Фернандо Соррентино. Марко Дэневи: краткая биография с тремя поправками. Fernando Sorrentino. Sobre Marco Denevi: una semblanza y tres enmiendas

Фернандо Соррентино. Марко Дэневи: краткая биография с тремя поправками.
Fernando Sorrentino. Sobre Marco Denevi: una semblanza y tres enmiendas

Este trabajo se divide en dos partes.

La Primera parte se titula “Marco Denevi, prodigioso inventor de mundos ficticios”, fue escrita hacia el año 2002 y contiene algunas informaciones incompletas y/o erróneas.

La Segunda parte se titula “Posdata de agosto de 2006, con palinodias, correcciones y precisiones” e intenta salvar y enmendar dichas equivocaciones.

Adelante, pues.

    731

Primera parte

Marco Denevi, prodigioso inventor de mundos ficticios

Un joven desconocido

Hacia fines de 1954 o principios de 1955, las autoridades de la antigua, venerable y ¡ay! ahora extinta Editorial Guillermo Kraft, de Buenos Aires, convocaron, a sus oficinas de la calle Reconquista 319, a cinco ilustres escritores argentinos: Fryda Schultz de Mantovani, Rafael Alberto Arrieta, Roberto F. Giusti, Álvaro Melián Lafinur y Manuel Mujica Láinez.

Aquella dama y estos cuatro caballeros tendrían como misión integrar el jurado literario que otorgaría, a quien mejor lo mereciese, el “Premio Kraft 1955 para la Novela Argentina”.

Concluida la labor de examinar los méritos de ciento once obras, el jurado resolvió, por unanimidad y sin hesitación ninguna, otorgar el primer premio del concurso a la novela titulada Rosaura a las diez. Ésta mostraba tal madurez expresiva, tal perfección de construcción, tal riqueza y variedad de lenguajes, tal exactitud y sabiduría en su trama, que los miembros la imaginaron obra de algún colega ya consagrado.

Sin embargo, abierto el sobre que revelaría la identidad del experto narrador, resultó que el nombre del autor de Rosaura a las diez era absolutamente ignoto, nadie lo había oído mencionar jamás y no había aparecido nunca ni siquiera al pie de un cuentecito publicado en una revista literaria de aficionados.

Se trataba de un tal Marco Denevi. Cuando se hizo presente, las personas de Kraft no se encontraron con un profeta barbado y extravagante, de pipa, melena y anteojos, disfrazado de “intelectual”, sino con un hombre correcto, tímido y taciturno, de apenas treinta y tres años de edad, que vestía como gris oficinista y que se desempeñaba como abogado en la asesoría letrada de una entidad bancaria.

Poco más tarde de recibir el Premio Kraft, Denevi explicaría:

Rosaura a las diez es mi primer libro; su primer párrafo, mi primer párrafo; la palabra con que comienza, mi estreno como (¿cómo decirlo?), como “ejercitador de las letras” (la expresión es del apócrifo Mairena). La obra nació, conforme lo quería Martí, de un acto de amor. Escribirla fue un quehacer premioso, gozoso, doloroso, sin pausas. Y puro, porque entonces hallaba en sí mismo toda su razón de ser, sin preocuparse por su ulterior destino. Apenas terminado, su goce y su dolor se hicieron irrecuperables y de ambos no sobrevivió sino una transvaloración de orden espiritual. Que tal es, cabalmente, lo que le ocurre a todo auténtico acto de amor.

El perfecto mecanismo de relojería

Según se sabe, Rosaura a las diez es una novela estructurada en cinco partes. En cada una de ellas, distintos narradores aportan diversas informaciones sobre los extrañísimos sucesos que tienen como protagonista al inolvidable Camilo Canegato, uno de los personajes -creo yo- física y psicológicamente mejor logrados de la literatura mundial.

La primera parte (declaración de la señora Milagros) y la segunda (declaración de David Réguel) están en boca de sendos narradores que, como testigos, relatan, con sus muy disímiles puntos de vista, los sucesos ocurridos en la hospedería “La Madrileña”, especialmente en los últimos seis meses (desde “aquella mañana en que el cartero trajo un sobre rosa con un detestable perfume a violetas” dirigido a Camilo Canegato).

