Фернандо де Сарате. Завоевание Мексики. Fernando de Zаrate. LA CONQUISTA DE MÉXICO

Фернандо де Сарате. Завоевание Мексики.
Fernando de Zаrate. LA CONQUISTA DE MÉXICO

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LA CONQUISTA DE MÉXICO
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Personas que hablan en ella:
• CORTÉS
• ALVARADO
• TAPIA
• AÑASCO
• FONSECA
• PÁNFILO DE NARVÁEZ
• ORTUÑO
• SOTO
• MOTEZUMA
• GUACA
• SOLMO
• GUAINACABA
• MARIANA
• ALCINDA
• GLAURA
• TEUDELLÍ
• CAYAGUÁN
• GUALPOPOCA
• MARATÍN
• TOLEMO
• ALICÁN
• TRICELO
• GLAFIRA
• INDIOS
• RELIGIÓN Cristiana
• IDOLATRÍA
• DEMONIO
• UN ÍDOLO
• SOLDADOS españoles
• Un SARGENTO
• MÚSICOS
• Un ALFÉREZ
ACTO PRIMERO

Hágase gran ruido de desembarcación,
y véanse por detrás del lienzo del vestuario en un
alto los árboles, y entenas de los navios de Fernando
CORTÉS, con muchas fámulas, banderas, y
gallardetes, dispárense piezas, y salgan al teatro
SOLDADOS españoles con sus arcabuces y tras dellos
ALVARADO, TAPIA, AÑASCO, y CORTÉS con
bastón de General

CORTÉS: Besad la tierra contentos
pues del proceloso mar
y sus rigurosos vientos
libres, hoy podemos dar
principio a nuestros intentos;
que según se muestra fiera
no entendí que nos dejara
ver la famosa ribera
desta isla.
ALVARADO: Dios te ampara,
gran Cortés, en Dios espera
que has de hacer con su favor
tu heroico nombre mayor
que el de Alexandro.
CORTÉS: [Esta tierra]
No tiene muestras de guerra,
el conocerla es mejor;
este es nuevo mundo, amigos.
Si Alexandro al descubierto
ganó a tantos enemigos,
de cuyas hazañas muerto,
fama y tiempo son testigos,
fue porque a empresa tan grave
doscientos mil hombres puso
en campo, conque su llave,
y cetro el alma dispuso,
por más que Homero le alabe;
pero yo que a mundo nuevo
en diez u once naves llevo
quinientos y cuarenta hombres,
que conozco y sé los nombres,
con mas templanza me atrevo,
ya del contrapuesto polo,
entre coral y marfil.
AÑASCO: Ya saca la frente Apolo.
CORTÉS: ¿Qué isla es esta?
TAPIA: Azucamil,
la primera deste polo.
CORTÉS: Tome el astrolabio Soto,
y mire luego su altura.
AÑASCO: País parece remoto
de guerra.
CORTÉS: Si paz procura,
entrad en paz de mi voto;
ninguno indio, por mi vida,
reciba daño, soldados,
ni oro robe, ni oro pida:
quien tiene en él sus cuidados,
de mi campo se despida;
no por codicia salí
de mi casa, y vine aquí
codicioso de robar
la tierra, y al indio mar,
que otro intento vive en mí,
la fe de Cristo profeso,
ésta ensalzar imagino,
ésta adoro, ésta confieso,
no se fundó mi camino
en tan vil, y bajo exceso,
en la armas lo habéis visto
con que este mundo conquisto;
las banderas son testigos,
cuya letra dice amigos,
sigamos la Cruz de Cristo,
porque si su Cruz seguimos,
con ella vencer podemos.
AÑASCO: Con buen capitán venimos.
TAPIA: Tal lo que dice haremos,
que si en peligro nos vemos
sin duda fue porque el cielo
vio que nos traía el oro
más que de su gloria el celo.
AÑASCO: Tapia, la fe y cruz adoro,
mas desto del oro apelo,
como que no he de pedillo,
ni roballo, ni tomallo,
de Cortés me maravillo,
si nos trajo a acompañallo,
este metal amarillo,
mal entiendo lo que pasa
vive Dios que no saliera,
una legua de mi casa,
si pensara que pusiera
en esto del oro tasa:
él predique, porque yo
no pienso decir de no
a aquellos hermosos tejos.
TAPIA: Habla Cortés desde lejos
mientras el oro no vio,
dejara ver la hermosura
que en su color puso el Sol,
que tu verás si procura
apuralle en el crisol,
o lo que predica apura,
veraslo, pero si reza,
aunque Cortés buen cristiano.
AÑASCO: No hizo mayor belleza,
aquel Autor soberano
de nuestra naturaleza;
por verme en sus brazos muero,
oro deseo, oro quiero,
por eso las armas tomo,
con el oro duermo, y como;
y el otro Creso es peor,
no porque no es mi intención,
sobre todo nuestra Fe;
pero también es razón,
que del trabajo nos dé
Cortés oro en galardón,
con que nos puede pagar,
tanto peligro de mar,
y desta bárbara tierra.
TAPIA: Si es Dios el fin desta guerra,
su gloria nos puede dar.
AÑASCO: Esa es la paga mayor
de servicio que le hacemos,
¿pero el Eterno Criador,
del oro, y plata que vemos,
de tanto precio, y valor,
no lo crió para el hombre?
TAPIA: Así es la verdad.
AÑASCO: ¿Pues es justo
despreciar el hombre su nombre
y que dé al Cielo disgusto,
aunque del oro se asombre?
Por Dios que he de henchir las manos
de los tesoros Indianos,
que esta gran tierra contiene.
ALVARADO: Gente suena.
CORTÉS: Ortuño viene.

Entre ORTUÑO, SOLDADO, con tres
INDIAS

ORTUÑO: Dexadlas [oh] celos vanos,
que está el Capitán aquí.
GLAURA: Anán, caipí, chaipí.
ORTUÑO: No os quejéis desa manera.
Ni lo que habéis visto en mí:
[GLAURA: Anán, caipí, chaipí.]
Dame, General, tus pies.
CORTÉS: Pues Ortuño valeroso…
ORTUÑO: Entrámonos dos o tres
por este monte fragoso,
a obedecerte Cortés,
y vimos la gente huyendo
de sus chozas a la tierra,
por su aspereza corriendo,
con el temor de la guerra,
y de militar estruendo.
Arcabuz, caja y trompeta,
de suerte las inquïeta,
como ovejas temerosas,
las tempestades furiosas.
CORTÉS: Pues ¿quién dispara escopeta?
ORTUÑO: Ninguno fuera atrevido,
que tu desembarcación
sólo huyeron, y han hüído
de ver tu fuerte escuadrón
de galas, y armas vestido.
CORTÉS: De esa manera no hay duda,
que sea gente de paz,
y a darnos sustento acuda,
la guerra está pertinaz,
el trato las piedras muda.
ORTUÑO: Estas mujeres hallé,
como la lengua no sé,
de solas señas me valgo.
CORTÉS: Tú has hecho al fin como hidalgo.
Hijas de Cristo, la fe
de mi tierra me ha traído,
y el daros al rey de España
por rey. A los que han hüído
de miedo por la montaña,
de paz decid que he venido,
y llevadles un presente,
destas cuentas y espejuelos.
ALVARADO: Ya llegan alegremente.
Peines, cuchillos, anzuelos,
repartí liberalmente.
Tomad estas campanillas
y cascabeles también.
ALFÉREZ: Haciendo están maravillas.
GUAINACABA: Allichac, allichaquén.
CORTÉS: Tomad esas gargantillas,
tomad, henchid bien las manos,
decid que vengan a ver,
a sus amigos y hermanos;
no venimos a ofender.
Cristianos somos, cristianos.
Cristianos decid allá.
ALCINDA: ¿Cristianos?
CORTÉS: Sí.
ALVARADO: Ya lo aprende.
AÑASCO: Aquella temblando está.
ORTUÑO: De ver su rostro se ofende.
TAPIA: Del cristal huyendo va.
GLAUCA: Guañuc, gerañusca.
CORTÉS: Volvamos
al mar mientras estas llaman
su gente.
ALVARADO: Aunque en paz estamos
y parece que nos aman,
nuestras armas prevengamos,
saquemos a la ribera
dos cañones.
AÑASCO: ¡Qué gallarda
presa, si bajan se espera.
CORTÉS: Fórmese un cuerpo de guarda.
ALVARADO: Hola, cuelga la bandera.
¿Quién será?
CORTÉS: La compañía
de Fonseca puede entrar
de guarda hasta el fin del día,
Dad a esas Indias lugar.

Vanse y queden las INDIAS

GLAURA: ¡Qué gran placer!
ALCINDA: ¡Qué alegría!
GLAURA: ¿Quién serán estos?
ALCINDA: No sé.
Cristianos dicen que son.
GUAINACABA: Que es del cielo esta nación,
en lengua y rostro se ve:
¡Qué hermosura y gentileza!
ALCINDA: La cifra deben de ser
del soberano poder,
autor de naturaleza.
Bien haya tierra en que nacen
Glaura, tan hermosos hombres.
GLAURA: Cristianos tienen por nombres
mucho el alma satisfacen;
ya me ocupan los sentidos,
con dulcísimos enojos,
sus personas por ojos,
sus nombres por los oídos.
Alejádose han al mar.
GUAINACABA: Nuestros maridos, descienden
de la sierra.
ALCINDA: Ni los ofenden
ni los vienen a matar.
¿De qué sirve el huir?
GUAINACABA: El miedo
siempre de la duda es hijo.
Bajad y haced regocijo.

Está hecho al lado un monte alto de
árboles y vayan bajando por él algunos INDIOS
mirando a todas partes, y muy bizarros de plumas, y vestidos
pintados

CAYAGUÁN: Bajad poco a poco y quedo.
SOLMO: Temblando voy como el viento
la verdes hojas del olmo.
GLAURA: Cayeguán, Maratín, [Solmo,]
bajad, bajad al momento;
no hayáis miedo, ¿qué dudáis,
cobardes, de ánimos faltos?
Dejad los peñascos altos,
por donde trepando vais,
venid seguros al llano,
que ya he visto lo que [es.]
SOLMO: Glaura, ¿qué dices? ¿No ves
roto el cielo soberano,
despidiendo truenos fuertes,
vomitando ardientes rayos?
GLAURA: Vuestros cobardes desmayos
os representan la muerte.
Bajad que es gente del cielo,
hijos de los dioses son
que vienen con ocasión
de honrarnos en este suelo.
Bajad.
MARATÍN: ¿Volviéronse al mar?
ALCINDA: Por él se van caminando.
SOLMO: Si vuelven estoy mirando.
GLAURA: Bien podéis todos bajar,
que nos han dado mil cosas,
nunca de nosotros vistas.
MARATÍN: Bien es que al temor resistas
con nuevas tan venturosas.
SOLMO: Acaba ya, Cayaguán,
y a verlos nos atrevamos.
CAYAGUÁN: Ya voy; ya en el llano estamos
¿Dónde estos dioses están?
GUACA: Llegando van a la orilla
unas casas de madera.
SOLMO: ¿Si quieren sacallas fuera?
MARATÍN: Su valor me maravilla;
yo apostaré que se vienen
a vivir entre nosotros.
GUACA: Como ellos no traen garrotes
hermosura y gracia tienen.
CAYAGUÁN: ¿Qué os han dado?
ALCINDA: ¿No lo veis?
Estos que relucen tanto.

