Чарльз Буковски. Рассказы. Charles Bukowski. Cuentes. Relatos

Чарльз Буковски. Рассказы.
Charles Bukowski. Cuentes. Relatos

Чарьз Буковски. Рассказы.
Charles Bukowskiю Cuentes. Relatos

La chica más guapa de la ciudad
Charles Bukowski

Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espíritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no había término medio. Algunos decía que estaba loca. Lo decían los tontos. Los tontos no podían entender a Cass. A los hombres les parecía simplemente una maquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadía de algún modo, los eludía.
Sus hermanas la acusaban de desperdiciar su belleza, de no utilizar lo bastante su inteligencia, pero Cass poseía inteligencia y espíritu; pintaba, bailaba, cantaba, hacía objetos de arcilla, y cuando la gente estaba herida, en el espíritu o en la carne, a Cass le daba una pena tremenda. Su mente era distinta y nada más; sencillamente, no era práctica. Sus hermanas la envidiaban porque atraía a sus hombres, y andaban rabiosísimas porque creían que no las sacaba todo el partido posible. Tenía la costumbre de ser buena y amable con los feos; los hombres considerados guapos le repugnaban: “No tienen agallas -decía ella-. No tienen nervio. Confían siempre en sus orejitas perfectas y en sus narices torneadas… todo fachada y nada dentro…” Tenía un carácter rayando la locura; Un carácter que algunos calificaban de locura.
Su padre había muerto del alcohol y su madre se había largado dejando solas a las chicas. Las chicas se fueron con una pariente que las metió en un colegio de monjas. El colegio había sido un lugar triste, más para Cass que para sus hermanas. Las chicas envidaban a Cass y Cass se peleó con casi todas. Tenía señales de cuchilladas por todo el brazo izquierdo, de defenderse en dos peleas. Tenía también una cicatriz imborrable que le cruzaba la mejilla izquierda; pero la cicatriz, en vez de disminuir su belleza, parecía por el contrarío, realzarla.
Yo la conocí en el bar West End unas noches después de que la soltaran del convento. Al ser la más joven, fue la última hermana que soltaron. Sencillamente entró y se sentó a mi lado. Yo quizá sea el hombre más feo de la ciudad, y puede que esto tuviera algo que ver con el asunto.
– ¿Tomas algo?
– Claro, ¿Por qué no?
No creo que hubiese nada especial en nuestra conversación esa noche, era sólo el sentimiento que Cass transmitía. Me había elegido y no había más. Ninguna presión, Le gustó la bebida y bebió mucho. No parecía tener edad, pero de todos modos le sirvieron. Quizás hubiese falsificado el carnet de identidad, no sé. En fin, lo cierto es que cada vez que volvía del retrete y se sentaba a mi lado yo sentía cierto orgullo. No sólo era la mujer más bella de la ciudad, sino también una de las más bellas que yo había visto en mi vida. Le eché el brazo a la cintura y la besé una vez.
– ¿Crees que soy bonita?- preguntó.
– Sé, desde luego. Pero hay algo más… algo más que tu apariencia…
– La gente anda siempre acusándome de ser bonita. ¿Crees de veras que soy bonita?
– Bonita no es la palabra, no te hace justicia.
Buscó en su bolso. Creía que buscaba el pañuelo. Sacó un alfiler de sombrero muy largo. Antes de que pudiese impedírselo, se había atravesado la nariz con él, de lado a lado, justo sobre las ventanillas. Sentía repugnancia y horror.
Ella me miró y se echó a reír.
– ¿Crees ahora que soy bonita? ¿Qué piensas ahora, eh?
Saqué el alfiler y puse mi pañuelo sobre la herida. Algunas personas, incluido el encargado, habían observado la escena. El encargado se acercó.
-Mira -dijo a Cass-, si vuelves a hacer eso te echo. Aquí no necesitamos tus exhibiciones.
– ¡Vete a la mierda, amigo! -dijo ella.
– Será mejor que la controles -me dijo el encargado.
– No te preocupes -dije yo.
– Es mi nariz -dijo Cass-, puedo hacer lo que querrá con ella
– No -dije-, a mí me duele.
– ¿Quieres decir que te duele a ti cuando me clavo un alfiler en la nariz?
– Sí, me duele, de veras.
– De acuerdo, no lo volveré a hacer. Animo
Me besó, pero como riéndose un poco en medio del beso y sin soltar el pañuelo de la nariz. Cuando cerraron nos fuimos a donde yo vivía. Tenía un poco de cerveza y nos sentamos a charlar. Fue entonces cuando pude apreciar que era una persona que rebosaba bondad y cariño. Se entregaba sin saberlo. Al mismo tiempo, retrocedía a zonas de descontrol e incoherencia. Esquizoide. Una esquizo hermosa y espiritual. Quizás algún hombre, algo acabase destruyéndola para siempre. Esperaba no ser yo.
Nos fuimos a la cama y cuando apagué las luces me preguntó:
– ¿Cuándo quieres hacerlo, ahora o por la mañana?
– Por la mañana -dije, y me di la vuelta.
Por la mañana me levanté, hice un par cafés y le llevé uno a la cama.
Se echó a reír.
– Eres el primer hombre que conozco que ha querido hacerlo por la noche.
– No hay problema -dije-. En realidad no tenemos por que hacerlo.
– No, espera, ahora quiero yo. Déjame que me refresque un poco.
Se fue al baño. Salió enseguida, realmente maravillosa, largo pelo negro resplandeciente, ojos y labios resplandeciente, toda resplandor… Se desperezó sosegadamente, buena cosa. Se metió en la cama.
– Ven, amor.
Fui.
Besaba con abandono, pero sin prisa. Dejé que mis manos recorriesen su cuerpo. Acariciasen su pelo. La monté. Su carne era cálida y prieta. Empecé a moverme despacio y queriendo que durara. Ella me miraba a los ojos.
– ¿Cómo te llamas? -pregunté.
– ¿Qué diablos importa? -preguntó ella.
Solté una carcajada y seguí. Después se vistió y la llevé en coche al bar, pero era difícil olvidarla. Yo no trabajaba y dormí hasta las dos y luego me levanté y leí el periódico. Cuando estaba en la bañera, entro ella con una hoja: una oreja de elefante.