La parte III se titula “Conversación con el asesino”; adopta la forma de un diálogo teatral puro, sin una sola acotación, entre Camilo Canegato y el inspector Julián Baigorri.

En la parte IV, la risible señorita solterona Eufrasia Morales acude espontáneamente a la policía para ofrecer su propia versión de los hechos, y éstos aparecen bajo la forma del discurso indirecto libre.

Cierra el libro la transcripción literal de una carta inconclusa, carta que se trunca en el punto exacto en que sus últimas palabras cierran mágicamente la novela, como un perfecto mecanismo de relojería.

El lector, después de haber examinado los cinco “documentos” que el autor aportó absteniéndose del mínimo comentario, ahora y sólo ahora (en las últimas líneas), se halla en posesión de toda la información necesaria para saber qué había ocurrido realmente.

Pues bien, como he dedicado una parte considerable de mi existencia a leer literatura y como yo mismo he publicado muchos relatos y ensayos, puedo afirmar que no me considero un lector ingenuo: hecha esta declaración, confieso mi entusiasmo ilimitado por los méritos de Rosaura a las diez.

Ciertas obras, que me interesaron en la primera lectura, no resistieron la segunda; en cambio, ¿cuántas veces he podido releer, con inmenso placer, las peripecias de Rosaura? Muchísimas, y siempre encuentro nuevos matices, nuevas sutilezas, detalles antes inadvertidos.

Lo cierto es que Rosaura me ha acompañado gran parte de mi vida. Mi primera lectura data del año 1959, cuando yo cursaba el cuarto año del colegio secundario; las últimas son de estos meses de ahora, cuando continúo compartiendo la lectura con mis alumnos del colegio secundario.

Es verdad que la estructura narrativa de Rosaura es ingeniosa y brillante. Pero, en realidad, este hecho -puramente técnico- reviste una importancia menor. Lo maravilloso de la novela estriba en que todo lo que se narra en ella resulta, todo el tiempo y a lo largo de todo el libro, sencillamente fascinante.

Como en la vida misma, se alternan los niveles de lengua y cada personaje habla exactamente como debe hablar; un rasgo patético nos angustia y los enigmas nos intrigan; de pronto el mejor humorismo nos hace reír de buena gana; las sorpresas y las continuas vueltas de tuerca nos recuerdan, una y otra vez, que la realidad puede tener (y, de hecho, tiene) infinitos rostros, y que ninguna cosa es, en rigor, siempre lo que parece ser.

Los hermanos de Rosaura

Pero la obra de Denevi no termina en Rosaura a las diez.

Vemos en sus narraciones predilección por los personajes anacrónicos, los ámbitos cerrados, los ambientes atemorizadores, el misterio que suele latir tras las apariencias cotidianas.

Y hay un tema que aparece con una forma y luego regresa, con otro aspecto algo distinto, una y otra vez. Y es el tema de la sustitución de la personalidad. El motivo es central en Rosaura a las diez.

Unos años más tarde, Denevi vuelve a ganar un concurso literario importantísimo: el de la revista Life, abierto a todos los escritores hispanoamericanos. Su novela -relativamente breve- se titula Ceremonia secreta y se publica en 1961. Es una narración con misterios, con alguna reminiscencia gótica de “The Fall of the House of Usher”, de Poe, y con derivaciones policiales; todo esto, en el habitual clima de verosimilitud psicológica y con el exacto final al modo de un teorema. Tampoco aquí las cosas son lo que parecen ser, y hasta se confunden los planos de la vida y de la muerte: una mujer, para todos fallecida, permanece, sin embargo, viva en la mente de su hija.

En 1966 aparece otra novela breve, Un pequeño café. Su insignificante héroe es una suerte de alter ego del Camilo Canegato de Rosaura. Se llama, un poco ridículamente, Adalberto Pascumo, y es tan tímido como aquél y, también como Camilo, su timidez lo impulsa a mentir y a crearse su propio mundo ficticio. Una vez más, Adalberto no es, para las demás personas, quien verdaderamente es.

