Анонимный автор. Сообщение из Мичоакана. Anónimo. RELACION DE MICHOACAN.

Анонимный автор. Сообщение из Мичоакана.
Anónimo. RELACION DE MICHOACAN.

INDICE

Introducción

Bibliografía

RELACIÓN DE LAS CERIMONIAS

Prólogo

Primera parte

Segunda parte. Síguese la historia. Cómo fueron señores el cazonci y sus antepasados en esta provincia de Mechuacán. De la justicia general que se hacía

Capítulo I

Capítulo II. De cómo empezaron a poblar los antecesores del cazonci

Capítulo III – De cómo mataron en este lugar sus cuñados a ese señor llamado Ticátame

Capítulo IV. Cómo en tiempo destos dos señores postreros tuvo su cu Xarátanga en Uayameo y cómo se dividieron todos por un agüero

Capítulo V. De cómo los dos hermanos señores de los chichimecas hicieron su vivienda cerca de Pátzcuaro, y tomaron una hija de un pescador y se casó uno dellos con ella

Capítulo VI. Cómo los señores de la laguna supieron de la mujer que llevaron los chichimecas, y cómo les dieron sus hijas por mujeres

Capítulo VII. Cómo hallaron el lugar deputado para sus cúes y cómo pelearon con los de Curínguaro, y los desafiaron

Capítulo VIII. Cómo enviaron los de Curínguaro una vieja con engaño a saber si murieron de las heridas los señores de los chichimecas, y cómo los quisieron matar por engaño los de Curínguaro en una celada

Capítulo IX. Cómo los de Curínguaro quisieron matar a los señores de los chichimecas en una celada, e se libraron della y después murieron en otra celada

Capítulo X. Cómo le avisaban y enseñaban los sacerdotes susodichos a Taríacuri (Taríacuri), y cómo puso flechas en los términos de sus enemigos

Capítulo XI. Cómo el señor de la isla, llamado Caricaten, pidió socorro a otro señor llamado Zurunban contra Taríacuri, que le tenía cercado en su isla, y fue enviado un sacerdote llamado Naca a hacer gente de guerra

Capítulo XII. Cómo Quarácuri avisó a Taríacuri y, fue tomado el sacerdote Naca en una celada

Capítulo XIII. Cómo Taríacuri mandó cocer a Naca y le dio a comer a sus enemigos

Capítulo XIV. Cómo Zurumban hizo deshacer las casas a los de Taríacuri, y cómo fueron flechados dos señores primos de Taríacuri y sacrificadas sus hermanas .

Capítulo XV. Cómo se casó Taríacuri con una hija del señor de Curínguaro y fue mala mujer

Capítulo XVI. Cómo venieron los amigos desta mujer y cómo se emborracharon con ella y de la falsedad que levantaron a Taríacuri

Capítulo XVII. Cómo Taríacuri sintió mucho, cómo no le guardaba lealtad su mujer, y cómo se casó con otra por consejo de una su tía

Capítulo XVIII. Cómo se sintió afrentado el suegro primero de Taríacuri porque dejó su hija, y le tomó un cu y fueron sacrificados los enemigos de Taríacuri

Capítulo XIX. Cómo los cuñados de Taríacuri de la mujer primera de Curínguaro le enviaron a pedir plumajes ricos, y oro, plata, y otras cosas, y de la respuesta que dio a los mensajeros

Capítulo XX. Cómo Taríacuri buscaba sus sobrinos Hirípan y Tangáxoan que se habían ido a otra parte, y de la pobreza que tenía su madre con ellos

Capítulo XXI. Cómo Taríacuri envió a llamar su hijo Curátame de Curínguaro y de las diferencias que tuvo con él

Capítulo XXII. Cómo Taríacuri avisó a sus sobrinos y les dijo cómo habían de ser señores y cómo había de ser todo un señorío y un reino por el poco servicio que hacían a los dioses los otros pueblos y por los agüeros que habían tenido

Capítulo XXIII. Cómo los isleños enviaron un principal llamado Zapiuátame a ponerse debajo del mando de Taríacuri y fue preso, y cómo andaban haciendo saltos Hirípan y Tangáxoan con su gente

Capítulo XXIV. Cómo Curátame envió por Hirípan y Tangáxoan que hacían penitencia en una cueva y de la respuesta que dieron

Capítulo XXV. Cómo Taríacuri dio a su sobrinos y hijo una parte de su dios Curicaueri, y cómo los quiso flechar, por unos cúes que hicieron, y de la costumbre que tenían los señores entre sí, antes que muriesen

Capítulo XXVI. Cómo Taríacuri mandó matar su hijo Curátame, a Hirípan y Tangáxoan, porque se emborrachaba: y le mataron después de borracho

Capítulo XXVII. Cómo aparescieron entre sueños el dios Curicaueri a Hirípan, y la diosa Xaratanga a Tangáxoan y les dijeron que habían de ser señores

Capítulo XXVIII. Cómo los del pueblo de Itziparamucu pidieron ayuda a los de Curínguaro y del agüero que tuvieron los de Itziparámucu

Capítulo XXIX. Cómo Taríacuri envió sus sobrinos amonestar y avisar un cuñado suyo, que no se emborrachase, y cómo los rescibió mal, y a la vuelta lo que le aconteció a Hirípan con un árbol en el monte

Capítulo XXX. Cómo Taríacuri mostró a sus sobrinos y hijo la manera que habían de tener en la guerra y cómo les señaló tres señoríos y cómo destruyeron el pueblo a aquel señor llamado Hiuacha

Capítulo XXXI. Cómo Hirípan y Tangáxoan y Hiquíngare conquistaron toda la provincia con los isleños, y cómo la repartieron entre sí y de lo que ordenaron .

Capítulo XXXII. De la plática y razonamiento que hacía el sacerdote mayor a todos los señores y gente de la provincia, acabando esta historia pasada, diciendo la vida que habían tenido sus antepasados

Capítulo XXXIII. De un hijo de Taríacuri llamado Tamapu checa que cativaron y cómo lo mandó matar su padre

Capítulo XXXIV. De cómo fue muerto un señor de Curínguaro por de Taríacuri

Capítulo XXXV. De los señores que hubo después de muertos Hirípan y Tangáxoan y Hiquíngare

Tercera parte

Capítulo I. De la gobernación que tenía y tiene esta gente entre sí

Capítulo II. En los cúes había estos sacerdotes siguientes

Capítulo III.De los oficios de dentro de su casa del cazonci

Capítulo IV. De las entradas que hacían en los pueblos de sus enemigos

Capítulo V. Cómo destruían o combatían los pueblos .

Capítulo VI. Cuando metían alguna población a fuego y sangre

Capítulo VII. De los que murían en la guerra

Capítulo VIII. De la justicia que hacía el cazonci

Capítulo IX. De la muerte de los caciques y cómo se ponían otros

Capítulo X. De la manera que se casaban los señores .

Capítulo XI. Los señores entre sí, se casaban desta manera

Capítulo XII. De la manera que se casaba, la gente baja

Capítulo XIII. Síguese más del casamiento destos infielés en su tiempo

Capítulo XIV. De los que se casaban por amores

Capítulo XV. Del repudio

Capítulo XVI. Cómo muría el cazonci y las cirimonias con que le enterraban

Capítulo XVII. Cómo hacían otro señor y los parlamentos que hacían

Capítulo XVIII. Razonamiento del Papa y sacerdote mayor y del preente que traían al cazonci nuevo

Capítulo XIX. De los agüeros que tuvo esta gente y sueños, antes que viniesen los españoles a esta provincia

Capítulo XX. De la venida de los españoles a esta provincia, según me lo contó don Pedro, que es agora gobernador, y se halló en todo, y como Montezuma, señor de México, invió a pedir socorro al cazonci Zuangua, padre del que murió agora

Capítulo XXI. Cómo echaban sus juicios, quién era la gente que venía y los venados que traían según su manera de decir

Capítulo XXII. Cómo volvieron los nautlatos que habían ido a México y las nuevas que trujeron, y cómo murió luego Zuangua de las viruelas y sarampión

Capítulo XXIII. Cómo alzaron otro rey y vinieron tres españoles a Mechuacán y cómo los recibieron

Capítulo XXIV. Cómo oyeron decir de la venida de los españoles, y cómo mandó hacer gente de guerra el cazonci, y cómo fue tomado don Pedro que la iba a hacer a Taximaroa

Capítulo XXV. Cómo el cazonci con otros señores se querían ahogar en la laguna de miedo de los españoles por persuación de unos prencipales y se lo estorbó don Pedro

Capítulo XXVI. Del tesoro grande que tenía el cazonci, y dónde lo tenía repartido; y cómo llevó don Pedro al marqués docientas cargas de oro y plata, y de cómo mando matar el cazonci unos principales porque le habían querido matar

Capítulo XXVII. De lo que decían los indios luego que vinieron españoles y religiosos y de lo que trataban entre sí

Capítulo XXVIII. Cómo fue el preso el cazonci y del oro y plata que dio a Nuño de Guzmán. Esta relación es de don Pedro Gobernador

Capítulo XXIX. Cómo vino Nuño de Guzmán a conquistar a Xalisco y [tachado] hizo quemar el cazonci .

Relación de Michoacán

RELACION DE LAS CERIMONIAS Y RICTOS Y
POBLACION Y GOBERNACION DE LOS INDIOS
DE LA PROVINCIA DE MECHUACAN, HECHA AL
ILUSTRISIMO SEÑOR DON ANTONIO DE MENDOZA,
VIRREY Y GOBERNADOR DESTA NUEVA ESPAÑA
POR SU MAJESTAD.

PROLOGO

Es un dicho muy común que dice: que naturalmente desean todos saber, y para adquirir esta ciencia se consumen muchos años revolviendo libros, y quemándose las cejas y andando muchas provincias, y deprendiendo muchas lenguas por inquirir y saber, como hicieron muchos gentiles, como lo relata y cuenta más por extenso el bienaventurado Sant Hierónimo en el prólogo de la Biblia. Vínome pues un deseo natural como a los otros, de querer investigar entre estos nuevos cristianos, qué era la vida que tenían en su infidelidad, qué era su creencia, cuáles eran sus costumbres y su gobernación, de dónde vinieron, y muchas veces lo pensé entre mí de preguntallo y inquirillo, y no me hallaba idóneo para ello, ni había medios para venir al fin y intento que yo deseaba; lo uno por la dificultad grande que era, en que esta gente no tenía libros; lo otro de carescer de personas antiguas y que desto tenían noticia; lo otro por el trabajo grande que era y desasosiego que traen estas cosas consigo, porque los religiosos tenemos otro intento, que es plantar la fe de Cristo y pulir y adornar esta gente con nuevas costumbres y tornallos a fundir si posible fuese, para hacellos hombres de razón después de Dios. Ya yo tenía perdida la esperanza deste mi deseo, si no fuera animado por las palabras de V[uestra] S[eñorí]a Il[ultrísi]ma que viniendo la primera vez a visitar esta provincia de Mechuacan, me dijo dos o tres veces, que por qué no sacaba algo de la gobernación desta gente. Después que vi a V[uestra] S[eñorí]a inclinado a lo mismo que yo, concebí en mí, que V[uestra] Il[ustrísima]ma S[eñoría] daría favor a mi deseo, y por hacelle algún servicio, aunque balbuciendo de poner la mano para escrebir algo por relación de los más viejos y antiguos desta provincia, por mostrar a V[uest]ra Señoría, como en dechado, las costumbres desta gente de Mechuacan para que V[uestra] S[eñorí]a las favorezca rigiéndolos por lo bueno que en su tiempo tenían, y apartándoles lo malo que tenían y apenas se verá, en toda esta escriptura, una virtud moral, mas cerimonias y idolatrías y borracheras y muertes y guerras.
Yo no he hallado otra virtud, entre esta gente, si no es la liberalidad; que, en su tiempo, los señores tenían por afrenta ser escasos; y digo, que apenas hay otra virtud entre ellos, porque aun nombre propio para ninguna de las virtudes tienen, donde paresce que no las obraban, porque para decir castidad, se ha de decir por rodeo en su lengua, y así de otras virtudes como es templanza, caridad, justicia, que aunque tengan algunos nombres, no las entienden, como carescía esta gente de libros. Y en muchas cosas acertaran, si se rigieran según el dictamen de la razón; mas como la tienen todos tan afoscada con sus idolatrías y vicios, casi por yerro hacían alguna buena obra. Y permite N[uest]ro Señor que como les provee de religiosos, que dejando en Castilla sus enterramientos y sosiego espiritual, les inspira que pasen a estas partes y se abajen, no solamente a predicalles según su capacidad, mas aun de enseñarles las primeras letras, y no solamente esto, mas aun abajarse a su poquedad de ellos y hacerse a todos todas las cosas, como dice el apóstol San Pablo de sí; ansí les provee cada día quien les muestre las virtudes morales, como proveyó en V[uestra] Il[ustrísi]ma S[eñorí]a para la administración y gobernación y regimiento desde Nuevo Mundo; y esto digo, sin saber de aplacer a los oídos, porque no conviene a religiosos tener tal intento, y lo que es notorio a todos, y la verdad no se ha de encubrir, porque V[uestra] S[eñoría] paresce ser electo de Dios para la gobernación desta tierra, para tener a todos en paz, para mantener a todos en justicia, para oír a chicos y grandes, para desagraviar a los agraviados; y bien está la prueba clara, pues el aposento de V[uestra] S[eñori]a, está patente a chicos y a grandes, y todos se llegan con tanta confianza a la presencia de V[uestra] S[eñorí]a, que quitando sus recreaciones y pasatiempos de señor, da audiencia todo el día hasta la noche, a unos y a otros, que aun hasta los religiosos estamos casi admirados de la constancia de V[uestra] S[eñorí]a y podemos decir de V[uestra] S[eñorí]a, que hace más en sustentar y conservar lo conquistado, que fue en conquistallo de nuevo, porque en lo primero fue trabajo de algunos días, y en esto, trabajo de muchos años: en el primero se alaba la animosidad del corazón, en V[uestra] S[eñori]a se alaba la benignidad para con todos, el gran talento que V[uestra] S[eñorí]a tiene para regir, la prudencia en todas las cosas, la afabilidad para con todos, no perdiendo la autoridad y gravedad que el oficio requiere, el celo para que se plante en esta gente nuestra religión cristiana, por lo cual permite Nuestro Señor que corresponda esta gente con amor y temor y reverencia que todos tienen a V[uestra] S[eñorí]a en esta provincia y en todas las otras desta Nueva España, que aun solas las palabras de V[uestra] S[eñorí]a tienen por mandamientos, viendo cómo V[uestra] S[eñorí]a los trata, y cómo los conserva y tiene a todos en tanta paz y tranquilidad. Lo cual no así tan fácilmente se hacía en su infidelidad, porque por la menor desobediencia que tenían a sus señores, les costaban las vidas y eran sacrificados, y lo que no podían acabar con tanta rigurosidad que les fuesen obedientes, alcanza ahora V[uestra] S[eñorí]a Il[ustrísi]ma con tanta mansedumbre, por lo cual es de dar gracias a Nuestro Señor y admirarnos del gran ánimo de V[uestra] S[eñorí]a, el cual el Espíritu Santo alumbra y reparte sus dones, tan a la clara y palpablemente, que chicos y grandes lo sienten. Pues Il[ustrísi]mo S[eñ]or, esta escritura y relación presentan a V[ues]tra S[eñorí]a los viejos desta cibdad de Mechuacan, y yo también en su nombre, no como autor, sino como intérprete dellos, en la cual V[uestra] S[eñorí[a verá que las sentencias van sacadas al propio de su estilo de hablar, y yo pienso de ser notado mucho en esto, mas como fiel intérprete no he querido mudar de su manera de decir, por no corromper sus sentencias.; y en toda esta interpretación, he guardado esto, sino ha sido algunas sentencias y muy pocas que quedarían faltas y diminutas si no se añadiese algo, y otras sentencias van declaradas, porque las entiendan mejor los lectores, como es esta manera de decir: no cuche he pu hucarixacan, que quiere decir en nuestro romance, al pie de la letra: no tenemos cabezas con nosotros; y no lo toman ellos en el sentido que nosotros, mas entendían en su tiempo, cuando estaban en alguna aflicción, o pensaban ser cautivados de sus enemigos, y que les cortarían las cabezas, y las pondrían en unos varales, juzgábanse que ya las tenían cortadas, y por eso decían, que no tenían cabezas consigo. En la manera del rodar las sentencias hay que notar que no llevan tantos vocables equívocos en tanta abundancia como en nuestra lengua. A esto digo que yo sirvo de intéprete de estos viejos, y haga cuenta que ellos lo cuentan a V[uestra] S[eñorí]a Il[ustrísi]ma y lectores, dando relación de su vida y cerimonias y gobernación y tierra. Il[lustrísi]mo S[eño]r, V[uestra] S[eñorí]a me dijo que escribiese de la esta provincia, yo porque aprovechase a los religiosos que entienden en su conversión, saqué también dónde vinieron sus dioses más principales y las fiestas que les hacían, lo cual puse en la primera parte; en la segunda parte puse cómo poblaron y conquistaron esta provincia los antepasados del Cazonci, y en la tercera la gobernación que tenían entre sí, hasta que vinieron los españoles a esta provincia y hace fin en la muerte del Cazonci (hay dos medias líneas borradas).

V[uest]ra S[señorí]a haga pues enmendar y corregir y favorezca esta escritura, pues se empezó en su nombre y por su mandamiento, porque esta lengua y estilo parezca bien a los letores y no echen al rincón lo que con mucho trabajo se tradujo en la nuestra castellana. Lo que aviso más a los lectores, que usen los interrogantes que llevare esta escriptura y relación, y se hagan a la manera de hablar desta gente, si quieren entender su manera de decir, porque por la mayor parte hablan por interrogante, en lo que hablan por negación.

PRIMERA PARTE

El siguiente día después de la fiesta, llegábanse todas las mujeres del pueblo cerca del fuego que estaba allí, y tostaban maíz y hacían cacalote, y lo comían allí todas emborrachándose, y tomaban aquel maíz tostado y echabanlo en miel, y entraban luego unos que bailaban un baile llamado parácata uaraqua, y bailaban el dicho baile en el patio que estaba cercado de tablas, o en las casas de los papas, y el sacerdote desta diosa bailaba allí ceñido una culebra hechiza con una mariposa hecha de papel.

SICUINDIRO

Cinco días de esta fiesta, se llegaban los sacerdotes de los pueblos susodichos, con sus dioses, y venían a la fiesta, y entraban en las casas de los papas los bailadores llamados cesquárecha, y otros dos sacerdotes llamados hauripitzípecha, y ayunaban hasta el día de la fiesta, y la víspera de la fiesta, señalaban en los pechos los sacerdotes dos esclavos o delincuentes que habían de sacrificar el día de la fiesta, y el día de la fiesta bailaban los dichos bailadores con sus rodelas de plata a las espaldas y lunetas de oro al cuello, y venían dos principales a aquel baile, y éstos representaban las nubes blanca y amarilla, colorada y negra, disfrazándose para representar cada nube destas, habiendo de representar la nube negra, vestíanse de negro, y así de las otras, bailaban éstos allí con los otros, y otros cuatro sacerdotes que representaban otros dioses que estaban con la dicha Cuerauáperi y sacrificaban los dichos esclavos, y en sacando los corazones, hacían sus cerimonias con ellos, y así calientes como estaban, los llevaban a las fuentes calientes del pueblo de Araró desde el pueblo de Zinapéquaro, y echábanlos en una fuente caliente pequeña, y atapábanlos con tablas, y echaban sangre en todas las otras fuentes que están en el dicho pueblo, que eran dedicadas a otros dioses que estaban allí; y aquellas fuentes echan baho de sí, y decían que de allí salían las nubes p[ar]a llover, y que las tenía en cargo esta dicha diosa Cuerauáperi, y que ella las enviaba de Oriente, donde estaba, y por este respeto echaban aquella sangre en las dichas fuentes. Después de hecho el sacrificio; salían aquellos dos, llamados hauripitzípecha, que quiere decir quitadores de cabellos, y andaban tras la gente, hombres y mujeres, y cortábanles los cabellos con unas navajas de la tierra, y éstos andaban todos embixados de colorado, y unas mantas delgadas en las cabezas, y tomaban de aquellos cabellos que habían quitado, y metíanlos en la sangre de los que habían sacrificado y echábanlos en el fuego, y después el siguiente día bailaban vestidos [con] los pellejos de los esclavos sacrificados, y emborrachábanse cinco días, y por el mes de charapu tzpai, llevaban ofrendas por los dichos sacrificados, y en otra fiesta, llamada Caheri uapánsquaro bailaban con unas cañas de maíz a las espaldas. Iba esta diosa [en] dos fiestas con sus sacerdotes a la ciudad de Mechuacán, por la fiesta de Cuingo y Curíndaro y allí le daban dos esclavos en ofrenda, para su sacrificio.

Asimesmo esta diosa Cuerauáperi se revestía en alguno de improviso y caíase amortecido, y después íbase él mismo a que le sacrificasen, y dábanle a beber mucha sangre, y bebíala, y entraba en hombres y mujeres y éstos que así tomaba de dos o tres pueblos, de tarde en tarde, se los sacrificaban diciendo que ella misma los había escogido para su sacrificio. Era tenida en mucho en toda esta provincia, y nombrada en todas sus fábulas y oraciones, y decían que era madre de todos los dioses de la tierra y que ella los envió a morar a las tierras, dándoles mieses y semillas que trujesen, como se ha contado en sus fábulas. Tenía sus cúes en el pueblo de Araró y otros pueblos, y su ídolo principal en un cu, que está en el pueblo de Zinapéquaro, encima de un cerro, donde parece hoy en día derribado, y decía la gente que esta diosa enviaba las hambres a la tierra.

SEGUNDA PARTE

Síguese la historia. Cómo fueron señores el cazonci y sus antepasados
en esta provincia de Mechuacán. De la justicia general que se hacía

I

Había una fiesta llamada Equata cónsquaro que quiere decir de las flechas. Luego el siguiente día después de la fiesta, hacíase justicia de los malhechores que habían sido rebeldes o desobedientes y echábanlos a todos presos en una cárcel grande, y había un carcelero diputado para guardallos, y eran éstos los que cuatro veces habían dejado de traer leña para los fogones. Cuando el cazonci enviaba mandamiento general por toda la provincia que trujesen leña, [a] quien la dejaba de traer le echaban preso.
Y eran éstos los espías de la guerra; los que no habían ido a la guerra o se volvían della sin licencia; los malhechores, los médicos que habían muerto alguno; las malas mujeres; los hechiceros; los que se iban de sus pueblos y andaban vagamundos; los que habían dejado perder las sementeras del cazonci por no desherballas, que eran para las guerras; los que quebraban los maguéis; y a los pacientes en el vicio contra natura. A todos estos echaban presos en aquella cárcel, que fuesen vecinos de la cibdad y de todos los otros pueblos y a otros esclavos desobedientes, que no querían servir a sus amos, y a los esclavos que dejaban de sacrificar en sus fiestas. A todos estos susodichos llamaban úazcata y si cuatro veces habían hecho delitos, los sacrificaban. Y cada día hacían justicia de los malhechores, mas una hacían general, este dicho día, veinte días antes de la fiesta, hoy uno, mañana otro, hasta que se cumplían los veinte días [borrado] Y el marido que tomaba a su mujer con otro, les hendía las orejas a entrambos, a ella y al adúltero, en señal que los había tomado en adulterio. Y les quitaba las mantas y se venían a quejar, y las mostraba al que tenía cargo de hacer justicia, y era creído, con aquella señal que traía. Si era hechicero traían la cuenta de los que había hechizado y muerto, y si alguno había muerto, su pariente del muerto, cortábale un dedo de la mano y traíale revuelto en algodón y veníase a quejar. Si había arrancado el maíz verde uno a otro, traía de aquellas cañas para ser creídos y los ladrones que dicen los médicos que habían visto los hurtos en un[a] escudilla de agua o en un espejo: de todos éstos, se hacía justicia, la cual hacía el sacerdote mayor por mandado del cazonci. Pues venido el día desta justicia general, venía aquel sacerdote mayor llamado Petámuti, y componíase. Vestíase una camiseta llamada ucata tararénguequa negra, y poníase al cuello unas tenazillas de oro y una guirnalda de hilo en la cabeza, y un plumaje en un tranzado que tenía como mujer, y una calabaza a las espaldas, engastonada en turquesas, y un bordón o lanza al hombro, y iba gobernador del cazonci, y asentábase en su silleta, que ellos usan, y venían allí todos los que tenían oficios del cazonci, y todos sus mayordomos que tenían puestos sobre las sementeras de maíz y frísoles y axi y otras semillas, y el capitán general de la guerra, que lo era algunas veces aquel su gobernador, llamado Angatácuri, y todos los caciques, y todos los que se habían querellado, y traían al patio todos los delincuentes, unos atadas las manos atrás, otros unas cañas al pescuezo. Y estaba en el patio muy gran número de gente, y traían allí una porra, y estaba allí el carcelero, y como se asentase en su silla, aquel sacerdote mayor llamado Petámuti, oye las causas de aquellos delincuentes, desde por la mañana, hasta medio día, y consideraba si era mentira lo que se decía de aquellos que estaban allí presos, y si dos o tres veces hallaba que habían caído en aquellos pecados susodichos, perdonábalos, y dábalos a sus parientes; y si eran cuatro veces, condenábalos a muerte. Y desta manera estaba oyendo causas todos aquellos veinte días, hasta el día que había de hacer justicia él y otro sacerdote que estaba en otra parte. Si era alguna cosa grande, remetíanlo al cazonci, y hacíanselo saber. Y como se llegase el día de la fiesta, y estuviesen todos aquellos malhechores en el patio con todos los caciques de la provincia, y principales, y mucho gran número de gente, levantábase en pie aquel sacerdote mayor, y tomaba su bordón o lanza, y contábales allí toda la historia de sus antepasados: cómo vinieron a esta provincia y las guerras que tuvieron, al servicio de sus dioses; y duraba hasta la noche [borrado] que no comían, ni bebían él, ni ninguno de los que estaban en el patio. Y porque no engendre hastío la repartiré en sus capítulos, e iré declarando algunas sentencias, lo más al propio de su lengua, y que se pueda entender. Esta historia sabía aquel al patio del cazonci ansí compuesto, con mucha gente de la cibdad y de los pueblos de la provincia; y iba con él el sacerdote mayor y enviaba otros sacerdotes menores por la provincia, para que la dijesen por los pueblos, y dábanles mantas los caciques. Después de acabada de recontar, se hacía justicia de todos aquellos malhechores.

II

De cómo empezaron a poblar los antecesores del cazonci

Empenzaba ansí aquel sacerdote mayor: “Vosotros los del linaje de nuestro dios Curicaueri, que habéis venido, los que os llamáis Eneani y Tzacapu hireti, y los rey[e]s llamados Uanacaze, todos los que tenéis este apellido, ya nos habemos juntado aquí en uno, donde nuestro dios Tirípeme Curicaueri se quiere quejar de vosotros, y ha lástima de sí. El empenzó su señorío, donde llegó al monte llamado Uringuaran pexo, monte cerca del pueblo de Tzacaputacanendan. Pues pasándose algunos días como llegó aquel monte, supiéronlo los señores llamados zizambanecha. Estos que aquí nombro, eran señores de un pueblo llamado Naranjan cerca desta cibdad. También es de [borrado] saber, que lo que va aquí contando en todo su razonamiento este papa, todas las guerras y hechos atribuía a su dios Curicaueri que lo hacía, y no va contando más de los señores, y casi las más veces nombra los señores, qué decían, o hacían, y no nombra la gente, ni los lugares, dónde hacían su asiento y vivienda y lo que se colige desta historia es que los antecesores del cazonci vinieron, a la postre, a conquistar esta tierra y fueron señores della. Extendieron su señorío, y conquistaron esta provincia, que estaba primero poblada de gente mexicana, naguatatos y de su misma lengua, que parece que otros señores vinieron primero y había en cada pueblo su cacique con su gente y sus dioses por sí. Y como la conquistaron, hicieron un reino de todo, desde el bisagüelo del cazonci pasado, que fue señor en Mechuacán, como se dirá en otra parte.

Dice pues la historia: Sabiendo pues el señor de aquel pueblo de Naranjan, llamado Ziranzirancamaro que era venido [a] aquel monte susodicho Hireti ticátame y que había traído allí a Curicaueri su dios en Uringuaran pexo, dijeron a este señor de Naranja: “Hiretiticátame trae leña para los fogones de Curicaueri”. Todo el día y la noche ponen encienso en los braseros o piras los sacerdotes y hacen la cirimonia de la guerra y van a los dioses de los montes.

Dijo a los suyos: .”Mirad que muy altamente ha sido engendrado Curicaueri y con gran poder ha de conquistar la tierra. Aquí tenemos una hermana; llevádsela y ésta no la damos a Hireti ticátame, mas a Curicaueri y a él le decimos lo que dijéramos a Hireti ticátame, y hará mantas para Curicaueri y mantas para abrigalle y mazamorras y comida para que ofrezcan a Curicaueri y Hireti ticátame, que trairá leña del monte para los fogones: tomarále el cincho y el petate que se pone a las espaldas y la hacha con que corta la leña, porque de contino anda con los dioses de los montes, llamados Angamucuracha, para hacer flechas para andar a caza. Y tomarále el arco cuando venga de caza, y después que hobiere hecho mantas y ofrenda a Curicaueri, hará mantas y de comer para su marido Ticátame, para que se ponga a dormir al lado de Curicaueri, y le aparte el frío y le haga de comer, después de hechas las ofrendas, porque tenga fuerza para llegarse a los dioses de los montes llamados Angamu curacha Esto diréis al señor Hireti ticátame porque ha de conquistar la tierra Curicaueri. Y como fueron los mensajeros, llevaron aquella señora a Ticátame, y díjoles: “¿A qué venís, hermanos?” Dijéronle ellos: “Tus hermanos llamados Zizambanecha nos envían a ti, y te traemos esta señora que es su hermana””. Y contáronle todo lo que decíen, y respondió él: Esto que dicen mis hermanos, todo es muy bien: seáis bien venidos.” Y pusieron allí la señora y díjoles: “Muy liberalmente lo dicen mis hermanos: he aquí esta señora que habéis traído, y esto que me habéis venido a decir, no lo decís a mí, mas a Curicaueri, que está aquí, al cual habéis dicho todo esto, que a él ha de hacer mantas y ofrendas, y después me las hará a mí, para que le ataje el frío puesto a su lado y de comer, para que tenga fuerza para ir a los dioses de los montes llamados Angamu curacha, como decís. Asentaos y daros han de comer”. Y como les diesen de comer, metieron la señora, y después de haber comido, pidieron licencia los mensajeros y dijeron: “Señor, ya habemos comido: danos licencia que nos queremos tornar.” Respondió Ticátame: “Esperaos, sacarános algunas mantas.” Y despidiólos y díjoles a la partida: “Una cosa os quiero decir, que digáis a vuestros señores, y es que ya saben cómo yo con mi gente ando en los montes trayendo leña para los cúes, y hago flechas y ando al campo por dar de comer al sol y a los dioses celestes, y de las cuatro partes del mundo, y a la madre Cuerauáperi, con los venados que flechamos, y yo hago la salva a los dioses con vino, y después bebemos nosotros en su nombre, y acontece algunas veces, que flechamos algunos venados sobre tarde, y seguímoslos y así los dejamos y por ser de noche, ponemos alguna señal por no perder el rastro, y atamos algunas matas. Mirá que no toméis aquellos venados que yo he flechado, porque yo no los tomo para mí, mas para dar de comer a los dioses. Juntaos todos y avisaos unos a otros desto que os digo, y mirad que no me los toméis, ni llevéis, porque sobre esto ternemos rencillas y reñiremos. No lleguéis a ellos, mas en topando algunos destos venados heridos, cobrildos con algunas ramas, y bien que comeréis la carne y haréis la salva a los dioses, mas no llevéis los pellejos, y los en buen hora.” Pasados algunos días que moraba en aquel monte Hiretiticátame, tuvo un hijo en aquella señora, llamado Sicuirancha, y yendo un día a caza Ticátame, flechó un venado en aquel dicho monte de Uringuaran pexo y no le acertando bien, fuése herido y siguióle y como fuese de noche ató unas matas por señal y vínose a su casa y fuése a las casas de los papas, a velar aquella noche, y a la mañana andaba aparejando para tornarse a buscar su venado herido, y como la anduviese buscando por el rastro, no le hallaba, porque se fue a una sementera de Queréquaro a morir, lugar cerca de Tzacapu. Y era por la fiesta de Uapánsquaro a veinte e cinco de Otubre y salieron a coger mazorcas de maíz las mujeres para la fiesta, y dieron sobre él y viéronle que estaba muerto en aquella sementera, y entrando en su casa las que lo vieron, dijeron: “Andad acá; vamos, que está un venado muerto en la sementera”. Y hiciéronlo saber a su cacique, llamado Zizamban y fue toda su casa y asieron el venado y metiéronle en su casa, y como anduviese en el rastro del venado Hireti ticátame por el rastro, y viese unas aves como milanos que andaban en torno de donde había estado el venado, que iba buscando por rastro; y así de improviso llegó a donde había estado el venado, que estaba todo aquel lugar ensangriento, y dijo: “Ay, que me han tomado el venado; aquí cayó; ¿dónde le llevaron?” Y iba mirando por donde llevaron el venado, y llegó de improviso donde le estaban desollando, y no le sabían desollar, que hacían pedazos el pellejo; y llegando a ellos, díjoles: “¿Qué habéis hecho, cuñados? ¿Por qué habéis llegado a mi venado, que ya os avisé dello, que no me tocásedes a los venados que yo flechase, con mi gente? Y no se me diera nada que os comiérades la carne, que no era mucho; empero más lo he por el pellejo, porque le habéis rompido todo, que no es pellejo, ni sirve de pellejo, sino de mantas, porque los corrimos y ablandamos y envolvemos en ellos a nuestro dios Curicaueri.” Respondieron los otros señores “¿Qué decís, señor? Cómo ¿no tenemos nosotros arcos y flechas, y las traemos con nosotros para matar venados? Díjoles Hireti ti cátame: “¿Qué decís? He aquí mis flechas, que yo las conozco”. Y fuése al venado y sacóle una flecha que tenía en el cuerpo, y díjoles: .”Mira esta flecha que yo la hice.” Y los otros enojándose de oír aquello, empujáronle y dieron con él en el suelo, y Ticátame, como quien era águila Uacúsecha, enojóse y sacó una flecha de su aljaba, armó su arco y tirósela a un cuñado suyo de aquéllos, y hirióle en las espaldas, y luego a otro y tornóse a su casa. Y saludóle su mujer y díjole: “Seáis bien venido, señor padre de Sicuirancha.” Y él, así mesmo, la saludó y díjole: “Toma tu hato, y vete a tu casa, a tus hermanos, y no lleves a mi hijo Sicuirancha, que yo le tengo de llevar conmigo, que me quiero mudar a un lugar llamado Zichaxúquaro, y llevaré allí a Curicaueri: Vete a tu casa.” Respondióle su mujer y dijo: “¿Qué decís, señor? ¿Por qué me tengo de ir?” Y díjole Ticátame: “No, sino que te has de ir, porque he flechado a tus hermanos.” Díjole ella: “¿Qué dices? ¿Por qué los flechaste? ¿Qué te hicieron?” Díjole Ticátame: “¿Qué me habían de hacer? No fue más, de que me llegaron a un venado que les había avisado [en blanco] que no me tocasen a los venados que yo flechase. Sube en la trox y entra dentro y saca a Curicaueri, que le quiero llevar.” Díjole su mujer: “Señor, yo no me quiero ir a mis hermanos, mas contigo me tengo de ir. ¿Cómo no se hará hombre mi hijo Sicuirancha y quizá me flechará con los míos?” Y díjole Ticátame “Sí, anda acá, vámonos.” Y sacando el arca donde estaba Curicaueri, lióla y echósela a las espaldas. Y su mujer tomó el hijo a cuestas y así se partieron y abajaron del monte, y llegando a un lugar llamado Queréquaro, díjole su mujer: “Señor, tú llevas a Curicaueri en tu favor e ayuda, ¿pues, qué será de mi? En mi casa está un dios llamado Uazoríquare: ¿no te esperaríes aquí un poco y subiré hacia el monte, y tomaría siquiera alguna manta de mi dios, y la pondría en el arca para tener por dios y guardalla?” Díjole Ticátame: “Sea así como dices: ve que también ese dios que dices es muy liberal y da de comer a los hombres.” Y como fuese la mujer, subió por un recuesto y llegó al lugar donde estaba aquel dios, y no solamente tomó, como ella dijo, una manta, mas tomó el ídolo y envolvióle en la manta y trájole a donde estaba Ticátame, el cual le dijo: “Seas bien venida, madre de Sicuirancha.” Y ella asimesmo le saludó y díjole Ticátame: “¿Traes la manta por que fuiste?” Dijo ella: “Sí, y traigo también al dios Uazoríquare”. Y díjole Ticátame: “Tráigale en buen hora: muy hermoso es; estén aquí juntos él y Curicaueri” Y púsole en el arquilla que iba Caricaueri, y ansí moraron en uno y llegaron al lugar donde iba, llamado Zichaxúquaro, donde hicieron sus casas y un cu que está hoy en día derribado.

III

De cómo mataron en este lugar sus cuñados a este señor llamado Ticátame

Pues como Ticátame llegase a Zichaxúquaro, un lugar poco más de tres leguas de la cibdad de Mechuacán, pasándose algunos días que era ya hombre Sicuirancha hijo de Ticátame, sus cuñados, acordándose de la injuria rescibida, tomaron un collar de oro y unos plumajes verdes, y trujéronles a Oresta, señor de Cumanchen, para que se pusiese su dios llamado Tares upeme, y pidieron ayuda para ir contra Ticátame y juntáronse sus cuñados con los de Cumanchen, y hicieron un escuadrón y en amaneciendo estaban todos en celada, puestos cabe un agua que está junto allí en el pueblo; y pusieron allí una señal de guerra, un madero todo emplumado, para que la viesen los de Ticátame y saliesen a pelear. Y como fuese muy de mañana, fue por un cántaro de agua, la mujer de Ticátame, y sus hermanos que estaban allí saludáronla en su lengua, que eran serranos, dijéronla: “¿Eres tú por ventura la madre de Sicuirancha?” Respondió ella: “Yo soy. ¿Quién sois vosotros que lo preguntáis?” Dijeron ellos: “Nosotros somos tus hermanos; ¿qué es de Ticátame, tu marido?” Respondió ella: “En casa está. ¿Por qué lo decís?” Respondieron ellos: “Bien está; venimos a probarnos con él, porque flechó a nuestros hermanos.” Y la mujer, como oyó aquello, empezó a llorar muy fuertemente y arrojó allí el cántaro y fuése y entróse en su casa llorando. Díjole Ticátame: “¿Quién te ha hecho mal, madre de Sicuirancha? ¿Por qué vienes así llorando?” Respondió ella: “Vienen mis hermanos los que se llaman Zizambanecha y los de Cumanchen.” Díjole Ticátame: “¿A qué vienen?”Respondió ella: “Dicen que a probarse contigo, porque flechaste sus hermanos.” Dijo él: “Bien está: vengan y probarán mis flechas, las que se llaman hurespondi, que tienen los pedernales negros y las que tienen los pedarnales blancos y colorados y marillos. Estas cuatro maneras tengo de flechas, probarán una destas, a ver a qué saben, y yo también probaré sus varas que pelean, a ver a qué saben.” Y viniendo sus cuñados, cercáronle la casa y Ticátame saco unas arcas hacia fuera, y abriólas a priesa, que tenía de todas maneras de flechas en aquellas arcas guardadas, y como quesiesen entrar todos a una por la puerta, ataparon la puerta y Ticátame armaba su arco y tiraba de dos en dos las flechas y enclavaba a uno, y la otra pasaba alante a otro flechó a muchos y mató los que estaban allí tendidos, y siendo ya medio día, acabó las flechas, no tenía con que tirar y traía su arco al hombro y dábales de palos con él, ellos arremetieron todos a una y enclavábanle con aquellas varas y sacáronle de su casa, arrastrando muerto, y pusieron fuego a su casa y quemáronle la casa, quel humo que andaba dentro había cerrado la entrada, y tomaron a Curicaueri, y llévaronselo y fuéronse, y no estaba allí Sicuirancha, que había subido al monte a cazar, y como vino su mujer y vido el fuego, empezó a dar gritos y andaba alrededor de los que estaban allí muertos y vido a su marido questaba en el portal verdinegro de las heridas que le habían dado con las varas, y vino Sicuirancha, su hijo, y dijo: “Ay madre, ¿quién ha hecho esto?” Respondió la madre: “¿Quién había de hacer esto, hijo, sino tu tío y tu abuelo? Ellos son los que lo hicieron.” Y dijo Sicuirancha: “Bien, bien, ¿pues qués de Curicaueri, nuestro dios?, ¿llévanle quizá?” Respondió ella: “Hijo, allá le llevan” Dijo él: “Bien está; quiero ir allá también, y que me maten. ¿A quién tengo que ver aquí?” Y fuese tras dellos. Iba dando voces, y Curicaueri dióles enfermedades a los que le llevaban, correncia y embriaguez y dolor de costado y estropeciamiento, de la manera que suele vengar sus injurias; y como les diese estas enfermedades, cayeron todos en el suelo, y estaban todos embriagados. Y llegó Sicuirancha donde estaba Curicaueri, que estaba en su caja, cabe el pie de un[a] encina, y como vió la caja, dijo: “Aquí estaba Curicaueri, quizá le llevan.” Y abrió el arca y sacóle y dijo: “Aquí está” Y llevaron una soga como sueltas, con que ataban los sativos para el sacrificio, y habían quitado de allí una argolla de oro y una soga, como sueltas que le dieron en el cielo, sus padres, y Ileváronselo y dijo Sicuirancha: “Llévenselo, ¿para qué lo quieren? A quién han de dar de comer con ello? Ellos lo trairán algún día.” Y tornó a su casa a Curicaueri, y vínose con toda su gente a Uayameo, lugar cerca de Santa Fe, la de la cibdad de Mechuacan. Y fue señor allí e hizo un cu Sicuirancha, y hizo las casas de los papas y los fogones y hacía traer leña para los fogones, y entendía en las guerras de Curicaueri, y murió Sicuirancha, y enterráronle al pie del cu. Este Sicuirancha dejó un hijo llamado Pauácume, y fue señor allí, en Uayameo, y Pauácume engendró a Uápeni, y fue señor después de la muerte de su padre Pauácume, y tuvo un hijo llamado Curátame, y fue allí señor, en aquel mismo lugar, y andaba a caza con su gente, en un lugar llamado Pumeo, y en otro llamado Uirícaran y Pechátaro y Hirámuco, y llegaron hasta un monte llamado Pareo, y llegaron a otros lugares cazando, llamados Izti parazicuyo Changeyo Itziparazicuyo y hasta llegar a otro lugar llamado Curinguaro. Todos estos lugares son obra de una legua de la cibdad, o poco más.

Y como se tornasen a juntar todos en el pueblo que tenían sus cúes, llamado Uayameo, dijeron unos a otros: “Toda es muy buena tierra, donde habemos andado cazando: allí habíamos de tener nuestras casas” Y los otros que habían ido por la otra parte del monte, dijeron que era toda muy buena tierra. Y murió Curátame y fue enterrado al pie del cu. Cuatro señores fueron en Uayameo: Sicuirancha y Curátame, y Pauácume y Uápeani.

IV

Cómo en tiempo destos dos señores postreros tuvo su cu Xarátanga
en Uayameo cómo se dividieron todos por un agüero

Muerto este señor pasado, dejó dos hijos que se llamaron de su nombre Uápeani y Pauácume. En este tiempo tenía ya su cu Xarátanga en Mechuacán, y sus sacerdotes y señor llamado Taríaran, iban por leña a Tamataho, lugar cerca de Santa Fe, y sus sacerdotes, llamados Uatarecha, llevaban ofrenda de esta leña, algunas veces a Curicaueri, y había allí un camino y los chichimecas que tenían a Curicaueri, viendo esto, iban a un barrio de Mechuacán, llamado Yauaro, y de camino llevaban esta leña a Xarátanga, en ofrenda a Mechuacán. Y la leña que traían los unos y llevaban los otros, se encontraba en el camino. Y un día el señor que tenía a Xarátanga, con sus sacerdotes, bebiendo una vez mucho vino en una fiesta desta su diosa Xarátanga, empezaron a escoger de las mieses que había traído Xarátanga a la tierra, axí colorado y verde y amarillo, y de todas estas maneras de axí hicieron una guirnalda como la que solía ponerse el sacerdote de Xarátanga. Escogeron así mesmo de los frísoles colorados y negros, y ensartáronlos unos con otros, y pusiéronselos en las muñecas, diciendo que eran las mieses de Xarátanga, que su sacerdote se solía poner. Y sus hermanas llamadas Patzim uaue y Zucur aue, escogeron destas dichas mieses, el maíz colorado y lo pintado, y ensartáronlo y pusiéronselo en las muñecas diciendo, que eran otras cuentas de Xarátanga. También escogeron de otras maneras de maíz, de lo blanco y de lo entreverado, y ensartáronlo y pusiéronselo al cuello, diciendo que eran sartales de Xarátanga. Y desplaciendo esto a la diosa, no se les pegó el vino que todo lo echaron y gomitaron y levantándose y tornando algo en sí, dijeron a sus hermanas: “¿Qué haremos, hermanas, que no se nos pegó el vino? Muy malos nos sentimos; id, si quisiéredes, a pescar algunos pececillos para comer y quitar la embriaguez de nosotros”. Y como no tuviesen red para pescar, tomaron una cesta, y la una andaba con ella a la ribera, y la otra ojeaba el pescado: y las pobres ¿cómo habían de tomar pescado, que se lo había ya escondido Xarátanga, que era tan gran diosa? Y después de haber trabajado mucho en buscar pescado, toparon con una culebra grande, y alzáronla en la mano, en un lugar llamado Uncucepu y lleváronla a su casa con mucho regocijo. Y los sacerdotes llamados Uatarecha de Xarátanga, uno que se llamaba Quahuen y su hermano menor llamado Camexan, y sus hermanas llamadas Patzim uaue y Zucur aue, las saludaron y dijeron: “Seáis bien venidas, hermanas. ¿Traéis siquiera algunos pececillos?” Respondieron ellas: “Señores, no habemos tomado nada, mas no sabemos qués esto que traemos aquí” Respondieron ellos: “También es pescado eso, y es de comer; chamuscadla en el fuego, para quitar el pellejo y hacé unas poleadas, y este pescado cortaldo en pedazos y echaldo en la olla, y ponelda al fuego para quitar la embriaguez” Y haciendo aquella comida a mediodía, asentáronse en su casa a comer aquella culebra cocida con maíz, y ya que era puesto el sol, empezáronse a rascar y arañar el cuerpo, que se querían tornar culebras. Y siendo ya hacia la media noche, tiniendo los pies juntos, que se les habían tornado cola de culebra, empenzaron a verter lágrimas y estando ya verdinegros de color de las culebras, estaban ansí dentro de su casa todos cuatro. Y saliendo de mañana, entraron en la laguna una tras otra y iban derechas hacia Uayameo, cabe Santa Fe, y iban echando espuma hacia arriba, y haciendo olas hacia donde estaban los chichimecas, llamados hiyocan y diéronles voces, y ellas dieron la vuelta, y volvieron hacia un monte de la cibdad, llamado Tariacaherio, y, entráronse allí en la tierra todas cuatro. Y donde entraron se llama Quahuen ynchatzéquaro, del nombre de aquellos que se tornaron culebras, y ansí desaparecieron. Y viendo esto los chichimecas llamados uacúsecha, tuviéronlo por agüero. Un señor llamado Tarépecha chanshori con su gente se fue, y tomó a Hurendequauécara su dios, y hizo su asiento en un lugar llamado Curínguaro achurin. Otro señor llamado Ipinchuani, tomó consigo a su dios Tirípeme xungápeti, y llevólo a un lugar llamado Pechátaro y hizo allí su asiento, y como se sufriese algunos días, el señor Tarepupanguaran, en fin, tomó su dios llamado Tirípeme turupten y llevóle a un lugar llamado Irámuco. Otro señor llamado Mahícuri tomó su dios llamado Tirípeme caheri, y llevóle a un lugar llamado Pareo y quedaron los dos hermanos Uápeani y Pauácume y tomaron a Curicaueri, y llevándole por cabe la laguna, de la parte de Santa Fe, pusiéronle en el peñol que está allí, cabe la laguna, llamado Capacurío y después en otro lugar, llamado Patamu angacaraho. Todos estos dioses que se han contado eran hermanos de Curicauri, y allí se dividieron todos como se ha contado, y quedó solo Curicaueri. Después llevaron a Curicaueri, a otro lugar llamado Uatzeo tzarauacuyo y pusiéronle al lado de aquel monte, y llevándole de allí, trujéronle a otro lugar llamado Xénguaran y en otro llamado Honchéquaro, y allí estuvo algunos días; asimismo tuvieron agüero de lo que había acontecido, y los sacerdotes de Xarátanga llamados Cuyúpuri y Hoatamanáquare, tomaron a su diosa y lleváronla a un lado del monte llamado Tariacaherio, donde entraron las culebras, y de allí la llevaron a Sipixo cabe la laguna y hiciéronle allí sus cúes y un baño y un juego de pelota y estuvo allí algunos años. Y quitándola de allí, Ileváronla a Uricho y de allí a Uiramangaro, y después a Uacapu, donde está agora edificado Santangen y de allí lleváronla a Taríaran a Cuezitan, Harócatin. Y los señores de los chichimecas, como tuvieran allí a Curicaueri iban a caza a un lugar llamado Aranarán nacaraho y a Echuén, que está cerca de Pátzcuaro y a otro lugar llamado Charimangueo, y subían a Uiritzéquaro, y pasaron a Xaramu y Thiuapu y a Tupen, un monte desde do vieron la isla de Xaráquaro en la laguna.

V

De cómo los dos hermanos señores de los chichimecas hícieron su vivienda cerca de Pátzcuaro,
y tomaron una hija de un pescador y se casó uno dellos con ella

Como vieron la dicha isla que se llamaba por otro nombre Uarúcatenhatzícurin, vieron un gran cu y otra isla llamada Pacanda y andando todos mirando, por la bajada del monte, de improviso vieron que andaba uno con una canoa de los de aquella isla primera, que se llaman los moradores de ella hurendetiechan y el que andaba en la canoa, andaba pescando de anzuelo y dijeron: “Una canoa está surta en la laguna, y uno anda pescando, ¿qués lo que toma?” Dijeron los señores: “Vamos a la orilla de la laguna.” Dijeron otros: “Vamos” Y abajaron del monte a un lugar llamado Uarichahopotacuyo, y iban por la ribera de la laguna, y por donde iban, estaba todo cerrado de árboles, que era todo monte espeso. E iban apartando las ramas para poder pasar, que no había camino, y ansí llegaron a la orilla donde andaba el pescador, y hablaron y dijeron: “Isleño, ¿qué andas haciendo por aquí?” Respondió él: Hendi taré?” que quiere decir: “¿qués, señor?” Questa gente de esta laguna era de su mesura lengua, destos chichimecas; mas tenían muchos vocablos corrutos y serranos, por eso repondió aquel pescador de aquella manera, y dijéronle: “¿A qué andas por aquí?” Respondió él: “Señor, ando pescando.” Y dijéronle: “Ven a la orilla”, que estaba apartado de la ribera. Dijo él: “No tengo de ir, señores, que sois chichimecas que me flecharéis.” Dijeron ellos: “¿Qué dices?, ven si quisieres: ¿por qué te habemos de flechar?” Tornó él a decir: “No me mandéis venir, señores” Y ellos tornáronle a decir: “Venir tienes, que habernos de hablar un poco.” Dijo el pescador: “Sí, sí, que me place; ya voy, señores.” Y trujo la canoa a la orilla y tomó puerto. E uno de aquellos señores, llamado Uápeani, era valiente hombre, saltó en la canoa y vio que estaba llena de muchas maneras de pescados y díjole: “Isleño, ¿qué es esto que has puesto aquí?” Respondió el pescador: “Señor, eso se llama pescado.” Y dijo Uápeani: “¿Qué cosa es esto?” Respondió el pescador: “Eso que tomaste se llama acúmaran, y esta manera de pescado urápeti y ése cuerepu, y ése thiron, y ése caroen. Tantas maneras de pescado hay aquí. Todo esto ando buscando por esta laguna. De noche pesco con red y de día con anzuelo” Díjole Uápeani: “Y este pescado, ¿qué sabor tiene?” Respondió el pescador: “Señor, si hobiese aquí fuego, estando asado, me lo preguntaras” Díjole Uápeani: “¿Qué dices, pescador? Busca un poco de leña, que nosotros, los chichimecas, de contino andamos con fuego: saca leña” Y sacando fuego de un estrumento, prendió el fuego, y como hiciesen lumbre a la orilla, subió la llama y humo hacia arriba, y el pescador andaba sudando de asar pescado, y como iba asando, íbales dando, y ellos comieron de aquel pescado y dijeron: “Cierto, buen sabor tiene.” Y como comían toda manera de caza los chichimecas, traía cada uno dellos unas redecillas agolletadas consigo, que traían llenas de conejos y otros llamados cuinique y codornices y palomas y de otras aves de otras maneras. Y sacaron de sus redes un conejo, y metiéronlo en el fuego, y después de asado desolláronle y pusieron allí el conejo asado, y dijéronle al pescador: “Isleño, come desto, a ver qué sabor tiene; que esto andamos nosotros a buscar.” Y como se echase el pescador un bocado en la boca, dijéronle los chichimecas: “Pues isleño, ¿qué sabor tiene eso que comes?” Respondió él: “Señor, ésta es verdadera comida; no es cosa de pan, porque bien que sea buena comida, ésta destos peces, mas hiede y harta luego; mas esta comida vuestra no hiede, mas es comida de verdad.” Dijeron los chichimecas: “Verdad dices: esto andamos nosotros también a buscar. Hacemos un día flechas y otro día vamos a recrear al campo a caza, y no la tomamos para nosotros, mas los venados que tomamos, mas con ellos damos de comer al sol y a los dioses celestes engendradores, y a las cuatro partes del mundo, y después comemos nosotros de los relieves, después de haber hecho a salva a los dioses. Dinos un poco, isleño.” Respondió el pescador: “¿Qué tengo de decir, señores?” “¿Cómo se llama aquel cu que se parece en aquella isla que está en el agua?” Respondió el pescador: “Señores, allí se llama Uarúcaten hatzícurin, y por otro nombre Xaráquaro.” Dijeron ellos: “Bien está. ¿Cómo se llaman los dioses que tienen allí?” Respondió el pescador: “Señores, llámase el principal Acuitze catápeme y su hermana Purupe cuxáreti, y otro Caroen y Nurite, Xareni uarichu uquare y Tangachuran, y otros muchos dioses que nunca acabaré de contaros.” Dijeron ellos: “¿Así se llaman?”. Dijo el pescador: “Sí, señores” Dijo Uápeani: “Estos fueron nuestros agüelos cuando venimos de camino; ya habemos hallado parientes. Pensábamos que no teníamos parientes, mas todos somos de una sangre y nascemos juntos. ¿Cómo se llama el señor?” Respondió el pescador: “Carícaten.” Tornáronle a preguntar: “Y la otra isla, ¿cómo se llama?” Dijo el pescador: “Tirípeti honro y tiene otros dos nombres: Uanguipen hartzícurin y Pacandan”. Dijéronle: “Y los dioses que tienen, ¿cómo se llaman?” Dijo el pescador: “Chupi tirípeme y otro Unazi irecha, y su hermana Camauáperi y otros muchos dioses.” Dijéronle: “El señor ¿cómo se llama?” Dijo el pescador: “Zuangua” Dijeron los chichimecas: “También son nuestros agüelos del camino. ¿Cómo es esto? ¿parientes somos? Nosotros pensábamos que no teníamos parientes: topado habemos parientes. ¿Cómo es esto? somos parientes y de una sangre.” Respondió el pescador: “Sí, señor, vuestros parientes somos.” Dijéronle los chichimecas: “Pues isleño, ¿cómo te llamas?” Respondió el pescador: “Señores, llámome Curiparanchan.”. Dijéronle “Bien está: ¿no tienes alguna hija?” Respondió: “No señores” Dijeron los chichimecas: “¿Qué dices? sí tienes, ¿por qué dices que no?” Respondió él: “Señores, no he engendrado hijos, que soy viejo y mi mujer mañera” Dijéronle los chichimecas: “¿Qué dices, isleño. Hijos tienes, no lo decimos por lo que piensas, que no queremos mujeres para adelante; decimos porque Curicaueri ha de conquistar esta tierra y tú pisaríes por la parte de la tierra, y por la otra parte el agua y nosotros también por una parte pisaremos el agua y por la otra la tierra, y moraremos en uno tú y nosotros.” Y respondió el pescador: “Así es la verdad, señores; Yo tengo una hija que aún es pequeña: no es de ver, porque es fea y pequeña.” Respondieron ellos: “No hace al caso que sea pequeña; ve y tráenosla, y sácala acá fuera y también nosotros nos subiremos al monte y mañana haremos flechas y esotro día nos juntaremos aquí, tú y nosotros, y hablaremos siempre aquí, y no lo sepa ninguno. Tú y tu mujer solos lo decid uno a otro” Y despidiéndose el pescador, se fue y empezó a vogar con su canoa y a entrarse en la laguna, y los chichimecas se subieron al monte; y el siguiente día hicieron todos flechas, y esotro día volviéronse a sus casas, y el pescador, luego muy de mañana, entró en su canoa con su hija y tomó puerto y puso la hija a la ribera, y los chichimecas tardáronse que se estaban escalentando. Ya el sol iba muy alto, y estábase asentado cabe la ribera desconfiando que no habían de venir, y dijo a su hija; “Cómo nos han engañado los chichimecas; esperemos otro poquillo y iremos con nuestra canoa remando” Y los chichimecas desde la abajada de la cuesta del monte, como miraron a la laguna, dijeron: “¿Cómo no viene el pescador? Ya se había de parescer la canoa y venir buen rato en la laguna. Vamos a la ribera.” Y llegaron a la orilla y estaban asentados el pescador e su hija a la orilla, y saludáronle los chichimecas, y dijeron: “Pues isleño” Respondió él: “Muy espantado estaba, y me acuitaba diciendo: “¡Cómo me han engañado los chichimecas!” Dijeron ellos: “Tardémonos cazando. ¿Es ésta tu hija la que dices?” Respondió el pescador: “Sí, señores; esta misma es; mira cuán chequita es.” Respondieron ellos: “No hace al caso: cómo ¿no se criará? ¿Querémosla agora de presto?, para adelante decimos. Ve, y torna a pasar la laguna. Sépalo quien lo supiere de esos señores Uatarecha, y mira que te llamarán cuando lo sabrán y dirante: Ven acá, hermano; tú le has sacado una mujer a los chichimecas. Y dirásles: No señores, yo ¿a qué propósito se la había de llevar? Yo vivo desta manera: de noche pesco con la red asentado en mi canoa a popa y pongo a mi hija en la canoa para que reme, y de día pesco con anzuelo unos pececillos, y póngola allí en la canoa chiquilla que no se paresce, y tomóle gana de orinar y yo fui a un lugar llamado Uaricha hopótaco y allí me dijo: Padre, tengo gana de orinar. Y yo le dije: Ve, hija, y orina. Y como llegase a la orilla, saltó de la canoa y los chichimecas, que estaban por allí en celeda, tomáronla, y asieron della en el camino, y probé de quitársela, y como son chichimecas, empezaron a quererme flechar y yo hóbeles miedo, y dejésela y ellos lleváronsela, y yo ¿cómo había de saber que la tienen por esclava? Ya yo pensé que era muerta y sacrificada y parece que la tienen por esclava [borrado]. Esto solo les dirás. Vete, no respondas más; ni digas que nos la diste” Y fuéronse.

VI

Cómo los señores de la laguna supieron de la mujer que llevaron
los chichimecas, y cómo les dieron sus hijas por mujeres
Pues pasados algunos días, los chichimecas tomaron a Curicaueri y viniéronse a morar a un lugar llamado Tarimicaúndiro, barrio de Pátzquaro, y allí creció la mochacha, y casóse con ella Pauácume, el hermano menor, y hízose preñada la moza de la laguna y parió un hijo y llamáronle Taríacuri, que fue después señor, y como lo supiesen los señores de la laguna, llamaron a Curiparanchan y dijéronle: “Ven acá, hermano: Hannos dicho que sacaste una mujer a los chichimecas.” Y respondió él: “No es así, señores, yo ¿a qué propósito se la había de llevar? Yo ando de noche pescando con red, y ponía a mi hija en la canoa, para que remase, y de día pesco con anzuelo, y la ponía para remar, y llegué a un lugar llamado Uaricha hopotacuyo, y teniendo gana de orinar, me dijo:”Padre, quiero orinar.” Yo le dije: “Ve, hija, y orina.” Y llegué a la orilla, y como saltase fuera anduvo un poco, y paresce ser que estaban allí, en celada, los chichimecas, y salieron della, y probé por quitársela, y como son chichimecas, empezaron a quererme flechar, y yo hube miedo, y tornéme a mi casa y lleváronsela, y yo ya pensaba que era muerta. ¿Cómo había yo de pensar que la tenía cativa? Y paresce que así es la verdad, que la tienen.” Dijeron los señores: “¿Qué dices, hermano? No lo decimos por lo que piensas. Dínoslo, si quisieres; porque cada uno de nosotros tiene una hija, y trairémoslos aqui a las islas, y casaríamoslos con ellas. Y el uno de aquellos señores sería sacrificador, aquí a la orilla en este cu; y el otro sería sacerdote en Quacari xangatien y sacrificaría allí; y así estarían en cada parte, para sacrificar. Pues ve a ellos, que tú tienes costumbre de conversar con ellos, a ver qué dirán”. Y como se partiesen, viniese pescando con una caña Curiparanchan, y como saltasen en tierra, fueron a Tarimichúndiro donde estaban los chichimecas, y dijéronles lo que decían los señores de la laguna, y que fuesen allá. Respondieron ellos: “Sí, así será que iremos.” Y juntáronse todos los chichimecas y llegaron a un lugar llamado Zirimbo a la orilla de la laguna, y no fueron más de los señores en una canoa, y rescibiéronlos muy bien los de la laguna y dijéronles: “Seáis muy bien venidos, señores.” Y después de haber comido, llamaron un barbero y cortáronles los cabellos que tenían largos, e hiciéronles en las molleras unas entradas, y diéronles unas guirnaldas de hilo y unas tenazillas para el cuello de oro, a cada uno las suyas. Y Pauácume era sacrificador y Uápeani estaba en Quacari xangatien algunos días, y supiéronlo los señores de Curínguaro, que eran los señores que se habían apartado dellos por el agüero de las culebras, y se habían venido, obra de legua y media de Pátzcuaro, antes que Uápeani y Pauácume trajesen su gente a Pátzcuaro. Enviaron unos mensajeros a los de la laguna y dijéronles: “Id a nuestros hermanos los isleños, y decidles que por qué han metido en la laguna los chichimecas; qué necesidad tienen ellos; por qué los llevaron, o de qué provecho son, que andan todo el día a cazar por el monte todos ellos, hechos vagamundos, con sus arcos largos en las manos. ¿Cómo no tienen discreción ellos que son isleños? ¿Cómo no han de tener hijos? ¿Cómo ha de ser un cuarto isleño y otro chichimeca? ¿Cómo no tienen discreción para sentir esto? ¿Cómo han de perder sus dioses, que no son pequeños dioses? Y también los chichimecas, ¿por qué no se duelen de Curicaueri? ¿Cómo, es pequeño dios? que ha sido engendrado muy altamente. Id y decidles que los echen fuera de sus casas, que se vayan y pasen la laguna. No lo decimos por otro fin, ni por invidia. No dejen de oir esto que les decimos: [borrado] dos entendimientos pueden tener sus palabras de los de Curínguaro.” Y como viniesen con la embajada al señor de Xaráquaro, llamado Carícaten, no se curó de lo que decían, y después de algunos días, tornaron a enviar otros mensajeros los de Curínguaro y dijeron: “Decidles, que por qué no creen lo que les decimos los de la laguna; cuál la causa por qué no quereis creer; ¿por qué les distes aquesas señoras? ¿Qué necesidad teníades dellos? ¿De qué provecho son, que todo el dia andan por los montes a cazar? Si fuera aquí en Curínguaro, aquí se hacen muy buenos maizales y simillas de bledos, y mucho axí, que se hace por los campos. Aquí pudieran traer pescado que ofresciéramos a nuestro dios Hurendequauécara y, ellos, en su tiempo, llevaran mazorcas de maíz y simillas de bledos y frisoles y axí para ofrecer a su dios Acuitxe catápeme. ¿Qué necesidad tenían dellos para que se las diesen? Id e decidles que los echen de sus casas y les quiten los máxtiles y los bezotes y orejeras y los tranzados y que los echen a empujones y los envíen, que nos crean esto que les decimos.” Y oyendo esta segunda embajada, los isleños creyéronlos y quitáronles los bezotes y orejeras y tranzados y máxtiles, y echáronlos a empujones y echáronlos fuera de la laguna y venían babeando por los bezotes que les habían quitado, y tornáronse a venir todos ellos que moraban ya cerca de la laguna, y fuéronse a su primer asiento, llamado Tarimichúndiro, un barrio de Pátzcuaro, y descansaron allí.