– Sabía que estabas en la bañera -dijo-, así que te traje algo para tapar esa cosa, hijo de la naturaleza.
Y me echó encima, en la bañera, la hoja de elefante.
– ¿Cómo sabías que estaba en la bañera?
– Lo sabía.
Cass llegaba casi todos los días cuando yo estaba en la bañera. No era siempre la misma hora, pero raras veces fallaba, y traía la hoja de elefante. Y luego hacíamos el amor.
Telefoneo una o dos noches y tuve que sacarla de la cárcel por borrachera y pelea pagando la fianza.
– Esos hijos de puta – decía-, sólo porque te pagan unas copas creen que pueden echarte mano a las bragas.
– La culpa la tienes tú por aceptar la copa
– Yo creía que se interesaba por mí, no sólo por mi cuerpo.
– A mí me interesas tú y tu cuerpo. Pero dudo que la mayoría de los hombres puedan ver más allá de tu cuerpo.
Dejé la ciudad y estuve fuera seis meses, anduve vagabundeando; volví. No había olvidado a Cass ni un momento, pero habíamos tenido algún tipo de discusión y además yo tenía ganas de ponerme en marcha, y cuando volví pensé que se habría ido; pero no llevaba sentado treinta minutos en el West End cuando ella llegó y se sentó a mi lado.
– Vaya, cabrón, has vuelto.
Pedí un trago para ella. Luego la miré. Llevaba un vestido de cuello alto. Nuca la había visto así. Y debajo de cada ojo, clavado, llevaba un alfiler de cabeza de cristal. Sólo se podían ver las cabezas de los alfileres, pero los alfileres estaban clavados.
– Maldita sea, aún sigues intentando destruir tu belleza….
– No, no seas tonto, es la moda.
– Estas chiflada.
– Te he echado de menos -dijo
– ¿Hay otro?
– No, no hay ninguno. Solo tú. Pero ahora hago la vida. Cobro diez billetes. Pero para ti es gratis.
– Sácate esos alfileres.
– No, es la moda.
– Me hace muy desgraciado.
– ¿Estás seguro?
– Sí, mierda, estoy seguro.
Se sacó lentamente los alfileres y los guardo en el bolso.
– Porque la gente cree que es todo lo que tengo. La belleza no es nada. La belleza no permanece. No sabes la suerte que tienes siendo feo, porque si le agradas a alguien sabes que es por otra cosa.
– Vale -dije-, tengo mucha suerte.
– No quiero decir que seas feo. Sólo que la gente cree que lo eres. Tienes una cara fascinante.
– Gracias.
Tomamos otra copa.
– ¿Qué andas haciendo? -preguntó.
– Nada. No soy capaz de apegarme a nada. Nada me interesa.
– A mí tampoco. Si fueses mujer podrías ser puta.
– No creo que quisiera establecer un contacto tan íntimo con tantos extraños. Debe ser un fastidio.
– Tienes razón, es fastidioso, todo es fastidioso
Salimos juntos, por la calle, la gente aún miraba a Cass. Aún era una mujer hermosa, quizá más que nunca.
Fuimos a casa y abrir una botella de vino y hablamos. A Cass y a mí, siempre nos era fácil hablar. Ella hablaba un rato yo escuchaba y luego hablaba yo. Nuestra conversación fluía fácil sin tensión. Era como si descubriésemos secretos juntos. Cuando descubríamos uno bueno, Cass se reía con aquella risa.. de aquella manera que sólo ella podía reírse. Era como el gozo del fuego. Y durante la charla nos besábamos y nos arrimábamos. Nos pusimos muy calientes y decidimos irnos a la cama. Fue entonces cuando Cass se quito aquel vestido del cuello alto y lo vi… Vi la mellada y horrible cicatriz que le cruzaba el cuello. Era grande y ancha.
– Maldita sea, condenada, ¿Qué has hecho? -dije desde la cama
– Lo intenté con una botella rota una noche. ¿Ya no te gusto? ¿Soy bonita aún?
La arrastré a la cama y la besé. Me empujo y se echo a reír:
– Algunos me pagan los diez y luego, cuando me desvisto no quieren hacerlo. Yo me quedo los diez. Es muy divertido.
– Sí -dije-, no puedo parar de reír… Cass, zorra, te amo… deja de destruirte; eres la mujer con más vida que conozco.
Volvimos a besarnos. Cass lloraba en silencio. Sentí las lágrimas. Sentí aquel pelo largo y negro tendido bajo mí como una bandera de muerte. Disfrutamos e hicimos un amor lento y sombrío y maravilloso.
Por la mañana, Cass estaba levantada haciendo el desayuno. Parecía muy tranquila y feliz. Cantaba. Yo me quedé en la cama gozando su felicidad. Por fin, vino y me zarandeó.
– ¡Arriba, cabrón! ¡Chapúzate con agua fría la cara y la polla y ven a disfrutar del banquete!
Ese día la llevé en coche a la playa. No era un día de fiesta y aún no era verano, todo estaba espléndidamente desierto. Vagabundos playeros en andrajos dormían en la arena. Había otros sentados en bancos de piedra compartiendo una botella solitaria. Las gaviotas revoloteaban, estúpidas pero distraídas. Ancianas de setenta y ochenta, sentadas en los bancos, discutiendo ventas de fincas dejadas por maridos asesinados mucho tiempo atrás por la angustia y la estupidez de la supervivencia. Había paz en el aire y paseamos y estuvimos tumbados por allí y no hablamos muchos. Era agradable simplemente estar juntos. Compré bocadillos, patatas fritas y bebidas y nos sentamos a beber en la arena. Luego abracé a Cass y dormimos así abrazados un rato. Era mejor que hacer el amor. Era como fluir juntos sin tensión. Luego volvimos a casa en mi coche y preparé la cena. Después de cenar, sugerí a Cass en mi coche y preparé la cena. Después de cenar, sugerí a Cass que viviésemos juntos. Se quedó mucho rato mirándome y luego dijo lentamente “NO”. La llevé de nuevo al bar, le pagué una copa y me fui.