En Los asesinos de los días de fiesta (1972) asistimos a una impostura múltiple: seis extravagantes hermanos, de extraños nombres, se hacen pasar por los únicos parientes de un difunto rico. La mayor parte de la novela transcurre en un clima de maravilloso humorismo que, casi imperceptiblemente, va ingresando en zonas de misterios y desemboca, finalmente, en imprevista tragedia.

Denevi es también un maestro del cuento corto y de las recreaciones literarias. Su libro Falsificaciones (1966) constituye una fiesta de la imaginación, el ingenio y el buen gusto: en estos textos breves arroja una insospechada e insólita luz sobre hechos históricos o literarios que parecían definitivamente fijados.

Hace poco releí el volumen Hierba del cielo (1973). Desde luego, ya no soy la persona que fui durante la primera lectura, realizada hace tantos años. Todo el libro es excelente, pero hubo tres cuentos que me dejaron casi temblando de emoción estética, tres cuentos prácticamente perfectos: “Charlie”, “Michel” y “Hierba del cielo”. No pude no decir: “¡Ojalá los hubiera escrito yo…!”.

No es el objeto de esta nota revisar toda la obra de Denevi. Su bibliografía es abundante y variada.

Mi gratitud final

Ocurre que yo no puedo hablar con la presunta “profesionalidad” del crítico que “trabaja” de crítico, esa persona que, acaso odiando la literatura, tiene la desdichada obligación de escribir algún ensayo sobre algún tema cualquiera para cumplir con cierto requisito universitario o periodístico, o, acaso, para congraciarse con tal o cual sector político o económico.

No: éste no es mi caso. Yo soy un lector que se deja llevar exclusivamente por el placer de la lectura. En tal sentido, me encanta que me cuenten historias interesantes, historias donde haya misterios o enigmas, y que yo pueda creer en esos misterios y desee descifrarlos.

Y, cuando esos misterios están relatados según los más estrictos recursos de la verosimilitud, con la máxima riqueza de detalles, con los personajes que manejan el lenguaje adecuado a su situación social; cuando reclaman nuestro interés tantas ideas inteligentes; cuando, aquí y allá, se asoman las magníficas gracias de su autor; cuando la prosa, salpicada de travesuras de toda índole, corre, fluida y límpida, por esas historias atrapantes…, bueno, ¿qué otra cosa mejor puede pretender un lector como yo, un lector que ama la literatura?

Sólo puedo sentir admiración y gratitud. Y ésos son mis sentimientos hacia Marco Denevi.[*]

[*] Marco Denevi, el menor de siete hermanos, nació el 12 de mayo de 1922 en Sáenz Peña, localidad de la provincia de Buenos Aires pegada a la ciudad del mismo nombre. Sus padres fueron Valerio Denevi, italiano, y María Eugenia Buschiazzo, argentina, hija de italianos.
Fue un hombre de integridad total, un hombre probo y honestísimo, de insobornable rectitud, que siempre dijo lo que le dictaba su conciencia.
Redactó en una sintaxis excelente, tuvo vasta y profunda cultura, sabía latín, no ejerció la demagogia, no se fingió un profeta angustiado, careció de codicia y de ansias de notoriedad. Las despiadadas y lucrativas sectas, autodenominadas “progresistas”, que suelen escribir en una prosa escolar, que monopolizan la literatura y que rigen los medios de comunicación en la Argentina intentan ignorarlo.
Sin embargo, junto con Borges y Cortázar, forma el triunvirato de los mejores narradores argentinos del siglo xx.
Falleció el 12 de diciembre de 1998 en Buenos Aires.
El libro misceláneo Salón de lectura (1974) incluye un poema -a modo de profecía sobre sí mismo- de espléndidos endecasílabos, “Última voluntad”, donde confluyen la ironía, el humor y la tristeza. Sus cuatro versos finales son dignos de toda recordación:

Lego mis huesos a los castos lirios
y mi memoria a los desmemoriados.
En cuanto a mi salvación, es suficiente
la sacra ceremonia del silencio.