VII

Cómo hallaron el lugar deputado para sus cúes y cómo
pelearon con los de Curínguaro, y los desafiaron

Como tuviesen su asiento en el barrio de Pátzquaro, llamado Tarimichúndiro, hallaron el asiento de sus cúes, llamado Petáizequa que eran unas peñas sobre alto, encima de las cuales edificaron sus cúes, que decían esta gente en sus fábulas, quel dios del infierno les envía aquellos asientos para sus cúes a los dioses más principales. Pues síguense más adelante. Yendo andando, un agua hacia riba, dijeron unos a otros: “Vení acá: aquí es donde dicen nuestros dioses que se llama Tzacapu hamúcutin pátquaro. Veamos qué lugar es. Y yendo siguiendo el agua, no había camino, que estaba todo cerrado con árboles y con encinas muy grandes, y estaba todo escuro y hecho monte, y llegaron a la fuente del patio del señor obispo, que corre más arriba, donde está la campana grande, en un cerrillo que se hace allí, y llamó se aquel lugar Cuiris quataro. Y venieron descendiendo hasta la casa, que tiene ahora don Pedro, gobernador de la cibdad de Michuacán, a un lugar que después se llamó Tarepu uta-hopánsquaro. Andaban mirando las aguas que habían en el dicho lugar, y como las viesen todas, dijeron: “Aquí es, sin duda Pátzquaro: vamos a ver los asientos que habemos hallado de los cúes”. Y fueron aquel lugar, donde ha de ser la iglesia catedral, y hallaron allí los dichos peñascos llamados petátzequa, que quiere decir asiento de cu. Y está allí un alto y subieron allí y llegaron aquel lugar, y estaban allí encima unas piedras alzadas como ídolos, por labrar, y dijeron: “Ciertamente, aquí es: aquí dicen los dioses, que estos son los dioses de los chichimecas, y aquí se llama Pátzquaro donde está este asiento. Mirad que esta piedra es la que se debe llamar Zirita cherengue, y ésta Uacúsecha, que es su hermano mayor, y ésta Tingárata y esta Miequa axeua. Pues mirad que son cuatro estos dioses.” Y fueron a otro lugar, donde hay otros peñascos, y conoscieron que era el lugar que decían sus dioses y dijeron: “Escombremos este lugar.” Y así cortaron las encinas y árboles que estaban por allí, diciendo que habían hallado el lugar que sus dioses les habían señalado. Este susodicho lugar, tuvieron sus antepasados en mucha veneración, y dijeron que aquí fue el asiento de su dios Curicaueri. Y decía el cazonci pasado, que en este lugar, y no en otro ninguno, estaba la puerta del cielo, por donde descendían y subían sus dioses. Y de continuo trujeron aquí sus ofrendas. Aunque se mudó la cabecera a otra parte, aquí había tres cúes y tres fogones, con tres casas de papas, en un patio que hicieron después a mano, de tierra, sacando por algunas partes las paredes de piedra para igualarle y allanarle. Y pasándose algunos días dijeron los de Curínguaro: “No miráis cómo faltó poco que no matamos a los chichimecas y ellos como son chichimecas, por ventura ¿saben olvidar la injuria? No la saben olvidar: Id y llevadles este mensaje y decidles: “Traed ofrenda de leña a los dioses, para contra nosotros y el sacerdote eche los olores en el fuego, y el sacrificador para la oración a los dioses, para contra nosotros, y nosotros también traeremos leña, y el sacerdote y sacrificador, echará los olores, y al tercero día nos juntaremos todos y jugaremos en las espaldas de la tierra, y veremos cómo nos miran de lo alto los dioses celestes, y el sol, y los dioses de las cuatro partes del mundo” Esto diréis a los chichimecas, que esto suelen decir a los señores, que éste es su oficio, y andan por destruir los pueblos, y se alegran, esperando pelea.” Esto que dice arriba, que trujesen leña unos y otros, y los sacerdotes que echasen olores en el fuego, tenían esta costumbre antes que fuesen a la guerra, de hacer estas cerimonias, para que sus dioses los favoreciesen y les ayudasen en las batallas. Y allí nombraban los señores, contra quien los habían de ayudar. Y fueron con el mensaje y dijeron a los señores de los chichimecas: “Tu hermano Chánshori dice que traigas leña para los cués contra ellos, y los sacerdotes que echen los olores y que ellos harán lo mesmo”. Y como lo oyesen los señores de los chichimecas, dijeron que les placía, y que el siguiente día, llevarían sus arcos y flechas, y así se volvieron los mensajeros. Y los chichimecas no tenían muchos atavíos para la guerra. No sé dónde hallaron plumas de águila, y hicieron unos plumajes para las espaldas, y hicieron unas banderas de pluma de gallinas blancas, y al tercero día señalado, fueron todos a un lugar, llamado Ataquaho, y los de Curínguaro vinieron también a aquel lugar, y juntáronse unos con otros a medio día; y empezaron a pelear. Y unos se daban de pedradas; otros con terrones; ya los señores de los chichimecas tiraban flechas porque la gente común eran los que se daban de pedradas y de terronazos. Y teníanlo por mal descalabrarse, y en descalabrándose alguno, alimpiábase con la mano la sangre, porque no cayese [borrado] en el suelo, y ruciábanla con los dedos hacia el cielo, para dar de comer a los dioses. Y fueron heridos y flechados los dos hermanos señores de los chichimecas Pauácume y Uápeani. Y tornáronlos a sus casas a cuestas a Tarimichúndiro y tornáronse los de Curínguaro a su pueblo.

VIII

Cómo enviaron los de Curínguaro una vieja con engaño a saber
si murieron de las heridas los señores de los chichimecas, y cómo
los quisieron matar por engaño los de Curínguaro en una celada

Tenían por mal, cuando estaban heridos o flechados, dormir en sus casas los heridos, por el peligro que era; y estos heridos con los señores, fuéronse a la casa dicha del águila, y hiciéronles unos zarzos de cañas altos del suelo de una parte y de otra dentro de la casa. Y estaban echados los heridos en ellos, y estuvieron tres días en esta dicha casa. Y a la entrada de la puerta tomaron sahumerios con cañutos, y sacaban aquellos sahumerios, a los fogones de una banda y de la otra, que se encontraban unos con otros, los que entraban, y los que salían a echar los sahumerios en los fogones. Y dijeron los de Curínguaro: “¿Quién iría a preguntar cómo están los señores de los chichimecas? que muy mal los tratamos, cuando los flechamos, y como son chichimecas no saben olvidar la injuria. ¿Quién iría a preguntar por ellos, si por ventura morirá”. Y dijeron otros: “¿Ha de faltar quien vaya? Ahí está la mujer de Curu tzapi, que es de Sinchángato; ella dice que son sus sobrinos; ella entrará en sus casas y hablará con ellos. Llamarémosla y ella irá.” Y dijeron a unos suyos: “ld y llamalda.” Y llamáronla y dijéronle: “Ven acá, tía”, y ella dijo: “¿Qué mandáis, señores?” Y diéronle de comer, y dijéronle: .”¿Qué haremos, tía, que tenemos una pena, que flechamos a los chichimecas, y nos juntamos en un llano llamado Ataquaho y allí jugamos sobre las espaldas de la tierra, y flechamos a los dos hermanos. No sabemos si les hirimos en algún lugar peligroso, de que suelen morir. ¿Por ventura, no se morirán? ¿Cómo no iréis a saber qué tales están?” Respondió ella: “Que me place, señores. Cierto, yo iré” Y dijéronle ellos: “Ve y tórnanos con la respuesta.” Y diéronle dos mantas y dijéronle: “Lleva éstas que te cubras y estas dos les llevarás a ellos, y como que son tuyas: mira qué te dirán a la despedida: porque las palabras que les dijeres han de ser tuyas, y no que sientan que son de nosotros.” Y dijo ella: “Señores, yo iré; no tengáis pena ni estéis tristes por esto, que si ellos están buenos, o si son muertos, yo lo sabré; yo los hablaré.” Y partióse y llegó a donde tenían su casa en Sinchángato. En anocheciendo partióse y traía las dos mantas que le habían dado, y era invierno, tiempo de aguas, y la pobre no sé cómo venía, que llegó a la media noche a la casa dicha del águila y estaban en esta casa a la una banda, los isleños, y de la otra banda los chichimecas y estaban en compañía velando, que habían venido a vellos de la laguna. Y la vieja venía atrancando por los herbazales con el rocío, y entró en la casa y iba pasando junto a ellos, sacudiendo el rocío, y no dormía Uápeani y la vieja inclinóse sobre él, por ver si dormía, y dijo Uápeani: “¿Quién anda aquí?” respondió ella: “Señor, yo ando.” Díjole: “¿Quién eres tú?” Y dijo ella: “Señor, yo soy tu tía, mujer de Curu tzapi.”. Y díjole Uápeani:”Pues ¿en qué andas?” Dijo ella: “Ay señor; ahora poco ha que lo supe, quién me lo había de contar por hacerme a mi bien y merced, y como lo empecé a saber que os juntastes en el llano y que fuistes flechados entrambos, tú y tu hermano menor, entonces dije: “Quiero vesitallos: pobres dellos que los flecharon: o si los pobres si son muertos, meteré en la lumbre estas dos mantas, para quemallas en su nombre, o si por ventura están y tienen vista, yo pobre, los cobriré con estas mantas que busqué con mi pobreza, con un poco de maíz. Esto es a lo que vengo, señor, y en lo que ando de todo en todo, vine por preguntar cómo estábades.”. Y díjole Uápeani: “Mira con qué viene ésta; qué es lo que dice.” Y llamó a su hermano, y díjole: “Hermano, ésta es una mala mujer que viene con esto. Esta entra allá en el pueblo de los de Curínguaro, y allí en alguna parte, la sobornaron en Curínguaro, y esto es lo que viene a decir aquí. Vete de ahí; tú que dices esto, que despertarán estos señores.” Dijo la vieja: “Señor, quédense aquí estas mantas, y echaos en ellas.” Dijo Uápeani enojado: “Mira qué dice ¿Para qué se han de quedar? Tórnatelas a llevar tú que dices eso; nosotros ¿dónde las habernos de mostrar, ni parescer con ellas?” Y salióse la vieja de la casa e fuese, y como no dormiesen los isleños, dijeron a los suyos: “Despertad, que estos chichimecas son de dos caras y hablan de dos maneras: Que vinieron de Curínguaro y luego por la mañana nos han de flechar y destruir nuestro pueblo.” Y levantáronse luego todos a una y sacaron los señores fuera de la casa, enojados, y saliéronse de la casa en tropel los isleños y tornaron todos a pasar la laguna, y fuéronse a sus casas.

IX

Cómo los de Curínguaro quisieron matar a los señores de los chichimecas en una celada,
e se libraron della y después murieron en otra celada

Pasándose algunos días, dijeron los de Curínguaro: “Poco faltó que no los matamos, y como son chichimecas no saben olvidar la injuria. Id a los isleños y decidles que les envíen unos mensajeros que les digan como que sale dellos: “Vuestros suegros nos envían a vosotros, que estas vuestras mujeres por amor de vosotros, no quieren comer, y se mueren de hambre. ¿Cómo, riñeron con ellas, ni ellas con ellos? Paresce que se quieren bien y eran buenos casados, y nunca se hicieron mal, aun emborrachándose, ni nunca se mesaron, y ahora danos mucha pena y estamos tristes por ellas. Id a los señores nuestros hermanos. Decidles cómo no venían aquí por ellas, y las llevarían y pasarían la laguna, que no en una sola parte suelen llevar las mujeres a morar lejos, fuera de sus pueblos. Esto les diréis, y nosotros entonces estaremos en celada a la orilla de la laguna. Y vernán los chichimecas: no dejarán de venir porque no son discretos, y ansí los mataremos. Diréisles más a los isleños: que si aquí trujesen su pesquería a Curínguaro, llevarían maíz a sus islas, a la laguna”. Y fueron con este mensaje a los isleños, y respondieron: “Que nos place: ciertamente que iremos”. Y los isleños trajeron un presente de pescado y pasaron la laguna y llegaron donde estaba Uápeani y Pauácume y asentáronse, y estaban haciendo flechas y dijéronles: “Seáis bien venidos isleños ¿qué es a lo que venís?” Respondieron ellos: “Señores, vuestros suegros y padres nos envían y dijéronnos: “Id a nuestros yernos y decidles, que estas nuestras hijas nos dan mucha pena y estamos tristes por ellas, que están todo el día llorando. Pues decir ahora, ¿qué, riñeron alguna vez con ellas? No riñeron, sino que eran buenos casados, ni tampoco bebiendo vino, nunca se asieron de los cabellos; paresce que se trataban bien. ¿Cómo no vendrían por ellas? Que no es de ahora que las mujeres se lleven lejos a morar. Esto es a lo que venimos, señores” Y dijo Uáepani a su hermano: “Hermano, sin duda que habemos de ir”. Dijo Pauácume: “Vamos entram[b]os.” Y compusiéronse, entiznáronse y pusiéronse sus guirnaldas de cuero en la cabeza que usaban, y sus aljabas a las espaldas encima unos jubones de guerra, y pusiéronse unas uñas de venados en las piernas; tomaron sus arcos e flechas en las manos, y como los viesen adrezar para el camino los sacerdotes de los cúes llamados Chupítani, Nuriuan, Tecacua, dijéronles: “Hijos, ¿qué haceis? ¿A dónde queréis ir?” Respondieron ellos: “Vinieron de la laguna e dicen que vamos por las mujeres” Dijeron los sacerdotes: “Qué decir, hijos. Mejor sería que no fuésedes que esas palabras no son de los de la laguna; mas son de los de Curínguaro. Mira que si vais, nos veremos en trabajo. Si queréis ir algún cabo a holgar id a otra parte, y no allí”. Dijeron ellos: “No, mas allá hemos de ir” Dijeron los viejos: “Pues id, hijos, y cada uno de vosotros tome un mancebo gran corredor y vayan delante por el camino, y vosotros id atrás bien lejos, para que no os veáis en peligro en alguna parte”. Y dijeron ellos: “Así serví, ya nos vamos”. Y partiéronse para ir y vinieron por un lugar llamado Tzacapu hacurucu y iban algún tanto delante los corredores, y abajaron a lo bajo de la cuesta, donde se turbaron, porque los de Curínguaro que estaban en celada, se levantaron todos a una. Entonces Uápeni y Pauácume, paráronse y no pasaron más adelante y dijeron: “Así es la verdad, que las palabras eran de los de Curínguaro”. Dijo a su hermano: “Tornémonos”. Y tornáronse a sus casas.

Pasados algunos días, dijeron los de Curínguaro: “Muchas injurias les habemos hecho a los chichimecas. ¿Cómo olvidarse han dellas los señores? Id a nuestros hermanos los isleños, y diréisles que les lleven este mensaje a los chichimecas. Estas nuestras hijas nos dan mucha pena y hacen estar tristes, porque por amor dellos no quieren comer, y se mueren de hambre, y ponense en lo alto del cu llamado Puruaten, y nunca hacen sino llorar, todo el día mirando los humos de las chichimecas, y nunca hacen sino mirar allá, y nunca quieren comer, y no crean que hay en alguna parte peligro como el pasado, cuando nos quisimos flechar, y no supimos cómo venieron los de Curínguaro y se pusieron en celada y nosotros los hallamos allí. Y decidles que no lleguen aquí a la isla, que nosotros les sacaremos fuera las mujeres a un lugar llamado Xanoato hucatzio, y allí se las trairemos y que vengan allí por ellas, y que las lleven si quisieren, porque las mujeres van a morar lejos. Y nosotros les diremos un poco que nos quejaremos a ellos, de los de la isla de Pacandan, que ponemos nuestras redes a la orilla a secar, y nos las rompen, y las canoas nos las hacen pedazos y los remos. Así nos tratan. ¿Quién son ellos para hacer esto, siendo tan pocos en una isla, que una mañana que nos juntásemos, ellos y nosotros, les destruiríamos en el pueblo. Por la pena que nos dan; pues yo tengo necesidad de su ayuda, porque son valientes hombre, y decírnoslo por tener confianza en sus arcos y flechas. Esto les irán a decir; ellos vernán, y no dejarán de venir que no son discretos”. Esto es lo que les dijeron a los isleños, y respondieron ellos: “Ciertamente iremos a ellos y se lo diremos.” Y hicieron un presente de pescado para llevar a los señores, y venieron donde estaban, y pusieron delante su presente de pescado y asentáronse e dijéronles Uápeani y Pauácume: “Pues ¿qués lo que queréis, isleños? ¿A qué venís?” Respondieron ellos: “Señor, vuestros suegros nos envían” y relataron toda su embajada. Dijo Uápeani a su hermano: “Hermano, sin duda habemos de ir allá, pues que dicen que nos han de decir un poco. Ellos por destruir los pueblos andan. De verdad que habemos de ir entrambos”Y armáronse y los dichos sacerdotes les dijeron: “Hijos, ¿en que andáis? ¿dónde queréis ir?” Respondieron ellos: “Venieron de la isla de la laguna, y dicen que nos sacarán fuera las mujeres aquí cerca, a un lugar llamado Xanoato hucatzio, las han de traer, y nosotros que vamos allí por ellas” Dijeron los sacerdotes: “Hijos, bien querríamos que no fuéredes, que esas palabras no son de los isleños, mas de los de Curínguaro.” Dijeron ellos: “No agüelos, mas han de decirnos un poco, que dicen que habemos de destruir la isla de Pacandan”. Respondieron ellos: “Bien, sea así en buena hora hijos y toma acá dos mancebos buenos corredores, y vayan delante, e id mirando por el camino a todas partes, porque no os veáis en algún peligro y no pensemos que es un juego, y no nos burlemos, e id mirando por el camino. Y como se partiesen, tomaron los corredores y enviáronlos delante y como estuviesen puestos en celada los de Curínguaro en tres partes, dejaron pasar delante los corredores y espías y Uápeani y Pauácume iban detrás, y pensando que no había celada, pasaron delante hasta la tercera celada y allí flecharon a Uápeani y le mataron. El otro hermano menor era muy ligero, y empezó a correr hacia los suyos, y alcanzáronle a la sobida de un monte que está aquí en Pátzcuaro llamado Tzacapuhacurucu, donde moran los naguatatos, y allí le flecharon juntáronlos a entrambos. Y como lo supiesen los sacerdotes, sus parientes, tomaron un collar de oro, llamado Cazarétaqua, e unos plumajes y fueron con ello donde estaban los de la isla, alrededor de los dos señores flechados, Uápeani e Pauácume, que los estaban mirando y estábanles dando con los remos de punzadas. Y llegaron los viejos y dijéronles: “Pues hijos, ya habéis peleado, según el rencor que teníades y malquerencia. Ya os habéis tomado y despojado”. Respondieron ellos: “Agüelos, nosotros no los matamos, que no habíamos tomado puerto cuando ya estaban muertos, y parece ser que ya estaban aquí los de Curínguaro en celada, y ellos los mataron”. Dijeron los sacerdotes: Hijos ¿por qué decís eso? Basta, que ya os flechastes. Rogamos os que nos los queráis dar. Tomá estos plumajes para que os [los] pongáis [en] las fiestas y este collar de oro, para que os [los] pongáis al cuello”. Respondieron los de la laguna: “¿Y nosotros, a qué propósito, habemos de llevar estos plumajes? Matámoslos por ventura nosotros? No los habemos de tomar. Llevaos vuestros señores. Helos ahí, donde están, que nosotros se los quitamos a los de Curínguaro, que los llevaban a su pueblo.” Dijeron los sacerdotes: “¿Por qué decís esto hijos, de no querer llevar los plumajes? Llevadlos para poneros en las fiestas.” Dijeron los isleños: “Sea como decís: llevémoslos.” Y fuéronse a sus casas. Y los sacerdotes trujeron los señores a Pátzcuaro, a[l] lugar donde se edificaron sus cúes, encima de aquel asiento llamado Petatzequa, y allí los quemaron, y tañen allí las trompetas pusieron las cenizas en unas ollas, y después en las ollas, por de fuera pusiéronles dos máscaras de oro, y collares de turquesa, y ataviáronles muy bien pusiéronles plumajes verdes encima de los bultos, y tocando las trompetas los enterraron.

X

Cómo le avisaban y enseñaban los sacerdotes susodichos a Taríacuri (Taríacuri),
y cómo puso flechas en los términos de sus enemigos

Muertos estos dos señores Uápeani y Pauácume, dejaron tres hijos, el uno llamado Taríacuri, hijo de Pauácame, que hubo en la hija del pescador, y los otros dos Zétaco y Aramen, hijos de Uápeani de otra señora, y eran de más edad que Taríacuri, que cuando murió su padre aún no andaba con fuerza, que era chiquito. Y los dichos sacerdotes, que eran hermanos Chupítani, Nuriuan y Zétaco, no hacían sino amonestalle y avisalle todos tres y diciéndole: “Señor Taríacuri, ya tienes discreción: trai leña para los cúes; da de comer leña a Curicaueri, porque te han hecho huérfano los isleños de la laguna, que te mataron a tu padre. Tú no le llamarás ahora padre si fuera vivo, y madre: matárontele tu tío, hermano de tu madre, y tus criados, porque tú estabas en la isla de Xaráquaro, donde naciste. Trai leña para los cués y acuérdate desta injuria, para vengalla, en los tíos de tu madre; que si no oyeris esto y lo quisieris entender, mira que hay cu en la isla de la laguna, y sacrifican allí, y allí te pondrán aspado para sacrificarte. Mira a la otra isla llamada Pacandan, que allí también sacrifican y allí también te maltratarán. Mira también acá a lo alto, donde está Curínguaro, que allí también sacrifican y allí te matarán, y en Cumachén también sacrifican y en Zacapu y en Zizamban es Naranjan. Allí te mataron tu abuelo, tu no le llamarás abuelo ahora y abuela. Y en Zichaxúquaro te mataron otro abuelo llamado Ticátame. Mira que hay allí cu, y sacrifican, y en todos estos lugares te pueden matar si no fueres el que has de ser y oyeres lo que te decimos: Dichoso aquél que ha de ser rey, o éste que lo ha de ser. Quizá no es señor mas de baja suerte y uno del pueblo, por la mucha leña que había traído a los cúes de Curicaueri, ¿Y será algún pobre o algún miserable el que ha de ser rey? Y tu cabeza estará entonces alzada sobre algún varal, donde te mataren, si no eres el que debes. Trae leña para quemar en los cúes, para dar de comer a los dioses celestes, y a los dioses de las cuatro partes, y al dios del infierno. Harta de leña a todos cuantos dioses son: Mira que es muy liberal Curicaueri, que hace las casas a los suyos, y hace tener familia y mujeres en las casas, y viejas que hacen fuego y hace tener alhajas y esclavos y esclavas, y hace poner en las orejas orejeras de oro, y en los brazos brazaletes de oro, y a la garganta collares de turquesas, y plumajes verdes en la cabeza. Trai leña para los cúes, y sacrifícate las orejas. Dichoso el que ha de ser rey.” Y diciéndole esto, asíanle de la oreja, diciéndole: “Señor, señor Taríacuri, ¿cómo no eres ya hombre? Acuérdate de vengar las injurias. Mira, señor Taríacuri, que nos oigas: pobre de ti si no nos oyes, porque mirarás a los otros cómo comen, alargando el pescuezo para mirallos y quizá andarás por ahí con una manta hecha pedazos. ¿Cómo no entiende, esto que te decimos? Mira que somos viejos. Dichoso quien fuere señor de la gente. Quizá no es señor más uno del pueblo. Dichoso tú, señor Taríacuri. Oyenos esto que te decimos.” Y los viejos nunca cesaban de avisalle. Quizá por ser valientes hombres y continuos del servicio de los cúes, por eso le dicen todo esto. Estaban todo el día e la noche avisándole y nunca cansaban sus bocas. Y eran ya hombres sus primos, hijos de Uápeani, el uno llamado Zétaco, el mayor, y el menor Aramen. Y había días que se andabais emborrachando y andaban con mujeres y andaban desta manera en compañía de Taríacuri, y por ser hermano menor y pequeño, le traían en los hombros. Sabiéndolo los viejos, llamáronlos y dijéronles: “Mira, señor Zétaco y señor Aramen, vosotros bebéis vino y os juntáis con mujeres; íos con vuestra gente a un lugar llamado Uacanámbaro, allí beberéis a vuestro placer vino y os juntaréis con mujeres, y allí no habrá quien os diga nada ni haga mal. Ios y apartaos del que ha de ser señor, porque quizá no[s] le hagáis a vuestras costumbres. Dejadle primero traer leña para los cúes”. Y respondieron ellos: “Así será como nos decís, agüelos”. Y fuéronse. Y los sacerdotes lo habían con sólo Taríacuri, y todo el día y toda la noche no hacían sino predicalle y avisalle, y los viejos trabajaron tanto en lo que le decían, que oyó lo que le decían, y empezó a traer leña y rama para los cúes y llevábala a los patios de los cúes, y llegó a este lugar de Pátzquaro y allí traía leña, y su casa tenía en un barrio del dicho pueblo llamado Tarimichúndiro. Y vínose allí donde se llama Pátzcuaro y traía leña a un cu llamado Ziripemeo y a Quaraco hoato, y llevaba a otro lugar llamado Yéngoan y punía la leña y rama allí con los suyos, y ponía encima una flecha, que era señal de guerra. Y llevaba también de la otra banda a un lugar llamado Huriqua macurio y puniéndola allí, ponían encima una flecha y en otro lugar llamado Yauati cuiro, y allí puso otra flecha, encima la leña, y andaba desta manera poniendo flechas en los términos de sus enemigos. También llevó leña a otro lugar llamado Uanitaichaxuriyo y a otro llamado Tzacapu hacarucu y a Xanguahurepangayo y a Caménbaro. Y ansí andaba cercando los térmiminos, poniendo flechas en los lugares que llevaba leña y ramas. Llevó así mesmo a otro lugar llamado Xaramuto y así llegó cabe la lana, a un lugar llamado Ahterio, en los términos de los isleños. Y estaban los isleños poblados en un lugar llamado Tupuxan chuén sin temor de ninguna cosa por toda la ribera. Y tenían sus redes a secar puestas en unos palos cabe la ribera, y tenían su pescado por allí a secar, y hizo en aquel lugar un gran fuego Taríacuri, y alzóse un gran humo a la ribera de Ahterio, y viendo la gente estas ahumadas y fuego, fuéronse todos huyendo, para poner en cobro sus haciendas. Y dejáronse por allí las piedras de moler y ollas y cántaros y el pescado que quedaba tendido por el suelo, y las mantas, y entráronse en la laguna que alzaban las espumas hacia arriba, y no los tomaba nadie. Los mochachos daban gritos, y todas daban voces, no más de por ver las ahumadas, y ansí se fueron todos, que quedó todo desierto, hasta un lugar llamado Zirimbo. Y fue Taríacuri a Zirimbo, y allí sacó también fuego de un estrumento y hizo ahumadas, y en otro lugar llamado Chutio. De todos estos lugares se levantaron los isleños, y dando gritos se entraron en la laguna. No más de por ver las ahumadas daban voces y se iban, que no los tomaba nadie, y allí también dejaban algunas alhajas, y había mucho pescado tendido por la ribera. Y de allí fue Taríacuri a un cerro llamado Xanoato hucatzio, y hizo allí también ahumadas, y levantáronse todos viendo el humo, y fuéronse también los de Pareo, y levantaban gran espuma al entrar de la laguna. Y levantáronse también, los de Charauén y Haramútaro y llegando a Haramútaro hizo sus ahumadas Taríacuri. Y levantáronse de allí y iba echando de allí los isleños, dándoles de rempujones para hacerlos entrar en la laguna. Llegó también a un lugar llamado Cuiristucupachao, y hizo sus ahumadas y vido allí la isla de Xaráquaro y de Cuyameo. Vido el asiento de la isla y daban voces los mochachos, y tomaban las mujeres sus hijos en las espaldas y íbanse, que no sabían dónde ir, y así los cerco a todos los de la isla, que no había dónde saliesen a la ribera a labrar, ni por leña.

XI

Cómo el señor de la isla, llamado Caricaten, pidió socorro a otro señor llamado Zurunban contra Taríacuri,
que le tenía cercado en su isla, y fue enviado un sacerdote llamado Naca a hacer gente de guerra
Después de algunos días, dijo Carícaten, señor de la isla de Xaráquaro. “¿Qué haremos? ¿Ha cercado la isla Taríacuri? ¿Dónde saldremos por leña, para meter en la isla? Y tenemos ya hambre. ¿Qué haremos? ¿Dónde saldremos a hacer nuestras sementeras? ¿Nasce aquí, en esta isla, alguna cosa? Cómo ¿no estamos cercados de todas partes? Que allá fuera hacíamos sementeras. Enviemos mensajeros a Zurumban, nuestro hermano, a ver qué dirá, si nos querrá ayudar”. Y llamó a los sacerdotes, y díjoles: “Id a Zurumban, quél es señor; tomad este pescado y decidle que los chichimecas, quién son o qué tantos son, que si fuésemos todos juntos, en una mañana, los destruiríamos, porque la más de la tierra tenemos poblada nosotros, y los chichimecas siendo tan pocos, juntos en el monte hacen esto”. Y partíeronse los sacerdotes, y fueron donde estaba Zurumban, el cual se emborrachaba cada día, y nunca lo dejaba de la boca, y tenía una guirnalda de hilo en la cabeza, que era sacerdote de Xarátanga, e unas tenazuelas de oro al cuello. Cantaba los cantares de Xarátanga, llamados canaqua y uxúriqua, y llegaron los viejos, y él como los vido, díjoles: “¿Qués lo que queréis los de la isla?” Respondieron ellos: “Si, señor, ves aqui este pescado que te envía tu hermano mayor Carícaten, el cual nos dijo: Vení acá y llevad este pescado a mi hermano Zurumban, y decidle que le hago saber que Taríacuri me ha cercado en esta isla. ¿Dónde tengo de salir? ¿Qué tengo de quemar? ¿Dónde tengo de hacer mis sementeras?, que me ha cercado en esta isla. ¿Qué le parece a mi hermano? Quél es señor del pueblo, que él de aquí es, y no de Taríaran, donde mora, que isleño es, y del linaje de Aparicha, Uintutópatin tiene por dios y es Aparicha, que por una hambre que envió la madre Cuerauáperi, que no llovió un año, se salió de la isla por hambre, y hiciéronle allá sementeras que comiese, y asiéronle y tuviéronle allá por la hambre, y así fué esclavo dellos. Y como trujese leña para los cúes, la diosa Xarátanga le favoreció; fué sacerdote mayor, y el dios del infierno le oyó, y un topo que salió encima de la tierra, en medio del camino, donde él traía la leña en Unguani, púsose aquel topo en el camino levantado, y allí le mandó que fuese señor, y que tuviese por diosa a Xarátanga, y ahora lo es, que ¿quién es Taríacuri que en una mañana que nos juntásemos le destruiríamos?” Rióse mucho en demasía Zurumban de la emboscada de los isleños, y dijo a los mensajeros: “¿Qué habéis de decir, o hacer, pobres de vosotros? Que Taríacuri conquistó muy bien los dioses celestes, y a la madre Cuerauáperi, y a los dioses de las cuatro partes del mundo, y al dios del infierno, y él ya es conoscido de todos. Pues ¿cómo le podéis hacer algún mal ahora, que vuestras mujeres le parieron, como le parieron? ¿Por qué no le ahogastes entonces y le echastes en la laguna? Ahora ¿cómo le podéis hacer algún mal?, porque los dioses le conoscen. Asentaos y comeréis y yo os despidiré”. Y como comieron, pidieron licencia y dijeron: “Señor, danos licencia, que nos queremos ir. Y díjoles Zurumban: “Id en buen hora y esperaréis allí al sacerdote Naca. Mañana le mandaré que vaya, y estará allá, y hará gente que si así es la verdad, que harta poca gente son los chichimecas, que todos nos juntaremos y le destruiremos. Decidlo así a nuestro hermano Carícaten. El siguiente día llamó a Naca y mandóle ir a hacer gente y sacaron de su casa unas camisetas llamadas ucata tararénguequa y unas guirnaldas de hilo y dióselo a Naca, que lo llevase, y díjole: “Ven acá, ve y lleva un mensaje a Curínguaro y estarás en la isla de Xaráquaro y vendrán allí los de Curíngaro y los isleños. Y nosotros iremos por otra parte, y así los mataremos a los chichimecas”. Y partióse Naca, y estaba en un pueblo en el camino llamado Sirauén y era señor en él uno llamado Quarácuri, y pasó por su puerta Naca, y díjole Quarácuri: “Seáis bien venido, hermano [borrado]. Ven acá y comerás un poco, pues que veniste a parar a mi casa, y traes hambre; seas bien venido, señor. Cierto que has de comer”. Y sacáronle de comer y también trujeron de comer a Quarácuri, y comieron y laváronse las manos, y dijo Naca: “Ya he comido, hermano; quiérome aparejar para ir”. Díjole Quarácuri: “¿Dónde vas, hermano? Pues yo que soy viejo, ¿no sabré algo dello?” Respondió Naca: “¿Por qué no lo has de saber? Sí, sabrás cierto yo voy a la laguna, y desde allí llamaré a los de Curínguaro y voy a hacer gente, que habemos de destruir a Taríacuri”. Dijo Quarácuri: “Sí, sí, bien me parece, señor. ¿Yo lo sabré cuando fuéredes?” Díjole Naca: “Pues hermano, ¿no irás conmigo con tu gente?”Respondió Quarácuri: “¿Por qué no, señor? ¿Es si no muy cerca donde dices?, porque aquí luego es, y yo cogeré los despojos de lo que les haré dejar, aunque sean piedras de moler, o algunas alhajas”. Dijo Naca: “Así será, hermano, que nuestros dioses les harán dejar despojos”. “Si iré, señor. ¿No es esto cerca, donde dices?” Y despidióse Naca y dijo: “Ya me voy, señora”. Respondió Quarácuri: “Ve en buen hora, hermano. Llegaste a mi casa y vergüenza he habido de la comida que te he dado”. Y fuese.
XII

Cómo Quarácuri avisó a Taríacuri y fue tomado el sacerdote Naca en una celada

Después de ido Naca a hacer gente, llamó Quarácuri un sacerdote, y díjole: “Ven acá, y irás a nuestro hijo Taríacuri, que no sé qué fué diciendo por aquí Naca, que dice que va a la laguna a hacer gente de guerra, y dice que ha de llamar a los de Curínguaro, y que siempre se ha de estar allí en la laguna haciendo gente. Y dice que han de destruir a nuestro hijo Taríacuri y que se acuerde y esté apercibido porque no lo tome de improviso. Provea a tres partes destar sobre aviso y esté apercibido: esto es lo que le dirás” Y llegado el mensajero, halló a Taríacuri, que estaba asentado haciendo flechas: Llegó a él el sacerdote, con su arco e flechas en la mano y saludóle Taríacuri y díjole: “¿Pues qué hay, hermano? ¿A qué vienes?” Saludóle así mismo el sacerdote y dijole: “Tu padre Quarácuri me envía, y díjome: “Ve a nuestro hijo Taríacuri y dirásle que no sé qué va por aquí diciendo Naca, que dice que va a hacer gente de guerra a la isla y de allí que ha de llamar a los de Curínguaro y que te han de destruir y que estés apercibido y sobre aviso. Esto es lo que me dijo”. Respondió Taríacuri: “¿Eso es lo que dijo?” Dijo el mensajero: “Esto es lo que me dijo, señor” Dijo Taríacuri: “Qué, ¿es verdad que es ido Naca a la laguna?” Respondió el sacerdote: “Sí, señor” Dijo Tariacuri: “Bien está; seas bien venido. No te has de tornar tan presto a tu casa, mas ve a la laguna, y primero irás a un lugar llamado Urichu, donde está mi tía, la mujer de Peraparaqua; ella tiene canosa y ella te llevará y pasará la laguna y tomarás puerto en Cuyameo, y allí surgirás con la canoa y llegarás a su posada y verás si beben vino. ¿Cómo no saldrá Naca alguna vez a orinar? Y entonces haráste encontradizo con él, y diráte: Pues qué hay, hermano? ¿Qué haces por aquí? Y responderásle: “Señor, tu hermano Quarácuri me envía a ti”. Y díjome: “Ve a mi hermano Naca, y dile que rescibí mucha vergüenza en dalle tan poco de comer. Pregúntale en qué día y de aquí a qué tanto volverá, porque le espere con comida a la vuelta, y haré pan de bledos y vino de maguey, para que beba a la vuelta, porque hace calor y tienen sed los caminantes.” Esto le dirás por saber el día en que ha de venir, y según lo que te dijere, así le irás respondiendo, y dirásle más: “Dice también tu hermano que por qué camino has de venir, porque, hay dos caminos: el uno por donde vino, por Ziraquaretiro, por un arroyo que está allí y que es arrodeo por aquel camino por donde vino, y que hay otro camino, cabe la laguna, por un monte llamado Xanoato hucatzio y que viene por Curimizúndiro, a parar a Pangueo, donde está el camino Uarichu hucario, y llega a otro lugar llamado Hiríquaro y va por Tareua cúcuaro, y por esos lugares va el camino derecho. Que si ha de ir por allí, que yo le saldré al camino y le sacaré un poco de vino y estaré allí esperándole con mi gente en el camino, y que si no ha de volver por allí, que le esperaré aquí. Esto es lo que le dirás a Naca de parte de Quarácuri”. Dijo el sacerdote: “Que me place, señor, yo iré”. Díjole Taríacuri: “Y volveráste por aquí para ver lo que dice y [borrado] irás a tu casa después que te hubiere hablado” Partió el sacerdote y llegó a Urichu, donde le dijo Taríacuri, y fue a la mujer de Peraparaco y ella le mandó pasar la laguna y tomó puerto en Cuyameo, isla de la laguna, y fue donde estaba Naca, y ya habían rato que se emborrachaban, y salió Naca de la casa a orinar, y venía mucha gente con él y de contino se tenía vestida una camiseta y un tranzado de pluma y hízose encontradizo con él y díjole Naca: “¿Pues qué hay, hermano? ¿A qué andas por aquí?” Y respondió el sacerdote: “Envíame tú hermano Quarácuri.” Y Naca asentóse a orinar. Díjole: “¿Pues qué dice mi hermano?” Respondió el sacerdote: “Señor, dice que está avergonzado por el recebimiento que te hizo, y que ninguno le trujo mensaje ni se lo hizo saber, que cuándo has de volver; que quiere saber el día, que te tendrá aparejado de comer y te hará pan de bledos y vino de maguey para que bebieses a la vuelta, porque hace calor y los caminantes tienen sed.” Respondió Naca: “¿Qué dice mi hermano? Hoy fueron a Curínguaro y mañana han de venir, y mañana tengo de estar todo el día haciendo gente para la guerra y esotro día me volveré.” Dijo el sacerdote: “Dice, señor, tu hermano, que por qué camino has de volver, porque hay dos caminos, que es un poco lejos por el que veniste por Ziriquaretiro y que no es lejos el camino por Xanoatohucatzio que va por Curimizúridiro.” Respondió Naca: “Así es la verdad, que es lejos por donde vine, que nosotros ¿a quién tenemos miedo? Como no estamos de contino en guerra y es arrodeo por allí, dile que yo tomaré puerto en Xanoato hucatzio, en un lugar llamado Panguanhacungueo, y por allí iré y que me salga allí al camino, y yo iré a comer allí. Esto le dirás”. Y fuése el sacerdote y tornó a pasar la laguna en su canoa y vino a Taríacuri y recebióle muy bien, y díjole: “Seas bien venido.” Y el sacerdote le saludó y contóle todo lo que le había dicho Naca. Dijo Taríacuri: “Así es la verdad de lo que dice Naca, ¿de quién ha de haber miedo, que de contino estamos en guerra? Vete a tu casa y dilo a nuestro padre que le espere y que le saque vino al camino.” Y fuese el sacerdote y dijo Taríacuri: “Vení acá y llamaréis mis hermanos Zétaco y Aramen que vengan acá” Y fueron por ellos y venidos díjoles: “Vení acá, hermanos.” Dijéronles ellos: “¿Qué mandas, señor?” Díjoles Taríacuri: “Dicen que Naca es ido a la laguna y que va a hacer gente, y ha enviado a llamar los de Curínguaro y que mañana ha de estar todo el día en la isla haciendo gente que nos han de destruir el pueblo. Que pidieron los isleños ayuda a Zurumban el de Taríaran.” Dijeron sus primos: “Sea así señor, como dicen.” Díjoles Taríacuri: “¿Qué os parece, hermanos? ¿Qué decís que yo os oiré?” Respondieron ellos: “Qué habemos de decir, señor; manda tú y diremos lo que sentimos; ayudarte hemos.” Dijo Taríacuri: “Así es la verdad, hermanos. Dad acá ese bolsón”. Y diéronsele y sacó de allí una navaja para sacrificar las orejas y díjoles: “Mira, llevad esta navaja. Con esta daba yo de comer al dios del fuego, que hace llamas en medio de las casas de los papas, y llevad también estas guirnaldas de cuero de venado”. Dijeron los hermanos: “Que nos place, señor que las llevaremos”. Díjoles Taríacuri: “Mañana, luego por la mañana empezaréis hacer flechas, y sean anchos los carcaxes, que tengan cuatro apartados; pone muchas flechas en ellos y partiréis os a medio día y estaréis en Panguan hacungueo, y subiréis la cuestecilla y poné allí leña y no durmáis; vela toda la noche, hasta la mañana puniendo leña, y en amanesciendo, tomá dos de vosotros y súbanse encima el monte llamado Horatzinda y estense allí echados y miraréis desde allí a la laguna a ver quién viene, y veréis si viene una canoa sola o cuatro o cinco canoas. Vosotros sois mochachos. Abaje uno de las espías, y avise a otro para que os lo haga saber y espérele otro al desembarcadero, y como supiéredes ques desembarcado, empezaréis a sacrificaros las orejas, haciendo grandes aberturas y esparciréis aquella sangre en unas hierbas, y en el camino haréis como patadas de venado y trairésle al camino donde hiciéredes las pisadas de venado, y irés ruciando las yerbas y andaréis todos en derredor, como que buscáis un venado herido y apartaréisle un poco del camino, hacia el monte, y allí llegaréis a él y le prenderéis, que nosotros no empezamos la guerra, más otros nos han empezado a hacella. Que así mandaron los dioses a Curicaueri que no empezase él, que otro había de empezar, y que se anticipase a defender. Id, hermanos, en buen hora. “Y partiéronse y llegaron a Uacanambaro, y hicieron todo aquel día flechas y partiéronse por el camino de Panguanhacungueo, y subieron un montecillo y allí velaron aquella noche, y después que amanesció partiéronse dos espías y subieron encima del monte Haratzinda, y allí se echaron encima el monte y miraron a la laguna y vieron que venían cinco canoas, y como tomaron puerto, bajó uno de los espías, y dijeron a los de la celada: “Ya ha tomado puerto Naca” Y Quarácuri le salió a rescibir y le llevó la comida. Pues díjole Naca: “Seas bien venido, hermano; ¿a qué hora te partiste?”. Díjole Quarácuri: “Señor, anoche me partí.” Y llevóle la comida y trújole al camino vino y comieron todos e bebieron y despidióse Naca y dijo: “Baste ya, hermano, quiero irme; quiero llevar estos dos cántaros de vino y entrando el día beberé que hará calor y habré sed.. Y pidió licencia y díjole Quarácuri: “Ya veniste como concertamos; anda en buen hora”. Y como se partiese Naca, vino el espía delante, que le estaba espiando y hízolo saber a otro y aquél a la gente, y díjoles: “Ya viene, hele aquí donde viene cercan. Entonces la gente que estaba en la celada empezáronse a sacrificar las orejas y ruciaban las yerbas con la sangre, porque pensase Naca, que fuere de algún venado que habían flechado, y empezáronla a echar aquella sangre en las pisadas que habían hecho falsas de venado. Y salieron al camino. Unos y otros andaban en torno por el camino, diciendo: “Por aquí, mas por aquí fue” Y llevaban todos sus carcaxes a las espaldas, y todos entiznados y unas uñas de venados atadas en las piernas, y dijeron unos a otros: “Ya se va Naca y va delante, y un sacerdote se atavía para ir con él, y traen detrás dél mucho pescado.” Y llegó a ellos y díjoles: “pues ¿qué hay, hermanos?” Y ellos le dijeron: “Mas tú, hermano, ¿dónde fuiste?”. Respondió: “Hermanos, fuí a la laguna a comprar un poco de pescado y vuélvome a mi casa.” Dijeron los chichimecas: “Vayas en buen hora, hermano.” Díjoles Naca: “¿A qué andáis vosotros por aquí, hijos?” Dijeron ellos: “Ayer hicimos flechas y subimos a este monte esta mañana a recrearnos, y hallamos en este lugar un venado y no le flechamos bien. Mira que por aquí fué; he aquí las pisadas.” Y díjoles Naca: “Hijos, hoy topé con vosotros, ¿no me daríades un pedazo para hacer la salva a los dioses?” Respondieron los chichimecas: “No has de hacer la salva, mas llevarás un cuarto dél al hombro”. Díjoles Naca: “Así había de ser, hermanos, pues ¿por dónde va?” Dijeron ellos: “Hermano, ¿por dónde ha de ir? Muy artero es este venado. ¿Cómo no está aquí?” Díjoles Naca: “Hijos, habéisle de tomar.” Respondieron ellos: “Por qué no, hermano. Por nosotros hasta dar mate, no descansamos y acosamos al que herimos hasta tomalle.” Y despidiéndose Naca, díjoles: “Quedaos, en buen hora, hijos, que yo me voy.” Y ellos le dijeron: “Ve en buen hora, hermano.” Y apartose un poco dellos. Entonces dijo Aramen, que era un valiente hombre, a su hermano Zétaco: “Hermano, mira que se va, ¿qué haremos? Y sacó una flecha de su carcax y hincósela en las espaldas y fuese derecho a él y echole los brazos por el cuello y asieron todos dél y díjoles Naca: “Hermanos, paso, paso, que me hiriréis; que cierto sois chichimecas. ¿Cómo ninguno os ha de engañar?” Dijeron los chichimecas: “Mirá qué dice éste; id y decíselo a Taríacuri.” Y como fuesen llegaron donde estaba Taríacuri y díjoles: “Seáis bien venidos, hermanos, ¿pues qué hay?” Respondieron Zétaco y Aramen: “Señor, ya le tomamos.” Díjoles Taríacuri: “¿Pues qué dice?” Respondieron ellos: “Dice: Paso, paso, que me hiriréis.” Dijo Tariácuri: “¿Por qué lo dice? Llevadle al cu y sacrificalde.”
XIII

Cómo Tariacuri mandó cocer a Naca y le dio a comer a sus enemigos

Después que hobieron sacrificado este sacerdote, llamado Naca, llamó Taríacuri a sus criados, y díjoles: “Tomad a Naca y llevadle a Quarácuri, pues él lo mandó, que le cuezan los dos muslos, que los lleven a Zurumban que le envió a hacer gente. Que haga con ellos la salva a los dioses y el cuerpo y costillas llévenlo a los isleños para que hagan la salva, y los dos brazos llévenlos a Curínguaro, para hacer la salva. Esto le diréis a vuestro padre Quarácuri, que envíe dos sacerdotes viejos que vayan a llevar esta carne, y que la pongan en unas cestas, y que la cubran por encima de cerezas, y que en cada una de ellas estarán las piernas y muslos, porque ya que se la lleven, no sentirá el engaño, que nunca deja el vino de la boca, y llegarán a él los viejos con la carne, y él les dirá: “¿Pues qué hay? ¿A qué venis?” Y ellos pondrán allí en el suelo las cestas con la carne y dirales: “¿Qué es esto?” Y ellos le responderán y dirán: “Señor, carne es”. Y dirales: “¿Dónde tomamos este hombre?” Y ellos dirán: “Señor, un esclavo era de Tarícuari y juntose con una mujer suya, y hízole sacrificar y trujeron un cuarto a tu hermano Quarácuri para que velase y hiciese la salva con él, y dice tu hermano: “¿Es quizá alguna cosa de tener en poco? ¿Cómo lo comeré yo? Llevadlo a mi hermano Zuramban, que él bebe vino y será esto bueno para quitar la imbriaguez y yo comeré las espinillas.” Tienen esta gente costumbre cuando sacrifican alguno, de partille por las casas de los papas, y allí hacían la salva a los dioses, y comían aquella carne los sacerdotes. Díjoles más Taríacuri a los mensajeros que enviaba a Quarácuri: “El que le dio el aviso de Naca que iba a hacer gente y que escoja un gran corredor y póngase un buen trecho que no llegue a la casa de Zurumban y esté echado en la yerba, y los viejos que llevaren la carne mírenle cómo la come, y después que hubiere comido, vénganse y aguijen el paso y saldrá el corredor al camino y dirales: “Seáis bien venidos.” Y ellos también le saludarán y diranle: “Ya ha comido la carne”. Pasa de largo, y el corredor hará como va sudando del camino y echarse ha por la cara una escodilla de agua, y correrá cuanto más pudiere, y entrará así de rendón en casa de Zurumban y dirale Zurumban: “Pues, hermano, ¿cómo vienes sudando?” Entonces diral el corredor: “Señor, tu hermano Quarácuri, me envía, y díjome: “Ven acá ve y corre cuan más pudieres, y que si no ha comido la carne, que no la coma por que no era esclavo de Taríacuri. Dice que es el que enviamos para hacer gente, que si no le ha comido, que no le coma en ninguna manera, porque es un sacerdote Naca”. Todo esto dijo Taríacuri a los mensajeros que enviaba a Quarícuri, porque paresciese que él de su parte los enviaba, mas él urdio el engaño. Pues como descuartizasen a Naca, Ileváronsele a Quarácuri y allí le cocieron, y envió el cuerpo a los isleños y los brazos con los hombros a Curínguaro. Llevaron los dos muslos a Zurumban, a quien le había enviado, y llevaron aquella carne los dos viejos que había dicho Taríacuri, y el corredor quedose buen rato apartado, y fueron delante los viejos y saludoles Zurumban, y dijéronle todo lo que había concertado Taríacuri que le dijesen. Y Zurumban, llamó las mujeres de su casa y díjoles: “Vení acá presto, mujeres; calentá esta carne.” Y como la calentasen, cortáronla y pusiéronla en unas xicales y pusiéronse todos en el patio los prencipales y las señoras, y sacáronles aquella carne y pusiéronla delante, y a Zurumban pusieron por sí, y sacaron de comer a los viejos que habían llevado la carne, y comieron todos. Después de comer, dijeron los viejos: “Señor, danos licencia que nos queremos ir.” Y Zurumban llamó unos mayordomos suyos, llamados Vyana y a otro Acata, y díjoles: “Traed mantas para estos viejos”. Y trujéronles sendas camisetas y otras mantas para ellos y sus mujeres, y mantas para Quarácuri, su señor, y díjoles: “Llevad éstas a mi hermano Quarácuri.” Y los viejos le dijeron: “Ya nos vamos, señor.” Y Zurumban les dijo: “Id en buen hora, ya habéis visto cómo comí la carne; decídselo así a mi hermano.” Y como se partiesen y hobiesen andado un poco, salioles al camino el corredor y díjoles: “Seáis bien venidos.” Y ellos así mismo le saludaron y dijeron: “Ve de largo, señor, que ya comió Zurumban la carne.” Y él, de presto, echose una escodilla de agua por la cara, y fingió que venía corriendo muy sudado, y entró de rendón en la casa de Zurumban y Zurumban le dijo: “¿Pues qué hay, hermano?” Dijo el corredor: “Señor, tu hermano Quarácuri me envía y me dijo: “Ve corriendo, cuanto pudieres, que si no has aún comido la carne, que no la comas, porque no era esclavo de Taríacuri, mas es el que enviamos a hacer gente, y dice que era el sacerdote Naca: que no la comas, en ninguna manera.” Como oyó esto Zurumban, dijo: “Y éste, ¿qué dice? Prendedle.” Y levantáronse todos los sacerdotes y los que estaban en el patio todos a una y decíales Zurumban: “¡Prendelde al bellaco!” Y el corredor salió muy ligero por la puerta del patio, y metiose por medio del monte y iba la gente tras él para prendelle, y él como era gran corredor, no le alcanzaron y subiose en una sierra muy alta y Zurumban quedó en el patio gomitando la carne y sus mujeres, y metiendo las manos en la boca para echar la carne, y no la pudieron echar, que ya estaba asentada en el estómago y vientre, y quedó muy corrido Zurumban del engaño que le hizo Taríacuri.

XIV

Cómo Zurumban hizo deshacer las casas a los de Taríacuri, y cómo fueron flechados
dos señores primos de Taríacuri y sacrificadas sus hermanas
Como sintió el engaño Zurumban, dijo: “¡Cómo nos ha tratado Tariacuri, que estas palabras no fueron de Quarácuri, sino de Taríacuri”. Y llamó un criado suyo, y díjole: “Ven acá, Viyana, toma gente y ve a Uacanámbaro que está allí gente de los chichimecas, y aquella sementera no es de Taríacuri, mas es mía. Desháceles las troxes y échalas por el suelo las casas y quita los máxtiles a Zétaco y Aramen, hermanos de Taríacuri, y quítales los bezotes y tranzados, y las orejeras, que por soberbia hicieron lo que hecieron: ¡que cómo nos han traído y qué afrenta nos han hecho! ¡Echalos a rempujones! Y apedréalos, y a sus mujeres quítaldes las naguas y faldillas y deshonraldas echándoles tierra a las mujeres.”. Y partióse Viana con la gente, y deshiciéronles [las] troxes y derrocándoles las casas y quitáronles los maxtiles y bezotes y quitáronles toda su hacienda y echáronles a rempujones hacia Pátzcuaro, y a sus mujeres las deshonraron como está dicho, despojándolas todas. Y como eran mujeres, asían de los hijos y juntábanlos así para encobrir su deshonra: el uno llamado Hirípan y el otro Tangáxoan. Y así los echaron del pueblo. Y sabiéndolo Taríacuri, pensando que venían tras dél, se levantó con toda su gente y dejaban todos por las casas sus comidas, otros mazamorras, otros tamales y otros mantenimientos. Quedaba todo por los herbazales y perros y papagayos y gallinas. Iban todos por los herbazales. Y fueron todos a un lugar llamado Huricuamacuritiro, y así fueron a Eurizan uinío, y llegó a Taríacuri a Tzintzu-cuuíquaro y asentóse al pie de una incina, y sus primos Zétaco y Aramen enviaron tras dél mensajeros y dijéronle que por qué se iba, que si estaba él sentenciado a muerte co[n] nosotros lo han sabido. Y partiéronse los mensajeros y no hallaron ninguno en el pueblo y fuéronse y dijéronles Zétaco y Aramen: “Pues ¿qué hay?”. Respondieron ellos: “Señores, no parece nadie; todo está desierto, y no sabemos dónde fue ido nuestro señor Taríacuri.” Y enojáronse ellos y dijéronles: “¿Qué dicen éstos?” ¿quién os ha de matar?, ¿dónde fue? ¿Por qué no fuistes mirando por el rastro? los de ahí, vosotros, ¿cómo no amanescer?” [borrado] Y tornaron otra vez a buscalle, y después de amanescido, fueron a buscalle, y miraron por donde había ido, que estaba [borrado] la yerba pisada, y llegaron a él, a un lugar llamado Euario tzintzu cuuíquaro, y estaba echado al pie de una encina, y sus mujeres en derredor dél, y los chichimecas estaban esparcidos por los herbazales, y como llegasen los mensajeros, díjoles: “Seáis bien venidos, hermanos. Yo tengo la culpa del mal que os ha venido, por lo que mandé. Decid a mis primos que vengan a un lugar llamado Yéngoan y todos vosotros y allí comeréis. Id y decildes que vengan, que allí tengo una trox de camisetas, para que se cubran sus mujeres, que así las trataron a las pobres.” Y como volviesen los mensajeros, y oyesen lo que decía Taríacuri, dijeron: “Esto es lo que dice el rey, que tomemos aquel maíz y lo comamos. Aquello no es sino de Curicaueri, y no suyo, y si lo tomamos, ¿dónde habremos otro tanto? ¿Y las mantas que dice son suyas dél? no son suyas, sino de Curicaueri, ¿Dónde habremos otras tantas? ¿Cómo no hemos de engendrar hijos? Y aquí están Hirípan y Tangáxoan, nuestros hijos. Quizá los maltratarán por pedírselo. Mas vamos a Quarácuri, que mandó esto.” Y así, se partieron todos. Tenía esta gente una costumbre, que si tomaban algún maíz o mantas de las trojes de los dioses que estaban deputadas para las guerras, aquellos que las recebían aunque fuese dado gracioso, ellos o sus hijos quedaban obligados por ello, y los hacían esclavos. Y Zétaco fue a morar con los suyos en el monte, y Aramen su hermano menor, era muy valiente hombre, éste hijo su asiento en Hiratzio, y asentose con los suyos a la subida de una cuesta. Y tornose Taríacuri a Pátquaro. Y hacíase un gran mercado en Pareo, que estaba cerca de allí, y venía a este mercado su mujer de Carícaten, señor de la isla de Xaráquaro desde la isla, y Aramen fue acaso al Tiangüey, y era muy hermoso Aramen, y venía todo entiznado, como se usaba. Púsose cabe el mercado, y mirándole aquella señora, mujer de Carícaten (las señoras como son incontinentes) envió por él y dormieron juntos. Pasaba muchas veces la laguna por venille a ver, y descendió Aramen al mercado, y allí se topaban ellos, y no había quien los viese. Como los señores acostumbran a beber do [borrado] están sus mujeres, allí tenían celos unos con otros, y dijéronle las otras mujeres a esta señora: “Mira qué artera eres. Dices que eres mujer de Carícaten. Mira qué discreta eres. Tú por ventura, ¿piensas o sientes a quien tienes por marido? Que un chichimeca se junta contigo. Aramen se junta contigo. A él vas a recebir, pasando tantas veces la laguna.” Y oyolas Carícaten, que era de noche. A la mañana llamó a sus mujeres y empezolas a preguntar, y díjoles: “¿Es verdad esto que decís?” Y respondieron sus mujeres, y dijeron: “Sí, señor, así es la verdad, que Aramen se junta con ella.” Y él empezó a decir mal de Aramen, diciendo: “El bellaco, ¡qué afrenta me ha hecho! ¿Cómo no andan sólo por esto desparcidos, por los montes?” Y envió unos viejos y gente con ellos y díjoles: “Tomad, viejos, este pescado y llevádselo [a] Aramen y sabréis cómo está, y él como os vea, os saludará y dirá: “Seáis bien venidos viejos.” Y vosotros poné allí delante dél el pescado y prendelde y mataldo.” Y partiéronse y llegaron a la casa de Aramen, que aquella sazón se estaba bañando, y tenía cubierta una manta, y asentado estaba secándose, y como los vio, díjoles: “Seáis bien venidos los de la isla”. Y ellos así mesmo le saludaron y dijeron: “Tu hermano Carícaten nos envía y díjonos: “Tomó este pescado y llevádselo a mi hermano Aramen para que coma con mazamorras.” Y diole las gracias Aramen y díjole: “Estese ahí, asentaos y sacaros han de comer.” Y sacáronles de comer y después de comer pidieron licencia que se querían ir, diciendo que ya habían comido. Y díjoles Aramen: “Esperad y buscaros he algunas mantas que llevéis y camisetas que os pongáis vosotros.” Y salió y los señores suelen tener allí en su casa, su arco y flechas a la puerta, y los isleños tomaron el arco y flechas y armáronle y flecháronle en las espaldas y Aramen como se vido herido saltó de presto por una pared, y fuese huyendo por el monte y echose al pie de una encina herido, y allí murió. Y los isleños asieron de sus hermanas y sacáronlas de casa y atáronlas a todas y metiéronlas en la laguna, a la isla de Xaráquaro, y saludoles Carícaten, y díjoles: “¿Matástesle?” Respondieron ellos: “Señor, no, mas solamente le flechamos, y no sabemos dónde huyó, y traemos todas sus hermanas.” Y enojose Carícaten con ellos y deshonrolos y díjoles: “¿Quién os dijo que trujesedes sus hermanas? ¡Llevadlas al cú de Puruaten y sacrificaldas y echaldas en la laguna a las bellacas, malas mujeres! Sabiéndolo Taríacuri, sintiólo mucho, y llamó a sus consejeros llamados Chupítani y Tecaqua y Nuriuan y dijo: “Dad acá un plumaje rico, y iréis a Curínguaro, al viejo Chánshori, y llevadle este plumaje que destas plumas hace atavíos para su dios Hurendequauécara. Tiene ochocientas plumas y mil e doscientas de papagayos y de otras plumas coloradas en medio mil e doscientas, y de otros pájaros, dos mil y quatrocientas. Y diréis al viejo Chánshori, que le ruego yo, que me dé pasaje para mí y mi gente, por su tierra, para ir donde está Mahíquasi, señor de Condénbaro, que dicen ques muy valiente hombre, que tengo necesidad de su ayuda. No quiero más, que me dé pasaje para ir a Condénbaro.”

Y partiéronse los mensajeros, y llegaron donde estaba el señor de Condénbaro y saludoles y díjoles: “Seáis bien venidos, chichimecas.” Y ellos a él, así mismo saludaron y pusieron allí el plumaje y dijéronle: “Taríacuri, nuestro señor nos envía.” Y contáronle su embajada, y respondió el señor de Curínguaro: “¿Qué dice nuestro hijo Tariacuri? A dónde ha de ir, ¿al señor de Condénbaro? ¿Es esto de valiente hombre? que es un loco Mahiquasi, que a los que vienen por el camino les da en la cara con las mantas revueltas, y si se enojan los lleva a sacrificar y tien[e] un atabal de un muslo de hombre y tañe con él, y con un brazo tañe hecho trebejo, y con la calavera de un hombre bebe vino, y así se ha tornado loco y mal hombre. ¿A qué ha de ir allá a él? Véngase aquí, a un pueblo mío, llamado Tupátaro con su gente, y allí trairá a su dios Cuaricaueri. Allí tengo trojes de maíz y de frísoles, de que den ofrendas a Curicaueri y beberá él y su gente de la fuente llamada Xaripitío. Esto es lo que le diréis.” Y así se volvieron los mensajero[s]. Y ya era partido Taríacuri para ir por Curínguaro, y topáronle por el camino, y díjoles que fuesen bien venidos y contáronle lo que decía el señor de Curínguaro, y Taríacuri consideró y miró para adelante y dijo: “El maíz que dice Chánshori que tomemos y los frísoles que dice, ¿cómo no habemos de tener hijos si después nos lo piden? ¿Dónde lo babemos de haber? ¿Y el suyo lo que dice? ¿No es de su dios Hurendequauécara? Muriendo nosotros, lo pedirán a nuestros hijos. Vení acá; estémonos aquí. Sea tal cual es el lugar que tenemos.” Y hizo su asiento a las espaldas de una sierra, llamada Hoatapexo y hicieron allí cúes y las casas de los papas, y los fogones y casas.

