Рафаель Альберти. “Поэмы” (Rafael Alberti. Poemas)

Рафаель Альберти. “Поэмы”.
Rafael Alberti. Poemas.

Rafael Alberti
Al claroscuro
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A ti, nocturno, por la luz herido,
luz por la sombra herida de repente;
arrebatado, oscuro combatiente,
claro ofensor de súbito ofendido.
A ti, acosado, envuelto, interrumpido,
pero de pie, desesperadamente.
Si el día tiembla, tú, noche valiente;
si la noche, tú, día enardecido.
A ti, contrario en busca de un contrario,
adverso que al morder a su adversario
clava la sombra en una luz segura.
Tu duro batallar es el más duro:
claro en la noche y por el día oscuro.
A ti, Rembrandt febril de la Pintura.
(De «A la pintura»)

Rafael Alberti
Madrigal al billete del tranvía
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Adonde el viento, impávido, subleva
torres de luz contra la sangre mía,
tú, billete, flor nueva,
cortada en los balcones del tranvía.
Huyes, directa, rectamente liso,
en tu pétalo un nombre y un encuentro
latentes, a ese centro
cerrado y por cortar del compromiso.
Y no arde en ti la rosa ni en ti priva
el finado clavel, sí la violeta
contemporánea, viva,
del libro que viaja en la chaqueta.

Rafael Alberti
Retornos del amor en los vividos paisajes
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Creemos, amor mio, que aquellos paisajes
se quedaron dormidos o muertos con nosotros
en la edad, en el día en que los habitamos;
que los árboles pierden la memoria
y las noches se van, dando al olvido
lo que las hizo hermosas y tal vez inmortales.
Pero basta el más leve palpitar de una hoja,
una estrella borrada que respira de pronto
para vernos los mismos alegres que llenamos
los lugares que juntos nos tuvieron.
Y así despiertas hoy, mi amor, a mi costado,
entre los groselleros y las fresas ocultas
al amparo del firme corazón de los bosques.
Allí está la caricia mojada de rocío,
las briznas delicadas que refrescan tu lecho,
los silfos encantados de ornar tu cabellera
y las altas ardillas misteriosas que llueven
sobre tu sueño el verde menudo de las ramas
Sé feliz, hoja, siempre: nunca tengas otoño,
hoja que me has traído
con tu temblor pequeño
el aroma de tanta ciega edad luminosa.
Y tú, mínima estrella perdida que me abres
las íntimas ventanas de mis noches más jóvenes,
nunca cierres tu lumbre
sobre tantas alcobas que al alba nos durmieron
y aquella biblioteca con la luna
y los libros aquellos dulcemente caídos
y los montes afuera desvelados cantándonos.

Rafael Alberti
A Federico García Lorca
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(VERANO)
Sal tú, bebiendo campos y ciudades,
en largo ciervo de agua convertido,
hacia el mar de las albas claridades,
del martín-pescador mecido nido;
que yo saldré a esperarte amortecido,
hecho junco, a las altas soledades
herido por el aire y requerido
por tu voz, sola entre las tempestades.
Deja que escriba, débil junco frío,
mi nombre en esas aguas corredoras,
que el viento llama, solitario, río.
Disuelto ya en tu nieve el nombre mío,
vuélvete a tus montañas trepadoras
ciervo de espuma, rey del monterío.
(De «Marinero en tierra»)

Rafael Alberti
El prisionero
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Carcelera, toma la llave
que salga el preso a la calle.
Que vean sus ojos los campos
y tras los campos, los mares,
el sol, la luna y el aire.
Que vean a su dulce amiga,
delgada y descolorida
sin voz, de tanto llamarle.
Que salga el preso a la calle.

Sueño del marinero

Yo, marinero, en la ribera mía,
posada sobre un cano y dulce río
que da su brazo a un mar de Andalucía,

sueño ser almirante de navío,
para partir el lomo de los mares
al sol ardiente y a la luna fría.

¡Oh los yelos del sur! ¡Oh las polares
islas del norte! ¡Blanca primavera,
desnuda y yerta sobre los glaciares,

cuerpo de roca y alma de vidriera!
¡Oh estío tropical, rojo, abrasado,
bajo el plumero azul de la palmera!

Mi sueño, por el mar condecorado,
va sobre su bajel, firme, seguro,
de una verde sirena enamorado,

concha del agua allá en su seno oscuro.
¡Arrójame a las ondas, marinero:
-Sirenita del mar, yo te conjuro!

Sal de tu gruta, que adorarte quiero,
sal de tu gruta, virgen sembradora,
a sembrarme en el pecho tu lucero.

Ya está flotando el cuerpo de la aurora
en la bandeja azul del océano
y la cara del cielo se colora

de carmín. deja el vidrio de tu mano
disuelto en la alba urna de mi frente,
alga de nácar, cantadora en vano

bajo el vergel azul de la corriente.
¡Gélidos desposorios submarinos,
con el ángel barquero del relente

y la luna del agua por padrinos!
El mar, la tierra, el aire, mi sirena,
surcaré atado a las cabellos finos

y verdes de tu álgida melena.
Mis gallardetes blancos enarbola,
¡Oh marinero!, ante la aurora llena

¡y ruede por el mar tu caracola!

Santoral agreste

¿Quién rompió las doradas vidrieras
del crepúsculo? ¡Oh cielo descubierto,
del montes, mares, viento, parameras
y un santoral del par en par abierto!