Segunda parte

Posdata de agosto de 2006, con palinodias,
correcciones y precisiones

Puedo calcular que escribí el artículo que acaba de leerse en el primer semestre del año 2002, pues por esa época se publicó -con las mil y una erratas posibles e imposibles: invirtiendo, juntando o separando párrafos, ignorando o inventando comillas y cursivas, eludiendo o agregando arbitrarios signos de puntuación- en el suplemento literario de cierto periódico del noroeste argentino de cuyo título no quiero acordarme: tan horrenda fue su reproducción, tan ineptos sus editores. Probablemente, el atónito lector de esas incoherencias habrá imaginado que el desdichado trabajo era obra de algún ser irracional.

Por fortuna -al menos para mí-, casi en seguida apareció la pulcra traducción al italiano que realizó Mario De Bartolomeis y que puede leerse en:
http://digilander.libero.it/osservletterdgl1/denevi.htm

Mientras tanto, mi amigo Juan José Delaney -tan entusiasta de Denevi como yo mismo- continuaba, con vistas a la publicación de un libro, sus investigaciones sobre la vida y la obra de don Marco. Estos desvelos lo condujeron a algunos descubrimientos sorprendentes que, en vista de la antigua amistad que nos une, no tuvo inconveniente en comunicarme.

Como, naturalmente, el mérito de esos descubrimientos pertenece a Delaney y no a mí, correspondía esperar que apareciese su libro, para así tener yo derecho a revelar -de segunda mano, se entiende- algunas de esas informaciones.

El libro acaba de aparecer y sus señas son:

Delaney, Juan José, Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura. Una biografía literaria, Buenos Aires, Corregidor, 2006, 244 págs.

Por lo tanto, no introduje, en mi antiguo artículo, ninguna modificación, y él aparece con, al menos, un dato impreciso y dos erróneos: ellos se han trasmitido, desde siempre, de publicación en publicación, y sin que jamás Denevi hubiera interpuesto rectificación ni aclaración alguna.

Gracias al trabajo de Delaney, puedo ahora convertir en preciso el primero y en certeros los dos siguientes:

1) Dato impreciso: el verdadero nombre de nuestro autor no era Marco Denevi sino Marcos Héctor Denevi (Delaney, op. cit., págs. 22-23).

2) Dato erróneo número 1: Denevi no nació el 12 de mayo de 1922 sino el 13 de mayo de 1920 (ibídem).

3) Dato erróneo número 2: Denevi nunca obtuvo el título de abogado; entre 1939 y 1950 cursó la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires, y abandonó los estudios después de aprobar sólo seis materias (ídem, págs, 34-35).

© Fernando Sorrentino 2006

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero33/denevi.html

MARCO DENEVI, PRODIGIOSO INVENTORE DI MONDI FITTIZI

di Fernando Sorrentino

Un giovane sconosciuto

Sul finire del 1954 o agli inizi del 1955 le autorità dell’antica, venerabile ed ora ahimè estinta casa editrice Guillermo Kraft di Buenos Aires convocarono nei propri uffici di calle Reconquista 319 cinque illustri scrittori argentini: Fryda Schultz de Mantovani, Rafael Alberto Arrieta, Roberto F. Giusti, Álvaro Melián Lafinur e Manuel Mujica Láinez.

Quella signora e questi quattro gentiluomini avrebbero avuto il compito di integrare la giuria che avrebbe assegnato, a chi ne avesse avuto maggior merito, il «Premio Kraft 1955 per il Romanzo Argentino».

Portato a termine il compito di esaminare i meriti di centoundici opere la giuria convenne unanimemente, e senza esitazione alcuna, di assegnare il premio del concorso al romanzo dal titolo Rosaura a las diez (Rosaura alle dieci). Questo denotava tale maturità espressiva, tale ricchezza e varietà di linguaggio, tale precisione e sapienza nella sua trama che i membri la immaginarono opera di qualche già consacrato collega.