XV

Cómo se casó Taríacuri con una hija del señor de Curínguaro y fue mala mujer
Pasándose algunos días, el señor de Curínguaro, llamó a sus hijos, y díjoles: “¿Qué haremos? Mirá qué os parece; decidlo que yo os oiré. Ya sabéis cómo Taríacuri tiene a Curicaueri que es gran dios. ¿No sería bueno que le llevasen vuestra hermana? Y dijeron los hijos: “Bien han dicho, señor, ¿qué habemos de decir nosotros? Basta tu parescer que es bueno.” Y como concertó de dársela por mujer a Taríacuri llamó unos viejos y díjoles: “Llevá esta mi hija a Taríacuri de mi parte.” Y mandóles lo que habían de decir, y dijo a la hija, avisándola: “Oyeme lo que te quiero decir: No te apartes de tu marido, mas está de continuo con él, y trátete como quisiere, no le digas nada, y placerá a los dioses, que tuviesen un hijo dél y así le quitaríamos a Curicaueri, ques muy gran dios, que fueron engendrados Urendequauécara nuestro dios, y él juntos.” Y llevaron aquella señora los viejos a Taríacuri, y como los vio Taríacuri díjoles: “Seáis bien venidos.” Y estaba a la sazón Taríacuri en un lugar llamado Zimbani, haciendo flechas y saludáronle los viejos dijéronle: “Tu padre Chánshori nos envía, y díjonos: .Vení acá, y llevaréis esta mi hija a Taríacuri para que le reciba el arco y flechas cuando veniere de fuera, y como andará trayendo leña todo el día, cuando vuelva a casa, le recibirá la hacha y el petate de las espaldas, y hará mantas para Curicaueri, y después para él, y ofrendas a Curicaueri, y después hará para él, porque tenga fuerza para ir a los dioses de los montes. Para esto traemos esta señora que está aquí.” Respondióles Taríacuri: “Traigaisla en buen hora, y esto que me habéis dicho, no lo habéis dicho a mí, sino a Curicaueri nuestro dios. Asentaos y daros han de comer.” Y trujiéronles de comer y pidieron licencia. Díjoles Taríacuri: “Esperad y buscareos algunas mantas y camisetas que llevéis vestidas, y decidle a vuestro padre cómo la rescibí.” Y volviéronse los mensajeros y la señora entró en casa de Taríacuri. Y después de algunos días, hízose preñada aquella señora y ella íbase muchas veces a Curínguaro, sin licencia, y traíanla emborrachando por las casas de los papas, sus amigos, y yéndose una vez, nunca más tornó. Y vino Taríacuri de traer leña para los cúes, y sacábale de comer solamente una tía de Taríacuri y comió y dijo: “Llamad a mi tía.” Y díjole Taríacuri: “¿Qué es de la señora de Curínguaro? ¿Fuese a su casa para nunca volver? ¿No viene alguna vez?” Respondióle su tía: “Señor, nunca viene, ni aun envía mensajero.” Díjole Taríacuri: “Tía, ¿no sería bueno que fueses por ella?” Dijo su tía: “Ya señor, ya que vaya, ¿qué les diré? De ir, yo iré, ¿por qué no tenía de ir? Ya que vaya, no me la dará su padre. ¿No sería mejor, señor, que fueses tú y vendríaste en la tarde?” Y respondióle Taríacuri y díjole: “Dices la verdad, tía. Yo quiero ir: vamos, cierto que habemos de ir.” Y dijéronle los suyos. “Vamos, señor.” Y partiéronse. Iban a Zirimbanangatacuyo derechos, y tomaron allí un venado, y tomó toda la gente mucha rama y leña, que iban en dos procesiones, y llegaron así al pueblo y llevaban el venado delante, y hicieron un gran fuego que se alzó una gran llama y humo cabe la trox del dios Urendequauécara de Curínguaro, y sacrificaron aquel venado al pie de la trox y atáronle y pusiéronle a las espaldas. Y ya había rato que se estaban emborrachando todos los hermanos y parientes de Chánshori señor de Curínguaro, y todas sus mujeres, y saludóle Chánshori su suegro y díjoles: “Seáis bien venido, padre de Curátame”, que se llamaba así su nieto, el hijo de Taríacuri, y saludole así mismo Taríacuri a su suegro, y díjole su suegro: “Muy bien; me contenta como vienes y la caza que trais. Cierto que eres mi hijo. Desuéllate tú que no sabemos nosotros, y con él quitaremos la embriaguez.” Y descuartizóle Taríacuri y él mesmo asaba del venado para su suegro que andaba sudando, y dióles a todos unos torreznos o pedazos del venado asado, y díjole su suegro: “Pues hijo, ¿por qué no trujiste tu mujer contigo? ¿Por qué eres tan celoso?, y comiéramos aquí todos y estuviéramos aquí en conversación un poco.” Díjole Taríacuri: “No la truje que no venía a entrar en tu casa, mas vine a dar ofrenda de leña a Urendequauécara, y por esto, sólo vine a entrar en tu casa por el venado que tomamos cabe Zirímbaro. Allí le sacrifiqué, y por eso vine acá.” Díjole su suegro: “Bebe, que yo te quiero dar a beber.” Dijo Taríacuri: “No tengo de beber, que me tomo luego del vino, y caireme aquí encima de vosotros porque me tomo muy malamente.” Y enojose Taríacuri, y tomó su arco y flechas, y saliose fuera de la casa, sin licencia, y dijo su suegro: “Qué, ¿se va ensañado a su casa Taríacuri?” Y no sé cómo lo supo con su cuñado llamado Huresqua, y salióle al camino y saludáronse. Díjole el cuñado: “¿Por qué te vuelves tan presto, señor? ¿Cómo no beben vino?” Respondió Taríacuri: “Sí señor, y me querían dar de beber, y en llegando, que llegué lo primero que me dijeron fue preguntarme por tu hermana, la cual yo no he visto ni hallo. ¿Cómo no está aquí con vosotros? Que mucho ha ya que se vino. E yo vine agora por ella. Vosotros la habíades de monestar, y no me habíades de preguntar por ella, pues que la distes a Curicaueri cuando la casastes conmigo.” Respondió su cuñado: “Así es la verdad, señor, y quizá es de cierto venida. Yo quiero ir allá y preguntarémoslo unos a otros y los viejos la tornarán a tu casa.” Partiose Taríacuri, y su cuñado se entró en casa y fue donde estaba su padre, y el padre le saludó, y el hijo a su padre Chánshori y díjole: “Pedistes a Taríacuri mi hermana, y él viene por ella, que ha mucho que se vino.” Y llamó Chánshori a las mujeres de su casa y díjoles: “Mujeres, ¿habéis visto a la mujer de Taríacuri?.” Y ellas respondieron: “Señor, no la habemos visto.” Dijo el viejo Chánshori: “¿Quién le dijo que se apartase de su marido? Id a buscalla.” Y sabiéndolo la mujer, que la andaban a buscar, vínose ella a su casa, y entró en su aposento, y asentose. Y llegaron a ella los de casa y dijéronle: “Levántate, señora, que te llama tu padre.” Y llevaronla a su padre, que llevaba los bezos sucios del vino que había bebido y toda la cara intiznada y díjole su padre: “Ven acá, tú, ¿dónde andas, quel pobre de tu marido sollozando vino por ti? ¿Qué mucho ha que te veniste? ¿Quién te dijo que te apartaras dél?” Respondió ella: “Así es la verdad, padre, que me vine de enojada, que no sé lo que se dice Taríacuri. Nunca me había de enojar de lo que cada día me decíe haciendo flechas; dicíe ques valiente hombre. Y toma la flecha en la mano y muestrámela diciendo: “Mira, mira, mujer, con éstas tengo de matar todos tus hermanos y parientes. ¿Cómo, son valientes hombres? ¿Son ligeros? ¿Para qué se quieren poner bezotes? ¿Es por ventura bezote el que se ponen? ¿No es un palo que se ponen allí? ¿Son esforzados? ¿No son mujeres? Y las guirnaldas de trébol que se ponen en la cabeza no son sino cintas de mujeres que se ponen por el cabello. Las orejeras de oro no son orejeras de oro mas de zarcillos de mujeres. ¿Por qué no se las quitan y se ponen zarcillos? Y lo labrado que tienen en las espaldas no es de valientes hombres, mas labores de mujeres. Y las camisetas que traen, no son sino mantas de mujeres y sayas. ¿Para qué traían los cueros de tigres en las muñecas? ¿Son por ventura valientes hombres? Mejor harían de comprar sartales para ponerse en las muñecas, [borrado] y las otras insinias que traen de valientes hombres y los máxtiles que traen que no son máxtiles, mas sayas y fajas de mujeres. Y los arcos que traen no son arcos, mas telares de mujeres; y las flechas no son sino lanzaderas y husos de mujeres. ¿Son por ventura de valientes hombres? Yo los mataré y acabaré a todos. Mira, mira, mujer, con éstas les tengo de flechar.” Esto es lo que me dice Taríacuri. No hay día que deje de decir esto, cada vez que hace flechas. ¿Cómo nunca me tenía de enojar de oír hablar siempre una cosa? Y de verdad que me vine por amor de mis hermanos.” Oyendo esto su padre, enojose. Dijo: “Mira, qué dice. ¿Por qué ha de decir esto Taríacuri? Cómo, ¿no son estas palabras de mujeres?” Y llamó los viejos y díjoles: “Llevad ésta a su marido” Y tornáronla a traer a su casa. Y de camino, fuése a un lugar llamado ltzi parámucu, a sus amigos, que tenían con ella conversación, uno llamado Xorópeti y otro Tareque Zinguata. Y luego, como la vieron, en llegando, la emborracharon y cometieron adulterio con ella, como solían. A la mañana vino Taríacuri de traer leña para los cúes, y asentóse en un portal y trujéronle de comer, y ella llegó entonces a la puerta, y habíase bañado: llevaba en la mano una xical de pescado, y miraba, y parábase muchas veces a la puerta como quien ha hecho algún mal, y de rato en rato acechaba para querer entrar, y ataviábase las naguas apretándolas, y juntaba las manos, estregándolas una con otra, y determinóse de entrar, y como entró, puso allí el pescado donde estaba Taríacuri, y díjole: “Señor, seas bien venido.” Y él le respondió: “Señora, tú también seas bien venida.” Y dijo ella: “Ay señor, que fui a comprar un poco de pescado.” Y entróse hacia dentro, y como volviese las espaldas, paróse a una entrada de una puerta y llamó Taríacuri y dijo: .”Hora venga mi tía.” Y respondió su tía que estaba allí y díjole Taríacuri: “Ven acá y lleva este pescado y cuécelo todo, nosotros ¿qué habemos de comer pescado del burdel? [borrado] ¿Habíamos de comer este pescado?.” Y la mujer estaba a la puerta escuchando y tornó a decir Taríacuri: “Levadlo todo y coceldo y queden algunos pocos para que pongamos ofrenda dello a Curiacuri. Esta afrenta no se ha hecho a mí, sino a Curicaueri.” Y entróse en casa su mujer y Taríacuri tornó al monte por leña para los fogones.

XVI

Cómo venieron los amigos desta mujer y cómo se emborracharon con ella y de la falsedad que levantaron a Taríacuri

Pasándose algunos días por una fiesta de Phurécutaquaro, fue Taríacuri con los suyos al sacrificio de las orejas que se hacía por aquel tiempo, queriendo ir no sé a qué parte a holgar. Sacaron de las troxes su dios Curicaueri y otro dios de la guerra llamado Pungarancha, y pusiéronlos al pie de la trox, para componerse los sacerdotes con ellos, y a Pungarancha pusieron en el patio. Ya que se partía Taríacuri con su gente, venían atrás dando voces dos hombres, y Taríacuri llamó a un viejo de aquellos que andaban con él, llamado Chupítani, y díjole: “¿Quién son aquellos que vienen dando voces?” Y díjole Chupítani: “No sé, señor.” Y enviolos Taríacuri a rescibir, y como los encontrasen en el camino, saludaron los viejos y dijéronles: “Señores, seáis bien venidos.” Y éstos se llamaban Xorópeti y TarequeZinguata [borrado] y dijeron a los viejos: “¿Está aquí nuestro cuñado?” Y los viejos les dijeron: “Señores, allí está.” Y dijeron Xorópeti y otro Tareque Zinguata: “Nosotros íbamos a sacrificarnos las orejas, en esta fiesta, al monte llamado Hoataro pexo, y dijeron los viejos que lo querían hacer saber a Taríacuri. Y como llegasen donde estaba Taríacuri dijéronle cómo venían estos dos principales susodichos, de un pueblo llamado ltzi parámucu y que si iban a sacrificar las orejas. Y díjoles Tariacuri: “Poné en las troxes a Curicaueri y a Pungarancha, porque quizá no les demos aquí alguna pena si aconteciere alguna cosa.” Y tomó su arco y flechas y salió a rescibir los dichos prencipales y saludoles Taríacuri diciéndoles: “Seáis, señores bien venidos.” Y ellos le dijeron: “¿Pues qué hay, cuñado? Nosotros venímonos a sacrificar a esta fiesta, al monte llamado Hoataro pexo.” Y díjoles Taríacuri: “Seáis, señores, bien venidos” Y dijo a los suyos: “Aquí hicimos denantes la salva a Curicaueri. ¿Cómo no sobró algo de vino?” Iban hablando hacia casa, y como lo supo su mujer de Taríacuri ataviose muy bien, y andaba a una parte y a otra, saliéndolos a rescibir. Púsose una buena saya y otros vestidos, y saludó a aquellos prencipales y díjoles: “Hermanos, seáis bien venido. Y ellos así mesmo la saludaron y sacáronles de comer y comieron y trujeron vino y echáronles en las tazas y lavose las manos Tariácuri, y dioles a beber cada cuatro veces y convidáronle a él y dijéronle: “Señor cuñado ¿no habéis de beber?” Y díjoles Taríacuri: “Después beberé, hermanos, porque cuando me tomo del vino, desconciértome mucho, y quizá si me emborracho, caereme aquí sobre vosotros, por el mucho desconcierto que tengo en bebello. Bebé, que yo os escanciaré.” Y dabales a beber, y secretamente hizo liar las hachas para ir al monte, y secretamente las sacaron de casa. A la tarde despedíase dellos y díjoles: “Queda en buen hora, cuñados, que quiero ir por unas matas de trébol que aquí hay delante deste monte, para resfriar las cabezas que no tenemos nada en la cabeza.” Dijéronle los cuñados: “¿Qué dices, señor? ¿Por qué has de ir tú mismo? Vayan tus criados.” Díjoles Taríacuri: “No saben dónde están mis criados. Yo sé, allá. Yo quiero ir, que no tardaré, y entre tanto bebé, que harto vino hay.” “Dice que hay harto y beberemos hasta la mañana.” “Ya me voy, que aquí cerca es.” Y dijéronle ellos: “Pues anda en buen hora.” Y tomó su arco y flechas, y salió de casa, y fuese. Y fué por el monte llamado Hoata custio, y empezó a escombrar allí y adrezar leña, que había de traer para los cúes, y puníala en orden las rajas que habían de llevar, e hicieron un montón redondo de rajas para quemar. Y era ya hacia la media noche: levantose una gran llama y llegaban las pavesas muy altas en el cielo y Taríacuri estaba echado al pie de una encina. Y como se hubo salido de casa Taríacuri, ataviase muy bien su mujer, después dél ido, y dijo aquellos mancebos: “Váyase Taríacuri; no rescibáis pena, que en esta casa no mora Taríacuri, sino yo, questa es su costumbre, de ir por leña y no se emborracha. Yo os escanciaré.” Y empezó a escanciar, y era un poco noche cuando se llegó cerca dellos. Enfrente dellos les escanciaba, y ellos empezaron a retozalla, y estuvo con ellos aquella noche, diciéndole: “Hermana acá, y hermana acullá.” Y como estaban ellos entiznados, entiznáronla toda la cara, y los vestidos. Y a la mañana fuéronse a su pueblo, y entróse la mujer en su casa, y ya traía Taríacuri su leña para los cúes, y venía toda la gente dando grita, y venía delante de todos Taríacuri, y llevaron la leña a los fogones, y echáronla allí, y hicieron un gran fuego, que se alzó la llama muy alta y humo, y aquellos buenos hombres iban dando voces, Xorópeti y TarequeZinguata, a su pueblo, Itzipa rámucu. Y fuese a su casa Tariácuri, y estaba el vino derramado y bosado por allí en su casa, y estaba todo hediendo a vino, y dijo Taríacuri: “¿Por qué no habéis barrido aquí?” Y entrase de largo en casa y saliole a rescebir su tía y saludole y díjole que fuese bien venido, y díjole Taríacuri: “¿Qué de la señora?” Díjole su tía: “Ay señor, que está enferma. Allí está en aquel aposento; allí detras donde duermes.” Díjole Tariácuri: “¿Qué dices, tía? ¿A qué hora empezó a estar mala?” Díjale su tía: “Ay señor, que luego como te partiste de casa.” Díjole Taríacuri: “¿Está muy enferma?.” Díjole su tía: “Señor, toda esta noche no ha hecho sino rebesar. Quizá tiene una enfermedad llamada senguero”. Y dijo Taríacuri: “Quiero ir allá.” Díjole su tía: “Espera, señor, no vayas; come primero, que yo la levantaré y bañare, y tú estarás allí un poquito.” Y Tariácuri no curó más, entrose derecho donde estaba durmiendo, y estaba una mochacha asentada a su lado; tenía cobierto el rostro con una manta delgada, y habló a la mochacha, y ella le saludó diciéndole: “Seáis bien venido, señor.” Díjole Taríacuri: “Dicen que está enferma la señora” Dijo la mochacha: “Así es la verdad, señora.” Y llevaba el arco en la mano, y alzó la manta del rostro con el arco, y vio que estaba toda entiznada, y la saya mal compuesta, y los pechos todos entiznados y el vino por los labios, y dijo entonces Taríacuri: Sí, sí, cierto que está enferma. Tórnala a cubrir.” Y tórnose a salir, y fuese derecho al monte por leña en ella, por amor de su padre de ella, que no veniese contra él, y le heciese guerra, que estaba cerca y con más poder que no él. Pues los adúlteros, yéndose a su casa, por el camino sacrificáronse las orejas, que se hecieron grandes aberturas en ellas, y hendiéronselas como solían hacer a los que tomaban en adulterio, y iban corriendo, sangre de ellas y dando gritos. Y tenían un tío de parte de su madre, llamado Tzintzuni, señor de Itxiparámucu, y oyendo los gritos que iban dando dijo: “¿Quién son aquellos que vienen dando voces, y hacen tanto ruido?” Y dijo a unos viejos de su casa: “ld y salidlos al encuentro.” Y como saliesen, saludáronlos, diciéndoles: “Señores, seáis bien venidos. ¿Dónde fuistes?” Y respondieron ellos a los viejos que los salieron a rescibir: “Fuimos al monte llamado Hoataro-pexo, y allí nos hendió las orejas Taríacuri, levantándonos que nos habíamos echado con su mujer.” Dijeron ellos: “Allá vamos, a decillo a vuestro tío Tzintzumi.” Y como llegasen los viejos, díjoles: “¿Pues qué hay?” Respondieron ellos: “Señor, tus sobrinos son que vienen; que fueron al monte llamado Hoataro pexo a sacrificarse las orejas, y Taríacuri les hendió las orejas por una mujer que les levanta.” Respondió el señor de Itziparámucu enojado, diciendo: “Mira qué dicen, ¿para qué fueron ellos al monte llamado Hoataropexo a sacrificarse? ¿Han oído ellos que beba vino Tariácuri, que todo el día trae leña y toda la noche? Muy liberalmente lo hizo en lo que hizo, de hendelles las orejas, por qué no los mató y consumió del todo. Váyanse donde quisieren: no vengan aca.” Y como se lo dijesen, fuéronse derechos al señor de Curínguaro llamado Chánshori, y él como los vió, díjoles: “¿A qué venís, hijos?” Dijeron ellos: “Señor, nosotros fuimos al monte llamado Hoataro pexo a sacrificarnos, y allí nos hendió las orejas Taríacuri levantándonos, que tenemos parte con nuestra parienta. ¿Cómo, no es nuestra hermana, su mujer?” Entonces ellos por agraviar más la cosa, dijéronle lo que su hija le había dicho cuando se huyó, diciendo que los había de matar a todos: que aquellas palabras fingieron ellos antes y le dijeron a ella que las dijese a su padre para revolvellos. Pues dijéronle al señor de Curínguaro: “Taríacuri también dice que somos unos cobardes, que nos ha de matar y consumir a todos.” Y todo lo demás que su hija le había dicho antes, y de la misma manera se lo contaron, y por eso lo creyó el señor de Curínguaro, por lo que le había dicho su hija. Y dijo: “Verdad es que Taríacuri, habló esto, porque la pobre de mi hija de la misma manera lo contó que vosotros lo habéis contado: unas mismas palabras son.”
XVII

Cómo Taríacuri sintió mucho, cómo no le guardaba lealtad su mujer,
y cómo se casó con otra por consejo de una su tía

Como conosció Taríacuri, que su mujer le hacía ruindad, sintiólo mucho, y no quería comer, y de contino no hacía otra cosa, sino traer leña para los cúes, y no iba a su casa, mas ìbase a las casas de los papas y traía arreo veinte días leña, y después otros veinte, y no quería comer nada, que estaba ya flaco y perdida la color, todo blanquisco. Tenía la cinta que se ceñía, metida muy allá en las tripas, y no se podía tener en los pies, y su tía, como vio esto, que se moría si no comía dijo: “Mancilla tengo, del que es la causa, que quiere así dejarse morir de hambre.” Hízole unas poleadas, y fuele a rescebir y púsose a la entrada de la cerca de leña, de que estaba cercado el patio de los cúes, que era de tablas. Andábase cayendo y abajáronle de los brazos los suyos: uno de una mano y otro de otra, y así le sacaron del patio y saliole al encuentro su tía y saludole y díjole que fuese bien venido, y él le dijo: “¿Pues qué hay, señora tía?” Respondió ella: “Hay señor, que han venido de la laguna los isleños, que no sé qué quieren, y yo siendo vieja, ¿qué les había de decir? Que no sé qué te quieren decir señor, ¿no sería bueno que fueses a casa a saber lo que quieren?” Y levantose de presto Taríacuri, porque venían de la isla donde él había nascido, y dijo: “Vamos allá, señora tía.” Y fuese a su casa. Y llegando a su casa, díjole: “¿Dónde están?” Y díjole su tía: “Señor, allí están, a las espaldas de casa. Allí les saqué de comer. ¿No sería bueno, señor, que te asentases y comerías un poco? ¿Cómo tendrás fuerza para respondellos?, que no sé lo que te quieren decir.” Díjole Taríacuri: “Así es la verdad, señora tía.” Y hízole de comer unas poleadas, y trujóselo, y pusóselo delante, y tomó las poleadas y bibióselas de presto y comió. Entre tanto, su tía, cruzando las manos de miedo, decía entre sí: “Ay, ¿qué le diré? No sé que me haga como es verdad que venieron de la isla de la laguna. ¿Cómo no me flechará toda en este mismo lugar? Ay, pobre de mí, ¿qué le diré? Y tomó un jarro de agua en la mano, y lavose las manos Taríacuri, y levantose, y tomó su arco y flechas y salió del portal donde comía y llamó a su tía, y respondió ella: “¿Qué es, señor?” Dijo: “¿Dónde están los isleños? Vamos allá.” Entonces díjole su tía: “Ay señor, pobre de ti: ¿quién había de venir? ¿A qué propósito habían de venir? Pobre de ti, que has dejado el comer, ques una mala mujer. Es de ahora de juntarse con ella varones, por la que tú has dejado el comer, que es una bellaca, que no quiere sino andar de contino lujuriosa con varones cada noche. ¿Quién no te conosce a ti, señor Taríacuri, que has florescido en fama, en este monte llamado Hoataro pexo, y eres rey, y llegas ya al cielo por fama, donde están los dioses, y al infierno, y a las cuatro partes del mundo? ¿Quién te deja de conoscer que te llamas Taríacuri? ¿Por qué causa has dejado el comer y beber? Mejor sería, señor, que comieses, porque tuvieses fuerzas para traer leña para los cúes, para que vinieses algunos días, porque eres señor. No te cures de aquella mujer, porque no te faltará otra que tengas por compañera, para que seas señor, y quizá no es nacida con la que has de estar y ser señor, o ya es nacida. Ve a Zurumban, señor de Taríaran. Tú y él, seréis señores.” Respondióle Taríacuri: “Así es la verdad, señora tía.” Y dijo a los suyos: “Vamos a Zurumban, señor de Taríaran.” Y partiéronse, y antes que llegasen allá Taríacuri, supo de su venida Zurumban, y saliole a rescebir todo amarillado la cara, que había hecho una fiesta, y saludole e dijo: “Señor, seáis bien venido.” Y tomole de la mano, y así iban platicando hasta su casa. Y estaba un pajarilo, llamado Zenzenbo colgado de una flor, y estaba chupando la miel, y viéndolo Zurumban díjole a Taríacuri: “¡Oh, qué hermoso pajarito; señor, fléchale; ¿Cómo?, ¿no eres chichimeca?, tírale.” Respondió Taríacuri: “Que me place; yo le tiraré, hermano.” Y puso una jara en el arco, y ya que le quería tirar, dijo Zurumban. “Mírame a la mano, y ve por él, y trai hacia acá la flecha”. Y como soltase acertole, y dijo a Zurumban: “Hermano, ya le acerté; ve por él.” Y iba Zurumban por un herbazal, y alzó la jara, y el pájaro traíale en la mano, y llegando a Taríacuri le dijo: “Cierto que eres chichimeca, que este pájaro no es tan grande, que era cosa de flechar por ser tan chiquito. ¿Cómo ninguno te ha de alcanzar? No faltas ni yerras tiro, y no hay quien te alcance en tirar.” Y ansí iban platicando, hacia su casa, y el pajarillo no sé cómo no murió. Llevábale en la mano vivo y llegando a su casa, halló a sus mujeres que estaban todas juntas. Díjoles Zurumban: “Madres, mirá que no yerra golpe Taríacuri, que ya veis este pajarillo, qué tamaño es, que no era cosa que se puede flechar; mirá quán hermoso es.” Y traíenle aquellas señoras de una en otra, en la mano, y trujeron de comer, y comieron todos, y después de comer dijo Zurumban a Taríacuri: “Hijo, ¿no beberás una taza de lo que yo bebo?” Respondióle Taríacuri: “¿Por qué no, hermano?” Y diéronle a beber, y entrose a otro aposento de dentro Zurumban, y tomó de un color amarillo, y traíalo en la mano y llegó a Taríacuri y díjole: “Señor, ¿cómo no te pondrás un poco desta color?” Respondiole Taríacuri: “¿Qué dices, hermano? ¿Cómo me tengo de poner este color, que ya yo tengo este color negro, que es de mi dios Curicaueri? ¿Qué es esta tizne? Póntela tú.” Solían los señores entiznarse todos, en honra de Curicaueri su dios. Por eso dice Taríacuri que tenía aquella color por amor de su dios. Díjole Zurumban: “¿Qué dices señor? Ponértela tienes; yo te la pondré.” Y púsosela por las narices, hacia bajo y por las uñas de las manos y de los pies, y díjole: “Así te lo has de poner. ¡Oh qué hermoso estás! Y yo todo me tengo de poner desta color amarilla el cuerpo y la cara.” Y dijole Taríacuri: “Póntelo, hermano.” Y díjole Zurumban: “Póngome ahora este color, porque sacrifiqué unos malhechores llamados Uázcata, para que vayan sus ánimas con las ofrendas a la madre Cuerauáperi.” Y paráronse todos amarillos. Y entrose dentro Zurumban y fue por dos mujeres, eran sus hijas, o sus mujeres y hizo que las bañasen y que la ataviasen. Púsoles unos zarzillos en las orejas de tortugas, y sartales a las muñecas, y collares de turquesas al cuello, y tomolas de la mano, y entró donde estaba Taríacuri, y díjole: “Señor Taríacuri” Díjole Taríacuri: “¿Qué es, hermano?” Díjole Zurumban: “Ves aquí tus madres, para cuando te dieren a beber vino, porque hace quitar el sentido, y desatienta que hace andar como loco el vino a quien lo bebe, y aquí es lugar despeñadero, porque no cayas, y te despeñes; éstas, te guardarán y mirarán dónde vas, y serán tus camareras cuando dormieres porque saca de seso el vino.” Y respondió Taríacuri: “Estense, aquí, señor.” Y púsolas allí entrambas, y dijo Taríacuri: “Dad de beber a estas señoras.” Y diéronles a beber. Y siendo ya de noche, que ya era escuro, díjole Zurumban a Taríacuri: “Señor.” Respondiole Taríacuri: “¿Qué es, padre?” Díjole Zurumban: “Yo estoy ya borracho; quiérome entrar a dormir, porque no me caya aquí, encima de vosotros. Echate a dormir.” Y dijo a las mujeres: “Hijas, echaos a su lado, porque no se despeñe por aquí, que es todo por aquí despeñaderos, y si le acontece algo, echarnos han a nosotros la culpa..” Díjole Taríacuri: “Ve hermano en buen hora.” Y éntrose dento de su aposento Zurumban y llamó Taríacuri a sus viejos que traía consigo, llamados Chupítani, Tecaqua, Nuriuan, y respondieron ellos: “¿Qué es, señor?” Díjoles Taríacuri: “Poned allí a aquel rincón unas esteras, y llevad allí esas señoras, y allí dormirán, y cubrildas, porque quieran casallas con algunos, y no sea ruido hechizo de traellas aquí por argüirnos después de alguna cosa, viéndonos desfavorescidos.” Y llevaron las señoras a un rincón, y allí se echaron a dormir y las cobrieron y dijo Taríacuri a sus viejos: “Llegaos acá, y platicaremos en algo.” Y empezaron a razonar, y no dormieron toda la noche, y estaba sobre aviso, porque no le tomasen descuidado. Pues como amanesció, dijo Taríacuri a sus viejos: “Vamos, y tomemos el calor de los braseros.” Acostumbraban los señores, como arriba dije, de tiznarse todos por amor de su dios Curicaueri, y teníanlo por gran honra andar así tiznados, y para estar más lucios, y que se les pegase mejor aquel color negro, echaban unas teas en unos braseros, y poníanlas debajo de las camisetas que usa esta gente, como maredillos, y aquel humo con el calor, pegábaseles en el cuerpo, y después estregábanse y parábanse muy lucios. Este se llamaba Uiriquareni, y por eso les dijo Taríacuri a sus viejos que trujesen aquellos braserillos para tomar aquel humo. Y salió Taríacuri, y asentose a la entrada de la puerta a tomar aquel humo, y levantose Zurumban, y ya habían salido las mozas fuera, y como las vio Zurumban preguntoles: “Pues, ¿juntose con vosotras Taríacuri? ¿Cómo dormistes?” Respondieron ellas: “No señor, es loco y no tiene seso. Después, señor, que te entraste a dormir, llamó a sus viejos y díjoles: “Poné unos petates a esas mujeres; y pusiéronnos a un rincón, y dijo: “Quizá es ruido hechizo por argüirnos de alguna cosa por vernos desfavorescidos. Llegaos acá, y razonaremos un poco, y él no sabe dormir. Hase tornado loco.” Díjoles Zurumban: “Ciertamente es, señor.” E hizo traer muchos cántaros de agua y dos grandes xicales de jabón que traían en las manos, con dos grandes hachos de ocote que traían delante, que no era bien amanescido, y como llegó a Taríacuri, díjole: “Pues: Señor Taríacuri, despierta, despierta, que es ya amanescido y bañarte has un poco, y beberemos.” Y respondiole Taríacuri: “Señor, entra de largo: ya rato ha que estoy despierto y estoy tomando el humo”. Y dijo Zurumban: “Bien está, ¿a qué hora despertaste? ¿Qué tienes vestido? ¿Con qué tomas ese humo?” Y díjole Taríacuri: “Con una camiseta gorda.” Y díjole Zurumban: “¿Por qué con esa tomas el humo?” Y echole encima una manta rica doblada o enforrada en otra, y entrose en su aposento, y metieron el agua, para bañarse Taríacuri. Y ya era bien amanescido y tornose a salir Zurumban y traía mucho vino consigo, y hizo echar de ello en las tazas, y dijo: “Señor, quiérote dar un poco a beber.” Y díjole Taríacuri: “Zurumban, no; iremos primero entrambos, cabe la trox, donde se guardan los dioses, que traigo un poco que decirte”. Díjole Zurumban: “Vamos, señor.” Y fueron y llegaron a donde guardaban la diosa Xarátanga, y díjole desta manera Taríacuri: “Oyeme señor, Zurumban: tú no haces, sino cada día emborracharte muy mal, ¿no sería bueno, que dejases el vino, y fueses por leña para los cúes? Y harías tus fiestas grandes y beberéis diez dias, siendo gran fiesta, y si fuese pequeña beberéis cinco días, y después te bañarías, y entrarías en los cúes a hacer tu oración, y después llevarías tus estrumentos para bailar, tortugas y atabales, y tu vino concertado, y el sacerdote, llamado Curiti, echaría los olores, y el sacrificador, para hacer oración a los dioses, para tomar cativos en la guerra y velarías siquiera dos noches, y tomarías a tu diosa Xarátanga y irías a la guerra cerca de los términos de tus enemigos a Hurecho y Cacángueo y a la Guacana y a Cuerapan, porque andan por allí pájaros colorados, de los cuales hacen atavíos de pluma para tu diosa Xarátanga. Y allí hay un río, que dos veces se hacen cosas de comer en el año de la fruta llamada tomates, y axí y melones, y algodón y ciruelas que trairéis aquí a tu pueblo: que trayéndolo sería tu pueblo como uno de los otros, donde nascen todas estas cosas. Lleva allí tu gente de guerra, y tomarás allí algunos cativos, y a veces harías tus entradas, y tus enemigos, si se quejasen de ti, diríasles: “Yo no soy, sino Taríacuri, que viene aquí de noche a hacer salto en vuestros pueblos, y dame a mí cativos para el sacrificio, y por eso toco mis atabales, haciendo fiesta, que oís vosotros, y ansi no te echarían a ti la culpa tus enemigos, sino a mí, y no te harían guerra. Verás, Zurumban, que te hago señor, si haces esto, porque no eres señor, más de baja suerte y mendigo, y agora te hago señor, y haz mercedes.” Oyendo esto Zurumban, empezó a llorar muy fuertemente, y dijo: “Ay, señor yerno, estas palabras trujiste contigo, de rey; todo lo cumpliré, lo que me dices. Vamos a casa, y comerás.” Y fuéronse a su casa, y trujéronles de comer, y después de comer llamó Zurumban un mayordomo suyo llamado Huyaria, y dijo que buscase cacaxtles y que hiciese cargas de mantas para que llevase Taríacuri. Y entrose en un aposento y compuso dos señoras con sus buenas sayas y collares de turquesas al cuello y sus zarcillos de tortugas y otras mantas, y tomólas de la mano a entrambas, y sacolas donde estaba Taríacuri y dijole: “Señor, vete a tu casa y lleva estas dos, para que te den agua a manos, y sean tus camareras.” Y respondió Taríacuri: “Así será, señor, como dices.” Y aderezáronse para se partir, y dioles muchas mujeres Zurumban a sus hijas que las acompañasen e serviesen. Y sacaron todo el ajuar de las señoras, de muchas petacas y alhajas de mujeres, y así se partió Taríacuri para su casa, despediéndose primero de su suegro Zurumban. Y como llegó a su casa, salióle a rescibir su tía y díjole: “Seas bien venido.” Y pusieron allí todo lo que Zurumban había dado a Taríacuri, que era mucha cosa, y viéndolo su tía, holgose mucho y díjole: “Pues verás, señor Taríacuri, cómo es señor Zurumban. Mira lo que han traído, y esto no es nada para lo que enviará para la con que has de ser señor.” Y Taríacuri, como solía iba por leña para los cúes, y su mujer primera, hija del señor de Curínguaro, viendo las otras mujeres en casa, moríase de celos y fuese a su pueblo de Curínguaro y nunca más tornó.

XVIII

Cómo se sintió afrentado el suegro primero de Tariacuri porque dejó su hija,
y le tomó un cu y fueron sacrificados los enemigos de Taríacuri
Era fiesta de Sicuíndiro cuando renovaban los cúes de Curicaueri, y tomó Taríacuri algunos esclavos, y metiolos en las casas de los papas, para velar con ellos en la vigilia de la fiesta. Y estaba Taríacuri a la puerta de las casas de los papas, y el viejo Chánshori, suegro primero de Taríacuri, enojose porque había tomado otras mujeres, y había dejado su hija y dijo: “¿Qué soberbia es esta de Taríacuri? Qué afrenta nos ha hecho tan grande.” Y dijo a su gente: “Taríacuri, la tierra que tiene no es suya.” Y ezió sacerdotes, y tomó algunas mantas de los atavíos de su dios Hurendequauécara, y compusiéronse los sacerdotes, y tomaron su dios a cuestas y iban tocando sus trompetas, y vinieron así al asiento que tenía Taríacuri, llamado Hoataro pexo, donde tenía a Curicaueri su dios, en un cu, que le habían hecho allí. Solía esta gente, a su tiempo, cuando los enviaba al cazonci a otro señor, a morar a otra parte, los que iban llevaban alguna piedra, que estaba con su dios, o parte dél, y donde asentaban, punían nombre del dios que llevaban de sus pueblos, y le decían las mismas fábulas y hacían las mismas fiestas que en sus pueblos propios. Y como llegaron los de Curínguaro, tomaron el bulto de Curicaueri, y echáronle a un rincón, y dijeron: “Este cu no es de Curicaeuri, más de nuestro dios Hurendequauécara. Y pintáronle blanquebol, como solían pintar los cúes de Hurendequauécara, y la casa de los papas enalmagraron. Y tomaron los esclavos que tenían para el sacrifio de Curicaueri, y sacrificáronlos a Huredequauécara, y levantáronse de allí todos los chichimecas, y fuéronse a un monte llamado Upapohoato, donde hicieron otros cúes. Y llamó Taríacuri, a sus viejos, llamados Chupítani, Tecaqua, Nuriuan, y díjoles: “Tomad una carga de hachas de cobre bañado muy amarillo, y llevadlo a Urendequauécara, dios de Curíguaro, para que destas hachas le haga cascabeles para sus atavíos, y decid al viejo Chánshori, que le ruego yo, que me preste o venda un pedazo de tierra para poner a mi dios Curicaueri, pues que sabe ques todo pedregales, donde esto[y].” Y fueron los viejos a Chánshori, y llegando allá, saludolos, y dijéronle su embajada, y respondió Chánshori: “Decid a Taríacuri, que esté en el lugar que está, que aunque sea pedregales, que todo es buena tierra: que allí primero se hace y granan los maizales, que en otra parte, y los melones, y las semillas de bledos, y que no llegue a Cuinuzeo ni a Tepame caraho, porque hago una sementera para hacer vino a mi dios Hurendequeauécara: esto le diréis y que beba del arroyo llamado Curingue.” Y vinieron los viejos con el mensaje a Taríacuri, y dijo Taríacuri: “Pues estémonos aquí, pues es tan mezquino y ingrato Chánshori.” Y estuvo allí algunos días, y no se sabe por qué, tomó Taríacuri a Curicaueri, y fue de allí con toda su gente a un lugar llamado Urexo. Allí hizo hacer un cu de céspedes, y tornaron los de Curínguaro a querer destruir a Taríacuri, y llevaron su gente de guerra y cercaron a Taríacuri y allí dió Curicaueri, a sus enemigos, camorras y embriaguez, y estropezamiento. Y empezaron a andar desatinados los enemigos, y cayeron todos en el suelo, y abrazábanse unos con otros, y ansí iban al pie del cu, donde unas viejas los subían al cu, que no los tomaban hombres, y allí los sacrificaban los sacerdotes de Curicaueri que estuvieron todo un día sacrificando, y llegaba la sangre al pie del cu, y después iba un arroyo de sangre por el patio, y pusieron en unos varales las cabezas de los sacrificados, que hacía gran sombra, y dijo Taríacuri: “Vení acá, viejos.” Y díjoles: “Si mi mujer, la hija del señor de Curínguaro, fuera varón, muy valiente hombre fuera, que ahora, con ser mujer, ha hecho matar de sus hermanos y tíos y su agüelo. Ha dado en este día de comer a los dioses y les ha aplacado los estómagos. ¡Valiente hombre ha sido mi mujer!” Quiso decir Taríacuri, en estas palabras, que por su mujer había empezado aquella guerra, en la cual su dios Curicaueri había desatinado a sus enemigos, y que ella había sido la causa, y que si fuera varón como era mujer, que hubiera más muertos. Y levantóse de aquel lugar Taríacuri, y fuese a un lugar llamado Querenda angangueo y no fue con él su tía, y dijeron los de Curínguaro: “¿Qué es esto que ha hecho hoy Taríacuri en nuestra gente? Nunca olvidaremos esta injuria.” Entonces enviaron espías, diciendo que estaba en lugares muy fragosos, y vinieron las espías y no podían llegar, y tornáronse y contrahicieron los adives y leones y lechuzas, y otros pájaros llamados purucuzi. Y venían ansí escuchando hasta el lado de las casas, y venía por espía el hijo de Zurumban, y no dijo nada desto, aunque lo vio, y entraba en casa de Taríacuri, por lo que Taríacuri y su padre habían hablado que eran amigos. Y comían juntos, él y Taríacuri, y enborracháronse entrambos, y como hobiese bebido salió de casa y iba por los herbazales para espiar por donde había de venir la gente. Y la tía de Taríacuri no sé dónde lo supo, y entró dentro en casa, y como la vió Taríacuri, saludóla y díjole: “¿Pues qué hay, señora tía?” Y estaba Taríacuri arrimado a una parte de la puerta, y el hijo de Zurumban llamado Tzintzuni, a otra parte, y teníanles puesto de comer a cada uno, por sí, a su parte, y el vino estaba junto a ellos, y tornóle a decir Taríacuri: “¿Pues qué es, señora tía?” Entonces díjole su tía: “Una cosa he sabido, que se dice, que los de Curínguaro nos han de destruir, y dicen que han venido a poner espías, y que se tornan leones y adives, sabiendo en los lugares fragosos que estamos, y que dicen que no se le da nada dello al hijo de Zurumban, y él entra en tu casa y coméis en uno y bebéis juntos, y que sale fuera en achaque de orinar, y va por los herbazales, donde están las espías, a ver cómo viene la gente de guerra.” Oyendo esto Taríacuri, enojose y reprendió a su tía, diciendo: “Mirá qué dice esta vieja, ¿quién ha de andar espiando? Este señor que está aquí comiendo conmigo, se llama Tzintzuni, hijo de Zurumban: aquí estamos juntos; vete de ahí con lo que vienes.” Respondió su tía: “Así es la verdad señor, que estáis juntos; quedaos en buen hora.” Y salióse enojada y oyendo esto el hijo de Zurumban, sintiose mucho y díjole Taríacuri, que no rescebiese pena, que aquella vieja no sabía lo que se decía que eran nuevas que había oído por ahí. Y dijo el hijo de Zurumban: “Señor, ¿cómo no tengo de tener pena de oír lo que he oído? Ya no podré sosegar.” Y salió fuera Taríacuri, y trújole cinco cargas de pescado y díjole: “Señor, pues vete a tu casa, no tengas pena; lleva este pescado para dar a tus hijos, llegando a tu casa.” Y respondió el hijo de Zurumban y dijo: “Sea así, señor.” Y fuese a su casa, y tomó Taríacuri su dios Curicaueri, y su gente y fuese tras él. Y supo de su venida Zurumban su suegro, y saliole a rescebir al camino, y saludáronse, y Zurumban fingiendo que lloraba de compasión de su yerno, untose la cara con saliva y díjole que viniese en buen hora. Y llegando a su casa le dijo: “Aquí en este lugar no hay leña, para que traigas para los cúes; la cual tú todo el día traes y toda la noche. Ya ves tú que aquí no hay monte; vete a un lugar llamado Uacapu, donde es señor Anachurichezi, y allí trairás leña para los cúes.” Y fuese con su gente Taríacuri, al susodicho pueblo llamado Uacapu, y rescibióle el señor de allí, y estuvo allí algunos días, y tomando de allí a Curicaueri, fuese a otro pueblo llamado Zurumu hucápeo, a un señor llamado Atapetzi, y aquel también le rescibió, y estuvo allí algunos días. Y tomando de allí a Curicaueri, se fue con su gente a un lugar llamado Santángel, a un señor llamado Hapariya que de verdad le rescibió y le hizo un cu y las casas de los papas y una casa, y allí traía leña Taríacuri para los cúes con su gente y hizo allí su asiento.

XIX

Cómo los cuñados de Taríacuri de la mujer primera de Curínguaro le enviaron a pedir plumajes ricos,
y oro, plata, y otras cosas, y de la respuesta que dio a los mensajeros
Supieron los de Curínguaro que tenía asiento Taríacuri, y ya había salido de señor Chánshori, por ser muy viejo, y un hijo suyo llamado Huresqua, era señor de Curínguaro. Era costumbre en esta gente, que en siendo muy viejo el señor del pueblo, elegían a su hijo, y hacíanle señor antes que muriese el padre, y él mandaba el pueblo, como paresce aquí en este pueblo susodicho de Curínguaro. Por ser muy viejo Chánshori, hizo señor a su hijo antes de su muerte. Pues llamó Huresquea sus viejos y enviólos a Taríacuri, con un mensaje, y díjoles: “Id a Taríacuri y decidle que habemos oído que hizo una entrada hacia Occidente, y trujo muchos plumajes verdes largos, y penachos blancos y plumas de papagayos y otras plumas ricas de aves y color amarilla de la buena, y collares de turquesas, y otras piedras preciosas, y oro y plata de lo bueno, y collares de pescados del mar y otras muchas cosas: que lo traigan aquí todo, para nuestro dios Urendequauécara, que aquellos no son atavíos de su dios Curicaueri, mas de Urendequauécara.” Y partiéronse los viejos, y llegaron donde estaban Taríacuri y díjoles: “¿A qués vuestra venida?” Respondieron ellos: “Señor, tus cuñados nos envían a ti.” Y relatáronle toda su embajada, y respondió Taríacuri: “Así es la verdad, que fuí donde dicen y así es la verdad, que truje todo lo que dicen; asentaos y comeréis y yo os despediré.” Y diéronles de comer, y después de haber comido, pidieron licencia para tornarse. Y díjoles Taríacuri: “Esperaos un poco.” Y hizo traer unas arcas, y empezó de abrillas, las cuales estaban llenas de muchas maneras de flechas, y tomó muchas dellas, y pidió una manta de algodón, y envolviolas con ella, y llamó los viejos que habían venido con el mensaje, y díjoles: “Tomá este envoltorio y llevásele a vuestros señores, que esto es lo que piden. ¿Qué otra cosa piden sino esto?” Y dijeron los viejos: “Señor, no nos dijeron que habíamos de llevar flechas, mas plumajes verdes de los largos.” Díjoles Taríacuri: “¿Qué decís, viejos? Mirá que esto es lo que dicen.” Respondieron ellos: “No señor: Cómo, ¿no conoscemos lo que es esto?” Tornolos a decir Taríacuri: “Mira que esto es: que no lo entendisteis vosotros bien.” Dijeron ellos: “Señor, no nos dijeron sino plumajes verdes.” Y díjoles Taríacuri: “Llevá esto.” Y desató las flechas y sacó dellas y díjoles: “Llegaos acá, y oiréis lo que os dijere: Mirá esta flecha que está pintada de verde, se llama Tecoecha xungada, y éstas son los plumajes verdes que piden.” Y mostróles otra y díjoles: “Esta son los collares de turquesas que dicen, y ésta destas plumas blancas es la plata que piden, y ésta destas plumas amarillas es el oro que piden, y éstas de las plumas coloradas son penachos colorados, y éstas son las plumas ricas, y estos pedernales, que tienen puestos, son mantas, y éstas de cuatro colores de pedernales blancos y negros y amarillos y colorados, éstos son mantenimiento, maíz y frísoles y otras semillas. Esto es lo que ellos piden, lleváselo.” Y tomaron aquellas flechas los viejos, y lleváronlas a sus señores y dijéronles la respuesta de Taríacuri, y rióse mucho de oíllo Huresqua señor de Curínguaro y dijo: “Mirá qué dice: Id y llamá a nuestra hermana; ella que estuvo algún tiempo en su compañía, ella quizá sabrá si tienen estas flechas estos nombres que dice Taríacuri. Si es así verdad.” Y vino su hermana, y dijéronle lo que había respondido Taríacuri, y dijo ella: “Es un viejo loco el que dice esto. Cómo, ¿estas flechas no son unas cañas y unas varillas puestas en ellas? Y estas piedras ¿no se les halló por ahí? y los que dicen que son plumajes verdes ¿son sino plumas de colas de águila, y de halcones que hendió y puso en estas flechas? Todo lo que dice que son plumajes ricos y éstas pinturas son y no oro ni plata. Dice locuras en lo que dice, y yo nunca le oí decir tales cosas, haciendo flechas, ni les ponía tales nombres.” Y dijeron sus hermanos: “Así debe ser.” Y tomaron las flechas, y hízolas pedazos todas, y echáronlas en el fuego y quemáronse, y como era muy viejo su padre, llamado Chánshori, traíanle de los brazos, y entró donde estaban sus hijos, y díjoles: “¿Pues qué hay, hijos? ¿Qué habéis hecho?” Y habían traído estas flechas. Mejor fuera que no las quemárades, sino que buscáramos un cuero o carcax, y las pusiéramos en él, y se las pusiéramos a nuestro dios Hurendequauécara, porque deben tener alguna deidad estas flechas, y viniera nuestro dios algunos días con ellas. Pues que ya es hecho, hijos, sea así. Yo, que soy viejo, he oído esto ya: ahora me huelgo de no haber muerto por oír esto.” Y respondiéronle sus hijos y dijeron: “Mirá con qué viene este viejo medroso. ¿Por qué nos ha de flechar Taríacuri? ¿Quién nos ha de hacer guerra? ¿Nosotros estamos solos aquí?, que somos tantos, que no hay quien ose venir contra nosotros.” Pasándose algunos días, los de la isla de Pacandan fueron a Taríacuri, y él les preguntó a qué venían, y dijéronle: “Señor, envia[n]nos los isleños que tuvieses por bien de tornarte a tu casa de Pátzquaro porque te toman todo aquel asiento y no hacen sino reñir unos y otros sobre aquel asiento, porque venieron de una parte los de Curínguaro, y los isleños fueron de otra, y los de Taríaran de otra: Dicen los isleños que tornes a tu asiento.” Y rióse Taríacuri y díjoles: “¿Qué quieren de mí los isleños? Cómo, ¿ellos no son los que me han maltratado? ¿Qué ayuda quieren de mí? ¿Había yo de matar a sus enemigos” Id, haceos guerra y destruíos los pueblos.” Y como traían guerra una isla con otra, los de Pacandan, destruyeron el pueblo a los isleños llamados hurendetiechan, y como se vieron destruidos enviaron otros mensajeros a Taríacuri, cómo habían peleado, que qué harían, que tuviese respeto, que había nascido en aquella isla y que les favorescía. Que los señores tienen dos paresceres. Y respondió Taríacuri: “Así es la verdad, como me tratan”. Id y compraos unos a otros, y rescataos, y pedí las piedras de moler y las ollas y todas las alhajas, y escojed los viejos y viejas y sacrificadlos para hacello saber a los dioses.” Y rescatáronse, y escojeron los viejos e viejas, y sacrificáronlos para aplacar los dioses. Pues vino Taríacuri con su gente al monte llamado Arizizinda, monte de Pátzcuaro, y a la media noche empieza a tocar su silbatillo encima del monte, que contrahacía las águilas, y oyeron aquellos silbos a la media noche los de Curínguaro que tenían el asiento de Pátzcuaro, y levantáronse todos, y fuéronse a su pueblo con gran polvareda que iban levantado, y los isleños se entraron en la laguna que hacían espumas al entrar, y los de Taríaran se fueron también, a su pueblo y iban haciendo polvareda huyendo, y volviose Taríacuri a su asiento de Pátzquaro, con su gente.

XX

Cómo Taríacurí buscaba sus sobrinos Hirípan y Tangáxoan que se habían ido
a otra parte, y de la pobreza que tenía su madre con ellos
Dicho se ha arriba, cómo Taríacuri tenía dos primos, hijos de hermano el uno llamado Zétaco y el otro Aramem Estos tuvieron dos hijos, el uno llamado Hirípan y el otro Tangáxoan, destos dos primos hermanos de Taríacuri, no se hace más mención, donde paresce ser muertos, porque sus hijos quedaron huérfanos, y fuéronse con su madre a otro lugar, durante la persecución de Taríacuri, que sus enemigos le hacían; pues dice agora la historia: Llegando Taríacuri a Pátzcuaro, nunca hacía, sino preguntar por sus sobrinos, hijos de Zétaco y Aramen. Y llamó sus viejos y díjoles: “Chupítani, Tecacua, Nuriuan, sábeme y pregunta dónde se fueron mis sobrinos Hirípan y Tangáxoan.” Y llamó [a] su hijo llamado Curátame, que había habido en la señora de Curínguaro, y díjole: “Hijo, yo te quiero casar; vete a tu pueblo de Curínguaro, donde nasciste, y allí está el dios Urendequauécara; trae leña para sus cúes, y verás que todos se emborrachan en Curínguaro. No tomes ejemplo para hacer tú lo mesmo, y, ya has visto mi vida, cómo voy por la leña para los cúes, y cómo traigo leña todo el día y toda la noche, y echo encienso en los braseros de los dioses. Ya lo sabes todo. Trae leña para Urendequauécara y no te emborraches.” Y después que su padre le hubo avisado, envióle acompañado a Curínguaro y como hizo su asiento, empezó a emborracharse, y súpulo su padre, y tenía mucha pena por ello, y dejóle. Y nunca hacía sino preguntar por sus sobrinos Hirípan y Tangáxoan. Dejemos ahora a Taríacuri, y contemos lo que les sucedió, después que dél se partieron. Como eran muchachos fuéronse con su madre a un lugar llamado Pechátaro, y de allí llegaron a los pueblos siguientes: a Siuinan, y Cherán, y a Sipíato y a Matoxeo y a Záueto, donde había un mercado, y había allí unos pocos de chichimecas que estaban en el monte, y fuéronse allá a vellos, y como no tuviesen qué comer, fuéronse los muchachos al mercado, y siendo hijos de señores, andaban huérfanos y comían lo que hallaban caído por el mercado, de raíces medio mascadas que se hallaban, y de algarrobas que estaban medio pisadas, que traía la gente entre los pies, y aquello comían. Si estaban comiendo en el mercado, en alguna parte, llegábanse allí entre medias, y cogían de las migajas que dejaban los otros, y ruciábanlos con caldo los que estaban comiendo, y dábanles de papirotes. Y su madre, con otra hija suya, andaba por otra parte así pobremente mendigando. Y acaso llegose una mujer de uno llamado Niníquaran a ellos y paróselos a mirar, y díjoles: “Hijos, no comáis eso que coméis, que lo train entre los pies, y se ensucian por allí.” Y díjoles: “¿De dónde sois, hijos?” Respondieron ellos enojados: “Hermana, no sabemos de dónde somos; ¿por qué nos lo preguntas?” “¿Cómo os llamáis?” Respondieron ellos: “Hermana, no sabemos cómo nos llamamos. ¿Por qué nos lo preguntáis?” Dijo ella: “No lo digo sino por preguntar. Cómo, ¿no tenéis madre? ¿Ella no os dice vuestros nombres?” Respondieron ellos: “Sí hermana, madre tenemos, y ella nos dice nuestros nombres.” Dijo ella: “Hijos, no habléis así enojados, que no lo digo sino por preguntar.” Entonces dijo Tangáxoan: “Sí hermana, ¿qué es lo que dice mi hermano? Yo me llamo Tangáxoan y él se llama Hirípan.” Y la mujer oyendo esto les dijo: “¿Qué es lo que decís, hijos? Que vosotros sois mis sobrinos, yo soy sobrina de vuestro padre, que eran hermanos de vuestro padre y el mío.” Respondieron ellos: “Así es, hermana: el uno dicen que se llamaba Zétaco y el otro Aramen, los que nos engendraron.” Y dijo ella: “Ay, señores, yo os quiero llevar a mi casa; vamos allá.” Dijeron ellos: “Vamos, hermana.” Y dijo ella: “Allí tengo un maizal que están las mazorcas verdes que me comen los tordos: allí los oxearéis y comeréis allí cañas verdes de maíz”. Y llevolos a su casa, y, guardábanle aquel maizal y daban voces a los tordos oxeándolos: Y como estuviesen allí algunos días, oyó decir dellos un señor de Hetúquaro, llamado Chapa y envió unos viejos y díjoles: “Id por dos chichimecas, que dicen que están en un lugar llamado Hucaríquaro, que están con la mujer de Niníquaran, que dicen que son muy hermosos, y tienen una hermana muy hermosa. Traedlos aquí, y el uno será sacerdote y el otro sacrificador y su hermana hará ofrendas para Curicaueri.” Y como fueron allá los viejos, escondiólos su tía y ansí fueron cuatro veces, y tantas los escondió y díjoles su tía: “Ios a vuestra tierra, hijos, lléveos vuestra madre: Tomad mazorcas de maíz verde, y hazé alguna comida para el camino.” Y hiciéronles comida para el camino, y dijo a su madre: “Torna a llevar a tus hijos, como los truxiste, que ya dicen que es venido Taríacuri a Pátzquaro, porque no venga aquí Taríacuri a poner señales de guerra, y los maten a vueltas. Llévatelos, y yo luego me iré tras vosotros.” Y vínose la madre con sus hijos y trújolos a un lugar llamado Sipiaxo, y de allí a otro llamado Matoxeo, y de allí los trujo a otro lugar llamado Timban, y dijeron a su madre: “Madre, ¿dónde vamos?.” Y dijo ella: “Hijos, bien tenemos de ir aquí: Iremos a un lugar llamado Erongaríquaro. Allí está uno llamado Cuinba, un hermano mío, que es vuestro tío.” Dijeron ellos: “Vamos, madre.” Y llegaron a Erongaríquaro, y entraron en casa de Guinba dijéronle: “Señor, aquí te asaremos la caza que tomares, y te traeremos leña del monte para quemar en casa, y haremos tus sementeras, y traeremos tus hijos a cuestas, si quiere, que estemos aquí en tu casa.” Dijo él: “Seáis bien venidos, hijos.” Y envió que les barriesen un aposento, y aposentolos allí, y los mancebos no entendían en ninguna cosa de las que habían prometido, porque cada día iban al monte a traer leña para los cúes, todo el día e la noche, y andaban todas las tierras, buscando leña. Y dormían en el monte perdió la esperanza del servicio que le habían de hacer Cuinba, su tío, y dijo: “¿Dónde se han ido mis sobrinos? ¿Cómo cumplen lo que me dijeron? Son unos locos y por eso andan todos ellos por los montes, que no tienen casas los chichimecas. Y mandó que echasen la madre de su casa y que se fuese donde quisiese. Y echaron la madre de los mancebos de su casa, y la pobre había tornado a hilar, y había molido harina, y habíanle dado un poco de maíz, que tenía en unas ollas, y echáronselo todo de casa. Y tenía allí unas mantillas viejas, y echáronlos de casa, a ella y a su hija, y las ollas de maíz, que estaba todo derramado por el patio, y cogiolo con unas mantas viejas, y púsolo al pie de un cerezo, y allí puso sus alhajuelas pobres, y abrazábase con su hija, y lloraban la madre y la hija, y vinieron los hijos que traían las espaldas desolladas de la leña que habían traído para los cúes, que se les entraban los ganchos de la leña por las espaldas, y traían las cintas muy metidas en las tripas, con la hambre que habían pasado, y traían unas piedras en las manos, con que cortaban la leña, que no tenían herramienta. Y entraron en casa, y hallaron desamparado el aposento donde estaba su madre con su hermana, y dijeron: “¿Dónde será ida nuestra madre? Ve, hermano Tangáxoan, pregúntalo.” Y topó con una moza de casa, y díjole: “Hermana, quiérote preguntar un poco.” Respondió ella: “¿Qué quieres, señor, que te diga?” Dijo él: “¿Viste ir una vieja que estaba aquí? ¿Dónde fue?” Respondió ella: “¡Ay señor, muy desagradecidos sois! ¿Cuándo habíades de hacer lumbre en casa? ¿Y cuándo habíades de traer los niños a cuestas, según que prometistes cuando entrastes en esta casa? Dicen que por eso andáis todos, como andáis los chichimecas, por los montes que no tenéis casas.” Esto le dijeron a vuestra madre y hermana, y por eso las echaron de casa. Allí están entrambas, al pie de un cerezo.” Y dijo Tangóxoan: “Sea así, hermana; ya nos vamos.” Y fueron por unos herbazales, y empezó a llorar muy recio su madre, cuando los vido que traían todas las espaldas desolladas y los ganchos de la leña que les habían entrado por las espaldas, que no tenían qué ponerse a las espaldas, ni tenían cincho, que ataban unas raíces unas con otras, para atar la leña, y entrabánseles aquellos ñudos en las espaldas. Y abrazose su madre con todos ellos y empezó a llorar con ellos, y dijeron ellos: “Calla madre, que nos haces saltar las lágrimas. ¿Cómo dejiste, madre, que aquél era nuestro tío?” Dijo ella: “Así es la verdad, hijos, mas de mezquino y ingrato lo hace.” Dijéronle los hijos: “Pues ¿dónde iremos madre?” Dijo ella:”Aquí tenéis otro tío, en Urichu, que se llama Ambaua. Allí iremos.” Y llegaron al pueblo de Urichu y prometieron allí lo que antes habían prometido en casa del otro su pariente, que harían fuego en casa, y le harían sus sementeras. Y mandoles barrer un aposento, y entró allí su madre, y ellos fuéronse al monte, y de continuo traían leña para los cúes. Y mandólos echar de casa también aquel su tío, que se fuesen donde quisiesen, y vinieron sus hijos con las espaldas desolladas como primero, y hallaron a la madre fuera de casa y dijeron: “¿Qué trabajo es éste, madre? Cómo ¿no dejiste que era nuestro tío?” Dijo ella: “Así es la verdad, hijos, mas de mezquino lo hace.” Dijeron ellos: “Vámonos de aquí. ¿Dónde iremos?” Dijo la madre: “Vamos aquí, a otro lugar, llamado Pareo, que aquí tenéis otro tío llamado Zirútame.” Y fueron a casa de aquel su tío, pariente de su madre, y prometieron lo mesmo que en las otras partes, y oyéndolo aquel su pariente, lloró muy fuertemente, y abrazóse con ellos y díjoles: “¡Ay señores Hirípan y Tangáxoan, seáis muy bien venidos: Trae leña para los cúes. ¿Cuándo los señores se suelen alquilar y ir al monte por leña? Yo os trairé leña del monte a vosotros, y haré vuestras sementeras, y traeré vuestros hijos a cuestas y seré vuestro esclavo y os buscaré hachas y cinchos para que traigáis leña para los cúes.” Este los recibió de verdad y díjoles: “Ahí está nuestro dios Curicaueri, en Pátzcuaro, y los señores chichimecas sus hermanos. Id, llevadles leña a sus cúes.” Y empezaron de traer leña del monte, y llevábanlo a los cúes de Curicaueri a Pátzcuaro. Y como preguntase de comino Taríacuri por sus sobrinos Hirípan y Tangáxoan, y como trujesen leña a los cúes de Pátzcuaro, ponían la leña a la puerta donde estaba el sacrificador, el cual dormía a la sazón, y tomaron unos cañutos de sahumerios, y fuéronse a su casa. El siguiente día trujeron también leña a los cúes, y así otras dos noches. A la tercera noche que traían su leña, cuando la trujeron, no dormían los sacerdotes viejos, llamados Chupítani, Tecacua y Nuriuan, y dijeron entre sí: “Mirá aquellos mancebos, cuán hermosos son.” Y como a la media noche trujesen su leña, pusiéronla allí, y empezaron a tomar sus sahumerios como era de costumbre en las casas de los papas. Y levantóse Chupítani con un cañuto de aquellos en la mano, y fuese para ellos y díjoles: “Bien seáis venidos, hijos.” Y ellos le saludaron así mesmo. Y díjoles: “¿Dónde venís? ¿Dónde sois?” Y dijéronle: “De un lugar llamado Pareo.” Y preguntoles: “¿Cómo os llaman, hijos?” Dijo Hirípan: “¿Por qué nos lo preguntas, agüelo? No sé cómo nos llaman, que así llamaban a los sacerdotes.” Y dijo él: “No lo digo, sino por preguntar.” Díjoles Chupítani: “No respondáis con enojo, hijos: ¿Cómo os llamáis? ¿No tenéis alguna vieja que os lo diga?” Respondió Tangáxoan: “¿Por qué no, agüelo? Madre tenemos. ¿Por qué responde con enojo mi hermano? Yo me llamo Tangáxoan, y mi hermano se llama Hirípan, y mi padre se llama Aramen, y Zétaco se llamaba el padre de mi primo.” Dijo el viejo: “¿Qué decís, hijos? He allí donde está vuestro tío: aquel es vuestro padre, y cada día pregunta por vosotros.” Respondieron ellos: “Así debe de ser, agüelo.” Dijo el viejo: “Quiéroselo ir a decir.” Dijeron ellos: “Ve, agüelo, y díselo.” Y dijo Tangáxoan a su primo hermano: “Vámonos, que, quizá se lo dirá, y nos tomarán aquí.” Y fuéronse. Estaba Taríacuri en la casa de la vela, a un rincón, velando en la oración con unas orejeras de oro en las orejas, y unas cotaras en los pies, de cuero colorado. Y llegó atentando Chupítani al rincón, y como lo sintió Taríacuri, dijo: “¿Quién anda ahí?” Díjole Chupítani: “Señor, despierta un poco, que han venido tus sobrinos Hirípan y Tangáxoan.” Y dijo Taríacuri: “¿Pues qués dellos?” Dijo Chupítani: “Señor, allí están asentados a la puerta.” Díjole Taríacuri: “A ver, llámalos.” Y fuélos a llamar, y ya se habían ido, que no había nadie a la puerta. Y dijo Taríacuri: “Pues ¿qué hay?” Dijo Chupítani: “Señor, no hay nadie aquí: ya son idos.” Enojose Taríacuri, y dijo: “¿Qué es lo que dicen éstos? ¿Por qué los dejastes ir? ¿Dónde dicen que partieron?” Dijo Chupítani: “Señor, dicen que de Pareo.” Díjoles Taríacuri: “Id en riendo el alba, por ellos.” Y antes que amanesciese, fueron por ellos, y llevaron mantas y tomáronlos en los brazos a ellos y a su madre y hermana, y trujéronlos a Taríacuri y él desque los vió, lloró muy fuertemente, y echolos los brazos encima y díjoles: “Ay, señores: seáis bien venidos.” Y abrazándolos lloraba con ellos, y ellos le saludaron, y díjoles Taríacuri: “Señor Hirípan y señor Tangáxoan: ¿por dónde fuistes?” Y contáronle todo su camino y toda su vida, que habían tenido, por dónde andovieron, y cómo habían vuelto. Y díjoles Taríacuri: “Seáis bien venidos, señores.” Y contoles él todos sus trabajos y persecuciones de sus enemigos, y su vuelta, y dijo de sí: “¿Qué he hecho yo, Taríacuri? ¿Por qué no me dejan de perseguir? Ya me han dejado de perseguir mis enemigos, los de Curínguaro, y ahora tengo persecuciones de mis parientes, los chichimecas, los que se llaman Cuetzeecha, y el otro llamado Simato y otro llamado Quirique, y otro Quacángari y otro Angáriqua, y otros muchos parientes que tenemos, que nos persiguen, por vernos desfavorescidos: que os persiguen a vosotros y a mí. Seáis bien venidos, hijos. Todos seremos a una, y muramos todos juntos.” Dijéronle ellos: “No estés triste, señor; venga quien viniere, nosotros seremos espías de la guerra.” Y trujéronles de comer, y comieron, y fuéronse a sus casas que les habían mandado hacer su tío, días había en Yauacuitiro, y casas de los papas, para que velasen. Y allí traían leña para los cúes, y avisábalos su tío Taríacuri.