Mírense a los espejos

CAYAGUÁN: ¡Santo Apelquiz, grave espanto!
¿Encantamentos hacéis?
SOLMO: ¿De qué suerte?
CAYEGUÁN: Que mi cara
me han hechizado de modo
que si así me pongo todo,
y vuestro hechizo no para,
todo me voy consumiendo.
Mírate, Solmo.
SOLMO: ¡Ay de mí!
un yo tan pequeño vi,
que ya me voy deshaciendo.
Vuélveme, por Dios, mi ser,
Alcinda.
ALCINDA: ¿Desto te alteras?
Advierte que eres lo que eras,
y que te ha engañado el ver.
Toma y mira, Maratín.
MARATÍN: ¡Valme Apolo!
SOLMO: ¿De qué suerte?
MARATÍN: Pronósticos son de muerte,
señales son de mi fin.
Un chiquillo está aquí dentro
que si le miro me mira,
si yo me admiro, se admira,
y me encuentra si le encuentro;
si abro la boca, él también.
Sin duda comerme quiere.
ALCINDA: Ninguna cosa os altere,
que todo es contento y bien;
estos pedazos de estrellas
representan al que mira
el alegría o la ira
con que llega a verse en ellas;
lo que haces con tu cara
es esto que ves aquí.
MARATÍN: ¿Lo que estoy haciendo?
ALCINDA: Sí;
mírate alegre y no para.
MARATÍN: Tienes, Alcinda, razón.
¿Y estos que suenan?
ALCINDA: No sé
qué nombre ahora les dé.
GLAURA: El son dice lo que son.
Tomad destas cuentas bellas,
mirad que lindas colores,
que los claros resplandores
del sol se miran en ellas;
nunca al trasponer del sol
por las nubes del ocaso
matizó el último paso
de tanto vario arrebol.
Estad contentos, haced
fiestas a huéspedes tales.
CAYAGUÁN: Aquí han puesto unas señales.
SOLMO: Atrás, el paso tened,
que es cosa de grave espanto

Vean una cruz grande plantada en una orilla, entre
unas peñas, y ramas

MARATÍN: Dos palos trabados son.
CAYAGUÁN: Sin duda que es invención,
como aquestos saben tanto,
para asir a aquestos clavos
sogas, y, tirando así,
sacar las casas de allí.
MARATÍN: Hoy seremos sus esclavos,
que si aquí sus casas ponen,
señal es que a vivir vienen.
SOLMO: Diferentes causas tienen
estos palos que componen.
MARATÍN: ¿Cómo?
SOLMO: Que deben de ser
para saber la hora cierta
por el sol.
CAYAGUÁN: Bien dice.
MARATÍN: Acierta.
SOLMO: Por éste se puede ver
cuando esté en medio del cielo,
pues hará la sombra igual.
GLAURA: Antes pienso que es señal
para dividir el suelo.
SOLMO: No, Glaura, que aqueste brazo
sirve al sol de la mañana,
y éste a la tarde.
GUACA: Si allana
el alma, Solmo, un abrazo,
y una rosa de los ojos,
sin los presentes que veis,
¿para qué, decid, tenéis
destos huéspedes enojos?
Lo que dellos entendí
es que se llaman cristianos,
y que vienen como hermanos
a enriqueceros aquí;
no os metéis en lo que hacen,
que si vuelven a tronar
abrasarán tierra y mar,
pues cuanto quieren deshacen.
CAYAGUÁN: Con todo soy, Guaca amigo
de parecer que quitemos
esta señal, y estorbemos
que algún mal no haga, y digo
que quitándome de aquí
podrá ser se vayan luego.
SOLMO: Bien dices.
MARATÍN: Temblando llego.
Tira.
CAYAGUÁN: Ayúdame.
MARATÍN: ¡Ay de mí!

Al tiempo que están tirando de la cruz para
quitarla se disparen dentro tres, o cuatro arcabuces, caigan
todos por el suelo, bajando con música de chirimías
una paloma desde alto que se ponga sobre la cruz, y traiga un
cerco de oro alrededor

GLAURA: ¿Yo no os dije que esta gente
era buena y envïada
de Dios?
CAYAGUÁN: ¡Oh señal sagrada,
alta, heroica y eminente,
oh tú, angulo divino,
oh palos, puestos de modo
que cubrís el mundo todo,
tan grandes os imagino,
pues con esas cuatro puntas,
su círculo dividís
y en el vuestro descubrís
del sol las grandezas juntas,
tened piedad, no matéis
estos rudos animales!
SOLMO: ¡Oh señal que entre señales
como el Sol resplandecéis,
en cuyos clavos presumo
que todo el cielo colgara,
trapo en ellos fabricara
aquel pavimento sumo,
piedad, pues veis que os alabo.
MARATÍN: ¡Palo hermoso, y más precioso
que el cinamomo oloroso,
la mirra, canela y clavo,
más que el bálsamo, que cura
la heridas por milagro,
a cuya piedad consagro,
mi ignorancia y mi ventura,
dadme vida pues podéis!
GLAURA: ¿No veis la paloma bella
que se ha puesto encima della?
ALCINDA: Segura vida tenéis.
GLAURA: Sí, que si fuera ave negra
nuestra muerte señalara,
mas si es blanca cosa es clara
que nuestra tristeza alegra,
y así es justo que confíes.
CAYAGUÁN: Bien vengáis paloma hermosa,
con vuestro pico de rosa
y vuestros pies de rubíes.
Sale el Capitán FONSECA metiendo una
compañía de guarda con cajas y banderas, disparando
arcabucería, en orden, y ha de haber SARGENTO,
ALFÉREZ y sus Cabos, los INDIOS huyen al monte, y los
están acechando

FONSECA: Ponga, señor Alférez, la bandera
y arrimen por aquí los arcabuces.
AÑASCO: ¿Haráse tienda?
FONSECA: Sí, que la ribera
del mar refresca a las primeras luces.
Hola, saque ya la tienda fuera.
SOLDADO: La tienda, y cuantas por el mar conduces
aderécense y, encendiendo fuegos,
vestid de claridad los valles ciegos.

Armen una tienda grande en el teatro, y pongan la
bandera, arrimen los arcabuces y paséese con alabarda un
Cabo, como se suele hacer los cuerpos de guarda

ALVARADO: ¿Jugaremos, Alférez?
ALFÉREZ: Pon la mesa.
SOLDADO: ¿La caja no está aquí?
ALFÉREZ: Llega la caja.
SOLDADO: De no traer aquí un millón me pesa.
AÑASCO: Echa esos huesos y la mano baja.
ALFÉREZ: A diez.
AÑASCO: Digo.
SOLDADO: Mi suerte sola es esa.
ALVARADO: Y yo la paro con mayor ventaja.

Los INDIOS en el alto del monte

CAYAGUÁN: ¿No veis lo que hacen?
SOLMO: Ya lo estamos viendo.
MARATÍN: Jamás han hecho tan horrible estruendo;
pusiéronse unas flautas en la boca,
y tañeron de suerte echando fuego
que la lumbre que escupen me provoca
aún agora a mortal desasosiego.
¿No vistes uno redondo que le toca
otro en la cara, y le responde luego?
SOLMO: Como le da de palos, se quejaba.
GLAURA: ¡Qué gritos da!
GUACA: Al cuello le colgaba,
llana tenía la cara y sin narices.
MARATÍN: Con tantos palos se le habrán caído.

CAYAGUÁN: Curándole están todos.
ALFÉREZ: ¡Qué bien dices!
AÑASCO: Azar.
ALFÉREZ: Cuarenta escudos he perdido;
¡que pueda un hombre estar entre tapices
comiendo el pavo y el capón manido,
y que venga entre cuatro caracoles
a perder los escudos españoles!
¡Pues es verdad que toparemos minas
en esta tierra seca y arenosa,
sin el cardo feroz y las espinas
en vez de la violeta y de la rosa,
pesia Cortés!
SARGENTO: De su furia desatinas.
¡Calla por Dios!
ALFÉREZ: ¡Qué locura!
SOLDADO: ¡Enfadosa!
AÑASCO: Pero tiene razón, si bien se advierte.
ALFÉREZ: Reparo.
AÑASCO: Digo.
SOLDADO: ¡Extraña suerte!
ALFÉREZ: Si éste llevara.
SOLDADO: Por Dios que se ha enojado
vuestra merced con causa.
ALVARADO: ¿Aquesta es guerra
o vinagrera es, por vida de Alvarado?
¿Para esto sale el hombre de su tierra?
¿Para aquesto Cortés viene empeñado,
buscando monas por aquesta sierra?
ALFÉREZ: En perdiendo, Alvarado, es malo todo.
Al tiempo mis desdichas acomodo.
¿No es mejor en Sevilla el ostión fino
y el vino de Alanís que aquí el bizcocho?
¿Es atún rancio y aguado el vino?
[¿. . . . . . . . . . . .-ocho]?
¿No es mejor una magra de tocino,
y que se gasten entre seis u ocho
otras tantas azumbres con la magra
en Toledo, en la Puerta de Bisagra
que no venir aquí buscando el oro
que encubren de la tierra las entrañas?
SOLDADO: ¿Darálo allá mejor el turco o moro,
en el campo de Orán haciendo hazañas?
ALFÉREZ: ¿No es mejor el jarameño toro,
y en Madrid y Toledo jugar cañas
a las fiestas que en Yepes se celebran,
que aquí donde las peñas los pies quiebran
ir buscando el tesoro codicioso?
SOLDADO: No pretende Cortés esta ganancia,
sino ensalzar la fe.
ALVARADO: ¡Cuento donoso!
¡Que el oro ya no es cosa de importancia!
TAPIA: Pretende con sus hechos gloriosos
que a España envidien Alemania y Francia,
dándoles el imperio de otro mundo.
ALVARADO: Pues yo en el oro la conquista fundo.