Aperta tuttavia la busta che avrebbe rivelato l’identità dell’esperto narratore, risultò che il nome dell’autore di Rosaura a las diez era assolutamente sconosciuto, non lo aveva mai sentito menzionare nessuno e neppure era mai apparso in calce ad un raccontino pubblicato in una rivista letteraria di dilettanti.

Si trattava d’un tal Marco Denevi. Le persone di Kraft, quando questi si presentò, non si trovarono di fronte ad un barbuto e stravagante profeta con pipa, zazzera ed occhiali travestito da «intellettuale», ma ad un uomo corretto, timido e taciturno di appena trentatré anni d’età che vestiva come un grigio impiegato e lavorava in qualità di avvocato nell’ufficio legale di un ente bancario.

Poco dopo aver ricevuto il Premio Kraft, Denevi avrebbe spiegato:

Rosaura a la diez è il mio primo libro; il suo primo paragrafo, il mio primo paragrafo; la parola con cui inizia, il mio debutto come (come dirlo?), come «ejercitador de las letras»1) (l’espressione è dell’apocrifo Mairena)2). L’opera nacque, come lo desiderava Martí3), da un atto d’amore. Scriverla fu un lavoro fatto con fretta entusiastica, gioiosa, dolorosa, senza tregua. E pura, perché scopriva allora in sé stessa ogni sua ragion d’essere, senza preoccuparsi del suo destino futuro. Appena terminata, la sua gioia ed il suo dolore si fecero irrecuperabili e di ambedue non sopravvisse che una transvalutazione di ordine spirituale. Che tale è, giustamente, quanto avviene ad ogni autentico atto d’amore.

Il perfetto meccanismo d’orologeria

Com’è noto, Rosaura a las diez è un romanzo strutturato in cinque parti. In ognuna di esse narratori distinti adducono informazioni diverse sugli stranissimi avvenimenti che hanno per protagonista l’indimenticabile Camilo Canegato, uno dei personaggi — credo io — fisicamente e psicologicamente meglio riusciti della letteratura mondiale.

La prima parte (dichiarazione della signora Milagros) e la seconda (dichiarazione di David Réguel) sono di bocca dei rispettivi relatori che, in qualità di testimoni, riferiscono secondo i loro assai dissimili punti di vista gli avvenimenti occorsi alla pensione «La Madrileña», specie negli ultimi sei mesi da «aquella mañana en que el cartero trajo un sobre rosa con un detestable perfume a violetas» (quella mattina in cui il postino recapitò una busta rosa con un detestabile profumo di violette) indirizzata a Camilo Canegato.

La parte terza, intitolata «Conversación con el asesino» (Conversazione con l’assassino), adotta la forma di un dialogo teatrale puro, senza la minima postilla, tra Camilo Canegato e l’ispettore Julián Baigorri.

Nella quarta parte la ridicola signorina zitellona Eufrasia Morales si reca spontaneamente alla polizia per offrire la propria versione degli avvenimenti e questi sono prodotti sotto forma di discorso libero indiretto.

Chiude il libro la trascrizione testuale di una lettera incompiuta, lettera che s’interrompe nel punto esatto in cui le sue ultime parole chiudono il romanzo magicamente, come un perfetto meccanismo d’orologeria.

Il lettore, dopo aver preso in esame i cinque «documenti» che l’autore ha fornito astenendosi dal minimo commento, ora e solo ora (nelle ultime righe), entra in possesso di tutte le informazioni necessarie a sapere cos’era accaduto realmente.

Orbene, siccome ho dedicato considerevole parte della mia esistenza a leggere letteratura e siccome ho pubblicato io stesso molti racconti e saggi, posso sostenere di non considerarmi un lettore ingenuo: resa questa dichiarazione, confesso il mio entusiasmo illimitato per i meriti di Rosaura a las diez.

Certe opere, che alla prima lettura avevano suscitato il mio interesse, non hanno superato la prova della seconda; quante volte, per contro, ho potuto rileggere con immenso piacere le peripezie di Rosaura? Tantissime, e sempre m’imbatto in nuove sfumature, nuove sottigliezze, dettagli in precedenza sfuggiti.

