Хосе Игнасио Гонсалес-Альер Йерро. Испания на море. Тысячелетняя история. José Ignacio González-Aller Hierro. ESPAÑA EN LA MAR. Una historia milenaria.

Хосе Игнасио Гонсалес-Альер Йерро. Испания на море. Тысячелетняя история.
José Ignacio González-Aller Hierro. ESPAÑA EN LA MAR. Una historia milenaria.

I
LAS PRIMERAS MANIFESTACIONES NAVALES EN LA
PENÍNSULA. ROMA. MONARQUÍA VISIGODA. EMIRATO
OMEYA Y CALIFATO DE CÓRDOBA
Todos los pueblos que desde la más remota antigüedad han llegado sucesivamente a
España lo han hecho por mar; egeos, fenicios, griegos, cartagineses y romanos, tanto para su
establecimiento en la Península en factorías costeras como para el comercio y la navegación,
requirieron el apoyo de una marina militar que les defendiese de nuevos invasores o enemigos
potenciales.
Naves Ccartaginesas y romanas (siglo III a C.)
Cartagineses y romanos dirimieron sus diferencias en España, siendo ésta por primera
vez el teatro de una lucha transcendental por la hegemonía; la resolución del conflicto tuvo
como consecuencia la destrucción de Cartago y el asentamiento definitivo de Roma como
potencia mediterránea incuestionable. La importancia del dominio del mar en las costas
peninsulares se puso de manifiesto en la guerra civil de César y Pompeyo (49 a.de C.) y en la
sublevación de los cántabros y astures en tiempos de Augusto (19 a. de C.). Con el
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establecimiento de la paz romana se propició en la Península Ibérica la construcción naval, el
comercio de productos agrícolas y la exportación de minerales.
La invasión de los bárbaros -alanos, vándalos y suevos- a partir de los años 409-410,
sumió en el caos a los pueblos romanizados, produciendo un colapso casi total del comercio
marítimo y por lo tanto de la fábrica de navíos, arte completamente ignorado por los
invasores, que tan sólo se conservó en el Imperio Romano de Oriente.
Gracias posiblemente a marinos griegos, pudo el rey Leovigildo (568-586), derrotar
en el 585 una armada de los francos que actuaba en aguas de Galicia para sublevar a los
suevos. Sus sucesores Sisebuto (612-621) y Suintila (621-631) emplearon flotas para
combatir la piratería, conquistar Ceuta y Tánger y arrojar por completo a los súbditos griegos
del Imperio bizantino de Heraclio, asentados en el levante y sur de la Península. Por su parte,
Wamba (672-680) y Egica (687-702) se enfrentaron con éxito a la amenaza latente del Islam,
que ya había ocupado todo el norte de África hacia el año 674. Precisamente las luchas
internas y el descuido de los visigodos durante los reinados de Witiza y Rodrigo en el
mantenimiento de una fuerza naval de vigilancia en aguas del Estrecho de Gibraltar, claro
exponente de la decadencia de la monarquía visigoda a principios del siglo VIII, facilitó en
gran medida la invasión de España por las huestes de Musà ibn Nusayr el año 711, y su
consiguiente islamización..
Mientras los emires Hišam I y al-Hakam I (788-822) consolidaban la dinastía hispano
Omeya fundada por ‘Abd al-Rahman I (756-788), tuvo lugar la primera expedición de los
árabes españoles a ultramar, gracias a la iniciativa de un grupo de cordobeses que se
apoderaron de Alejandría durante diez años (817-827) y posteriormente de Creta, isla
retenida hasta el año 961, utilizándola como base para sus correrías piráticas por el
Mediterráneo, oficio que no dejarían de practicar hasta fines de la Edad Media; incluso se
alquilaban al mejor postor, como lo prueba su participación en la toma de Palermo (Sicilia) en
el verano del año 831, colaborando con los aglabíes del norte de África (Ifriqiya). Esta
actividad corsaria, ya sea árabe desde Creta o bien desde Fraxinetum, extraño Estado
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islámico incrustado en plena Provenza francesa, junto con la de origen catalán, hicieron
extremadamente peligrosa la navegación por el Mediterráneo.
En el año 844 se registraron las primeras apariciones de los normandos en la
Península Ibérica. El año anterior habían desembarcado en Nantes, llegando en sus
incursiones hasta Burdeos y Tolosa. Siguieron hacia el sur, y tras ser rechazados en Gijón y
Betanzos por Ramiro I, rey de Asturias (842-850), se dirigieron hacia el litoral atlántico
musulmán durante el emirato de ‘Abd al-Rahman II (822-852). Los invasores desembarcaron
en Lisboa (20 de agosto de 844), siendo vencidos con pérdidas al cabo de trece días.
Reemprendida la navegación hacia el sur, llegaron a la desembocadura del Guadalquivir y
mientras unos barcos tomaban Cádiz, el grueso de los normandos subió por el río hasta llegar
a Sevilla que fue asolada (octubre de 844), pero alertadas las tropas del emir, les infligieron en
Tablada una severa derrota (11 de noviembre) que les hizo replegarse hacia el golfo de Cádiz.
Esta grave advertencia despertó la conciencia marítima de ‘Abd el Rahman II, quien ordenó la
construcción de unas atarazanas en Sevilla, ampliar las de Cartagena y la formación de una
fuerte armada permanente, gracias a la cual fueron rechazadas las dos tentativas de los
escandinavos en 859 y 966, así como pudo restablecer el orden en Mallorca y Menorca con
trescientos barcos (848-849). Sin embargo, esa misma flota, reforzada por orden del emir
Muhammad I (852-886) para atacar Galicia, al mando del almirante ‘Abd al-Hamid ibn
Mugith al-Ru’aytí, fue dispersada por un temporal (878).
Modelo de embarcación normanda del siglo X.
La actividad comercial de los árabes en el Mediterráneo se vio notablemente
incrementada durante la segunda mitad del siglo IX, lo que dio origen a ciertas agrupaciones
de marinos que tenían sus bases desde Alicante hasta Almería, entre las cuales debemos
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destacar la de Pechina, pequeño pueblo situado en la ribera del riachuelo de Andarax, en
medio del golfo de Almería, convertido en ciudad floreciente gracias a sus relaciones
comerciales, hasta que la propia Almería se convirtió en capital de provincia el año 955.
De la mano del emir ‘Abd al-Rahman III al-Nasir (912-961), califa de al-Andalus
desde el año 929, la España musulmana llegó al apogeo de su fama y poder, que sólo sería
equiparable a Constantinopla y desde luego superior a cualquier nación de la Europa
occidental. Conquistó Ceuta (931) y Melilla (936), fomentó la marina y el comercio,
desarrolló la construcción naval ampliando las atarazanas de Sevilla y Almería y fundando las
de Algeciras (914) y Tortosa (945). Al final de su reinado, el califa cordobés envió una
poderosa flota al mando del general Galib para arrasar la costa de Ifriqiya y evitar la caída en
poder del fatimí al-Mu’izz de las plazas de Ceuta y Tánger, últimos bastiones de ‘Abd al-
Rahman al otro lado del Estrecho (959).
A este primer califa le sucedió al-Hakam II (961-976), quien además de sostener el
prestigio y poder heredado de su padre, frenó la expansión de los reinos y condados
cristianos del norte, rechazó otra incursión de los normandos daneses en Lisboa derrotándolos
con su escuadra en la desembocadura del río Silves (966), y sojuzgó a los príncipes idrisíes
rebeldes del norte de Marruecos (974). La minoría de edad de su hijo y sucesor Hišam II al-
Mu´ayyad (976-1013) propiciará con su debilidad la subida al poder de Muhammad ibn
Abi’Amir, conocido como al-Mansur “el Victorioso” o Almanzor, el más temido adversario
que tuvieron los reinos de León, Castilla, Navarra y el condado de Barcelona desde el 981 al
1002; se le atribuyen no menos de cincuenta y seis expediciones victoriosas contra los
territorios cristianos, debilitados por luchas intestinas e incapaces de constituir un frente común
contra la agresividad de sus tradicionales enemigos musulmanes. En dos de esas expediciones
o aceifas empleó Almanzor su incuestionable poder marítimo; la primera fue contra
Barcelona, capital del condado de Borrell II (947-992), que tomó y entró a saco el 6 de julio
del 985, gracias al bloqueo del puerto mediante una poderosa flota al mando del almirante
‘Abd al-Rahman ibn Rumahis. La segunda fue doce años después, cuando en el verano del
año 997 el Amirí arrasó la ciudad de Santiago de Compostela en su más famosa campaña,
para lo cual la escuadra califal trasladó la infantería con provisiones y bagajes desde Alcácer
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do Sal a Oporto, donde se unió en persona con la caballería para dirigirse a la ciudad del
Apóstol. Poco después, en el año 998, gracias también al dominio que la flota califal tenía del
Estrecho de Gibraltar, ‘Abd al-Malik, hijo y sucesor de Almanzor de 1002 á 1008, conquistó
Marruecos en una fugaz campaña.
Naves de la Edad Media (siglo XIII).
Muerto ‘Abd al-Malik en extrañas circunstancias y reinando todavía nominalmente
Hišam II, el segundo hijo de Almanzor, ‘Abd al-Rahman Sanchuelo (1008-1009) se hizo
cargo del poder; con él se abrió una crisis política de extrema gravedad que produciría al
cabo de veinte años calamitosos la abolición del califato Omeya al ser destituido Hišam III al-
Mu’tadd bi-llah el año 1031, poniendo término a la unidad política conseguida por los grandes
príncipes de la dinastía, dividiéndose el imperio cordobés en reinos o taifas independientes.
En lo que se refiere a los aspectos navales destacó la taifa de Denia, fundada por Muyahid
(?-1045), aunque su expedición para conquistar Cerdeña con 120 naves al mando del
almirante Abu Jarrub fracasara (1015-1016). También se conocen actividades marítimas
emprendidas por Sevilla y Almería. Particularmente importantes fueron las invasiones
almorávides de 1086 y 1088, que llegaron por mar al puerto de Almería y pusieron en peligro
la existencia de los reinos cristianos del norte de la Península, y acabaron con las taifas, que
resurgieron al declinar el poder de los almorávides. En 1145 los almohades invadieron España
a través del Estrecho, para dominar en al-Andalus hasta la aparición del reino nazarí de
Granada (1232). Éste perdurará sorprendentemente hasta su absorción por los Reyes
Católicos en 1492. Tanto los almorávides como los almohades, aunque sin tradición marítima
por provenir del desierto, cultivaron sus armadas con auxilio de los andalusíes para controlar
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el paso del Estrecho, y más tarde para conquistar las Baleares por la flota almorávide al
mando del almirante Abu ‘Abd Allah ibn Maymun (1116).
II
EXPANSIÓN MEDITERRÁNEA DEL CONDADO DE BARCELONA
Y REINO DE ARAGÓN
Casi coincidiendo con la disgregación política de los territorios hispano- arábigos, el
conde Ramón Borrell de Barcelona empezó a gobernar de hecho en el 992 con plena
independencia respecto a la antigua soberanía franca de los Capeto. Poco a poco, se fueron
uniendo al condado de Barcelona, mediante herencias o alianzas, el resto de los condados de
la región: Gerona, Ausona, Ampurias, Rosellón, Cerdaña, Urgel y Besalú; fue la época del
nacimiento de una Cataluña con personalidad histórica definida, el comienzo de su expansión
comercial por el Mediterráneo y la formación de una incipiente marina militar para protegerse
del corso y las incursiones árabes en sus costas; todo se basaba en Barcelona, que ya poseía
los elementos indispensables para desempeñar su función: un puerto, un faro (desde 995), y
astillero y arsenal para la fabricación y el mantenimiento de todo tipo de embarcaciones.
Pero es a partir de Ramón Berenguer III (1096-1131) cuando la Marina catalana
adquiere prestigio e importancia en el Mediterráneo occidental; en 1114, junto con una
armada de la ciudad de Pisa, el conde dirigió una campaña contra los corsarios árabes
asentados en las Baleares (1114-1115); viajó a Italia para obtener del papa Benedicto VIII
los beneficios de la declaración de cruzada contra los infieles y también renovar las alianzas
con Génova y Pisa (1118). Consiguió sojuzgar a los árabes del reino de Valencia, aunque fue
derrotado por los almorávides en Corvins. Al fallecer, dejó sentadas las bases del posterior
engrandecimiento de la Marina catalana. Su sucesor Ramón Berenguer IV (1131-1162),
confederado con los genoveses, reunió una armada que al mando de Dalmau de Pinós acudió
en ayuda de Alfonso VII de Castilla para conquistar Almería (1147), y en la campaña
siguiente expulsó a los árabes de Tortosa (1148). Al contraer matrimonio en 1137 con
Petronila, hija única y heredera de Ramiro II de Aragón, quedaron confederados el
principado de Cataluña y el reino de Aragón en la persona de Ramón Berenguer, quien pasó
a gobernar este reino con el título de Príncipe.
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La unión de Aragón y Cataluña hizo de esta corona una potencia respetable en el
Mediterráneo. Relacionado con todos los estados italianos y los reinos de Navarra y Castilla,
su descendiente Jaime I (1213-1276), gracias a una importante flota al mando de Ramón de
Plegamáns, conquistó la isla de Mallorca (1229), poco después sometió Menorca (1231) e
invadió Ibiza y Formentera (1235), por lo que las islas Baleares, que eran musulmanas con
alternativas desde el año 903, pasaron a formar parte de la monarquía catalanoaragonesa. En
1238 conquistaba el reino de Valencia, y en 1266 el de Murcia, que cedió a Alfonso X de
Castilla. Hasta su fallecimiento en 1276 fomentó la marina y el comercio, nombró cónsules en
todos los puertos del Mediterráneo y dictó las Ordinationes Ripariae (1258), que fueron la
base de los códigos marítimos posteriores, recogidos en el famoso Libro del Consulado del
Mar, la más completa compilación legislativa naval de Europa; objeto de una minuciosa
reglamentación por Pedro IV en 1347, fue impreso por primera vez en 1502.
Modelo de coca mediterránea (siglo XV).
El camino abierto por Jaime I fue seguido por su sucesor Pedro III durante su breve
reinado (1276-1285). Con una flota al mando de Conrado de Llanza atacó Ceuta (1279) y a
los corsarios de Túnez y Tremecén (1282), y con otra a las órdenes de Pedro de Queralt
protegió las costas de Mallorca. En 1282 se apoderó del reino de Sicilia, donde fue
proclamado rey tras derrotar a Carlos de Anjou. En la campaña siguiente empezó a destacar
el almirante calabrés Roger de Lauria, al servicio de Pedro III, que secundado por Pedro
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Queralt, Ramón Marquet, Berenguer Mallol y Berenguer de Montoliou, hizo fracasar todas las
pretensiones de Felipe de Francia sobre Italia y Cataluña (1285).
Durante el reinado de Alfonso III (1285-1291) se conquistó definitivamente Menorca
(1287) y continuaron las disputas con los franconapolitanos, que fueron derrotados por Roger
de Lauria en Castellamare (1286). Antes de morir, Alfonso III firmó la paz de Tarascón que
confirmó a Cataluña y Aragón como potencia mediterránea. Le sucedió Jaime II (1291-
1327), hermano del anterior, quien por el tratado de Anagni (1295) cedió el reino de Sicilia al
papado, pero los sicilianos otorgaron el trono a Fadrique, hermano de Jaime (1296), por lo
que se declaró la guerra entre ambos. Roger de Lauria, a las órdenes del aragonés, obtuvo
sus últimos triunfos en cabo Orlando (1299) y Ponza (1300), pero Sicilia quedó en manos de
Fadrique al firmarse la paz (1302). En la Península, Jaime II ayudó a Castilla en la reconquista
de Tarifa (1293), intervino en la crisis castellana y poco después en la campaña de Almería
(1309).
Finalizada la guerra en Sicilia, y con el beneplácito del rey Fadrique, una gruesa
armada de galeras con cuatro mil almogávares a las órdenes de Roger de Flor, en compañía
de Berenguer de Entenza, Berenguer de Rocafort y otros, acudió a Constantinopla en 1302 a
petición de Andrónico II, emperador bizantino, para protegerle de los turcos. Gracias a esta
acción, y tras muchas vicisitudes, los ducados de Atenas y Neopatria se agregaron a la corona
de Sicilia (1311) y posteriormente a la de Aragón (1380), dominio que finalizó diez años más
tarde. Antes de fallecer en 1327, Jaime II incorporó Cerdeña, posesión de Pisa, a sus
dominios (1324), que quedó asegurada por la victoria naval de Cagliari (1326), aunque
permaneció en litigio con los genoveses a partir de 1329 durante los reinados de Alfonso IV
(1327-1336) y Pedro IV (1336-1387).
Este último mostró la solidaridad peninsular al colaborar con Castilla en las campañas
contra los almorávides; el 6 de septiembre de 1336, una escuadra al mando de Gilbert de
Cruilles atacó Ceuta y derrotó a una agrupación naval africana. Después de la batalla del
Salado (1340), el monarca aragonés gracias al almirante Pedro de Montcada dominó el
Estrecho y participó en la conquista de Algeciras (1344) y en el fracaso de Gibraltar (1350),
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donde murió Alfonso XI de Castilla víctima de la peste. Las treguas con los africanos
permitieron el apogeo de la economía catalana en el Mediterráneo occidental en dura
rivalidad política y comercial con Génova.
Este señorío había intervenido abiertamente en una sublevación de la isla de Cerdeña
contra el dominio aragonés (1347). Después de aliarse los catalonoaragoneses con Venecia y
el Imperio bizantino (1351) comenzaron las hostilidades. Una escuadra coaligada se enfrentó
a otra genovesa en el Bósforo Tracio con resultado indeciso (1350). Pero la reacción de los
catalanoaragoneses no se hizo esperar y el almirante Bernardo de Cabrera obtuvo una
completa victoria sobre la genovesa de Nicolo Pisano en Alguer (Cerdeña) en 1353, aunque
Pedro IV fracasó en su intento posterior de apoderarse de la isla por completo. Sin embargo,
lo más notable del reinado de este monarca fue la reincorporación a la corona de Aragón de
Mallorca, Rosellón y Cerdeña que arrebató a su cuñado Jaime III (1343-1344).
Con Pedro I de Castilla, sostuvo el aragonés una prolongada lucha por el equilibrio
peninsular desde 1355 a 1366, y otra de beligerancia solapada hasta la firma del tratado de
Almazán de 1375, ya en pleno reinado de Enrique II de Castilla.
Pedro IV ordenó la revisión de Llibre del Consolat del Mar en 1347, protegió el
desarrollo de la cartografía y de la náutica a cargo de judios mallorquines, de los que el Atlas
catalán atribuido a Abraham y Jafuda Cresques (1375), constituyó el máximo exponente de
una escuela nacida en Mallorca, porque las circunstancias históricas hicieron de esta isla un
cruce de culturas y centro comercial desde su incorporación a la confederación
catalanoaragonesa, a partir de 1229.
Juan I (1387-1396) se limitó a conservar los enclaves aragoneses en Cerdeña contra
la rebelión endémica de sus naturales; durante su reinado se perdieron los ducados de Atenas
y Neopatria (1388). Su hermano y heredero Martín I (1396-1410), ratificó la orientación
marítima mediterránea pues hizo efectiva la soberanía aragonesa sobre Córcega y defendió
Cerdeña, aunque fracasó en dos expediciones de castigo sobre Berbería en 1398 y 1399 a
cargo del almirante Pedro de Vilaragut.
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Por el compromiso de Caspe, Fernando de Antequera heredó la corona aragonesa
(1412); muerto en 1416, dejó como sucesor a Alfonso V el Magnánimo (1416-1458), que
se apoderó de la totalidad de Cerdeña (1420), aunque fracasó en Córcega por la oposición
genovesa (1421). La reina Juana II, sitiada en Nápoles por Sforza y Luis de Anjou solicitó
auxilio a Alfonso bajo promesa de reconocerlo como heredero (1420); una escuadra al
mando de Ramón de Perellós contribuyó a alejar el peligro, y Alfonso V desembarcó en
Nápoles (1421). Después de vencer a los genoveses en el combate naval de la Foz Pisana
(1421) y sofocar una sublevación de los napolitanos (1423), regresó a Cataluña, no sin antes
asaltar la ciudad de Marsella el 19 de noviembre de 1423. En el verano de 1432 atacó las
islas Gerba (Túnez).
Antes de fallecer Juana II en 1435, rompió el compromiso de nombrar a Alfonso V
como su heredero en el trono napolitano y designó a Renato de Anjou. El Rey aragonés envió
su armada para emprender por Gaeta la conquista de Nápoles, no obstante, la escuadra
genovesa de Felipe María Visconti atacó por sorpresa a la de Alfonso en Ponza e hizo
prisionero al monarca (1435). El viraje político de Visconti propició la firma del tratado de
Milán por el que ambos soberanos se repartían Italia (8 de octubre de 1435). De 1443 a
1442 el rey aragonés luchó por anular a Renato de Anjou, lo que consiguió el 26 de febrero
de 1443 al entrar triunfalmente en Nápoles, donde permaneció hasta el final de su vida
(1458), dedicándose a los asuntos italianos y olvidándose de sus dominios en España. Dejó
en testamento el reino de Aragón a su hermano Juan II (1458-1479), y el reino de Nápoles y
Sicilia a Fernando I (1458-1494), su hijo natural. En Cataluña se desató una guerra civil,
agravada por la invasión de los franceses de Luis XI (1467), que finalizó en 1472 con la
victoria de Juan II. Falleció en 1479 dejando como sucesor a su hijo Fernando II de Aragón,
cuyo matrimonio con la reina Isabel I de Castilla en 1469 consagró la unión de Aragón y
Castilla.
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III
LA MARINA DEL REINO DE CASTILLA
La invasión de España por los árabes promovió en el norte el nacimiento de varios
estados al agruparse los godos fugitivos, que desde el principio ejercieron una tenaz
resistencia a los generales del emirato Omeya del sur. El primero de ellos fue el reino de
Asturias, el cual desde sus orígenes mostró cierta tendencia hacia la disgregación, como
ocurrió tras la abdicación de Alfonso III (866-910) en el año 901, que dio lugar al nacimiento
del reino leonés y al de Galicia. Mientras, la cordillera pirenaica contemplaba la constitución
de los otros estados cristianos: Navarra (905), Aragón y Cataluña; las pretensiones de la
monarquía asturleonesa se concretaban en gobernar sobre toda España, pues se sentía
heredera directa del Imperio visigodo y tenía afán de reconquistar toda la Península del yugo
islámico. Castilla, sin embargo, nació como fuerza innovadora y después de un periodo
convulsivo que duró la mitad del siglo X, logró una autonomía dentro del reino leonés, al que
con el tiempo absorberá, para constituirse finalmente en un país nuevo que poco o nada
tendría que ver con el pasado.
Alfonso X El Sabio (1221-1284), rey de Castilla y León.
La guerra por tierra con el emirato y luego califato de Córdoba durante los siglos VIII
a XI, absorbió todos los esfuerzos de estos reinos, e impidió la constitución de fuerzas
marítimas cristianas que evitasen las incursiones árabes, normandas o corsarias, sin duda
depredadoras de las poblaciones costeras y del poco comercio marítimo o de la escasa pesca
que pudiesen existir.
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Diego Gelmírez (segunda mitad del s.XI-1140), obispo de Iria-Santiago, hombre
ambicioso, emprendedor y de gran prestigio entre sus conciudadanos, sobre todo después de
haber influido en la coronación de Alfonso Enríquez como rey de Galicia (1110), más tarde
Alfonso VII de Castilla y León (1126-1157), concibió la idea de crear una fuerza naval para
hacer frente a las expediciones corsarias de normandos, ingleses y árabes que periódicamente
asolaban las costas del noroeste español.
Un primer éxito de los marinos gallegos de Padrón sobre una agrupación de ingleses –
probablemente de Kent y Sussex- en las cercanías del castillo de San Payo de Leito (1111),
animó a Gelmírez a construir unos astilleros primitivos en Iria donde comenzó la fabricación de
galeras gracias a la ayuda de técnicos procedentes de Pisa y Génova; con ellas realizaron una
incursión en 1115 en territorio ocupado por los musulmanes.
Como era normal en las costas de Inglaterra y Portugal, y las atlánticas de Francia y
España, el tipo de naves que se construía se acercaba mucho a la galera mediterránea; a partir
de mediados del siglo XIII la tipología se aproxima más a la coca a vela del norte de Europa,
con sendas superestructuras o castillos a proa y popa y numerosas variantes, citadas por
Alfonso X el Sabio en Las Partidas.
Es difícil precisar cuando la corona de Castilla dispuso por primera vez de naves a su
servicio; ciertamente Alfonso VII el Emperador gracias a su propia marina, apoyada por
genoveses, pisanos, venecianos y catalanes, bloqueó y tomó Almería a los almorávides
(1147), pero poco o nada pudo hacer para cortar el paso de los almohades cuando
invadieron España y derrotaron al rey Alfonso VIII (1158-1214) en Alarcos (1195). Pronto
se desquitó al vencer en las Navas de Tolosa (1212). Su sucesor Fernando III el Santo
ocupó Córdoba, la antigua capital del califato Omeya, el año 1236, y después Jaén (1246).
Su siguiente objetivo fue Sevilla (1247), pero al comprender que sería imposible tomarla ya
que los sitiados recibían auxilios sin interrupción por el rio Guadalquivir, hizo formar una
escuadra de naos gruesas y galeras, reunida a toda prisa en el Cantábrico a las órdenes del
almirante Ramón Bonifaz, para que acudiese a Sevilla. Con su auxilio, la ciudad se rindió en
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1248. El rey castellano reconstruyó y amplió las atarazanas árabes y comenzó la fabricación
de naves y galeras para la corona, que fueron empleadas por su hijo y sucesor Alfonso X el
Sabio (1252-1284) para reconquistar Cádiz (1262), aunque fracasaron en Algeciras ante los
benimerines (1278). Uno de los títulos de la segunda Partida de este monarca es un
monumento a la organización de la marina de la época, y da una idea del avance conseguido
en la construcción y el armamento navales.
Sancho IV (1284-1295) tuvo la clarividencia de percibir la importancia geoestratégica
del dominio del Estrecho de Gibraltar en la prosecución de la reconquista de la Andalucía
islámica. Para ello, comprendiendo que no tenía suficientes fuerzas, negoció con Génova el
préstamo de galeras, que al mando de Micer Benito Zacarías, unidas a las castellanas de
Fernán Pérez de Maimón y a las catalanas de Berenguer de Montoliu, vencieron a los
benimerines de Ybn Jacob y ayudaron en la conquista de la plaza de Tarifa (1291).
Posteriormente, en tiempos de Fernando IV (1295-1312), fue tomada la plaza de Gibraltar
por una armada castellano-aragonesa (1309). Tras estas acciones los castellanos extendieron
el comercio por el Mediterráneo, y Cádiz y Sevilla empezaron a lograr la importancia
mercantil que posteriormente adquirirá su apogeo en los siglos XVI y XVII.
Coincidiendo con el creciente prestigio de Castilla logrado por Alfonso XI (1312-
1350), la posesión de estas bases en el Estrecho y la presencia de una escuadra en
permanencia para su guarda, permitieron al almirante Alonso Jofre Tenorio la destrucción de
gran parte de las fuerzas navales del reino musulmán de Granada (1327), y las portuguesas en
el cabo de San Vicente (1337), pero no pudo evitar que los granadinos, aliados con
Marruecos, recuperasen Gibraltar (1333). Sus efectos no tardaron en sentirse; en 1339 los
benimerines del norte de Africa al mando de Abu‘l Hassan cruzaron de noche el Estrecho con
setenta galeras y ciento cuarenta naves de transporte. Acusado Jofre Tenorio de negligencia
por la sorpresa, quiso vindicar su honor lanzándose con su galera en medio de las africanas,
muriendo en el combate. En tan crítica situación, el rey castellano solicitó el auxilio de Pedro
IV de Aragón, Alfonso IV de Portugal y Génova; aunque no se pudo evitar la caída de Tarifa
en manos de los benimerines, la victoria del Salado (1340) restableció la situación, en parte
también gracias a la actuación afortunada de las naos castellanas y aragonesas al mando de
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Bocanegra, ya que tras un sitio de más de dos años, permitieron mediante el bloqueo del
Estrecho que Alfonso XI se apoderase de la plaza de Algeciras (1344).
Alonso Jofre Tenorio, almirante de Castilla
(siglo XIV).
En lo que respecta al Cantábrico, durante el reinado de Fernando IV de Castilla, tuvo
lugar la creación en Castro Urdiales de la “Hermandad de las Villas de la Marina de Castilla
con Vitoria”, el 4 de mayo de 1296; figuraban en ella como asociados los puertos de la propia
Castro, Santander, Laredo, Bermeo, Guetaria, San Sebastián, Fuenterrabía y la población de
Vitoria. Se confederaron para aliarse con la corona, frenar las ambiciones de la nobleza,
preservar sus fueros y privilegios, facilitar el comercio, hacer frente común a la hostilidad de
Bayona y, por último, declararse neutrales en las rivalidades entre Francia e Inglaterra.
Poco después, en 1300, Diego Lope de Haro creó el municipio de Bilbao, que pronto
reflejará la prosperidad de Vizcaya en los comienzos de la Baja Edad Media y será el inicio
del desarrollo económico del comercio burgalés, cántabro y vasco en beneficio de Castilla,
que propiciará una intervención española cada vez más acusada en el norte de Europa.
La creciente tensión entre Inglaterra y Francia suscitada por intereses económicos y
dinásticos derivó en el largo conflicto de la guerra de los Cien Años (1337-1453), durante el
cual Castilla se vería implicada directamente por haber firmado con Francia un tratado en
1336. La causa de la intervención, aparte de la rivalidad comercial por el mercado de la lana
en Flandes y el interés de Alfonso XI en que Francia no ayudase a sus potenciales enemigos,
radicaba en las continuas depredaciones realizadas por los marinos cántabros y vascos de la
15
Hermandad de las Villas contra el comercio, las costas y, sobre todo, los transportes ingleses
encargados de mantener a través del Canal el aprovisionamiento del ejército de Eduardo III
de Inglaterra, trasladado al Continente para hacer valer sus derechos a la corona de Francia
sustentada por Felipe VI de Valois. También los franceses de Rouen y La Rochela
incomodaban este tráfico y los puertos ingleses del sur de Gran Bretaña (1337-1340).
Eduardo III, que hasta entonces no había tenido éxito contra los corsarios, logró en 1340 la
importante victoria de Sluys (o la Esclusa) sobre una flota franco-genovesa; aunque no
consiguió erradicar el riesgo de la piratería, el éxito fue básico para mantener la campañas
victoriosas de Crècy (1346) y el sitio de Calais (1347), y proseguir las negociaciones que
desde hacía años sostenía con Alfonso XI para mantener a Castilla fuera del conflicto.
No obstante, Felipe VI de Valois, ante esta situación tan contraria a sus intereses
habìa negociado con Alfonso XI una alianza (1345) pensando en la ayuda que éste le podía
prestar, pese al problema que suponía para Castilla la obligación de atender prioritariamente
las campañas contra los granadinos en el estrecho de Gibraltar. La situación cambiará
radicalmente cuando el monarca castellano fallezca víctima de la peste negra el 27 de marzo
de 1350, durante el sitio de Gibraltar.
Las intrigas cortesanas y la intervención pontificia de Clemente VI crearon al principio
del reinado de Pedro I (1350-1369), sucesor de Alfonso XI, un ambiente francófilo en la
corte castellana. De ello se percató enseguida Eduardo III de Inglaterra, quien decidió tomar
la iniciativa para evitar que los marinos cántabros y vascos se unieran a los franceses, y para
ello concentró sus fuerzas navales en el sur de Inglaterra con la esperanza de evitar los riesgos
de tal amenaza. La ocasión se presentó cuando una flota mercante castellana que regresaba
de Flandes al mando del almirante Carlos de la Cerda, pasó a la altura de Winchelsea. Allí
fue atacada y apresada en parte por otra inglesa al mando personal de Eduardo III, que a
punto estuvo de perecer en la refriega, pues su nave insignia se hundió durante el combate (29
de agosto de 1350). Pese a la victoria, la actividad corsaria de las villas cántabras perduró
con la misma intensidad hasta que Pedro I firmó un tratado con Eduardo III, por el cual se
permitió el comercio entre Castilla e Inglaterra (1351), que abrió la vocación marinera de la
primera.
16
En plena guerra entre Pedro IV de Aragón y la república de Génova, unas galeras
catalanas al mando de Francesc de Perellós apresaron dos naves italianas en aguas castellanas
de Sanlúcar y en presencia del monarca, por lo cual se declaró la guerra entre Castilla y
Aragón (1356), guerra esencialmente civil con una importante vertiente marítima, que llevó a
Pedro I, después de una tregua, a bloquear infructuosamente Barcelona con una gran
escuadra de 128 navíos (1359). Este conflicto que demostró la capacidad marinera castellana
en el Mediterráneo, inclinó al monarca aragonés a sustentar la causa de Enrique II de
Trastamara, hermano bastardo de Pedro I, que también era auxiliado en sus pretensiones por
el rey de Francia, con lo que Castilla se veía involucrada de nuevo en la guerra de los Cien
Años. Firmada la paz en Terrer (1361) que permitió realizar una campaña contra los
musulmanes de Granada, pronto se reanudó la guerra entre Castilla y Aragón. Pedro I obtuvo
el apoyo inglés mediante un tratado con Eduardo III (1362), y el amenazado Pedro IV de
Aragón el concurso de Enrique de Trastámara, quien disponía a su vez de un contingente de
mercenarios franceses. Después de una campaña victoriosa de Pedro I, se firmó la paz de
Murviedro (1363) que nuevamente fue rota; esta vez el rey Pedro IV de Aragón era aliado de
Carlos II de Navarra. El monarca castellano, a pesar del bloqueo naval a que sometió
Valencia no pudo tomarla (1364), y la guerra se convirtió en civil y fratricida entre Pedro I y
Enrique. Muerto el primero en Montiel por su propio hermano (1369), lo primero que hizo
éste fue potenciar las fuerzas navales de su reino para hacer frente a la doble amenaza que
suponían Portugal e Inglaterra; la primera, por las aspiraciones al trono de Castilla de su rey
Fernando I (1367-1383), aliado de Pedro IV de Aragón, y la segunda, por la alianza que
mantenía Enrique con el rey de Francia Carlos V (1364-1380), y que tanto le había apoyado
en su lucha con Pedro I.
La guerra con Portugal, al principio adversa pues una flota lusa bloqueó Sevilla y otra
tomó Galicia, se volvió favorable tras la intervención del almirante Ambrosio Bocanegra con la
flota del Cantábrico que liberó de lusitanos el golfo de Cádiz (1370). Éste y otros fracasos
obligaron a Fernando I a solicitar la paz (1371).
17
En 1368, se reanudaba la Guerra de los Cien Años, y la fortuna de las armas inglesas
en Francia al mando del duque de Lancaster, pretendiente al trono de Castilla, había
declinado, lo cual también afectó a su poder naval; el rey Carlos V de Francia en virtud del
tratado de Toledo de 1368, solicitó tres años más tarde la ayuda de Enrique II para
interceptar los refuerzos enviados por Eduardo III de Inglaterra a su ejército que operaba en
Poitou. El rey castellano, comprendiendo que estaba también en juego el comercio castellano
con Flandes, ordenó al almirante Bocanegra el traslado de su armada a la zona de La Guyena.
Una agrupación inglesa de tres grandes barcos y veinte más pequeños con los refuerzos, al
mando de sir John Hastings, conde de Pembroke, nombrado relevo del duque de Lancaster
en el gobierno de Aquitania, fue atacada y completamente aniquilada por los españoles en La
Rochela, gracias en gran parte al empleo por primera vez de artillería que lanzaba proyectiles
y flechas incendiarias; fueron hechos prisioneros el almirante inglés junto con setenta
caballeros (23 de junio de 1372). Poco después, otra escuadra castellana al mando de Ruy
Díaz de Rojas, merino mayor de Guipúzcoa, colaboró con los franceses en la rendición de La
Rochela (8 de septiembre de 1372). Por su parte, Fernán Sánchez de Tovar ayudaba a los
franceses en el asedio y toma de Brest (1373). Gracias a estas victorias, Castilla se alzó como
potencia naval de consideración en el Atlántico.
Nuevamente en guerra con Portugal, Enrique II invadió el territorio lusitano mientras
Ambrosio Bocanegra con su escuadra bloqueaba Lisboa (1373), viéndose obligado Fernando
I a solicitar la paz una vez más. Mientras tanto, a pesar de los nuevos armamentos ordenados
por Eduardo III y un éxito del conde de Salisbury en Saint-Malo (1373), una escuadra
castellana al mando del almirante Fernán Sánchez de Tovar, en unión de otra francesa a las
órdenes de Jean de Vienne asoló la isla de Wight (1373), y más tarde, Tovar destruyó la flota
salinera inglesa en la bahía de Bourgneuf (1375). Las treguas alcanzadas en Brujas (1375)
consagraron la alianza francoespañola y el fracaso de Eduardo III de Inglaterra, dieron un
nuevo giro a la Guerra de los Cien Años y abrieron a Castilla al mercado del vino, la lana y el
hierro de Flandes.
Rotas de nuevo las hostilidades por los continuos incidentes en el Canal de la Mancha,
una fuerza naval castellana y portuguesa al mando de Fernán Sánchez de Tovar, unida de
18
nuevo a la francesa de Jean de Vienne, asaltó Rye, Rottingdean, Lewes, Folkestone y los
alrededores de Darmouth y Plymouth (junio y julio de 1377). Tras reaprovisionarse en
Harfleur la fuerza combinada hispanofrancesa arrasó la isla de Wight, resistieron Winchelsea y
Southampthon, pero Hastings y Poole fueron saquedas e incendiadas (agosto y septiembre de
1377). Sin embargo, una agrupación mercante castellana fue atacada frente a Brest y sufrió
pérdidas considerables a manos del almirante inglés Thomas Percy (noviembre de 1377)
Embarcaciones usadas por los latinos durante la Edad Media
(siglos IX al XIII).
Juan I (1379-1390) continuó su alianza con Francia, renovándola mediante el tratado
de Bicêtre (1381) firmado con Carlos VI. Sánchez de Tovar obtuvo un señalado triunfo al
vencer a una escuadra inglesa en Saint-Servan y tomar el castillo de La Roche-Guyon (1379).
En agosto de 1380, unidos otra vez más Tovar y Vienne, después de saquear Winchelsea
subieron por el Támesis y quemaron Gravesand a la vista de Londres.