Al día siguiente, encontré un trabajo como empaquetador en una fabrica y trabajé todo lo que quedaba de semana. Estaba demasiado cansado para andar mucho por ahí, pero el viernes por la noche me acerqué al West End. Me senté y esperé a Cass. Pasaron horas. Cuando estaba ya bastante borracho, me dio el encargado.
– Siento lo de tu amiga.
– ¿El qué? -pregunté.
– Lo siento. ¿No lo sabías?
– No
– Suicidio, la enterraron ayer
– ¿Enterrada? -pregunté. Parecía como si fuese a aparecer en la puerta de un momento a otro. ¿Cómo podía haber muerto?
– La enterraron las hermanas
– ¿Un suicidio? ¿Cómo fue?
– Se cortó el cuello.
– Ya. Dame otro trago.
Estuve bebiendo allí hasta que cerraron. Cass, la más bella de las cinco hermanas, la chica más guapa de la ciudad. Conseguí conducir hasta casa sin poder dejar de pensar que debería haber insistido en que se quedara conmigo en vez de aceptar aquel “NO”. Todo en ella había indicado que le pasaba algo. Yo sencillamente había sido demasiado insensible, demasiado despreocupado. Me merecía mi muerte y la de ella. Era un perro. No, ¿Por qué acusar a los perros? Me levanté, busqué una botella de vino, bebí lúgubremente. Cass, la chica más guapa de la ciudad muerta a los veinte años.
Fuera, alguien tocaba la bocina de un coche. Unos bocinazos escandalosos, persistentes. Dejé la botella y aullé “¡MALDITO SEAS, CONDENADO HIJO DE PUTA, CALLATE YA!”.
Y seguía avanzando la noche y yo nada podía hacer.

Deje de mirarme las tetas, señor.
por Charles Bukowski.

Big Bart era el tío más salvaje del Oeste. Tenía la pistola más veloz del
Oeste, y se había follado mayor variedad de mujeres que cualquier otro tío en
el Oeste. No era aficionado a bañarse, ni a la mierda de toro, ni a discutir,
ni a ser un segundón. También era guía de una caravana de emigrantes, y no
había otro hombre de su edad que hubiese matado más indios, o follado más
mujeres, o matado más hombres blancos.
Big Bart era un tío grande y él lo sabía y todo el mundo lo sabía. Incluso
sus pedos eran excepcionales, más sonoros que la campana de la cena; y
estaba además muy bien dotado, un gran mango siempre tieso e infernal. Su
deber consistía en llevar las carretas a través de la sabana sanas y salvas,
fornicar con las mujeres, matar a unos cuantos hombres, y entonces volver al
Este a por otra caravana. Tenía una barba negra, unos sucios orificios en la
nariz, y unos radiantes dientes amarillentos.
Acababa de metérsela a la joven esposa de Billy Joe, la estaba sacando los
infiernos a martillazos de polla mientras obligaba a Billy Joe a observarlos.
Obligaba a la chica a hablarle a su marido mientras lo hacían. Le obligaba a
decir:
-¡Ah, Billy Joe, todo este palo, este cuello de pavo me atraviesa
desde el coño hasta la garganta, no puedo respirar, me ahoga! ¡Sálvame, Billy
Joe! ¡No, Billy Joe, no me salves! ¡Aaah!
Luego de que Big Bart se corriera, hizo que Billy Joe le lavara las partes y
entonces salieron todos juntos a disfrutar de una espléndida cena a base de
tocino, judías y galletas.
Al día siguiente se encontraron con una carreta solitaria que atravesaba la
pradera por sus propios medios. Un chico delgaducho, de unos dieciséis años,
con un acné cosa mala, llevaba las riendas. Big Bart se acercó cabalgando.
-¡Eh, chico! -dijo.
El chico no contestó.
-Te estoy hablando, chaval…
-Chúpame el culo -dijo el chico.
-Soy Big Bart.
-Chúpame el culo.
-¿Cómo te llamas, hijo?
-Me llaman «El Niño».
-Mira, Niño, no hay manera de que un hombre atraviese estas praderas
con una sola carreta.
-Yo pienso hacerlo.
-Bueno, son tus pelotas, Niño -dijo Big Bart, y se dispuso a dar la
vuelta a su caballo, cuando se abrieron las cortinas de la carreta y apareció
esa mujercita, con unos pechos increíbles, un culo grande y bonito, y unos
ojos como el cielo después de la lluvia. Dirigió su mirada hacia Big Bart, y
el cuello de pavo se puso duro y chocó contra el torno de la silla de montar.
-Por tu propio bien, Niño, vente con nosotros.
-Que te den por el culo, viejo -dijo el chico-. No hago caso de
avisos de viejos follamadres con los calzoncillos sucios.
-He matado a hombres sólo porque me disgustaba su mirada.
El Niño escupió al suelo. Entonces se incorporó y se rascó los cojones.
-Mira, viejo, me aburres. Ahora desaparece de mi vista o te voy a
convertir en una plasta de queso suizo.
-Niño -dijo la chica asomándose por encima de él, saliéndosele una
teta y poniendo cachondo al sol-. Niño, creo que este hombre tiene razón. No
tenemos posibilidades contra esos cabronazos de indios si vamos solos. No
seas gilipollas. Dile a este hombre que nos uniremos a ellos.
-Nos uniremos -dijo el Niño.
-¿Cómo se llama tu chica? -preguntó Big Bart.
-Rocío de Miel -dijo el Niño.
-Y deje de mirarme las tetas, señor -dijo Rocío de Miel- o le voy a
sacar la mierda a hostias.

Las cosas fueron bien por un tiempo. Hubo una escaramuza con los indios en
Blueball Canyon. 37 indios muertos, uno prisionero. Sin bajas americanas. Big
Bart le puso una argolla en la nariz…
Era obvio que Big Bart se ponía cachondo con Rocío de Miel. No podía apartar
sus ojos de ella. Ese culo, casi todo por culpa de ese culo. Una vez
mirándola se cayó de su caballo y uno de los cocineros indios se puso a reír.
Quedó un sólo cocinero indio.
Un día Big Bart mandó al Niño con una partida de caza a matar algunos búfalos.