La cosa certa è che Rosaura mi ha accompagnato per gran parte della mia vita. La sua prima lettura da parte mia risale al 1959, quando frequentavo il quarto anno della scuola superiore; le ultime sono di questi ultimi mesi, allorché la lettura la proseguo dividendola con i miei alunni della scuola superiore.

È vero che la struttura narrativa di Rosaura è ingegnosa e brillante. Però questo fatto —meramente tecnico— riveste un’importanza secondaria. IL MERAVIGLIOSO DEL ROMANZO SI FONDA SUL FATTO CHE TUTTO CIÒ CHE IN ESSO E’ NARRATO RISULTA, PER TUTTO IL TEMPO E NEL CORSO DI TUTTO IL LIBRO, SEMPLICEMENTE AFFASCINANTE.

Come nella vita stessa, i livelli del linguaggio si alternano ed ogni personaggio parla esattamente come deve parlare, un dettaglio da patos ci attanaglia e gli enigmi ci avvincono, il migliore umorismo ci fa per contro ridere di buon grado, le sorprese ed il continuo alternarsi di punti di vista ci rammentano che la realtà può avere (e, di fatto, ha) infinite facce e che nessuna cosa è, di regola, sempre quella che sembra essere.

I fratelli di Rosaura

L’opera di Denevi non termina però con Rosaura a las diez.

Nelle sue narrazioni notiamo una predilezione per i personaggi anacronistici, gli ambiti chiusi, gli ambienti che intimoriscono, il mistero che suole serpeggiare tra le apparenze quotidiane.

E c’è un tema che si manifesta in una forma e poi, sotto un aspetto un po’ diverso, ripetutamente ritorna. Ed è il tema del cambio di personalità. Il motivo è centrale in Rosaura a las diez.

Qualche anno più tardi Denevi torna a vincere un concorso letterario importantissimo, quello della rivista Life aperto a tutti gli scrittori ispano-americani. Il suo romanzo relativamente breve ha per titolo Ceremonia secreta (Cerimonia segreta) ed è pubblicato nel 1961. E’ una storia intrisa di misteri, con qualche gotica reminiscenza de La caduta della casa Usher di Poe con derivazioni poliziesche; il tutto nell’abituale clima di verosimiglianza psicologica e con l’esatta conclusione di un teorema. Nemmeno qui le cose sono quelle che sembra no essere e persino i piani della vita e della morte si confondono: una donna, per tutti morta, continua ad essere senz’ombra di dubbio viva per la mente di sua figlia.

Nel 1966 vede la luce un altro breve romanzo, Un pequeño café (Un piccolo caffè). Il suo insignificante eroe è una specie di alter ego del Camilo Canegato di Rosaura. Si chiama, un po’ ridicolmente, Adalberto Pascumo ed è altrettanto timido di quello e, così come Camilo, la sua timidezza lo induce a mentire ed a crearsi un proprio mondo fittizio. Una volta ancora Adalberto non è, per gli altri, colui che realmente è.

In Los asesinos de los días de fiesta (Assassini dei giorni di festa, 1972) assistiamo ad una molteplice mistificazione: sei stravaganti fratelli dagli strani nomi si spacciano per parenti unici di un ricco defunto. La maggior parte del romanzo si dipana in un clima di meraviglioso umorismo che, quasi impercettibilmente, si addentra in aree di mistero per sfociare infine in imprevista tragedia.

Denevi è anche un maestro del racconto breve e delle ricostruzioni letterarie. Il suo libro Falsificaciones (Falsificazioni, 1966) costituisce una festa dell’immaginazione, dell’ingegno e del buon gusto: egli getta in questi brevi testi una luce insolita ed insospettata su fatti storici o letterari che parevano definitivamente fissati.

Ho da poco riletto il volume Hierba del cielo (Erba del cielo, 1973). Non sono certamente più la persona che ero durante la prima lettura realizzata tanti anni or sono. Tutto il libro è eccellente, vi sono però tre racconti che mi hanno lasciato quasi tremulo d’emozione estetica, tre racconti praticamente perfetti: «Charlie», «Michel» ed «Hierba del cielo». Non posso non dire: «Magari li avessi scritti io…!».

