Хосе Сорилья. “Дон Хуан Тенорио”. JOSÉ ZORRILLA. DON JUAN TENORIO

Хосе Сорилья. “Дон Хуан Тенорио” (JOSÉ ZORRILLA. DON JUAN TENORIO)

JOSÉ ZORRILLA

DON JUAN TENORIO

DRAMA RELIGIOSO-FANTÁSTICO EN DOS PARTES

Al señor
DON FRANCISCO LUIS DE VALLEJO
en prenda de buena memoria,
su mejor amigo,
Madrid, marzo de 1844.

JOSÉ ZORRILLA

PERSONAS

DON JUAN TENORIO
DON LUIS MEJÍA
DON GONZALO DE ULLOA, comendador de Calatrava
DON DIEGO TENORIO
DOÑA INÉS DE ULLOA
DOÑA ANA DE PANTOJA
CRISÓFANO BUTTARELLI
MARCOS CIUTTI

BRÍGIDA
PASCUAL
EL CAPITÁN CENTELLAS
DON RAFAEL DE AVELLANEDA
LUCÍA
LA ABADESA DE LAS CALATRAVAS DE SEVILLA
LA TORNERA DE ÍDEM
GASTÓN
MIGUEL
UN ESCULTOR
DOS ALGUACILES
UN PAJE (que no habla)
LA ESTATUA DE DON GONZALO (él mismo)
LA SOMBRA DE DOÑA INÉS (ella misma)

CABALLEROS SEVILLANOS, ENCUBIERTOS, CURIOSOS, ESQUE¬LETOS, ESTATUAS, ÁNGELES, SOMBRAS, JUSTICIA y PUEBLO

La acción en Sevilla por los años 1545, últimos del Empera¬dor Carlos V. Los cuatro primeros actos pasan en una sola no¬che. Los tres restantes, cinco años después, y en otra noche.

PARTE PRIMERA

ACTO PRIMERO

Libertinaje y escándalo

PERSONAS

Don Juan, don Luis, don Diego, don Gonzalo, Buttarelli, Ciutti, Centellas, Avellaneda, Gastón, Miguel, Caballeros, curiosos, en¬mascarados, rondas

Hostería de CRISTÓFANO BUTTARELLI. Puerta en el fondo que da a la calle: mesas, jarros y demás utensilios propios de semejante lugar

ESCENA PRIMERA

DON JUAN, con antifaz, sentado a una mesa escribiendo; BUTTARELLI y CIUTTI, a un lado esperando. Al levantarse el telón, se ven pasar por la puerta del fondo MÁSCARAS, ES¬TUDIANTES y PUEBLO con hachones , músicas, etc.

JUAN. ¡Cuál gritan esos malditos!
Pero, ¡mal rayo me parta
si en concluyendo la carta
no pagan caros sus gritos! (Sigue escribiendo.)
BUTTA. (A CIUTTI.)
Buen Carnaval.
CIUTTI. (A BUTTARELLI.)
Buen agosto 5
para rellenar la arquilla.
BUTTA. ¡Quia! Corre ahora por Sevilla
poco gusto y mucho mosto.
Ni caen aquí buenos peces,
que son casas mal miradas 10
por gentes acomodadas
y atropelladas a veces.
CIUTTI. Pero hoy…
BUTTA. Hoy no entra en la cuenta,
Ciutti: se ha hecho buen trabajo.
CIUTTI. ¡Chist! Habla un poco más bajo, 15
que mi señor se impacienta
pronto.
BUTTA. ¿A su servicio estás?
CIUTTI. Ya ha un año.
BUTTA. ¿Y qué tal te sale?
CIUTTI. No hay prior que se me iguale;
tengo cuanto quiero, y más. 20
Tiempo libre, bolsa llena,
buenas mozas y buen vino.
BUTTA. ¡Cuerpo de tal, qué destino!
CIUTTI. (Señalando a DON JUAN.)
Y todo ello a costa ajena.
BUTTA. ¿Rico, eh?
CIUTTI Varea la plata. 25
BUTTA. ¿Franco?
CIUTTI. Como un estudiante.
BUTTA. ¿Y noble?
CIUTTI. Como un infante.
BUTTA. ¿Y bravo?
CIUTTI. Como un pirata.
BUTTA. ¿Español?
CIUTTI. Creo que sí.
BUTTA. ¿Su nombre?
CIUTTI. Lo ignoro en suma. 30
BUTTA. ¡Bribón! ¿Y dónde va?
CIUTTI. Aquí.
BUTTA. Largo plumea.
CIUTTI. Es gran pluma.
BUTTA. ¿Y a quién mil diablos escribe
tan cuidadoso y prolijo?
CIUTTI. A su padre.
BUTTA. ¡Vaya un hijo! 35
CIUTTI. Para el tiempo en que se vive,
es un hombre extraordinario.
Mas silencio.
JUAN. (Cerrando la carta.)
Firmo y plego.
¿Ciutti?
CIUTTI. ¿Señor?
JUAN. Este pliego
irá dentro del horario 40
en que reza doña Inés
a sus manos a parar.
CIUTTI. ¿Hay respuesta que aguardar?
JUAN. Del diablo con guardapiés
que la asiste, de su dueña, 45
que mis instrucciones sabe,
recogerás una llave,
una hora y una seña:
y más ligero que el viento
aquí otra vez.
CIUTTI. Está bien. (Vase.) 50

ESCENA II

DON JUAN, BUTTARELLI

JUAN. Cristófano, vieni quà.
BUTTA. Eccellenza!
JUAN. Senti.
BUTTA. Sento.

Ma ho imparato il castigliano,
se è più facile al signor
la sua lingua…
JUAN. Sí, es mejor; 55
lascia dunque il tuo toscano,
y dime: ¿don Luis Mejía
ha venido hoy?
BUTTA, Excelencia,
no está en Sevilla.
JUAN. ¿Su ausencia
dura en verdad todavía? 60
BUTTA. Tal creo.
JUAN. ¿Y noticia alguna
no tienes de él?
BUTTA. ¡Ah! Una historia
me viene ahora a la memoria que os podrá dar…
JUAN. ¿Oportuna
luz sobre el caso? 65
BUTTA, Tal vez.
JUAN. Habla, pues.
BUTTA. (Hablando consigo mismo.)
No, no me engaño:
esta noche cumple el año,
lo había olvidado.
JUAN. ¡Pardiez!
¿Acabarás con tu cuento?
BUTTA. Perdonad, señor: estaba 70
recordando el hecho.
JUAN. ¡Acaba,
vive Dios!, que me impaciento.
BUTTA. Pues es el caso, señor,
que el caballero Mejía
por quien preguntáis, dio un día 75
en la ocurrencia peor
que ocurírsele podía.
JUAN. Suprime lo al hecho extraño;
que apostaron me es notorio
a quien haría en un año, 80
con más fortuna, más daño,
Luis Mejía y Juan Tenorio.
BUTTA. ¿La historia sabéis?
JUAN. Entera;
por eso te he preguntado
por Mejía.
BUTTA. ¡Oh! Me pluguiera 85
que la apuesta se cumpliera,
que pagan bien y al contado.
JUAN. ¿Y no tienes confianza
en que don Luis a esta cita
acuda?
BUTTA. ¡Quia! Ni esperanza: 90
el fin del plazo se avanza,
y estoy cierto que maldita
la memoria que ninguno
guarda de ello.
JUAN. Basta ya.
Toma.
BUTTA. ¡Excelencia! (Saluda profundamente.)
¿Y de alguno 95
de ellos sabéis vos?
JUAN. Quizá.
BUTTA. ¿Vendrán, pues?
JUAN. Al menos uno;
mas por su acaso los dos
dirigen aquí sus huellas
el uno del otro en pos, 100
tus dos mejores botellas
prevénles
BUTTA. Mas…
JUAN. ¡Chito!… Adiós.

ESCENA III

BUTTARELLI

¡Santa Madonna! De vuelta
Mejía y Tenorio están
sin duda… y recogerán 105
los dos la palabra suelta.
¡Oh!, sí; ese hombre tiene traza
de saberlo a fondo. (Ruido dentro.) ¿Pero
qué es esto? (Se asoma a la puerta.)
¡Anda! ¡El forastero
está riñendo en la plaza! 110
¡Válgame Dios! ¡Qué bullicio!
¡Cómo se le arremolina
chusma…! ¡Y cómo la acoquina
él solo…! ¡Puf! ¡Qué estropicio!
¡Cuál corren delante de él! 115
No hay duda, están en Castilla
los dos, y anda ya Sevilla
toda revuelta. ¡Miguel!

ESCENA IV

BUTTARELLI, MIGUEL

MIGUEL. Che comanda?
BUTTA. Presto qui
servi una tavola, amico: 120
e del Lacryma più antico
porta due bottiglie.
MIGUEL. Sí,
signor padron.
BUTTA. Micheletto,
apparecchia in carità
lo più rico que si fa:
affrettati! 125
MIGUEL. Già mi affretto,
signor padrone. (Vase.)

ESCENA V

BUTTARELLI, DON GONZALO

GONZA. Aquí es.
¿Patrón?
BUTTA, ¿Qué se ofrece?
GONZA. Quiero
hablar con el hostelero.
BUTTA. Con él habláis; decid, pues 130
GONZA. ¿Sois vos?
BUTTA. Sí; mas despachad,
que estoy de priesa.
GONZA. En tal caso,
ved si es cabal y de paso
esa dobla, y contestad.
BUTTA. ¡Oh, excelencia!
GONZA. ¿Conocéis 135
a don Juan Tenorio?
BUTTA. Sí.
GONZA. ¿Y es cierto que tiene aquí
hoy una cita?
BUTTA. Oh! ¿Seréis
vos el otro?
GONZA. ¿Quién?
BUTTA. Don Luis.
GONZA. No; pero estar me interesa 140
en su entrevista.
BUTTA. Esta mesa
les preparo; si os servís
en esotra colocaros,
podréis presenciar la cena
que les daré… ¡Oh! Será escena 145
que espero que ha de admiraros.
GONZA. Lo creo.
BUTTA. Son, sin disputa,
los dos mozos más gentiles
de España.
GONZA. Sí, y los más viles
también.
BUTTA. ¡Bah! Se les imputa 150
cuanto malo se hace hoy día;
mas la malicia lo inventa,
pues nadie paga su cuenta
como Tenorio y Mejía.
GONZA. ¡Ya!
BUTTA. Es afán de murmurar 155
porque conmigo, señor,
ninguno lo hace mejor,
y bien lo puedo jurar.
GONZA. No es necesario: mas…
BUTTA. Qué?
GONZA. Quisiera yo ocultamente 160
verlos, y sin que la gente
me reconociera.
BUTTA. A fe
que eso es muy fácil, señor.
Las fiestas de carnaval,
al hombre más principal 165
permiten, sin deshonor
de su linaje, servirse
de un antifaz, y bajo él,
¿quién sabe, hasta descubrirse,
de qué carne es el pastel? 170
GONZA. Mejor fuera en aposento
contiguo…
BUTTA. Ninguno cae aquí.
GONZA. Pues entonces, trae
el antifaz.
BUTTA. Al momento.

ESCENA VI

DON GONZALO

No cabe en mi corazón 175
que tal hombre pueda haber,
y no quiero cometer
con él una sinrazón.
Yo mismo indagar prefiero
la verdad…, mas, a ser cierta 180
la apuesta, primero muerta
que esposa suya la quiero.
No hay en la tierra interés
que, si la daña, me cuadre;
primero seré buen padre, 185
buen caballero después.
Enlace es de gran ventaja,
mas no quiero que Tenorio
del velo del desposorio
la recorte una mortaja. 190

ESCENA VII

DON GONZALO; BUTTARELLI, que trae un antifaz

BUTTA. Ya está aquí.
GONZA. Gracias, patrón:
¿Tardarán mucho en llegar?
BUTTA. Si vienen no han de tardar:
cerca de las ocho son.
GONZA. ¿Esa es hora señalada?
BUTTA. Cierra el plazo, y es asunto 195
de perder, quien no esté a punto
de la primera campanada.
GONZA. Quiera Dios que sea una chanza,
y no lo que se murmura. 200
BUTTA. No tengo aún por muy segura
de que cumplan, la esperanza;
pero si tanto os importa
lo que en ello sea saber,
pues la hora está al caer, 205
la dilación es ya corta.
GONZA. Cúbrome, pues, y me siento. (Se sienta en una mesa a la derecha y se pone el antifaz.)
BUTTA. (Curioso el viejo me tiene
del misterio con que viene…
Y no me quedo contento 210
hasta saber quién es él.) (Limpia y trajina, mi¬rándole de reojo.)
GONZA. (¡Qué un hombre como yo tenga
que esperar aquí, y se avenga
con semejante papel!
En fin, me importa el sosiego 215
de mi casa, y la ventura
de una hija sencilla y pura,
y no es para echarlo a juego.)

ESCENA VIII

DON GONZALO, BUTTARELLI; DON DIEGO,
a la puerta del fondo

DIEGO. La seña está terminante,
aquí es: bien me han informado; 220
llego, pues.
BUTTA. ¿Otro embozado?
DIEGO. ¡Ah de esta casa!
BUTTA. Adelante.
DIEGO. ¿La hostería del laurel?
BUTTA. En ella estáis, caballero.
DIEGO. ¿Está en casa el hostelero? 225
BUTTA. Estáis hablando con él.
DIEGO. ¿Sois vos Buttarelli?
BUTTA. Yo.
DIEGO. ¿Es verdad que hoy tiene aquí
Tenorio una cita?
BUTTA. Sí
DIEGO. ¿Y ha acudido a ella?
BUTTA. No. 230
DIEGO. ¿Pero acudirá?
BUTTA. No sé.
DIEGO. ¿Le esperáis vos?
BUTTA. Por si acaso
venir le place.
DIEGO. En tal caso,
yo también le esperaré. (Se sienta en el lado opuesto a DON GONZALO.)
BUTTA. ¿Que os sirva vianda alguna 235
queréis mientras?
DIEGO. No: tomad. (Dale dinero.)
BUTTA. ¡Excelencia!
DIEGO. Y excusad
conversación importuna.
BUTTA. Perdonad.
DIEGO. Vais perdonado:
dejadme, pues.
BUTTA. (¡Jesucristo! 240
En toda mi vida he visto
hombre más mal humorado.)
DIEGO. (¡Qué un hombre de mi linaje
descienda a tan ruin mansión!
Pero no hay humillación 245
a que un padre no se baje
por un hijo. Quiero ver
por mis ojos la verdad
y el monstruo de liviandad
a quien pude dar el ser.) 250
(BUTTARELLI, que anda arreglando sus trastos, contempla desde el fondo a DON GONZALO y a DON DIEGO, que permanecerán embozados y en silencio.)
BUTTA. ¡Vaya un par de hombres de piedra!
Para éstos sobra mi abasto:
mas, ¡pardiez!, pagan el gasto
que no hacen, y así se medra.

ESCENA IX

BUTTARELLI, DON GONZALO, DON DIEGO, EL CAPITÁN CEN¬TELLAS, DOS CABALLEROS, AVELLANEDA

AVELLA. Vinieron, y os aseguro 255
que se efectuará la apuesta.
CELATE. Entremos, pues. ¡Buttarelli!
BUTTA. Señor capitán Centellas,
¿vos por aquí?
CELATE. Sí, Cristófano.
¿Cuándo aquí sin mi presencia 260
tuvieron lugar las orgías
que han hecho raya en la época?
BUTTA. Como ha tanto tiempo ya
que no os he visto…
CELATE. Las guerras
del emperador, a Túnez 265
me llevaron; mas mi hacienda
me vuelve a traer a Sevilla;
y, según lo que me cuentan,
llego lo más a propósito
para renovar añejas 270
amistades. Conque apróntanos
luego unas cuantas botellas,
y en tanto que humedecemos
la garganta, verdadera
relación haznos de un lance 275
sobre el cual hay controversia.
BUTTA. Todo se andará, mas antes
dejadme ir a la bodega.
VARIOS. Sí, sí.

ESCENA X

DICHOS, menos BUTTARELLI

CENTE. Sentarse, señores,
y que siga Avellaneda 280
con la historia de don Luis.
AVELLA. No hay ya más que decir de ella,
sino que creo imposible
que la de Tenorio sea
más endiablada, y que apuesto 285
por don Luis.
CENTE. Acaso pierdas.
Don Juan Tenorio se sabe
que es la más mala cabeza
del ore, y no hubo hombre alguno
que aventajarle pudiera 290
con sólo su inclinación;
¿conque qué hará si se empeña?
AVELLA. Pues yo sé bien que Mejía
las ha hecho tales, que a ciegas
se puede apostar por él. 295
CENTE. Pues el capitán Centellas
pone por don Juan Tenorio
cuanto tiene.
AVELLA. Pues se acepta
por don Luis, que es muy mi amigo.
CENTE. Pues todo en contra se arriesga; 300
porque no hay como Tenorio
otro hombre sobre la tierra,
y es proverbial su fortuna
y extremadas sus empresas.

ESCENA XI

DICHOS, BUTTARELLI, con botellas

BUTTA. Aquí hay Falerno, Borgoña, 305
Sorrento.
CENTE. De lo que quieras
sirve, Cristófano, y dinos:
¿qué hay de cierto en una apuesta
por don Juan Tenorio ha un año
y don Luis Mejía hecha? 310
BUTTA. Señor capitán, no sé
tan a fondo la materia
que os pueda sacar de dudas,
pero diré lo que sepa.
VARIOS. Habla, habla.
BUTTA. Yo, la verdad, 315
aunque fue en mi casa mesma
la cuestión entre ambos, como
pusieron tan larga fecha
a su plazo, creí siempre
que nunca a efecto viniera; 320
así es, que ni aun me acordaba
de tal cosa a la hora de ésta.
Mas esta tarde, sería
el anochecer apenas,
entróse aquí un caballero 325
pidiéndome que le diera
recado con que escribir
una carta: y a sus letras
atento no más, me dio
tiempo a que charla metiera 330
con un paje que traía,
paisano mío, de Génova.
No saqué nada del paje,
que es, por Dios, muy brava pesca;
mas cuando su amo acababa 335
su carta, le envió con ella
a quien iba dirigida:
el caballero, en mi lengua
me habló, y me pidió noticias
de don Luis. Dijo que entera 340
sabía de ambos la historia,
y que tenía certeza
de que al menos uno de ellos
acudiría a la apuesta.
Yo quise saber más de él, 345
mas púsome dos monedas
de oro en la mano, diciéndome
así, como a la deshecha:
«Y por si acaso los dos
al tiempo aplazado llegan, 350
ten prevenidas para ambos
tus dos mejores botellas».
Largóse sin decir más,
y yo, atento a sus monedas,
les puse en el mismo sitio 355
donde apostaron, la mesa.
Y vedla allí con dos sillas,
dos copas y dos botellas.
AVELLA. Pues, señor, no hay que dudar;
era don Luis.
LENTE. Don Juan era. 360
AVELLA. ¿Tú no le viste la cara?
BUTTA. ¡Si la traía cubierta
con un antifaz!
LENTE. Pero, hombre,
¿tú a los dos no les recuerdas?
¿o no sabes distinguir 365
a las gentes por sus señas
lo mismo que por sus caras?
BUTTA. Pues confieso mi torpeza;
no le supe conocer,
y lo procuré de veras. 370
Pero silencio.
AVELLA. ¿Qué pasa?
BUTTA. A dar el reló comienza
los cuartos para las ocho. (Dan.)
LENTE. Ved, ved la gente que se entra.
AVELLA. Como que está de este lance 375
curiosa Sevilla entera.
(Se oyen dar las ocho; varias personas entran y se reparten en silencio por la escena; al dar la última campanada, DON JUAN, con antifaz, se llega a la mesa que ha preparado BUTTARELLI en el centro del escenario, y se dispone a ocupar una de las dos sillas que están delante de ella. Inmediatamente después de él, entra DON LUIS, también con antifaz, y se dirige a la otra. Todos los miran.)