Sale una tropa de SOLDADOS, y detrás
CORTÉS a caballo con bastón, y dígale un
SOLDADO de posta

SOLDADO: ¿Quién va?
CORTÉS: Yo soy.
SOLDADO: ¿Quién es yo?
CORTÉS: Tu Capitán General.
SOLDADO: No lo entiendo.
CORTÉS: ¿Hay cosa igual?
¿No me conoces?
SOLDADO: ¡No!
Y si no me dice cómo
puede llegar o a qué viene,
en vez del alma que tiene
le pondré un alma de plomo.
CORTÉS: ¿Qué soldado en esta tierra
puede hablar como le ves
si no viene con Cortés?
SOLDADO: Ésta es costumbre en la guerra.
No sé nada, retiraos,
que la disciplina nuestra
este recato nos muestra;
y si no queréis, estáos;
si no con poco trabajo,
sin ser cielo, aunque su fe
como a San Pablo, os haré
caer del caballo abajo.
CORTÉS: Ese nombre es el que tienes,
soldado honrado.
SOLDADO: Señor,
yo os agradezco el favor.
ALFÉREZ: Señor, a buen tiempo vienes.

Apéase

FONSECA: ¿Has descansado?
CORTÉS: No puedo,
que no duerme mi cuidado.
Pártase luego, Alvarado,
a Yucatán.
ALVARADO: Bueno quedo.
CORTÉS: Sepa, señor, me decía
un indio, que aquesta es tierra
más de riqueza que guerra.
Oíd, la paloma mía,
que suelo otras veces ver,
y las Indias me guió,
de la cruz se levantó
que acabamos de poner.

Súbese la paloma

FONSECA: Buen principio.
TAPIA: Oye, señor,
que ya de esas altas peñas,
los indios haciendo señas,
reconocen tu valor.
CORTÉS: Parte, Alvarado entre tanto
que pacifico esta gente.
ALVARADO: Voy.

Vase

CORTÉS: Hijos, nadie se ausente;
hombre soy, no os cause espanto,
español soy, soy cristiano,
crïado de Carlos soy.
De amigo la mano os doy,
bajad y tomad la mano.
CAYAGUÁN: Bajemos, Solmo.
SOLMO: Bajemos.
CORTÉS: No temáis, dadme los brazos
con animosos abrazos.

Bajen, y vanle abrazando, y a los soldados
mostrando regocijos

CORTÉS: Paz buscamos, paz queremos.
Tomad, tomad, que os envía

Dales unos vidrios y cuentas

España. Carlos, su rey,
sigue de Cristo la ley.
Cristo es hijo de María,
es la persona segunda
de la trinidad que es Dios
y tres personas. En dos
preceptos su Ley se funda:
amarle de corazón
y al próximo como a sí.
Pero el primer hombre aquí
os dé Dios luz de razón.
Humanóse Dios, murió
por el hombre en esta cruz.
Ésta es la bandera y luz
que al hombre del mal sacó
en que le puso el pecado.
Adoradla.
FONSECA: Ya lo entienden.
CORTÉS: Estas señales defienden
el hombre dellas armado:
Agua de Espíritu Santo,
que de las personas tres
y un Dios, la tercera es.
Hijos, os importa tanto
que sin ella no hay entrar
en el cielo. Ésta es la Madre
de Cristo el Verbo del Padre,
que os acabo de contar.
Adoradla.
FONSECA: ¡Con qué amor
la miran!
CORTÉS: ¿Tenéis aquí
algún Dios?
FONSECA: Dicen que sí,
hacia allí dicen, señor.
CORTÉS: Vamos, llevadnos allá.
FONSECA: Templo dicen.
CORTÉS: Allá iremos.
Grandes principios tenemos,
Dios de nuestra parte está.

Vanse, salen cuatro HOMBRES casi desnudos, con sus
arcos y flechas de una canoa que es como un barco, y ALVARADO,
TAPIA, y otros SOLDADOS con sus espadas desnudas a ellos

ALVARADO: Teneos, daos a prisión.
AGUILAR: Quedo, señores, teneos.
TAPIA: ¡Santo Cielo!, ¿entre indios feos
de tan remota región
hay quién hable nuestra lengua?
AGUILAR: ¿Sois cristianos?
ALVARADO: Indio, sí;
¿pero cómo hablas así?
¿Eres de españoles lengua?
AGUILAR: Español soy.
TAPIA: ¿Español?

AGUILAR: De rodillas por el suelo
doy gracias al cielo.
ALVARADO: El cielo
y nos muestra el mismo sol.
Danos tus brazos.
AGUILAR: Llorando
tiernamente, pues salí
hoy de entre bárbaros.
TAPIA: Di,
¿por dónde veniste o cuándo,
siendo cristiano a esta tierra?
AGUILAR: ¿Quién es vuestro capitán?
ALVARADO: El y sus naves están
a la espalda desta sierra
que combate el mar; su nombre
es Cortés.
AGUILAR: ¿Cortés se llama?
TAPIA: Y a quien espera la fama.
Por hazañas más que de hombre,
viene a ganar este mundo;
no le puede conquistar
sin lengua.
AGUILAR: Yo la sé hablar.
ALVARADO: En ti sus victorias fundo.
Por hacer mi nave aquí
agua, español, di la vuelta,
que la voluntad resuelta,
el cielo lo quiere así;
y que fue milagro creo,
porque esta gente en Dios crea.
ALGUILAR: No dudes de que lo sea
el cumplir Dios mi deseo.
Llévame luego a Cortés,
que allá le diré quién soy.
INDIO: Caqui, quispilla.
AGUILAR: Sí voy;
venid conmigo los tres.
TAPIA: ¿Qué dice?
AGUILAR: Si voy seguro.
ALVARADO: Si a tu misma patria vas,
ya, cielos, no os pido más,
ya tengo el bien que procuro.

Sale CORTÉS y SOLDADOS con los INDIOS, y
descúbrese un templo con algunos ídolos

CORTÉS: ¿Es este el templo?
CAYAGUÁN: Arí, arí.
SOLDADO: ¡Qué figuras espantosas!
CORTÉS: Estas formas temerosas
tomaba el demonio aquí
para engañar esta gente.
Poned en medio esta cruz,
para que en viendo su luz
de aquí tiniebla ausente.

En poniendo la cruz caigan los ídolos y
salgan llamas de fuego y entre ellos, huyendo algunos DEMONIOS,
diga uno

DEMONIO: ¿Qué nos quieres en la tierra
adonde, Rey, inmortal,
jamás llegó tu señal?
¿Pues cómo aquí nos das guerra?
Este es un mundo segundo
donde estamos por consuelo
de que perdimos el Cielo;
no nos eches deste mundo.
¿No será mejor que estemos
entre los que tú desechas?
Si deste mundo nos echas,
al otro nos pasaremos.
CORTÉS: ¡Notable ha sido el ruido!
FONSECA: ¿Qué más claro testimonio,
gran Cortés, de que el demonio
de estas islas ha salido?
Mira los Indios que están
con nuestra cruz abrazados
del temor.
CORTÉS: ¡Ea, soldados,
que ya murió el capitán.

Salen ALVARADO y TAPIA con AGUILAR y los
INDIOS

ALVARADO: Siendo, gran Cortés, forzoso,
por hacer agua mi nave,
volver aquí, escucha un grave
suceso, al fin milagroso.
Éste que indio te parece
es español.
CORTÉS: ¡Santo Cielo!
ALVARADO: Que perdido en este suelo,
ahora en él se aparece
como un nuevo Rafael
para guïarte.
CORTÉS: Esos brazos
me dad con justos abrazos.
FONSECA: Todo tu bien está en él.
CORTÉS: ¿Lloras?
AGUILAR: La piedad es mucha;
no te espantes.
CORTÉS: Di quién eres
o descansa aquí si quieres.
AGUILAR: Cortés generoso, escucha:

Gerónimo de Aguilar
es mi nombre, fue mi patria
Écija, ciudad famosa
junto a Córdoba la llana.
El año de once venía
del Darién por la plata
que estaba en Santo Domingo,
de aquellos soldados paga,
que traía Vasco Nuñez;
levántose una borrasca,
la mayor que aquí se ha visto,
cubriendo de nubes pardas
el cielo el rostro el sol,
y dando las nubes agua
a quien con sus humedades
les suele pagar con tanta.
Ya no se oían las voces
de “amaina trinquete, amaina”,
“corre a estribol, a la mura,”
que en un instante las jarcias
del árbol mayor los vientos
sembraron por las saladas
aguas del mar, que furioso
las desmenuza y derrama;
trozas, o flechales trizas
coronas, montones, gavias,
chafaldetes, amantillos,
todo lo rompe y quebranta.
Ya no gobierna el piloto
la bitácora y la caja;
ya la aguja va también
entre las confusas tablas;
ni acuden los marineros
a la faena, ni pasan
corriendo de popa a proa,
ni da el timón a la banda;
ábrese la carabela,
asgo el batel, que llevaba
salvo en él veinte personas;
llegamos los trece a Maya,
una bárbara provincia,
porque los siete quedaban,
muertos en la mar furiosa,
por censo de esta desgracia.
Fuimos presos de los Indios,
y un cacique que, con rabia
sacrificando a Valdivia,
que era un capitán de fama,
asado se le comió,
y otros cuatro otra mañana
sirvieron en un convite
que hizo a su esposa Aglaura.
Pusiéronnos a engordar
a los demás, así bastara
algún rey a lo del mundo,
a quien tal suerte aguardaba,
cuyo peligro nos hizo,
una noche antes que el alba
vertiese en las flores perlas
de sus mejillas de grana,
nos escapásemos juntos;
y fue nuestra dicha tanta
que en otro cacique dimos,
no de piedad más humana,
pero enemigo del otro,
que fue de guardarnos causa;
deste y sus deudos sabemos,
viviendo en estas montañas;
pero ya son muertos todos,
que la desnudez bastaba,
si no es un hombre robusto,
que se ha casado, y se llama
Gonzalo Guerrero y yo,
todos los que os digo faltan.
No quiso venir conmigo
porque tuvo por infamia
que le vieses como a indio
las orejas horadadas.
Ven, Cortés, vente conmigo,
que espero en Dios esas armas
conquistarán este mundo
para Carlos, rey de España.
CORTÉS: Otra vez vuelvo a abrazarte
por tan justas esperanzas;
en Dios las llevo y en ti.
¡Toca a leva! ¡A leva, embarca!
Vamos, muéstrame esta tierra.
ALVARADO: Barcos hay.
CORTÉS: Llega la plancha.
Indios, conmigo venid.
CAYUAGUÁN: Capac, capac, huaca y chava.
AGUILAR: Dicen que te guarde Dios.
CORTÉS: Venceré si Dios me guarda.