XXI

Cómo Taríacuri envió a llamar su hijo Curátame de
Curínguaro y de las diferencias que tuvo con él
Como supo Taríacuri que su hijo Curátame se andaba emborrachando en Curínguaro, llamó sus viejos y díjoles: “Id por mi hijo Curátame, que dicen que toma ejemplo en los del pueblo en beber, y que nunca lo deja de la boca. Decidle que se venga aquí, a un lugar llamado Xaramu, que allí le he hecho un cu y una casa de los papas, para donde velen. Y fueron por él y vino al dicho lugar llamado Xaramu, y dijo su padre: “Traigan leña primero para los cúes, y después vendrá aquí donde yo estoy, y será señor, y yo me saldré desta casa donde estoy.” Y estando allí, nunca hacía sino beber, y las amas que le criaron revolviéronle con su padre, porque les sabía bien el vino, y lo tenían en costumbre beber. Decíanle: “Señor Curátame, cómo dice Taríacuri, mi hijo es Curátame, ¿por qué te quiso traer a este lugar donde te mandó venir? ¿Por qué no te puso en otro lugar llamado Pare xaripitío, y de allí no está lejos, para que fueras a beber, que harta riqueza tienen los que están en aquel lugar, que beben vino cuando quieren, que hay allí maguéis.” Y como le dijesen estas sus amas esto, todo el día, creyolas, y siendo una fiesta de Phurécuta quaro, a la tarde de la fiesta, entró en su fiesta Taríacuri y Curátame llamó [a] sus viejos y díjoles: “Id a mi padre, que venga acá por la mañana, que habemos de hablar un poco”. Y fueron los viejos, y estaba Taríacuri, en las casas de los papas, a un rincón en su vela, y como vió los viejos, díjoles: “¿A qué venís?” Y dijéronle: “Señor, tu hijo nos envía.” Y contáronle su embajada. Respondió el viejo: “Razón tiene mi hijo porque es señor. Decidle que luego voy por la mañana, y que yo llegaré allá a comer, que aún no le he dado ningunos plumajes; esto le diréis.” Y luego en amaneciendo, ataron todos los plumajes que había de llevar a su hijo, y mucha comida, y dijo Taríacuri, a sus mujeres: “Vamos, que allá comeré, en casa de mi hijo: dicen que me llama”. Y partiéronse. Y iban delante del sus viejos, y llevaba una manta de plumas de patos puesta, y una guirnalda de trébol en la cabeza, y muchos plumajes, que llevaba para su hijo, el cual se había levantado muy de mañana, y había bebido y estaba ya borracho, y andaba bailando dentro de casa. Y como llegase cerca Taríacuri, salióle a recibir su hijo, que se iba cayendo, y iba compuesto de fiesta, sonando con sus cascabeles, y saludó a su padre y díjole que fuese bien venido. Y Tarícauri le dijo: “Estés en buen hora, señor”. Y como llegó a su casa, sacole luego de beber y bebió cuatro tazas de vino blanco de maguey, y como no había comido nada, luego se tomó del vino, y emborrachose y díjole Curátame su hijo: “Seas bien venido, padre. Aquí habemos de platicar un poco”. Y díjole su padre: “Que me place, hijo, ¿qué quieres decir? Ya sabes como habemos vuelto de la persecución. Todos se juntaron para me perseguir. ¿No es esto lo que quieres decir? ¿Qué más habemos de platicar?” Entonces asióle de la garganta su hijo y dijo: “¿Qué dice este viejo?” Y dió con él un golpe en la pared y díjole: “¿Eres tú el señor? ¿Para qué tienes gana de hablar? Vete a la laguna; vete a la laguna, que isleño eres.” Y diole otro golpe y dijo: “¿Por qué tienes soberbia? ¿Eres señor?” Y ensañose Tarícauri, porque era valiente hombre. Díjole: “Sí, así es, yo no soy señor, soy isleño; cómo, ¿tú eres señor? Tú de Curínguaro eres, y una parte tienes de un dios Tangachuran: tú, advenedizo eres: vete a tu pueblo de Curínguaro. Yo no soy señor, ni tú eres señor; aquí están los que han de ser señores, que son Hirípan y Tangáxoan. Estos son los señores verdaderos.” Y volviose a su casa Tarícauri, y tornaron a traer todo los plumajes que llevaba para dar a su hijo, y no vino a Pátzquaro, mas fuese a un barrio de Pátzquaro, llamado Cutu, donde estaba un principal, llamado Taríachu, y dejole su casa a Taríacuri y vino a Curátame a ser señor en Pátzquaro. Y andaban siempre en el monte Hirípan y Tangáxoan, que traían leña para los cúes. Y pasándose un año, tomó Curátame un malhechor, y al decimoquinto día entró con él para ayunar en la casa de los papas, como tenían costumbre. Y siendo ya la vigilia de la fiesta, llamó Curátame sus viejos y díjoles: “Id a mi padre Tarícauri, que venga a ver mi fiesta y llamá también a mis primos Hirípan y Tangáxoan que vengan a mirar, que quiero salir de ayuno, y verán cómo se prueban este malhechor, y un truhán que han de pelear”. Y fueron los viejos a Tarícauri y dijéronle lo que decía su hijo. Respondióles y díjoles: “Decidle que salga, y que baile, que yo voy”. Y fuéronse los mensajeros, y llamó Tarícauri todas sus mujeres y díjoles: “Madres, ¿a qué han venido aquí? Vamos a la fiesta. ¿Habéis hecho algo de fiesta?.” Respondieron ellas: “Sí señor.” Y trujéronle a mostrar lo que habían hecho; muchas maneras de pan y muchas frutas. Y llamó sus viejos Chupítani, Tecacua y Nuriuan, y díjoles: “Vení acá, a ver cuál es mejor, la fiesta que nos venieron a decir, o esto todo que está aquí: todos estos mantenimientos.” Respondieron ellos: “Señor, aquélla es sino una fiesta que se cansan de mirar, y hace viento que ciega los ojos, y todo el regocijo es sino una mañana, y esta comida muy mayor cosa es. ¿Quién se podrá sufrir sin comer? Que todo esto es como leche con que se crían los hombres. ¿Quién se podrá sufrir un día y una noche sin comer? ¿Quién podrá dormir? Aunque sea un niño que anda a gatas, dándole un pedazo de pan lo come.” Díjoles Taríacuri: “Así es la verdad. Vení acá, mujeres, y torná a meter esta comida en casa. Vamos nosotros al barrio llamado Tzacapu hacurucuyo, allí seremos espías, porque no vengan nuestros enemigos de la laguna, y entre tanto hará su fiesta el que es señor y dé de comer a los dioses y nosotros nuestra fiesta e ser espías de los isleños.” Hirípan y Tangáxoan tampoco fueron a la fiesta, mas fuéronse a un monte llamado Xanoato hucatzio a tener allá su fiesta, en esperar sus enemigos de la isla, mientras hacía su fiesta Curátame. Y dijeron: “Ya se lo habrá hecho saber nuestro tío; él irá a la fiesta. ¿Para qué quiere que veamos su fiesta Curátame?” Y fuéronse con toda la gente de guerra, y llevaban dos banderas, y ya era partido Taríacuri por otro camino, y llegose con los suyos al pie del monte del barrio llamado Tzacapu hacurucuyo, y dijeron los viejos de Tarícauri: “Tornemos algunos espías de nosotros, y pondrémonos a trechos para atalayar, para ver por dónde vienen los isleños, porque no nos tomen aquí como muchachos, pues estamos aquí con mujeres.” Y tomaron algunos que fuesen a ser atalayas, y siendo ya hora de comer, dijeron Hirípan y Tangáxoan que estaban en sus celadas, una de aquel lugar donde estaba Taríacuri con los suyos, holgándose: “Levantemos a nuestro dios Curicaueri, que ya es medio día, porque no tengamos nosotros la culpa desto.” Y juntáronse todos, y pusiéronse unos cobertores de hierba encima de las cabezas, y venían todos en dos alas por dos caminos hacia el pueblo, y viéronlos venir los viejos que estaban en atalaya, y dieron voces que venían sus enemigos que lo fuesen a decir a Taríacuri, que se fuese delante por amor de las mujeres: que venían dos escuadrones, y venían encobiertos las cabezas con hierba, y venían agachados. Y las mujeres, como oyeron estas nuevas, que no las habían acabado de decir, huyeron todas por muchas partes hacia el pueblo, y levantaron gran polvareda a la ida, y había gran ruido en liar las alhajas y xicalas que tenían para dar de comer, y miraron desde lo alto de la cuesta Hirípan y Tangáxoan, y echaron de las cabezas la hierba con que venían cubiertos, y pensaron que eran sus enemigos, que les tenían alguna celada, viendo el polvo, que se levantaba. Y levantaron sus banderas y conosciendo las banderas las espías, dijeron: “De los nuestros son: ídselo a decir a Taríacuri porque no caigan las mujeres y se lisien, que no son sino Hirípan y Tangáxoan.” Y oyéndolo Taríacuri, tomóle gran risa, y dijo a sus mujeres: “Sosegad, madres, que no son sino mis sobrinos.” Y riendo mucho, dijo: “¿Por qué no somos más esforzados? Id a rescebir a mis sobrinos, y decidles que aguijen el paso.” Y llegaron Hirípan y Tangáxoan donde estaba Taríacuri, y saludólos su tío. Y traían las espaldas desolladas de las ramas por donde entraban, que era monte, y no venía toda la gente. Y díjoles Taríacuri: “Gran miedo nos tomó a todos con vuestras madres. Mira qué esforzados somos, que pensamos que érades de la laguna.” Dijeron ellos: “Ya lo vimos, señor.” Y dijo Taríacuri a sus mujeres: “Madres, ¿no sobró algo de la comida que se perdió?” Y dijeron ellas que sí había sobrado. Y díjoles Taríacuri que lo trujesen, que sus sobrinos venían muertos de hambre, y que comerían todos. Y trujeron de comer de muchas maneras de comidas a Taríacuri y comía aparte, y mandó llevar de comer a sus sobrinos y comieron. Después de comer, llamólos y díjoles: “Vení acá, hijos. ¿Cómo venís tan pocos? ¿Cómo, no sois más?” Respondieron ellos: “Señor, partímonos en dos partes.” Y díjoles Taríacuri: “¿No os hicieron saber de la fiesta de Curátame?” Dijeron ellos: “Sí señor. Ya nos lo hecieron saber, y nosotros dijimos: “¡Vámonos a tener nuestra fiesta a otra parte, entre tanto que el señor hace su fiesta.” Díjoles Taríacuri: “Por eso vine yo también aquí, por no hallarme en su fiesta.” Díjoles: “Hijos, id allá, que aún es de mañana, que sois mancebos, y tenéis vista, y veréis los juegos y estaréis allá mañana, y esotro día os vendréis, y al cuarto día, vendréis donde yo estoy, y no se os olvide, hijos.” Dijeron ellos: “Señor, no habemos de ir allá, ¿dónde habemos de estar?, que anda mucha gente común, y todos se orinan por allí, que hiede todo aquel lugar, y todo anda revuelto de mujeres. Allí nos queremos ir, donde nos heciste el cu y la casas de los papas. Sobiremos al monte a hacer rajas para los fogones, y estaremos estos días en las casas de los papas en vela” Díjoles Taríacuri: “Señores Hirípan y Tangáxoan, ¿dicislo de verdad?” Dijeron ellos: “De verdad lo decimos.” Y dijo Taríacuri a sus mujeres: “Madres: apartaos, que mis hijos quieren hablar un poco.” Y díjoles: “Llegaos acá, Hirípan y Tangáxoan, ¿decís de verdad lo que dejistes?” Dijeron ellos: “De verdad lo decimos.” Díjoles Taríacuri: “Mirá que si no lo decís de verdad, que no viviréis mucho tiempo. Mirá, pues, si lo decís de verdad.” Y ellos oyendo esto, paráronse cabizcachos y maravilláronse.

XXII

Cómo Taríacuri avisó a sus sobrinos y les dijo cómo habían de ser señores y cómo había de ser todo un señorío y un
reino por el poco servicio que hacían a los dioses los otros pueblos y por los agüeros que habían tenido
Díjoles el viejo: “Si decís verdad que no queréis ir a las fiestas de mi hijo, oídme: Vosotros, señores, tres señores habéis de ser. Hirípan sería señor en una parte, y Tangáxoan en otra, y mi hijo menor llamado Hiquíngare en otra parte.” Y a la sazón, era sacrificador Hiquíngare, hijo de Taríacuri, y el viejo, asiéndoles de la oreja, les empezó a decir a sus sobrinos desta manera: “Buscá petacas en que habemos de echar las cosas, con las cuales fueron señores. No habrá ya más señores en los pueblos; mas todos morirán y estarán sus cuerpos echados por los herbazales. ¿Con quién tengo yo de hablar en el servicio de los dioses? Mirá esta laguna donde están los isleños. ¿Cómo los habemos de conquistar? ¿Es por ventura algún río y podrase acabar? ¿No veis que es tan gran laguna y tienen su asiento hecho? ¿Qué habemos de hacer con los isleños? Oídme lo que os dijere. Ya es muerto el señor de la isla, llamado Carícaten, y su hijo llamado Quata fue un poco señor. Aquél hace traer un poco de tiempo leña para los cúes, y murió y quedaron sus hijos llamados Cuynzurumu y Utume, y una hermana suya llamada Tzitzita. Ninguno destos isleños ha de ser señor. Ahí está Quata, mas no le obedecen y ahí está el señor de esotra isla de Pacandan, llamado Uarápeme, que ya murió su padre, llamado Zuangua y en Curínguaro ya es muerto el viejo Chánshori, y están allí sus hijos por señores, Candó Huresqua y otro llamado Sica y otros llamados Zinaquaui y Chapa. Todos éstos traen diferencias, sobre el señorío. Ninguno destos ha de ser señor: Todos estos morirán en la guerra, que uno dellos, llamado Chapa, una cosa me dijo de importancia: que era esclava su madre y no le obedecen por haber nacido de parte de esclava.” Y yo le dije: “Chapa, ¿cómo no eres señor? Señor hermano, esclava es tu madre, mas tu padre señor era. Yo te quiero dar una parte de mi dios Curicaueri: a éste trairás leña del monte.” Decía en su tiempo esta gente, que los que habían de ser señores que habían de tener consigo a Curiacaueri, y que si no lo tenían que no podían ser señores. Y por eso le guardaban los señores, con mucho cuidado, y después sus hijos. Y como le dio, aquella parte de Curiacaueri, llevola y púsola en Tetepeo. Allí tomó muchos esclavos Curicaueri y trujo, en veces, doscientos esclavos Chapa de la guerra, y ansí fue ensanchando su señorío. Y de allí tomo a Curicaueri y llevole a un lugar llamado Arangnario, y de allí fue destruyendo Curicaueri hasta Tiripitío. Y sabiendo los de Curínguaro, diéronle una señora por mujer, y por esta causa partía los esclavos que tomaba en la guerra. Y tomando algunas veces cien esclavos, no traía más de cuarenta aquí, a Pátzquaro, y llevaba los otros sesenta, a Curínguaro. Y después empezó a traer no más de veinte esclavos, y después no más de cinco, que todos los llevaba a Curínguaro. Y otras veces tomando ciento, no traía más de uno solo, aquí a Pátzquaro, y todos los llevaba a Curínguaro. Y yo tornele a enviar su esclavo y díjele: “Chapa ¿por qué tienes soberbia? ¿Para qué traes no más deste esclavo? ¿Dónde los llevaste todos, que tú cien esclavos tomaste? ¿Tomáslos tú? ¿No está aquí el dios Curicaueri que los toma? Por hacerte merced, te di parte de Curicaueri. Tórnate a llevar tu esclavo; no lo haces sino porque te dieron en Curínguaro una señora, y por eso los partes los que tomas.” Aquí también sacrifican, y no se seca la sangre de los sacrificados, que de contino está reciente, porque de contino sacrificamos. Y como le envié su esclavo, temió, y tomó a Curicaueri y llevole a un monte llamado Tarechahoato, a un pueblo llamado Xenguaro, y allí tomo un buen pedazo de tierra Cuaricaueri que conquistó. Y de allí, llevole más adelante, a un lugar llamado Hucariquareo. Allí también conquistó otro pecado, donde están unos cúes, cerca de Yayangareo, en el camino de México, y de allí tornó a Curicaueri y llevole a Hetúquaro. Allí conquistó un pedazo de los otomíes que moraban por allí, y de allí llegó a tomar su asiento en el pueblo de Araró. Y como estuviese con él Curicaueri: Ya yo, hijos, estaba arrepiso, diciendo que no quisiera haber dado parte de Curicaueri, diciendo: ¿Cómo ha de ser rey, Chapa? Que ya le conoscen los dioses del cielo, y los dioses de las cuatro partes del mundo, y yo, ya pensé que aquél había de ser rey, y por eso me había arrepentido. Ya hijos es muerto Chapa, y dejó los hijos siguientes: Hucaco, Hotzeti, Uacús quatzita, Quanirescu, Quatamaripe, Xarácato. Todos estos son ahora, y traen contiendas entre sí sobre el señorío, y han partido los plumajes entre sí, y cada uno por sí, hace sus fiestas, y bailan todos un baile llamado tzitzique uaraqua, y otro llamado Ariuen, y otro llamado Cherequa, y el sacerdote mayor, que estaba mayor, que estaba deputado sobre la leña de los fogones del dios del fuego, que tinía las insinias de sacerdote, una calabaza a las espaldas y una lanza en el hombro, que tinía la gente en cargo sobre sus espaldas, y era de su oficio no emborracharse, dejó todas sus insignias, la calabaza y la lanza, y la guirnalda de hilo que tenía en la cabeza, y las tenacetas del cuello, y saliose de las casas de los papas y metiose entre la otra gente [tachado] [tachado] común y empieza a bailar, con ellos, aquel baile llamado tzitziqui uaraqua. El sacrificacor, considerando esto, él que tenía también ensinias de sacerdote, una calabaza a las espaldas, dejolo todo, y marchose con la otra gente a bailar el baile llamado tzitziqui uaraqua. También el sacerdote llamado Thiuime, que estaba deputado sobre gran cosa, de llevar los dioses a cuestas, y estaba en el cu, que tañía la bocina en el cu a la media noche abajose del cu, y entrose entre la gente y empieza a bailar con ellos el dicho baile. Así mesmo Las mujeres que estaban encerradas, deputadas para hacer ofrendas a los dioses, saliéronse todas de su encerramiento, y entráronse entre la otra gente, y empezaron a bailar el dicho baile, y ansí se hicieron todos unos y lleváronlas por ahí, y juntáronse con ellas. Esto todo se hacía allí en Hetúquaro, y no pasaron muchos días que las llevaron por diversas partes y casáronse con ellas, y cada una traía, desde ha poco tiempo, su hijo a las espaldas, en sus cunas y por esto que se hacía, por haber dejado el servicio de los dioses, tuvieron muchos agüeros, que en las casas salían espadañas y hierbas y hacían las abejas panares, en una noche sola, que a la mañana estaban colgada[s] en sus enjambres de las trojes, y empezaron los árboles [en blanco] aun hasta los chiquitos de tener fruto que las ramas apesgaban hacia la tierra, y empezaron los maguéis, aun hasta los chiquitos, de echar en medio másteles largos, que parescían maderos, y empezaron hasta las mochachas pequeñas de empreñarse, que aun no habían dejado la niñez, y tenían ya las tetas grandes, como mujeres, por la preñez, y así niñas como eran, traían hijos a las espaldas en sus cunas, y empezaron las mujeres mayores de parir piedras de navajas, y no hacían sino parir navajas negras, y blancas, y coloradas, y amarillas, todo esto, parían y empezaron a hacer cúes por todas partes y estaban todos cercados de rajas de encina y empezáronse a emborrachar, y llamaban las madres de la nube negra, madre de la nuble blanca, y otra madre de la nube amarilla, y otra madre de la nube colorada. Y estaban todos esparcidos, emborrachándose como que no hubiera ningún viejo en el pueblo que les dijera: Hijos ¿qués esto que hacemos? En el tiempo pasado no solía ser así. Hagamos nuestra oración en la casa de los papas y velemos y traigamos leña para los cúes. Mira los agüeros que tenemos que no es buena señal, pues todo se perdió en Hetúquaro, el servicio de los dioses. Y allí tampoco ha de haber rey, y todo está desierto, porque no llovió un año. Y como eran de los nuestros, todos se perdieron por hambre, que el señor de Arar llamado Therucicata, y otro llamado Thiacari, los llevaron por esclavos y por los males que hacían en Hetúquaro, castigaron los dioses. Ya vi, en ello, que dieron hambre, que el que tenía cinco hijos, empezó a vendellos, y daba por un poco de maíz un hijo y dos tamales, y en acabando de vender los hijos, vendían la mujer y dábanle un tamal: y a la postre no teniendo que dar, se vendían a sí mismos, porque les diesen de comer. Y esto es que hizo un señor, llamado Thecuricata, y otro Thiacari de Araró, y por esto quedó desierto Hetúquaro. Así mesmo, en el pueblo de Uaniqueo, murió el señor llamado Sicuindicuma, y dejó sus hijos, llamados Cocópara, y Uacús quatzita Tzancapari. No ha de ser señor ninguno dellos; mas ha de quedar todo desierto. Así mesmo en Cumanchen, era señor Henziua y murió, y dejó tres hijos, llamados Tangáxoan, Nondo y Carata. Tampoco ha de ser señor ninguno dellos. Los cuales entran en el pueblo de Erongaríquaro, y se hacen amigos dellos, y tomando enjemplo en los del pueblo, se asientan a emborrachar, y lo que era de los chichimecas, asentarse a emborrachar, que ninguno podrá beber de aquel vino, que era de aquel dios Tares Upeme, dios de Cumanchen, que era muy gran dios, porque los dioses, estándose emborrachando en el cielo, le echaron a la tierra, y por esto estaba cojo este dios, pues de aquel vino que bebía no podía beber otro, sino él. Y el atabalero, llamado Zizamban lo bebe y anda borracho por su casa, y otro sacrificador. Allí tampoco, en Cumanchen, habrá señor; buscad, hijos, petacas para echar los despojos, que les habemos de quitar en la guerra, señores Hirípan y Tangáxoan. Tantos despojos habrá, que no tendremos en qué echallos. Mirá también el pueblo de Zacapu, donde estaba un señor llamado Carocomaco. Aquél no le viníe de ser señor, mas era de baja suerte y un pobre mendigo. ¿Dónde dejó de dormir, que no dormiese por todas las sierras, por soñar algún sueño? Y nunca tuvo revelación, ni sueño, y vino al pueblo de Zacapu, y empenzó a traer leña para los cúes de Querenda Angápeti. Y traía la leña, y poníala por todo el patio, y llegó al medio del patio a dormir con su leña, donde estaba el madero muy largo donde descendían los dioses del cielo y después durmió más adelante, en un asiento llamado Uánaquaro y así cada noche se iba llegando al cu de Querenda Angápeti. Y llegó donde estaba Sirunda Arhan, mensajero del dios Querenda Angapeti, y estando al pie del cu, tampoco tuvo sueños. Y después empenzó a sobir por las gradas dél. En cada grada dormía una noche por tener algún sueño, y faltaba poco para llegar a lo alto del cu, y vídole venir la diosa Peuame, mujer de Querenda Angápeti y dijo a Sirunda Arhan: “Ven acá; ¿no ves que sube un hombre, que llega ya acá, encima del cu? Yo no sé su nombre. Yo no sé cómo le tengo de nombrar, que no le conozco. Mira que no sé donde está Querenda Angápeti. Ve a buscalle, y hazle saber deste hombre que sube encima de su cu.” Y fue Sirunda Arhan hacia Meridión, donde tiene casa y mujeres Querenda Angápeti, y donde tiene su vino para beber, y atabales para bailar, y no le halló allí Sirunda Arhan y fue hacia poniente, y tampoco le halló, y fue hacia sententrión y tampoco le halló, y al infierno. Después que no le halló en todos estos lugares donde tiene sus casas, fue al cielo, donde él hace sus grandes fiestas, y estaba compuesto, que tenía un cuero de tigre en una pierna, y un collar de turquesas a la garganta, y una guirnalda de hilo de colores en la cabeza, y plumajes verdes y sus orejeras de oro en las orejas, y como Querenda Angápeti, vio venir a Sirunda Arhan, entrose a su casa a dormir, y echose a dormir, y estaba un viejo a la puerta que era portero, y llegó a él Sirunda Arhan, y saludole el viejo, y díjole: “Abreme.” Díjole el viejo: “¿Qué dices señor? No tengo de abrir, que el señor Querenda Angápeti duerme, y quizá vienes tú a sacalle sus mujeres de casa.” Y oyéndolo de dentro de casa Querenda Angápeti dijo: “Ven de largo, hermano, Sirunda Arhan.”. Y el viejo como oyó hablar a Querenda Angápeti, dijo a Sirunda Arhan: “Señor, ya es levantado; entrá a él a ver lo que le quieres.” Y como entrase, díjole Querenda Angápeti: “¿A qué vienes?” Díjole Sirunda Arhan: “¿Señor, tu mujer me envía y díjome: “Ve a buscar a Querenda Angápeti, que no sé dónde anda; que tuvieses por bien de ir allá alguna vez a tu casa, que un hombre ha sobido cerca de la entrada del cu, que no saba cómo se llama, que no sabe qué nombre le ponga, ni sabe qué es lo que pide.” Respondió Querenda Angapeti, “Ya yo le he visto subir, y él no nos conosce a nosotros; aquel se llama Carocomaco. ¿Qué es lo que anda pidiendo? Toma estos atavíos que yo tengo, que son insignias de señor y será como yo; ve y dile, que está una mujer llamada Quenomen ques del pueblo de Uruapan, que es pobre como él, que por ahí anduvo a vender agua y se alquilaba para moler maíz en piedras, que entrambos se casarán y que no esté en Zacapu, que no ha de ser señor allí otro señor mas de yo; que no ha de estar otro en mi lugar, que yo me soy el señor en Zacapu; mas que se vaya a ser señor en Querésquaro, cerca de Zacapu, y su mujer que no esté con él, mas en otro pueblo llamado Quaruno, y que venga de veinte en veinte días donde está su marido para que se junten en uno, y que entonces engendrarán un hijo y que aquél no ha de ser señor, que han de estar muertos por los herbazales, y que a él solo ninguno le hará mal. Veis aquí, hijos, dijo Taríacuri, cómo Querenda Angapeti, ordenó lo que había de ser del pueblo de Zacapu, y por esto fue señor, en pasado, llamado Carocomaco, y ya es muerto; quedó su mujer, que es ya vieja, y dicen que se pone en lugar del marido, por decir que era señor, y dicen que ella manda el pueblo. ¿Donde se usa que las viejas ni las mujeres hagan traer leña para los cúes, ques oficio de los varones? Y hay allí muchos prencipales, con grandes bezotes de oro, de los cuales era de hacer traer leña para los cúes, ques oficio de los varones, y entender en las guerras. Dicen que aquella vieja, llamada Quenomen, por hacerse temer, tiene dos bandas de negro por la cara, y que tiene a su lado una rodela y una porra en la mano. ¿Dónde se usa que las viejas entiendan en las guerras? ¿Por qué no entienden sus hijos? Estos agüeros tienen en Zacapu, porque no sacrificaban aquella vieja, y la descuartizaban y la echaban en el río. Allí tampoco en Zacapu ha de haber señor. Pues mirá hijos donde estaba Zurunban, mi suegro, en Tariaran que tiene los hijos siguientes: Zacapu, Aramen, que es el hijo mayor y Uaspe, Terazi, Cútsiqua, Tupuri, Hiuacha, Tzintzuni, Hanzina, Quaura. Y una hija llamarla Mauina. Dicen que aún vive, mas está ciego, que no ve. Todos sus hijos fueron malos, y se desparcieron por muchas partes. Zurunban, mi suegro, tiene la diosa Xarátanga, en guarda y aquella su hija llamada Mauina, es mala, que se iba al tiangues y hizo que le hiciesen en el tiangues una tienda o pabellón llamado Xupáquata y pusiese como ponían a la dicha Xarátanga en aquel pabellón hecha una cámara de mantas pintadas, y asentábase encinta de muchas mantas. Y estando en aquel pabellón, decía que le llamasen los mancebos hermosos que pasaban por el mercado, y todo el día se juntaba con ellos, dentro de aquel pabellón. Y decía que les dijesen: “Si yo fuera varón no me juntara con alguna mujer.” Esto hacía aquella mujer. ¡Pluguiera a los dioses que la tomaran y la sacrificaran sus hermanos y la echaran en el río! Por esto no ha de haber señor en Taríaran donde está Zurunban. Pues mirá, hijos en el pueblo de Tacámbaro, donde está por señor Cauiyancha, el cual no era señor mas oficial del cu, y ponía las ofrendas a los dioses, y favorescíale la diosa Xarátanga, y por eso es señor en Tacámbaro, y tiene dos hijos Tarando y Horotha. Ninguno destos ha de ser señor. Buscad hijos petacas para echar los despojos de la guerra. Esto pasa así, hijos, Hirípan y Tangáxoan; ya no tengo compañero para que entienda en la leña de los cúes, y en el servicio de los dioses. Yo solo soy Taríacuri: yo solo me quejo. Pues también los pueblos de Pungácuran y Siuinan y Aruzan y Capacuero [borrado]. Allí hay todos estos señores Cuazan, Hútaco hotzi, Tiunchunba y Zinguato, Hapúnduri. Cada día traen diferencias, y se quitan los términos y las sementeras, y toman todos arcos y flechas y abajaban los dioses del cielo a comer sangre, y flechábanse, y yo reñí con ellos, y enojáronse conmigo diciendo: ¿Qué es lo que dice Taríacuri? ¿Cómo no lo dice lo que dice confiando en la laguna? ¿Cuándo le daríamos de coces y le conquistaríamos? ¿Traigamos diferencias entre nosotros [o] compongámonos, qué se le da él? ¿Para qué nos dice nada? Estos plumajes que tenemos y atavíos no los quitamos a nadie por fuerza, mas dejáronnoslos nuestros padres, y por eso hacemos fiestas con ellos. Esto es lo que dicen en los dichos pueblos, que eran de los nuestros y por eso, no habrá más de tres señores que seréis vosotros. Id, hijos, y entrad en las casas de los papas, a vuestra vela y oración.” Respondieron Hirípan y Tangáxoan: “Así será, señor, como dices.” Y fuéronse a sus casas y empezaron a traer leña para los cúes. Todo este capítulo pasado tenía el cazoncí en mucha reverencia y hacía al sacerdote que sabía esta historia, que se la contase muchas veces, y decía que este capítulo era doctrina de los señores y que era aviso que había dado Taríacuari a todos ellos.

XXIII

Cómo los isleños enviaron un principal llamado Zapiuátame a ponerse debajo del mando de Taríacuri
y fue preso, y cómo andaban paciendo saltos Hirípan y Tangáxoau con su gente
Pasándose algunos días, pusieron una celada Hirípan y Tangáxoan con su gente en un lugar llamado Xanoatohucatzio, hacia la isla de Xaráquaro. En quebrando el alba, venía en una canoa de la isla un prencipal, llamado Zapiuátame, y tomó puerto con su canoa, y salía muy paso, y asió del Tangóxoan, que estaba en su celada y decía “paso que me lisiaréis” que le querían flechar. Y dijo: “¿Qué es de Taríacuri?” Y ellos enojándose con él, dijeron: “Mira qué dice. ¿A qué ha de venir aquí Taríacuri? Allá está en su casa Taríacuri.” Respondió Zapiuátame: “Por eso lo digo, porque vengo a él.” Y ellos dijeron: “Mira qué dice éste. Id a decillo a Taríacuri, nuestro tío, que Curicaueri ha tomado, y que basta aunque no es más de uno.” Y fuéronselo a decir a Taríacuri, y saliendo los mensajeros y ellos le dijeron: “Tus sobrinos dicen que ha cativado Curicaueri no más de uno.” Dijo Taríacuri: “Basta, aunque no sea más de uno.” Dijeron los mensajeros: “Señor, dicen tus sobrinos que pregunta por ti.” Dijo Taríacuri: “¿Hecístesle mal?” Díjole el mensajero: “No señor.” Díjole Taríacuri: “Id a ellos; que aguijen el paso y que venga Zapiuátame, donde yo estoy.” Y como llegasen sus sobrinos, andaban Taríacuri recibiéndolos y saludándolos y entrose en su casa, y hizo llamar al isleño que había cativado y sacáronle de comer, y comió toda la gente, y estuvo razonando Taríacuri dentro de su aposento, que no supo nadie lo que hablaban. Y desde a un rato, salió con una camisa blanca, vestido, y otra manta que le había mandado dar Taríacuri, y con su remo al hombro, y salió del aposento de Taríacuri, y despidióse de Hirípan y Tangáxoan, que estaban en el patio y díjoles: “Quedaos en buen hora, hijos.” Y ellos le dijeron: “Señor, ve en buen hora.” Y levantose Tangáxoan y dijo a su hermano Hirípan: “Hermano, mira cómo se va aquel que yo tomé.” Díjole Hirípan: “Déjale, váyase que allí dentro debía de concertar algo mi tío.” Y díjole Tangáxoan: “Aunque sea eso, pues cómo, ¿no le cativé yo?” Y llamólos Taríacuri y díjoles: “Vení acá, hijos.” Y entraron a él. Y díjoles: “Id a vuestras casas, y haréis flechas hoy todo el día y mañana, y a la tarde me las mostraréis, y sean anchos los carcaxes donde las hechéis, que tengan cuatro apartados y poné muchas flechas en los carcaxes, que no sé qué nos vienen a decir de la isla de Xaráquaro. No sé si vienen a hacer gente contra Curicaueri, nuestro dios, porque vienen con sus dioses, y dicen que se quieren venir a ponerse debajo del amparo de nuestro dios Curicaueri, y de miedo de la guerra, o por ventura, es ruido hechizo, y vienen a hacer gente [tachado] a pelear.” Y fuéronse a sus casas Hirípan y Tangáxoan y hicieron aquellos dos días flechas con toda la gente, y el siguiente día, a la tarde, las trujeron a mostrar a Taríacuri, y pusiéronlas todas en el patio. Y tomábalas Taríacuri, y parescíanle bien y decía: “Estas flechas son dioses; con cada una déstas, mata nuestro dios Curicaueri y nos suelta dos flechas en vano.” Y díjoles a Hirípan y Tangáxoan: “Id hijos a Xanoato hucatzio, donde señalaron que habían de venir los isleños; y tomá algunas espías, que estén encima del monte echados, y mirarán la laguna, si vienen algunos, y si los detienen otros. Si echan las espumas en alto con las canoas, tendréis por señal que dicen verdad los de la isla, porque dicen que no los dejan venir otros de otras islas; y si vienen sosegadas las canoas, entonces os levantaréis de vuestra celada, y volveos al pueblo, delante dellos; y si dieren grita, levantaréis todos de vuestra celada, y cuando los recebiéredes al desembarcar, soltaréis algunas flechas.” Y dijeron sus sobrinos: “Señor, así será como decís.” Y partiéronse en anocheciendo, y pusiéronse todos a las espaldas de un montecillo, y tomaron dos espías, y pusiéronse encima del montecillo, y a la media noche vieron cómo venían de la isla en sus canoas y otros que los detenían por las espaldas y no les dejaban venir, y traían sus dioses en las proas de las canoas, llamados Caro onchaga, Nuriti, Xarenaue, Uarichu Uquare, Tangachurani. Y venían todos dando grita por medio de la laguna, y levantáronse los chichimecas y dieron grita, y pusiéronse encima del montecillo al desembarcadero, y echaron algunas flechas hacia los isleños, y detuviéronse los isleños, que venían tras los otros, deteniéndolos, y venieron de largo los de una isla, llamada Cuyameo, los viejos y viejas, y mochachos y otra mucha gente, y venieron todos donde estaba Taríacuri, el cual los rescebió a todos, y los saludó. Y sacáronles a todos de comer, y enviolos Taríacuri a poblar a un lugar llamado Ahterio, y hicieron allí sus cúes y las casas de los papas, y traían juntamente leña para los cúes de Curicaueri con los chichimecas. Y iban todos juntos a las entradas, y fueron todos juntos a una entrada, en un lugar llamado Tupu-parachuén y a otro lugar llamado Ichapetío y a Hiratzio y a Charanda Uchao y a Xarapen y no cativaron ninguno de sus enemigos, y tornáronse a Pátzquaro, y no hablaron a Taríacuri a la vuelta, mas fuéronse por la ribera de la laguna, a un lugar llamado Uaricha-hopotacuyo y fueron ansí haciendo salto a otro lugar llamado Sirumútaro y a Hopiquaracha, y a Pacanda acurucu y a Hatatetengua y a Tiríndini y llegaron muy cerca de Curínguaro y no llegaron al pueblo, y tornáronse a Pátzquaro. Y llegaron a un lugar llamado Paraxu, y pasaron a otro lugar llamado Paraquahacuparaca y hicieron allí grandes ahumadas para poner miedo en sus enemigos, y turbáronse los de Curínguaro viendo las ahumadas, que eran en sus términos. Y trujeron canoas y entraron en ellas una mañana y empezaron de remar y [tachado] a dar grita y entraron tras ellos Hirípan y Tangáxoan, en canoas con su gente: y mataron y prendieron dos canoas de los de Curínguaro. Y fuéronse a un lugar llamado Quereta paratzicuyo en Michuacán, y hicieron allí grandes ahumadas y fuegos. Y sabiéndolo Taríacuri, espantase mucho que sus sobrinos habían entrado tanto en los términos de sus enemigos, y enviolos a llamar, y ellos hicieron leña y asaron muchos pájaros y ataron muchos conejos y venados y tuzas, y fueron donde estaban Hirípan y Tangáxoan los mensajeros, y saludaron los mensajeros y dijéronles que viniesen en buen hora. Y los mensajeros les dijeron: “Señores, vuestro tío nos envía.” Y dijeron ellos: “¿Qué dice nuestro tío?” Dijeron los mensajeros: “Que vais a él, que os quiere hablar.” Y ellos partiéronse luego, y llegando donde estaba Taríacuri, él los saludó y dijo que fuesen bien venidos, y ellos así mesmo a él, y diéronle toda aquella caza. Y díjoles Taríacuri: “Mucha pena me habéis dado. ¿Dónde habéis andado, haciendo fuegos y ahumadas? ¿Qué fuera si nos viéramos en algún trabajo, que tantos andáis, qué soí[s] vosotros siendo tan pocos? Mira que está aquí Curicaueri y nuestros enemigos están aquí muy cerca de nosotros en Itzi-parámucu y Curínguaro. ¿Qué fuera si os llevaran a todos?” Respondieron Hirípan y Tangáxoan: “No, señor, padre, ¿quién nos había de llevar? Todo está sosegado; nuestras espías teníamos puestas.” Díjoles Taríacuri: “Pues hijos, ¿que lugar es donde estáis?” Dijeron ellos: “.Muy buen lugar es todo; hay muy buenos árboles monteses, y andan conejos por allí y muchos venados y muy hermosos pájaros, que es lugar que convida para estar en él.” Díjoles Taríacuri: “Pues hijos, ¿paresceos que estaréis allí bien?” Dijeron ellos: “Muy bien estamos, que allí trairemos leña para los cúes.” Díjoles Taríacuri: “Pues estad en buen hora, hijos, y poné vuestras espías siempre, porque no haya alguna revuelta, que me daréis mucha pena y tristeza.” Dijeron ellos: “No daremos, padre.” Y sacáronles de comer y comieron, y hízoles sacar petates para las espaldas, para la leña que habían de traer del monte, y cinchos, y tornáronse donde estaban primero. Pasados algunos días, no sé dónde hubieron Hirípan y Tangáxoan maíz, de un lugar llamado Naranjan, que era muy bueno, y frísoles. De noche traían leña para sus fuegos, y de día la gente cavaba la tierra a la ribera de la laguna, en tierra temprana, y sembraron allí maíz y frísoles, y criase, hizo sus cañas el maíz, y los frísoles sus vainas. Y buscaron conejos y pájaros y venados, y fueron todos a llevar un presente a Taríacuri, que era aquello premicias y ofrendas de lo que habían cogido; y como los vio Taríacuri, recibiolos bien y díjoles que fuesen bien venidos, y ellos le saludaron también. Díjoles Taríacuri: “¿Dónde tomastes éstos?” Dijeron ellos: “De día labrábamos la tierra a la ribera de la laguna, y de noche traemos leña para los fuegos, y hicimos allí unas sementeras, y dijimos nosotros: ya se ha criado esto; vamos a llevar esto a nuestro padre para que ofrezca a Curicaueri.” Díjoles Taríacuri: “Traigaislo en buen hora, hijos. Así, será que lo ofresceremos a Curicaueri. Y después comeremos nosotros de los relleves.”. Y sacáronles de comer y tornaron a pasar la laguna donde tenían hecho su asiento.

XXIV

Cómo Curátame envió por Hirípan y Tangáxoan que hacían penitencia en una cueva y de la respuesta que dieron

Pasaban muchas veces la laguna Hirípan y Tangáxoan, a traer presentes a su tío, y como hiciesen tantos fuegos y ahumadas en aquella parte donde estaban, violo Curátame, que era señor de Pátzquaro, y supo cómo habían ido a morar allá y que iban apropiando así aquella tierra, y llamó sus viejos, y díjoles: “Vení acá; id a mi padre y decidle que qué es lo que dice, que son sus hijos Hirípan y Tangáxoan. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué les [en blanco]. ¿Por qué dice que son sus hijos?” Y dijéronle a Taríacuri los viejos, lo que decía su hijo Curátame, y respondió: “Yo ¿que les tengo de haber mandado? Yo no sé lo que quiere hacer.” Dijeron los viejos. “Por eso dice tu hijo Curátame, que dónde quieren ser señores, pues que ya él es señor, que envíes quien vaya por ellos, que no debe de ser sino lo que hacen de hambre, que Hirípan le sacará el orinal, que orina mucho con el vino que bebe de continuo, y que Tangáxoan, le tendrá la taza cuando bebiere, y que él les dará de comer, si lo hacen de hambre. Esto es señor lo que dice tu hijo Curátame.” Respondió Taríacuri, y díjoles: “Yo no quiero enviar ni ir a decírselo: id vosotros y decidles de la misma manera que lo oístes, ¿y cómo se lo podrá decir el que yo enviare? Vosotros se lo diréis muy bien.” Y partiéronse los que enviaba Curátame, y llegaron donde estaba Hirípan y Tangáxoan, que estaban sudando de hacer flechas, y tienen las orejas gordas y hinchadas de los sacrificios que habían hecho, y de la sangre que habían sacado dellas, y saludaron a los que enviaba Curátame y dijéronles: “¿A qué venís, hermanos?” Respondieron ellos: “Señores, vuestro hermano mayor nos envía a vosotros.” Dijeron ellos: “¿Pues qué dice?” Dijeron ellos: “Señores, díjonos: Id a mi padre, que qués lo que dice, que él engendró a Hirípan y Tangáxoan, y qué, ¿son sus hijos?, que qués lo que les manda o dice donde tan lejos hacen ahumadas, que dónde han de ser señores, que ya él es señor, que si lo hacen de hambre, que envíe por ellos. Que yo bebo tanto vino cada día, que Hirípan me sacará el orinal, y Tangáxoan me tendrá la taza cuando bebiere.” Como oyó esto Tangáxoan luego se paró muy bermejo de ira y dijo sin más esperar: “Mira qué dice Curátame. ¿Qué decimos nosotros? Decimos que habemos de ser señor. ¿Qué es lo que habla? Pues qué, ¿es ya señor? ¿Dónde habemos de ser señor nosotros? Y a lo que dice que andamos por aquí, no se le dé a él nada andemos como quisiéremos; no se cure de nosotros. ¿Para qué nos dice lo que nos dice? Nosotros andamos por hacelle a él señor, y andamos por dalle a beber vino.
Emborráchese, emborráchese, y busque una gran taza con que lo beba sino hartare, buscá otra mayor taza, y si no se hartare, que le alcen sus mujeres en alto, y le zapucen en una tinaja de vino, y que allí se hartará, y que busque más mujeres, y vosotros que sois sus criados, buscáselas entrad de casa en casa, y llevadle las que tuvieren grandes muslos y grandes asientos, y hinchirá su casa della, y si no cupieren todas en casa sálgase fuera al patio a dormir, y hinchirse ha su casa de mujeres, y el pa y téngalas con una mano, y con la otra la taza. Id a decíselo así do camino a nuestro tío Taríacuri. Si no es bien dicho lo que yo digo. Tangáxoan yo no lo digo por otra cosa, que nosotros andamos por hacer señor a Curátame y acrecentar su señorío.” Oyendo esto los isleños, que estaban allí con ellos, apartáronse y estaban cabizcachos, oyéndolo, y fuéronse mensajeros, y de camino contaron lo que había hablado Tangáxoan y oyéndolo Taríacuri espantose de oíllo y dijo: “Miró, mirá, ya fuistes y trujistes vuestro merecido, que ellos por esto, andan por allá, y yo ¿qué les tengo decir? Vuestro merecido trujistes. Id y decírselo así a mi hijo Curátame.” Y fueron los mensajeros y dijéronselo a Curátame, y oyéndolo él dijo: “Mirá qué dicen aquellos cobardes, y para pocos, seáis bien venidos. ¿Cómo osaran ellos de traer leña para los cúes? Y pasaron la laguna Hirípan y Tangáxoan, y vinieron donde estaba su tío, y díjoles Taríacuri: “Hijos, seáis bien venidos.” Y ellos así mesmo le saludaron y pusieron allí la caza que traían, y dijo Taríacuri: “Señor Hiripan, bueno sería que fuese sacrificador mi hijo Hiquíngare. Como, ¿no sería bueno que pasase la laguna le llevásedes en vuestra compañía?” Dijo Hirípan: “No sé cómo quisieres. Padre” Díjoles Taríacuri: “Ahora id a él, a ver qué dirá, que quizá irá o quizá no querrá ir.” Y fueron Hirípan y Tangáxoan a la casa de Hiquíngare y como él los vio, dijo: “Seáis bien venidos, señores.” Y andaba por casa para ponelles sillas, y díjoles: “¿Pues qué hay, hermanos? Habéis os mostrado a nuestro padre? ¿Habéis parescido delante dél? Dijeron ellos: “Ya nos mostramos, señor.” “¿Pues qué hay?” Dijeron ellos: “Dice vuestro padre que habiades de ser sacrificador.” Y dijéronle todo lo que decía su padre. Y oyéndolo Hiquíngare dijo: “Verdad dice mi padre. Mucho ha que os quería ir a ver, y aún no me había partido y porque mi padre no lo hable en balde, yo me voy delante, y vosotros me alcanzaréis.” Y hizo atar sus arcas que estaban llenas de flechas, y tornaron con la respuesta Hirípan y Tangáxoan a Taríacuri. Y él como los vido, dijo: “Pues hijos ¿no quiere?” Dijeron ellos: “No, padre, mas vase delante.” Díjoles Taríacuri: “Pues id, hijos. Coma hierbas y cardos Hiquíngare: vosotros tres seréis señores. Coma mi hijo hierbas: ya le lleváis con vosotros.” Y fuéronse Hirípan y Tangáxoan y tornaron a pasar la laguna, y traían leña para los cúes, y fueron a un lugar llamado Patuquen y estaban allí en una cueva, y allí traían rama con toda la gente, y andaban también mujeres a traer rama para los fuegos y comían Tangáxoan y Hirípan maíz tostado que no querían más y Tangáxoan escomenzó a tostar maíz seco en el rescoldo y comían aquel maíz tostado, y Hirípan había ido por hierbas y trujeron muchas de aquellas hierbas llamadas hapúputa xaqua, y Hirípan le sacaba el maíz tostado de la lumbre y se lo daba en la mano a Hiquíngare, y lo mismo hacía Tangáxoan, y dábale uno una vez y otro otra, y no comían los dos hermanos Hirípan y Tangáxoan, mas tenían en la mano el maíz tostado para dar a Hiquíngare. Y ellos no comían más de aquellas hierbas, y tenían unos bezotes chicos de palo, y tenían las hierbas en la boca y díjoles Hiquíngare. “Hermanos, parece que no coméis maíz, y que me lo como yo solo, y vosotros no coméis nada.” Oyéndolo Hirípan, empezó a llorar fuertemente, y echole los brazos encima y díjole: “Mirá, señor Hiquíngare, que no te nos huyas, que si te huyes, ¿cómo nos ver tu padre? Si no te hallares bien aquí, pídenos licencia, y nosotros te llevaremos al pueblo; que nosotros, esta manera tenemos de comer.” Y empezaron los dos hermanos a llorar, Hirípan y Tangáxoan. Y díjoles Hiquíngare: “Callad, hermanos, que me hacéis saltar las lágrimas de los ojos.” Y tenían los labios llenos de tierra y de polvo de las hierbas.

XXV

Cómo Taríacuri dio a su sobrinos y hijo una parte de su dios Curicaueri, y cómo los quiso flechar,
por unos cúes que hicieron, y de la costumbre que tenían los señores entre sí, antes que muriesen

Después que estuvieron allí algunos días, desta manera pasaron la laguna, y llevaron un presente a su tío, y él como los vio, rescebiolos muy bien y díjoles Taríacuri: “Vení acá, hijos, ¿qué lugar es donde traéis leña para los fuegos de los dioses?” Respondieron ellos: “Padre, no hacemos sino traer leña y ponella por allí.” Díjoles Taríacuri: “Yo os quiero dar una parte de Curicaueri, ques una navaja de las que tiene consigo, y ésta pondréis en mantas, y la llevaréis allá, y a ésta traeréis vuestra leña, y hareisle un rancho y un altar donde pondréis esta navaja.” Y partiéronse con su navaja y pasaron la laguna y empezaron a hacer un cu, y una casa de los papas, y la casa llamada del águila, y una trox a la navaja que les dio Taríacuri. Y después que fue todo acabado, dijeron los dos hermanos: “¿Qué haremos, que ya está todo acabado? Vámoselo a decir a nuestro tío.” Dijeron pues: “¿Quién irá? Vaya Hiquíngare.” Dijo Hiquíngare: “Yo para qué tengo que ir? ¿Suélome yo por ventura llegar a él, ni tengo conversación con él? Id vosotros, vaya Tangáxoan.” Y no osando ir Tangáxoan, dijo que fuese Hirípan. Y después determinaron de ir todos juntos y que oyesen todos lo que les diría. Y pasaron la laguna, y llegaron donde estaba Taríacuri y díjoles: “Seáis bien venidos, hijos. Paresce que venís tristes: decidlo presto lo que queréis si os ha acontecido algo.” Hirípan contole, cómo habían hecho el cu y la casa de los papas, y la casa del águila, que era la casa donde hacían la salva a los dioses, y la trox donde se habían de guardar sus atavíos, y estaban todos tres juntos, cuando se lo contaba, y oyéndolo Taríacuri, se enojó mucho, y empenzó a deshonrarlos y díjoles: “Bellacos, ¿qué soberbia os tomó? Mochachos, mocosos, ¿quién os dijo id haced cúes? ¿Ya los habéis hecho? ¿Qué habéis de sacrificar en ellos? ¿Han de ser algunas mantillas que habéis de poner en la puerta? ¿Es por ventura nuestro dios Curicaueri, como los otros dioses comunes y como los dioses primogénitos, que le habéis de echar vino en una taza y ponérsela a la puerta, o algunos tamales que le habéis de poner en ofrenda a la puerta, o pan de bledos? ¿Qué soberbia os tomó? ¿Qué habéis de hacer de los cúes que habéis hecho? Que los han visto ya los dioses desde el cielo, y los dioses de las cuatro partes del mundo, y el dios del infierno y la madre Cueratiáperi.” Y tomando su arco y flechas que tenía a la entrada de su aposento, dijo: “Estos bellacos; yo estoy para flecharos a todos.” Y puso una flecha en el arco, y como ellos lo viesen, lavantáronse todos de presto, y saliéronse de casa, y soltó la flecha tras ellos y dio un golpe en la pared y resurtió, y Hiquíngare volvió la cabeza atrás a ver si le había herido, y fuéronse a sus casas, y iban tristes, y no hablaban ninguno dellos. Y iba delante dellos Hirípan, y llegando a su casa, pusiéronse todos mustios, las cabezas bajas, y después fuéronse por leña para los cúes. Era ya media noche y estaba Taríacuri en la casa de los papas a un rincón arrimado, en su vela, y llamó sus viejos y dijo: “Chupítani, Tecaqua, Nuriuan, vení acá, decí, ¿qué haremos por lo que han hecho mis hijos?” Dijeron los viejos: “Mándalo tú, que eres señor.” Dijo Taríacuri: “¿Qué tengo de decir?, ¿que mis hijos no tienen culpa?, ¿que no lo hicieron de su autoridad, sino que yo les di aquella piedra? Pues ve, Chupítani al señor de la isla de Pacandan, llamado Uarápeme: dile que ya somos viejos y cansados, y que queremos ya ir al dios del infierno; pues que dónde tomaremos a la partida gente que llevemos con nosotros para nuestro estrado, y dirasle que te señale dónde ha de ser la pelea, en una sementera de maíz verde, a la ribera, y que si yo matare allí a los suyos, que aquellos que murieren será mi cama y estrado para mi muerte, y que si él matare de los míos, que también será estrado para su muerte. Que dónde los habemos de llevar a la partida.” Acostumbran los señores e señoras cuando moría de matar mucha gente consigo, que decían que los llevaban para el camino, y que aquellos eran su estrado y cama y encima dellos los enterraban. Mataban algunos hombres, y echábanlos en la sepultura y encima de aquéllos ponían al señor muerto, y sobre él, ponían más muertos, así que no llegaba la tierra a él. Aquellos muertos decían que era estrado de aquel señor que moría. Por eso Taríacuri envió al señor de Pacandan que era viejo, que tuviesen pelea los suyos unos con otros, por tener estrado de sus gentes, cuando los enterrasen, y hacíanlo también porque le diese el señor algunos de los suyos para sacrificar en aquellos cúes, que habían hecho sus sobrinos, como se los dio de miedo, o por aquella costumbre que tenían entre sí los señores. Y envió de los suyos, por traición, para que los cativasen la gente de Taríacuri, para el sacrificio y dióselos para que no le matase toda su gente. Pues partió Chupítani, y tomó puerto a la media noche, y cuando llegó, ya dormían todos, y el señor de la isla estaba en la casa de los papas, a un rincón, en su vela. Y llegóse Chupítani y empezó de atentar y dijo: “Señor, despierta un poco, que vengo [a] ti.” Díjole Uarápeme: “Eres Cbupítani?” Respondiole e dijo: “Sí, señor.” Díjole Uarápeme: “¿A qué vienes?” Y contóle lo que decía Taríacuri y oyéndolo empezó a llorar y dijo: “Muy mal lo hace Taríacuri, que no mira la miseria que tenemos, que quiere que nosotros seamos principales de los que se han de sacrificar en el cu nuevo de Michuacán, que aún no ha conquistado ningún pueblo, y yo con los míos empienzo primero a estrenar los cúes, y tenemos de ser sacrificados en el cu de Querétaro. Pues sea así: ¿qué tengo de hacer? Ya se lo ha hecho saber Taríacuri a los dioses del cielo, del sacrificio que quiere hacer de los míos. Dile a Taríacuri que tengo una sementera de maíz de regadío, a la ribera de la laguna; que enviaré cien hombres, que como los pasare la laguna un prencipal, que enviaré con ellos [uno] llamado Zipincanaqua que él y los remeros cuando se volvieren alzarán el agua con los remos hacia arriba, que aquel alzamiento tenga por señal que está la gente a la riba, regando la sementera, y que así cativará de los míos.” Y volviose con la respuesta Chupítani, y hízolo saber a Taríacuri y arrepentiéndose el señor de la isla de lo que había dicho, elijo: “Yo desatiné en lo que dije.” Entonces envió aquel dicho prencipal llamado Zipin canaqua, y díjole: “Ven a Hirípan y Tangáxoan, que dicen que están en Quereta-ychahrsicuyo, y dirasles que no sean más de sesenta.” Y partiose Zipin canaqua con otros y llegó donde estaban Hirípan y Tangáxoan y entrando en su aposento, dijeron ellos: “¿Quién anda ahí?” Que era de noche. Y respondió Zipin canaqua: “Señor, nosotros somos.” Dijéronle Hirípan y Tangáxoan. “¿Qués lo que queréis?” Respondieron ellos: “Señores, envíanos Uarápeme, señor de Pacandan y díjonos: “Id a Hirípan y Tangáxoan, que dicen que están aquí cerca. Qué desatino, que señaló ciento; que no sean tontas, mas sesenta.” Respondieron ellos: “No sabemos lo que os decís. No os entendemos. ¿Qué cosa es ciento?” Dijo Zipin canaqua: “Señores, no lo sé: desta manera me lo dijeron.” Dijeron ellos: “¿Y lo que decís de sesenta?, no sabemos nada. Ve a nuestro tío, que quizá él lo sabrá.” Dijo Zipin canaqua: “Señores, no tengo de ir, allá no me dijeron que fuese a vuestro tío; id vosotros a decídselo.” Dijeron ellos: “Vete de ahí.” Dijo Zipincanaqua: “Señores, si vosotros no se lo fuéredes a decir, basta que yo os lo digo a vosotros.” Y fuese con su remo al hombro a su casa, y dijo Hirípan a Tangáxoan: “Hermano, mira que se va aquél; ¿qué haremos? Ve, pase la laguna Hiquíngare y váyaselo a hacer saber a nuestro tío. Ya entendiste lo que dijo aquél.” Y dijo Hiquíngare: “Yo no tengo de ir; vaya Tangáxoan.” Y Tangáxoan no quiso ir. Dijo que fuese Hirípan y determinaron de ir todos tres. Y pasaron la laguna y llegaron donde estaba Taríacuri y a la sazón que llegaban, estaba Chupítani contando la respuesta de Uarápeme, señor de la isla de Pacandan. Y ellos empezaron a contárselo lo que había venido a decir Zipincanaqua. Díjole Taríacuri: “¿Pues qué les dejistes?” Respondieron ellos: “No le dijimos nada, enviábamos él para que te lo hiciésemos saber, y no queríamos venir.” Dijoles Taríacuri: “¿Pues qué le dejistes?” Respondieron ellos: “No le dijimos nada.” Dijo él: “Discretos sois: vení acá, y mandaros he lo que habéis de hacer. Estas palabras que oistes, mías son. El señor de Pacandan señaló cien hombres, y paresce que torna ahora a decir, que sean sesenta. ¿Cómo lo habiades de entender? Id a Araueni, donde señalan que han de venir a regar una sementera. Y tu Hirípan óyeme. Tú que eres el mayor, irás por la ribera de la laguna a un lugar llamado Patuquen, y por otro lugar llamado Hiuatzi harata, y tomarás otro lugar llamado Syuango, y allí pondrás tu celada. Y tú Tangáxoan, que eres el menor, irás por el camino derecho, y irás por Hiuatzi xanchacuyo, y darás sobre ellos y miraréis a la laguna aquel principal llamado Zipincanaqua que estará en la laguna en una canoa, y alzará el agua con los remos, que será señal cómo está gente a la ribera, y así los cativaréis.” Respondieron ellos: “Así será como nos dices, señor.” Y pasaron la laguna y luego de mañana hicieron flechas y en anocheciendo, partiéronse a la guerra y fueron por donde les dijo Taríacuri. Que era todo muy fragoso que estaba cerrado el camino con zarzas y pusiéronse en sus celadas, y amanesció y venieron los de la isla a regar su sementera, y habían ya pasado todos, que estaban en la ribera sesenta hombres, y tornose con las canoas Zipin canaqua y estando en medio de la laguna, alzó el agua hacia arriba, como estaba concertado. Entonces levantáronse todos a una, y dieron todos grita, y como no tenían donde ir los de la isla, cativaronlos a todos, y lleváronlos al cu nuevo de Querétaro. Y iban todos haciendo gran ruido y cantando, y trujeron cuarenta a Pátzquaro para sacrificar en los cúes, y sacrificaron veinte en el nuevo, para la dedicación de aquel cu, y así pasó aquella fiesta de la dedicación de aquel cu. Y empezaron otra vez a traer leña para los cúes, y tornaron a cativar más de la dicha isla, y hicieron otra entrada en un pueblo de Curínguaro llamado Itziparámucu, y cativaron cien hombres.

XXVI

Cómo Taríacuri mandó matar su hijo Curátame, a Hirípan y
Tangáxoan, porque se emborrachaba: y le mataron después de borracho
Como andoviesen haciendo entradas, enviolos a llamar su tío Taríacuri y fueron a él y díjoles: “Vení acá, hijos; ¿qué haremos? Id, pasá la laguna, y haréis un rancho para Curátame, apartado de los vuestros, y cercalde alrededor con hierba, y buscad vino, que esto que se ha de hacer, yo lo ordenaré y mías serán las palabras que yo le enviaré a decir a Curátame, que vaya allá a vosotros; esperadle y dareisle de comer, y él os dirá: “Hermanos, ¿cómo no tenéis un poco de vino?” Y vosotros le diréis: “Sí hay, señor.” Y dareisle a beber, y después que esté borracho le mataréis.” Y fuéronse todos tres y pasaron la laguna y hicieron un rancho, y envióle Taríacuri a decir a su hijo Curátame, con Chupítani, que le dijese que venieron sus sobrinos a él con mucha pena: que le dijeron que hay dos escuadrones, uno de los isleños de Pacandan, y otro de la isla de Xaráquaro, y dice que no bastan para ellos, quél tiene muchos criados, que deje si quisiere el vino, y que se bañe, y entre una noche en la casa de los papas, y a la mañana, que se parta y pase la laguna, y que al tercero día, vaya [a] ayudalles. Esto le diréis a Curátame: Dijo Taríacuri: “Porque tiene muchos criados” Y como oyó Curátame lo que le enviaba a decir su padre, dijo que era razón, que le placía de ir ayudalles. Y bañóse, y fue a la casa de los papas aquella noche a tener su vela, y luego en amanesciendo, se vino a su casa y se atavió, y púsose su carcax a las espaldas, y su cuero de tigre como guirnalda en la cabeza, y muchos cascabeles de culebras de las colas, que colgaban por las sienes y un collar de huesos de pescado de la mar ricos, y pasó la laguna con sus criados, que iban con él, que le acompañaban, y embarcóse en un lugar llamado Ahterio y iban todos dando grita remando. Y pusiéronse los chichimecas a la descendencia de la cuesta donde estaban. Y como le vieron venir Hirípan y Tangáxoan y Hiquíngare dijeron: “Ya viene, ya viene, hermanos. ¿Quién de nosotros le ha de matar? Mira que tienen los señores dos paresceres, que aunque nos mandó que le matásemos, después se puede arrepentir y castigarnos. ¿Dónde se le halló a Curátame? Cómo, ¿no es su hijo natural? Tornaron a decir por que no le matara alguno de nosotros: peleen Hiquíngare y él; él le matará.” Dijo Hiquíngare: “¿Por qué le tengo yo de matar? Mátelo Tangáxoan ques valiente hombre.” Y dijo Hirípan: “¿Qué decís, hermanos? Vosotros le mataréis.” Y llegaba ya cerca para tomar puerto y fuéronle todos a rescebir, todos tiznados con sus insinias de valientes hombres. Y venía Curátame asentado en una silla en la canoa, con una manta de pluma de patos puesta, y como llegasen a la ribera sus criados, pusiéronse a su lado y así llegó al puerto, y saltó de la canoa y saludolos, y al salir rescibiole Hirípan, y iba delante dél Tangáxoan y iban hablando él y Hiquíngare, y llegaron donde estaba hecho el rancho para él, y pusiéronle en medio, y quitáronle el carcax, y pusiéronle en otro rancho, y él estaba asentado en su rancho, y trujeron de comer, y pusiéronselo delante, y él dió a Hirípan y a los otros de aquella comida, y comieron todos. Y díjoles Curátame: “Qué haremos, hermanos, ¿no habrá un poco de vino que bebiésemos en regocijo?” Y dijeron ellos: “Por qué no, señor, sí hay; aquí tenemos vino que se ha hecho en las mismas cepas de maguey.” Y diéronle a beber. Y dábale a beber Tangáxoan. Diole cuatro tazas, y después otras cuatro, y emborrachose y llamó a Hirípan y vino, y asentose a la entrada del rancho. Y estaban platicando entrambos. Tornole a dar más a beber Tangáxoan, y púsose a la puerta, y tenía puesta una porra metida entre la paja del rancho. Y estando bebiendo, dióle otra traza Tangáxoan, y teníala en la mano. Y estaba hablando y llegó la taza a la boca para beber. Entonces sacó de presto Tangáxoan la porra de la paja y diole en el pescuezo un golpe, y acogotole, y hízole caer de bruces, y tornóle a dar otra vez, y saltó la sangre muy colorada de una parte, y de otra que corría dél. Y viendo esto sus criados, levantáronse y huyeron todos, y todos los que estaban allí se levantaron y querían huir. Y levantose Hirípian y díjoles: “¿Dónde queréis huir? ¿Quién os hace mal? Entre nosotros lo habemos los señores, porque no consentimos los males. Sosegó todos, y trae leña para los cúes de Curicaueri, y hacé vuestras ofrendas de leña.” Y quedó tendido Curátame, un brazo a una parte y otro a otra, y todos los penachos, que tenía en la cabeza, estaban ensangrentados, y dijeron: “Id, hacérselo saber a nuestro tío, cómo reñimos e le matamos, a ver qué dirá.” Y pasaron la laguna los mensajeros y dijeron a Taríacuri: “Tus sobrinos nos envían a ti, que te hiciésemos saber que riñeron con Curátame.” Díjoles Taríacuri: “¿Matáronle?” Dijeron ellos: “Sí, señor.” Díjoles Taríacuri: “¿Quién le mató?” Dijeron ellos: “Tangáxoan le mató.” Dijo Taríacuri: “Valiente hombre es. Muera el bellaco lujurioso. Bien le hecieron. Echadle en la laguna.” Y echáronle en la laguna, y tornaron a traer leña para los cúes, y vínose Taríacuri a su primer asiento de Pátzquaro donde estaba su hijo Curátame por señor.