Tres arcángeles van por las praderas
con la Virgen marina al blanco puerto
del pescado; ayunando, entre las fieras,
se disecan los Padres del desierto.

El santo Labrador peina la tierra;
Santa Cecilia pulsa los pinares,
y el perro de San Roque, por el río,

corre tras la paloma de la sierra,
para glorificarla en los altares,
bajo la luz de este soneto mío.

Alba de noche oscura

Sobre la luna inmóvil de un espejo,
celebra una redonda cofradía
de verdes pinos, tintos de oro viejo,
la transfiguración del rey del día.

La plata blanda, ayuna del reflejo,
muere ya. Del cristal -lámina fría-
dice la voz del vaho en agonía:
-Doró mi lengua el sol, ¿de qué me quejo?

La puertas del ocaso, ya cerradas,
tapina de luto el campo. Negros perros,
a lo que nadie sabe, ocultos, gritan.

Decapitando sueños, fatigadas,
sobre el túmulo alto de los cerros
las estrellas del valle se marchitan.

Sola

La que ayer fue mi querida
va sola entre los cantuesos.
Tras ella, una mariposa
y un saltamonte guerrero.

Tres veredas:
Mi querida, la del centro.
La mariposa, la izquierda.
Y el saltamonte guerrero,
saltando, por la derecha.

Elegía

Las cochinillas de humedad,
las mariquitas de San Antón,
también vagaba la lombriz
y patinaba el caracol.

Infancia mía en el jardín;

¡Reina de la jardinería!
El garbanzo asomaba su nariz
y el alpiste en la jaula se moría.

Infancia mía en el jardín:

La planta de los suspiros
el aire la deshacía.

El mar muerto

I

Mañanita fría.
¡Se ha muerto el mar!

La nave que yo tenía
ya no podrá navegar.

-Mañanita fría,
¿lo amortajarán?

-Los pueblos de tu ribera
-naranja del mediodía-,
entre laureles y olivas.

-Mañanita fría,
¿quién lo enterrará?

-Marinero, tres estrellas
muy dulces: las Tres Marías.

II

No sabe que ha muerto el mar
la esquila de los tranvías
-tirintín- de la ciudad.

No lo sabe nadie, nadie.
¡Mejor, si nadie lo sabe!

Ni tú, joven vaquerillo,
que llevas tus dos vaquitas
tan de mañana a ordeñar.

No lo sabe nadie, nadie.
¡Mejor, si nadie lo sabe!

Elegía del niño marinero

Marinerito delgado,
Luis Gonzaga de la mar,
¡qué fresco era tu pescado,
acabado de pescar!

Te fuiste, marinerito,
en una noche lunada,
¡tan alegre, tan bonito,
cantando, a la mar salada!

¡Qué humilde estaba la mar!
¡Él cómo la gobernaba!
Tan dulce era su cantar,
que le aire se enajenaba.

Cinco delfines remeros
su barca le cortejaban.
Dos ángeles marineros,
invisibles, la guiaban.

Tendió las redes, ¡qué pena!,
por sobre la mar helada.
Y pescó la luna llena,
sola en su red plateada.

¡Qué negra quedó la mar!
¡La noche qué desolada!
Derribado su cantar,
la barca fue derribada.

Flotadora va en el viento
la sonrisa amortajada
de su rostro. ¡Qué lamento
el de la noche cerrada!

¡Ay mi niño marinero,
tan morenito y galán,
tan guapo y tan pinturero,
más puro y bueno que el pan!

¿Qué harás pescador de oro,
allá en los valles salados
del mar? ¿Hallaste el tesoro
secreto de los pescados?

Deja, niño, el salinar
del fondo, y súbeme al cielo
de los peces y, en tu anzuelo,
mi hortelanita del mar.

La niña que se va al mar

¡Qué blanca lleva la falda
la niña que se va al mar!

¡Ay niña, no te la manche
la tinta del calamar!

¡Qué blancas tus manos, niña,
que te vas sin suspirar!

¡Ay niña, no te las manche
la tinta del calamar!

¡Qué blanco tu corazón
y qué blanco tu mirar!

¡Ay niña, no te los manche
la tinta del calamar!

Dime que sí

Dime que sí,
compañera,
marinera,
dime que sí.

Dime que he de ver la mar,
que en la mar he de quererte.
Compañera,
dime que sí.

Dime que he de ver el viento,
que en el viento he de quererte.
Marinera,
dime que sí.

Dime que sí,
compañera,
dime,
dime que sí.

Funerales

¡Pescadores, pescadores,
lanzad el arpón al viento
y en banderas sin colores
izad vuestro sentimiento!

Lloren los ojos del puente
las aguas de treinta ríos;
que el puño de la corriente
rompa en el mar los navíos.

¡Lampiños guardias marinas,
que alegres guardáis las olas,
giman las negras bocinas
y callen las caracolas!

¡Marineras, marineras,
mujeres del aire frío,
regad vuestras cabelleras
negras por el playerío!

¡Sal hortelana del mar,
flotando, sobre tu huerto,
desnuda, para llorar
por el marinero muerto!

Llueve sobre el agua, llueve
nieve negra de alga fría.
Entre glaciares de nieve,
abierta, la tumba mía.

¡Funerales de las olas!
¡El viento, en los arenales!
Entre apagadas farolas
se hunden mis funerales.

KUPRIENKO