FIN DEL PRIMER ACTO
________________________________________
ACTO SEGUNDO

________________________________________

Descúbrese una cortina, véase un
trono en alto donde esté sentada la PROVIDENCIA divina, y
en las gradas del trono la RELIGIÓN
cristiana

RELIGIÓN: Santísima Providencia,
cuyo pecho inescrutable
con tanta magnificencia,
con valor tan admirable,
con tan divina asistencia
conserva el mundo inferior,
que este superior imita,
que hasta el gusano menor,
que la más vil planta habita,
viste de vida y color:
de la república humana
soy la Religión cristiana,
que fundó Cristo en el suelo
con la cruz, puente que al cielo
el paso imposible allana;
vengo a tus divinos pies
agradecida que des
a Cortés tanto favor,
porque crezca mi valor
en el valor de Cortés.
Muchos capitanes fuertes
han aumentado mi nombre
con la ajena y con sus muertes,
y hoy con la fama de un hombre
no vistos mundos conciertes,
un nuevo David levantas
de la casa de Isaí,
con que hoy al gigante espantas,
al can trifauce, que a mí
opone sus tres gargantas,
y a la fiera Idolatría,
reina de este mundo indiano;
y así espero que este día
cederá tu santa mano
la espada en defensa mía,
para que Cortés, cortando,
con aquel divino corte,
sus cuellos, vaya aumentando
mi nombre del sur al norte
y el suyo infame extirpando
a esta erotiza, y pretende,
tras el principio dichoso,
que el Demonio le defiende,
ver el reino poderoso
que a tantos reinos se extiende,
aquel donde Motezuma
se intitula emperador.
Mira si es bien que presuma
dar la Idolatría favor,
con innumerable suma
de indios que se han juntado,
a este tirano del mundo
que has redimido y comprado.

Sale la IDOLATRÍA con un vestido de negro
sembrado todo de imágenes de oro y un ídolo echando
fuego por la boca

IDOLATRÍA: Salgo del centro profundo,
con mi congoja y cuidado,
a la luz divina y pura
de tu tribunal eterno.
¿Cómo, señor, por ventura,
es bien que de mi gobierno
me arroje una vil criatura?
¿Qué quiere la religión?
¿No tiene otro mundo allá?
Envidias del cielo son,
pues en el que tengo acá
te pide jurisdicción;
desde que cayó del cielo
mi padre Luzbel, podría
decir que es mío este suelo.
¿Yo no soy la Idolatría?
ya, escucha, advierte, apelo.
¿Dónde va aqueste Cortés?
¿Aqueste Cortés quién es?
¿Es Moisés este español?
¿Adonde se esconde el sol
pone este español los pies?
Yo voy a España y a Roma
y no le tomo su tierra.
¿Por qué mi tierra me toma?
Motezuma hará la guerra,
yo haré que vivos los coma,
yo haré que me sacrifique[s]
sus quinientos viles hombres
los más bárbaros caciques,
antes que tus santos nombres
en América publique[s].
Habitar quieren cristianos
en la línea equinocial;
serán pensamientos vanos.
Apelo, reino inmortal.
Providencia, ten las manos,
no prosiga en mi [labio];
hija soy del Querub sabio,
que del Líbano fue Cedro.
Estése en su silla Pedro,
que a Pedro yo no le agravio,
y si no, juntos están
cuarenta mil indios fuertes
que a Cortés muerte darán.
RELIGIÓN: Y de las entrañas viertes
otro ignífero volcán;
¿No sabes, Idolatría,
que toda esta tierra es mía?
IDOLATRÍA: ¿Tuya, Religión cristiana?
RELIGIÓN: Sí, porque tú eres tirana
donde yo reinar solía
después que Cristo subió
a la diestra de su Padre,
y su espíritu bajó
a consolar a su Madre,
y a los que sus lenguas dió.
Pedro en Roma predicaba,
y Pablo a España escribía,
a Nicodem[o] informaba,
Andrés y Juan convertían
lo más del Asia en que estaban;
a España Diego y Tadeo;
de Jericó en el distrito,
mostró Felipe deseo;
a Scitia Marcos, a Egipto
y a Macedonia Mateo;
cúpole a Bartolomé
la Armenia, y entre diversas
naciones mostró Tomé
a los indios y los persas
de Cristo evangelio y fe,
dándoles a conocer
que toda la India es mía,
y que injustamente estás
en mi hacienda, Idolatría.
IDOLATRÍA: Tarde informaciones das.
Bienaventurado aquél
que posee.
RELIGIÓN: Con fe mala,
y más la tuya infïel,
no es posesión.
IDOLATRÍA: A la sala
trina apelo, por Luzbel.
RELIGIÓN: No puedes tú prescribir
en ningún tiempo.
PROVIDENCIA: No más.
IDOLATRÍA: Más tengo que te decir.
RELIGIÓN: Siempre menos me dirás,
porque siempre has de mentir.
Del padre de la mentira
eres hija. Si es tu padre,
este silogismo mira.
Tú, de mil pecados madre,
de la crueldad, de la ira,
de la blasfemia y la [gula]
de la lascivia, huye luego
de las Indias.
IDOLATRÍA: Disimula
por unos días te ruego.
PROVIDENCIA: Vete.
IDOLATRÍA: Tu voz me atribula,
Señor, mira.
PROVIDENCIA: No ha lugar.
RELIGIÓN: Si esto es revista, paciencia.
PROVIDENCIA: Hallo que debes tornar
a la Religión su ciencia.
IDOLATRÍA: Pues algo me ha de quedar.
Yo me esconderé en lugar[es]
que la Religión no entre,
y tendré templos y altares.
RELIGIÓN: Sí, pero cuando te encuentre
menester es que repares.
IDOLATRÍA: El Padre Alcalde tenías,
si era Cristo y es juez;
¿Qué esperaban mis porfías?
Mas yo haré que alguna vez
te venzan las armas mías.
RELIGIÓN: Yo espero en mi Padre eterno
deshacer tu religión.
IDOLATRÍA: Fuerte decreto y gobierno
tienes, Santa Religión,
que yo me parto al infierno.

Cúbrese el trono, y la Idolatría se
entre por la boca de fuego, y toquen trompetas y cajas; salgan
por dos partes INDIOS y ESPAÑOLES batallando, unos con
arcos y flechas, y otros con arcabuces, CORTÉS y otros
capitanes a caballo con las espadas desnudas, y Santiago delante,
armado de blanco, con un pendón rojo, digan en
venciendo

FONSECA: ¡Victoria, España, victoria!
CORTÉS: A Dios la da, suya es,
que sólo es de Dios la gloria.
ALVARADO: Guarden tu nombre, Cortés,
las aras de la memoria;
hoy por la fe y por España
has hecho una grande hazaña,
pues, para que más te asombres,
vences con quinientos hombres
cuarenta mil en campaña.
CORTÉS: Pues por eso digo yo
que es la victoria del Cielo,
y que el Cielo nos la dió.
De decir tengo recelo
lo que mucha gente vió.
TAPIA: ¿Es por dicha el caballero,
lleno de divina luz,
que armado de blanco acero,
con rojo pendón y cruz,
iba el campo primero?
CORTÉS: El mismo, que tal estrago
hizo en los indios.
ALVARADO: No dudes
que era Santiago.
CORTÉS: ¿Santiago?
TAPIA: Tú, ¿cómo a San Pedro acudes?
CORTÉS: Desde que nací lo hago.
TAPIA: ¿Darásle como a devoto
esta gloria?
CORTÉS: Así lo creo.
ALVARADO: Santiago fue de mi voto.
CORTÉS: ¿Santiago cuando peleo
de la patria tan remoto?
Contra el morisco africano
de España se vio su mano
con esa espada y pendón,
y así el español patrón
le intitula el castellano;
¿más en las Indias?
TAPIA: La espada
del cielo a todo enemigo
alcanza en rayos bañada.
CORTÉS: Yo que fue San Pedro digo,
que es de la llave dorada.
ALVARADO: No es soldado.
CORTÉS: Antes es cierto
que Pedro es un gran soldado,
pues en la prisión del Huerto
acometió a un mundo armado,
con estar medio despierto;
y aunque es en asiento grave,
Pedro de la llave ya,
cuando hay ocasión, bien sabe,
como fue valiente allá,
hacer espada la llave.
Dios nos quiere descubrir
este mundo y hacer puerta
por donde entrar y salir.
FONSECA: La gente, admirada y muerta,
te viene a ver y servir.

[Salen] TOLEMO, ALICÁN y otros INDIOS

CORTÉS: Habla, Aguilar, a esa gente.
AGUILAR: Este capitán valiente
es del rey Carlos vasallo.
TOLEMO: Aún no me atrevo a mirallo
por más que el amor lo intente.
¿Tú, español, la lengua sabes?
AGUILAR: Soy su lengua, oídme a mí.
Con ciertos secretos graves
viene el gran Cortés aquí
con su ejército y sus naves.
Esto os quiero platicar
con los reyes y caciques.
ALICÁN: El oro vendrá a buscar.
AGUILAR: No quiero que al oro apliques
tantos trabajos del mar,
tantas guerras de la tierra,
que un gran secreto encierra
su venida.
ALICÁN: Di a los dos
a qué viene.
AGUILAR: A daros Dios,
que no viene a daros guerra.
TOLEMO: ¿Dios no tenemos acá?
AGUILAR: No, que es falso.
ALICÁN: Bien está,
que hay mucho en eso que hacer.
AGUILAR: La tierra quiere saber.
ALICÁN: En tierra firme está ya,
oro hay adelante, y tanto,
que no lo estiman, y así,
pues que lo tenéis por santo,
os traemos esto aquí.