Comenzó de nuevo la guerra con Fernando I de Portugal por la firma de otra alianza
con Inglaterra; Sánchez de Tovar derrotó la escuadra lusitana de Juan Alfonso Tello frente a
Saltes, pero no pudo impedir la llegada de la flota inglesa del conde de Cambridge que entró
en Lisboa (1381). Las campañas posteriores forzaron a Fernando a negociar la paz (1382),
pero al fallecer el monarca lusitano en 1383, Juan I quiso hacerse con el gobierno de Portugal
en nombre de su esposa Leonor, lo que no fue aceptado por los nobles portugueses, quienes
nombraron rey a Juan I (1385-1433), lo cual encendió la guerra de nuevo. El sitio y bloqueo
de Lisboa hubieron de ser levantados por la peste negra, de la que falleció el almirante
Sánchez de Tovar (1384). El almirante Per Afán de Ribera, aunque mantenía el control de las
19
costas portuguesas, no pudo evitar la llegada de los contingentes ingleses que participaron en
la derrota de los castellanos en Aljubarrota (1385).
Este triunfo portugués animó a Ricardo II de Inglaterra (1377-1399) a participar más
directamente en la guerra. Sin apenas oposición, una escuadra inglesa desembarcó un cuerpo
de ejército en La Coruña llevando a bordo al duque de Lancaster, todavía pretendiente a la
corona de Castilla (1386); desde allí invadió Galicia y pronto se unió a los portugueses
(1387), pero ambos aliados fracasaron y el cuerpo inglés se retiró. En la mar, el almirante
inglés conde de Arundel destruía un convoy de navíos flamencos, franceses y castellanos en la
desembocadura del Támesis, provocando el colapso de las comunicaciones entre Castilla y
Flandes (1387). El tratado de Bayona (1388) y las treguas de Leulingham (1389) pusieron fin
a las pretensiones del duque de Lancaster y a la guerra entre Castilla e Inglaterra; poco
después Portugal se adhería a estas paces en noviembre de 1389. Era el fin de la
participación directa de Castilla en la Guerra de los Cien Años. Durante cerca de un siglo la
monarquía castellana se replegará hacia sus problemas internos para prepararse al gran salto
del siglo XV, que la convertirá en la primera potencia europea cuando se consiga la unión
peninsular.
Enrique III (1390-1406), ratificó las alianzas con Francia (1394 y 1396) y mantuvo
las treguas con Inglaterra, dedicando su gobierno a las reformas internas. El tráfico mercante
con Flandes se mantuvo, y en el Mediterráneo se hizo presente a partir de 1383, cuando una
agrupación naval castellana fue enviada en auxilio del duque de Anjou, apareciendo
inevitablemente la piratería. Cartagena adquirió entonces gran importancia mercantil, mientras
Pero Niño, noble de nacimiento, empezó a destacar en 1404 gracias a una incursión
devastadora realizada en el Mediterráneo.
Los recelos por motivos comerciales y el ansia de revancha por Aljubarrota, llevaron
de nuevo a la declaración de guerra entre Castilla y Portugal (1397). Tras escaramuzas
navales de poco relieve en el Estrecho y diversos choques fronterizos, se firmó la paz en
1402.
20
A principios del siglo XV, pese a la tregua existente entre Castilla e Inglaterra, la
convivencia entre los marinos de las costas del Cantábrico y los del sur de Gran Bretaña era
muy difícil. Ignorando las protestas de Juan I, las correrías de Harry Pay, señor de Poole,
John Hawley, de Dartmouth, Thomas Norton, de Bristol y Richard Spicer llegaron a inquietar
el tráfico naval en el golfo de Vizcaya, e incluso a desembarcar en Gijón y Finisterre (1403).
Como sus reclamaciones no fueron atendidas por Enrique IV de Inglaterra (1399-1413), el
rey castellano no confirmó las treguas (1404) y envió a Bretaña al almirante Martín Ruiz de
Avendaño; Pero Niño, con tres galeras, se reunió con él en Brest para ayudarle en la
protección del tráfico marítimo frente a la amenaza inglesa; sin embargo, Avendaño se negó a
su requerimiento de navegar juntos hacia las costas británicas, y entonces Niño decidió
emprender la incursión acompañado por el francés Charles de Savoisy con dos galeras.
Atacaron Plymouth, Portland y Poole, para invernar después en Rouen (1406). También en el
Atlántico, Juan de Bethencour iniciaba la anexión de las islas Canarias (1402).
Cuando se disponía atacar al reino de Granada, falleció Enrique III, sucediéndole su
hijo Juan II (1407-1454), de dos años de edad. El regente don Fernando, tío del rey, dedicó
sus esfuerzos a contener por las armas a los moros de Granada que continuamente recibían
refuerzos del norte de África (1407-1410); en la guarda del Estrecho el almirante Alonso
Enríquez obtuvo algunos éxitos. Fernando procuró el acercamiento a Inglaterra y la mejora de
relaciones con Portugal, que se concretó en la participación de marinos gallegos y vascos en la
conquista de Ceuta (1412).
Al acceder al trono de Inglaterra el rey Enrique V, dedicó un gran esfuerzo a
revigorizar la política de construcciones navales y reanudar las campañas en Francia (1413-
1420). Fruto inmediato de estas medidas fueron las victorias de Agincourt (1415) por tierra y
Harfleur (1416) por mar. Como consecuencia, Normandía pasó a manos inglesas se expulsó
a los comerciantes vascos, cántabros y burgaleses. En 1417 fueron apresados cuatro navíos
españoles en el Canal de la Mancha. El perjuicio para los puertos cántabros fue grande, ya
que sufrían además la rivalidad comercial de la Hansa alemana. En 1418 se declaró la guerra
entre Castilla e Inglaterra, mientras que se firmaba con Francia un acuerdo de apoyo naval
(1419) al alcanzar la mayoría de edad del rey Juan II. Como consecuencia, una gran escuadra
21
castellana alcanzó y destruyó cerca de La Rochela una flota inglesa y hanseática que había
salido de Burdeos (30 de diciembre de 1419); el año siguiente, otra flota castellana transportó
mercenarios escoceses a Francia. La amenaza comercial de la Hansa casi se había eliminado.
En 1429 fueron restablecidos los antiguos privilegios castellanos y en 1430 se volvió al
sistema de tregua anual renovable con Inglaterra, aunque no fue del todo respetado por ambas
partes. Con la Hansa se obtuvo un acuerdo de reconciliación en 1435; todo ello permitió
continuar la guerra de Granada, reanudada en 1431. Una armada castellana al mando de
Fadrique Enriquez atacó las islas Baleares y, a su regreso, la costa granadina. Resultaron
baldíos los esfuerzos del conde de Niebla para apoderarse de Gibraltar, que murió en el
empeño (1436); la plaza caería más tarde por sorpresa en 1462.
A Juan II le sucedió en el trono su hijo mayor Enrique IV (1454-1474). Hasta 1456
mantuvo buenas relaciones con Francia y Portugal. En 1458 y 1459, un escuadrón inglés al
mando del conde de Warwick, capitán del puerto de Calais, sostuvo varios combates con los
castellanos con fortuna varia. La amistad y colaboración con la Francia de Luis XI (1461-
1483) cambió, y Enrique IV ordenó a las villas del Cantábrico que hostigasen a los franceses.
Los castellanos, actuando como auxiliares de Alfonso V de Portugal, asistieron a la conquista
de Arcila y Tánger (1471). En 1468 el rey accedió a dejar el trono a su hermana Isabel por el
tratado de los Toros de Guisando, pero al casarse ésta con Fernando de Aragón, no lo
aceptó, revocó el convenio y nombró heredera a su pretendida hija Juana la Beltraneja
(1470) dejando abierta una crisis dinástica a su fallecimiento en 1474.
IV
LOS REYES CATÓLICOS. UNIDAD NACIONAL. HEGEMONÍA EN
EUROPA. APERTURA DE LAS RUTAS OCEÁNICAS
Con el matrimonio de los Reyes Católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla en
1468, y después de haber ocupado ésta el trono vacante de su hermano en 1474, mientras
22
que el primero lo recibía de manos de su padre Juan II en 1479, se logra por primera vez la
formación de la nacionalidad española y su constitución definitiva.
Los Reyes Católicos recibieron por herencia la gran arteria económica que para
Castilla suponía la ruta comercial establecida entre los puertos de la Hermandad de las Villas
del Cantábrico y los centros productivos de Flandes y Francia, a los que pronto se añadieron
los ingleses gracias a su política de acercamiento a la corona británica, plasmada en los
tratados de Londres (1482) y Medina del Campo (1489). Vino, hierro, miel, cera y, sobre
todo, la lana -a través del monopolio de Burgos (1494)- fueron los principales productos
objeto de las transacciones, protegidos por los Reyes Católicos mediante numerosas
disposiciones. El panorama económico se completaba gracias a la pesca en la costa sahariana
de los alrededores del cabo Bojador y el comercio con las poblaciones limítrofes y Guinea,
así como las del norte de África e Italia; incluso Cataluña conoció una nueva etapa de
expansión por el Mediterráneo hasta Egipto y se restableció el consulado de Alejandría
(1495).
Los Reyes Católicos: Fernando II de Aragón y V de Castilla (1452-1516) e Isabel I de Castilla (1451-
1504).
Desde el principio de su reinado, ambos monarcas consideraron la Marina como la
herramienta más poderosa para proteger el comercio y llevar a cabo los proyectos
expansionistas en el Mar Mediterráneo y en el Océano Atlántico, no sin haber anulado
previamente las aspiraciones de Alfonso V de Portugal y de Luis XI de Francia, empeñados
en evitar la consolidación de Isabel en el trono de Castilla (1474-1479). Contra los
23
portugueses, el conflicto, que hizo renacer el corso en ambas partes, se centró en la lucha por
el dominio del Estrecho, donde se distinguió el vasco Juan de Mendaro al derrotar una flota
portuguesa al mando de Alvar Mendes (1476). Fue notable también la fracasada expedición
de Charles de Valera hacia Guinea (1477).
De izquierda a derecha:
El tratado de
Tordesillas (7 de junio
de 1494). Primer
homenaje a Colón (12
de octubre de 1492).
En el teatro mediterráneo, la Marina participó activamente en los auxilios a la isla de
Rodas y a la ciudad de Otranto contra los ataques del sultán Mohamed II de Turquía (1481).
Seguidamente lograron tras larga guerra la conquista del reino de Granada (1481-1492),
último territorio de la Península Ibérica ocupado por el Islam, en cuyas acciones tuvo
destacada actuación una armada permanente del Estrecho, creada en 1491, al mando de los
almirantes Fadrique Enríquez y Galcerán de Requesens, de Castilla y Aragón
respectivamente. A esta conquista siguió la del reino de Nápoles en dura pugna contra Carlos
VIII y Luis XII de Francia que deseaban ocupar Italia, renovando las antiguas aspiraciones de
la casa de Anjou (1494-1505), y de Cefalonia, arrebatada a los turcos del sultán Bayaceto
(1500). De acuerdo con la política africanista de la reina Isabel, proseguida por el cardenal
Cisneros, Melilla (1497), Mazalquivir (1505). Vélez de la Gomera (1508), Orán (1509),
Bugía (1510) y Trípoli (1510) caían en poder de España. En todas estas acciones navales se
distinguieron Pedro Navarro, Bernardo de Villamarí, Luis de Requesens y Ramón Cardona.
Con la anexión de la alta Navarra, Fernando el Católico al morir en 1516 dejó asentada la
supremacía española en Europa.
En el Océano Atlántico, las sucesivas expediciones de Juan Rejón, Pedro de Vera y
Alonso de Lugo sometieron a España las islas Canarias (1478-1498). Pero es en el
descubrimiento de América donde la Marina será protagonista indiscutible, consecuencia
24
lógica a su tradición marítima, comercial y pesquera que había forzado a los habitantes de sus
extensas costas a desarrollar la navegación de altura, practicada por castellanos y
catalanoaragoneses desde el siglo XI, lo cual facilitará la gran aventura de los descubrimientos
geográficos de portugueses y españoles en los siglos XV y XVI.
Alba de América (12 de octubre de 1492)
En efecto, las Capitulaciones de Santa Fe (1492), otorgadas por los Reyes Católicos,
y el apoyo de hombres como los hermanos Pinzón y Juan de la Cosa, permitieron la salida de
una flotilla española compuesta por las tres naves Santa María, Pinta, y Niña desde el
puerto de Palos (Huelva), que al mando de Cristóbal Colón descubrirá las Indias
Occidentales, el 12 de octubre de 1492. A partir de esta fecha, crucial en la historia de la
Humanidad, los marinos españoles emprenderán un proceso continuado de descubrimiento y
conquista que, en pocos años, finalizará con la creación de un inmenso imperio heterogéneo,
pero al mismo tiempo compacto, que va a subsistir hasta entrado el siglo XIX.
En su primer viaje, Colón descubrió Guanahaní, La Española (actualmente República
Dominicana y Haití) y Cuba, y en el segundo Puerto Rico y Jamaica (1493). El año siguiente
se firmó el tratado de Tordesillas entre los Reyes Católicos y Juan II de Portugal, por el que
se repartieron los derechos de los futuros descubrimientos, determinando un límite constituido
por un meridiano situado a 370 leguas a poniente del archipiélago de Cabo Verde, a Portugal
le correspondería el espacio geográfico situado a levante y a España el de poniente de dicha
línea (1494).
En el tercer viaje, Colón descubrió la isla de Trinidad y las bocas del Orinoco (1498),
y Pero Alonso Niño llegó en 1499 al golfo de Paria, islas Margarita y Curiana en Cumaná.
25
Por su parte, Alonso de Ojeda, Américo Vespucio y Juan de la Cosa descubrieron Curazao y
el golfo de Maracaibo, el mismo año. Vicente Yáñez Pinzón cruzó el ecuador y llegó a Brasil
tres meses antes que Cabral; exploró las bocas del Orinoco y del Amazonas y alcanzó el cabo
San Agustín (1500). Juan de la Cosa y Rodrigo de Bastidas recorrieron la costa colombiana
desde Santa Marta a Darién (1501). En 1502, Colón realizó su cuarto y último viaje durante
el cual exploró las costas de las actuales Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
Ovando conquistó La Española (1502-1509). Alonso de Ojeda, con Juan de Vergara y
García de Ocampo, alcanzó el golfo de Paria (1502). Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de
Solís descubrieron el Yucatán (1508). Diego Velázquez de Cuéllar conquistó Cuba (1511-
1514). Vasco Núñez de Balboa descubrió el Mar del Sur (Océano Pacífico) el 27 de
septiembre de 1513, el mismo año en que Ponce de León descubrió La Florida. Juan Díaz de
Solís se dirigió hacia la costa sudamericana y penetró en el Río de la Plata, donde encontró la
muerte a manos de los indios (1516). Hernández de Córdoba y Antón de Alaminos
exploraron la costa de Yucatán (1517) y Juan de Grijalva la de México (1518).
Las obras propias y las traducciones árabes de los matemáticos y geógrafos griegos
conservaron en España, más que ninguna otra nación de Europa, los conocimientos de las
ciencias náuticas y en especial de la astronomía. Alfonso X el Sabio (1221-1284) se interesó
mucho por esta ciencia e impulsó en Toledo los trabajos que en este campo realizaron autores
hispanoárabes o árabes avecindados en España, judíos y cristianos de toda la Península, cuyo
producto final fueron las tablas astronómicas llamadas “alfonsíes” en honor de su promotor. En
estas efemérides, impresas por primera vez en 1483, basaron sus estudios Zacuto,
Reggiomontano, Granolachs, Angelus, Stoefler y otros para publicar las suyas.
Abraham bar Samuel bar Abraham Zacuth o Zacuto, hebreo natural de Salamanca y
profesor de astrología en Zaragoza, escribió entre 1473 y 1476 su Almanach perpetuus,
editado en Portugal (1496), que contiene las efemérides y tablas calculadas para el meridiano
de Salamanca, utilizado por los navegantes españoles y portugueses para sus observaciones
en la mar durante los primeros viajes de descubrimiento, particularmente en el viaje de
circunnavegación de Magallanes y Elcano (1519-1522).
26
Los barcos empleados en la navegación oceánica por las naciones ibéricas durante
esta época, fueron básicamente la carabela y la nao. La primera era un navío de unas 50
toneladas, de poca manga y bastante eslora, aparejado con velas latinas, aunque sobre esto se
ha discutido mucho; nacida de un proceso evolutivo cuyo origen radica en la galera
mediterránea y el cárabo moro, la carabela poseía buenas cualidades marineras y, sobre todo,
capacidad de navegar ganando barlovento.
La nao, descendiente de la carraca, era de un porte de 200 hasta 600 toneladas; la
española en particular tenía una quilla doble que la manga, mientras que la eslora en la
cubierta era el triple. Aparejaba velas cuadras y, aunque ceñía poco al viento, viraba con
facilidad por avante, tenía gran capacidad de carga y para soportar artillería en las armadas.
V
LA CASA DE AUSTRIA. HEGEMONÍA Y DECADENCIA DE
ESPAÑA. CRECACIÓN DEL IMPERIO ULTRAMARINO
Los Reyes Católicos legaron a su nieto el rey y emperador Carlos I de España y V de
Alemania, las bases de la proyección hispana que había de ser prácticamente constante a lo
largo de los siglos XVI y XVII; en el Mediterráneo, la pugna contra el creciente
expansionismo turco, el poder argelino y la rivalidad francesa; en el Atlántico, conseguido el
entendimiento con Portugal, la oposición a Francia e Inglaterra, aspirantes también a disfrutar
de las riquezas y el comercio del Nuevo Mundo. Con el paso de los años, ya a finales del
siglo XVI, surgió Holanda, que en unión de Inglaterra extenderá sus apetencias hacia el
Océano Pacifico.
La contribución naval a los sucesivos enfrentamientos hispanofranceses que jalonaron
el reinado de Carlos I fue importante y, en algunos casos, decisiva. En el primero (1521-
1525) destacó la participación de la Armada en las campañas de Italia, Guipúzcoa y golfo de
León, señalándose Hugo de Moncada. Alcanzada la paz por el tratado de Madrid (1526),
pronto se encendió de nuevo la guerra desde 1527 a 1529, cuando se firmó la paz de
27
Cambray, favorable al emperador, en gran parte gracias a la acción de las galeras del genial
genovés Andrea Doria (1468-1560), pasado al servicio de España.
De izquierda a derecha y arriba abajo: Escudo con las armas
imperiales y reales de la monarquía española (siglo XVI); El
emperador Carlos V (1500-1558); Don Álvaro de Bazán
(1526-1588) primer marqués de Santa Cruz; La Gran
Armada parte de la Coruña (22 de julio de 1588).
La intervención de Solimán II de Turquía invadiendo Hungría (1526) hizo peligrar el
corazón de Europa; para contenerlo, don Carlos acudió en persona a defender Viena (1529),
mientras que sus fuerzas navales, al mando de Andrea Doria, atacaban el Peloponeso, Corón,
la ciudad de Patrás y la entrada de los Dardanelos. Estas acciones fueron culminadas en 1535
por la conquista de Túnez, éxito al que contribuyeron Andrea Doria, Álvaro de Bazán el
Viejo, Berenguer de Requesens y García de Toledo. A continuación, el emperador mantuvo
una nueva guerra con Francisco I; después de una tentativa naval sobre Marsella en apoyo de
la fracasada invasión de Provenza, se llegó a la tregua de Niza (1538), lo que le dio pie para
fomentar una Santa Liga contra el turco, que no dio resultados tangibles por la falta de
acuerdo entre los venecianos y Andrea Doria en la acción de Preveza (1538), lo cual, seguido
por el desastre de Argel (1541), alentó el corso argelino y a Barbarroja para continuar sus
correrías hasta 1546.
Tras el fracaso de la Santa Liga, por cuarta vez se volvió a reanudar la lucha con
Francia (1542-1544), debido a la obstinación de Francisco I en mantener sus pretensiones
en Italia. La victoria naval de Álvaro de Bazán el Viejo contra una escuadra francesa en
Muros (1543) y, ante todo, el avance sobre París del propio emperador, hicieron solicitar la
paz a Francisco I, que se firmó en Crépy (1544); duró poco, pues los franceses volvieron a
28
atacar, esta vez ayudados por la traición de Mauricio de Sajonia. La comprometida posición
de Carlos fue en gran parte solventada por el apoyo de Castilla, hasta que se produjo la
abdicación del emperador en Bruselas, el 25 de octubre de 1555.
Combate entre la Gran Armada y la Flota
inglesa entre Portland Bill y la Isla de Wight
(1588)
Combate naval entre españoles y turcos (siglo XVII).
Alcanzada la paz en Cateau-Cambrésis entre España, Francia e Inglaterra en 1559, el
rey Felipe II ejerció en Europa una indiscutible hegemonía política y militar; el tratado obligó a
Francia a renunciar a sus aspiraciones en Italia, convirtiéndose en aliada de España, lo que
dejó el campo libre para que ésta e Inglaterra dirimiesen sus problemas prácticamente en
solitario hasta 1604, trasladando hacia el Mar del Norte el centro de gravedad de la política
continental, hasta entonces radicada en Italia como consecuencia de la pugna entre Francisco
I y Carlos V.
Después de la toma de La Florida por la armada de Pedro Menéndez de Avilés
(1565), el deslizamiento de la reina Isabel de Inglaterra hacia el anglicanismo, su apetencia por
las riquezas del Nuevo Mundo y, por último, el papel de protectora de los Países Bajos
rebeldes a España, provocaron la confrontación entre ambas potencias marítimas. Lo que al
principio fueron incidentes aislados, pronto desembocaron en el detonante del desastre inglés
de San Juan de Ulúa (1568), cuando una flota pirática-comercial de trata de esclavos negros,
al mando de Hawkins y Drake, financiada por la propia reina Isabel de Inglaterra, fue
prácticamente aniquilada por la flota de Nueva España, de Luján. El incremento de la
actividad corsaria inglesa, la incautación de las pagas del ejército de Flandes por parte de la
reina Isabel y su apoyo a la rebelión de los Países Bajos, contribuyeron poderosamente al
deterioro de las relaciones entre ambas monarquías, a pesar de los tímidos intentos de paliar
la situación con los tratados de Greenwich y Bristol (1573) que permitieron un respiro
29
momentáneo, aprovechado por Recalde y Valdés para reforzar por mar el ejército de
Flandes.
Combate naval entre españoles y turcos (siglo XVII). Revelación a san Pío V de la victoria de la Santa Liga en
Lepanto (7 de octubre de 1571).
La situación volvió a deteriorarse como consecuencia de la incursión fracasada de
Oxenham en Panamá (1575), de la más fructífera de Drake en el Pacífico (1577-1580) y de
un intento de invasión de Irlanda por parte del Papa apoyado por España (1580). En estas
circunstancias, falleció el rey Sebastián de Portugal y Felipe II hizo valer sus derechos a esa
corona, lo que consiguió venciendo la resistencia que le ofrecían los partidarios del
pretendiente Antonio de Ocrato gracias al ejército del duque de Alba y la Armada del Mar
Océano, de Álvaro de Bazán, que ocuparon Lisboa (1580). Este último terminó con los
últimos focos de resistencia portugueses apoyados por Francia, al derrotarles en la isla de San
Miguel (Azores), en 1582, y tomar posteriormente la isla Tercera en el mismo archipiélago
(1583).
Lograda la unidad peninsular, el elevado nivel alcanzado por el Poder Naval
hispanoportugués a finales del siglo XVI y principios del XVII, fue la consecuencia lógica,
pese a las carencias y limitaciones que se quieran considerar, de un planteamiento político bien
ejecutado, dentro de una correcta concepción estratégica del teatro continental europeo, que
iba desde la planificación de las construcciones navales, al desarrollo sistemático del comercio
marítimo con Europa y las Indias Occidentales y Orientales.
Herramientas fundamentales para alcanzar estos extremos fueron una moderna
organización del Estado en todos sus ramos, perfeccionada durante los reinados de los Reyes
Católicos, Carlos I y Felipe II, y un elevado desarrollo tecnológico y científico,
30
particularmente en el aspecto náutico, además de disponer las dos naciones ibéricas de una
envidiable situación geográfica, con magníficos puertos en el Atlántico y Mediterráneo.
Izquierda a derecha y arriba abajo: Combate naval de
pernambuco; Cámara de popa de la fragata Nuestra Señora
de la Concepción; Combate de Augusta.
El auxilio inglés a don Antonio, el peligro que representaba para Isabel la caída de
Amberes en poder de Alejandro Farnesio (1585), -lo cual ocasionó el envío del conde de
Leicester en apoyo de los Países Bajos rebeldes amenazados por la ofensiva española- y,
sobre todo, la incursión de Drake en Galicia, Canarias, Cabo Verde, Santo Domingo y
Cartagena de Indias (1585-1586), provocaron la decisión de Felipe de invadir Inglaterra con
el ejército de Flandes, al mando de Farnesio, apoyado por la Armada del Mar Océano de
Álvaro de Bazán, ya marqués de Santa Cruz (29 de diciembre de 1585). La idea se vio
reforzada tras la ejecución de María Estuardo y el ataque de Drake en Cádiz (1587).
La Gran Armada, largamente preparada en Lisboa por el marqués de Santa Cruz
hasta su fallecimiento el 9 de febrero de 1588, partió al fin en mayo del mismo año al mando
del duque de Medina Sidonia, y a punto estuvo de alcanzar su propósito de reunirse con
Farnesio, aunque fracasó en su objetivo y se vio precisada a regresar a España con notables
pérdidas debidas a los temporales sobre la costa de Irlanda (septiembre y octubre de 1588).
El esfuerzo del duque y de sus subordinados Oquendo, Recalde, Bertendona, Moncada y
31
otros, había resultado baldío. También fracasaría la respuesta inglesa sobre La Coruña y
Lisboa a cargo de Drake y Norris (1589).
El cadáver Hernando de Soto es arrojado al río Mississippi. Combate entre españoles y franceses en Mesina (1675).
Las pérdidas de la expedición de 1588 se repusieron y el sistema de protección de las
flotas de Indias se perfeccionó, así como las fortificaciones de los puertos -la potencia naval
española en la década de 1590 era incluso más formidable que lo había sido antes de la
salida de la Armada (J.H. Elliot)-, como lo pudieron comprobar Thomas Howard, derrotado
por Alonso de Bazán en la isla Flores (1591), y Drake y Hawkins en su incursión fracasada
en Las Palmas, Puerto Rico y Panamá (1595), apenas compensada por el éxito del conde de
Essex en Cádiz (1596). Aliados franceses e ingleses en guerra contra Felipe II, éste no se
amilanó y después de la toma de Calais (1596) organizó dos expediciones para invadir Irlanda
en 1596 y 1597, que fueron dispersadas por sendos temporales.
En el Mediterráneo continuaba la amenaza de turcos y berberiscos contra el comercio
y posesiones españolas en el norte de África. El ataque a la base de Dragut en Trípoli finalizó
con el fracaso de los Gelves (1560) y envalentonó a Turquía, que sitió Orán y Mazalquivir
(1563), pero la acción de García de Toledo y Álvaro de Bazán les obligó a retirarse, así
como, gracias al esfuerzo naval español, se liberó la isla de Malta del asedio a que estaba
sometida por los turcos (1565).
El ataque otomano a Chipre provocó la formación de la Santa Liga entre el Papa,
España y Venecia (25 de mayo 1571); las fuerzas navales coaligadas al mando de Juan de
Austria derrotaron a los turcos en Lepanto (Grecia) el 7 de octubre de 1571, distinguiéndose
Álvaro de Bazán, Juan de Cardona y Luis de Requesens, entre otros españoles. A pesar de la
victoria, después de un intento contra Modón en 1572, la Santa Liga fue disuelta en 1573,
32
justo el mismo año en que Juan de Austria recuperaba Túnez, aunque por escaso tiempo. En
1581 se acordó una tregua entre España y Turquía, demasiado ocupada en la guerra que
mantenía con Persia.
De izquierda a derecha: Regreso de Juan Sebastián de Elcano a Sevilla (8 de
septiembre de 1522) después de la primera circunavegación del Mundo; Vista
panorámica de Sevilla (1617).
Ya durante el reinado de Felipe III (1598-1621), el agotamiento de las partes en
conflicto y la muerte de la reina Isabel (1603) propiciaron la paz con Inglaterra (1604), tras
una tentativa fracasada sobre Irlanda, a cargo de Diego Brochero y Juan del Águila (1601). A
todo esto, prosiguió la guerra con Holanda en el Canal de la Mancha, Portugal y accesos al
Estrecho, con varia fortuna; así, mientras Brochero y Fajardo combatían al corso, obteniendo
este último señaladas victorias en aguas de América (1605) y San Vicente (1606), Mahu,
Cordes y Van Noort se desquitaron en América y el Pacífico (1598-1601), y Jacobo
Heemskirk en Gibraltar. Por instigación de Francia e Inglaterra se firmó una tregua de doce
años en 1609, más que nada por el agotamiento de los recursos de ambos contendientes,
tregua aprovechada por Holanda para convertirse en un pueblo rico y dinámico.
En el Mediterráneo, la hostilidad de Venecia dio ocasión al lucimiento de las
escuadras del duque de Osuna basadas en Brindisi (1618). Inducida por España, Persia
invadió de nuevo Turquía, situación aprovechada por el segundo marqués de Santa Cruz para
atacar en Patmos, Zante y Durazzo, todo ello completado años más tarde con la limpieza de
corsarios llevada a cabo en Larache (1610) y la Mámora (1614).
Ascendido al trono Felipe IV (1621-1665) y con Olivares en el poder, se iniciaron de
nuevo las hostilidades con Holanda, rota la tregua por razones de predominio comercial y
marítimo. Fadrique de Toledo atacó y destruyó una flota holandesa en Gibraltar (1621),
33
mientras que la escuadra española con base en Dunkerque hostilizaba el tráfico mercante y las
pesquerías de arenque, ocasionando graves pérdidas a los neerlandeses (1625-1634). En
América se registraron incursiones enemigas en Chile y Perú (1615), y en 1624 se perdía
Bahía, que fue recuperada por Fadrique de Toledo un año más tarde. Casi al mismo tiempo,
Inglaterra y Francia declaraban de nuevo la guerra a España, la primera atacó Cádiz con una
potente escuadra pero era rechazada (1625), y Francia bloqueó Génova, siendo dispersada
su flota por el segundo marqués de Santa Cruz. Francia, derrotada, firmó la paz en Monzón
(marzo de 1626), e Inglaterra con Carlos I hizo lo propio en 1630, paz que se mantuvo con
esta nación hasta 1655, permitiendo un corto y relativo respiro a Felipe IV.
Declarada la guerra de nuevo a Francia por la crisis de Mantua (1627), la situación de
España se vio comprometida al capturar el holandés Piet Heyn la flota de Nueva España en
Matanzas (Cuba, 1628), y por dos incursiones hacia Brasil: la primera a cargo de Andriaan
Janszoon-Pater, fue interceptada y casi destruida por Antonio de Oquendo a la altura de
Pernambuco (1631), y la segunda sufrió la misma suerte a manos de Lope de Hoces (1632).
Poco duró la paz alcanzada con Francia en 1631, pues Luis XIII, incitado por
Richelieu, volvió a reanudar las hostilidades en 1635. En Flandes el ataque español fue
contenido, mientras que también lo era el francés en Fuenterrabía (1638). El intento hispano
de reforzar el ejército de Flandes fracasó en Las Dunas al ser destruida la escuadra de
Oquendo por la del holandés Tromp (21 de octubre de 1639), lo que, unido a otro
descalabro en Brasil el mismo año y a las sublevaciones de Portugal y Cataluña, propició el
comienzo de la decadencia del poderío español, particularmente el naval, consagrada en la
paz de Westfalia (1648), por la que Holanda se convertía de enemigo en colaborador de
España.
La guerra con Francia continuó, apreciándose una cierta recuperación hispana de
1648 a 1652; una escuadra al mando de Juan José de Austria desbarató los intentos franceses
de sublevar Nápoles (1648) y cuatro años más tarde recuperaba Barcelona (1652); pero la
entrada de Inglaterra en guerra con España en 1655, apoderándose de Jamaica el mismo año,
y el ataque de Blake a la flota de Nueva España en Tenerife (1657), más la campaña adversa
34
de Flandes y el cansancio de los contendientes, obligaron a firmar la paz de los Pirineos
(1659).
A partir de entonces Felipe IV procuró la alianza con Holanda para frenar el
imperialismo francés de Luis XIV, que continuó haciendo la guerra en defensa de sus
intereses, lo cual no hizo más que ahondar la decadencia española. Durante el reinado de
Carlos II (1665-1700) la monarquía hispana sostuvo cuatro guerras con Francia finalizadas
por sendas paces: Aquisgrán, 1668; Nimega, 1678; Ratisbona, 1684 y Ryswick, 1697. En
ellas la Armada intervino modestamente debido a su extrema debilidad; sólo son reseñables el
mantenimiento de las comunicaciones con América y Filipinas y su limitada actuación en la
guerra de Holanda (1672-1678), durante la cual una escuadra hispano-holandesa de De
Ruyter fracasó ante Augusta (1676), pero logró que Sicilia continuase bajo dominio español.
Durante la guerra de la Liga de Augsburgo (1688-1697), el papel de la Armada fue cada vez
más reducido y no pudo evitar que la escuadra francesa bombardease Barcelona y Alicante
(1691), tomase Rosas (1693) y finalmente Barcelona (1697). La paz de Ryswick (1697) vino
a confirmar la práctica desaparición de España como potencia marítima y continental.
Es de resaltar que la Armada, además de participar como hemos visto en las
numerosas guerras en las que se vio involucrada la monarquía hispana, tuvo asignado un
cometido específico de primer orden y responsabilidad: el mantenimiento de las
comunicaciones marítimas entre los lejanos y dispersos territorios de un inmenso imperio,
convertido en realidad durante el reinado del emperador Carlos, que, gracias al esfuerzo y
eficacia de aquellos marinos, pudo llegar prácticamente intacto a las postrimerías del siglo
XVII.
En 1519 salió de Sevilla la expedición de Magallanes, que inició viaje en busca de las
Molucas navegando hacia el oeste; en 1520 descubrió el estrecho que a partir de entonces
lleva su nombre y a continuación pasó a las islas Marianas y las Filipinas. Muerto Magallanes
en Mactán (1520), posteriormente se hizo cargo del mando Juan Sebastián de Elcano, que
navegando por el Índico y bordeando África desde el cabo de Buena Esperanza, llegará a
Sevilla a bordo de la nao Victoria, junto con diecisiete hombres: había completado la primera
35
vuelta al mundo (1522). Mientras, Hernán Cortés conquistaba el imperio azteca asentado en
México (1519-1521) y, años más tarde, tras, las expediciones descubridoras de Pascual de
Andagoya (1522) y de Francisco Pizarro (1524 y 1526), este último conquistó el imperio de
los incas, asentado aproximadamente sobre el actual Perú (1532-1536), acción continuada
por la expedición a Chile de Diego de Almagro (1535) y la anexión de Nueva Granada por
Jiménez de Quesada (1536). Casi simultáneamente al inicio de la conquista de Chile por
Valdivia (1540), Orellana inició su viaje de exploración por el río de las Amazonas (1541). En
Norteamérica, Hernando de Soto exploraba Georgia, Arkansas, Mississippi, Alabama,
Luisiana y Texas (1539-1542) y Juan Rodríguez Cabrillo, portugués al servicio de España,
hará lo mismo por la costa del Pacífico entre México y Estados Unidos (1542).
En el Pacífico, Ruy López de Villalobos descubrió numerosos archipiélagos y llegó a
Filipinas y las Molucas (1541-1542), y Miguel López de Legazpi anexionaba las Filipinas a
España (1565-1569). Álvaro de Mendaña y Neira llegó hasta el archipiélago de las Salomón
(1567-1568); repitió viaje en 1595 descubriendo el archipiélago de las Marquesas. Pedro
Fernández de Quirós descubrió las Nuevas Hébridas (1605) y Luis Váez de Torres el sur de
Nueva Guinea, Australia y el estrecho que lleva su nombre (1606).
En América, en busca del paso del noroeste, se sucedieron las expediciones de
Cabrillo (1542) ya citada, Galí (1582) y Vizcaíno (1596 y 1602), mientras que Pedro
Sarmiento de Gamboa exploraba la región magallánica (1579-1584) y Gabriel de Castilla
llegaba casi al continente antártico (1603). En 1686, Francisco de Lezcano tomaba posesión
de las islas Carolinas.
Hacia mediados del siglo XVI, con el desarrollo de las naos de armada y los galeones,
se produjo una evolución acusada en la construcción naval, cuya expresión más palpable
consistió en un aumento del arqueo y puntal, y en el pronunciado lanzamiento y tamaño de las
grandes superestructuras a proa y popa. Sin embargo, ya a fines de siglo se apreció una
tendencia a dejar paso a otras naves más rasas, sobre todo en las destinadas a la guerra.
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Las ordenanzas sobre fábrica de galeones y barcos para el empleo en las
navegaciones a Indias promulgadas por Felipe III en 1607 y 1618, configuraron la estructura
de estos tipos de navíos hasta el último tercio del siglo XVII.
El comercio con América se realizaba por medio de las flotas de Tierra Firme y
Nueva España de periodicidad anual. La primera se dirigía desde Sevilla hasta Cartagena de
Indias y Portobelo, y la segunda a Veracruz. Una vez realizada la descarga y carga, ambas se
reunían en La Habana antes de emprender el regreso a Sevilla. Navegaban en conserva bajo
la protección de la escuadra de galeones de la Carrera de Indias para protegerse del corso de
ingleses y franceses.
En el Océano Pacífico el tráfico se encaminaba desde El Callao (Perú) a Panamá, y
allí, por tierra, a través del istmo, se enlazaba con la flota de Tierra Firme en Portobelo. Las
comunicaciones entre Filipinas y América se mantenían por medio de una gran nao que
anualmente hacía el viaje de Manila hasta Acapulco (Nueva España) y regreso. Con el Río de
la Plata y Chile a través del estrecho de Magallanes no existía flota regular, sino navíos
sueltos.
El desarrollo de una empresa descubridora de tan notable entidad fue posible gracias
a la Casa de Contratación, creada y establecida en Sevilla por los Reyes Católicos en 1503.
Como centro de enseñanza de la Náutica la Casa era de hecho una universidad, y en ella
impartían su cátedra los más célebres especialistas de la época sobre instrumentos náuticos,
cosmografía, navegación y cartografía; era también el centro encargado de mantener al día el
Padrón Real, carta náutica universal donde se iban vertiendo, con el mayor secreto, cuantas
observaciones y descubrimientos aportaban nuestros navegantes en cada viaje. Antecedente
insigne de esta labor es la carta universal de Juan de la Cosa (1500).