Big Bart esperó hasta que desaparecieron de la vista y entonces se fue hacia
la carreta del Niño. Subió por el sillín, apartó la cortina, y entró. Rocío
de Miel estaba tumbada en el centro de la carreta masturbándose.
-Cristo, nena -dijo Big Bart-. ¡No lo malgastes!
-Lárgate de aquí -dijo Rocío de Miel sacando el dedo de su chocho y
apuntando a Big Bart-. ¡Lárgate de aquí echando leches y déjame hacer mis
cosas!
-¡Tu hombre no te cuida lo suficiente, Rocío de Miel!
-Claro que me cuida, gilipollas, sólo que no tengo bastante. Lo único
que ocurre es que después del período me pongo cachonda.
-Escucha, nena…
-¡Que te den por el culo!
-Escucha, nena, contempla…
Entonces sacó el gran martillo. Era púrpura, descapullado, infernal, y
basculaba de un lado a otro como el péndulo de un gran reloj. Gotas de semen
lubricante cayeron al suelo.
Rocío de Miel no pudo apartar sus ojos de tal instrumento. Después de un rato
dijo:
-¡No me vas a meter esa condenada cosa dentro!
-Dilo como si de verdad lo sintieras, Rocío de Miel.
-¡NO VAS A METERME ESA CONDENADA COSA DENTRO!
-¿Pero por qué? ¿Por qué? ¡Mírala!
-¡La estoy mirando!
-¿Pero por qué no la deseas?
-Porque estoy enamorada del Niño.
-¿Amor? -dijo Big Bart riéndose-. ¿Amor? ¡Eso es un cuento para
idiotas! ¡Mira esta condenada estaca! ¡Puede matar de amor a cualquier hora!
-Yo amo al Niño, Big Bart.
-Y también está mi lengua -dijo Big Bart-. ¡La mejor lengua del Oeste!
La sacó e hizo ejercicios gimnásticos con ella.
-Yo amo al Niño -dijo Rocío de Miel.
-Bueno, pues jódete -dijo Big Bart y de un salto se echó encima de
ella. Era un trabajo de perros meter toda esa cosa, y cuando lo consiguió,
Rocío de Miel gritó. Había dado unos siete caderazos entre los muslos de la
chica, cuando se vio arrastrado rudamente hacia atrás.
ERA EL NI¥O, DE VUELTA DE LA PARTIDA DE CAZA.
-Te trajimos tus búfalos, hijoputa. Ahora, si te subes los pantalones
y sales afuera, arreglaremos el resto…
-Soy la pistola más rápida del Oeste -dijo Big Bart.
-Te haré un agujero tan grande, que el ojo de tu culo parecerá sólo
un poro de la piel -dijo el Niño-. Vamos, acabemos de una vez. Estoy
hambriento y quiero cenar. Cazar búfalos abre el apetito…
Los hombres se sentaron alrededor del campo de tiro, observando. Había una
tensa vibración en el aire. Las mujeres se quedaron en las carretas, rezando,
masturbándose y bebiendo ginebra. Big Bart tenía 34 muescas en su pistola, y
una fama infernal. El Niño no tenía ninguna muesca en su arma, pero tenía una
confianza en sí mismo que Big Bart no había visto nunca en sus otros
oponentes. Big Bart parecía el más nervioso de los dos. Se tomó un trago de
whisky, bebiéndose la mitad de la botella, y entonces caminó hacia el Niño.
-Mira, Niño…
-¿Sí, hijoputa…?
-Mira, quiero decir, ¿por qué te cabreas?
-¡Te voy a volar las pelotas, viejo!
-¿Pero por qué?
-¡Estabas jodiendo con mi mujer, viejo!
-Escucha, Niño, ¿es que no lo ves? Las mujeres juegan con un hombre
detrás de otro. Sólo somos víctimas del mismo juego.
-No quiero escuchar tu mierda, papá. ¡Ahora aléjate y prepárate a
desenfundar!
-Niño…
-¡Aléjate y listo para disparar!
Los hombres en el campo de fuego se levantaron. Una ligera brisa vino del
Oeste oliendo a mierda de caballo. Alguien tosió. Las mujeres se agazaparon
en las carretas, bebiendo ginebra, rezando y masturbándose. El crepúsculo
caía.
Big Bart y el Niño estaban separados 30 pasos.
-Desenfunda tú, mierda seca -dijo el Niño-, desenfunda, viejo de
mierda, sucio rijoso.
Despacio, a través de las cortinas de una carreta, apareció una mujer con un
rifle. Era Rocío de Miel. Se puso el rifle al hombro y lo apoyó en un barril.
-Vamos, violador cornudo -dijo el Niño-. ¡DESENFUNDA!
La mano de Big Bart bajó hacia su revolver. Sonó un disparo cortando el
crepúsculo. Rocío de Miel bajó su rifle humeante y volvió a meterse en la
carreta. El Niño estaba muerto en el suelo, con un agujero en la nuca. Big
Bart enfundó su pistola sin usar y caminó hacia la carreta. La luna estaba ya
alta

La máquina de follar.
Por Charles Bukowski

hacía mucho calor aquella noche en el Bar de Tony. ni siquiera pensaba en
follar. sólo en beber cerveza fresca. Tony nos puso un par para mí y para Mike
el Indio, y Mike sacó el dinero. le dejé pagar la primera ronda. Tony lo echó
en la caja registradora, aburrido, y miró alrededor… había otros cinco o
seis mirando sus cervezas. imbéciles. así que Tony se sentó con nosotros.
-¿qué hay de nuevo, Tony? -pregunté.
-es una mierda -dijo Tony.
-no hay nada nuevo.
-mierda -dijo Tony.
-ay, mierda -dijo Mike el Indio.
bebimos las cervezas.
-¿qué piensas tú de la Luna? -pregunté a Tony.
-mierda -dijo Tony.
-sí -dijo Mike el Indio-, el que es un carapijo en la Tierra, es un
carapijo en la Luna, qué mas dá.
-dicen que probablemente no haya vida en Marte -comenté.
-¿y qué coño importa? -preguntó Tony.
-ay, mierda -dije-. dos cervezas más.
Tony las trajo, luego volvió a la caja con su dinero. lo guardó. volvió.