Saquen unas barretas de oro que traerán unos
INDIOS muchachos en unas fuentes de palo, cubiertas con
tafetanes, y los SOLDADOS las arrebaten con gran prisa

CORTÉS: Soldados, de vos me espanto;
no más.
ALICÁN: ¿Dices que no quieren
el oro, y por ello mueren?
AGUILAR: Como lo dais con amor,
tómanlo.
TAPIA: ¿Quieres, señor,
que aquestas barras no alteren?
AGUILAR: En nuestra tierra sería
no tomar descortesía
a quien diesen colación.
ALICÁN: Que allá tan corteses son
huélgome, por vida mía.
AGUILAR: ¿Quién es el mayor señor
de esta tierra?
TOLEMO: Motezuma
es el gran emperador,
es el absoluto, en suma.
AGUILAR: ¿Tiene gente de valor?
TOLEMO: Podrá poner en campaña
un millón de hombres.
AGUILAR: ¿Y vive
en ciudad o en la montaña?
TOLEMO: En México.
AGUILAR: No apercibe
mal. Es estilo de España.
¿Tiene algún súbdito aquí?
TOLEMO: Sí, español.
AGUILAR: ¿Quién?
TOLEMO: Teudellí.
AGUILAR: Idle a llamar, Petonchanos.
ALICÁN: El vendrá a besar sus manos.
CORTÉS: ¿Pártense ya?
AGUILAR: Señor, sí.
CORTÉS: ¿Qué dicen?
AGUILAR: Que han entendido
que vienes por oro.
CORTÉS: ¿Veis
que, aunque rudos, han caído
en que el oro pretendéis,
entre sus minas nacido?
AGUILAR: Dice más; que hay un Señor,
desta tierra emperador,
que Motezuma se llama,
que arma un millón de hombres.
CORTÉS: Fama tengo ya de su valor.
AGUILAR: Van por un súbdito suyo
que se llama Teudellí.
CORTÉS: España, yo le haré tuyo;
el ser recibí de ti,
un mundo te restituyo.
¡Buen ánimo, pensamiento!
Quinientos hombres serán
hoy los que a tan alto intento
puerta y camino abrirán,
si no se les lleva el viento.
Hola, tambor.
TAMBOR: ¿Señor?
CORTÉS: Toca
y echa un bando: que ninguno
tome el oro que provoca
de la mano de indio alguno,
mucha cantidad ni poca.
No quiero que nadie entienda
que es ésta mi pretensión,
y mi venida le ofenda.
TAPIA: ¡Bravo ardid!
ALVARADO: ¡Brava invención!
FONSECA: Que un hombre esa hazaña emprenda
¿es ánimo o es locura?
CORTÉS: El lugar que hemos ganado,
pues la victoria asegura,
Victoria será llamado.
Tú, Aguilar, mira y procura
cuál de esas indias entiende
esta lengua mejicana.
FONSECA: Ir a México pretende.
ALVARADO: Por una cuerda de lana
subir hasta el sol emprende.
AGUILAR: De ocho indias que tomaron
agua de bautismo ayer,
aquí algunas se quedaron,
y entre ellas una mujer
que las demás me alabaron;
Mariana se llama ahora
y antes se llamaba Arima,
pero ya que a Cristo adora,
servirte, Cortés, estima,
y es muy principal señora.
CORTÉS: ¿Sabe esa lengua?
AGUILAR: También.
CORTÉS: ¿No te ha parecido mal?
AGUILAR: Hame parecido bien.
CORTÉS: Si es mujer tan principal
tratemos que te la den
sus padres en casamiento.
AGUILAR: Acá no hay que preguntar
más que si le da contento,
ni más dote ni ajuar
que el primer ayuntamiento.
Ella viene, si es tu gusto
y importa a tu pretensión,
yo lo tendré por muy justo.
CORT&Eacut;S: Porque te cobre afición,
de tu casamiento gusto,
porque si a quererte viene,
todo cuanto me conviene
me dirá con gravedad,
porque no hay fidelidad
con mujer que amor tiene.

Sale MARIANA, india

MARIANA: ¿Qué es lo que quiere, Aguilar,
el General Español?
AGUILAR: Contigo quiere tratar.
MARIANA: ¿Qué te turbas?
AGUILAR: Mira al Sol;
por fuerza me he de turbar.
Quiere tratar una cosa
que tú y yo la hemos de hacer,
mi nueva cristiana hermosa.
MARIANA: ¿Los dos? ¿Pues qué puede ser?
AGUILAR: Ser yo tuyo y tú mi esposa,
y como solos sabemos
la lengua, tercero excuso.
MARIANA: Si el mirar si los extremos
del alma tu amor dispuso
a que los dos nos paguemos,
digo que yo soy dichosa,
Aguilar, en ser tu esposa.
AGUILAR: Ya está hecho.
CORTÉS: ¿Dijo sí?
AGUILAR: ¿No ves que es infamia aquí
el negar ninguna cosa?
CORTÉS: Bien haya tierra en que nace
amor tan desnudo a viento
que todo le satisface,
y, en fin, donde un casamiento
con dos palabras se hace.
AGUILAR: Como no hay más interés
que solas las voluntades,
presume que están, Cortés,
haciendas y calidades
de la cabeza a los pies;
si esto agrada, no hay que hacer
más conciertos y escrituras.
CORTÉS: Véla a hablar, dala a entender
lo que servirme procuras
y que mi lengua ha de ser,
pues la de México sabe.
FONSECA: ¡Gran rüido!
TAPIA: ¿Qué es aquesto?
CORTÉS: Sacad piezas de la nave
de Alvarado; acudid presto.
TAPIA: ¿Tan presto y peso tan grave?
MARIANA: Di, Aguilar, al General,
que no le cause temor.
AGUILAR: ¿Temor? Conócesle mal.
MARIANA: El que viene es gran señor,
a Cortés en todo igual,
aunque vasallo del grande
siempre invicto Motezuma.
No ves cosa que no mande,
por cuanto la vista, en suma,
mares y montañas ande.
Viene de paz, y ha traído
un gran presente a Cortés.
AGUILAR: Señor, lo que es he sabido.
CORTÉS: ¿Es Teudellí?
AGUILAR: El mismo es
que a visitarte ha venido.
CORTÉS: Ya se divisa mejor.
AGUILAR: Un gran presente ha juntado
para ofrecer[te], señor.
CORTÉS: Estad todos con cuidado,
aunque yo le muestre amor.

Salen algunos INDIOS con canastillos blancos
cubiertos con paños de labores, y otros colgando de los
cuellos gallinas, capones, pavos y perniles con muchos ramos, y
detrás TEUDELLÍ, cacique. Abrace a CORTÉS en
tanto que la música suena y luego les hable
MARIANA

MARIANA: Seas, Teudellí famoso,
bienvenido.
TEUDELLÍ: Arima bella.
AGUILAR: Hable Teudellí con ella.
FONSECA: ¡Buen talle!
TAPIA: ¡Gentil!
ALVARADO: ¡Airoso!
MARIANA: Después, Teudellí valiente
que como éstos soy cristiana,
no soy Arima, Mariana
es mi nombre solamente.
Hame dicho este español
que te diga a lo que viene.
TEUDELLÍ: Gallarda presencia tiene,
sin duda es hijo del Sol.
¿Qué quiere en aquesta tierra?
MARIANA: Dice que él viene a volver
cristianos.
TEUDELLÍ: ¿No viene a hacer
a nuestros caciques guerra?
MARIANA: De paz viene, aunque ha traido
los rayos que todos veis,
por si acaso no queréis
la paz que en su nombre os pido;
dice que Carlos, su rey,
gran emperador de España,
supo que una gente extraña
vivía sin Dios, sin ley,
en el antártico mundo,
y que mandó que viniese
un capitán que les diese
ley.
TEUDELLÍ: ¡Pensamiento profundo!
MARIANA: Éste es Cortés, que ha venido
a libraros del demonio,
como es claro testimonio
lo que hemos visto y oído,
que en presencia de la cruz,
que es donde murió su Dios,
han hüído más de dos,
como la noche a la luz.
Yo vi, Teudellí, caer
seis dioses delante della.
TEUDELLÍ: ¿Qué es esa señal tan bella?
MARIANA: Gran bien os viene a hacer.
Infórmale a Motezuma
de que el general Cortés
viene a sólo lo que ves,
porque acaso no presuma
otra cosa diferente,
y se ponga en advertencia,
sino di que le dé audiencia
y trate como a pariente,
y ganará un grande amigo
en Carlos, el rey de España.
TEUDELLÍ: Ella fue notable hazaña,
y habla Cortés como amigo
que aqueste presente advierte,
y que a mi Rey hablaré.
MARIANA: Yo le hablaré y le diré
lo que tu lealtad promete.
CORTÉS: Yo hablaré de tu parte
a Teudellí.
AGUILAR: Que le habló,
dice, y que te respondió.
MARIANA: Que en todo quiere ablandarte,
que a Motezuma dirá
lo que ha sabido de mí,
y lo que te mueve a ti,
Cortés, a venir de allá.
CORTÉS: Dile cómo yo he sabido
que come hombres, que es cosa
a naturaleza odiosa,
y que está el Cielo ofendido,
de cuya parte también
vengo a decir mil secretos
para diversos efectos,
y todos para su bien;
y dile si tiene oro
para curar de mi gente
cierta enfermedad.
MARIANA: Pariente,
escucha.
TEUDELLÍ: Tu lengua adoro.
Cuanto me dice me agrada.
CORTÉS: Soto.
SOTO: ¿Señor?
CORTÉS: Yo he de hacer,
aunque me sepa perder,
esta espantosa jornada;
yo he de ir a México, Soto.
SOTO: Habla bajo, que si saben
lo que intentas, que te acaben
sospecho.
CORTÉS: Escucha, piloto,
éstos, si saben mi intento,
las naves me han de tomar
y volverse.
SOTO: ¿Aunque la mar
lo impida?
CORTÉS: Pues oye atento.
Mucho me he fiado de ti.
Las grandes cosas no son
dignas de un mal corazón,
sino del que cabe en mí.
¿Ves estos quinientos hombres?
Pues con esta breve suma
millones de Motezuma
he de vencer, no te asombres.
SOTO: ¿Qué dices?
CORTÉS: Lo que has oído.
Parte al mar y da barreno
a las naves.
SOTO: No condeno
tu valor, jamás vencido,
pero mira que sin naves
a gran peligro te pones.
CORTÉS: No me ayudes con razones,
sino con hazañas graves.
Ve, Soto, que Dios me guía,
Dios da la victoria sólo.
Yo haré señor de este polo
al rey de España algún día.
Si con aire de trompetas,
si con barro solamente,
a la gran clítica gente,
y a sus reyes y profetas,
daba Dios victorias tales
por su fe, ¿quién pone duda
que como entonces acuda
pues hay mayores señales?
Que tiene que ver el arca
del Antiguo Testamento,
con la cruz y el sacramento,
que Dios cuanto es Dios abarca.
¿Con estas reliquias, Soto,
no veré con más razón
la corte de promisión?
SOTO: Digo que soy de tu voto.
CORTÉS: Pues parte.
SOTO: Voy.
MARIANA: Yo he tratado
con Teudellí tu venida,
mas dice que a tu partida
no quedó determinado;
que no te atrevas a ir
a ver al gran Motezuma
hasta que él allá resuma
cómo te ha de ver y oír.
CORTÉS: Responde que soy contento.
AGUILAR: Algo entiendes ya.
CORTÉS: Las señas
me enseñan. Si tú me enseñas,
verás qué hazañas intento.
¡Ah cielos, si aquesta lengua
me infundiérades ahora!
Que es fuerza que quien la ignora
caiga mil veces en mengua.
AGUILAR: Él se va, dale tus brazos.
TEUDELLÍ: Español valiente, adiós.
CORTÉS: A la amistad de los dos
confirmen estos abrazos.