La labor divulgadora de la Casa de la Contratación y la que más fama le dio se
plasmó en los libros de navegación, concebidos para enseñar a los pilotos los rudimentos
técnicos del arte de navegar. El primer tratado de navegación español fue escrito por Martín
Fernández de Enciso en 1519 con el título de Suma de geographía, primera obra también
37
que intentó traducir a reglas la navegación de altura. A éste siguieron muy de cerca Francisco
Faleiro autor del Tratado del Esphera (1535); Alonso de Chaves del Quatripartitu en
Cosmographia practica (1537), regimiento de navegación por excelencia que no llegó a
publicarse; Jerónimo de Chaves de un Tractado de la Sphera (1545) y una Chronographia
o Repertorio de los tiempos (1548); Pedro de Medina, fue autor de un Regimiento del Sol y
del Norte y de dos Regimientos de navegación (1552 y 1553), pero, sobre todo, del Arte
de navegar (1545), que tuvo enorme difusión en Europa, llegando a las veintidós ediciones en
español, francés, italiano, inglés y holandés durante los siglos XVI y XVII; Martín Cortés y
Albacar escribió su Breve compendio de la sphera y de la arte de navegar (1551), que fue
adoptado por Inglaterra sin reservas, pues nada menos que se imprimieron diez ediciones en
su idioma, la última en 1630; Juan de Escalante de Mendoza, con el Ytinerario de
Navegación (1575), no impreso en su época, no obstante constituir, según Fernández de
Navarrete, la suma de conocimientos marítimos de aquella edad, importantísima para la
historia de la navegación, y digna de todo aprecio; Rodrigo de Zamorano su Compendio
del arte de navegar (1581), también traducida al inglés; Andrés de Poza, autor de una
Hidrographia (1585); Diego García de Palacio, la Instrucción nauthica (1587) que no es
sólo un excelente regimiento de navegación, sino un verdadero tratado de construcción naval,
primero publicado en Europa y América; Pedro de Syria fue autor del Arte de la verdadera
navegación (1606) y, por último, Andrés García de Céspedes, que escribió el Regimiento
de navegación (1606), compendio de los anteriores, corrigiendo sus errores, por lo cual esta
obra constituye uno de los tratados de náutica más importantes de la época.
VI
LA ARMADA DEL SIGLO XVIII INSTRUMENTO DE POLÍTICA
INTERNACIONAL
Fallecido sin descendencia Carlos II en 1700, por disposición testamentaria del rey
difunto, el duque de Anjou, nieto de Luis XIV, heredó el trono de España con el nombre de
Felipe V, siendo en principio esta designación aceptada por las potencias europeas excepto
por Nápoles que se sublevó en favor del pretendiente austriaco a la corona. Felipe V realizó
38
un viaje por mar desde Barcelona al virreinato rebelde a bordo de una escuadra francesa al
mando del almirante D’Estrées, ya que la española prácticamente no existía (1702).
Tras su regreso a España una vez pacificado Nápoles, los errores franceses, como el
mantenimiento de los derechos del nuevo monarca a la corona gala, provocaron una gran
alianza antiborbónica formada por Inglaterra, Holanda y Austria (1701), a la que se unieron
posteriormente Portugal y Saboya (1703), para reinstaurar en España la Casa de Austria en la
figura del archiduque Carlos, lo que originó el inicio de la guerra de Sucesión (1702).
El intento aliado de conquistar Cádiz para obtener una base de operaciones en el
Mediterráneo, y cortar la llegada de caudales procedentes de América por medio del
desembarco de un ejército considerable en El Puerto de Santa María, al mando de Rooke y
Ormond, constituyó un fracaso, compensado por la destrucción en Vigo de una flota hispanofrancesa
procedente de América (1702). El mismo almirante, al mando de una escuadra
anglo-holandesa, se apoderó de Gibraltar y sostuvo en Vélez-Málaga un combate indeciso
con la escuadra francesa del conde de Tolosa apoyada por las galeras españolas (1704). La
supremacía naval inglesa -sólo contestada por un eficaz corso español- permitió los ataques a
las plazas del Mediterráneo como Barcelona (1705), Nápoles (1707), Cerdeña, Menorca y
Orán (1708), que se perdieron para España. Sostenido sólo por Castilla, las victorias de
Felipe V en tierra y la posibilidad de reconstruir el imperio de Carlos V al morir el emperador
José I y heredar el trono austriaco el pretendiente archiduque Carlos, obligaron a firmar el
Tratado de Utrecht (1713) que consagraba la desmembración de la monarquía española,
pues perdía las posesiones italianas, los Países Bajos, y sobre todo, Menorca y Gibraltar. Sin
embargo, la guerra civil continuó hasta la recuperación de Barcelona (1714) y las Baleares
(1715).
39
De izquierda a derecha y arriba abajo:
Ataque Anglo-holandés en Gibraltar ;
Combate del navío español El Catalán
con el británico Mary (1719);
Antonio Barceló, con su jabeque
correo rechaza a dos galeotas argelinas.
En 1714 murió la reina María Luisa de Saboya y el rey contrajo nuevo matrimonio
con Isabel de Farnesio, gracias a las gestiones de Alberoni. A instancias de la reina y de este
cardenal, una flota española organizada por Patiño, al mando del marqués Esteban de Mary,
se apoderó de Cerdeña (1717) ante el asombro de Europa, atónita ante el resurgir hispano;
en 1718 otra escuadra al mando de Gaztañeta que transportaba el ejército del marqués Ledé,
invadía Sicilia. Se formó entonces la Cuádruple Alianza (Francia, Gran Bretaña, Holanda y
Austria) para mantener los acuerdos de Utrecht (1718). Sin previa declaración de guerra, el
almirante británico Byng destruyó la escuadra de Gaztañeta en cabo Passaro (1718), y Sicilia
continuó en poder de Austria. La invasión de Guipúzcoa, Navarra y Cataluña por los
franceses forzó a Felipe V a solicitar la adhesión a la Cuádruple Alianza (1720), habiendo
expulsado previamente al cardenal Alberoni. La paz fue aprovechada para que una escuadra
al mando de Carlos Grillo, preparada por Patiño y conduciendo el ejército de Ledé, levantase
el sitio a que estaba sometida la plaza de Ceuta desde hacía más de veinte años (1720).
El 10 de enero de 1724, Felipe V abdicó en su hijo Luis I, pero la muerte prematura
de éste (31 de agosto del mismo año) le obligó a recuperar el trono. A partir de entonces, el
rey continuó su línea política europea centrada en la recuperación de Gibraltar, Menorca y los
reinos perdidos en Italia, mientras que en el Atlántico y Pacífico buscaba el mantenimiento del
tráfico marítimo en el extenso imperio que había heredado de sus antecesores, todo ello
mediante una renovación política y económica que iba a conducir la Armada a un notable
resurgimiento, tanto en fuerza naval como en organización.
40
Combate del navío princesa contra tres británicos
(1740).
Combate de Tolón (1744).
Después de unos años de indefinición política propiciada por la falta de escrúpulos del
barón de Ripperdá (1724-1726), alcanzó el poder José Patiño, quien desde 1726 hasta su
muerte en 1736 llevó a cabo un importante esfuerzo de reconstrucción interior y de
ordenación de la política exterior de España, con atención prioritaria al poder naval y al
comercio marítimo.
A partir de 1725, el acercamiento español a Austria acarreó nuevas complicaciones;
los británicos intentaron inútilmente atacar en Cartagena de Indias, ambas potencias realizaron
apresamientos mutuos de embarcaciones y por parte de España se inició el asedio de
Gibraltar (1727). Las gestiones de Fleury, ministro de Luis XV, propiciaron el acuerdo que se
alcanzó por el tratado de Sevilla (1729), gracias al cual Gran Bretaña logró ventajas
comerciales en América y el infante don Carlos obtuvo la sucesión de los ducados de Parma y
Toscana con garantías de guarnición española, lo que se verificó en 1732, precisamente el
año en que una escuadra al mando de Francisco Cornejo que transportaba el ejército del
conde de Montemar se apoderaba de Orán, tras un brillante desembarco en el que se
distinguió Juan José Navarro.
La guerra de sucesión de Polonia dio paso al primer Pacto de Familia, firmado en El
Escorial el 7 de noviembre de 1733 entre España y Francia; en él se conjugaban los intereses
de estas naciones frente a la Gran Bretaña y Austria. Declarada la guerra, un ejército al
mando de Montemar, transportado por la escuadra del conde de Clavijo, se apoderó
sucesivamente de Nápoles y Sicilia, que quedaron bajo la autoridad de Carlos a título de rey
por cesión de los derechos de su padre Felipe V. A todo esto, fallecido Patiño, José del
Campillo heredó tanto su escuela como las líneas básicas de gestión (1736). Alcanzada la paz
41
por el tratado de Viena (1738), beneficiosa para España por avecinarse un nuevo conflicto
con la Gran Bretaña, cada vez más alarmada por el fortalecimiento del poder naval español
gracias al crecimiento de la construcción de navíos y a la creación de reales compañías de
comercio que agilizaban el intercambio mercantil con América y Filipinas, consecuencia todo
ello de una política atlántica independiente y potente, capaz de competir ventajosamente con
la de Londres.
La situación insostenible creada por el contrabando británico en América y la
consecuente represión de los guardacostas españoles se intentó atemperar por el acuerdo de
El Pardo (1739), pero el incumplimiento de lo estipulado por ambas partes hizo inevitable la
guerra, llamada por los ingleses “de la oreja de Jenkins” (23 de octubre de 1739). La
escuadra británica del almirante Vernon tomó Portobelo (1739), pero la del almirante Brown
fracasó ante La Habana. El ataque de Vernon y Wentworth en Cartagena de Indias también
fracasó ante la defensa de Blas de Lezo y el virrey Eslava (1741), así como las tentativas
posteriores contra Cuba, Panamá, La Florida, La Guaira y Puerto Cabello (1742-1743). La
guerra del corso fue muy intensa, lo que originó muchas pérdidas por ambas partes.
La guerra de sucesión de Austria (1740) volvió a complicar el panorama europeo. Las
escuadras españolas se vieron obligadas a transportar y apoyar a los ejércitos que actuaban
en el norte de Italia. Una escuadra británica se presentó ante Nápoles y obligó al infante-rey
Carlos a retirar sus tropas del conflicto ante la amenaza de un bombardeo, humillación que el
monarca nunca olvidó (1741).
Combate del navío Glorioso con el británico Darmouth
(1747)
Embarco de Carlos III en Nápoles (1759).
42
A la muerte de Campillo (abril de 1743), se hizo cargo de las cuatro secretarías que
éste desempeñaba -Guerra, Hacienda, Marina e Indias- el mayor talento organizador del siglo
XVIII español, Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, quien pronto
iba a tener ocasión de mostrar el acierto de esta decisión de Felipe V.
La situación política en Europa obligó a la firma con Francia del segundo Pacto de
Familia (octubre de 1743) dirigido contra Austria, Gran Bretaña y Saboya, que tenía por
objeto entregar el estado de Milán y los ducados de Parma y Plasencia al infante don Felipe y
recuperar Gibraltar y Menorca. La escuadra francoespañola al mando de los generales De
Court y Juan José Navarro, salió de Tolón para romper el bloqueo a que se veía sometida
por una británica del almirante Matthews basada en Menorca; en el combate de resultado
indeciso que siguió, llevó el peso principal de la acción la escuadra de Navarro (22 de febrero
de 1744), quien ganó por ello el título de marqués de la Victoria.
Felipe V falleció el 9 de julio de 1746 y le sucedió en el trono Fernando VI (1746-
1758), iniciando su reinado en plena participación española durante la guerra de sucesión de
Austria. El nuevo rey tuvo el acierto de mantener en el gobierno a los mismos colaboradores
de su padre, Ensenada en las cuatro secretarías citadas y Carvajal en la de Estado; aunque
plenamente coincidentes ambos en la política de reformas interiores, diferían mucho en sus
inclinaciones sobre las relaciones internacionales: Ensenada pro francés y Carvajal pro
británico. El resultado fue que, firmado el tratado de Aquisgrán (1748), la paz se mantuvo a lo
largo del resto del reinado de Fernando VI, período notable para el desarrollo de la Armada
desde todo punto de vista, limitándose las acciones bélicas a refrenar el poder naval argelino
en los accesos al Estrecho de Gibraltar y de la piratería en Filipinas (1748-1758).
En efecto, Ensenada, fiel a su lema de que sin Marina no puede ser respetada la
Monarquía española, conservar el dominio de sus vastos estados, ni florecer la
Península centro y corazón de todo (1748), se dedicó con ahínco a fomentar la
construcción naval -para ello reorganizó el arsenal de La Carraca y creó los de Cartagena y
Ferrol-, publicó las ordenanzas de 1748 y dio tanto impulso a todos los ramos de la Armada
43
que muchas de sus creaciones aún subsisten, siendo su memoria recordada y ensalzada por
toda la Corporación.
Tanta alarma causó en Gran Bretaña la política de Ensenada, que su embajador
Keene intervino para, a la muerte de Carvajal, urdir una trama con el apoyo de Ricardo Wall,
el duque de Huéscar y el conde de Valparaíso, que ocasionó la caída del genial estadista
(1754); a pesar de ello, la paz se mantuvo mientras vivió Fernando VI, fallecido
prematuramente el 10 de agosto de 1759. Desempeñaba entonces la secretaría de Marina
Julián de Arriaga, que se mantendrá en este destino hasta 1776.
Embarcado en la escuadra del marqués de la Victoria, Carlos III llegó a España
procedente de Nápoles, después de haber reinado allí veinticinco años (octubre de 1759). En
política exterior, la postura inicial del Monarca fue continuista, pero la actitud hostil del
Gobierno de Pitt, que fomentaba las agresiones británicas en las pesquerías de Terranova, los
establecimientos comerciales en la costa de Honduras, el contrabando desde Jamaica, los
ataques corsarios al comercio español y, por último, la falta de respuesta a las continuas
reclamaciones hispanas, provocaron el acuerdo con Francia, muy necesitada de la
intervención de Carlos III en la guerra de los Siete Años para paliar el adverso derrotero que
llevaba la contienda para sus intereses. Por todo ello, a pesar de que a España le convenía la
paz, se llegó al tercer Pacto de Familia (1761) que provocó la ruptura definitiva con la Gran
Bretaña (2 de enero de 1762), ansiosa de anticiparse a los preparativos militares españoles.
De izquierda a derecha: Juan José Navarro, capitán general de la Armada; Fernando VI, principe de Asturias;
Carlos III, rey de España; Zenón de Somodevilla y Bengoechea, lugarteniente general del Almirantazgo.
Un ejército británico al mando de Albemarle transportado por la escuadra de Pocock
se apoderó de La Habana, a pesar de la resistencia opuesta por el capitán de navío Luis de
44
Velasco en el castillo del Morro (29 de julio de 1762), mientras que otra escuadra al mando
del almirante Cornish tomaba Manila en septiembre del mismo año. Por su parte, Pedro de
Cevallos, gobernador de Buenos Aires, auxiliado por las fuerzas navales de esta capital, rindió
la Colonia de Sacramento (en el actual Uruguay) y rechazó el inmediato intento lusobritánico
de recuperarla (noviembre de 1762). La paz de París (10 de febrero de 1763) permitió a
España recuperar La Habana y Manila, a costa de devolver la Colonia de Sacramento y
entregar La Florida a Gran Bretaña; en compensación, Francia cedió La Luisiana a España.
A partir de 1763 se abrió un período constructivo en que el Gobierno dedicó especial
atención al fomento de la Armada y del comercio marítimo, plasmado en la apertura de los
puertos de la Península al tráfico con América y Filipinas (1765). La paz sólo se vio
perturbada como consecuencia de la ocupación británica del archipiélago de las Malvinas en
1765, que obligó a desalojarlos en 1770 por una escuadra al mando de Madariaga. La
opción pacifista de Grimaldi y, sobre todo, la falta de apoyo de Francia, en contra de lo
estipulado por el Pacto de Familia, evitaron la guerra, con la consiguiente evacuación de
aquellas islas por parte española (1771). En 1777, el general Cevallos expulsó de nuevo a los
portugueses de la Colonia de Sacramento, con la intervención de una escuadra al mando del
marqués de Casa Tilly.
La declaración de independencia de los Estados Unidos (4 de julio de 1776) y los
nombramientos como secretario de Estado del conde de Floridablanca (1777) y de Marina en
la persona de González de Castejón (1776-1783), cambiaron la orientación de la política
exterior de España, ya que, además de perseguir la revancha para anular las ventajas
británicas alcanzadas por el tratado de 1763, el realista y pragmático ministro de Estado
consideró ejes de su política el acercamiento a Portugal, Marruecos y Turquía y también
mantener una cierta autonomía respecto a Francia. Para apoyar a los norteamericanos en su
lucha contra la Gran Bretaña, las dos potencias borbónicas firmaron la convención de
Aranjuez (1779), donde Francia se comprometía a presionar para que España recuperase
Gibraltar, Menorca, Florida y Belice. Abiertas las hostilidades y fracasado el intento de invadir
la Gran Bretaña mediante una importante fuerza naval hispano-francesa (1779), las tropas
españolas al mando del duque de Sotomayor y la escuadra de Barceló, apoyados por las
45
fuerzas del duque de Crillón, pusieron sitio a la plaza de Gibraltar (1779), aunque la
resistencia de la plaza, reabastecida por Rodney, que derrotó a Lángara en el cabo de Santa
María (1780), prolongó las operaciones.
Un ejército hispano-francés al mando del mismo Crillón, con el auxilio de la escuadra
de Buenaventura Moreno, recuperó Menorca (1782); finalizada la operación, se volvió a
intentar de nuevo la conquista de Gibraltar, sometida a bloqueo por la escuadra de Luis de
Córdova. Todos los medios empleados, incluso las baterías flotantes de d’Arçon, fracasaron
ante la tenacidad de Lord Elliot (1782), gracias también a los abastecimientos introducidos en
la plaza por el almirante Howe, interceptado en su regreso a Inglaterra por la escuadra
combinada de Luis de Córdova en cabo Espartel con escasos resultados (noviembre de
1782); más éxito tuvo en el apresamiento de un gran convoy británico el mismo año.
En América, la acción conjunta de un ejército al mando de Gálvez y la escuadra de Solano,
después marqués del Socorro, consiguió expulsar a los británicos de Florida, Honduras y
Bahamas (1779-1782), lo cual aceleró el éxito de los norteamericanos en su lucha por la
independencia.
Luis de Córdova y Córdova, capitán general de la Real Armada; José Solano y Bote, capitán general de la Armada; Jorge
Juan de Santacilia, jefe de escuadra; Antonio de Ulloa y de la Torre, teniente general.
Gracias a la paz firmada en Versalles (3 de septiembre de 1783), España recuperaba
Florida y Menorca, los británicos evacuaban Honduras y, aunque se devolvían las Bahamas,
Gibraltar continuaba bajo bandera de la Gran Bretaña; el tratado constituyó el primer fracaso
de esta nación después de un siglo de éxitos. Los períodos de paz en el Atlántico fueron
aprovechados en el Mediterráneo para realizar una política propia de acercamiento al mundo
islámico. El primer tratado de paz y comercio con Marruecos se firmó en 1767, gracias a la
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labor diplomática de Jorge Juan, pero no tuvo efectividad hasta 1780, después del paréntesis
de un año de guerra durante el que los marroquíes fracasaron en sus ataques a Melilla y
Peñón de Vélez (1794), plazas sostenidas por las fuerzas navales destacadas desde Cádiz y
Cartagena. Tampoco tuvo éxito una tentativa española contra Argel con el ejército al mando
de O’Reilly, apoyado por la escuadra de González Castejón (1775). En 1782 se firmó un
tratado de paz y comercio entre España y Turquía, lo que dio origen a la visita de Aristizábal
a Constantinopla con una pequeña escuadra (1785). En Argel hubo que acudir a la fuerza
mediante bombardeos sucesivos de la escuadra de Barceló en 1783 y 1784, aunque no
consiguieron el propósito de obtener una paz estable que impidiese el corso norteafricano;
sólo una tercera demostración, esta vez a cargo de Mazarredo (1785), forzó un tratado que a
la larga tampoco fue ratificado, al no reconocer Argel la posesión de Orán por España.
El talento organizador y reformista de Patiño, Campillo, el marqués de la Ensenada y
Valdés propició desde los comienzos del siglo XVIII un renacimiento de la formación
científica y profesional de los cuerpos de oficiales de la Armada. Así, entre 1717 y 1772 se
crearon en el Departamento de Cádiz las siguientes instituciones: la Academia de Guardias
Marinas (1717), el Real Colegio de Cirugía de la Armada (1748), el Real Observatorio
Astronómico (1753), la Escuela de Ingenieros de Marina (1772) y el Depósito Hidrográfico
(1770), más tarde Dirección de Hidrografía (1797).
Defensa del Morro de La Habana; ataque británico (1762). La corbeta Atrevida entre bancas de hielo (1794).
La Real Compañía de Guardias Marinas, al formar oficiales de gran valía intelectual,
fue a su vez impulsora de esta corriente renovadora; ejemplos notables lo constituyeron Jorge
Juan Santacilia (1713-1773) y Antonio de Ulloa (1716-1795), particularmente el primero,
que a lo largo de veinticinco años será el gran impulsor, junto con Ensenada, de todas las
47
iniciativas para la reorganización de la Armada y el máximo exponente de la ciencia española
en el siglo XVIII.
La influencia de Jorge Juan y Antonio de Ulloa en todos los campos científicos fue
notable; empezando por la expedición hispano-francesa para medir un arco de meridiano en
Ecuador y así determinar la figura exacta de la Tierra (1735-1742), cuyos resultados
plasmaron en obras insuperables: Relación histórica del viaje a la América meridional, y
las Observaciones astronómicas y físicas (1748), completadas con las Noticias secretas de
América (1826), que dieron a conocer en Europa el renacimiento de la ciencia española
decaída desde el siglo XVII. Ensenada comisionó a Jorge Juan y Ulloa para que visitasen
diversos países de Europa, de 1748 a 1751, con el objetivo de obtener información sobre la
construcción naval y la enseñanza náutica, así como adquirir libros e instrumentos para dotar
los establecimientos científicos y academias militares.
A lo largo del siglo prosiguieron estas comisiones, siendo de destacar la de Mendoza
y Ríos en Londres y París (1789); el resultado de todas ellas fue pieza clave para acometer
las reformas emprendidas para potenciar la construcción naval, la renovación de la enseñanza
náutica y la introducción en España de las corrientes científicas europeas más avanzadas,
como lo prueban la creación de las instituciones antes mencionadas y los trabajos de alto valor
científico que produjeron los hombres de la Armada educados en aquel ambiente ilustrado de
la segunda mitad del siglo XVIII. Así, Jorge Juan publicó, además de los trabajos
mencionados, su Compendio de Navegación (1757) y el Examen Maritimo (1771), obra
capital para la construcción naval; Antonio de Ulloa, experto en Botánica, Astronomía,
Geología -fue el descubridor del platino-, Cartografía y Navegación, escribió entre otras ya
citadas, varios libros que iban desde el Tratado físico e historia de la aurora boreal (1752)
hasta El eclipse de sol con el anillo refractario de sus rayos (1779); Vicente Tofiño de San
Miguel (1732-1795), insigne no sólo por su categoría científica sino por sus hechos de armas,
impulsor del curso de Estudios Mayores en el Observatorio de San Fernando (1783), y autor
de diversos compendios sobre geometría y derroteros de las costas de la Península y África,
pero cuyo trabajo cumbre es el Atlas Marítimo de España (1789), obra capital de la
Hidrografía española; José de Mendoza y Ríos (1763-1816), autor de un Tratado de
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navegación (1787) y de las Tablas náuticas (1807) que fueron empleadas en España y
Gran Bretaña hasta la segunda mitad del siglo XIX, y, por último, Gabriel de Ciscar (1760-
1829), teniente general de la Armada, autor de tratados de Cosmografía y Pilotaje e
introductor del sistema métrico decimal en España.
Por su erudición histórica destacaron José de Vargas Ponce (1760-1821), director de
la Real Academia de la Historia (1804) y Martín Fernández de Navarrete (1765-1844),
también director de la misma Academia y autor, entre otras obras, de la célebre Colección de
viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles (1825-1837), la Disertación
sobre la Historia de la Náutica (1846) y la Biblioteca Marítima (1849).
Ya en pleno siglo XVIII se reanudaron las expediciones geoestratégicas abandonadas
a finales del siglo XVII, con la participación muy cualificada de los marinos y los navíos de la
Armada. En la costa noroeste de la América septentrional se registran la de Juan Pérez (1774)
que alcanzó los 54º de latitud norte; la de Bruno Heceta y Juan Francisco de la Bodega y
Cuadra (1775) que llegó a los 58º30′ de latitud norte con la colaboración de Francisco
Antonio Mourelle; la siguiente fue de Arteaga y Bodega y Cuadra (1779), también con
Mourelle, que sobrepasó los 60 grados de latitud; a esta expedición siguieron dos a cargo de
Esteban José Martínez y Gonzalo López de Haro (1788-1789), la de Francisco de Eliza
(1789) y Salvador Fidalgo (1790). Para explorar el supuesto estrecho de Juan de Fuca y
confirmar la inexistencia del paso también llamado de Ferrer Maldonado, salieron de
Acapulco las goletas Sutil y Mexicana (1792), al mando de Dionisio Alcalá Galiano y
Cayetano Valdés, lo que efectuaron corroborando la impresión de Manuel Quimper (1790).
A estas expediciones siguieron las de Jacinto Caamaño (1792), Bodega y Quadra (1792) y,
por último, la de Francisco de Eliza y Juan Martínez de Zayas (1792).
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Plano y vista del puerto y bahía de Cádiz (1839). Diseño de la proa del navío África
(1752)
En América del Sur y aguas adyacentes se ordenaron expediciones a cargo de Hervé,
que visitó la isla de Pascua (1770), y Gil y Lemos, las Malvinas (1768-1769), mientras la
Patagonia era explorada e hidrografiada por Antonio de Córdoba (1725-1726), Quiroga
(1745), José de Moraleda (1792-1794), Elizalde (1790-1791) y Gutiérrez de la Concha
(1794-1795). Filipinas fue hidrografiada por Juan de Lángara en 1765, 1772 y 1774, y Tahití
por Domingo de Boenechea. Las costas del golfo de México fueron exploradas y
cartografiadas en sucesivas campañas por Alvear y Lángara en Trinidad (isla de Ascensión)
(1773-1774), Hevia en La Florida (1783-1786), Barcáiztegui en Cuba (1788-1801),
Churruca en las Antillas (1792-1793) y Fidalgo en Tierra Firme (1792-1805).
A todas estas expediciones sobrepasó la de Alejandro Malaspina y José de
Bustamante, en su viaje científico y político por los océanos Atlántico y Pacífico, realizado
con las corbetas Descubierta y Atrevida desde 1789 á 1794, que junto a los de Cook
(1769-1778), Bougainville (1766-1769) y el conde de La Pérouse (1785-1788), constituyen
la cima de las exploraciones geográficas, científicas y naturalistas propiciadas por la Europa
ilustrada del siglo XVIII.
50
José antonio de Gaztañeda e
Iturribalzaga (1656-1728),
teniente general;
José Joaquin Romero y Fernández
de Landa (1736-1807), teniente
general e ingeniero general de la
Real Armada.
Las corbetas salieron de Cádiz (1789) y después de visitar Montevideo y las
Malvinas, emprendieron larga travesía hasta la isla de Chiloé; tocaron en Valparaíso,
Talcahuano y la isla de Juan Fernández; recorrieron la costa del Perú, entrando en Coquimbo
y El Callao, para dirigirse a continuación hacia Guayaquil y Panamá. Se reunieron en
Acapulco el 1 de marzo de 1791; y de allí partieron para Alaska en busca del célebre paso
de Ferrer Maldonado, que no encontraron. Tras tocar en Monterrey, regresaron a Acapulco
a mediados de octubre del mismo año. De allí se dirigieron a Guam (Marianas) y continuaron
a Luzón (Filipinas). La Atrevida viajó a Macao, mientras la Descubierta recorrió la costa de
Luzón; una vez reunidas (1792) partieron hacia Australia, tocando previamente en Zamboanga
(Mindanao) y Dusky (Nueva Zelanda); en Australia visitaron el Puerto Jackson y Sydney.
Después de explorar unos días las Vavao (Tonga) entraron en El Callao (1793). Desde allí
emprendieron el regreso a España y, después de permanecer en Montevideo en febrero de
1794, llegaron a Cádiz en septiembre del mismo año. Lamentablemente, debido al proceso
político a que fue sometido Malaspina a poco de llegar, gran parte del material documental,
artístico y cartográfico producido por la expedición permaneció inédito durante largos años.
A partir de la llegada de la casa de Borbón al trono de España (1700) se hizo sentir la
necesidad imperiosa de realizar un gran esfuerzo en la construcción naval, la industria militar y
los recursos económicos que permitiesen sostener la renovada política expansiva en el
Mediterráneo, Atlántico y Pacífico propiciada por Alberoni y los siguientes ministros de Felipe
V.
51
La herencia que recibió el primer Borbón en lo que respecta a la construcción naval se
limitaba a los astilleros del Cantábrico -Orio, Guarnizo y Pasajes- y en el Mediterráneo, los de
Barcelona, San Feliú de Guixols, Arenys, Mataró y Sitges. Como consecuencia de la creación
de los Departamentos Marítimos de El Ferrol, Cádiz y Cartagena, se establecieron en sus
cabeceras sendos arsenales para la construcción de todo tipo de navíos a mediados del
reinado de Felipe V.
Detalle del modelo de navío Santa Ana (1784-1816) Plano del navío Montañés (1794-1810).
El arsenal de La Carraca, en San Fernando (Cádiz), es el primero cronológicamente
de los construidos en el siglo XVIII. Situado en principio en el carenero de galeras del Puente
Zuazo (siglo XV), se trasladó a La Carraca en 1724. Las obras definitivas en la isla de León
se decidieron por Ensenada en 1749, escuchada una junta facultativa presidida por Jorge
Juan, y duraron hasta 1788 debido a las grandes cimentaciones que hubieron de realizarse por
los fondos fangosos de los caños donde se asentó.
El de Ferrol se situó primativamente en La Graña (1727) y, ya en tiempos de
Fernando VI y a impulsos del marqués de la Ensenada, se trasladó al actual emplazamiento
del Esteiro, dando comienzo las obras en 1750 de acuerdo con el proyecto de Jorge Juan.
Julián Sánchez Bort asumió la dirección de los trabajos en 1762. Con doce gradas de
construcción, fue en su época el mayor de Europa; las obras principales de la dársena
finalizaron en 1765.
52
Plano de un navío de tres puentes y 114 cañones (1759). Vista del puerto de Cartagena (siglo
XIX).
En el arsenal de Cartagena, una de las bases de la Escuadra de Galeras de España
desde el siglo XVI, comenzaron las obras en 1731 al desviar la rambla de Benipila por orden
de Patiño. La dársena que quedó se cimentó en seco y en 1739 dio comienzo la construcción
de los muelles. El impulso definitivo lo dio Ensenada en 1749, aportando los planos Sebastián
de Feringán, pero con la intervención de Jorge Juan en las obras, a quien se debe la
construcción de los dos diques secos, primeros en el Mediterráneo, y la bomba de achique
para ellos. Las obras finalizaron en 1782.
En tanto que no estuvo terminada la construcción de estos astilleros, Guarnizo
continuó en plena producción de excelentes navíos y fragatas hasta 1732 en que decayó la
producción, reactivándose durante el período de 1745 a 1768 debido a las necesidades
urgentes de la Armada.
En América se fabricaron numerosos navíos durante los siglos XVI y XVII, de forma
que en el último tercio del siglo XVII la quinta parte de los buques utilizados en las flotas de
Indias fueron construidos en astilleros como los de La Habana y Guayaquil; el atraso técnico
obligó al abandono de este último astillero a mediados del siglo XVIII. No sucedió así con el
de La Habana, pues la fortaleza, seguridad y longevidad de los navíos salidos de sus gradas
fueron proverbiales; así, desde 1715 á 1759, la tercera parte de la producción española de
barcos era habanera. El papel ascendente de este astillero obligó a su traslado a La Terraza,
en el mismo puerto (1735), y su ampliación supuso un incremento de la actividad productiva,
que continuó hasta principios del siglo XIX.
La figura más destacada en la construcción naval española durante el primer tercio del
siglo XVIII fue Antonio de Gaztañeta, superintendente de los astilleros de Cantabria (1702).
Sus normas sobre dimensiones y diseño de navíos fueron aplicados a los de 60 cañones
construidos en Guarnizo y Pasajes los años 1716 y 1717, que resultaron de buenas
condiciones marineras. Gracias a esta experiencia, Gaztañeta publicó en 1720 su obra
Proporciones más esenciales para la fábrica de navíos y fragatas, que aplicada por Real
53
Orden sirvió de pauta para la construcción naval hasta 1752, siendo el navío San Phelipe
(1732) de 114 cañones y tres puentes el de mayor porte que produjo. La mejor descripción
del sistema de Gaztañeta se puede apreciar en el Diccionario de arquitectura naval, que de
1719 a 1756 redactó y dibujó Juan José Navarro, marqués de la Victoria, verdadero
monumento iconográfico y descriptivo, indispensable para conocer todos los aspectos de la
construcción y apoyo a los navíos del siglo XVIII.
Deseando el marqués de la Ensenada modernizar la construcción naval, encomendó a
Jorge Juan pasase secretamente a Gran Bretaña y otros países europeos para estudiar los
métodos empleados en ellos y contratar técnicos expertos en el diseño y fabricación de
barcos. En 1750, Jorge Juan regresó a España con un equipo de arquitectos navales ingleses,
con los que redactó el proyecto de construcción de navíos y fragatas que dio origen al
impropiamente llamado “sistema inglés”, pues en él Jorge Juan aplicó por primera vez sus
profundos conocimientos de Mecánica, Teoría del Buque y Cálculo infinitesimal (1752), que
luego publicaría en el Examen Marítimo (1771). Los buques diseñados por este sistema
fueron considerados como sólidos, marineros y veloces.
La caída en desgracia del marqués de la Ensenada trajo consigo, a la larga, que se
llamase en 1770 al arquitecto naval francés Francisco Gautier (1715-1782) para que se
hiciese cargo de la construcción de buques de la corona, con la idea de aumentar el tonelaje y
artillado de los navíos que hasta entonces se había limitado a los de 80 cañones como
máximo. Los buques construidos por el sistema francés de Gautier resultaron ser veleros y de
buen gobierno, aunque tormentosos en las cabezadas y adquirían demasiada escora con
viento fresquito.
Muerto Gautier (1782), le sucedió José Romero y Fernández de Landa (1737-1807),
quien volvió al antiguo sistema de Jorge Juan, pero perfeccionado; el resultado fue muy
favorable, comprobándose en el primer navío que construyó, el San Ildefonso (1785), según
Mazarredo más rápido que los anteriores: barloventeaba como las fragatas, gobernaba y
viraba como un bote y tenía una batería espaciosa. En efecto, los navíos construidos por
Romero y Fernández de Landa fueron considerados los mejores de la época, como el navío
54
Santa Ana, de tres puentes y 112 cañones, alcanzando la perfección en el Montañés, de 74,
construido en El Ferrol en 1794, por Retamosa.
VII
REINADOS DE CARLOS IV Y FERNANDO VII. POSTRACIÓN DE
LA ARMADA. EMANCIPACIÓN DE LA AMÉRICA CONTINENTAL
La muerte de Carlos III (14 de diciembre de 1788) y el inicio de la Revolución
Francesa (1789) iban a trastocar el equilibrio europeo forjado a través de todo el siglo XVIII.
Además, a partir de 1788, Gran Bretaña había salido poco a poco del aislamiento
internacional al que había sido sometida durante los últimos veinte años. Los preparativos
para una guerra naval con España a causa de los derechos de comercio en la costa del
Pacífico del noroeste de América (incidente de Nutka en 1790), probaron la recuperación
diplomática y naval de aquella potencia.
Al ascender al trono el rey Carlos IV, mantuvo a Floridablanca en el poder hasta
1792, cuando el conde de Aranda, tras unos meses en el ministerio traspasó las riendas del
Gobierno a Manuel Godoy (1793). La ejecución de Luis XVI provocó la guerra contra la
Convención, que si bien fue favorable en sus inicios -conquista del Rosellón por Ricardos y
ocupación temporal de Tolón por una escuadra hispanobritánica al mando de Lángara y
Hood-, terminó con la invasión de España por Cataluña y el País Vasco (1793-1795);
durante la campaña actuó la escuadra de Gravina en apoyo del ejército de Cataluña. Firmada
la Paz en Basilea (1795) se pasó, gracias al tratado de San Ildefonso (1796), al más absoluto
entreguismo a los dictados de Francia, lo que provocó la guerra con la Gran Bretaña (1796).
El estado de impreparación de la Armada a causa del favoritismo en la designación de los
mandos y la ruina de la Hacienda, a pesar los esfuerzos de Antonio Valdés, Secretario de
Marina e Indias de (1783 a 1795), y de Juan de Lángara (1796-1799), son el origen del
desastroso combate de San Vicente (14 de febrero de 1797) entre las escuadras de Jervis y
José de Córdova. Aunque en Tenerife fracasó Nelson y en San Juan de Puerto Rico corrieron
la misma suerte el almirante Harvey y el general Abercromby (1797), el mismo año los
55
británicos tomaron las islas de Trinidad y Menorca. La escuadra española del Océano, ya al
mando de Mazarredo, quedó bloqueada en Cádiz (1798-1799) y después en Brest bajo el
mando de Gravina (1799-1802), mientras una tentativa británica en Ferrol era rechazada
(1800). La paz se firmó en Amiens (1802), paz precaria por la que Gran Bretaña devolvía
Menorca, pero España perdía la isla de Trinidad. La actitud hostil británica, a causa del
convenio de neutralidad firmado con Napoleón, provocó una nueva guerra iniciada tras el
ataque que en plena paz sufrió una formación de cuatro fragatas al mando de Bustamante
(1804).
Evacuación del Puerto de Tolón por las
escuadras británica y española (1793).
Ataque británico en Santa Cruz de Tenerife
(1797).
Para lograr el éxito en su propósito de invadir la Gran Bretaña con las fuerzas
concentradas en Boulogne, Napoleón necesitaba imperativamente establecer su dominio
sobre el Canal de la Mancha, aunque fuera sólo temporal. Para conseguirlo, ideó una
maniobra divertiva que consistía en reunir las fuerzas francesas del Mediterráneo con las
españolas de Cádiz (Gravina) y, una vez juntas, al mando de Villeneuve, debían montar un
ataque sobre las posesiones inglesas en las Indias Occidentales, forzando la persecución de la
escuadra británica de Nelson para apartarlo así del escenario europeo. Una vez conseguido
este propósito, la escuadra combinada debía regresar a Brest y levantar el bloqueo a que era
sometido este puerto, incorporar los navíos franceses liberados y despejar el Canal de la
Mancha para permitir el paso de la fuerza expedicionaria de desembarco.