-mierda, vaya calor. me gustaría estar más muerto que los antiguos.
-¿adónde crees tú que van los hombres cuando mueren, Tony?
-¿y qué coño importa?
-¿tú no crees en el Espíritu Humano?
-¡eso son cuentos!
-¿y qué piensas del Che, de Juana de Arco, de Billy el Niño, y de
todos esos?
-cuentos, cuentos.
bebimos las cervezas pensando en esto.
-bueno -dije-, voy a echar una meada.
fui al retrete y allí, como siempre, estaba Petey el Búho.
la saqué y empecé a mear.
-vaya polla más pequeña que tienes -me dijo.
-cuando meo y cuando medito sí. pero soy lo que tú llamas un tipo
elástico. cuando llega el momento, cada milímetro de ahora se convierte en
seis.
-hombre, eso está muy bien, si es que no me engañas. porque ahí veo
por lo menos cinco centímetros.
-es sólo el capullo.
-te doy un dólar si me dejas chupártela.
-no es mucho.
-eso es más que el capullo. seguro que no tienes más que eso.
-vete a la mierda, Petey.
-ya volverás cuando no te quede dinero para cerveza.
volví a mi asiento.
-dos cervezas más -pedí.
Tony hizo la operación habitual. luego volvió.
-vaya calor, voy a volverme loco -dijo.
-el calor te hace comprender precisamente cuál es tu verdadero yo -le
expliqué a Tony.
-¡corta ya! ¿me estás llamando loco?
-la mayoría lo estamos. pero permanece en secreto.
-sí, claro, suponiendo que tengas razón en esa chorrada, dime,
¿cuántos hombres cuerdos hay en la tierra? ¿hay alguno?
-unos cuantos.
-¿cuántos?
-¿de todos los millones que existen?
-sí, sí.
-bueno, yo diría que cinco o seis.
-¿cinco o seis? -dijo Mike el Indio-. ¡hombre no jodas!
-¿cómo sabes que estoy loco? di -dijo Tony-. ¿cómo podemos funcionar
si estamos locos?
-bueno, dado que estamos todos locos, hay sólo unos cuantos para
controlarnos, demasiado pocos, así que nos dejan andar por ahí con nuestras
locuras. de momento, es todo lo que pueden hacer. yo en tiempos creía que los
cuerdos podrían encontrar algún sitio donde vivir en el espacio exterior
mientras nos destruían. pero ahora sé que también los locos controlan el
espacio.
-¿cómo lo sabes?
-porque ya plantaron la bandera norteamericana en la luna.
-¿y si los rusos hubieran plantado una bandera rusa en la luna?
-sería lo mismo -dije.
-¿entonces tú eres imparcial? -preguntó Tony.
-soy imparcial con todos los tipos de locura.
silencio. seguimos bebiendo. Tony también; empezó a servirse whisky con agua.
podía; era el dueño.
-coño, qué calor hace -dijo Tony.
-mierda, sí -dijo Mike el Indio.
entonces Tony empezó a hablar.
-locura -dijo- ¿y si os dijera que ahora mismo está pasando algo de
auténtica locura?
-claro -dije.
-no, no, no… ¡quiero decir AQUI, en mi bar!
-¿sí?
-sí. algo tan loco que a veces me da miedo.
-explícame eso, Tony -dije, siempre dispuesto a escuchar los cuentos
de los otros.
Tony se acercó más.
-conozco a un tío que ha hecho una máquina de follar. no esas
chorradas de las revistas de tías. esas cosas que se ven en los anuncios.
botellas de agua caliente con coños de carne de buey cambiables, todas esas
chorradas. este tipo lo ha conseguido de veras. es un científico alemán, lo
cogimos nosotros, quiero decir nuestro gobierno. antes de que pudieran
agarrarlo los rusos. no lo contéis por ahí.
-claro hombre, no te preocupes…
-von Brashlitz. el gobierno intentó hacerle trabajar en el ESPACIO. no
hubo nada que hacer. es un tipo muy listo, pero no tiene en la cabeza más que
esa MAQUINA DE FOLLAR. al mismo tiempo, se considera una especie de artista, a
veces dice que es Miguel Angel… le dieron una pensión de quinientos dólares
al mes para que pudiera seguir lo bastante vivo para no acabar en un
manicomio. anduvieron vigilándole un tiempo, luego se aburrieron o se
olvidaron de él, pero seguían mandándole los cheques, y de vez en cuando, una
vez al mes o así, iba un agente y hablaba con él diez o veinte minutos,
mandaba un informe diciendo que aún seguía loco y listo. así que él andaba por
ahí de un sitio a otro, con su gran baúl rojo hasta que, por fin, una noche,
llega aquí y empieza a beber. me cuenta que es sólo un viejo cansado, que
necesita un lugar realmente tranquilo para hacer sus experimentos. y le
escondí aquí. aquí vienen muchos locos, ya sabéis.
-sí -dije yo.
-luego, amigos, empezó a beber cada vez más, y acabó contándomelo.
había hecho una mujer mecánica que podía darle a un hombre más gusto que
ninguna mujer real de toda la historia… además sin tampax, ni mierdas, ni
discusiones.
-llevo toda la vida buscando una mujer así -dije yo.
Tony se echó a reír.
-y quién no. yo creía que estaba chiflado, claro, hasta que una noche
después de cerrar subí con él y sacó la MAQUINA DE FOLLAR del baúl rojo.
-¿y?
-fue como ir al cielo antes de morir.
-déjame que imagine el resto -le pedí.
-imagina.
-von Brashlitz y su MAQUINA DE FOLLAR están en este momento arriba, en
esta misma casa.
-eso es -dijo Tony.
-¿cuánto?
-veinte billetes por sesión.
-¿veinte billetes por follarse una máquina?
-ese tipo ha superado a lo que nos creó, fuese lo que fuese. ya lo
verás.
-Petey el Búho me la chupa y me da un dólar.
-Petey el Búho no está mal, pero no es un invento que supere a los
dioses.
le di mis veinte.
-te advierto, Tony, que si se trata de una chifladura del calor,
perderás a tu mejor cliente.