ESCENA XII

DON DIEGO, DON GONZALO, DON JUAN, DON LUIS, BUTTA¬RELLI, CENTELLAS, AVELLANEDA, CABALLEROS, CURIOSOS, ENMASCARADOS

AVELLA. (A CENTELLA, por DON JUAN.)
Verás aquél, si ellos vienen,
qué buen chasco que se lleva.
CENTE. (A AVELLANEDA, por DON LUIS.)
Pues allí va otro a ocupar
la otra silla: ¡uf!, aquí es ella. 380
JUAN. (A DON LUIS.)
Esa silla está comprada, hidalgo.
LUIS. (A DON JUAN.)
Lo mismo digo,
hidalgo; para un amigo
tengo yo esotra pagada.
JUAN. Que ésta es mía haré notorio. 385
LUIS. Y yo también que ésta es mía.
JUAN. Luego, sois don Luis Mejía.
LUIS. Seréis, pues, don Juan Tenorio.
JUAN. Puede ser.
LUIS. Vos lo decís.
JUAN. ¿No os fiáis?
Luis. No.
JUAN. Yo tampoco. 390
LUIS. Pues no hagamos más el coco.
JUAN. Yo soy don Juan.
(Quitándose la máscara.)
LUIS. Yo don Luis. (Íd.)
(Se descubren y se sientan. El capitán CENTE¬LLA, AVELLANEDA, BUTTARELLI y algunos otros se van a ellos y les saludan, abrazan y dan la mano, y hacen otros semejantes muestras de ca¬riño y amistad. DON JUAN y DON LUIS las acep¬tan cortésmente.)
CENTE. ¡Don Juan!
AVELLA. ¡Don Luis!
JUAN. ¡Caballeros!
LUIS. ¡Oh, amigos! ¿Qué dicha es ésta?
AVELLA. Sabíamos vuestra apuesta, 395
y hemos acudido a veros.
LUIS. Don Juan y yo tal bondad
en mucho os agradecemos.
JUAN. El tiempo no malgastemos,
don Luis. (A los otros.) Sillas arrimad. 400
(A los que están lejos.)
Caballeros, yo supongo
que a ucedes también aquí
les trae la apuesta, y por mí
a antojo tal no me opongo.
LUIS. Ni yo; que aunque nada más 405
fue el empeño entre los dos,
no ha de decirse, por Dios,
que me avergonzó jamás.
JUAN. Ni a mí, que el orbe es testigo
de que hipócrita no soy, 410
pues por doquiera que voy
va el escándalo conmigo.
LUIS. ¡Eh! ¿Y esos dos no se llegan
a escuchar? Vos.
(Por DON DIEGO y DON GONZALO.)
DIEGO. Yo estoy bien.
LUIS. ¿Y vos?
GONZA. De aquí oigo también. 415
LUIS. Razón tendrán si se niegan.
(Se sientan todos alrededor de la mesa en que están DON Luis MEJÍA y DON JUAN TENORIO.)
JUAN. ¿Estamos listos?
LUIS. Estamos.
JUAN. Como quien somos cumplimos.
LUIS. Veamos, pues, lo que hicimos.
JUAN. Bebamos antes.
LUIS. Bebamos. (Lo hacen.) 420
JUAN. La apuesta fue…
LUIS. Porque un día dije
que en España entera
no habría nadie que hiciera
lo que hiciera Luis Mejía.
JUAN. Y siendo contradictorio 425
al vuestro mi parecer,
yo os dije: Nadie ha de hacer
lo que hará don Juan Tenorio.
¿No es así?
LUIS. Sin duda alguna:
y vinimos a apostar 430
quién de ambos sabría obrar
peor, con mejor fortuna,
en el término de un año;
juntándonos aquí hoy
a probarlo.
JUAN. Y aquí estoy. 435
LUIS. Y yo.
CELATE. ¡Empeño bien extraño,
por vida mía!
JUAN. Hablad, pues.
LUIS. No, vos debéis empezar.
JUAN. Como gustéis, igual es,
que nunca me hago esperar. 440
Pues, señor, yo desde aquí,
buscando mayor espacio
para mis hazañas, di
sobre Italia, porque allí
tiene el placer un palacio. 445
De la guerra y del amor
antigua y clásica tierra,
y en ella el emperador,
con ella y con Francia en guerra,
díjeme: «¿Dónde mejor? 450
Donde hay soldados hay juego,
hay pendencias y amoríos».
Di, pues, sobre Italia luego,
buscando a sangre y a fuego
amores y desafíos. 455
En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé, entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
«Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él». 460
De aquellos días la historia
a relataros renuncio:
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio. 465
Las romanas caprichosas,
las costumbres licenciosas,
yo, gallardo y calavera:
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas? 470
Salí de Roma, por fin,
como os podéis figurar:
con un disfraz harto ruin,
y a lomos de un mal rocín,
pues me querían ahorcar. 475
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña,
tras cinco o seis desafíos. 480
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
«Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él. 485
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba;
y a cualquier empresa abarca,
si en oro o valor estriba. 490
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores». 495
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hay escándalo ni engaño
en que no me hallara yo. 500
Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí. 505
Yo a las cabañas baje,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí. 510
No reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar. 515
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté. 520
A esto don Juan se arrojó,
y escrito en este papel
está cuanto consiguió:
y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él. 525
LUIS. Leed, pues.
JUAN. No; oigamos antes
vuestros bizarros extremos,
y si traéis terminantes
vuestras notas comprobantes,
lo escrito cotejaremos. 530
LUIS. Decís bien; cosa es que está,
don Juan, muy puesta en razón;
aunque, a mi ver, poco irá
de una a otra relación.
JUAN. Empezad, pues.
LUIS. Allá va. 535
Buscando yo, como vos,
a mi aliento empresas grandes,
dije: «¿Dó iré, ¡vive Dios!,
de amor y lides en pos,
que vaya mejor que a Flandes? 540
Allí, puesto que empeñadas
guerras hay, a mis deseos
habrá al par centuplicadas
ocasiones extremadas
de riñas y galanteos». 545
Y en Flandes conmigo di,
mas con tan negra fortuna,
que al mes de encontrarme allí
todo mi caudal perdí,
dobla a dobla, una por una. 550
En tan total carestía
mirándome de dineros,
de mí todo el mundo huía;
mas yo busqué compañía
y me uní a unos bandoleros. 555
Lo hicimos bien, ¡voto a tal!,
y fuimos tan adelante,
con suerte tan colosal,
que entramos a saco en Gante
el palacio episcopal. 560
¡Qué noche! Por el decoro
de la Pascua, el buen Obispo
bajó a presidir el coro,
y aún de alegría me crispo
al recordar su tesoro. 565
Todo cayó en poder nuestro:
mas mi capitán, avaro,
puso mi parte en secuestro:
reñimos, fui yo más diestro,
y le crucé sin reparo. 570
Juróme al punto la gente
capitán, por más valiente:
juréles yo amistad franca:
pero a la noche siguiente
huí, y les dejé sin blanca. 575
Yo me acordé del refrán
de que quien roba al ladrón
ha cien años de perdón,
y me arrojé a tal desmán
mirando a mi salvación. 580
Pasé a Alemania opulento:
mas un provincial jerónimo,
hombre de mucho talento,
me conoció, y al momento
me delató en un anónimo. 585
Compré a fuerza de dinero
la libertad y el papel;
y topando en un sendero
al fraile, le envié certero
una bala envuelta en él. 590
Salté a Francia. ¡Buen país!,
y como en Nápoles vos,
puse un cartel en París
diciendo: «Aquí hay un don Luis
que vale lo menos dos. 595
Parará aquí algunos meses,
y no trae más intereses
ni se aviene a más empresas,
que a adorar a las francesas
y a reñir con los franceses». 600
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
París, no hubo lance extraño,
ni hubo escándalo ni daño
donde no me hallara yo. 605
Mas, como don Juan, mi historia
también a alargar renuncio;
que basta para mi gloria
la magnífica memoria
que allí dejé con mi anuncio. 610
Y cual vos, por donde fui
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí. 615
Mi hacienda llevo perdida
tres veces: mas se me antoja
reponerla, y me convida
mi boda comprometida
con doña Ana de Pantoja. 620
Mujer muy rica me dan,
y mañana hay que cumplir
los tratos que hechos están;
lo que os advierto, don Juan,
por si queréis asistir. 625
A esto don Luis se arrojó,
y escrito en este papel
está lo que consiguió:
y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él. 630
JUAN. La historia es tan semejante
que está en el fiel la balanza;
mas vamos a lo importante,
que es el guarismo a que alcanza
el papel: conque adelante. 635
LUIS. Razón tenéis, en verdad.
Aquí está el mío: mirad,
por una línea apartados
traigo los nombres sentados,
para mayor claridad. 640
JUAN. Del mismo modo arregladas
mis cuentas traigo en el mío:
en dos líneas separadas,
los muertos en desafío,
y las mujeres burladas. 645
Contad.
LUIS. Contad.
JUAN. Veinte y tres.
LUIS. Son los muertos. A ver vos.
¡Por la cruz de San Andrés!
Aquí sumo treinta y dos.
JUAN. Son los muertos.
LUIS. Matar es. 650
JUAN. Nueve os llevo.
LUIS. Me vencéis.
Pasemos a las conquistas.
JUAN. Sumo aquí cincuenta y seis.
LUIS. Y yo sumo en vuestras listas
setenta y dos.
JUAN. Pues perdéis. 655
LUIS. ¡Es increíble, don Juan!
JUAN. Si lo dudáis, apuntados
los testigos ahí están,
que si fueren preguntados
os lo testificarán. 660
LUIS. ¡Oh! Y vuestra lista es cabal.
JUAN. Desde una princesa real
a la hija de un pescador,
¡oh!, ha recorrido mi amor
toda la escala social. 665
¿Tenéis algo que tachar?
LUIS. Sólo una os falta en justicia.
JUAN. ¿Me la podéis señalar?
LUIS. Sí, por cierto: una novicia
que esté para profesar. 670
JUAN. ¡Bah! Pues yo os complaceré
doblemente, porque os digo
que a la novicia uniré
la dama de algún amigo
que para casarse esté. 675
LUIS. ¡Pardiez, que sois atrevido!
JUAN. Yo os lo apuesto si queréis.
LUIS. Digo que acepto el partido.
¿Para darlo por perdido,
queréis veinte días?
JUAN. Seis. 680
LUIS. ¡Por Dios, que sois hombre extraño!
¿Cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?
JUAN. Partid los días del año
entre las que ahí encontráis. 685
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para olvidarlas. 690
Pero, la verdad a hablaros,
pedir más no se me antoja,
porque, pues vais a casaros,
mañana pienso quitaros
a doña Ana de Pantoja. 695
LUIS. Don Juan, ¿qué es lo que decís?
JUAN. Don Luis, lo que oído habéis.
LUIS. Ved don Juan, lo que emprendéis.
JUAN. Lo que he de lograr, don Luis.
LUIS. ¿Gastón? (Llamando.)
GASTÓN. ¿Señor?
LUIS. Ven acá. 700
(Habla DON LUIS en secreto con GASTÓN y éste se va precipitadamente.)
JUAN. ¿Ciutti?
ClUTTI. ¿Señor?
JUAN. Ven aquí.
(DON JUAN habla en secreto con CIUTTI, y éste se va precipitadamente.)
LUIS. ¿Estáis en lo dicho?
JUAN. Sí.
LUIS. Pues va la vida.
JUAN. Pues va.
(DON GONZALO, levantándose de la mesa en que ha permanecido inmóvil durante la escena anterior, se afronta con DON JUAN y DON LUIS.)
GONZA. ¡Insensatos! ¡Vive Dios
que a no temblarme las manos, 705
a palos, como a villanos,
os diera muerte a los dos!

JUAN. Veamos
LUIS.
GONZA. Excusado es,
que he vivido lo bastante
para no estar arrogante 710
donde no puedo.
JUAN. Idos, pues.
GONZA. Antes, don Juan, de salir
de donde oírme podáis,
es necesario que oigáis
lo que os tengo que decir. 715
Vuestro buen padre don Diego,
porque pleitos acomoda,
os apalabró una boda
que iba a celebrarse luego;
pero por mi mismo yo, 720
lo que erais queriendo ver,
vine aquí al anochecer,
y el veros me avergonzó.
JUAN. ¡Por Satanás, viejo insano,
que no sé cómo he tenido 725
calma para haberte oído
sin asentarte la mano!
Pero di pronto quién eres,
porque me siento capaz
de arrancarte el antifaz 730
con el alma que tuvieres.
GONZA. ¡Don Juan!
JUAN. ¡Pronto!
GONZA. Mira, pues.
JUAN. ¡Don Gonzalo!
GONZA. El mismo soy.
Y adiós, don Juan: mas desde hoy
no penséis en doña Inés. 735
Porque antes que consentir
en que se case con vos,
el sepulcro, ¡juro a Dios!
por mi mano la he de abrir.
JUAN. Me hacéis reír, don Gonzalo; 740
pues venirme a provocar,
es como ir a amenazar
a un león con un mal palo.
Y pues hay tiempo, advertir
os quiero a mi vez a vos, 745
que o me la dais, o por Dios,
que a quitárosla he de ir.
GONZA. ¡Miserable!
JUAN. Dicho está:
sólo una mujer como ésta
me falta para mi apuesta; 750
ved, pues, que apostada va.
(DON DIEGO, levantándose de la mesa en que ha permanecido encubierto mientras la escena anterior, baja al centro de la escena, encarán¬dose con DON JUAN.)
DIEGO. No puedo más escucharte,
vil don Juan, porque recelo
que hay algún rayo en el cielo
preparado a aniquilarte. 755
¡Ah …! No pudiendo creer
lo que de ti me decían,
confiando en que mentían,
te vine esta noche a ver.
Pero te juro, malvado, 760
que me pesa haber venido
para salir convencido
de lo que es para ignorado.
Sigue, pues, con ciego afán
en tu torpe frenesí, 765
mas nunca vuelvas a mí;
no te conozco, don Juan.
JUAN. ¿Quién nunca a ti se volvió,
ni quién osa hablarme así,
ni qué se me importa a mí 770
que me conozca o no?
DIEGO. Adiós, pues: mas no te olvides
de que hay un Dios justiciero.
JUAN. Ten. (Deteniéndole.)
DIEGO. ¿Qué quieres?
JUAN. Verte quiero.
DIEGO. Nunca, en vano me lo pides. 775
JUAN. ¿Nunca?
DIEGO. No.
JUAN. Cuando me cuadre.
DIEGO. ¿Cómo?
JUAN. Así. (Le arranca el antifaz.)
TODOS. ¡Don Juan!
DIEGO. ¡Villano!
¡Me has puesto en la faz la mano!
JUAN, ¡Válgame Cristo, mi padre!
DIEGO. Mientes, no lo fui jamás. 780
JUAN. ¡Reportaos, por Belcebú!
DIEGO. No, los hijos como tú
son hijos de Satanás.
Comendador, nulo sea
lo hablado.
GONZA. Ya lo es por mí; 785
Vamos.
DIEGO. Sí, vamos de aquí
donde tal monstruo no vea.
Don Juan, en brazos del vicio
desolado te abandono:
me matas…, mas te perdono 790
de Dios en el santo juicio.
(Vanse poco a poco DON DIEGO y DON GON¬ZALO.)
JUAN. Largo el plazo me ponéis:
mas ved que os quiero advertir
que yo no os he ido a pedir
jamás que me perdonéis. 795
Conque no paséis afán
de aquí en adelante por mí,
que como vivió hasta aquí,
\vivirá siempre don Juan.

ESCENA XIII

DON JUAN, DON LUIS, CENTELLAS, AVELLANEDA, BUTTARE¬LLI, CURIOSOS, MÁSCARAS

JUAN. ¡Eh! Ya salimos del paso: 800
y no hay que extrañar la homilia,
son pláticas de familia,
de las que nunca hice caso.
Conque lo dicho, don Luis,
van doña Ana y doña Inés 805
en apuesta.
LUIS. Y el precio es
la vida.
JUAN. Vos lo decís:
vamos.
LUIS. Vamos.
(Al salir se presenta una ronda, que les detiene.)

ESCENA XIV

DICHOS, UNA RONDA DE ALGUACILES

ALGUACIL. Alto allá.
¿Don Juan Tenorio?
JUAN. Yo soy.
ALGUACIL. Sed preso.
JUAN. ¿Soñando estoy? 810
¿Por qué?
ALGUACIL. Después lo verá.
LUIS. (Acercándose a DON JUAN y riéndose.)
Tenorio, no lo extrañéis,
pues mirando a lo apostado,
mi paje os ha delatado,
para que vos no ganéis. 815
JUAN. ¡Hola! ¡Pues no os suponía
con tal despejo, pardiez!
LUIS. Id, pues, que por esta vez,
don Juan, la partida es mía.
JUAN. Vamos, pues.
(Al salir, les detiene OTRA RONDA que entra en la escena.)

ESCENA XV

DICHOS, UNA RONDA

ALGUACIL. (Que entra.)
Ténganse allá 820
¿Don Luis Mejía?
LUIS. Yo soy.
ALGUACIL. Sed preso.
LUIS. ¿Soñando estoy?
¡Yo preso!
JUAN. (Soltando la carcajada.)
¡Ja,ja,ja,ja!
Mejía, no lo extrañéis,
pues mirando a lo apostado, 825
mi paje os ha delatado
para que no me estorbéis.
LUIS. Satisfecho quedaré.
aunque ambos muramos.
JUAN. Vamos.
Conque señores, quedamos 830
en que la apuesta está en pie.
(Las rondas se llevan a DON JUAN y a DON LUIS; muchos los siguen. El CAPITÁN CENTELLAS, AVELLANEDA y sus amigos, quedan en la escena mirándose unos a otros.)

ESCENA XVI

EL CAPITÁN CENTELLAS, AVELLANEDA, CURIOSOS

AVELLA. ¡Parece un juego ilusorio!
CELATE. ¡Sin verlo no lo creería!
AVELLA. Pues yo apuesto por Mejía.
CELATE. Y yo pongo por Tenorio. 835

ACTOSEGUNDO

Destreza

PERSONAS

DON JUAN, DON LUIS, DOÑA ANA, CIUITI, PASCUAL, LUCÍA,
BRÍGIDA

Exterior de la casa de DOÑA ANA vista por una esquina. Las dos paredes que forman el ángulo se prolongan igualmente por ambos lados, dejando ver en la de la derecha una reja, y en la izquierda, una reja y una puerta

ESCENA PRIMERA

DON LUIS MEJÍA, embozado

LUIS. Ya estoy frente de la casa
de doña Ana, y es preciso
que esta noche tenga aviso
de lo que en Sevilla pasa.
No di con persona alguna, 840
por dicha mía… ¡Oh, qué afán!
Pero ahora, señor don Juan,
cada cual con su fortuna.
Si honor y vida se juega,
mi destreza y mi valor 845
por mi vida y por mi honor
jugarán… mas alguien llega.

ESCENA II

DON LUIS, PASCUAL
PASCUAL. ¡Quién creyera lance tal!
¡Jesús, qué escándalo! ¡Presos!
LUIS. ¡Qué veo! ¿Es Pascual?
PASCUAL. Los sesos 850
me estrellaría.
LUIS. ¿Pascual?
PASCUAL. ¿Quién me llama tan apriesa?
LUIS. Yo. Don Luis.
PASCUAL. ¡Válame Dios!
LUIS. ¿Qué te asombra?
PASCUAL. Que seáis vos. 855
LUIS. Mi suerte, Pascual, es ésa.
Que a no ser yo quien me soy,
y a no dar contigo ahora,
el honor de mi señora
doña Ana moría hoy.
PASCUAL. ¿Qué es lo que decís?
LUIS. ¿Conoces 860
a don Juan Tenorio?
PASCUAL. Sí.
¿Quién no le conoce aquí?
Mas, según públicas veces,
estabais presos los dos.
Vamos, ¡lo que el vulgo miente! 865
LUIS. Ahora acertadamente
habló el vulgo: y ¡juro a Dios
que, a no ser porque mi primo,
el tesorero real,
quiso fiarme, Pascual, 870
pierdo cuanto más estimo!
PASCUAL. ¿Pues cómo?
LUIS. ¿En servirme estás?
PASCUAL. Hasta morir.
LUIS. Pues escucha.
Don Juan y yo en una lucha
arriesgada por demás 875
empeñados nos hallamos;
pero a querer tú ayudarme,
más que la vida salvarme
puedes.
PASCUAL. ¿Qué hay que hacer? Sepamos.
LUIS. En una insigne locura 880
dimos tiempo ha: en apostar
cuál de ambos sabría obrar
peor, con mejor ventura.
Ambos nos hemos portado
bizarramente a cual más; 885
pero él es un Satanás,
y por fin me ha aventajado.
Púsele no sé qué pero,
dijímonos no sé qué
sobre ello, y el hecho fue 890
que él, mofándome altanero,
me dijo: «Y si esto no os llena,
pues que os casáis con doña Ana,
os apuesto a que mañana
os la quito yo».
PASCUAL. ¡Ésa es buena! 895
¿Tal se ha atrevido a decir?
LUIS. No es lo malo que lo diga,
Pascual, sino que consiga
lo que intenta.
PASCUAL. ¿Conseguir?
En tanto que yo esté aquí, 900
descuidad, don Luis.
LUIS. Te juro
que si el lance no aseguro,
no sé qué va a ser de mí.
PASCUAL. ¡Por la Virgen del Pilar!
¿Le teméis?
LUIS. No, Dios testigo. 905
Mas lleva ese hombre consigo
algún diablo familiar.
PASCUAL. Dadlo por asegurado.
LUIS. ¡Oh! Tal es el afán mío,
que ni en mí propio me fío 910
con un hombre tan osado.
PASCUAL. Yo os juro, por San Ginés,
que con toda tu osadía,
le ha de hacer, por vida mía,
mal tercio un aragonés: 915
nos veremos.
LUIS. ¡Ay, Pascual,
que en qué te metes no sabes!
PASCUAL. En apreturas más graves
me he visto, y no salí mal.
LUIS. Estriba en lo perentorio 920
del plazo, y en ser quién es.
PASCUAL. Más que un buen aragonés
no ha de valer un Tenorio.
Todos esos lenguaraces,
espadachines de oficio, 925
no son más que frontispicio
y de poca alma capaces.
Para infamar a mujeres
tienen lengua, y tienen manos
para osar a los ancianos 930
o apalear a mercaderes.
Mas cuando una buena espada,
por un buen brazo esgrimida,
con la muerte les convida,
todo su valor es nada. 935
Y sus empresas y bullas
se reducen todas ellas,
a hablar mal de las doncellas
y a huir ante las patrullas.
LUIS. ¡Pascual!
PASCUAL. No lo hablo por vos, 940
que aunque sois un calavera,
tenéis la alma bien entera
y reñís bien ¡voto a brios!
LUIS. Pues si es en mí tan notorio
el valor, mira, Pascual, 945
que el valor es proverbial
en la raza de Tenorio.
Y porque conozco bien
de su valor el extremo,
de sus ardides me temo 950
que en tierra con mi honra den.
PASCUAL. Pues suelto estáis ya, don Luis,
y pues que tanto os acucia
el mal de celos, su astucia
con la astucia prevenís.
¿Qué teméis de él? 955
LUIS. No lo sé:
mas esta noche sospecho
que ha de procurar el hecho
consumar.
PASCUAL. Soñáis.
LUIS. ¿Por qué?
PASCUAL. ¿No está preso?
LUIS. Sí que está; 960
mas también lo estaba yo,
y un hidalgo me fió.
PASCUAL. Mas, ¿quién a él le fiará?
LUIS. En fin, sólo un medio encuentro
de satisfacerme.
PASCUAL. ¿Cuál? 965
LUIS. Que de esta casa, Pascual,
quede yo esta noche dentro.
PASCUAL. Mirad que así de doña Ana
tenéis el honor vendido.
LUIS. ¡Qué mil rayos! ¿Su marido 970
no voy a ser yo mañana?
PASCUAL. Mas, señor, ¿no os digo yo
que os fío con la existencia…?
LUIS. Sí: salir de una pendencia,
mas de un ardid diestro, no. 975
Y, en fin, o paso en la casa
la noche, o tomo la calle,
aunque la justicia me halle.
PASCUAL. Señor don Luis, eso pasa
de terquedad, y es capricho 980
que dejar os aconsejo,
y os irá bien.
LUIS. No lo dejo,
Pascual.
PASCUAL. ¡Don Luis!
LUIS. Está dicho.
PASCUAL. ¡Vive Dios! ¿Hay tal afán?
LUIS. Tú dirás lo que quisieres, 985
mas yo fío en las mujeres
mucho menos que en don Juan;
y pues lance es extremado
por dos locos emprendido,
bien será un loco atrevido 990
para un loco desalmado.
PASCUAL. Mirad bien lo que decís,
porque yo sirvo a doña Ana
desde que nació, y mañana
seréis su esposo, don Luis. 995
LUIS. Pascual, esa hora llegada
y ese derecho adquirido,
yo sabré ser su marido
y la haré ser bien casada.
Mas en tanto…
PASCUAL. No habléis más. 1000
Yo os conozco desde niños,
y sé lo que son cariños,
por vida de Barrabás.
Oíd: mi cuarto es sobrado
para los dos; dentro de él 1005
quedad; mas palabra fiel
dadme de estaros callado.
LUIS. Te la doy.
PASCUAL. Y hasta mañana
juntos con doble cautela,
nos quedaremos en vela. 1010
LUIS. Y se salvará doña Ana.
PASCUAL. Sea.
LUIS. Pues vamos.
PASCUAL. Teneos.
¿Qué vais a hacer?
LUIS. A entrar.
PASCUAL. ¿Ya?
LUIS. ¿Quién sabe lo que él hará?
PASCUAL. Vuestros celosos deseos 1015
reprimid: que ser no puede
mientras que no se recoja
mi amo, don Gil de Pantoja,
y todo en silencio quede.
LUIS. ¡Voto a…!
PASCUAL. ¡Eh! Dad una vez 1020
breves treguas al amor.
LUIS. ¿Y a qué hora ese buen señor
suele acostarse?
PASCUAL. A las diez;
y en esa calleja estrecha
hay una reja; llamad 1025
a las diez, y descuidad
mientras en mí.
LUIS. Es cosa hecha.
PASCUAL. Don Luis, hasta luego, pues.
LUIS. Adiós, Pascual, hasta luego.

ESCENA III

DON LUIS

LUIS. Jamás tal desasosiego 1030
tuve. Paréceme que es
esta noche hora menguada
para mí… y no sé qué vago
presentimiento, qué estrago
teme mi alma acongojada 1035
¡Por Dios que nunca pensé
que a doña Ana amara así,
ni por ninguna sentí
lo que por ella…! ¡Oh! Y a fe
que de don Juan me amedrenta, 1040
no el valor, mas la ventura.
Parece que le asegura
Satanás en cuanto intenta.
No, no: es un hombre infernal,
y téngome para mí 1045
que si me aparto de aquí,
me burla, pese a Pascual.
Y aunque me tenga por necio,
quiero entrar: que con don Juan
las preocupaciones no están 1050
para vistas con desprecio. (Llama a la ventana.)