Cumplido con relativo éxito el primer objetivo, Villeneuve decidió regresar a Europa,
aunque no con la prontitud deseable. Al recalar en cabo Finisterre, la escuadra combinada fue
interceptada por la británica de Calder, entablándose un combate indeciso en el que resultaron
apresados dos navíos españoles sotaventados hacia la línea enemiga y no auxiliados
adecuadamente por Villeneuve; éste, incomprensiblemente, en vez de dirigirse a Brest según
56
lo ordenado, se refugió en Cádiz, seguramente acuciado por un temor invencible de
encontrarse con Nelson en la mar, decisión que desató las iras de Napoleón, quien ordenó su
relevo por Rosily-Mesros.
Combate de San Vicente (1797). Combate de Trafalgar (1805).
Ante los hechos consumados, se cambió el plan de operaciones de la escuadra
combinada para destinarla al transporte y escolta de tropas en el Mediterráneo con objeto de
recuperar Sicilia y restablecer el poder francés en la zona. En consecuencia, Villeneuve
ordenó intempestivamente la salida a la mar, con la oposición de los españoles, tan sólo
pensando en lavar su honor antes de que Rosily le relevase. Los 33 navíos de línea (18
franceses y 15 españoles) y siete fragatas francesas abandonaron Cádiz el 19 de octubre de
1805, adoptándose un dispositivo consistente en una escuadra de batalla compuesta de tres
divisiones de siete navíos cada una, mandadas respectivamente por Álava, Villeneuve y
Dumanoir, y otra escuadra de reserva a cargo de Gravina.
En la madrugada del día 21 de octubre de 1805, al ser avistada la escuadra de
Nelson, el almirante francés invirtió el orden de marcha por giro simultáneo para evitar que le
cortasen la retirada hacia Cádiz, de lo que resultó una formación desordenada en línea de fila
con bastantes navíos sotaventados. Los británicos (28 navíos) formados en dos columnas, al
mando respectivo de Nelson y Collingwood, arribaron hacia la línea aliada con la idea de
cortarla, doblar y envolver parte de ella y destruir el centro y la retaguardia antes de que
pudiesen recibir socorro de la vanguardia, táctica ya puesta en práctica por Rodney en Santos
(1782). El resultado fue una serie de combates parciales muy reñidos con el centro y
retaguardia aliados, en los que los hispanofranceses, en inferioridad numérica, táctica y de
empleo de la artillería, fueron ampliamente batidos en detalle, perdiéndose 19 navíos
franceses y españoles con más de 6.000 bajas. En el encuentro se distinguieron, por parte
57
española, Gravina, mortalmente herido en el Príncipe de Asturias; Álava, herido en el Santa
Ana; Hidalgo de Cisneros, herido en el Santísima Trinidad; Alsedo, muerto en el Montañés;
Alcalá Galiano, muerto en el Bahama; Churruca, muerto en el San Juan Nepomuceno;
Cayetano Valdés, herido en el Neptuno, y Escaño, también herido, como mayor general de la
escuadra.
José de Mazarredo salazar, teniente general; Federico Gravina, capitán general; Frey Antonio Valdés,
capitán general; Santiago Liniers, jefe de escuadra.
Aunque la Armada podía haberse repuesto de las pérdidas sufridas en Trafalgar y aún
poseía una fuerza respetable -44 navíos de línea y 37 fragatas-, las circunstancias posteriores
de la falta de una política nacional, el desgobierno y la desmoralización reinantes en las
postrimerías del reinado de Carlos IV, hicieron imposible el resurgimiento, pese a los
meritorios esfuerzos de Francisco Gil y Lemos (1805-1808) al frente de la Secretaría de
Marina. Trafalgar significó el fin de España como potencia marítima, lugar que había ocupado
con honor desde el siglo XVI.
La consecuencia inmediata del combate fue el colapso prácticamente total del tráfico
marítimo de España con América y, por lo tanto, la apertura de los puertos americanos a los
buques extranjeros. En 1806 y 1807 se registraron sendos intentos británicos contra
Montevideo y Buenos Aires a cargo de escuadras al mando de Popham y Murray, y de
ejércitos a las órdenes de los generales Beresford y Whitelocke; ambos ataques fracasaron
por la obstinada resistencia de Liniers, jefe de escuadra de la Real Armada.
58
Ataque español en Rota durante el asedio
de Cádiz (5 de marzo de 1811)
Juan José Ruiz de Apodaca, capitán general de la
Armada.
Vista del ataque dado en El Callao por la escuadra
chilena del almirante Lord Cochrane a la española
del brigadier Vacaro (1819).
Los sucesos de Bayona, que finalizaron con Fernando VII prisionero en Valençay,
Carlos IV desterrado en Roma y José I Bonaparte designado Rey de España por Napoleón,
sublevaron al pueblo español (2 de mayo de 1808) y fueron el desencadenante de la guerra
de la Independencia (1808-1814); la escuadra francesa de Rosily que permanecía en Cádiz
desde Trafalgar fue atacada y rendida por la española de Ruiz de Apodaca, mientras que el
ejército de Dupont que intentaba liberarla era batido en Bailén (1808). La Infantería de
Marina, integrada en el Ejército, combatió a lo largo de toda la contienda desde el sitio de
Zaragoza -defensa de la Puerta del Carmen (1808)- hasta la batalla de Tolouse a las órdenes
de Wellington (1814). La Armada colaboró con sus unidades ligeras y sutiles y el apoyo de la
Marina británica en el desarrollo de la guerra -sitio de Cádiz (1809-1812) y batalla de
Chiclana (1811)- y el mantenimiento de las comunicaciones con América.
Los navíos basados en Ferrol permanecieron allí durante la ocupación francesa
gracias a las gestiones personales de Mazarredo; la escuadra de Cartagena pasó a Mahón y
parte de la de Cádiz -muy diezmada por temporales y falta de carena- se trasladó a La
Habana y Mahón. Muchos oficiales del Cuerpo General de la Armada, faltos de navíos donde
ejercer los cometidos militares de su profesión, pasaron a combatir en el Ejército.
La ocupación francesa de la Península Ibérica (1808-1814) provocó la formación de
juntas gubernativas en las principales ciudades de la América hispana, en principio leales a
59
Fernando VII, pero que poco después se decantaron claramente hacia la emancipación de la
metrópoli. Los focos de resistencia realista española se localizaron en los lugares en los que la
Armada poseía bases o apostaderos; pero de nada sirvió: en 1810 la insurgencia se extendió
a Caracas, Buenos Aires -aquí la resistencia costó a Liniers y Eslava el morir fusilados-,
Santiago de Chile y México, mientras que Colombia, Venezuela, Uruguay y Paraguay se
declararon independientes en 1811, aunque el virreinato de Perú permaneció inicialmente fiel a
España gracias a la habilidad de Abascal (1808-1814).
Combate en el Arroyo de la China (28 de marzo de
1814)
Ataque de la escuadra hispano francesa en Cádiz para
restablecer a Fernando VII en el poder absoluto (1823)
Al retornar Fernando VII al trono e iniciar la etapa absolutista (1814-1820) se puso
en marcha una doble estrategia, por un lado presionar a las potencias europeas y Estados
Unidos para que no reconociesen a los insurgentes -lo que fracasó al estar interesados Gran
Bretaña, Francia y Norteamérica en abrir su comercio a las nuevas naciones- y enviar fuerzas
expedicionarias en apoyo de los focos realistas. Para ello necesitaba Marina y entonces no se
le ocurrió más que la idea de adquirir a Rusia navíos y fragatas, en vez de habilitar los propios
que se deshacían en los arsenales. Los navíos comprados en 1817 estaban podridos e
incapaces de navegar. Así, la expedición montada hacia el Perú en 1818 al mando de Porlier
fracasó por naufragios -este mismo desapareció con el San Telmo al sur de cabo de Hornosy
la acción de la incipiente Marina chilena al mando de Cochrane; mientras, la escuadrilla de
Romarate se veía impotente para enfrentarse con los argentinos (1818), y Laborde, desde
Cuba, aunque proporcionó apoyos notables al ejército que operaba en Venezuela y
Colombia, no fue capaz de cambiar el curso de los acontecimientos por la extrema debilidad
de sus fuerzas navales.
60
La sublevación del ejército mandado por Calleja y preparado para acudir en auxilio
de los realistas americanos, que gracias a Riego trajo consigo la etapa constitucional del
reinado de Fernando VII (1820-1823), desalentó a los partidarios de la unión con España y
les inclinó a aceptar la causa republicana; Puerto Cabello en Venezuela, San Juan de Ulúa en
México y El Callao en Perú, serían los últimos bastiones de la resistencia monárquica en el
continente americano (1823-1826).
De izquda a dcha: Ángel Laborde y Navarro (1772-1834),
jefe de escuadra de la Real Armada. El navío Asia
corriendo un temporal (1824).
Repuesto Fernando VII en el poder absoluto, gracias a la intervención de los Cien Mil
Hijos de San Luis y una escuadra francesa que bloqueó Cádiz (1823), Gran Bretaña y los
Estados Unidos reconocieron la independencia de las naciones surgidas del antiguo imperio
español (1825). Aun así, Fernando VII intentó recuperar México con un ejército
transportado en la escuadra de Laborde; conquistado Tampico, el general español ordenó a
éste que se retirase suponiendo fácil el sometimiento de los mexicanos, lo que no consiguió y
tuvo que capitular (1829).
Al morir Fernando VII en 1833 dejó, tras un reinado calamitoso que se puede
considerar como la época más vergonzosa de la historia de España, una Marina casi
inexistente compuesta de tres navíos y cinco fragatas, con unos astilleros vacíos y ruinosos –
sólo se construyó el bergantín Jasón en 1819- y unas dotaciones miserables y mal pagadas,
cuyo máximo exponente lo constituyó el hecho de la muerte por hambre del teniente de navío
Lavadores a causa de debérsele diez y siete pagas (1817).
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VIII
REINADO DE ISABEL II. GUERRAS CIVILES Y CAMPAÑAS
ULTRAMARINAS
Tras el fallecimiento de Fernando VII, en septiembre de 1833, heredó el trono su hija
Isabel II, cuando era una niña de tres años de edad, quedando como regente su madre María
Cristina de Borbón, quien, como primera medida, la proclamó reina y comenzó a gobernar
mediante el Estatuto Real. Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, no aceptó estas
decisiones, hizo valer sus derechos a la corona de España y desde Portugal alentó al Ejército
y la Armada a unirse a su causa; el alzamiento de las tropas concentradas en Talavera de la
Reina significó el comienzo de la primera guerra carlista (2 de octubre de 1833),
propagándose rápidamente el movimiento en las Provincias Vascongadas, Navarra, ambas
Castillas, Aragón, Cataluña y Valencia.
Isabel II (1830-1904), reina de España
(1833- 1866).
José Vázquez de Figueroa Vidal (1770-
1855), teniente de navío de la Armada,
ministro de Marina, consejero de Estado.
El ministro de Marina José Vázquez de Figueroa, pese a sus meritorios esfuerzos, no
consiguió paliar la notoria decadencia de la Armada, acertadamente manifestada en la
exposición dirigida a las Cortes en agosto de 1834, donde plasmaba el estado de abandono
de los arsenales, lo que imposibilitaba la carena de los pocos barcos en servicio, la mayor
parte de ellos de dudoso valor militar: tres navíos del siglo XVIII, cinco fragatas, cuatro
corbetas, ocho bergantines, siete goletas y ocho embarcaciones menores de las fuerzas sutiles.
62
Como con estos medios era difícil mantener el bloqueo del Cantábrico para evitar el
aprovisionamiento de los carlistas, se incorporaron a la Escuadra mediante compra o alquiler a
Inglaterra los vapores a ruedas Isabel II, dos con el nombre de Reina Gobernadora y el
Mazeppa (1834-1835); fueron los primeros de estas clase que tuvo España y no dieron buen
resultado. A estos siguieron otros de vela o vapor construidos en Ferrol, Cavite, Mundaca y
La Habana, o adquiridos en Francia; con los que comenzó un leve repunte del estado de
postración a que había llegado la Armada durante el reinado de Fernando VII.
Vista de San Sebastián (siglo XIX). Ataque a la isla y fuerte de Balanguingui (1848).
Durante la guerra carlista, la Escuadra de doña María Cristina actuó en la costa
catalana, en el norte de Portugal, donde se creía podría encontrarse el pretendiente Don
Carlos, y principalmente en el Mar Cantábrico. Las fuerzas del bloqueo destinadas a este
último teatro de operaciones, sucesivamente al mando de los brigadieres Pérez del Camino y
José María Chacón, apoyaron las acciones del Ejército en San Sebastián, Lequeitio,
Fuenterrabía, Luchana, levantamiento del sitio de Bilbao y toma del puerto de Pasajes (1835-
1839).
La guerra finalizó al firmar Maroto y Espartero el convenio de Vergara (31 de agosto
de 1839), aunque Cabrera se mantuvo en armas en el Maestrazgo hasta el verano del año
siguiente, teniendo que actuar unidades menores de la Escuadra del Mediterráneo en el río
Ebro y los Alfaques (1840).
Los años transcurridos de 1839 á 1843 estuvieron marcados por una gran
inestabilidad política; como consecuencia, María Cristina renunció a la regencia y abandonó
España por sus controversias con Espartero (1840). La insurrección popular de Barcelona
63
(1842) y el pronunciamiento contra el nuevo regente Espartero (1843) trajeron consigo la
llegada de Narváez al poder, casi coincidiendo con la mayoría de edad de Isabel II.
Bombardeo de Joló (1851). Vapor de ruedas Reina de Castilla (1846-
1868).
Los once años siguientes -conocidos como periodo moderado (1843-1854)- fueron
notables para la Armada gracias a la gestión de dos ministros de Marina que intentaron sacar
a la Corporación de la indiferencia de las instituciones políticas nacionales sumidas en las
luchas partidistas: Francisco Armero, jefe de escuadra, y, sobre todo, Mariano Roca de
Togores, marqués de Molíns. La labor de ambos se centró en conseguir mejoras en el
presupuesto -la cantidad asignada a Marina, Comercio y Ultramar en 1845 era más de cuatro
veces inferior a la del Ejército-, en la organización y en las plantillas de personal, además de
promover transformaciones en los Cuerpos de la Armada, la creación del Colegio Naval en
San Fernando (1844-1867) y de la Escuela de Contramaestres (1845).
Pero donde más se notó la beneficiosa gestión de ambos ministros fue en el campo de
la construcción naval y la rehabilitación de los arsenales de la Península y Ultramar, lo que
propició un incremento paulatino de la fuerza naval, nunca visto en el siglo XIX, gracias a los
créditos extraordinarios otorgados por las Cortes a partir de 1850. Así, a finales de 1854, los
buques en servicio ascendían a tres navíos de línea, cuatro fragatas, cinco corbetas, doce
bergantines y veinticinco vapores, además de numerosos buques menores o de transporte.
Con estas fuerzas, la Armada colaboró en la ocupación de Fernando Póo, en Guinea (1843),
intervino en los sucesos de Portugal (1847) y de Italia, en este caso en apoyo del papa Pío IX
(1849-1850), y contra los focos de piratería que asolaban los mares de Filipinas desde el
archipiélago de Joló, destruyendo sus bases en Balanguingui (1848) y la isla de Joló (1850-
1851); actuó también para sofocar las tentativas de los insurrectos de Cuba (1851) y,
64
asimismo, intervino en la revolución de Uruguay (1845-1852), que dio origen al
establecimiento de una fuerza naval permanente en el Río de la Plata.
De izquierda a derecha: Jose María Bustillo y Gómez de Barreda (Conde de Bustillo, teniente general de la Armada);
Francisco Armero y Fernández de Peñaranda (Marqués del Nervión, capitán general de la Armada); Joaquín Gutierrez
de Rubalcava y Casal (Marqués de Rubalcava, almirante de la Armada); Casto Méndez Núñez (Contralmirante de la
Armada)
Tras el pronunciamiento de Vicálvaro, triunfaron O’Donnell y Espartero (1854) dando
origen al llamado “bienio progresista”, finalizado en 1856 por la dimisión del segundo,
permaneciendo O’Donnell al frente de la Unión Liberal, que propugnaba un centrismo capaz
de conciliar las diferentes corrientes políticas de España. Durante los cinco años que
permaneció O’Donnell en el poder continuó el paulatino crecimiento de los presupuestos de la
Armada, pese al frecuente cambio de ministros de Marina, traducido en falta de programas de
construcción naval y en la carencia de planes estratégicos para un empleo correcto de la
fuerza naval. Como ejemplo de estos defectos se puede citar la amalgama de distintos tipos
de barcos que se pudo observar en la revista naval celebrada en Alicante en honor de Isabel
II (1858).
Siguiendo la corriente expansiva colonial e intervencionista europea, particularmente
notable en el caso de Inglaterra y Francia, la España de O’Donnell por primera vez desde la
guerra de la Independencia, dirigió una mirada al exterior, propiciándo la intervención de la
Armada y el Ejército en Ultramar. En 1858 una fuerza naval ocupó efectivamente Fernando
Póo y se estableció allí una estación naval.
El 24 de agosto de 1859 España firmaba en Tetuán un acuerdo con Marruecos por el
que esta nación se comprometía al cese de las agresiones sufridas constantemente por los
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súbditos españoles, provenientes de las cabilas insumisas del Rif que no reconocían autoridad
alguna, aunque dependían teóricamente del Imperio de Marruecos.
A pesar del acuerdo, los moros de la cabila de Anyera atacaron y destruyeron un
fuerte del recinto defensivo de Ceuta en construcción, arrancando además el escudo nacional
que delimitaba la frontera (agosto de 1859). Era la ocasión propicia que esperaba el Gobierno
del general O’Donnell para reafirmar el prestigio de España, olvidar las luchas políticas
internas y despertar el entusiasmo popular mediante una empresa militar de éxito asegurado,
máxime habiendo recibido el beneplácito de las potencias europeas, si se aceptaba la
exigencia británica de no ocupar Tánger.
Izquierda a derecha: Vista de la escuadra fondeada frente al puerto de la Habana (1850); Campaña de la
Conchinchina, ataque a los fuertes de Turana(1858).
El 5 de septiembre el Gobierno envió un ultimátum al sultán Abderramán, exigiendo la
reparación del ultraje en un plazo de diez días. El 9 del mismo mes fallecía el sultán y le
sucedía su hijo Sidi Mohamed, quien presumía que la Gran Bretaña impediría la guerra, por lo
que solicitó una ampliación del plazo conminatorio; al no recibir respuesta declaró la Guerra
Santa, mientras que el Gobierno español anunciaba por su parte la ruptura de hostilidades, el
22 de octubre de 1859.
O’Donnell concentró en Algeciras y El Puerto de Santa María un ejército de
operaciones compuesto por 35.000 hombres y cerca de 3.000 caballos, mientras que se
constituía una escuadra formada por el navío Isabel II, insignia del brigadier Segundo Díaz de
Herrera, comandante de las Fuerzas Navales de Operaciones en las costas de África, tres
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fragatas, dos corbetas, cuatro goletas, once vapores de ruedas, nueve vapores y tres urcas de
transporte, así como faluchos y cañoneros que actuaban de fuerzas sutiles.
La escuadra trasladó el ejército a Ceuta del 18 a 30 de noviembre, comenzando
inmediatamente la progresión hacia Tetuán, con el apoyo de los buques de la Armada que
bombardearon los fuertes de la embocadura de la ría de dicha ciudad y establecieron a partir
del 28 de octubre el bloqueo de los puertos de Tánger y Larache.
Las fragatas Villa de Madrid y Blanca en el combate de
Abtao (7 de febrero de 1866).
Oleo de Rafael Monleón pintado en 1886. Museo Naval de
Madrid.
Las victorias de Castillejos (primero de enero de 1860) y Cabo Negro (14 de enero),
hicieron a los españoles dueños del valle de Tetuán; en estas operaciones colaboraron las
fuerzas navales, desde el día 4 del mismo mes al mando del jefe de escuadra José María de
Bustillo, apoderándose la marinería e infantería de marina de los fuertes y torre que defendían
la desembocadura de la ría de Tetuán (16 de enero). Después de duros combates, el 6 de
febrero caía esta ciudad en poder de O’Donnell. El príncipe Muley el Abbas inició
conversaciones de paz que fueron suspendidas el 23 de febrero sin resultado alguno, por lo
que la escuadra de Bustillo compuesta por el navío Isabel II, la fragata Blanca y diez vapores
bombardeó Larache y Arcila los días 25 y 26 siguientes.
Reemprendidas las operaciones del Ejército hacia Tánger, la batalla de Wad-Ras
decidió la campaña, y el príncipe Muley-el-Abbas firmó el armisticio el 25 de marzo de 1860,
lo cual dio fin a la guerra. Por el tratado de paz de Tetuán del 26 de abril del mismo año,
España obtuvo la ampliación de su campo de influencia en Ceuta y Melilla, la soberanía a
perpetuidad sobre Santa Cruz de Mar Pequeña (Sidi Ifni) y una compensación económica.
Cuando Isabel II llegó a la mayoría de edad (1843), el antiguo sistema virreinal
español había desaparecido por completo del continente americano. Sin embargo, todavía
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permanecían bajo la soberanía española las islas de Cuba y Puerto Rico, extensos y ricos
territorios situados en una posición privilegiada del Mar de las Antillas.
A partir de 1840, durante la regencia de Espartero, la paz que reinaba en Cuba fue
turbada constantemente por los afanes expansionistas de los Estados Unidos que se
prolongarían hasta finales del siglo XIX. La garantía más eficaz para frenar estas apetencias
fueron los recelos mutuos entre Gran Bretaña, Francia y Norteamerica respecto a la
hegemonía en la zona.
Bombardeo de los fuertes de El Callao (2 de mayo de 1866).
Oleo de Rafael Monleón pintado en 1869. Museo Naval,
Madrid.
Durante la época en que O’Donnell fue capitán general de la isla de Cuba, tuvo lugar
una primera sublevación de la población de raza negra que fue reprimida duramente (1844),
pero la semilla secesionista estaba echada, originándose una situación propicia para que se
extendiese en Estados Unidos la campaña antiespañola.
En estas circunstancias, el 30 de junio de 1848, llegaba a La Habana el teniente
general de la Real Armada Francisco Armero y Peñaranda para hacerse cargo del
apostadero. El activo general pronto regularizó el servicio de las fuerzas navales allí
destacadas, y las puso en un elevado grado de eficacia que pronto daría sus frutos.
En 1849 los partidarios de la anexión de Cuba a los Estados Unidos organizaron una
expedición al mando de Narciso López, antiguo general español emigrado de origen
venezolano, quien fletó dos vapores para trasladarse a la isla con gente alistada provista de
armas y municiones, pero enterado el Presidente de los Estados Unidos de la intentona,
ordenó detener a los buques y la expedición se frustró. No escarmentado, López preparó otra
con 500 hombres que desembarcó en Cárdenas (19 de mayo de 1850). Apercibido Armero
de los hechos, salió a la mar con el vapor Pizarro, apresó dos buques que conducían
pertrechos e hizo retirarse precipitadamente al cabecilla insurgente que ya había sido
68
desalojado de Cárdenas, persiguiéndole hasta Cayo Hueso. El brigadier Bustillo, sucesor de
Armero, embarcado en el vapor Almendares, rechazó en julio de 1851 otra expedición de
insurrectos emigrados que habían desembarcado en el Morrillo de Manimar. En agosto
siguiente, López lo intentó por tercera vez desembarcando en Playa Honda con cerca de 600
hombres, la mayoría norteamericanos, pero cayó prisionero en manos de las tropas españolas
con sus acompañantes; conducido el general a La Habana fue ejecutado.
La respuesta norteamericana no se hizo esperar y fueron asaltados el consulado y los
comercios españoles de Nueva Orleans; España, apoyada esta vez por la Gran Bretaña,
obtuvo reparación de las ofensas, aunque continuaron las pretensiones de anexión de la isla
sea por la fuerza o mediante propuestas de compra, como las realizadas sucesivamente en
1848, 1853, 1856 y 1858. La situación interna de los Estados Unidos previa a la guerra de
Secesión (1860-1865), permitió un respiro y propició un cierto desarrollo económico en
Cuba y la intervención española en San Domingo.
Méndez Núñez, brigadier de la Armada, comandante general
de la Escuadra del Pacífico, cae herido en el puente de la
fragata Numancia, durante el bombardeo de los fuertes del
Callao (2 de mayo de 1866).
Este país había sido cedido a Francia por la paz de Basilea (1795). Vuelto a manos
españolas (1809-1821), la guerra de independencia en la Península impidió afianzar esta
posesión; durante veintidós años el país permaneció bajo el dominio de Haití hasta el
levantamiento de Pedro Santana, quien ofertó la soberanía de su patria a España a través de
Serrano, capitán general de Cuba (1844). Se negó a ello el general, pero ayudó a los
dominicanos en su lucha por la independencia con armas y municiones. Pese a la victoria de
Santana, la amenaza de anexión bien por parte de Haití o por los Estados Unidos persistía. En
1858, el haitiano Soulouque les volvió a invadir; esta vez O’Donnell atendió la solicitud
realizada por Santana de quedar bajo la soberanía de España, tras el del informe favorable de
Gutiérrez de Rubalcava, comandante general del Apostadero de La Habana (julio de 1860).
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El general Santana, anticipándose a los acontecimientos, entregó su país a España, y el 18 de
marzo de 1861 Santo Domingo se reincorporaba a la corona de Isabel II. Estos
acontecimientos ocasionaron la partida inmediata desde Cuba de una fuerza naval constituida
por dos vapores de ruedas, tres fragatas de hélice y un transporte al mando del mismo jefe de
escuadra Gutiérrez de Rubalcaba, para realizar una demostración de fuerza frente a Puerto
Príncipe con el fin de disuadir a las autoridades de Haití de realizar actos hostiles contra la
nueva posesión española, y ocupar varios puertos dominicanos.
Navío Reina Isabel II (1852 – 1889). Oleo anónimo
del siglo XIX. Museo Naval de Madrid.
El dominio duró poco, pues en 1863 los enemigos de Santana apoyados por los
Estados Unidos se levantaron en armas contra la administración isabelina, dando comienzo a
una interminable guerra de guerrillas; pese a varios éxitos militares en los que intervinieron
fuerzas de la Armada, como en el desembarco y ocupación del reducto rebelde de
Montecristi, el gobierno Narváez comprendió que no era posible reducir el país a la
obediencia, y dispuso el reembarque de las tropas, proclamándose los dominicanos
nuevamente independientes (mayo de 1865).
La decapitación de un misionero español, condenado a muerte por el rey de Annám
en 1857 para evitar el auge del catolicismo entre sus súbditos, fue la ocasión aprovechada por
Napoleón III para ordenar a la escuadra francesa destacada en China, al mando del
contralmirante Charles Rigault de Genoully, se dirigiese a Conchinchina para exigir al gobierno
de Hué las oportunas reparaciones y evitar nuevas agresiones (diciembre de 1857), lo que
evidentemente no consiguió, pues el 8 de julio de 1858 era asesinado otro misionero español.
Con la disculpa de la defensa de la religión, e impedir la persecución indiscriminada de
los europeos en aquel país, Napoleón solicitó la colaboración de España; como
70
consecuencia, el Gobierno de Madrid ordenó el traslado inmediato de 1.500 hombres de la
guarnición de Filipinas para unirse al ejército expedicionario francés. En realidad las
verdaderas intenciones de París eran establecerse permanentemente en Indochina y disponer
de unas bases logísticas cercanas para montar la operación con el auxilio de soldados
habituados al clima y muy fogueados en acciones de guerrilla, como eran los que el Gobierno
de Manila se disponía a enviar.
Fragata de hélice Gerona (1864 – 1898)
Oleo de Angel Cortellini Sánchez,
pintado en 1881. Museo Naval, Madrid.
Las tropas filipinas fueron transportadas (agosto de 1858) en buques franceses y
falúas españolas hasta la bahía de Yulikán (Hainan), donde se encontraba Rigault con sus
fuerzas, a las que se había agregado el vapor Elcano. Después de amagar hacia Hué,
atacando y ocupando los fuertes de Turana, el almirante francés, ante las dificultades que
presentaba la progresión del ejército expedicionario aliado, se decidió por atacar Saigón,
hacia donde se dirigió la escuadra combinada el 2 de febrero de 1859, para fondear el día 9
siguiente en la desembocadura del río de la citada capital.
El día 17 se tomaba por asalto la ciudadela fortificada. Las operaciones a partir de
entonces fueron congeladas a causa de la guerra entre Inglaterra y China iniciada en 1856,
conflicto en el que los franceses se veían cada vez más implicados.
Finalizada la guerra de Inglaterra y Francia con China el 24 de octubre de 1860, las
operaciones en Saigón fueron reanudadas con refuerzos españoles, gracias a lo cual se forzó
al rey de Annám a solicitar la paz, firmada el 6 de junio de 1862. Los buques y tropas
españoles regresaron a Filipinas en marzo de 1863.
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Por el tratado de paz, España obtuvo el libre ejercicio de la religión, la libertad de
comercio con tres puertos indochinos y una indemnización de dos millones de dólares. Francia
logró además la cesión de tres provincias y una isla, el verdadero objetivo de una campaña
que costó a España mucho esfuerzo y sangre derramada al servicio de unos intereses
foráneos.
Los continuos incidentes que habían salpicado las relaciones de España y México
desde la independencia de esta nación, culminaron con la negativa del Gobierno mexicano a
pagar la deuda contraida por España durante los últimos años del virreinato, lo que unido a la
guerra civil que asolaba el país y, por último, a la declaración de persona non grata del
embajador de España dictada por el presidente Juárez, provocó la ruptura de relaciones
diplomáticas y la firma en Londres, el 31 de octubre de 1861, de un convenio tripartito con
Francia y el Reino Unido, por el que se decidía la intervención armada en suelo mexicano con
el objeto de proteger los intereses de las naciones firmantes.
Fuerzas navales y tropas españolas procedentes de La Habana, ocuparon
inmediatamente Veracruz y San Juan de Ulúa (diciembre de 1861). En enero de 1862 llegó
Prim a Veracruz para hacerse cargo del ejército allí destacado, con el auxilio de una fuerte
división naval al mando de Gutiérrez de Rubalcaba, incorporándose a continuación las fuerzas
francesas e inglesas. Al darse cuenta Prim que las verdaderas intenciones de Napoleón III
propugnaban el derrocamiento de Juárez y la instauración de una monarquía de corte
europeo, ordenó el repliegue y reembarque de las fuerzas a sus órdenes (abril de 1862).
Estas campañas despertaron recelos en las naciones americanas recientemente
emancipadas, pues sospechaban que España podría emprender contra ellas una acción
parecida. Estas suspicacias se acrecentaron y justificaron por la visita realizada por el general
de la Armada Hernández Pinzón a diversos puertos de las costas sudamericanas, al mando de
una modesta escuadra de dos fragatas y dos corbetas (1863). Los desgraciados sucesos de
Talambo (4 de agosto de 1863), y una mala conducción de la crisis subsiguiente,
desembocaron en la ocupación de las islas Chinchas por la escuadra española. Relevado
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Pinzón del mando por el más diplomático general Pareja, éste intentó limar las diferencias con
Perú; más el ataque de la población civil a la marinería de paseo por Lima y El Callao (enero
de 1865), condujo finalmente a la ruptura de hostilidades con Perú, Chile y Bolivia. Pareja,
fuertemente impresionado por la pérdida de la goleta Covadonga, se suicidó. El brigadier
Méndez Núñez, comandante de la fragata Numancia, tomó el mando de la escuadra
española con la que realizó una campaña enérgica y agresiva, cuyas principales acciones
fueron el combate de Abtao (10 de febrero), y los bombardeos de Valparaiso (31 de marzo)
y El Callao (2 de mayo de 1866). Parte de la escuadra española regresó por el cabo de
Hornos, mientras el resto lo hizo por Filipinas y el cabo de Buena Esperanza, lo que permitió a
la Numancia, ya al mando de Juan Bautista Antequera, ser el primer buque acorazado que
dio la vuelta al mundo.
A partir de enero de 1868 se hizo patente el progresivo aislamiento de Isabel II, que
vivía rodeada de una camarilla de incondicionales completamente ajena a las aspiraciones y
realidades del resto de la nación; a esta separación entre el pueblo y la reina contribuyó en no
escasa medida la drástica represión de la sublevación del cuartel de San Gil en Madrid, origen
remoto de la caida de la monarquía isabelina al cabo de unos meses.
IX
LA CRISIS DE ESPAÑA (1868-1874). LA MARINA DE LA
RESTAURACIÓN (1874-1902)
Desaparecidos O’Donnell (1867) y Narváez (1868), únicos hombres capaces de
salvar la corona, los acontecimientos se precipitaron. Prim, decidido a terminar con tal estado
de cosas, logró el apoyo del Ejército, mientras que la escuadra y el Departamento Marítimo
de Cádiz, a impulsos del brigadier Juan Bautista Topete, encabezaron un pronunciamiento que
triunfó en toda España. Como consecuencia inmediata, la reina Isabel II se exilió en París (26
de septiembre de 1868), el general Serrano se hizo cargo del poder y Prim formó el primer
gobierno provisional (octubre de 1868).
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Durante dos años y tres meses, las Cortes y el Gobierno se dedicaron con ahínco a la
labor de dotar a España de un régimen político que permitiese resolver los viejos problemas
nacionales y afrontar los nuevos que se avecinaban en Europa. La nueva Constitución,
aprobada en 1869, propició la entronización de Amadeo I de Saboya, el 2 de enero de 1871.
El monarca había llegado a Cartagena procedente de La Spezia embarcado en la fragata
Numancia, justo el mismo día que le comunicaron el asesinato de Prim, su principal valedor
(30 de diciembre de 1870). La desaparición de este general que se iba a encargar del nuevo
gobierno, la oposición frontal de los carlistas y de la vieja aristocracia y, sobre todo, la falta de
apoyo popular, provocaron la renuncia de Amadeo I, su salida de España y la proclamación
de la República, el 11 de febrero de 1873.
De izquierda a derecha: Embarque del rey Amadeo de Saboya en el puerto de La Spezia para trasladarse a España
(1870); Apresamiento del vapor Virginius por el Tornado (1873)
A lo largo de ese mismo año se sucedieron en el ejercicio del poder nada menos que
cuatro presidentes (Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio
Castelar) y seis gobiernos. La Constitución muy progresista de 1869, fue sustituida por otra
de claro corte federal. A pesar de las buenas intenciones de los gobernantes, sobre todo de
Castelar, el advenimiento de la República fue visto con reticencias en el extranjero, mientras
que en el interior, el nuevo régimen político se veía sobrepasado por el recrudecimiento de la
guerra de Cuba, agravada por el apresamiento por la corbeta Tornado del vapor
norteamericano Virginius, que llevaba armas para los insurrectos, lo cual estuvo a punto de
originar una confrontación abierta con los Estados Unidos (28 de octubre de 1873).
74
Paso del Canal de Suez por la fragata de hélice Berenguela (2
– 17 de diciembre de 1869). Episodio de la revolución cantonal en Cartagena (1873).
En julio del mismo año, había estallado la insurrección cantonal en el sur y levante de
la Península; su incidencia afectó principalmente a las capitales departamentales de Cartagena
y San Fernando (Cádiz). Los buques de la escuadra surtos en la bahía de Cádiz sofocaron la
de San Fernando, pero la del Mediterráneo basada en Cartagena (cuatro fragatas blindadas y
otras unidades menores), hizo causa común con el cantón murciano y la guerra civil se
prolongó. La actuación de la escuadra leal al gobierno de Madrid, al mando sucesivamente de
los almirantes Lobo Malagamba y Chicarro, y del Ejército, pusieron fin a la intentona
secesionista el 12 de enero de 1874.
Anteriormente, el 14 de abril de 1872, Carlos VII, pretendiente al trono, había
irrumpido en España provocando el alzamiento de las Provincias Vascongadas, Navarra y el
Maestrazgo, lo que dio origen a otra guerra carlista. El Cantábrico se convirtió de nuevo en el
escenario de la actuación de la Escuadra, esta vez al mando del capitán de navío de primera
clase Victoriano Sánchez Barcaíztegui. En una campaña enérgica realizada desde la base
avanzada de Santander apoyó al Ejército en los cometidos de rechazar las fuerzas carlistas y
el transporte de tropas, al mismo tiempo que establecía el bloqueo de la costa. Para levantar
el sitio de Bilbao, en febrero de 1874, se designó al contralmirante Juan Bautista Topete como
jefe de las operaciones navales en el norte, mientras Sánchez Barcáiztegui seguía al mando de
las fuerzas de la Armada destacadas en el Cantábrico, constituidas por dos fragatas, siete
vapores, siete goletas de hélice y otros buques menores. La Infantería de Marina tuvo una
destacada actuación a partir del 25 de marzo del mismo año, sobre todo en Somorrostro y
San Pedro Abanto. Muerto Sánchez Barcáiztegui frente a Motrico por el fuego enemigo, le
sucedió en el mando el contralmirante Polo de Bernabé, quien prosiguió las operaciones con
75
una agrupación naval reforzada hasta la finalización de la contienda, el 27 de febrero de 1876,
ya reinando Alfonso XII.
De izquierda a derecha: Miguel Lobo Malagamba (1816-1876), contralmirante de la Armada;
Victoriano Sánchez Barcáiztegui (1826-1875), capitán de navío de primera clase de la Armada;
Alfonso XII (1857-1885), rey de España.
Tal cúmulo de acontecimientos provocó el fracaso de aquel proyecto de federalismo
republicano, identificado por el pueblo con el caos y el desorden; la República sería rematada
por el golpe de estado del general Pavía (3 de enero de 1874) y el pronunciamiento del
también general Martínez Campos en Sagunto, hábilmente conducido por Antonio Cánovas
del Castillo, que puso en el trono de sus antepasados a don Alfonso XII, el 29 de diciembre
de 1874. Con él se inauguró el periodo de la Restauración que perdurará hasta la mayoría de
edad de su hijo póstumo Alfonso XIII, en 1902, tras la regencia de la reina María Cristina de
Austria (1885-1902).
Alfonso XII regresó a España por el puerto de Barcelona, el 9 de enero de 1875,
embarcado en la fragata Navas de Tolosa. El primer objetivo de su reinado fue conseguir la
pacificación del reino, finalizando la guerra carlista (febrero de 1876) y la de Cuba (paz de
Zanjón, 12 de febrero de 1878), para posteriormente lograr una estabilidad política mediante
una nueva Constitución. Este ordenamiento fundamental proclamado en 1876, hábilmente
inspirado por Cánovas del Castillo, apoyado por el monarca y secundado por el Ejército y la
Armada, creó un turno de gobierno bipartidista (Cánovas y Sagasta), no muy democrático,
pero que permitió un leve despegue industrial y económico de la nación.