XXVII

Cómo aparescieron entre sueños el dios Curicaueri a Hirípan, y la diosa
Xaratanga a Tangáxoan y les dijeron que habían de ser señores

Como estuviesen juntos Hirípan y Tangáxoan y Hiquíngare en aquel dicho lugar donde tenían el cu, llegose Hirípan a su hermano Tangáxoan y díjole: “Señor Tangáxoan.” Respondió él: “¿Qué es, hermano?” Y díjole: “Quedaos aquí y peleá con los de Curínguaro, y yo llegaré al monte, llamado Tariacaherio, que está aquí en Michuacán, que dicen que aun lado tienen puerto un batallón de gente los de las islas de Pacandan, y Xaráquaro, y que se van a favorescer con los de Curíngaro que entran a su pueblo, y tomareles aquel batallón.” Respondió Tangáxoan: “Hermano, ve que no es lejos donde dices, que aquí cerca es, e yo iré a estotro monte llamado Pureperio que allí también tienen su batallón los del pueblo de Cumachén que se van a meter en el pueblo de Tetepeo, y yo les tendré allí el camino y Hiquíngare pele[e] con los de Curíngaro.” Y fuéronse. Hirípan hizo grandes fuegos y grandes ahumandas en el monte llamado Tariacaherio en la cumbre del monte, y Tangáxoan hizo también sus ahumadas en el monte llamado Pureperio en lo alto, que son dos montes de Michuacán, y Hiquíngare hizo sus ahumadas donde tenía el cu nuevo en Querétaro. Y como pasasen algunos días, envioles a llamar Taríacuri y fueron a él y díjoles: “Venid acá, hijos; qué pena me dais, ¿dónde vais ya? y dónde hacéis ahumadas. ¿Quién hace fuegos y ahumadas, aquí en la cumbre del monte Tariacaherio?” Dijo Hirípan: “Padre, yo las hago.” ¿Y en el monte Pureperio, quién hace ahumadas y fuegos?” Dijo Hirípan: “Mi hermano Tangáxoan y Hiquíngare en Querétaro en el cu nuevo, que pelea con los de Curínguaro.” Díjoles Taríacuri: “¿Qué será, si os llevan a todos?” Dijeron ellos: “No llevarán, que todo está sosegado.” Díjoles Taríacuri: “¿Pues por qué sobís a la cumbre de los montes? Qué, ¿vienen allí los dioses del cielo y tocan aquel lugar? ¿Pues habéis tenido algunos sueños, poniendo en aquellos lugares la leña?” Dijeron ellos: “No padre.” Dijo él: “¿Por qué no habíades de tener sueños? Decí la verdad, que si habéis tenido, contá lo que habéis soñado.” Dijo Hirípan: “No habernos soñado nada, mi hermano Tangáxoan no sé lo que se dice.” Díjole Taríacuri: “¿Es la verdad, señor Tarigáxoan?” Díjole, Taugáxoan: “Así es la verdad, padre.” Díjole Taríacuri: “Dilo, a ver, señor.” Dijo Tangáxoan: “Que me place, padre; yo puse leña en los fuegos y escombré al lado de una encina. Y estaba al pie de aquella encina, y quitéme el carcax de flechas de las espaldas, y púsele allí cerca de mí, y mi guirnalda de cuero de tigre también, y traspúseme un poco durmiendo, y ansí de improviso vi venir una persona, una vieja que no sé quién era, la cabeza cana a trechos, y unas naguas de yerbas de una manta basta puestas, y otra manta de lo mismo, que traía cubierta, y llegóse a mí y empujóme y díjome: “Despierta, Tangáxoan, ¿cómo dices que eres huérfano y duermes? Despierta un poco. Mira que yo soy Xarátanga. Ve por mí, y limpia el camino por donde tengo de venir: yo estoy en el pueblo de Taríaran: limpia a donde tengo de estar, y ve a mirar aquí bajo de este monte, donde está cerrado con zarzas, y verás el asiento de mi cu. Allí es mi casa, donde se llama la casa de las plumas de papagayos, y la casa de las plumas de gallina, y mira a la man[o] derecha, donde ha de estar el juego de la pelota. Allí tengo de dar de comer a los dioses, a medio día, y verás allí el asiento de mis baños que se llama Paqui hurínguequa, que está en medio donde algunas veces tengo de sacrificar a los dioses de la mano izquierda llamados Uirambanecha, dioses de tierra caliente. Limpia todo aquel lugar, donde yo estuve otra vez, y tórname a traer a Michoacán, que ya no saca provecho de mi madre, que no me temen. Ya no hay quien hable ni haga traer leña para mis cúes. Hazme esta merced y mira mis espaldas los plumajes que tengo puestos en la espaldas y en la cabeza, y mira mis vestidos, y ten cuidado de renovar mis atavíos, y yo también te haré merced, que yo haré tu casa y tus troxes, y estarán mantenimientos en ellas, y haré que tengas mujeres en encerramiento en tu casa, y andarán viejos por tu casa, y será muy grande la población, y pondréis orejeras de oro en tus orejas, y brazaletes de oro en los brazos. Y díjole que le daría todas las insignias de los señores. Esto es lo que soñé, padre.” Oyendo esto Taríacuri díjole: “Señor Tangáxoan, dichoso tú: ¿Dónde tomaste aquella leña para los fuegos? ¿Cómo no dejaste algún tronco, y yo viejo como soy, arrancaría las raíces de aquel troncón, por la vertud que tiene aquél árbol, pues que por él tuviste el sueño que tuviste? Todo lo que yo he trabajado en traer leña para los cúes, todo fue para ayudarte a ti. Aquella que dices no es vieja, mas es la diosa Xarátanga. ¿Cómo la podrás traer, que hay muchos peligros en el camino; cómo has de entrar allá, que es todo tierra de guerra, y hay infinidad de gente? Ve y escombra sus cúes y su asiento, y pon allí encienso y haz allí fuegos en aquel lugar y ahumadas, que ella los olerá cuando veniere.” Díjole Tangáxoan: “Ya yo he limpiado todo aquel asiento.” Y preguntó Taríacuri a Hirípan, qué había soñado y díjole: “Tú, señor Hirípan ¿qué has soñado?” Dijo él: “Yo también estaba al pie de una encina, y yo también puse mi carcax de flechas allí cerca, y estaba arrimado al pie de una encina, y no sé quién, uno que parescía señor, que estaba todo entiznado, el cual llegó a mí, y tenía un cuero blanco por guirnalda y un bezote pequeño, y díjome: “Despierta, Hirípan, ¿cómo dices que eres huérfano?, pues ¿cómo duermes? Despierta, yo soy Curicaueri; ponme plumajes en la cabeza y en las espaldas, plumajes de garzas blancas, háceme merced, y yo también te haré merced, y te haré tu casa y troxes, y estarán mantenimientos en tus troxes, y ensancharse ha tu casa, y tendrás esclavos en tu casa y viejos, y yo te haré merced que te pondré orejeras de oro en las orejas y plumajes en la cabeza y collares a la garganta. Esto será así, Hirípan. Esto es lo que soñé, padre.” Oyendo esto Taríacuri le dijo: “Señor Hirípan, pues según esto, vosotros habéis de ser señores. Yo lo que he trabajado de traer leña a los cúes, para ayudaros la he traído. ¿Dónde cortastes aquella leña para los cúes, hijos? ¿Cómo no dejastes algunas raíces, que yo las arrancaría y yo las quitaría? Id, hijos y torná a pasar la laguna.” Y fuéronse y tornáronse donde estaban primero y hacían sus fuegos y ahumadas como de primero.

XXVIII

Cómo los del pueblo de Itziparamucu pidieron ayuda a los de
Curínguaro y del agüero que tuvieron los de ltziparámucu

Estaba una población llamada Itzi parámucu que era de los de Curínguaro, cerca donde estaba Tangáxoan, y vían los fuegos y ahumadas que hacían en Pureperio, y estaba un señor en el dicho pueblo, llamado Tzintzuni y temió los fuegos, y llamó sus viejos y díjoles: “Id a mis sobrinos Candó y Huresqua, señores de Curínguaro, que pues somos tanto gente, que nosotros somos solos, ¿que no sería bueno que tomásemos algunos de nosotros y se pusiesen en un lugar alto llamado Xaripitío, y fuesen allí a morar, y harían allí un cu y harían allí también fuegos y ahumadas, y también harían otro cu en otro lugar, llamado Acumba paratzicuyo y casas de los papas y allí también habría fuegos y ahumadas y así nos entenderíamos y viviríamos? ¿Por qué está aquí Hrípan y hace ahumadas en lo alto del monte, y Tangáxoan aquí cerca en el monte Preperio y que miren los fuegos de Hiquíngare, y ahumadas que dónde quiere ir? Que ellos no lo hacen sino por ir a otras partes, y que quieren venir contra nosotros. Esto diréis a mis sobrinos, y que si no lo quisieren creer, que se abra
la puerta por mi pueblo de Itziparámucu, que yo con gente estábamos hechos una cerca y pared muy gruesa, con que está atada la puerta, y que me abriré y me quitaré de ser puerta y me iré con mi gente, y pasando adelante de sus términos, haré mi asiento con mi gente. Si no creyeren esto que les digo, esto les diréis a la partida.” Este señor en estas palabras toma semejanza de las puertas que ellos usan en sus casas hechas de tablas, atadas con cordeles. Dice que se quitará de ser puerta y cerradura del paso donde está, y que entrarán a ellos y los conquistarán. Y partiéronse los mensajeros, y llegaron donde estaban los dichos señores, y saludáronlos y dijéronles “Señores, ¿a qué venis, viejos?” Y contáronles su embajada y dijeron [esto]. “Dice nuestro tío: ¿por miedo de quién dice esto? ¿Quién nos ha de quis que aquello que dice no es humo, por miedo del cual dice esto mirando la humadas? Todos los que las hacen, pueden andar: si no veinte hombres en cada parte. Si fuésemos a ellos, habría para que tomásemos cada uno el suyo. Si fuésemos a ellos cada ciento de nosotros ¿no tomaría el suyo porque aquí falta o carestía de gente? Porque nosotros solos lo ocupamos todo y estamos hechos un piélago. ¿Dónde es de agora ser Curínguaro? Porque de todo en todo es población divina y tine canas de muy antigua población, y las piedras de los fogares han echado muy hondas raíces ¿Quién ha de venir a destruirnos? Esto es lo que diréis.” Dijeron los mensajeros: “Sí señores, y por esto dice vuestro tío, que vayan cada cien hombres a tomar dos asientos, y harían fuegos y ahumadas a los dioses por vivir algún tiempo y que habría cúes en Acumbaparatzicuyo y que estuviesen allí cien hombres.” Respondieron ellos: “Viejos, ¿qué provecho será quien viene aun a destruirnos?” Dijeron ellos: “Así es, señores; por eso dice vuestro tío que abra la puerta por su pueblo de ltziparámucu, que él estaba con su gente hecho puerta muy gorda, y que se abrirá, y que se irá, adelante de nuestro términos a tomar asiento con su gente.” Dijeron ellos: “¿Qué dice nuestro tío? ¿A qué ha de ir, quien nos viene a destruir los pueblos?” Y tornáronse los mensajeros, y llegando al señor de Itziparámucu, saludoles y díjoles: “¿Pues qué dicen?” Dijeron los viejos: “Señor, no lo creen.” Dijo Tzintzuni: “Basta lo que han hablado: ven acá, tabernero.” Y veniendo, díjole: “Señor, ¿qué quieres?” Díjole Tzintzuni: “¿Hay algún vino?” Respondió el tabernero: “Por qué no, señor. Sí hay.” Díjole Tzintzuni: “Traedlo y beberemos.” Y hizo llamar lo dos los principales y los que tenían en cargo la gente, y toda la gente común, y mujeres y mochachos y díjoles desta manera: “Oídme, gente: moradores de Itzi parámucu, matá los perros y las gallinas y papagayos grandes y comeoslo toda. ¿Cómo lo podréis llevar huyendo con ello? Qué, ¿no habemos de estar aquí, yo y vosotros, más de cinco días? Tomá todos masa o harina y secadla, y otros quien quisiere hacer otro matalotaje, hágalo. ¿Cómo habéis de llevar con vosotros nada desto? Mirá que me tengo de ir con vosotros, y mudar a otra parte y hacer nuestro asiento.” Y fuese la gente a sus casas, y empenzaron a emborracharse todos, el señor llamó su mayordomo, y díjole: “Ven acá, daca los plumajes verdes de las plumas largas que trujeron de Pátzquaro por rescate de Tamapu checa, hijo de Taríacuri, que cativamos.” Y bajaron de una trox una arca de aquellas plumas verdes, y tomábanlas todos en manojos, y compúsose él y todos los principales, con brazaletes de oro y orejeras de oro, y collares de turquesas, y plumajes ricos, y díjoles: “Señores que estáis aquí, moradores de Izti parámucu, gran deleite es emborracharse y beber. Pongámonos un poco los plumajes que han de ser de Hirípan y Tangáxoan y Hiquíngare. Esto que tenemos aquí, todo ha de ser suyo; traigámoslo un poco de tiempo.” Y empezaron todos a llorar y hacer gran ruido llorando, y empezaron a traer vino y emborracharse todos. Y dijeron: “Emborrachémonos para consolarnos.” Y vino una vieja, que no se sabía quién era con unas naguas de manta basta de hi[er]bas, y otra manta de lo mismo, echada por el cuello, y las orejas colgando muy largas, y entró en casa de un hijo de Tzintzuni, que tenía un hijo que criaba su mujer y como la vio su Mujer, díjole: “Entrá agüela”, que ansí dicen a las viejas. Dijo la vieja: “Señora, ¿queréis comprar un ratón?” Díjole la señora: “¿Qué raton es aquél?” Dijo la vieja: “Señora un topo es, o tuza.” Dijo la señora: “Dale acá, agüela.” Y tomósele de la mano, y era todo bermejo, muy grande y largo. Díjole la señora [“¿Qué demandáis, agüela?” Dijo la vieja: “Señora de hambre vengo ansí: dame algunas mazorcas de maíz.” Dijo la señora: “Agüela, tráigasle en buen hora yo te le compraré, que mi marido se está emborrachando, y yo se le coceré para que coma; asiéntate, entretanto.” Y diéronle de comer, y una cesta de maiz, y despidiose la vieja y dijo: “Ya me voy, señora,” Y fuese y chamuscó la señora aquel topo y lavole, y echole en un puchero, y púsole al fuego, y coció su hijo en aquel puchero, que había engendrado su marido Hopótacu, y estaba la cuna con las mantillas liadas que parescía que estaba allí el hijo. Y a la tarde fuese a su casa su marido Hopótacu y entrando en su casa, llamó a su mujer y díjole: “Señora, tengo hambre, ¿qué tengo de comer?” Dijo ella: “Señor, allí tengo que comas, que te compré un ratón o tuza.” Y lavó de presto una sical y púsole allí en ella tamales, y tomó el puchero y echó el caldo en otro xical, y como quisiese echar el topo cocido, paresció ver su hijo y dio gritos, llorando, y dio en el suelo con el puchero. Y estaba todo blanco de cocido el niño, y saltó encima la cama y desató la cuna que estaba liada, y estaba vacía, y como no halló el niño, turbose y empienza a dar gritos la madre y díjole el marido: “¿Qué has?”. Y como viese el niño díjole: “¡Oh bellaca, mala mujer!” Y como era valiente hombre, tomó su arco y flechas, y puso una flecha en el arco, y tiró la cuerda y flechó a la mujer por las espaldas y matóla. Y era de noche. En amanesciendo, fueron todos los principales en casa del señor, y recontaban todos lo que les había acontecido, estando borrachos, y díjoles Tzintzuni, el señor: “¿Quién ha hecho mal en esta borrachera?” Y uno decía: “Yo”, y otro, “yo he hecho mal.” Y cada uno contaba lo que le había acontecido. Y dijo el señor: “Mucho nos emborrachamos. ¿Cuál es más deleite, emborracharse o dormir con mujeres? ¿Por qué no hacen ansí en Curínguaro?” Y dijo al tabernero: “Haz más vino en los mayores maguéis, que será perdido que los chichimecas los gocen o hagan vino dellos.” Y dijo Hopótacu: “Padre yo no sé que me ha acontecido: he flechado a la madre de mi hijo, Tzintziari.” Dijo el señor: “¿Por qué la flechaste, hijo? ¿Qué te hizo?” Dijo Hopótacu: “Padre, cociome a mi hijo, el que tu pusiste nombre; que no sé qué vieja trujo a mi casa a vender un topo o tuza, que dicen que traía una naguas de una manta de hierbas basta, y otra mantilla de lo mismo cobijada, y traíele revuelto en la mano, y que de hambre, traía aquel topo a vender, y pensando que era así, le compró mi mujer y como no era topo, sino mi hijo, el que yo engendré, por esto la mate.” Oyendo esto su padre, dijo: “Ah; aquélla no era vieja; mas es de las tías de los dioses del cielo. Aquélla se llama Auicanime, e ya los dioses de todo en todo, están muertos de hambre, y no tenemos con nosotros cabezas. Sea así, gente: Vámonos hacia alguna parte.” Y emborracháronse cinco días y fuéronse del pueblo. Acostumbraba esta gente, cuando tenían alguna aflicción, decir: “No tenemos cabezas con nosotros”: diciendo que sus enemigos los tomarían e cativarían a todos, y los sacrificarían, y que sus cabezas pondrían en varales. Y hacían cuenta que los habían tomado. Por eso dice aquí el señor de Itzi parámucu, que no tenían cabezas consigo.

XXIX

Cómo Taríacuri envió sus sobrinos amonestar y avisar un cuñado suyo, que no se emborrachase,
y cómo los rescibió mal, y a la vuelta lo que le aconteció a Hirípan con un árbol en el monte

Envió a llamar Taríacuri a sus sobrinos e hijo Hiquíngare, y venidos, díjoles: “Hijos, que haremos; ¿cómo no iríades al señor llamado Hiuacha, hijo de mi tío Zurumban, que cada día se emborracha muy malamente, y dicen que no come pan, mas el vino sólo tiene por comida? Id a él, y llevadle este pescado: decidle que coma primero y que después empezará a beber, y [tomará] una taza, y luego comerá tras ella pan, porque no se muera, que le matarán estando borracho. Id a él y amonestadle, que yo hablé con su padre desta manera.” Partiéronse sus sobrinos e hijo, todos tres juntos, y llegaron donde estaba Hiuacha, que había salido del baño, y se había bañado, y estaba asentado a un lado y saludolos y díjoles: “Bien seáis venidos, chichimecas.” Y pusieron ellí el pescado delante dél, y antes que hablasen, ni le dijesen lo que les había dicho Taríacuri, anticipose Hiuacha y díjoles: “¿Qué venís a decir? ¿Cómo no venís a hablar de guerra? Esperad, contaremos los días: el día de la caña y el día del agua, y el día de la mona y de la navaja, que yo Hiuacha no peleo más con mantas: compro los esclavos.” Acostumbran los mexicanos contar sus meses e días, por unas figuras que tenían pintadas en unos papeles, una caña y agua, y una mona, y una navaja. Así hay veinte figuras, un perro y un venado. Y contando por allí los días, tomaban sus agüeros para pelear, y para ver el nascimiento de cada uno. Y esta cuenta paresce que la tenía este señor Hiuacha, y no los chichimecas, y por esto dice que contarán el día de la caña y del agua. Oyendo lo que habló Hiuacha, Tangáxoan no se pudo contener, y dijo: “¿Quién te dijo que cuentes los días? Nosotros no peleamos contando desa manera los días: mas traemos leña para los cúes, y el sacerdote llamado Curi y el sacrificador toman olores para la oración de los dioses. Dos noches estamos en nuestra vela para mirar cómo va la gente y para despedillos, y con esto peleamos.” Y tomaron sus arcos y asentáronse todos en el patio y sacaron de comer, y no les dieron a ellos, mas pasáronse de largo los que daban la comida, y dieron a los suyos, y sacaron mantas y camisetas y hizo merced Hiuacha no más de a los suyos, y a ellos no les dieron nada, y como no hacían caso dellos, dijeron: “Vámonos a nuestro pueblo.” Y tomaron todos sus arcos, y íbanse, y un viejo que era mayordomo de Hiuacha entró en una troj, y sacó un cañuto muy gordo de cañaheja, que estaba lleno de plumajes, y se fue tras ellos y íbalos llamando y decía: “Señores chichimecas, esperaos ahí, que os quiero decir un poco.” Y dijo Tangáxoan a su hermano: “Señor Hirípan, ¿qué viene deciendo aquel viejo?” Dijo Hirípan: “Dice que esperemos aquí, que nos quiere decir un poco. Venga a ver qué quiere.” Y llegó a ellos y saludáronle y dijéronle: “Bien seas venido, agüelo”, que ansí decían a los viejos y a los sacerdotes. Y él también los saludó y quebrantó el cañuto de cañaheja y sacó dél muchos plumajes y púsoselos en la mano a Hirípan y díjoles: “Hijos, llevad estas plumas a Curicaueri vuestro dios, que destas plumas hace sus atavíos: ochocientas son. Estas trujeron de las islas de la laguna en rescate de xicales, y ruégoos que sean para apartarme a mí y a mis parientes: que los libertéis, que no acertó en lo que dijo Hiuacha, que ya no tenemos cabezas con nosotros, porque muy fuertemente conquistará la tierra vuestro dios Curicaueri. Ruégoos que me libertéis y apartéis de los cativos.” Díjole Hirípan: “¿Cómo te llamas, agüelo?.” Dijo el viejo: “Señor, llámome Parangua, y un hermano mío menor, se llama Tzipaqui.” Díjole Hirípan: “Bien, bien, habla a todos los tuyos y escoge todos tus parientes; que así será como dices.” Y fuéronse su camino y llegaron a Pátzquaro y no hablaron a Taríacuri; mas fuéronse todos enojados de largo al cu nuevo, a Querétaro, donde tenían su asiento en Michuacán. Y como llegaron, fuéronse al monte a cortar leña para los cúes, ellos y los isleños que andaban juntos. Y Hirípan subió en un árbol que no era gordo y abrazose con las ramas y y doblegolas y aquel árbol estaba comido de carcoma o gusanos y [que]brantose y vino abrazado con las ramas, y cayó con ellas tendido en el suelo boca abajo y amorteciose, y como le vio su hermano Tangáxoan, dijo: “¡Ay, ay, que es muerto mi hermano.” Y llamó a Hiquíngare, y vinieron allí todos los isleños, y cercáronle todos en rededor, y aun no se levantaba, questaba todavía tendido, y llegose a él Tangáxoan y tomole de un brazo y Hiquíngare de otro y levantáronle, y estaba asentado y teníanle por las espaldas Tangáxoan y Hiquíngare. Y levantose en pie Hirípan, y dijo muy enojado de sí: “¡Oh Hirípan: aunque soy de tal estatura y tan pequeño, y aunque tengo la cabeza redonda, que no es de valientes hombres, nunca me tengo de olvidar de aquella injuria de Hiuacha!” Y dijo a su hermano Tangáxoan. “¿Cómo tiene las manos Hiuacha de quebrar ramas para los fuegos de los cúes? Mírame las manos, qué de callos tengo: Si las tiene así Hiuacha; ¡que tanta leña cuesta, y que tantos olores ha de costar, y cuán alta ha de ser la leña que ha de cortar! Nunca olvidaré esta injuria.” Acostumbraba esta gente de traer leña para los cúes, y echar olores los sacerdotes, llamados andúmucua en el fuego, porque los dioses les diesen vencimiento contra sus enemigos, y allí en la oración que hacían al dios del fuego, nombraban todos aquellos señores, contra quien hacían aquellos hechizos de aquellos olores. Por eso dice aquí Hirípan, que ha trabajado tanto en traer leña para los cúes, que tiene callos en las manos, los cuales no tenía Hiuacha; y que ya él merescía que los dioses le diesen vencimiento contra él, por aquella leña que había traído para sus cúes, o que él trairía tanta pues que ya tenía callos hechos, que fuese bastante de vencer a Hiuacha, aunque era valiente hombre. Y era de pequeña estatura, y tenía la cabeza redonda. Que los que la tenían de tal manera, no los tenían por valientes hombres, y por eso a los señores les allanaban las cabezas, y se las asentaban y hacían como tortas. Y díjole Tangáxoan a Hirípan: “Hijo, tú no estás tan enojado como yo: yo estoy más enojado que tú: pues que soy de chicos pies y delgado de cuerpo. Vámoslo a hacer saber a nuestro tío, porque no diga que habemos de estar y vivir entrambos; pues que aun vive nuestro tío, verá nuestra muerte, que no tenemos gana de vivir vámosle a decir lo que nos dijo Hiuacha.” Y partiéronse para ir donde estaba su tío Taríacuri, el cual era ya muy viejo y cansado y tenía unas orejeras de oro en las orejas y algunas turquesas al cuello y una guirnalda de trébol en la cabeza. Y estaban arrimadas a él sus mujeres que le tenían, y llegando sus sobrinos, dijo a las mujeres: “Madres, levantadme, que vienen mis sobrinos: que quieren hablar una cosa de importancia.” Y levantáronle y asentáronle en una silla de espaldas y díjoles: “Entraos allá dentro.” Y como llegasen sus sobrinos, saludoles y díjoles: “Seáis bien venidos, hijos.” Y ellos a él así mesmo le saludaron, y quebrantaron aquella cañaheja y sacaron las plumas blancas y pusiéronselas en la mano, y díjoles Taríacuri: “¿Pues qué es esto, hijos?” Y contáronle lo que les dijo Hiuacha el señor de Taríaran, y díjoles Taríacuri: “Pues hijos, ¿qué decís? ¿Pensáis de pelar?” Dijeron ellos: “Sí, padre, que habemos de pelar; pues que estás vivo, vernos has, cómo vamos a morir: porque no digas que queremos estar y vivir, nosotros: Morir queremos, y verás nuestra muerte.” Díjoles Taríacuri: “¿Qué decís, hijos? ¿Quién tenéis en vuestra compañía, para querer pelear y hacer guerra a los otros?” Dijeron ellos: “¿Por qué, padre, no habemos de tener compañía? Muchos somos. Ahí está un prencipal llamado Cuetze y Catzimato y Quiriqui y Quacángari y Anguaziqua y Cupauaxanzi, que son valientes hombres de los nuestros, y de los isleños; ahí están Zapiuátame y Tzanguata y Chapata y Atache húcane, que eran de los antepasados de don Pedro que es agora gobernador, que se hecieron amigos de los chichimecas. Paréscemos que somos hartos.” Díjoles Taríacuri “¿Qué decís, hijos? Vosotros que tanto ha que entropezastes a querer hacer guerra, como quien dice mucho tiempo ha que empezastes y diestros estáis; no quiero quebrar vuestras palabras y estorbar vuestro parecer. Déjame primero hacérselo saber a Huresta señor de Cumanchén, que es muy creíble, como muchacho, quél será con nosotros y se juntará con [v]osotros, y si no bastare con esta ayuda levantarnos hemos todos y iremos todos a un señor llamado Thiuan, por tener favor y guarda en él, que es muy valiente hombre. Torna a pasar la laguna que yo os lo enviaré a hacer saber mañana, y esotro día llegarán y nos juntaremos aquí en un lugar llamado Thiuapu, en lo alto.” Y respondieron ellos: “Sea así, padre.” Y tornaron a pasar la laguna.

XXX

Cómo Taríacuri mostró a sus sobrinos y hijo la manera que habían de tener en la guerra
y cómo les señaló tres señoríos y cómo destruyeron el pueblo a aquel señor llamado Hiuacha

Como viniesen los mensajeros que había enviado Taríacuari al señor de Cumachén, al tercero día envió Taríacuri por sus sobrinos, haciéndoles saber cómo habían traído buenas nuevas los mensajeros que habían enviado al señor de Cumachén que los quería ayudar. Y vinieron sus sobrinos, y luego en rompiendo el alba, antes que heciese, claro, subió a un montecillo Taríacuri, llamado Thiuapu, y escombró allí aquel lugar un pedazo, y juntó tres montone de tierra, y puso encima de cada uno una piedra e una flecha y desviose, y apartose un poquito del camino, y estaba echado allí. Y sobieron sus sobrinos a aquel montecillo, y encumbraron y llegaron donde estaban los montones de tierra, y viéndolos dijeron: “¿Qué cosa es ésta? ¿Quién limpió y escombró este lugar?” Y dijeron: “No sabemos quién hizo esto, y esta tierra ¿quién la juntó aquí? Cómo ¿no la debía de ayuntar nuestro tío?” Dijeron: “Sí, mas para qué puso aquí esta tierra?” Y fingiendo Taríacuri que encumbraba el montecillo, llegó a ellos y díjoles: “¿Pues qué hay, hijos? ¿Qué habéis hecho aquí? Para qué posistes aquí estos montones de tierra?” Dijeron ellos: “Padre no los posimos nosotros; cómo ¿no los posistes tú?” Díjoles Taríacuari: “Sí hijos, discretos fuistes en no deshacellos; oídme hijos: mira Hirípan, ansí ha de haber tres señores. Tú estarás en este montón que está en medio, ques el pueblo de Cuyacan, y tú Tangáxoan estarás en este montón, que es el pueblo de Michuacán, y tú Hiquíngare estarás en este, que es el pueblo de Pátzquaro. Así serán tres señores.” Y trazó allí el pueblo del señor llamado Hiuacha Tzirapen y díjoles: “Miró que os quiero mostrar el pueblo: esta raya que está aquí es el camino por donde habéis de ir; esta que está aquí, es una sierra: vosotros habéis de ir por aquí y los de Cumachén por aquí y los de Erongaríquaro y Uricho Pichátaro, irán por este camino que ya vienen, que yo les señalé que viniesen mañana, id, pues, hijos.” Dijeron ellos: “Así será como dices, padres.” Y partiéronse con toda la gente de guerra. Y en la tarde llegaron a un pueblo llamado Uiramu angaru, y en anocheciendo tomaron su dios Curicaueri, y iban los escuadrones partidos, y cercaron todo el pueblo para destruille y estuvieron en celada, y en rompiendo el alba, díjoles a todos Hirípan: “Levantaos todos.” Y levantáronse todos y dieron gran grita y destruyeron y quemaron todas las casas y cativaron muchos enemigos, y haciendo todos gran ruido, daban voces cuando los tomaban. Y llevaron huyendo los suyos a Hiuacha asido de los brazos, y alcanzándole Tangáxoan, llegó a él y diole con una porra encima la cabeza, y tomaron todas sus mujeres, aquí una y allí otra, y trujéronlas al real. Y moraban unos naturales en un pueblo llamado Chemengo, y otros en otro pueblo llamado Tzitzupan, y en Acauato y fue mucha gente de los enemigos huyendo a los dichos pueblos y diéronlos grita, y no los recebieron, y dieron la vuelta otra vez, otra vez hacia su pueblo y cativáronlos y durmieron sobre ellos que los alcanzaron de noche, y todo un día estuvieron así cazando a los que se habían escondido, y dormieron allí una noche. Y a la mañana contáronlos todos, y enviaron a hacello saber a Taríacuri, cómo los habían conquistado y cativado, y vino a dar la nueva un prencipal llamado Zapiuátame y saludó a Taríacuri y díjole: “Señor, ya ha cativado Curicaueri.” Díjole Taríacuri: “¿Hay algunos muertos de los nuestros con que me deis pena?” Dijo Zapiuátame: “Señor, no peleó el señor del pueblo: todo está ya sosegado, y dormimos allí una noche, y en un día los tomamos cazándolos, y así los cativó Curicaueri.” Y holgose Taríacuri de las nuevas, y vino toda la gente de guerra con los cativos, que venían haciendo gran ruido, y anduvieron con ellos en procesión, y lleváronlos a la casa de Taríacuri, y diéronles a todos de comer, y escogeron los que habían de guardar en la cárcel para estos sacrificios, y desataron al viejo llamado Parangua, el mayordomo de Hiuacha, y fueron él y su hermano donde estaba Hirípan y díjoles: “Que es, ¿agüelo?” Y contáronle cómo él era el de los plumajes. Díjoles Hirípan: “Vamos y dirémoselo a nuestro tío.” Y fueron delante de su tío y díjoles: “Pues qué hay, hijos?” Dijéronle: “Este es el que te dijimos, éste es el que trujo los plumajes, éste se llama Parangua y éste que viene con él dice que es su hermano, que se llama Tzipaqui: Díjoles Taríacuri: “¿Qué dice Hiuacha?” Dijéronle: “Qué ha de decir, señor?” Dijo Taríacuri: “Allí está. ¿Qué es lo que siente?, que desta manera castiga Curicaueri. Esto le dijeron sus padres del cielo, que conquistase la tierra. Id y escogedlos. ¿Qué decís?” Y fueron y escogéronlos y libertaron cuatrocientos y estuvieron componiendo los cativos dos días, y emplumaronlos y pusierónlos las mitras de plata, y unas tortas de plata al cuello, como soles: y unos cabellos largos a las espaldas, y al señor también dellos, llamado Hiuacha, y pusiéronles cascabeles en las piernas, y velaron con todos ellos en las casas de los papas una noche, y bailaron con ellos y a la media noche tañeron las trompetas para que descendiesen los dioses del cielo, y a la mañana echaron su harina a los pies de los cúes. Y subieron a los cúes, Hirípan y Tangáxoan y Hiquíngare, y los otros señores, todos compuestos. Y Taríacuri estaba asentado en una silla a la entrada de las casas de los papas. Y sacrificaron a todos aquellos cativos. Y un día entero, no hicieron sino sacrificar. Y tenían al cuello unos collares de huesos llamados tarepu uta, que eran colorados, y estaban todos ensangrentados de la sangre que saltaba de los sacrificados, y lleváronlos a lavar a un agua que está en la casa de don Pedro gobernador en Pátzquaro, y puso nombre Taríacuri, aquel lugar Caropu uta, el cual tiene hasta el presente día, y dice la gente común, que por eso aquel agua de allí no es sabrosa, porque se lavaron allí entonces aquellos huesos o conchas.

XXXI

Cómo Hirípan y Tangáxoan y Hiquíngare conquistaron toda la provincia
con los isleños, y cómo la repartieron entre sí y de lo que ordenaron

Después que conquistaron el pueblo de Hiuacha, fueron a conquistar a los de Curínguaro, y destruyéronlos, y a Tetepeo y Turipitío, y todos estos pueblos conquistaron en una mañana. Conquistaron los pueblos siguientes: Hetúquaro, Hóporo, y Tangáxoan y Hirípan conquistaron a Xaso-Chucándiro, Teremendo y llegaron a Uaniqueo, y los de Uaniqueo eran valientes hombres, y no los pudieron vencer, y apartáronse a medio día, y viendo esto Hirípan y Tangáxoan, sacrificáronse las orejas, y toda la gente, por podellos vencer. Y avergonzábanse unos a otros, porque no eran más esforzados. Y comieron todos, y tornaron a dalles combate y durmieron allí y tornaron a la mañana a pelear y entráronles a medio día. Conquistaron a Cumachén, Naranjan, Tzacapu, Cherán, Siuinan, y a la vuelta a Huriapa y los pueblos de los nauatlatos llamados Hacauato, Tzitzupan, Chemendo, Uacapu y otros pueblos llamados Taríaran Yuriri, H[a]pacutio, Condénbaro. Y huía toda la gente de los pueblos a los montes y dijeron Hirípan y Tangáxoan: “Vamos aquí a Hurecho”, y fueron y conquistáronle y descansaron. Y cuando ellos andaban conquistando estos dichos pueblos, murió Taríacuri y fue enterrado en su lugar de Pátzquaro, donde le sacó después un español, digo sus cenizas, con no mucho oro, porque era en el prencipio de la conquista. Y llamó Hirípan a Tangáxoan y a Hiquíngare y díjoles: “Hermanos, ya e muerto Taríacuri, nuestro tío: tú, Tangáxoan, vete a Michuacán, y yo me iré a Cuyacán y Hiquíngare estará aquí en Pátzquaro, que aquí es su casa y asiento. Y hicieron una casa a Hirípan en Cuyacán, y a Tangáxoan otra en Michuacán, y tomó cada uno su señorío, y fueron tres señoríos, y tornó a llamar Hirípan desde algunos días a Tangáxoan y a Hiquíngare, y díjoles: “Hermanos vamos a conquistar a Huriparao.” Y conquistaron entonces los pueblos siguientes: Huriparao, Charo chutiro, Tupátaro, Uarirásquaro, Xéroco, Cuitzeo, y volviéronse y tornaron otra vez y conquistaron a Peuendao, Zinzimeo, Araró, y volvieronse y dijo Hirípan a Tangáxoan y Hiquíngare: “Hermanos ¿qué liaremos? que la gente de los pueblos se llevan huyendo los plumajes y joyas, con lo que fueron señores en los pueblos que conquistamos. ¿Dónde los llevan? Id a retenellos, que se vengan los dioses a sus pueblos.” Y venieron todos los que anclaban huyendo con las joyas, y plumajes, y oro, y plata y presentáronselo todo, y pusiéronlo todo en orden, y viendo aquel oro amarillo y la plata blanca, dijo Hirípan: “Miró, hermanos, que esto amarillo debe ser estiércol del sol que echa de sí; y aquel metal blanco estiércol de la luna, que echa de sí, y todos estos plumajes que están aquí verdes y penachos blancos, y plumajes colorados ¿cómo conoscemos esto? Como quien dice, no lo conoscemos, ni sabemos qué es esto. Es lo que la gente llevaba huyendo y hanlo han traído a Curicaueri. Esto es lo que le dijeron sus padres en el cielo, que él quitase a todos, todas las joyas, y que las tuviese él solo. La piedra recia, que es la padra, y las piedras preciosas y mantas, que todo esto él solo lo ha de tener; llevadlo todo. Helo aquí dónde os lo he puesto. More todo esto con Curicaueeri y Xarátanga: yo solamente, llevaré plumajes colorados y verdes y no dividamos estas joyas; mas esté todo en un lugar, donde lo vean los dioses del cielo, y la madre Cuerauáperi, y los dioses de las cuatro partes del mundo, y el dios del infierno; llévelo Hiquíngare.” Dijo Hiquíngare: “Yo no lo tengo de llevar, yo no quiero más de los plumajes blancos; esté todo en un lugar y en ana casa y guárdese allí y allí mirarán los dioses este tesoro” que entonces ayuntaron de toda la provincia. Como no lo quisiese llevar ninguno consigo, hicieron una casa en Cuyacán, y allí lo pusieron todo en unas arcas, y pusieron sus guardas, y las guardas hacían sementeras para ponelle sus ofrendas de pan y vino. Todo este tesoro llevó Cristóbal de Olid cuando vino a conquistar esta provincia, como más largo se dirá adelante. Y ayuntáronse todos los que habían quedado de los pueblos y díjoles Hirípan: “Id, tomad vuestro pueblos, morá en ellos como antes y torna a tomar vuestros árboles de fruta, y vuestras tierras y sementeras: basta, ya vuestro dios Curicaueri ha usado de liberalidad y os lo torna: Traed leña para sus cúes, y cavá sus sementeras para la guerra y estad a las espaldas dél en sus escuadrones, y acrecentá sus arcos y flechas, y libradle cuando se viere en necesidad.” Y todos respondieron que así lo harían, y lloraban todas las viejas y viejos y muchachos y fuéronse todos a sus pueblos, y no hacían asiento los pueblos como no tenían regidores y cabezas, que se meneaban los pueblos y no estaban fijos, y de contino estaban temiendo y alterados. Y entraron en su consejo Hirípan y Tagáxoan y Hiquíngare y dijeron “Hagamos señores y caciques por los pueblos, que placerá a los dioses que sosiegue la gente.” Y fueron por todos los pueblos y hicieron caciques, y los isleños tomaron una parte en la tierra caliente, y los chichimecas, otras parte a la man[o] derecha, en Xénguaro, Cherani, Cumaché y sí sosegaron todos. Y se hizo un reino. Conquistaron así mesmo a Tacámbaro, Urapan, Paracho, Charo, Hetúquaro, Curupuhucatzio, y a daban también las mujeres con los que iban a conquistar, todas sus alhajas. Y hicieron su asiento Hirípan, y Tangáxoan y Hiquíngare no iban a conquistar más de los chichimecas y isleños. Y repartieron los pueblos aquellos señores de los chichimecas y isleños. Estos prencipales siguientes, tomaron asiento en Carupuhucatzio, Tiachucaqua, Chaquaco, Tzingüita, Tiuítani, Itzirimenga uaricha, Tauachacu, Acume, Uaricha tereco y los isleños en el pueblo de Urapan. Otro principal, llamado Cupauaxanzi, asentó en la Guacanan; Zapiuátame tzanguata asentó en Paracho; Chapata y Atache húcane asentó en Chupingo parapeo, que era valiente hombre; Utume y Catuquma, en Chupingo parapeo, y iban todos estos prencipales conquistando por su parte y conquistaron a Casindaangapeo, Perechu hoato, Cauingan, Tucumeo, Maritaangapeo, Hetúquaro, Harapendan, Zacango, Cuseo, que todos son pueblos de tierra caliente: Xanoato angapeo, Quayameo, y otro prencipal, llamado Tzanguata, de los isleños, conquistó Aparhoato. Conquistaron así mesmo a Uamúquaro, Acuitzapeo, Papazio hoata, Tetengueo, Puruarán, Cutzian, Mazani, Patacio, Camuqua hoato, Yuréquaro, Sirándaro, y iban poniendo caciques en todos los dichos pueblos; hasta las mujeres mandaban los pueblos, y conquistaron a Cupuan, Cuxaran y Cupauaxanzi, que estaba por cacique en la Guacanan, iba conquistando por su parte, y conquistó los pueblos siguientes: Cazuruyo, Sicuítaro, Tarinbo harzaquarán, Sicuitarán, Pumucha cupeo, Yacuho, Ayaquenda, Zinagua, Churumucu, Cutzaru. Y otro prencipal, llamado Utucuma, conquistó, por su parte, los pueblos siguientes: Paranzio, Zinapan, Zirapitío, Taziran, Turuquarán, Hurecho ambaquetío y un pueblo de los nauatlatos llamados Cupuan, y cinquistó a Euaquarán, Charapichu, Paráquaro, Páquaro hoato, Euaquarán, Tiristarán, Puco hoato, Tancítaro, Eroxio, Ziramaratiro, y iban desta manera conquistando los chichimecas y isleños, y conquistaron más los siguientes pueblos: Uisindan, Hauiri hoato, Zinapan, Zirapitío, Aparhoato Cuyucán, Apatzingani, Pungari hoato, que son pueblos de tierra caliente; Ambezio, Tauengo hoato, Tiringueo, Characharando, Tzacapu hoato, Peranchéquaro, Uatsi hoato, Uhcumu, Ahcandiquao, Haroyo, Xungapeo, Chapato hoato, Haziro auanio, Taximaroa, que era de otomíes; Pucuriequatacuyo, Marauatío, Hucario, Hirechu hoato, Acámbaro, Hiracumuyo, Puendaho, Mayao, Eménguaro, Cazaquarán, Yurir apúndaro, Cuipu hoato, Uangao, Tauéquaro, Puruándiro, Ziranpéquaro, Quaruno, Inchatzo, Hutaseo, Acausto, Zanzani, Uerecan, y otro señor hijo de Hirípan conquistó otro pueblo llamado Carapan, y el padre y agüelo de este cazonci muerto, conquistaron a Tamazula y Caputlan y los pueblos Dábalos y lo demás.

XXXII

De la plática y razonamiento que hacía el sacerdote mayor a todos los señores y gente de la provincia,
acabando esta historia pasada, diciendo la vida que habían tenido sus antepasados

Vosotros chichimecas que estáis aquí del apellido del Eneani y Tzacupahi[re]ti y de los señores Uanacace, que no en una parte sola están ayuntados los chichimecas, mas de en todo en todo, son chichimecas los que están en los caminos de esta provincia, para las necesidades de Curicaueri, oíd, esto os digo: vosotros qué decís, que sois de Michuacán, ¿cómo no sois advenedizos?, ¿dónde han de venir mis chichimecas? Todos fueron a conquistar las fronteras, y así sois advenedizos; de una parte, eres de Tangachuran un dios de los isleños, vosotros que decís que sois de Michuacán, y sois de los pueblos conquistados, que dejaron de conquistar ningún pueblo soenencensados, que así hacían a los cativos, y os dejamos por relevar de nuestra boca, que no os sacrificamos, ni comimos, y mira que prometistes gran cosa, que haríades las sementeras, a nuestro dios Curicaueri, y prometiste el cincho y hacha, que fue, que trairías leña para sus cúes, y que estaréis a las espaldas de sus batallones, y que le ayudaréis en las batallas y que llevaréis sus relleves tras él, que es que llevaréis su matalotaje a la guerra detrás dél, y que acrecentaréis sus arcos y flechas, con el ayuda que le daréis, y le defenderéis en tiempo de necesidad: todo esto prometiste. Así ya eres ingrato, eres ya hecho rey; tu gente baja de Michuacán: todos sois señores, y os traen vuestros asientos y sillas detrás de vosotros, todos os parece que sois reys, aun hasta lo que tienen cargo de contar la gente, llamados ocámbecha: todos sois señores: mirá que Curicaueri os ha hecho reys y señores. ¿Por qué no miráis a las espaldas, al tiempo pasado, cuando érades esclavos?; ¿por qué os conquistaron? Ahora no guardáis lo que prometistes, que quebráis los batallones; ques que os venís de las capitanías de la guerra; y quebráis la leña de los cúes, ques que faltáis de la cuenta de la leña que se tray de común para sus cúes; y dejáis por todas partes sus sementeras; hacer herbazales, que no desherbáis sus sementeras para las guerras. Para esto érades tíos que es para esto érades siervos y esclavos. Esto prometistes de hacer cuando os dejaron de sacrificar: esto pasa así; vosotros, gente de los pueblos: Ahora Curicaueri ha lástima de sí en este año presente en que estamos, por eso os tiene aquí para hacer de vosotros justicias, los que habéis sido delincuentes; vosotros que tenéis dos naturalezas de hombre, hechiceros y médicos; vosotros que vais a poner hechizos y los lleváis en la mano. Por esto tiene lástima de sí, él, que tiene a todos en cargo, ques el rey y cazonci. Y vosotros, caciques de las cuatro partes de la provincia y de los términos de los reinos; vosotros estáis en las fronteras y tenéis sus capitanías. Mirá caciques, que con mucha miseria se criaron los que fueron señores de los chichimecas, que no probaban en su boca un pedazo de pan, y los cinchos donde los habían de traer, y hachas para cortar leña: de hierbas hacían cinchos para traer la leña para los cúes y por hachas traían unas piedras agudas en las manos, y comían hierbas los señores chichimecas Hirípan y Tangáxoan y Hiquíngare y traían puestas unas mantas de [en blanco] muy bastas y gordas. ¿Dónde habían de haber mantas blandas? Y la insignia de honra que son los bezotes? ¿Dónde los habían de haber ricos? Porque traían unos palos puestos por bezotes, por ser señores, y las mujeres sus madres dicen que traían zarcillos de las raíces de maguey, diciendo que eran zarcillos, y ansí dicen que vivían aquellos señores y señoras sus hermanas. Ay, ay, mirá que comían hierbas las que se llaman hapúputa xaqua yacaba, patoqua caroche zimbico ¿qué hierbas dejaron de comer? Aun hasta otra hierba llamada sirumuta, comían. Con esto ensancharon los pueblos y moradas y ellos quitaron para mí, a los enemigos, las mantas, y los mantenimientos, y ahora sois caciques con grandes bezotes, que extendéis los bezos para que parezcan mayores. Mejor sería que os pusiéredes máscaras, pues que os contentáis con tan grandes bezotes, traéis todos vestidos pellejos y nunca los dejáis ni os los desnudáis, mas andáis empellejados. ¿Cómo habéis de tomar los cativos siendo valientes hombres como lo sois; no os los quitaríades y os pondríades unas mantas por los lomos desnudos para el trabajo? Y tomaríades vuestro arco y flechas y os pondríades vuestros jubones de guerra, que así anda nuestro dios Curicaueri, y así iríades a la guerra a defendelle en las batallas. ¿Cómo habéis de ser valientes hombres? Ya os habéis tornado todos ingratos, porque sois ya caciques y señores; y amáis vuestros cuerpos por no trabajallos, y yendo a la guerra, os tornáis del camino, y venís mintiendo al cazonci, y le decís: señor desta y desta manera está el pueblo que conquistaste, y con lo que vinienesmentiendo, engañas al rey, que te repartió la gente y te hizo cacique. ¡Ay ay!; esto es así; vosotras gentes que estáis aquí. Ya yo he cumplido por el cazonci, en lo que os había de decir, que suyas son estas palabras. Tomad los malhechores y mataldos, que yo lo mando así.” Y respondían todos que era bien hecho. Y mandaba aquel susodicho sacerdote que llevasen a la cárcel los que se llamaban uázcata, que eran de los malhechores, y algunos cativos, para sacrificar en la fiesta general de Cuingo, y los otros que condenaba a muerte, los achocaban con una porra y arrastrábanlos después de muertos, y llevábanlos a los herbazales donde los comían los adives y auras y buitres. Y eran dedicados aquéllos al dios del infierno. Y llegando la fiesta de Cuingo, bañaban aquellos encarcelarlos, y dábanles a cada uno una manta blanca que se cubriesen y otra camiseta colorada, que se vestiese cada uno, y dos brazaletes de cobre, y unos collares de cobre, que les ponían y unas guirnaldas de trébol con sus flores en la cabeza y dábanles a beber y a comer, y emborrachábamos, y tañen sus atabales con ellos los sacerdotes del dios del finar, llamarlos Tupiecha, y después que los chocarreros habían pelearlo con ellos con sus rodelas y porras, como se dijo en la fiesta de Cuingo, los sacrificaban y se vestían sus pellejos y bailaban con ellos. Después que se habían hecho en este dicho día la justicia general de aquellos que habían muerto con las porras, íbase aquel sacerdote mayor a la casa del cazonci le salía a recebir y le daba las gracias, y hacía la salva a los dioses. Y después le daba de comer a él y a todos los que estaban allí con él.

XXXIII

De un hijo de Taríacuri llamado Tamapu checa que cativaron y cómo lo mandó matar su padre

Tenía un hijo Taríacuri, llamado Tamapu checa, el cual se nombra en esta historia pasada, que cativaron en un pueblo llamado Itziparámucu y rescatáronle las amas que lo criaron, por un plumaje muy rico. Este dicho Tamapu checa yendo en una entrada a este dicho pueblo, le cativaron sus enemigos, y lleváronle al patio de los cúes, y trujéronle en procesión como solían hacer a los cativos, y sahumáronle como a cativo, con harina, y trujeron las nuevas de su prisión a Taríacuri, su padre, y holgóse mucho y dijo: “Sí, sí, mucho placer tengo; ya [he] dado yo de comer al sol y a los dioses del cielo. Yo engendré aquella cabeza que cortaron; yo engendré aquel corazón que le sacaron. Mi hijo era como un pan muy delicado, y era pan de bledos. Ya he dado de comer de todo en todo a las cuatro partes del mundo; esto ha sido muy bueno, ¿qué cosa podía ser mejor? Porque estando aquí conmigo, le arrastraran por alguna mujer.” Y los de Itzi parámucu no le osaron sacrificar, por miedo de Taríacuri su padre, y dijo el señor llamado Tzintzuni: “Váyase a su casa: Id y tornalde, porques hijo de gran señor.” Y empezáronle a enviar y decíanle: “Señor, vete a tu casa; llévente tus criados.” Díjoles Tamapu checa: “¿Qué decís?” No me tengo que ir, porque ya me dio del pie nuestro dios Curicaueri: ya saben los dioses del cielo cómo estoy preso, y ya me han comido: dame vino, que me quiero emborrachar.” Y no quisieron dárselo. Y dijéronle: “¿Por qué dices esto, señor? Irte tienes a tu casa.” Dijo él: “No me tengo de ir, ¿por qué me tengo de ir? ¿Qué dirá mi padre cuando lo sepa que me vuelvo? Que ya le han llevado las nuevas: Trae los atavíos que ponen a los cativos y cantaré a los dioses del cielo.” Acostumbraba esta gente cuando eran cativados algunos en la guerra, de no sar volver a sus pueblos, porque los mataban, si se volvían, porque decían que los dioses los habían tomado para comer de los suyos y también, porque no diesen aviso a sus enemigos, volviendo a sus pueblos. Y como no se quesiese ir a su pueblo Tamapu checa, trujéronle los atavíos de que se componían los que se habían de sacrificar, y pusiéronle una mitra de plata en la cabeza, y diéronle una banderilla de papel en la mano, y una rodela de plata al cuello, y empezó a emborracharse todo un día entero, y en anocheciendo, fueron de Pátzquaro sus amas que le criaron, sin hacello saber a nadie, y llevaron consigo un plumaje muy grande de unas plumas grandes verdes, y llevaron el plumaje unos viejos al señor de Itzi parámucu y dijéronle: “Danos a Tamapu-checa, he aquí este plumaje.” Y plúgole al señor aquello y díjoles: “De verdad que le llevaréis.” Y pusiéronle en una hamaca, así borracho como estaba y trujéronle a un barrio de Pátzquaro llamado Cutu. Y estaba durmiendo hasta que amanesció, y tornó en sí Tamapucheca y dijo: “¿Donde estoy?” Dijéronle: “Señor, en Pátzquaro estás.” Dijo él: “¿Qué es lo que decis? ¿Por que me trujistes?” Y heciéronle saber cómo fueron por él y le trujeron. Dijo: “¿Qué hará mi padre, desque lo sepa?” Y súpolo su padre y empenzó a reñir, porque le habían traído y dijo qué soberbia les tomó a los que le trujeron: “Id y matalde: y a sus amas, y a los viejos que lo trujeron; lleven consigo la taza con que bebían, pues que por beber le trujeron: Mataldos a todos, que ellos me lo hecieron malo. ¿Cómo ha de regir la gente, pues que se emborrachaba?” Y matáronlos a todos con una porra.

XXXIV

De cómo fue muerto un señor de Curínguaro por una hija de Taríacuri

Contome un sacerdote de Curicaueri, que siendo él pequeño iba con un agüelo suyo muy viejo al pueblo de Curínguaro, y llegando a cierta parte, le dijo: “Aquí fue muerto un señor de Curínguaro por una mujer, que fue desta manera: Taríacuri, señor de Pátzquaro, como tenía guerra con los señores de Curínguaro, cerca de Pátzquaro, tenía una hija, o una de sus mujeres, y ataviola muy bien, y llamola y díjole: “Oyeme: ve a Curínguaro: mátente allá, porque si fueras varón ¿no murieras en alguna guerra y estuvieras echado en alguna parte muerto? Y era por la fiesta de Unihizperánsquaro, cuando velaban con los huesos de los cativos de las casas de los papas, y dioles sus atavíos, que se pusiese una saya con unas nauas muy buenas y díjole: “Vete y si te tomaren en alguna parte, no se te dé nada; ve a Parexaripitío, llega a la casa de los papas, donde están las mujeres, y entrará el sacrificador a decir la historia de los huesos, y empenzarán a cantar. Entonces entrarán las mujeres, y empenzarán a bailar con ellas los valientes hombres, asidos todos de las manos. Júntate con quien pudieres. Allí están los señores llamados Huresqua y Candó, Sica, Zinaquaui, Quama, Quata maripe, Equándira, Changue. Mita tú alguno dellos con quien te juntas a bailar.” Y diole unas navajas de piedra envueltas en una manta para que degollase alguno de aquellos señores, y mantas y cotaras de cuero para que le diese al que se juntase a bailar con ella. Y dijo la mujer: “Señor, yo quiero morir, y ir delante de ti; porque si yo fuera varón ¿no muriere en alguna batalla?” Y díjole Taríacuri: “Ve, y llegarás allá esta noche y quizá placerá a los dioses, que te tome alguno de aquellos señores, y si te tomare, empezarte ha a preguntar de dónde eres; entonces, no señales que eres de aquí, de Pátzquaro, mas di que eres de Tupátaro, pueblo sujeto a Curínguaro, y dirás: “Señor, un hermano mío trujo aquí un cativo para bailar con él, para hacelle que vaya al cielo presto, y llorar por él, y no le hallé aquí, no sé dónde es ido.” Y si dijere: “Señora, aquí estaba, o lo que te dijere, o si te dijeres que fue por leña para los cúes, dirás: .”Ay Señor, cierto es que debe ser ido.” Y en amanesciendo, vete tras él, y dale estas mantas que te he liado aquí, y dirasle: “Señor, toma estas mantas, y estas cotaras, y este plumaje para la cabeza, y esta camiseta que te pongas y este cincho y petate que le traía a mi hermano.” Y él te dirá: “Señora, ¿que se ha de poner tu hermano?” Dirasle: “Señor, allí tengo más que se pondrá; yo no tengo de tornar esto a casa, quizá es ido muy lejos al monte por leña para los cúes”, y vente como pudieres. Y vendréis hasta el monte y dirate: “Señora ¿has de venir esta noche?” Dirás tú: “Por qué no señor? Cómo, señor, ¿no estamos aquí para bailar cinco días?” Y dirate: “Oh, señora, ¿no te habías de ir a tu casa?” Y dirás: “Señor, ¿por qué no me tengo de ir? Mañana volveré, que aquí dormiré.” Esto es lo que le dirás. Y cuando saliere fuera contigo, apártale del camino, y allí dormiréis, y estando durmiendo, córtale la cabeza, con una navaja destas que llevas. Y partiose la mujer, y llevó liadas las mantas puestas a las espaldas y llegó a Curíngaro, y cuando llegó era ya media noche, y echose allí a las puertas de los papas, y entró el sacrificador a hacer su sermón acostumbrado, y empezaron a cantar con los esclavos, y entraron las mujeres y empenzaron a bailar asidos de las manos, mujeres y hombres. Y llegada la fiesta de Uni hizperánsquaro, púsose una manta blanca. Candó y todos los señores pusiéronse todos en orden para bailar, y guiaba la danza un señor dellos llamado Huresqua, y siguíale otro señor llamado Candó, de los más prencipales, y todos tenían guirnaldas de trébol en las cabezas. Y Ilegose la mujer de Candó a bailar con su marido, y dieron una vuelta, y asentáronse donde estaba la mujer de Pátzquaro. Entonces ataviose muy [bien]. Púsose un collar de turquesas al cuello y otros sartales a las muñecas, y unas nauas de encarnado, y púsose los cabellos entrenzados alrededor de la cabeza, y púsose de negro los dientes, y puso las mantas que llevaba allí dentro, y juntose a bailar con aquel señor llamado Candó. Entrose en medio dél y su mujer y apartó a su mujer. Y como la vio Candó, tomole la mano y apretósela y empenzaron todos a bailar. Y apretábanse las manos y dejola, y apartose a una parte, y parose a mirar aquella mujer, cómo era hermosa, y tornó a la danza y tornó a tomar la mujer de la mano y empenzaron a bailar. Y cesando la danza asentáronse todos, y tornaron otra vez, y díjole su hermano Huresqua: “Hermano, ¿quién es aquella con quien bailas?” Díjole Candó: “Señor, hermana es de mi mujer.” Dijo Huresqua: “Muy hermosa es.” Y bailaban todos, y tornó su mujer a llegarse a su marido, y la mujer de Pátzquaro, de contino se llegaba a Candó, y se metía entrambos, y dejaba Candó a su mujer, y tomaba la otra y bailaba siempre con ella. Bailó cuatro vueltas con ella, y tomaron todos un brebaje o bebida, llamada puzqua, y asió entre tanto de la mano Candó aquella mujer, y sacola al portal de las casas de los papas y asentáronse allí entrambos y díjole Candó: “Señora, ¿de dónde eres?” Dijo la mujer: “Señor, de Tupátaro, una estancia sujeta de aquí.” Díjole Candó: “Señora, ¿a qué veniste aquí?” Dijo ella: “Señor, vine porque un hermano, mío puso aquí un esclavo, y venimos aquí entrambos, para llorar por él y hacelle que vaya presto al cielo.” Según la costumbre que solían tener cuando tomaban algún cativo que habían de sacrificar, bailaban con él, y decían que aquel baile era para dolerse dél y hacelle ir presto al cielo. Díjole Candó: “¿Y tu hermano, no está casado?” Díjole la mujer: “Aún no es casado, señor.” Díjole Candó: “¿Baila aquí entrambos?” Dijo ella: “Sí, señor.” Díjole Candó: “Aquí estaba y fue por leña para los cúes.” Dijo la mujer: “Así debe ser, señor, yo me iré a mi casa.” Díjole Candó: “Es media noche. ¿Cómo, no habrás miedo?” Dijo ella: “No, señor, mas ireme, ¿qué tengo de hacer aquí?” Díjole Candó: “Yo quiero ir contigo.” Dijo ella: “Señor, a qué propósito has de ir?” Díjole Candó: “Vamos que yo iré contigo un poco, y iré por leña para los cúes.” Dijo la mujer: “Vamos señor.” Y fueron y [fue la] mujer por sus mantas que traía para dalle, y él por su camiseta, que bailaban desnudos, no más de una manta por los lomos, y salió la mujer, y vino Candó detrás della y díjole: “Pues ¿qué hay, señora? Quiero ir contigo” Y bebía toda la gente un brebaje o bebida llamada puzqua. Y asiola de la mano, y salieron del patio de los cúes de la cerca que estaba allí de leña, y salieron allí al camino, y entraron en unos herbazales y díjole Candó: “Anda acá, señora y estenderémonos un poco.” Y apartáronse del camino y dijo ella: “Señor es aquí cerca, quizá saldrán; vamos allá bajo, por apartalle del camino. Y anduvieron un ratillo, y dijo ella: “Señor, aquí estaremos.” Y estaba allí un peñasco grande, y conociola allí y dormiose Candó y estaba boca arriba y levantose muy paso la mujer, y apretose las nauas, y cortolas hasta la rodilla por poder aguijar, y desató sus navajas, que llevaba envueltas en la manta y con una mano tomó la navaja y con otra le trastornó la cabeza: para extendelle más el cuello. Y puso la navaja por la garganta y corriola y cortole la cabeza y hízolo tan depriesa, que no pudo dar voces. Y púsole la una mano en el pecho, y tomándole como quien desuella, cortole de todo la cabeza y quedó solo el cuerpo hecho tronco. Y tomó la cabeza por los cabellos, y vínose a su pueblo, y llegando a los términos del pueblo, estaba allí un altar donde ponían los cativos o los traían alrededor cuando los traían de la guerra. Puso allí la cabeza en un lugar llamado Piruen, y vínose a su casa a Taríacuri y contole lo que le había acontecido, y hicieron todos gran regocijo. Y díjole Taríacuri: “Ya has dado de comer a los dioses; echen la culpa a quien quisieren; no se nos dé nada; atrebúyanlo a quien quisieren.” Esto dice esta gente que aconteció en Curínguaro, pueblo de sus enemigos. Y así lo puse aquí según su relación y manera que me lo contaron.