Vanse los INDIOS

Todo sucede bien, famosa gente.
Españoles hidalgos, bien nacidos,
ya la tierra nos llama dulcemente,
abrazad de sus dones socorridos;
el cielo está propicio, el mar clemente,
a amor y paz los indios reducidos.
¿Quién no mira que ya la inmortal fama
desde su templo la publica y llama?
¿Qué fuera Viriato o César fuera,
qué fuera Afranio ni el feroz [Petreyo],
qué de Alejandro o Pireo se escribiera,
del gran Torcado y del mayor Pompeyo?
¿Quién duda que su muerte oscura diera
a cada cual un túmulo plebeyo?
Mas ya que sus hazañas fueron tales
hoy merecen sepulcros inmortales.
¡Vamos a conquistar el grande Imperio
antártico del indio Motezuma!
Españoles unidos por misterio,
del cano mar sobre la blanca espuma,
volved atrás el bajo vituperio;
no es bien que de españoles se presuma
que, estando a los umbrales de la fama,
no entraron por laurel viendo la rama.
SOTO: Tú eres digno, por altos pensamientos,
Cortés, de mil pirámides famosos
o bélicos sepulcros y ornamentos
de bronce y jaspe y pórfidos preciosos,
mas mira que, a las veces, por los vientos
bajan despedazados y medrosos
los caballos del sol, cuando los guía
más la temeridad que la osadía.
TAPIA: ¿A cien millones de hombres, dime, pones
quinientos españoles mal armados?
ALVARADO: Cortés, ¿son de tu pecho esas razones
o has perdido el sentido en los cuidados?
FONSECA: Si tuvieras aquí los escuadrones
de Carlos, en la Italia ejercitados,
en Francia, en Flandes, Alemania, Hungría
y Tunez, fuera justa tu osadía;
pero con seis descalzos es locura.

Dentro voces

VOZ: ¡Ay de mísero de mí!
TAPIA: ¿Qué extrañas voces!
SOTO: Oye, señor, la triste desventura.
CORTÉS: Soto, no hables así, pues me conoces.
SOTO: Hoy el cielo, Cortés, tu mal procura;
¿no miras entre bárbaros feroces,
en un remolino y círculo redondo
se van las naves con la broma a fondo?
Ven de presto a sacar la artillería,
la ropa y lo demás de tu sustento.
TAPIA: Fue tuya aquesta industria.
CORTÉS: ¿Cómo mía,
Tapia? Ni me pasó por pensamiento.
FONSECA: En fin hemos de ser de tu osadía
Dédalos que llevemos por el viento
un Ícaro hasta el sol de Motezuma,
a que le abrase la fingida pluma.
CORTÉS: Hijos, soldados, españoles míos,
no tengo la culpa yo, mas Dios quiere
que volver no podamos; mostrad bríos,
que muere bien quien fama eterna adquiere.
A Carlos, entre grandes señoríos
que su imperial catálogo refiere,
demos éste de rey de un nuevo mundo.
TAPIA: En tu valor tu buena suerte fundo;
parte, gallardo joven, a la empresa,
parte a México y gana el indio suelo
al águila imperial que nunca cesa
de levantar sus alas sobre el cielo,
que todos prometemos, si atraviesa
Libia su fuego ardiente y Scitia el yelo,
hasta morir seguirte.
ALVARADO: ¿Heroica hazaña!
¡A México, españoles, viva España!
TODOS: ¡Viva España!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

________________________________________
JORNADA TERCERA
________________________________________
Sale MOTEZUMA, Emperador de México, como que
se levanta de la cama, y algunos INDIOS teniéndole

MOTEZUMA: ¿Estos pesares me das
en pago de tanto amor?
TEUDELLÍ: Ten, ¿dónde te vas, señor?
Ten, señor, ¿dónde te vas?
MOTEZUMA: Fieras visiones mortales,
llenas de tristes agüeros,
encubrid los rostros fieros,
a los del infierno iguales,
cesad ya de atormentarme.
TEUDELLÍ: Señor, aquí no se ve
cosa alguna.
GUALPOPOCA: Temor fue.
MOTEZUMA: Alto, mi gente se arme,
salgan al paso un millón
de mis indios a Cortés.
TEUDELLÍ: Si él viene de paz, no des
para la guerra ocasión.
MOTEZUMA: Muera Cortés, y no sea
tan poderoso un temor
que al mayor Emperador
del mundo a sus plantas vea.
Muera Cortés.
TEUDELLÍ: Mira bien
que después no te arrepientas.
GUALPOPOCA: Del modo que allá lo intentas,
es más seguro también;
los de C[holula], señor,
tienen a cargo su muerte.
MOTEZUMA: ¿Quién es ese español tan fuerte
que aquí me ponga temor?
¿Cómo? Que al gran Motezuma,
señor del mundo, a quien solo
desde su eclíptica Apolo
reinos y ciudades suma;
a Motezuma, de quien
tiembla el mar en la ribera,
donde primero en su esfera
los rayos del sol se ven,
y en el límite postrero,
cuya margen cubre de oro,
donde entre sangre y tesoro
se ve naciendo el Lucero;
a Motezuma, que adoran
tres mil diversas naciones,
y a México envían dones
del postrer reino en que moran;
a mí para quien el ave
pintada de mil colores
nace, y esparciendo amores
vuela en el aire süave;
a mí para quien los peces,
de aguas dulces o saladas,
las escamas plateadas
cubren y sacan a veces;
a mí para quien mi gente
no deja el Fénix seguro,
en Arabia sobre el muro
de los aromas de oriente.
¿Qué es ésto, divino Apolo?
¿Un extranjero soldado,
de sola codicia armado,
tantos recelos me dió,
mis reinos pisa atrevido
y a mis rebeldes ajunta
y por México pregunta?
¿De dónde o cómo ha venido,
qué hombre es éste, Teudellí?
TEUDELLÍ: Invictísimo señor,
el hombre tiene valor,
pues se atreve a verte a ti;
de Carlos, rey español,
dice que es vasallo, un rey
que tiene otro Dios y ley
allá donde duerme el sol;
esto es lo que viene a daros;
no a tomar vuestro tesoro.
MOTEZUMA: ¿Luego ahora no toma?
TEUDELLÍ: El oro
dice que quiere dejaros;
antes daros mil presentes
de Carlos.
MOTEZUMA: Ya, Teudellí,
dame que no hubiera aquí
estos tejos relucientes,
que nunca por tantos mares
y asperísimas regiones
vinieran estas naciones
a darme tantos pesares.
Retiraos, que quiero hablar
a solas con nuestros dioses.
TEUDELLÍ: En tanto que habláis los dos,
quiero a [Cholula] enviar
un indio para que anime
la pretensión de su muerte.
MOTEZUMA: Quiera nuestro Dios que acierte
y que nuestro juego estime.

Vanse los INDIOS, quede MOTEZUMA solo, descubran
una cortina, detrás de la cual esté un altar, y
sobre él una persona que represente un ÍDOLO con
rostro y manos doradas, y sobre la frente un gran cerco de rayos
como pintan el Sol

MOTEZUMA: Divino sol resplandeciente y puro,
tú, que de tierra y mar purificando
el aire limpio, y del manto oscuro
de la noche la luz vienes formando,
dime si estoy deste español seguro,
que de tan lejos viene amenazando
mi imperio y vida, y dime de qué suerte
mi libraré de su prisión o muerte.
Si alguna vez manché tus blancas aras,
divino Ap[ó], con sangre en tu servicio,
y tantas vidas de mis prendas caras
fueron de tus altares sacrificio,
di qué fin tendrán cosas tan raras,
mueve tu voz, respóndeme propicio,
que si me dices el futuro efeto,
la vida de mil hombres te prometo.
ÍDOLO: Motezuma, no temas los cristianos
que han venido de España, sacrifica
más hombres a mi altar, baña las manos
en sangre, y al cuchillo aplica;
deja que entre tus indios mexicanos
entre Cortés, que religión publica,
y, cuando aquí le tengas, dale muerte,
cristiana sangre a mis altares vierte.
Todo el mal que ha venido a los que has visto
que ha vencido Cortés, yo lo he causado,
porque adoraron de la Cruz a Cristo,
el cuello de mis aras han dejado;
por eso con tus indios me enemisto
y estoy con sus vasallos enojado.
¿Cómo, que a un Dios antiguo y conocido
dejáis por un Cristo de hoy venido?
¿Yo no os he dado luz todos los días,
yo no os he dado el agua conveniente
para vuestro maíz? ¿Pues qué osadías
mueven a despreciarme aquesta gente?
¿Yo no os he dado de las manos mías
ricos tesoros abundantemente?
¿Pues por qué me dejáis, y estos dorados
rayos, por unos palos mal cruzados?
Yo no puedo morir, su Dios fue muerto;
¿un muerto puede ser Dios que dé vida?
Volved, volved, que es grave desconcierto.
MOTEZUMA: Soberana deidad, pues ofendida
estáis de aquellos indios que en el puerto
dieron a los cristianos acogida,
contra ellos vuelve el rayo de tu furia,
no contra quien jamás te hizo injuria.
Yo te prometo degollar mil hombres
en este altar, y que tu mármol blanco
convierta en jaspe.
ÍDOLO: Parte, y no te asombres
deste español.
MOTEZUMA: Hoy me verás tan franco
que perderás el número a los hombres.
ÍDOLO: Y tú verás que de la India arranco
estas plantas de España.
MOTEZUMA: Y yo a cumplirte
la palabra.
ÍDOLO: Seguro puedes irte.

Córrese la cortina, y vase; sale
Gerónimo de AGUILAR y MARIANA, india

MARIANA: Yo te digo lo que sí;
pon remedio, esposo mío.
AGUILAR: Cubierto de un yelo frío
estoy desde el cuello al pie;
¡que a Cortés quieren matar!
MARIANA: No repararon en mí,
y a los caciques oí
lo que te ha dicho, Aguilar;
mira que de la mujer
es bueno el primer consejo.
AGUILAR: De su deslealtad me quejo.
MARIANA: Son bárbaros, ¿qué han de hacer?
Avisa presto, español,
avisa presto, mi bien,
que podrá ser que le den
la muerte al ponerse el sol;
que si se pone Cortés,
que es el sol de vuestro día,
nunca de noche tan fría
amaneceréis después.
AGUILAR: ¿Pues cómo podrá llegar
a [Cholula] el mensajero,
antes que salga el lucero,
y al general avisar?
MARIANA: Indio te daré, entre tanto
escribes, que irá en dos horas
diez leguas, y si esto ignoras,
no vuelan las aves tanto
por su región cristalina
como por la tierra van
la vía del capitán.
AGUILAR: Guarda la mano divina.
Milagros, Mariana, son
todos los que aquí suceden,
que los demonios no pueden
vencer nuestra pretensión;
la rebelión desta gente
fuera nuestro eterno daño,
a no ser tú el desengaño.
Quiero escribir libremente,
y tú, en tanto, buscarás
el indio.
MARIANA: Yo voy; escribe
en el peligro que vive.