ESCENA IV

DON LUIS, DOÑA ANA

ANA. ¿Quién va?
LUIS. ¿No es Pascual?
ANA. ¡Don Luis!
LUIS. Doña Ana.
ANA. ¿Por la ventana
llamas ahora?
LUIS. ¡Ay, doña Ana,
cuán a buen tiempo salís! 1055
ANA. ¿Pues qué hay, Mejía?
LUIS. Un empeño
por tu beldad, con un hombre
que temo.
ANA. ¿Y qué hay que te asombre
en él, cuando eres tú el dueño
de mi corazón?
LUIS. Doña Ana, 1060
no lo puedes comprender,
de ese hombre sin conocer
nombre y suerte.
ANA. Será vana
su buena suerte conmigo.
Ya ves, sólo horas nos faltan 1065
para la boda, y te asaltan
vanos temores.
LUIS. Testigo
me es Dios que nada por mí
me da pavor mientras tenga
espada, y ese hombre venga 1070
cara a cara contra ti.
Mas, como el león audaz,
y cauteloso y prudente,
como la astuta serpiente…
ANA. ¡Bah! Duerme, don Luis, en paz, 1075
que su audacia y su prudencia
nada lograrán de mí,
que tengo cifrada en ti
la gloria de mi existencia.
LUIS. Pues bien, Ana, de ese amor 1080
que me aseguras en nombre,
para no temer a ese hombre
voy a pedirte un favor.
ANA. Di; mas bajo, por si escucha
tal vez alguno.
LUIS. Oye, pues. 1085

ESCENA V

DOÑA ANA y DON LUIS, a la reja derecha; DON JUAN y CIUTTI, en la calle izquierda

CIUTTI. Señor, por mi vida, que es
vuestra suerte buena y mucha.
JUAN. Ciutti, nadie como yo:
ya viste cuán fácilmente
el buen alcaide prudente 1090
se avino y suelta me dio.
Mas no hay ya en ello que hablar:
¿mis encargos has cumplido?
CIUTTI. Todos los he concluido
mejor que pude esperar. 1095
JUAN. ¿La beata…?
CIUTTI. Ésta es la llave
de la puerta del jardín,
que habrá que escalar al fin,
pues como usarced ya sabe,
las tapias de ese convento 1100
no tienen entrada alguna.
JUAN. ¿Y te dio carta?
CIUTTI. Ninguna;
me dijo que aquí al momento
iba a salir de camino;
que al convento se volvía, 1105
y que con vos hablaría.
JUAN. Mejor es.
CIUTTI. Lo mismo opino.
JUAN. ¿Y los caballos?
CIUTTI. Con silla
y freno los tengo ya.
JUAN. ¿Y la gente?
CIUTTI. Cerca está. 1110
JUAN. Bien, Ciutti; mientras Sevilla
tranquila en sueño reposa
creyéndome encarcelado,
otros dos nombres añado
a mi lista numerosa. 1115
¡Ja!, ¡Ja!
CIUTTI. Señor…
JUAN. ¿Qué?
CIUTTI. Callad
JUAN. ¿Qué hay, Ciutti?
CIUTTI. Al doblar la esquina,
en esa reja vecina
he visto a un hombre.
JUAN. Es verdad:
pues ahora sí que es mejor 1120
el lance: ¿y si es ése?
CIUTTI. ¿Quién?
JUAN. Don Luis.
CIUTTI. Imposible.
JUAN. ¡Toma!
¿no estoy yo aquí?
CIUTTI. Diferencia
va de él a vos.
JUAN. Evidencia
lo creo, Ciutti; allí asoma 1125
tras de la reja una dama.
CIUTTI. Una criada tal vez.
JUAN. Preciso es verlo, ¡pardiez!,
no perdamos lance y faja.
Mira, Ciutti: a fuer de ronda 1130
tú con varios de los míos
por esa calle escurríos,
dando vuelta a la redonda
a la casa.
CIUTTI. Y en tal caso
cerrará en ella.
JUAN. Pues con eso, 1135
ella ignorante y él preso,
nos dejarán franco el paso.
CIUTTI. Decís bien.
JUAN. Corre y atájale,
que en ello el vencer consiste.
CIUTTI. ¿Mas si el truhán se resiste? 1140
JUAN. Entonces, de un tajo, rájale.

ESCENA VI

DON JUAN, DOÑA ANA, DON LUIS

LUIS. ¿Me das, pues, tu asentimiento?
ANA. Consiento.
LUIS. ¿Complácesme de ese modo?
ANA. En todo. 1145
LUIS. Pues te velaré hasta el día.
ANA. Sí, Mejía.
LUIS. Páguete el cielo, Ana mía,
satisfacción tan entera.
ANA. Porque me juzgues sincera, 1150
consiento en todo, Mejía.
LUIS. Volveré, pues, otra vez.
ANA. Sí, a las diez.
LUIS. ¿Me aguardarás, Ana?
ANA. Sí.
LUIS. Aquí. 1155
ANA. ¿Y tú estarás puntual, eh?
LUIS. Estaré.
ANA. La llave, pues, te daré.
LUIS. Y dentro yo de tu casa,
venga Tenorio.
ANA. Alguien pasa; 1160
a las diez.
LUIS. Aquí estaré.

ESCENA VII

DON JUAN, DON LUIS

LUIS. Mas se acercan. ¿Quién va allá?
JUAN. Quien va.
LUIS. De quien va así, ¿qué se infiere? 1165
JUAN. Que quiere.
LUIS. ¿Ver si la lengua le arranco?
JUAN. El paso franco.
LUIS. Guardado está.
JUAN. ¿Y soy yo manco?
LUIS. Pidiéraislo en cortesía.
JUAN. ¿Y a quién?
LUIS. A don Luis Mejía. 1170
JUAN. Quien va, quiere el paso franco.
LUIS. ¿Conocéisme?
JUAN. Sí.
LUIS. ¿Y yo a vos?
JUAN. Los dos.
LUIS. ¿Y en qué estriba el estorballe?
JUAN. En la calle. 1175
LUIS. ¿De ella los dos por ser amos?
JUAN. Estamos.
LUIS. Dos hay no más que podamos
necesitarle a la vez.
JUAN. Lo sé.
LUIS. ¡Sois don Juan!
JUAN. ¡Pardiez!, 1180
los dos ya en la calle estamos.
LUIS. ¿No os prendieron?
JUAN. Como a vos.
LUIS. ¡Vive Dios!
¿Y huisteis?
JUAN. Os imité.
¿Y qué? 1185
LUIS. Que perderéis.
JUAN. No sabemos.
LUIS. Lo veremos.
JUAN. La dama entrambos tenemos
sitiada, y estáis cogido.
LUIS. Tiempo hay.
JUAN. Para vos perdido. 1190
LUIS. ¡Vive Dios que lo veremos!
(DON LUIS desenvaina su espada; mas CIUTTI, que ha bajado con los suyos cautelosamente hasta colocarse tras él, le sujeta.)
JUAN. Señor don Luis, vedlo, pues.
LUIS. Traición es.
JUAN. La boca… (A los suyos, que se la tapan a DON Luis.)
LUIS. ¡Oh!
JUAN. (Le sujetan los brazos.)
Sujeto atrás: 1195
más.
La empresa es, señor Mejía,
como mía.
Encerrádmele hasta el día. (A los suyos.)
La apuesta está ya en mi mano.
(A DON Luis.) Adiós, don Luis: si os la gano, 1200
traición es; mas como mía.

ESCENA VIII

DON JUAN

Buen lance, ¡viven los cielos!
Éstos son los que dan fama:
mientras le soplo la dama
él se arrancará los pelos 1205
encerrado en mi bodega.
¿Y ella? Cuando crea hallarse
con él…, ¡ja!, ¡ja! ¡Oh!, y quejarse
no puede; limpio se juega.
A la cárcel le llevé 1210
y salió: llevóme a mí,
y salí: hallarnos aquí
era fuerza…, ya se ve:
su parte en la grave apuesta
defendía cada cual. 1215
Mas con la suerte está mal
Mejía, y también pierde ésta.
Sin embargo, y por si acaso,
no es demás asegurarse
de Lucía, a desgraciarse 1220
no vaya por poco el paso.
Mas por allí un bulto negro
se aproxima… y a mi ver
es el bulto una mujer.
¿Otra aventura? Me alegro. 1225

ESCENA IX

DON JUAN, BRÍGIDA

BRÍGIDA. ¿Caballero?
JUAN. ¿Quién va allá?
BRÍGIDA. ¿Sois don Juan?
JUAN. ¡Por vida de…!
¡Si es la beata! ¡Y a fe
que la había olvidado ya!
Llegaos, don Juan soy yo. 1230
BRÍGIDA. ¿Estáis solo?
JUAN. Con el diablo.
BRÍGIDA. ¡Jesucristo!
JUAN. Por vos lo hablo.
BRÍGIDA. ¿Soy yo el diablo?
JUAN. Creoló.
BRÍGIDA. ¡Vaya! ¡Qué cosas tenéis!
Vos sí que sois un diablillo… 1235
JUAN. Que te llenará el bolsillo si le sirves.
BRÍGIDA. Lo veréis.
JUAN. Descarga, pues, ese pecho.
¿Qué hiciste?
BRÍGIDA. ¡Cuanto me ha dicho
vuestro paje…! ¡Y qué mal bicho 1240
es ese Ciutti!
JUAN. ¿Qué ha hecho?
BRÍGIDA. ¡Gran Bribón!
JUAN. ¿No os ha entregado
un bolsillo y un papel?
BRÍGIDA. Leyendo estará ahora en él
doña Inés.
JUAN. ¿La has preparado? 1245
BRÍGIDA. Vaya; y os la he convencido
con tal maña y de manera,
que irá como una cordera
tras vos.
JUAN. ¡Tan fácil te ha sido!
BRÍGIDA. ¡Bah! Pobre garza enjaulada, 1250
dentro la jaula nacida,
¿qué sabe ella si hay más vida
ni más aire en que volar?
Si no vio nunca sus plumas
del sol a los resplandores, 1255
¿qué sabe de los colores
de que se puede ufanar?
No cuenta la pobrecilla
diez y siete primaveras,
y aún virgen a las primeras 1260
impresiones del amor,
nunca concibió la dicha
fuera de su pobre estancia,
tratada desde su infancia
con cauteloso rigor. 1265
Y tantos años monótonos
de soledad y convento
tenían su pensamiento
ceñido a punto tan ruin,
a tan reducido espacio, 1270
y a círculo tan mezquino,
que era el claustro su destino
y el altar era su fin.
«Aquí está Dios», la dijeron;
y ella dijo: «Aquí le adoro». 1275
«Aquí está el claustro y el coro.»
Y pensó: «No hay más allá».
Y sin otras ilusiones
que sus sueños infantiles,
pasó diez y siete abriles 1280
sin conocerlo quizá.
JUAN. ¿Y está hermosa?
BRÍGIDA. ¡Oh! Como un ángel.
JUAN. ¿Y la has dicho…?
BRÍGIDA. Figuraos
si habré metido mal caos 1285
en su cabeza, don Juan.
La hablé del amor, del mundo,
de la corte y los placeres,
de cuánto con las mujeres
erais pródigo y galán.
La dije que erais el hombre 1290
por su padre destinado
para suyo: os he pintado
muerto por ella de amor,
desesperado por ella 1295
y por ella perseguido,
y por ella decidido
a perder vida y honor.
En fin, mis dulces palabras,
al posarse en sus oídos,
sus deseos mal dormidos 1300
arrastraron de sí en pos;
y allá dentro de su pecho
han inflamado una llama
de tal fuerza, que ya os ama
y no piensa más que en vos. 1305
JUAN. Tan incentiva pintura
los sentidos me enajena,
y el alma ardiente me llena
de su insensata pasión.
Empezó por una apuesta, 1310
siguió por un devaneo,
engendró luego un deseo,
y hoy me quema el corazón.
Poco es el centro de un claustro;
¡al mismo infierno bajara, 1315
y a estocadas la arrancara
de los brazos de Satán!
¡Oh! Hermosa flor, cuyo cáliz
al rocío aún no se ha abierto, 1320
a trasplantarte va al huerto
de sus amores don Juan.
¿Brígida?
BRÍGIDA. Os estoy oyendo,
y me hacéis perder el tino:
yo os creía un libertino
sin alma y sin corazón. 1325
JUAN. ¿Eso extrañas? ¿No está claro
que en un objeto tan noble
hay que interesarse doble
que en otros?
BRÍGIDA. Tenéis razón.
JUAN. ¿Conque a qué hora se recogen 1330
las madres?
BRíGIDA. Ya recogidas
estarán. ¿Vos prevenidas
todas las cosas tenéis?
JUAN. Todas.
BRÍGIDA. Pues luego que doblen
a las ánimas, con tiento 1335
saltando al huerto, al convento
fácilmente entrar podéis
con la llave que os he enviado:
de un claustro oscuro y estrecho
es; seguidle bien derecho, 1340
y daréis con poco afán
en nuestra celda.
JUAN. Y si acierto
a robar tan gran tesoro,
te he de hacer pesar en oro.
BRíGIDA. Por mí no queda, don Juan. 1345
JUAN. Ve y aguárdame.
BRÍGIDA. Voy, pues,
a entrar por la portería,
y a cegar a sor María
la tornera. Hasta después.
(Vase BRÍGIDA, y un poco antes de concluir esta escena sale CIUTTI, que se para en el fondo es¬perando.)

ESCENA X

DON JUAN, CIUTTI

JUAN. Pues, señor, ¡soberbio envite! 1350
Muchas hice hasta esta hora,
mas, ¡por Dios que la de ahora,
será tal, que me acredite!
Mas ya veo que me espera
Ciutti. ¿Lebrel? (Llamándole.)
CIUTTI. Aquí estoy. 1355
JUAN. ¿Y don Luis?
CIUTTI. Libre por hoy
estáis de él.
JUAN. Ahora quisiera
ver a Lucía.
CIUTTI. Llegar
podéis aquí. (A la reja derecha.) Yo la llamo,
y al salir a mi reclamo 1360
la podéis vos abordar.
JUAN. Llama, pues.
CIUTTI. La seña mía
sabe bien para que dude
en acudir.
JUAN. Pues si acude
lo demás es cuenta mía. 1365
(CIUTTI llama a la reja con una seña que pa¬rezca convenida. LUCÍA se asoma a ella, y al ver a DON JUAN se detiene un momento.)

ESCENA XI

DON JUAN, LUCÍA, CIUTTI

LUCÍA. ¿Qué queréis, buen caballero?
JUAN. Quiero.
LUCÍA. ¿Qué queréis? Vamos a ver.
JUAN. Ver.
LUCÍA. ¿Ver? ¿Qué veréis a esta hora? 1370
JUAN. A tu señora.
LUCÍA. Idos, hidalgo, en mal hora;
¿quién pensáis que vive aquí?
JUAN. Doña Ana de Pantoja, y
quiero ver a tu señora. 1375
LUCÍA. ¿Sabéis que casa doña Ana?
JUAN. Sí, mañana.
LUCÍA. ¿Y ha de ser tan infiel ya?
JUAN. Sí será.
LUCÍA. ¿Pues no es de don Luis Mejía? 1380
JUAN. ¡Ca! Otro día.
Hoy no es mañana, Lucía:
yo he de estar hoy con doña Ana,
y si se casa mañana,
mañana será otro día. 1385
LUCÍA. ¡Ah! ¿En recibiros está?
JUAN. Podrá.
LUCÍA. ¿Qué haré si os he de servir?
JUAN. Abrir.
LUCÍA. ¡Bah! ¿Y quién abre este castillo? 1390
JUAN. Ese bolsillo.
LUCÍA. ¿Oro?
JUAN. Pronto te dio el brillo.
LUCÍA. ¡Cuánto!
JUAN. De cien doblas pasa.
LUCÍA. ¡Jesús!
JUAN. Cuenta y di: ¿esta casa
podrá abrir este bolsillo? 1395
LUCÍA. ¡Oh! Si es quien me dora el pico…
JUAN. Muy rico. (Interrumpiéndola.)
LUCÍA. ¿Sí? ¿Qué nombre usa el galán?
JUAN. Don Juan. 1400
LUCÍA. ¿Sin apellido notorio?
JUAN. Tenorio.
LUCÍA. ¡Ánimas del purgatorio!
¿Vos don Juan?
JUAN. ¿Qué te amedrenta,
si a tus ojos se presenta
muy rico don Juan Tenorio? 1405
LUCÍA. Rechina la cerradura.
JUAN. Se asegura.
LUCÍA. ¿Y a mí, quién? ¡Por Belcebú!
JUAN. Tú.
LUCÍA. ¿Y qué me abrirá el camino? 1410
JUAN. Buen tino.
LUCÍA. ¡Bah! Ir en brazos del destino…
JUAN. Dobla el oro.
LUCÍA. Me acomodo.
JUAN. Pues mira cómo de todo
se asegura tu buen tino. 1415
LUCÍA. Dadme algún tiempo, ¡pardiez!
JUAN. A las diez.
LUCÍA. ¿Dónde os busco, o vos a mí?
JUAN. Aquí.
LUCÍA. ¿Conque estaréis puntual, eh? 1420
JUAN. Estaré.
LUCÍA. Pues yo una llave os traeré.
JUAN. Y yo otra igual cantidad.
LUCÍA. No me faltéis.
JUAN. No en verdad;
a las diez aquí estaré. 1425
Adiós, pues, y en mí te fía.
LUCÍA. Y en mí el garboso galán.
JUAN. Adiós, pues, franca Lucía.
LUCÍA. Adiós, pues, rico don Juan.
(LUCÍA cierra la ventana. CIUTTI se acerca a DON JUAN a una señal de éste.)

ESCENA XII

DON JUAN, CIUTTI

JUAN. (Riéndose.)
Con oro nada hay que falle: 1430
Ciutti, ya sabes mi intento:
a las nueve en el convento;
a las diez, en esta calle. (Vanse. )

ACTO TERCERO

Profanación

PERSONAS

DON JUAN, DOÑA INÉS, DON GONZALO, BRÍGIDA, LA ABADESA, LA TORNERA

Celda de DOÑA INÉS. Puerta en el fondo y a la izquierda

ESCENA PRIMERA

DOÑA INÉS, LA ABADESA

ABADESA. ¿Conque me habéis entendido?
INÉS. Sí, señora.
ABADESA. Está muy bien; 1435
la voluntad decisiva
de vuestro padre tal es.
Sois joven, cándida y buena;
vivido en el claustro habéis
casi desde que nacisteis; 1440
y para quedar en él
atada con santos votos
para siempre, ni aún tenéis,
como otras, pruebas difíciles
ni penitencias que hacer. 1445
¡Dichosa mil veces vos!
Dichosa, sí, doña Inés,
que no conociendo el mundo,
no le debéis de temer.
¡Dichosa vos, que del claustro 1450
al pisar en el dintel,
no os volveréis a mirar
lo que tras vos dejaréis!
Y los mundanos recuerdos
del bullicio y del placer 1455
no os turbarán tentadores
del ara santa a los pies;
pues ignorando lo que hay
tras esa santa pared,
lo que tras ella se queda 1460
jamás apeteceréis.
Mansa paloma enseñada
en las palmas a comer
del dueño que la ha criado
en doméstico vergel, 1465
no habiendo salido nunca
de la protectora red,
no ansiaréis nunca las alas
por el espacio tender.
Lirio gentil, cuyo tallo 1470
mecieron sólo tal vez
las embalsamadas brisas
del más florecido mes,
aquí los besos del aura
vuestro cáliz abriréis, 1475
y aquí vendrán vuestras hojas
tranquilamente a caer.
Y en el pedazo de tierra
que abarca nuestra estrechez,
y en el pedazo de cielo 1480
que por las rejas se ve,
vos no veréis más que un lecho
do en dulce sueño yacer,
y un velo azul suspendido
a las puertas del Edén. 1485
¡Ay! En verdad que os envidio,
venturosa doña Inés,
con vuestra inocente vida,
la virtud del no saber.
¿Mas por qué estáis cabizbaja? 1490
¿Por qué no me respondéis
como otras veces, alegre,
cuando en lo mismo os hablé?
¿Suspiráis?… ¡Oh!, ya comprendo:
de vuelta aquí hasta no ver 1495
a vuestra aya, estáis inquieta;
pero nada receléis.
A casa de vuestro padre
fue casi al anochecer,
y abajo en la portería 1500
estará: yo os la enviaré,
que estoy de vela esta noche.
Conque, vamos, doña Inés,
recogeos, que ya es hora:
mal ejemplo no me deis 1505
a las novicias, que ha tiempo
que duermen ya: hasta después.
INÉS. Id con Dios, madre abadesa.
ABADESA. Adiós, hija.

ESCENA II

DOÑA INÉS

Ya se fue.
No sé qué tengo, ¡ay de mí!, 1510
que en tumultuoso tropel
mil encontradas ideas
me combaten a la vez.
Otras noches complacida
sus palabras escuché; 1515
y de esos cuadros tranquilos
que sabe pintar tan bien,
de esos placeres domésticos
la dichosa sencillez
y la calma venturosa, 1520
me hicieron apetecer
la soledad de los claustros
y su santa rigidez.
Mas hoy la oí distraída,
y en sus pláticas hallé, 1525
si no enojosos discursos
a lo menos aridez.
Y no sé por qué al decirme
que podría acontecer
que se acelerase el día 1530
de mi profesión, temblé;
y sentí del corazón
acelerarse el vaivén,
y teñírseme el semblante
de amarilla palidez. 1535
¡Ay de mí …! ¡Pero mi dueña,
dónde estará…! Esa mujer
con sus pláticas al cabo
me entretiene alguna vez.
Y hoy la echo menos… acaso 1540
porque la voy a perder,
que en profesando es preciso
renunciar a cuanto amé.
Mas pasos siento en el claustro;
¡oh!, reconozco muy bien 1545
sus pisadas… Ya está aquí.