[Media página borrada o casi en blanco].

XXXV

De los señores que hubo después de muertos Hirípan y Tangáxoan y Hiquíngare

Dicho se ha cómo Taríacuri repartió en tres señoríos a Michuacán: Hirípan fue señor de Cuyacán, y allí fue la cabecera porque estaba allí su dios Curicaueri, que era aquella piedra que decían que era el mismo Curicaueri. Tuvo un hijo llamado Ticátame, fue señor en Cuyacán después del padre. En Pátzquaro fue señor Hiquíngare; tuvo muchos hijos, y por ser malos y que se emborrachaban y mataban a la gente con unas navajas y se las metían por los lomos, los mandó matar. Hiquíngare tuvo un hijo de su mismo nombre, que dicen que le dio un rayo y matole, y embalsamáronle, y teníanle como a dios en la laguna, hasta el tiempo que venieron a esta provincia los españoles, que le quitaron donde estaba. Hirípan tuvo otro hijo llamado Ticátame, que fue señor en Cuyacán, y aquel Ticátame, otro llamado Tucuruan, y el Tucuruan, otro llamado Paquingata, que fue padre de doña María la que está casada con un español. Tangáxoan tuvo hijos, entre los cuales tuvo uno llamado Tzitzispandáquare, que fue señor en Mechuacán. En tiempo de Ticátame, señor de Cuyacán pasose la cabecera a Michuacán que llevó Tzitzispandáquare a Curicaueri a Michuacán y todo el tesoro. Parte puso en la laguna, en unas islas, y parte en su casa. Tzitzispandáquare tuvo otro hijo llamado Zuangua que fue señor en Michuacán en tiempo del cual venieron los españoles a Taxcala y murió antes que veniesen a esta provincia de Michuacán. Dejó Zuangua los hijos siguientes: Tangáxoan, por otro nombre Zincicha padre de don Francisco y don Antonio: Trimarasco, Cuini, Sirangua Aconsti, Timaje, Taquani, Patamu, Chuizico, y muchas hijas. Después que los españoles vinieron a la tierra, alzaron por señor a Tangáxoan, por otro nombre llamado Zincicha, y mató cuatro hermanos suyos, por persuasión de un hermano suyo llamado Timaje, que decían que se le alzaban con el señorío, como se dirá en otra parte. No hubo más señorío en Pátzquaro después que murió Hiquíngare, porque sus hijos mandó matar Hirípan. En Cuyacán fue enterrado Hirípan y después le sacó de allí un español y tomó el oro que había allí con él. En Michuacán fueron enterrados Tangáxoan y Tzitzispandáquare y Zuangua. Tzitzispandáquare hizo algunas entradas hacia Tuluca y Xocotitlan y le mataron en dos veces diez e seis mil hombres. Otras veces traía cativos; otra vez venieron los mejicanos a Taximaroa y la destruyeron en tiempo del padre de Motezuma llamado Hacángari, y Tzitzispandáquare la tornó a poblar, y tuvo su conquista hacia Colima y Zacatula y otros pueblos, y fue gran señor, y después dél su hijo Zuangua ensanchó mucho su señorío.

TERCERA PARTE

I

De la gobernación que tenía y tiene esta gente entre sí

Dicho se ha en la primera parte, hablando de la historia del dios Curicaueri, cómo los dioses del cielo le dijeron cómo había de ser rey, y, que había de conquistar toda la tierra, y que había de haber uno que estuviese en su lugar, que entendiese en mandar traer leña para los cúes. A esto pues, decía esta gente que el que era cazonci, estaba en lugar de Curicaueri. Después del agüello del cazonci, llamado Tzitzispandáquare, todo fue un señorío esta provincia de Mechuacán, y ansí la mandó su padre y él mismo, hasta que vinieron los españoles, pues había un rey y tenía su gobernador y un capitán general en las guerras, y componíase como el mismo cazonci: tenía puestos cuatro señores muy principales en cuatro fronteras de la provincia, y estaba dividido su reino en cuatro partes: tenía puestos por todos los pueblos caciques que ponía él de su mano, y entendían en hacer traer leña para los cúes con la gente que tenía cada uno en su pueblo, y de ir con su gente de guerra, a las conquistas. Había otros llamados achaecha que eran principales, que de confino acompañaban al cazonci, y le tenían palacio. Asimismo, lo más del tiempo, estaban los caciques de la provincia con el cazonci; a estos caciques llaman ellos caracha-capacha. Hay otros llamados ocámbecha, que tienen encargo de contar la gente, y de hacellos juntar para las obras públicas, y de recoger los tributos; éstos tienen cada uno dellos un barrio encomendado, y al principio de la gobernación de don Pedro, que es agora gobernador, repartió a cada principal déstos veinte y cinco casas, y estas casas no cuentan ellos por hogares ni vecinos, sino cuantos se llegan en una familia, que suele haber en alguna casa dos o tres vecinos con sus parientes. Y hay, otras casas que no están en ellas tras de marido e mujer, y en otras, madre et hijo, e ansí desta manera. A estos principales llamados ocámbecha, por este oficio no les solían dar mas de leña y alguna sementerilla que le hacían: y otros le hacían cotaras; y agora, muchas veces, en achaque del tributo, piden demasiado a la gente que tienen en cargo, y se lo llevan ellos, y éstos guardan muchas veces los tributos de la gente, especialmente oro y plata.
Había otro diputado sobre todos éstos, que era después del cazonci: éste agora recoge los tributos de todos los principales llamados ocámbecha.

Hay otro llamado piruuaqua uándari, que tiene cargo de recoger todas las mantas que da la gente, y algodón para los tributos, y éste todo lo tiene en su casa, y, tiene cargo de recoger los petates y esteras de los oficiales, para las necesidades de común.

Hay otro llamado tareta uaxátati, diputado sobre todos los que tienen cargo de las sementeras del cazonci, y aquél sabía las sementeras, cuyas eran; éste era como mayordomo mayor deputado sobre todas las sementeras, que otro mayordomo había, sobre cada sementera, el cual la hacía sembrar y desherbar y coger por todos los pueblos para las guerras y ofrendas a sus dioses.

Había otro mayordomo mayor, diputado sobre todos los oficiales de hacer casas, que eran más de dos mil: otros mil para la novación de los cúes, que hacían muchas veces. No entendían en otra cosa, mas de hacer las casas e cúes, que mandaba el cazonci, y déstos hay todavía muchos.

Había otro llamado cacari, diputado sobre todos los canteros y pedreros, mayordomo mayor en este oficio, y ellos tenían otros mandoncillos entre sí: déstos hay todavía muchos con uno que los tiene en cargo.

Había otro llamado quanícoti, cazador mayor, diputado sobre todos los deste oficio: éstos traían venados y conejos al cazonci, y otros pajareros había, por sí, que le servían de caza.

Había otro diputado sobre toda la caza de patos y codornices, llamado curu hapindi, éste recogía todas estas dicha aves para los sacrificios de la diosa Xarátanga, que se sacrificaban en sus fiestas, y después toda esta caza comía el cazonci con los señores.

Había otro llamado uaruri, diputado sobre todos los pescadores de red que tenían cargo de traer pescado al cazonci y a todos los señores, que los tomaban el pescado no gozaban dello, mas todo lo traían al cazonci y a los señores, porque su comida desta gente, todo es de pescado, que las gallinas que tenían no las comían, mas teníanlas para la pluma de los atavíos de sus dioses. Este dicho uaruri todavía tiene esta costumbre de recoger el pescado de los pescadores, aunque no en tanta cantidad como en su tiempo.

Había otro llamado tarama, diputado sobre tollos los que pescaban de anzuelo.

Había otro mayordomo mayor, llamado cauáspati, diputallo sobre todo el axí que se cogía del cazonci, y otro, mayordomos sobre todas las semillas, como bledos de muchas maneras y frísoles y lo detrás.

Había otro mayordomo mayor para rescibir y guardar toda la miel que traían al cazonci, de cañas, de maíz y de abejas.

Había un tabernero mayor, diputado para rescibir todo el vino que hacían para sus fiestas de maguey; éste se llamaba atari.

Había otro llamado cutzuri, pellejero mayor de baldrés, que hacía cotaras de cuero para el cazonci; éste todavía tiene su oficio.

Había otro llamado uzquarecuri, diputado sobre todos los plumajeros que labraban de pluma los atavíos de sus dioses y hacían los plumajes para bailar. Todavía hay estos plumajeros. Estos tenían por los pueblos muchos papagayos grandes colorados y de otros papagayos para la pluma, y otros les traían pluma de garzas, otros otras maneras de pluma de aves.

Había otro llamado pucuriquari, diputado sobre todos los que guardaban los montes, que tenían cargo de cortar vigas y hacer tablas y otra madera de los montes, y éste tenía sus principales por sí y los otros señores. Todavía le hay aquí en Mechuacán este pucuriquari. Otro que hacía canoas con su gente.

Había otro llamado cuirínguri, diputado para hacer atambores y atabales para sus bailes, y otro sobre todos los carpinteros.

Había otro, que era tesorero mayor, diputado para guardar toda la plata y oro con que hacían las fiestas a sus dioses, y éste tenía diputados otros principales, con gente que tenían la cuenta de aquellas joyas, que eran rodelas de plata, y mitras, brazaletes de plata, guirnaldas de oro y ansí otras joyas.

Había otro llamado cherénguequa uri, diputado para hacer jubones de algodón para las guerras, con gente que tenía consigo e prencipales.

Había otro llamado quanícoqua uri, diputado para hacer arcos y flechas para las guerras, y éste lo guardaba, y las flechas como habían menester muchas, que son de caña, la gente de la cibdad las hacían cada día.

Había otro diputado sobre las rodelas, que las guardaba, y los plumajeros las labraban de pluma de aves ricas, y de papagayos, y de garzas blancas.

Había otro mayordomo mayor sobre todo el maíz que traían al cazonci en mazorcas, y éste lo ponía en sus trojes muy grandes, y se llamaba quengue.

Había otro llamado icháruta uandari, diputado para hacer canoas, y otro llamado parícuti, barquero mayor que tenía su gente diputada para remar y ahora todavía le hay.

Había otro sobre todas las espías de la guerra.

Había otro llamado uaxanoti, diputado sobre todos los mensajeros y correos, los cuales estaban allí en el patio del cazonci para cuando se ofrecía de inviar [a] alguna parte, y agora sirven éstos de llevar cartas.
Tenían su alférez mayor para la guerra, con otros que llevaban las banderas, que eran de plumas de aves, puestas en unas cañas largas.

Todos estos oficios tenían por sucesión y herencia los que los tenían, que muerto uno, quedaba en su lugar algún hijo suyo o hermano puestos por mano del cazonci.

Había otro que era guarda de las águilas grandes y pequeñas y otros pájaros, que tenía más de ochenta águilas reales, y otras pequeñas en jaulas, y les daban de comer del común gallinas. Había otros que tenían cargo de dar de comer [a] sus leones y adives, y un tigre y un lobo que tenía, y cuando eran estos animales grandes, los flechaban y traían otros pequeños.

Había otro diputado sobre todos los médicos del cazonci.

Había otro diputado sobre todos los que pintaban xicales llamado urani atari, el cual hay todavía.

Otro sobre todos los pintores, llamado chunicha.

Otro diputado sobre todos los olleros.

Otro sobre los que hacen jarros y platos y escodillas, llamado hucátziqua uri.

Había otro diputado sobre todos los barrederos de su casa.

Otro diputado, sobre todos los que hacían flores y guirnaldas para la cabeza.

Había otro diputado sobre todos sus mercaderes que le buscaban oro y plumajes y piedras con rescate.

Andaban con él los valientes hombres, que eran como sus caballeros, llamados quangariecha, con unos bezotes de oro o de turquesas, y sus orejeras de oro.

II

En los cúes había estos sacerdotes siguientes

Había un sacerdote mayor, sobre todos los sacerdotes, llamado petámuti, que le tenían en mucha reverencia. Ya se ha dicho cómo se componía este sacerdote, que era que se ponía una calabaza engastonada en turquesas, y tenía una lanza con un pedernal y otros atavíos; y otros muchos sacerdotes que tenían este cargo, llamados curitiecha, que eran como pedricadores, y hacían las cirimonias, e tenían todos sus calabazas a las espaldas, y decían quellos tenían a sus cuestas toda la gente. Estos iban por la provincia a hacer traer leña, como está ya dicho. En cada cu o templo había su sacerdote mayor, como obispo, diputado sobre los otros sacerdotes. Llamaban a todos estos sacerdotes cura que quiere decir abuelo y todos eran casados, y veníanles por linaje a estos oficios y sabían las historias de sus dioses y sus fiestas.

Había otros sacerdotes llamados curizitacha o cuirípecha, que tenían cargo de poner encienso en unos braseros de noche y pilas en sus tiempos. Estos agora traen ramas y juncia para las fiestas.

Había otros sacerdotes llamados thiuimencha, que se componían y llevaban sus dioses a cuestas, y estos iban ansí con sus dioses a las guerras, y les llamaban de aquel nombre de aquel dios que llevaban a cuestas.

Había otros sacerdotes llamados áxamencha, que eran los sacrificadores, y desta dignidad era el cazonci y los señores, y eran tenidos en mucho.

Había otros, llamados hopitiecha, que eran aquellos que tenían a los que habían de sacrificar de los pies y de las manos, cuando los echaban en la piedra del sacrificio; había uno diputado sobre todos éstos.

Había otros, llamados patzariecha, que eran los sacristanes y guardas de sus dioses.

Había otros que eran atablaeros, y otros tañen unas bocinas y cornetas.

Otros eran pregoneros. Cuando traían los cativos de la guerra, venían cantando delante dellos, y llamábanlos hatapatiecha. Estaba uno diputado sobre todos éstos.

Había otros llamados quiquiecha, que llevaban arrastrando los sacrificados al lugar donde alzaban las cabezas en unos varales.

Había otros sacerdotes llamados hirípacha, que tienen cargo de hacer unas oraciones y conjuros, con unos olores llamados andúmucua, en las casas de los papas, cabe los fuegos que ardían allí, cuando habían de ir a las guerras.

III

De los oficios de dentro de su casa del cazonci

Todo el servicio de su casa era de mujeres y no se servía dentro de su casa sino de mujeres, pues tenía una diputada sobre todas las otras, llamada yreri, y aquélla era más familiar a él que las otras, y era como señora de las otras y como su mujer natural. Había dentro de su casa muchas señoras, hijas de principales, en un encerramiento, que no salían sino las fiestas a bailar con el cazonci. Estas hacían las ofrendas de mantas y pan para su dios Curicaueri. Decían que eran aquellas mujeres de Curicaueri. En éstas tenía muchos hijos el cazonci, y eran parientas suyas muchas dellas, y después casaba algunas destas señoras con algunos principales. Todas éstas tenían repartidos los oficios de su casa entre sí.

Una tenía cargo de guardar todas sus joyas, como era bezotes de oro y de turquesas, y orejeras de oro, y brazaletes de oro; llamábase ésta chuperípati, y ésta tenía otras mujeres consigo.

Era otra su camarera, con otras mujeres que le daban de vestir que servían de pajes.

Había otra que tenía cargo de guardar todos sus jubones de guerra de algodón y jubones de plumas de aves.

Había otra que era su cocinera, con otras mujeres que le hacían pan para él, y no digo para su mesa porque no comían en mesas.

Había otra que era paje de copa, llamada atari.

Otra que le traía la comida, que servía de maestresala.

Otra que hacía sus salsas, llamada iyámati; todas éstas, cuando le traían de comer, traían los pechos de fuera.

Había otra que tenía en cargo todas sus mantas delgadas, llamada siquapu uri.

Había otra que tenía en cargo todos los sartales que se ponía el cazonci en las muñecas, de piedra; y turquesas y plumajes.

Había otra mujer, diputada sobre todas las esclavas que tenía en su casa, llamada pazápeme.

Había otra que tenía en cargo las semillas.

Otra que tenía en cargo todo su calzado.

Había otra que tenía cargo de rescibir todo el pescado que traían a su casa.

Había otra que tenía cargo de hacelle mazamor(r)as al cazonci.

Había otra que guardaba las mantas grandes, llamadas quapímequa, que eran para ofrenda a sus dioses.

Había otra, llamada quataperi, que era guarda destas mujeres.

Había un viejo para guarda de todas.

Había otra que tenía cargo de guardar toda la sal que traían a su casa, que se ponía en unos troxes.

Sus hijos tenían sus casas, cada uno por sí, desde que los daba a criar, y llegábanse los parientes de aquella mujer, cuyo era el hijo, y hacíanle sementeras y mantas y él les daba de sus esclavas y esclavos que dejaban de sacrificar de las guerras, llamados teruparaqua euaecha.

Tenía mucha gente con sus principales, que le hacían sementeras de axí e fríjoles e maíz de regadío y maíz temprano, y que le traían fructas, llamados ahtzípecha.

También tenían desta gente por los pueblos, los señores y señoras, y hoy en día se los tienen dellos. Son sus parientes dellos esclavos de las guerras que tomaron sus antepasados o que ellos rescataban por hambre, que les dieron algún maíz prestado, o los tomaban con algunos hurtos en sus sementeras, o esclavos que compraron de los mercaderes, de los cuales agora se sirven en sus sementeras y servicio de sus casas.

Tenía otros diputados para sus pasatiempos que le decían novelas, llamados uandozinquarecha, y muchos truhanes, que le decían guerras y cosas de pasatiempo.

Cuando algún señor había de hablar con el cazonci, quitábase el calzado, y poníase unas mantas viejas, y apartados dél le hablaban. Iba muchas veces a las guerras con su arco e flechas que llevaba en la mano, y cuando caía alguna vez enfermo traíanle en una hamaca los valientes hombres y los señores.

Iba alguna vez a caza de venados, y otras veces enviaba la gente. Tenía sus baños calientes, donde se bañaba con sus mujeres, todos juntos. Todo su ejercicio era entender en las fiestas de los dioses, y de mandar traer leña para los cúes y de inviar a las guerras. Todos estos señores no tenían otra virtud sino la de la liberalidad, que tenían por afrenta ser escasos. Cuando entraban en su casa, que inviaba algún cacique de algún pueblo, hacíanles dar mantas a los mensajeros y camisetas. Repartían muchas veces mantas a la gente en sus fiestas y banquetes, que hacía a todos los señores.

Había una persona principal en la cibdad, que sabía todas las sementeras del pueblo, cúyas eran, y éste oía todos los pleitos de sementeras y tierras, y las daba a cuyas eran.

IV

De las entradas que hacían en los pueblos de sus enemigos

Antes de que partiesen a la guerra, por la fiesta de Hanziuánsquaro, mandaba traer el cazonci leña para los cúes por toda la provincia, y en la vigilia de la fiesta, estaba alzaba toda aquella leña en grandes rimeros en el patio. Entonces un sacerdote llamado Hirípati, y cinco de los sacrificadores y cinco de otros sacerdotes llamados curitiecha, hacían unas pelotillas de olores en una casa que estaba en su casa del cazonci y poníanlas en unas rajas de encima y después ponían todas aquellas pelotillas de aquellos olores en unas calabazas y dábanles unas cazuelas y unos cañutos de sahumerios y llevaban aquellas cazuelas al hombro cinco sacerdotes llamados thiuimencha, y ansí iban todos estos a las casas de los papas, y poníanse a las puertas de aquellas casas los sacrificadores, y colgaban allí sus calabazas, a las entradas de las puertas, y iban los sacerdotes que llevaban los dioses a cuestas, y tocaban sus cornetas en los cúes altos, y a la media noche miraban una estrella del cielo, y hacían un gran fuego en aquellas casas de los papas, y ponían unas rajas cerca de aquellos fuegos, y allí ponían sus calabazas, y venía aquel sacerdote llamado hirípati y llegábase al fuego, y tomaba de aquellas pelotillas de olores, y hacía la presente oración al dios del fuego: “Tú, dios del fuego, que aparesciste en medio de las casas de los papas, quizá no tiene virtud esta leña que habemos traído para los cúes, y estos olores que teniemos aquí para darte: rescíbelos tú que te nombran primeramente mañana de oro, y a ti Uurendecuauécara, dios del lucero, y a ti que tienes la cara bermeja, mira, que con grita trujo la gente esta leña para ti.” Acabada esta oración, nombrada todos los señores de sus enemigos por sus nombres a cada uno, y decía: “Tú señor, que tienes la gente de tal pueblo en cargo, rescibe estos olores y deja algunos de tus vasallos, para que tomemos en las guerras”; y ansí nombrada los sacerdotes y sacrificadores de los pueblos de los enemigos, que decían que éstos tenían la gente puesta sobre sus espaldas, y ansí nombraba todos los señores, empezando desde México, y por todas las fronteras, y acabando ésta su oración, que duraba mucho, llegábanse los otros sacerdotes y sacrificadores, a aquellos fuegos, que los levantaba el primer sacerdote, que hacía la oración, que estaban durmiendo, y poníanse todos en las manos aquellas pelotillas de olores, y entonces hacían la cirimonia de la guerra, de salir aquellos sacerdotes llamados cuirípecha, a echar encienso en los braseros, con la cirimonia y orden que se dijo en la fiesta de Curicaueri de Sicuíndiro, y hacían todas estas cirimonias, porque sus dioses diesen enfermedad en los pueblos de sus enemigos, donde habían de ir a conquistar, y hacían la presente oración: “¡Oh dioses del quinto cielo, cómo no nos oiréis de donde estáis, porque vosotros sois solos reyes y señores, y vosotros solos limpiáis las lágrimas de los pobres!”
Y decía estas mismas palabras, a las cuatro partes del mundo y al infierno, y hacían la cirimonia del encienso dos noches, y después de haber acabado sus oraciones, echaban todas aquellas pelotillas de olores en los fogones que ardían delante de los cúes, y este día, que este sacerdote llamado hirípati hacía estas oraciones, a la misma hora las hacían en toda la provincia los otros sacerdotes de este oficio llamados hirípacha. Llegada pues la fiesta de Hanziuánsquaro, ataviábase el cazonci, y enviaba por toda la provincia que viniese la gente de guerra, y llevaban los correos llamados uaxanocha, este mandamiento del cazonci por toda la provincia, y llegando a los pueblos, juntaban la gente, y amonestábanles que obedeciesen al cazonci y que no pasase ninguno su mandamiento, y que se aparejasen todos, y todos estaban esperando estos correos que enviaba el cazonci, y hacían todos aquella noche la cirimonia de la guerra y ponían encienso en los braseros, y los sacerdotes llamados thiuimencha llevaban su dios más principal del pueblo al cu o templo y luego por la mañana se partía el cacique con su gente, que él iba por capitán, y llevaba sus principales que contasen la gente y no iba ninguna mujer, mas todos eran varones y llevaban su provisión para el camino, y cotaras harina para beber en un brebaje, y jubones de algodón, rodelas y flechas y repartíanse toda la gente de los pueblos, para ir a las fronteras. Unos iban a la frontera de México, que peleaban con los otomíes, que eran valientes hombres, y por eso los ponía Motezuma en sus fronteras: otros iban a las fronteras de los de Cuynaho, y cada cacique llevaba su senda, que es que llevaba su escuadrón con sus dioses y alférez, y ansí se llegaban donde estaba la traza del pueblo que iban a conquistar llamada curuzétaro, que era que las espías sabían todas las entradas y salidas de aquel pueblo, y los pasos peligrosos y dónde había ríos. Estas dichas espías lo trazaban todo donde asentaban su real, y lo señalaban todo en sus rayas en el suelo, y lo mostraban al capitán general, y el capitán a la gente; y antes que peleasen con sus enemigos, iban aquellas espías y llevaban de aquellas pelotillas de olores, y plumas de águilas, y dos flechas ensangrentadas, y entraban secretamente en los pueblos, y ascondíalo en algunas sementeras, o cabe la casa del señor, o cabe el cu, y volvíanse sin ser sentidos, y eran aquellos hechizos para hechizar el pueblo. Entonces poníase cada uno en su escuadrón y hacían entradas y saltos donde anclaba la gente en las sementeras, o en el monte de noche, y porque no diesen voces, atábanles las bocas con unas como xáquimas de bestias, y ansí los traían al real y traían aquellos a la cibdad, y salíanlos a recibir los sacerdotes llamados curitiecha, y otros llamados hopitiecha con unas calabazas a las espaldas y unas lanzas al hombro. A la entrada de la cibdad, donde había dos altares donde ponían los dioses que traían de la guerra, y halagaban los cativos estos sacerdotes, que venían atados en unas cañas en el pescuezo, y saludábanlos y empezaban a cantar con ellos hasta traellos delante del cazonci, y dábanles a todos de comer y después metíanlos en una cárcel llamada curuzéquaro, donde estaban hasta la fiesta [en] que los habían de sacrificar. Esta manera susodicha tenían en sus entradas.

V

Cómo destruían o combatían los pueblos

Llegada la fiesta de Hiquándiro, inviaba el cazonci mandamiento general por toda la provincia, para la leña de los cúes, y en diez días la ponían en los patios compuesta, y llegábanse todos los caciques de la provincia a la cibdad, con todos los dioses de los pueblos, y ataviábanse todos los sacerdotes que traían los dioses a cuestas, y sobían a los cúes, y atavíabanse todos los valientes hombres, entiznábanse todos y poníanse en las cabezas unas guirnaldas de cuero de venado o de pluma de pájaros. A cada uno destos valientes hombres, encomendaban un barrio, que era como capitanía, y iba con cada barrio un principal, que llevaba la cuenta de cada barrio, y conoscía los vecinos dél. Iban a esta conquista, los de Mechuacán y los chichimecas y otomíes quel cazonci tenía sujetos, y matlalcingas y uetamaecha y chontales, y los de Tuspa y Tamazula y Zapotlán, y enviaba el cazonci con toda la gente su capitán general, y aquél llevaba otro tiniente suyo, y encomendaban a toda la gente que [I]levasen todas las vituallas y los arcos e flechas e rodelas y harina e pan de bledos y ofrendas quel cazonci inviaba para los dioses que iban a la guerra. Cada pueblo se llevaba sus vituallas, y así se partía toda aquella gente de los pueblos, y por los pueblos que pasabanles sacaban al camino mucha comida, y antes que llegasen donde habían de sentar el real, juntábanse todos y entiznábanse toda la gente, y los sacerdotes que llevaban los dioses, y componíanse todos: unos se ponían penachos blancos de garzas blancas, otros plumas de águilas, otros plumas de papagayos colorados, y tomaban los de la cibdad doscientas banderas de su dios Curicaueri, de plumas blancas, y de Cuyacán cuarenta, y de Pátzcuaro cuarenta, y sacaban cuarenta varas de palo recio, que tienen unas puntas, y eran dos brazas en largo, y tenían unos ganchos, y llevaban estas varas los valientes hombres, y toda la gente llevaba unas porras de encina. Otros, en las cabezas de aquellas porras ponían muchas puyas de cobre, agudas, y sacaban sus rodelas hechas de pluma de muchas aves, unas blancas, de garzas blancas, que eran de Curicaueri: otras coloratadas de papagayos colorados: otras de unos pajaritos de color dorada y verdes y todos los valientes hombres se vestían de unos jubones de algodón y la otra gente común, unos petos de algodón, y los señores y valientes hombres, se ponían jubones de pluma de aves ricas y hacían una solemne fiesta y alarde, y hacían un camino real muy ancho para la gente y señores que iban de Mechuacán, y llegaban donde tenían sentados sus reales, y durmían allí aquella noche, y a la mañana llegábase toda la gente de guerra, y componíase el capitán general del cazonci; poniase en la cabeza un plumaje de plumas verdes, y una rodela muy grande de plata a las espaldas, y su carcax de cuero de tigre, y unas orejeras de oro, y unos brazaletes de oro, y su jubón de algodón encarnado, y un mástil arpado de cuero por los lomos, y cascabeles de oro por las piernas, y un cuero de tigre en la muñeca, de cuatro dedos de ancho, y tomaba su arco en la mano, y estaban todos los caciques, cada uno con su gente que habían traído de los pueblos, y habían dejado un lugar en medio de todos ellos. E venían cinco sacerdotes de Curicaueri compuestos, y cuatro de Xarátanga. Y todos los valientes hombres de Mechuacán, venían delante de este capitán general, todos compuestos, y después dellos venía este susodicho capitán general, y todos le saludaban, y asentábase en su silla en medio de todos, y decíales el presente razonamiento:
“Señores chichimecas, del apellido de Eneani y Tzacapuhireti y Uanacac que sois venidos aquí; ya habemos traído a nuestro dios Curicaueri hasta aquí, puniéndole encima la leña y rama, que le habemos hechos su estrada de rama hasta aquí a este camino; ya nuestro dios Curicaueri y Xarátanga han dado sentencia contra nuestros enemigos, y aquí han venido los dioses llamados primogénitos y los dioses llamados uirauanecha. Cómo, chichimecas ¿no os paresce que ha dado sentencia Curicaueri y los dioses, pues que tantas ofrendas les dimos estando en los pueblos y según la leña que trujimos para los fogones y los olores que echaron en los fuegos los sacerdotes, con que despidimos a los dioses que venían a la guerra? Aquí, pues, han de venir los dioses del cielo, donde está la traza del pueblo que habemos de conquistar; aquí donde hay leña para los fuegos en cuatro partes, donde han de venir las águilas reales, que son los dioses mayores, y las otras águilas pequeñas, que son los dioses menores, y los gavilanes y halcones y otras aves muy ligeras de rapiña, llamadas tintiuápeme. Aquí nos favorescerán los dioses del cielo: esto es ansí. Vosotros, gente de los pueblos que estáis aquí, ¡mira questá contando los días el cazonci nuestro rey, para que demos batalla a nuestros enemigos! ¿Cómo le habemos de contradecir? Y los señores tienen por mal que se pierda la leña que se trajo para los cúes: pues estamos aquí de voluntad, vosotros caciques, y vosotros los que estáis aquí de las fronteras y vosotros principales de la cibdad de Mechuacán y Pátzcuaro y Cuyacán, oíd esto, caciques que estáis aquí, porque yo tengo cargo de encomendar la leña de los cúes: He aquí la traza de los pueblos que se han de conquistar. Esto es lo que le dijeron a nuestro dios Curicaueri cuando le engendraron, que vaya con sus capitanías, en orden, de día, y que vaya en medio nuestra diosa Xarátanga, y los dioses primogénitos, que vayan a la man[o] derecha y los dioses llamados uirauanecha, que vayan a la mano izquierda, y todos irán de día, donde les es señalado a cada uno, donde tiene la gente de sus pueblos. Pues mirá, vosotros, gente común, que no quebréis estos mandamientos, y que no os apartéis de vuestros escuadrones, porque si os fuéredes a alguna parte o contradijéremos al mandamiento del cazonci, aparejaos a sufrir vosotros caciques, que sois los capitanes. Esto es lo que os he dicho [a] vosotros caciques e gente común: ya con esto cumplo y ya yo esto[y] libre de lo que me mandó el cazonci, y de las palabras que truje con nuestro dios Curicaueri.” Y acabando su razonamiento, asentábase en su silla, y respondiendo todos: que era muy bien dicho. Después que se había sentado, levantábase el señor de Cuyacán y decía a toda la gente: “Ya habéis oído, al que está en lugar de Curicaueri: ya ha cumplido con lo que os ha dicho; mira que no lo tengáis en poco, vosotros los de Mechuacán y Cuyacán y Pátzcuaro y vosotros caciques de todas las cuatro partes desta provincia, y vosotros matlacingas y otomíes y ocumiecha y vosotros chichimecas. Yo, en esto que os digo, no hago más de aprobar lo que ha dicho el que está en lugar de nuestro dios Curicaueri, que es el cazonci. Si de miedo de los enemigos os volvéis, mirá que nuestro rey hizo oración en la casa de los papas; mirá que no tornaremos todos a los pueblos, que algunos morirán en esta batalla, y a otros los pondrán el palo y la piedra en el pescuezo que son los rebeldes en el camino, ques que los matarán, si tuvieren en poco esto que les ha sido dicho. Por eso, aparejaos a sufrir, vosotros, caciques. ¿Dónde habemos de morir? Sea aquí donde muramos, porque la muerte que morimos en los pueblos, es de mucho dolor. Sea aquí nuestra muerte. ¿Dónde habéis de haber vosotros, los bezotes de piedras de turquesas y guirnaldas de cuero y los collares de huesos de pescados preciosos, sino aquí? Paraos fuertes en vuestros corazones: no miréis a las espaldas, a vuestras casas. Mira que es gran riqueza que muramos aquí como hermanos. Sentí esto que os digo, vosotros gente de los pueblos.” Y asentábase. Levantábase el señor de Pátzcuaro y decía a la gente: “Ya habéis oído lo que os dijo el que está en lugar del cazonci, y lo que os dijo el señor de Cuyacán e yo apruebo lo que os han dicho, porque nuestro dios Curicaueri tiene su señorío en tres partes. Mira caciques, que no os halláis como de burla en esta batalla. Mirá que no sea responder todos a bulto, que traéis todos vuestra gente, que quizá serán más valientes hombros nuestros enemigos. Basta esto que os he dicho.” Y asentábase en su silla. Después déste, se levantaba el señor de Xacona, que estaba en una frontera, y decía a la gente: “Ya habéis oído al que está en lugar del cazonci y estos señores, y esto que os decimos aquí en esto, no oís a nosotros, sino al cazonci, al que trujo leña para los cúes hasta este lugar. Ya habéis traído a nuestro señor y rey Curicaueri, al cual tenemos por riqueza, de estar a sus espaldas. Mira con cuánto dolor y trabajo, han andado las espías, quebrando el sueño de sus ojos, y con el rocío por las piernas, por mirar y buscar las sendas, por donde ha de ir nuestro dios Curicaueri a dar batalla a este pueblo. Mira que no os halláis como de burla, si no cativáredes o matáredes los enemigos, no será sino por el olvido que tuvistes con las mujeres en vuestros pueblos, por los pecados que hecistes con ellas, y por no entrar a la oración en la casa de los papas, y no entrábaoles de voluntad para hacer penitencia, y teníades en mucho juntaron con las mujeres. Mira no miréis atrás, a vuestros pueblos; mirá no os volváis, que si os volviéredes, o quebráredes esto que os han dicho, aparejaos a sufrir. No volváis la cabeza a vuestras mujeres con quien estáis casados, ni a vuestros padres viejos. Esforzaos vuestros corazones; muramos, que toda es una muerte, la que habíamos de morir en los pueblos y la que muriéremos aquí. ¿Dónde habéis de ir? Por esto sois varones. No quebréis estas palabras. Ya están todos vistos los pasos que han visto las espías en los pueblos de los enemigos. Esto es lo que os había de decir. Ya estoy libre dello.” Y en acabando de decir su razonamiento, íbase donde estaba la traza del pueblo que habían visto las espías, y allí mostraba a todos los señores y gente, que estaba allí ayuntada, cómo estaban los pueblos de sus enemigos que habían de conquistar. Después de haber mostrado aquella traza, concertaba el capitán general la gente desta manera: en la frontera, poníanse todos los valientes hombres de la cibdad de Mechuacán y los sacerdotes que llevaban a Curicaueri y a Xarátanga, y todos los otros dioses mayores, y poníanse dos procisiones, de una puerta y de otra, y ponían sus celadas cada seis escuadrones, con sus dioses y banderas, y iban por medio de las celadas, un escuadrón de cuatrocientos hombres y un dios llamado Pungarancha, de los corredores, y llegaban todos éstos hasta el pueblo, con sus arcos y flechas, y ponían fuego en las casas y íbanse retrayendo, fingiendo que huían, y fingiendo questaban enfermos, y otros haciendo de los cojos; otros hacíanse caedizos en el suelo, como que iban corriendo y caían, y ansí sacaban sus enemigos del pueblo y los siguían viéndolos tan pocos, y íbanse retrayendo hasta metellos en medio de las celadas, y estando allí tenían una señal para cuando los habían de acometer, o unas ahumadas, o alguna corneta que tocaban. Decían los capitanes: “Levantaos todos”; entonces juntábanse de una parte et de otra las celadas que estaban al cebo y tomaban en medio toda aquella gente que habían salido de los pueblos, y cativábanlos, y los otros delanteros pasaban adelante, y entraban en las casas y cativaban todas las mujeres y muchachos y viejos y viejas, y ponían fuego a las casas después de haber dado sacomano al pueblo, y tomaban ocho mil cativos a aquella vez, o diez y seis mil, y ponían miedo grande en los enemigos, y traían todos estos cativos a la cibdad de Mechuacán, donde los sacrificaban en los cúes de Curicaueri y Xarátanga, y los otros dioses que tenían allí en la cibdad y por la provincia y guardaban los mochachos, y criábanlos para su servicio, para hacer sus sementeras. Los viejos y viejas y los niños de cuna y los heridos sacrificaban antes que se partiesen en los términos de sus enemigos, y cocían aquellas carnes, y comíanselas.

VI

Cuando metían alguna población a fuego y sangre

Tornaba a enviar el cazonci por leña para los cúes por toda la provincia, cuando habían de destruir alguna población, y venían todos los caciques con la gente de sus pueblos, y hacían un camino real, hasta donde habían de asentar sus reales, y por aquel camino iban todos los señores de la cibdad de Mechuacán con su gente, y los otros pueblos iban por los herbazales, y llegada toda la gente de los pueblos donde estaba la traza y rayas del pueblo de sus enemigos que tenían allí trazado, concertábanse todos los escuadrones, y los dioses más principales poníanse en medio, en el camino, que iba al pueblo derecho, y todos los otros pueblos con sus dioses, cercaban todo el pueblo, y acometían todos a una, con cierta señal, y pegaban fuego al pueblo, y dábanle sacomano, con todo su subjeto, y tomaban toda la gente, varones y mujeres, y muchachos y niños de las cunas, y contábanlos, y apartaban todos los viejos y viejas y niños, y los heridos de las flechas, y sacrificábanlos como está dicho. E tenían puestas guardas por todos los caminos y sendas, y allí quitaban a la gente todo el oro y plata y plumajes ricos, que habían tomado en el saco, y piedras preciosas de todo el despojo y saco que se había dado. No les dejaban llevar más de las mantas, y cobre y alhajas, y todas las joyas, y oro y plata y plumajes, traían al cazonci y traían las nuevas cómo habían destruido aquel pueblo, y holgábase mucho con las nuevas. Después, como viesen sus enemigos que los trataban desta manera, salíanlos a rescebir y decían: “Seamos todos unos, y acrecentemos las flechas de Curicaueri, que dicen que son muy liberales los chichimecas”. Y traían un presente de oro y plata al cazonci, y rescibíanlos muy bien, y decíales: “Señores, seáis bien venidos; quizá si venís de verdad, seremos hermanos y haciánles a todos mercedes. Y ansí los tornaba a inviar a sus pueblos y enviaba con los señores un valiente hombre y un intérprete, y llegando al pueblo, juntaban toda la gente y decíanles la liberalidad de que había usado el cazonci, y cómo los había rescibido por hermanos y que tornasen a poblar sus pueblos.

VII

De los que murían era la guerra

Si acontecía morir algunos señores en la guerra, estaba muy triste el cazonci, y decía: “Por esto mataron los dioses de los nuestros, por probarnos, como mantinimientos” y daba mantas a las mujeres de aquellos señores. Y sabiendo sus mujeres las muertes de sus maridos, mesábanse y daban gritos en sus casas, y hacían unos bultos de mantas, con sus cabezas, y cubrían con mantas aquellos bultos, y llevábanlos de noche, y poníamos en orden delante de los cúes, cabe los fogones, y tañían unas cornetas y caracoles. Poníanles a aquellos bultos, sus arcos y flechas, y sus guirnaldas de cuero, y sus plumajes colorados en las cabezas, y poníanles muchas ofrendas de pan y vino, y quemábanlos, que serían doscientos y más sin los de la gente común, que hacían desta manera, y tomaban las cenizas y poníanlas en unas ollas y poníanles sus arcos y flechas, y enterraban aquellas ollas, y después juntábanse todos sus parientes del muerto, en su casa, y consolábanse, y decían ansí: “Como han quisido hacer los dioses que ya murió, y se desató allá, murió en la guerra, hermosa muerte es, y de valentía es cómo nos dejó. ¿Cómo otra vez vendra el pobre?” Decían a la mujer: “Está y vive en esta casa algunos días, y está viuda algunos días mirando cómo va tu marido camino, y no te cases.” Esto le decían a la mujer para consolalla: “Barre el patio porque no salga yerba; no tornes a desenterrar a tu marido con lo que dijeren de ti si eres mala, porque era conoscido de todos tu marido, y a ti te hacía conoscer; por él eres conoscida.”

VIII

De la justicia que hacía el cazonci

Dicho se ha arriba, en la Segunda parte deste libro, de la justicia general que se hacía de los malhechores, y no se acabó de decir todo; por eso puse aquí este capítulo. Si algún prencipal tomaba alguna mujer de las del cazonci, mandábale matar, y a sus hijos, y mujer y parientes, y todos los questaban en su casa diciendo que habían sido todos traidores, y habían sido mezquinos, que no le habían avisado ninguno de lo que hacía aquel pre[n]cipal, y tomábale toda su hacienda, y todas sus sementeras, y era todo para la cámara e fisco del cazonci, y quitábale la insinia de valiente hombre.

Si otro había cometido algún pecado no muy grave, encarcelábanle solamente algunos días; si era un poco más grave desterrábanle y quitábanle las insinias de valiente hombre, el bezote y lo demás, y a su mujer quitábanle las naguas y dejábanla desnuda, y aquellos vestidos eran del mensajero quel cazonci inviaba a hacer esta justicia a los pueblos.

Si algún macegual había hecho algún delito, o algún cacique o prencipal de los de la provincia, traíanle al sacerdote mayor, y él lo hacía saber al cazonci, y él le sentenciaba, si era verdad, y a otros mataban en los mismos pueblos que habían hecho el delito. Enviaba el cazonci un mensajero, llamado uaxanoti, que era oficio por sí, y entiznábase todo, e tomaba un bordón y llegaba a la casa del delincuente, y prendíale, y luego le quitaba el bezote y orejeras de oro, y decía el delincuente: “¿Por qué me tratas así, señor?” Decía el otro: “Yo no sé la causa, que no se quejaron a mí; yo inviado soy por quel rey ha dado sentencia.” Y acogotábale con una porra y a otros mandaba arrastrar el cazonci y destos unos enterraban, otros se los dejaban, para que se los comiesen los adives y auras, según que mandaba el cazonci, y otras veces iban los sacerdotes a hacer esta justicia.

Y el que era hechicero, rompíanle la boca con navajas y arrastraban vivo, y cubríanle de piedras, y ansí le mataban.

Y si algún hijo o hermano del cazonci no vivía bien, si se andaba de contino emborrachando, mandábale matar, y aquél era heredero del señorío, y traía leña para los cúes, que era más contino en el servicio de los dioses, y no se emborrachaba tanto, y al hijo que mandaba matar tomábale toda su hacienda, como a los otros prencipales que mandaba matar, y mandaba matar también sus ayos y amas que le habían criado, y los criados, porque ellos le habían mostrado aquellas costumbres.

Mandaba matar los adúlteros y ladrones, y dábanle la pena según la calidad del delito, cuando estaba en su acuerdo el cazonci, porque algunas veces estaba borracho, y daba sentencia y mandaba matar a los principales cuando se quejaba alguno dellos, y después de haber tornado en su acuerdo, le pesaba y reñía con los que los habían muerto.

IX

De la muerte de los caciques y cómo se ponían otros

Muriendo algún cacique en los pueblos de la provincia venían sus hermanos y parientes a hacello saber al cazonci, y traíanle su bezote de oro y orejeras y brazaletes y collares de turquesas, que eran las insinias de señor que le había dado el cazonci cuando le criaban señor, y como traían aquellas joyas, llevabánlas e poníanlas con las joyas del cazonci, y decía el cazonci: “Ya murió el pobre, sea como han quisido los dioses, pues que quedó la gente no es mucho: barra su mujer su casa y esté aderezada como si él fuera vivo, y porque no se devidan y se desperdicie la gente de aquel pueblo, pruebe otro a tener su oficio.” Y poníanle delante cinco o seis parientes suyos, y hermanos del muerto, o de sus hijos o sobrinos, y decía el cazonci: “¿Quién destos será?” Decíanle al cazonci: “Señor, tú lo has de mandar” y encomendaba aquel oficio al más discreto, el que tiene más tristezas consigo, según su manera de decir, que es el más experimentado, y el que era más obidiente y llamaba el cazonci [a] los sacerdotes llamados curitiecha y decíales: “Llevalde al pueblo y contadle la gente que ha de tener en cargo.” Y mandábale dar entonces el cazonci otro bezote nuevo de oro y orejeras y brazaletes, y decíale: “Toma esto por insinia de honra que traigas contigo”; y amonestábale lo que había de hacer y decíale desta manera: “Oyeme esto que te dijere: see obediente y trae leña para los cúes, porque la gente común esté fija, porque si tú no traes leña ¿qué ha de ser dellos, si tú eres malo? Entra en las casas de los papas a tu oración, y retén los vasallos de nuestro dios Curicaueri, que no se vayan a otra parte, y no comas tú solo tus comidas; mas llama la gente común y dales de lo que tuvieres; con esto guardarás la gente y los regirás. No hagas mal a la gente, porque te tengan reverencia, ya has oído esto que te he dicho: guarda estas palabras. Basta esto hermano que te he dicho; vete a tu casa”. Respondía el que había de ser cacique y decía: “Ansí será, señor, como mandas; quiero probar yo cómo lo haré.” Acabando el cazonci su amonestación, decíale su gobernador o el sacerdote mayor al cacique nuevo: “Vete, hermano, y ya has oído al rey: no se te olvide lo que te ha dicho; no tomes las mujeres del cacique muerto y vee que tu has de entender en las guerras; ten más cuidado en esto que en tomar mujeres”, y respondía: “Sea ansí agüelo, yo me iré”; y iba un sacerdote con él, de los que se llamaban curitiecha a metelle en el señorío, y dábale mantas el cazonci, y a su mujer naguas, y llegaban al pueblo y ayuntábase toda la gente, saludaban al sacerdote y al nuevo cacique, y decíales desta manera aquel sacerdote estando en pie: “Oí[d]me, gente del pueblo, ya murió el pobre de vuestro cacique, que os tenía en cargo, cómo, ¿matóle alguno con alguna cosa? Ninguno le mató, mas él murió de su muerte natural y de su enfermedad, lo cual supo el rey, y mandó a éste que está aquí, que os ha de tener a todos en cargo, que no es de agora ponelles regidores a la gente común, que de muchos tiempos es, mirá que no empecéis a desobedecelle a éste por ser muchacho, mirá que se quejará al cazonci, y que os matará por su mandado, si no fuéredes obedientes; bedecelde y entrar en la casa de los papas a vuestras velas y tened fuertemente sus azadas, que es hacedle sementeras, y no seáis perezosos en las guerras, y mira que nunca han de cesar de acompañar en las guerras a nuestro dios Curicaueri. ¿Dónde se ha de ir a otra parte que aquí tiene su vivienda Curicaueri? No os arrepintáis después de lo que os viniere, por ser perezosos. Esto es ansí: no os juntéis, ni mudéis con otros principales, porque seréis tomados y muertos por ello, y los que fuéredes adúlteros y hechiceros. Mira que sois de muchos pareceres, gente común: esto es ansí. Mira que no fue agora fingido este oficio de caciques; mas esto ordenaron y mandaron ansí los señores leñadores, que traían mucha leña para los cúes Hirípan y Tangáxoan: ellos lo empezaron, ninguno lo fingió que fuesen caciques en esta casa de los señores en el tiempo pasado.” Y decía al cacique nuevo: “No ansí fácilmente se hacían caciques a todos, mas aquellos que fuertemente unen las azadas, quienes hacían las sementeras de los cazoncies y eran muy obidientes. “Trabaja, ¿con qué has de regir la gente si no entiendes de hacer sementeras? ¿Qué has de dar de comer a los que entraren en tu casa?” decía a los principales: “No os apartéis del cacique, vosotros principales.”
Tornaba a decir al cacique: “No hagas mal a la gente” y respondían todos, que ansí sería, y levantábase en pie el cacique nuevo, después que había hecho aquel sacerdote nuevo la plática a la gente, decía: “Habéis oído a este sacerdote que es nuestro agüelo: esto que os ha dicho le mandó que os dijese el rey, a la partida; y no le habéis oído a este sacerdote, mas al mismo cazoncí, que es rey de todos, y mira que no me podré sufrir, ni tener esfuerzo en el corazón, si fuéredes de muchos paresceres: yo entonces me quejaré al rey. Ya habéis oído lo que os he dicho; mirá que yo sería vuestro padre y vuestra madre, y os regiría a todos, si sois obidientes, y si me hacéis a mí merced estaríamos y moraríamos en paz en este pueblo divino, y esforzaríamosnos, a veces, y ayudaríamosnos en defender en las guerras a nuestro dios Curicaueri. Si vosotros no me ayudáis ¿qué puedo yo hacer solo? ¿Con quién tengo de estar? Mira que habíamos de tener las azadas, que es que hagamos sementeras para las guerras, y vosotras mujeres, haced mantas a los dioses, de que les proveamos. Por esto fuimos conquistados, y esto es lo que prometimos en los tiempos pasados, las azadas y los escuadrones de guerra, y que habían de llevar los relieves de Curicaueri: ques que habíamos de llevar su matalotaje a las guerras; por eso hacéme a mí merced en ayudarme, y yo os la haré a vosotros en regiros. Mira que yo no me tengo de estar todo el día echado, durmiendo al rincón; aquí estáis viejos que sois muy antiguos; vosotros que tenéis sentido de los tiempos pasados, que no hubo aquí en este pueblo caciques perezosos ni gente perezosa, sea gora ansí; quejaos si no fuere ansí yo el que debe ser, si no tomare vuestros consejos. Esto es ansí, viejos; sentid esto que os he dicho; mira que ya he acetado este oficio, y que estoy de voluntad.” Acabando el cacique, levantábase un viejo antiguo, que estaba en lugar del cacique, y decía a la gente: “Oídme, gente del pueblo, lo que os dijere. Ya habéis oído las palabras que, han traído de la cabecera y cibdad de Mechuacán, donde está el rey, en lugar de nuestro dios Curicaueri: no os arrepintáis de lo que os viniere, si no las oís y obedecéis. Mirá que es mancebo el cacique nuevo. Mira que no lo desimulará; mas quejarse ha al rey, que tiene a todos en cargo.” Y decía al cacique nuevo: “Plega a los dioses, que vengas en verdad; aquí verás nuestra muerte, que somos ya viejos, que no sabemos lo que habemos de vivir: aquí seremos tus padres y hablaremos, en lo que nos encargares, y decía a la gente: “¿Qué decís gente que estáis aquí? Ya habemos tornado a hallar padre y madre; y vosotros principales, dadle cuenta de la gente, y contádselos todos los que tenéis encargo de los barrios en que vivís y no escondáis la gente; mirá que no lo disimulará el cacique, mas mataráme a mí, o a vosotros. Hacedle sementeras porque dé de comer, a los que vinieran a su casa. Cómo, ¿ninguno ha de entrar aquí en su casa? Mira que vendrán mensajeros del cazonci, que inviará y sacerdotes y otros mensajeros; ¿con qué atapará su vergüenza? ¿Qué ha de dar de comer? Buscad mujeres que metamos en su casa, que hagan sus mazamorras a nuestro dios Curicaueri, y después comerá el cacique sus relieves que le harán de comer a él, después de haber hecho las ofrendas de Curicaueri, y harán mantas a Curicaueri, para que se abrigue, y después harán para el cacique, para que se ponga y retenga el frío a Curicaueri puesto a su lado. Esto es lo que os he dicho. Plega a los dioses que lo hayáis entendido. Yo viejo que soy, no hago más de aprobar las palabras del rey.” Y asentábanse, y comían todos en uno, y iba el cacique nuevo con toda la gente a las casas de los papas, a su oración, cuatro días y cuatro noches, y después iban con toda la gente por leña para los cúes, y daba al sacerdote que le había puesto en el señorío mantas y xicales y guirnaldas de hilo, que usaban los sacerdotes, y volvíase a la cibdad de Mechuacán y hacíalo saber al sacerdote mayor, cómo le había puesto en el señorío. Y el sacerdote mayor lo hacía saber al cazonci, y decía el coronel: “Sea ansí; pruebe a ver; si no lo hiciere bien, quitalle hemos del oficio, y probará otro en su lugar, a ver cómo lo hace.”

X

De la manera que se casaban los señores

Pónese aquí, cómo se casó don Pedro, que es ahora gobernador, porque desta manera se casaban todos.

Si el cazonci determinaba de casar alguna hija suya o hermana hacialas ataviar con vestidos nuevos, de los que usaba esta gente, y collares de turquesas y muchos zarcillos, y llamaba un sacerdote de los que llamaban curitiecha. Iban otros sacerdotes con él, y decía que llevase a tal señor, aquella su hija o hermana o parienta, y mandábale lo que le había de decir. Y iban con aquella señora, muchas mujeres que la acompañaban, y otra mucha gente que le llevaban todas sus alhajas y cestillos y petacas. Y llegando a la casa de aquel señor, que la había de rescebir, estaba ya avisado de su venida, y ponían muchos petates nuevos y comida, y juntábanse todos sus parientes, y llegaba el sacerdote con aquella señora, y asentábanse todos, y ponían allí delante la señora y el que había de rescebilla, y decía: “He aquí esta señora que invía el rey; yo os la traigo, no riñáis, sed buenos casados, bañaos el uno al otro.” Decía a la señora: “Haz de comer a este señor, y hazle mantas, y no riñáis; sed buenos casados, y entrando alguno en vuestra casa, dadle mantas. Dice el rey, que lo que vosotros diéredes, quél lo da. Que no se puede acordar de todos los caciques y señores, para dalles a todos mantas y hacelles mercedes, y a la otra gente. Por esto estás aquí tú señor, que te tiene por hermano. Dice que no quebrantes sus palabras y que rescibas esto que te invía a decir. ¿A quién lo habemos de decir? Por eso estás aquí tú, que eres su hermano. Aquí está toda la gente de Mechuacán: dice que como hermanos estaréis para ir con mensajes, porque han venido los españoles, y andaréis entrambos, como hermanos, para lo que os mandare.” Respondía aquel señor y decía: “Sea ansí, como dice nuestro señor, ¿qué más liberalidad, ha de decir, nuestro señor y rey? He aquí esta señora que es nuestra hija y nuestra señora, como es nos dada por mujer. No es dada por mujer, mas para que la criemos y que seamos ayos della. Ya os he oído: plega a los dioses, que le podamos servir al rey, siendo los que debemos. Quizá no seremos los que habemos de ser, y lo que ha hecho agora el rey, no lo dice, sino por la confianza que tiene en nosotros. Aquí está mi hermano mayor, y yo ¿cómo nos habemos de apartar dél?; de nosotros es el vasallaje, y echaremos las espumas por las bocas para entender en lo que los españoles mandaren como sus siervos, ¿cómo habemos de ser sus hermanos? Que nosotros en el principio fuimos conquistados de sus antepasados y sus esclavos somos los isleños. Y llevábamos sus comidas a los reyes a cuestas, y hachas para ir al monte por leña, y les llevábamos los jarros con que bebían, y por esto nos empezaron a decir hermanos, por ser sus gobernadores, y entendíamos en los que los reyes nos mandaban, ¿dónde es costumbre que los reyes hablen por sí solos y no tengan oficiales? De nosotros es entender en los oficios, porque los viejos de muchos tiempos ordenaron esta manera, que hobiese oficiales, y que no entendiese[n] en todo os reyes. Agüelo, seas bien venido, y ansí de lo dirás a la vuelta a nuestro señor el rey. Plega a los dioses que os haya entendido esta señora, y sus madres que están aquí. ¿Quién ha de ser más obediente, mi hermano mayor o yo? ¿Cómo habemos de vivir, según las cosas que han inventado los españoles contra nosotros? Porque han traído consigo los señores que por agora tenemos, prisiones y cárcel y aperreamiento y enlardar con manteca. Con todo esto estamos esperando morir: no nos apartaremos dél, mas juntamente moriremos con él, si a él le matan. Asentaos, agüelos, y daros han de comer, y buscárades mantas que llevéis, y daros he a beber, y mirarémonos un poco, unos a otros las caras, y a la mañana os iréis y lo haréis saber al rey. Y daba[n] a todos de comer, y a la mañana volvíanse los viejos. Si eran otros principales más bajos, casábanse desta manera. Estando emborrachándose el cazonci, decía: “Cásese fulano con tal mujer, porque tengo necesidad de su ayuda y esfuerzo.” Y dábanle su ajuar a aquella mujer y iban los sacerdotes a llevársela.
XI

Los señores entre sí, se casaban desta manera

Sabía un señor o cacique que tenía una hija otro señor o prencipal, o que estaba con su madre, y enviaba un mensajero con sus presentes a pedir aquella mujer para su hijo o pariente, y llegando a la casa de aquel señor o prencipal, decíanle: “Pues qué hay señor, ¿qué negocio es por el que vienes?” Respondía el mensajero: “Señor, envíame fulano, tal señor o prencipal, a pedir tu hija.” Respondía el padre: “Seas bien venido; efecto habrá: basta que lo ha dicho.” Decía el mensajero: “Señor, dice que le des tu hija para su hijo.” Tornaba a responder el padre: “Efecto habrá: y ansí será como lo dice. Días ha, que tenía entención de dársela, porque soy de aquella familia y cepa y morador de aquel barrio: seas bien venido. Yo inviaré uno que la lleve; esto es lo que le dirás.” Y así se despidía el mensajero, y partido, iba aquel señor a sus mujeres y decíales “¿Qué haremos, a lo que nos han venido a decir?”. Respondían las mujeres y decían “¿Qué habemos nosostras de decir? Señor, mándalo tú solo.” Respondía él: “Sea como dicen; cómo, ¿no tenemos allá nuestras sementeras?” Y ataviaban a aquella mujer y liaban su ajuar, y llevaba mantas para su esposo y camisetas y hachas para la leña de los cúes, con las esteras que se ponían a las espaldas y cinchos. Y ataviábanse todas las mujeres que llevaba consigo, y liaban todas su alhajas, petacas y algodón que hilaba y partíase junto con sus parientes y aquellas mujeres, y un sacerdote o más, y ansí llegaban a la casa del esposo, donde ya estaba él aparejado, y tenía allí su pan de boda, que eran unos tamales muy grandes llenos de frísoles molidos, y xicales y mantas y cántaros y ollas y maíz, y axí y semillas de bledos y frísoles en sus trojes, y tenía allí un rimero de naguas y atavíos de mujeres, y estaban todos ayuntados en uno los parientes, y saludaban al sacerdote y decíanle que viniese en buena hora, y ponían en medio del aposento, aquella señora y decía el sacerdote: “Esta envía tal señor que es su hija; plega a los dioses que lo digáis de verdad en pedilla, y que seáis buenos casados.” Esta costumbre había en los tiempos pasados, y aquellos señores que guardaron de la ceniza, que es los primeros que fueron señores que decía esta gente que los hombres hicieron los dioses de ceniza, como se dijo en la Primera parte, aquellos empezaron a casarse con sus parientas, por hacerse beneficio unos a otros y por ser todos unos los parientes, y nosotros tenemos esta costumbre después dellos. “Plega a los dioses que seáis buenos casados, y que os hagáis beneficios. Mirá que señalamos aquí nuestra vivienda de voluntad; no lo menospreciemos, ni seamos malos, porque no seamos infamados, y tengan que decir del señor que dió su hija: pues haceos beneficios y haceos de vestir; no lo tengáis en poco; no se mezcle aquí otra liviandad en esta casa, ni de algún adulterio; haceos bien e sed bien casados; mirá no os mate alguno por algún adulterio o injuria, que cometeréis; mira nos os ponga nadie la porra con que matan encima los pescuezos y no os cubran de piedras por algún crimen. Y decía a la mujer: “Mirá que no os hallen en el camino hablando con algún varón, que os prenderán, y entonces daremos que decir de nosotros en el pueblo. Sed los que habéis de ser, que yo he venido a señalar la morada que habéis de tener aquí, y vivienda que habeís de hacer.” Esto es lo que decía a la mujer. Al marido decía aquel sacerdote: “Y tú señor, si notares a tu mujer de algún adulterio, déjala mansamente, y enviála a su casa sin hacelle mal, que no echará a nadie la culpa, sino a sí misma si fuere mala. Esto es ansí. Plega a los dioses, que me hayáis entendido. Sentí esto que se os ha dicho.” Y decía el padre del esposo: “Muchas mercedes nos ha hecho nuestro hermano; plega a los dioses que sea ansí como se ha dicho y que nos oyésedes. Cómo, ¿yo no los amonestaré también a estos mis hijos? ya nos ha dado nuestro hermano su hija, porque somos y tenemos nuestra cepa aquí, y aquí nos dejaron nuestros antepasados, los chichimecas.” Entonces nombraba sus antepasados, que habían morado allí. Decía el sacerdote: “Ya, señor, veniste, hazlo saber a nuestro hermano.” Acabados sus razonamientos, comían todos en uno, y daban de aquellos tamales grandes susodichos y otras comidas, y mostrábales el suegro las sementeras que les daba para sembrar, y dábanles mantas al sacerdote y a las mujeres que la habían llevado, y volvíanse a su casa y inviaba un presente el padre del novio al otro viejo, padre de la novia. Esta manera tienen de casarse los señores entre sí, que se casaban siempre con sus parientas, y tomaban mujeres de la cepa donde venían, y no se mezclaban los linajes, como los judíos.

XII

De la manera que se casaba, la gente baja

Cuando se había de casar la gente baja, los parientes del que se había de casar, hablaban con los padres y parientes de la mujer, y ellos lo concertaban entre sí, y a éstos, no, iban los sacerdotes, y dábanse sus ajuares, y el padre de la moza, amonestaba a su hija, desta manera: “Hija, no dejes a tu marido echado de noche, y te vayas a otra parte a hacer algún adulterio; mira no seas mala, no me hagas este mal; mira que serás agüero y no vivirás mucho tiempo; mira que tú sola buscarás tu muerte; quizá tu marido entra en los cúes a la oración, y tú sola buscarás tu muerte: que no matarán mas de a ti; mira que no andaba yo ansí, que soy tu padre; que me harás echar lágrimas, metiéndome en tu maleficio; y no solamente matarían a ti, sino a mi también contigo, Porque ansí era costumbre, que por el maleficio de uno, murían sus parientes, o padres, y ansí la enviaba en casa del marido, o moraban juntos. Otros se casaban por amores, sin dar parte a sus padres y concertábanse entre sí. Otras, desde chiquitas, las señalaban para casarse con ellas. Otros tomaban primero a la suegra, siendo la hija chiquita, y después que era de edad la moza, dejaban la suegra, y tomaban la hija, con quien se casaban. Otros se casaban con sus cuñadas muertos sus maridos, otros con sus parientas como está dicho, y dejábanlas, y tomaban otras cuando no les hacían mantas o habían cometido adulterio.

XIII

Síguese más del casamiento destos infieles en su tiempo

Cuando nuevamente se casaba uno con una mujer, después de habelle dado su ajuar, y después quel varón la tenía en su casa tenían esta costumbre, que antes que llegase a ella ni la conosciese carnalmente, iba cuatro días por leña para los cúes, y la mujer barría su casa y un gran trecho del camino por dónde entraban a su casa; y esto era oración que hacían por ser buenos casados, y por durar en su casamiento muchos días, en significación de lo cual barría el camino la mujer, para la vida que habían de tener adelante, y después se juntaban en uno. Si era señora, hacían a sus criadas que los cubriesen a entrambos; si era mujer de baja suerte, decía el marido a su mujer, que le cubriese, y ansí quedaban por marido y mujer. Y otros no guardaban tantos días; más al segundo día se conoscían; otros más, otros menos.