Scopo di questa nota non è passare in rassegna l’intera opera di Denevi. La sua bibliografia è varia ed abbondante.

La mia gratitudine finale

Si dà il caso che io non posso parlare con la presunta «professionalità» del critico che «lavora» da critico, da persona che odiando magari la letteratura ha l’ingrato obbligo di scrivere qualche saggio su un argomento qualsiasi al fine di adempiere ad un certo compito universitario o giornalistico, o forse per ingraziarsi questo o quel settore politico od economico.

No: questo non è il caso mio. Io sono un lettore che si lascia esclusivamente avvincere dal piacere della lettura. In tal senso gradisco mi si narrino storie interessanti, storie in cui vi siano misteri od enigmi, e che quei misteri siano per me credibili ed io abbia il desiderio di decifrarli.

E quando quei misteri sono narrati secondo le più rigorose risorse della verosimiglianza, con la massima ricchezza di dettagli, con i personaggi che usano un linguaggio adeguato al loro grado sociale; quando attraggono il nostro interesse tante idee intelligenti; quando fanno qua e là capolino le magnifiche arguzie del suo autore; quando la prosa, costellata di marachelle d’ogni indole scorre fluida a limpida per quelle storie avvincenti…, ebbene, cosa di meglio può pretendere un lettore come me, un lettore che ama la letteratura?

Posso solo provare ammirazione e gratitudine. E questi sono i miei sentimenti verso Marco Denevi.*

* Marco Denevi, ultimo di sette fratelli, nacque il 12 maggio 1922 a Sáenz Peña, località della provincia di Buenos Aires contigua all’omonima città. Suoi genitori furono Valerio Denevi, italiano, e María Eugenia Buschiazzo, argentina.

Egli fu uomo d’assoluta integrità, uomo probo ed onestissimo, d’incorruttibile rettitudine, che sempre disse quanto dettatogli dalla propria coscienza.

Scrisse in una sintassi eccellente, ebbe vasta e profonda cultura, sapeva il latino, non fece della demagogia, non si finse un vate tormentato, fu privo d’avidità e d’ansia di notorietà. Le spietate e lucrative sette autodenominatesi «progressiste» che sogliono scrivere in una prosa scolastica, che monopolizzano la letteratura e che in Argentina condizionano i mezzi di comunicazione, tentano di ignorarlo.

Egli tuttavia costituisce, con Borges e Cortázar, il triumvirato dei migliori narratori argentini del XX secolo.

Morì a Buenos Aires il 12 dicembre 1998.

Il volume miscellaneo Salón de lectura (Sala di lettura, 1974) include, a mo’ di profezia su sé stesso, un poema in splendidi endecasillabi, «Última voluntad» (Ultima volontà), in cui confluiscono ironia, umorismo e tristezza. I suoi quattro versi conclusivi sono assolutamente degni di essere ricordati:

Lego mis huesos a los castos lirios

y mi memoria a los desmemoriados.

En cuanto a mi salvación, es suficiente

la sacra ceremonia del silencio.4)

Buenos Aires, giugno 2002

———————————-

1) Letteralmente: esercitatore delle lettere.

2) Juan de Mairena è il nome dell’apocrifo professore dell’omonimo libro (1936) del poeta spagnolo Antonio Machado (1875-1939), cui questi attribuisce le proprie riflessioni su diverse questioni artistiche.

3) José Martí (1853-1895), poeta e politico, è la figura più rilevante e simbolica della storia di Cuba.

4) Traduzione: Io lascio le mie ossa ai casti gigli / e la memoria mia agli smemorati./ Quanto alla mia salvezza è sufficiente/ la sacra cerimonia del silenzio.

(Traduzione © e note di Mario De Bartolomeis)

http://digilander.libero.it/osservletterdgl1/denevi.htm

Фернандо Соррентино. О Марко Дэневи: краткая биография с тремя поправками.
Fernando Sorrentino. Sobre Marco Denevi: una semblanza y tres enmiendas

KUPRIENKO