ESCENA III

DOÑA INÉS, BRÍGIDA

BRÍGIDA. Buenas noches, doña Inés.
INÉS. ¿Cómo habéis tardado tanto?
BRÍGIDA. Voy a cerrar esta puerta.
INÉS. Hay orden de que esté abierta. 1550
BRÍGIDA. Eso es muy bueno y muy santo
para las otras novicias
que han de consagrarse a Dios,
no, doña Inés, para vos.
INÉS. Brígida, ¿no ves que vicias 1555
las reglas del monasterio
BRÍGIDA. que no permiten…?
¡Bah!, ¡bah!
Más seguro así se está,
y así se habla sin misterio
ni estorbos: ¿habéis mirado 1560
el libro que os he traído?
INÉS. ¡Ay!, se me había olvidado.
BRÍGIDA. ¡Pues me hace gracia el olvido!
INÉS. ¡Como la madre abadesa
se entró aquí inmediatamente! 1565
BRÍGIDA. ¡Vieja más impertinente!
INÉS. ¿Pues tanto el libro interesa?
BRÍGIDA. ¡Vaya si interesa! Mucho.
¡Pues quedó con poco afán
el infeliz!
INÉS. ¿Quién?
BRÍGIDA. Don Juan. 1570
INÉS. ¡Válgame el cielo! ¡Qué escucho!
¿Es don Juan quien me le envía?
BRÍGIDA. Por supuesto.
INÉS. ¡Oh! Yo no debo
tomarle.
BRÍGIDA. ¡Pobre mancebo!
Desairarle así, sería 1575
matarle.
INÉS. ¿Qué estás diciendo?
BRÍGIDA. Si ese horario no tomáis,
tal pesadumbre le dais
que va a enfermar; lo estoy viendo.
INÉS. ¡Ah! No, no: de esa manera, 1580
le tomaré.
BRÍGIDA. Bien haréis.
INÉS. ¡Y qué bonito que es!
BRÍGIDA. Ya veis;
quien quiere agradar, se esmera.
INÉS. Con sus manecillas de oro.
¡Y cuidado que está prieto! 1585
A ver, a ver si completo
contiene el rezo del coro. (Le abre, y cae una carta de entre sus hojas.)
Mas, ¿qué cayó?
BRÍGIDA. Un papelito.
INÉS. ¡Una carta!
BRÍGIDA. Claro está;
en esa carta os vendrá 1590
ofreciendo el regalito.
INÉS. ¡Qué! ¿Será suyo el papel?
BRÍGIDA. ¡Vaya, que sois inocente!
Pues que os feria, es consiguiente
que la carta será de él. 1595
INÉS. ¡Ay, Jesús!
BRÍGIDA. ¿Qué es lo que os da?
INÉS. Nada, Brígida, no es nada.
BRÍGIDA. No, no; si estáis inmutada.
(Ya presa en la red está.)
¿Se os pasa?
INÉS. Sí.
BRÍGIDA. Eso habrá sido. 1600
cualquier mareíllo vano.
INÉS. ¡Ay! Se me abrasa la mano
con que el papel he cogido.
BRÍGIDA. Doña Inés, ¡válgame Dios!
Jamás os he visto así: 1605
estáis trémula.
INÉS. ¡Ay de mí!
BRÍGIDA. ¿Qué es lo que pasa por vos?
INÉS. No sé… El campo de mi mente
siento que cruzan perdidas
mil sombras desconocidas 1610
que me inquietan vagamente;
y ha tiempo al alma me dan
con su agitación tortura.
BRÍGIDA. ¿Tiene alguna, por ventura,
el semblante de don Juan? 1615
INÉS. No sé: desde que le vi,
Brígida mía, y su nombre
me dijiste, tengo a ese hombre
siempre delante de mí.
Por doquiera me distraigo. 1620
con su agradable recuerdo,
y si un instante le pierdo,
en su recuerdo recaigo.
No sé qué fascinación
en mis sentidos ejerce, 1625
que siempre hacia él se me tuerce
la mente y el corazón:
y aquí y en el oratorio,
y en todas partes, advierto
que el pensamiento divierto 1630
con la imagen de Tenorio.
BRÍGIDA. ¡Válgame Dios! Doña Inés,
según lo vais explicando,
tentaciones me van dando
de creer que eso amor es. 1635
INÉS. ¡Amor has dicho!
BRÍGIDA. Sí, amor.
INÉS. No, de ninguna manera.
BRÍGIDA. Pues por amor lo entendiera
el menos entendedor;
mas vamos la carta a ver: 1640
¿en qué os paráis? ¿Un suspiro?
INÉS. ¡Ay!, que cuanto más la miro,
menos me atrevo a leer. (Lee.)
«Doña Inés del alma mía.»
¡Virgen Santa, qué principio! 1645
BRÍGIDA. Vendrá en verso, y será un ripio
que traerá la poesía.
Vamos, seguid adelante.
INÉS. (Lee.)
«Luz de donde el sol la toma,
hermosísima paloma 1650
privada de libertad,
si os dignáis por estas letras
pasar vuestros lindos ojos,
no los tornéis con enojos
sin concluir, acabad.» 1655
BRÍGIDA. ¡Qué humildad! ¡Y qué finura!
¿Dónde hay mayor rendimiento?
INÉS. Brígida, no sé qué siento.
BRÍGIDA. Seguid, seguid la lectura.
(Lee.)
INÉS. «Nuestros padres de consuno 1660
nuestras bodas acordaron,
porque los cielos juntaron
los destinos de los dos.
Y halagado desde entonces
con tan risueña esperanza, 1665
mi alma, doña Inés, no alcanza
otro porvenir que vos.
De amor con ella en mi pecho
brotó una chispa ligera,
que han convertido en hoguera 1670
tiempo y afición tenaz:
y esta llama que en mí mismo
se alimenta inextinguible,
cada día más terrible
va creciendo y más voraz.» 1675
BRÍGIDA. Es claro; esperar le hicieron
en vuestro amor algún día,
y hondas raíces tenía
cuando a arrancársele fueron.
Seguid.
INÉS. (Lee.)
«En vano a apagarla 1680
concurren tiempo y ausencia,
que doblando su violencia,
no hoguera ya, volcán es.
Y yo, que en medio del cráter
desamparado batallo, 1685
suspendido en él me hallo
entre mi tumba y mi Inés.»
BRÍGIDA. ¿Lo veis, Inés? Si ese horario
lo despreciáis, al instante 1690
le preparan el sudario.
INÉS. Yo desfallezco.
BRÍGIDA. Adelante.
INÉS. (Lee.)
«Inés, alma de mi alma,
perpetuo imán de mi vida,
perla sin concha escondida
entre las algas del mar; 1695
garza que nunca del nido
tender osastes el vuelo,
el diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar:
si es que a través de esos muros 1700
el mundo apenada miras,
y por el mundo suspiras
de libertad con afán,
acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan, 1705
para salvarte te aguardan
los brazos de tu don Juan.»
(Representa.)
¿Qué es lo queme pasa, ¡cielo!,
que me estoy viendo morir?
BRÍGIDA. (Ya tragó todo el anzuelo.) 1710
Vamos, que está al concluir.
INÉS. (Lee.)
«Acuérdate de quien llora
al pie de tu celosía
y allí le sorprende el día
y le halla la noche allí; 1715
acuérdate de quien vive
sólo por ti, ¡vida mía!,
y que a tus pies volaría
si le llamaras a ti.»
BRÍGIDA. ¿Lo veis? Vendría.
INÉS. ¡Vendría! 1720
BRÍGIDA. A postrarse a vuestros pies.
INÉS. ¿Puede?
BRÍGIDA. ¡Oh!, sí.
INÉS. ¡Virgen María!
BRÍGIDA. Pero acabad, doña Inés.
INÉS. (Lee.)
«Adiós, ¡oh luz de mis ojos!
Adiós, Inés de mi alma: 1725
medita, por Dios, en calma
las palabras que aquí van:
y si odias esa clausura,
que ser tu sepulcro debe,
manda, que a todo se atreve 1730
por tu hermosura don Juan.»
(Representa DOÑA INÉS.)
¡Ay! ¿Qué filtro envenenado
me dan en este papel,
que el corazón desgarrado
me estoy sintiendo con él? 1735
¿Qué sentimientos dormidos
son los que revela en mí?
¿Qué impulsos jamás sentidos?
¿Qué luz, que hasta hoy nunca vi?
¿Qué es lo que engendra en mi alma 1740
tan nuevo y profundo afán?
¿Quién roba la dulce calma
de mi corazón?
BRÍGIDA. Don Juan.
INÉS. ¡Don Juan dices…! ¿Conque ese hombre
me ha de seguir por doquier? 1745
¿Sólo he de escuchar su nombre?
¿Sólo su sombra he de ver?
¡Ah! Bien dice: juntó el cielo
los destinos de los dos,
y en mi alma engendró este anhelo 1750
fatal.
BRÍGIDA. ¡Silencio, por Dios!
(Se oyen dar las ánimas.)
INÉS. ¿Qué?
BRÍGIDA. ¡Silencio!
INÉS. Me estremeces.
BRÍGIDA. ¿Oís, doña Inés, tocar?
INÉS. Sí, lo mismo que otras veces
las ánimas oigo dar. 1755
BRÍGIDA. Pues no habléis de él.
INÉS. ¡Cielo santo!
¿De quién?
BRÍGIDA. ¿De quién ha de ser?
De ese don Juan que amáis tanto,
porque puede aparecer.
INÉS. ¡Me amedrentas! ¿Puede ese hombre 1760
llegar hasta aquí?
BRÍGIDA. Quizá.
Porque el eco de su nombre
tal vez llega adonde está.
INÉS. ¡Cielos! ¿Y podrá?…
BRÍGIDA. ¿Quién sabe?
INÉS. ¿Es un espíritu, pues? 1765
BRÍGIDA. No, mas si tiene una llave…
INÉS. ¡Dios!
BRÍGIDA. Silencio, doña Inés:
¿no oís pasos?
INÉS. ¡Ay! Ahora
nada oigo.
BRÍGIDA. Las nueve dan.
Suben…, se acercan… Señora… 1770
Ya está aquí.
INÉS. ¿Quién?
BRÍGIDA. El.
INÉS. ¡Don Juan!

ESCENA IV

DOÑA INÉS, DON JUAN, BRÍGIDA

INÉS. ¿Qué es esto? Sueño…, deliro.
JUAN. ¡Inés de mi corazón!
INÉS. ¿Es realidad lo que miro,
o es una fascinación…? 1775
Tenedme…, apenas respiro…
Sombra…, huye por compasión.
Ay de mí…!
(Desmáyase DOÑA INÉS y DON JUAN la sostiene. La carta de DON JUAN queda en el suelo aban¬donada por DOÑA INÉS al desmayarse.)
BRÍGIDA. La ha fascinado
vuestra repentina entrada,
y el pavor la ha trastornado. 1780
JUAN. Mejor: así nos ha ahorrado
la mitad de la jornada.
¡Ea! No desperdiciemos
el tiempo aquí en contemplarla,
si perdemos no queremos. 1785
En los brazos a tomarla
voy, y cuanto antes, ganemos
ese claustro solitario.
BRÍGIDA. ¡Oh, vais a sacarla así! 1790
JUAN. Necia, ¿piensas que rompí
la clausura, temerario,
para dejármela aquí?
Mi gente abajo me espera:
sígueme.
BRÍGIDA. ¡Sin alma estoy!
¡Ay! Este hombre es una fiera; 1795
nada le ataja ni altera…
Sí, sí; a su sombra me voy.

ESCENA V

LA ABADESA

Jurara que había oído
por estos claustros andar:
hoy a doña Inés velar 1800
algo más la he permitido.
Y me temo… Mas no están
aquí. ¡Qué pudo ocurrir
a las dos, para salir
de la celda? ¿Dónde irán? 1805
¡Hola! Yo las ataré
corto para que no vuelvan
a enredar, y me revuelvan
a las novicias…, sí a fe.
Mas siento por allá fuera 1810
pasos. ¿Quién es?

ESCENA VI

LA ABADESA, LA TORNERA

TORNERA. Yo, señora.
ABADESA. ¡Vos en el claustro a esta hora!
¿Qué es esto, hermana tornera?
TORNERA. Madre abadesa, os buscaba.
ABADESA. ¿Qué hay? Decid.
TORNERA. Un noble anciano 1815
quiere hablaros.
ABADESA. Es en vano.
TORNERA. Dice que es de Calatrava
caballero; que sus fueros
le autorizan a este paso,
y que la urgencia del caso 1820
le obliga al instante a veros.
ABADESA. ¿Dijo su nombre?
TORNERA. El señor
don Gonzalo de Ulloa.
ABADESA. ¿Qué
puede querer…? Abralé,
hermana: es comendador 1825
de la Orden, y derecho
tiene en el claustro de entrada.

ESCENA VII

LA ABADESA

ABADESA. ¿A una hora tan avanzada
venir así…? No sospecho
qué pueda ser…, mas me place, 1830
pues no hallando a su hija aquí,
la reprenderá, y así
mirará otra vez lo que hace.

ESCENA VIII

LA ABADESA, DON GONZALO, LA TORNERA, a la puerta

GONZA. Perdonad, madre abadesa,
que en hora tal os moleste; 1835
mas para mí, asunto es éste
que honra y vida me interesa.
ABADESA. ¡Jesús!
GONZA. Oíd.
ABADESA. Hablad, pues.
GONZA. Yo guardé hasta hoy un tesoro
de más quilates que el oro, 1840
y ese tesoro es mi Inés.
ABADESA. A propósito.
GONZA. Escuchad.
Se me acaba de decir
que han visto a su dueña ir
ha poco por la ciudad 1845
hablando con un criado
que un don Juan, de tal renombre,
que no hay en la tierra otro hombre
tan audaz y tan malvado.
En tiempo atrás se pensó 1850
con él a mi hija casar,
y hoy, que se la fui a negar,
robármela me juró.
Que por el torpe doncel
ganada la dueña está, 1855
no puedo dudarlo ya:
debo, pues, guardarme de él.
Y un día, una hora quizás
de imprevisión, le bastara
para que mi honor manchara 1860
a ese hijo de Satanás.
He aquí mi inquietud cuál es:
por la dueña, en conclusión,
vengo: vos la profesión
abreviad de doña Inés. 1865
ABADESA. Sois padre, y es vuestro afán
muy justo, comendador;
mas ved que ofende a mi honor.
GONZA. No sabéis quién es don Juan.
ABADESA. Aunque le pintáis tan malo, 1870
yo os puedo decir de mí,
que mientra Inés esté aquí,
segura está, don Gonzalo.
GONZA. Lo creo; mas las razones
abreviemos: entregadme 1875
a esa dueña, y perdonadme
mis mundanas opiniones.
Si vos de vuestra virtud
me respondéis, yo me fundo
en que conozco del mundo 1880
la insensata juventud.
ABADESA. Se hará como lo exigís.
Hermana tornera, id, pues,
a buscar a doña Inés
y a su dueña. (Vase LA TORNERA.)
GONZA. ¿Qué decís, 1885
señora? O traición me ha hecho
mi memoria, o yo sé bien
que ésta es hora de que estén
ambas a dos en su lecho.
ABADESA. Ha un punto sentí a las dos 1890
salir de aquí, no sé a qué.
GONZA. ¡Ay! Por qué tiemblo no sé.
¡Mas qué veo, santo Dios!
Un papel…, me lo decía
a voces mi mismo afán. (Leyendo.) 1895
«Doña Inés del alma mía…»
Y la firma de don Juan.
Ved…, ved…, esa prueba escrita.
Leed ahí… ¡Oh! Mientras que vos
por ella rogáis a Dios 1900
viene el diablo y os la quita.

ESCENA IX

LA ABADESA, DON GONZALO, LA TORNERA

TORNERA. Señora…
ABADESA. ¿Qué es?
TORNERA. Vengo muerta.
GONZA. Concluid.
TORNERA. No acierto a hablar…
He visto a un hombre saltar 1905
por las tapias de la huerta.
GONZA. ¿Veis? Corramos: ¡ay de mí!
ABADESA. ¿Dónde vais, comendador?
GONZA. ¡Imbécil!, tras de mi honor,
que os roban a vos de aquí.

ACTO CUARTO

El Diablo a las puertas del Cielo

PERSONAS

DON JUAN, DOÑA INÉS, DON GONZALO, DON LUIS, CIUTTI, BRÍGIDA, ALGUACILES 1.° y 2.°

Quinta de DON JUAN TENORIO cerca de Sevilla y sobre el Guadalquivir. Balcón en el fondo. Dos puertas a cada lado

ESCENA PRIMERA

BRÍGIDA, CIUTTI

BRÍGIDA. ¡Qué noche, válgame Dios! 1910
A poderlo calcular
no me meto yo a servir a tan fogoso galán.
¡Ay, Ciutti! Molida estoy;
no me puedo menear. 1915
CIUTTI. ¿Pues qué os duele?
BRíGIDA. Todo el cuerpo
y toda el alma además.
CIUTTI. ¡Ya! No estáis acostumbrada
al caballo, es natural.
BRÍGIDA. Mil veces pensé caer: 1920
¡uf!, ¡qué mareo!, ¡qué afán!
Veía yo unos tras otros
ante mis ojos pasar
los árboles, como en alas
llevados de un huracán, 1925
tan apriesa y produciéndome
ilusión tan infernal,
que perdiera los sentidos
si tardamos en parar.
CIUTTI. Pues de estas cosas veréis, 1930
si en esta casa os quedáis,
lo menos seis por semana.
BRÍGIDA. ¡Jesús!
CIUTTI. ¿Y esa niña está
reposando todavía? 1935
BRÍGIDA. ¿Y a qué se ha de despertar?
CIUTTI. Sí, es mejor que abra los ojos
en los brazos de don Juan.
BRÍGIDA. Preciso es que tu amo tenga
algún diablo familiar.
CIUTTI. Yo creo que sea él mismo 1940
un diablo en carne mortal
porque a lo que él, solamente
se arrojara Satanás.
BRÍGIDA. ¡Oh! ¡El lance ha sido extremado!
CIUTTI. Pero al fin logrado está. 1945
BRíGIDA. ¡Salir así de un convento
en medio de una ciudad
como Sevilla!
CIUTTI. Es empresa
tan sólo para hombre tal.
Mas, ¡qué diablo!, si a su lado 1950
la fortuna siempre va,
y encadenado a sus pies
duerme sumiso el azar.
BRÍGIDA. Sí, decís bien.
CIUTTI. No he visto hombre
de corazón más audaz; 1955
ni halla riesgo que le espante,
ni encuentra dificultad
que al empeñarse en vencer
le haga un punto vacilar.
A todo osado se arroja, 1960
de todo se ve capaz,
ni mira dónde se mete,
ni lo pregunta jamás.
«Allí hay un lance», le dicen;
y él dice: «Allá va don Juan». 1965
¡Mas ya tarda, vive Dios!
BRÍGIDA. Las doce en la catedral
han dado ha tiempo.
CIUTTI. Y de vuelta
debía a las doce estar.
BRÍGIDA. ¿Pero por qué no se vino 1970
con nosotros?
CIUTTI. Tiene allá
en la ciudad todavía
cuatro cosas que arreglar.
BRÍGIDA. ¿Para el viaje?
CIUTTI. Por supuesto;
aunque muy fácil será 1975
que esta noche a los infiernos
le hagan a él mismo viajar.
BRÍGIDA. ¡Jesús, qué ideas!
CIUTTI. Pues digo:
¿son obras de caridad 1980
en las que nos empleamos,
para mejor esperar?
Aunque seguros estamos
cuando vuelva por acá.
BRÍGIDA. ¿De veras, Ciutti?
CIUTTI. Venid
a este balcón, y mirad. 1985
¿Qué veis?
BRÍGIDA. Veo un bergantín
que anclado en el río está.
CIUTTI. Pues su patrón sólo aguarda
las órdenes de don Juan,
y salvos, en todo caso, 1990
a Italia nos llevará.
BRÍGIDA. ¿Cierto?
CIUTTI. Y nada receléis
por vuestra seguridad;
que es el barco más velero
que boga sobre la mar. 1995
BRÍGIDA. ¡Chist! Ya siento a doña Inés.
CIUTTI. Pues yo me voy, que don Juan
encargó que sola vos
debíais con ella hablar.
BRÍGIDA. Y encargó bien, que yo entiendo 2000
de esto.
CIUTTI. Adiós, pues.
BRÍGIDA. Vete en paz.

ESCENA II

DOÑA INÉS, BRÍGIDA

INÉS. Dios mío, ¡cuánto he soñado!
Loca estoy: ¿qué hora será?
¿Pero qué es esto, ay de mí?
No recuerdo que jamás 2005
haya visto este aposento.
¿Quién me trajo aquí?
BRÍGIDA. Don Juan.
INÉS. Siempre don Juan…, ¿mas conmigo
aquí tú también estás,
Brígida?
BRÍGIDA. Sí, doña Inés. 2010
INÉS. Pero dime, en caridad,
¿dónde estamos? ¿Este cuarto
es del convento?
BRÍGIDA. No tal:
aquello era un cuchitril
en donde no había más 2015
que miseria.
INÉS. Pero, en fin,
¿en dónde estamos?
BRÍGIDA. Mirad,
mirad por este balcón,
y alcanzaréis lo que va
desde un convento de monjas 2020
a una quinta de don Juan.
INÉS. ¿Es de don Juan esta quinta?
BRÍGIDA. Y creo que vuestra ya.
INÉS. Pero no comprendo, Brígida,
lo que me hablas. 2025
BRÍGIDA. Escuchad.
Estabais en el convento
leyendo con mucho afán
una carta de don Juan,
cuando estalló en un momento
un incendio formidable. 2030
INÉS. ¡Jesús!
BRÍGIDA. Espantoso, inmenso;
el humo era ya tan denso,
que el aire se hizo palpable.
INÉS. Pues no recuerdo…
BRÍGIDA. Las dos
con la carta entretenidas, 2035
olvidamos nuestras vidas,
yo oyendo, y leyendo vos.
Y estaba, en verdad, tan tierna,
que entrambas a su lectura
achacamos la tortura 2040
que sentíamos interna.
Apenas ya respirar
podíamos, y las llamas
prendían ya en nuestras camas:
nos íbamos a asfixiar, 2045
cuando don Juan, que os adora,
y que rondaba el convento,
al ver crecer con el viento
la llama devastadora,
con inaudito valor, 2050
viendo que ibais a abrasaros,
se metió para salvaros,
por donde pudo mejor.
Vos, al verle así asaltar
la celda tan de improviso, 2055
os desmayasteis…, preciso;
la cosa era de esperar.
Y él, cuando os vio caer así,
en sus brazos os tomó
y echó a huir; yo le seguí, 2060
y del fuego nos sacó.
¿Dónde íbamos a esta hora?
Vos seguíais desmayada,
yo estaba ya casi ahogada.
Dijo, pues: «Hasta la aurora 2065
en mi casa las tendré».
Y henos, doña Inés, aquí.
INÉS. ¿Conque ésta es su casa?
BRÍGIDA. Sí.
INÉS. Pues nada recuerdo, a fe.
Pero…, ¡en su casa…! ¡Oh! Al punto 2070
salgamos de ella…, yo tengo
la de mi padre.
BRÍGIDA. Convengo
con vos; pero es el asunto…
INÉS. ¿Qué?
BRÍGIDA. Que no podemos ir. 2075
INÉS. Oír tal me maravilla.
BRÍGIDA. Nos aparta de Sevilla…
INÉS. ¿Quién?
BRÍGIDA. Vedlo, el Guadalquivir.
INÉS. ¿No estamos en la ciudad?
BRÍGIDA. A una legua nos hallamos
de sus murallas.
INÉS. ¡Oh! Estamos 2080
perdidas!
BRÍGIDA. ¡No sé, en verdad,
por qué!
INÉS. Me estás confundiendo,
Brígida…, y no sé qué redes
son las que entre estas paredes
temo que me estás tendiendo. 2085
Nunca el claustro abandoné,
ni sé del mundo exterior
los usos: mas tengo honor.
Noble soy, Brígida, y sé
que la casa de don Juan 2090
no es buen sitio para mí:
me lo está diciendo aquí
no sé qué escondido afán.
Ven, huyamos.
BRÍGIDA. Doña Inés,
la existencia os ha salvado. 2095
INÉS. Sí, pero me ha envenenado
el corazón.
BRÍGIDA. ¿Le amáis, pues?
INÉS. No sé…, mas, por compasión,
huyamos pronto de ese hombre,
tras de cuyo solo nombre 2100
se me escapa el corazón.
¡Ah! Tú me diste un papel
de mano de ese hombre escrito,
y algún encanto maldito
me diste encerrado en él. 2105
Una sola vez le vi
por entre unas celosías,
y que estaba, me decías,
en aquel sitio por mí.
Tú, Brígida, a todas horas 2110
me venías de él a hablar,
haciéndome recordar
sus gracias fascinadoras.
Tú me dijiste que estaba
para mío destinado 2115
por mi padre…, y me has jurado
en su nombre que me amaba.
¿Que le amo, dices?… Pues bien,
si esto es amar, sí, le amo;
pero yo sé que me infamo 2120
con esa pasión también.
Y si el débil corazón
se me va tras de don Juan,
tirándome de él están
mi honor y mi obligación. 2125
Vamos, pues; vamos de aquí
primero que ese hombre venga;
pues fuerza acaso no tenga
si le veo junto a mí.
Vamos, Brígida.
BRÍGIDA. Esperad. 2130
¿No oís?
INÉS. ¿Qué?
BRÍGIDA. Ruido de remos.
INÉS. Sí, dices bien; volveremos
en un bote a la ciudad.
BRÍGIDA. Mirad, mirad, doña Inés.
INÉS. Acaba…, por Dios, partamos. 2135
BRÍGIDA. Ya imposible que salgamos.
INÉS. ¿Por qué razón?
BRÍGIDA. Porque él es
quien en ese barquichuelo
se adelanta por el río.
INÉS. ¡Ay! ¡Dadme fuerzas, Dios mío! 2140
BRÍGIDA. Ya llegó, ya está en el suelo.
Sus gentes nos volverán
a casa: mas antes de irnos,
es preciso despedirnos
a lo menos de don Juan. 2145
INÉS. Sea, y vamos al instante.
No quiero volverle a ver.
BRÍGIDA. (Los ojos te hará volver
el encontrarle delante.)
Vamos.
INÉS. Vamos.
CIUTTI. Aquí están. 2150
JUAN. (ídem.)
Alumbra.
BRÍGIDA. ¡Nos busca!
INÉS. Él es.