Vase

AGUILAR: Del cielo el premio tendrás.

Una mujer leal no tiene precio,
repara el daño y el rigor detiene,
al bien muestra el camino, al mal previene.
Pompeyo es buen testigo, Bruto y Decio.
Tiene la vida propia en vil desprecio
cuando a salvar la vida amada viene,
y hombre que en poco sus consejos tiene
llora después arrepentido y necio.
Si daños han venido por mujeres,
por ellas tantos bienes han venido,
que son lo menos bueno sus placeres.
Por ellas soy, luego razón ha sido,
por ti, que a muchas en virtud prefieres,
amar aquello de quien fui nacido.
Vase, y sale[n] TOLEMO, TRICELO y otros
INDIOS

TOLEMO: No querría que nos viesen
juntos hablar los cristianos,
y que los intentos vanos
de nuestra intención se viesen;
acechad por todas partes.
TRICELO: Ninguno dellos parece.
TOLEMO: Imaginar me estremece
sus encantamentos y artes;
miradlo bien.
TRICELO: No hay ninguno.
TOLEMO: Cuando vi la vez primera,
que aún de pensarlo me altera,
con estallido importuno,
uno de aquellos que llaman
caballos, y otros sobre él
de vista airada y crüel,
que tantas barbas enraman,
no acabelle de entender
con dos caras que tenía;
la más grande que salía
por medio, a mi parecer,
y la que arriba mostraba.
Y mil veces en Cortés
alto miraba los pies,
y cuatro en tierra miraba;
pero viéndole bajar,
y conociendo ser dios,
[. . . . . . . . . . .]
ni lo quise respetar.
Tras desto, un indio famoso
un arcabuz, atrevido,
[. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . .]
como se estaba hinchendo,
también de comer le dió,
y tirándole detrás
salió por la boca luego
el mismo tronido, y fuego,
así que no tienen más
de ser unos embaidores.
TRICELO: Ya en ello habemos caído.
TOLEMO: Bagages nos han pedido,
que ya son cargas mayores
las que el oro nos ha dado
para ir a México.
TRICELO: ¡Ay, cielo!
TOLEMO: No te alborotes, Tricelo,
ya está todo remediado.
TRICELO: ¿Cómo?
TOLEMO: Al gran señor hablé,
y, consultando este caso,
dice que le mate.
TRICELO: ¡Paso!
[. . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . .]
TOLEMO: Y hoy matarle y enterrarle,
que están en esa campaña
cien mil indios prevenidos
y los caciques venidos
del mar y de la montaña.
Hoy morirá.
TRICELO: Mira bien,
que otros mil lo han intentado.
TOLEMO: Ello ya está bien mirado
que sucederá también.
TRICELO: Quedo, que vienen allí.

Sale CORTÉS, TAPIA Y ALVARADO y los
demás ESPAÑOLES, y un INDIO con una carta

CORTÉS: Basta que ya me han enviado
carta, Aguilar, Alvarado.
ALVARADO: ¿Carta, señor?
CORTÉS: Vesla aquí.
ALVARADO: No hay duda de que tendrás
llano el paso que pretendes.
TAPIA: Tú, señor, a nadie ofendes,
Dios y rey y Ley les das.
Lee, y ve lo que te escribe.

Lee

CORTÉS: Cortés, toda esa nación,
ya ha hecho una rebelión
en que matarte apercibe.
INDIO: ¡Válgame el Sol!, ¿el papel
sabe hablar?
CORTÉS: ¿No escuchas ésto?
INDIO: ¡Que aquello diga tan presto
lo que el otro puso en él
con unas negras hormigas!
¡Que letras allí pintadas
le hablen así!

Lee

CORTÉS: Concertadas
treinta naciones amigas
están a darte la muerte
por orden de Motezuma.
INDIO: ¿Cómo? ¡Que con una pluma
me hiciese hablar desta suerte!
¡Que aquella lengua traía
conmigo! Y yo apostaré
que le dice que hoy maté
veinte pavos que tenía
porque no me los comiese.
ALVARADO: Bien harás, será gran hecho,
digno de tu heroico pecho.
CORTÉS: Iré a México, aunque pese
a Motezuma, Alvarado.
Prevenid luego la gente
y daremos de repente
sobre el traidor conjurado;
sea para acometer
la señal el trueno y luz
de un disparado arcabuz,
que entre tanto quiero hacer
que de los nobles caciques
se junte lo principal.
ALVARADO: No puede suceder mal
cosa a que la mano apliques;
camina.
CORTÉS: Tapia, en secreto
cuatro tiros aprestad.

Vanse y quedan los INDIOS

TOLEMO: Secreto hablaron; notad
que no ha sido sin efecto.
TRICELO: Llama aquel indio y sabrás
a qué vino.
TOLEMO: ¿A qué has venido?
INDIO: Aquel papel he traído
de un español; no sé más.
TOLEMO: ¿Pues aquél de qué servía?
INDIO: Si yo lo supiera allá,
nunca le trajera acá.
TOLEMO: ¿Por qué?
INDIO: Lengua y voz tenía.
TOLEMO: ¿Lengua y voz? ¡Válgame [Apó]
INDIO: Unas rayas negras eran
las que hablaban.
TRICELO: ¿No os alteran
aquestos milagros?
TOLEMO: No,
porque son hechicería.
TRICELO: ¿Quién era el que le enviaba?
INDIO: Un Aguilar, que buscaba
paso a México este día,
y de parte de Cortés
iba tratando amistad.

Disparen un arcabuz, y digan dentro

CORTÉS: ¡Mueran traidores!
TOLEMO: ¡Callad!
TRICELO: ¿Qué es aquello?
TOLEMO: ¿No lo ves?
ALVARADO: Mueran los que son traidores.
TOLEMO: ¿Los españoles cristianos
con las armas en las manos.
TRICELO: ¿Veis si son encantadores?
No dudéis de que han sabido
lo que estaba concertado.
TOLEMO: ¿Pues quién se lo habrá contado?
ALVARADO: Castigo bien merecido;
aquí está Glauro.
CORTÉS: Matadle.
TAPIA: ¿Morirá Filetonte?
CORTÉS: Muera.
FONSECA: ¿y Caucolán?
CORTÉS: Aunque fuera
su mismo rey despeñadle.
TOLEMO: Triste de mí, ¿los caciques
degüellan?
TRICELO: ¡Bravo español!
TOLEMO: Sin duda es hijo del Sol.

Dentro

VOZ: Piedad, Cortés.
CORTÉS: No repliques.
TOLEMO: Ya salen a huir al monte.

[Salen] todos, las espadas desnudas

FONSECA: Algunos huyendo van.
CORTÉS: Antes que el sol se pondrán
en más oscuro horizonte;
dejadlos, y demos traza
de ir a México.
TAPIA: Ya queda,
sin que pasar hombre pueda,
hecha una sangrienta plaza;
terror has puesto notable.
CORTÉS: Pues alto, a México, amigos;
haced dos mundos testigos
de ese valor admirable;
rompamos esa montaña,
a México Dios nos guíe,
el que es español porfíe.
¡Viva España!
TODOS: ¡Viva España!

Vanse y sale MOTEZUMA, y GLAFIRA, india, su
dama

GLAFIRA: Diga, señor, la tristeza
que desdice a tu decoro.
MOTEZUMA: ¡Que la codicia del oro,
que el sol y naturaleza
han en mi tierra crïado,
traiga esta fuerte nación,
con capa de religión,
a darme tanto cuidado
desde el más remoto clima!
GLAFIRA: No pienses su desconcierto,
que ya, señor, será muerto
el hombre que los anima;
descansa deste cuidado,
que Gualpopoca, de hecho,
de la sangre de su pecho
habrá las aras bañado
de nuestro divino Apolo.
MOTEZUMA: Basta yo ver, mi Glafira,
tus ojos, en quien se mira
el sol, que su luz les dió;
basta ver estos cabellos,
que me enlazan y me prenden,
que ellos ser de oro pretenden;
[. . . . . . . . . . . . . .]
basta ver tu frente hermosa,
con los dos arcos que miden
de amor el cielo y dividen
esos dos campos de rosa;
basta escuchar las palabras
de esa boca celestial,
y que tesoro oriental
del mar de sus perlas abras,
para suspender mi pena.
GLAFIRA: A mi amor debes, señor,
esta merced.
MOTEZUMA: Y tu amor
mi poder inmenso enfrena
para dejar de ir a hacer
castigar a este español.

Sale un INDIO

INDIO: Guarde, gran señor, el Sol
tu soberano poder.
MOTEZUMA: ¿Qué hay de Cortés?
INDIO: Que a gran priesa
marcha a México.
MOTEZUMA: ¡Hay tal cosa!
¿Qué dices, Glafira hermosa,
del fin desta loca empresa?
¿Qué haré?
GLAFIRA: Dejarle llegar
y matarle estando aquí.
MOTEZUMA: Corre, ve volando, y di
que no me puede hablar,
que no hablan extranjeros
al Emperador del mundo;
y porque en el oro fundo
sus locos intentos fieros,
lleva a Cortés cien mil pesos
de oro puro, y que se vuelvan
les ruega, o que se resuelvan
a verse muertos o presos.
INDIO: Ya voy.
MOTEZUMA: ¡Que haya atrevimiento
en dos hombres a llegar,
por tan varia tierra y mar,
al más escondido asiento,
a México, al Reino mío,
por tantos años en paz!

Sale otro INDIO

INDIO: El español pertinaz,
lleno de imperio y de brío,
se acerca, señor, a verte,
sin poder ser resistido.
MOTEZUMA: ¡Hombre extraño!
GLAFIRA: ¡Hombre atrevido!
MOTEZUMA: ¡Hombre crüel!
GLAFIRA: ¡Hombre fuerte!
MOTEZUMA: Haz que llegue, Guainacaba,
una vajilla a Cortés;
echa tanto oro a sus pies,
pues que tanto el oro alaba,
que los pasos le detenga.
INDIO: Yo iré a servirte.
MOTEZUMA: No sé,
mi bien, si esperar podré
que a verme el cristiano venga.
¡Oh terrible confusión!