76
En lo que respecta a la Armada, la escasez presupuestaria y el continuo cambio en la
cartera ministerial de Marina, impidieron la articulación de una fuerza naval proporcionada
para paliar el riesgo de las amenazas que se cernían sobre el futuro de España. No obstante,
continuó el proceso de construcción de buques, en su mayoría de concepción anticuada y de
dudoso valor militar. En 1882 nuestra situación naval era tan precaria, que se desató una
notable campaña de prensa para concienciar al Gobierno y las Cortes de la necesidad de
reconsiderar nuestra política a este respecto.
La defensa de La Carraca contra los cantonales (22 de julio de
1873).
Llegada del rey Alfonso XII a Barcelona a bordo de la
fragata Navas de Tolosa (9 de enero de 1975)
Sin embargo, es de justicia reconocer, en descargo de los hombres de valía al mando
de la Marina durante el reinado de Alfonso XII, que cualquier intento de llevar a buen término
un programa naval coherente tropezaba con dificultades de indudable trascendencia, como
eran los destrozos ocasionados en los arsenales de La Carraca y Cartagena por la revolución
cantonal de 1873, el desgaste del material naval en estos sucesos y en las campañas de Cuba
y el Cantábrico, la falta de una adecuada mentalidad marítima en las clases políticas dirigentes,
las escaceses presupuestarias, la lentitud en los trámites administrativos de concesión de
créditos y, por último, la carencia de una tecnología avanzada, que obligaba a contratar la
construcción de los buques principales en el exterior.
La Armada también se vio arrastrada por las teorías propugnadas por la Jeune École
francesa que sostenía la idea de abandonar la construcción de acorazados, para ser
reemplazados por buques más pequeños, veloces y dotados de torpedos, con numerosas
bases de apoyo, bien equipadas, tanto en la metrópoli como en ultramar. Contrario a tales
ideas, Juan Bautista Antequera emprendió el camino correcto al tomar posesión del Ministerio
de Marina, el 18 de enero de 1884, ordenando la construcción del acorazado Pelayo y la
77
redacción de un ambicioso Programa Naval (mayo de 1884) – preveía la incorporación de
siete unidades más de este tipo, entre otras-, pero desgraciadamente todo se vino abajo por la
muerte prematura del rey don Alfonso XII, acaecida el 25 de noviembre de 1885.
Juan Bautista Antequera y Bobadilla
(1824-1890), vicealmirante de la
Armada.
María Cristina de Habsburgo y
Lorena (1858-1929), reina
regente de España (1885-1902).
La Regencia de la reina doña María Cristina, que transcurrirá durante la minoría de
edad de Alfonso XIII (1885-1902), se caracterizó por un deseo nacional sentido por todos
de incorporarse al ritmo marcado por Europa, en estos momentos en la cima de su poder
militar, económico y científico. No cabe duda que a ello coadyubó la paz interna que reinó,
originada por el desengaño y el cansancio de tantos padecimientos sufridos en un siglo de
luchas intestinas, situación que tan bien comprendieron y asumieron Cánovas y Sagasta al
firmar el “Pacto del Pardo” que aseguró la estabilidad de la monarquía.
La crisis de las Carolinas -intento del Imperio alemán para apoderarse de este
archipiélago del Pacífico, posesión española desde el siglo XVI- afortunadamente abortada
por el arbitraje del papa León XIII (17 de diciembre de 1885), fue un aldabonazo a la
conciencia naval del país, no suficientemente atendido tanto por parte de los profesionales de
la Armada, como por los políticos. En efecto, el primer ministro de Marina de la Regencia,
contralmirante José María Beránger, acérrimo partidario de la Jeune École, tuvo la iniciativa
de tirar por la borda el programa tan acertadamente elaborado por Antequera hacía tres
años, y al hacerlo, se constituyó ante la Historia y la Corporación como uno de los mayores
responsables del desastre naval que sobrevendría en 1898.
78
Acorazado Pelayo (1888-1924). Combate de Cavite (primero de mayo de 1898).
En sustitución del Plan de Antequera, Beránger proyectó su propio plan de
construcciones (1886), el cual no contemplaba la intervención de España en un conflicto
europeo, y sí en Ultramar, por lo que propugnaba dotar a la escuadra de unidades ligeras y
veloces, muy en la línea de la Jeune École. También fracasaría este Plan al cesar en el
Ministerio y ser sucedido por Rafael Rodríguez Arias (10 de octubre de 1886), quien,
excepcionalmente, se mantendría con la cartera de Marina durante cuatro años seguidos,
hasta 1890.
En línea continuista, redactó su programa naval, inspirado claramente en el de
Beránger y plasmado en la Ley de Escuadra de 12 de enero de 1887, que autorizaba la
construcción de once cruceros protegidos de primera clase, diez cruceros torpederos de
primera y segunda clase, ciento treinta y ocho torpederos, así como multitud de otras
unidades menores. El olvido del acorazado constituyó de nuevo un grave error, ya advertido
por parte de los oficiales más prestigiosos de la Armada. sin embargo, el programa tuvo
algunas consecuencias positivas, como fueron un efímero despertar de la conciencia marítima
española y el asentamiento de las bases para el desarrollo de una incipiente industria naval
nacionalizada. Como los arsenales departamentales de Ferrol, La Carraca y Cartagena no
poseían la suficiente capacidad para asumir tal cúmulo de encargos, el Gobierno hubo de
recurrir a los astilleros particulares españoles y, en parte, a la contratación extranjera.
A este Plan de Escuadra de 1887 y sus sucesivas modificaciones correspondieron los
cruceros Infanta María Teresa, Almirante Oquendo y Vizcaya, construidos en Bilbao; los
también cruceros Princesa de Asturias, Cardenal Cisneros y Cataluña, encargados
respectivamente a los arsenal de La Carraca, Ferrol y Cartagena y, finalmente, el crucero
79
Emperador Carlos V, construido por la industria privada en Cádiz, que sería el mayor de
todos. Por minoraciones presupuestarias, de este célebre Plan sólo se obtuvieron estos siete
cruceros y diez cañoneros torpederos. A esta lista habría que agregar otras unidades tipo
crucero, construidas como consecuencia de programas más antiguos o añadidos
precipitadamente a los efectivos de la Armada para cubrir necesidades puntuales sin tener en
cuenta su valía real, como el primer Reina Regente, botado en 1887 y trágicamente
desaparecido en aguas del Estrecho de Gibraltar ocho años después.
De izquierda a derecha: Defensa de
Manila por la marinería de la Escuadra
(13 de agosto de 1898). La escuadra
del almirante Cervera bloqueada en
Santiago de Cuba (mayo de 1898).
Pascual Cervera y Topete (1839-
1909), vicealmirante de la Armada.
Tras el ministerio de Rodríguez Arias, vinieron los de Romero Moreno, dos veces más
Beránger, Cervera y Pasquín, entre otros, para recaer la cartera de Marina de nuevo en
Beránger (1895-1897), el cual, cuando ya era tarde, esbozó un nuevo plan que incluía, por
fin, la construcción de un acorazado de 11.000 toneladas, tres cruceros y seis torpederos, así
como la modernización de las viejas fragatas Numancia y Victoria. Fruto de este programa
fue el crucero acorazado Cristóbal Colón, encargado a Italia, que se incorporó a la
Escuadra en 1897 con el grave defecto de no llevar instalada la artillería principal por no
haber sido admitida en la entrega, lo cual se pagaría caro en Santiago de Cuba al año
siguiente.
El último cuarto del siglo XIX contempló también el renacimiento de la Marina
Mercante española que competirá en las líneas comerciales marítimas de Europa, Extremo
Oriente, ambas Américas y las costas occidentales de África. En 1881 la empresa naviera de
Antonio López, creada en 1850, se transformó en Sociedad Anónima, naciendo la Compañía
Transatlántica Española; rivalizaba con ella la Compañía del marqués del Campo, que
80
terminaría absorbida por aquélla en 1884, precisamente el año en que se creaba en Cádiz la
Compañía Pinillos. A estas navieras habría que añadir la Isleña Marítima, Vasco Andaluza,
Guipuzcoana, Valenciana de Correos, Serra, Pi y Compañía, etc., todas con magnífico
historial y semilleros de buenos profesionales de la mar, que demostraron tanto en paz como
en guerra sus cualidades humanas y técnicas, lo cual les proporcionó una alta estimación entre
las corporaciones nacionales más solventes.
La fundación en 1876 de la Real Sociedad Geográfica, hizo volver los ojos de la
España de la Restauración hacia los intereses nacionales en África. Esta actividad en parte
civilizadora y en parte promotora de objetivos económicos y comerciales, se vería frenada en
Marruecos por los continuos incidentes protagonizados por moros incontrolados que tuvieron
lugar a partir de 1886. La tensión entre España y el Imperio marroquí subió de tono
progresivamente, hasta que el 2 de octubre de 1893 fueron atacadas por los rifeños las
fortificaciones de la frontera de Melilla. La Armada colaboró en el restablecimiento de la
situación con el traslado a la plaza amenazada de un ejército de 20.000 hombres, así como
bombardeando las posiciones de los marroquíes con la artillería de los buques de la Escuadra
(1893-1894). Mientras, los barcos sueltos enviados al Golfo de Guinea consolidaban la
presencia española en Fernando Póo (1887-1894).
En el Pacífico, las fuerzas navales destacadas en Filipinas cooperaron en la ocupación
de las islas Carolinas, en particular de Ponapé y Yap (1887-1894). A partir de 1886 la
situación en el Archipiélago se hizo progresivamente más difícil, pues a los continuos ataques
de los moros de Mindanao, Joló y Borneo (1887-1896), se unió el levantamiento de Emilio
Aguinaldo y Andrés Bonifacio dirigido a eliminar la soberanía española en su patria (agosto de
1896). Las pocas unidades de la Armada destacadas allí colaboraron con el ejército del
general García de Polavieja -nombrado capitán general de Filipinas, el 8 de diciembre de
1896- en las operaciones iniciadas para reprimir la sublevación.
No era mejor el estado de Cuba, pues la insurrección iniciada el 24 de febrero de
1895 (“el grito de Baire”), obligó al gabinete conservador presidido por Antonio Cánovas del
Castillo a enviar a las Antillas un ejército al mando de Martínez Campos, nombrado capitán
81
general de la isla, con amplios poderes para conseguir una paz duradera de acuerdo con las
instrucciones de Madrid. El fracaso de las concepciones estratégicas y tácticas del general
Martínez Campos, obligó a su relevo en febrero de 1896 por Valeriano Weyler, quien sin
perder tiempo persiguió duramente las guerrillas cubanas de Maceo, Máximo Gómez y
Calixto García, empleando el procedimiento de aislarlas entre sí por medio de trochas que
dividían el país, y destruir sus recursos agrícolas y ganaderos en el campo.
Fernando Villaamil y Fernández Cueto (1845-
1898), capitán de navío de la Armada. Villaamil
tomó parte en las campañas de Santo Domingo
y de Joló, y en las acciones para sofocar la
insurrección de Cavite en 1872.
El plan emprendido por Weyler parecía ser efectivo -Maceo moría en diciembre de
1896 al intentar romper la presión a la que era sometido-, pero el intervencionismo de los
Estados Unidos, tanto con ayuda militar más o menos encubierta como en el campo
diplomático, neutralizaron estas expectativas de éxito. Precisamente la misión de las fuerzas
navales españolas destinadas en Las Antillas consistió en evitar ese flujo de armas, explosivos
y bastimentos que hacían posible la supervivencia de la rebelión, sin olvidar otras de apoyo al
Ejército como eran el bombardeo de las posiciones enemigas desde la mar y el suministro de
víveres y municiones a los destacamentos aislados. Para cubrir tantas necesidades, el gobierno
reforzó durante 1896 los efectivos navales allí estacionados y envió tropas de Infantería de
Marina que intervinieron en las operaciones colaborando con el Ejército.
En el terreno diplomático, cada vez se mostraban más claras las intenciones
norteamericanas; buena prueba de ello fue la nota del Secretario de Estado Richard Olney (4
de abril de 1896), en la que Washington ofrecía sus buenos oficios para terminar el asunto
cubano si se concedía una gran autonomía a la isla, con lo que España haría innecesaria la
intervención de los Estados Unidos en la guerra. Cánovas, por supuesto, rechazó la nota,
82
confiando en la victoria militar, y emprendió una ofensiva diplomática en Europa para lograr
apoyos a su política ultramarina, en lo cual fracasó totalmente, quedando España sola ante el
poderoso oponente americano.
En un proceso paralelo y similar al cubano, el general García de Polavieja aplicaba en
Filipinas la misma política de mano dura de Weyler en Cuba, y para empezar fusiló a José
Rizal (30 de diciembre de 1896), acción errónea e injusta; en el campo militar tuvo más éxito,
aunque no el suficiente como para sofocar la insurrección de la totalidad de las islas.
Las tímidas reformas administrativas emprendidas por Antonio Cánovas a principios
de 1897 derivadas de los progresos militares españoles tanto en Cuba como en Filipinas, se
vieron ensombrecidas a mediados del año por el asesinato del estadista, el 8 de agosto; la
llegada al poder de Sagasta (4 de octubre de 1897), significó un cambio radical de la política
ultramarina llevada hasta el momento: a la sustitución de Weyler por el general Blanco en
Cuba, y la de García de Polavieja por Primo de Rivera en Filipinas, siguieron la declaración
de la autonomía de Cuba, el 26 de noviembre, y el acuerdo de Biac-Na-Bato, el 23 de
diciembre, por el que Aguinaldo se retiraba de Filipinas. Era el esfuerzo supremo de España
para alcanzar la paz y preservar sus provincias ultramarinas ante la amenaza permanente de
los Estados Unidos.
No obstante las reformas en el status de Cuba, las intolerables exigencias de una
pacificación inmediata de la Gran Antilla habían ido en aumento a partir de la llegada de
McKinley a la presidencia norteamericana (4 de marzo de 1897), y provocaron fuertes
manifestaciones populares de protesta en La Habana. A petición del cónsul norteamericano,
se presentó en el puerto de esta capital el crucero acorazado Maine, so pretexto de proteger
los intereses estadounidenses en la isla; pero desgraciadamente este navío volaba el 15 de
febrero de 1898 por explosión interna de las carboneras o pañoles de municiones, sirviendo
de pretexto a Estados Unidos para declarar la guerra a España el 21 de abril siguiente,
después de una insidiosa campaña de prensa en la que se acusaba calumniosamente a las
autoridades españolas de haber provocado el siniestro, opinión corroborada por el dictamen
83
interesado y claramente partidista de una Comisión americana nombrada para investigar su
origen.
El tiempo transcurrido desde la catástrofe del crucero hasta la ruptura de hostilidades
fue empleado por el gobierno de Estados Unidos en prepararse para la guerra y desplegar sus
fuerzas navales. Las primeras operaciones por su parte consistieron en establecer el bloqueo
de la costa norte de Cuba por la escuadra de Sampson, lo que ejecutó al día siguiente de
declararse la guerra, y realizar un bombardeo indiscriminado en Matanzas (27 de abril).
Mientras, el comodoro Dewey con una escuadra de cuatro cruceros protegidos, otro más
pequeño y un cañonero, con su insignia arbolada en el crucero Olympia, salía de Hong Kong
y se dirigía a la isla de Luzón (Filipinas). El primero de mayo de 1898, esta escuadra destruía
la española que el contralmirante Patricio Montojo había conseguido reunir en Cavite, cerca
de Manila, formada por dos cruceros sin protección, cuatro cañoneros y un aviso, arbolando
su insignia en el Reina Cristina. Días después, una fuerza de invasión norteamericana
desembarcaba y con la eficaz ayuda de las tropas de Aguinaldo, que había regresado, ponía
sitio a la ciudad de Manila. La plaza resistió el ataque asistida por la marinería de la escuadra
hasta capitular el 14 de agosto.
Al llegar a Madrid las noticias del combate de Cavite, el Gobierno, cediendo
erróneamente a las presiones de los que no aceptaban la pérdida de las posesiones en el
Océano Pacífico, envió a Filipinas la escuadra de reserva al mando del contralmirante Manuel
de la Cámara, constituida por el acorazado Pelayo (insignia), el crucero Carlos V, tres
cazatorpederos y diversos buques auxiliares. Las dificultades de aprovisionamiento puestas
por los británicos en Suez y las malas noticias procedentes de las Antillas, obligaron al
Gobierno a ordenar el regreso de Cámara a la Península el 23 de julio.
En el Atlántico, la escuadra del contralmirante Pascual Cervera -cuatro cruceros, tres
cazatorpederos, tres torpederos y un buque auxiliar- se había situado el 14 de abril en el
archipiélago de Cabo Verde, posición que abandonó el 29 del mismo mes para entrar en
Santiago de Cuba el 19 de mayo, rompiendo el bloqueo norteamericano. Mientras duró la
navegación de los buques españoles, Sampson, ante la probabilidad de hallar en San Juan de
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Puerto Rico a la escuadra de Cervera, bombardeó infructuosamente las defensas del puerto el
12 de mayo.
Isaac Peral y Caballero (1851-1895),
teniente de navío de la Armada.
Dibujo a lápiz sobre papel de Isidro
Fernández Fuentes “Gamonal”
fechado en 1918. Museo Naval,
Madrid.
Un ejército norteamericano -dos brigadas con 16.000 hombres al mando del general
Shafter- apoyado por los cubanos de Calixto García, desembarcó en Daiquiri y Siboney el 24
de junio. A costa de fuertes pérdidas en El Caney y Las Lomas de San Juan (1º de julio), los
estadounidenses sitiaron Santiago de Cuba, donde se encontraba Cervera bloqueado a su vez
por la escuadra del almirante Sampson. En tan críticas circunstancias para ambos bandos –
Shafter tenía grandes dudas de poder continuar el asedio de la plaza ante el importante
número de bajas sufrido por sus tropas-, el general Blanco ordenó el 2 de julio la salida
inmediata de la escuadra rompiendo el bloqueo. Cervera obedeció aun a sabiendas que iba
hacia un desastre seguro, habida cuenta la desproporción de las fuerzas en presencia. El tres
de julio de 1898, la escuadra española -cuatro cruceros protegidos y dos torpederosresultaba
destruida por el fuego concentrado de los cuatro acorazados, dos cruceros
protegidos y varios buques menores a las órdenes de Sampson.
Otro ejército expedicionario americano, al mando del general Miles, desembarcó en
Guánica (Puerto Rico) el 25 de julio, y emprendió la marcha hacia San Juan, interrumpida el
12 de agosto al suspenderse las hostilidades. Tal cúmulo de desgracias obligaron a España a
firmar en París, el 10 de diciembre de 1898, un tratado de paz que consagraba la pérdida
definitiva de la soberanía española sobre Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Con la paz llegarían
años difíciles para la Armada y el Ejército que soportaron con resignación, pues además de
haber sufrido las pérdidas más dolorosas, se les achacó injustamente gran parte de las
responsabilidades de lo ocurrido.
85
No a todos los estamentos nacionales directamente afectados por el resultado adverso
de la guerra de 1898, les embargó el espíritu pesimista generalizado, algunos sectores
políticos, de prensa y publicistas navales, propugnaron la reconstitución de la Marina y la
renovación de la Escuadra desde el mismo momento de firmarse la paz. Entre ellos destacaron
dos políticos de gran talla en el sostenimiento de tales objetivos: Silvela y Sánchez de Toca,
que, aunque al principio no tuvieron éxito en sus iniciativas, plasmadas en los proyectos de
programa naval de 1900 y 1902, con su tesonera dedicación al problema lograron promover
las inquietudes políticas necesarias para posibilitar el despegue inicial de la capacidad militar
de la Armada en los comienzos del siglo XX.
La decadencia padecida por la nación española a consecuencia del calamitoso
reinado de Fernando VII (1808-1833), que se prolongó hasta más allá de la regencia de su
viuda María Cristina de Borbón (1833-1843), tuvo notables repercusiones en la Armada,
principalmente en los campos científico y tecnológico, mantenidos a niveles mínimos gracias a
la meritoria labor desarrollada por unos pocos supervivientes de mejores épocas, que se
negaban a asistir impávidos al derrumbamiento total del espléndido pasado reciente del siglo
XVIII.
José Sánchez Cerquero (1784-1850) tuvo el acierto de reorganizar en 1831 el Real
Observatorio de San Fernando, la institución científica más prestigiosa de la Armada,
consiguiendo acopiar un instrumental astronómico de primera calidad, lo que le permitió
realizar a partir de 1833 observaciones meridianas, principal objetivo del Observatorio, junto
con las de las ocultaciones de estrellas por la Luna, de eclipses de los satélites de Júpiter y de
estrellas circumpolares. Desde 1856 comenzó a impartirse en esta institución el Curso de
Estudios Superiores, que nutrió de oficiales con una alta preparación científica al propio
Observatorio, al Depósito Hidrográfico, a las comisiones científicas y al Colegio Naval.
Gracias a ellos, se reactivó la Hidrografía, creándose la comisión de la Península (1860),
encargada de levantar la cartografìa de las costas españolas e islas adyacentes, la cual se
complementarìa con las de las Antillas y las Filipinas.
86
El nombramiento en 1869 del capitán de navío Cecilio Pujazón (1833-1891) como
director del Observatorio, propició una nueva reorganización interna que tuvo como resultado
volcar el esfuerzo de la institución en las tareas más importantes: las observaciones
astronómicas, el cálculo de las efemérides y el depósito y mantenimiento del instrumental
náutico de la Armada. A estos cometidos se añadieron, en 1877, la creación de un Centro
Meteorológico Marítimo y, en 1878, la del Centro de Agujas Magnéticas. La extraordinaria
labor de Pujazón culminó con su participación en el levantamiento de la carta del cielo en
París (1887-1891).
La Armada se nutrió a lo largo del siglo XIX de instrumentos náuticos importados
principalmente de Gran Bretaña y Francia; no obstante, existían talleres para la fabricación y
reparación en los tres arsenales de Ferrol, Cartagena y La Carraca. Desde 1882 permaneció
en actividad tan sólo este último, que en 1904 se trasladará al Observatorio de San Fernando
como sección de Instrumentos Náuticos.
Entre los cronometristas españoles que trabajaron para la Armada, destaca José
Rodríguez de Losada (1797-1870), una de las más prestigiosas figuras europeas del siglo
XIX en su especialidad, mientras que en el campo de la construcción de instrumentos náuticos
de reflexión (quintantes y sextantes) y de precisión son notables los construidos por Pedro
Torres (1827-1902), designado instrumentista del Observatorio de San Fernando en 1864.
Respecto a la navegación, la Armada continuó utilizando hasta bien entrado el siglo
XX, los tratados y tablas astronómicas de José Mendoza y Ríos, con algunas adiciones y
trabajos originales de Sánchez Cerquero (1784-1850), Fernández Fontecha (1834-1889) y
Terry y Rivas (1838-1900).
La llegada al trono de Alfonso XII, que trajo consigo el fin de la guerra carlista y la de
Cuba, originó la ineludible necesidad de crear una fuerza naval proporcionada a nuestros
intereses europeos y ultramarinos, que en cierto modo nos liberase de la dependencia
tecnológica del extranjero; de ahí nacieron las inquietudes de un grupo de notables oficiales de
la Armada dedicados con tesón a la investigación en las diferentes especialidades de su
87
profesión y que lucharon con ahínco para sacar a España del atraso científico en que la
habìan sumido las convulsiones políticas y militares del siglo XIX.
Así, destacó en el campo de la Artillería naval el brigadier de la Armada José
González Hontoria (1840-1889), autor de un sistema de cañones de acero, retrocarga y
ánima rayada de los calibres de 7 a 32 cm que fue declarado reglamentario en la Armada, y
no podemos dejar de citar la contribución en este ramo de los trabajos de González Rueda,
Guillén, Sarmiento y García-Lomas. En las Armas Submarinas fueron apreciables los estudios
de Joaquín Bustamante y Quevedo (1847-1898), que dieron origen a una mina de orinque,
declarada reglamentaria en 1885, y sus trabajos, entre otros, sobre aparatos de puntería para
lanzamiento de torpedos. La electricidad y la telefonía llegaron a la Armada de la mano del
teniente de navío José Luis Díez (1851-1887), fallecido prematuramente cuando poco antes
había recibido el reconocimiento internacional a su valía en la Exposición de Electricidad de
Viena.
El entonces teniente de navío de primera Fernando Villaamil (1845-1898) fue
comisionado por Pezuela, ministro de Marina, para estudiar las especificaciones de un tipo de
buque que, al mejorar las características de los torpederos de la época, pudiese alcanzar las
necesarias para acompañar a las escuadras en toda clase de navegaciones. fruto de sus
estudios fue el proyecto del crucero-torpedero Destructor, construído en Escocia (1886), en
realidad el primer cazatorpedero que existió, y su concepción, ampliada y desarrollada en la
Gran Bretaña, dio origen a un nuevo tipo de buque de guerra: el destroyer, nombre adaptado
tardíamente en España como destructor, haciendo honor al prototipo concebido por
Villaamil.
Precedido por las notables aportaciones de Cosme García (1818-1874) y Narciso
Monturiol (1819-1885) a la resolución del problema de la navegación submarina, el teniente
de navío Isaac Peral (1851-1895) diseñó un prototipo de torpedero-submarino, que
construido en La Carraca en 1888, sería el primero de su tipo donde se aplicó la propulsión
eléctrica mediante baterías y que montó un tubo lanzatorpedos para emplear estas armas en
inmersión, entre otras innovaciones.
88
Continuadores de la trayectoria iniciada en el campo de la historiografía marítima por
José de Vargas Ponce (1760-1821) y Martín Fernández de Navarrete (1765-1844),
destacaron los trabajos de los capitanes de navío Luis María de Salazar (1758-1838) y Javier
de Salas (1832-1890), del vicealmirante Victor María Concas y Palau (1845-1916), del
marino y polígrafo Pedro de Novo y Colson (1846-1931) y, sobre todo, la ingente obra del
capitán de navío y académico Cesáreo Fernández Duro (1830-1908), autor entre otros
trascendentales estudios, de la historia de la Armada española desde la unión de Castilla y
de León (1895-1903) en nueve volúmenes, y las Disquisiciones Náuticas (1876-1881) en
seis, trabajos aún no superados hoy en día.
Por último, cabe señalar las publicaciones de Federico Ardois (1846-1891) sobre la
Táctica Naval, de Miguel Lobo Malagamba (1821-1876) y Pedro Prida y Palacio (1829-?)
sobre señales, y del polígrafo Eugenio Agacino Martínez (1852-1924), en los campos
legislativo y de Derecho Marítimo, así como los estudios del capitán de corbeta Jaime Janer
Robinson (1884-1924), impulsor de las teorías sobre el tiro naval moderno en la Armada
durante el primer cuarto del siglo XX.
X
EL REINADO DE ALFONSO XIII (1902-1931)
El 17 de mayo de 1902, don Alfonso XIII alcanzó la mayoría de edad constitucional y
empezó a ejercer como rey de acuerdo con la Constitución, dando fin a la Regencia de su
madre doña María Cristina que la había desempeñado desde 1885. El inicio del reinado
coincidió con un gobierno liberal presidido desde 1901 por Práxedes Mateo Sagasta,
heredero directo del corto periodo regeneracionista que encabezó Francisco Silvela (1899-
1900)., Siguió un movido turno de gobiernos que finalizó con la segunda llegada al poder de
Antonio Maura, el 25 de enero de 1907.
Durante este periodo, las obras en los arsenales y astilleros fueron muy escasas, y se
acentuaron tanto el programa de bajas de unidades anticuadas e inútiles que ya había iniciado
89
Silvela con su decreto de 18 de mayo de 1900, como la dependencia tecnológica del
extranjero.
Alfonso XIII (1886-1931), rey de
España (1886-1931). Rey al nacer, lo
fue constitucional desde 1902, cuando
alcanzó la mayoría de edad, hasta
1931, en que se proclamo la República.
De acendrado amor a España, durante
su reinado la Armada se recuperó del
desastre de 1998.
Para terminar con este estado de cosas, el ministro de Marina, Sánchez de Toca,
presentó en 1902 al segundo gobierno de Silvela el primer Plan Naval del siglo. Era muy
ambicioso, pues preveía la construcción de siete acorazados de 14 a 15.000 toneladas, tres
cruceros acorazados de 10.000, así como un número proporcionado de torpederos,
sumergibles, buques especiales y menores para vigilancia de pesca y, además, la renovación
del utillaje de las bases navales y arsenales. El plazo de ejecución era de ocho años y su
importe total ascendía a 585 millones de pesetas.
El Plan fracasó, en parte al no haber prosperado por la opinión interna de la propia
Marina y, principalmente, por las implicaciones políticas derivadas de la actitud hostil de
algunos miembros del Gabinete presidido por Silvela -en concreto de Raimundo Fernández
Villaverde, ministro de Hacienda-, que provocaron la caída de su promotor y aun la de todo
el Gobierno, el 18 de julio de 1903. No obstante, Sánchez de Toca acometió una serie de
reformas relacionadas con la organización de la Armada en gran parte acertadas -entre ellas la
creación del Estado Mayor Central- que tendrían consecuencias positivas para el futuro, a
pesar de la labor claramente destructiva de sus inmediatos sucesores en la cartera de Marina,
señalándose entre todos Cobián, autor en 1905 de un programa naval más modesto que
fracasaría, así como los de Miguel Villanueva, del mismo año, y el de Alvarado-Alba de
1906, heredero del decepcionante ministerio de Concas (1905-1906). Fueron años en los
que el continuo trasiego de gobiernos resultó muy perjudicial para la Marina, al no poder
90
desarrollar la Corporación una política coherente de modificaciones y planificación acordes
con las necesidades más urgentes, centradas esencialmente en una falta absoluta de unidades
navales modernas en las listas de buques de la Armada.
El crucero Carlos V (1897-1925). La corbeta Nautilus saluda a la voz y al cañon el
estandarte real arbolado en el yate real Giralda (6 de
agosto de 1900).
El 25 de enero de 1907, Antonio Maura formó un gobierno fuerte y homogéneo que
durante dos años había de constituir el primer paso esperanzador para conseguir la
regeneración que en todos los sentidos estaba necesitando España desde 1898. De la cartera
de Marina se hizo cargo el capitán de navío de primera clase José Ferrándiz cuando la
situación naval alcanzaba niveles angustiosos, pues los buques de la Armada eran anticuados y
de sostenimiento ruinoso, y el desarrollo tecnológico extranjero se había acentuado ante las
profundas y costosas transformaciones que estaba exigiendo el nuevo material naval
propugnado por hombres de la talla del inglés Fisher y el alemán Von Tirpitz, como
consecuencia de la rivalidad entre la Entente Cordiale franco-británica (1904) y el Imperio
germánico del Kaiser Guillermo II, ansioso de romper el cerco a que estaba sometido en el
centro de Europa, y conseguir el acceso al Mediterráneo, África y el Extremo Oriente.
Todo ello fue comprendido perfectamente por Ferrándiz al presentar a las Cortes su
Ley de Escuadra, que resultó aprobada el 7 de enero de 1908 gracias al entusiasta apoyo de
Maura y del propio rey, una vez conseguida la casi unanimidad de la Cámara en pos del
desarrollo de nuestro Poder Naval.
91
Llegada del rey Alfonso XIII al puerto de Santa Cruz de
Tenerife (26 de marzo de 1906).
El acorazado España (1914-1923).
La Ley autorizaba la construcción de un determinado número de acorazados,
destructores o submarinos, torpederos, cañoneros y buques menores, todos de características
modestas, pero acordes con nuestras limitadas posibilidades económicas; el plazo de
ejecución era de ocho años por un importe de 200,7 millones de pesetas. En el capítulo de
esta inversión se incluían también las obras de rehabilitación de dos cruceros, y de los
arsenales de El Ferrol, La Carraca y Cartagena, además de las defensas portuarias
respectivas. Como resultado de un concurso público, el 14 de abril de 1909 se adjudicaron
las obras a la Sociedad Española de Construcciones Navales que, al mismo tiempo, se hizo
cargo en arriendo de los astilleros de los tres arsenales citados, según preceptuaba la Ley de
21 de abril de 1908. La Sociedad englobaba firmas nacionales y extranjeras de reconocida
solvencia.
Fruto del Plan Ferrándiz fueron los tres acorazados España, Alfonso XIII y Jaime I,
de 15,700 toneladas y artillería principal de 305 mm, construidos en El Ferrol y botados entre
1912 y 1914, mientras que los tres destructores clase Bustamante, 22 torpederos de 180
toneladas y cuatro cañoneros clase Recalde de 800 toneladas, lo fueron en Cartagena.
Aunque el Plan de Escuadra de 1908 adoleció de defectos en el diseño de los tipos
de barcos y del material naval que montaron, fruto sin duda de la precipitación con que fue
programado, no dando tiempo a realizar los estudios previos requeridos por una obra de tal
envergadura, también poseyó indudables virtudes, entre las cuales cabe señalar la renovación
de las antiguas unidades heredadas de la Restauración, las profundas reformas que lo
acompañaron en los campos orgánico, administrativo y del personal, la potenciación de la
industria nacional y, sobre todo, constituir la base fundamental de los sucesivos programas
navales que seguirían en el futuro.
92
José Ferrándiz y Niño (1847-1918),
contralmirante de la Armada.
Augusto Miranda y Godoy (1855-
1920), vicealmirante de la Armada.
El choque de intereses entre Francia y la Gran Bretaña en el Mediterráneo y el
Estrecho de Gibraltar, y la abierta descomposición del Imperio marroquí a principios de siglo,
van a forzar a España a intervenir en la política europea respecto al norte de África. En 1900
se firmaba un acuerdo con Francia, sobre las fronteras en Río de Oro y los territorios del
golfo de Guinea, que reafirmaba la presencia española en aquellas zonas., Quedaba pendiente
Marruecos, y para ello, en 1902 se iniciaron negociaciones, también con Francia, para
delimitar la intervención conjunta en el Imperio norteafricano, tratos fracasados en parte por la
oposición de Abarzuza, recién llegado al ministerio de Estado y, sobre todo, por el temor a la
reacción británica. Eliminadas estas suspicacias gracias a la firma del acuerdo de junio de
1904 entre Francia y la Gran Bretaña que consagraba la llamada Entente Cordiale y
estipulaba dejar Egipto a los británicos y Marruecos a los franceses, se reiniciaron las
conversaciones entre Madrid y París que fructificaron en el tratado del 5 de octubre de 1904,
por el cual se fijaban las respectivas zonas de influencia; la española se circunscribía al
territorio situado en torno al Rif, en el extremo norte del Imperio xerifiano. Este tratado
también satisfacía a la Gran Bretaña que no deseaba ver a los franceses en el litoral frontero a
Gibraltar.
El emperador Guillermo II de Alemania manifestó su disgusto ante un acuerdo que
eliminaba la presencia de su país en Marruecos y exigió la reunión de una conferencia
internacional que, al menos, permitiese la penetración comercial germana en la zona. Abiertas
las negociaciones en Algeciras, el acta final fue firmada el 7 de abril de 1906 por los
representantes de Alemania, Austria-Hungría, Bélgica, Estados Unidos, Francia, Holanda,
93
Gran Bretaña, Marruecos, Portugal, Suecia y España. Entre otras cuestiones menores, se
reconocían las zonas de influencia hispanofrancesas definidas en 1904 y el derecho alemán a
mantener libre comercio con Marruecos.
De izquierda a derecha: Visita a Cartagena del rey Eduardo
VII de Inglaterra (abril de 1907); Visita del rey Alfonso XIII
a las escuadras extranjeras atracadas en Cartagena (1903);
Botadura del acorazado Españ en El Ferrol.
Aunque con el acuerdo se atenuó la tensión internacional, por gozar también de la
aprobación expresa británica tras la visita de Eduardo VII a Cartagena en mayo y junio de
1907, no consiguió la pacificación de la zona, como inmediatamente se vio en los sucesos de
Casablanca (1907), que provocaron la intervención conjunta de unidades navales españolas y
francesas, y en los de la zona de Melilla (cabo del Agua), con la actuación de buques y trozos
de desembarco de la marinería de la Escuadra en apoyo del Ejército.
La situación se iba deteriorando por momentos, pese a las tentativas de Maura para
aplacar las exigencias del sultán Muley Hafid, cada vez más desobedecido por los rifeños, que
provocaban continuos incidentes en Melilla y obligaron a la intervención del Ejército en la
Restinga y cabo del Agua, como siempre apoyada por los fuegos de los buques de la
Escuadra (febrero-julio de 1909). El Roghi, un jefe local no sometido al sultán, había vendido
en 1907 las minas de hierro de Beni bu Ifrur a la compañía Española de Minas del Rif de
capital hispano-francés; para hacer llegar el mineral a Melilla se había construido un
ferrocarril, cuyos empleados fueron atacados por los rifeños en los alrededores de Melilla el 9
de julio de 1909, viéndose forzado el general Marina, gobernador de la plaza, a ordenar el
ataque y ocupación del macizo del Gurugú y el bombardeo de la desembocadura del río Kert
y las proximidades de cabo Negro por los buques allí destacados.
94
La ofensiva española fue frenada en el Barranco del Lobo (28 de julio de 1909) con
la pérdida del general Pintos y varios centenares de hombres, lo cual obligó a reforzar las
guarniciones destacadas en Marruecos con llamada a reservistas, y por parte de la Armada a
crear la Agrupación de Fuerzas Navales de Operaciones en el Norte de África, integrada en
principio por cruceros y cañoneros, fuerzas a las que pronto se agregarían más unidades. La
Agrupación participará en las operaciones de reconquista del Gurugú hasta la práctica
pacificación de la zona en diciembre de 1909. Frescos aún los recuerdos de 1898, las noticias
que venían de Melilla provocaron la repulsa de amplios sectores obreros y de políticos
socialistas y radicales antimonárquicos, con actos de protesta cuyo máximo exponente fueron
los sucesos de Barcelona, durante la llamada “Semana Trágica” (julio-agosto de 1909),
seguidos de la caída del gabinete de Maura (21 de octubre). Tras la vuelta del turno liberal
encabezado por Moret, el rey encargó a José de Canalejas la formación de un nuevo
gobierno (febrero de 1910).
Respecto a la Marina, pronto se dio cuenta Canalejas de la urgente necesidad de dar
continuidad al Plan Ferrándiz. Como consecuencia, elaboró un proyecto realmente ambicioso
que incluía la adquisición de tres acorazados, tres destructores, seis submarinos, nueve
torpederos y cuatro cañoneros, a realizar en ocho años. Desgraciadamente, el nuevo Plan no
prosperó a causa del asesinato de su promotor, el 12 de noviembre de 1912, y el fugaz paso
de Romanones, su sucesor en el Gobierno (1913).