ESCENA III

DICHOS, DON JUAN

JUAN. ¿Adónde vais, doña Inés?
INÉS. Dejadme salir, don Juan.
JUAN. ¿Que os deje salir?
BRÍGIDA. Señor,
sabiendo ya el accidente 2155
del fuego, estará impaciente
por su hija el comendador.
JUAN. ¡El fuego! ¡Ah! No os dé cuidado
por don Gonzalo, que ya
dormir tranquilo le hará 2160
el mensaje que le he enviado.
INÉS. ¿Le habéis dicho…?
JUAN. Que os hallabais
bajo mi amparo segura,
y el aura del campo pura,
libre, por fin, respirabais. 2165
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí; y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor, 2170
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores 2175
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador 2180
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares 2185
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador, 2190
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente 2195
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador 2200
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas 2205
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color 2210
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía
que están respirando amor?
¡Oh! Sí, bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos; 2215
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor 2220
que rendirse no creía,
adorando, vida mía,
la esclavitud de tu amor.
INÉS. Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!
que no podré resistir 2225
mucho tiempo, sin morir,
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión,
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece, 2230
y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer. 2235
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos 2240
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,
sino caer en vuestros brazos, 2245
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti, como va 2250
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena. 2255
¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión:
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.
JUAN. ¡Alma mía! Esa palabra 2260
cambia de modo mi ser,
que alcanzo que puede hacer
hasta que el Edén se me abra.
No es, doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mí: 2265
es Dios, que quiere por ti
ganarme para él quizás.
No; el amor que hoy se atesora
en mi corazón mortal,
no es un amor terrenal 2270
como el que sentí hasta ahora;
no es esa chispa fugaz
que cualquier ráfaga apaga;
es incendio que se traga
cuanto ve, inmenso, voraz. 2275
Desecha, pues, tu inquietud,
bellísima doña Inés,
porque me siento a tus pies
capaz aún de la virtud.
Sí; iré mi orgullo a postrar 2280
ante el buen comendador,
y, o habrá de darme tu amor,
o me tendrá que matar.
INÉS. ¡Don Juan de mi corazón!
JUAN. ¡Silencio! ¿Habéis escuchado? 2285
INÉS. ¿Qué?
JUAN. Sí, una barca ha atracado
(Mira por el balcón.)
debajo de ese balcón.
Un hombre embozado de ella
salta… Brígida, al momento
pasad a ese otro aposento, 2290
y perdonad, Inés bella,
si solo me importa estar.
INÉS. ¿Tardarás?
JUAN. Poco ha de ser.
INÉS. A mi padre hemos de ver.
JUAN. Sí, en cuanto empiece a clarear. 2295
Adiós.

ESCENA IV

DON JUAN, CIUTTI

CIUTTI. ¿Señor?
JUAN. ¿Qué sucede,
Ciutti?
CIUTTI. Ahí está un embozado
en veros muy empeñado.
JUAN. ¿Quién es?
CIUTTI. Dice que no puede
descubrirse más que a vos, 2300
y que es cosa de tal priesa,
que en ella se os interesa
la vida a entrambos a dos.
JUAN. ¿Y en él no has reconocido
marca ni señal alguna 2305
que nos oriente?
CIUTTI. Ninguna;
mas a veros decidido viene.
JUAN. ¿Trae gente?
CiuTTi. No más
que los remeros del bote.
JUAN. Que entre.

ESCENA V

DON JUAN; luego CIUTTI y DON LUIS embozado

JUAN. ¡Jugamos a escote 2310
la vida…! Mas ¿si es quizás
un traidor que hasta mi quinta
me viene siguiendo el paso?
Hálleme, pues, por si acaso
con las armas en la cinta. 2315
(Se ciñe la espada y suspende al cinto un par de pistolas que habrá colocado sobre la mesa a su salida en la escena tercera. Al momento sale CIUTTI conduciendo a DON LUIS, que, embozado hasta los ojos, espera a que se queden solos. DON JUAN hace a CIUTTI una seña para que se retire. Lo hace.)

ESCENA VI

DON JUAN, DON LUIS

JUAN. (Buen talante.) Bien venido,
caballero.
LUIS. Bien hallado,
señor mío.
JUAN. Sin cuidado
hablad.
LUIS. Jamás lo he tenido.
JUAN. Decid, pues: ¿a qué venís 2320
a esta hora y con tal afán?
LUIS. Vengo a mataros, don Juan.
JUAN. Según eso, sois don Luis.
LUIS. No os engañó el corazón,
y el tiempo no malgastemos, 2325
don Juan: los dos no cabemos
ya en la tierra.
JUAN. En conclusión,
señor Mejía, ¿es decir,
que porque os gané la apuesta
queréis que acabe la fiesta 2330
con salirnos a batir?
LUIS. Estáis puesto en la razón:
la vida apostado habemos,
y es fuerza que nos paguemos.
JUAN. Soy de la misma opinión. 2335
Mas ved que os debo advertir
que sois vos quien la ha perdido.
LUIS. Pues por eso os la he traído;
mas no creo que morir
deba nunca un caballero 2340
que lleva en el cinto espada,
como una res destinada
por su dueño al matadero.
JUAN. Ni yo creo que resquicio
habréis jamás encontrado 2345
por donde me hayáis tomado
por un cortador de oficio.
LUIS. De ningún modo; y ya veis
que, pues os vengo a buscar,
mucho en vos debo fiar. 2350
JUAN. No más de lo que podéis.
Y por mostraros mejor
mi generosa hidalguía,
decid si aún puedo, Mejía,
satisfacer vuestro honor. 2355
Leal la apuesta os gané;
mas si tanto os ha escocido,
mirad si halláis conocido
remedio, y le aplicaré.
LUIS. No hay más que el que os he propuesto, 2360
don Juan. Me habéis maniatado,
y habéis la casa asaltado
usurpándome mi puesto;
y pues el mío tomasteis
para triunfar de doña Ana, 2365
no sois vos, don Juan, quien gana,
porque por otro jugasteis.
JUAN. Ardides del juego son.
LUIS. Pues no os los quiero pasar,
y por ellos a jugar 2370
vamos ahora el corazón.
JUAN. ¿Le arriesgáis, pues, en revancha
de doña Ana de Pantoja?
LUIS. Sí; y lo que tardo me enoja
en lavar tan fea mancha. 2375
Don Juan, yo la , sí;
mas con lo que habéis osado,
imposible la hais dejado
para vos y para mí.
JUAN. ¿Por qué la apostasteis, pues? 2380
LUIS. Porque no pude pensar
que la pudierais lograr.
Y.. vamos, por San Andrés,
a reñir, que me impaciento.
JUAN. Bajemos a la ribera. 2385
LUIS. Aquí mismo.
JUAN. Necio fuera:
¿no veis que en este aposento
prendieran al vencedor?
Vos traéis una barquilla.
LUIS. Sí.
JUAN. Pues que lleve a Sevilla 2390
al que quede.
LUIS. Eso es mejor;
salgamos, pues.
JUAN. Esperad.
LUIS. ¿Qué sucede?
JUAN. Ruido siento.
LUIS. Pues no perdamos momento.

ESCENA VII

DON JUAN, DON LUIS, CIUTTI

CIUTTI. Señor, la vida salvad. 2395
JUAN. ¿Qué hay, pues?
CIUTTI. El comendador
que llega con gente armada.
JUAN. Déjale franca la entrada, pero a él solo.
CIUTTL Más, señor…
JUAN. Obedéceme.
(Vase CIUTTI.)

ESCENA VIII

DON JUAN, DON LUIS

JUAN. Don Luis, 2400
pues de mí os habéis fiado
cuanto dejáis demostrado
cuando a mi casa venís,
no dudaré en suplicaros,
pues mi valor conocéis, 2405
que un instante me aguardéis.
LUIS. Yo nunca puse reparos
en valor que es tan notorio,
mas no me fío de vos.
JUAN. Ved que las partes son dos 2410
de la apuesta con Tenorio,
y que ganadas están.
LUIS. ¿Lograsteis a un tiempo…?
JUAN. Sí:
la del convento está aquí:
y pues viene de don Juan 2415
a reclamarla quien puede,
cuando me podéis matar
no debo asunto dejar
tras mí que pendiente quede.
LUIS. Pero mirad que meter 2420
quien puede el lance impedir
entre los dos, puede ser…
JUAN. ¿Qué?
LUIS. Excusaros de reñir.
JUAN. ¡Miserable…! De don Juan
podéis dudar sólo vos: 2425
mas aquí entrad, ¡vive Dios!
y no tengáis tanto afán
por vengaros, que este asunto
arreglado con ese hombre,
don Luis, yo os juro en mi nombre 2430
que nos batimos al punto.
LUIS. Pero…
JUAN. ¡Con una legión
de diablos! Entrad aquí;
que harta nobleza es en mí
aún daros satisfacción. 2435
Desde ahí ved y escuchad;
franca tenéis esa puerta.
Si veis mi conducta incierta,
como os acomode obrad.
LUIS. Me avengo, si muy reacio 2440
no andáis.
JUAN. Calculadlo vos
a placer: mas, ¡vive Dios!,
que para todo hay espacio.
(Entra DON LUIS en el cuarto que DON JUAN le señala.)
Ya suben. (DON JUAN escucha.)
GONZA. (Dentro.)
¿Dónde está?
JUAN. El es.

ESCENA IX

DON JUAN, DON GONZALO

GONZA. ¿Adónde está ese traidor? 2445
JUAN. Aquí está, comendador.
GONZA. ¿De rodillas?
JUAN. Y a tus pies.
GONZA. Vil eres hasta en tus crímenes.
JUAN. Anciano, la lengua ten,
y escúchame un solo instante. 2450
GONZA. ¿Qué puede en tu lengua haber
que borre lo que tu mano
escribió en este papel?
¡Ir a sorprender, ¡infame!,
la cándida sencillez 2455
de quien no pudo el veneno
de esas letras precaver!
¡Derramar en su alma virgen
traidoramente la hiel
en que rebosa la tuya, 2460
seca de virtud y fe!
¡Proponerse así enlodar
de mis timbres la alta prez,
como si fuera un harapo
que desecha un mercader! 2465
¿Ése es el valor, Tenorio,
de que blasonas? ¿Ésa es
la proverbial osadía
que te da al vulgo a temer?
¿Con viejos y con doncellas 2470
la muestras…? Y ¿para qué?
¡Vive Dios!, para venir
sus plantas así a lamer
mostrándote a un tiempo ajeno
de valor y de honradez. 2475
JUAN. ¡Comendador!
GONZA. Miserable,
tú has robado a mi hija Inés
de su convento, y yo vengo
por tu vida, o por mi bien.
JUAN. Jamás delante de un hombre 2480
mi alta cerviz incliné,
ni he suplicado jamás,
ni a mi padre, ni a mi rey.
Y pues conservo a tus plantas
la postura en que me ves, 2485
considera, don Gonzalo,
que razón debo tener.
GONZA. Lo que tienes es pavor
de mi justicia.
JUAN. ¡Pardiez!
Óyeme, comendador, 2490
o tenerme no sabré,
y seré quien siempre he sido,
no queriéndolo ahora ser.
GONZA. ¡Vive Dios!
JUAN. Comendador,
yo idolatro a doña Inés, 2495
persuadido de que el cielo
nos la quiso conceder
para enderezar mis pasos
por el sendero del bien.
No amé la hermosura en ella, 2500
ni sus gracias adoré;
lo que adoro es la virtud,
don Gonzalo, en doña Inés.
Lo que justicias ni obispos
no pudieron de mí hacer 2505
con cárceles y sermones,
lo pudo su candidez.
Su amor me torna en otro hombre,
regenerando mi ser,
y ella puede hacer un ángel 2510
de quien un demonio fue.
Escucha, pues, don Gonzalo,
lo que te puede ofrecer
el audaz don Juan Tenorio
de rodillas a tus pies. 2515
Yo seré esclavo de tu hija,
en tu casa viviré,
tú gobernarás mi hacienda,
diciéndome: esto ha de ser.
El tiempo que señalares, 2520
en reclusión estaré;
cuantas pruebas exigieres
de mi audacia o mi altivez,
del modo que me ordenares
con sumisión te daré: 2525
y cuando estime tu juicio
que la puedo merecer,
yo la daré un buen esposo
y ella me dará el Edén.
GONZA. Basta, don Juan; no sé cómo 2530
me he podido contener,
oyendo tan torpes pruebas
de tu infame avilantez.
Don Juan, tú eres un cobarde
cuando en la ocasión te ves, 2535
y no hay bajeza a que no oses
como te saque con bien.
JUAN. ¡Don Gonzalo!
GONZA. Y me avergüenzo
de mirarte así a mis pies,
lo que apostabas por fuerza 2540
suplicando por merced.
JUAN. Todo así se satisface,
don Gonzalo, de una vez.
GONZA. ¡Nunca, nunca! ¿Tú su esposo?
Primero la mataré. 2545
¡Ea! Entrégamela al punto,
o sin poderme valer,
en esa postura vil
el pecho te cruzaré.
JUAN. Míralo bien, don Gonzalo; 2550
que vas a hacerme perder
con ella hasta la esperanza
de mi salvación tal vez.
GONZA. ¿Y qué tengo yo, don Juan,
con tu salvación que ver? 2555
JUAN. ¡Comendador, que me pierdes!
GONZA. Mi hija.
JUAN. Considera bien
que por cuantos medios pude
te quise satisfacer;
y que con armas al cinto 2560
tus denuestos toleré,
proponiéndote la paz
de rodillas a tus pies.

ESCENA X

DICHOS; DON LUIS, soltando una carcajada de burla

LUIS. Muy bien, don Juan.
JUAN. ¡Vive Dios!
GONZA. ¿Quién es ese hombre?
LUIS. Un testigo 2565
de su miedo, y un amigo,
comendador, para vos.
JUAN. ¡Don Luis!
LUIS. Ya he visto bastante,
don Juan, para conocer
cuál uso puedes hacer 2570
de tu valor arrogante;
y quien hiere por detrás
y se humilla en la ocasión,
es tan vil como el ladrón
que roba y huye.
JUAN. ¿Esto más? 2575
LUIS. Y pues la ira soberana
de Dios junta, como ves,
al padre de doña Inés
y al vengador de doña Ana,
mira el fin que aquí te espera 2580
cuando a igual tiempo te alcanza,
aquí dentro su venganza
y la justicia allá fuera.
GONZA. ¡Oh! Ahora comprendo… ¿Sois vos
el que…?
LUIS. Soy don Luis Mejía, 2585
a quien a tiempo os envía
por vuestra venganza Dios.
JUAN. ¡Basta, pues, de tal suplicio!
Si con hacienda y honor
ni os muestro ni doy valor 2590
a mi franco sacrificio,
y la leal solicitud
con que ofrezco cuanto puedo
tomáis, ¡vive Dios!, por miedo
y os mofáis de mi virtud, 2595
os acepto el que me dais
plazo breve y perentorio,
para mostrarme el Tenorio
de cuyo valor dudáis.
LUIS. Sea; y cae a nuestros pies, 2600
digno al menos de esa fama
que por tan bravo te aclama.
JUAN. Y venza el infierno, pues.
Ulloa, pues mi alma así
vuelves a hundir en el vicio, 2605
cuando Dios me llame a juicio,
tú responderás por mí. (Le da un pistoletazo.)
GONZA. ¡Asesino! (Cae.)
JUAN. Y tú, insensato,
que me llamas vil ladrón,
di en prueba de tu razón 2610
que cara a cara te mato.
(Riñen, y le da una estocada.)
LUIS. ¡Jesús! (Cae.)
JUAN. Tarde tu fe ciega
acude al cielo, Mejía,
y no fue por culpa mía;
pero la justicia llega, 2615
y a fe que ha de ver quién soy.
CIUTTI. (Dentro.)
¿Don Juan?
JUAN. (Asomado al balcón.)
¿Quién es?
CIUTTI. (Dentro.) Por aquí;
salvaos.
JUAN. ¿Hay paso?
CIUTTI. Sí;
arrojaos.
JUAN. Allá voy.
Llamé al cielo y no me oyó, 2620
y pues sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra
responda el cielo, y no yo.
(Se arroja por el balcón, y se le oye caer en el agua del río, al mismo tiempo que el ruido de los remos muestra la rapidez del barco en que parte; se oyen golpes en las puertas de la ha¬bitación; poco después entra la justicia, sol¬dados, etc.)

ESCENA XI

ALGUACILES, SOLDADOS; luego DOÑA INÉS y BRÍGIDA

ALGUACIL 1.° El tiro ha sonado aquí.
ALGUACIL 2.° Aún hay humo.
ALGUACIL 1.° ¡Santo Dios! 2625
Aquí hay un cadáver.
ALGUACIL 2.° Dos.
ALGUACIL 1.° ¿Y el matador?
ALGUACIL 2.° Por allí.
(Abre el cuarto en que están DOÑA INÉS y BRͬGIDA, y las sacan a la escena; DOÑA INÉS re¬conoce el cadáver de su padre.)
ALGUACLL 2.° ¡Dos mujeres!
INÉS. ¡Ah, qué horror, padre mío!
ALGUACIL 1.° ¡Es su hija!
BRÍGIDA. Sí.
INÉS. ¡Ay! ¿Dó estás, don Juan, que aquí 2630
Te olvidas en tal dolor?
ALGUACIL 1.° El le asesinó.
INÉS. ¡Dios mío!
¿Me guardabas esto más?
ALGUACIL2.° Por aquí ese Satanás
se arrojó, sin duda, al río. 2635
ALGUACIL 1.° Miradlos…, a bordo están
del bergantín calabrés.
TODOS. ¡Justicia por doña Inés!
INÉS. Pero no contra don Juan. (Cayendo de ro¬dillas.)

PARTE SEGUNDA

ACTO PRIMERO

La sombra de doña Inés

PERSONAS

DON JUAN, CENTELLAS, AVELLANEDA, UN ESCULTOR, LA SOMBRA DE DOÑA INÉS

Panteón de la familia Tenorio. El teatro representa un magní¬fico cementerio, hermoseado a manera de jardín. En primer término, aislados y de bulto, los sepulcros de DON GONZALO ULLOA, de DOÑA INÉS y de DON Luis MEJÍA, sobre los cuales se ven sus estatuas de piedra. El sepulcro de DON GONZALO a la derecha, y su estatua de rodillas; el de DON LUIS a la iz¬quierda, y su estatua también de rodillas; el de DOÑA INÉS en el centro, y su estatua de pie. En segundo término otros dos sepulcros en la forma que convenga; y en el tercer término y en puesto elevado, el sepulcro y estatua del fundador don Diego Tenorio, en cuya figura remata la perspectiva de los sepulcros. Una pared llena de nichos y lápidas circuye el cua¬dro hasta el horizonte. Dos llorones a cada lado de la tumba de DOÑA INÉS, dispuestos a servir de la manera que a su tiempo exige el juego escénico. Cipreses y flores de todas cla¬ses embellecen la decoración, que no debe tener nada de ho¬rrible. La acción se supone en una tranquila noche de ve¬rano, y alumbrada por una clarísima luna

ESCENA PRIMERA

EL ESCULTOR, disponiéndose a marchar

ESCULTOR. Pues, señor, es cosa hecha: 2540
el alma del buen don Diego
puede, a mi ver, con sosiego
reposar muy satisfecha.
La obra está rematada
con cuanta suntuosidad 2545
su postrera voluntad
dejó al mundo encomendada.
Y ya quisieran, ¡pardiez!,
todos los ricos que mueren
que su voluntad cumplieren 2650
los vivos, como esta vez.
Mas ya de marcharme es hora:
todo corriente lo dejo,
y de Sevilla me alejo
al despuntar de la aurora. 2655
¡Ah! Mármoles que mis manos
pulieron con tanto afán,
mañana os contemplarán
los absortos sevillanos;
y al mirar de este panteón 2660
las gigantes proporciones,
tendrán las generaciones
la nuestra en veneración.
Mas yendo y viniendo días,
se hundirán unas tras otras, 2665
mientras en pie estaréis vosotras,
póstumas memorias mías.
¡Oh! frutos de mis desvelos,
peñas a quien yo animé
y por quienes arrostré 2670
la intemperie de los cielos;
el que forma y ser os dio,
va ya a perderos de vista;
¡velad mi gloria de artista,
pues viviréis más que yo! 2675
Mas ¿quién llega?