XIV

De los que se casaban por amores

Si [a] un mancebo le parescía bien una doncella que tenía padre, concertábanse ellos y juntábanse con ella. Después inviaba alguna parienta suya o alguna mujer, a pedir un casamiento aquella que conosció, y el padre y madre espantados de aquello le preguntaban a su hija, que de dónde la conoscía aquel mancebo, y ella decía, que no sabía. Decía el padre della: “Si tuviera hacienda ese que te pide, casárase contigo y labrara alguna sementera para darte de comer, y sirviérase del tal, y a mí, que soy viejo, me guardara.” Quería decir en esto, que él tenía algún oficio, o encomienda [y] que [si] por ser viejo, no lo pudiera cumplir, que aquel su yerno, que pidía su hija por mujer, le reservara de aquel trabajo, y le hiciera por él; por eso decía que él guardara algunos días, que había de venir. Si la hija no conoscía que se había juntado aquel mancebo con ella, tomaba un palo el padre, y dábales de palos a la que iba con el mensaje, porque le decía aquello de su hija, y tres o cuatro veces inviaba desta manera aquel mancebo para casarse con aquella moza. Creían entonces sus padres della que la había conoscido, y reprendían la hija por lo que había hecho, y decíanle: “Yo que soy tu padre no andaba de esta manera que tú andas; gran afrenta me has hecho; echado me has tierra en los ojos.” Quería decir, no osaré parecer entre la gente ni tendré ojos para mirallos, porque todos me lo darán en la cara, y me afrentarán por esto que has hecho. Decía más a su hija: “Yo cuando mancebo me casé con esta tu madre y tenemos casa, y me dieron ajuar de maíz y mantas, y me dieron casa; ¿a quién paresces tú, en esto que has hecho? ¿para qué quieres aquel perdido? Por ser un perdido se juntó contigo para deshonrarte.” La madre también la reprendía, y iban a la casa del que la había corrompido, y tomábanle todo lo que tenía en su casa de mantas, y piedras de moler, y la sementera que tenía hecha para sí, y deshonrábanse; y si determinaban de dársela platicábanlo entre sí sus padres, y decían: “Ya ¿para qué queremos esta nuestra hija?, ya ¿cómo la podemos tornar a hacer virgen? que ya está corrompida; ya han mudado entrambos sus corazones y han hablado entre sí.” Entonces llevábansela a la casa dél, acompañándolos sus parientes, y entregábansela, haciéndoles sus razonamientos. Si eran de un barrio, quedaban casados; si no, no se la daban.

XV

Del repudio

Cuando no eran buenos casados, hacíanlo saber al sacerdote mayor llamado petámuti, y el dicho sacerdote los amonestaba que fuesen buenos casados, diciéndolos: “¿Por qué reñís?, cesá ¿cómo, no tenéis casa? torna a probar cómo os habréis. Mirá que tenéis ya hijos”. Y reprendía al que tenía culpa y íbanse. Si tornaban a quejarse otras tres veces, decíanles: “Ya vosotros queréis dejar de ser casados; dejaos pues, ¿a quién lo habéis de decir, pues tantas veces os habéis quejado? Y tomaba otra mujer, dando las causas porque no eran buenos casados, por mal tratamiento; y vivían juntos, y no se podían dejar; mas si la tomaba en adulterio, quejábase a este sacerdote y matábanla. Si él andaba con otras mujeres, que no quería hacer vida con aquella su mujer, quitábansela sus padres y casábanla con otro, y si quejaba que no hacían vida en uno, éste que había tomado la segunda mujer, echábanlos presos en la cárcel pública y no se podían descasar. Si uno tenía dos mujeres, iba la una mujer a los médicos llamados xurimecha, y ellos con sus hechizos le apartaban de la una, y decían que le juntaban con la otra de esta manera: toman dos maíces y una xical de agua, y si aquellos maíces se juntaban en el suelo de la xical y se sumían juntos era señal que habían destar ansí juntos aquellos casados. Si se apartaba uno de aquellos maíces, decían que apartaban aquella mujer de aquel marido, y que le juntaban con la otra.

Ahora se casan prometiéndose matrimonio y que estarán en uno hasta que mueran. Otros dicen que son pobres, y éntranse en casa de la mujer y quédanse ansí casados, sin hablar otra cosa; y en los casamientos que tienen esta gente, nunca preguntaban a la mujer, si se quería casar con fulano: bastaba que sus padres o parientes lo concertaban. Ansí mismo en los casamientos que agora se casan clandestinamente, nunca usan de palabras de presente, sino de futuro: yo me casaré contigo; y su intención es de presente con cópula, porque tienen esta manera de hablar en su lengua. Cásanse todos agora con aquellas que conoscieron doncellas en su tiempo. Otros se casaron después de cristianos, siendo la una parte fieles, y la otra no, y después bautizóse la otra parte, y quedáronse casados como antes. No guardaban afinidad de ninguno de los grados, en su tiempo, y la consanguinidad, sino era en primer grado, todos los otros grados eran lícitos entrellos, madre y hijo nunca se casaban, ni hermano con hermana, ni padre con hija, ni sobrino con tía. Esto habemos hablado por experiencia de sus matrimonios.

También cásase uno con una mujer que tiene alguna hija. Tienen unas veces algunos intención de casarse con aquella mujer. Otras veces se casan con ella hasta que sea grande la hija, la cual toma por mujer siendo de edad, e dejan la madre.

Y no se casaban los hermanos de padre no más.

Bien se casaba el tío con su sobrina; mas no el sobrino con su tía.

Uno tuvo una mujer en su infidelidad, con la cual se casó, y antes que muriese, prometió a otra casamiento, y tuvo cópula con ella; murió su mujer: no se puede casar después de cristiano con la que prometió.

Uno se casó en su infidelidad con una mujer y murió. Dejó una hermana su mujer; no se puede casar con ésta siendo fiel, porque contrajo afinidad, aunque era en infi[de]lidad.

XVI

Cómo muría el cazonci y las cirimonias con que le enterraban

Siendo muy viejo el que era cazonci, en su vida empezaba a mandar algún hijo suyo, que le había de subceder en el reino, y no dejaba de ser del todo rey el viejo, mas tenían esta costumbre; pues estaba enfermo el cazonci viejo, y llegábanse a curalle todos sus médicos, que eran muchos, entonces enviaba por médicos de toda la provincia y venían a curalle, y trabajaban mucho por curalle, y como vían questaba peligroso y de muerte, inviaban a llamar todos los caciques de la provincia, y todos los señores y valientes hombres, y todos los gobernadores, y los que tenían cargos del cazonci y venían todos a visitalle, el que no venía teníanle por traidor; y saludábanle todos, y dábanle sus presentes, si estaba muy al cabo. Ya que era de muerte, no dejaban entrar allá a nadie, donde él estaba, aunque fuesen señores, y estaban todos en el patio, delante sus casas, y los presentes que traían, cuando no se los rescibían, poníanlos en un portal, donde estaba su silla y insignias de señor. Pues moría el cazonci, sabiéndolo los señores questaban en el patio, alzaban grandes voces llorando por él, y abrían las puertas de su casa, y entraban donde estaba, y ataviábanle. Primeramente bañábanle todos los señores que andaban allí, muy diligentes y los viejos sus continuos y bañaban todos aquellos que había de llevar consigo y ataviábanle desta manera; puníanles junto a las carnes, una camiseta de las que usaban los señores, muy delgada, y una cotaras de cuero, y poníanle al cuello unos huesos de pescados blancos muy preciados entre ellos, y cascabeles de oro en las piernas y en las muñecas piedras de turquesas, y un tranzado de plumas, y unos collares de turquesas al cuello, y unas orejeras grandes de oro en las orejas, y dos brazaletes de oro en los brazos, y un bezote grande de turquesas, y hacíanle una cama de muchas mantas de colores muy alta, y ponían aquellas mantas en unas tablas anchas, y a él poníanle encima y atábanle con unas trenzas, y cobríanle con muchas mantas encima, como que estuviese en su cama, y atravesaban por debajo unos palos, y hacían otro bulto encima dél, de mantas con su cabeza, y ponían en aquel bulto un gran plumaje de muchas plumas muy largas verdes, muy ricas, y unas orejeras de oro, y sus collares de turquesas, y sus brazaletes de oro, y su tranzado muy bueno, y poníanle sus cotaras de cuero y su arco y flechas y su carcax de cuero de tigre, y todas sus mujeres daban gritos y lloraban por él.

Componían así mismo, toda la gente de hombres y mujeres que había de llevar consigo, los cuales su hijo había señalado para que matasen con él. Llevaba siete señoras: una llevaba todos sus bezotes de oro y de turquesas, atados en un paño, y puestos al pescuezo; otra su camarera; otra que guardaba sus collares de turquesas; otra que era su cocinera; otra que le servía del vino; otra que le daba agua a manos, y le tenía la taza mientras bebía; otra que le daba el orinal, con otras mujeres que servían destos oficios. De los varones llevaba uno que llevaba sus mantas a cuestas; otro que tenía cargo de hacelle guirnaldas de trébol; otro que le entranzaba y otro que llevaba su silla; otro que llevaba a cuestas sus mantas delgadas; otro que llevaba sus hachas de cobre para hacer leña; otro que llevaba un aventadero grande para sombra; otro que llevaba su calzado y cotaras; otro que llevaba sus canutos de olores; un remero, un barrendero de su casa, y otro que bruñía sus aposentos; un portero; otro portero de las mujeres; un plumajero, de los que le hacían sus plumajes, un platero de los que hacían sus bezotes; uno de los que le hacían sus flechas; otro de los que le hacían sus arcos; dos o tres monteros, algunos de aquellos médicos que le curaban y no le pudieron sanar; uno de aquellos que le decían novelas; un chocarrero; un tabernero, que entre todos serían más de cuarenta, y ataviábanlos y componíamos a todos, y dábanles mantas blancas, y llevaban todos estos consigo, todo aquello de sus oficios de que servían al cazonci muerto. Y llevaban ansímismo un bailador y un tañedor de sus atabales, y un carpintero de sus atambores, y querían ir otros sus criados y no los dejaban ir. Decían que habían comido su pan, y que quizá no los trataría como él el señor que había de ser. Poníanse todos guirnaldas en la cabeza de trébol, y amarillábanse las caras y iban tañendo delante, uno, unos huesos de caimanes; otros unas tortugas, y tomábanle en los hombros solos los señores y sus hijos y venían todos sus parientes del apellido de Eneani y Tzacapu hire[ti] y Uanacace. Iban cantando con él, un cantar suyo que empieza de esta manera: “Utayne uze yoca zinatayo maco, etc.”, ques ininteligible, por eso no le declaro, y todos llevaban sus insignias de valientes hombres, y sacábanle a la media noche. Iban delante del alumbrando unos hachos grandes de teas. Iban tañendo dos trompetas. Iban delante toda aquella gente que llevaba consigo para matar, y iban barriendo delante del el camino, y decían: “Señor, por aquí has de ir; mira no pierdas el camino.” Y poníanse en procesión todos los señores de la provincia, y gran número de gente, y ansí le llevaban hasta el patio de los cúes grandes, donde ya habían puesto una gran hacina de leña seca, concertada una sobre otra, de rajas de pino, y dábanle cuatro vueltas al derredor de aquel lugar donde le habían de quemar, tañendo sus trompetas, y después poníanle encima de aquella leña, así como le traían, y tornaban aquellos sus parientes a cantar su cantar, y ponían fuego al derredor, y ardía toda aquellas leña, y luego achocaban con porras toda aquella gente que los habían emborrachado primero y enterrábanlos detrás del cu de Curicaueri, a las espaldas, con todas aquellas joyas que llevaban, de tres en tres, y de cuatro en cuatro; y como amanecía estaba ya quemado el cazonci hecho ceniza. Y mientras se quemaba estaban allí todos aquellos señores que habían venido con él; y atizaban el fuego, y juntaban toda aquella ceniza, donde había caído el cuerpo quemado, y algunos hosecitos si habían quedado, y todo el oro que estaba derretido y plata y llevábanlo todo a la entrada de la casa de los papas y echábanlo en una manta y hacían un bulto de mantas con todas aquellas cenizas y oro y plata derretido, y ponían a aquel bulto una máscara de turquesas y sus orejeras de oro y su tranzado de pluma y un gran plumaje de muchas plumas verdes muy ricas en la cabeza, y sus brazaletes de oro y sus collares de turquesas y unas conchas del mar, y una rodela de oro a las espaldas y poníanle al lado su arco y flechas y su cuero de tigre en la muñeza y sus cotaras de cuero y cascabeles de oro en las piernas, y hacían, al pie del cu de Curicaueri, al prencipio de las gradas, debajo, una sepultura de más de dos brazas y media en ancho, algo honda, y cercábanla de petates nuevos por de dentro, y en el suelo, y ponían allí una cama de madera dentro, y tomaban aquellas cenizas, con aquel bulto ansí compuesto, un sacerdote de los que llevaban los dioses a cuestas y poníansele a las espaldas, y ansí le llevaban a la sepoltura donde, antes que le pusiesen, habían cercado aquel lugar de rodelas de oro y plata, por de dentro, y a los rincones ponían muchas flechas, y ponían allí muchas olla y jarros y vino y comida, y metían allí una tinaja, donde aquel sacerdote ponía aquel bulto dentro de la tinaja, encima [de] la cama de madera, que mirase hacia Oriente, y ponían allí encima de la tinaja y cama muchas mantas, y echaban allí pet[ac]as y muchos plumajes, con que él bailaba, y rodelas de oro y plata, y otras muchas cosas, y ponían unas vigas atravesadas encima la sepultura y unas tablas y envarábanlo todo por encima, y la otra gente que llevaban consigo, como los habían echado en sus sepulturas, echábanles tierra encima y íbanse todos a bañar, todos los que habían llevado al cazonci muerto y toda la gente, porque no se les pegase la enfermedad. Y iban todos los señores y toda la gente, al patio del cazonci muerto delante [de] sus casas y sacábanles allí mucha comida, que era del cazonci muerto, que la habían hecho para entonces, maíz cocido blanco, y dábanles a todos un poco de algodón blanco con que se limpiasen los rostros, y comían todos y después de comer poníanse todos cada uno por sí, asentados cabiscachos, tristes, y en cinco días ninguno de la cibdad molía maíz en piedras ni hacían lumbre en sus hogares; ninguno hacía tiánguez aquellos días; ni mercadeaba, ni andaba nadie por la cibdad; mas toda la gente estaban tristes por sus casas, y iban todos los caciques de la provincia y los señores, una noche, a las casas de los papas, donde tenían su oración y vela.

XVII

Cómo hacían otro señor y los parlamentos que hacían

Muerto pues el cazonci, y sepultado, como se ha dicho, luego el día siguiente, se juntaban todos los caciques de la provincia en el patio del cazonci muerto, y juntábanse todos los señores más prencipales, el de Cuyuacán y todos los viejos y valientes hombres y los señores que estaban en las cuatro fronteras de la provincia, parientes del cazonci, y entraban en su acuerdo y decían: “¿Qué haremos, señores?, ¿cómo ha de quedar desierta esta casa? ¿ha de quedar escura, y de niebla, que no ha de ser frecuentada? Cuando escondimos a nuestro señor y venimos aquí, si así nos volvemos a nuestras casas, ¿qué sentido llevaremos?” “Pues a coyuntura y sazón venistes aquí, señores, ¿cómo no será bueno que probase a ser señor el que está aquí presente?, ¿cómo ha de quedar desamparada esta casa?” Entonces daba sus causas el hijo del señor, por qué no lo había de ser, y decía: “Séalo mi tío que tiene más experiencia, que yo soy muchacho.” Respondía el hermano del señor muerto: “Yo ya soy viejo, prueba tú a ser, señor.” Y decíale: “Señor, ¿por qué no quieres acetar de ser señor? ¿cómo ha de quedar desamparada esta casa? ¿quién ha de hablar en la leña de la madre Cuerauáperi, y de los dioses engendradores del cielo y de los dioses de las cuatro partes del mundo, y del dios del infierno y de los dioses que se juntan de todas partes, y de nuestro dios Curicaueri y de la diosa Xarátanga, y de los dioses primogénitos? ¿y la pobre de la gente? ¿quién la tendrá en cargo? Señor, prueba a sello, que ya eres de edad y tienes discreción.” Y estaban cinco días hablando sobre esto, importunado que lo acetase, y aceptaba, y decía el que había de ser cazonci y señor: “Caciques y señores, que estáis aquí, que habéis delib[e]rado que acete yo este cargo mira no [o]s apartéis de mí ni seáis rebeldes: yo probaré a tener este cargo. Si no os supiere regir, ruégoos que no me matéis con alguna cosa, mas pacíficamente apartáme del oficio, y quitáme el tramado ques insinia de señor. Si no fuere el que debo ser, si no rigiere bien la gente, si anduviere haciendo mal después de borracho, si hiciese mal a alguno echáme desta casa mansamente: esta costumbre suele ser, y plega a los dioses que yo pueda regir la gente y tenellos a todos. Ya yo os he oído, y hecho lo que habéis querido. Mirá caciques, que no [o]s apartéis de mí, porque si os apartáredes y fuéredes rebeldes, no libraré a ninguno de vosotros de la muerte, si quebráis la cuenta de la leña que se trae para los cúes, y si quebráis los escuadrones y capitanías de las guerras.” Y deshacíase aquella consulta, y íbanse todos a sus posadas, y desde a cindo días iban por él a su casa, donde moraba primero, y iba el sacerdote mayor, y todos los señores mayores y caciques, y llegando a su casa, saludábanle y decíanle quanga, que es valiente hombre, esforzado, y él tornábales saludes y decíale el sacerdote mayor: “Señor, por ti venimos, para que entres en la casa de tu padre.” Respondía él: “Pláceme de ir, agüelo”, que ansí decían a los sacerdotes, y componíase. Poníase una guirnalda de cuero de tigre en la cabeza, y un carcax de cuero de tigre con sus flechas, o de otros animales, de colores, y un cuero de cuatro dedos en la muñeca, y unas manillas de cuero de venado con el pelo y unas uñas de venados en las piernas, que eran insinias de señor, y todos los señores se ponían de aquella manera, y partíanse de su casa, y iban delante del el sacerdote mayor con diez obispos o mayores sobre los otros sacerdotes, compuestos como ellos se solían componer, con sus calabazas y lanzas al hombro. Después iba tras ellos el que había de ser rey, y detrás todos los caciques y señores de la provincia que habían venido por él. Y ya estaban en el patio toda la gente de la cibdad y de fuera, ayuntada, con todas las espías de la guerra, y todos los correos y mensajeros, todos entiznados. Estaban todos por su orden, y estaban todos los sacerdotes en sus procesiones, y las espías y oficiales de los cúes, y llegando el cazonci al patio, saludábanle primero los sacerdotes, y llamábanle quanguapagua, que es majestad, y pasaba por medio de aquellas procesiones dellos, saludando a unos y a otros, a una parte y a otra y traíanle una silla nueva en el portal, que solía estar su padre y asentábase en ella, y como él se asentaba, ayuntábanse en derredor dél todos los señores y caciques y toda la gente concurría allí y levantábase el sacerdote mayor en pie, y decíales desta manera:

XVIII

Razonamiento del Papa y sacerdote mayor y del presente que traían al cazonci nuevo

“Caciques e señores que estáis aquí, ya habemos traído y metido en su casa al rey. ¿Cómo había de estar desamparada esta casa y oscura como niebla o anublada? Perdimos a nuestro señor fulano que murió; agora habemos metido en su casa al que dejó ques su hijo. Esta costumbre nos vino de muchos tiempos ha, de los reyes, que hubiese aquí mucho humo” que es, según su manera de decir y quiere decir, que estando los señores en casa, ponen mucha leña en los hogares y se levanta mucho humo, lo cual no es ansí muriendo, que todo está desierto y oscuro como niebla, por eso decía que era costumbre que hobiese mucho humo, que ansí tienen ellos sus casas humosas, porque no se les pudra la paja. Decía más en su razonamiento aquel sacerdote: “Pues vosotros caciques que estáis aquí de todas las partes, no nos apartemos dél, ayudémosle en los cargos que tenemos a tener y esperar sus mandamientos en vuestros pueblos para la leña que os mandare traer para los cúes de la madre Cuerauáperi y de los dioses celestes engendradores, y los dioses de las cuatro partes del mundo, y los dioses de la man[o] derecha y de la mano izquierda, con todos los demás, con el dios del infierno; que él ha de tener cargo en nombre de Curicaueri y sus hermanos, y la diosa Xarátanga, de hablar sobre esta le[ña]. Mirá caciques que no le quebréis nada desto, mas estad apercibidos cuando os lo hiciere saber, porque el rey ha de despedir la gente de guerra con la leña que se pondrá en los fuegos, para oración y rogativa a los dioses que nos ayuden en las guerras, y no solamente para esto es el rey que agora tenemos, mas para otras muchas cosas: para todos los trabajos [que] mandare en que entendamos y los tinientes y gobernadores de los caciques, cuando ellos no estuvieren en los pueblos, atiendan y esperen lo que les inviare a mudar el rey, y que no será una sola cosa, sino muchas. Sea esto ansí, como se os ha dicho, caciques, y no os apartéis del rey, mas sed obidientes, y vosotros, señores de Mechuacán y de Cuyacan y de Pátzcuaro, y caciques del medio de la provincia, estad todos aparejados para obedecer y ahora íos todos, señores, a vuestras casas. Ya habéis visto cómo nos queda rey, que yo le he metido en esta casa; id alegres y contentos a vuestros pueblos.” Acabado su razonamiento asentábase, y levantábase en pie otro señor muy principal, que debía de ser su gobernador, y tornaba amonestar a todos los señores y caciques que obedeciesen al cazonci, y que estuviesen apercibidos para lo que les inviase a mandar, y que no le traspasase ninguno, que por eso era rey y estaba en lugar de su dios Curicaueri y asentábase y estaba[n] todo un día los señores haciendo sus razonamientos a la gente que obedeciesen al cazonci nuevo, todos aquellos señores que estaban puestos en las fronteras para pelear y retener sus enemigos, que avisasen y amonestasen a su gente por los pueblos, que fuesen obidientes al cazonci. Después que habían hablado todos aquellos señores, levantábase el cazonci nuevo y decía: “Ya, señores y caciques, habéis oído a nuestro agüelo, que era aquel sacerdote, sobre todos, ya le habéis oído, lo que yo le mandé decir: plega a los dioses que lo digáis de verdad, que seréis obidientes, y que no sea aquí no más. Ya me habéis traído aquí, y os obedecí en esto: Mira que no quebréis la cuenta de la leña de los cúes: íos pues a vuestras casas y junta vuestra gente en los pueblos y estando allá oiréis lo que os mandare: mira que no quebréis nada desto, y que no sea ahora no más decir de sí, porque no libraré a ninguno de la muerte. Aparejaos a sufrir si fuéredes rebeldes; hacéme a mí merced en esto que os digo; mira que tenemos los escuadrones de guerra; si me quebráis alguno dellos, aparejaos a sufrir y vosotros, señores, que estáis en las fronteras, que tenéis gente de guerra, no quebréis ni traspaséis nada de lo que se os ha dicho; pues íos todos a vuestras casas.” Y desta manea quedaba por rey y hacía un convite general a toda la gente, y a la noche iba a su vela a la casa de los papas de Curicaueri y todos los caciques y señores y hacían la cerimonia de la guerra, echando encienso los sacerdotes a la media noche, con sus cirimonias. En amanesciendo, iba el mismo cazonci por leña para los cúes, y todos los señores y las espías de la guerra, y los sacerdotes que echaban encienso en los braseros, y los correos y los otros sacerdotes llamados curitiecha, y los alférez, que llevaban las banderas en las guerras y traían toda aquella leña a los fogones, y poníase el cazonci en un portal que estaba delante su casa, y asentábase en una silla, y tornaban todos los señores y caciques, y toda la otra gente, y tornaba hacelles otro convite general. Entonces toda la gente y caciques y señores, le llevaban sus presentes: mantas de Tierra Caliente, y algodón; otros hachas de cobre y esteras para las espaldas y frutas de Taximaroa, arcos, y ansí según tenía cada uno y despidíanse todos del cazonci, y íbanse a sus pueblos, donde habían venido, y juntaban su gente, y hacíanles saber del nuevo rey y amonestábanles que fueran obidientes. Y después, desde a poco, invivaba el cazonci los sacerdotes llamados curitiecha, para hacer traer leña para los cúes, y traían toda aquella leña la gente de los pueblos en diez días, y alzábanla en el patio grande de los cués, y el sacerdote llamado hirípati entraba en la casa de vela a su oración con los olores, como se contó hablando de la guerra y hacía su sermón sobre aquella leña, como su dios Curicaueri lo había sido ordenado, y entraba ansí mismo el cazonci a su vela, y hacían la cirimonia de la guerra y al tercero día mandaba que fuesen a la guerra, y llamaba todos los señores de su linaje llamados uacúsecha, que son águilas, y juntábanse todos en la casa dicha del águila, dedicada a su dios Curicaueri, y decíales el cazonci nuevo: “¿Cómo habemos de tener con nosotros esta leña de los cúes, y las rajas que se han cortado y los olores que han echado los sacerdotes en los fuegos para las oraciones, y los sacrificadores? ¿hanse de perder todo esto? Pues han llamado la diosa Cuerauáperi y los dioses celestes y los dioses de las cuatro partes del mundo y el dios del infierno, y también lo [h]e hecho saber a Curicaueri y a los señores sus hermanos, y a la diosa Xarátanga y a los dioses primogénitos, y a los dioses llamados Uirauanecha.”. Y mandábales que fuesen a la guerra y deshacíase todo aquel ayuntamiento, y íbanse a sus casas y inviaba sus correos y mensajeros por todos los pueblos, que fuesen a la guerra, a todas las fronteras de sus enemigos. Y estaba dos días al cazonci en la cibdad y después decía que quería ir a casa, y ansí lo pensaban todos, que quería ir [a] alguna montería, y era que quería ir [a] alguna entrada. Iban con él, los sacerdotes que ponían el encienso en los braseros, y de la otra gente que habían quedado en la cibdad, y llevaba consigo las trompetas, diciendo que iba a montería y íbase derecho a una frontera que estaba cerca de sus enemigos, llamada Cuinao, y hacía allí una entrada de presto, y tomaba cien cativos o ciento y veinte y tornaba antes que viniese la gente que había inviado a la guerra, y después venían todos los señores y traían muchos cativos para sus sacrificios. Este era el principio de su reinado y quedaba entonces por señor asentado ,y rey, en lugar de su dios Curicaueri, y hacía sacrificio a sus dioses de aquellos cativos que habían traído de las entradas. Y hacía mercedes a todos aquellos que habían cativado esclavos, y casábase con todas aquellas mujeres que habián sido de su padre, y andando el tiempo, le metían en su casa otras hijas de caciques y señores.

XIX

De los agüeros que tuvo esta gente y sueños, antes que viniesen los españoles a esta provincia

Dice esta gente que antes que viniesen los españoles a la tierra, cuatro años continuos, se les hendían sus cúes, desde lo alto hasta bajo, y que lo[s] tornaban a cerrar, y luego se tornaba[n] a hender, y caían piedras como estaban hechos de laxas sus cúes, y no sabían la causa de esto, mas de que lo tenían por agüero. Ansí mismo dicen que vieron dos grandes cometas en el cielo, y pensaban que sus dioses habían de conquistar o destruir algún pueblo, y que ellos habían de ir a destruille, y miraba esta gente mucho en sueños. Decían que sus dioses les aparescian en sueños, y hacían todo lo que soñaban, y hacíanlo saber al sacerdote mayor, y aquél se lo hacía saber al cazonci. Decía, que a los pobres que habían traído leña y se habían sacrificado las orejas, les aparescían en sueños sus dioses, y les decían qué habían dicho, que les darían de comer, y que se casasen con tal o tal persona y si [era alguna cosa de agüero, no la osaban decir al cazonci. Díjome un sacerdote, que había soñado, antes que viniesen los españoles, que venían una gente y que traían bestias, que eran los caballos que él no conocía, y que entraban en las casas de los papas, y que dormían allí con sus caballos, y que traían muchas gallinas que se ensuciaban en sus cúes, y que soñó esto dos o tres veces, con mucho miedo, que no sabía qué era, hasta que vinieron a esta provincia los españoles y llegando a la cibdad posaron en las casas de los papas con sus caballos, donde ellos hacían su oración y tenían su vela, y antes que viniesen [los] españoles, tuvieron todos ellos viruelas y sarampión, de que murió infinidad de gente y muchos señores, y cámaras de sangre de las viruelas y sarampión. Todos los españoles lo dicen a una voz, los de aquel tiempo, y fue general esta enfermedad en toda la Nueva España, por eso les es de dar crédito desto que dicen del sarampión y viruela. Dicen que nunca habían tenido estas enfermedades y que los españoles las trujeron a la tierra. Ansí mismo el sacerdote susodicho me dijo, que habían venido al padre del cazonci muerto, los sacerdotes de la madre Cuerauáperi questaba en un pueblo llamado Zinapéquaro, y que le habían contado este sueño o revelación siguiente, del destruimiento y caída de sus dioses, que aconteció en Ucareo. El señor de aquel pueblo de Ucareo llamado Uiquixo tenía una manceba entre las otras mujeres que tenía, y vino la diosa Cuerauáperi, madre de todos los dioses terrestres, y que tomó aquella mujer de su misma casa. Decía esta gente, que [to]dos sus dioses entraban muchas veces en sus casas, y tornaban la gente para sus sacrificios. Pues llevó esta diosa [a] aquella mujer, un rato hacia el camino de México allí en el dicho pueblo, y tornó la a traer hacia el camino de Araró. Entonces púsola allí y desató se una xicala como escudilla, que tenía atada en sus naguas, y tomó agua, y lavó aquella xical, y echó un poco de agua en ella y echó dentro de la xical una como simiente blanca e hizo un brebaje, y dióselo a beber [a] aquella dicha mujer, y mudóle el sentido y díjole: “Vete, que yo no te tengo de llevar; allí está quien te ha de llevar; aquél que está allí compuesto; yo no te tengo de hacer mal ni sacrificar, ni tampoco aquél que te lleva te ha de hacer mal, y oirás muy bien lo que se dijere donde te llevare, que ha de haber allí concilio, y haráslo saber al rey que nos tiene a todos en cargo, Zuangua. Y fuese por el camino aquella mujer, y luego [se] encontró en el camino con una águila que era blanca, y tenía una berruga grande en la frente, y empezó el águila a silbar, y a enherizar las plumas, y con unos ojos grandes que decían ser el dios Curicaueri, y saludóla el águila, y díjole que fuese bien venida, y ella también le saludó, y díjole: “Señor, estés en buen hora.” Díjole el águila: “Sube aquí, encima de mis alas, y no tengas miedo de caer.” Y como subiese la mujer, levantóse el águila con ella, y empieza a silbar, y llevóla a un monte, donde está una fuente caliente, que hay en ella piedra zufre, y llevóla por aquel monte volando con ella, y era ya quebrada el alba, cuando la llevó al pie de un monte muy alto, que está allí cerca, llamado Xanoato hucatzio, y levantóla en alto, y vió aquella mujer que estaban asentados todos los dioses de las provincia, todos entiznados: unos tenían guirnaldas de hilos de colores en la cabeza: otros estaban tocados; otros tenían guirnaldas de trébol; otros tenían unas entradas en las molleras y otros de muchas maneras, y tenían consigo muchas maneras de vino tinto e blanco de maguey y de ciruelas y de miel, y llevaban todos sus presentes y muchas maneras de frutas a otro dios, llamado Curita caheri, que era mensajero de los dioses y llamábanle todos agüelo, y parescíale aquella mujer que estaban todos en una casa muy grande, y díjole aquel águila: “Asiéntate aquí, y de aquí oirás lo que se dijere.” Y era salido el sol, y aquel dios Curita caheri se lavaba la cabeza con jabón y no tenía el tranzado que solía tener. Tenía una guirnalda de colores en la cabeza y unas orejeras de palo en las orejas, y una tinazuelas pequeñas al cuello y una manta delgada cubierta, y vino su hermano llamado Tirípemequarencha con él: estaban todos muy hermosos y saludáronle todos los otros dioses y decíanles: “Señores, seáis bien venidos” y respondía Curita caheri: “Pues habéis venido todos: mira no se haya quedado alguno por olvido que no hayáis llamado” y respondían: “Señor, todos habemos venido.” Tornaba también a preguntar: “¿Han venido también los dioses de la man[o] izquierda?” Decíanle: “Todos han venido, señor.” Tornó a decir: “Mirá no se os haya olvidado de llamar alguno.” Respondieron ellos: “Todos hemos venido, señor.” Dijo: “Pues dígalo mi hermano lo que se ha de decir y yo me quiero entrar en casa.” Y díjoles Tirípemequarencha: “Acercaos acá dioses de la man[o] izquierda y de la man[o] derecha; el pobre de mi hermano dice lo que yo diré. El fue a Oriente do está la madre Cuerauáperi y estuvo algunos días con la diosa Cuerauáperi y estaba allá Curicaueri nuestro nieto y Xarátanga y Hurendequauécara y Querenda angápeti: todos estaban allá los dioses, y probaron de contradecir los pobres a la madre Cuerauáperi, y no fueron creídos los que querían hablar, y fueron rechazadas sus palabras, y no les quisieron recibir lo que querían decir: “Ya son criados otros hombres nuevamente y otra vez de nuevo han de venir a las tierras”; esto es lo quellos querían contradecir que no se hiciese, y no fueron oídos, y dijéronles: “Dioses primogénitos, esforzaos para sufrir, y vosotros, dioses de la man[o] izquierda: sea ansí como está determinado de los dioses, ¿cómo podemos contradecir esto questá ansí determinado? no sabemos ques esto: a la verdad no fué esta determinación al principio, questaba ordenado que no anduviésemos dos dioses juntos antes que viniese la luz, porque no nos matásemos, y perdiésemos la deidad, y estaba ordenado entonces, que de una vez sosegase la tierra que no se volviese dos veces, y que para siempre se habían de estar ansí, que no se había de mudar. Esto teníamos concertado todos los dioses antes que viniese la luz, y agora no sabemos que qué palabras son éstas: los dioses probaron de contradecir esta mutación, y en ninguna manera los consintieron hablar: “Sea ansí, como quieren los dioses, vosotros los dioses primogénitos y de la man[o] izquierda, íos todos a vuestras casas, no traigáis con vosotros ese vino que traís, quebrá todos esos cántaros, que ya no será de aquí adelante como hasta aquí, cuando estábamos muy prósperos: quebrá por todas partes las tinajas de vino: dejá los sacrificios de hombres, y no traigáis más con vosotros ofrendas, que de aquí adelante no ha de ser ansí: no han de sonar más atabales: rajaldos todos, no han de parescer más cúes, ni fogones, ni se levantarán más humos. Todo ha de quedar desierto, porque ya vienen otros hombres a la tierra; que de todo en todo han de ir por todos los fines de la tierra, a la man[o] derecha y a la man[o] izquierda, y de todo en todo, irán hasta la ribera del mar y pasarán adelante, y el cantar será todo uno, y que no habrá muchos cantares como teníamos: mas uno solo por todos los términos de la tierra. Y tú, mujer, que estás aquí, que nos oyes, publica esto, y háganselo saber al rey, que nos tiene a todos en cargo, Zuangua.” Respondieron todos los dioses del concilio, y dijeron que ansí sería, y empezaron a limpiarse las lágrimas, y deshízose el concilio: y no paresció más aquella visión. Y hallóse aquella mujer puesta al pie de una encina, y no vió en aquel lugar ninguna cosa cuando tornó en sí mas de un peñasco que estaba allí, y vínose a su casa por el monte y llegó a la media noche y venía cantando, y oyóla venir un sacristán de la diosa Cuerauáperi, que abrió la puerta, y despertó los sacerdotes y decíales: “Señores, levantaos, que viene la diosa Cuerauáperi, que ya ha abierto la puerta.” Decía esta gente, que cuando aquella diosa Cuerauáperi tomaba alguna persona, que entraba en ella y que comía sangre; por eso dice este sacristán, o guarda, que había venido la diosa Cuerauáperi, y estaban todos desnudos los sacerdotes, y asentados con sus guirnaldas de trébol en las cabezas y todos entiznados, y entróse aquella mujer de largo en la casa de los papas, y dió cuatro vueltas y levantóse y paso el fuego y tendióse de la otra parte del fuego, y los sacerdotes empezaron a sacrificarse de las orejas y decía la mujer: “Padres, padres, hambre tengo”, y empezaron a dalle sangre, y tenía la boca abierta y tragaba aquella sangre que le daban que sentían ellos que la pasaba por la garganta, y tenía todos los bezos ensangrentados de la sangre que le daban. Y empezaron a tañer sus trompetas y atabales y echaron encienso en los braseros, y trujéronla en una procesión cuatro vueltas cantando con ella y bañáronla y ataviáronla. Pusiéronle unas naguas muy buenas y otra camiseta encima, y pusiéronle una guirnalda de trébol en la cabeza, y pusiéronle un pájaro contrahecho en la cabeza y unos cascables en las piernas, y trujeron mucho vino, y empezáronle a dar de beber, y fuéronselo a decir a su marido, que era el señor de Ucareo, questaba haciendo la cirimonia de la guerra, echando encienso en los braseros, y díjoles. “¿Pues qué hay, viejos?”; dijéronle ellos: “La señora es venida”. Dijo él: “Ay, ay, ¿a qué hora vino?” Dijéronle ellos: “Señor, ahora poco ha vino.” Dijo él: “Bien está, hacéselo saber al sacerdote de Araró, llamado Uaricha y al de Tzinapéquaro: id y calentá los baños.” Y era de noche, y fuese a su casa, y bañóse en un baño caliente, y salió luego por la mañana y vinieron los sacerdotes que fueron a llamar y díjoles: “Agüelo, dicen que es venida la señora, ya la tornamos a ver a la diosa Cuerauáperi; vámosla a saludar.” Y vistióse, que se había bañado, y fueron los sacerdotes a llevalle ofrenda y mantas y vino y encienso, y ofreciéronselo todo [a] aquella mujer y desnudáronla y vistiéronle otros vestidos nuevos, y saludáronla diciendo: “Señora, seas bien venida”, y ella les tornaba a saludar y preguntáronle: “Señora, ¿cómo te halló la diosa?” Dijo la señora: “En casa estaba y allí me vió.” Dijéronle: “¿Qué te dijo? cuéntalo aquí ¿qué habemos de decir al rey?” Respondió ella: “¿Qué me había de decir, agüelos? Como me vió allí, no me hizo mal, mas un águila me llevó y oí en lo alto del monte donde había un concilio de los dioses, dicen que otra vez han de venir hombres de nuevo a la tierra.” Y contóles todo lo que había oído en el monte llamado Xanoato hucatzio, y apartáronse todos los sacerdotes en el patio y abajaron las cabezas en corrillos y dijo el señor de Ucareo: “Agüelos, ¿cómo esta mujer no lo dice de mala ques?, dice que han de venir otra vez hombres a la tierra: ¿dónde han de ir, los señores questán? ¿quiénes nos han de conquistar? ¿han de venir los mexicanos o los otomíes a conquistarnos, o los chichimecas? Dice que todo el reino ha de estar solo y desierto; idlo a decir al rey; no pienso que le placerá dello ¿cómo no os descuartizará vivos? ¿cómo no os sacrificará? Aparejaos a sufrir; yo no quiero ir por agora a la guerra mas estarme aquí, porque no me maten en la guerra. Mátenme aquí los que vinieren, sacrifiquenme aquí y cómame la diosa Cuerauáperi. Id por que reñirá el rey.” Y partiéronse aquellos sacerdotes, y vinieron en tres días a la cibdad de Mechuacán, y el cazonci llamado Zuangua, estaba a la sazón cerca de su casa, en un lugar llamado Aratáquaro, y estaba borracho, y saludó a los sacerdotes y díjoles: “Madres, seáis bien venidas”: porque desta manera decían a los sacerdotes de la madre Cuerauáperi, y ellos ansí mismo le saludaron. Díjoles: “¿Pues qué hay, viejos? ¿cómo venístes?”, y contáronle todo lo que habían visto y oído [a] aquella susodicha mujer, y respondió Zuangua, y díjoles: “Por qué dijo eso el pobre de Uiquixo. ¿Es él rey? ¿por qué se turba? Cómo, ¿no es de baja suerte, y huérfano? ¿por qué os había de descuartizar, viejos? ¿Dónde vino? ¿es el rey?; cómo, ¿no es esclavo de los cativos?; y vosotros, ¿quién sois? Que de nosotros es la pérdida del señorío, que somos señores, y no de nosotros solos, mas empero de todas las provincias; yo no lo oíre, que primero moriré y no será luego, porque aun estaré algunos días y seré rey. Aquí están mis hijos, que les partiré el señorío y serán señores. Ahí está mi hijo Tzintzicha, que es el mayor y Tirimarasco, Cuini, Sirangua, Chacinisti, Timas, Taquiani, Patamu, Chuycico: todos estos hijos tengo, y no sé quién será el que señalare por rey, nuestro dios Curicaueri. Aquél oirá todo esto, y el pobre no será mucho tiempo señor, porque será maltratado, pobre de la gente baja: cuatro años será maltratado, después de los cuales sosegará el señorío, y yo no lo oiré, que primero moriré. ¿Esto es a lo que venís, viejos? Quiero os dar a beber y buscaros algunas mantas.” Y sacáronles naguas de mujer, y otros atavíos y guirnaldas de oro para la diosa y plumajes, y diéronselo y díjoles: “Yo os quiero también contar a vosotros otra cosa, viejos; estas mismas palabras que vosotros habéis traído, trujeron de Tierra Caliente, y dicen que andaba un pescador en su balsa pescando por el río con anzuelo, y pico un bagre muy grande, y no le podía sacar, y vino un caimán, no sé de donde, de los aquel río, y trajo aquel pescador, y arrebatóle de la balsa en que andaba y, sumióse en el agua, muy honda, y abrazóse con el caimán, y llevóle a su casa aquel dios-caimán, que era muy buen lugar, y saludó aquel pescador y díjole aquel caimán: “Verás que yo soy dios: ve a la cibdad de Mechuacán, y di al rey que nos tiene a todos en cargo, que se llama Zuangua, que ya se ha dado sentencia, que ya son hombres, y ya son engendrados los que han de morir en la tierra por todos los términos: esto le dirás al rey. Esto es, agüelos, lo que acontenció allá en Tierra Caliente, que me hicieron saber, y todo es uno lo de Tierra Caliente y lo que vosotros traéis.” Y despidiéronse los sacerdotes y tornáronse al señor de Ucareo, y contáronselo lo que decía Zuangua padre del cazonci muerto.

XX

De la venida de los españoles a esta provincia, según me lo contó don Pedro, que es agora gobernador, y se halló en todo,
y como Montezuma, señor de México, invió a pedir socorro al cazonci Zuangua, padre del que murió agora

Envió Moctezuma diez mensajeros de México y llegaron a Taximaroa, que vinían con una embajada al cazonci llamado Zuangua, padre
del que agora murió, que era muy viejo, y el señor de Taximaroa, preguntóles que qué querían. Dijeron ellos, que venían al cazonci con una embajada que los enviaba Moctezuma, que habían de ir delante dél, y que a él solo se lo habían de decir. Y envió el señor de Taximaroa a hacello saber al cazonci, el cual mandó que no les hiciesen mal, mas que los dejasen venir de largo. Y llegaron los mensajeros aquí a la cibdad de Mechuacán, y fueron delante del dicho señor Zuangua, y diéronle un presente de turquesas y charchuis, y plumajes verdes, y diez rodelas que tenían unos cercos de oro, mantas ricas y mástiles, y espejos grandes; y todos los señores e hijos del cazonci se disfrazaron y se pusieron unas mantas viejas, por no ser conoscidos, que habían oído decir que venían por ellos los mexicanos. Y asentáronse los mexicanos y el cazonci hizo llamar un intérprete de la lengua de México, llamado Nuritan que era su nauatlato intérprete, y díjole el cazonci: “Oye, ¿qué es lo que dicen estos mexicanos?, ¿a ver qué quieren?, pues que han venido aquí.” Y el cazonci estaba compuesto y tenía una flecha en la mano que estaba dando con ella en el suelo, y los mexicanos dijeron: “El señor de México llamado Moctezuma nos envía, y otros señores, y dijéronnos: “Id a nuestro hermano el cazonci, que no sé qué gente es una que ha venido aquí y nos tomaron de repente: habemos habido batalla con ellos, y matamos de los que venían en unos venados, caballeros docientos, y de los que no traían venados, otros docientos, y aquellos venados traen calzados cotaras de hierro, y traen una cosa que suena como las nubes y da un gran tronido, y todos los que topa mata, que no quedan ningunos y nos desbaratan y hannos muerto muchos de nosotros, y vienen los de Taxcala con ellos, como había días que teníamos rencor unos con otros, y los de Tezcuco, y ya los hobiéramos muerto, si no fuera por los que los ayudan, y tienennos cercados, aislados en esta ciudad. ¿Cómo no vendrían sus hijos [a] ayudarnos, el que se llama Tirimarasco, y otro Cuini y otro Azinchi, y trairían su gente y nos defenderían. Nosotros proveeremos de comida a toda la gente, que aquella gente que ha venido está en Taxcala, allí moriríamos todos.” Oida la embajada, Zuangua respondió: “Bien está, bien seáis venidos, ya habéis hecho saber vuestra embajada a nuestros dioses Curicaueri y Xarátanga, yo no puedo por agorar inviar gente, porque tengo nescesidad desos que habéis nombrado; ellos no están aquí, questán con gente en cuatro partes conquistando. Descansá aquí algún día, y irán estos mis intérpretes con vosotros, Nuritan y Piyo y otros dos: ellos irán a ver esa gente que decís entre tanto que viene toda la gente de las conquistas.” Y salieron fuera los mensajeros y pusiéronlos en un aposento y diéronles de comer y hizo dalles mástiles y mantas y cotaras de cuero y guirnaldas de trébol y llamó el cazonci [a] sus consejeros y díjoles: “¿Qué haremos?, gran trabajo es éste de la embajada que me han traído. ¿Qué haremos? ¿Qués lo que nos [ha] acontecido, que el sol estos dos reinos solía mirar, el de México y éste. No habemos oído en otra parte que haya otra gente; aquí sirvíamos a los dioses. Aquí propósito tengo de inviar la gente a México, porque de continuo andamos en guerras, y nos acercamos unos a otros, los mexicanos y nosotros y tenemos rencores entre nosotros. Mirá que son muy astutos los mexicanos en hablar, y son muy arteros a la verdad: yo no tengo nescesidad, según les dije; mira no sea alguna cautela. Como no han podido conquistar algunos pueblos, quiérense vengar en nosotros y llevarnos por traición a matar y nos quieren destruir; vayan estos nauatlatos y intérpretes que les he dicho que irán, que no son muchachos para hacello como mochachos, y éstos sabrán lo que es.” Respondiéronle sus consejeros: “Señor, mándalo tú que eres rey y señor, ¿cómo podremos contradecir?, y vayan estos que dices.” Primero mandó traer muchas mantas ricas y xicales, y cotaras de cuero, y de las na[g]uas, y mantas de sus dioses ensangrentadas, como las [que] habían traído de México para sus dioses y de todo lo que había en Mechuacán, y diéronselo a los mensajeros que lo diesen a Moctezuma, y fueron con ellos los nautlatos para ver si era verdad. Y envió el cazonci gente de guerra por otro camino y tomaron tres otomies y preguntáronles: “¿No sabéis algunas nuevas de México?”, y dijeron los otomíes: “Los mexicanos son conquistados, no sabemos quién son los que los conquistaron: todo México está hediendo de cuerpos muertos, y por eso van buscando ayudadores que los libren y defiendan; esto sabemos cómo han enviado por los pueblos por ayuda.” Dijeron los de Mechuacán: “Ansí es la verdad, que han ido; nosotros lo sabemos.” Dijeron los otomíes: “Vamos, vamos a Mechuacán; llevadnos allá, porque nos den mantas, que nos morimos de frío: queremos ser subjetos al cazonci.” Y viniéronlo a hacer saber al cazonci cómo habían cativado aquellos tres otomíes, y lo que decían y dijeron: “Señor ansí es la verdad, que los mexicanos están destruídos y que hiede toda la cibdad con los cuerpos muertos y por eso van por los pueblos buscando socorro; esto es lo que dijeron en Taximaroa, que allí se lo preguntó el cacique llamado Capacapecho.” Dijo el cazonci: “Seáis bien venidos, no sabemos cómo les subcederá a los pobres que inviamos a México, esperemos que vengan, sepamos la verdad.”

XXI
Cómo echaban sus juicios, quién era la gente que venía y los venados que traían según su manera de decir

Dijo el cazonci a los señores: “Verdad es que han venido gentes de otras partes; y no vienen con cautela los mexicanos, ¿qué haremos? gran trabajo es éste, ¿cuándo empezó a ser México?; muchos tiempos ha questá fundada México y es reino, y este de Mechuacán: estos dos reinos eran nombrados, y en estos dos reinos miraban los dioses desde el cielo y el sol. Nunca habemos oído cosa semejante de nuestros antepasados: si algo supieron no nos lo hicieron saber Taríacuri y Hiripani y Tangáxoan que fueron señores, que habían de venir otras gentes: ¿de dónde podían venir, sino del cielo, los que vienen? que el cielo se junta con el mar, y de allí debían de salir pues aquellos venados que dicen que traen, ¿qué cosa es?” Dijéronle los nautlatos: “Señor, aquellos venados deben ser, según lo que sabemos nosotros por una historia, y es que el dios llamado Cupanzieeri jugó con otro dios a la pelota llamado Achuri hirepe, y ganóle y sacrificóle en un pueblo llamado Xacona y dejó su mujer preñada de Siratapezi, su hijo, y nació y tomáronle a criar en un pueblo, como que se le habían hallado, y después de mancebo fuese a tirar aves con un arco, y topó con una iuana y díjole: “No me fleches y direte una cosa: el padre que tienes agora, no es tu padre, porque tu padre fue a la casa del dios llamado Achu[ri]hirepe a conquistar y allí le sacrificaron.” Como oyó aquéllo, fuése allá para probarse con el que había muerto a su padre, y vencióle y sacrificó al que había muerto a su padre y cayó donde estaba enterrado y sacóle y echósele a cuestas y veníase con él. En el camino estaba en un herbazal una manada de codornices y levantáronse todas en vuelo, y dejó allí su padre por tirar a las codornices, y tornose venado el padre, y tenía crines en la cerviz, como dicen que tienen esos que traen esas gentes, y su cola larga, y fuese hacia la man[o] derecha, quizá con los que vienen a estas tierras.” Dijo el cazonci: “¿De quién sabríamos la verdad?”, y díjoles: “También dicen que aconteció en Cuyacan, esto que contaba una vieja pobre, que vendía agua: encontró en la sabana los dioses llamados Tiripemencha, hermanos de nuestro Caricaueri, y díjole uno: “¿Dónde vas agüela?”, que ansí decían a las viejas; respondió la vieja: “Señor, voy a Cuyacan.” Díjole aquel dios: “¿Cómo no nos conoces?” Dijo la vieja: “Señores no os conozco”; dijeron ellos: “Nosotros somos los dioses llamados Tiripemencha; vé al señor llamado Ticátame que está en Cuyacan; el que oye en Cuyacan las tortugas y atables y huesos de caimanes; no son sabios los señores de Cuyacan ni se acuerdan de traer leña para los cúes; ya no tienen cabezas consigo, que a todos los han de conquistar, que se han enojado los dioses engendradores; cuéntaselo ansí a Ticátame, que de aquí a poco tiempo nos levantaremos de aquí de Cuyuacan, donde agora estamos, y nos iremos a Mechuacán, y estaremos allí algunos años, y nos tornaremos a levantar y nos iremos a nuestra primera morada llamada Uayameo”, donde está ahora Santa Fe edificada; “esto no rnás te decimos”. Esto es lo que supo aquella vieja, y decían que había de haber agüeros, que los cerezos, aun hasta los chiquitos, habían de tener fruto y los magueys pequeños habían de echar mástiles, y las niñas que se habían de empreñar antes que perdiesen la niñez; esto es lo que decían los viejos, y ya se cumple. En esto tomaremos señales, como no hubo desto memoria, en los tiempos pasados ni lo dijeron unos a otros los viejos, cómo habían de venir estas gentes. Esperemos a ver, vengan a ver cómo seremos tomados: esforcémonos aun otro poco para traer leña para los cúes”. Acabó Zuangua su plática, y habían muchos pareceres entrellos, contanto sus fábulas, según lo que sentía cada uno, y estaban todos con miedo de los españoles.

XXII

Cómo volvieron los nautlatos que habían ido a México y las nuevas que trujeron,
y cómo murió luego Zuangua de las viruelas y sarampión

Pues vinieron los que habían inviado a México, y fueron delante el cazonci y mostráronle otro presente que le inviaba Moctezuma de mantas ricas y mástiles y espejos, y saludáronle, y díjoles: “Seáis bien venidos; ya os he tornado a ver; muchos tiempos ha que los viejos nuestros antepasados, fueron otra vez a México; pues decí ¿cómo os ha ido?” Respondieron los mensajeros: “Señor, llegamos a México, y entramos de noche, y lleváronnos en una canoa y estábamos ya desatinados, que no sabíamos por dónde íbamos, y saliónos a rescibir Moctezuma, y mostrámosle el presente que le inviabas.” Díjoles el cazonci: “Pues ¿qué os dijo a la despedida?” Dijeron ellos: “Señor, después que le dijimos lo que nos mandaste que fuésemos con sus mensajeros y que habías enviado tu gente a cuatro partes, que veníamos nosotros delante mientras venía la gente de la guerra, dijímosle que veníamos a ver qué gente es esta que es venida, por certificarse mejor.” Díjonos “Seáis bien venidos, descansad; mirad aquella sierra; detrás della están estas gentes que han venido en Taxcala.” Y lleváronnos en unas canoas, y tomamos puerto en Tezcuco, y sobimos encima un monte, y desde allí nos mostraron un campo largo y llano, donde estaban, y dijéronnos: “Vosotros, los de Mechuacán, por allí vendréis, y nosotros iremos por otra parte, y ansí los mataremos a todos ¿por qué no los mataremos?, porque oímos de vosotros, los de Mechuacán, que sois grandes flecheros, tenemos confianza en vuestros arcos y flechas: mira que ya los habéis visto: llevad estas nuevas a vuestro señor y decidle que le rogamos mucho que no quiebre nuestras palabras; que crea esto que le decimos, que tenemos de nuestros dioses, que nos han dicho que nunca se ha de destruir México, ni nos han de quemar las casas. Dos reinos son nombrados: México y Mechuacán. Mira que hay mucho trabajo.” Dijímosles: “Pues tornemos a México”, y tornamos y saliéronnos a rescibir los señores y despidímosnos de Moctezuma, y díjonos: “Tornaos a Mechuacán, que ya venistes e habéis visto la tierra: no nos volvamos atrás de la guerra que les queremos dar: haga esto que le rogamos vuestro señor, ¿qué ha de ser de nosotros, si no venís? ¿Habemos por ventura de ser esclavos? ¿Cómo [no] han de llegar allá, a Mechuacán? Aquí muramos todos, primeros nosotros y vosotros, y no vayan a vuestra tierra. Esto es lo que le diréis a vuestro señor; vengan, que aquí hay mucha comida, para que renga fuerza la gente para la guerra: no tengas lástima de la gente, muramos presto, y tengamos nuestro estrado de la gente que morirá, si no saliéremos con la nuestra; si los cobardes y parapoco de nuestros dioses no nos favoresciesen, que mucho tiempo ha que le habían dicho a nuestro dios que ninguno le destruiría su reino, y no habemos oído más reinos deste y Mechuacán, pues tornaos” y ansí nos partimos, y salieron con nosotros a despedirnos. Estas son las nuevas que te traemos. Díjole el cazonci Zuangua: “Bien seáis venidos, ya yo os [he] tornado a ver: mucho ha que fueron otra vez los viejos nuestros antepasados a México; no sé por qué fueron; mas agora gran cosa es por la que fuistes. Y lo que vinieron a decir los mexicanos cosa trabajosa es. Séais bien venidos. ¿A qué habemos de ir a México? Muera cada uno de nosotros por su parte; no sabemos lo que dirán después de nosotros, y quizá nos venderán a esas gentes que vienen, y nos harán matar; haya aquí otra conquista, por si vengan todos a nosotros con sus capitanías; mátenlos a los mexicanos, que muchos días ha que viven mal, que no traen leña para los cúes, mas oímos que con solos los cantares, honran a sus dioses. ¿Qué aprovecha los cantares solos? ¿Cómo los dioses los han de favorecer con solos los cantares? Pues aquí trabajemos más. Cómo ¿no suelen mudar el propósito los dioses? Esforcémonos un poco más en traer leña para los cúes: quizá nos perdonarán. ¡Cómo se han ensañado los dioses del cielo! ¡cómo habían de venir sin propósito! Algún dios los invió y por eso vienen. Pues conozca la gente sus pecados; represéntenseles a la memoria, aunque me echen a mí la culpa de los pecados: a mí que soy el rey. No quieren rescibir la gente común mis palabras, que les digo que traigan leña para los cúes: pierden mis palabras y quiebran la cuenta de la gente de guerra. ¿Cómo no se han de ensañar nuestro dios Curicaueri y la diosa Xarátanga? ¿Cómo no tiene hijos Curicaueri? Y Xarátanga ¿no ha parido ninguno, teniendo hijos? ¿Cómo no se han de quejar a la madre Cuerauáperi? Yo amonestaré a la gente que se esfuerce un poco más, porque no nos perdonarán, si habemos faltado en algo.” Respondieron los señores: “Bien has dicho, señor; esto mismo diremos a la gente, lo que tú mandas” y fuéronse a sus casas y no supo más, y vino luego una pestilencia de viruelas e cámaras de sangre por toda la provincia, y murieron todos los obispos de los cúes, y todos los señores, y el cazonci viejo Zuanga murió de las viruelas, y quedaron sus hijos Tangáxoan, por otro nombre Tzintzicha, que era el mayor, Tirimarasco, Azinche, Cuini, Vinieron, pues, otra vez otros diez mexianos, a pedir socorro, y llegaron a la sazón que toda la gente lloraba por la muerte del cazonci viejo, y hicieron saber a Tzintzicha, hijo mayor del cazonci muerto, la venida de aquellos mexicanos. Dijo: “Llevadlos a las casas del pobre de mi padre.” Y lleváronlos y dijéronles: “Seáis bien venidos. No está aquí el cazonci que s ido a holgarse.” Invió el hijo de cazonci a llamar los señores, y dijo: “¿Qué haremos a esto que vienen los mexicanos? no sabemos qué es el mensaje que traen; vayan tras mi padre a decillo allá donde va al infierno. Decídselo que se aparejen, que se paren fuertes: questa costumbre hay.” Y hiciéronlo saber a los mexicanos y dijeron: “Baste que lo ha mandado el señor; ciertamente que habemos de ir; nosotros tenemos la culpa, ea, presto, mándelo, no hay donde nos vamos: nosotros mismos nos venimos a la muerte.” Y compusiéronlos como solían componer los cativos, y sacrificáronlos en el cu de Curicaueri y de Xarátanga, diciendo que iban con su mensaje al cazonci muerto. Decían que les trajeron armas de las que tomaron a los españoles y ofreciéronlas en sus cúes a sus dioses.

XXIII

Cómo alzaron otro rey y vinieron tres españoles a Mechuacán y cómo los recibieron

Pues entraron en consulta los viejos que habían quedado de las enfermedades sobre alzar otro señor, y dijéronle a Tzintzicha: “Señor, sé rey. ¿Cómo ha de quedar esta casa desierta y anublada? Mirá que daremos pena a nuestro dios Curicaueri. Algunos días haz traer leña para los cúes.”. Respondió Tzintzicha: “No digáis esto, viejos. Sean mis hermanos menores, y yo seré como padre de ellos, o séalo el señor de Cuyacan, llamado Paquingata.” Dijéronle: “Qué dices, señor? Ser tienes señor. ¿Quieres que te quiten el señorío tus hermanos menores? Tú eres el mayor.” Dijo el cazonci después de importunado: “Sea como decís, viejos, yo os quiero obedecer; quizá no lo haré bien; ruégoos no me hagáis mal, mas mansamente apartame del señorío. Mira que no habemos de estar callando. Oí lo que dicen de la gente que ivene, que no sabemos qué gente es; quizá no serán muchos días los que tengo de tener este cargo.” Y ansí quedó por señor, y [a] sus hermanos mandólos matar el cazonci nuevo por inducimiento de un principal Timas, que decía al cazonci, se echaban con sus mujeres, y que le querían quitar el señorío y quedó solo sin tener hermanos. Y después lloraba que habían muerto sus hermanos y echaba la culpa a aquel principal llamado Timas. Y vino nueva que había venido un español y que había llegado a Taximaroa, en un caballo blanco y era la fiesta de Purecoraqua a veinte y tres de Febrero, y estuvo dos días en Taximaroa y tornóse a México. Desde a poco, vinieron tres españoles con sus caballos y llegaron a la cibdad de Mechuacán, donde estaba el cazonci y rescibiólos muy bien y diéronles de comer, y envió el cazonci toda su gente entiznados a caza muy gran número de gente, por poner miedo a los españoles y con muchos arcos y flechas, y tomaron muchos venados, y presentáronles cinco venados a los españoles, y ellos le dieron al cazonci plumajes verdes, y a los señores. Y el cazonci hizo componer los españoles, como componían ellos sus dioses, con unas guirnaldas de oro, y pusiéronles rodelas de oro al cuello, y a cada uno le pusieron su ofrenda de vino delante, en unas tazas grandes, y ofrendas de pan de bledos y frutas. Decía el cazonci: “Estos son dioses del cielo”, y dió les el cazonci mantas y [a] cada uno dio una rodela de oro, y dijeron los españoles al cazonci que querían rescatar con los mercaderes que traían plumajes y otras cosas de México y díjoles el cazonci que fuesen, y por otra parte mandó que ningún mercader ni otro señor comprase aquellos plumajes. Y compráronlos todos los sacristanes y guardas de los dioses con las mantas que tenían los dioses diputadas para comprar sus atavíos, y compraron todo lo que los españoles les traían y dieron al cazonci diez puercos y un perro y dijéronle que aquel perro sería para guardar su mujer, y liaron sus cargas. Dióles el cazonci mantas y xicales y cotaras de cuero y tornáronse a México, y como viese el cazonci aquellos puercos dijo: “¿Qué cosa son éstos? ¿son ratones que trae esta gente?” Y tomólo por agüero y mandólos matar y al perro, y arrastráronlos y echáronlos por los herbazales y los españoles antes que se fuesen llevaron dos indias consigo que le pidieron al cazonci de su parientas, y por el camino juntábanse con ellas y llamaban los indios que iban con ellos a los españoles tarascue, que quiere decir en su lengua yernos y de allí ellos después empezáronles a poner este nombre a los indios y en lugar de llamarles tarascue, llamáronlos tarasco, el cual nombre tienen agora y las mujeres tarascas. Y córrense mucho destos nombres. Dicen que de allí les vino, de aquellas mujeres primeras que llevaron los españoles a México, cuando nuevamente vinieron a esta provincia. Tornaron a entrar en su consulta el cazonci con sus viejos y señores y díjoles: “¿Qué haremos? ya paresce que viene esta gente.” Dijeron sus viejos: “Señor, ya vienen; ¿habémos de deshacer? ¿dónde habernos de ir? ya habemos sino vistos y hallados.” Díjoles el cazonci: “Sea ansi, viejos, como lo quieren los dioses: bien lo supo mi padre y aunque el pobre fuera vivo, ¿qué había de decir el pobre?” Dijéronle los viejos: “Ansí es señor, como dices: ¿qué habíamos de hacer cuando vinieran las nuevas que vienen? Veremos a ver qué dicen. Esfuérzate, señor, si vinieren otra vez.” Vinieron pues otros cuatro españoles y estuvieron dos días en la cibdad y pidieron veinte principales al cazonci y mucha gente y dióselos y partiéronse con la gente a Colima y llegaron a un pueblo llamado Haczquaran y quedáronse allí y enviaron los principales y gente delante para viniesen de paz los señores de Colima, donde quedaban los españoles y sacrificáronlos allá a todos, que no volvió ninguno, y los españoles desconfiados de su venida y de esperar los mensajeros, se volvieron a la cibdad de Mechuacán y estuvieron dos días y tornáronse a Méjico.

