todas las piedras de las esmeraldas que hasta ahora a Vuestra Majestad han pertenecido de sus quintos reales, que son quinientas y sesenta y dos piedras esmeraldas; en las cuales hay muchas que se creen ser de muy gran valor.

Lo cual todo pasado, el dicho teniente y capitanes arriba dichos y nosotros con hasta 30 hombres, venimos a nos embarcar al Río Grande, a un pueblo que se dice Guataquí, a donde nos metimos en dos bergantines que allá hicimos. Y viniendo el río abajo, hasta 30 leguas, hallamos un raudal grande del río; el cual con mucho trabajo y riesgo de nuestras personas pasamos. Y d ende en 12 días siguientes llegamos a l a boca del río a la mar, y saliendo para irnos a la ciudad de Santa Marta, de donde habíamos salido, nos dió un tiempo de brisa recio y creímos perder allí uno de los bergantines, y arribamos con el tiempo a esta ciudad de Cartagen a , a dónde manifestamos el oro que traíamos por nuestro registro al juez y oficiales de Vuestra Majestad. Los cuales nos fundieron y marcaron todo el oro y dieron todo aviamiento, como al servicio de Vuestra Majestad conviene. Y de aquí, todos juntos, nos partimos, a ocho de este mes de julio en una nao que al presente está en este puerto, que va a los reinos de España.

Plega a Nuestra Señor Dios que siempre las victorias de Vuestra Majestad vayan en crecimiento de muchos más reinos y señoríos y aumento de nuestra santa fé católica.

Sacra, Cesarea, Católica Majestad. Criados y vasallos de Vuestra Majestad, que sus reales pies y manos besan.

  (Firmas) Juan de San Martín. Antonio de Lebrija.

KUPRIENKO