Más éxito tendría su relevo, el conservador Eduardo Dato, al confiar la cartera de
Marina al vicealmirante Augusto Miranda; desde un principio ambos sintieron también la
necesidad de proseguir la obra iniciada por Maura, Ferrándiz y Canalejas, así como
aprovechar las primeras enseñanzas de la campaña naval de la Gran Guerra declarada en
1914, naciendo de este modo la Ley de 17 de febrero de 1915, más conocida como Ley
Miranda, en la que, tras varios proyectos fallidos, se presupuestaba la construcción de cuatro
cruceros rápidos, seis destructores, veintiocho submarinos, tres cañoneros y diversos buques
menores. Se incluían además obras en las bases navales y material aéreo, de minas y de
defensas submarinas, por un importe total de más de 270 millones de pesetas y un plazo de
ejecución de seis años. Fruto de este Plan fueron los cruceros Reina Victoria Eugenia
95
(1923) -procedente del primer Plan Miranda-, Méndez Núñez (1924), Blas de Lezo (1925),
los tres destructores clase Alsedo (1924-1925), el submarino Isaac Peral, botado en
Estados Unidos en 1916, los tres submarinos clase “A”, construidos en Italia en 1917, y los
seis submarinos clase “B”, en Cartagena (1922-1926). La ejecución del Plan Miranda se
retrasó mucho por la Gran Guerra, pero sus buques, aunque de modestas características,
dieron un excelente resultado durante muchos años.
De izquierda a derecha: La escuadra entrando en la ría
de El Ferrol (1912); Cañonero Laya (1912-1938).
Aunque la política de personal que practicó Miranda no fue de lo más correcta, su
ministerio puede considerarse como excelente, pues además de sentar las bases para dotar a
la Armada de unas fuerzas navales eficaces, fue impulsor del Tiro Naval siguiendo las
sugerencias del capitán de corbeta Jaime Janer (1915), prestó mucha atención a las
comunicaciones en la mar, a los cupos de marinería y mantuvo el Estado Mayor Central de
Ferrándiz. Su actuación fue tan estimada por los políticos que al ser relevado Dato por el
conde de Romanones, éste tuvo el acierto de mantenerlo en el ministerio de Marina (9 de
diciembre de 1915). Lo mismo haría García Prieto al relevar al anterior el 17 de abril de
1917. Durante la Guerra Mundial (1914-1918), España mantuvo la neutralidad, lo que
permitió a Miranda proseguir su labor de reorganización de la Armada y llevar a cabo su
programa naval, aunque muy entorpecido por la falta de suministros ocasionado por el
conflicto europeo. Quien más sufrió fue la Marina Mercante por las grandes pérdidas tanto
humanas como de barcos ocasionadas por la acción de los submarinos alemanes, que
adquirieron proporciones insoportables a partir de 1917, al declarar el Imperio germánico el
bloqueo total de Europa con la guerra submarina sin restricciones.
Relevado Miranda por el contralmirante Flórez en junio de 1917, siguió un continuo
cambio de civiles y marinos en el ministerio, trasiego que se habría de mantener hasta 1923, lo
cual afectó al normal desenvolvimiento de la Armada. La época no podía ser peor por el
96
clima reinante en la nación; no obstante, a este periodo, y en concreto a Flórez, se deben
algunas decisiones acertadas, como lo fueron la creación de la Aeronáutica Naval (15 de
septiembre de 1917), disposición posteriormente desarrollada por Dato en 1920, quien
estableció la Escuela de la especialidad en Barcelona, mientras no estuviese lista la de San
Javier, y nombró primer director al capitán de corbeta Cardona, designado también para
seleccionar en el extranjero los primeros hidroaviones con los que se dotó a la Aeronáutica
española. Estas disposiciones se completarían en 1921 con la incorporación del buque
nodriza de hidroaviones Dédalo. A don Amalio Giménez se puede atribuir la creación en
Cartagena de la Escuela de Submarinos (27 de febrero de 1918), germen de la Estación
posterior, de cuya jefatura común se hizo cargo el capitán de corbeta Mateo García de los
Reyes, como comandante más antiguo de la flotilla recién formada con el submarino Isaac
Peral y los tres clase “A”, a los que se agregaron posteriormente el buque de salvamento
Kanguro (1920) y los seis submarinos clase “B” (1922-1926).
En lo que respecta a Marruecos, finalizada la campaña de Melilla de 1909 gracias al
convenio de 16 de noviembre de 1910 alcanzado entre España y el sultán, se llegó al tratado
de 27 de noviembre de 1912, firmado con Francia, por el que ambas naciones acordaban
actuar en Marruecos a título de protectoras en las zonas atribuidas por el tratado de 1904 y la
conferencia de Algeciras de 1906. De esta forma, se estableció el Protectorado español en la
parte más al norte de Marruecos, bajo la soberanía del sultán y la administración nominal de
un jalifa residente en Tetuán. La idea estratégica perseguida por la política española desde
entonces fue la de dominar progresiva y pacíficamente todo el territorio asignado, partiendo
de las ciudades de Ceuta y Melilla. Previamente, en 1911, ya se habían ocupado Arcila y
Alcazarquivir con el apoyo de unidades navales y de tropas de Infantería de Marina, mientras
que en la región del Kert (Melilla) se limpiaba el litoral de enemigos e impedía el contrabando
de armas, además de cooperar con bombardeos a la progresión del Ejército (1912); esta
labor se facilitó gracias a la incorporación de las primeras unidades procedentes del Plan
Ferrándiz.
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De izquierda a derecha: La escuadra del Plan de 7 de enero
de 1908 navegando; El crucero Almirante Cervera (1928-
1965).
A partir de 1913, la Marina colaboró muy activamente en las campañas del Jolot y
ocupación de la ciudad y zona de Tetuán combatiendo las fuerzas de al-Raisuni, jefe marroquí
que continuamente amenazaba a Tánger (1914). La Gran Guerra (1914-1918) significó la
práctica paralización de las operaciones terrestres y navales en el Rif. En 1919 se reanudó en
el oeste la progresión de las fuerzas españolas al mando del general Dámaso Berenguer contra
los focos de resistencia de las fuerzas de al-Raisuni, acción que culminó el 14 de octubre de
1920 con la conquista de Xauen. Mientras, desde la ciudad de Melilla, el general Fernández
Silvestre avanzaba rápidamente con apoyo de la Escuadra hacia la bahía de Alhucemas,
objetivo codiciado por los mandos españoles desde tiempo atrás, que estaba dominado por
los rifeños más indómitos de la cabila de Beni-Urriaguel.
El plan de Fernández Silvestre no estuvo coordinado con el de Berenguer, lo cual,
unido a la precipitación del avance hacia Alhucemas sin haber consolidado las posiciones
previamente ocupadas, fue aprovechado por las cabilas de rifeños alzadas por ‘Abd el Krim
contra el dominio español, para atacar súbitamente a las tropas desplegadas desde Monte
Arruit hasta Melilla, provocando el desplome total del dispositivo español con miles de bajas,
entre ellas el propio general Fernández Silvestre (julio-agosto 1921). Este desastre fue
aminorado en parte por el eficaz apoyo de las unidades de la Escuadra, al mando del
vicealmirante Juan Bautista Aznar, que se volcaron en la evacuación de las guarniciones
diezmadas que llegaban a la costa y en la protección de Melilla, amenazada directamente por
los rifeños.
Consecuencia inmediata de estos acontecimientos, fue el regreso de Maura al poder,
quien eligió al marqués de Cortina como ministro de Marina. El primer objetivo que se planteó
98
el Gobierno fue la recuperación del terreno perdido por el acoso de ‘Abd el Krim, que había
proclamado la República del Rif. Las operaciones desarrolladas por la Armada en la costa de
Marruecos durante 1922 fueron exhaustivas e incluyeron bombardeos, evacuación de
posiciones amenazadas y transporte de tropas. También este año se registraron las primeras
acciones en combate la Aeronáutica Naval y la Flotilla de Submarinos. Sin embargo, el logro
más importante de la gestión de Cortina fue, sin duda, la aprobación por las Cortes, en medio
de un clima político enrarecido, de la Ley de 11 de enero de 1922, lo cual representó la
necesaria continuidad a la Ley Miranda, justificada por los avances tecnológicos registrados
en el campo de la construcción naval y la nueva concepción de los tipos de buques derivada
de la Gran Guerra, así como por los incrementos registrados en el coste de la mano de obra y
equipos importados del extranjero. Con la nueva Ley se lograban los créditos necesarios para
finalizar las obras de los buques en construcción de acuerdo con el Plan de 1915 y, al mismo
tiempo, se emprendían las de las nuevas series de unidades, más acordes a nuestras
necesidades.
Procedentes de este Plan fueron los dos cruceros Príncipe Alfonso y Almirante
Cervera (1922-1927), de cerca de 8.000 toneladas, 8 cañones de 152,4 mm y 33 nudos de
velocidad, con los que la Armada se ponía en este tipo de buques al mismo nivel que las
grandes potencias por primera vez desde hacía muchos años. Respecto a los destructores,
sólo se construyeron tres de la clase Churruca (1923-1927).
Después del fugaz paso de Ordóñez por el ministerio de Marina, ocupó este
despacho el almirante Rivera, quien, pese al esfuerzo económico que suponía mantener y
dirigir la campaña naval de Marruecos, obtuvo nuevos créditos para proseguir el impulso
dado por sus predecesores.
En Marruecos, si bien en la zona occidental se había logrado una pacificación relativa,
gracias a un acuerdo alcanzado con el Raisuni cuando estaba a punto de ser eliminado, el
intento de entrar en negociaciones con ‘Abd el Krim fracasó; envalentonado y en la cúspide
de su poder, el cabecilla rifeño reinició los ataques, poniendo en apuros las posiciones de
Tifaurín y Tizzi Azza (1923). Cada día se evidenciaba más la necesidad de atacar Alhucemas,
99
centro de operaciones marroquí, pero el gobierno se negaba sistemáticamente a ello por
temor a la opinión pública ante el riesgo que representaba la extensión del conflicto, y se limitó
a desplegar las unidades de la escuadra para proteger el desembarco de una modesta
columna de tropas para liberar Tifaurín (agosto de 1923). La operación costó cara a la
Armada, pues el día 26 del mismo mes se perdía el acorazado España por varada en cabo
Tres Forcas, cuando navegaba de Málaga a Melilla cerrado en niebla.
El acorazado Jaime I y el crucero Reina Victoria Eugenia
bombardeando las posiciones rifeñas durante el
desembarco de Alhucemas (7 de septiembre de 1925
Mateo García de los Reyes
(1872-1936),
contralmirante de la
Armada)
A finales de 1923, el clima de enfrentamiento social en que vivía la nación, la mala
gestión del conflicto marroquí, la insatisfacción de los militares y la inoperancia total de los
gabinetes que se sucedían rápidamente en el gobierno, hacía pensar que las fórmulas
constitucionales vigentes no serían para resolver la crisis. El 13 de septiembre de 1923,
Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, dio un golpe de estado e impuso una
dictadura que se prolongaría hasta 1930, con la aquiescencia tácita del rey Alfonso XIII.
Inmediatamente Primo de Rivera comenzó a gobernar por medio de un Directorio Militar
formado por ocho generales de brigada y un contralmirante (1923-1925), para pasar
posteriormente a un Directorio Civil (1925-1930). Del primero formó parte el contralmirante
marqués de Magaz, que sería sustituido en mayo de 1924 por el del mismo empleo Honorio
Cornejo, nombrado ministro de Marina al constituirse el directorio civil en 1925.
Desde el comienzo, el principal problema con el que se enfrentó Primo de Rivera fue
el de Marruecos, pues las acciones rifeñas se habían extendido a principios de 1924 hacia la
Zona Occidental, poniendo en peligro las comunicaciones entre Xauen, Tetuán y Tánger. Ante
la posibilidad de que se produjera un nuevo Annual, el general, desplazado a la zona, decidió
100
evacuar Xauen y las posiciones intermedias para establecer una sólida línea defensiva a
retaguardia. En estas operaciones colaboró activamente la Armada con la Agrupación de
Fuerzas Navales del Norte de África, siendo de señalar el apoyo a la asediada posición de
M’Ter (abril de 1924).
Creyendo ‘Abd el Krim que con la retirada española había consolidado su República
del Rif, atacó la zona francesa y llegó a inquietar la ciudad de Fez. En junio de 1925 se
iniciaron unas negociaciones con Francia para definir una acción conjunta que lograse eliminar
la amenaza rifeña; al mismo tiempo, Primo de Rivera preparaba sigilosamente descargar el
golpe definitivo tan acariciado desde antaño de atacar Alhucemas mediante una gran
operación anfibia en sus playas. Tras concretar los medios necesarios en Marruecos y el sur
de España, una respetable fuerza naval integrada por los acorazados Alfonso XIII (insignia
del almirante Yolif) y Jaime I, cuatro cruceros, dos destructores, cuatro torpederos, seis
cañoneros, once guardacostas, once buques menores, 26 barcazas de desembarco, un
portahidros con 12 hidroaviones, 28 transportes con dos brigadas del Ejército y un batallón
de Infantería de Marina (15.000 hombres), apoyada por un acorazado y dos cruceros
franceses, se dirigió hacia la playa de La Cebadilla, a poniente de la bahía de Alhucemas,
donde desembarcaron las tropas a partir del 8 de septiembre de 1925.
La operación constituyó todo un éxito, de tal modo que ‘Abd el Krim propuso
negociaciones de paz que no prosperaron. La ofensiva desencadenada por el Ejército con el
apoyo de la Armada a principios de 1926, obligó al jefe rifeño a rendirse (mayo del mismo
año); las operaciones de limpieza y ocupación del territorio duraron hasta julio de 1927, fecha
en la cual quedó definitivamente pacificada la zona del Protectorado español asignado por el
acuerdo de 1912.
101
Juan Bautista Aznar y
Carabanas (1860-
1933), capitán
general de la Armada.
Estandarte real de S.M.
el rey Alfonso XIII
(1886-1931).
La consecuencia política del desembarco de Alhucemas fue la sustitución del
Directorio Militar por otro de carácter civil (3 de diciembre de 1925), en el cual permaneció
el contralmirante Honorio Cornejo, ya como ministro de Marina. Por Real decreto de 31 de
marzo de 1926 fue aprobado un nuevo Proyecto de construcciones redactado por Cornejo,
el cual incluía completar la serie de cruceros clase Príncipe Alfonso con una tercera unidad,
el Miguel de Cervantes (1926-1964), y tres destructores de la clase Churruca que entraron
en servicio en 1930.
El Decreto-Ley promulgado el 9 de julio de 1926 de Presupuestos Extraordinarios,
firmado por Calvo Sotelo, fue favorable para la Marina, al otorgar créditos por valor de cerca
de 900 millones de pesetas, con los que se preveía construir tres cruceros respetando las
especificaciones del Tratado de Washington, tres destructores más de la clase Churruca,
doce submarinos clase “C”, dos buques petroleros y la finalización del buque-escuela Juan
Sebastián de Elcano, en gradas desde el año anterior; estaba previsto completar el programa
en once años. en él se incluían también las obras a realizar en las instalaciones de apoyo y la
adquisición de municiones y respetos. De los tres cruceros sólo se construyeron dos, el
Canarias y el Baleares, de 10.000 toneladas y ocho piezas de 203 mm, mientras que los
submarinos “C” quedaron reducidos a seis unidades y se suspendió la construcción de los
petroleros. En cambio, si fueron botados los tres destructores Churruca, a los cuales se
añadieron siete más por una Ley de 31 de junio de 1929, cuyo armamento se completaría en
1936 en plena Guerra Civil.
102
El contralmirante Mateo García de los Reyes, creador del Arma Submarina, se hizo
cargo de la cartera de Marina el 3 de noviembre de 1928. Completó la labor reorganizativa
de sus antecesores, sobre todo en lo referente al personal de la Armada con medidas
drásticas muy criticadas que crearon tensiones y antagonismos perjudiciales. Sin embargo, fue
en esta época cuando se empezó a recoger los frutos de los sucesivos planes navales
programados, puestos de manifiesto durante sendas maniobras navales realizadas en 1928 y
1929, con la participación de más de sesenta barcos y notable éxito en la actuación de la
Aviación Naval y los submarinos. También los viajes del rey en el crucero Príncipe Alfonso y
el Juan Sebastián de Elcano, debieron suponer para el monarca la satisfacción de
contemplar el alcance de su mano la consecución del Poder Naval español que tanto
ambicionó y pronto se vería truncado.
En efecto, pese a los indudables éxitos cosechados por Primo de Rivera, el malestar
entre los militares y los partidos dinásticos ante su idea de institucionalizar el régimen
dictatorial mediante de una Asamblea Nacional consultiva (10 de octubre de 1927), llevaría a
la sublevación fracasada de Sánchez Guerra y la disolución del cuerpo de Artillería del
Ejército (18 de febrero de 1929). A estas tensiones se agregaron protestas generalizadas,
sobre todo universitarias, la crisis económica y el consiguiente abandono de Calvo Sotelo. La
retirada de la confianza real forzó la dimisión de Primo de Rivera (28 de enero de 1930) y la
formación, dos días después, de un nuevo gobierno a cargo del general Dámaso Berenguer,
en medio de un clima generalizado de descomposición política.
Del ministerio del Marina se hizo cargo el contralmirante Salvador Carvia; a él se
debieron algunas disposiciones acertadas respecto al personal que no lograron apaciguar los
ánimos encrespados por García de los Reyes, así como el establecimiento de las funciones del
Estado Mayor de la Armada y el traslado a San Javier de la base de la Aeronáutica Naval
(marzo de 1930). Pero sin duda el mayor mérito de Carvia es la promoción de un ambicioso
programa naval, bien meditado y planeado desde hacía años por la Escuela de Guerra Naval.
En él se incluía la construcción de cuatro acorazados de 23.000 toneladas, dos portaaviones
de 15.000 con 60 aparatos bombarderos, torpederos y de caza, dos cruceros de 6.000 y un
número proporcionado de destructores y submarinos. Desgraciadamente los acontecimientos
103
políticos dieron al traste con el programa, que en 1944 hubiese puesto a España en una
posición no desdeñable entre las potencias europeas.
El débil gobierno de Berenguer fue sometido a tales presiones políticas por los
incidentes revolucionarios que dieron lugar a la sublevación de Jaca (12 de diciembre de
1930) y de Cuatro Vientos, que ocasionaron su caída (14 de febrero de 1931) y el encargo al
almirante Juan Bautista Aznar, para formar un gobierno de destacadas figuras pro dinásticas
que intentase salvar la monarquía en las inmediatas elecciones municipales (18 de febrero de
1931). Estas dieron la victoria a los candidatos monárquicos, aunque en las grandes ciudades
el triunfo correspondió a la conjunción republicano-socialista (14 de abril de 1931), lo cual fue
entendido por el rey como un rechazo a su persona. Alfonso XIII embarcaba el día siguiente a
bordo del crucero Príncipe Alfonso y salía hacia Marsella, exiliándose voluntariamente,
mientras en España se proclamaba la República.
XI
LA SEGUNDA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL (1931-
1939)
La República proclamada en España el 14 de abril de 1931 fue aceptada lealmente
por el Ejército y la Armada, que al principio dieron su beneplácito a las esperanzas de
regeneración planteadas en la nueva constitución del Estado. Sin embargo, la actuación de
Manuel Azaña en el ministerio de la Guerra, secundada en lo referente a la Armada por los
dos ministros de Marina sucesivos Santiago Casares Quiroga y José Giral Pereira, iba a
afectar al entendimiento entre políticos y militares. Azaña , no sin razón, consideraba que el
excesivo intervencionismo del Ejército en la política nacional había redundado en el
incumplimiento de su principal misión: la Defensa Nacional; además, opinaba que el excesivo
número de generales, jefes y oficiales absorbía las dos terceras partes del presupuesto del
Ejército, lo que impedía la renovación de un material a todas luces anticuado y escaso. Para
reconducir esta situación, Azaña se fijó como meta la reducción numérica de los cuadros de
las fuerzas armadas y conseguir en poco tiempo su republicanización, objetivo prioritario para
104
asegurar el futuro de la República. Las reformas militares de Azaña merecieron grandes
elogios de muchos políticos, e incluso el aplauso como constitutivas de la modernización del
Ejército; la realidad es que para una buena parte de los militares resultó una trituración
controlada de los cuerpos de mando, sin contrapartida en la mejora de la capacidad
operativa de la fuerza, fomentando a su vez un descontento y desilusión que llevarían, junto
con otras causas polémicas achacables a la desacertada actuación de los partidos políticos
durante el periodo republicano, a la sublevación de Sanjurjo en 1932 y a la guerra civil en
1936.
De izquierda a derecha: Estandarte de la Escuadra de la
República española (1931-1939); El portahídros Dédalo
(1922-1934).
El primer ministro de Marina del Gobierno provisional, constituido el 14 de abril, fue
Santiago Casares Quiroga; su labor legislativa consistió en derogar sistemáticamente, durante
los seis meses que permaneció en el cargo, gran parte de las disposiciones de la Dictadura
de Primo de Rivera y muchas anteriores; aunque algunas de estas resoluciones fueron lógicas
e incluso acertadas, consecuentes a la nueva situación creada, otras, la mayoría, precipitadas
o sectarias, afectaron a lo más hondo del sentimiento de la Corporación, dejando además una
organización plagada de errores e ineficaz en la conducción administrativa y operativa de la
Armada. A más de esto, la disciplina se vio gravemente afectada al no ser corregidos
adecuadamente actos subversivos protagonizados por las dotaciones de algunos buques y
dependencias, y ser amnistiados antiguos delitos fallados por consejos de guerra o
disciplinarios. En cuanto a los pretendidos ahorros en gastos de personal, con las
disposiciones de Casares aumentaron las plantillas.
105
Tras el nombramiento de Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República,
Azaña se encargó de formar el primer gobierno constitucional, con José Giral Pereira
responsable de la cartera de Marina (14 de octubre de 1931), quien se mantuvo en el cargo
hasta junio de 1933; su línea política fue continuista de la practicada por su antecesor,
aunque un poco más moderada. Si la actividad operativa de la Marina fue prácticamente nula
durante 1931, el año siguiente se limitó a las maniobras navales del mes de julio en las costas
gallegas, con la circunstancia desgraciada de perderse el crucero Blas de Lezo por varada en
Finisterre (11 de julio de 1932). A Giral siguieron en rápida sucesión durante 1933, los
ministros Companys, Iranzo, Pita Romero y Rocha García. Este último se mantuvo dos años
en el ministerio (1933-1935), siendo su paso por él tan anodino como el de los anteriores.
El espectacular avance de la derecha en las elecciones del 4 de diciembre de 1933 no
afectó a la Armada, pues el gobierno Lerroux no consiguió rectificar el camino que llevaba la
República; la izquierda española no aceptó la derrota y así lo expresó con grandes huelgas en
la primavera y el verano de 1934 contra lo que llamaban fascismo reaccionario. La situación
derivó en la proclamación en Barcelona del Estado Catalán en la República Federal Española
(6 de octubre de 1934), y la revolución socialista en Asturias iniciada el mismo día. Mientras
el primer suceso fue abortado en origen, con la colaboración de la Aeronáutica Naval, el
control de la insurrección asturiana requirió la intervención del Ejército y de la Armada. La
participación de ésta, se plasmó en el transporte a Gijón de unidades de la Legión y Regulares
desde Marruecos, bombardeos de los núcleos de resistencia a cargo de los cruceros
Libertad y Cervera, y la colaboración de las columnas de desembarco de estos cruceros y
las del Cervantes y del acorazado Jaime I (octubre de 1934).
Al margen de estos acontecimientos, una expedición naval encabezada por el
cañonero Canalejas desembarcó al coronel Capaz en la costa de Sidi Ifni (6 de abril de
1934), quien logró la ocupación pacífica del territorio concedido a España por el tratado de
1860 firmado con Marruecos.
Si en la política de desguaces de buques obsoletos acertó Casares, en lo referente a la
construcción naval, los sucesivos gobiernos de la República se limitaron a continuar la
106
realización de los programas aprobados durante la Dictadura de Primo de Rivera, aunque a
ritmo muy lento, en gran parte justificado por la crisis económica y la complicada situación
sociopolítica de la nación.
De izquierda a derecha: Vista de la Toldilla del
crucero Libertad (1932). Francisco Franco
Bahamonde (1892-1975), Generalísimo de los
Ejércitos nacionales de Tierra, Mar y Aire.
En noviembre de 1932, durante el ministerio de Giral, se encargó un submarino a la
Sociedad Española de Construcciones Navales al que posteriormente se le agregaron dos
unidades más. Era la serie “D” con especificaciones dictadas por una junta de técnicos
presidida por el contralmirante García de los Reyes . Puesta la quilla entre 1933 y 1934, su
construcción se dilató mucho, pues a causa de las dificultades de la guerra civil e inmediata
posguerra no entraron en servicio hasta 1947, 1951 y 1954 respectivamente, cuando su
capacidad militar era prácticamente nula. A Giral también se le debe la acertada decisión de
prolongar el dique seco de Cartagena (abril de 1933), y la finalización del Canal de
Experiencias Hidrodinámicas de El Pardo (febrero de 1933)..
El primer programa naval de la República fue el del 27 de marzo de 1934, obra del
ministro de Marina Juan José Rocha García. Contemplaba la construcción de dos minadores,
los dos submarinos gemelos mencionados anteriormente, un buque planero y diverso material
de armas submarinas. El plazo previsto para su ejecución era de dos años y el presupuesto
alcanzaba los 82 millones de pesetas.
Los dos minadores Júpiter y Vulcano, encargados a la misma Sociedad que los
submarinos, serían botados en Ferrol el año 1935 y entraron en servicio en 1937, en plena
guerra civil, integrados en el bando nacional. El número de unidades de esta clase se
107
incrementó posteriormente con dos más, el Marte y el Neptuno, gracias al plan del ministro
Antonio Royo Villanova de 16 de julio de 1935, los cuales fueron entregados a la Marina
nacional en 1937 y 1939 respectivamente.
El buque planero previsto en el plan Rocha fue el Malaspina, gemelo del Tofiño,
entregado en julio de 1935 para reemplazar al veterano Giralda. Simultáneamente, y gracias
a un crédito extraordinario, se adquirió el petrolero Plutón.
Con la intención de planificar la defensa de las Islas Baleares, el ministro de Marina
Abad Conde redactó el 6 de marzo de 1935 un ambicioso plan de construcciones que no se
llegó a ejecutar por su gran amplitud y momento crítico que atravesaba la política nacional. El
último programa naval de la República fue el del ministro Antonio Azarola, de 11 de enero del
1936, que dio origen a la puesta en grada de los destructores Álava y Liniers y dos
cañoneros, Eolo y Tritón; todos ellos serían entregados a la Armada ya en la posguerra.
En el periodo que va desde enero de 1935 hasta la crisis de la coalición de derechas –
siempre mediatizada por los radicales -y la disolución de las Cortes, el 31 de diciembre del
mismo año, se turnaron en la cartera de Marina, nada menos que seis ministros: Gerardo
Abad, el vicealmirante Francisco Javier de Salas, Antonio Royo, Pedro Rahola, de nuevo
Salas, Nicolás Moleroy y el contralmirante Azarola, todo ello indicativo de la progresiva
descomposición del clima social y político de la República. Este trasiego afectó negativamente
a la Armada que, manteniéndose al margen de la política inmersa en la resaca de la revolución
de octubre de 1934, se limitaba a sobrevivir con una escasa actividad en la mar, pues a la
fuerza la acción ministerial estuvo carente de la suficiente continuidad, y las diferencias
ideológicas entre los propios titulares anularon todo tipo de iniciativas.
Con la victoria del Frente Popular -agrupación de republicanos de izquierda,
socialistas y comunistas- en las elecciones a Cortes, el 16 de febrero de 1936, Manuel Azaña
volvió a la presidencia del Gobierno, y con él José Giral al ministerio de Marina (19 de
febrero). La decisión más polémica de este último fue la de autorizar el reingreso en la
Armada, de las personas, marxistas en una notable proporción, que desde los primeros meses
108
de la República habían sido separados del servicio legalmente por delitos de indisciplina, lo
que afectó notablemente a la moral de las masas neutras de las dotaciones de los barcos y
dependencias en tierra. Estos, trabajando como agentes subversivos, explotaron fácilmente los
errores o defectos de sus jefes y, en todo caso, los generalizaron, exageraron y utilizaron
como propaganda en las “células” revolucionarias creadas con el objetivo de preparar el
asalto al Poder preconizado por el partido comunista. Todas estas actividades no fueron
detectadas claramente por los mandos de la Armada, del mismo modo que fue también
marginada en los preparativos paralelos de la conspiración militar contra la República.
De izquierda a derecha: El Convoy de la Victoria pasa al Estrecho de Gibraltar (5 de agosto de 1936); El acorazado
republicano Jaime I bombardeando los buques y posiciones nacionales desde la bahía de algeciras (7 de agosto de
1936)
En este ambiente enrarecido, el 7 de abril de 1936, las Cortes destituyeron a Niceto
Alcalá Zamora; el 3 de mayo, Manuel Azaña era elegido presidente de la República y
Casares Quiroga pasaba a ocupar la jefatura del Gobierno. Entonces se desató un clima de
violencia política generalizada, culminada con los asesinatos del teniente Castillo (12 de julio)
y José Calvo Sotelo, jefe de la oposición parlamentaria, el día siguiente, lo que provocó el
levantamiento militar de los días 17 y 18 de julio de 1936.
Al producirse la sublevación del Ejército de Marruecos a las órdenes del general
Franco, una notable proporción del Cuerpo General de la Armada estaba identificada con las
ideas de los militares alzados contra la República. Otra parte no desdeñable de oficiales que
era apolítica o leal a la Constitución de 1931, no participó en los hechos iniciales y apenas se
enteró de lo que realmente estaba sucediendo. Sin embargo, la indiscriminada persecución y
muertes -más del ochenta por ciento de los jefes y oficiales del Cuerpo General embarcados
en la Flota fue eliminado en un breve plazo-, la falta de control del Gobierno sobre las masas
109
armadas, y la imposibilidad de ejercer el mando sobre dotaciones indisciplinadas que
desconfiaban de los oficiales de carrera, fueron motivos suficientes para que sólo una pequeña
parte del escalafón profesional sirviese más o menos lealmente al Gobierno republicano de
Madrid; de ellos muchos con una falta notable de entusiasmo y de fe en la causa que
defendían.
Pasados los primeros trágicos y convulsivos días de julio y agosto de 1936, las costas
españolas que permanecieron en poder de la República fueron, en el norte, las de las
provincias de Vizcaya, Guipúzcoa, Santander y Asturias, mientras que en el sur dominaban
casi todas las mediterráneas, incluyendo la base de Cartagena, y la isla de Menorca. En
manos del bando sublevado o nacional quedaron las costas de Galicia, y las comprendidas
entre la frontera con Portugal hasta el límite occidental de la provincia de Málaga; además
cayeron en su poder las islas Canarias, las Baleares excepto Menorca, y las costas del
Protectorado español de Marruecos.
Respecto a las fuerzas navales, el reparto fue el siguiente: leales a la República, el
acorazado Jaime I, los cruceros ligeros Libertad, Miguel de Cervantes y Méndez Núñez,
catorce destructores en servicio o a punto de entregar, siete torpederos, doce submarinos y la
casi totalidad de la Aeronáutica Naval. En el bando nacional, el acorazado España, los
cruceros pesados Canarias y Baleares en muy avanzada fase de construcción, los cruceros
ligeros Almirante Cervera y República, el destructor Velasco, cinco torpederos y varios
cañoneros y guardacostas.
El primer objetivo naval de ambos bandos fue el dominio del Estrecho de Gibraltar.
Para los nacionales era prioritario pasar a la Península el Ejército sublevado en Marruecos, y
el de los republicanos impedirlo. La aplastante superioridad naval de la escuadra basada en
Tánger leal al Gobierno, aunque aminorada por la supremacía aérea nacional, hizo
prácticamente prohibitivo el uso por parte de los sublevados de los accesos oriental y
occidental del Estrecho, pues no tuvo consecuencias trascendentales el paso de un reducido
núcleo de tropas transportadas el día 5 de agosto por un convoy, ni el puente aéreo
110
organizado entre Tetuán y Sevilla con la ayuda de las primeras unidades aéreas italianas y
alemanas enviadas por Mussolini y Hitler respectivamente.
Francisco Moreno
Fernández (1833-1945),
marqués de Alborán,
almirante de la Armada
Juan Cervera Valderrama
(1870-1952), almirante de
la Armada.
Sin embargo, la presión ejercida por el ejército nacional en el norte con la
colaboración del Cervera , el España y el Velasco obligó al Gobierno de Madrid a
desplazar al Mar Cantábrico al acorazado Jaime I, dos cruceros, seis destructores y cinco
submarinos dejando en el Estrecho tan sólo dos destructores y un submarino. La llegada de
estas fuerzas a su destino el día 24 de septiembre tuvo éxito pues se paralizaron las
operaciones terrestres de los nacionales en Guipúzcoa, y las columnas gallegas que
progresaban hacia Oviedo tuvieron que utilizar las rutas del interior. La superioridad de la
escuadra republicana era tan absoluta, que el dominio de las aguas cantábricas lo ejerció a
placer. No obstante, a la larga, este desplazamiento al norte del núcleo principal de las fuerzas
navales republicanas fue uno de los mayores errores estratégicos que cometió el Gobierno de
Madrid y, sin duda, selló para siempre buena parte de sus esperanzas de ganar la guerra.
En efecto, el contralmirante Francisco Moreno, jefe de la Flota Nacional, no
desaprovechó esta ocasión única y con la aprobación del general Mola envió rápidamente al
Estrecho el día 27 de septiembre a los dos cruceros Canarias y Almirante Cervera . El 29,
el Canarias hundió al destructor Almirante Ferrándiz y el Cervera persiguió al destructor
Gravina hasta Casablanca. El Ejército de Marruecos pasó a la Península y activó la
progresión hacia Madrid, en tanto que sus efectos no se hicieron esperar, precisamente en el
111
frente de Asturias que acababa de ser desbloqueado por la escuadra gubernamental. Se
intentó solucionar esta situación anómala mediante el envío, el 2 de octubre, de tres
submarinos de la clase “C” que no lograron impedir el tráfico marítimo nacional ni la actuación
de sus barcos de guerra.
Poco antes, la Generalidad de Cataluña pretendió apoderarse de Mallorca mediante
el envío de una amalgama de fuerzas de milicias, con el apoyo de unidades de submarinos y
de la escuadra republicana basada en Tánger, pero la operación, mal montada y peor dirigida,
constituyó un notable fracaso (16 de agosto a 4 de septiembre de 1936).
Ante la nueva situación planteada, el 13 de octubre de 1936, la escuadra
gubernamental se trasladó al Mediterráneo, dejando en el Cantábrico dos destructores, dos
submarinos, un torpedero y varios pesqueros armados para apoyar al Ejército republicano del
Norte. Utilizó Málaga como base avanzada para continuar el bloqueo del Estrecho, pero la
proximidad del frente y la acción continuada de la aviación nacional aconsejaron su traslado a
Cartagena. Mientras, los nacionales ponían acertadamente en funcionamiento la base
aeronaval de Palma de Mallorca por su envidiable situación geográfica para controlar el
tráfico marítimo en el Mediterráneo occidental, y realizar operaciones aéreas sobre la zona
(28 de noviembre de 1936).
El bloqueo del Estrecho fue encomendado entonces a los submarinos, que en el
desempeño de su misión sufrieron la pérdida de cinco unidades: dos desaparecidas, otra
hundida por los torpedos de un submarino alemán, y dos más averiadas por ataques de
aviación; mientras, en el Cantábrico, un submarino era hundido a cañonazos por el Velasco y
otro desapareció con toda la dotación (31 de diciembre de 1936).
La consolidación del dominio del Estrecho por los nacionales no llegaría hasta la
ocupación de Málaga y toda la costa andaluza hasta el cabo Sacratif por medio de una
campaña del Ejército apoyada por la artillería naval de los cruceros Canarias y Cervera,
como veremos posteriormente.
112
Ante el evidente fracaso del golpe militar rápido, ambos bandos tuvieron que afrontar
las perspectivas de una campaña larga; para ello, Francisco Largo Caballero se hizo cargo
del Gobierno frentepopulista en relevo de Giral, y reorganizó la dirección de las operaciones
mediante la constitución del Consejo Superior de la Guerra con Indalecio Prieto, ministro de
Marina y Aire, a la cabeza (9 de noviembre de 1936). Por el bando nacional, la Junta de
Defensa otorgó plenos poderes al general Francisco Franco, designándole Generalísimo de
los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire y Jefe del Gobierno nacional (primero de octubre de
1936), quien dirigirá la guerra a través de una Secretaría integrada en su Cuartel General,
constituida por las tres divisiones correspondientes a Tierra, Mar y Aire. La jefatura del
Estado Mayor de la Armada fue ejercida por el vicealmirante Juan Cervera Valderrama hasta
el final de la contienda.
Campaña del mar Cantábrico. Conspiración de varios
oficiales para apoderarse del submarino republicano C-5
Acción de Gibraltar entre el minador nacional
Valcano y el destructor republicano José Luis Díez
(1938)
Con el regreso a Cartagena de la Flota republicana y la irrupción en el Estrecho de los
cruceros nacionales comenzó la campaña naval en el Mediterráneo. La actuación del
Canarias a partir de finales de octubre de 1936 se centró en realizar incursiones rápidas
contra objetivos en Cataluña y Levante, la protección del tráfico marítimo propio, el ataque al
del enemigo- la víctima más notable fue el Konsomol soviético-, mientras que la primera
intervención de la Legión Cóndor alemana se produjo con un intenso bombardeo nocturno
de Cartagena poco efectivo (25 de noviembre de 1936).
Para contrarrestar la acción de los buques nacionales, la Flota republicana llevó a
cabo también incursiones en las costas enemigas -bombardeo de Ibiza- y misiones de
protección del tráfico propio. El 22 de noviembre, el crucero Miguel de Cervantes, fue
113
torpedeado en las proximidades de Cartagena por el submarino italiano Torricelli, y a duras
penas logró entrar en el Arsenal donde fue sometido a reparaciones durante dieciseis meses,
lo cual supuso la pérdida de un tercio de la fuerza de cruceros del Gobierno republicano
durante gran parte de la campaña.
A la vista de las acciones de los cruceros nacionales en las costas catalanas, se
desplazó a la zona una agrupación naval constituida por el crucero Méndez Núñez y dos
destructores, que se dedicaron a la protección del tráfico marítimo con Francia desde
Barcelona y a realizar un bombardeo sobre la base nacional de Sóller, utilizada por los
submarinos italianos (19 de diciembre de 1936).
La intensificación de la ayuda soviética a la España del Frente Popular a principios de
octubre de 1936 había obligado a Franco a solicitar un auxilio sustancial a Italia y Alemania
para interceptarla; mientras esta última nación reforzó la Legión Cóndor, Mussolini decidió
controlar el paso de los barcos soviéticos por el canal de Sicilia con unidades de superficie,
del mismo modo que los submarinos recibieron orden de atacar los buques de guerra
republicanos y el tráfico mercante, colaborando activamente con los cruceros nacionales. Los
efectos de estas acciones, que duraron desde comienzos de noviembre hasta mediados de
febrero de 1937, se concretaron en las averías causadas al crucero republicano Miguel de
Cervantes, el torpedeamiento de dos mercantes, y el hundimiento del submarino C-3, ya
citado, por un submarino alemán. Su actividad se suspendió por acuerdo del Comité
internacional de No Intervención en Londres (16 de febrero de 1937). Las últimas acciones
italianas consistieron en los bombardeos de Barcelona y Valencia a cargo de sendos cruceros,
para paliar la retirada del Canarias averiado por colisión con un mercante griego (13 de
febrero).