ESCENA II

EL ESCULTOR; DON JUAN, que entra embozado

ESCULTOR. Caballero…
JUAN. Dios le guarde.
ESCULTOR. Perdonad,
mas ya es tarde, y…
JUAN. Aguardad
un instante, porque quiero
que me expliquéis…
ESCULTOR. ¿Por acaso 2680
sois forastero?
JUAN. Años ha
que falto de España ya,
y me chocó el ver al paso,
cuando a estas verjas llegué,
que encontraba este recinto 2685
enteramente distinto
de cuando yo le dejé.
ESCULTOR. Yo lo creo; como que esto
era entonces un palacio
y hoy es panteón el espacio 2690
donde aquél estuvo puesto.
JUAN. ¡El palacio hecho panteón!
ESCULTOR. Tal fue de su antiguo dueño
la voluntad, y fue empeño
que dio al mundo admiración. 2695
JUAN. ¡Y, por Dios, que es de admirar!
ESCULTOR. Es una famosa historia,
a la cual debo mi gloria.
JUAN. ¿Me la podréis relatar?
ESCULTOR. Sí; aunque muy sucintamente, 2700
pues me aguardan.
JUAN. Sea.
ESCULTOR. Oíd
la pura verdad.
JUAN. Decid,
que me tenéis impaciente.
ESCULTOR. Pues habitó esta ciudad
y este palacio heredado, 2705
un varón muy estimado
por su noble calidad.
JUAN. Don Diego Tenorio.
ESCULTOR. El mismo.
Tuvo un hijo este don Diego
peor mil veces que el fuego, 2710
un aborto del abismo.
Un mozo sangriento y cruel,
que con tierra y cielo en guerra,
dicen que nada en la tierra
fue respetado por él. 2715
Quimerista, seductor
y jugador con ventura,
no hubo para él segura
vida, ni hacienda, ni honor.
Así le pinta la historia, 2720
y si tal era, por cierto
que obró cuerdamente el muerto
para ganarse la gloria.
JUAN. Pues ¿cómo obró?
ESCULTOR. Dejó entera
su hacienda al que la empleara 2725
en un panteón que asombrara
a la gente venidera.
Mas con condición, que dijo
que se enterraran en él
los que a la mano cruel 2730
sucumbieron de su hijo.
Y mirad en derredor
los sepulcros de los más
de ellos.
JUAN. ¿Y vos sois quizás,
el conserje?
ESCULTOR. El escultor 2735
de estas obras encargado.
JUAN. ¡Ah! ¿Y las habéis concluido?
ESCULTOR. Ha un mes; mas me he detenido
hasta ver ese enverjado
colocado en su lugar; 2740
pues he querido impedir
que pueda el vulgo venir
este sitio a profanar.
JUAN. (Mirando.)
¡Bien empleó sus riquezas
el difunto!
ESCULTOR. ¡Ya lo creo! 2745
Miradle allí.
JUAN. Ya le veo.
ESCULTOR. ¿Le conocisteis?
JUAN. Sí.
ESCULTOR. Piezas
son todas muy parecidas
y a conciencia trabajadas.
JUAN. ¡Cierto que son extremadas! 2750
ESCULTOR. ¿Os han sido conocidas
las personas?
JUAN. Todas ellas.
ESCULTOR. ¿Y os parecen bien?
JUAN. Sin duda,
según lo que a ver me ayuda
el fulgor de las estrellas. 2755
ESCULTOR. ¡Oh! Se ven como de día
con esta luna tan clara.
Ésta es mármol de Carrara. (Señalando a la de DON LUIS.)
JUAN. ¡Buen busto es el de Mejía! (Contempla las es¬tatuas unas tras otras.)
¡Hola! Aquí el comendador 2760
se representa muy bien.
ESCULTOR. Yo quise poner también
la estatua del matador
entre sus víctimas, pero
no pude a manos haber 2765
su retrato… Un Lucifer
dicen que era el caballero
don Juan Tenorio.
JUAN. ¡Muy malo!
Mas como pudiera hablar,
le había algo de abonar 2770
la estatua de don Gonzalo.
ESCULTOR. ¿También habéis conocido
a don Juan?
JUAN. Mucho.
ESCULTOR. Don Diego
le abandonó desde luego
desheredándole.
JUAN. Ha sido 2775
para don Juan poco daño
ése, porque la fortuna
va tras él desde la cuna.
ESCULTOR. Dicen que ha muerto.
JUAN. Es engaño:
vive.
ESCULTOR. ¿Y dónde?
JUAN. Aquí, en Sevilla 2780
ESCULTOR. ¿Y no teme que el furor
popular…?
JUAN. En su valor
no ha echado el miedo semilla.
ESCULTOR. Mas cuando vea el lugar
en que está ya convertido 2785
el solar que suyo ha sido,
no osará en Sevilla estar.
JUAN. Antes ver tendrá a fortuna
en su casa reunidas
personas de él conocidas, 2790
puesto que no odia a ninguna.
ESCULTOR. ¿Creéis que ose aquí venir?
JUAN. ¿Por qué no? Pienso, a mi ver,
que donde vino a nacer
justo es que venga a morir. 2795
Y pues le quitan su herencia
para enterrar a éstos bien,
a él es muy justo también
que le entierren con decencia.
ESCULTOR. Sólo a él le está prohibida 2800
en este panteón la entrada.
JUAN. Trae don Juan muy buena espada,
y no sé quién se lo impida.
ESCULTOR. ¡Jesús! ¡Tal profanación!
JUAN. Hombre es don Juan que, a querer, 2805
volverá el palacio a hacer
encima del panteón.
ESCULTOR. ¿Tan audaz ese hombre es
que aun a los muertos se atreve?
JUAN. ¿Qué respetos gastar debe 2810
con los que tendió a sus pies?
ESCULTOR. ¿Pero no tiene conciencia
ni alma ese hombre?
JUAN. Tal vez no,
que al cielo una vez llamó
con voces de penitencia, 2815
y el cielo, en trance tan fuerte,
allí mismo le metió,
que a dos inocentes dio,
para salvarse, la muerte.
ESCULTOR. ¡Qué monstruo, supremo Dios! 2820
JUAN. Podéis estar convencido
de que Dios no le ha querido.
ESCULTOR. Tal será.
JUAN. Mejor que vos.
ESCULTOR. (¿Y quién será el que a don Juan
abona con tanto brío? ) 2825
Caballero, a pesar mío,
como aguardándome están…
JUAN. Idos, pues, enhorabuena.
ESCULTOR. He de cerrar.
JUAN. No cerréis
y marchaos.
ESCULTOR. ¿Mas no veis…? 2830
JUAN. Veo una noche serena
y un lugar que me acomoda
para gozar su frescura,
y aquí he de estar a mi holgura,
si pesa a Sevilla toda. 2835
ESCULTOR. (¿Si acaso padecerá
de locura desvaríos?)
JUAN. (Dirigiéndose a las estatuas.)
Ya estoy aquí, amigos míos.
ESCULTOR. ¿No lo dije? Loco está.
JUAN. Mas, ¡cielos, qué es lo que veo! 2840
O es ilusión de mi vista,
o a doña Inés el artista
aquí representa, creo.
ESCULTOR. Sin duda.
JUAN. ¿También murió?
ESCULTOR. Dicen que de sentimiento 2845
cuando de nuevo al convento
abandonada volvió
por don Juan.
JUAN. ¿Y yace aquí?
ESCULTOR. Sí.
JUAN. ¿La visteis muerta vos?
ESCULTOR. Sí.
JUAN. ¿Cómo estaba?
ESCULTOR. ¡Por Dios, 2850
que dormida la creí!
La muerte fue tan piadosa
con su cándida hermosura
que la envió con la frescura
y las tintas de la rosa. 2855
JUAN. ¡Ah! Mal la muerte podría
deshacer con torpe mano
el semblante soberano
que un ángel envidiaría.
¡Cuán bella y cuán parecida 2860
su efigie en el mármol es!
¡Quién pudiera, doña Inés,
volver a darte la vida!
¿Es obra del cincel vuestro?
ESCULTOR. Como todas las demás. 2865
JUAN. Pues bien merece algo más
un retrato tan maestro. Tomad.
ESCULTOR. ¿Qué me dais aquí?
JUAN. ¿No lo veis?
ESCULTOR. Mas…, caballero,
¿por qué razón…?
JUAN. Porque quiero 2870
yo que os acordéis de mí.
ESCULTOR. Mirad que están bien pagadas.
JUAN. Así lo estarán mejor.
ESCULTOR. Mas vamos de aquí, señor,
que aún las llaves entregadas 2875
no están, y al salir la aurora
tengo que partir de aquí.
JUAN. Entregádmelas a mí,
y marchaos desde ahora.
ESCULTOR. ¿A vos?
JUAN. A mí: ¿Qué dudáis? 2880
ESCULTOR. Como no tengo el honor…
JUAN. Ea, acabad, escultor.
ESCULTOR. Si el nombre al menos que usáis
supiera…
JUAN. ¡Viven los cielos!
Dejad a don Juan Tenorio 2885
velar el lecho mortuorio
en que duermen sus abuelos.
ESCULTOR. ¡Don Juan Tenorio!
JUAN. Yo soy.
Y si no me satisfaces,
compañía juro que haces 2890
a tus estatuas desde hoy.
ESCULTOR. (Alargándole las llaves.)
Tomad. (No quiero la piel
dejar aquí entre sus manos.
Ahora, que los sevillanos
se las compongan con él.) (Vase.) 2895

ESCENA III

DON JUAN

Mi buen padre empleó en esto
entera la hacienda mía:
hizo bien: yo al otro día
la hubiera a una carta puesto.
No os podéis quejar de mí, 2900
vosotros a quien maté;
si buena vida os quité,
buena sepultura os di.
¡Magnífica es, en verdad,
la idea de tal panteón! 2905
Y.. siento que el corazón
me halaga esta soledad.
¡Hermosa noche…! ¡Ay de mí!
¡Cuántas como ésta tan puras,
en infames aventuras 2910
desatinado perdí!
¡Cuántas, al mismo fulgor
de esa luna transparente,
arranqué a algún inocente
la existencia o el honor! 2915
Sí, después de tantos años
cuyos recuerdos me espantan,
siento que en mí se levantan
pensamientos en mí extraños.
¡Oh! Acaso me los inspira 2920
desde el cielo, en donde mora,
esa sombra protectora
que por mi mal no respira.
(Se dirige a la estatua de DOÑA INÉS, hablán¬dola con respeto.)
Mármol en quien doña Inés
en cuerpo sin alma existe, 2925
deja que el alma de un triste
llore un momento a tus pies.
De azares mil a través
conservé tu imagen pura,
y pues la mala ventura 2930
te asesinó de don Juan,
contempla con cuánto afán
vendrá hoy a tu sepultura.
En ti nada más pensó
desde que se fue de ti; 2935
y desde que huyó de aquí,
sólo en volver meditó.
Don Juan tan sólo esperó
de doña Inés su ventura,
y hoy, que en pos de su hermosura 2940
vuelve el infeliz don Juan,
mira cuál será su afán
al dar con tu sepultura.
Inocente doña Inés,
cuya hermosa juventud 2945
encerró en el ataúd
quien llorando está a tus pies;
si de esa piedra a través
puedes mirar la amargura
del alma que tu hermosura 2950
adoró con tanto afán,
prepara un lado a don Juan
en tu misma sepultura.
Dios te crió por mi bien,
por ti pensé en la virtud, 2955
adoré su excelsitud,
y anhelé su santo Edén.
Sí; aún hoy mismo en ti también
mi esperanza se asegura,
que oigo una voz que murmura 2960
en derredor de don Juan
palabras con que su afán
se calma en tu sepultura.
¡Oh, doña Inés de mi vida!
Si esa voz con quien deliro 2965
es el postrimer suspiro
de tu eterna despedida;
si es que de ti desprendida
llega esa voz a la altura,
y hay un Dios tras esa anchura 2970
por donde los astros van,
dile que mire a don Juan
llorando en tu sepultura.
(Se apoya en el sepulcro, ocultando el rostro; y mientras se conserva en esta postura, un vapor que se levanta del sepulcro oculta la estatua de DOÑA INÉS. Cuando el vapor se desvanece, la estatua ha desaparecido. DON JUAN sale de su enajenamiento. )
Este mármol sepulcral
adormece mi vigor, 2975
y sentir creo en redor
un ser sobrenatural.
Mas… ¡cielos! ¡El pedestal
no mantiene su escultura!
¿Qué es esto? ¿Aquella figura 2980
2980 fue creación de mi afán?

ESCENA IV

(El llorón y las flores de la izquierda del sepul¬cro de DOÑA INÉS se cambian en una aparien¬cia, dejando ver dentro de ella, y en medio de resplandores, LA SOMBRA de DOÑA INÉS.)

DON JUAN, LA SOMBRA DE DOÑA INÉS

SOMBRA. No; mi espíritu, don Juan,
te aguardó en mi sepultura.
JUAN. (De rodillas.)
¡Doña Inés! Sombra querida,
alma de mi corazón, 2985
¡no me quites la razón
si me has de dejar la vida!
Si eres imagen fingida,
sólo hija de mi locura,
no aumentes mi desventura 2990
burlando mi loco afán.
SOMBRA. Yo soy doña Inés, don Juan,
que te oyó en su sepultura.
JUAN. ¿Conque vives?
SOMBRA. Para ti;
mas tengo mi purgatorio 2995
en ese mármol mortuorio
que labraron para mí.
Yo a Dios mi alma ofrecí
en precio de tu alma impura,
y Dios, al ver la ternura 3000
con que te amaba mi afán,
me dijo: «Espera a don Juan
en tu misma sepultura.
Y pues quieres ser tan fiel
a un amor de Satanás, 3005
con don Juan te salvarás,
o te perderás con él.
Por él vela: mas si cruel
te desprecia tu ternura,
y en su torpeza y locura 3010
sigue con bárbaro afán,
llévese tu alma don Juan
de tu misma sepultura».
JUAN. (Fascinado.)
¡Yo estoy soñando quizás
con las sombras de un Edén! 3015
SOMBRA. No: y ve que si piensas bien,
a tu lado me tendrás;
mas si obras mal, causarás
nuestra eterna desventura.
Y medita con cordura 3020
que es esta noche, don Juan,
el espacio que nos dan
para buscar sepultura.
Adiós, pues; y en la ardua lucha
en que va a entrar tu existencia, 3025
de tu dormida conciencia
la voz que va alzarse escucha;
porque es de importancia mucha
meditar con sumo tiento
la elección de aquel momento 3030
que, sin poder evadirnos,
al mal o al bien ha de abrirnos
la losa del monumento.
(Ciérrase la apariencia; desaparece DOÑA INÉS, y todo queda como al principio del acto, menos la estatua de DOÑA INÉS que no vuelve a su lu¬gar. DON JUAN queda atónito.)

ESCENA V

DON JUAN

JUAN. ¡Cielos! ¿Qué es lo que escuché?
¡Hasta los muertos así 3035
dejan sus tumbas por mí!
Mas sombra, delirio fue.
Yo en mi mente la forjé;
la imaginación le dio
la forma en que se mostró, 3040
y ciego vine a creer
en la realidad de un ser
que mi mente fabricó.
Mas nunca de modo tal
fanatizó mi razón 3045
mi loca imaginación
con su poder ideal.
Sí, algo sobrenatural
vi en aquella doña Inés
tan vaporosa, a través 3050
aun de esa enramada espesa;
mas… ¡bah!, circunstancia es ésa
que propia de sombras es.
¿Qué más diáfano y sutil
que la quimera de un sueño? 3055
¿Dónde hay nada más risueño,
más flexible y más gentil?
¿Y no pasa veces mil
que, en febril exaltación,
ve nuestra imaginación 3060
como ser y realidad
la vacía vanidad
de una anhelada ilusión?
¡Sí, por Dios, delirio fue!
Mas su estatua estaba aquí. 3065
Sí, yo la vi y la toqué,
y aun en albricias le di
al escultor no sé qué.
¡Y ahora sólo el pedestal
veo en la urna funeral! 3070
¡Cielos! Lamente me falta,
o de improviso me asalta
algún vértigo infernal.
¿Qué dijo aquella visión?
¡Oh! Yo lo oí claramente, 3075
y su voz triste y doliente
resonó en mi corazón.
¡Ah! ¡Y breves las horas son
del plazo que nos augura!
No, no: ¡de mi calentura 3080
delirio insensato es!
Mi fiebre fue a doña Inés
quien abrió la sepultura.
¡Pasad y desvaneceos;
pasad, siniestros vapores 3085
de mis perdidos amores
y mis fallidos deseos!
¡Pasad, vamos devaneos
de un amor muerto al nacer;
no me volváis a traer 3090
entre vuestro torbellino,
ese fantasma divino
que recuerda una mujer!
¡Ah! ¡Estos sueños me aniquilan,
mi cerebro se enloquece… 3095
y esos mármoles parece
que estremecidos vacilan!
(Las estatuas se mueven lentamente y vuelven la cabeza hacia él.)
Sí, sí; ¡sus bustos oscilan,
su vago contorno medra… !
Pero don Juan no se arredra: 3100
¡alzaos, fantasmas vanos,
y os volveré con mis manos
a vuestros lechos de piedra!
No, no me causan pavor
vuestros semblantes esquivos;
jamás, ni muertos ni vivos,
humillaréis mi valor.
Yo soy vuestro matador
como al mundo es bien notorio;
si en vuestro alcázar mortuorio
me aprestáis venganza fiera,
daos prisa; aquí os espera
otra vez don Juan Tenorio.

ESCENA VI

DON JUAN, EL CAPITÁN CENTELLAS, AVELLANEDA

CENTE. (Dentro.)
¿Don Juan Tenorio?
JUAN. (Volviendo en sí.)
¿Qué es eso?
¿Quién me repite mi nombre? 3115
AVELLA. (Saliendo.)
¿Veis a alguien? (A CENTELLA.)
CENTE. (ídem.)
Sí, allí hay un hombre.
JUAN. ¿Quién va?
AVELLA. Él es.
CENTE. (Yéndose a DON JUAN.)
Yo pierdo el seso
con la alegría. ¡Don Juan!
AVELLA. ¡Señor Tenorio!
JUAN. ¡Apartaos,
vanas sombras!
CENTE. Reportaos, 3120
señor don Juan… Los que están
en vuestra presencia ahora,
no son sombras, hombres son,
y hombres cuyo corazón
vuestra amistad atesora. 3125
A la luz de las estrellas
os hemos reconocido,
y un abrazo hemos venido a daros.
JUAN. Gracias, Centellas.
CELATE. Mas ¿qué tenéis? ¡Por mi vida 3130
que os tiembla el brazo, y está
vuestra faz descolorida!
JUAN. (Recobrando su aplomo.)
La luna tal vez lo hará.
AVELLA. Mas, don Juan, ¿qué hacéis aquí?
¿Este sitio conocéis? 3135
JUAN. ¿No es un panteón?
CELATE. ¿Y sabéis
a quién pertenece?
JUAN. A mí:
mirad a mi alrededor,
y no veréis más que amigos
de mi niñez, o testigos 3140
de mi audacia y mi valor.
CELATE. Pero os oímos hablar:
¿con quién estabais?
JUAN. Con ellos.
CELATE. ¿Venís aún a escamecellos?
JUAN. No, los vengo a visitar. 3145
Mas un vértigo insensato
la mente me asaltó,
un momento me turbó;
y a fe que me dio mal rato.
Esos fantasmas de piedra 3150
me amenazaban tan fieros,
que a mí acercado a no haberos
pronto…
CELATE. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! ¿Os arredra,
don Juan, como a los villanos
el temor de los difuntos? 3155
JUAN. No a fe; contra todos juntos
tengo aliento y tengo manos.
Si volvieran a salir
de las tumbas en que están,
a las manos de don Juan 3160
volverían a morir.
Y desde aquí en adelante
sabed, señor capitán,
que yo soy siempre don Juan,
y no hay cosa que me espante. 3165
Un vapor calenturiento
un punto me fascinó,
Centellas, mas ya pasó:
cualquiera duda un momento.
AVELLA.
CELATE. Es verdad.

JUAN. Vamos de aquí. 3170
CELATE. Vamos, y nos contaréis
cómo a Sevilla volvéis
tercera vez.
JUAN. Lo haré así,
si mi historia os interesa:
y a fe que oírse merece, 3175
aunque mejor me parece
que la oigáis de sobremesa.
¿No opináis…?
AVELLA.
CENTE. Como gustéis.

JUAN. Pues bien: cenaréis conmigo
y en mi casa.
CENTE. Pero digo, 3180
¿es cosa de que dejéis
algún huésped por nosotros?
¿No tenéis gato encerrado?
JUAN. ¡Bah! Si apenas he llegado:
no habrá allí más que vosotros 3185
esta noche.
CENTE. ¿Y no hay tapada
a quien algún plantón demos?
JUAN. Los tres solos cenaremos.
Digo, si de esta jornada
no quiere igualmente ser 3190
alguno de éstos. (Señalando a las estatuas de los sepulcros.)
CENTE. Don Juan,
dejad tranquilos yacer
a los que con Dios están.
JUAN. ¡Hola! ¿Parece que vos
sois ahora el que teméis, 3195
y mala cara ponéis
a los muertos? Mas, ¡por Dios
que ya que de mí os burlasteis
cuando me visteis así,
en lo que penda de mí 3200
os mostraré cuánto errasteis!
Por mí, pues, no ha de quedar:
y a poder ser, estad ciertos
que cenaréis con los muertos,
y os los voy a convidar. 3205
AVELLA. Dejaos de esas quimeras.
JUAN. ¿Duda en mi valor ponerme,
cuando hombre soy para hacerme
platos de sus calaveras?
Yo, a nada tengo pavor. (Dirigiéndose a LA ES¬TATUA de DON GONZALO, que es la que tiene más cerca.) 3210
Tú eres el más ofendido;
mas si quieres, te convido
a cenar, comendador.
Que no lo puedas hacer
creo, y es lo que me pesa; 3215
mas, por mi parte, en la mesa
te haré un cubierto poner.
Y a fe que favor me harás,
pues podré saber de ti
si hay más mundo que el de aquí, 3220
y otra vida, en que jamás,
a decir verdad, creí.
CENTE. Don Juan, eso no es valor;
locura, delirio es.
JUAN. Como lo juzguéis mejor: 3225
yo cumplo así. Vamos, pues.
Lo dicho, comendador.

ACTOSEGUNDO

La estatua de don Gonzalo

PERSONAS

DON JUAN, CENTELLAS, AVELLANEDA, LA SOMBRA DE DOÑA INÉS, LA ESTATUA DE DON GONZALO, UN PAJE

Aposento de DON JUAN TENORIO. Dos puertas en el fondo a derecha e izquierda, preparadas para el juego escénico del acto. Otra puerta en el bastidor que cierra la decoración por la izquierda. Ventana en el de la derecha. Al alzarse el telón están sentados a la mesa DON JUAN, CENTELLAS y AVELLA¬NEDA. La mesa ricamente servida: el mantel cogido con guirnaldas de flores, etc. En frente del espectador, DON JUAN, y a su izquierda AVELLANEDA, en el lado izquierdo de la mesa, CENTELLAS, y en el de enfrente de éste, una silla y un cubierto desocupados

ESCENA PRIMERA

DON JUAN, EL CAPITÁN CENTELLAS, AVELLANEDA, CIUTTI, UN PAJE

JUAN. Tal es mi historia, señores:
pagado de mi valor,
quiso el mismo emperador 3230
dispensarme sus favores.
Y aunque oyó mi historia entera,
dijo: «Hombre de tanto brío
merece el amparo mío;
vuelva a España cuando quiera». 3235
Y heme aquí en Sevilla ya.
CELATE. ¡Y con qué lujo y riqueza!
JUAN. Siempre vive con grandeza
quien hecho a grandeza está.
CELATE. A vuestra vuelta.
JUAN. Bebamos. 3240
CELATE. Lo que no acierto a creer
es cómo, llegando ayer,
ya establecido os hallamos.
JUAN. Fue el adquirirme, señores,
tal casa con tal boato 3245
porque se vendió a barato
para pago de acreedores.
Y como al llegar aquí
desheredado me hallé,
tal como está la compré. 3250
CELATE. ¿Amueblada y todo?
JUAN. Sí.
Un necio que se arruinó
por una mujer, vendióla.
CELATE. ¿Y vendió la hacienda sola?
JUAN. Y el alma al diablo.
CELATE. ¿Murió? 3255
JUAN. De repente: y la justicia,
que iba a hacer de cualquier modo
pronto despacho de todo,
viendo que yo su codicia
saciaba, pues los dineros 3260
ofrecía dar al punto,
cedióme el caudal por junto
y estafó a los usureros.
CENTE. Y la mujer, ¿qué fue de ella?
JUAN. Un escribano la pista 3265
la siguió, pero fue lista
y escapó.
CENTE. ¿Moza?
JUAN. Y muy bella.
CENTE. Entrar hubiera debido
en los muebles de la casa.
JUAN. Don Juan Tenorio no pasa 3270
moneda que se ha perdido.
Casa y bodega he comprado,
dos cosas que, no os asombre,
pueden bien hacer a un hombre
vivir siempre acompañado; 3275
como lo puede mostrar
vuestra agradable presencia,
que espero que con frecuencia
me hagáis ambos disfrutar.
CENTE. Y nos haréis honra inmensa. 3280
JUAN. Y a mí vos. ¡Ciutti!
CIUTTI. ¿Señor?
JUAN. Pon vino al comendador. (Señalando el vaso del puesto vacío.)
AVELLA. Don Juan, ¿aún en eso piensa
vuestra locura?
JUAN. ¡Sí, a fe!
Que si él no puede venir, 3285
de mí no podréis decir
que en ausencia no le honré.
GENTE. ¡Ja, ja, ja! Señor Tenorio,
creo que vuestra cabeza
va menguando en fortaleza. 3290
JUAN. Fuera en mí contradictorio,
y ajeno de mi hidalguía,
a un amigo convidar
y no guardarle el lugar
mientras que llegar podría. 3295
Tal ha sido mi costumbre
siempre, y siempre ha de ser ésa;
y el mirar sin él la mesa
me da, en verdad, pesadumbre.
Porque si el comendador 3300
es, difunto, tan tenaz
como vivo, es muy capaz
de seguirnos el humor.
CENTE. Brindemos a su memoria,
y más en él no pensemos. 3305
JUAN. Sea.
CENTE. Brindemos.
AVELLA.
JUAN. Brindemos.