-como dijiste antes, todos estamos locos de todas formas. puedes
subir.
-de acuerdo -dije.
-vale -dijo Mike el Indio-. aquí están mis veinte.
-os advierto que yo sólo me llevo el cincuenta por ciento. el resto es
para von Brashlitz. quinientos de pensión no es mucho con la inflación y los
impuestos, y von B. bebe cerveza como un loco.
-de acuerdo -dije-. ya tienes los cuarenta. ¿dónde está esa inmortal
MAQUINA DE FOLLAR?
Tony levantó una parte del mostrador y dijo:
-pasad por aquí. tenéis que subir por la escalera del fondo. cuando
lleguéis llamáis y decís «nos manda Tony».
-¿en cualquier puerta?
-la puerta 69.
-vale -dije-, ¿qué más?
-listo -dijo Tony-, preparad las pelotas.
encontramos la escalera. subimos.
-Tony es capaz de todo por gastar una broma -dije.
llegamos. allí estaba: puerta 69.
llamé:
-nos manda Tony.
-¡oh, pasen, pasen, caballeros!
allí estaba aquel viejo chiflado con aire de palurdo, vaso de cerveza en la
mano, gafas de cristal doble. como en las viejas películas. tenía visita al
parecer, una tía joven, casi demasiado, parecía frágil y fuerte al mismo
tiempo.
cruzó las piernas, toda resplandeciente: rodillas de nylon, muslos de nylon, y
esa zona pequeña donde terminan las largas medias y empieza justo esa chispa
de carne. era todo culo y tetas, piernas de nylon, risueños ojos de límpido
azul…
-caballeros… mi hija Tanya…
-¿qué?
-sí, ya lo sé, soy tan… viejo… pero igual que existe el mito del
negro que está siempre empalmado, existe el de los sucios viejos alemanes que
no paran de follar. pueden creer lo que quieran. de todos modos, ésta es mi
hija Tanya…
-hola, muchachos -dijo ella sonriendo.
luego todos miramos hacia la puerta en que había ese letrero: SALA DE
ALMACENAJE DE LA MAQUINA DE FOLLAR.
terminó su cerveza.
-bueno… supongo, muchachos, que venís a por el mejor POLVO de todos
los tiempos…
-¡papaíto! -dijo Tanya-. ¿por qué tienes que ser siempre tan grosero?
Tanya recruzó las piernas, más arriba esta vez, y casi me corro.
luego, el profesor terminó otra cerveza, se levantó y se acercó a la puerta
del letrero SALA DE ALMACENAJE DE LA MAQUINA DE FOLLAR. se volvió y nos
sonrió. luego, muy despacio, abrió la puerta. entró y salió rodando aquel
chisme que parecía una cama de hospital con ruedas.
el chisme estaba DESNUDO, una mesa de metal.
el profesor nos plantó aquel maldito traste delante y empezó a tararear una
cancioncilla, probablemente algo alemán.
una masa de metal con aquel agujero en el centro. el profesor tenía una lata
de aceite en la mano, la metió en el agujero y empezó a echar sin parar de
aquel aceite. sin dejar de tararear aquella insensata canción alemana.
y siguió un rato echando aceite hasta que por fin nos miró por encima del
hombro y dijo: «bonita, ¿eh?». luego, volvió a su tarea, a seguir bombeando
aceite allí dentro.
Mike el Indio me miró, intentó reírse, dijo:
-maldita sea… ¡han vuelto a tomarnos el pelo!
-si -dije yo-, estoy como si llevara cinco años sin echar un polvo,
pero tendría que estar loco para meter el pijo en ese montón de chatarra.
von Brashlitz soltó una carcajada. se acercó al armario de bebidas. sacó otro
quinto de cerveza, se sirvió un buen trago y se sentó frente a nosotros.
-cuando empezamos a saber en Alemania que estaba perdida la guerra, y
empezó a estrecharse el cerco, hasta la batalla final de Berlín, comprendimos
que la guerra había tomado un giro nuevo: la auténtica guerra pasó a ser
entonces quién agarraba más científicos alemanes. si Rusia conseguía la
mayoría de los científicos o si los conseguía Norteamérica… los que más
consiguieran serían los primeros en llegar a la Luna, los primeros en llegar a
Marte… los primeros en todo. en fin, el resultado exacto no lo sé…
numéricamente o en términos de energía cerebral científica. sólo sé que los
norteamericanos me cogieron primero, me agarraron, me metieron en un coche, me
dieron un trago, me pusieron una pistola en la sien, hicieron promesas,
hablaron y hablaron. yo lo firmé todo…
-todas esas consideraciones históricas me parecen muy bien -dije yo-.
pero no voy a meter la polla, mi pobrecita polla, en ese cacharro de acero o
de lo que sea. Hitler debía ser realmente un loco para confiar en usted.
¡ojalá le hubieran echado el guante los rusos! ¡yo lo que quiero es que me
devuelvan mis veinte dólares!
von Brashlitz se echó a reír.
-jiii jiii jiii ji… es sólo mi bromita de siempre. jiii jiii jiii
ji!
metió otra vez el cacharro en el cuartito. cerró la puerta.
-¡ay, ji jiii ji! -bebió otro trago de schnaps.
luego se sirvió más. lo liquidó.
-caballeros, ¡yo soy un artista y un inventor! mi MAQUINA DE FOLLAR es
en realidad mi hija, Tanya…
-¿más chistecitos, von? -pregunté.
-¡no es ningún chiste! ¡Tanya! ¡ponte en el regazo de este caballero!
Tanya soltó una carcajada, se levantó, se acercó, y se sentó en mi regazo.
¿Una MAQUINA DE FOLLAR? ¡no podía serlo! su piel era piel, o lo parecía, y su
lengua cuando entró en mi boca al besarnos, no era mecánica… cada movimiento
era distinto, y respondía a los míos.
me lancé inmediatamente, le arranqué la blusa, le metí mano en las bragas,
hacía años que no estaba tan caliente; luego nos enredamos; de algún modo
acabamos de pie… y la entré de pie, tirándole de aquel pelo largo y rubio,
echándole la cabeza hacia atrás, luego bajando, separándole las nalgas y
acariciándole el ojo del culo mientras le atizaba, y se corrió… la sentí
estremecerse, palpitar, y me corrí también.