La guerra en el Cantábrico, tras la marcha del grueso de la Flota republicana, se limitó
a las acciones protagonizadas por el acorazado España, el destructor Velasco y las flotillas
de bous y mercantes armados por el bando nacional, dedicados a la guerra al tráfico, minado
de los puertos y ataque a puntos de la costa gubernamental. Por parte republicana, habían
quedado en aquellas aguas el destructor José Luis Díez y dos submarinos de la clase “C”. El
114
Gobierno vasco creó sus propias fuerzas navales constituidas por bous armados que, en
contraste con los del Gobierno central de Madrid, actuaron con agresividad y espíritu
combativo, interceptando el tráfico mercante alemán -lo que obligó a la intervención de
buques de guerra de esta nación para protegerlo- y atacando al Velasco cuando se presentó
la ocasión (15 de noviembre de 1936). Se cerró el año con la desaparición del submarino C-
5, al parecer hundido por su comandante, capitán de corbeta Lara, al no conseguir pasarse al
bando nacional (31 de diciembre).
Combate de cabo Cullera entre el crucero nacional Baleares
y cuatro destructores republicanos (12 de julio de 1937);
El crucero Navarra (1922-1955)
Transcurridas las primeras semanas de la guerra civil, el control de las líneas de tráfico
mercante propias y el ataque a las enemigas se convirtió en un objeto prioritario para ambos
contendientes, máxime teniendo en cuenta que tanto en aquella época como hoy en día el
comercio exterior español ha sido siempre del orden del 90% del total. Sólo el 15% de la
Marina mercante española pasó al bando nacional al producirse la sublevación del 18 de julio,
por lo que una gran proporción de los suministros que llegaban al territorio ocupado por el
gobierno de Franco tuvo forzosamente que hacerse en barcos alemanes e italianos. Los
aprovisionamientos procedentes de Alemania llegaban al principio a los puertos andaluces y,
poco después, a Galicia y a los de la costa cantábrica, conforme iban cayendo en poder de
las tropas de Franco. Los italianos enviaban sus aprovisionamientos y tropas desde La Spezia,
principalmente, hacia Palma de Mallorca y desde allí eran transportados a Marruecos, Cádiz,
Sevilla y otros puntos de Andalucía. Los suministros de petróleo crudo llegaban a la refinería
de Santa Cruz de Tenerife gracias a la Compañía norteamericana Texaco, que abasteció de
tal producto al bando nacional hasta la finalización de la guerra.
115
Los republicanos, aún poseyendo el 85% de los barcos mercantes de la nación,
sufrieron serios inconvenientes en el mantenimiento del tráfico entre el Cantábrico y el
Mediterráneo, por las dificultades inherentes a la presencia de los cruceros nacionales en el
Estrecho, lo que contribuyó ciertamente a la caída del frente Norte en 1937. También se
resintieron las comunicaciones entre Cataluña y Menorca. Por lo demás, durante los primeros
meses de guerra, el tráfico internacional con los puertos leales a la República fue relativamente
normal. La línea de suministros soviética desde el Mar Negro (Odesa) hasta los puertos del
Levante español fue protegida incansablemente por la flota de Cartagena durante toda la
campaña, mientras que para la Marina nacional, su interceptación constituyó el objetivo
superior del esfuerzo naval.
El conflicto desarrollado en territorio español, además de ser un choque de ideologías
radicalmente enfrentadas, fue también, por la importancia geoestratégica de la nación, el
campo donde se dirimían muchos intereses políticos y económicos europeos. El Reino Unido
practicó una política neutral, limitándose a proteger sus intereses comerciales en España.
Francia, sin embargo, proclive en principio a la ayuda al Frente Popular de Madrid,
convencida por los británicos, decantó su postura hacia la no intervención, si bien proporcionó
al Ejército Popular de la República bastante material militar y aviación mientras se mantuvo
activo el frente del Norte; su colaboración con la Marina republicana careció de relevancia.
En cambio si fueron muy importantes tanto la intervención en favor del Gobierno republicano
de las Brigadas Internacionales marxistas reclutadas en toda Europa y América, como los
envíos de material de guerra y aviación realizados por la Unión Soviética, aunque con
respecto a la Marina su ayuda, al igual que la francesa, fue intrascendente y se limitó a cuatro
lanchas torpederas y algún material de armas submarinas y artillería antiaérea, así como al
envío de asesores navales -en algunos casos llegaron a mandar submarinos por escasez de
personal profesional en la Marina republicana- que en general no dieron el resultado que se
esperaba de ellos.
En lo que respecta a las ayudas que recibió el bando nacional, serían particularmente
reseñables las proporcionadas por Italia en tropas, material de guerra y aviación; fueron
116
menores en el campo naval aunque no desdeñables, pues incluyeron aparatos de
comunicaciones, defensas y armas submarinas y municiones, siendo destacable la venta al
Gobierno nacional de dos viejos destructores, a los que cabe agregar posteriormente dos
torpederos aún más antiguos, dos submarinos modernos y cuatro lanchas torpederas. La
ayuda alemana se centró en la aviación de la Legión Cóndor, y en lo concerniente a la
Marina, se concretó en la artillería naval -sobre todo antiaérea- y sistemas de control de
fuego, así como en la entrega de cinco lanchas rápidas modernas. Para corresponder a estas
ayudas, la España nacional firmó en Burgos el pacto Antikomintern con los representantes de
Alemania, Italia y Japón, casi cuando la guerra había finalizado (marzo de 1939). Los
Estados Unidos apoyaron más a la España de Franco que a la del Frente Popular, sobre todo
en lo que se refiere a combustibles y a vehículos para el Ejército. Factor común a estas
entregas realizadas a los dos bandos, es que las ayudas no fueron gratuitas y se pagaron
escrupulosamente hasta después de finalizada la guerra, destacando la Unión Soviética que se
cobró todo el material suministrado con las reservas de oro del Banco de España, cifradas
en 425 toneladas.
Fracasadas las tentativas de ocupar Madrid para terminar la guerra rápidamente,
Franco decidió a principios de 1937 eliminar el frente Norte mediante campañas sucesivas
encaminadas a la ocupación de Vizcaya, Santander y Asturias. En líneas generales, la misión
encomendada a la Marina nacional en estas operaciones fue la de bloquear y minar los
puertos del Cantábrico para evitar la llegada de refuerzos y aprovisionamientos a la zona
republicana, y apoyar con fuego de artillería la progresión de las tropas en su avance por
territorio adversario. Las fuerzas navales que intervinieron con base principal en Ferrol y
secundarias en Pasajes, Bilbao y Santander, según se iba desarrollando la campaña, fueron el
acorazado España, el destructor Velasco, el minador Júpiter -recién entrado en servicio-,
tres mercantes armados, y unas flotillas de bous o grandes pesqueros que actuaron como
eficaces patrulleros; esporádicamente se incorporaron los cruceros Canarias y Almirante
Cervera, este último más en permanencia; todas estas fuerzas estaban a las órdenes del
almirante Castro Arizcún desde Ferrol.
Las fuerzas navales republicanas destacadas en el Cantábrico, sucesivamente a las
órdenes del capitán de navío Valentín Fuentes y del capitán de fragata Navarro Margati,
117
estaban constituidas al principio por el destructor José Luis Díez, el submarino C-2 y un
torpedero, siendo reforzadas posteriormente con la incorporación del destructor Ciscar y de
los submarinos C-6 y C-4. A ellos hay que añadir los efectivos de la Flota Auxiliar de la
Armada de Euzcadi, al mando de Joaquín Eguía, jefe de la Marina del Gobierno vasco,
constituida por cuatro grandes bacaladeros artillados con piezas de 101,6 mm, nueve bous
armados en misión de dragaminas y hasta 24 pesqueros pequeños destinados a actuar como
rastreadores de puerto y aguas próximas de la costa. La falta de unidad en el mando al actuar
las fuerzas vascas completamente desligadas de las gubernamentales, junto a la
desmoralización que reinaba en estas últimas – comandantes desafectos a la República o de
nacionalidad rusa en el caso de los submarinos- facilitaron el progresivo dominio del mar
ejercido por los buques del almirante Castro.
No obstante, las operaciones de bloqueo impuesto por la Marina nacional fueron
gravemente dificultadas por la actuación de la Marina británica -intervinieron el crucero de
batalla Hood, los acorazados Royal Oak y Resolution, varios cruceros y flotillas de
destructores- que protegía los barcos de su pabellón hasta las tres millas de costa, por lo que
fácilmente se introducían en la zona republicana los cargamentos de víveres y suministros
militares o se exportaba hierro y carbón, lo cual permitió durante casi ocho meses la
resistencia republicana al avance nacional, no obstante los éxitos logrados por los barcos de
este bando. Curiosamente esta intervención británica obligó a la Royal Navy a crear el
Operational Intelligence Centre, que tan gran importancia adquirirá durante la Segunda
Guerra Mundial.
La participación francesa, aunque sensible, fue menor, mientras que la alemana –
acorazado Admiral Graf Spee, crucero Königsberg y destructores- se limitó a proteger su
tráfico mercante y facilitar información de los barcos republicanos a la Marina nacional, así
como ejercer de intermediarios en las disputas entre españoles y británicos.
La campaña en el Norte fue dura y salpicada de intervenciones por ambos bandos. A
principios de marzo, el Canarias irrumpió en el Cantábrico y apresó al mercante Galdames,
a la altura del cabo Machichaco, no sin antes haber dispersado y destruido o averiado a tres
118
bacaladeros armados de la Marina vasca que combatieron gallardamente pese a la
superioridad manifiesta del crucero (5 de marzo de 1937); después, y como resultado de una
buena operación de caza en la que participaron todos los buques nacionales en la zona, el
Canarias capturó y condujo a Ferrol al mercante Mar Cantábrico con una importante carga
de material de guerra para los republicanos (8 de marzo).
En abril, el Canarias fue relevado por el Almirante Cervera, quien en compañía del
España, el Velasco, el Júpiter y otras unidades reemprendió con ímpetu los bombardeos de
costa, las operaciones de minado y la guerra al tráfico enemigo; precisamente en una de estas
actividades frente a Santander, el acorazado España resultó hundido al tocar con una mina
propia (30 de abril).
De poco sirvió el refuerzo que supuso para los republicanos la incorporación de los
submarinos C-6 y C-4; la situación era angustiosa, y a pesar de las ofensivas desencadenadas
en Brunete y Belchite montadas para aliviar la presión en el frente Norte, Vizcaya, Santander
y Asturias cayeron sucesivamente en poder del Gobierno nacional. La privación de estas
provincias fue un duro golpe para la República, y en concreto para su Marina que perdió allí
el submarino C-6 y el destructor Ciscar, éste por ataque de aviación en Gijón, mientras que
los submarinos C-4 y C-2 se refugiaron en Francia para reincorporarse a la Marina
republicana en abril y junio de 1938, respectivamente. Por su parte, el destructor José Luis
Díez, después de una corta estancia en Falmouth, pasó a El Havre, desde donde intentó
regresar a Cartagena en agosto de 1938, pero fue interceptado por el Canarias que le
produjo graves averías, obligándole a refugiarse en Gibraltar. El 30 de diciembre del mismo
año volvió a salir hacia el Mediterráneo, siendo atacado esta vez por el minador Vulcano que
lo abordó, forzándole a varar a levante del Peñón; poco después, el destructor fue llevado a
Gibraltar donde permaneció internado hasta el final de la guerra.
Coincidiendo con la finalización de la campaña en el Norte, Franco nombró al
vicealmirante Francisco Moreno, jefe de las Fuerzas de Tierra, Mar y Aire del Bloqueo del
Mediterráneo, con su cuartel general establecido en Palma de Mallorca.
119
La Flota republicana fue incrementando paulatinamente su adiestramiento y eficacia
operativa, a pesar del lastre que suponía para ella la presencia de los delegados y comisarios
políticos en los estados mayores y las unidades combatientes, lo cual significaba una clara
mediatización de las atribuciones del mando.
En el teatro de operaciones del Mediterráneo entre enero y febrero de 1937, el
ejército del Sur, al mando del general Queipo de Llano, ocupó la provincia de Málaga con la
colaboración de los tres cruceros nacionales en servicio, dos cañoneros, lanchas torpederas y
unidades menores. La reacción de la Flota republicana a cargo del acorazado Jaime I,
cruceros Libertad y Méndez Núñez y la flotilla de destructores, no logró frenar las
actividades de los cruceros de Francisco Moreno.
La pérdida de Málaga para la República significó la práctica expulsión de la Flota
gubernamental del Mar de Alborán, al que sólo volverá esporádicamente desde su base de
Cartagena, mientras que para el bando nacional supuso la consecución de una mayor
capacidad para ejercer el bloqueo permanente de las costas del Levante peninsular,
facilitando asimismo la protección del tráfico mercante propio en el eje Baleares-Estrecho; de
todas formas, la acción de ambas flotas en misiones de protección a sus líneas de
aprovisionamiento resultó agotadora por la escasez de medios navales que padecían ambos
bandos, agudizada en el caso de los nacionales por la falta de destructores . En el transcurso
de estas operaciones se produjeron varios encuentros entre ambas flotas, como el infructuoso
del 25 de abril de 1937, en el que participaron el grueso de la Marina republicana y los
cruceros Canarias y Baleares en aguas de Cartagena.
El desarrollo de la guerra civil española en la mar suponía una evidente escalada en la
tensión europea por la intervención partidista de Alemania e Italia en favor de la España de
Franco, y de la Unión Soviética, y más encubierta de Francia, en apoyo al Frente Popular del
Gobierno de Valencia. Para evitar el agravamiento de la crisis, el Comité de No-Intervenciòn
acordó someter las fronteras y costas españolas divididas en zonas, al control por las
potencias signatarias del convenio, de todo el tráfico de mercancías procedentes o destinadas
a España (13 de marzo de 1937).
120
Pero las discrepancias entre las potencias y los graves incidentes protagonizados por
los bombardeos a cargo de la aviación republicana -que había alcanzado un elevado nivel de
eficacia- del buque italiano Barletta, fondeado en la bahía de Palma (23 de mayo de 1937), y
del acorazado alemán Deutschland en Ibiza (29 de mayo), que sufrió 109 bajas en su
dotación, provocaron la retirada de Italia y Alemania del sistema de control.
A partir de junio de 1937 se recrudeció la guerra en el Mediterráneo, registrándose
los primeros hundimientos de mercantes a cargo de los submarinos nacionales Mola y
Sanjurjo comprados a Italia, mientras que los cruceros de Moreno reanudaron los ataques al
tráfico marítimo del adversario con las consabidas interferencias ocasionadas por la Marina
británica en misiones de control. Estas acciones provocaron la disminución del número de
buques mercantes que, procedentes del norte de Europa, se dirigían hacia los puertos
republicanos del Levante español a través del Estrecho, pese a la labor incansable de la Flota
gubernamental en apoyo de su recalada en las proximidades de la costa. En el transcurso de
estas operaciones tuvo lugar un encuentro entre el crucero Baleares y seis destructores
republicanos a la altura de Valencia (12 de julio de 1937). El 17 de junio, el acorazado
gubernamental Jaime I resultó destruido en su atracadero de Cartagena al sufrir la voladura
fortuita de los pañoles de municiones con pérdida de 300 hombres muertos y 200 heridos.
En un ambiente de alta tensión internacional, Franco decidió solicitar a Mussolini la
intervención italiana para evitar la llegada a la España republicana de una masiva cantidad de
suministros militares procedentes de la Unión Soviética destinados a preparar la ofensiva
contra Teruel (agosto de 1937). El Duce aceptó la petición y decidió la acción directa de
unidades de su Marina a partir de la primera semana de agosto; como consecuencia de esta
intervención, se produjeron averías en el destructor Churruca y varios hundimientos de
mercantes españoles, soviéticos y de otras nacionalidades, logrando el colapso del tráfico
naval en el Mediterráneo central; éste se reanudó al cesar los ataques en septiembre pero muy
aminorado.
Fruto inmediato de estas acciones fue una reunión internacional convocada en Ginebra
para determinar la forma más adecuada de detener la escalada de agresiones que se estaba
121
produciendo. Como resultado, se firmó el acuerdo de Nyon (9 de septiembre 1937), en el
que se establecía una serie de rutas por las cuales debía transcurrir el tráfico mercante del
Mediterráneo para evitar el ataque de los submarinos y, al mismo tiempo, se restringía mucho
el empleo de este tipo de unidades fuera de las aguas territoriales de cada nación; con este
acuerdo desaparecieron las zonas de control acordadas por el comité de No-Intervención.
Otra consecuencia de la enérgica intervención de las Marinas italiana y española
nacional fue la demostración palpable de la debilidad de las fuerzas navales de la Unión
Soviética, incapaces de proteger su comercio en el Mediterráneo, lo cual les obligó a desviar
hacia Francia los suministros que proporcionaba a la España republicana, para que desde allí
fuesen reexportados a su destino final. De esta debilidad era consciente Stalin, quién ordenó la
creación del Comisariado Popular de la Marina en 1937, origen sin duda de la potenciación
oceánica de las fuerzas navales soviéticas, protagonistas indiscutibles de la Guerra Fría
posterior a 1945.
La campaña en el Mediterráneo proseguía con toda intensidad; el día 7 de
septiembre, poco antes de firmarse el acuerdo de Nyon, el Baleares interceptó frente a
Cherchel (Argelia) un convoy republicano de cuatro mercantes procedentes de la Unión
Soviética, protegido por los cruceros Libertad y Méndez Núñez y siete destructores. El
Baleares fue alcanzado por dos impactos, pero logró que el convoy no llegase a su destino,
quedando un mercante varado y el resto refugiado en Cherchel. Poco después, el día 17
ocurrió lo mismo frente a Barcelona, esta vez a cargo del Canarias que logró apresar dos
mercantes y dispersar los destructores de escolta, resultando uno de ellos, el Sánchez
Barcáiztegui,con averías. El 10 de octubre, los cañoneros Dato y Cánovas del Castillo,
recién incorporados a las Fuerzas del Bloqueo del Mediterráneo, interceptaron y destruyeron
frente a las costas argelinas la motonave armada Cabo Santo Tomé cargada con material de
guerra soviético procedente del Mar Negro.
En otoño de este año, las citadas Fuerzas del Bloqueo se vieron reforzadas por los
minadores Júpiter y Vulcano, y los destructores Velasco, Huesca, Teruel, Ceuta y Melilla,
estos cuatro últimos adquiridos en Italia y el resto procedentes del Cantábrico, una vez
122
desaparecido el frente del Norte. A estas unidades cabe añadir la incorporación de cuatro
submarinos italianos con un núcleo de dotación española, que actuaron cerca de cuatro meses
hasta principios de 1938 en beneficio de la Marina nacional, con poco provecho debido a las
restricciones impuestas por el acuerdo de Nyon; por su parte, Alemania entregó cinco lanchas
torpederas.
La durísima batalla de Teruel (diciembre-febrero 1938) demostró la revitalización que
había alcanzado el Ejército Popular de la República después de la derrota sufrida en el Norte.
La Flota gubernamental, al mando de González de Ubieta, vio incrementada su fuerza en
marzo de 1938 con la incorporación del crucero Miguel de Cervantes y la habilitación de
varios mercantes armados. Tanto esta fuerza como la de los nacionales adolecieron hasta el
final de la contienda de la imprescindible cobertura aérea en permanencia debido a la errónea
supresión de las Aviaciones Navales correspondientes, decretada por los mandos superiores
políticos y militares de ambos bandos.
Durante los meses de enero y febrero de 1938, la Flota nacional basada en Palma de
Mallorca desplegó una intensa actividad de bombardeo y minado de puertos de la costa
levantina, y de ataque al tráfico mercante adversario y protección del propio. En una de estas
operaciones, el 22 de febrero, cuando los cruceros bombardeaban el Grao de Valencia y los
Altos Hornos de Sagunto, fueron atacados por la Aviación republicana, siendo alcanzado el
Almirante Cervera por varias bombas que le causaron averías y 84 bajas en su dotación.
Poco después, el 6 de marzo, cuando la división de cruceros nacional -Baleares, Canarias y
Cervera- protegía un convoy mercante hacia Alborán, tuvo un encuentro nocturno con el
grueso de la Flota republicana al mando de Ubieta -cruceros Libertad y Méndez Núñez y
cinco destructores- que se dirigía a atacar la base naval de Palma. En el combate resultó
hundido el Baleares, con la desaparición del contralmirante Manuel Vierna y 787 hombres.
La pérdida del crucero fue escasamente compensada por la incorporación del Navarra (ex
República), remozado recientemente en Ferrol.
A partir de marzo, la actividad de la Flota nacional no decayó en lo que respecta al
ataque a las líneas de comunicación republicanas, y sin embargo, se restringió el empleo de los
123
cruceros en lo referente al apoyo a las operaciones del Ejército durante la batalla de Aragón y
corte de la zona republicana por Vinaroz, apreciándose un incremento notable de la eficacia
de la Aviación nacional contra los mercantes atracados en puertos enemigos (marzo-junio
1938). Por su parte, la Aviación republicana averió y causó 30 bajas en el minador Vulcano
atracado en Vinaroz, hundiendo, asimismo, al mercante Cala Milló (1º de septiembre de
1938).
Pese al éxito del hundimiento del Baleares, disminuyó la operatividad de la Flota
gubernamental, quizá debido a los continuos bombardeos aéreos a que era sometida
Cartagena; ello permitió incluso la celebración de una revista naval en Vinaroz, presidida por
Franco (31 de mayo de 1938). Además de realizar las misiones habituales de protección del
tráfico propio, la Flota republicana tuvo que hacer frente a la servidumbre que significaba el
mantenimiento de las comunicaciones entre las dos zonas en que se había sido dividido el
territorio gubernamental.
En octubre de 1938, la Flota nacional, aunque continuó los apresamientos de
mercantes dedicados al comercio entre Valencia y Cataluña, vio limitada su actividad a causa
de la tensión internacional originada por la anexión de los Sudetes a la Alemania de Hitler,
mientras en España transcurría la batalla de desgaste del Ebro (agosto-noviembre de 1938).
Tras la desaparición del frente del Norte, el Estado Mayor de la Armada nacional
montó una serie de operaciones a cargo de los cruceros auxiliares Ciudad de Alicante y
Ciudad de Valencia para impedir o distorsionar las líneas de comunicación entre el norte de
Europa y los puertos atlánticos franceses utilizadas para el abastecimiento de la España
republicana (octubre-febrero 1939). Estas acciones incidieron negativamente en el tráfico
naval internacional, experimentando los fletes unas alzas prohibitivas. En lo que se refiere al
bando nacional su comercio marítimo alcanzó prácticamente los niveles normales de antes de
la guerra.
El resultado adverso de la batalla del Ebro anuló definitivamente las esperanzas del
Gobierno de la República de conseguir la victoria en la contienda civil. La ocupación de
124
Cataluña por el Ejército de Franco resultó una empresa relativamente fácil ante unas tropas
totalmente desmoralizadas (enero-febrero de 1939). Durante esta última campaña, las
unidades navales a las órdenes del almirante Francisco Moreno colaboraron en la protección
del avance de las fuerzas propias, y en mantener su aprovisionamiento hasta el derrumbe de la
resistencia enemiga. Mientras, mediante negociaciones y apelación a la fuerza, Menorca fue
ocupada por tropas transportadas y protegidas por unidades de la Armada (12 de febrero de
1939).
La pérdida de Cataluña tuvo como efecto inmediato la dimisión de Manuel Azaña
como Presidente de la República; mientras tanto Negrín se dirigía a la zona centro-sur, la
única que permanecía en su poder, para, en unión de los comunistas, continuar la guerra a
ultranza, a la espera de que la situación internacional desembocase en un conflicto europeo
que pudiera invertir la situación en España. Sin embargo, el coronel Segismundo Casado,
partidario del acuerdo con Franco, se sublevó con parte del Ejército y ocupó Madrid después
de cruentos combates con los comunistas. Esta situación anómala tuvo repercusiones en
Cartagena, pues la Escuadra republicana compuesta por tres cruceros y ocho destructores al
mando de Miguel Buiza abandonó esta base el día 5 de marzo de 1939, ante el riesgo de
caer en manos de una sublevación surgida en apoyo de los nacionales. El 7, los buques
entraron en Bizerta donde fueron internados por las autoridades francesas. Devueltos a
España, el 2 de abril salieron de puerto y el 5 llegaron a Cádiz cuando ya había finalizado la
guerra civil.
Al producirse la sublevación de parte de la guarnición de Cartagena en favor del
gobierno de Franco, el día 5 de marzo, el mando nacional organizó un amplio despliegue naval
con tropas en ayuda de los sublevados. Fracasada la tentativa, se suspendió la operación; no
obstante, el mercante Castillo de Olite, fue alcanzado por la artillería de costa y resultó
hundido con pérdida de más de mil hombres (7 de marzo). El día primero de abril finalizó la
guerra civil que había asolado España durante casi tres años.
En este conflicto dominó el aspecto agresivo de la guerra al tráfico mercante
adversario practicado por la Marina nacional, mientras que por el bando republicano el
125
propósito fue el de protección de las líneas de comunicación propias. Su falta de iniciativa y
las interferencias políticas, además de otros factores muy complejos, determinaron el fracaso
de sus pretensiones, y supuso una de las primeras causas que ocasionarían el colapso del
Ejército Popular de la República y la pérdida de la guerra civil. Tuvo toda la razón el
Presidente don Manuel Azaña al afirmar que ninguna guerra se puede ganar en la
Península si no se domina el mar.
XII
LA ARMADA CONTEMPORÁNEA
La Guerra Civil había dejado en 1939 una Armada muy mermada en sus efectivos -se
perdieron totalmente dos acorazados, un crucero, un destructor, siete submarinos y trece
unidades menores-, fuerzas que no pudieron ser compensadas por la incorporación de los
cuatro destructores, dos submarinos, un cañonero y varias lanchas torpederas adquiridas
durante la contienda. A ello cabe añadir la desaparición de la Aeronáutica Naval, los
destrozos ocasionados por la acción de los bombardeos en las bases de Cartagena y Mahón
y, lo más importante, las pérdidas humanas tanto por muerte, como por exilio o depuración,
que en el caso del Cuerpo General de la Armada alcanzaron hasta el 59 por ciento de los
efectivos existentes en 1936.
Con un gran esfuerzo, el contralmirante Salvador Moreno, nombrado ministro de
Marina el 17 de agosto de 1939, arropado por la entrega entusiasta de la Corporación,
emprendió la tarea de levantar la Armada en el contexto de una España asolada tras la guerra,
sin recursos materiales, con una industria carente de utillaje moderno y materias primas, en un
ambiente internacional enrarecido por la Segunda Guerra Mundial, iniciada el primero de
septiembre de 1939.
Las primeras medidas en el campo de la organización afectaron, como es natural, al
propio Ministerio de Marina y al Estado Mayor de la Armada. Respecto al personal, las
reformas alcanzaron a todos los cuerpos, escalas y plantillas y, sobre todo, a su formación. En
1943 se trasladó la Escuela Naval Militar a Marín (Pontevedra), y el año siguiente se inauguró
126
la de suboficiales de San Fernando en la sede de la antigua Escuela Naval. Así mismo, en
1945, la Escuela de Guerra Naval reinició sus actividades suspendidas con motivo de la
guerra.
De izquierda a derecha:
El submarino G-7 (1942-1970);
El crucero Canarias (1936-1975).
Para afrontar en profundidad la modernización de la Flota, con carácter transitorio y
en virtud de la Ley de 2 de septiembre de 1939, se creó el Consejo Ordenador de
Construcciones Navales Militares, el cual se encargó de las instalaciones y astilleros que,
desde 1908, habían sido administrados por la Sociedad Española de Construcción Naval.
Pero, creado el Instituto Nacional de Industria en 1941, se le encomendó a este organismo la
fundación y financiación de una Empresa que, con capital estatal tuviera como principal misión
llevar a cabo los programas navales y sus obras complementarias, que incluían las civiles e
hidráulicas a realizar en las bases y factorías navales militares. Así nació el 11 de mayo de
1942 el marco jurídico para crear el 11 de julio de 1947 la Empresa Nacional “Bazán” de
Construcciones Navales Militares, Sociedad Anónima, haciéndose cargo de las factorías e
instalaciones administradas por el Consejo. Desde entonces hasta la actualidad, esta Empresa
ha sido la encargada de proporcionar a la Armada las unidades navales requeridas de acuerdo
con sus necesidades, para lo que dedicó una gran parte de su esfuerzo a la remoción y
ampliación de las tres factorías de Ferrol, Cádiz y Cartagena.
A partir de 1939, la actividad de los astilleros y factorías del Consejo Ordenador se
volcó en la reparación y reforma de las unidades recuperadas en Bizerta procedentes de la
Flota republicana. Así fueron modernizados, en lo que cabe, los cruceros Galicia (ex
Príncipe Alfonso, ex Libertad), Miguel de Cervantes y Méndez Núñez, este último para
transformarlo en crucero antiaéreo, los trece destructores clase Churruca y los tres Alsedo.
127
El primer programa naval de la posguerra, versión actualizada de otro planteado en
1938, fue el de 8 de septiembre de 1939, en el que se preveía entre otras obras la
construcción de 4 acorazados, 2 cruceros pesados, 12 cruceros ligeros, 54 destructores, 36
torpederos, 50 submarinos y 100 lanchas torpederas. El presupuesto era de 5.500 millones
de pesetas a invertir en once años de plazo de ejecución. Se contaba con el apoyo técnico e
industrial de Alemania e Italia, pero la Segunda Guerra Mundial frustró tan ambicioso
proyecto y fue abandonado en 1941; se intentó revisarlo en 1943, pero también fracasó,
dando lugar tan sólo a estudios sobre algunas clases de buques como portaaviones, cruceros
ligeros y exploradores.
Durante el conflicto, España permaneció primero neutral (1939), después “no
beligerante” (1940), y finalmente otra vez neutral (1943), decisiones de Franco a las que
contribuyeron notablemente las opiniones del almirante Moreno y del capitán de fragata
Carrero Blanco. No obstante, como deuda moral e incluso material por la ayuda recibida
durante la Guerra Civil, el Gobierno español condescendió hacia Alemania, bien permitiendo a
sus submarinos repostar en puertos del Atlántico, o con la exportación de materias primas, e
incluso interviniendo humanitariamente en ocasiones, como el intento de salvamento de los
náufragos del acorazado Bismarck llevado a cabo por el crucero Canarias (1941).
Fracasado el programa naval de 1939, se presupuestó la construcción de 9
destructores, 9 torpederos, 8 cañoneros, 6 corbetas y 14 dragaminas; asimismo, se dispuso la
renovación del Tren Naval y la terminación de los submarinos “D” y los destructores Álava y
Liniers, procedentes de los programas de la República, cuyas obras habían sido paralizadas
en 1936.
De los destructores, tan sólo tres entrarían en servicio: Oquendo, Roger de Lauria y
Marqués de la Ensenada. Su construcción, autorizada en 1943, se prolongó hasta 1963 en
el caso del Oquendo, mientras que los otros dos fueron reconstruidos en la Factoría de
“Bazán” en Cartagena de acuerdo a un nuevo proyecto entre 1964 y 1970, y los seis
restantes cancelados en 1952. Esta demora extraordinaria fue ocasionada por los continuos
128
cambios de proyecto y de equipos y la complicada instalación propulsora de origen francés
que montaban. Tampoco fueron ajenos el aislamiento internacional a que era sometida España
y el vertiginoso desarrollo de la tecnología naval derivada de la contienda mundial. Fueron
dados de baja en 1978, 1982 y 1988 respectivamente.
Dragaminas atracados en la estación Naval de
Porto Pi (Palma de Mallorca).
Transporte de ataque Castilla (L-21) (1965-1980).
Otro tanto se puede decir acerca de las dificultades de proyecto y construcción de los
nueve torpederos. Bautizados con los nombres de Audaz, Osado, Meteoro, Furor, Rayo,
Ariete, Temerario, Intrépido y Relámpago, constituyeron una serie inspirada en el proyecto
francés de la clase Le Fier de 1936 con modificaciones alemanas de 1940. Autorizada su
construcción en 1944, los cuatro primeros fueron entregados entre 1953 y 1958. De acuerdo
con los convenios suscritos entre España y Estados Unidos en 1953, se procedió a una
modernización total de las nueve unidades de la serie, que por estas fechas habían sido
clasificadas como cazasubmarinos. Las obras, a cargo de la Empresa Nacional “Bazán” en la
factoría de Ferrol, duraron de 1958 a 1965. Estas unidades, reclasificadas como fragatas
rápidas, fueron dadas de baja entre 1972 y 1982, excepto el Ariete naufragado en la costa de
Muros en 1966.
Los ocho cañoneros fueron denominados con nombres de navegantes y
conquistadores españoles: Pizarro, Hernán Cortés, Vasco Núñez de Balboa, Martín
Alonso Pinzón, Magallanes, Sarmiento de Gamboa, Vicente Yáñez Pinzón y Legázpi.
Construidos en dos series de cuatro unidades por el Consejo Ordenador y la Empresa
Nacional “Bazán” en Ferrol entre 1943 y 1951, sus modestas características de diseño
habían quedado anticuadas aun antes de empezar a navegar, a causa de los avances
129
registrados en la tecnología naval durante la Segunda Guerra Mundial. Entre 1958 y 1960
fueron modernizados el Vicente Yáñez Pinzón y el Legázpi como consecuencia del Programa
de rehabilitación del 1950, quedando clasificados como fragatas; en 1983 y 1978
respectivamente causarían baja, mientras que el resto lo fueron entre 1965 y 1974.
Con ayuda alemana se inició en 1943 la construcción de siete dragaminas clase
Bidasoa, basados en el M-1940 germano, seis submarinos “G”, copia del tipo VIIC de la
Kriegsmarine, una de cuyas unidades (el U573, rebautizado G-7) había sido adquirido por la
Armada después de arribar a Cartagena con averías (1942) y diez lanchas torpederas del
modelo germano S-38. De ellos sólo entraron en servicio los dragaminas y seis lanchas,
mientras que la construcción de los submarinos fue cancelada en 1961 por los continuos
retrasos en el suministro de los materiales necesarios.
A estas unidades cabe añadir siete dragaminas clase Guadiaro similares a los
Bidasoa, construidos entre 1948 y 1956, así como remolcadores, algibes, buques
hidrógrafos, guardacostas y el yate Azor.
Factor común de todos los buques de la posguerra fue su diseño anticuado, carentes
de armamento y de sistemas de detección y seguridad interior modernos, con el inconveniente
añadido de haber hipotecado las disponibilidades presupuestarias de la Armada durante las
décadas de los años cuarenta y cincuenta. Así resultaron baldíos los esfuerzos del ministro
almirante Francisco Regalado (1945-1951), sucesor de Moreno, para adquirir o construir
algún portaaviones ligero e incorporarlo a la Flota, paso fundamental para la reconstitución de
la antigua Aeronáutica Naval que se hacía a todas luces evidente según pasaban los años, y
era imprescindible si se quería desempeñar las responsabilidades inherentes a la soberanía
nacional sobre el gran espacio marítimo comprendido entre las islas Baleares y las Canarias.
El 20 de julio de 1951, el almirante Salvador Moreno volvía a la cartera de Marina,
cuando se hacían más evidentes en la Armada las consecuencias del bloqueo y el aislamiento
político ejercido contra el Régimen de Franco, no obstante haber sido revocado por la ONU
el acuerdo sobre la condena que contra él pesaba desde hacía años (4 de noviembre de
130
1950). Tan sólo se puede destacar la puesta en vigor de los Cuadernos Tácticos que dieron
una cierta modernidad a las fuerzas navales, pues permitieron conocer la razón de cada
maniobra y poner al día a la oficialidad de los buques frente al futuro.
El destructor Lepanto navegando
por la proa del portaviones
Dédalo para incorporarse a su
puesto en la cortina
antisubmarina.
La situación va a cambiar drásticamente al firmarse en Madrid, el 26 de septiembre de
1953, los convenios hispano-norteamericanos, que permitieron a España un respiro en el
asfixiante cerco internacional al que era sometida desde el final de la Segunda Guerra Mundial,
y consolidaron el Régimen de Franco tanto de cara al exterior como al interior. El cambio de
actitud llegó a tal extremo que el Generalísimo fue invitado a presenciar las maniobras de la VI
Flota norteamericana en el Mediterráneo. Los convenios eran consecuencia lógica de la
política exterior de los Estados Unidos, nación empeñada en hacer frente a la amenaza que
para el mundo Occidental suponía la Unión Soviética, provocadora de la “Guerra Fría”
declarada entre ambas superpotencias.
Con la firma de un acuerdo de una duración de diez años prorrogables, los Estados
Unidos, a cambio de una asistencia económica y militar cifrada en unos 500 millones de
dólares, obtenían la autorización para construir y utilizar diversas instalaciones militares
situadas en Rota (Cádiz), Cartagena, Torrejón de Ardoz, Zaragoza y Morón, entre otras.
En virtud de este acuerdo, la Armada recibió de 1954 a 1963, cinco destructores
clase Fletcher, un submarino clase Balao, doce dragaminas MSC modernos, un calarredes,
veintiún buques y embarcaciones de desembarco (LSM, LCM, y LPCL) y un patrullero clase
SC.
131
El periodo de los diez primeros años de vigencia de los convenios que contempló el
paso por el Ministerio de Marina de los almirantes Salvador Moreno (hasta 1957), Felipe
Abárzuza (1957-1962) y Pedro Nieto Antúnez a partir de 1962, sirvió para incrementar
notablemente la instrucción de los jefes y oficiales de la Armada en las tácticas y técnicas
navales modernas, lo que permitió formar profesores o instructores en las nuevas escuelas y
centros de adiestramiento que se establecieron en las capitales departamentales y Baleares.
Particularmente importante fue la participación de unidades navales españolas en maniobras
conjuntas con las Marinas de Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Italia y Portugal a partir
de 1959, lo que facilitó a las dotaciones la familiarización con los procedimientos, tácticas,
señales y doctrinas de empleo de la fuerza naval vigentes en la NATO, elevando su nivel
profesional a un apreciable grado de eficacia. Es reseñable también la potenciación de la
Infantería de Marina, que durante estos años vio incrementada su fuerza con armamento más
moderno y mejores medios de transporte terrestres y anfibios, aunque los sucesos posteriores
de Sidi-Ifni demostraron que eran insuficientes.