CENTE. A que Dios le dé su gloria.
JUAN. Mas yo, que no creo que haya
más gloria que esta mortal,
no hago mucho en brindis tal; 3310
mas por complaceros, ¡vaya!
Y brindo a Dios que te dé
la gloria, comendador.
(Mientras beben se oye lejos un aldabonazo, que se supone dado en la puerta de la calle.)
Mas ¿llamaron?
CIUTTI. Sí, señor.
JUAN. Ve quién.
CIUTTI. (Asomando por la ventana.)
A nadie se ve. 3315
¿Quién va allá? Nadie responde.
CENTE. Algún chusco.
AVELLA. Algún menguado
que al pasar habrá llamado
sin mirar siquiera dónde.
JUAN. (A CIUTTI.)
Pues cierra y sirve licor. 3320
(Llaman otra vez más recio.)
Mas ¿llamaron otra vez?
CIUTTL. Sí.
JUAN. Vuelve a mirar.
CIUTTI. ¡Pardiez! A nadie veo, señor.
JUAN. ¡Pues, por Dios, que del bromazo
quien es no se ha de alabar! 3325
Ciutti, si vuelve a llamar
suéltale un pistoletazo.
(Llaman otra vez, y se oye un poco más cerca.)
¿Otra vez?
CIUTTI. ¡Cielos!
AVELLA.
¿Qué pasa?
CENTE.

CIUTTI. Que esa aldabada postrera
ha sonado en la escalera, 3330
no en la puerta de la casa.
CENTE. ¿Qué dices? (Levantándose asombrados.)
AVELLA.

CIUTTI. Digo lo cierto
nada más: dentro han llamado
de la casa.
JUAN. ¿Qué os ha dado?
¿Pensáis ya que sea el muerto? 3335
Mis armas cargué con bala:
Ciutti, sal a ver quién es.
(Vuelven a llamar más cerca.)
AVELLA. ¿Oísteis?
CIUTTL. ¡Por San Ginés,
que eso ha sido en la antesala!
JUAN. ¡Ah! Ya lo entiendo; me habéis 3340
vosotros mismos dispuesto
esta comedia, supuesto
que lo del muerto sabéis.
AVELLA. Yo os juro, don Juan…
CENTE. Y yo.
JUAN. ¡Bah! Diera en ello el más topo, 3345
y apuesto a que ese galopo
los medios para ello dio.
AVELLA. Señor don Juan, escondido
algún misterio hay aquí.
(Vuelven a llamar más cerca.)
CENTE. ¡Llamaron otra vez!
CIUTTI. Sí; 3350
y ya en el salón ha sido.
JUAN. ¡Ya! Mis llaves en manojo
habréis dado a la fantasma,
y que entre así no me pasma;
mas no saldrá a vuestro antojo, 3355
ni me han de impedir cenar
vuestras farsas desdichadas. (Se levanta, y corre los cerrojos de las puertas del fondo, volviendo a su lugar.)
Ya están las puertas cerradas:
ahora el coco, para entrar,
tendrá que echarlas al suelo, 3360
y en el punto que lo intente,
que con los muertos se cuente,
y apele después al cielo.
CELATE. ¡Qué diablos! Tenéis razón.
JUAN. ¿Pues no temblabais?
CELATE. Confieso 3365
que en tanto que no di en eso,
tuve un poco de aprensión.
JUAN. ¿Declaráis, pues, vuestro enredo?
AVELLA. Por mi parte, nada sé.
CELATE. Ni yo.
JUAN. Pues yo volveré 3370
contra el inventor el miedo.
Mas sigamos con la cena;
vuelva cada uno a su puesto,
que luego sabremos de esto.
AVELLA. Tenéis razón.
JUAN. (Sirviendo a CENTELLAS.)
Cariñena: 3375
sé que os gusta, capitán.
CELATE. Como que somos paisanos.
JUAN. (A AVELLANEDA, sirviéndole de otra botella.)
Jerez a los sevillanos,
don Rafael.
AVELLA. Habéis, don Juan,
dado a entrambos por el gusto; 3380
¿mas con cuál brindaréis vos?
JUAN. Yo haré justicia a los dos.
CELATE. Vos siempre estáis en lo justo.
JUAN. Sí, a fe; bebamos.
AVELLA.
Bebamos.
CELATE.

(Llaman a la misma puerta de la escena, fondo derecha.)
JUAN. Pesada me es ya la broma, 3385
mas veremos quién asoma
mientras en la mesa estamos.
(A CIUTTI, que se manifiesta asombrado.)
¿Y qué haces tú ahí, bergante?
¡Listo! Trae otro manjar:
(Vase CIUTTI.)
mas me ocurre en este instante 3390
que nos podemos mofar
de los de afuera, invitándoles
a probar su sutileza,
entrándose hasta esta pieza
y sus puertas no franqueándoles. 3395
AVELLA. Bien dicho.
CELATE. Idea brillante.
(Llaman fuerte, fondo derecha.)
JUAN. ¡Señores! ¿A qué llamar?
Los muertos se han de filtrar
por la pared; adelante.
(La ESTATUA DE DON GONZALO pasa por la puerta sin abrirla, y sin hacer ruido.)

ESCENA II

DON JUAN, CENTELLAS, AVELLANEDA, LA ESTATUA DE DON GONZALO

CELATE. ¡Jesús!
AVELLA. ¡Dios mío!
JUAN. ¡Qué es esto! 3400
AVELLA. Yo desfallezco. (Cae desvanecido.)
CELATE. Yo expiro. (Cae lo mismo.)
JUAN. ¡Es realidad, o delirio!
Es su figura…, su gesto.
ESTATUA. ¿Por qué te causa pavor
quien convidado a tu mesa 3405
viene por ti?
JUAN. ¡Dios! ¿No es ésa
la voz del comendador?
ESTATUA. Siempre supuse que aquí
no me habías de esperar.
JUAN. Mientes, porque hice arrimar 3410
esa silla para ti.
Llega, pues, para que veas
que aunque dudé en un extremo
de sorpresa, no te temo,
aunque el mismo Ulloa seas. 3415
ESTATUA. ¿Aún lo dudas?
JUAN. No lo sé.
ESTATUA. Pon, si quieres, hombre impío,
tu mano en el mármol frío
de mi estatua.
JUAN. ¿Para qué?
Me basta oírlo de ti: 3420
cenemos, pues; mas te advierto…
ESTATUA. ¿Qué?
JUAN. Que si no eres el muerto,
no vas a salir de aquí.
¡Eh! Alzad. (A CENTELLAS y AVELLANEDA.)
ESTATUA. No pienses, no
que se levanten, don Juan; 3425
porque en sí no volverán
hasta que me ausente yo.
Que la divina clemencia
del Señor para contigo,
no requiere más testigo 3430
que tu juicio y tu conciencia.
Al sacrílego convite
que me has hecho en el panteón,
para alumbrar tu razón
Dios asistir me permite. 3435
Y heme que vengo en su nombre
a enseñarte la verdad;
y es: que hay una eternidad
tras de la vida del hombre.
Que numerados están 3440
los días que has de vivir,
y que tienes que morir
mañana mismo, don Juan.
Mas como esto que a tus ojos
está pasando, supones 3445
ser del alma aberraciones
y de la aprensión antojos,
Dios, en su santa clemencia,
te concede todavía,
don Juan, hasta el nuevo día 3450
para ordenar tu conciencia.
Y su justicia infinita
porque conozcas mejor,
espero de tu valor
que me pagues la visita. 3455
¿Irás, don Juan?
JUAN. Iré, sí;
mas me quiero convencer
de lo vago de tu ser
antes que salgas de aquí. (Coge una pistola.)
ESTATUA. Tu necio orgullo delira, 3460
don Juan: los hierros más gruesos
y los muros más espesos
se abren a mi paso: mira.
(Desaparece LA ESTA¬TUA sumiéndose por la pared.)

ESCENA III

DON JUAN, AVELLANEDA, CENTELLAS

JUAN. ¡Cielos! ¡Su esencia se trueca,
el muro hasta penetrar, 3465
cual mancha de agua que seca
el ardor canicular!
¿No me dijo: «El mármol toca
de mi estatua»? ¿Cómo, pues,
se desvanece una roca? 3470
¡Imposible! Ilusión es.
Acaso su antiguo dueño
mis cubas envenenó,
y el licor tan vano ensueño
en mi mente levantó. 3475
¡Mas si éstas que sombras creo
espíritus reales son,
que por celestial empleo
llaman a mi corazón!,
entonces, para que iguale 3480
su penitencia don Juan
con sus delitos, ¿qué vale
el plazo ruin que le dan?
¡Dios me da tan sólo un día…!
Si fuese Dios en verdad, 3485
a más distancia pondría
su aviso y mi eternidad.
«Piensa bien que al lado tuyo
me tendrás…», dijo de Inés
la sombra, y si bien arguyo, 3490
pues no la veo, sueño es.
(Transparéntase en la pared LA SOMBRA DE DOÑA INÉS.)

ESCENA IV

DON JUAN, LA SOMBRA DE DOÑA INÉS; CENTELLAS y AVELLANEDA, dormidos

SOMBRA. Aquí estoy.
JUAN. ¡Cielos!
SOMBRA. Medita
lo que al buen Comendador
has oído, y ten valor
para acudir a su cita. 3495
Un punto se necesita
para morir con ventura;
elígele con cordura,
porque mañana, don Juan,
nuestros cuerpos dormirán 3500
en la misma sepultura.
(Desaparece LA SOMBRA.)

ESCENA V

DON JUAN, CENTELLAS, AVELLANEDA

JUAN. Tente, doña Inés, espera;
y si me amas en verdad,
hazme al fin la realidad
distinguir de la quimera. 3505
Alguna más duradera
señal dame, que segura
me pruebe que no es locura
lo que imagina mi afán,
para que baje don Juan 3510
tranquilo a la sepultura.
Mas ya me irrita, por Dios,
el verme siempre burlado,
corriendo desatentado
siempre de sobras en pos.
¡Oh! Tal vez todo esto ha sido 3515
por estos dos preparado,
y mientras se ha ejecutado,
su privación han fingido.
Mas, por Dios, que si es así, 3520
se han de acordar de don Juan.
¡Eh!, don Rafael, capitán.
Ya basta: alzaos de ahí. (DON JUAN mueve a CENTELLAS y a AVELLANEDA, que se levantan como quien vuelve de un profundo sueño.)
CELATE. ¿Quién va?
JUAN. Levantad.
AVELLA. ¿Qué pasa?
¡Hola, sois vos!
CELATE. ¿Dónde estamos? 3525
JUAN. Caballeros, claros vamos.
Yo os he traído a mi casa,
y temo que a ella al venir,
con artificio apostado
habéis, sin duda, pensado, 3530
a costa mía reír:
mas basta ya de ficción,
y concluid de una vez.
CELATE. Yo no os entiendo.
AVELLA. ¡Pardiez!
Tampoco yo.
JUAN. En conclusión, 3535
¿nada habéis visto ni oído?
CELATE.
¿De qué?

AVELLA.
JUAN. No forjáis ya más.
CELATE. Yo no he fingido jamás,
señor don Juan.
JUAN. ¡Habrá sido
realidad! ¿Contra Tenorio 3540
las piedras se han animado,
y su vida han acotado
con plazo tan perentorio?
Hablad, pues, por compasión.
CELATE. ¡Voto va Dios! ¡Ya comprendo 3545
lo que pretendéis!
JUAN. Pretendo
que me deis una razón
de lo que ha pasado aquí,
señores, o juro a Dios
que os haré ver a los dos 3550
que no hay quien me burle a mí.
CENTE. Pues ya que os formalizáis,
don Juan, sabed que sospecho
que vos la burla habéis hecho
de nosotros.
JUAN. ¡Me insultáis! 3555
CENTE. No, por Dios; mas si cerrado
seguís en que aquí han venido
fantasmas, lo sucedido
oíd cómo me he explicado.
Yo he perdido aquí del todo 3560
los sentidos, sin exceso
de ninguna especie, y eso
lo entiendo yo de este modo.
JUAN. A ver, decídmelo, pues.
CENTE. Vos habéis compuesto el vino, 3565
semejante desatino
para encajarnos después.
JUAN. ¡Centellas!
CENTE. Vuestro valor
al extremo por mostrar,
convidasteis a cenar 3570
con vos al Comendador.
Y para poder decir
que a vuestro convite exótico
asistió, con un narcótico
nos habéis hecho dormir. 3575
Si es broma, puede pasar;
mas a ese extremo llevada,
ni puede probaros nada,
ni os la hemos de tolerar.
AVELLA. Soy de la misma opinión. 3580
JUAN. ¡Mentís!
CENTE. Vos.
JUAN. Vos, capitán.
CENTE. Esa palabra, don Juan…
JUAN. La he dicho de corazón.
Mentís; no son a mis bríos
menester falsos portentos, 3585
porque tienen mis alientos
su mejor prueba en ser míos.
AVELLA.
Veamos. (Ponen mano a las espadas.)

CENTE.
JUAN. Poned a tasa
vuestra furia, y vamos fuera,
no piense después cualquiera 3590
que os asesiné en mi casa.
AVELLA. Decís bien…, mas somos dos.
CENTE. Reñiremos, si os fiáis,
el uno del otro en pos.
JUAN. O los dos, como queráis. 3595
CENTE. ¡Villano fuera, por Dios!
Elegid uno, don Juan,
por primero.
JUAN. Sedlo vos.
CENTE. Vamos.
JUAN. Vamos, capitán.

ACTO TERCERO

Misericordia de Dios, y apoteosis del Amor

PERSONAS

DON JUAN, DOÑA INÉS, LA ESTATUA DE DON GONZALO, SOMBRAS, ESTATUAS, ESPECTROS, ÁNGELES

Panteón de la familia Tenorio. Como estaba en el acto pri¬mero de la Segunda Parte, menos las estatuas de DOÑA INÉS y de DON GONZALO, que no están en su lugar

ESCENA PRIMERA

DON JUAN, embozado y distraído, entra en la escena lentamente

JUAN. Culpa mía no fue; delirio insano 3600
me enajenó la mente acalorada.
Necesitaba víctimas mi mano
que inmolar a mi fe desesperada,
y al verlos en mitad de mi camino,
presa les hice allí de mi locura. 3605
¡No fui yo, vive Dios!, ¡fue su destino!
Sabían mi destreza y mi ventura.
¡Oh! Arrebatado el corazón me siento
por vértigo infernal…, mi alma perdida
va cruzando el desierto de la vida 3610
cual hoja seca que arrebata el viento.
Dudo…, temo…, vacilo…, en mi cabeza
siento arder un volcán…, muevo la planta
sin voluntad, y humilla mi grandeza
un no sé qué de grande que me espanta. 3615
(Un momento de pausa.)
¡Jamás mi orgullo concibió que hubiere
nada más que el valor…! Que se aniquila
el alma con el cuerpo cuando muere
creí…, mas hoy mi corazón vacila.
¡Jamás creí en fantasmas…! ¡Desvaríos! 3620
Mas del fantasma aquel, pese a mi aliento,
los pies de piedra caminando siento,
por doquiera que voy, tras de los míos.
¡Oh! Y me trae a este sitio irresistible,
misterioso poder…
(Levanta la cabeza y ve que no está en su pedes¬tal LA ESTATUA DE DON GONZALO.)
¡Pero qué veo! 3625
¡Falta de allí su estatua…! Sueño horrible,
déjame de una vez… No, no te creo.
Sal, huye de mi mente fascinada,
fatídica ilusión…, estás en vano
con pueriles asombros empeñada 3630
en agotar mi aliento sobrehumano.
Si todo es ilusión, mentido sueño,
nadie me ha de aterrar con trampantojos;
si es realidad, querer es necio empeño
aplacar de los cielos los enojos. 3635
No: sueño o realidad, del todo anhelo
vencerle o que me venza; y si piadoso
busca tal vez mi corazón el cielo,
que le busque más franco y generoso.
La efigie de esa tumba me ha invitado 3640
a venir a buscar prueba más cierta
de la verdad en que dudé obstinado…
Heme aquí, pues: Comendador, despierta.
(Llama al sepulcro del Comendador. Este se¬pulcro se cambia en una mesa que parodia ho¬rriblemente la mesa en que cenaron en el acto anterior DON JUAN, CENTELLAS y AVELLA¬NEDA. En vez de las guirnaldas que cogían en pabellones sus manteles, de sus flores y lujoso servicio, culebras, huesos y fuego, etcétera. [A gusto del pintor.] Encima de esta mesa apa¬rece un plato de ceniza, una copa de fuego y un reló de arena. Al cambiarse este sepulcro, todos los demás se abren y dejan paso a las osamentas de las personas que se suponen en¬terradas en ellos, envueltas en sus sudarios. Sombras, espectros y espíritus pueblan el fondo de la escena. La tumba de DOÑA INÉS permanece.)

ESCENA II

DON JUAN, LA ESTATUA DE DON GONZALO, LAS SOMBRAS

ESTATUA. Aquí me tienes, don Juan,
y he aquí que vienen conmigo 3645
los que tu eterno castigo
de Dios reclamando están.
JUAN. ¡Jesús!
ESTATUA. ¿Y de qué te alteras,
si nada hay que a ti te asombre,
y para hacerte eres hombre 3650
platos con sus calaveras?
JUAN. ¡Ay de mí!
ESTATUA. Qué, ¿el corazón
te desmaya?
JUAN. No lo sé;
concibo que me engañé; 3655
no son sueños…, ¡ellos son! (Mirando a los es¬pectros.)
Pavor jamás conocido
el alma fiera me asalta,
y aunque el valor no me falta,
me va faltando el sentido.
ESTATUA. Eso es, don Juan, que se va 3660
concluyendo tu existencia,
y el plazo de tu sentencia
está cumpliéndose ya.
JUAN. ¡Qué dices!
ESTATUA. Lo que hace poco
que doña Inés te avisó, 3665
lo que te he avisado yo,
y lo que olvidaste loco.
Mas el festín que me has dado
debo volverte, y así
llega, don Juan, que yo aquí 3670
cubierto te he preparado.
JUAN. ¿Y qué es lo que ahí me das?
ESTATUA. Aquí fuego, allí ceniza.
JUAN. El cabello se me eriza.
ESTATUA. Te doy lo que tú serás. 3675
JUAN. ¡Fuego y ceniza he de ser!
ESTATUA. Cual los que ves en redor:
en eso para el valor,
la juventud y el poder.
JUAN. Ceniza, bien; ¡pero fuego! 3680
ESTATUA. El de la ira omnipotente,
do arderás eternamente
por tu desenfreno ciego.
JUAN. ¿Conque hay otra vida más
y otro mundo que el de aquí? 3685
¿Conque es verdad, ¡ay de mí!,
lo que no creí jamás?
¡Fatal verdad que me hiela
la sangre en el corazón!
Verdad que mi perdición 3690
solamente me revela.
¿Y ese reló?
ESTATUA. Es la medida
de tu tiempo.
JUAN. ¡Expira ya!
ESTATUA. Sí; en cada grano se va
un instante de tu vida. 3695
JUAN. ¿Y ésos me quedan no más?
ESTATUA. Sí.
JUAN. ¡Injusto Dios! Tu poder
me haces ahora conocer,
cuando tiempo no me das
de arrepentirme.
ESTATUA. Don Juan, 3700
un punto de contrición
da a un alma la salvación,
y ese punto aún te le dan.
JUAN. ¡Imposible! ¡En un momento
borrar treinta años malditos 3705
de crímenes y delitos!
ESTATUA. Aprovéchate con tiento,
(Tocan a muerto.)
porque el plazo va a expirar,
y las campanas doblando
por ti están, y están cavando 3710
la fosa en que te han de echar.
(Se oye a lo lejos el oficio de difuntos.)
JUAN. ¿Conque por mí doblan?
ESTATUA. Sí.
JUAN. ¿Y esos cantos funerales?
ESTATUA. Los salmos penitenciales,
que están cantando por ti. 3715
(Se ve pasar por la izquierda luz de hachones, y rezan dentro.)
JUAN. ¿Y aquel entierro que pasa?
ESTATUA. Es el tuyo.
JUAN. ¡Muerto yo!
ESTATUA. El capitán te mató
a la puerta de tu casa.
JUAN. Tarde la luz de la fe 3720
penetra en mi corazón,
pues crímenes mi razón
a su luz tan sólo ve.
Los ve… y con horrible afán:
porque al ver su multitud, 3725
ve a Dios en la plenitud
de su ira contra don Juan.
¡Ah! Por doquiera que fui
la razón atropellé,
la virtud escarnecí 3730
y a la justicia burle,
y empozoñé cuanto vi.
Yo a las cabañas bajé
y a los palacios subí,
y los claustros escalé; 3735
y pues tal mi vida fue,
no, no hay perdón para mí.
¡Mas ahí estáis todavía (A los fantasmas.)
con quietud tan pertinaz!
Dejadme morir en paz 3740
a solas con mi agonía.
Mas con esta horrenda calma,
¿qué me auguráis, sombras fieras?
¿Qué esperan de mí? (A LA ESTATUA DE DON GONZALO.)

ESTATUA. Que mueras
para llevarse tu alma. 3745
Y adiós, don Juan; ya tu vida
toca a su fin, y pues vano
todo fue, dame la mano
en señal de despedida.
JUAN. ¿Muéstrasme ahora amistad? 3750
ESTATUA. Sí: que injusto fui contigo,
y Dios me manda tu amigo
volver a la eternidad.
JUAN. Toma, pues.
ESTATUA. Ahora, don Juan, 3755
pues desperdicias también
el momento que te dan,
conmigo al infierno ven.
JUAN. ¡Aparta, piedra fingida!
Suelta, suéltame esa mano,
que aún queda el último grano 3760
en el reló de mi vida.
Suéltala, que si es verdad
que un punto de contrición
da a un alma la salvación
de toda una eternidad, 3765
yo, Santo Dios, creo en Ti:
si es mi maldad inaudita,
tu piedad es infinita…
¡Señor, ten piedad de mí!
ESTATUA. Ya es tarde.
(DON JUAN se hinca de rodillas, tendiendo al cielo la mano que le deja libre la estatua. Las sombras, esqueletos, etc., van a abalanzarse so¬bre él, en cuyo momento se abre la tumba de DOÑA INÉS y aparece ésta. DOÑA INÉS toma la mano que DON JUAN tiende al cielo.)

ESCENA III

DON JUAN, LA ESTATUA DE DON GONZALO, DOÑA INÉS, SOMBRAS, etc.