¡nunca había echado polvo mejor!
Tanya se fue al baño, se limpió y se duchó, y volvió a vestirse para Mike el
Indio. supuse.
-el mayor invento de la especie humana -dijo muy serio von Brashlitz.
tenía toda la razón.
por fin Tanya salió y se sentó en mi regazo.
-¡NO! ¡NO! ¡TANYA! ¡AHORA LE TOCA AL OTRO! ¡CON ESE ACABAS DE FOLLAR!
ella parecía no oír, y era extraño, incluso en una MAQUINA DE FOLLAR, porque
yo nunca había sido muy buen amante, la verdad.
-¿me amas? -preguntó.
-sí.
-te amo, y soy muy feliz. y… teóricamente no estoy viva. ya lo
sabes, ¿verdad?
-te amo, Tanya, eso es lo único que sé.
-¡cago en tal! -chilló el viejo-. ¡esta JODIDA MAQUINA!
se acercó a la caja barnizada en que estaba escrita la palabra TANYA a un
lado. salían unos pequeños cables; había marcadores y agujas que
temblequeaban, y varios indicadores, luces que se apagaban y se encendían,
chismes que tictaqueaban… von B. era el macarra más loco que había visto en
mi vida. empezó a hurgar en los marcadores, luego miró a Tanya:
-¡25 AÑOS! ¡toda una vida casi para construirte! ¡tuve que esconderte
incluso de HITLER! y ahora… ¡pretendes convertirte en una simple y vulgar
puta!
-no tengo veinticinco -dijo Tanya-. tengo veinticuatro.
-¿lo ves? ¿lo ves? ¡como una zorra normal y corriente!
volvió a sus marcadores.
-te has puesto un carmín distinto -dije a Tanya.
-¿te gusta?
-¡oh, sí!
se inclinó y me besó.
von B. seguía con sus marcadores. tenía el presentimiento de que ganaría él.
von Brashlitz se volvió a Mike el Indio:
-no se preocupe, confíe en mí, no es más que una pequeña avería. lo
arreglaré en un momento.
-eso espero -dijo Mike el Indio-. se me ha puesto en treinta y cinco
centímetros esperando y he pagado veinte dólares.
-te amo -me dijo Tanya-. no volveré a follar con ningún otro hombre.
si puedo tenerte a ti, no quiero a nadie más.
– te perdonaré Tanya, hagas lo que hagas.
el profe estaba corridísimo. seguía con los cables pero nada lograba.
-¡TANYA! ¡AHORA TE TOCA FOLLAR CON EL OTRO! estoy… cansándome ya…
tengo que echar otro traguito de aguardiente… dormir un poco… Tanya…
-oh -dijo Tanya- ¡este jodido viejo! ¡tú y tus traguitos, y luego te
pasas la noche mordisqueándome las tetas y no puedo dormir! ¡ni siquiera eres
capaz de conseguir un empalme decente! ¡eres asqueroso!
-¿COMO?
-¡DIJE «QUE NI SIQUIERA ERES CAPAZ DE CONSEGUIR UN EMPALME DECENTE»!
-¡esto lo pagarás Tanya! ¡eres creación mía, no yo creación tuya!
seguía hurgando en sus mágicos marcadores. quiero decir, en la máquina. estaba
fuera de sí, pero se veía claramente que la rabia le daba una clarividencia
que le hacía superarse.
-es sólo un momento, caballero -dijo dirigiéndose a Mike-. ¡sólo tengo
que ajustar los cuadros electrónicos! ¡un momento! ¡vale! ¡ya está!
entonces se levantó de un salto. aquel tipo al que habían salvado de los
rusos.
miró a Mike el Indio.
-¡ya está arreglado! ¡la máquina está en orden! ¡a divertirse
caballero!
luego, se acercó a su botella de aguardiente, se sirvió otro pelotazo y se
sentó a observar.
Tanya se levantó de mi regazo y se acercó a Mike el Indio. vi que Tanya y Mike
el Indio se abrazaban.
Tanya le bajó la cremallera. le sacó la polla, ¡menuda polla tenía el tío!
había dicho treinta y cinco centímetros, pero parecían por lo menos cincuenta.
luego Tanya rodeó con las manos la polla de Mike.
él gemía de gozo.
luego la arrancó de cuajo. la tiró a un lado.
vi el chisme rodar por la alfombra como una disparatada salchicha, dejando
tristes regueruelos de sangre. fue a dar contra la pared. allí se quedó como
algo con cabeza pero sin piernas y sin lugar alguno a donde ir… lo cual era
bastante cierto.
luego, allá fueron las BOLAS volando por el aire. una visión saltarina y
pesada. simplemente aterrizaron en el centro de la alfombra y no supieron qué
hacer más que sangrar.
así que sangraron.
von Brashlitz, el héroe de la invasión rusonorteamericana, miró ásperamente lo
que quedaba de Mike el Indio, mi viejo camarada de sople, rojo rojo allá en el
suelo, manando por su centro… von B. se dio el piro, escaleras abajo…
la habitación 69 había hecho de todo salvo aquello.
luego le pregunté a ella:
-Tanya, habrá problemas aquí muy pronto. ¿por qué no dedicamos el
número de la habitación a nuestro amor?
-¡como quieras, amor mío!
lo hicimos, justo a tiempo; y luego entraron aquellos idiotas.
uno de aquellos enterados declaró entonces muerto a Mike el Indio.
y como von B. era una especie de producto del gobierno norteamericano, en
seguida se llenó aquello de gente, varios funcionarios de mierda de diversos
tipos, bomberos, periodistas, la pasma, el inventor, la CIA, el FBI y otras
diversas formas de basura humana.
Tanya vino y se sentó en mi regazo.
-ahora me matarán. procura no entristecerte, por favor.
no contesté.
luego von Brashlitz se puso a chillar, apuntando a Tanya:
-¡SE LO ASEGURO, CABALLEROS, ELLA NO TIENE NINGUN SENTIMIENTO!