Otro hito importante lo constituyó la llegada a España, en febrero de 1954, de las
primeras aeronaves que se incorporaban a la Armada desde la desaparición de la Aeronáutica
Naval en 1939. Eran tres helicópteros Bell 47G que quedaron adscritos a la Escuela de
Aplicación de Helicópteros situada en el recinto de la Escuela Naval Militar de Marín, desde
donde pasarían tres años más tarde a la recién construida base de utilización conjunta de Rota
(Cádiz).
A partir de entonces el material aéreo fue incrementándose paulatinamente; se
agregaron nueve helicópteros Bell y Agusta-Bell-47, y nueve Sikorsky HRS-3, versión naval
del S-55. Estos últimos empleados al principio sólo para transporte y búsqueda y salvamento,
terminarían siendo los primeros en dedicarse a la guerra antisubmarina al dotárseles de sonar
calable y torpedos. Al crearse las escuadrillas en 1959, la 1ª encuadró a los Bell-47 de
adiestramiento y la 2ª a los Sikorsky.
Tras prolijas negociaciones, el 3 de abril de 1955 se suscribió entre los representantes
de las Marinas española y norteamericana el Programa de Modernización de Buques de la
132
Armada, dentro del marco de los convenios de 1953. El acuerdo regulaba los términos y
condiciones en que el Gobierno de EE.UU. suministraría los equipos y asistencia técnica
necesarios para llevar a cabo la modernización de 47 unidades de la Armada, por un importe
de algo más de 42 millones de dólares.
La ejecución del programa corrió a cargo de la Empresa Nacional “Bazán”. Con él se
pretendía obtener una fuerza naval fundamentalmente antisubmarina, dotando a los barcos con
nuevos equipos de comunicaciones, desmagnetización, seguridad interior, aprovisionamiento
en la mar, instalaciones eléctricas, detección y artillería, afectando también a la habitabilidad y
compartimentación interna. Las obras duraron de 1957 a 1965, y por diversas causas el
Programa finalmente afectó sólo a 29 unidades: dos destructores de la clase Liniers, nueve
cazasubmarinos Audaz, dos fragatas Pizarro, dos minadores Júpiter, cinco corbetas
Descubierta, dos submarinos “D” y siete dragaminas Guadiaro.
La modernización constituyó todo un éxito pues, aparte de mejorar la operatividad de
las unidades afectadas, incrementó sensiblemente el adiestramiento de las dotaciones y
potenció la capacidad técnica de la Empresa Nacional “Bazán”. Además, algunos barcos,
como las corbetas, dieron tan excelentes resultados que se pudo prolongar su vida activa
hasta los comienzos de la década de los años noventa, integrados en la Fuerza de Vigilancia
Marítima.
Paralelamente a la ejecución de este Programa, de 1953 a 1964 continuaron los
encargos de nuevas construcciones o incorporación de unidades por compra, aunque siempre
limitadas a buques auxiliares, a causa de la prioridad que se dio a las modernizaciones. Se
incorporaron a las listas de la Armada, el petrolero Teide, el transporte Almirante Lobo,
cuatro guardapescas y diversos buques tipo barcaza de desembarco, patrullero, hidrógrafo,
remolcador, algibe y lancha antisubmarina. También se dedicaron importantes recursos
económicos a las obras de infraestructuras en tierra. Mención aparte merece la construcción
de los dos submarinos de asalto Foca y dos Tiburón a partir de 1953, que no pasaron de la
fase de pruebas y puede considerarse tan sólo como un proyecto de investigación; fueron
dados de baja en 1979.
133
Luis Carrero Blanco (1904-1973),
duque de Carrero Blanco, capitán
general de la Armada, Presidente
del Consejo de Ministros.
Decidido promotor de la
modernización de las fuerzas
navales, desde los destinos
políticos que desempeñó procuró
en todo momento apoyar los
objetivos y las necesidades de la
Armada.
Durante estos años, la actividad operativa de la Armada se centró en el adiestramiento
de las unidades de la Flota mediante grandes maniobras anuales como las Navarca de 1953,
que culminaron en Cádiz en un desfile naval presidido por Franco, o las Foca de 1958 en
aguas de Baleares. En plena guerra fría, las unidades se desplegaron por las costas españolas,
particularmente el Mar de Alborán, saco de Cádiz, Canarias y Baleares para ejercer la
vigilancia sobre las actividades de las unidades del Pacto de Varsovia, tarea sacrificada y
monótona que ha sido llevada a cabo hasta la disolución de dicho Pacto.
Estas actividades fueron salpicadas por otras de diferente índole como las visitas de la
Escuadra a Lisboa (1949) y al África Occidental Española (1950). En 1954 una agrupación
naval constituida por el Canarias y cuatro submarinos, al mando del vicealmirante Benigno
González-Aller, hizo acto de presencia en las posesiones españolas del Golfo de Guinea ante
las primeras señales anti-colonialistas que apuntaban en África.
A finales de noviembre de 1957, bandas marroquíes fuertemente armadas invadieron
el territorio de Ifni y poco después el Sahara español, evidentemente con el apoyo material y
político de Marruecos que había alcanzado su independencia en 1956. Las escasas
guarniciones españolas en presencia tuvieron que replegarse a los enclaves y poblaciones
costeras, en tanto se pudiese emprender la contraofensiva a cargo de las fuerzas del Ejército
desplazadas a la zona desde la Península a bordo de buques de la Armada y mercantes, la
mayor parte de la Compañía Transmediterránea.
134
Para soslayar la extensión del conflicto y evitar la intervención directa de las fuerzas
regulares de Marruecos, una agrupación de la Flota integrada por los cruceros Canarias y
Méndez Núñez escoltados por tres destructores, al mando del vicealmirante Nieto Antúnez,
realizó una demostración de fuerza frente al puerto de Agadir con la artillería apuntando a
tierra, para indicar a las autoridades alauitas hasta qué punto llegaba la determinación del
Gobierno español de llevar la guerra a sus últimas consecuencias (7 de diciembre de 1957).
Pese a las enérgicas protestas de Rabat, la demostración surtió efecto, descongestionando la
presión sobre Ifni y frenando temporalmente las aspiraciones marroquíes.
Durante la campaña (noviembre de 1957- marzo de 1958), además de la
demostración anterior y de la participación directa de algunas unidades de Infantería de
Marina, la actuación de la Flota se centró en el apoyo logístico a las fuerzas del Ejército que
operaban en los territorios invadidos, la protección de las cabezas de playa de Sidi-Ifni y El
Aaiún con bombardeos sobre las tropas enemigas, el apoyo a las columnas propias que
progresaban hacia el interior por medio de fuego naval selectivo, y la vigilancia de las aguas
costeras para interceptar el contrabando de armas por vía marítima. Francia, deseando evitar
a toda costa el agravamiento de la situación, ayudó a España con medios navales y aéreos. En
lo que afecta a los primeros, se concretó en el préstamo temporal de un buque dique anfibio,
un portacarros y barcazas de desembarco, los cuales jugaron un buen papel durante la
campaña, que había demostrado, entre otras carencias, la debilidad de los medios anfibios de
la Flota.
Como ésta había sido una de las primeras enseñanzas del conflicto, a partir de
entonces la Armada persiguió dotar a la Infantería de Marina de medios adecuados, lo que se
plasmó en la cesión en 1964 por parte de los EE.UU. de dos grandes transportes de ataque,
el Castilla y el Aragón, en virtud del acuerdo de renovación de los convenios de 1953. Más
tarde, en 1968, se creó el Tercio de Armada acuartelado en San Fernando (Cádiz), mientras
que el número de unidades navales se incrementó con la entrega del transporte de ataque
Galicia y tres buques de desembarco clase LST (1971-1972).
135
Corbeta Vencedora (F 36). Es de clase
Descubierta, cabeza de una serie de seis
unidades diseñadas por la Empresa
Nacional “Bazán”. Llevan los nombres de
Descubierta, Diana, Infanta Elena, Infanta
Cristina, Cazadora y Vencedora.
A la inyección de optimismo que supuso para la Armada la firma de los convenios de
1953 y el inicio de las obras de modernización de la Flota, a partir de 1956, siguió una serie
de proyectos de planes de construcciones navales por iniciativa de los sucesivos ministros de
Marina, almirantes Moreno, Abárzuza y Nieto Antúnez que no pasaron de su enunciación y
estudio, pese a que la situación económica de la nación había mejorado notablemente desde
1960.
Así llegamos a 1965, año en el que siendo ministro el almirante Pedro Nieto Antúnez,
después de un estudio estratégico y táctico profundo, así como la consideración de los
trabajos realizados por una comisión de expertos que se trasladó a Estados Unidos,
Inglaterra, Holanda y Francia para verificar el impacto económico e industrial que suponía
para la nación, el Gobierno promulgó por Ley 85/65 el primer Programa de Equipos y
Material de las Fuerzas Armadas, que promovida por la Armada se extendió a los Ejércitos
de Tierra y Aire. El plazo comprendido por la Ley fue de ocho años hasta 1972, y se
adjudicaron un total de 20.860 millones de pesetas para los tres ejércitos, de los cuales
10.000 millones correspondieron a la Marina.
Con este presupuesto, al que se inyectaron 16,3 millones de dólares procedentes del
convenio con los Estados Unidos (unos 3.000 millones de pesetas), se acometió la primera
fase del Programa Naval que incluía la construcción de cinco fragatas clase Baleares, dotadas
de una notable capacidad antiaérea y antisubmarina, dos submarinos clase Delfín, (del tipo
antisubmarino más avanzado del momento) y la modernización de los destructores Roger de
Lauria y Marqués de la Ensenada, todo lo cual suponía un reto a la industria nacional por la
alta tecnología de las nuevas construcciones.
136
La serie de las fragatas Baleares, del tipo DEG norteamericano, modificación de la
clase Knox, fue construida en Ferrol entre 1968 y 1976, mientras que la de los submarinos y
la modernización de los destructores se llevó a cabo en Cartagena entre 1968 y 1973.
Después de una nueva ampliación de los créditos, en octubre de 1969 se autorizó la
construcción de otros dos submarinos de la misma clase Delfín, que entraron en servicio en
1975. La ejecución de estas obras supuso un avance notable tecnológico, no sólo para los
astilleros de la E.N. “Bazán”, sino también para la industria nacional que con productos
propios o construidos bajo licencia participó en estos programas.
Paralelamente, se incorporaban nuevas y modernas unidades a la recién creada Arma
Aérea . A mediados de 1965 quedó constituida la 3ª Escuadrilla de helicópteros con cuatro
Agusta-Bell AB 204 antisubmarinos, que serían reforzados a partir de 1974 con material
Agusta-Bell AB 212 AS mucho más potente. La 4ª Escuadrilla se había formado en 1965 con
dos aparatos de enlace y transporte de ala fija Piper PA-24 Comanche y dos PA-30 Twin
Comanche, pero su situación no fue legalizada por el Ejército del Aire hasta 1977. La 5ª
Escuadrilla quedó operativa en 1966 al recibirse los primeros helicópteros antisubmarinos
Sikorsky SH-3D, con la particularidad de entrar en servicio en la Armada antes inclusive de
hacerlo en la Marina norteamericana.
Una de las cláusulas de la renovación de los acuerdos de 1963 con Norteamérica
preveía la constitución de un grupo antisubmarino de alta mar formado por un
portahelicópteros o portaaviones ligero y unidades de escolta de la Flota. Tras sucesivas
negociaciones con la Marina estadounidense se aceptó la cesión por cinco años del
portaeronaves Cabot, uno de los integrantes de la clase Independence, veterano de la
Segunda Guerra Mundial, al que hubo que someter a unas profundas obras de
reacondicionamiento en el Philadelphia Naval Shipyard de 1966 a 1967. Rebautizado con el
nombre de Dédalo, fue entregado a la Armada el 30 de agosto de 1967 y adquirido por
compra el 5 de diciembre de 1973. Con un desplazamiento de 16.000 toneladas a plena
carga, tenía capacidad para operar sobre veinte aeronaves. Fue basado en Rota y a partir de
su llegada a España se constituyó en buque insignia del Grupo Aeronaval de la Flota,
137
participando en todos los ejercicios programados para el adiestramiento de la Flota, como los
nacionales tipo Alborex y Gaviota, o los internacionales Murcie, Faron, Trilateral y
Canarex.
La crisis ocasionada por el presidente Francisco Macías a raíz de la independencia de
las posesiones españolas en el Golfo de Guinea (12 de octubre de 1968), forzó, ante la
gravedad de los acontecimientos, la intervención de la Armada para repatriar urgentemente la
colonia española concentrada en Bata y Fernando Pó.
Buque de aprovisionamiento de combate
Patiño (A 14). Construído por la Empresa
Nacional “Bazán” para proporcionar el
apoyo logístico necesario al Grupo Alfa de la
flota.
Se formó una agrupación naval compuesta por el crucero Canarias, los transportes
de ataque Aragón y Castilla y el petrolero Teide que, al mando del vicealmirante Romero
Manso, se dirigió a la zona, dejando al crucero fuera de la vista de costa para dar cobertura a
la operación sin que su presencia provocase represalias por parte de Macías. En la
evacuación del personal civil y sus pertenencias, completada en abril de 1969, colaboraron la
fragata Pizarro, la corbeta Descubierta y muy señaladamente los buques de la Compañía
Transmediterránea Ernesto Anastasio, Ciudad de Toledo y Río Francolí, así como el
mercante Villa de Bilbao.
En junio de 1969, con motivo de la retrocesión a Marruecos del territorio de Sidi Ifni,
una agrupación de la Flota integrada por los transportes Aragón y Castilla y cuatro
destructores de la 21ª Escuadrilla, apoyó la evacuación de las unidades del Ejército y personal
civil que permanecían de guarnición en aquel enclave.
138
En virtud de la renovación del convenio hispano-norteamericano de 1970, la Armada
recibió cinco destructores FRAM entre 1972 y 1973, formándose la 11ª Escuadrilla basada
en Ferrol, que estuvieron en servicio hasta 1989-1992. A estas unidades hay que añadir
cuatro submarinos Guppy II y cuatro dragaminas oceánicos MSO, además de los grandes
buques de desembarco Galicia y tres LST que ya hemos mencionado. Simultáneamente se
incorporaron al Arma Aérea ocho helicópteros AH-IG Huey Cobra de ataque a tierra,
constituyéndose la 7ª Escuadrilla en diciembre de 1972.
El 4 de julio de 1970, siendo ministro el almirante Adolfo Baturone Colombo, entraba
en vigor la Ley Orgánica de la Armada, cuerpo legal que rigió la Corporación hasta la
creación del Ministerio de Defensa, cuyos fundamentos han permanecido hasta la actualidad.
El periodo previsto por la Ley 85 de 1965 (primera fase del Programa Naval)
finalizaba en 1972, y para darle la imprescindible continuidad se imponía arbitrar una nueva
Ley, que fue la 32 de 1971, conseguida también siendo ministro de Marina el almirante
Baturone. Esta disposición permitió absorber las obligaciones pendientes de la anterior 85/65
e iniciar la segunda fase del Programa Naval. El recurso presupuestario para nuevas
construcciones fue de 54.000 millones de pesetas repartido en ocho anualidades.
Considerando esta limitada cantidad se preparó un Plan de Objetivos de Fuerza que
sólo incluía una parte de las necesidades señaladas en el Plan General de la Armada
(PLANGENAR). Se dieron las siguientes órdenes de ejecución: dos buques hidrógrafosoceanógrafos
clase Malaspina; dos buques hidrógrafos auxiliares clase Antares; seis
patrulleros pesados clase Lazaga y seis ligeros clase Barceló; cuatro corbetas clase
Descubierta y dos submarinos clase Galerna; estas dos últimas unidades estudiadas y
comparadas con otras alternativas por el entonces capitán de fragata Gárate Coppa, decidido
impulsor del Arma Submarina y partidario de continuar el camino abierto por la incorporación
de la serie “60” Delfin, también inspirada en un proyecto francés.
139
Submarino Tramontana (S 74). La
flotilla de Submarinos, cuenta en
servicio, además, con cuatro
submarinos clase Delfín, también de
la misma procedencia de los
anteriores.
La integración de las unidades Guppy a la Flotilla de Submarinos de Cartagena y la
entrada en servicio de los Delfín (1973) exigieron poner al día la infraestructura de apoyo de
la Base de Submarinos, crear un centro de comunicaciones para el control operativo de las
unidades en la mar, adecuar los sistemas de enseñanza y adiestramiento mediante la
instalación simuladores, y reformar profundamente la organización. Gracias a ello la Flotilla
empezó a realizar patrullas de muy larga duración, bien en zonas frecuentadas por fuerzas
navales soviéticas de superficie y submarina para seguir sus movimientos, o para obtener toda
clase de inteligencia naval en áreas de interés estratégico.
El 8 de noviembre de 1972, un avión británico V/STOL Harrier efectuó una serie de
tomas y despegues en la cubierta del Dédalo con resultado plenamente satisfactorio. Previa la
aprobación de Franco, en enero de 1973, el ministro, almirante Pita da Veiga, pudo anunciar
su pretensión de incorporar aviones de este tipo al Arma Aérea, proyecto arriesgado pues
hasta el momento ninguna marina, incluso la Royal Navy, había conseguido embarcar tales
medios aéreos en sus unidades.
Era el logro de un largo proceso de gestación bien culminado gracias al esfuerzo de
los almirantes Nieto Antúnez, Baturone, Meléndez, Barbudo, Pita da Veiga y González
López, y al tesón puesto en el empeño por el entonces capitán de fragata Saturnino Suanzes
de la Hidalga, con el apoyo decisivo del almirante Carrero Blanco, subsecretario de la
140
Presidencia del Gobierno, asesinado alevósamente cuando encabezaba el Consejo de
Ministros (20 de diciembre de 1973).
Venciendo toda suerte de dificultades, se adquirieron ocho aviones AV-8A (AV-8S
Matador en versión hispana) de la Infantería de Marina de EE.UU., de los que siete llegaron
a España en diciembre de 1976 (uno perdido por accidente); quedaron integrados en la 8ª
Escuadrilla, mientras el Dédalo sufría las modificaciones adecuadas a las necesidades
operativas de los nuevos aviones. Con estas unidades la Armada acometía la solución del
grave problema de disponer en la mar de medios aéreos adecuados en el momento oportuno
y sin restricción en el espacio, además de dar una dimensión oceánica a la Flota.
La rápida evolución tecnológica de los armamentos, equipos y aun del diseño básico
del buque, así como las exigencias de necesidades ineludibles, obligaron a la Armada a
realizar un esfuerzo económico muy considerable y particularmente intenso en lo que se refiere
a instalaciones de apoyo logístico en las bases navales. Así fue acometida la electrificación y
suministro de vapor a los muelles, la construcción y ampliación de polvorines, talleres y
cuarteles, la renovación e instalación de centros de comunicaciones, etc; en 1977 se construyó
en Cartagena un carenero múltiple (synchro-lift) diseñado especialmente para llevar a cabo
las carenas y reparaciones de los nuevos submarinos.
Tras la cesión de Sidi-Ifni a Marruecos, el Gobierno de Hassan II ejercía una presión
creciente sobre la provincia del Africa Occidental Española (Sahara y Río de Oro) con miras
de anexionarse un territorio tan rico en fosfatos y recursos pesqueros. La postura española
pretendía conceder la autodeterminación a la población autóctona mediante un referéndum.
Ante el peligro que esto suponía para el mantenimiento de sus tesis -rechazadas por
resolución del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya-, el rey Hassan pasó a la acción
directa en octubre de 1975, aprovechando las circunstancias de la crisis originada en España
por la sucesión del Generalísimo Franco, casi agonizante (murió el 20 de noviembre). Para
ello, el monarca alauita, con el apoyo del mundo árabe y la anuencia de los EE.UU., organizó
una invasión masiva del Sahara español con 350.000 marroquíes -la llamada “Marcha
141
Verde”- para forzar que las negociaciones bilaterales desembocasen en la anexión del
territorio a Marruecos (16 de octubre de 1975).
La Fragata Victoria (F-82),
navegando en conserva del
Grupo Alfa de la Flota, pasa el
estrecho de Gibraltar.
Las fuerzas españolas se encontraban desplegadas a unos diez kilómetros de la
frontera norte del territorio saharaui, dispuestas a impedir la progresión de aquella ingente
multitud. La “Marcha Verde” se desarrolló del 6 al 9 de noviembre, sin que llegara a traspasar
las líneas españolas, retirándose seguidamente tras el inicio de las conversaciones que
conducirían al acuerdo de Madrid firmado el 14 de noviembre, en virtud del cual la
administración del Sahara pasaría a Marruecos y Mauritania a partir del 28 de febrero de
1976.
Durante todo el tiempo que duró la crisis, la Armada estuvo lista para intervenir. Se
movilizó el Grupo Anfibio de la Flota con el Tercio de Armada de Infantería de Marina
embarcado; en la zona del Golfo de Cádiz se mantuvo una fuerte agrupación compuesta por
unidades de la Flota, mientras que unidades de la Flotilla de Submarinos eran desplegadas por
la costa marroquí desde Agadir a la frontera con Argelia en el Mediterráneo. Otras unidades
transportaron refuerzos y apoyo logístico a las fuerzas del Ejército destacadas en el Sahara.
Firmado el acuerdo de Madrid, la Armada procedió a la repatriación por vía marítima
de los 20.000 hombres del Ejército con su impedimenta y equipo militar, incluyendo unidades
blindadas y mecanizadas. La “Operación Golondrina”, que así se denominó, fue realizada
entre el 20 de noviembre de 1975 y el 12 de enero del año siguiente.
El 20 de noviembre de 1975 fallecía Franco tras larga enfermedad y dos días
después, don Juan Carlos de Borbón fue proclamado Rey, iniciándose en España el llamado
142
periodo de la Transición política que finalizó con la proclamación de la Constitución de 1978,
comienzo de una etapa democrática que culminaría con la incorporación plena de España a
todas las instituciones políticas y económicas del Mundo Occidental e Iberoamericano.
En lo que respecta a la Armada, las circunstancias políticas del momento y la crisis
petrolera de finales de 1973 no cabe duda que afectaron notoriamente a los planes de nuevas
construcciones y al apoyo logístico de las unidades navales e instalaciones ya plenamente en
servicio.
Teniendo en cuenta que una Marina no se improvisa, porque desde la toma de
decisión de construir una unidad hasta que entra en servicio transcurren años que pueden ser
decisivos para el porvenir de la nación, a finales de 1973 se procedió a la actualización del
Plan de Inversiones en vigor en el que dentro de los Objetivos de Fuerza fijados en su día, se
estableció un Programa de construcciones que abarcaba dos fases: una para el cuatrienio
1976/1979 y otra para el periodo 1980/1983.
En la primera fase figuraban: un portaeronaves, el Almirante Carrero Blanco; cinco
fragatas lanzamisiles; dos submarinos de la serie 70, un transporte ligero, un petrolero y otras
unidades logísticas. En la segunda fase figuraba la construcción de cuatro corbetas
Descubierta, seis lanchas portamisiles, seis dragaminas y cuatro escoltas oceánicos; asimismo
se contemplaban adquisiciones para el Arma Aérea y la Infantería de Marina.
Sin embargo, una cierta incoherencia política a nivel nacional (1975-1977) y la crisis
económica internacional tuvieron como consecuencia inmediata la generación de un proceso
restrictivo de los gastos militares, el cual originó la práctica paralización del Programa Naval
en 1976. Previamente, durante el periodo del ministerio del almirante Pita da Veiga, se
consiguió la orden de construcción de seis patrulleros, ocho corbetas y dos submarinos
durante los años de 1973 a 1976, gracias al empeño que puso el ministro en llevar a cabo la
totalidad del Programa Naval.
143
El 12 de abril de 1977, el almirante Pita da Veiga presentó su dimisión irrevocable
como ministro de Marina por estar en desacuerdo con el procedimiento seguido para la
legalización del Partido Comunista decidida por el Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez.
Le relevó el almirante Pascual Pery Junquera, en situación de reserva, quien consiguió en el
Consejo de Ministros del 10 de junio de 1977 la autorización para la firma de la orden de
construcción de un portaaviones, tres fragatas FFG y dos submarinos serie 70, parte
sustancial de las unidades previstas en la segunda fase del Programa Naval de 1973, por un
importe de 44.230 millones de pesetas.
El portaaviones se construyó en base a un proyecto del Sea Control Ship
desarrollado por la Marina de Estados Unidos a principios de la década de los años setenta.
Los diseños originales fueron modificados por la Armada y la Empresa Nacional “Bazán” a
partir de 1974, de tal forma que en 1977 el proyecto definitivo se podía considerar como
español. Botado por la factoría de la misma Empresa en Ferrol en 1982, y entregado el 3 de
noviembre de 1987 después de vencer toda suerte de dificultades políticas, técnicas y
presupuestarias, el portaaviones Príncipe de Asturias (ex Almirante Carrero Blanco), es
desde entonces el buque insignia de la Flota. Sus características más notables son: 16.917
toneladas de desplazamiento, propulsión COGAG y 27 nudos de velocidad, posee cubierta
de vuelo Ski-jump, y tiene capacidad para operar con 29 aviones y helicópteros.
Las fragatas FFG-7 son del tipo americano Oliver Hazard Perry; desplazan 3.982
toneladas, dotadas de misiles SU/SU y SU/AI, así como de helicópteros SH-60 Seahawk
LAMPS III, alcanzan los 29 nudos y tienen una autonomía de 5.000 millas. Fueron
construidas las tres primeras por la E.N. “Bazán” en Ferrol. A cambio de dos corbetas
Descubierta vendidas a Egipto se consiguió la orden de construcción de una fragata más, la
Reina Sofía en 1986, y otras dos, Navarra y Canarias en 1989, también en Ferrol por la
misma factoría. La serie de seis unidades se completó el 14 de diciembre de 1994 con la
entrega de la última.
144
Portaaviones Principe de Asturias (R 11).
Fue construído en los astilleros de la
Empresa Nacional “Bazán” en El Ferrol, y
entregado a la Armada el 30 de mayo de
1988. Es el buque insignia del Grupo Alfa de
la flota.
Los submarinos serie 70 son de la clase Agosta, proyecto francés; desplazan
1767/1490 toneladas, velocidad máxima 20,5 nudos, cota máxima 300 metros, armados de 4
tubos lanzatorpedos de 533 mm con 20 torpedos. construidos por la E.N. “Bazán” en
Cartagena, los dos primeros (Galerna y Siroco), del programa de 1971, se entregaron en
1982 y 1983; los dos últimos Mistral y Tramontana lo fueron en 1984 y 1985
respectivamente.
Como consecuencia de la reestructuración del Gobierno que creaba el Ministerio de
Defensa, el 4 de julio de 1977 cesaba en su cargo el almirante Pery Junquera, último que
desempeñó la cartera de Marina, instituida por Real Decreto de 30 de noviembre de 1714. El
Jefe de Estado Mayor de la Armada se constituyó entonces en la cabeza de la Marina,
desempeñando los cometidos establecidos por la Ley Orgánica de la Armada de 4 de julio de
1970.
Desde 1977 se sucedieron en el cargo los almirantes Buhigas (1977), Arévalo (1977-
1982), Suanzes de la Hidalga (1982-1984), Salas Cardenal (1984-1986) y Nárdiz (1986-
1990), quienes lograron con no poco esfuerzo proseguir las construcciones derivadas de la
segunda fase del Programa Naval (1971), prorrogado por Decreto-Ley 5 de 1977, como
vimos anteriormente.
145
En septiembre de 1977, el almirante Buhígas constituyó el Grupo Aeronaval de la
Flota, formado por el Dédalo y unidades de escolta, con el doble objetivo de formar una
unidad táctica operativa, al mismo tiempo que se perfeccionaba el adiestramiento aeronaval
que sirviese para obtener doctrina propia en este aspecto fundamental de la guerra naval. Al
almirante Buhígas sucedió el del mismo empleo Arévalo Pelluz, quien mantuvo las
pretensiones de lograr la constitución de dos grupos de combate encabezados por sendos
portaaviones y su correspondiente escolta. Para sustituir a los antiguos Aragón y Castilla se
adquirieron en 1980 dos buques LPA norteamericanos clase Paul Revere, buques de
desembarco de 17.000 toneladas que adoptaron los nombres de sus predecesores y fueron
integrados en el Mando Anfibio de la Flota. Durante el mando de Arévalo ocurrió el intento
de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, del que la Armada quedó completamente al
margen..
El 15 de enero de 1982, el almirante Saturnino Suanzes de la Hidalga, decidido
impulsor del Arma Aérea, se hizo cargo de la jefatura del Estado Mayor de la Armada. El 30
de mayo de 1982, España ingresó en la NATO, hecho corroborado por Referéndum nacional
el 12 de marzo de 1986, pero sin integración en su estructura militar.
Ese mismo año, a instancias del gobierno, la Armada renunciaba a las dos últimas
corbetas Descubierta, para venderlas a Egipto, quedando así reducida la serie a seis
unidades. El almirante Suanzes consiguió del ministro de Defensa, Alberto Oliart, la promesa
de que esas dos corbetas serían sustituidas posteriormente por una pareja de nuevas fragatas
Santa María, como señalamos anteriormente; sin embargo la llegada del gobierno socialista al
poder (28 de octubre de 1982), postergó el cumplimiento de esta promesa hasta 1986, en
que dispuso la construcción de la fragata Reina Sofía.
La referida entrada de España en la NATO impulsó aún más si cabe la participación
de la Flota en los grandes ejercicios desarrollados por las marinas aliadas en el Atlántico y
Mediterráneo, sobre todo a partir del Ocean Venture 81, con la actuación del Grupo
Aeronaval al mando del contralmirante Salvador Moreno de Alborán, que constituyó el
espaldarazo definitivo para la operatividad del Dédalo.
146
El 16 de enero de 1984, el almirante Suanzes de la Hidalga fue relevado por el del
mismo empleo Salas Cardenal, quien como su antecesor se encontró con la dificultad que
para la Armada representó la adaptación a las disposiciones orgánicas emanadas del nuevo
Ministerio de Defensa, encabezado por Narciso Serra a partir del 2 de diciembre de 1982.
S.M. el rey don Juan Carlos I.
Óleo de Ricardo Macarrón
(1982).
El almirante Salas fue relevado por Fernando Nárdiz el 5 de noviembre de 1986. Año
y medio después, el portaaviones Príncipe de Asturias fue entregado a la Armada (30 de
mayo de 1988), trasladándose seguidamente a los Estados Unidos para realizar las pruebas
de evaluación; regresó en diciembre, llevando a bordo los seis helicópteros SH-60B LAMPS
III con los que se constituyó la 10ª Escuadrilla. Casi simultáneamente, llegaban a Rota los
primeros aviones AV-8B, versión mejorada notablemente de los anteriores AV-8A, y se
integraron en la 9ª Escuadrilla del Arma Aérea. A principios de 1989, el “Grupo Aeronaval”
pasó a ser el “Grupo de Combate” para denominarse poco después “Grupo Alfa” de la Flota,
formado por el Príncipe de Asturias y un número variable de fragatas clase Santa María y
Baleares. El Grupo se estrenó internacionalmente en los ejercicios Sharp Spear-89,
desarrollados en septiembre de 1989, con la participación de 270 buques y 320 aeronaves de
la NATO, casi al mismo tiempo que el Dédalo llegaba a Nueva Orleans, siendo dado de baja
en la Armada y entregado a la Fundación Cabot-Dédalo (5 de agosto de 1989).
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También en 1989, el almirante Nárdiz presentó el Plan “Alta Mar”, sucesor del
Programa Naval, nacido de la idea de prever las necesidades futuras de la Flota,
manteniéndola en un mínimo de operatividad. En el Plan se contemplaba la construcción de las
siguientes unidades durante el periodo 1989-2002: ocho cazaminas basados en la clase
Sandown británica modificada, cuatro dragaminas similares a los anteriores, cuatro patrulleros
de altura Serviola, un petrolero auxiliar de flota clase Mar del Norte (después Marqués de la
Ensenada), un buque de aprovisionamiento de combate clase Patiño, un buque anfibio LPD
y tres submarinos de la serie “80” basados en un proyecto hispano francés desarrollado por
la E.N. Bazán y la DCN francesa.
Procedentes de este Plan han entrado en servicio los patrulleros Serviola, el petrolero
Marqués de la Ensenada (1992) y el buque de aprovisionamiento de combate Patiño
(1996), mientras están en construcción los cuatro primeros cazaminas por la factoría de la
E.N. “Bazán” en Cartagena, en base al proyecto BMH-51 (1997). Producto de un acuerdo
alcanzado entre los ministerios de Defensa, Fomento y Cultura entró en servicio el buque de
investigación oceanográfica Hespérides (1991), que desde entonces ha realizado campañas
científicas anuales principalmente en el Atlántico Sur y las costas del Continente Antártico.
En lo que se refiere a la organización, el 19 de julio de 1989 se ponía en vigor la Ley
17/1989, reguladora del Régimen de Personal Militar Profesional, que afectó la estructura de
las Fuerzas Armadas hasta entonces vigente. Entre otras disposiciones trascendentales reguló
la integración de los Cuerpos Jurídico, de Intervención y de Sanidad en unos Cuerpos
Comunes de Defensa, agrupando todos los generales, jefes y oficiales de dichas carreras
procedentes de los tres Ejércitos.
A Fernando Nárdiz sucedió el almirante Carlos Vila el 23 de mayo de 1990, el cual
tuvo que afrontar las consecuencias del conflicto del Golfo Pérsico y los recortes
presupuestarios continuos registrados a partir de 1991. Respecto al primero, desatado en el
verano de 1990 a causa de la invasión de Kuwait por Irak, la Armada envió sucesivamente
catorce escoltas (fragatas y corbetas) a la zona de operaciones durante los siete meses que
duró la crisis, en misiones del bloqueo contra Irak decretado por las Naciones Unidas.
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Entonces se echó de menos la presencia de un buque logístico de flota, lo que aceleró la
entrada en servicio del Mar del Norte; este barco no llegó a tiempo y hubo de utilizarse Abu-
Dhabi como base logística para apoyar a nuestras unidades, lo cual acarreó un desgaste
notable de material y el acortamiento de su presencia en la zona del conflicto (1990-1991).
Las minoraciones presupuestarias que ha soportado el Ministerio de Defensa, no
obstante las buenas intenciones del ministro Julián García Vargas, incidieron negativamente
respecto a la Armada, en particular tanto sobre los planes de adiestramiento de la Flota,
como en el cumplimiento de los plazos de entrega de las nuevas construcciones. Incluso la
intervención de la Armada en los actos conmemorativos del V Centenario del Descubrimiento
de América, de los que debió ser protagonista indiscutible, se limitó a una salida a la mar del
Príncipe de Asturias con el almirante Vila y los comandantes generales de las Marinas
iberoamericanas invitados para contemplar la partida desde Cádiz de los veleros participantes
en la “Gran Regata Colón 92”.
Una nueva crisis internacional surgió en el verano de 1992, cuando, como
consecuencia de la situación de guerra civil en la que se debatían las naciones que habían
formado la antigua Yugoeslavia, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó las
Resoluciones 713 y 757 para poner en marcha las operaciones navales Maritime Monitor
por parte de la NATO y Sharp Vigilance a cargo de la UEO. Estas resoluciones imponían el
embargo de armas y equipo militar a todos los países de la antigua Yugoeslavia, y de todas las
mercancías y productos (excepto medicinas y alimentos) dirigidos a Servia y Montenegro.
En noviembre del mismo año se aprobaban las Resoluciones 787 y 320 para reforzar
el embargo. Las operaciones pasaron a denominarse Maritime Guard para las unidades de la
NATO y Sharp Fence para los de la UEO. Con posterioridad, ambas operaciones pasaron a
denominarse Sharp Guard bajo el Mando Naval de la NATO del Sur de Europa desde su
Cuartel General de Nápoles. La Armada participó en todas ellas enviando en turno rotatorio
sus unidades de escolta, el portaviones Príncipe de Asturias, los buques del Grupo Anfibio,
especialmente para el transporte de tropas del Ejército de Tierra, así como unidades de
apoyo logístico. Los submarinos realizaron patrullas frente a la costa de Montenegro. La
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Infantería de Marina, por su parte, intervino en las operaciones de tierra, destacando a
Bosnia-Herzegovina un batallón que se integró en la brigada española como fuerza de
implementación (1996).
Como consecuencia del acuerdo de Dayton (16 de diciembre de 1995), el Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó las Resoluciones 1021 y 1022, entre otras, que
suspendían las medidas contra la antigua Yugoeslavia; el 1 de octubre de 1996 se canceló
definitivamente la operación Sharp Guard y con ello la actuación de los escoltas de la
Armada.
A todo esto, el almirante Juan José Romero Caramelo había relevado a Carlos Vila el
21 de febrero de 1994. Durante su mando se recibieron los primeros aviones Harrier II Plus
de un total de ocho encargados por la Armada, al mismo tiempo que los AV-8A antiguos se
vendían a Thailandia para dotar al portaaviones Chakri Naruebet, construido en Ferrol por la
Empresa Nacional “Bazán”.
La baja de las dos últimas unidades LST que quedaban, estar al límite de edad los dos
LPA, Castilla y Aragón, y no haber entrado en servicio el LPD en construcción en Ferrol,
fueron las razones que obligaron a adquirir a los Estados Unidos dos nuevos LST, Pizarro y
Hernán Cortés (1995) para reforzar el Grupo Anfibio “Delta” de la Flota.
Sin embargo, el mayor logro del almirante Romero ha sido la decisión de emprender la
construcción de cuatro fragatas polivalentes F-100 con el sistema norteamericano AEGIS
incorporado, y dotados de misiles superficie-aire SM-2 Bloque IV AEGIS ER de defensa de
zona, que los convertirá sin duda en los escoltas más potentes de la Europa Occidental.
Romero Caramelo cesó el 1º de julio de 1997, haciéndose cargo de la Jefatura del
Estado Mayor de la Armada el almirante Antonio Moreno Barberá. En diciembre del mismo
año se aprobó la nueva estructura militar de la NATO a la que España se incorporó
plenamente, casi al mismo tiempo que el ministro de Defensa Eduardo Serra, anunciaba la
decisión gubernamental de inclinarse por la construcción de los submarinos de la serie “S-80”
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de acuerdo con un proyecto hispano-francés desarrollado desde 1991 por la Empresa
Nacional “Bazán” y la DCN francesa, que dispondrá de un sistema MESMA (Módulo de
Energía Autonóma) para poder navegar en inmersión durante largos periodos de tiempo sin
necesidad del aire exterior (A.I.P.); vendrán a relevar a los submarinos de la serie “S-60”, ya
sobrepasados de edad operativa.
El almirante Moreno tendrá que enfrentarse en el futuro inmediato al problema que
para la Armada supone la desaparición del servicio militar obligatorio y las nuevas
obligaciones derivadas de la pertenencia a la estructura militar de la NATO.

KUPRIENKO