INÉS. ¡No! Heme ya aquí, 3770
don Juan: mi mano asegura
esta mano que a la altura
tendió tu contrito afán,
y Dios perdona a don Juan
al pie de mi sepultura. 3775
JUAN. ¡Dios clemente! ¡Doña Inés!
INÉS. Fantasmas, desvaneceos:
su fe nos salva…, volveos
a vuestros sepulcros, pues.
La voluntad de Dios es: 3780
de mi alma con la amargura
purifiqué su alma impura,
y Dios concedió a mi afán
la salvación de don Juan
al pie de la sepultura. 3785
JUAN. ¡Inés de mi corazón!
INÉS. Yo mi alma he dado por ti,
y Dios te otorga por mí
tu dudosa salvación.
Misterio es que en comprensión 3790
no cabe de criatura:
y sólo en vida más pura
los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura. 3795
Cesad, cantos funerales:
(Cesa la música y salmodia.)
callad, mortuorias campanas:
(Dejan de tocar a muerto.)
ocupad, sombras livianas,
vuestras urnas sepulcrales:
(Vuelven los esqueletos a sus tumbas, que se cie¬rran. )
volved a los pedestales, 3800
animadas esculturas;
(Vuelven las estatuas a sus lugares.)
y las celestes venturas
en que los justos están,
empiecen para don Juan
en las mismas sepulturas.
(Las flores se abren y dan paso a varios angeli¬tos que rodean a DOÑA INÉS y a DON JUAN, de¬rramando sobre ellos flores y perfumes, y al son de una música dulce y lejana se ilumina el tea¬tro con luz de aurora. DOÑA INÉS cae sobre un lecho de flores, que quedará a la vista en lugar de su tumba, que desaparece.)

ESCENA ÚLTIMA

DOÑA INÉS, DON JUAN, LOS ÁNGELES

JUAN. ¡Clemente Dios, gloria a Ti!
Mañana a los sevillanos
aterrará el creer que a manos
de mis víctimas caí.
Mas es justo: quede aquí 3810
al universo notorio
que, pues me abre el purgatorio
un punto de penitencia,
es el Dios de la clemencia
el Dios de don Juan Tenorio. 3815
(Cae DON JUAN a los pies de DOÑA INÉS, y mue¬ren ambos. De sus bocas salen sus almas repre¬sentadas en dos brillantes llamas, que se pierden en el espacio al son de la música. Cae el telón.)

Commentarios:

En Recuerdos del tiempo viejo, Zorrilla habla del aprecio que sentía por Vallejo, corregidor Lerma en 1835. «Dos figuras bellísimas, dos imá¬genes tan queridas como nunca olvidadas, resaltan en este cuadro de mis recuerdos: la de mi madre y la de Paco Luis de Vallejo, corregidor de Lerma en 1835, a quien dediqué mi Don Juan Tenorio en 1844» (Obras Completas, II, Santarén, Valladolid, 1943, pág. 1810).
El Comendador era el máximo dignatario de la orden militar de Ca¬latrava, una de las más prestigiosas de España. La orden de Calatrava se fundó en 1159, bajo el reinado de Sancho III, rey de Castilla, y fue confir¬mada por el papa Inocencio III en 1198. Las órdenes militares, creadas en su inicio para defender la frontera frente a los árabes, gozaron de gran pres¬tigio social. Este personaje aparece también en otras obras anteriores del tema del Don Juan, como son El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, y No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, de Antonio de Zamora.
Los personajes de Ciutti y Buttarelli están sacados de la vida real de Zorrilla. En sus Recuerdos dice: «La prueba más palpable de que hablaba yo en ella y no Don Juan, es que los personajes que en escena esperaban, más a mí que a él, eran Ciutti, el criado italiano que Jústiz, Allo y yo había¬mos tenido en el café del Turco de Sevilla, y Girólamo Buttarelli, el hoste¬lero que me había hospedado el año 42 en la calle del Carmen. […] Ciutti era un pillete, muy listo, que todo se lo encontrabahecho, a quien nunca se encontraba en su sitio al primer llamamiento, y a quien otro camarero iba inmediatamente a buscar fuera del café a una de dos casas de la vecindad, en una de las cuales se vendía vino más o menos adulterado, y en otra, carne más o menos fresca. Ciutti, a quien hizo célebre mi drama, logró for¬tuna, según me han dicho, y se volvió a Italia.
»Buttarelli era el más honrado hostelero de la villa del Oso. […] Era céle¬bre por unas chuletas esparrilladas, las más grandes, jugosas y baratas que en Madrid se han comido y tenía vanidad Buttarelli en la inconcebible prontitud con que las servía. Tenían las tales chuletas no pocos aficionados; y con ellas y con unos tortellini napolitanos, se sostenía el establecimiento. […] Este buen viejo, desanidado de su vieja casa, murió tan pobre como honrado y desconocido, y de él no queda más que el recuerdo que yo me complazco en consagrarle en estos míos de aquel tiempo viejo» («Cuatro palabras sobre mi Don Juan Tenorio», en Recuerdos…, Obras Completas, II, págs. 1800-1801.)

hachones: especies de antorchas.
Cuál: «cómo», uso anticuado.
buen agosto: se refiere a «hacer su agosto», conseguir beneficios.
Valera emplea cosas, pero Cifuentes y Gies prefieren casas. Opta¬mos por esta versión porque es más lógica en el contexto.
Cuerpo de tal: «Especie de interjección o juramento, que explica a veces la admiración» (Diccionario de autoridades).
Varea la plata: Tiene tanto dinero que lo puede medir por varas. La vara era una medida de longitud equivalente a 83 cm.

Largo plumea: se refiere a la longitud de la carta que está escri¬biendo, aunque también puede aludir a la forma de vida de don Juan, volá¬til e inconstante como una pluma.
horario: se refiere a un libro de horas, devocionarios dedicados a la Virgen que gozaron de gran popularidad a partir del siglo XV.
guardapiés: «Lo mismo que brial. Género de vestido o traje de que usan las mujeres, que se ciñe y ata por la cintura, y baja en redondo hasta los pies, cubriendo todo el medio cuerpo» (Diccionario de Autoridades).
JUAN. Cristófano, ven aquí.
BUTTA. Excelencia.
JUAN. Escucha.
BUTTA. Escucho.
Mas he aprendido el castellano,
si es más fácil al señor
en su lengua…
JUAN. Sí, es mejor;
deja, pues, tu toscano [lengua de Italia]
Pluguiera: forma arcaica de placer. «Me gustaría». Este término y otros similares pretenden situar la lengua de la obra en el marco histórico en que se desarrolla la acción.
¡Santa Madonna!: típica expresión italiana que se podría traducir por ¡Virgen Santa!
En el siglo XVI, Sevilla pertenecía al reino de Castilla.
MIGUEL. ¿Qué ordena?
BUTTA. Rápido, aquí
dispón una mesa, amigo;
y del Lágrima (Vino blanco italiano de la región de Nápoles) más viejo
trae dos botellas.
MIGUEL. Sí,
señor patrón.
BUTTA. Miguelito,
prepara, por favor,
lo más sabroso que haya;
¡date prisa!
MIGUEL. Voy corriendo,
señor patrón.
dobla: moneda de oro castellana de la baja Edad Media que se convirtió en la principal unidad áurea de Castilla.

Alonso Cortés, Valera y otras ediciones utilizan aquí ¿Ha de esta casa?, pero nosotros preferimos ¡Ah de esta casa!, como hace Cifuentes, por ser más apropiada en este contexto.

abasto: provisión de víveres.
orgias: según la métrica esta palabra debe ser llana y, por tanto, bi¬sílaba. Esta pronunciación sigue la etimología de la palabra.
han hecho raya: han marcado un hito importante, han sido aconte¬cimientos especiales.
Centellas se refiere a la campaña que Carlos V (1500-1558) em¬prendió contra el corsario turco Barbarroja, en mayo de 1535. Barbarroja se había apoderado de Túnez en 1534, y desde allí, los berberìscos asolaban las costas españolas e italianas. Con la ayuda de las tropas del papa Pablo III, del rey Juan III de Portugal y de la orden de San Juan, desde Malta, Carlos V venció a Barbarroja y liberó la ciudad. Fue una de las victorias más destacadas contra la amenaza de los piratas turcos.
Son nombres de vino famosos. El Falerno y el Sorrento son italia¬nos; el Borgoña es francés
recado con que escribir: útiles necesarios para la escritura: papel, pluma, tinta, etc.
muy brava pesca: persona astuta e ingeniosa.
a la deshecha: disimuladamente.
¿tú a los dos no «les» recuerdas?: Zorrilla es leísta y laísta a lo largo de todo el drama.

ucedes: forma arcaica de la que derivaría el «usted» actual. Pro¬viene de la contracción de «vuestra merced». Es otro de los arcaísmos que utiliza Zorrilla para situar la obra en el siglo XVI.

Carlos V y Francisco I, rey de Francia, sostuvieron varias guerras entre 1521 y 1544. La primera acabó con la victoria de Carlos V en la ba¬talla de Pavía y la prisión de Francisco I. Una vez liberado el rey francés, se alió con el papa Clemente VII y reanudó las hostilidades en 1525. En este momento, el ejército de Carlos V llevó a cabo el famoso saqueo de Roma. La obra sitúa la presencia de don Juan en Italia durante este con¬flicto.
Estos versos parecen aludir a las dos primeras conquistas de El burlador de Sevilla, de Tirso: la de la princesa Isabela, en la corte de Nápo¬les, y la de Tisbea, la pescadora de la costa de Tarragona.
Las guerras con Flandes tuvieron lugar durante el reinado de Fe¬lipe II, aunque también Carlos V tuvo que sofocar una sublevación en Gante, donde entró, al mando de un importante ejército, en 1540.

provincial jerónimo: fraile de la Orden de San Jerónimo que tenía a su cargo una «provincia» o circunscripción religiosa de la Orden.
Existe un juego de palabras entre el valor del hombre y el valor de la moneda. Un «luis» era una moneda de oro, que valía 20 francos, acuñada por el rey Luis XIII de Francia (1601-1643). Por los años de acuñación de la moneda, se produce una anacronismo interno en el marco histórico de la obra.
El «fiel» de la balanza es la aguja que se pone vertical para indicar la igualdad de los pesos comparados.
El detalle de la lista está incorporado en casi todas las obras de tema donjuanesco.
La condena a muerte también distinguía entre las clases sociales; un noble perdería, además de su vida, su honra, si fuese apaleado hasta mo¬rir. Recordemos que la mayor afrenta que le puede hacer el Cid al rey Al¬fonso es desearle una muerte infame, según queda resaltado en el famoso romance de la Jura de Santa Gadea.
luego, en el siglo XVI, significaba «pronto», «inmediatamente», y así se mantiene en ciertos países de Hispanoamérica. Véase Nuestra lengua en ambos mundos, de Ángel Rosemblat, Biblioteca Básica Salvat, Navarra, 1986.
En el manuscrito dice ¡Teneos con Belcebú!, y en las demás edicio¬nes se corrige por ¡Reportaos, con Belcebú! Es evidente que la sustitución de Teneos por Reportaos implica la modificación de la preposición con y en su lugar debe ir por, según determina el contexto de la frase.
Ésta es la famosa frase que coincide con la de El burlador de Sevi¬lla, de Tirso, «¡qué largo me lo fiáis!», y con la de No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, de Zamora, «¡Si tan largo me lo fiáis!». Procede de la primera obra que escribe Tirso sobre el tema del don Juan y que lleva por título Tan largo me lo fiáis. «Tirso condena su símbolo extraí¬do de un mito, condena el enunciado de una juventud apostada en el tan largo me lo fiáis, recurriendo a la voz anónima de un cantar [de otra le¬yenda]. Es la respuesta barroca a un tiempo despreocupado» (Antonio Prieto, Introducción a la edición de El burlador de Sevilla, Planeta, Barce¬lona, 1990, pág. XXXIII).
homilia, sin acento, para mantener la rima.
hacer mal tercio: «Frase, con que se explica que a alguno […] se le estorba […], hace daño en pretensión o cosa semejante» (Diccionario de Autoridades).
frontispicio: apariencia.

Este juramento es un eufemismo utilizado para evitar el más blas¬femo «¡voto a Dios!». Para mantener la rima, bríos debe ir sin acento para hacer una sola sílaba.

hora menguada: «Vale lo mismo que tiempo fatal o desgraciado en que sucede algún daño, o no se logra lo que se desea» (Diccionario de Autoridades).
mas la ventura: sino la ventura.
usarced: otra contracción de «vuestra merced».
a fuer de ronda: como si fuerais de ronda.
Aquí comienzan los ovillejos, «composición métrica que consta de tres versos octosílabos, seguidos cada uno de ellos de un pie quebrado que con él forma consonancia, y de una redondilla cuyo último verso se compone de los tres pies quebrados» (DRAE). El verso en cursiva es el úl¬timo de la redondilla.
soplo la dama: esta expresión se emplea en el conocido juego de las «damas» para ganar al adversario una ficha. Indica el matiz de juego y diversión con que se toma don Juan la apuesta.
creoló: la métrica y la rima con «soy yo» exigen una palabra aguda. Por eso, Zorrilla utiliza la licencia métrica llamada diástole, que consiste en «el paso del acento en una palabra a una sílaba posterior a la que normalmente le corresponde» (A. Marchese, y J., Forradellas, Diccio¬nario de retórica, crítica y terminología literaria, Ariel, Barcelona, 1991).
1250-1281 Estos versos de la intervención de Brígida están tomados de la leyenda de Margarita la tornera (III Tentación), del propio Zorrilla, aunque cambiando el orden en que allí aparecen. Los versos de la leyenda dicen:

Estrofa 17 Estrofas 15 y 16

Pobre tórtola enjaulada ¡Oh!, qué seis años monótonos
dentro de jaula nacida, de soledad y convento
¿qué sabe ella si hay más vida habían su pensamiento
ni más aire que el volar? reducido a un punto ruin,
Si no vio nunca sus plumas a espacio tan miserable,
del sol a los resplandores, a círculo tan mezquino,
¿qué sabe de los colores que era el claustro su destino
con que se puede ufanar? y el altar era su fin.

Estrofa 1 «Aquí está Dios», la dijeron,
y ella dijo: «Yo le adoro.»
Aún no cuenta Margarita «Aquí está el torno y el coro.»
diez y siete primaveras, Y pensó: «¡No hay más allá!»
y aun virgen a las primeras Y sin otras ilusiones
impresiones del amor, que sus sueños infantiles,
nunca la dicha supuso pasaron sus seis abriles
fuera de su pobre estancia, sin conocerlo quizá.
tratada desde la infancia
con cauteloso vigor. (Obras Completas, I, págs. 564-566).
doblen a las ánimas: el toque de las campanas llamando a ora¬ción por las ánimas del purgatorio. «Yo tengo en mis dramas una debili¬dad por el toque de ánimas; olvido siempre que en aquellas épocas se con¬taba el tiempo por las horas canónicas; y cuando necesito marcar la hora en la escena, oigo siempre campanas, pero no sé dónde, y pregunto qué hora es a las ánimas del purgatorio» (Recuerdos…, Obras Completas, II, pág. 1802).

1350-1353 Estos cuatro versos también están sacados de la leyenda de Margarita la tornera:
Pues, señor, bien: muchas hice,
mas, ¡vive Dios, que esta última
será tal que me acredite!
En los Recuerdos escribe Zorrilla: «Empecé mi Don Juan en una noche de insomnio por la escena de los ovillejos del segundo acto entre don Juan y la criada de doña Ana de Pantoja. Ya por aquí entraba yo en la senda del amancebamiento y mal gusto de que adolece mucha parte de mi obra; Porque el ovillejo, o séptima real, es la más forzada y falsa metrificación que conozco: pero afortunadamente para mí, el público, incurriendo des¬pués en mi mismo mal gusto y amaneramiento, se ha pagado de esta escena y de estos ovillejos, como cuando yo los hice a oscuras y de memoria en una hora de insomnio» (Obras Completas, II, pág. 1800).
El propio Zorrilla critica el discurrir del tiempo en la obra: «El pri¬mer acto comienza a las ocho; pasa todo: prenden a D. Juan y a D. Luis; cuentan cómo se han arreglado para salir de prisión; preparan D. Juan y Ciutti la traición contra D. Luis, y concluye el acto segundo diciendo D. Juan:
A las nueve en el convento
a las diez en esta calle.
Reloj en mano, y había uno en la embocadura del teatro en que se es¬trenó, son las nueve y tres cuartos; dando de barato que en el entreacto haya podido pasar lo que pasa. Estas horas de doscientos minutos son exclusiva¬mente propias del reloj de mi D. Juan» (Recuerdos…, en Obras Completas, II, pág. 1802).
debéis de temer: uso incorrecto de la preposición «de». La frase implica matiz de obligación y, por tanto, debería ir sin preposición.
dintel: un dinteles la parte superior de una puerta; sin lugar a du¬das, Zorrilla se refiere al umbral.
profesión: acto de profesar, de cumplir con los votos propios de la orden religiosa.
manecillas: «Broche con que se cierran algunas cosas, particular¬mente los libros de devoción» (DRAE).
os feria: os agasaja, os hace regalos.
osastes: debe ir sin «s» final, pero la incorpora para adecuar el verso a la métrica.
El toque de ánimas anunciado en el acto anterior. E. Ramírez Ángel comenta este detalle: «Hojeando rápidamente hemos visto que suena el toque de ánimas en Un año y un día (acto 2°), en El encapuchado (acto 3°), en El alcalde Ronquillo (acto 1°), en El zapatero y el rey, primera parte, (acto 1°), y además en la segunda, acto también 1° […1 de suerte que en el teatro zo¬rrillesco las campanas desempeñan un papel tan importante y decisivo como la noche, la tormenta, los embozados, las dagas, los pergaminos, los ruidos diversos y los personajes misteriosos que se sientan al amor de la lumbre» (José Zorrilla. Biografía anecdótica, Mundo Latino, Madrid, 1911, pág. 78). Evidentemente, estos rasgos le destacan como uno de los autores más representativos del romanticismo español.
El maestre y el comendador de la Orden de Calatrava tenían libre acceso a la clausura de los conventos de su orden.
abralé: nuevo caso de diástole.
mientra: forma arcaica de «mientras», que permite mantener la sinalefa y la medida del verso.
Zorrilla criticará posteriormente la inclusión de estas famosas dé¬cimas: «En esta situación altamente dramática, aquel enamorado, […]cuando él sabe muy bien que no van a poder permanecer allí cinco minutos, no se le ocurre hablar a su amada más que de lo bien que se está allí donde se huelen las flores, se oye la canción del pescador y los gorjeos de los ruiseñores, en aquellas décimas tan famosas como fuera de lugar. […] Como aquellas déci¬mas no fueron por mí escritas acendrándolas en el crisol del sentimiento, sino exhalándolas en un delirio de mi fantasía, resulta su expresión falsa y descolorida por culpa únicamente mía; que me entretuve en meter a la pluma y a la gacela, y a las estrellas y a los azahares, en aquel dúo de arrullo de tór¬tolas, en lugar de probar en unos versos ardientes, vigorosos y apasionados, la verdad de aquel amor profundo, único, que, celeste o satánico, salva o condena» (Recuerdos…, en Obras Completas, II, pág. 1803).
Estos cuatro versos los cita Clarín en La regenta para in¬dicar la impresión que causaron en el ánimo de Ana Ozores. La represen¬tación del Don Juan en Vetusta le sirve a Clarín para escribir uno de los episodios más destacados de La regenta. En el capítulo XVI, Ana Ozores se identifica con doña Inés. «El tercer acto fue una revelación de poesía
apasionada para doña Ana. […1 Ana se comparaba con la hija del Comenda¬dor; el caserón de los Ozores era su convento, su marido la regla estrecha de hastío y frialdad en que ya había profesado ocho años hacía… y don Juan… ¡Don Juan aquel Mesía que también se filtraba por las paredes, apa¬recía por milagro y llenaba el aire con su presencia! […1 Doña Inés decía: Don Juan, don Juan, yo lo imploro /de tu hidalga condición… Estos ver¬sos, que ha querido hacer ridículos y vulgares, manchándolos con su baba, la necedad prosaica, pasándolos mil y mil veces por sus labios viscosos como vientre de sapo, sonaron en los oídos de Ana aquella noche como frase sublime de un amor inocente y puro que se entrega con la fe en el ob¬jeto amado, natural en todo gran amor.» (La Regenta, ed. Mariano Baquero Goyanes, Austral 363, Espasa Calpe, Madrid, 19996, págs. 462-465).

babemos: arcaísmo, por «hemos», impuesto por la métrica.
hais: arcaísmo, por «habéis», impuesto por la métrica.
En la escena VIII del primer acto de Don Álvaro ola fuerza del sino, del duque de Rivas, también don Álvaro se arrodilla delante del mar¬qués de Calatrava, padre de Leonor. Es posible una influencia de Rivas en Zorrilla.

avilantez: «Audacia, osadía, arrogancia, con que el inferior o súbdito se atreve al príncipe, o superior, se descompone contra él, y le falta al respeto» (Diccionario de Autoridades).
El manuscrito añade la siguiente acotación final: «Esta escena puede suprimirse en la representación, terminando el acto con el último verso del (se entiende «de la») anterior».
llorones: tradicionalmente se ha interpretado como «sauces llorones», árboles frondosos cuyas ramas cuelgan hacia el suelo; pero también puede referirse a dos estatuas de «plañideras» que acompañasen a la de doña Inés.
Este magnífico diálogo con el sepulturero recuerda el más famoso de Hamlet, de Shakespeare.
quimerista: fantasioso y pendenciero.
abona: justifica, defiende.
La hubiera apostado, me la hubiera jugado a las cartas.

en redor: alrededor.
albricias: regalos

medra: crece, aumenta.
escarnecellos: arcaísmo por «escarnecerlos», ofenderlos.
tapada: mujer embozada o escondida. Se refiere a los amoríos secretos de don Juan.
penda: dependa.
Se refiere al emperador Carlos V.
boato: ostentación, riqueza.
a barato: a bajo precio.
aldabonazo: golpe dado con la aldaba en la puerta. La aldaba es una pieza de hierro o bronce que se pone en la puerta para llamar.
chusco: pícaro, gracioso.
menguado: loco, falto de juicio.
galopo: golfo, muchacho desharrapado. Se refiere a Ciutti.
la fantasma: hasta bien entrado el siglo XVIII, «fantasma» era feme¬nino; pero en la época de Zorrilla apenas vacilaba ya, tendiendo al masculino.

Cariñena: un tipo de vino de la provincia de Zaragoza.
desatentado: alocadamente, sin orden ni concierto.
¡Voto va Dios!: Se emplea así por necesidad métrica, en lugar del más usual «voto a Dios».
Esta imagen de la hoja seca recuerda los famosos versos de El es¬tudiante de Salamanca, (1840) de Espronceda: «Hojas del árbol caídas /ju¬guete del viento son; / las ilusiones perdidas / ¡ay! son hojas desprendidas / del árbol del corazón».

trampantojos: «enredo o artificio para engañar o perjudicar a otros a ojos vistas: como quien dice, trampa ante los ojos» (Diccionario de Autoridades).

En este primer momento, adopta don Juan la postura del Conde¬nado por desconfiado, otra de las obras famosas de Tirso, creyendo que las obras que ha realizado son tan malas que no merece la salvación.
La visión de su propio entierro también aparece en El estudiante de Salamanca. En esta obra, don Félix de Montemar -«segundo don Juan Tenorio- ve pasar su propio entierro: «Calado el sombrero y en pie, indi¬ferente / el féretro mira don Félix pasar, / y al paso pregunta con su aire in¬solente / los nombres de aquellos que al sepulcro van. // Mas ¡cuál su sorpresa, su asombro cuál fuera / cuando horrorizado con espanto ve / que el uno don Diego de Pastrana era, / y el otro ¡Dios santo, y el otro era él …!». La visión del propio entierro procede de una larga tradición literaria. En su Romancero de Romances recoge Agustín Durán una leyenda similar que en¬cuentra su antecedente en la recogida por Cristóbal Lozano, en 1656, en sus Soledades de la vida y desengaños del mundo. También la utilizan Vélez de Guevara en El niño diablo, y Lope de Vega en El vaso de elección, San Pablo.

KUPRIENKO