¡CONSEGUI QUE HITLER NO LA AGARRASE! ¡se lo aseguro, no es más que una
MAQUINA!
todos se limitaron a quedarse allí mirándole. nadie le creía.
era ni más ni menos la máquina más bella, la mujer por así decirlo, que habían
visto en su vida.
-¡maldita sea! ¡majaderos! toda mujer es una máquina de follar, ¿es
que no se dan cuenta? ¡apuestan al mejor caballo! ¡EL AMOR NO EXISTE! ¡ES UN
ESPEJISMO DE CUENTO DE HADAS COMO LOS REYES MAGOS!
aun así no le creían.
-¡ESTO es sólo una máquina! ¡no tengan ningún MIEDO! ¡MIREN!
von Brashlitz agarró uno de los brazos de Tanya.
lo arrancó de cuajo del cuerpo.
y dentro, dentro del agujero del hombro, se veía claramente, no había más que
cables y tubos, cosas enroscadas y entrelazadas, además de cierta sustancia
secundaria que recordaba vagamente la sangre.
y yo vi a Tanya allí de pie con aquellos alambres enroscados colgándole del
hombro donde antes tenía el brazo. me miró:
-¡por favor, hazlo por mí! recuerda que te pedí que no te pusieras
triste.
vi como se echaban sobre ella, como la destrozaban y la violaban y la
mutilaban.
no pude evitarlo. apoyé la cabeza en las rodillas y me eché a llorar…

Mike el Indio nunca llegó a cobrarse sus veinte dólares.

pasaron unos meses. no volví al bar. hubo juicio, pero el gobierno eximió de
toda culpa a von B. y a su máquina. me trasladé a otra ciudad. lejos. y un día
estaba sentado en la peluquería y cogí una revista pornográfica. había un
anuncio:
«¡Hinche su propia muñequita! veintinueve dólares noventa y cinco.
goma resistente, muy duradera. cadenas y látigos incluidos en el lote.
un bikini, sostén, bragas, dos pelucas, barra de labios y un tarrito
de poción de amor incluidos. von Brashlitz Co.».
envié un pedido. a un apartado de Massachusetts. también él se había
trasladado.
el paquete llegó al cabo de unas tres semanas. fue bastante embarazoso porque
yo no tenía bomba de bicicleta, y me puse muy caliente cuando saqué todo
aquello del paquete. tuve que bajar a la gasolinera de la esquina y utilizar
la bomba de aire.
hinchada tenía mejor pinta. grandes tetas, un culo. inmenso.
-¿qué es eso que tiene ahí, amigo? -me preguntó el de la gasolinera.
-oiga, oiga, yo le he pedido prestado un poco de aire. soy un buen
cliente, ¿no?
-bueno, bueno, puede coger el aire. pero es que no puedo evitar la
curiosidad… ¿qué tiene ahí?
-¡vamos, déjeme en paz! -dije.
-¡DIOS MIO! ¡que TETAS! ¡mire, mire!
-¡ya las veo, imbécil!
le dejé con la lengua fuera, me eché el chisme al hombro y volví a casa. me
metí en el dormitorio.
aún estaba por plantearse la gran cuestión…
abrí las piernas buscando algún tipo de abertura.
von B. no lo había hecho mal del todo.
me eché encima y empecé a besar aquella boca de goma. de cuando en cuando
echaba mano a una de las gigantescas tetas de goma y la chupaba. le había
puesto una peluca amarilla y me había frotado con la poción de amor toda la
polla. no hizo falta mucha poción de amor, con la del tarro habría para un
año.
la besé apasionadamente detrás de las orejas, le metí el dedo en el culo y le
di sin parar. luego la dejé, di un salto, le encadené los brazos a la espalda,
con el candadito y la llave, y le azoté el culo de lo lindo con los látigos.
¡dios mío, voy a volverme loco! pensé.
después de azotarla bien, volví a metérsela. follé y follé. era más bien
aburrido, la verdad. imaginé perros follando con gatas; imaginé dos personas
follando en el aire mientras caían de un rascacielos. imaginé un coño grande
como un pulpo, reptando hacia mí, apestoso, anhelante de orgasmo. recordé
todas las bragas, rodillas, piernas, tetas y coños que había visto. la goma
sudaba; yo sudaba.
-¡te amo, querida! -susurré jadeante en sus oídos de goma.
me fastidia admitirlo, pero me obligué a eyacular en aquella sarnosa masa de
goma. no se parecía en nada a Tanya.
cogí una navaja de afeitar y destrocé el artefacto. lo tiré donde las latas
vacías de cerveza.
¿cuántos hombres compran esos chismes absurdos en Norteamérica?
¿no pasas ante medio centenar de máquinas de joder si das una vuelta por
cualquier calle céntrica de una gran ciudad de Norteamérica? con la única
diferencia de que éstas pretenden ser mujeres.
pobre Mike el Indio, con su polla muerta de cincuenta centímetros.
todos los pobres mikes. todos los que escalan el Espacio. todas las putas de
Vietnam y Washington.
pobre Tanya, con su vientre que había sido el vientre de un cerdo. sus venas
que habían sido las venas de un perro. apenas cagaba o meaba, follar, sólo
follaba (corazón, voz y lengua prestados por otros). por entonces, sólo debían
haber hecho unos diecisiete transplantes de órganos. von B. iba muy por
delante de todos.
pobre Tanya, qué poco había comido la pobre… básicamente queso barato y uvas
pasas. nunca había deseado dinero ni propiedades ni grandes coches nuevos, ni
casas supercaras. jamás había leído el diario de la tarde. no deseaba en
absoluto una televisión en color, ni sombreros nuevos, ni botas de lluvia, ni
charlas de patio con mujeres idiotas; jamás había querido un marido médico, o
corredor de bolsa, o miembro del Congreso o policía.
y el tipo de la gasolinera sigue preguntándome:
-oiga, ¿qué fue de aquello que trajo a hinchar aquel día?
pero ya no me lo preguntará más. voy a echar gasolina en otro sitio. y no
volveré tampoco a la barbería donde vi la revista del anuncio de la muñeca de
goma de von B. voy a intentar olvidarlo todo.
¿no harías tu lo mismo?

Чарьз Буковски. Рассказы.
Charles Bukowskiю Cuentes. Relatos

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