XXIV

Cómo oyeron decir de la venida de los españoles, y cómo mandó hacer gente de guerra
el cazonci, y cómo fue tomado don Pedro que la iba a hacer a Taximaroa

Pues vinieron las nuevas al cazonci, cómo los españoles habían llegado a Taximaroa, y cada día le venían mensajeros, que venían doscientos españoles, y era por la fiesta de Cahera cósquaro a diez y siete de Julio, cuando llueve mucho en esta tierra, y venía por capitán un caballero llamado Cristóbal de Oli. Sabiendo su venida el cazonci, cómo venía de guerra, temió que le habían de matar a él y a toda su gente, y juntó los viejos y los señores y díjoles: “¿Qué haremos?” y estaban allí estos señores Timas que le llamaba tío el cazonci, que tenía mucho mando, y no era su tío, y otro llamado Ecango; otro Quezequampare, y Tashauaco, por otro nombre llamado Uitzitziltzi, y Cuinierángari, don Pedro, que eran hermanos él y Tashaucao, y otros señores, y díjoles: “¿Qué haremos? Decid cada uno vuestro parecer: ¿de quién habemos de tomar consejo? ¿de otros?” Dijeron ellos: “Determínalo tú, señor, que eres rey. ¿Qué habemos de decir nosotros? Tú solo lo has de determinar.” Díjoles el cazonci: “Vayan correos por toda provincia, y lléguese aquí toda la gente de guerra, y muramos, que ya son muertos todos los mexicanos, y ahora vienen a nosotros. ¿Para qué son los chichimecas y toda la gente de la provincia? que no hay falta de gente. Aquí están los matlacingas y otomíes y uetama y cuytlatecas y escamoecha y chichimecas, que todos estos acrecientan las flechas a nuestro Curicaueri. ¿Para qué están ahí, sino para esto? aparéjese a sufrir el cacique señor de todos los pueblos que se apartare de mí y se revelare.” Y fueron los correos por toda la provincia, y señores y sacerdotes a hacer gente, y llamó el cazonci a Don Pedro, que su padre había sido sacerdote y díjole: “Ven acá, que yo te tengo por hermano en quien tengo de tener confianza, que ya son muertos los viejos mis parientes, ya van camino: irán lejos y iremos tras ellos: muramos todos de presto y llevemos nuestros estrados de la gente común. Ve a hacer gente de guerra a Taximaroa y a otros pueblos.” Respondióle don Pedro: “Señor, ansí será como dices, no quebrantaremos nada de lo que mandas, pues que lo has mandado, no quebraremos nada de tus palabras, yo iré, señor.” Y partióse don Pedro, que agora gobernador, con otro principal llamado Muzúndira, y en día y medio llegó a Taximaroa, desde la cibdad, que son diez y ocho leguas, y juntóse toda la gente de Ucareo y Acámbaro y Araró y Tuzantlan, y estaban todos en el monte con sus arcos y flechas, y topó don Pedro en el camino un principal llamado Quezequarnpare, que venía de Taximaroa, donde estaban los españoles, todo espantado, y saludóle y díjole: “Señor, seas bien venido” y no le respondió aquel principal. Después díjole: “¿Pues qué hay?” Díjole don Pedro: “Envíame el cazonci a hacer gente y otros prencipales han ido por toda la provincia a hacer gente de guerra, y envióme a estos pueblos, a Taximaroa y a Ucareo y a Acámbaro y Araró y a Tuzantla: a esto vengo.” Díjole aquel principal: “Ve si quisieres, yo no quiero hablar nada, ya son muertos todos los de Taximaroa. Y despidiéronse y llegó a Taximaroa don Pedro, y no halló gente en el pueblo, que todos se habían huido, y fue preso de los españoles y mejicanos por la tarde y luego por la mañana le llevaron delante el capitán Cristóbal de Olí, y hizo llamar un nauatlato o intérpetre de la lengua de Mechuacán, y vino el intérpetre llamado Xanaqua, que era de los suyos, y había sido cativado de los de México y sabía la lengua mexicana y la suya de Mechuacán y venía por intérpetre de los españoles y preguntóle Cristóbal de Olí: “De dónde vienes?” Díjole don Pedro: “El cazonci me invía”. Díjole Cristóbal de Olí. “¿Qué te dijo?” Díjole don Pedro: “Llamóme y díjome, vé a rescibir los dioses (que ansí llamaban entonces [a] los españoles a ver si es verdad que vienen: quizá es mentira; quizá no llegaron sino hasta el río y se tornaron por el tiempo que hace de aguas; velo a ver, y házmelo saber y si son venidos, que se vengan de largo hasta la cibdad. Esto es lo que me dijo.” Díjole Cristóbal de Olí: “Mientes en esto que has dicho; no es ansí, mas queréisnos matar; ya os habéis juntado todos para darnos guerra: vengan presto si nos han de matar o quizá yo los mataré a ellos con mi gente” que traia mucha gente de México. Díjole don Pedro: “No es ansí, ¿por qué no te lo dijera yo?” Díjole Cristóbal de Olí: “Bien está, si en así como dices, tórnate a la cibdad, y venga el cazonci con algún presente y sálgame a rescibir en un lugar llamado Quangaceo, questá cerca de Matalcingo, y traiga mantas de las ricas, de la que se llaman catzángari y curitze y tzitzupu y echere atácata y otras mantas delgadas y gallinas y huevos y pescado de lo que se llama cuerepu y acumarani y urápeti y thiro y patos: traígalo todo a aquel dicho lugar, no deje de cumplillo, y no quiebre mis palabras.” Díjole don Pedro: “Bien está, yo se lo quiero ir a decir.” Y ahorcaron dos indios de México porque habían quemado unas cercas de leña que tenían en los cúes de Taximaroa y díjole Cristóbal de Olí: “Dí al cazonci, que no haya miedo, que no le haremos mal.” Y fuéronse a oír misa los españoles, y estaba allí don Pedro, y como vio al sacerdote con el cáliz y que decía las palabras, decía entre sí: “Esta gente todos deben ser médicos, con nuestros médicos que miran en el agua lo que ha de ser y allí saben que les queremos dar guerra”, y empezó a temer. Acabada la misa, hizo llamar Cristóbal d’Olí cinco mexicanos y cinco otomíes, y díjoles que fuesen con don Pedro a Mechuacán, y dijo aquel intérprete, que traín los españoles llamado Xanaqua, a don Pedro a la partida: ” Ve señor en buena hora, y dí al cazonci que no dé guerra, que son muy liberales los españoles y no hacen mal, y que haga llevar el oro que tiene huyendo y la plata y mantas y maíz, que ¿cómo se lo ha de quitar a los españoles después que lo vean?: que desta manera hicieron allá en México, que lo escondieron todo.” Díjole don Pedro: “Basta lo que me has dicho; muy deliberalmente lo dices, en lo que me has dicho; yo lo diré ansi a1 cazonci” y partióse con aquellos mexicanos y otomíes, y llegaron con él hasta un lugar llamado Uasmao, obra de tres leguas antes de Matlzingo, y díjoles: “Quedaos aquí, y yo me iré delante” y hacíalo porque no viesen la gente de guerra. Y vínose delante de priesa y halló ocho mil hombres de guerra en un pueblo llamado Indeparapeo y venía un capitán con ellos llamado Xamando, y díjoles don Pedro: “Dividíos, y los de aquí que no vienen enojados los españoles, mas vienen alegres; que el cazonci ha devenir a rescibillos a Quangaceo, que ansí me lo dijeron que se lo dijese, y a esto vengo; íos a vuestras casas.” Y despidióse de aquella gente, y vino más adelante a un lugar llamado Hetúguaro, unos cúes questán en el camino viejo de México, y hallo también ahí otros ocho mil hombres en una celeda, y díjoles: “Levantaos, dividíos, que yo tengo”. Díjole el capitán: “Por qué nos habemos de ir? ¿qués lo que quieren los españoles? ¿qué dicen?” Díjole don Pedro: “No vienen enojados mas alegres, y el cazonci ha de salir a recebillos a un lugar llamado Quangaceo”. y díjole el capitán “Pues por qué nos metió miedo a todos Quezequampare, que vino delante, y dijo que habían muerto todos los de Taximaroa?”: Díjole don Pedro: “No lo sé; no me quiso hablar cuando le topé.” Y el capitán questaba con aquella gente se llamaba Tashauaco, por otro nombre Uitzitziltzi, hermano mayor desde don Pedro, y díjole: “Aguija hermano, que damos mucha pena al cazonci, que no está esperando sino las nuevas que tú le trujeres; yo en amanesciendo me voy a la cibdad con la gente.”

XXV

Cómo el cazonci con otros señores se querían ahogar en la laguna de miedo
de los españoles por persuación de unos prencipales y se lo estorbó don Pedro

Llegó pues don Pedro a la cibad de Mechuacán y halló toda la gente de guerra, y todos los criados del cazonci, a punto que querían ir con él que se quería ahogar en la laguna, por inducimiento de unos principales que le querían matar, y alzarse con el señorío. Y fue don Pedro delante del cazonci, y díjole: “¿Qué nuevas hay? ¿de qué manera vienen los españoles?” Díjole don Pedro: “Señor, no vienen enojados, mas vienen pacíficamente.” Y contóle lo que le había dicho el capitán y que los saliese a rescibir; y díjole cómo había visto a los españoles armados y que habían de llevar las maneras de mantas y pescado que está dicho. Díjole aquel principal que andaba por matar al cazonci, llamado Timas. “¿Qué dices, mochacho, mocoso? Alguna cosa les dijiste tú. Vámonos, señor, que ya estamos aparejados. ¿Fueron por ventura tus agüelos y tus antepasados esclavos de alguno, para querer ser tú esclavo? Queden Uitzitziltzi y éste que traen estas nuevas.” Respondió don Pedro y dijo: “Yo, ¿qué les había de decir? De aquí fue desta cibdad aquel intérpetre llamado Xanaqua, que me dijo cuando me despedí, cómo había de ser y que no les diésemos guerra.” Díjole aquel principal al cazonci: “Señor, haz traer cobre y pondrémosnoslo a las espaldas y ahoguémonos en la laguna, y llegaremos más presto y alcanzaremos a los que son muertos.” Y díjoles don Pedro a él y a los otros que decían esto al cazonci: “Qué decís?, ¿por qué? os queréis ahogar? Subíos entre tanto al monte y nosotros iremos a recibillos, y maténnos a nosotros primero y después os podéis ahogar en la laguna.” Y díjole al cazonci: “Señor, mira que éstos te mienten, que te quieren matar; que llevan todas sus mantas y joyas huyendo. Si fuese verdad que quisiesen morir, ¿por qué habían de llevar huyendo su hacienda? Señor no los creas.” Díjole el cazonci: “Bien me has dicho.” Y aquel principal con los otros que le inducían que se ahogase, emborracháronse, y cantaban para irse a ahogar, según ellos decían y don Pedro tomó también mucho cobre a cuestas y díjoles: “Yo, hágolo por no morir; vamos y ahoguémonos todos.” Y tornaron a decir aquellos principales al cazonci: “Señor, ahógate porque no andes mendigando: ¿eres por ventura mazegual y de baja suerte? ¿fueron por ventura tus antepasados esclavos? mátate como nosotros; no te haremos merced, y te seguiremos y iremos contigo.” Respondióles el cazonci: “Ansí es la verdad, tíos, esperad un poco.” Y atavióse, y púsose unos cascabeles de oro en las piernas, y turquesas al cuello y sus plumajes verdes en la cabeza, y aquellos principales también y decíánle: “Señor: traigan los plumajes que eran de tu agüelo, y pondrémonoslos un poco, que no sabemos quién ha de ser rey y el que se los pondrá.” Y mandó el cazonci que trujesen los plumajes, y hizo sacar brazaletes de oro y rodelas de oro, y tomábanselas aquellos principales, y bailaban todos, y don Pedro tenía mucha pena consigo, y decía: “¿Para qué le quitan sus joyas al cazonci? ¿para qué las quieren éstos? cómo ¿no andan por ahogarse y morir? Cómo le engañan y lo dicen de mentira lo que dicen, y con cautela y traición, y le quieren matar. Cómo ¿oyeron ellos lo que yo oí a los españoles? Yo que fuí a ellos yo lo oí muy bien, y no vienen enojados, y vi los señores de México, que vienen con ellos. Si los tuvieran por esclavos ¿cómo habrán de traer collares de turquesas al cuello, y mantas ricas y plumajes verdes, como traen? ¿Cómo no les hacen mal los españoles? ¿Qué es lo que dicen éstos? Y salieron las señoras questaban en casa del cazonci, y preguntaron a don Pedro qué nuevas traía al cazonci. Respondióles don Pedro: “Señoras, muy buenas nuevas le truje: que no vienen airados ni enojados los españoles, que no sé lo que le dicen estos principales.” Y espantáronse aquellas señoras y retorciánse las manos, y lloraban, y decíanle: “Pésenos que no les habías traído estas nuevas de placer.” Y tenía mucha pena don Pedro consigo, porque estaba solo y aún no había venido su hermano Uitzitziltzi. Y entróse el cazonci en un aposento de su casa, y llamábanle aquellos principales y decíanle: “Señor, vamos, sal acá.” Y el cazonci, hizo hacer secretamente un portillo en una pared de su casa que salía al camino y tomó todas sus mujeres, que era de noche, y hizo matar todas las lumbres, y salióse huyendo por allí y subióse al monte con sus mujeres, que estaba cerca, y ansí se libro de sus manos, y fueron tras él aquellos principales así borrachos como estaban y compuestos, y iban sonando sus cascabeles por el camino y el cazonci fuese a un pueblo llamado Urapan, obra de ocho o nueve leguas de la cibdad, y supiéronlo aquellos principales y fuéronse tras él, que iban preguntando por él, y llegaron donde él estaba, y díjoles: “Seáis bien venidos tíos: ¿cómo venís por acá?” Dijéronle: “Señor, venimos preguntando por ti: ¿dónde vamos, señor? Vamonos alguna parte muy lejos.” Y díjoles el cazonci: “Estémonos a ver aquí, a ver qué nuevas hay, y qué harán los españoles cuando vengan. Allá están aparejados Uitzitziltzi, y su hermano Cuinierángari: esperemos a ver, qué nuevas nos traerán, a ver si los maltratan.” Llegando los españoles a la cibdad, como supieron todos los caciques y señores questaban en la cibdad, quel cazonci se había ido, paráronse muy tristes, y dijeron: “¿Cómo se fue? ¿No tuvo compasión de nosotros? ¿A quién queremos hacer merced sino a él? Muy malos son los que le llevaron.” Y llegaron diez mexicanos a la cibdad, que enviaba Cristóbal de Olí, y como vieron a toda la gente triste, dijeron a los principales: “¿Por qué estáis tristes?” Y dijéronle: “Nuestro señor el cazonci es ahogado en la laguna.” Dijeron ellos: “¿Pues qué haremos? Tornémonos a rescibir a los que nos enviaban, que cosa es ésta de importancia.” Y volviéronse los mexicanos y hiciéronselo saber a Cristóbal de Olí, cómo el cazonci era ahogado. Dijo Cristóbal de Olí: “Bien está, bien está, vamos, que llegar tenemos a la cibdad” Y antes que llegasen los españoles, sacrificaron los de Mechuacán ochocientos esclavos de los que tenían encarcelados, porque no se les huyesen con la venida de los españoles, y se hiciesen con ellos, y saliéronles a rescibir de guerra Uitzitziltzi y su hermano don Pedro y todos los caciques de la provincia y señores con gente de guerra, y llegaron a un lugar, obra de media legua de la cibdad, por el camino de México, en un lugar llamado Apí[o] y hicieron allí una raya a los españoles y dijéronles que no pasasen más adelante, que les dijesen a qué venían, y que si los venían a matar. Respondióles el capitán: “No os queremos matar: veníos de largo aquí adonde estamos: quizá vosotros nos queréis dar guerra.” Dijeron ellos: “No queremos.” Díjoles el capitán Cristóbal de Olí: “Pues dejá los arcos y flechas y vení donde nosotros estamos, y dejáronlos y fueron donde estaban los españoles, parados en el camino todos los señores y caciques con algunos arcos y flechas, y rescibiéronlos muy bien y abrazáronlos a todos, y llegaron todos a los patios de los cúes grandes y soltaron allí los tiros, y cayéronse todos los indios en el suelo de miedo, y empezaron a escaramuzar en el patio, que era muy grande, y fueron después a las casas del cazonci y viéronlas y tornáronse al patio de las cinco cúes grandes, y aposentáronse en las casas de los papas, que tenían diez varas que ellos llaman pirimu, en ancho, y en los cúes, questaban las entradas de los cúes y las gradas llenas de sangre, del sacrificio que habían hecho. Y aun estaban por allí muchos cuerpos de los sacrificados, y llegábanse los españoles, y mirábanles si tenían barbas, y como subieron a los cúes y echaron las piedras del sacrificio a rodar por las gradas abajo, y a un dios questaba allí llamado Curita caheri, mensajero de los dioses, y mirábalo la gente y decían: “¿Por qué no se enojan nuestros dioses? ¿cómo no los maldicen?.” Y trujeronles mucha comida a los españoles, y no había mujeres en la cibdad, que todas se habían huído y venido a Pátzquaro, y a otros pueblos, y los varones molían en las piedras para hacer pan para los españoles, y los señores y viejos. Y estuvieron los españoles seis lunas en la cibdad (cada una cuenta esta gente veinte días) con todo su ejército, y gente de México, y a todos les proveían de comer pan y gallinas, y huevos, y pescado que hay mucho en la laguna, y desde ha cuatro días que llegaron, empezaron a preguntar por los ídolos, y dijéronles los señores que no tenían ídolos. Y pidiéronles sus atavíos, y lleváronles muchos plumajes, y rodelas, y máscaras, y quemáronlo todo los españoles en el patio. Después desto, empezáronles a pedir oro, y entraron muchos españoles a buscar oro a las casas del cazonci.

XXVI

Del tesoro grande que tenía el cazonci, y dónde lo tenía repartido; y cómo llevó
don Pedro al marqués docientas cargas de oro y plata, y de cómo mandó
matar el cazonci unos principales porque le habían querido matar

Tenía pues el cazonci de sus antepasados, mucho oro e plata en joyas de rodelas y brazaletes, y medias lunas y bezotes y orejeras, que tenía para sus fiestas y areitos. E inquiriose de los que lo guardaban, qué tanta cantidad sería, y dellos dijeron, y otros aun no han dicho, tenía en su casa cuarenta arcas, veinte de oro y veinte de plata, que llamaban chuperi, dedicado para las fiestas de sus dioses. Mucha cosa debía de ser. Tenía ansí mismo joyas suyas en su casa, en otra parte, llamada Ychechemirenba, en gran cantidad; tenía ansí mismo, en una isla de la laguna llamada Apúpato, diez arcas de plata fina en rodelas; en cada arca doscientas rodelas y mitras para los cativos que sacrificaban, y mil e seiscientos plumajes verdes Curicaueri, otros tantos la diosa Xarátanga, y otro su hijo Manouapa, y cuarenta jubones de pluma rica, y cuarenta de pluma de papagayos. Estos habían puesto allí sus bisagüelos del cazonci. Tenía ansí mismo en otra casa, otras diez arcas de rodelas; en cada arca doscientas rodelas, que no era muy fina la plata, y habíala puesto allí su padre del cazonci muerto llamado Zuanga; y cuatro mil e setecientos plumajes verdes, y cinco jubones de aquella pluma rica llamada chatani, y cinco de papagayos. En otra isla llamada Xanecho tenía ocho arcas de rodelas de plata, y mitras llamadas angáruti, plata fina: cada docientas rodelas en cada arca y mitras de plata, y unas como tortas redondas llamadas curinda cuatrocientas, y esta plata había puesto allí su padre llama Zuangua, dedicadas a la luna.

Ansí mismo tenía [en] otra isla llamada Pacandan, cuatro arcas de rodelas de plata fina, cada cien rodelas en cada arca, y veinte rodelas de oro fino que estaban repartidas en aquellas arcas: en cada arca, cinco. Estaban allí sus guardas y de padres a hijos venía por su subcesión guardar este tesoro. Y hacían sementeras y ofrescíanlas a aquella plata y había un tesoro mayor sobre todo.

Así mismo tenía en otra isla llamada Urandeni otro tesoro de oro en joyas. No me han dicho el número que era.

En la misma isla de Apúpato tenía otro tesoro de plata.

Dice adelante la historia: Pues como entraron los españoles en sus casas del cazonci, donde estaban las cuarenta cajas, veinte de oro y veinte de plata en rodelas, empezaron a hurtar de las cajas, que debían de ser algunos mozos, y metíanlas debajo las capas, y viéronlos las mujeres del cazonci y salieron tras ellos con unas cañas macizas y empezáronles de dar de palos. Aunque estaban con sus espadas, no les osaron hacer mal. Mas ponían las manos en las cabezas por defenderse de los palos, y a unos se les caían por huir: otros las llevaban, y estaban por allí los principales y las mujeres empezáronlos a deshonrar diciéndoles que para qué traían aquellos bezotes de valientes hombres, que no eran para defender aquel oro y plata que llevaba aquella gente, que no tenían vergüenza de traer bezotes. Y los principales dijéronles que no les hiciesen mal, que suyo era aquello de aquellos dioses que lo llevaban. Sabiendo Cristóbal de Olí de aquellas arcas, hízolas sacer fuera, y lleváronlas a las casas de los papas, donde ellos posaban, y abriéronlas y empezaron a escoger las rodelas más finas; y las que no eran tanto, poníanlas en otra parte, y partíanlas por medio con las espaldas, y pusiéronlas en unas mantas y hicieron doscientas cargas dellas, y mandó el capitán Cristóbal de Olí a don Pedro, que llevase todo aquel oro y plata a México al gobernador, el señor Marqués del Valle. Y dijo que fuesen de veinte en veinte indios, que si viesen unos a otros por el camino: y pusiéronles unas banderillas encima de las cargas, y dijéronles a los tamemes, que se viesen unos a otros por el camino, y que viesen aquellas banderillas. Y llegó don Pedro y unos españoles que iban con aquellas cargas y presentáronlo al Marqués que estaba a la sazón en un pueblo de México llamado Cuyacan, y contaron las cargas, y preguntó el Marqués a don Pedro, que dónde estaba el cazonci, que dónde había ido. Díjole don Pedro: “Señor, ahogóse en la laguna, pasándola por venir de presto a saliros a rescibir.” Díjole el Marqués: “Pues ques muerto, ¿quien será señor? ¿no tiene algunos hermanos?” Díjole don Pedro: “Señor, no tiene hermanos.” Díjole el Marqués: “Pues ¿qué se ha hecho de Uitzitziltzi? ¿qué parentesco tiene con él?” Díjole don Pedro: “.No tiene parentesco con él: yo y él somos hermanos de un vientre.” Díjole el Marqués: “Ese será señor: seas bien venido.” Entonces dióle unos collares de turquesas, y díjole: “Estos tenía para dalle al cazonci: empero pues se ha ahogado, echalo allí donde se ahogó, para que lo lleve consigo.” Después que le mandó dar de comer, díjole el Marqués: “Ve a México y verás cómo le destruímos”. Y lleváronle unos prencipales a México, que nunca había ido allá, en toda su vida ni sus antepasados muchos tiempos había, y saliéronle los señores a rescibir y diéronle flores y mantas ricas, y dijéronle a él, e a otros prencipales que iban con él: “Bien seáis venidos, chichimecas de Mechuacán; ahora nuevamente nos habemos visto: no sabemos quién son estos dioses, que nos han destruido y nos han conquistado: ¡Miró esta cibdad de México, nombrada de nuestro dios Tzintzuuiquixo, cuál está toda desolada! A todos nos han puesto naguas de mujeres. ¡Cómo nos han parado tan bien! ¿Os han conquistado a vosotros que érades nombrados? Sea ansí como han querido los dioses. Esforzaos en vuestros corazones. Esto habemos visto e sabido nosotros que somos muchachos. No sé qué supieron y vieron nuestros antepasados. Muy poco supieron. Nosotros lo habemos visto y sabido siendo muchachos.” Respondióles don Pedro y dijo: “Ya, señores, me habéis consolado con lo que nos habéis dicho: ya nos habéis visto: ¿cómo nos viéramos y visitáramos, si no nos trataran desta manera? Seamos hermanos por muchos años, pues que ha placido a los dioses que quedemos nosotros y escapamos de sus manos, sirvámoslos y hagámoslos sementeras. No sabemos qué gente vendrá: mas obedezcámoslos. Baste esto y tornémonos a Cuyacan al Marqués, pues habemos visto a México. Y diéronse unos a otros mantas ricas, y otras joyas, y volvió don Pedro con los suyos a Cuyacan y envió el Marqués que los saliesen a rescibir. Y habían traído unas cartas de la cibdad de Mechuacán, que decían haber hallado al cazonci, y llamó el Marqués a don Pedro y díjole: “Ven acá: ¿por qué me dejiste que era ahogado el cazonci, que dicen questá en el monte escondido? Que dos prencipales amedrentaron y ellos lo descubrieron.” Díjole don Pedro: “Quizá ansí es como dicen; quizá salió [a] alguna parte de la laguna en alguna isla pequeña, y se iría huyendo y no le vimos cuando se fue.” Y empezó a llorar de miedo que le habían de mandar matar y díjole el Marqués: “No llores: ve a tu tierra, mañana te daré una carta y de aquí a tres días, te irás.” Díjole don Pedro: “Sea ansí, señor, bien es lo que dices.” Y al siguiente día diéronle una carta, y dióle muchos charchuis y turquesas para él y díjole: “Di al cazonci, que venga donde yo estoy: que no tenga miedo, que se venga a sus casas a Mechuacán; que no le harán mal los españoles, y vendráme a visitar.” Y despidióse, y vino a Mechuacán, y juntáronse los señores y caciques, y contóles cómo les había ido, y lo que decía el Marqués y holgáronse mucho, y fueron por el cazonci, Uitzitzilti y dos españoles, y adelantóse de los españoles y llegó a Uruapan, donde estaba el cazonci, y díjole: “Señor, vamos a la cibdad, que vienen por ti dos españoles, y yo me adelanté: no hayáis miedo, esfuérzate.” Y díjole el cazonci: “Vamos hermano, no sé donde me hicieron venir los que me han tratado desta manera por rencor que tienen conmigo, que de verdad no son mis parientes.” Y como se quisiese partir, dijéronle aquellos prencipales que le habían quisido matar: “Señor, ¿qué haremos?” Díjoles: “Allá voy a Mechuacán” y quedáronse allí aquellos prencipales, y toparon con los españoles y abrazáronle y dijéronle: “No hayas miedo que no te harán mal; que por ti venimos.” Díjoles el cazonci: “Vamos, señores.” Y llegaron a Pátzcuaro, y salióle a recibir don Pedro y saludóle, y díjole: “Señor, seas bien venido.” Díjole el cazonci: “Y tú también, seas bien venido, hermano. ¿Cómo te fué? ¿dónde fuiste?” Díjole don Pedro: “Muy bien me fué, y no hay ningún peligro: todos los españoles están alegres: dice el capitán que vayas a velle allá a México.” Dijo el cazonci: “Vamos, pues, que ya me traen.” Y llegaron a la cibdad, y empezaron a ponelle guardas al cazonci, porque no se les escondiese otra vez y pidiéronle oro y llamó sus prencipales y díjoles: “Vení acaí, hermanos: ¿dónde llevaron el oro que estaba aquí.” Dijeron: “Señor, ya lo llevaron todo a México.” Díjoles el cazonci: “¿Dónde iremos por más? Mostrémosles lo que está en las islas de Pacandan y Urandén. Y envió unos prencipales que se lo mostrasen a los españoles, y vinieron los españoles de noche y ataron todo aquel oro en cargas y hicieron ochenta cargas de aquel oro de rodelas y mitras y lleváronlo de noche a la cibdad y dijo Cristóbal de Olí al cazonci: “¿Por qué das tan poco? trae más, que mucho oro tienes ¿para qué lo quieres?” Y decía el cazonci a sus prencipales: “¿Para qué quieren este oro? débenlo de comer estos dioses, por eso lo quieren tanto”. Y mandó que mostrasen a los españoles más oro y plata questaba en una isla llamada Apúpato y hicieron sesenta cargas dello, y en otra isla llamada Utuyo, diez cajas, que hicieron de toda aquella vez trescientas cargas de oro y plata, y dijo el cazonci: “¿Qué haremos, que ya nos lo han quitado todo?” Dijo a los españoles que no tenían más y díjoles: “Esto que estaba aquí no era nuestro, mas de vosotros que sois dioses y ahora os lo lleváis porque era vuestro.” Díjole Cristóbal de Olí: “Bien está: quizás dices verdad que no tienes más; mas tu has de ir con estas cargas a México.” Díjoles el cazonci: “Que me place, señores, yo iré.” Y partióse para México con todos los señores y prencipales y caciques de la provincia y iba llorando por el camino y decía a don Pedro y su hermano Uitzitziltzi: “Quizás no me dijistes verdad en lo que me dejistes que estaban alegres los españoles en México: escapéme de las manos de aquellos prencipales que me querían matar, y vosotros me queréis hacer matar allá en México; y me habéis mentido.” Dijéronle ellos: “Señor, no te habemos mentido: la verdad te dijimos; cómo, ¿no llegarás allá y lo verás? mucho se holgarán con tu venida: di esto que dices allá, después que hayas llegado, y no aquí, y allá verás si mentimos, y allá creerás lo que te dijimos.” Y llegó a Cuyacan, donde estaba el Marqués, y holgóse mucho con él y rescibióle muy bien y díjole: “Seas bien venido; no rescibas pena; ancla a ver lo que hizo un hijo de Moctezuma; allí le tenemos preso porque sacrificó muchos de nosotros.” Y hizo llamar todos los señores de México el Marqués, y díjoles cómo era venido el señor de Mechuacán, que se alegrasen, y que le hiciesen convites, y que se quisiesen mucho y señalarónle al cazonci unas casas donde estuviese, y fue a ver el hijo de Moctezuma, y tenía quemados los pies y dijéronle: “Ya le has visto cómo está por lo que hizo; no seas tú malo como él.” Y estuvo allí cuatro días y hiciéronle muchas fiestas los mexicanos y alegrase mucho el cazonci y dijo: “Ciertamente son liberales los españoles, no os creía.” Y dijéronle los prencipales: “Ya, señor, has visto que no te mentíamos; no nos apartaremos de ti: nosotros entenderemos en lo que nos mandaren los españoles y los nauatlatos: come y huelga y no rescibas pena; veamos lo que dirán y nos mandarán. Y llamóle el Marqués y díjole: “Vete a tu tierra, ya te tengo por hermano. Haz llevar a tu gente estas áncoras; no hagas mal a los españoles que están allá en tu señorío, porque no te maten. Dales de comer y no pidas a los pueblos tributos, que los tengo de encomendar a los españoles.” Y díjole el cazonci que ansí lo haría, que ya le había visto y díjole: “Yo vendré a visitarte.” Y partióse con sus prencipales y venía holgando y jugando al patol por el camino y llegó a Mechuacán y los españoles no le hicieron mal y díjole el capitán: “Huelga en tu casa y reposa.” Y ninguno entraba en su casa porque lo había ansí mandado el capitán que no entrasen, sino sus prencipales. Y envió el cazonci a don Pedro con aquellas áncoras a Zacatula, que era por la fiesta a catorce de noviembre del presente año, y fueron a llevar las áncoras, mil e seiscientos hombres y dos españoles y dijéronle en el camino a don Pedro, que se compusiese, porque le viesen los señores de Zacatula. Y púsose muchos collares de turquesas al cuello y llevaron las áncoras, y volvióse a Mechuacán con mucho cacao que le dieron los españoles para Cristóbal de Olí. Luego como vino Pedro, llamóle el cazonci y díjole: “Ven acá ¿qué haremos de aquellos prencipales que me quisieron matar, por la soberbia que tuvieron que me escapé de sus manos? Ellos no escaparán de las mías: ve y mátalos que eres valiente hombre.” Díjole don Pedro: “Señor, sea como mandas.” Y partióse y llevó cuarenta hombres consigo, cada uno con sus porras, y pasó la laguna en amanesciendo y aquel prencipal llamado Timas, habíase huído a Capacuero y tenía sus espías puestas por los caminos. Ya sabía cómo le quería hacer matar el cazonci y estaba esperando quien le había de ir a matar. Y llegó don Pedro con la gente que llevaba, y hallóle asentado con collares de turquesas al cuello y unas orejeras de oro en las orejas, y cascabeles de oro en las piernas y una guirnalda de trébol en la cabeza, y estaba borracho. Y don Pedro llevaba una carta en la mano, y como le vio aquel prencipal, díjole: “¿Dónde vas?” Díjole don Pedro: “A Colina vamos, que nos envían allá los españoles”. Y llegose a él y díjole: “El cazonci ha dado sentencia de muerte contra ti.” Díjole aquel prencipal “¿Por qué: qué hecho yo?” Díjole don Pedro: “Yo no lo sé: inviado soy.” Díjole el prencipal llamado Timas: “¿Por qué viniste tú? ¿Eres tu valiente hombre? peleemos entrambos. ¿Con qué palearemos? Con arcos y flechas o con porras.” Díjole don Pedro: “Con porras pelearemos.” Díjole aquel prencipal: “¿Qué, eres muy valiente hombre? ¿dónde estuviste tú en el peligro de las batallas. donde pelean enemigos con enemigos? ¿Dónde mataste tú allí alguno? ¿a qué veniste tú? Seas bien venido. pues que mi sobrino el cazonci lo manda, sea ansí. Yo, poco faltó que no le maté a él; íos vosotros, que no me habéis de tratar: yo me ahorcaré mañana o esotro día, que sois muy avarientos los que venís y codiciosos los que me venís a matar.” Díjole don Pedro: “¿Dónde m% has inviado tú, que haya robado a nadie? Tú eres el que robaste al cazonci y a sus hermanos y mataste todos los señores, ¿por qué tienes vergüenza de morir?” Y entróse aquel prencipal en un aposento de su casa, y hízole saber a sus mujeres, y quemaron mucho hilo y de sus alhajas para llevar consigo, y trató una de aquellas mujeres, para llevar consigo, y tornó a salir donde estaba don Pedro y la gente que le venían a matar, y empezóles a dar de beber. Y tomó el vino don Pedro y arrojólo en el suelo y díjole aquel prencipal: “¿Por qué lo derramaste? ¿qué tenía?” Díjole don Pedro: “¿Vínete yo por ventura a visitar, para que me dieses a beber? Yo hambre tengo y no sed.” Díjole aquel prencipal: “¿Quién no sabe que eres valiente hombre, y que conquistaste a Zacatula?”. Y díjole don Pedro: “Burlas en lo que dices que conquisté yo a Zacatula. ¿No la conquistaron los españoles?” Y llegóse a él con todos los que llevaba consigo y asieron dél, y decía: “Paso, paso”; y acogotáronle con las porras, y quebráronle la cabeza y lleváronle arrastrando antes que muriese, y no supieron sus mujeres de su muerte, que pensaron que no le matarían tan presto. Y todos los que estaban con él huyeron de miedo, y entraron a su casa de los indios que llevaba don Pedro consigo, y empezaron a quitar las mantas a las mujeres, porque aquella costumbre era cuando mataban alguno, que le robaban todo cuanto tenía en su casa. Y díjoles don Pedro: “¿Por qué les quitais las mantas?” Dijeron ellos: “Esta costumbre es, señor.” Y mandóselas tornar y tornáronles sus mantas, y empezaron a llorar sus mujeres a aquel prencipal muerto, y a decir: “Ay señor; espéranos, que querernos ir contigo.” Y díjoles don Pedro: “No lloréis, quedaos aquí, que a él sólo matamos; no vais a ninguna parte: estaos con sus hijos, y no hayais miedo”, y trujeron su hacienda y enterraron aquel prencipal, en un lugar llamado Capacuero, y tornóse a la cibdad y tornóle a inviar el cazonci a matar los otros prencipales que le habían quisido matar, y quitóles toda su hacienda. Y fueron luego los españoles a conquistar a Colima y hasta las mujeres les llevaban las cargas, y fue por capitán de la gente que fue de guerra Uitzitziltzi y conquistaron a Colima, y no murió ningún español, y mataron y murieron muchos de Colima y sus pueblos. Y los indios de Mechuacán iban a la guerra con sus dioses vestidos como ellos solían en su tiempo, y sacrificaron muchos de aquellos indios y no les decían nada los españoles. Y volvieron los españoles y Uitzitziltzi a Pánuco con más gente y después con Cristóbal de Olí a las Higueras y allá murió. Y vinieron los españoles desde a poco a contar los pueblos y hicieron repartimiento dellos. Después de esto, fue el cazonci a México y díjole el Marqués si tenía hijos o don Pedro, y dijeron que no tenían hijos, qué prencipales había que tenían hijos. Y mandólos traer para que se ensiñasen [en] la doctrina cristiana en San Francisco, y estuvieron allá un año quince muchachos, que fueron por la fiesta de Mazcoto a siete de Junio, y amonestóles el cazonci que aprendieren, que no estarían allá más de un año. Y desde a poco hubo capítulo de los padres de San Francisco de Guaxacingo, y enviaron por guardián un padre antiguo muy buen religioso, con otros padres a la cibdad de Mechuacán, llamado fray Martín de Ch[a]?ves, y holgáronse mucho los indios. Tomóse la primera casa en la cibdad de Mechuacán, habrá doce años o trece, y empezaron a pedricar la gente y quitalles sus borracheras; y estaban muy duros los indios. Estuvieron por los dejar los religiosos dos o tres veces. Después vinieron más religiosos de San Francisco y asentaron en Ucareo, después en Tzinapéquaro y de allí fueron tomando casas y hízose el fruto que Nuestro Señor sabe en esta gente. De tan duros como estaban, se ablandaron y dejaron sus borracheras y idolatrías y cirimonias y babtizáronse todos cada día van aprovechando y aprovecharán con la ayuda de Nuestro Señor.

XXVII

De lo que decían los indios luego que vinieron españoles y
religiosos y de lo que trataban entre sí

Luego, como vieron los indios los españoles, de ver gente tan extraña y ver que no comían sus comidas de ellos, y que no se emborrachaban como ellos, llamábanlos tucupacha, que son dioses, y teparacha, que son grandes hombres, y también toman este vocablo por dioses, y acátzecha, ques gente que tray gorras y sombreros. Y después andando el tiempo, los llamaron cristianos. Decían que habían venido del cielo: los vestidos que traían decían que eran pellejos de hombres como los que ellos se vestían en sus fiestas; a los caballos, llamaban venados y otros tuycen, que eran unos como caballos quellos hacían, en una su fiesta de Cuingo, de pan de bledos, y que las crines, que eran cabellos postizos que les ponían a los caballos. Decían al cazonci los indios que primero los vieron, que hablaban los caballos, que cuando estaban a caballo los españoles, que les decían los caballos, por tal parte habemos de ir, cuando los españoles les tiraban de la rienda. Decían que el trigo y semillas y vino que habían traído que la madre Cuerauáperi se lo había dado, cuando vinieron a la tierra. Cuando vieron los españoles, cuando vieron los religiosos con sus coronas y ansí vestidos pobremente y que no querían oro ni plata, espantábanse, y como no tenían mujeres, decían que eran sacerdotes del dios, que había venido a la tierra, y llamábanlos curitiecha, que eran sacerdotes que traían unas guirnaldas de hilo en las cabezas y unas entradas hechas. Espantábanse cómo no se vestían como los otros españoles, y decían: “Dichosos éstos que no quieren nada.” Después unos sacerdotes y hechiceros suyos, hiciéronles en creyente a la gente, que los religiosos eran muertos, y que eran mortajas los hábitos que traían, y que de noche, dentro de sus casas, se deshacían todos y se quedaban hechos huesos, y dejaban allí los hábitos, y que iban allá al infierno donde tenían sus mujeres, y que vinían a la mañana. Y esta ironía duroles mucho, hasta que fueron más entendiendo. Decían que no morían los españoles, que eran inmortales. También aquellos hechiceros hicieronles en creyente, que el agua con que se bautizaban, que les echaban encima las cabezas, y que era sangre, y que los hendían las cabezas a sus hijos y por eso no los osaban bautizar, que decían que se les habían de morir. Llamaban a las cruces Santa María, porque no habían oído la doctrina y tenían las cruces por dios, como los quellos tenían. Cuando les decían que habían de ir al cielo, no lo creían y decían: “Nunca vemos ir ninguno.” No creían nada de lo que les decían los religiosos, ni se osaban confiar dellos. Decían, que todos eran unos, los españoles, y ellos pensaban que ellos se habían nascido ansí los frailes, con lo hábitos; que no habían sido niños. Y duróles mucho esto, y aun agora aun no sé si lo acaban de creer que tuvieron madres. Cuando decían misa, decían que miraban en el agua, que eran hechiceros. No se osaban confiar, ni decían verdad en las confisiones, pensando que los habían de matar, y si se confesaba alguno, estaban todos acechando cómo se confesaba, y más si era mujer. Preguntábanles después qué les habían dicho o preguntado aquel padre, y ellos decíanlo todo. A las mujeres de Castilla llamaban cuchaecha, que son señoras y diosas. Decían que hablaban las cartas que les daban para llevar alguna parte, y por esto no osaban mentir alguna vez. Maravillábanse de cada cosa que vían. Como son amigos de novedades, las herraduras de los caballos decían que eran cotaras y zapatos de hierro de los caballos. En Tlaxcala trujeron para los caballos sus raciones de gallinas, como para los españoles. Lo que les predicaban los religiosos espantábanse de oíllo, y decían que eran hechiceros, que les decían lo que ellos hacían en sus casas, o que alguno se lo venía a decir, o que era lo quellos les habían confesado.

XXVIII

Cómo fue preso el cazonci y del oro y plata que dio a Nuño
de Guzmán. Esta relación es de don Pedro Gobernador

Después que vinieron a esta provincia españoles, estuvo el cazonci algunos años, y mandó la cibdad de Mechuacán, y todavía tenían reconoscimiento los señores de los pueblos que era su señor, y le sirvían secretamente. Invió el señor Marqués a la cibdad, un hombre de bien llamado Caicedo, que tuviese en cargo los indios de la cibdad. Y tenía consigo un intérprete, buena lengua, español, según dicen, y por mal tratamiento que hacía a los indios, estando el cazonci ausente, questaba en Pátzcuaro, emborracháronse aquellos prencipales, y tomaron sus arcos y flechas y fueron tras él, que huyó, y era gran corredor, y alcazáronle cuatro dellos y flecháronle, y él antes que le flechasen, dio de puñaladas a uno dellos, y matóle. Después súpolo la justicia, y vino a hacer justicia desde México el bachiller Ortega, y aporreó aquellos prencipales, que habían sido en la muerte de aquel mancebo intérpetre. Como vinieron los religiosos de San Francisco, bautizóse el cazonci y llamóse don Francisco y dio dos hijos que tenía, para que los enseñasen los religiosos. Ansí mismo los españoles no trataban bien los indios y desmandábanse, y mataron otro español en Xicalán, pueblo de Uruapan, y el bachiller Ortega hizo muchos dellos esclavos, y despoblóse casi aquel pueblo, y ansí mismo murieron más españoles en otros pueblos. Decían que lo mandaba el cazonci. El se excusaba, y decía que matasen a los indios que los habían muerto; que él no los había mandado matar. Por esto, y por el servicio que le hacían los indios de los pueblos, los españoles concibieron contra él ira, y quejáronse dél, que mandaba matar los españoles, y que bailaba con los pellejos de los españoles vestido: que robaba los pueblos; que había hecho gente de guerra contra los españoles: que la había inviado a un pueblo llamado Cuinao, que la tenía allí para matar los españoles. En este tiempo, vino por presidente desde Pánuco, Nuño de Guzmán. Aquí se contará la relación que don Pedro dio, ques agora gobernador, de la muerte del cazonci, que se halló en ella, y súpolo todo cómo pasó, y es esta siguiente:
Vino Nuño de Guzmán a México por Presidente. Antes que llegase envió el Marqués a Andrés de Tapia, al cazonci, y díjole: “El Marqués me envía y dice que viene otro señor a la tierra, que ha de estar en México y ha de ser gobernador, que se lo haga saber de su venida, y que si le pidiere oro o plata, que no se lo dé, que envíe todo su tesoro de oro y plata donde yo estoy, que no se esconda nada ni que dé nada, que si se lo pidiere Nuño de Guzmán que le diga que ya me lo invió a mí, para llevar al Emperador”. Pues como viniese Tapia y dijese esto al cazonci, díjole el cazonci: “Así debe ser la verdad: aun quedó un poco de oro y plata de lo pasado que nos dejaron; llévalo ¿para qué lo queremos nosotros? Del Emperador es.” Y trujéronle por dos veces oro y plata en cantidad, que llevó al Marqués y fuese Tapia. Llegó Nuño de Guzmán a México. En llegando, invió por el cazonci, y vino a prendelle Godoy, ques agora alguacil mayor en esta cibdad, y prendió al cazonci y a don Pedro, y a otro señor llamado Tareca de Xanoato, pueblo de Oliver, diciendo que era muy prencipal y que era pariente del cazonci; y a otros muchos, y llevólos al pueblo de Cuyxeo, y decíales que no estuviesen tristes, que los llamaban el presidente Nuño de Guzmán. Dijo el cazonci: “Vamos, ¿por qué habemos de estar tristes? quizá nos quiere decir algo.” Díjoles Godoy: “No os tardaréis allá mucho; se holgará con vuestra vista.” Pues llegaron a México y holgóse mucho Nuño de Guzmán con el cazonci y con don Pedro y díjoles: “Seáis bien venidos; yo os hice llamar: mañana hablaremos, los a holgar y veníos aquí luego por la mañana.” Luego por la mañana invió Nuño de Guzmán por ellos y fueron delante dél y díjoles: “¿Cómo venís desnudos? ¿qué me traéis? ¿Cómo, no sabéis que soy venido?” Dijeron ellos: “Señor, no te traemos nada, porque nos partimos luego.” Díjoles Nuño de Guzmán: “¿Quién de vosotros verá a Mechuacán?, que tengo un negocio grande: Cómo, ¿no habéis oído dónde se llama Tehuculuacan [tachado] y otro pueblo llamado Ciuatlan donde hay mujeres solas?” Respondiéronle ellos: “No lo habemos oído.” Díjoles Nuño de Guzmán: “¿No os lo dijeron los viejos vuestros antepasados?” Dijeron ellos: “No nos dijeron nada.” Díjoles Nuño de Guzmán: “Pues allá habemos de ir, a aquellas tierras: hacé muchos jubones de algodón y muchas flechas y rodelas y veinte arcos con sus casquillos de cobre, e muchos alpargates e cotaras: encomendadlo a uno de vosotros que vaya a entender en ello.” Díjole el cazonci: “Este irá, ques mi hermano, don Pedro.” Díjole Nuño de Guzmán: “Quédate tu aquí y espérame y iremos juntos, que tengo de ir a la guerra. Envía por el oro que tienes allá en Mechuacán.” Díjole el cazonci: “Señor, no tengo oro, ya lo trajo todo Tapia.” Díjole Nuño de Guzmán: “¿Por qué se lo distes?” Díjole el cazonci: “Porque nos lo pidieron como agora tú.” Díjole Nuño de Guzmán: “¿Por qué creístes a Tapia?” Díjole el cazonci: “También irá don Pedro y entenderá en buscar si ha quedado algo, para traerte.” Díjole Nuño de Guzmán: “Aquí has de quedar tú, entre tanto, y un cristiano ha de estar contigo que te guarde; no tengas pena: cómo ¿no estás aquí en tu casa, estando en la mía?” Díjole el cazonci: “Mejor sería que fuese a otra parte a posar.” Díjole Guzmán: “No quiero que vayas: bien estás aquí en mi casa. Si quisieres ir alguna parte, paséate por ese terrado.” Díjole el cazonci: “Bien, basta lo que dices.” Y metióle un español en un aposento y despidió a don Pedro y díjole: “Ve hermano allá a nuestra tierra: gran cosa es ésta: no lo quiere hacer con nosotros mansamente y despacio; busquemos un poco de oro que le demos. Pregunta allá quién tiene oro y envíalo aquí, para que le demos.” Díjole don Pedro: “Señor, ¿dónde lo habemos de traer?” Díjole el cazonci: “Allá lo platicareis vosotros.” Y dispidióse del cazonci y díjole: “Señor, quédate en buen hora: esfuérzate, come, que de nosotros es padecer, y que nos traten desta manera.” Díjole el cazonci: “Ansí será; vete en buen hora.” Y vino a Mechuacán, y hizo saber lo que pasaba a los prencipiantes y empezaron a llorar todos y buscaron oro y plata y llegaron seiscientas rodelas de oro y otras tantas de plata, y dábale priesa un intérpetre de Guzmán llamado Pilar, al cazonci, porque no traía el oro y díjole: “Cuando lo traigan, muestrámelo a mí primero.” Y como llevaron todo aquel oro y plata a México, mostráronlo al nauatlato susodicho llamado Pilar, y tomó secretamente, sin sabello Nuño de Guzmán, doscientas rodelas de aquellas ciento de oro y ciento de plata y díjoles a los prencipales: “Seáis bien venidos: yo hablaré por el cazonci; no tengais miedo.” Y mostraron el otro oro a Nuño de Guzmán, y dijo el cazonci: “¿Por qué traéis tan poco?; eres muchacho: envía por más.” Y era de noche cuando se lo llevaron y dijo que lo metiesen dentro en su aposento, y no dejaban entrar ningún prencipal donde estaba el cazonci. Y estaba allí Abalos solo con él por nauatlato y nunca salía fuera el cazonci y el carcelero español o aquella guarda que tenía, pidíale oro al cazonci, y decía que le dejaría salir y pagábaselo. Cada vez que había de salir, le daba dos tazas de oro y otras dos de plata, y no le dejaba salir más de a la puerta a hablar con sus prencipales y después le hacía entrar dentro. Tornó a inviar el cazonci y dijo a los prencipales: “Id otra vez a mi hermano don Pedro y decidle: Qué, ¿te tengo de hermano? Cómo, ¿no soy hombre? questos me tienen ansí. Que traiga más oro.” Y vinieron los mensajeros y hiciéronlo saber en Mechuacán cómo estaba el cazonci, y dijeron los prencipales: “¿Qué haremos? ¿Dónde lo habemos de haber? Busquémoslo por ahí.” Y buscaron cuatrocientas rodelas de oro y otras tantas de plata y lleváronlo a México, y mostráronlo al nauatlato Pilar, como les tenía mandado, y tomó secretamente cien rodelas de oro y ciento de plata, y dijéronle los prencipales: “Señor, ¿qué haremos?: pues que tú tomas todo esto. Cómo ¿no hablarías por nosotros y iríamos con nuestro señor el cazonci a una casa fuera de aquí en la cibdad, donde nos habemos de ir? Díselo a Nuño de Guzmán.” Díjoles el nauatlato: “Vamos, no tengais miedo, yo se lo diré.” Y mostraron el otro oro y plata a Guzmán, y díjole el cazonci: “¿Por qué traéis tan poco? no tenéis vergüenza. Cómo, ¿no soy yo señor?” Díjole el cazonci: “.¿Dónde lo habemos de haber? ¿Es otra cosa de por ahí? Ya, ¿no lo han traído todo?” Díjole Guzmán: “Mucho hay, eres tu señor pequeño si no me lo traes, yo te trateré como mereces, que tú eres un bellaco y desuellas los cristianos. Pues sabiendo yo esto, ¿cómo te he tratado? ¿para qué quieres el oro? Tráelo todo, porque los cristianos todos están enojados contra ti, que dicen que les hurtas de los pueblos los tributos y les robas los pueblos y dicen que te mate por la pena que les das. Yo no los creo. ¿Por qué no me crees esto que te digo? ¿quieres morir?” Díjole el cazonci: “Pláceme de morir.” Dijo Guzmán: “Bien está, metedle allá dentro, que quiere morir, y no salga fuera. ¿Por ventura reiste de lo que te digo, porque no te he maltratado?” Y metiéronle dentro en un aposento donde él estaba, y empezó a llorar y dijo: “¿Qué haremos? Id otra vez a don Pedro, mi her[mano], que pida el oro questá en Uruapan, lo que ofresció a los dioses mi agüelo, y lo questá en Tzacapu y lo de pueblo de Naranxan y lo de Cumanchen, y lo questá en Uaniqueo porque aquello es mío y no se lo tomo a los caciques. Quizá los caciques desos pueblos no mirarán la miseria en que estoy y no lo darán sabiendo lo que dicen que robo los pueblos de los españoles, que aquí se han quejado a Guzmán.” Y llegaron los mensajeros a Mechuacán y fueron por los pueblos susodichos y hicieron saber a los caciques lo que decía el cazonci, y dijeron los caciques: “¿Por qué no lo habemos de dar? De verdad, que suyo es lo que está aquí.” Y trujéronlo todo a Mechuacán, doscientas rodelas de oro y doscientas de plata y lunetas de oro y orejeras y brazaletes y lleváronlo a México y el nauatlato Pilar tomó secretamente, sin que lo viese Guzmán, como solía, cien joyas de aquellas, entre brazaletes de oro y lunetas y orejeras; y llevaron lo otro a Guzmán, y como lo vio Guzmán, arrojólo en el suelo y dióle con el pie. Y era de noche cuando se lo llevaron. Y estuvo el cazonci en México preso nueve lunas. Cada luna es veinte días.

XXIX

Cómo vino Nuño de Guzmán a conquistar a Xalisco y [ta chado] hizo quemar el cazonci

Pues vinieron mensajeros como Nuño de Guzmán venía a la conquista de Xalisco, con la gente de guerra, y antes que se partiese, vieron los indios en el cielo una gran cometa, y llegó a Mechuacán con toda su gente. Ya estaban hechos los jubones de algodón que mandó hacer, cuatrocientos dellos y cuatrocientos arcos, y doscientas flechas de casquillos de metal, hachas y mucho número de las otras de cobre. Y tenían recogidas cuatro mil cargas de maíz y infinidad de gallinas. Y saliéronle a rescibir los señores, y traía consigo el cazonci, y díjole Guzmán: “Ya has venido a tu casa. ¿Dónde quieres estar? ¿Quieres que estemos juntos en mi posada, o irte a tu casa?” Y díjole el cazonci: “Bien querría ir un poco a mi casa, y veré mis hijos.” Y díjole Guzmán: “¿A qué has de ir? Ya no has venido a tu tierra, y estas casas no son tuyas donde estás agora. Haz llamar aquí a tus hijos e tu mujer, que ningún español entrará en tu aposento, y aquí te entoldarán una cama y estarás allí.” Díjole el cazonci: “Sea ansí. ¿Cómo tengo que quebrar tus palabras? Sea como quieres. Bueno es eso que dices.” Dijo el cazonci a sus criados: “ld a decir a los viejos y a mis mujeres que ya no me verán más: que las consuelen los viejos; que no siento bien de mi hecho: que pienso que tengo que morir: que miren por mis hijos y no los desamparen, que cómo me ha de ver aquí, y que se aparejen y den de comer a los españoles, porque no me echan a mí la culpa los españoles si hay alguna falta: que ahí están los prencipales que tienen en cargo la gente para lo que fuere menester.” El siguiente día llevaron a Guzmán los jubones de algodón, y todo lo que había mandado hacer y enojóse y dijo: “¿Por qué traes tan pocos?” Y dijo al cazonci: “Todos los has llevado a Cuinao, y por eso traes tan poco.” Y sacó la espada y dio despaldarazos con ella. a don Pedro, y hizo echar prisiones al cazonci y a don Pedro y hizo llevar al cazonci a las casas de don Pedro al nauatlato Pilar, y a Godoy, para que los amedrentasen y que dijese del tesoro que tenía. Y como le llevaron de noche, empezáronle a preguntar: “¿Es verdad que fueron ocho mil hombres de guerra a Cuynapan, y que llevaron allá todos los jubones de guerra y armas? Decí la verdad. ¿Cómo es aquella tierra? ¿Por que camino habemos de ir?” Respondió el cazonci y don Pedro y dijéronles: “No sabemos el camino.” Dijéronles los españoles: “Cómo, ¿no sois amigos los de Cuynaho y vosotros y entráis a ellos?. Dijeron ellos: “No sabemos esa tierra.” Dijéronle los españoles al cazonci: “Cómo has venido aquí. No tienes vergüenza, cómo estés. ¿Cuándo, pues, le has de demostrar el tesoro que tienes a Nuño de Guzmán, questá muy enojado, y tienen allí un brasero de ascuras?” Haciendo ademán que le querían quemar los pies, dijo el cazonci: “¿Dónde tengo de traer más oro?” Dijéronle los españoles: “Cómo, ¿quieres morir?” Y empezaronles a dar tormento y colgábanlos, y estaba allí un señor de la nauatlatos, llamado Juan de Ortega, y diéronle tormento en sus partes vergonzosas con una verdasca y súpolo el padre fray Martín, que era guardián en la dicha cibdad, que se lo hicieron saber los muchachos, y tomó un crucifijo y vino a la casa de don Pedro, y los españoles que les estaban dando tormento dejáronlos y echaron a huir. Y díjoles el padre: “¿Por que lo traéis desta manera?” Respondieron los españoles: “No nos quieren decir del camino que les preguntamos, y por eso los tratamos ansí.” Díjoles el padre al cazonci y a don Pedro: “¿Pues sabéis el camino?” Respondieron ellos: “No lo sabemos ¿habemos de decir lo que no sabemos?” Díjoles el padre: “Pues ¿por qué los tratáis desta manera?, pues no saben el camino.” Dijeron ellos: “Nosotros no les hacemos mal.” Y tornóse el padre al monesterio, y dijeron los españoles al cazonci y a don Pedro: “Vamos donde está Nuño de Guzmán.” Y hiciéronlos llevar a cuestas y lleváronlos donde se había aposentado Nuño de Guzmán y prendieron a Abalos y a don Alonso y estaba muy enojado Guzmán y díjoles: “Bellacos ¿quién lo dijo al padre? ¿tengoos de dejar de llevar a la guerra, aunque el padre vaya tras vosotros?” Y queríase partir Guzmán, y pidió al cazonci ocho mil hombres, y díjole al canzonci: “Envía por todos los pueblos; si no traes tantos como te digo, tu lo pagarás.” Dijo el cazonci: “Señor, envié vosotros por los pueblos, pues son de vosotros.” Díjole Guzmán: “Tú solo has de inviar ¿cómo, no eres señor?” Entonces invió el cazonci por todos los pueblos sus prencipales, y díjoles también Guzmán: “Haz traer todo el oro de los pueblos.” Díjole el cazonci: “No lo querrán dar, aunque envíe ¿por qué tengo de inviar?” Díjole Guzmán: “Si no tuvieren oro, dales tú una trox a los caciques, para que me traigan.” Y trujeron ocho mil hombres de los pueblos y contáronlos y mostráronselos a Guzmán: “Basta; bien está. Mira que no se huya nadie: que no han de hacer más de llevarme hasta donde voy y se volverán; de aquí a tres días me partiré. Ya no tengo de hablar más en esto.” Y empezaron a tomar los españoles los ocho mil hombres que habían traído, y repartillos entre sí, quien más podía, sin contallos, y huyóse mucha gente, y echaron presos los señores, y al cazonci llevaronle en una hamaca con unos grillos. Y partiéronse todos los españoles y llegaron a un río de los chichimecas, doce leguas de la cibdad, y asentaron allí cabe aquel río. Ya el cazonci estaba descolorido, y no quería comer nada y estaba como negro el rostro. Y mostráronle los prencipales las cargas cómo venían todas, que no habían dejado los tamemes ninguna en el camino, y elijo: “Bien, está, bien está, guardadlas bien.” Y Ileváronlos a la posada del mayordomo de Nuño de Guzman, y echaron también prisiones a los nauatlatos y a Abalos echáronle unos grillos dos días y llevaron unos españoles al cazonci apartado, donde no andaban españoles, a unos herbazales, a la ribera del río y empezáronle a preguntar y decir: “Muestra los pellejos de los cristianos que tienes; si no los haces traer aquí, [a]quí te tenemos de matar. Si los hicieres traer iráste a tu casa, y serás señor como lo eras, y también has de decir la verdad si fueron ocho mil hombres a Cuynao, si llevaron los jubones de guerra y arcos y flechas y si verdad que habéis hecho allí hoyos, donde caigan los caballos.” Díjoles el cazonci: “Señores, no es verdad nada deso.” Dijéronle los españoles: “Di la verdad.” Y atáronle las manos y echábanle agua por las narices y empezaron a preguntarlle por el tesoro que tenía y un ídolo de oro grande y decíanle: “Es verdad que tienes un ídolo grande oro.” Díjoles el cazonci: “No tengo, señores.” Dijeron: “Cómo: ¿no tienes más oro?” Díjoles el cazonci. “Yo lo preguntaré a ver si hay más.” Dijéronle los españoles: “Nosotros iremos por ello: ¿dónde está?” Díjoles el cazonci: “No se si hay algún pozo en Pátzcuaro.” Y llevaron los indios cuatrocientas lunetas de oro y rodetas y ochenta tenacetas de oro al cazonci, y dijo que no diesen a Guzmán más de doscientas de aquellas joyas y hizo a los indios que volviesen lo otro. Y enojóse Guzmán de ver tan poco y dieron tormento también a don Pedro, que muestra hoy en día los cordeles en sus brazos. Ansí mismo dieron tormento a don Alonso y a Abalos y pídianles el ídolo de oro, y de los hoyos, y dijeron: “Nosotros, no sabemos nada desto.” Dijéronles: “Ya ha dicho la verdad de todo el cazonci, y de aquí a tres días se ha de volver a su casa; si vosotros decís la verdad también os iréis vosotros a vuestras casas. Decí qué tanto oro tiene el cazonci.” Dijeron ellos: “Nosotros no lo habemos visto, ni sabemos nada desto que preguntáis” Dijéronles los españoles: “Dicen que tiene mucho oro.” Dijeron ellos: “Quizá sí tiene: nosotros no se lo habemos visto.” Dijeron los españoles: “Cómo, ¿no tiene oro? y él os ha dicho que no digáis dello.” Dijeron ellos: “Nunca se lo habemos visto.” Y dejáronles de preguntar Guzmán y los alguaciles y un nauatlato desta lengua corcobado; y hizo llevar los viejos y los sacerdotes antiguos y preguntóles también Guzmán sobre el oro, y dijeron ellos: “¿Qué habemos de hablar nosotros que somos viejos? ¿Cómo habemos de saber nada desto? ¿No somos una cosa por ahí sin provecho?” Y no les preguntaron más y dio sentencia Guzmán contra el cazonci, que fuese arrastrado vivo a la cola de un caballo y que fuese quemado. Y atáronle en un petate o estera e atáronle a la cola de un caballo y que fuese quemado, y iba un español encima, y iba un pregonero diciendo a voces: “Mira, mira gente, éste que era bellaco, que nos quería matar: ya le preguntamos y por eso dieron esta sentencia contra él, que sea arrastrado. Miralde y tomá ejemplo. Mira gente baja, que todos sois bellacos.” Y desatáronle del petate o estera, que aún no estaba muerto, y atáronle a un palo y dijéronle: “Di si fueron otros contigo en este maleficio: ¿cuántos érades? ¿has de morir tú solo?” Díjoles el cazonci: “¿Qué os tengo de decir? No sé nada.” Y diéronle garrote y ahogáronle, y ansí murió y pusieron en rededor dél mucha leña y quemáronle. Y sus criados andaban cogiendo por allí las cenizas y hízolas echar Guzmán en el río. Y echó a huir la gente por su muerte de miedo. Todavía algunos criados suyos trujeron de aquellas cenizas y las enterraron en dos partes: en Pátzcuaro y en otra parte, y con las que enterraron en Pátzcuro pusieron una rodela de oro y bezotes y orejeras, según su costumbre, y todas las uñas y cabellos que se había cortado desde chiquito, y cotaras y camisetas que había tenido cuando pequeño porque esta costumbre era entrellos, y en otra parte dicen también que enterraron de aquellas cenizas, y que mataron una mujer no se sabe dónde. Después de la muerte del cazonci, echaron prisiones a la gente porque se huía, y don Pedro faltó poco que no se diese sentencia contra él de muerte. Decía, quel contador Albornoz escribió una carta a Nuño de Guzmán, que le requería que se perdiría Mechuacán si mataba a don Pedro. Y partióse para Xalisco, y con el ejército, y llegó al pueblo de Cuinao, donde decían que tenía el cazonci los ocho mil hombres, y miraron el asie[n]to del pueblo, y dieron una grita los del pueblo, y dijo Guzmán y los españoles: “Cierto es que tenía aquí el cazonci gente de guerra.” Y prendieron los señores; echáronles prisiones y quitaron a toda la gente de los tamemes los arcos que llevaban para la guerra y flechas, y guardábanlos los españoles, y partiéronse de mañana y huyeron todos los de Cuinao. Fuéronse y no hallaron ninguna gente en el pueblo, y decíanles a los señores de Mechuacán Guzmán: “¿Por qué no queréis decir la verdad? Cómo, ¿vosotros no se lo inviastes a decir que se huyesen, y por eso se fueron todos?” Y díjoles: “Busca entre vosotros los más valientes hombres, y id a buscar el señor del pueblo.” Dijéronle los señores: “¿Dónde habemos de ir?; que no sabemos la tierra.” Díjoles Guzmán: “Ir tenéis, ¿cómo, no os conocéis unos a otros?” Y fueron veinte prencipales, y llegaron a un pueblo donde se había huído la gente del pueblo de Cuinao y habíanlos sacrificado allí [a] todos los de Cuinao, en aquel pueblo donde huyeron, y volviéronse los prencipales y hiciéronlo saber a Guzmán y partióse para allá con su ejército y vieron allí los cuerpos de los sacrificados, y destruyó aquel pueblo y allí creyó quel cazonci no había puesto gente de guerra, ni hallaron los hoyos que le habían dicho. Fue más adelante con su ejército a otro pueblo llamado Acuyzeo y ansí iban conquistando. Y como halló adelante un nauatlato de la lengua de Mechuacán, recelóse y pensó que había gente de Michuacán allí de guerra. Y venía don Pedro atrás preso, y hizo que le llevasen donde él estaba preso, y no halló nadie llegando al pueblo.

Y llevóle hasta Xalisco, conquistando, donde le tuvo allá y a don Alonso y a otros prencipales, hasta que fueron allá unos religiosos San Francisco a ver aquella tierra de Xalisco, fray Jacobo de Testera y fray Francisco de Bolonia, y ellos le rogaron a Guzmán que dejase venir aquellos señores a Mechuacán, y así volvieron donde están agora, y don Pedro por gobernador de la cibdad.

KUPRIENKO