Sale otro INDIO

INDIO: Ya está la gente española,
señor, una legua sola
de México.
MOTEZUMA: ¿Cuántos son?
INDIO: No son mil hombres, mas tienen
diez mil indios enemigos
tuyos, que son sus amigos,
y que en su defensa vienen.
MOTEZUMA: Ve, Rumagi, y di que den
a Cortés aquella hamaca
de oro y perlas.
INDIO: No se aplaca
por todo el humano bien;
pero yo iré.
MOTEZUMA: ¿Qué es aquesto,
qué basilisco crüel
viene en Cortés, qué hay en él
que tanto temor me ha puesto?

Sale TEUDELLÍ

TEUDELLÍ: ¿Qué haces tan descuidado,
que ya Cortés con su gente
pasa la primera puente
a verte determinado?
No pierdas por cobardía
la excelencia de quien eres,
muestra, señor, que prefieres
a Carlos en monarquía;
sal con toda tu grandeza
a ver a aqueste español,
lleva en tus andas el Sol
y la luna en tu cabeza;
muestra que eres Motezuma,
señor de trescientos reyes
a quien das gobierno y leyes,
para que Cortés presuma
que se ha de echar a tus pies,
y en nombre de su señor
reconocer tu valor.
MOTEZUMA: Vamos a ver a Cortés
y plega al Sol que suceda,
Teudellí, contra el recelo
que llevo.
GLAFIRA: Querrálo el cielo
porque conocerse pueda
tu valor en todo el mundo.
MOTEZUMA: Verle y castigarle quiero.
Conmigo no hay rey primero
ni soy a nadie segundo.

La música se toque de trompetas y
chirimías, y salgan por una parte los SOLDADOS de
Cortés, con arcabuces y cajas y detrás los
CAPITANES y CORTÉS a caballo armado, ellos traigan algunas
banderas de España y CORTÉS con un bastón;
por la otra parte salgan los INDIOS que puedan, y algunas INDIAS
ricamente aderezadas; detrás en unas andas llenas de
cadenas y joyas traigan a MOTEZUMA a hombros y a los lados
algunos INDIOS con aventadores de pluma y músicos de
INDIOS, cantando y bailando así

MÚSICOS: “Guacambicó, guacambó
Motezuma después de Apó.
Después de Apó soberano
Motezuma es rey del suelo
y como él reina en el cielo,
él en todo el orbe indiano;
hoy el español cristiano
a darle parias llegó.
Guacambicó, guacambó
Motezuma después de Apó.”

CORTÉS: ¿No le podré yo abrazar?
TEUDELLÍ: No se toca a nuestro rey,
que hay entre nosotros ley
que no se puede tocar.

CORTÉS: Ahora bien, españoles valerosos,
hoy es el día que de nuestros nombres
ha de quedar eterna fama al mundo;
oíd, que os quiero hablar aparte a todos.
MOTEZUMA: Hola.
TEUDELLÍ: ¿Señor?
MOTEZUMA: Decid a esos cristianos
que yo me entro a comer y que querría
verle después.
TEUDELLÍ: Será favor notable.
MOTEZUMA: Buen talle tiene, estoyle aficionado.
TEUDELLÍ: Es Cortés español, y bien hablado.

Vuélvanse los INDIOS con su rey
cantando

MÚSICOS: “Guacambó, que Motezuma
es supremo emperador,
Guacambó, que su valor
no tiene cuenta ni suma;
ningún español presuma
decir que parias le dió,
Guacambicó, guacambó,
Motezuma después de Apó.”

TAPIA: Basta, Cortés que con envidia tuya
Diego Velázquez, a quien han llegado
las nuevas de tus prósperos sucesos,
envía con diez naves y mil hombres
a Pánfilo, que llaman de Narváez,
a estorbar tus designios, y en el puerto
surgen a toda priesa.
CORTÉS: No es posible,
sino que los induce de secreto
el demonio, que estorba que éstos bárbaros
hoy se reduzcan a la fe de Cristo;
pues yo le saldré al paso de tal suerte
que, prendiendo a Narvaez o matándole
su gente ha de ser parte con la mía
para que gane a México.
ALVARADO: Ya viene
a verte Motezuma.

Sale MOTEZUMA

MOTEZUMA: Cristïano,
¿cómo te va en mi tierra?
CORTÉS: Yo quería
darte este nombre, Emperador supremo,
y que reconocieses al Rey Carlos;
hame pesado que estuvieses fuerte
en no admitir esta embajada mía,
pues no te traigo en ello menos gloria,
que es hallar con tu alma tanto mundo
como tienes debajo de tu mano;
daros leyes políticas y justas,
sacandoos del engaño en que os ha puesto
el demonio, que os tiene por esclavos;
más tú por galardón matarme mandas
a tus caciques tres o cuatro veces,
que a no librarme Dios..
MOTEZUMA: Cortés, ¿qué dices?
CORTÉS: Ves aquí cartas tuyas, no lo niegues.
MOTEZUMA: Miente cualquier cacique que te ha dado
esas cartas y firmas contrahechas.
CORTÉS: No es tiempo de disculpas, Motezuma,
dese preso por el rey de España.
MOTEZUMA: ¡Cielos!
¿A mí me prenden en mi propia tierra?
TAPIA: Cortés, ¿qué haces?
CORTÉS: Prevenid las armas.
MOTEZUMA: Cortés, yo te daré tanto rescate,
que no puedan llevar naves el oro
y lo dejes sembrado en las orillas.
ALVARADO: ¡Hay tal atrevimiento!
FONSECA: ¡Dios le ayuda!
MOTEZUMA: Cortés, yo quiero ser cristiano luego
y de Carlos, tu rey, seré vasallo;
cásate con mi hija Glaudomira,
que no la mira el Sol más bella, seamos
deudos tú y yo.
CORTÉS: Señor, yo soy casado,
y mi ley no permite dos mujeres;
sosiega de tu gente el alboroto
o daréte la muerte.
MOTEZUMA: Hablar os quiero.
CORTÉS: Señores, yo me parto al mar; en tanto
quede Tapia con una compañía

guardando al Rey.
MOTEZUMA: ¡No en balde lo temía!

Vase, y sale PÁNFILO de Narváez
desembarcando gente

PÁNFILO: Tomaré tierra a pesar
de Cortés.
SOLDADO: Míralo bien.
PÁNFILO: No hay en esto que mirar,
los tiros a punto estén
sacad las armas del mar.
¿No miráis que, sin dar cuenta
al Rey ni al gobernador,
ser destos reinos intenta
Cortés tirano señor
en nuestra común afrenta?
¿No somos acá, soldados,
más nobles y ejercitados
en estas remotas tierras?
SOLDADO: Mas por las civiles guerras
seréis de Carlos culpados;
pero advierte que ya viene
Cortés al paso.

Sale CORTÉS y su gente

CORTÉS: ¿Quién es
el que atrevimiento tiene
de impedirme?
PÁNFILO: Yo, Cortés.
CORTÉS: ¿Por qué?
PÁNFILO: Porque al Rey conviene,
y a quien gobierna por él.
CORTÉS: Vuestra codicia crüel,
villanos, os ha traído,
que no el rey, pues nadie ha sido
más que yo a su rey fïel.
PÁNFILO: ¿Tú fïel? Tú eres tirano.
CORTÉS: Deja palabras, villano.
¡Al arma, San Pedro, a ellos!
Que esto tardaré en vencellos
cuanto tarde en meter mano.

Hágase esta batalla, y éntrense
peleando, y salgan al muro de México algunos INDIOS con
armas rebelados

TEUDELLÍ: Preso nuestro Rey quedó,
que aún no pudimos librarle.
GUALPOPOCA: Toda la ciudad se alzó,
pero supieron guardarle,
o su temor le guardó,
que temiendo que en el punto
que estaba el escuadrón junto
le habían de matar, lloraba.

Sale GUAINACABA

GUAINACABA: ¡Grande mal!
TEUDELLÍ: ¿Qué hay, Guainacaba?

GUAINACABA: Nuestro rey queda difunto.

TEUDELLÍ: ¿Cómo?
GUAINACABA: El pueblo rebelado
fue a la prisión y él salió
a sosegarle; tiró
una piedra algún soldado
y, acertándole por yerro,
le dió en la frente, de suerte
que queda el rey a la muerte.
TEUDELLÍ: ¡Oh, fiero!
GUAINACABA: ¡Oh, bárbaro!
TEUDELLÍ: ¡Oh, perro!
¡Vive Apó!, que hemos de hacer

tal venganza, que no quede
vivo un cristiano.
GUAINACABA: No puede
ya nuestra venganza ser,
que Cortés, con ocasión
de los que al puerto han venido,
va fugitivo y [hüído]
a recoger su escuadrón.
TEUDELLÍ: Quedo, ¿qué cajas son éstas?
GUALPOPOCA: ¡Viven los cielos que es él!
GUAINACABA: Hoy nos vengaremos dél.
¡Haced mexicanas fiestas
que viene el vil español!
¡Flechad los arcos, tomad
piedras, defended, matad!
¡Demos mil hombres al Sol!

Sale CORTÉS, PÁNFILO preso, su gente
en orden con cajas y arcabucería

CORTÉS: Tened a Pánfilo en guarda.
PÁNFILO: Confieso que soy tu preso.
CORTÉS: Españoles, el suceso
de más gloria nos aguarda.
FONSECA: México en armas se pone.
CORTÉS: A México entremos hoy,
pues ya con más gente voy,
y el cielo bien dispone,
que de Pánfilo la gente
que vino como enemiga
nos acompaña y obliga
que tan gran victoria intente.
Hoy, españoles, es día
de San Hipólito, ¡a ellos!
Que ayuda a vencellos,
y todo el cielo nos guía.
Mañana víspera es
de la Asunción. ¡Ea, amigos,
que hoy habéis de ser testigos
de la dicha de Cortés.

Acometan al muro disparando los arcabuces, y los
INDIOS tirando flechas, traigan escalas y rodelas suban,
dénles en ellas los INDIOS muchos alcanciazos, vayan
subiendo, y andando hasta entrar dentro y salga un carro en que
venga la RELIGIÓN cristiana triunfando, y traiga a sus
pies a la IDOLATRÍA, y por la puerta de la ciudad venga
CORTÉS con su gente en orden, después de haber
publicado victoria, y llegue al carro de la RELIGIÓN, y
ella le pone un laurel en la cabeza

RELIGIÓN: Este laurel, gran Cortés,
es digno de tu cabeza,
pues tuviste la fiereza
de mi enemiga a los pies;
victoria y tiempo te lleven
a la fama soberana.
CORTÉS: Santa Religión cristiana,
a Dios las gracias se [deben].
RELIGIÓN: Yo seré tu coronista,
sube en el carro a mi lado.
CORTÉS: Aquí se acaba, Senado
de México la conquista.

FIN

Фернандо де Сарате. Завоевание Мексики.
Fernando de Zаrate. LA CONQUISTA DE MÉXICO

KUPRIENKO